Super User

Super User

Miércoles, 16 Febrero 2022 11:22

LA EUCARISTÍA, MEMORIAL DE LA PASCUA DE CRISTO.

LA EUCARISTÍA, MEMORIAL DE LA PASCUA DE CRISTO.

Aceptar y entender la Eucaristía es entender toda la fe católica ya que la Eucaristía es el resumen de todo el misterio de Cristo. Siendo la Eucaristía la concentración , en un poco de pan y de vino, de todo el misterio cristiano se comprende que a lo largo de la historia haya sido objeto de reflexión y meditación continuas, y también, no pocas veces, de desviación y error en la fe. Demasiado grande este misterio para ser comprendido por la mente humana. Ninguna verdad  de la Revelación cristiana ha sido tan estudiada y defendida por el Magisterio como  la Eucaristía. La Iglesia ha visto en ella el misterio central de su fe y lo ha cuidado con devoción suma.

La Eucaristía, instituida por Jesús en la última cena y dejada como memorial a su Iglesia, es una realidad tan original e insospechada, que podría parecer oportuno comenzar su estudio a partir directamente del Nuevo Testamento, teniendo en cuenta también el poco tiempo de que disponemos para su exposición. Pero no podríamos captar toda su importancia y significación si prescindiéramos del AT. en el que tiene su contexto y sus raices primeras.

Ya lo dijo Galbiati(L'Eucaristia nella Biblia,Milano 1969,9) afirmando que uno de los motivos de las dificultades y superficial entendimiento de este misterio radica en el desconocimiento del AT. Y esto lo decimos conscientes al mismo tiempo de que la Eucaristía sobrepasa de modo radical e insospechado las perspectivas mismas del Antiguo Testamento, ya que muchas de sus profecías y figuras no encuentran plenitud de sentido sino en ella misma. Por eso toda la Tradición patrística y eclesial han comprendido siempre la íntima relación de la Eucaristía con los signos de la Antigua Alianza. Y esta es la razón por la que comenzamos nuestra exposición con el estudio breve de aquellas realidades veterotestamentarias que la preparan y significan.

PRIMERA PARTE

I.- ANTIGUO TESTAMENTO: PASCUA HEBREA

A) LA PASCUA HEBREA COMO ACONTECIMIENTO HISTÓRICO

1) EL CORDERO PASCUAL

Comenzamos por la exposición de la pascua judía en la cual la Eucaristía encuentra su raiz y profecía. Como ya sabemos, la Pascua es el banquete anual que el pueblo judío celebra en conmemoración de la liberación de Egipto. Es el comienzo del éxodo, de la salida de la esclavitud, el comienzo singularísimo de la historia de Israel en el que Yahvé interviene en favor de su pueblo cumpliendo las promesas de Abraham, para establecer con ellos una alianza que sellará su existencia como pueblo elegido.

" Dijo Yahvé a Moisés y a Aarón en el país de Egipto: "Este mes será para vosotros el comienzo de los meses; será el primero de los meses del año... Hablad a toda la comunidad de Israel y decid: el día 10 de este mes tomará cada uno para sí una res de ganado menor...lo guardaréis hasta el día 14 del mes; y toda la asamblea de la comunidad de los israelitas lo inmolará entre dos luces. Luego tomarán la sangre y untarán las jambas y el dintel de las casas donde lo coman...Es pascua de Yahvé.

....La sangre será vuestra señal en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera al pais de Egipto. Este será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre." (Ex 12,1-14)

El éxodo, pues, abarca la noche de la celebración, el paso del mar Rojo y la alianza en el desierto. El éxodo es el evangelio del AT., la buena noticia de un Dios que ha salvado a su pueblo y lo seguirá salvando en el futuro.

Esta intervención salvífica de Dios, que, como sabemos constituye el primer credo de Israel(Dt 26,5-9), va ligada en el relato a la celebración de un sacrificio-banquete: "Este será un memorial entre vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé de generación en generación". Este ritual está descrito dos veces en el libro del Éxodo: en Ex 12,1-14 como orden dada por Dios a Moisés y en 12,21-27 como orden transmitida por Moisés al pueblo. La celebración de la pascua tenía lugar el día 15 del primer mes, (mes de Abib, llamado Nisán después del exilio) comenzando con la tarde del día 14. Es el inicio de la primavera y la noche de la tarde del 14 era precisamente plenilunio.

"Cuando os pregunten vuestros hijos: "¿qué significa para vosotros este rito?, responderéis: "Este es el sacrificio de la pascua de Yahvé, que pasó de largo por las casas de los israelitas cuando hirió a los egipcios y salvó vuestras casas."(Ex 12,26-27) Y celebrándolo así es como este rito se convierte en Memorial de la Pascua Judía.

2) LA ALIANZA

Dios, que había liberado al pueblo de Israel sacándolo de Egipto, lo conduce al desierto, donde tiene lugar la alianza que establece con él. Así como el éxodo ha sido el acontecimiento determinante de la historia de Israel, la Alianza va a ser la institución fundamental que regule las relaciones entre Dios y su pueblo.

La alianza contraída por Dios con su pueblo en el desierto emplea la sangre con el significado de vida que tenía entre los hebreos y viene a significar la comunión de vida que de ahora en adelante existirá entre Dios y su pueblo. Dice así Dios a Moisés:

"Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traido a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa." (Ex 19,3-6)

El rito de la conclusión de la alianza tiene lugar en el monte llamado Sinaí en los pasajes atribuidos al Yahvista(Ex 19,11b-18) y Horeb en los atribuidos al Elohista(Ex 33,6)

" Entonces escribió Moisés todas las palabras de Yahvé y levantándose muy de mañana, alzó al pie del monte un altar y doce estelas por las doce tribus de Israel. Luego mandó a algunos jóvenes de los israelitas que ofreciesen holocaustos e inmolaran novillos como sacrificios de comunión para Yahvé... tomó luego Moisés la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: "Esta es la sangre de la Alianza que Yahvé ha hecho con vosotros, según todas estas palabras."

Este rito de la alianza viene a significar que entre Dios y su pueblo se va a dar una vida en común, una alianza. Y cuando esta alianza se rompe por la infidelidad del pueblo, Dios, por los profetas, promete una nueva y definitiva:

"He aquí que vienen días (oráculo de Yahvéh) en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza; no como la alianza que pacté con vuestros padres cuando los tomè de la mano para sacarlos de Egipto, que allí rompieron mi alianza... sino que ésta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel...pondré mi ley en sus corazones y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo." (Jer.31,31-33)

B.- LA PASCUA JUDÍA COMO MEMORIAL: CELEBRACIÓN RITUAL

Memorial es un concepto fundamental en toda la vida de Israel y en particular en la celebración ritual de la Pascua. Va asociado a un rito que tiene como objeto recordar las hazañas que Dios hizo en el pasado y que se vuelven a poner ante los ojos de Yahvé para que recordándolas, Dios actualice la salvación y la liberación concedidas a Israel.

Memorial ante Dios era la berakkák, la bendición de alabanza a Dios por los hechos realizados en el pasado, por los cuales el pueblo alababa a Dios y sentía como actual y presente la presencia salvadora de Dios, siempre fiel. Pero el memorial por excelencia era la celebración ritual de la pascua, en la cual el pueblo recordaba el acontecimiento salvífico que le había dado su existencia como pueblo y esperaba la presencia continua y salvadora de Dios.

"Dijo, pues, Moisés al pueblo: "Acordaos de este día en que salistéis de Egipto, de la casa de la servidumbre..."(Ex 13,3-10) Esencialmente repetición de lo que Yahvé había dicho ya a Moisés: "Este será un día memorial para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé de generación en generación." (Ex 12,14)

Quiero terminar este apartado añadiendo que la pascua judía no solo era memorial de una liberaciòn que Dios hace presente sino que después del exilio miraba cada vez más al futuro. Ello era debido a que los profetas contemplan cada vez más el futuro a la luz del Éxodo. Habrá un nuevo éxodo, una nueva pascua. La potencia salvadora desplegada por Dios en el pasado es garantía de la esperanza mesiánica en el futuro.

SEGUNDA PARTE

 II.- NUEVO TESTAMENTO: JESUCRISTO: NUEVA PASCUA, NUEVA ALIANZA

A) EL CONTEXTO DE LA PASCUA CRISTIANA

Entramos ya en el NT. Aquí están las bases de toda la comprensión del misterio eucarístico. Antes de examinar los textos de la institución de la Eucaristía, veamos el contexto. Y lo primero será comprobar si Cristo instituyó la Eucaristía dentro o no  de la Pascua judia. Leamos el relato de Marcos:

"El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: "¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de pascua" Entonces envía a dos de sus discípulos y les dice: "Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle, y allì donde entre, decid al dueño de la casa: el maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la pascua con mis discípulos? El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada: haced allí los preparativos para nosotros." Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron todo como les había dicho y prepararon la pascua.(Mc 14,12-16)"

El evangelio crea una verdadera dificultad cronológica en torno al día en que Jesús celebró la Eucaristía con los suyos. Con los sinópticos en la mano, la cena de Jesús tuvo lugar "el primer día de los Ázimos", la noche del 14 al 15 de Nisán, al ocaso del sol; por consiguiente, fue una cena pascual judía y todos los acontecimientos de la pasión tuvieron lugar del 14 al 15. Sin embargo, según el evangelio de Juan(Jn 13,1.29; 18,28)Jesús muere el día 14, pues ese día, anota Juan era el día de la preparación de la pascua, cuando los corderos eran inmolados en el templo y cuando, puesto el sol, se comía la cena pascual. Quiere esto decir que Jesús adelantó la cena veinticuatro horas y los acontecimientos de la pasión tuvieron lugar del 13 al 14. Lógicamente se han dado intentos de armonización entre los sinópticos y Juan pero no podemos detenernos en este aspecto. Lo que más nos interesa es esta pregunta: ¿ Es o no es pascual la cena que Jesús celebró con los suyos? Porque lo verdaderamente importante no es si Jesús celebró la cena en el preciso momento en el que los judíos celebraban la pascua, sino si la realizó en el marco teológico de la misma.

A nuestro modo de ver, Joaquín Jeremías sigue un camino adecuado para indagar si la cena de Jesús tuvo lugar en el marco  de la celebración pascual judía siguiendo estos datos evangélicos:

-- Se menciona que la última cena tuvo lugar en Jerusalén y sabemos que la fiesta de pascua desde el año 621 a. C. había dejado de ser una fiesta doméstica para convertirse en una fiesta de peregrinación a Jerusalén.

-- Se utiliza un local prestado(Mc 14,13-15), según la costumbre judía de ceder gratuitamente a los peregrinos ciertos locales.

-- Jesús come en esta ocasión con los Doce; la celebración de la pascua exigía la presencia, al menos, de diez personas.

-- Tiene lugar al atardecer y recostados sobre la mesa, como se hacía en aquel tiempo, y no sentados.

-- El hecho de que Jesús parta el pan en el curso de la cena (mientra comían: Mc 14,18-22) es significativo, pues en una comida ordinaria se partía al principio.

-- El vino rojo era el propio de la cena pascual.

-- El himno que se canta ( Mc 14,26; Mt 26,30) era el himno Hallel, que se recitaba en la cena pascual.

-- Jesús anuncia  durante la cena su pasión inminente y sabemos que la explicación de los elementos especiales de la comida era parte integrante del rito pascual.

-- Al añadir el tema del memorial: "Haced esto en memoria mía" especifica que la cena se celebraba en el ambiente pascual y el Maestro se ha servido de él para instituir el nuevo rito pascual como memorial de su sacrificio.

Por todo lo dicho parece claro, que, aunque no sepamos resolver el problema cronológico, la cena se celebró en el contexto pascual. Para comprender mejor la institución de la Eucaristía como memorial de la Pascua de Cristo habría que añadir el rito mismo de la celebración pascual, para poder ver la conexión de ciertos gestos de Jesús con este rito y que resumimos esquemáticamente:

La liturgia propiamente pascual se iniciaba con la rememoración (haggadá) que hacía el padre de la noche de la liberación de Egipto, explicando el simbolismo de los alimentos: el cordero recordaba la liberación de Egipto; los ázimos, la prisa de la salida; las hierbas amargas, la amargura de Egipto. Después se cantaba la primera parte del Hallel.(Sal 112-113,8). Entonces se bebía la segunda copa.

-- Se lavaban las manos. El padre de familia tomaba el pan y lo bendecía, lo partía y daba un trozo a cada uno de los presentes.

-- Después se comía el cordero con el pan ázimo y ya no se tomaba más alimento.

-- Se llenaba luego la tercera copa, llamada de la bendición porque el padre recitaba la bendiciòn sobre ella y se bebía.

-- Se llegaba así a la cuarta copa y se recitaba la segunda parte del Hallel(113,118). Se bebe esta copa y terminaba la cena pascual.

B) ESTUDIO COMPARATIVO DE LOS TEXTOS DE LA INSTITUCIÓN

Existen dos formas narrativas de la institución de la Eucaristía que han sido afirmadas independientemente la una de la otra y que trae muy bien estudiadas el libro " EUCARISTÍA, SACRAMENTO DE VIDA NUEVA, publicado por el Comité para el Jubileo del año 2000; por una parte, la forma narrada por Marcos y seguida por Mateo; por otra, la forma narrada por Pablo y que ha influido sobre el relato de Lucas. Siendo más semítica la versión de Marcos y de Mateo, parece más cercana al origen, más literalmente fiel a las palabras de Jesús. Sin embargo, la versión de Pablo no está garantizada con menor solidez, en su fidelidad esencial a la tradición de la que proviene; ella manifiesta mayor adaptación al lenguaje y a la cultura del ambiente griego. La tradición de Pablo, desde este punto de vista, es más completa, más integralmente fiel al acontecimiento y a las palabras pronunciadas por Jesús. No se trata, por tanto, de acoger una forma de narración de la institución como si fuese la única válida. Las cuatro narraciones que poseemos nos ayudan a encontrar mejor el origen auténtico de la Eucaristía: cada una tiene su valor. Ambas tradiciones están influenciadas por el estilo breve y sucinto del uso litúrgico. Y precisamente a la liturgia debemos  que las palabras institucionales de Cristo se hayan conservado fieles al núcleo fundamental.

Veamos ahora las variantes principales que se dan entre ambas versiones:

-- Tanto Pablo como Lucas precisan que Jesús consagró el vino "después de haber cenado", mientras que Marcos y Mateo sostienen que Jesús instituyó la Eucaristía "mientras comían", sin precisar el momento.

-- Lucas y Pablo, en la bendición referente al pan, usan la fórmula "Habiendo dado gracias", en lugar de "habiendo bendecido", como lo dice la otra versión.

-- Marcos y Mateo traen la fórmula "esto es mi cuerpo" más exactamente, "esto mi cuerpo", mientras Pablo añade: "que es dado por vosotros"; y Lucas: "que por vosotros es entregado."

-- En la consagración del cáliz es donde aparece la diferencia más notable. Marcos y Mateo ponen como predicado la sangre: "Esta es la sangre de la alianza, que es derramada por los muchos", mientras que Pablo y Lucas colocan como predicado la alianza y sólo indirectamente hablan de la sangre: "Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre.

-- Marcos y Mateo no traen las palabras "haced esto en memoria de mí", que en Pablo y en Lucas vienen tras la consagración del pan y en Pablo también tras la consagración del vino.

En su versión escrita, la fórmula más antigua, es, sin duda, la de Pablo 1Cor 11,23-26, pues fue escrita hacia el año 56-7  y en ella recuerda Pablo a los Corintios cómo les transmitió la institución de la Eucaristía en su primera visita hacia el año 50. La fórmula que emplea Pablo es la de la parádosis ("recibí lo mismo que os transmití"), fórmula que los rabinos empleaban como medio de transmisión absolutamente fiel a la tradición.

Quisiera hacer notar, pensando principalmente en el mandato de reiteración: "haced esto en memoria mía", que dichas palabras pertenecen al núcleo primitivo histórico, porque el memorial tenía una función decisiva en el contexto pascual y porque la ausencia de este elemento en Marcos no es prueba alguna contra su autenticidad histórica, pues, con frase lapidaria de Benoit, tendríamos que decir que "una rúbrica no se recita, sino que se ejecuta." Sin el mandado de reiteración por parte de Cristo, no habría sido posible el desarrollo ulterior de la liturgia eucarística, fuere cual fuere el estado de su evolución.

I) SIGNIFICADO DE LAS PALABRAS DE CRISTO

Veamos ahora el significado que Cristo dio a sus gestos y a sus palabras institucionales, primero en sus elementos particulares y después en su significado general.

A.- SIGNIFICADO PARTICULAR

"Habiendo bendecido, tomó el pan en sus manos y lo partió diciendo: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo" "por vosotros" añade Pablo; "entregado", Lucas.

Si antes hemos mencionado los elementos esenciales y el rito de celebración de la pascua judía es para que ahora comprendamos mejor y en su sentido pleno los gestos, las palabras y el rito de la institución de la pascua de Cristo.

Jesús toma en sus manos el pan y bendecía (berakká) como hacía el padre de familia en la pascua judía.

"Tomad y comed", porque Jesús quería expresar la unión íntima entre comunión y sacrificio; quería darse como comida pascual.

 "Esto" (toûto) referido tanto al cuerpo como a la sangre indican que El no solo hace la ofrenda sino que es realmente la persona ofrecida. "Es" (toûto estin) "esto es" , esta cópula no aparece en hebreo, puesto que en esta lengua el valor copulativo está implícito.

"Mi cuerpo". El texto griego usa el término sôma.

"Entregado" y "derramado"  son participios que según J. Jeremías, tanto en hebreo como en arameo son intemporales, ya que su tiempo se determina por el contexto. En nuestro caso habría que traducir es la sangre que va a ser derramada en la cruz.

La preposición"por", en griego "iper" o "perí", es una clara alusión al sentido expiatorio que Cristo da a su muerte, como en cualquier sacrificio expiatorio de Israel. "El cual se entregó (ipér emon) "por nosotros" a fin de rescatarnos de toda esclavitud:Tit2,14.

"ESTA ES LA SANGRE DE LA ALIANZA, DERRAMADA POR LOS MUCHOS"

Jesús utiliza aquí la copa tercera o copa de bendición y la pone en relación directa con su sangre, que va a derramar en la cruz. Se trata de la sangre que va a sellar la nueva y definitiva alianza en sustitución de aquella con la que Moisés selló la antigua.(Ex 24,8) Sobre los términos "esta", "derramada", remitimos a los dicho a propósito del pan.

"HACED ESTO EN MEMORIA MÍA": MEMORIAL EUCARÍSTICO

Llegados a este momento estamos ya en condición de entender la Eucaristía como  memorial de la  Nueva Pascua y Nueva Alianza instituida por Jesucristo. Pero sin olvidar por ello que la distancia entre el memorial del AT y el del NT es infinita, como afirma DURWELL.

Con estas palabras : "Haced esto en memoria mía," Jesús se inserta en la tradición del memorial, que actualizaba en el rito la liberación realizada por Dios en el éxodo. En la Eucaristía, El sustituye el antiguo memorial por el memorial de la nueva pascua que realiza con su muerte y resurrección y nos deja así una institución permanente, un rito que se repetirá por los siglos para actualizar la nueva alianza realizada por él en su cuerpo entregado y en su sangre derramada.

Lo dice Pablo con toda claridad: "Porque cuantas veces comiéreis este pan y bebiéreis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga" (1Cor 11,26) La participación en el pan y el cáliz de la cena supone la participación real en el sacrificio de Cristo, y por ello se proclama de forma objetiva y real la muerte de Señor.

Para comprender el significado global de lo que Cristo instituyó en la última cena no basta con la significación particularizada de las palabras institucionales que acabamos de hacer. Hoy en día se recurre frecuentemente al término de signo profético como clave de comprensión de lo que Jesús hizo. Cristo anticipó proféticamente sobre el pan y el vino su sacrificio en la cruz. Y se acude también al concepto de memorial: es decir, de la misma manera que el memorial veterotestamentario hacía presente en el tiempo actual la acción salvífica de Dios en el pasado, así el Señor, que instauró la cena en el contexto pascual, hace presente el misterio de su nueva pascua.

 El signo profético y el memorial son dos conceptos correlativos: uno actualiza anticipando y el otro recordando. Las palabras de Jesús en la última cena, al tener un sentido profético, no quiere decir que deban ser interpretadas en un sentido metafórico, sino que tienen un sentido totalmente realista, en cuanto que no es solo palabra profética que  se limita a anunciar lo que va a ocurrir al día siguiente, sino acción profética que lo hace ya presente anticipándolo. Jesús no quiere darnos con el pan y el vino una idea o una enseñanza, sino una realidad concreta que es su cuerpo entregado y su sangre derramada al día siguiente en la cruz. La Eucaristía que celebra ahora la Iglesia es memorial que recordando hace presente el misterio realizado por Jesús en la cena.

Jesús aquella noche no se limita a pronunciar sobre el pan y vino la bendición, sino que ha añadido unas palabras que los relacionan con su muerte expiatoria. Al pan y al vino los pone en estrecha relación con la suerte de su cuerpo y su sangre en la cruz, dándoles el mismo significado sacrificial que compete a su muerte. De esto no hay duda ninguna. Si Jesús a continuación ofrece ese mismo pan y ese mismo vino para comer y beber, es que los presenta como comida sacrificial. Pues bien, de la misma manera que para los hebreos la participación en la víctima era el modo de participar en el sacrificio, ahora Cristo se da a comer como víctima para hacer partícipes a los suyos de su sacrificio en la cruz, nueva pascua que él realiza en su muerte.    

Esta es la clave:participación en el sacrificio de la Nueva Alianza mediante la participaciòn en la víctima. Cristo es, pues, la víctima pascual que sustituye al cordero inmolado en el templo. Es el nuevo Cordero en el que se realiza la nueva y definitiva pascua de Yahveh sobre el mundo. Y esta interpretación es la de San Pablo en 1Cor 10,6:

"La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es, acaso, comunión con el cuerpo de Cristo? "

Por tanto, el Señor con su gesto se presenta como víctima pascual para hacernos partícipes de su sacrificio. Con su gesto en la última cena ha sustituido la antigua por la nueva pascua, hecha en la sangre que se va a derramar en la cruz, en el sacrificio de la Nueva Alianza. En el marco de la pascua judia da a los suyos su cuerpo y sangre: cuerpo y sangre que se van a inmolar cruentamente en la cruz, asumiendo la misma entrega o ofrecimiento que tendrá en la cruz y haciendo de este modo a los suyos ya desde ese momento, partícipes de su ofrecimiento al Padre y beneficiarios de los frutos que de ello se derivan.

En consecuencia, si esta comida sacrificial encierra la presencia de la víctima, podemos y debemos entender en sentido plenamente real las palabras de Cristo: "Esto es mi cuerpo, esto es mi sangre". Es la presencia de la víctima, requerida en esta comida sacrificial que nos hace partícipes del sacrificio de Cristo en la cruz, la que da al verbo ser toda su plenitud de sentido

Sin embargo, debemos indicar enseguida la diferencia entre el memorial judío y el memorial cristiano. La Eucaristía es memorial, tiene un marco memorial pero lo realizado y contenido en ese enmarque memorial es infinitamente más perfecto y total, es único e irrepetible. Porque una cosa es el cordero  comido y otra, el acontecimiento celebrado en la eucaristía, donde el cordero es único y el mismo para siempre y para todo el Pueblo de Dios: es Jesucristo, Dios y hombre verdadero. El acontecimiento que se celebra es su misterio personal, en dar su vida por nosotros para recobrarla resucitada para el mundo entero. Los celebrantes de esta pascua no comen carnes asadas; entran en comunión con ese hombre-Dios, son asumidos en él y reciben la salvación de  él  con su cuerpo que es alimento de vida eterna. Las dos pascuas, la judia y la cristiana, coinciden en su contexto y marco de memorial, pero en contenido y dimensiones y profundidad la distancia que las separa es infinita. Max Thurian afirmará: Si Cristo mismo no está real y personalmente presente, actuando como sacerdote, como ofrenda y alimento, todo cuanto hasta ahora hemos declarado no tiene realidad ni significado alguno", pag.282.))

SIGNO PROFÉTICO Y MEMORIAL

El tema del signo profético ha sido utilizado últimamente con mucha frecuencia para explicar lo que Jesucristo realizó en la última cena. José Espinel hace dos años publicó un volumen ampliación de otro anterior sobre la Eucaristía como acción profética. Resumiendo diríamos que es necesario distinguir lo que es un signo profético y una parábola en acción o en acción simbólica. En el caso último se trata de un gesto que fundamentalmente se dirige a la inteligencia. El signo profético, sin embargo, es algo más. Dice Galbiati que no solo se mueve en el nivel del conocimiento, sino en el nivel de la acción. Es un hecho o gesto que hace presente ya el juicio salvador o punitivo de Dios. La misma palabra del profeta, como palabra que es de Dios, es una palabra que realiza lo que anuncia. Pero el signo profético hace ya presente en el momento actual la promesa de  Dios. En cierto modo, anticipa el acontecimiento y lo produce. Para comprenderlo mejor pongamos algún ejemplo:

Cuando Jeremías pone un yugo sobre su cuello para significar que una nación extranjera se va a apoderar de Jerusalén, los falsos profetas se lo quitan inmediatamente para que no se realice la invasión. Veían en el gesto el comienzo de la tragedia.    

Lo que Jesús hace en la última cena podría bien ser calificado de gesto profético. Es un anuncio de su pasión, que él actualiza en el marco de la cena pascual. Schurmann anota que lo que Jesús hace supera al signo de la promesa infinitamente. En efecto, en el ejemplo aducido del profeta Jeremías se trata de una anticipación en el momento actual de una acción futura de Dios, lo cual no representa dificultad alguna, pues Dios puede comenzar a realizar dicha acción en el momento mismo en el que el profeta la anuncia; pero en la cena no sólo se trata de la anticipación solamente de una acción salvadora de Dios, sino del sacrificio cumplido y realizado en el cuerpo y la sangre de Cristo como víctima. Por ello se necesita la presencia de la víctima como condición indispensable para la presencia del sacrificio, porque aquí la víctima es una persona representada por su cuerpo y por su sangre, es decir, no se trata solo de la anticipación de una acción, sino de la presencia de una realidad; la víctima en cuanto tal, que a la vez es sacerdote de su sacrificio. Es esta presencia de la víctima la que garantiza la presencia del sacrificio.

Y lo que acabamos de decir sobre la realidad profética de la eucarística, lo referimos también al concepto de memorial que hemos referido antes.

En ambos casos, el signo profético y el memorial veterotestamentario quedan superados por lo que Cristo hizo, en cuanto que se trata de la actualización no de una acción de Dios, sino de un acontecimiento histórico que se realizó con la carne y la sangre concretas de Cristo. Por ello se necesita la presencia de la víctima. Cómo se hace presente la víctima es algo que el texto bíblico no precisa. Es ocupación para la reflexión de la Iglesia y de la teología, como haremos a continuación, pero las palabras institucionales nos dicen que el hecho está ahí: Cristo da al pan y al vino carácter de comida sacrificial y se entrega en ellos como víctima para hacernos partícipes de su sacrificio en la cruz.

Resumiendo:Una vez examinados los pasajes del NT. sobre la Eucaristía, vemos en ella la condensanción de las profecías y figuras del Antiguo. Los temas de la Antigua Alianza se concentran en ella: la pascua, la alianza, la redención del Siervo de Yahvé, los sacrificios. Todos ellos vienen sintetizados de forma admirable en el gesto más sencillo que se pueda imaginar: un poco de pan y de vino que Jesús pone, en marco de la cena pascual, en conexión con su muerte en la cruz.

La Eucaristía aparece al mismo tiempo como el origen y fundamento del nuevo pueblo de Dios, liberado ahora por la pascua de Cristo y fundado en la sangre de la Nueva Alianza. Este pan y este vino son el fundamento y la base del cuerpo místico de Cristo.

La eucaristía contiene sobre todo el sacrificio mismo de la cruz y la misma vìctima pascual que nos es dada a comer para que podamos participar en él. Es, asimismo, prolongaciòn de la encarnación y prenda de la resurrección y del Espíritu, pues se trata de la carne resucitada de Cristo.

Toda esta riqueza, que es todo el misterio redentor de Cristo, la hemos encontrado en la descripción sencilla, pero al mismo tiempo densa, que nos ofrecen de la Eucaristía las páginas del NT. La Escritura presenta la Eucaristía en toda su inabarcable riqueza; riqueza que la Tradiciòn tendrá que ir desglosando poco a poco para poder comprenderla y asimilarla. El misterio y la Pascua redentora de Cristo se hacen presentes en la misa, en la eucaristía, en el sacrificio eucarístico... Es verdad de fe. Pero cómo se hace presente? Veamos algunas explicaciones.

TEORÍA SACRAMENTAL

Decíamos que el Señor está ahí inmolado y sacrificado por nosotros y dándose en comida por todos y para todos.  Pero queremos preguntarnos ¿Cómo está ahí presente, de qué forma podemos explicar esto?

En nuestros días la teología ha ido abandonando  poco a poco el método de recurrir a una noción general de sacrificio para aplicarla luego a la Eucaristía demostrando de esta forma que es sacrificio. En los textos de Teología de Lercher que estudiamos los sacerdotes de mi generación hay una amplia exposición de las mismas que no he podido sin embargo comprobar en ninguno de los textos actuales por mí consultados y me ha emocionado comprobar los subrayados que tengo en mi libro. Me ha emocionado verdaderamente comprobar que entonces yo elegí como preferida, aunque no era la defendida por Lercher, la teoría hoy llamada sacramental pero rematada o finalizada con la "mistèrica" o "per modum mysterii" de O. Casel. Conscientes de la unicidad del sacrificio de Cristo y de su singularidad, mejor provistos del conocimiento de la tradición de la Iglesia, los teólogos de hoy recurren a la idea fundamental de que el único sacrificio de Cristo en la cruz se hace presente "in sacramento","in mysterio".Según esto, el sacrificio eucarístico se realiza y tiene lugar en el plano de la causalidad sacramental, la cual no se limita a significar, sino que hace presente lo significado. la Eucaristía es el sacrificio de la cruz sacramentalmente presente en el hoy y en el aquí de la Iglesia.

El sacrificio eucarístico no produce solamente la gracia sino que hace presente a Cristo, como fuente de gracia. El sacrificio histórico  de Cristo como tal hecho histórico tuvo lugar en unas coordenadas determinadas de tiempo y espacio y hoy se superan afirmaO. Casel, mistéricamente, es decir, por la celebración litúrgica de los misterios cristianos. Según esto, cada eucaristía hace presente el mismo misterio de Cristo, la misma realidad y los mismos sentimientos y aptitudes,  superando la coordenadas y los límites de espacio y tiempo. Y lo puede hacer así porque la realidad que hace presente ya está en la realidad eterna y eternizada y la hace presente no de forma temporal e histórica sino de forma sacramental, metahistóricamente, como sacramento que actualiza, presencializa y contiene con toda su fuerza salvadora  el mismo sacrificio de la cruz hecho de nuevo presente por cada celebración eucarística, a modo de sacramento.

Cristo, como realidad típica y primordial, trasciende ya los límites del tiempo y del espacio y eternizado, eterno presente, sin pasado, tiene el poder de hacerse presente en el hoy y en el aquì de la Iglesia mistéricamente. Los sacramentos no solo hacen lo que significan,  sino que son acciones sacramentales de Cristo que bautiza, perdona, como explica muy bien Shillebekl, en su libro: Cristo, sacramento de encuentro con Dios. Me explico.Toda la liturgia, especialmente la Eucarística, hace presente en sacramento-memorial-misterio el mismo hecho,  superando los límites de espacio y tiempo, porque el hecho ya está eternizado, es decir, en presente eterno y permanente. Es como si la celebración litúrgica del misterio cortara con unas tijeras divinas no solo el hecho evocado y significado actuando eficazmente sino que cada vez que un sacerdote pronuncia las palabras de la consagración  hace presente toda la vida de Cristo que fue ofrenda al Padre, es decir, desde su Encarnación hasta Ascensión al Cielo, haciendola contemporánea a los testigos presentes, nosotros, reproduciendo todo el misterio de  Cristo y dando así la oportunidad a los hombres de todos los tiempos de ser testigos y beneficiarios del su misterio salvador, de su persona, de su amor, de su intimidad, de rozarlo y tocarlo....Y todo esto, porque Cristo ha trascendido ya la historia y el espacio. Es el Cristo celeste el que vive y ofrece en sacrificio eterno su inmolación pascual, que fue de toda su vida, pero significado especialmente en su pasión, muerte y resurrección. La irreversibilidad de las cosas temporales queda superada por el poder de Dios, que es en sí eternidad encarnada en el tiempo.

El sacrificio de la misa es el mismo de la cruz.La Carta a los Hebreos nos enseña que el sacrificio de Cristo en la cruz es único y definitivo sacrificio de expiación por los pecados. No hay otro. El problema está, como hemos dicho, en mostrar cómo un sacrificio que tuvo lugar hace dos mil años se hace presente aquí y ahora. Creo que la respuesta está en la misma carta. El sacrificio de Cristo ha sido ofrecido "de una vez para siempre" como dice  y tiene una presencia salvadora única, definitiva y escatológica. Es el mismo sacrificio de Cristo en la cruz, aceptado por el Padre, el que perdura de forma gloriosa en el cielo y hace presente el sacerdote en la tierra.

El sacrificio ya aceptado por el Padre mediante la resurrección y ascensión de Cristo al cielo, ese sacrificio celeste que perdura eternamente presentado por Cristo ante el Padre, hecho intercesión y ofrenda agradable, con las llagas ya gloriosas, es el que se hace presente sobre el altar de la tierra, velado por el pan y el vino, sacramentalmente, in mysterio. Y es así cómo Jesús resucita en nuestro mundo terreno en la visibilidad de este sacramento: la eucaristía es un forma permanente de apariciòn pascual, signo visible de realidades invisibles, como lo ha expresado muy bien el Papa Juan Pablo II en la carta apostólica "DIES DOMINI".

Al resucitar a su Hijo, Dios "hace habitar en él corporalmente toda la plenitud" y realiza de este modo la salvación en totalidad, sin que tenga que añadirse nada en adelante para completarla. En la resurrección y en virtud de la muerte filial(Fl.2,8s) es donde Cristo recibe el título de Señor(Rom,10,9s):nombre de la onmipotencia escatológica. La realidad escatológica, lo último ya está presente en la Eucaristía: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven, Señor Jesús." Por la Eucaristía viene el esjatón, el final, Cristo ya está viniendo... No puedo pararme más en este aspecto. Por la Eucaristía se hace presente la escatología, el Cristo escatológico.

La pascua es el día del Señorío, el de la última revelación(Jn 8,28) el de la reunión universal(Jn12,32) el de la resurrección de los muertos(Rom1,4) del del juicio final(Jn.12,31) el de la salvaciòn total, es el día del Señor, el último día . Hemos de tener todo en cuenta si queremos captar el sentido pleno y total de la Eucaristía, memorial de la Pascua de Cristo que por su muerte nos ha pasado hasta el Padre "esjatón" final, valga la redundancia, y desde allí por la celebración de la eucaristía celeste presencializada por la liturgia terrestre viene al lado de los suyos y haciéndose presente como realidad y la salvación escatológica, comunica a los creyentes los frutos últimos y definitivos ya conseguidos, que son él mismo: El mismo y único que nació, murió y resucitó, el cordero inmolado y glorioso ante el trono del Dios Trino y Uno: El Cristo glorioso y escatológico, el VIVIENTE del Apocalipsis.

Esto es lo que se hace presente en la Eucaristía. ¿Cómo? Como memorial profético, en virtud del mandato: "haced esto en memoria de mí". La fe me asegura que Cristo está presente en la eucaristía, como está en la cena, está en la cruz y está en el santuario celeste. Está realizando íntegramente todo su misterio de Salvación y  presencializándolo en el aquí y ahora del tiempo  Cómo? Tratamos de explicarlo según la razón pero hasta ahora no  podemos explicarlo plenamente. Pero por la fe se que está y lo realiza ciertamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es el conocimiento que Dios tiene de las cosas, aunque yo, que tengo esa fe, que participo de ese conocimiento no lo vea, porque no puedo ver como Dios. Dios me desborda en el objeto y en el modo de conocer. Solo el conocimiento místico se funde en la realidad amada y la conoce. Los místicos son los exploradores de Moisés que nos dicen las maravillas de la tierra prometida a todos para animarnos a conseguirlas.  

Por eso, el teólogo no puede habitar en dos mundos separados, cada uno de los cuales exija certezas contrarias en donde la afirmación de la fe no pueda ser aceptada por la razón. La teología es la luz de la fe que intenta, con la ayuda del fiel, extenderse al terreno de la razón a fin de que el hombre se haga creyente por entero. La teología es un apostolado hacia dentro con una misión  hacia dentro: evangelizar la razón, llevándole a acoger el misterio ya presente en la Iglesia y en su corazón de creyente que también conoce por el amor.

 "Deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo". (2 Cor 10,4s) Dios que resucita a Cristo en el poder y la gloria del Espíritu Santo es el Señor de la teología católica. El señorío de Cristo no violenta a la inteligencia que razona, forzándola a acoger unas verdades ininteligibles. No la humilla sino que la salva de sus estrecheces, haciendola, humilde, capaz de Dios, como María que acoge la Palabra de Dios sin comprenderla. La teología es esclava de la fe y de los fieles; no tiene que "dominar sobre la fe sino contribuir al gozo" de los creyentes(cf 2 Cor 1,24) Ante los propios misterios la teología ha de ser modesta y llena de discreción. Sería un sacrilegio y una ingratitud empeñarse en desgarrar el velo bajo el que se revela el Señor, cuando es ya tan grande la condescendencia de aquel que se da a conocer de este modo. Para seguir siendo discreta y sumisa la teología tendrá que imitar el respeto emocionado de los apóstoles ante la aparición del Resucitado en la orillas del lago: "Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿quién eres tú? Por lo tanto no buscará evidencias racionales para eludir la obligación de creer; no preguntará: ¿Es verdad todo esto que hace y dice el Señor? sino que humildemente dirá: Señor ayúdanos a comprender mejor lo que nos dices y haces.

La eucaristía puede estudiarse desde fuera partiendo de la elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento memorial. Aquí es donde vale el axioma: "lex orandi, lex credendi". Que sepamos, Jesús no escribió nunca nada, a no ser aquel día en que escribió en el suelo con un dedo.(cfr.Jn.8,6)

Aquel que es para siempre la Palabra, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable  condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: "acordaos de mí," de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas...

Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel:" Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: "Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy." Lo comí y fue en mi boca dulce como miel." (Ez.3, 1-3)S. Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios es mejor el amor que la razón, porque ésta no puede abarcarle pero por  el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con él y me fundo con él en una sola realidad en llamas. Son los místicos, los que experimentan los misterios que nosotros celebramos. Noticia amorosa, sabiduría de amor. No conocimiento frío, teórico, sin vida. El que quiere conocer a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillada.

La Eucaristía es ese libro que hay leer como San Pablo: a partir del Cristo pascual, que es el misterio escatológico. La teología de la Eucaristía es una teleología, un discurso a partir del fin. Es la plenitud escatológica de la Salvación,  hace presente las realidades futuras, nos llena de la vida eterna y perdura en eterno presente del pasado, del presente y del futuro, no hay otro ni más sacrificio porque no hay más que un Cristo, que es Señor y la eternidad es ya la nota del presente. El sacerdote no hace presente el sacrificio de Cristo, sino que hace presente a Cristo que ofrece su único y definitivo sacrificio que fue toda su vida, desde la Encarnación hasta su resurrección pero que significó y realizó singularmente con su pasión y muerte.

Y desde esta comprensión de la Eucaristía como presencia sacramental de Cristo hay que reflexionar también y comprender el sacerdocio como sacramento de Cristo, como signo visible de Cristo invisible, humanidad supletoria prestada a Cristo para que pueda seguir realizando en el tiempo su misterio de Salvación. La Eucaristía y el sacerdocio en Cristo son una misma realidad. Y por eso mismo sacerdocio y eucaristía en nosotros deben estar vitalmente unidos, porque se fundamentan esencialmente el uno en el otro.

Por el sacramento del Orden se produce como una encarnación de Cristo en cada elegido, al que viene  para revivir todo su misterio de Adorador del Padre, salvador de los hombres, redentor del mundo, como consagrante en cada misa de su mismo cuerpo: "Esto es mi cuerpo, este es mi sangre". No la de Pedro, Juan o Gonzalo, sino la de Cristo que es el que consagra por medio del sacerdote, esto es, de su sacramento visible. Por el sacramento del orden el sacerdote queda configurado sacramentalmente a Cristo. El gozo sacerdotal viene de experimentar lo que soy, de sentirme identificado con Cristo, de sorprender al Padre inclinado sobre esta pobrecita criatura porque ha visto en mí al Amado en quien ha puesto sus complacencias.

El sacerdote es un sacramento vivo de Cristo, como el pan consagrado; por fuera pan, por dentro, Cristo. Es Cristo viviendo y actuando en mí: sería el "no soy yo, es Cristo quien vive en mí" de San Pablo; y el sacerdocio como vivencia, soy yo viviendo en Cristo, identificado con Cristo. "Para mí la vida es Cristo," "estoy crucificado con Cristo..." " Deseo morir para estar con Cristo."

"Haced esto en memoria de mí". En la misa no se repite nada:  ni los deseos de Cristo de morir por nosotros, ni su sufrimiento ni su ofrenda, sino que se presencializa el mismo sacerdote y víctima y ofrenda  que existe en el Cenáculo, en la cruz y  en el cielo. Por muchas celebraciones que se hagan, nunca se repite el sacrificio, siempre es el mismo, porque no se representa otra vez sino que se presencializa el mismo y único sacrificio ofrecido de una vez para siempre. Puede haber muchas muchas intenciones sacerdotales en la concelebración, tantas como sacerdotes, pero el sacrificio siempre es único y  el mismo.

Por lo tanto la eucaristía, por ser memorial profético sacramental , presencializa la misma Pascua, la misma Alianza, la misma víctima, intenciones, deseos sacerdotales y sacrificiales, el único sacrificio de la cruz ya consumado y aceptado por el Padre porque le resucitó sentándolo a su derecha  y es ya para siempre el cordero degollado y glorioso ante el trono de Dios, pura intercesión por nosotros y con el cual conectamos en cada misa.

Es más, me atrevo a decir personalmente: si la vida de Cristo hombre nació en el seno de la Santísima Trinidad como proyecto salvador de los Tres pero a realizar por el Verbo: "Padre, no quieres ofrendas ni sacrificios... aquí estoy para hacer tu voluntad...",(Hbr.) y se le dotó de un cuerpo humano nacido de María, esa voluntad ha sido ya consumada pascualmente -mediante el paso definitivo al Padre- pascua- como esjatón y ya no hay más novedad posible  en el mismo seno del Dios Trino Y Uno(según su proyecto); y el mismo fuego de Espíritu Santo que lo sacó del seno trinitario, lo impulsó a encarnarse "concibió por obra del Espíritu Santo...", lo llevó movido por el mismo Espíritu jadeante y polvoriento por los caminos de Palestina, predicando el amor del Padre, el evangelio de salvación y eternidad para todos los hombres, hasta el amor extremo de dar su vida por ellos: "ardientemente he deseado comer esta Pascua...",   al ser aceptada y recibida ya esa entrega personal de Jesucristo en el mismo seno del Amor Trinitario, en el mismo Espíritu Santo de donde había nacido....,perdura ya eternamente como sacerdote y víctima ofrecida, aceptada y adorada ante el trono de Dios Trino y Uno, como afirma la liturgia del Apocalipsis.

Por tanto, todo el misterio de Cristo, desde que nace en el seno del Padre: "La Palabra estaba junto a Dios", encarnándose: " Y la Palabra se hizo carne"-"sarx" para el sacrificio y la comida pascual cristiana, con su realización cruenta y sus ansias de entrega y amor "habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo" desde la Encarnación hasta su vida entera, especialmente  su pasión, muerte y resurrección, es la que se hace presente al hacer el sacerdote la memoria de Cristo como El quiso recordarse y ser recordado eternamente ante Dios y los hombres.

Al hacerse presente todo el misterio de Cristo, cada celebrante o participante puede decir en la misa con Santa Gertrudis este texto que leí, cuando preparaba esta charla, en la liturgia de la Horas de su fiesta: "Por todo ello, te ofrezco en reparación, Padre amantísimo, todo lo que sufrió tu Hijo amado, desde el momento en que, reclinado sobre paja en el pesebre, comenzó a llorar, pasando luego por las necesidades de la infancia, las limitaciones de la edad pueril, las dificultades de la adolescencia, los ímpetus juveniles, hasta la hora en que, inclinando la cabeza, entregó su espíritu en la cruz, dando un fuerte grito. También te ofrezco, Padre amantísimo, para suplir todas mis negligencias, la santidad y perfección absoluta con que pensó, habló y obró siempre tu Unigénito, desde el momento en que, enviado desde el trono celestial, hizo su entrada en este mundo hasta el momento en que presentó, ante tu mirada paternal, la gloria de su humanidad vencedora." (Libro 2.1.3.5.8.10.: Sch 139, 330-340)

Al decir "Haced esto en memoria de mí" el Señor también nos quiere indicar a cada participante: acordaós de mi encarnación, de mi amor, de mi entrega por vosotros que ahora presencializo, de mis manos temblorosas y mi voz emocionada de aquella noche, de mi amor loco y apasionado hasta el fin de las fuerza, del amor y de los tiempos....por vosotros: "Cuantas veces  hagáis esto, acordaos de mí... No nos olvidamos, Señor. Y todo eso se hace presente en cada misa y Jesús lo recuerda para El y para nosotros y para la Santísima Trinidad haciéndolo presente. Así es como salimos del Padre como proyecto de amor y en la eucaristía volvemos a él como proyecto logrado en y por el amor del Hijo-Hombre, que es  amor de Espíritu Santo, participamos de la única e irreversible devolución del hombre y del mundo al Padre, que él, el Hijo eterno y al mismo tiempo verdadero hombre, hizo de una vez para siempre" (Juan Pablo II: Enc. Redemptor hominis, 20: AAS 71(1979)310-1)

Por eso, la Eucaristía es Cristo entero y completo, el evangelio entero y completo, la fe cristiana entera y completa. Nada del misterio de Cristo queda fuera de la Eucaristía. Ni siguiera el misterio de Dios Trino y Uno manifestado por el Padre  enviando al Hijo salido de su seno, movido por su Amor - Espíritu Santo-  y Encarnado por la fuerza del mismo Espíritu. Todo esto, el primer impulso de amor, el proyecto en el Hijo por el Espíritu, la consumación y la glorificación actual en el cielo, todo esto se hace presente en la eucaristía.           

He hablado de la Eucaristía, queridos amigos, en la medida en que he podido captarla y expresarla yo mismo como creyente, no sólo como teólogo. En definitiva, he tratado de expresarla en palabras humanas. Hay otra manera mucho mejor de presentar la eucaristía: es la que el sacerdote hace sencillamente cuando eleva el pan consagrado y el cáliz a la vista de la asamblea y solicita de ella la fe: "Este es el sacramento de nuestra fe"

Y hay una manera mejor de acogerla. Es la que practicamos cuando respondemos al sacerdote en la misma fe y en una comunión, que debe prolongarse toda la vida: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven, Señor Jesús."

Quiero terminar esta sencilla lección teológica haciendo uso de la inclusión semítica, en la que, para subrayar la importancia de un enunciado, se repite al final del discurso:

HERMANOS Y AMIGOS:¡REALMENTE, GRANDE ES EL MISTERIO DE NUESTRA FE!

Miércoles, 16 Febrero 2022 11:20

EL ESPIRITU SANTO JUBILEO

            Para meditar sobre la importancia del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento no encuentro palabras más oportunas que las de Juan Pablo II en la Tertio millennio adveniente:

            “El 1998, segundo año de la fase preparatoria, se dedicará de modo particular al Espíritu Santo y a su presencia santificadora dentro de la comunidad de los discípulos de Cristo. “El Gran Jubileo, que concluirá el segundo milenio —escribía en la encíclica Dominum et vivificantem—, (...) tiene una dimensión pneumatológica, ya que el misterio de la Encamación se realizó por obra del Espíritu Santo. Lo realizó aquel Espíritu que —consubstancial al Padre y al Hijo— es, en el misterio absoluto de Dios uno y trino, la Persona-amor, el don increado, fuente eterna de toda dádiva que proviene de Dios en el orden de la creación, el principio directo y, en cierto modo, el sujeto de la autocomunicación de Dios en el orden de la gracia. El misterio de la Encarnación constituye la cumbre de esta dádiva y de esta autocomunicación divina”.

            La Iglesia no puede prepararse al cumplimiento bimilenario “de otro modo si no es por el Espíritu Santo. Lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede ahora surgir de la memoria de la Iglesia”.

            El Espíritu, de hecho, actualiza en la Iglesia de todos los tiempos y de todos los lugares la única Revelación traída por Cristo a los hombres, haciéndola viva y eficaz en el ánimo de cada uno: “El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho”(Jn 14,26)».

(JUAN PABLO II, Tertio millennio adveniente, 44.)

            El COMITÉ PARA EL JUBILEO DEL AÑO 2000 publicó con esta finalidad un libro de reflexión teológica, EL ESPÍRITU DE CRISTO, que tiene aportaciones muy interesantes sobre el Espíritu Santo. Me ha parecido oportuno transcribir el tema referente a EL ESPÍRITU SANTO Y CRISTO:

CAPITULO IV

EL ESPIRITU SANTO Y CRISTO

 
           
El acontecimiento del Gran Jubileo no reviste sólo un perfil cristológico, sino también pneumatológico (cf. DeV 50), en cuanto que es propio del Espíritu Santo ser el lugar personal donde se hace posible el encuentro. En la experiencia del Espíritu Santo es donde se opera la única mediación de Cristo, por el cual todo hombre puede ser introducido en la intimidad inaccesible del Padre. Se deduce que no es posible  desligar la tarea del Hijo de la misión del Espíritu:
como Cristo evidencia el papel del Espíritu en la au- tocomunicación de Dios y en la respuesta de la fe, así  el Espíritu llega a ser protagonista de la preparación y
de la venida de la Palabra en la historia. En otros términos, el Espíritu no revela nada de sí de manera autónoma si no es en relación con el Verbo de la vida. Esta es su acción que «en todo lugar y tiempo, más aún, en cada hombre, se ha desarrollado según el plan eterno de salvación, por el cual está íntimamente unida al misterio de la Encamación y de la Redención» (DeV 53).
            Conocer a Cristo, entonces, en el horizonte del Espíritu, significa fundamentar el saber de la fe en la experiencia y, en el Espíritu, del misterio de la Palabra hecha carne: «Ninguno puede decir “Jesús es Señor” sino bajo la acción del Espíritu Santo» (1 Cor 12,3).

1. JESUS POSEE EL ESPIRITU

La novedad que caracteriza la concepción neotestamentaria sobre el Espíritu Santo es la única y original relación entre Cristo y el Espíritu. El Espíritu es Espíritu de Cristo y es presupuesto y medio para conocer a Dios Trinidad. A El le ha sido confiada la misión de actualizar en el tiempo el designio amoroso de Dios que, a partir de la creación del universo, especialmente del hombre creado a «imagen y semejanza de Dios» y «hablando por medio de los profetas», manifiesta progresivamente el Logos de Dios en la historia. Y es el Espíritu quien, en la «plenitud de los tiempos», hace que se realice el vértice de autocomunicación de Dios con la humanización del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María (cf. Lc 1,35). El inicio biológico de Jesús es debido, por tanto, al Espíritu; por esto en el Credo confesamos: «fué concebido por obra del Espíritu Santo». En Jesús, por ello, se realiza plenamente el designio de Dios, el de unirse al hombre divinizándolo; por lo cual se puede afirmar que Jesús, en la potencia del Espíritu, es la unión perfecta de Dios y el hombre: «La obra del Espíritu “que da la vida” alcanza su culmen en el misterio de la encarnación. No es posible dar la vida, que está en Dios de modo pleno, si no es haciendo de ella la vida de un Hombre, como lo es Cristo en su humanidad personalizada por el Verbo en su unión hipostástica. Y, al mismo tiempo, con el misterio de la encarnación se abre de un  modo nuevo la fuente de esta vida divina en la historia de la humanidad: el Espíritu Santo. El Verbo, “primogénito de toda la creación”, es “el primogénito entre muchos hermanos”, y así llega a ser también la cabeza del cuerpo que es la Iglesia —que nacerá en la cruz y será revelada el día de Pentecostés—, y en la Iglesia, la cabeza de la humanidad: de los hombres de toda nación, raza, región y cultura, lengua y continente, que han sido llamados a la salvación. “La Palabra se hizo carne; (aquella Palabra en la que) estaba la vida, y la vida era la Luz de los hombres... A todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hjjos de Dio?’. Pero todo esto se realizó y sigue realizándose incesantemente “por obra del Espíritu Santo”» (DeV 52).

            El Nuevo Testamento evidencia dos momentos fundamentales en la relación entre el Espíritu y Cristo: antes de la Pascua el Espíritu  es dado a Jesús; después de la muerte y resurrección es Jesús quien da el Espíritu, inaugurando el tiempo escatológico que caracteriza el peregrinar de la Iglesia. Por esto se puede afirmar que Jesucristo, Verbo de Dios encarnado, existe en su concreción histórica por obra del Espíritu Santo. Desde su concepción, Jesús es ungido por el Espíritu. Pero con el Bautismo esta unción se manifiesta en su realidad más verdadera: Jesús es constituido  Hijo de Dios por nosotros y por nuestra salvación. Este es el Mesías. Esta investidura y consagración de Jesús por parte del Espíritu es manifestada por San Pedro en su discurso en casa de Cornelio: «Vosotros conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con El (Hech 10,37-38).


Desde ahora en adelante, toda acción de Jesús no será otra cosa que una «actualización» de la fuerza del Espíritu que conducirá casi de la mano al Salvador hacia su obra de salvación. Así, el primer acto del Espíritu después del Bautismo será el de «conducir» a Jesús al desierto para combatir y vencer al diablo (cf. Mt 4,1-11 y paralelos). El Espíritu Santo se manifestará en la vida pública de Jesús como fuerza de liberación de las potencias del mal, como en los milagros; y anuncio y testimonio de la unidad definitiva de la revelación de Jesús (cf. Lc 4,18-21; Jn 3,34). De modo particular, el evangelista Lucas expresará esta relación entre el Espíritu y Jesús en su oración al Padre. El himno de júbilo, como se llama a esta oración de Jesús, está introducido por el evangelista con las palabras: «En aquel mismo instante Jesús exclamó en el Espíritu Santo» (Lc 10,21), para testimoniar que, en su relación con el Padre, el Espíritu está siempre presente.

            Pero, sobre todo, en el momento de su muerte es cuando el Espíritu está presente. Según la Carta a los Hebreos (9,14-15), fue el Espíritu Santo el que suscitó el ofrecimiento sacrificial de Cristo en su muerte redentora, por lo cual el alma del verdadero sacrificio consiste en el ofrecimiento que El hizo de sí mismo. Ahora bien, Cristo «se ofreció a sí mismo» (y. 14) a Dios a través del cumplimiento generoso de su voluntad (cf. Heb 10,4-10), y esto sucedió bajo el impulso y con la fuerza del Espíritu Santo, que inspiró y sostuvo el sacrificio de Cristo porque El estaba en el origen de su caridad hacia Dios y hacia los hombres sus hermanos.

            La fuerza operante del Espíritu está presente y eficaz también en la resurrección de Jesús. Ciertamente, es el
Padre quien resucita a Jesús (cf. Rom 8,11; 1 Cor 6,14...), pero esto sucedió según el Espíritu Santo, porque «murió en la carne, pero volvió a la vida por el Espíritu» (1 Pe 3,18), como por otra parte sucederá en nuestra resurrección, que es una consecuencia directa de la de Cristo (cf. Rom 8,11). «La elevación mesiánica de Cristo por el Espíritu Santo alcanza su cumbre en la resurrección, en la cual se revela también como Hijo de Dios, “lleno de poder”(DeDeV 24). El mismo Espíritu que hizo nacer a Jesús es el mismo que lo resucita de entre los muertos, los constituye «último Adán», hombre definitivo, haciéndolo, a su vez, «espíritu dador de vida» (1 Cor 15,45).

II. EL CRUCIFICADO-RESUCITADO
DA GENEROSAMENTE EL ESPIRITU


Guante su vida terrena, Jesús,  con ocasión de la festividad de las Tiendas, promete que después de su resurrección, enviará el Espíritu a los creyentes (cf. Jn 7,37-39): «El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva» (v.37-38). Y el Evangelista comenta: «Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, pues Jesús no había sido todavía glorificado» (v.39). Juan desarrolla aquí la unión entre agua y Espíritu, que se encuentra en el Antiguo Testamento, hasta la identificación: el agua viva es símbolo del Espíritu, y Jesús, manantial de agua viva, es la fuente del Espíritu. Para Juan, la Palabra permanece ineficaz sin la intervención del Espíritu; por esto es necesario el don del Espíritu, para que la Palabra llegue a ser realmente salvífica. En este sentido afirma: «No estaba todavía el Espíritu, porque Jesús no había sido todavía glorificado» (v.39b), en el sentido de que no se había realizado todavía su plena donación a los creyentes; no se estaba todavía plenamente en el tiempo del Espíritu, así como El será experimentado en la Iglesia después de la Pascua.

La «Hora» de Jesús, el momento supremo establecido representa asimismo el momento de su glorificación, es la de su muerte-resurrección. En aquella hora, según el evangelio de Juan, Jesús, muriendo, «transmitió el Espíritu» (Jn19,30), expresión que históricamente significa devolver al Padre, mediante la muerte, aquel soplo vital que de El había recibido, pero que teológicamente indica también el don del Espíritu a los’ creyentes. En el cuarto evangelio, el último soplo vital de Jesús no quiere significar simplemente la muerte biológica, sino el Soplo del Espíritu que da la vida, anima la creación y todo ser viviente, también la Iglesia representada por María y el discípulo predilecto. Aquel Espíritu que El mismo ha recibido del Padre, Jesús lo da ahora a los creyentes, precisamente en el acto de su muerte redentora, como en el momento en el que, después de la resurrección, dirigiéndose a los Once, alentó sobre ellos y les dijo: «recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22). El les da su Espíritu para hacerlos hombres nuevos, capaces (de cumplir la misión a ellos confiada, de llevar a los hombres la misma vida que había recibido del Padre (Jn 6,57) y el mismo amor que el Padre tiene por El. Todo acontece de manera sobreabundante en el día de
Pentecostés, como atestigua San Pedro en su primer discurso: «Pues bien, Dios resucitó a este Jesús y todos nosotros somos testigos. Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido y lo ha derramado. Ésto es lo que estáis viendo y oyendo» (Hech 22,32-33).

            El Crucificado-Resucitado, gracias a su existencia en el Espíritu, puede actuar en los suyos, y los discípulos, en Cristo, pueden experimentar en su vida la potencia del Paráclito. No es nada extraño que Juan llame, al Espíritu Santo, Paráclito. Como atestiguan algunos textos rabínicos, el término indica «intercesor», un «defensor» de los hombres ante el tribunal de Dios. Para Juan, este deber es propio del Espíritu, que, en el conflicto entre la Iglesia y el mundo, convencerá (cf. Jn 16,8) a este último de su culpabilidad e incapacidad para creer en Dios, y continuará haciendo presente y actual a Cristo y el ofrecimiento de comunión del Padre.

            La enseñanza del Espíritu, que envuelve toda la vida terrena de Jesús, y la del Jesús glorificado que envía a los creyentes su Espíritu, llega a ser en los primeros siglos objeto de predicación y de catequesis. San Basilio, después de haber recordado que en la historia de la salvación «todo se ha realizado mediante el Espíritu», fijándose particularmente en Jesús, afirma: «Desde el principio él estuvo con la misma carne del Señor, haciéndose crisma inseparable... Continuamente toda acción de Cristo se viene cumpliendo bajo la asistencia del Espíritu. Estaba presente cuando Cristo fue sometido a la tentación del demonio... Le estaba todavía presente inseparablemente mientras realizaba los milagros... Después de la resurrección de los muertos no lo abandonó nunca, y para renovar al hombre y devolverle la gracia del soplo de Dios, que había perdido, soplando sobre el rostro de los discípulos, ¿qué les dice?: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20,22-23)». (El Espíritu Santo, XVI, 39). Y San Gregorio Nacianceno, aún más sintéticamente, afirma: «Cristo nace y el Espíritu lo precede; es bautizado y el Espíritu lo testifica; es sometido a la prueba y él lo conduce a Galilea; realiza milagros y lo acompaña; sube al cielo y el Espíritu le sucede» (Discursos, Xxxi, 29).

            Brevemente la finalidad última de la encamación, además de la glorificación del Padre, consiste en comunicar el Espíritu a los hombres: «Cristo nos ha rescatado de de la maldición... para que en el nosotros recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe» (cf. Gal 3,13-14). De esto se hace eco San Atanasio (376), que testifica de modo lapidario: «El Verbo ha asumido la carne para que nosotros pudiéramos recibir el Espíritu Santo; Dios se ha hecho portador de la carne para que el hombre pueda ser portador del Espíritu» (Discurso sobre hi encarnación del Verbo, 8). Asimismo, también Simeón el Nuevo Teólogo dice: «Esta era la finalidad y destino de toda la obra de nuestra salvación, realizada por Cristo: que los creyentes recibieran al Espíritu Santo» (Catequesis, VI). Y otro místico tardío bizantino, Nicolás Cabasilas (ca. 1397/1398), se pregunta: «Cuál es la finalidad de los sufrimientos de Cristo, de sus enseñanzas y de sus acciones? Si se lo considera en relación a nosotros, no es otra cosa que la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia» (Explicaciones de la divina lituigia, 37). He aquí por qué Cristo puede ser llamado por los Padres el gran Precursor del Espíritu Santo. Por lo demás, el mismo Jesús había dicho a sus discípulos: «Os conviene que yo me vaya. Porque si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros; pero si me fuere, os lo enviaré» (Jn 16,7). Por eso la Ascensión de Cristo se puede considerar como la epíclesis («invocación», o sea, intercesión al Padre para que envíe al Espíritu) por excelencia: en respuesta a la invocación del Hijo, el Padre envía al Espíritu en Pentecostés y continúa enviándolo para constituir el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. «Puesto que el Espíritu Santo es la Unción de Cristo, es Cristo, cabeza del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros para nutrirlos, curarlos, organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión por el mundo entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu Santo y Santificador a los miembros de su Cuerpo» (CEC 739).

III. CONCLUSION


            Una realidad que no se debería olvidar nunca en esta celebración de los 2000 años de la redención cristiana es que «la Redenciónes realizada totalmente por el Hijo, el Ungido, que ha venido y actuado con el poder del Espíritu Santo, ofreciéndose finalmente en sacrificio supremo sobre el madero de la cruz. Y esta Redención, al mismo tiempo, es realizada constantemente en los corazones y en las conciencias humanas
—en la historia del mundo— por el Espíritu Santo, que es el «otro Paráclito» (DeV 24).

            Puesto que en el Gran Jubileo se hace memoria de todo el misterio de Cristo, es necesario que se recupere plenamente también, y sobre todo, el sentido de la resurrección. El Espíritu Santo hace presente hoya Cristo resucitado y comunica la vida en Cristo resucitado. Ciertamente, el Espíritu revela la “locura de la cruz» (cf. 1 Cor 2,6-16), pero ésta no es fin en sí misma, porque revela el inmenso amor de Dios y el significado del Evangelio como anuncio de la salvación realizada por Cristo crucificado. Se trata, en otras palabras, de acoger el corazón del Evangelio, es decir, la otra lógica de Dios, que es opuesta a la de los hombres. Es la lógica evangélica, según la cual la vida nace de la muerte, se reina sirviendo, se llega a ser libres y felices en la medida en que somos capaces de donarnos a los otros sin cálculo y sin medida, según el testimonio ofrecido por Cristo. La resurrección indica que la esperanza cristiana no se fundamenta en cualquier futuro, sino sobre la fidelidad de Dios, caracterizada por el Amor definitivo. Creyendo que el amor no tendrá nunca fin (cf. 1 Cor 13,8), el cristiano hace experiencia de una historia abierta a la nueva alianza, porque está encaminada hacia aquella libertad de la muerte y del pecado que aprisiona las esperanzas del hombre. El nuevo ser en Cristo se expresa en la justicia, en la paz, en la vida, ante lo cual la muerte no tiene poder alguno, porque el Espíritu de Cristo ha entrado definitivamente en el corazón de la historia.

De la misma manera que el Espíritu penetra totalmente la existencia terrena y escatológica de Cristo, así obra en relación al creyente, el cual es «cristiano» en cuanto que participa de la «Unción» de Jesús, es decir, del Espíritu Santo. El hombre creyente y bautizado está lleno del Espíritu Santo, que lo transfigura en Cristo; por tanto, su vida en Cristo es posible sólo porque y en cuanto es vida en el Espíritu: «La comunión con Cristo es el Espíritu Santo», afirma San Ireneo (Contra las herejías, III, 24). He aquí la necesidad de «vivir en el Espíritu», para poder llegar a ser cristiformes, porque sólo el Espíritu viviente en el corazón del hombre puede, a su vez, revelar a Cristo a través de El. Se puede decir, por tanto, que el hombre viene a ser testimonio de Cristo, en cuanto que está «invadido por el Espíritu» y, por tanto, su portador. Se puede llegar a ser imagen de Dios en Cristo sólo en el Espíritu: como Cristo es la imagen del Padre, así el Espíritu es la imagen del Hijo; por tanto, teniéndole a El se tiene también al Hijo. «La comunicación del Espíritu Santo —afirma Cirilo de Alejandria— da al hombre la gracia de ser modelado según la plenitud de la imagen de la naturaleza divina», y «Aquel que recibe la imagen del Hijo, es decir, el Espíritu, posee por ello mismo en toda su plenitud al Hijo y al Padre que están en él» (Tesoro sobre la Trinidad, 13).

CAPITULO V

EL ESPIRITU SANTO Y LA IGLESIA

            «Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está también la Iglesia y toda gracia», afirma San Ireneo, y explica el motivo: «A la Iglesia, de hecho, le ha sido confiado el Don de Dios, como soplo a la creatura formada, a fin de que todos los miembros, participando en él, sean vivificados; y en ella ha sido depositada la comunión con Cristo, es decir, el Espíritu Santo, prenda de incorruptibilidad, confirmación de nuestra fe y escalera de nuestra subida a Dios» (Contra las herejías, III, 24,1).
La relación entre el Espíritu y la Iglesia, como la del Espíritu y Cristo, no es de tipo externo o de sola «asistencia» de la Iglesia, sino una relación esencial tal que constituye a la Iglesia. «La Iglesia —afirma San Ambrosio— ha sido construida por el Espíritu Santo» (El Espíritu Santo, II, 110). Ella, en cuanto Cuerpo de Cristo, es decir, los muchos que llegan a ser un solo cuerpo, es obra del Espíritu Santo: es, en efecto, el misterio de la unidad entre el «uno» (Cristo) y los «muchos» (los creyentes, sus miembros), y esta unidad es la Iglesia; así pues, la obra del Espíritu es edificar la Iglesia en la unidad. La Iglesia es misterio de comunión en la fuerza del Espíritu de comunión. Para el Espíritu, constituir la Iglesia no es un hecho estático, sino dinámico, que envuelve personalmente a cada miembro de la Iglesia, la cual se renueva continuamente a través de la palabra, los sacramentos, los carismas y los ministerios, y sobre todo a través de la caridad.

 

4. Sólo el apóstol «espiritualizado» puede evangelizar con eficacia

            El Espíritu quiere la colaboración del hombre para que pueda «irradiar» el Evangelio a través de los hombres «espirituales». He aquí por qué la evangelización requiere la disponibilidad a la acción del Espíritu. «Evangelizadora, la Iglesia —afirma Pablo VI— comienza por evangelizarse a si misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor» (EN 15). Es sugestivo hacer alusión aquí a la imagen del cristal, que irradia en su entorno la luz del sol y que San Basilio asume cuando quiere expresar que el alma debe ser «nítida» para poder reflejar la luz del Espíritu y la verdad de la fe: «Es como los cuerpos muy transparentes y nítidos que, al contacto de un rayo, se hacen ellos también muy luminosos y emanan de sí nuevo brillo; así las almas que tienen en sí el Espíritu y que son iluminadas por el Espíritu llegan a ser también ellas santas y reflejan la gracia sobre los otros» (El Espíritu Santo, IX, 23). Esto es particularmente necesario porque evangelizar no significa anunciar meras verdades abstractas, sino la Verdad, la Persona de Cristo con la cual el hombre está invitado a ponerse en comunión y que sólo el Espíritu puede permitir que se realice hasta la unión esponsal. El evangelizador está llamado así a colaborar con el Espíritu a fin de que se realice este milagro, y cuanto más dócil sea su colaboración con el Paráclito, tanto más eficaz será la evangelización. «Los apóstoles —afirma San Juan Crisóstomo— no descendieron de la montaña como Moisés, llevando en sus manos tablas de piedra; ellos salieron del cenáculo llevando el Espíritu Santo en su corazón y ofreciendo en todas partes los tesoros de sabiduría, de gracia y dones espirituales como de una fuente desbordante: se fueron, de hecho, a predicar por todo el mundo, casi como si fueran ellos mismos la ley viviente, como si fuesen libros animados por la gracia del Espíritu Santo» (Homilías sobre el Evangelio de Mateo, I).

            Por otra parte, la evangelización tiene la finalidad de crear comunidades, donde «el Espíritu mueve al grupo de los creyentes a “hacer comunidad”, a ser Iglesia. Tras el primer anuncio de Pedro el día de Pentecostés y las conversiones que se dieron a continuación, se forma la primera comunidad (cf. Hech 2,42-47; 4,32-35). En efecto, uno de los objetivos centrales de la misión es reunir al pueblo en la escucha del Evangelio, en la comunión fraterna, en la oración y en la Eucaristía» (RM 26).


VL CONCLUSION

A la luz de estas consideraciones, podemos decir que el Gran Jubileo llega a ser una ocasión única para descubrir el misterio de la Iglesia, subrayando a la luz del Espíritu su vocación evangelizadora en el anuncio del Evangelio al mundo. Con ello se pone en evidencia el papel del Espíritu en la edificación de la Iglesia: «Porque el Espíritu Santo es común al Padre y al ¡-lijo y ellos han querido que tengamos comunión entre nosotros y con ellos, es decir, en el Espíritu Santo, que es Dios y don de Dios... En efecto, en El, el pueblo de Dios se reúne en la unidad... La Iglesia es obra propia del Espíritu Santo y fuera de ella no existe remisión de los pecados» (SAN AGUSTÍN, Discursos, LXXI). Redescubrir el papel del Espíritu Santo significa, entonces, comprometer a todos los creyentes en el píritu Santo se desarrollen en nosotros, es necesario que Cristo nazca en nosotros» (Contra Bunomio, III). Hacer nacer a Cristo en sí, como María, sería el modo mejor de celebrar el Gran Jubileo, la gran memoria de estos 2.000 años desde el nacimiento de Cristo de Maria Virgen por obra del Espíritu Santo.

Será conveniente retomar aquí el texto de una preciosa oración escrita por San Ildefonso de Toledo que se refiere, precisamente, al nacimiento de Cristo en el alma a través del Espíritu: «Te pido, Te pido, oh Virgen Santa, que yo obtenga a Jesús de aquel Espíritu de quien tú misma lo has engendrado. Reciba mi alma a Jesús por obra de Aquel Espíritu, por el Cual tu carne ha concebido al mismo Jesús... Que yo ame a Jesús con Aquel mismo Espíritu en el Cual tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo» (La viinidad petpetua de María, 12).

CAPITULO VII

EL ESPIRITU SANTO EN LA LITURGIA

            La obra de la salvación humana se ha realizado por obra de Jesucristo: es El quien se encarnó, nació, vivió, murió y resucitó por cada hombre. Pero todo esto se ha cumplido con la fuerza del Espíritu Santo.

            Y porque las acciones salvíficas de Cristo se han cumplido hace veinte siglos, «tarea» del Espíritu es hacer visiblemente presente a Cristo resucitado «a través de los signos» para que los hombres se hagan «contemporáneos» de sus acciones salvíficas: nacimiento, vida, enseñanzas, milagros y, sobre todo, su muerte y resurrección. Pues bien, las acciones capaces de actualizar los «misterios» (acciones salvíficas) de Cristo en el «hoy» de la Iglesia se llaman sagrada liturgia. En ella, que «es la recapitulación de toda la economía de la salvación», como afirma Teodoro Studita (826) (cf. Antirrético, 1, 10), la acción del Espíritu es más evidente que nunca, y aún más, en ella se encuentra la confirmación de cuanto se está diciendo. Efectivamente, en la liturgia es toda la Santa Trinidad la que actúa: el Hijo encarnado es el centro viviente, el Padre es el origen primero y el fin último y el Espíritu Santo es el que hace presente a Cristo en el hoy de la Iglesia.

            «En la Liturgia, el Espíritu Santo es el pedagogo de la fe del Pueblo de Dios, el artífice de las “obras maestras de Dios” que son los sacramentos de la Nueva Alianza. El deseo y la obra del Espíritu en el corazón de la Iglesia es que vivamos de la vida de Cristo resucitado. Cuando encuentra en nosotros la respuesta de fe que El ha suscitado, entonces se realiza una verdadera cooperación. Por ella, la Liturgia viene a ser la obra común del Espíritu Santo y de la Iglesia. En esta dispensación sacramental del misterio de Cristo, el Espíritu Santo actúa de la misma manera que en los otros tiempos de la Economía de la salvación: prepara a la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea; hace presente y actualiza el misterio de Cristo por su poder transformador; finalmente, el Espíritu de comunión une la Iglesia a la vida y a la misión de Cristo» (CEC 1091-1092). Será útil reflexionar más detalladamente sobre esta acción del Espíritu Santo en la Liturgia.

1. EL ESPIRITU SANTO, ALMA DE LA LITURGIA


            1. La Liturgia perpetúa Pentecostés

 
            La Liturgia es llamada «el sacramento del Espíritu» porque, como en el día de Pentecostés, llena de sí mismo todas las acciones litúrgicas. Precisamente, por esta previa presencia del Espíritu, la Liturgia viene a ser el lugar donde es ofrecido Cristo. Todos los misterios de la vida de Cristo, y especialmente su Misterio Pascual —pero se puede decir toda la historia, desde la creación hasta la segunda venida de Cristo—, llegan a ser para el creyente actuales y eficaces en la liturgia. El Espíritu Santo operante en el «tiempo» (llamado también «tiempo del Espíritu») es el que hace a Cristo nuevamente vivo  en medio de los suyos. Por la fuerza vivificante del Espíritu, la memoria de la Pasión y de la Pascua de Cristo no representan simplemente un recuerdo piadoso y una inmersión en el pasado: la realidad del pasado y la anticipación del futuro llegan a ser «anámnesís», «memorial», es decir, representación viva y real, vivida en el presente de la historia. El creyente «hoy», por el Espíritu, está proyectado hacia el punto de encuentro del tiempo con la eternidad y llega a ser contemporáneo de los misterios de la salvación.

            Con la llamada epíclesis, la Iglesia invoca la presencia del Espíritu en la liturgia para que se ritualicen los misterios de la salvación. Esto se realiza durante la acción litúrgica cuando el sacerdote, a través de esta súplica (epíclesis), invoca al Padre para que envíe su Espíritu y haga presente, en los signos y en las palabras, a Cristo y sus acciones salvíficas (los sacramentos), para la gloria de Dios y la santificación de los hombres. «Presta atención —afirma San Ambrosio— que es Dios quien da el Espíritu Santo. No se trata de una obra humana: el Espíritu no viene dado por un hombre, sino que es invocado por el sacerdote y transmitido por Dios, y en eso consiste el don de Dios y el ministerio del sacerdote» (El Espíritu Santo, 1, 90). Cristo, después de su paso al Padre, retorna y está presente en el Espíritu, por el cual la presencia de Cristo en la liturgia está ligada a la potencia de la epíclesis, siempre escuchada por el Padre. Esto sucede de modo particular en la Eucaristía; pero toda la liturgia y los mismos  sacramentos existen y actúan sólo bajo el signo y la eficacia de la epíclesis, que hace de la liturgia un Pentecostés perenne.

2. El Espíritu, en la liturgia, hace presente el pasado

            «La liturgia cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes. El Misterio pascual de Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el único misterio» (CEC 1104). He aquí por qué, en las fiestas de Navidad, se puede cantar en verdad y no ficticiamente: «Hoy Cristo ha nacido», porque, como dice San León Magno (461), «Todo lo que era visible en Cristo ha pasado a los sacramentos de la Iglesia [en la liturgia» (Sermones, LXXIV, 2). Ahora bien, en el lenguaje teológico, celebrar el pasado haciéndolo presente a través de la acción del Espíritu, es llamado anámsesis, que significa «recuerdo». Sólo que el Espíritu en la liturgia no se limita a «recordar» con la Palabra a la asamblea lo que Cristo ha hecho por el pueblo, sino que lo hace actualmente presente en la celebración.


3. El Espíritu, en la liturgia, hace pregustar el futuro

            Los hermanos ortodoxos definen la liturgia como el «cielo en la tierra». Ella, efectivamente, no es otra cosa que un «icono» de la liturgia celestial celebrada por el Sumo y Eterno Sacerdote, Cristo el Señor (cf. Carta a los Hebreos). La anámnesis, por tanto, no es sólo celebración-recuerdo de las realidades pasadas, sino también de los acontecimientos futuros, es decir, del Reino de Dios que viene: «El poder transformador del Espíritu Santo en la liturgia apresura la venida del Reino y la consumación del misterio de la salvación. En la espera y en la esperanza nos hace realmente anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa» (CEC 11 07). Por esto, la liturgia es signo prefigurado que indica, en el futuro del Reino de Dios, el término último de la salvación.

4. El Espíritu, en la liturgia, reúne a los fieles en la unidad

            La liturgia, especialmente la Eucaristía, es la sinaxis, es decir, la asamblea de los fieles, los cuales, antes dispersos y desunidos, se reúnen como los apóstoles en Pentecostés «todos juntos en un mismo lugar» (Hech 2,1). El «reunir juntos en la unidad», es decir, en la Iglesia(asamblea, pueblo reunido), es obra del Padre y se realiza haciéndose Cuerpo de Cristo, pero es el Espíritu el que amalgama en unidad al pueblo disperso porque, comunicándose personalmente a cada uno, transforma a muchos en Cuerpo vivo de Cristo. El es, así, el creador del Pueblo de Dios, el Pueblo del nuevo y perpetuo culto al Padre, Templo vivo y lugar por excelencia de la glorificación de la Trinidad: «Nosotros rendimos culto movidos por el Espíritu de Dios», afirma San Pablo (Fil 3,3). «La finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El mismo Espíritu es como la savia de la viña del Padre que da su fruto en los sarmientos (cf. Jn 15,1-17; Gál 5,22). En la liturgia se actúa la cooperación más íntima entre el Espíritu Santo y la Iglesia. El, el Espíritu de comunión, permanece indefectiblemente en la Iglesia y por eso la Iglesia es el gran sacramento de la comunión divina que reúne a los hijos de Dios dispersos. El fruto del Espíritu en la liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y comunión fraterna» (CEC 1108).

CAPITULO VIII

EL ESPIRITU EN LA VIDA
DEL CRISTIANO

Si, por un lado, no es sencillo decir quién es el Espíritu Santo, por otro, se puede constatar su acción en la vida de aquellos que se dejan transformar por El. El Espíritu, efectivamente, transforma y transfigura de tal modo la vida del cristiano, opera un cambio tan profundo en su ser, que no puede pasar inadvertido. Los Padres del desierto, cuando querían subrayar que un monje o cualquier bautizado era un hombre de Dios, decían simplemente que era un «pneumatoforo», es decir, un portador del Espíritu. La «pneumatoforía» (portar al Espíritu) caracteriza a aquel que vive bajo la ley de la Alianza, el hombre redimido que pasa del viejo modo de ser al nuevo, redimido por Jesucristo. Por el contrario, el hombre irredento es aquel que se ha separado del Espíritu, por lo cual las tinieblas se precipitan en su existencia, se aleja de Dios y, «separado y extraño», permanece «sin Dios en este mundo» (Ef 2,12; 4,18). «Nosotros —escribe San Atanasio— sin el Espíritu somos extraños y lejanos de Dios; si, por el contrario, participamos del Espíritu nos unimos a la divinidad» (Discursos contra los arrianos, III, 24).

            Ahora, después de haber tratado sobre la misteriosa  acción del Espíritu en la vida del hombre en general y del cristiano en particular, buscaremos explicitar el significado de su acción transformadora en la vida del cristiano que se deja «trabajar» por aquel que continúa esculpiendo la imagen de Cristo en cada bautizado.

1. EL ESPIRITU HACE PARTICIPES DE LA VIDA DIVINA

            «La gracia del Espíritu Santo tiene el poder de santificarnos, es decir, de limpiarnos de nuestros pecados, y comunicarnos “la justicia de Dios por la fe en Jesucristo” (Rom 3,22) y por el Bautismo... Por el poder del Espíritu Santo participamos en la pasión de Cristo, muriendo al pecado y, en su Resurrección, naciendo a una vida nueva; somos miembros de su cuerpo que es la Iglesia (cf. 1 Cor 12), sarmientos unidos a la vid que es él mismo» (CEC 1987-1989).

            La tradición de la Iglesia llama a esta obra santificadora del Espíritu «divinización» o «deificación», expresión, esta última, usada especialmente por la tradición del cristianismo oriental que la enlaza expresamente con la acción del Espíritu Santo. Afirma a este propósito Juan Pablo II: «En la divinización… la teología oriental atribuye un papel particular al Espíritu Santo; por la fuerza del Espíritu que mora en el hombre, la deificación comienza ya en la tierra, la creatura es transfigurada y el reino de Dios es inaugurado» (OL 6). Las palabras del Pontífice son el eco de las de Atanasio: «Por medio del Espíritu, todos nosotros somos llamados partícipes de Dios... Entramos a formar parte de la naturaleza divina mediante la participación en el Espíritu... He aquí por qué el Espíritu diviniza a aquellos en quienes se hace presente» (Cartas a Serapión, 1, 14).

            La presencia del Espíritu en el hombre se puede llamar también «gracia santificante», porque, si es cierto que los cristianos son «partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1,4), esto es posible «mediante la santificación del Espíritu» (cf. 1 Pe 1,2), como afirma la Carta a los Efesios: «Tenemos acceso al Padre por medio de Cristo en el Espíritu» (cf. Ef 2,1 8). Ser santo significa participar en la naturaleza de Dios por medio de Cristo en el Espíritu Santo. El Padre y el Hijo están implicados también ellos en la santificación de de los hombres (cf. 1 Cor 12,4-6), pero es en el Espíritu Santo en el que los hombres, que no poseen una santidad sustancial como Dios, pueden llegar a serlo por participación. Sin el Espíritu, nosotros quedaríamos como «extranjeros y huéspedes»; en El, en cambio, llegamos a ser «conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (cf. Ef 2,19).

            Esta realidad obedece, efectivamente, a la dinámica de la vida que está en continuo crecimiento, porque el Espíritu Santo se introduce en el hombre Como germen [o semilla] de vida» (cf. 1 Jn 3,9; cf. IRENEO, contra las herejías IV, 31,2) que poco a poco, con la colaboración del mismo hombre, se desarrolla hastatransformar al cristiano haciéndolo «otro Cristo». Santo Tomás explica la filiación divina de los cristianos afirmando: «La semilla espiritual que procede del Padre es el Espíritu Santo», y citando la primera Carta de Juan (3,9) (In Rom. c.8 lect.3), dice: «La semilla espiritual es la gracia del Espíritu Santo» (In Gálc.3 lect.3). El Espíritu, por tanto, injertándose en los fieles como «semilla de vida» hace nacer la «vida en Cristo» resucitado. Es un proceso de cristificación en el Espíritu que tiene un inicio, una finalidad y unos medios que conducen a su maduración, a su defensa y eventualmente a su recuperación.

II. EL ESPÍRITU DISPONE A LA ACOGIDA DE LA VIDA DIVINA CON LA FE

             Dios Padre, por medio del Espíritu Santo, hace que Cristo habite en el corazón del hombre, es decir, allí donde nace su opción fundamental: «En El [en Cristo] también vosotros —que habéis escuchado la verdad, la extraordinaria noticia de que habéis sido salvados, y habéis creído— habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido» (Ef 1,13). La fe, don amoroso de Dios (Ef 2,8), no es otra cosa que aquella sublime realidad a partir de la cual es dado el Espíritu y, en consecuencia, la vida en Cristo.

            Hay una constante en el Nuevo Testamento, especialmente en San Pablo, según la cual no se puede adherir a la predicación del Evangelio sin el don de la fe que es concedida «con la fuerza del Espíritu Santo (cf. Rom 15,19; Gál 3,1-5; 1 Cor 6,11; 1 Tes 1,4-5). «Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo» (CEC 154), porque se trata de aquella fe viva que envuelve la totalidad del hombre y transforma su vida en «vida de fe». Expresa la Dei Verbum: «Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad. Para que el hombre pueda comprender cada vez más profundamente la revelación, el Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe con sus dones» (DV 5). El Espíritu, por tanto, nutre, profundiza, interioriza y personaliza cada vez más esta fe, vivificando y activando la palabra de la predicación (cf. 1 Tes 11,5; 4,8; 1 Pe 1,12), ayudando en la escucha de la palabra (Hech 1,8), y desvelando el sentido de la Escritura (cf. 2 Cor 3,14-15): de este modo El rinde testimonio de Jesús para poder acogerlo en la fe (cf. Jn 15,26; Hech 1,8; Ap 19,10).

            El primer efecto de este proceso de animación de la fe por parte del Espíritu es el de adherir al hombre a la Persona de Cristo con todo el propio ser, aceptándolo como Señor y Maestro de la propia vida, como se lee en el Catecismo: «No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque nadie puede decir: “Jesús es Señor sino bajo la acción del Espíritu Santo” (1 Cor 12,3). “El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios... Nadie ha podido conocer jamás lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Cor 2,10-11). Sólo Dios conoce plenamente a Dios. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios» (CEC 152). La fe, por otra parte, aun presuponiendo la colaboración de la libertad humana, es un don de Dios y, como todo don, nos es dado generosamente por el Espíritu. San Agustín lo dice explícitamente: «El hecho de creer y actuar nos pertenece en razón de la libre elección de nuestra voluntad y, sin embargo, lo uno y lo otro viene dado por el Espíritu de fe y de caridad» (Retractaciones, 1, 23,2). Está claro, entonces, que «para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu  Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede “a todos gusto en aceptar y creer la verdad”» (DV 5).

            Así, el cristiano, animado por la fe, cambia totalmente la actitud frente al mundo y a la realidad, mirando e interpretando cada cosa a través de los ojos del Espíritu. El es quien ayuda a discernir cuanto en la historia se opone al plan de salvación y quien abre el corazón a los misterios de Dios, de forma que veamos la vida, los acontecimientos y toda la historia bajo su luz. Se puede comprender sobre todo el misterio de la Cruz, que, de otra manera, seria locura para la simple razón humana. «Nosotros —afirma San Pablo- no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido. De éstos os hemos hablado y no con estudiadas palabras de humana sabiduría sino con palabras aprendidas del Espíritu, adaptando a los espirituales las enseñanzas espirituales, pues el hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios; son para él locura y no puede entenderlas, porque hay que juzgarlas espiritualmente» (1 Cor 2,12-14). Bajo la acción del Espíritu el cristiano percibe que la lógica de la fe no está basada sobre la «sabiduría humana», sino «sobre la manifestación del Espíritu y de su fuerza», sobre la cual se fundamenta su fe (cf. 1 Cor 2,2-5). Se trata, en otras palabras, de tomar el corazón del Evangelio, es decir, la lógica propia de Dios, que es opuesta a la de los hombres, según la cual la vida nace de la muerte, se reina sirviendo, se es libre y feliz en la medida en la cual se es capaz de donarse a los otros sin cálculos ni medida, en la misma línea trazada por Cristo con su comportamiento.

            Cirilo de Jerusalén describe así el modo nuevo con el cual el creyente ve todo en el Espíritu, capaz de interpretar la historia de los hombres: «Así como uno que estaba primero en las tinieblas, después de haber visto de improviso el sol, tiene los ojos del cuerpo iluminados y ve claramente lo que no veía, así, quien se ha hecho digno de recibir al Espíritu Santo, tiene el alma iluminada y ve en modo sobrehumano lo que no veía. El cuerpo está sobre la tierra, el alma contempla los cielos como en un espejo..., el hombre, tan pequeño, extiende la mirada sobre el universo desde el primer inicio hasta el final, en los tiempos intermedios y en la sucesión de los reinos. Viene a conocer lo que ninguno le ha enseñado, porque tiene junto a él quien lo ilumina» (Catequesis, XVI, 16).

III. EN EL ESPIRITU SE LLEGA A SER HIJOS
EN EL HIJO

            Aquel germen de vida injertado en el cristiano por el Espíritu, acogido y hecho crecer a través de la fe y los sacramentos, es la vida filial, en virtud de la cual el cristiano, incorporado por el Espíritu a Cristo, que es Hijo de Dios por naturaleza, llega a ser en El hijo del Padre por gracia. Los cristianos «a través del Espíritu suben al Hijo y a través del Hijo al Padre>) (SAN IRENEO, Contra las herejías, V, 36,2); llegan a ser, como dicen los Padres, «hijos en el Hijo». San Cirilo de Jerusalén no se cansaba de repetir a aquellos que se preparaban para el bautismo: «Somos, de hecho, dignos de invocarlo como Padre por su inefable misericordia. No por nuestra filiación según la naturaleza del Padre celestial, sino por gracia del Padre, mediante el Hijo y el Espíritu Santo hemos sido transferidos del estado de esclavitud al de filiación» (Catequesis, VII, 7). El mismo explica, de forma teológica más elaborada esta participación del hombre en la filiación divina, poniendo en evidencia el papel específico de Cristo y el del Espíritu: «Cristo es el Hijo único y simultáneamente el hijo primogénito. El es el Hijo único como Dios; es el hijo primogénito para la unión salvífica que El ha establecido entre nosotros y El, llegando a ser hombre. Como consecuencia de ello, nosotros en El y por medio de El, somos hechos hijos de Dios, por naturaleza y por gracia. Por naturaleza lo somos en El y sólo en : El; por participación y por gracia lo somos mediante El, en el Espíritu» (Alocuciones sobre la fe recta, XXX, 27).

            No nos debemos dejar engañar, hacen notar los escritores eclesiásticos, por la expresión «hijos adoptivos»: no se trata de una ficción juridica, sino de una «realidad todavía más profunda que la misma generación física: «Este es el gran bien de la gloriosa adopción filial. Esta no consiste en un puro sonido verbal, como las adopciones humanas, y no se limita a conferir el honor del nombre. Entre nosotros, los padres adoptivos transmiten a sus hijos sólo el nombre, y sólo por el nombre del padre es oficialmente su padre: no hay ni nacimiento ni dolores de parto. Al contrario, aquí se trata de verdadero nacimiento y de verdadera comunión con el Unigénito, no sólo en el nombre, sino en la realidad: comunión de sangre, de cuerpo y de vida. Cuando el Padre mismo reconoce en nosotros los miembros del Unigénito y descubre en nuestros rostros la efigie del Hijo, ¿qué más podemos ser?... Pero, ¿por qué hablo de la filiación adoptiva? La adopción divina establece un vínculo más estrecho y connatural que la filiación fisica, hasta tal punto que los cristianos regenerados por los misterios son hijos de Dios más que de los progenitores, y entre las dos generaciones media una distancia aún más grande de la que hay entre generación fisica y filiación adoptiva» (N. CABASILAS, La vida en Cristo, VI).

 

1. La «vida en Cristo», en el Espíritu,
se expresa en una vida filial

            El Espíritu no sólo hace hijos en el Hijo», sino que favorece tal experiencia concediendo los sentimientos filiales expresados sobre todo en la oración: «Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Habéis recibido no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adop- tivos, que nos hace gritar: “Abbá!” (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde que somos hijos de Dios» (Rom 8,14-16; cf. También 4 Gál 4,4-7). Para San Pablo, por tanto, el Espíritu además de hacer a los hombres hijos de Dios, gratificándolos con el don de la adopción, da también la experiencia de serlo, llevándolos a invocarlo dulcemente como Padre y dando testimonio de la adopción divina: «Con el Espíritu Santo, que hace espirituales, está la readmisión al cielo, el retorno a la condición de hijo, 
el atrevimiento de llamar a Dios Padre, el llegar a ser partícipes de la gracia de Cristo, el ser llamado hijo de la luz y compartir la gloria eterna» (SAN BASILIO, El Espíritu Santo, XV, 36).

            El cristiano está verdaderamente redimido cuando deja que el Espíritu infunda dentro de él el espíritu filial —espíritu de libertad y de incondicional confidencia—; es decir, cuando se siente como un niño que tiene absoluta necesidad del padre a quien dirigir su plegaria filial, y que por sí solo no puede decir ni siquiera «papá». Entonces será el mismo Espíritu quien, como una madre presurosa, le ayudará a gritar con inmensa ternura: «Abbá, Padre!». En efecto, si en Rom 8,15 se dice que son los hijos los que «gritan: Abbá», en Gál 4,6 se dice: «Y por ser hijos envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: Abbá, Padre».

            Esta disposición de ánimo filial no es, por tanto, algo superficial que toca sólo la esfera emotiva, sino que brota de lo íntimo de la persona y es originada por el descubrimiento de la paternidad de Dios, tal como fue revelada por Cristo: paternidad divina no en el sentido metafórico, sino real y auténtico. De este modo, el Espíritu hace tomar viva conciencia de la condición de hijos de Dios, un descubrimiento éste que implica las energías más íntimas del Espíritu, haciendo crecer y transformar a toda la persona. En la experiencia de la filiación divina, el Espíritu revela al hombre a sí mismo como «creatura nueva» (Gál 6,15; 2 Cor 5,17), haciéndole acoger con estupor el sentido radicalmente nuevo de su existencia de creyente.

            Tal disposición filial se expresa, existencialmente, además de en la oración filial, también y sobre todo en la obediencia filial. Al seguimiento de Jesús, cuya existencia coincide con el ser hijo, y esto en la identificación con la voluntad del Padre («mi comida es hacer la voluntad de aquel que me ha enviado y llevar a cabo su obra», Jn 4,34; 6,38), la vida filial del cristiano bajo la guía del Espíritu será una constante búsqueda de la voluntad del Padre para conformarse con ella, por amor y no por temor, porque el Espíritu es Aquel que libera del temor del esclavo e introduce en la gloriosa libertad de los hijos de Dios (Rom 8,14-16; Gtl 4,4-7). Así, en esta continua conformación con el Hijo crece la imagen del Hijo y, paralelamente, también los sentimientos filiales: «El Señor es Espíritu, y donde esta el Espíritu del Señor esta la libertad. Todos nosotros, a cara descubierta, reflejamos como espejos la gloria del Señor y nos transformamos en la misma imagen, de gloria en gloria, como movidos por el Espíritu del Señor» (2 Cor 3,17-18).

 

2. El Espíritu, maestro de oración

            «El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la oración. Indudablemente, hay tantos caminos en la oración como cuantas personas oran, pero es el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos. En la comunión en el Espíritu Santo la oración cristiana es oración de la Iglesia» (CEC 2672).

            La oración, en su verdadero significado, es unión del alma con Dios, porque, como dice Juan Damasceno «La vida de oración consiste en estar habitualmente en la presencia de Dios tres veces Santo y en comunión con él» (CEC 2565), «es elevación del alma a Dios» (La fe ortodoxa, III, 24). En este sentido, el hombre por sí solo puede pronunciar sólo palabras, pero no orar: la oración, en cuanto búsqueda y unión con Dios, es siempre don de Dios mismo. «Nosotros creemos firmemente —afirma Orígenes— que la naturaleza humana no es capaz de buscar a Dios y de descubrirlo con pureza si no es ayudada por aquel que ella busca. Y él es descubierto por aquellos que reconocen, después de haber hecho lo que podían, tener necesidad de él» (Contra Celso, VII, 42). Ahora bien, como todo don de Dios, también la oración no puede sino venir de la apertura del hombre al Espíritu, que pone en comunión con el Padre y con el Hijo: «La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre» (CEC 2564).

            El hombre que vive todavía inmerso en la fragilidad, en la incertidumbre y en el fluctuar del tiempo, experimenta la dificultad en orar e ignora también qué puede pedir. Pero no por esto debe desanimarse, porque el Espíritu le sale al encuentro para tomar en mano su situación: el Espíritu que le ha hecho partícipe del estado de hijo adoptivo, haciéndole experimentar la realidad, es el mismo Espíritu que ahora ora en él y por él. Asumiendo su debilidad, lleva a término la obra de la salvación por El iniciada, no obstante las dificultades que se puedan encontrar a lo largo del amino: «El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rom 8,26-27).

            Por otra parte, la oración cristiana no puede ser tal si no es oración filial. Este es el motivo por el cual el don de la adopción filial actuada por el Espíritu es presentado por San Pablo como el grito experiencial del Abbá («Padre») (Rom 8,15). Es en la oración donde el creyente toma cada vez mayor consciencia de la propia identidad, llamado a vivir una relación filial con Dios Padre. «En la nueva Alianza, la oración es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo (...). La vida de oración es estar habitualmente en presencia de Dios, tres veces Santo, y en comunión con El. Esta comunión de vida es posible siempre porque, mediante el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo (cf. Rom 6,5). La
oración es cristiana en tanto en cuanto es comunión 1 con Cristo y se extiende por la Iglesia que es su Cuerpo. Sus dimensiones son las del Amor a Cristo» (CEC 2565).

            Toda oración del cristiano, por tanto, sea la litúrgica como la porque el acceso al Padre se tiene por medio del Hijo, en el Espíritu (cf. Ef 2,18). Se comprende, entonces, la importancia de la recomendación de la Carta de Judas: «Pero vosotros, carísimos, edificándoos por vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios» (v.20-2l). En este sentido, toda forma de oración, la de alabanza, de acción de gracias o de súplica, es hecha siempre en el Espíritu. «Dejaos llenar del Espíritu –exhorta San Pablo—. Recitad, alternando, salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor. Celebrad constantemente la Acción de Gracias a Dios Padre, por todos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Ef 5,18-20). Y, refiriéndose especialmente a la oración de intercesión, insiste: «Orad en toda ocasión con la ayuda del Espíritu. Tened vigilias en que oréis con constancia por todo el pueblo santo de Dios» (Ef 6,18). Sólo así el cristiano es un auténtico adorador «en espíritu y verdad», como dice Jesús a la Samaritana (Jn 4,24), evitando orar como los paganos, porque se trata de una oración libre y liberadora, dirigida al verdadero Dios que no está ligado a lugares ni objetos sino que quiere hacer su templo en el corazón del hombre y del cosmos. Comentando este texto, San Hilario escribe: «Porque Dios es invisible, incomprensible, inmenso, el Señor dice que ha llegado el tiempo en el cual Dios no será ya adorado sobre un monte o en un templo, “porque Dios es Espíritu”. No puede ser circunscrito ni encerrado el Espíritu que, por el poder de su naturaleza, está en todo lugar, de ningún lugar está ausente, es sobreabundante en todas las cosas con su plenitud: por tanto, son verdaderos adoradores aquellos que adoran en Espíritu y verdad. Aquellos que adoran a Dios que es Espíritu, en el Espíritu tendrán al primero como fin y al segundo como medio de su reverencia, porque cada uno de ellos tiene una relación diversa al confrontarse con aquel que debe ser adorado. Diciendo “Dios es Espíritu” no suprime el nombre y el don del Espíritu Santo... Así ha sido indicada la naturaleza del don y del honor, cuando ha enseñado que en el Espíritu es necesario adorar a Dios, que es Espíritu, revelando qué libertad y qué conocimiento está reservado a aquellos que adoran y cuál es el fin inmenso de la adoración, porque Dios, que es Espí[ ritu, es adorado en el Espíritu» (La Trinidad, II, 31).

            La oración por excelencia «en Espíritu y verdad» es la enseñada por el mismo Señor Jesús: el Pater noster, que es una auténtica oración «espiritual». A este propósito escribe San Cipriano: «Aquel que se hizo don de la vida nos enseñó también a rezar, con la misma benevolencia con la que se dignó enriquecernos generosamente con sus otros dones, de manera que, dirigiéndonos al Padre con la oración que nos ha dictado el Hijo, podamos más fácilmente ser escuchados. Ya había predicho que estaba para llegar un tiempo en el cual los verdaderos adoradores adorarían al Padre “en Espíritu y verdad”, y, por tanto, cumplió cuanto antes había prometido, para que nosotros, que en virtud de su santificación habíamos recibido el Espíritu y la Verdad, en virtud de esa misma consigna pudiéramos también adorar según el Espíritu y la verdad. En efecto, ¿cuál puede ser la oración «espiritual» sino aquella que nos fue dada por Cristo, El que envió también al Espíritu Santo?» (La oración del Señor, 2).

            San Juan Crisóstomo, refiriéndose al Padrenuestro, afirma que quien no ha recibido la plenitud del Espíritu no puede absolutamente llamar a Dios con el nombre de Padre y, por tanto, no puede orar con las palabras enseñadas por el Señor (cf. Homillas sobre el Evangelio de Mateo, XIX,4). Y San Agustín enseña: «Sin él (el Espíritu Santo) grita en el vacío Abbá quien lo grita» (Discursos, 71,18).

 

3. Testigos  en  el  Espíritu


            La «misión del Espíritu es la de transformar a los discípulos en testigos de Cristo» (CT 72); y Jesús había afirmado: «Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí: y también vosotrosdaréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo» (Jn 15,26-27). Dar testimonio de Cristo con la fuerza del Espíritu significa implicarse en la Palabra del Evangelio, para que transforme y fermente toda la propía existencia hasta irradiarla con coherencia ante todos y a cualquier precio.

            En las diversas condiciones de la vida cristiana, en las que el testimonio se hace más luminoso, se encuentra siempre en el origen, la acción del Espíritu, como en los «testigos» por excelencia, los «mártires» (que en griego significa, precisamente, testigos), los de ayer y los de hoy, los cuales, para ser coherentes con su fe y fieles a la justicia, han «perdido» la propia vida «dándola» hasta la caridad extrema con Dios y con los hombres. El martirio, de hecho, es considerado por la Iglesia primitiva y por los Padres la cumbre de la santidad y ha sido considerado siempre como el don supremo que el Espíritu concede a los creyentes: «¿Por qué decimos que es el Espíritu Santo el que infunde en los mártires la fuerza de testimoniar? ¿Quieres saberlo? Porque lo ha dicho el Salvador a sus discípulos: “Cuando os conduzcan a la sinagoga, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de lo quevais a decir, o de cómo os vais a defender. Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir” (Lc 12,11-12). De hecho no es posible dar testimonio de Cristo sin la fuerza del Espíritu Santo. De El es de quien recibimos la fuerza de dar testimonio, porque si “ninguno puede decir: Jesús esel Señor sino bajo la acción del Espíritu Santo” (1 Cor 12,3), ¿quién podrá dar la vida por Jesús sino bajo la acción del mismo Espíritu Santo?» (CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis, XVI, 21). Para Tertuliano, el Espíritu es el «entrenador» de los mártires, los introduce en la arena bien preparados para afrontar la lucha y vencer: «Vosotros estáis para afrontar un bello combate, donde espectadores y árbitro es sólo Dios, el Espíritu Santo es nuestro entrenador y el premio una corona eterna. Por tanto, nuestro alistador Jesucristo, que os ha ungido con el Espíritu Santo y os ha hecho descender a la arena para el día de la lucha, os ha quitado del mundo de vida agitada para un duro entrenamiento, a fin de adiestraros más tenazmente» (A los mártires, III).

            En esta línea se inserta el magisterio de Juan Pablo II cuando insiste en la actualidad sobre la espiritualidad del martirio, recordando a aquellos mártires que en este siglo que declina han adornado con su sangre todas las Iglesias cristianas (cf. UUS 84): «Al final del segundo milenio, afirma el Papa, la Iglesiaha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires... En nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos, casi «militi ignoti» de la gran causa de Dios» (TMA 37). Estos mártires, reforzados por el Espíritu, vienen a ser signo de libertad y de dignidad humana: «Esta revelación de la libertad y, por consiguiente, de la verdadera dignidad del hombre adquiere un significado particular para los cristianos y para la Iglesia en estado de persecución —ya sea en los tiempos antiguos, ya sea en la actualidad—, porque los testigos de la verdad divina son entonces una verificación viva de la acción del Espíritu de la verdad, presente en la conciencia de los fieles, y a menudo sellan con su martirio la glorificación suprema de la dignidad humana» (DeV 60).

            Cada cristiano, pues, está llamado a ser testigo del Evangelio con la propia vida, aunque ello no requiera necesariamente el martirio de sangre sino el de las dificultades de la vida cotidiana: soledad, enfermedad, vejez, pobreza, incomprensiones, vicisitudes de la vida. En todas estas cosas es el Espíritu el que interviene para hacer experimentar, en la prueba y en el abandono, la «perfecta alegría» (cf. Sant 1,2) hasta la bienaventuranza de la que habla la Segunda Cartade Pedro: «Bienaventurados vosotros cuando seáis insultados por el nombre de Cristo porque el Espíritu de la gloría y el Espíritu de Dios está con vosotros» (4,14). No extraña, por tanto, el hecho de que San Francisco de Asís lo considere como una gracia: «sobre todas las gracias y los dones del Espíritu Santo, las cuales concede Cristo a sus amigos, está el vencerse a sí mismo y estar contento por amor a Cristo, sobrellevando las penas, injurias, oprobios e incomodidades» (Florecillas, VIII).
El Espíritu Santo inspira y refuerza todavía a los «sucesores de los mártires», a los hombres y mujeres consagrados en la vida religiosa: «La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu» (VC 1), por lo cual los religiosos en la búsqueda de la autenticidad cristiana se comprometen a ser, de manera especial, «portadores del Espíritu» (cf. VC 6; 19).

            Estas dos formas de testimoniar a Cristo, en el Espíritu, vienen a ser modelos para todo cristiano, al mostrar a todos que la seriedad de la vida cristiana y la a lesión al Evangelio implican una radicalidad sin compromisos. Los creyentes, por tanto, con la fuerza del Bautismo y la Confirmación (el sacramento por excelencia del testimonio), guiados por el Espíritu son testimonios de Cristo en toda su vida cotidiana, conscientes de que ser cristianos significa estar preparados para morir por Cristo en cada instante, haciendo que el martirio se prolongue así toda su vida. Escribe Clemente Alejandrino: «(El cristiano perfecto) rendirá testimonio (marlyresez) de noche, rendirá testimonio de día; con la palabra, con la vida y con la conducta rendirá testimonio; cohabitando con el Señor, permanecerá su confidente y comensal, según el Espíritu; puro en la carne, puro en el corazón, santificado en la palabra. Para él “el mundo ha sido crucificado”, dice la Escritura, y él mismo lo está “para el mundo” (Gal 6,7). El, llevando a todas partes la cruz del Salvador, sigue al Señor detrás de sus huellas y, como Dios, viene a ser santo entre los santos» (Stromata, II, 20).

            Por esto, Juan Pablo II juntoa los «nuevos mártires» recuerda la heroicidad del testimonio de tantos esposos cristianos: «Será tarea de la Sede Apostólica, con vistas al año 2000, actualizar los marlirologios de la Iglesia universal, prestando gran atención a la santidad de quienes también en nuestro tiempo han vivido plenamente en la verdad de Cristo. De modo especial se deberá trabajar por el reconocimiento de la heroicidad de las virtudes de los hombres y mujeres que han realizado su vocación cristiana en el matrimonio: convencidos como estamos de que no faltan frutos de santidad en tal estado, sentimos la necesidad de encontrar los medios más oportunos para verificarlos y proponerlos a toda la Iglesia como modelo y estímulo para los otros esposos cristianos» (TMA 37).

            El Espíritu que distribuye a cada uno, y en los distintos estados de vida, sus carismas, es Aquel que impulsa a dar testimonio de la multiforme belleza de la Iglesia: «¡Oh grandeza del Espíritu Santo —exclama Cirilo de Alejandría dirigiéndose a los catecúmenos—, admirable omnipotencia, pródiga de carismas! Pensad en cuantos estáis aquí presentes sentados, almas en las cuales está presente y actúa en cada uno, observa las disposiciones, escruta los pensamientos y las conciencias, las palabras y las obras... A través de todas las naciones, se pueden ver obispos, sacerdotes, diáconos, monjes, vírgenes y fieles laicos. En cabeza de todos ellos está el Espíritu que preside y distribuye a cada uno su carisma. En el mundo entero, a uno otorga la pureza, a otro la perpetua virginidad, a otro el don de la misericordia, a otro el amor por la pobreza o el poder de expulsar demonios. Como la luz con uno solo de sus rayos hace luminosas todas las cosas, así el Espíritu Santo ilumina a todos aquellos que tienen ojos para ver» (Catequesis, XVI, 22).

4.  La  ascesis  en  el  Espíritu

            La acción del Espíritu en el cristiano no es, sin embargo, automática, porque él no permanece en una actitud pasiva, sino que colabora, eliminando, sobre todo, lo que puede impedir su obra. Macario egipcíaco afirma que la voluntad humana  es esencial para que Dios pueda actuar en el hombre: «La voluntad humana es, por así decir, una condición esencial; si no existe esta voluntad, Dios no hace nada por sí solo» (Homilías, XXXVII, 10). Esta colaboración del hombre con Dios para purificar el alma de la escoria del pecado y de las pasiones que impiden que se refleje la imagen de Dios en él, viene llamada por la tradición cristiana «ascesis». Escribe Gregorio de Nisa: «El espíritu del hombre con el pecado es como un espejo al revés, el cual, en vez de reflejar a Dios, refleja en sí la imagen de la materia informe» (La creación del hombre, XII). Por este motivo, las pasiones trastocan la armonía primitiva existente en el hombre, por lo que la creatura «gusta» con mayor facilidad y de forma más inmediata lo efimero antes que al Creador y a las falsas imágenes en vez del prototipo.Aquí es cuando interviene el Espíritu para ayudar al hombre a reconstruir en sí la imagen de Dios, según la bellísima página de Basilio, obispo de Cesarea, donde escribe en síntesis esta acción del Espíritu en las almas y los resultados que se consiguen: «En lo referente a la íntima unión del Espíritu con el alma, no consiste en una cercanía local.., sino en la exclusión de las pasiones. Por ella se nos purifica de las fealdades adquiridas por los vicios, recupera la belleza de su naturaleza, es restituida a la imagen real su forma primitiva a través de la pureza; a esta condición se acerca el Paráclito. Y él, como el sol se posesiona de un ojo purísimo, te mostrará en él mismo la imagen del invisible; en la bienaventurada contemplación de la imagen, tú verás la inefable belleza del Arquetipo. A través del Espíritu el corazón se eleva, los débiles son conducidos de la mano, los que progresan llegan a ser perfectos» (El Espíritu Santo, IX, 23).

 

5. La lucha contra la «carne» para conseguir el «fruto» del  Espíritu


            Este proceso de purificación cumplido en el Espíritu es llamado en las cartas a los Gálatas (cf. 5,13.16-18) y a los Romanos (cf. 8,1-12) lucha contra la carne. Aunque, de hecho, el hombre ya ha sido redimido y el Espíritu ya le ha sido dado, sin embargo permanece en él la triste posibilidad de volver a ser carne, es decir, hombre natural, decaído, irredento, dominado por el propio egoísmo que pone todo, idolátricamente, en referencias a si mismo. El Espíritu Santo, entonces, ayuda al creyente a liberarse de esta radical fuerza negativa, lo hace capaz de adherirse a la ley fundamental de la vida, que consiste en abrirse a Dios y a los hermanos, orientando la propia existencia según los criterios del amor. El cristiano, que está «llamado a la libertad» (Gal 5,13), puede permanecer en esta gloriosa condición filial sólo gracias a la intervención del Espíritu, garantía y principio activo de su libertad. He aquí el motivo de la exhortación de San Pablo a «caminar según el Espíritu», a «dejarse guiar por el Espíritu»: «Os digo, pues, andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el Espíritu y el Espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal, que no hacéis lo que quisierais. Pero si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley» (Gal 1 5,16-18). Es conocido que la contradicción entre carne y Espíritu está dentro de cada fiel; él es ya hijo de Dios y tiene el Espíritu, pero persisten en él posibilidades nefastas y centrífugas —las obras de la carne, que son: «fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, / hechicería, enemistades, contiendas, envidias, rencores, ¡ rivalidades, partidismos, sectarismos, discordias, borracheras, orgías y cosas por el estilo» (Gal 5,19-20)— capaces de devolverlo a la vieja condición de esclavitud y sofocar las obras del Espíritu. La moral cristiana, por el contrario, no es una moral de esclavos, no consiste en un conjunto de normas éticas impuestas desde fuera, sino que es el modo «connatural» de actuar del hombre «espiritualizado», del creyente que ha llegado a ser, en el Espíritu, «otro Cristo», llevado a vivir según la lógica de la «nueva vida en Cristo» (cf. Ef 4,17-30) y a tener los «sentimientos de Cristo» (Hp 2,5). De esta manera, el Espíritu abre al hombre a la lógica del Sermón del monte y de las Bienaventuranzas, en cuya perspectiva será fácil servir a Dios «en Espíritu nuevo, no en la letra vieja» (Rom 7,6). En este caso el fruto del Espíritu resplandecerá en la vida del cristiano auténtico, el fruto original y esencial que es el ágape-amor cristiano: «la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5). El don del Espíritu es, por tanto, el germen de una vida moralmente armoniosa que el cristiano está invitado a realizar, caracterizándola como vida animada por el Espíritu. Las diversas manifestaciones que signan la vida del cristiano no son otra cosa que la irradiación del don original y fundamental que es la caridad. El Catecismo de la Iglesia Católica sirviéndose de la Vulgata, explica y enumera los frutos del Espíritu: «Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicia de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, caridad” (Gál 5,22-23 Vulgata)» (n.1832).

            Existe, además, un fruto del Espíritu que brota de la caridad y del hecho de ser hijos de Dios: la libertad. Por esto, «cuanta más caridad tiene uno, tanto más tiene la libertad, porque “El Señor es Espíritu y donde está el Espíritu del Señor está la libertad” (2 Cor 3,17) Y quien tiene la perfecta caridad, tiene en grado eminente la libertad» (SANTO TOMAS DE AQUINO, In III Sent. d.29, q. un., a.8; q.I, 3a c.). «Vosotros, hermanos —dice San Pablo—, estáis llamados a la libertad... si os dejáis guiar por el Espíritu, ya no estáis bajo la ley» (Gal 5,13.18), por lo cual el cristiano es libre porque sigue «la ley del Espíritu» (cf. Rom 8,2) que lo empuja a huir del mal por amor y no por miedo. Tomás de Aquino enseña a este respecto: «Ahora es cuando obra el Espíritu Santo, el cual perfecciona interiormente nuestro espíritu comunicándole un dinamismo nuevo,  de manera que él se abstiene del mal por amor...; y de tal manera es libre, no en el sentido de que no está sometido a la ley divina, sino es libre porque su dinamismo interior lo lleva a hacer lo que prescribe la ley divina» (In  2 Cor. 3,17, lect.3).

            Está claro que todo esto no es un proceso mecánico. Se trata de una meta a la que el Espíritu conduce sólo en la medida en que el cristiano acepta y secunda esta acción suya. Por esto se habla de los frutos del Espíritu como expresión de un camino que evoca la idea de la maduración. La vida del cristiano no será otra que un continuo crecer, un avanzar en la dirección del Espíritu y bajo su impulso, lo que implica prestarle; atención y escuchar al Espíritu, seguirlo en la obediencial a través de una vida plasmada por la fuerza y el estilo del Espíritu: «Si vivimos en el Espíritu, caminemos también según el Espíritu» (Gal 5,25).


6.  El  arrepentimiento  en  el  Espíritu

           
            En la Secuendade la fiesta de Pentecostés, la Iglesia reza así al Espíritu Santo: «Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro. Lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero». La vida en Cristo, el «caminar en el Espíritu» no siempre está coronado por el éxito; más bien, el cristiano con frecuencia tiene la experiencia de la derrota y del pecado. Pero es aquí precisamente cuando el Espíritu no abandona al creyente e interviene con dulzura para levantar a quien ha caldo y ponerlo de nuevo en camino, solicitando el arrepentimiento y concediéndole el perdón de los pecados: una consoladora verdad que la Escritura y la Tradición de la Iglesia atestiguan abundantemente.    En el abuso de la libertad, el hombre toca con la mano las tremendas posibilidades de sustituir a Dios, construyendo la propia imagen en el rechazo de la creaturalidad. En el fondo es el drama del pecado y de la alienación, ante los cuales el perdón de Cristo es ofrecido como condición para convertirse y ser reintegrado a la santidad del cuerpo eclesial. Este retorno a la casa del Padre (cf. Lc 15,11-32), o cambio de orientación, es debido al Espíritu Santo, como ya en el día de Pentecostés, cuando después del descendimiento del Espíritu Santo y el discurso de Pedro, los presentes sintieron «traspasado» el corazón y se convirtieron: «Estas palabras les traspasaron el corazón y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: “Qué tenemos que hacer, hermanos?”. Pedro les contestó: “Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el Espíritu Santo”» (Hech 2,37-38). En este caso, el Espíritu es experimentado primero como Aquel que conmueve los ánimos y los orienta hacia Dios, después como quien es dado como «dulce huésped del alma».

            También en la Carta a los Romanos el Espíritu es presentado como aquel que libera «de la ley del pecado y de la muerte» (8,2) y vuelve al cristiano arrepentido propiedad de Cristo (cf. v.9). Y Jesús mismo, en la efusión del Espíritu Santo a los apóstoles, la tarde de Pascua, pone en relación el perdón de los pecados con el Espíritu: «Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
“Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”» (Jn 20,21-23). El Espíritu, por tanto, no sólo mueve al cristiano a arrepentirse, sino que tiene el poder de dar y renovar la vida divina, además de perdonar los pecados cuando existe arrepentimiento, especialmente en el sacramento de la Penitencia. Este sacramento no es el resultado de un mecanismo absolutorio, sino un prodigio de conversión que sólo el Espíritu puede realizar y que se puede verificar en tanto el sacerdote como el penitente estén invadidos por el espíritu Santo. Es Él quien cumple todo esto, creando y donando el «corazón nuevo», instaurando una nueva condición en el amor hacia Dios y de aceptación de su voluntad.

            La convicción de que los pecados son perdonados por obra del Espíritu Santo se encuentra tanto en los Padres del Oriente como del Occidente. Así, en San Ambrosio: «Y ahora veamos si el Espíritu Santo perdona los pecados. Pero no lo podemos poner en duda, desde el momento en que el mismo Señor lo ha dicho: Recibid el Espíritu Santo: a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados. ¡He aquí que por obra del Espíritu Santo son perdonados los pecados! Pero los hombres, en el perdón de los pecados, actúan su ministerio, no ejercitan el derecho de una potestad: no perdonan los pecados en nombre propio sino en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (El Espíritu Santo, III, 137).

            San Cirilo de Jerusalén presenta la acción del Espíritu en la globalidad de la vida del cristiano, como Aquel que perdona, asiste y protege a través de toda la vida del bautizado: «Si crees, no sólo obtienes el perdón de los pecados, sino que además te haces capaz de realizar acciones superiores a las fuerzas humanas. ¡Ojalá tú fueras digno del carisma de la profecía! Recibirías tanta gracia cuanta puedas contener en ti... El te tomará a su cuidado como un soldado; velará sobre ti cuando entres y salgas, y tendrá a la vista a quien te insidia. Te donará toda suerte de carismas, si tú no lo contristas con el pecado. Está escrito: “No contristéis al Espíritu Santo de Dios, en el cual habéis sido señalados para el día de la redención”» (Catequesis, XVII, 37).

7. «Renovación en el Espíritu»

 

            La novedad producida por el Espíritu Santo en cada bautizado es la de entrar a constituir el pueblo de Dios. Cada creyente, al tomar parte en las riquezas y en las responsabilidades que comportan la consagración bautismal y la unción crisma1, descubre la dimensión carismática de toda la comunidad cristiana. Es el Espíritu el que infunde en cada creyente una multiplicidad de dones con vistas a la utilidad común (cf. LG 3, 4, 11, 12b, 30), evidenciando la variedad ministerial y carismática en el interior de la Iglesia. Como fuerza de la obra del Espíritu Santo, la riqueza carismática del pueblo santo de Dios viene a ser expresión de todas aquellas formas personales y comunitarias (asociaciones laicales, movimientos, grupos...) en cuya base está el descubrimiento de la propia vocación bautismal, en el anuncio del Evangelio y en la autenticidad de la elección de vida. Si el Espíritu es Señor y dador de vida en la comunión eclesial y si deber de la Iglesia es actuar en la historia el encuentro entre Dios y el hombre, cumplido en la encarnación del Hijo, se comprende entonces cómo es en el interior de la vida eclesial donde encuentran origen y significado los dones del Espíritu. Escribe el teólogo y cardenal Y. Congar: «Si no es posible pensar en el Dios viviente, el Dios de la alianza, sin un pueblo y una Iglesia, menos se puede pensar una Iglesia semejante de sinfonía de dones diversos, de corresponsabi1idad de cambios y de comunión sin ver a Dios, en su Espíritu, como Aquel que pone en relación, comunica y hace comunicar» (Espíritu del hombre, Espíritu de Dios).

            En este sentido, es en la Iglesia donde la riqueza de los dones espirituales se asocia a la diversidad de los ministerios, orientados a realizar el crecimiento de la comunidad en la plenitud de la verdad. En su historia, la Iglesia ha visto surgir muchas formas carismáticas que han animado a la comunidad. Los padres del monacato y los fundadores de las diversas órdenes religiosas han hecho visible la acción misteriosa del Espíritu. En el hoy de la Iglesia es todavía posible verificar la misma y permanente acción que se expresa también en los «movimientos eclesiales», como afirma la Christifideleslaici «junto a las asociaciones tradicionales, y tal vez de sus mismas raíces, han germinado movimientos y asociaciones nuevas, con fisonomía y finalidades específicas: tanta es la riqueza y versatilidad de los recursos que el Espíritu alimenta en el tejido

eclesial y tanta es también la capacidad de iniciativa y generosidad del laicado» (n.29).

            La característica de estos movimientos es la de una apertura renovada a la persona del Espíritu, dador de todo don, que se inserta en el descubrimiento de la experiencia cotidiana de la creaturalidad de la Palabra como guía para la vida. Pero en la base de la fuerza innovadora de tales movimientos está la importancia de la comunión de vida, en la cual el conocerse y encontrarse para caminar juntos constituye la instancia más significativa. En otras palabras, tales movimientos, insertándose en el surco de la extraordinaria vitalidad de la Iglesia, constituyen un signo, sobre todo en relación con la necesidad de vivir la radicalidad de la fe cristiana en los aspectos más concretos de la existencia, testimoniando de este modo que el Evangelio no es extraño al mundo. Aún más, es levadura, condimento capaz de amasar y dar sentido, a través de elecciones de vida marcadas por la libertad del Espíritu y las razones de la esperanza.

            Ahora bien, es verdad que tales experiencias no están ajenas de algunos riesgos, como el refugio en lo privado, la acentuación unilateral de la dimensión subjetiva de la fe, la concentración de las actividades en los confines del movimiento o asociación; pero es también verdad que la mayor parte de ellos expresan la dimensión de eclesialidad que se caracteriza en el nexo inseparable entre comunión y misión. La primacía dada a la vocación de todo cristiano a la santidad, la responsabilidad de confesar la fe católica, el testimonio de una comunión definida y convencida, la conformidad y la participación en el fin apostólico de la Iglesia y el compromiso de una presencia en la sociedad humana que, a la luz de la doctrina social de la Iglesia, se ponga al servicio de la dignidad integral del hombre (cf. ChL 30), constituyen algunos criterios fundamentales en los que se inspira la renovación espiritual, que intenta ir a las raíces de nuestro ser Iglesia y de lo cual son expresión los «movimientos eclesiales». Afirma Juan Pablo II: «La Iglesia busca tomar conciencia más viva de la presencia del Espíritu que actúa en ella por el bien de su comunión y misión, mediante dones sacramentales jerárquicos y carismáticos. Uno de los dones del Espíritu Santo en nuestro tiempo es ciertamente el florecimiento de los movimientos eclesiales, que desde el inicio de nuestro Pontificado venimos indicando como motivo de esperanza para la Iglesia y para los hombres. Ellos son un signo de la libertad de formas en las cuales se realiza la única Iglesia y representan una novedad segura, que espera todavía ser comprendida en toda su positiva eficacia por el reino de Dios en la obra y en el hoy de la historia. En el marco de las celebraciones del Gran Jubileo, sobre todo las del año 1998, dedicado de modo particular al Espíritu Santo y su presencia santificadora en el interior de la comunidad de los discípulos de Cristo, cuento con el testimonio común y la colaboración de los movimientos. Confio que ellos, en comunión con los Pastores (...) quieran llevar al corazón de la Iglesia su riqueza espiritual, educativa y misionera, como preciosa experiencia y propuesta de vida cristiana» (Homilía del Santo Padre en la Vigilia de Pentecostés, 25 de mayo de 1996).

IV. CONCLUSION


            De todo lo dicho se puede constatar cómo el Espíritu Santo es verdaderamente el corazón de la vida cristiana, su misma respiración, hasta tal punto que no se trata de ser sólo «devotos» del Espíritu Santo, sino sencillamente de vivir y res pirar del Espíritu. Es necesario tratar de recuperar a través de este ano dedicado a la reflexión sobre el Espíritu Santo, algunos valores básicos de la vida cristiana, vividos y predicados a la luz del Espíritu. Así, no se insistirá nunca bastante
sobre el hecho de que la gracia santificante no es cualquier cosa, sino la misma vida de Dios que alcanza al creyente con el Don del Espíritu, en presencia del cual el pecado emerge en todo su dramatismo comoatentado a la integridad «espiritual» del hombre. La salvación, por tanto, no es fruto de la conquista humana sino el acontecimiento de una relación íntima con Dios que se inscribe en la experiencia de la filiación divina. Hacerse conducir por el Espíritu quiere decir acoger el don de la redención como condición para vivir la propia vida en la finitud y fragilidad, testigos a la vez, de la nueva creación operada por el amor de Dios. Aquí es donde se sitúa el espacio de la responsabilidad, en el que todo creyente está invitado a vivir el servicio del testimonio y de la caridad. Llamados a construir relaciones nuevas con los propios hermanos y con la entera realidad, el creyente realiza su identidad que se califica sobre todo como camino exaltante hacia la libertad por
en el Espíritu: es un liberarse para amar.

            A este propósito, puede ser iluminadora una página de la Encíclica Dominumel vivificanlem: «Cuando, bajo el influjo del Paráclito, los hombres descubren esta dimensión divina de su ser y de su vida, ya sea como personas, ya sea como comunidad, son capaces de liberarse de los diversos determinismos derivados principalmente de las bases materialistas del pensamiento, de la praxis y de su respectiva metodología. En nuestra época estos factores han logrado penetrar hasta lo más íntimo del hombre, en el santuario de la conciencia, donde el Espíritu Santo infunde constantemente la luz y la fuerza de la vida según la libertad de los hijos de Dios. La madurez del hombre en esta vida está impedida por los condicionamientos y las presiones que ejercen sobre él las estructuras y los mecanismos dominantes en los diversos sectores de la sociedad. Se puede decir que en muchos casos los factores sociales, en vez de favorecer el desarrollo y la expansión del espíritu humano, terminan por arrancarlo de la verdad genuina de su ser y de su vida —sobre la que vela el Espíritu Santo— para someterlo así al “Príncipe de este mundo”. El gran Jubileo del año dos mil contiene, por tanto, un mensaje de liberación por obra del Espíritu, que es el único que puede ayudar a las personas y a las comunidades a liberarse de los viejos y nuevos determinismos, guiándolos con la “luz del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús”, descubriendo y realizando la plena dimensión de la verdadera libertad del hombre. En efecto —como escribe San Pablo—, “donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad”... También en las situaciones normales de la sociedad los cristianos, como testigos de la auténtica dignidad del hombre, por su obediencia al Espíritu Santo, contribuyen a la múltiple “renovación de la faz de la tierra”, colaborando con sus hermanos a realizar y valorar todo lo que el progreso actual de la civilización, de la cultura, de la ciencia, de la técnica y de la actividad humana, tiene de bueno, noble y bello» (DeV 60).

            En este sentido, descubrir la importancia de la vida en el Espíritu, significará dar nervatura en la historia con la fecundidad del Evangelio y de la eficacia de su mensaje, a partir del cual la misma «renovación en el Espíritu» será auténtica y tendrá una verdadera fecundidad en la Iglesia, no tanto en la medida en que suscitará carismas extraordinarios cuanto más bien en la medida en que conducirá al mayor número posible de fieles, por los caminos de su vida cotidiana, a un esfuerzo humilde, paciente y perseverante para conocer siempre mejor el misterio de Cristo y dar testimonio de El (CT 72).

            Dirigirse al Espíritu, entonces, significa invocar el don de la docilidad a su acción. Por esto, sugerimos algunas oraciones con que, junto con las ya conocidas del Veni, Creator y de la Secuencia de Pentecostés Veni Sancte propias del rito romano, cada fiel puede dirigirse al Espíritu especialmente antes de la oración o de la lectura de la Palabra de Dios. Actuando así, la vida del creyente estará puesta bajo la acción constante, vivificante y sanadora del Paráclito.

            — «Paráclito celeste y soberano, Espíritu de Verdad, que estás presente en todas partes y todo lo llenas, arca de todo bien y dador de vida, ven, habita en nosotros, purifícanos de toda mancha y tú, que eres bueno, salva nuestras almas. Amén» (Liturgia bizantina, Tropario de las Vísperas de Pentecostés).

— «Concédenos, Señor, los dones del Espíritu Santo, y haznos dignos de acercarnos al Santo de los santos, con corazón puro y con la conciencia irreprensible» (Anáfora de los doce Apóstoles).
 — «Oh Espíritu Santo, verdadero Dios, tú has descendido sobre los apóstoles en el cenáculo, como una lluvia maravillosa de fuego fecundo: derrama sobre nosotros los dones de tu sabiduría» (Limutgia armenia).

— «Te pido, oh Padre, que envíes tu Espíritu Santo a nuestras almas y nos hagas comprender las Escrituras inspiradas por El; concédenos interpretarlas con pureza y de manera digna, para que todos los fieles aquí reunidos saquen provecho» (SERAPIÓN, Eucologio, 1).
— «Ven, luz verdadera. Ven, vida eterna. Ven, misterio escondido. Ven, tesoro sin nombre. Ven, realidad inefable. Ven, persona inconcebible. Ven, felicidad sin fin. Ven, luz sin ocaso. Ven, esperanza infalible de todos aquellos que deben ser salvados. Ven, despertador de quienes duermen. Ven, resurrección de los muertos. Ven, oh potente, tú que siempre haces y rehaces todo y todo lo transformas con tu solo poder. Ven, oh invisible, totalmente intangible e impalpable. Ven, tú que siempre permaneces inmóvil y en cada instante todo entero te mueves y vienes a nosotros que permanecemos en los infiernos, tú que estás por encima de los cielos. Ven, oh nombre predilecto y repetido por todas partes, del cual nos es absolutamente imposible expresar su ser o conocer la naturaleza. Ven, gozo eterno. Ven, corona incorruptible. Ven, púrpura del gran Rey, nuestro gran Dios. Ven, cinturón cristalino, adornado de joyas. Ven, sandalia inaccesible. Ven, púrpura real. Ven, derecha verdaderamente soberana. Ven, tú que has deseado y deseas mi alma miserable. Ven, tú el Solo en el solo, porque tú lo ves, yo estoy solo. Ven, tú que me has separado de todo y me has hecho solitario en este mundo. Ven, tú que has llegado a ser tu mismo deseo en mí, tú que me has hecho desearte, tú absolutamente inaccesible. Ven, mi soplo y mi vida. Ven, consolación de mi pobre alma. Ven, mi alegría, mi gloria y mi delicia por siempre» (SIMEÓN EL NUEVO TEÓLOGO, Himnos, 949-1022).

— «Ven ya, óptimo consolador del alma que sufre... Ven, tú que purificas de las fealdades, tú que curas as llagas. Ven, fuerza de los débiles, sostén de los (decaídos. Ven, doctor de los humildes, vencedor de los orgullosos. Ven, oh tierno padre de los huérfanos... Ven, esperanza de los pobres... Ven, estrella de los navegantes, puerto de los náufragos. Ven, oh gloría insigne de todos los vivientes... Ven, tú que eres el más santo de los Espíritus, ven y habita en mí. Hazme conforme a ti» (Juan de Fécamp, año 1060).

CAPITULO IX


LA ESPOSA YEL ESPIRITU DICEN:
«VEN»

            Mientras nos preparamos para cruzar el umbral del «Tercer Milenio», está todavía vivo el recuerdo de un milenio lleno de tragedias inimaginables: sólo el último conflicto mundial contó con 60 millones de muertos. También en nuestros días estallan guerras amenazadoras por todas partes: el futuro, se dice, estará hecho de guerras locales. Hoy, en una época de altísima tecnología, millones de personas, especialmente niños, mueren extenuados de hambre. Si aún no se asiste a la angustia que caracterizó a ciertos ambientes en la vigilia del segundo milenio es porque el hombre de hoy logra adormecer sus miedos. Esto no obstante, si en esta sociedad existen todos los elementos para que decaiga la esperanza, el cristiano es consciente de que existen motivos fundados para esperar.
            El fundamento de esta esperanza suya es el testimonio de la vida resucitada: en Cristo, bajo el soplo del Espíritu, un espacio de no-muerte se abre para él. El cristiano descubre en lo más profundo de sí mismo a Alguien que se interpone para siempre entre él y la nada: Cristo resucitado, vencedor de la muerte y del infierno. Se puede, entonces, tener el coraje del amor y el gozo de vivir, porque la vida eterna comienza ya aquí, desde ahora. La antropología cristiana, tomada globalmente, se extiende desde el Edén a la plenitud del Reino, abrazando así el misterio de los orígenes y del fin último hasta la salvación total del hombre. En este sentido, el misterio del hombre se ilumina no sólo gracias a su creación «en Cristo», sino también por medio de la tensión que atraviesa toda su existencia y lo conduce «hacia Cristo». En el «esjaton», (las postrimerías», el hombre no sólo será salvado, sino también plenamente integrado en la comunión con Dios. La
maduración de la historia y su tensión hacia el futuro está desde siempre coligada con el Espíritu, quien, en su venida, madura los «últimos días» (cf. Hech 2,17).

 
1. EL ESPIRITU, PRENDA DE RESURRECCION

            «Enviado por el Padre, que escucha la epíclesis de la Iglesia, el Espíritu da la vida a los que lo acogen y constituye para ellos, ya desde ahora, “las arras” de su herencia (Ef 1,14; 2 Cor 1,22)» (CEC 1107). «El sello del Señor», dirá San Pablo, es el sello con el que el Espíritu Santo ha marcado a los creyentes «para el día de la redención» (Ef 4,30), porque «... el Espíritu es vida por causa de la justificación. Y si el Espíritu de aquel que ha resucitado a Cristo de entre los muertos habita en vosotros, aquel que ha resucitado a Cristo de los muertos dará la vida también por vosotros» (cf. Rom 8, l0b-11). Para San Juan, esta vida ya está poseída: «El que cree en mí tiene la vida eterna)» (Jn 6,47),  porque es el mismo Cristo el que inhabita en el creyente: «Dios nos ha dado la vida eterna y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida» (Jn 5,11-12), porque posee al Hijo por causa del Espíritu que es la vida.

            San Pablo afirma que en el creyente está ya presente el inicio de esta vida, en cuanto que en la perspectiva bíblica la verdad de cualquier cosa está constituida por su término, es decir, aquel hacia el que estamos encaminados. Los cristianos poseen las arras del Espíritu: «Habéis sido sellados por Cristo con el Espíritu Santo prometido; el cual —mientras llega la redención completa del pueblo, propiedad de Dios— es prenda de nuestra herencia, para alabanza de su gloría)» (Ef 1,134
/ 14); y «es Dios mismo quien nos confirma en Cristo a nosotros junto a vosotros. El nos ha ungido, El nos ha sellado y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu» (2 Cor 1,21-22). Por ahora tenemos sólo las primicias de la vida, y por esto todavía gemimos como en el parto, pero son dolores que llevan a la vida definitiva.

II. LA ESPERA Y EL JUICIO EN EL ESPIRITU

            En las distintas liturgias de la Iglesia es muy intensa la espera escatológica, como, por ejemplo, en la liturgia romana, donde después de la consagración se exclama:
«Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús». En la plegaria que sigue a la recitación del «Padre nuestro» se dice: «... vivamos siempre libres del pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo». Esta tensión escatológica, que se expresa en la liturgia, es debida a aquella «prenda» del Espíritu que la Iglesia ha recibido, según la expresión del Prefacio VI dominical del tiempo ordinario: «poseemos ya en prenda la vida futura, pues esperamos gozar de la Pascua eterna, porque tenemos las primicias del Espíritu por el que resucitaste a Jesús de entre los muertos».
Para San Basilio, en cambio, el Espíritu Santo no sólo impulsa al cristiano hacia la espera, sino que añade que, al final de los tiempos, el sello impreso en los redimidos será signo de salvación definitiva: «Si alguno reflexiona atentamente, comprenderá que también en el momento de la espera de la manifestación del Señor del cielo, el Espíritu Santo no nos faltará como algunos creen; El en cambio estará presente también el día de la revelación del Señor, en la cual juzgará al mundo en justicia, El, bienaventurado y único soberano... Aquellos que han sido marcados con el sello del Espíritu Santo para el día del rescate y han conservado intactas y no disminuidas las primicias del Espíritu que han recibido, éstos son aquellos a los que se oirá decir: “Muy bien, eres un empleado fiel y cumplidor: como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante” (Mt 25,21)» (El Espíritu Santo, XVI, 40).


            En la Parusía, el juicio no será sólo público, sino un acto que hará referencia a lo íntimo de la persona humana; un juicio que tendrá lugar con la intervención del Espíritu que es, al mismo tiempo, verdad y amor, por quien el hombre se verá a sí mismo a la luz de, la Verdad y del Amor, que es Dios mismo. Estará en grado de juzgarse a sí mismo sin ninguna máscara y de modo auténtico, dejándose penetrar sólo por la espada del Espíritu y la fuerza de la Palabra de Dios. Cada uno «se salvará, pero como quien pasa por el fuego» (1 Cor 3,15), un fuego que consume todo lo que es impuro y no apto para el Reino. Para ser perdonado es necesario que todo el mal que está en el hombre, todas las expresiones de odio y de egoísmo que anidan en su corazón sean eliminadas a través del sufrimiento y rescatadas por él mismo. Este fuego que quema y purifica es identificado por la tradición antigua con el Espíritu : la llamada purificación del «purgatorio» es el amor del Espíritu que, como una espada, penetra hasta la médula de los huesos.

            «El itinerario terreno de la vida —enseña Juan Pablo II— tiene un término que, si se llega a él en la amistad con Dios, coincide con el primer momento de la vida bienaventurada. Aunque en su paso al cielo el alma tenga que sufrir la purificación de sus últimas; escorias mediante el purgatorio, ya está llena de luz, de certeza y de gozo, puesto que sabe que pertenece para siempre a su Dios. En este punto culminante, el alma es conducida por el Espíritu Santo, autor y dador no sólo de la “primera gracia” justificante y de la gracia santificante a lo largo de toda nuestra vida, sino también de la gracia glorificante in hora mortis. Es la gracia de la perseverancia final..» (SE 5).


III. LAS REALIDADES ULTIMAS COMIENZAN DESDE AHORA EN EL ESPIRITU

 
            La humanidad vive ya las últimas realidades, porque la resurrección ha irrumpido en este mundo transfigurándolo en salvación definitiva. No existe momento en que la Parusíano pueda dejar pasar su luz transfiguradora. La efusión del Espíritu es ya el inicio de las últimas realidades: «Para quienes tienen fe en la Palabra de Dios que resuena en Cristo, predicada por los apóstoles, la escatología ha comenzado a realizarse, es más, puede decirse que ya se ha realizado en su aspecto fundamental: la presencia del Espíritu Santo en la historia humana, cuyo significado e impulso vital brotan del acontecimiento de Pentecostés, con vistas a la meta divina de cada hombre y de toda la Humanidad. Mientras en el Antiguo Testamento la esperanza tenia como fundamento la promesa de la presencia permanente y providencial de Dios, que se iba a manifestar en el Mesías, en el Nuevo Testamento, la esperanza por la gracia del Espíritu Santo, que es su origen, comporta ya una posesión anticipada de la gloria futura» (SE 2).

            El signo sacramental de que las últimas realidades han sido ya comenzadas en el Espíritu está representado por la Eucaristía, donde el Espíritu, a través de la epíclesis, desciende del cielo y transfigura la realidad sensible en nueva creatura, en cielo nuevo y tierra nueva. En la Eucaristía está ya presente Cristo resucitado y en El la humanidad y el universo entero llegan a ser nueva creación. En la Eucaristía se saborean las últimas realidades, el mundo comienza a transfigurarse y la Iglesia viene a ser la comunidad del marana thà. «Se puede decir que la vida cristiana en la tierra es como una iniciación en la participación plena en la gloria de Dios; y el Espíritu Santo es la garantía de alcanzar la plenitud de la vida eterna cuando, por efecto de la Redencíón, serán vencidos también los restos del pecado, como el dolor y la muerte» (SE 2).


IV. EN LA PALPITANTE ESPERA


El apóstol Pablo enseña que la divina gracia del cumplimiento de la salvación está basada en el don del Espíritu: «La esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5,5). A la pregunta: «.éQuién nos separará del amor de Cristo?», la respuesta está decidida: nada <podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor» (Rom 5,35.39). El deseo del Apóstol es que los creyentes abunden «en la esperan a por la virtud del Espíritu Santo» (Rom 15,13):
aquí se fundamenta el optimismo cristiano sobre el destino del mundo, sobre la posibilidad de salvación del hombre en todo tiempo, aun en los más difidiles, sobre el camino de la historia hacia, la glorificación perfecta de Cristo, «El me glorificará» Øn 16,14), y la participación plena de los creyentes en la historia y la gloria de los hijos de Dios (cf. SE 6).

En relación con esto, el Concilio Vaticano II sintetiza de modo muy hermoso la colaboración y la constante espera de la humanidad en el camino hacia el / día de la redención final: «Unidos, pues, a Cristo en la Iglesia y sellados con el Espíritu Santo, que es prenda de nuestra herencia (Ef 1,14), con verdad recibimos el nombre de hijos de Dios y lo somos (cf. 1 Jn 3,1), pero todavía no se ha realizado nuestra manifestación con Cristo en la gloria (cf. Col 3,4), en la cual seremos semejantes a Dios, porque lo veremos tal como es (cf. 1 Jn 3,2). Por tanto, mientras moramos en este cuerpo, vivimos en el destierro, lejos del Señor (2 Cor 5,6), y aunque poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro 1 interior (cf. Rom 8,23) y ansiamos estar con Cristo (cf. Flp 1,23). Este mismo amor nos apremia a vivir más intensamente para Aquel que murió y resucitó por nos-
¡ otros (cf. 2 Cor 5,15). Por eso procuramos agradar en todo al Señor (cf. 2 Cor 5,9) y nos revestimos de la armadura de Dios para penrianecer firmes contra las asechanzas del demonio y resistir en el día malo (cf. Ef 6,11-13). Y como no sabemos el día ni la hora, es necesario, según la amonestación del Señor, que velemos constantemente, para que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena (cf. Heb 9,27), merezcamos entrar con El a las bodas y ser contados entre los elegidos (cf. Mt 25,31-46)... Pues antes de reinar con Cristo glorioso, todos debemos comparecer ante el hibunal de Cristo para dar cuenta cada uno de las obras buenas o malas que haya hecho en su vida mortal (2 Cor 5,10); y al fin del mundo saldrán los que obraron el bien para la resurrección de rida; los que obraron el mal, para la resurrección de condenación Qn 5,29; cf. 2 Tim 2,11-12); con fe firme Saguardamos la esperanza bienaventurada y la llegada de la çloria del gran Dios1 Salvador nuestro Jesucristo (Tit 2,13), #uien transfigurará nuestro miserable cuerpo en cuerpo glorioso semejante al sujo (Flp 3,21) y vendrá para ser glortjicado en sus santos y mostrarse admirable en todos los que crçyeron (2 Tes 1,10)» (LG 48).
y. «CRUZAR EL UMBRAL DE LA ESPERANZA»

El Espíritu Santo —sostiene San Hilario— es el «don que nos regala la perfecta esperanza» (La Trinidad, II, 1). Y la esperanza ha llegado a ser uno de los temas preferidos por Juan Pablo II. «1No tengáis miedo!», insiste en sus enseñanzas, explicando así en un Discurso suyo el significado de la esperanza y su papel para los cristianos: «Entre los dones mayores, que, según escribe San Pablo en la carta a los Corintios, son permanentes, está la e.rperanr<a (cf. 1 Cor 12,31). La esperanza desempeña un papel fundamental en la vida cristiana, al igual que la fe y la caridad, aunque <da mayor de todas ellas es la caridad» (1 Cor 13,13). Es evidente que la esperanza no se ha de entender en el sentido restrictivo de don particular o extraordinario, concedido a algunos para el bien de la comunidad, sino como don del Espíritu Santo ofrecido a todo hombre que en la fe se abre a Cristo. A este don hay que prestarle una atención particular, sobre todo en nuestro tiempo, en el que muchos hombres, y también no pocos cristianos, se debaten entre la ilusión y el mito de una capacidad infinita de autoredención y de realización de sí mismos y la tentación del pesimismo al sufrir frecuentes decepciones y derrotas» (SE 1).

A través de la esperanza el cristiano es capaz de «pasar más allá del velo» (cf. Heb 6,19): «En efecto, el Espíritu ha sido dado a la Iglesia para que, por su poder, toda la comunidad del pueblo de Dios, a pesar de sus múltiples ramificaciones y diversidades, persevere en la esperanza: aquella esperanza en la que “hemos sido salvados” (Rom 8,24). Es la esperanza escatol4gica, la esperanza del cumplimiento definitivo en Dios, la esperanza del Reino eterno, que se realiza por la participación en la vida trinitaria. El Espíritu Santo, dado a los apóstoles como Paráclito, es el custodioj el animador de esta esperanza en el corazón de la Iglesia» (DeV 66), el dinamismo que inspira el estilo de vida de los cristianos: «Será por tanto importante redescubrir al Espíritu como Aquel que construye el reino de Dios en el curso de la historia y prepara su plena manifestación en Jesucristo, animando a los hombres en su corazón y haciendo germinar dentro de la vivencia humana las semillas de la salvación definitiva que se dará al final de los tiempos.

En esta dimensión escatol4gica, los creyentes serán llamados a redescubrir la virtud teologal de la esperanza, acerca de la cual “fuisteis ya instruidos por la Palabra de la verdad, el evangelio” (Col 1,5). La actitud fundamental de la esperanza, de una parte, mueve al cristiano a no perder de vista la meta final que da sentido y valor a su entera existencia y, de otra, le ofrece motivaciones sólidas y profundas para el esfuerzo cotidiano en la transformación de la realidad para hacerla conforme al proyecto de Dios. Como recuerda el apóstol Pablo: “Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es en esperanza” (Rom 8,22-24). Los cristianos están llamados a prepararse al gran jubileo del inicio del tercer milenio renovando su esperanza en la venida definitiva del reino de Dios, preparándolo día a día en su corazón, en la comunidad cristiana a la que pertenecen, en el contexto social donde viven y también en la historia del mundo. Es necesario, además, que se estimen y profundicen los 4gnos de esperanza presentes en este final de siglo, a pesar de las sombras que con frecuencia los esconden a nuestros ojos: en el campo civil, los progresos realizados por la ciencia, por la técnica y sobre todo por la medicina al servicio de la vida humana, un sentido más vivo de responsabilidad en relación al ambiente, los esfuerzos por restablecer la paz y la justicia allí donde hayan sido violadas, la voluntad de reconciliación y de solidaridad entre los diversos pueblos, en particular en la compleja relación entre el Norte y el Sur del mundo...; en el campo eclesial, una más atenta escucha de la voz del Espíritu a través de la acogida de los carismas y la promoción del laicado, la intensa dedicación a la causa de la unidad de todos los cristianos, el espacio abierto al diálogo con las religiones y con la cultura contemporánea...» (TMA 45b-46).

En conclusión, aparece siempre más claramente que la espiritualidad del tercer Milenio no puede ser una espiritualidad cerrada en sí misma o de rechazo del mundo que viene, sino de plena transfiguración porque ha de estar invadida por el Espíritu de la vida y de la esperanza: ¡será una espiritualidad de resurrección! «En la perspectiva del tercer milenio después de Cristo, mientras “el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ¡Ven!” (Ap 22,17), esta oración suya comporta, como siempre, una dimensión escatológica destinada también a dar pleno significado a la celebración del gran Jubileo. Es una oración encaminada a los destinos salvíficos hacia los cuales el Espíritu Santo abre los corazones con su acción a través de toda la historia del hombre en la tierra. Pero, al mismo tiempo, esta oración se orienta hacia un momento concreto de la historia, en el que se pone de relieve la “plenitud de los tiempos”, marcada por el año dos mil. La Iglesia desea prepararse a este

Jubileo por medio del Espíritu Santo, así como por el Espíritu Santo fue preparada la Virgen de Nazaret, en la que el Verbo se hizo carne» (DeV 66).

En la plenitud de la alegria y de la esperanza cristiana, toda la Iglesia y la humanidad entera invocan, sin cansarse, la efusión renovada del Espíritu sobre el Nuevo Milenio que está a las puertas, aclamando con las palabras de la Secuencia de Pentecostés: «Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo».

MEDITACIÓN

EN EL ESPÍRITU SANTO

(Cantalamessa, Un himno al silencio)


            Con esta meditación entramos en la tercera parte de nuestro camino hacia el Padre, en la que nos servirá de guía el apóstol san Pablo. Cambiamos de maestro; como cuando, en la escuela, se pasa de un curso al siguiente. La verdad es que, cronológicamente, Pablo escribe antes que Juan y que los mismos Sinópticos; pero éstos reflejan un estadio anterior de la predicación cristiana -el evangélico del “Jesús que predica”-, mientras que Pablo refleja el estadio ulterior del “Jesús predicado” por la Iglesia después de Pascua.

Nuestro punto de partida será el texto de Gálatas 4,4-6: “Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción. Y como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que dama: ¡Abba, Padre!”.

No tenemos pruebas de que Jesús, durante su vida en la tierra, haya enseñado a los discípulos a dirigirse a Dios con la misma expresión familiar Abba que él usaba. Pero Pablo, en ese texto, está indicando que, inmediatamente después de Pascua, los creyentes se sintieron autorizados a hacer suya esa expresión. Y era tal la veneración de que estaba rodeada, que la conservaron en la misma lengua del Maestro, como una

«vox» suya, como una especie de reliquia viviente de Jesús. También es fácil comprender las razones de esa dilación: hasta Pascua y Pentecostés los discípulos no habían recibido ese “Espíritu de hijos adoptivos” que les hace gritar Abba, Padre; sólo con la Pascua pasaron a ser, con todo derecho, miembros del cuerpo de Cristo, y por lo tanto hijos.

            Con esto resulta claro cuál es la aportación más novedosa de Pablo en la revelación del Padre: el papel central que se atribuye al Espíritu Santo para hacernos hijos de Dios. Este es un elemento central de toda su enseñanza. Así resulta de la insistencia con que vuelve una y otra vez sobre ello. Escribe en la carta a los Romanos: “Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Y vosotros habéis recibido, no un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: ¡“Abba, Padre”! Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios” (Rm 8,14-16).

Ya hemos dicho que la clave para entender la novedad cristiana sobre Dios Padre es la distinción entre Dios “Padre nuestro” y “Dios Padre de su Hijo Jesucristo”. Teniendo esto presente, podemos reconstruir así las tres etapas de la revelación acerca del Padre en el Nuevo Testamento: Los Sinópticos nos presentan a Dios sobre todo como “Padre nuestro”, padre de todos los hombres; con Juan, la relación se da la vuelta: Dios aparece sobre todo como Padre de su Hijo Jesucristo; la expresión “mi Padre” prevalece claramente, en labios de Jesús, sobre la expresión “vuestro Padre”; Pablo no sólo afirma una y otra verdad, sino que además pone de manifiesto la íntima relación que existe entre ellas. Para él, entre esas dos realidades no existe la menor separación; ni siquiera se trata de dos relaciones paralelas e independientes. Dios es nuestro Padre en cuanto es Padre del Señor Jesucristo. La relación trascendente entre el Padre y su Hijo Jesucristo es la que se extiende y de la que participan todos los hombres; y no la relación filial, común a todos los hombres, la que se sublima en Cristo, encontrando en él su culmen, como pensaba la teología liberal .

En el paso de una a otra de esas tres fases, no se añade ninguna novedad absoluta, sino que se explicita lo que antes sólo aparecía insinuado. La situación única de Cristo como Hijo único de Dios, propia de Juan, aparecía ya insinuada en los Sinópticos (por ejemplo, en el grito Abba y en las palabras de Mateo 11,25), al igual que el papel del Espíritu Santo para hacernos hijos de Dios, propio de Pablo, estaba ya insinuado en Juan en el tema del “volver a nacer del agua y del Espíritu” (cf Jn 3,5). Simplificando al máximo, podríamos decir que los Sinópticos señalan la meta, “el Padre”; Juan indica el camino, “por medio del Hijo”; y Pablo especifica el cómo, “en el Espíritu Santo”.

Si el fruto más preciado del camino para descubrir al Padre consiste, como decíamos al principio, en hacer nuestra la maravillosa relación filial de Jesús con su Padre, ésta es, evidentemente, una etapa decisiva en ese camino.

2. CÓMO NACEN LOS HIJOS DE DIOS

            Vamos a ver ahora cómo describe el Apóstol el proceso que nos lleva a ser hijos de Dios. En él aparecen delineados tres momentos:

• primero: Jesús, con su muerte y resurrección, nos transmite su Espíritu de Hijo, o —lo que es lo mismo— el Padre envía a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo;
• segundo: el Espíritu nos une a Cristo, haciéndonos “un solo cuerpo” con él;
• tercero: el creyente, unido a Cristo, se convierte por eso mismo en hijo de Dios, y el Espíritu completa su obra poniéndole en los labios el grito de Jesús, ¡Abba, Padre!
Para ilustrar esta realidad de la gracia, el Apóstol utiliza la analogía de la adopción. En realidad, las cosas se han desarrollado, en cierto sentido, en un orden inverso a como suceden en las adopciones humanas. En estas últimas, quienes adoptan un hijo son el padre y la madre, y, si tienen hijos propios, intentan ayudarles a que acepten a ese hermanito o a esa hermanita que se incorpora a la familia desde fuera. Aquí, en cambio, ha sido el hermano mayor, Jesús, quien nos ha adoptado y quien ha hecho que “podamos acercamos al Padre con un mismo Espíritu” (cf Ef 2,18). Primero hemos sido hechos hermanos y después hijos, aunque las dos cosas hayan ocurrido simultáneamente en el bautismo.

            Y ésa no es la única diferencia entre los dos tipos de adopción. La adopción humana, aparte del amor que la acompaña, es un hecho jurídico. El hijo adoptivo toma el apellido, la ciudadanía, la residencia de quienes lo adoptan, pero no comparte su sangre, su vida; no ha habido concepción ni dolores de parto. Con nosotros no ocurre lo mismo: Dios no nos transmite solamente el nombre de hijos, sino también su vida íntima, su Espíritu. Gracias al bautismo, corre por nosotros la vida misma de Dios. No sólo “nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos de verdad” (cf 1 Jn 3,1).

La adopción divina crea un vínculo más fuerte que la misma generación física. El hijo natural tiene, ciertamente, la misma sangre que el padre, la misma vida que la madre. Sin embargo, una vez que ha nacido, lo que antes era la sangre del padre está ahora en el hijo; no hay simultaneidad. El hijo puede vivir separado del padre y de la madre; más aún, para vivir necesita, después de nueve meses, separarse de la madre y vivir por su propia cuenta. No ocurre lo mismo en el plano espiritual. En éste, una misma vida, un mismo Espíritu, corre simultáneamente por nosotros y por Cristo. Y no sólo no tenemos que separarnos de él para vivir, sino que, si nos separamos de él por el pecado, dejamos inmediatamente de vivir, morimos.

Esta transformación interior no tiene lugar a un nivel tan profundo y ontológico, que escape a cualquier tipo de percepción y participación por nuestra parte. Es un proceso en el que nosotros estamos implicados existencialmente, y tal vez éste sea el aspecto más estimulante de la doctrina paulina que ahora vamos a intentar comprender.

Mientras el hombre vive en régimen de pecado —dice el Apóstol—, Dios se le presenta inevitablemente  como un antagonista, como un obstáculo. Hay, respecto al Padre, una sorda enemistad que la ley no hace más ¡ que poner de manifiesto. El hombre codicia (“concupiscit”) determinadas cosas: ansía el poder, el placer, la gloria. Y Dios es, a sus ojos, alguien que le cierra el camino, oponiéndose a esos deseos con sus perentorios “Tienes que...”, “no tienes que...”: “No puedes desear la mujer de tu prójimo”, “No puedes desear lo que es de otro”. Como bien dice san Pablo: “La tendencia del ins-i tinto es hostil a Dios, porque no se somete a la ley de Dios” (Rm 8,7). El hombre viejo se rebela contra su creador y, si pudiese, querría incluso que no existiese. Aquí está la raíz de gran parte del ateísmo. “Nadie está tan dispuesto a creer que Dios no existe como aquel a quien le gustaría que no existiese”.

No se trata de una situación teórica, o propia únicamente de algunos enemigos declarados de Dios; es la condición “natural” de todos nosotros. Cuando todo nos sonríe en la vida y Dios parece “bendecimos en todo”, no hay huellas de esa “rebelión”; pero deja que su mano nos visite como visitó a Job, deja que se cruce en nuestro camino una contradicción, y ya verás lo que sale de los oscuros fondos de nuestro corazón.

Veamos ahora qué hace el Espíritu Santo a medida que va tomando posesión de nuestra voluntad y de nuestra inteligencia. Nos abre una mirada nueva hacia Dios, hace que no lo veamos ya como un antagonista, como el enemigo de nuestras alegrías, sino como nuestro aliado, como alguien que está realmente de nuestra parte y que, por nosotros, “no perdonó a su propio Hijo”. En una palabra, el Espíritu Santo infunde en nuestro corazón “el amor de Dios” (Rm 5,5). Hace nacer en ellos un sentimiento nuevo, el sentimiento filial. Dios deja de ser patrón para convertirse en padre. Este es el momento radiante en que el hombre exclama, por primera vez, con plena conciencia: ¡Abba, Padre! El hombre hace ya de buena gana lo que Dios le manda, y Dios, por su parte, no sólo le manda hacer, sino que, con su gracia, hace él mismo o ayuda a hacer lo que manda.


3. UN AMOR DIGNO DEL PADRE


             En esto se fundamenta el aspecto místico de la vida cristiana. Hay una mística extraordinaria, o “alta mística”, y una mística ordinaria que está abierta a todos los bautizados. Al ser “hijos en el Hijo” gracias al Espíritu, “participamos de la naturaleza divina” (2 P 1,4) y nos hallamos insertados en el dinamismo mismo de la vida trinitaria, si bien aquí en la tierra tan sólo por la fe, aún no por la visión, como nos recuerda Juan: “Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él porque le veremos tal cual es” (1 Jn 3,2).

Dios comunica al alma «el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo, sino, como habemos dicho, por unidad y transformación de amor» (8 San JUAN DE LA CRUZ, Cántico Espiritual A, canción 38, n° 4). Así lo describe un alma a la que Dios le concedió conocer un poquito de eso por experiencia: «Una noche, sentí que la enorme ternura del Padre me envolvía con sus dulces y suaves caricias; fuera de mí, me puse de rodillas en el suelo, acurrucada en la oscuridad, latiéndome fuerte el corazón, y me abandoné por completo a su voluntad. Y el Espíritu me introdujo en el misterio del amor trinitario. El intercambio arrobador de dar y recibir se estaba produciendo también en mi inte- rior: de Cristo, a quien estaba unida, hacia el Padre y del Padre hacia el Hijo. ¿Pero cómo expresar lo inexpresable? Yo no veía nada, pero era mucho más que ver, y no tengo palabras para traducir aquel intercambio jubiloso que era respuesta y emisión, acogida y don. Y de ese intercambio fluía una intensa vida desde el Uno hacia el Otro, como la leche que pasa del pecho de la madre a la boca del niño. Y yo era ese niño, era toda la creación que participa de la vida, del reino, de la gloria, al haber sido regenerada por Cristo».

Los místicos son, para el pueblo cristiano, como aquellos primeros exploradores que entraron de incógnito en la Tierra prometida y que luego volvieron al desierto describiéndola como una tierra que manaba leche y miel y animando al pueblo a entrar en ella. Pero las experiencias de que hablan están destinadas a todos. Son la meta normal de una existencia redimida. Si no hay por qué tener miedo a tender a la santidad, tampoco hay por qué tener miedo a tender a la mística, que es parte integrante de la santidad.

Si el Padre del que estamos hablando no se queda sólo en un concepto de nuestra mente, sino que se convierte en una realidad viva y actuante en nuestra vida, llegará un momento en que ya no nos bastará con el amor que hemos tenido al Padre en el pasado, sino que cualquier otro amor que antes hayamos experimentado y conocido nos parecerá ahora desvaído e insignificante. Y entonces nacerá en nosotros el deseo (que al comienzo nos parecerá irrealizable y casi blasfemo) de amar al Padre con un amor digno de él. Este es el momento que el Espíritu Santo está esperando para hacernos descubrir que podemos realmente amar al Padre de esa manera, con un amor como no puede haber otro mayor ni en el cielo ni en la tierra: que podemos amarlo ¡con el mismo amor con que lo ama su propio Hijo! Pues haber recibido “el Espíritu del Hijo” significa, ni más ni menos, haber recibido el amor que el Hijo tiene al Padre.

Y descubriremos que podemos amar también al Hijo con un amor digno de él —con el amor con que el Padre lo ha amado “antes que el mundo existiese”—, porque también ese amor se contiene en el Espíritu Santo que hemos recibido. Para eso no se requiere nada de extraordinario, sino sólo la fe y una vida de gracia. Cuando se dice que «la gracia es el comienzo de la gloria»(Santo TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, II-II, q. 24, a. 3 ad 2), no se hace más que afirmar todo esto. A veces puede sernos de gran ayuda decir, y no sólo pensar, estas verdades, repitiendo con sencillez: «Padre, te amo con el amor infinito con que te ama tu Hijo Jesús. Señor Jesús, te amo con el amor infinito con que te ama tu Padre».

Así pues, el Espíritu Santo es quien infunde en nuestro corazón el sentimiento de la filiación divina, quien nos hace sentir (y no sólo saber) que somos hijos de Dios. A veces esta operación fundamental del Espíritu Santo tiene lugar de un modo repentino e intenso en la vida de una persona. Con motivo de un retiro, de un sacramento recibido con una especial disposición, de una palabra de Dios que hemos escuchado con el corazón bien dispuesto, de una fiesta litúrgica, o del así llamado “bautismo en el Espíritu”, el alma se siente inundada de una luz en la que Dios se le revela de un modo nuevo como Padre. Se conoce por experiencia lo que quiere decir que Dios es Padre; el corazón se conmueve y la persona tiene la sensación de salir renovada de esa experiencia. En su interior aparece una enorme confianza y un sentimiento que hasta entonces nunca había experimentado de la bondad y la ternura del Señor. Otras veces, sin embargo, esa revelación del Padre viene acompañada de un sentimiento tan fuerte de la majestad y la transcendencia de Dios, que el alma se queda como anonadada y enmudece. “Dichosos los que conocen al Padre!” exclamaba Tertuliano. Sí, ¡realmente dichosos los que conocen al Padre de esta manera!

Pero esta forma tan vívida de conocer al Padre no suele durar mucho tiempo en esta tierra. Vuelven pronto los días en que el creyente dice Abba sin sentir nada, y sigue repitiéndolo fiado únicamente en la palabra de Jesús. Y en esos días de aridez es precisamente cuando se descubre la enorme importancia del Espíritu Santo en nuestra vida de oración. Entonces el Espíritu es de verdad la fuerza de nuestra oración “débil” (cf Rm 8,26- 27), la luz de nuestra oración apagada; en una palabra, el alma de nuestra oración. En verdad, él “riega la tierra en sequía”, como decimos en la secuencia que rezamos.. en honor suyo.

 

4. Acojeos LOS UNOS A LOS OTROS


          Vamos a hacer ahora, como hemos hecho siempre, una aplicación práctica de la doctrina a la vida, aunque lo que hemos dicho hasta aquí no tenía nada de abstracto ni de teórico.

En la perspectiva de Pablo, veíamos cómo no podemos ser “hijos” de Dios si no somos “hermanos” de Cristo y hermanos entre nosotros, ya que somos “miembros unos de otros” (cf Rm 12,5). San Cipriano decía: «No puede tener a Dios por Padre el que no tiene al prójimo como hermano». La consecuencia que se sigue de ello es que tenemos que perdonamos, acogernos, aceptarnos unos a otros. Dejemos que sea el propio Pablo quien saque las consecuencias prácticas de su enseñanza: “Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo” (Col 3,12-13).

Cuando contemplamos la forma en que nos ha perdonado el Señor y luego volvemos hacia nosotros la mirada, a veces nos quedamos asustados. Lo que sube de nuestro corazón cuando pensamos en quien nos lleva la contraria, nos critica, nos calumnia, o lo ha hecho en el pasado, no es el deseo de que “vivan” y se salven, o de que gocen del aprecio de los demás y tengan éxito, sino quizás, por el contrario, confusos deseos de imponernos a ellos, de que los hechos nos den la razón y restablezcan nuestros derechos. Nosotros no nos cansamos de echar el agua del perdón sobre esas llamas perversas del amor propio herido, y ellas no se cansan de volver a brotar una y otra vez. ¿Quién nos librará de este cuerpo nuestro, y de esta mente nuestra de muerte?

Si no logramos imitar en todo la manera de actuar del Padre celestial que hace caer la lluvia sobre buenos y malos, si a la primera de cambio volvemos a vernos traicionados por nuestro resentimiento, no dejemos por ello de alegrarnos, ya que eso hará que nos sintamos pequeños y nos ayudará a entender cuán grande es el misterio de la misericordia del Padre; alabemos al Señor y él se alzará aún más alto sobre las ruinas de nuestro orgullo. Así correremos menos el peligro de humillar, de otra manera, a nuestros adversarios con la generosidad de nuestro perdón. Hagamos todo lo que está en nuestras manos: recemos, imploremos este “don perfecto” al Padre de las luces; pero si volvemos a caer, no nos desanimemos.

Pero no volvamos a hacer ya nunca más una cosa: decirle, ni siquiera tácitamente, a Dios Padre: “Elige: o yo o mi enemigo. No tentemos, pues, a Dios pidiéndole que se una a nosotros en contra del hermano. «Cuando odio a alguien o niego que Dios sea su Padre, no sale perdiendo él sino yo: me quedo yo sin padre» S. KIERKEGAARD, Diario X3 A 481). Por lo tanto, cuando estemos reñidos con un hermano, antes de hacer valer o de discutir nuestro punto de vista (aunque sea lícito y en ocasiones hasta obligado), digámosle a Dios: «Padre, salva a ese hermano mío, sálvanos a los dos; te pido para él lo mismo que te pido para mí; no deseo tener yo razón y que él esté equivocado. Deseo que al menos que tenga buena fe».

Esa misericordia mutua de unos para con otros es indispensable para vivir la vida del Espíritu y la vida comunitaria en todas sus formas. Es indispensable en la familia (¿qué sería de la convivencia matrimonial sin la práctica del perdón mutuo cada día?); es indispensable en una comunidad religiosa o parroquial y en cualquier forma de convivencia humana. «Somos —dice san Agustín— ... vasos de barro que recíprocamente se producen roces» (San AGUSTÍN, Sermones, 69, 1: PL 38, 440; B.A.C. n° 441, Madrid 1983, p. 294). Es inevitable que, donde varias personas viven juntas, haya puntos de vista, gustos y temperamentos diferentes. Sin la firme voluntad de querer salvar —y no de eliminar— al hermano que piensa de distinta manera, todo se atasca, nos cerramos en nosotros mismos o asumimos el papel de víctimas.

Y este espíritu de misericordia y de perdón mutuo hoy debemos extenderlo también a los cristianos de otras confesiones. No podemos seguir mirándolos como enemigos. Son miembros del mismo cuerpo de Cristo, están animados por el mismo Espíritu, y por lo tanto son nuestros hermanos. También para con ellos vale la regla: no podemos poner a Dios Padre en la disyuntiva de tener que elegir: o ellos o nosotros.

Para un grupo comunitario, el perdón es lo que el aceite para un motor. Quién no sabe lo que ocurre si alguien se pone en viaje con el coche sin una gota de aceite en el motor: a los pocos miles de metros, el motor se quemará. El perdón, al igual que el lubricante, reduce los “roces” y remueve las pequeñas herrumbres en cuanto aparecen.

Hay un salmo que canta la belleza de vivir juntos como hermanos; y dice que es “aceite precioso en la cabeza” que baja por la barba de Aarón hasta la franja de su vestidura (Sal 133). Nuestro Aarón, decían los Padres de la Iglesia, nuestro Sumo sacerdote, es Cristo; él es la “cabeza”. La misericordia es el aceite que baja de esa cabeza y se extiende por el cuerpo, que es la Iglesia, hasta la franja de sus vestiduras. Allí donde se viva de esa manera, en un clima de perdón y de concordia, “el Señor mandará la bendición, la vida para siempre” (Sal 133,3). Allí podrá decirse con plena confianza: ¡Abba, Padre!

RETIRO ESPIRITUAL

PRIMERA MEDITACIÓN

  1. EN SU FORMA MÁS EXTENSA

¿POR QUÉ EL HOMBRE TIENE QUE AMAR A DIOS? PORQUE DIOS NOS AMÓ PRIMERO.

Queridos hermanos y amigos todos: S. Ignacio de Loyola, en el principio y fundamento de los Ejercicios Espirituales, nos dice: «El hombre ha sido creado para amar y servir a Dios y mediante esto salvar su alma». Esta es la razón de la existencia del hombre sobre la tierra porque expresa el mismo pensamiento de Cristo contenido en los evangelios: ¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?

Yo solo pregunto una cosa: todos morimos, muchos han muerto, pregunto sin malicia, solo para pensarlo y meditarlo e interiorizarlo: si no se han salvado, de qué todo lo que fueron y tuvieron en la tierra? Yo, Gonzalo, que os hablo, me pregunto: cómo me gustaría estar en la hora de mi muerte, el momento más importante para entrar en la eternidad, en el siempre, siempre que me espera. Pues piénsalo ahora en este momento de gracia que Dios te ha concedido, en lugar de quedarte en casa viendo la tele, y haz propón hacer lo que te gustaría haber hecho en el momento de partir para ese siempre, siempre en Dios para el que fuiste creado, fuimos soñados por el Padre Dios.

Hermanos, Aprovechemos este tiempo de gracia y salvación que Dios nos concede en este santa cuaresma para convertirnos más a su amor o potenciar nuestra vida de gracia si ya la tenemos y la tenemos la mayoría, pero pidámosla, si la necesitan  nuestros hijos y nietos y el resto de los hombres, si la han perdido, para que la reencuentren y los lleve a la salvación de Cristo.

Repitiendo la afirmación de san Ignacio… el hombre ha sido…

PREGUNTO YO AHORA, OS PREGUNTO A TODOS:  ¿POR QUÉ EL HOMBRE TIENE QUE AMAR  A DIOS?

Respuesta: PORQUE DIOS NOS AMÓ PRIMERO. Así que cuando algún hijo o nieto, al hacerle tú esta pregunta, te diga responda por qué tengo que rezar, o ser obediente, en definitiva, por qué tengo que amar a Dios e ir a misa: … ya sabes lo que tienes que responderle, PORQUE ÉL NOS AMÓ PRIMERO

Cuando me santiguo todos los días para empezar mi oración personal, yo lo hago así: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo… en el nombre del Padre que me soñó, que me creó y me dió la vida, de lo que hablaremos ahora; en el nombre del Hijo que vino en mi búsqueda, que me salvo y me abrió las puertas de la eternidad, de lo que hablaremos en la segunda meditación; y en el nombre del Espíritu Santo, que me ama, que me santifica y me transforma en vida y amor trinitario, de lo que hablaremos otro día.

San Juan lo fundamenta toda esta verdad maravillosamente, en su primera carta, capítulo cuarto, cuando nos dice: " Dios es amor…En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4, 10),

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA Y ME HA LLAMADO A COMPARTIR  CON EL  SU MISMO GOZO ESENCIAL Y TRINITARIO POR TODA LA ETERNIDAD.

El texto citado anteriormente tiene dos partes principales: la primera: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó...” primero, añade la lógica de sentido. Expresa este versículo el amor de Dios Trino y Uno manifestado en la primera creación. En la segunda parte“ y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” nos revela  que, una vez creados y caídos, Dios nos amó en la segunda creación, en la recreación, enviando a su propio Hijo, que muere en la cruz para salvarnos. La cruz es la señal que manifiesta el amor del Padre, que lo entrega hasta la muerte por nosotros, y del Hijo, que libremente acepta esta voluntad del Padre. Es el misterio pascual, programado en el mismo consejo trinitario, para manifestar más aún la predilección de Dios para con el hombre. Ese proyecto, realizado luego por el Hijo Amado, es tan maravilloso e incomprensible en su misma concepción y realización, que la liturgia de la Iglesia se ve obligada a Ablasfemar@en los días de la Semana Santa, exclamando:  «O felix culpa...», oh feliz culpa, oh feliz pecado del hombre, que nos mereció un tal salvador y una salvación tan maravillosa.        

Y el mismo San Juan vuelve a repetirnos esta misma idea del amor trinitario, al manifestarnos que el Padre nos envió a su Hijo, para que tengamos la misma vida, el mismo amor, las mismas vivencias por participación de la Santísima Trinidad:   “ En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 10). Simplemente añade que no sólo nos lo envía como salvador, sino para que vivamos como el Hijo vive y amemos como el Hijo ama y es amado por el Padre, para que de tal manera nos identifiquemos con el Amado, que tengamos sus mismos conocimientos y amor y vida, hasta el punto de que el Padre no note diferencia entre Él y nosotros y vea en nosotros al Amado, al Unigénito, en el que tiene puestas todas sus complacencias.

Sigue San Juan: “ y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios...” (1Jn 4,7 ) ¡Qué maravilla! El amor viene de Dios y, al venir de Dios, nos engendra como hijos suyos, para vivir su misma vida trinitaria y con ese mismo amor que Él nos ama, le amamos nosotros también a Él, porque nosotros no podemos amarle a Él, si Él no nos ama primero y es entonces cuando nosotros podemos  amarle con el mismo amor que Él nos ama, devolviéndole y reflectando hacia Él ese mismo amor con que Él nos ama y ama a todos los hombres y con este amor también podemos amar a los hermanos, como Él los ama y así amamos al Padre y al Hijo como ellos se aman y aman a los hombres, y ese amor es su Amor personal infinito, que es el Espíritu Santo, que nos hace hijos en el Hijo y en la medida que nos hacemos Hijo y Palabra y Verbo hacemos la paternidad del Padre por la aceptación de filiación en el Verbo.

Por eso continúa San Juan:“Queridos hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu” (1Jn 4, 11-14). Vaya párrafo, como para ponerlo en un cuadro de mi habitación. Viene a decirnos que todo es posible, porque nos ha dado su mismo Espíritu Santo, su Amor Personal, que es tan infinito en su ser y existir, que es una persona divina, tan esencial que sin ella no pueden vivir y existir el Padre y el Hijo, porque es su vida-amor-felicidad que funde a los tres en la Unidad, en la que entra el alma por ese mismo Espíritu, comunicado al hombre por  gracia, para que pueda comunicarse con el Padre y el Hijo por el Amor participado, que es la misma vida y alma de Dios Uno y Trino. Y todo esto y lo anterior y lo posterior que se pueda decir, dentro y fuera de la  Trinidad: “Porque Dios es Amor”.

A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada,  solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe en su mismo Serse infinito e infinitamente de su infinito acto de Ser eterno, fuera del antes y después, fuera del tiempo. Por eso, en esto del ser como del amor, la iniciativa siempre es de Dios. El hombre, cualquier criatura, cuando mira hacia  Dios, se encuentra con una mirada que le ha estado mirando con amor desde siempre, desde toda la eternidad. Todo amor en el hombre, es reflejo. No existía nada, solo Dios.

Y este Dios, que por su mismo ser infinito es inteligencia, fuerza, poder.... cuando S. Juan quiere definirlo en una sola palabra, nos dice: “Dios es amor”, su esencia es amar,  si dejara de amar, dejaría de existir. Podía decir San Juan también que Dios es fuerza infinita, inteligencia infinita, porque lo es, pero él prefiere definirlo así para nosotros, porque así nos lo ha revelado su Hijo, Verbo y Palabra  Amada, en quien el Padre se complace eternamente. Por eso nos lo envió, porque era toda su Verdad, toda su Sabiduría. Todo lo que El sabe de Sí mismo y a la vez Amado, lo que más quería y porque quiere que vivamos su misma vida y así gozarse también en nosotros y nosotros en Él, al estar identificados con el  Unigénito, en el que eternamente se goza de estar engendrando como Padre con  Amor de Espíritu Santo. Y así es cómo entramos nosotros en el círculo o triángulo trinitario.

Jesucristo, su persona y su palabra y sus obras son la revelación, la palabra, la imagen, la idea llena de amor del Padre:“En el principio ya existía la palabra, y la Palabra era Dios y la Palabra estaba junto a Dios...” En el principio, no existía nada, solo Dios, infinitamente existente y feliz en sí y por sí mismo, porque no dependía de nadie en su existir, volcán inagotable de su mismo ser infinito de hermosura, de fuego, de luz, de misterios, de felicidad...en infinita explosión de nuevos y eternos paisajes sin posibilidad de descanso en eterna contemplación de realidades y descubrimientos siempre nuevos y deslumbrantes, infinitamente feliz porque se ve infinitamente amante, amado y amor,  se siente a sí mismo infinitamente Padre amante en el Hijo amado y amante en su mismo amor Personal de Espíritu Santo, que los une en unidad de ser y vida y amor y felicidad a los Tres, llenándolo de  Amor Esencial y Personal del mismo Espíritu.

Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo...piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es  y subsiste, piensa desde toda la eternidad en  crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él  y por Él y como Él.

El Padre, al contemplarse en sí y por sí, sacia infinitamente su capacidad infinita de ser y existir y en esto se es felicidad sin límites. Su serse, su esencia amor es lo que su existir refleja lleno de luz y abrasado de amor. Y la contempla en tal infinitud y fecundidad y perfección que engendra una imagen igual, esencialmente igual a sí mismo que es y podemos llamarle Hijo y en tal infinitud de ser feliz surge un amor  que contiene en si, recibido del Padre y del Hijo, todo el ser divino: el Espíritu Santo.

Dios, por su infinito ser, es eterno. Y este ser infinito y eterno no es otra cosa que un Acto de ser infinitamente fecundo en Tres Personas. Y este  Ser eterno, por su mismo amor, es tan potente, es tal la potencia de su amar que le hace Padre por el amor infinito personal al Hijo. Dentro del misterio trinitario el Espíritu Santo no es la última persona, el tercero, no surge de la generación del Hijo sino que su potencia infinita de amor y donación y poder hace Padre e Hijo, porque Él es la potencia engendradora, la fuerza de amor con la que el Padre engendra al Hijo que acoge y acepta totalmente este mismo actor infinito de  Amor que hace al Padre y al Hijo, que refleja a la vez y hace paternidad y filiación por la potencia infinita del Amor-Espíritu Santo; el Padre, por su fuego de amor divino-Espíritu - Santo, da al Hijo el ser filial, y el Hijo acoge la paternidad del Padre, que sin el Hijo no sería Padre, por la misma potencia infinita de Amor, siendo uno en el mismo serse infinitamente feliz el Padre, el Hijo y el Espíritu de Amor Personal, que los hace personas distintas y una, en un mismo amor y esencia infinita, con que el Padre se dice totalmente en Hijo, en canción eterna de Amor de Espíritu Santo y el Hijo al Padre en la misma Palabra-Canción llena de Amor.

Jesús es el Hijo que sale del Padre y viene a este mundo(Jn13,3). La venida al mundo prolonga su salida eterna, porque es el Padre el que ha pronunciado para nosotros la  Palabra con la que se dice totalmente a sí mismo en silencio eterno, lleno de amor. Con su glorificación junto al Padre y sentado ya a su derecha (Jn 17, 5; Mt 26, 64) Jesús ha asumido plenamente su condición de Hijo, de Verbo eterno, que tenía en el principio (Jn 1, 1-3; Ap 19, 13). Con su Pascua, Jesús-Cristo-Señor se hace puerta de entrada en el misterio trinitario para todos nosotros, los pascuales, los pasados del mundo al Padre la última y definitiva Alianza.

Él que es Amor quiere comunicarse, quiere hacer a otros partícipes por gracia, de su misma dicha, quiere ser conocido y amado en la grande e infinita y total belleza y gloria y luz y vida, en que se es por sí mismo en acto eterno de felicidad y amor. Él quiere ser nuestra única felicidad por amor, dándose y recibiéndose en totalidad de ser y amor, por la gracia comunicada por el Espíritu en los sacramentos y por la oraciónB  conversiónB  unión Btransfiguración transformante. El Padre, lleno de amor,  ha pronunciado para todos nosotros esta Palabra transformante de la debilidad humana en hijo adoptado, elevado y amado.

Dice San Juan de la Cruz: «Porque no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado».

« Y esta tal  aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí les es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite, que no hay que decirlo por lengua mortal...; porque el alma unida y transformada en Dios aspira en Dios a Dios la misma aspiración divina que Dios, estando ella en El transformada, aspira en sí mismo a ella...»

« Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta, que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado. Porque dado que Dios la haga la merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, ¿qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad? Pero por modo comunicado y participado, obrándolo como Dios en la misma alma; porque es estar transformada en las Tres Divinas Personas en potencia, sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios; y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza» (C B 39, 4).

Dios quiere darse esencialmente, como Él es en su esencia,  darse y recibirse en otros seres, que lógicamente han de recibirlo por participación de este ser esencial suyo, para que ellos también puedan entrar dentro de este círculo trinitario.  Y por eso crea al hombre “ a su imagen y semejanza», palabras estas de la Sagrada Escritura, que tiene una profundidad infinitamente mayor que la que ordinariamente se le atribuyen.

El hombre ha sido soñado por el amor de Dios, es un proyecto amado de Dios: “ Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya... El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante, recapitulando en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1,3.10).

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA. Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en  una eternidad dichosa,  que ya no va a acabar nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora.“Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3). Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mí. El salmo 138, 13-16, lo expresa maravillosamente: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son  admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero. ¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto!”.

SI EXISTO, ES QUE DIOS  ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mi y me ha preferido...Yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Que bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que El fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3). Es un privilegio el existir. Expresa que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser humano. !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado».(G. Marcel).

SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida, porque  nos ama y esto le hace feliz.

Con qué respeto, con qué cariño  tenemos que mirarnos unos a otros... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean, vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

Desde aquí debemos echar  una mirada a lo esencial de todo apostolado auténtico y cristiano, a la misión transcendente y llena de responsabilidad que Cristo ha confiado a la Iglesia: todo hombre es una eternidad en Dios, aquí nadie muere, todos vivirán eternamente, o con Dios  o sin Dios, por eso, qué terrible responsabilidad tenemos cada uno de nosotros con nuestra vida; desde aquí  se comprende mejor lo que valemos: la pasión,  muerte,  sufrimientos y resurrección de Cristo; el que se equivoque, se equivocará para siempre… responsabilidad. terrible para cada hombre y  terrible sentido y profundidad de la misión confiada a  todo sacerdote, a todos los apóstoles de Jesucristo, por encima de todos los bienes creados y efímeros de este mundo....si se tiene fe, si se cree en el Viviente, en la eternidad, hay que trabajar sin descanso y con conceptos claros de apostolado y eternidad por la salvación de todos y cada uno de los hombres.

No estoy solo en el mundo, alguien ha pensado en mí, alguien me mira con ternura y cuidado, aunque todos me dejen, aunque nadie pensara en mi, aunque mi vida no sea brillante para el mundo o para muchos... Dios me ama, me ama, me ama.... y siempre me amará. Por el hecho de existir, ya nadie podrá quietarme esta gracia y este don.

SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ, a ser amado y amar por el Dios Trino y Uno; este es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera. “ En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14, 2-4).“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

Y todo esto que estoy diciendo de mi propia existencia, tengo que ponerlo también en la existencia de mis hermanos: esto da hondura y seriedad y responsabilidad eterna a mi sacerdocio y me anima a trabajar sin descanso por la salvación eterna de mis hermanos los hombres. Qué grande es el misterio de Cristo, de la Iglesia. No quiero ni tocarlo. Somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades. ¡Que ninguna se pierda, Señor! Si existen, es que son un proyecto eterno de tu amor. Si existen, es que Dios los ha llamado a su misma felicidad esencial.

Y como Dios tiene un proyecto de amor sobre mí  y me ha llamado a ser feliz en Él y por Él, quiero serle totalmente fiel, y pido perdón de mis fallos y quiero no defraudarle en las esperanzas que ha depositado en mí, en mi vida, en mi proyecto y realización. Quiero estar siempre en contacto con Él para descubrirlo. Y qué gozo, saber que cuando yo me vuelvo a Él para mirarle, resulta que me encuentro con Él, con su mirada, porque Él siempre me está mirando, amando, gozandose con mi existir. Ante este hecho de mi existencia, se me ocurren tres cosas principalmente:

1.- Constatar mi existencia y convencerme de que existo, para valorarme y autoestimarme. Sentirme privilegiado, viviente y alegrarme y darle gracias a Dios de todo corazón, de verdad, convencido. Mirarme a mí mismo y declararme eterno en la eternidad de Dios, quererme, saber que debo estar a bien conmigo  mismo, con mi yo, porque existo para la eternidad. Mover mis manos y mis pies para constatar que vivo y soy eterno. Valorar también a los demás, sean como sean, porque son un proyecto eterno de amor de Dios. Amar a todos los hombres, interesarme por su salvación.

2.- Sentirme amado. Aquí radica la felicidad del hombre. Todo  hombre es feliz cuando se siente amado, y  es así porque esta es la esencia y manera de ser de Dios y  nosotros estamos creados por Él a su imagen y semejanza.  No podemos vivir, ser felices ,sin sentirnos amados.  De qué le vale a un marido tener una mujer bellísima si no le ama, si no se siente amado.... y a la inversa, de qué le vale a una esposa tener un Apolo de hombre si no la ama, si no se siente amada... y a Dios, de qué le serviría todo su poder, toda su hermosura si no fueran Tres Personas amantes y amadas, compartiendo el mismo Ser Infinito, el mismo amor, la misma felicidad llena de continuo abrazo en la misma belleza y esplendores divinos de su serse en acto eterno de Amor. Y si esto es en el amor, desde la fe puedo interrogarme yo lo mismo: para qué quiero yo  conocer a un Dios infinito, todo poder, inteligencia,  belleza, si yo no lo amo, si Él no me amase...

 Por eso, cristiano completo, Aen verdad completa@,  no es tanto el que ama a Dios como el que se siente amado por Dios. Y lo mismo le pasa a Dios en relación con el hombre, para qué quiere Él  mis rezos, mis oraciones, mis misma oración, si no le amo....)busco yo  amar a Dios  o solo pretendo ser un cumplidor fiel de la ley?  Jesucristo vino a nuestro encuentro para que fuéramos sus hijos, sus amigos: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo, permaneced en mi amor…” (Jn 15,9-17 ). Jesús dice que Él y el Padre quieren nuestro amor. Y continúa el evangelio en esta línea: "Vosotros sois mis amigos... ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer"; “ Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a el y haremos morada en el.@ACreedme yo estoy en el Padre y el Padre en mí”(Jn 14 ,9).

3.- Desde esta perspectiva del amor de Dios al hombre, de la eternidad que vale cada hombre para Dios, tantos hombres, tantas eternidades, valorar y apreciar mi sacerdocio apostólico, a la vez que la responsabilidad y la confianza que Dios ha puesto en mí al elegirme. Soy sembrador, cultivador y recolector de eternidades. Quiero tener esto muy presente para trabajar sin descanso por mi santidad ya que de ella depende la de mis hermanos, la salvación eterna de todos los que me han confiado. Es el mejor apostolado que puedo hacer en favor de mis hermanos los hombres en orden a su salvación eterna. Quiero trabajar siempre a la luz de esta verdad, porque es la mirada de Dios sobre mi elección sacerdotal y sobre los hombres, la razón  de mi existencia como sacerdote: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido para que vayáis y déis mucho fruto y vuestro fruto dure...”

 La finalidad más importante de mi actividad sacerdotal, el fruto último de mi apostolado son las eternidades de mis hermanos: “nadie me ha nombrado juez de herencias humanas...”, dijo Jesús en cierta ocasión a los que le invitaron a intervenir en una herencia terrena. Hacia la eternidad con Dios debe apuntar todo en mi vida.

Si queréis, todavía podemos profundizar un poco más en este hecho aparentemente tan simple, pero tan maravilloso de nuestro existir. Pasa como con la Eucaristía, con el pan consagrado, como con el sagrario, aparentemente no hay nada especial, y está encerrado todo el misterio del amor de Dios y de Cristo al hombre: toda la teología, la liturgia,  la salvación, el misterio de Dios...

Fijáos, Dios no nos ha hecho planta, estrella, flor, pájaro...  me ha hecho hombre con capacidad de Dios infinito. La Biblia lo describe estupendamente. Le vemos a   Dios gozoso, en los primeros días de la creación, cuando se ha decidido a plasmar en barro el plan maravilloso,  acariciado en su esencia, llena de luz y de amor."Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza. Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creo: macho y hembra los creó" (Gn 1,26-27). 

Qué querrá decirnos Dios con esta repetición: a imagen de Dios.... a semejanza suya... no sabéis cuántas ideas me sugiere esta frase... porque nos mete en el hondón de Dios. El hombre es más que hombre. Esta especie animal perdida durante siglos, millones de años, más imperfecta tal vez que otras en sus genomas y evolución, cuando Dios quiso, con un beso de su plan creador, el «homo erectus, habilis, ergaster, sapiens, nehandertalensis, cromaionensis, australopithecus…» y ahora el hombre del Chad, cuando Él quiso, le sopló su espíritu y le hizo a su imagen y semejanza, le comunicó su misma vida, fue hecho espíritu finito: como finito es limitado, pero como espíritu está abierto a Dios, a lo infinito, semejante a Él en el ser, en la inteligencia, en el amar y ser amado como El. Qué bien lo tiene escrito el profesor Alfaro, antiguo profesor de la Gregoriana.

Por eso los místicos de todos los tiempos son los adelantados que entran, por la oración contemplativa o contemplación amorosa, en la intimidad con Dios, tierra sagrada prometida a todos los hombres y  por el amor contemplativo, por «llama de amor viva», conocen estas cosas y vienen cargados con frutos de eternidad de la esencia divina hasta nosotros, que peregrinamos en la fe y esperanza. Son los profetas que Dios envía a su Iglesia en todos los tiempos; son los que por experiencia viva se adentran por unión y transformación de amor en el mismo volcán siempre en erupción de ser y felicidad y misterios y verdades del  amor de Dios, y  nos explican y revelan estas realidades de ternura para con el hombre encerradas en la esencia de Dios, que se revela en la creación y recreación por Cristo, por su Palabra hecha carne y pan de eucaristía.

Se llaman místicos, precisamente porque experimentan, sienten a Dios y su Espíritu y su misterio y nos lo revelan, traducen y explican. Son los guías más seguros, son como los exploradores que Moisés mandó por delante para descubrir la tierra prometida, y que luego vuelven cargados de frutos de lo que han visto y vivido, para enseñárnoslos a nosotros, y animarnos a todos a conquistarla; vienen con el corazón, con el espíritu y la inteligencia llenos de luz por lo que han visto y nos animan con palabras encendidas, para que avancemos por este camino de la oración, para llegar un día a la contemplación del misterio infinito de  Dios, que se revela luego y se refleja en el misterio del hombre y del mundo desde la fe, desde dentro de Dios, desde más allá de la realidad que aparece. Los místicos son los verdaderos mistagogos de los misterios de Dios, iniciadores en este camino de contemplación del misterio de Dios.

Nadie sabría convencernos del hecho de que hemos sido creados por Dios para ser felices mejor que lo hace Santa Catalina de Siena con esta plegaria inflamada de amor a Dios Trinidad:

«Cómo creaste, pues, oh Padre eterno, a esta criatura tuya? Me deja fuertemente asombrada esto: veo , en efecto, cómo Tú me muestras, que no la creaste por otra razón que ésta: con tu luz te viste obligado por el fuego de tu amor a darnos el ser, no obstante las iniquidades que ibamos a cometer contra tì. El fuego de tu amor te empujó. ¡Oh Amor inefable! aún viendo con tu luz infinita  todas las iniquidades que tu criatura  iba a cometer contra tu infinita bondad, Tú hiciste como quien no quiere ver, pero detuviste tu mirada en la belleza de tu criatura, de la cual, como loco y ebrio de amor, te enamoraste y por amor la atrajiste hacia tì dándole EXISTENCIA A IMAGEN Y SEMEJANZA TUYA. Tu verdad eterna me ha declarado tu verdad: que el amor te empujó a crearla». (Oración V)

A otra alma mística, santa Angela de Foligno, Dios le dijo estas palabras, que son a la vez una exigencia de amor y que se han hecho muy conocidas: «¡No te he amado de bromas! ¡No te he amado quedándome lejos!  Tú eres yo y yo soy tú. Tú estás hecha como me corresponde a mí, estás elevada junto a mí».

Convendría a estas alturas volver al texto de S. Juan, que ha inspirado esta reflexión: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amo y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados" (1Jn.4,9-10).

  1. MEDITACIÓN EN SU FORMA MEDIA

INVOCAMOS: «VEN, ESPÍRITU DIVINO, MANDA TU LUZ...»

            CANTAMOS: «INÚNDAME, SEÑOR, CON TU ESPÍRITU…»                            «

MEDITACIÓN: Muy querido hermano sacerdote Bernabé…, que tanto amor e interés tienes por la conversión de tu parroquia a Cristo, queridos hermanos y amigos todos de …: S. Ignacio de Loyola, en el principio y fundamento de los Ejercicios Espirituales, nos dice:«El hombre ha sido creado para amar y servir a Dios y mediante esto salvar su alma». Esta es la razón de la existencia del hombre sobre la tierra porque expresa el mismo pensamiento de Cristo contenido en los evangelios: ¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?

Yo solo pregunto una cosa: todos morimos, muchos han muerto, pregunto sin malicia, solo para pensarlo y meditarlo e interiorizarlo: si no se han salvado, de qué todo lo que fueron y tuvieron en la tierra? Yo, Gonzalo, que os hablo, me pregunto: cómo me gustaría estar en la hora de mi muerte, el momento más importante para entrar en la eternidad, en el siempre, siempre que me espera. Pues piénsalo ahora en este momento de gracia que Dios te ha concedido, en lugar de quedarte en casa viendo la tele, y haz propón hacer lo que te gustaría haber hecho en el momento de partir para ese siempre, siempre en Dios para el que fuiste creado, fuimos soñados por el Padre Dios.

Hermanos, Aprovechemos este tiempo de gracia y salvación que Dios nos concede en este santa cuaresma para convertirnos más a su amor o potenciar nuestra vida de gracia si ya la tenemos y la tenemos la mayoría, pero pidámosla, si la necesitan  nuestros hijos y nietos y el resto de los hombres, si la han perdido, para que la reencuentren y los lleve a la salvación de Cristo.

Repitiendo la afirmación de san Ignacio… el hombre ha sido…

PREGUNTO YO AHORA, OS PREGUNTO A TODOS:  ¿POR QUÉ EL HOMBRE TIENE QUE AMAR  A DIOS?

Respuesta: PORQUE DIOS NOS AMÓ PRIMERO. Así que cuando algún hijo o nieto, al hacerle tú esta pregunta, te diga responda por qué tengo que rezar, o ser obediente, en definitiva, por qué tengo que amar a Dios e ir a misa: … ya sabes lo que tienes que responderle, PORQUE ÉL NOS AMÓ PRIMERO.

Cuando me santiguo todos los días para empezar mi oración personal, yo lo hago así: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo… en el nombre del

San Juan lo fundamenta toda esta verdad maravillosamente, en su primera carta, capítulo cuarto, cuando nos dice: " Dios es amor…En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4, 10),

Y esta afirmación es muy parecida a esta otra afirmación del mismo apóstol san Juan, que para mí, junto con san Pablo, son los Apóstoles más profundos, los que han tenido mayor experiencia en la tierra por su oración subida y contemplativa, del misterio de Dios, de la vida de Dios en el hombre y con los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna, porque Dios no envió a su hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él”.

Para mí encierra tal riqueza de teología, vida, experiencia, amor, contemplación, sobre todo mirando a Cristo crucificado, al Hijo entregado por nuestros pecados, que os invito a que traigaís mañana a los que no suelen venir a estos actos, para que el Señor le diga: os amor, estáis salvados, he dado mi vida por vosotros… porque es posible ser cofrade y sacarlo en procesión, pero no sentir y escuchar a Cristo que dice a todos los que le llevan o le contemplan: Estoy aquí por amor a ti, para que tú seas feliz eternamente en la misma felicidad de Dios Trino y Uno.          

QUERIDOS HERMANOS: “Dios es Amor…en esto consiste el Amor, no en que nosotros… SI EXISTIMOS, ES QUE DIOS NOS HA AMADO Y NOS HA LLAMADO A COMPARTIR CON ÉL SU MISMO GOZO ESENCIAL Y TRINITARIO. Qué maravilla existir, qué gozo inmenso ser hombre, ser mujer, no moriré, viviré siempre, siempre, soy eternidad, llamado a compartir la misma eternidad y felicidad infinita de mi Dios Trinidad, de mi Dios Trino y Uno, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Qué gozo ser  católico, tener fe en Cristo, CREER en Dios nuestro Padre, qué pena ver este mundo en el que muchos de nuestros hermanos han perdido la fe, y con ello, el sentido de la vida; al alejarse de Dios, no saben de donde vienen y a donde van, ni para qué viven… muchos hermanos de esta España nuestra actual, viven en noche de la fe en Dios Padre creador y salvador el hombre, vive en el nihilismo existencial, vive sin dirección a lo infinito, a la Verdad absoluta, todo es terreno, horizontal, sin verticalidad del cielo y del Dios Amor, y por eso no hay paz ni gozo, ni matrimonio para siempre, ni familia unida, ni vecinos…porque falta Dios, el Amor fuente de toda amor, y viene el aborto y la eutanasia… porque si  una niña tiene derecho a un crimen, a matar… tú me diras cuando los padres sean ancianos ….porque Dios es amor y sin Dios no hay amor ni felicidad ni gozo pleno y permanente, aun en medio de las pruebas de la vida y dificultades…

En su carta a los Efesios, san Pablo quiere rendir un solemne homenaje al

Padre Creador gratuito del amor, de la vida, de la felicidad del hombre… pero qué puedo yo darle a Dios que El no tenga… describiendo los grandiosos proyectos de su amor cuya ejecución se constata hoy, pero que empiezan en su mismo ser divino y amor antes de que nada existe, nos dice: “Bendito sea Dios y Padre de nuestro señor Jesucristo que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuando nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus lujos adoptivos por medio de Jesucristo según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado.

         San Pablo nos hace ver que el Padre nos eligió “antes de la creación del mundo”. Por lo tanto, antes de que el universo existiese, la elección divina ya estaba tomada. Esta prioridad absoluta de la voluntad del Padre de tenernos por hijos, hijos para siempre, demuestra que la creación se realizó con este objetivo primordial. Dado que el Padre hizo surgir el mundo de la nada, su intención era colocar allí a sus hijos. Todo el universo fue dispuesto con este objetivo. La creación fue, primordialmente, la obra de su corazón de Padre, para que viviéramos en la misma felicidad de nuestro Dios trino y uno.

A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada,  solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe en su mismo Serse infinito de ser infinito en vida y amor y verdad y felicidad, fuera de un antes y un después, esto es, fuera del tiempo. En esto del ser como del amor, la iniciativa, el principio, el origen siempre es de Dios. Por eso, el hombre, cualquier criatura, tú, ahora, cuando miras y rezas a Dios, te encuentras con una mirada que te ha estado mirando con amor desde siempre, desde toda la eternidad. Todo amor en el hombre, es reflejo del amor primero.

En el principio no existía nada, solo Dios. Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo...piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es  y subsiste, piensa desde toda la eternidad en  crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él  y por Él y como Él.

Y esta es la razón de que el hombre, a pesar de todo el sexo y placeres y gustos terrenos, jamás puede saciarse, porque todos son finitos, criaturas, migajas de criatura y nosotros, desde nuestro nacimiento y creación por Dios, estamos hechos para lo infinito, para la hartura de la divinidad.

Querida hermana, querido hermano, SI EXISTES, ES QUE DIOS TE AMA. Ha pensado en tí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándote en su esencia infinita, llena de luz y de amor, te ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en  una eternidad dichosa,  que ya no va a acabar nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora.“Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3).

Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  te da la existencia, en el beso y amor de tus padres, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser Amor divino dado y recibido, que mora ya para siempre en tí. El salmo 138, 13-16, lo expresa maravillosamente: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son  admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero. ¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto!”.

QUERIDA HERMANA, QUERIDO HERMANOS, SI EXISTO, ES QUE DIOS  ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mi y me ha preferido...Yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Y te ha elegido para vivir eternamente ya, para se feliz en su misma felicidad infinita, eso es el cielo, la vida de gracia desarrollada en plenitud en la resurrección. Que bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que El fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3). Es un privilegio el existir. Expresa que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser humano. !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado».(G. Marcel).

QUERIDA HERMANA, QUERIDO HERMANO, SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida, porque  nos ama y esto le hace feliz.

Con qué respeto, con qué cariño  tenemos que mirarnos unos a otros... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean, vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

Desde aquí debemos echar  una mirada a lo esencial  de la vida cristiana, de la vida de gracia, participación de la misma vida divina, de todo apostolado auténtico y cristiano, a la misión transcendente y llena de responsabilidad que Cristo ha confiado a la Iglesia: todo hombre es una eternidad en Dios, aquí nadie muere, todos vivirán eternamente, o con Dios  o sin Dios, por eso, qué terrible responsabilidad tenemos cada uno de nosotros con nuestra vida; desde aquí  se comprende mejor lo que valemos: la pasión,  muerte,  sufrimientos y resurrección de Cristo; el que se equivoque, se equivocará para siempre… responsabilidad. terrible para cada hombre y  terrible sentido y profundidad de la misión confiada a  todo sacerdote, a todos los apóstoles de Jesucristo, por encima de todos los bienes creados y efímeros de este mundo....si se tiene fe, si se cree en el Viviente, en la eternidad, hay que trabajar sin descanso y con conceptos claros de apostolado y eternidad por la salvación de todos y cada uno de los hombres.

No estoy solo en el mundo, alguien ha pensado en mí, alguien me mira con ternura y cuidado, aunque todos me dejen, aunque nadie pensara en mi, aunque mi vida no sea brillante para el mundo o para muchos... Dios me ama, me ama, me ama.... y siempre me amará. Por el hecho de existir, ya nadie podrá quietarme esta gracia y este don; yo soy eterno, yo no moriré nunca: yo no dejaré de existir, viviré siempre en Dios.

QUERIDA HERMANA, QUERIDO HERMANO, SI EXISTES, ES QUE ESTÁS LLAMADA, LLAMADO A SER FELIZ, a ser amado y amar en Dios Trino y Uno; este es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos del Valle y de  mi tierra de la Vera extremeña en primavera. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14, 2-4).“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

Y todo esto que estoy diciendo de mi propia existencia, tengo que ponerlo también en la existencia de mis hermanos, de mis hijos, queridos padres; de nuestros queridos feligreses, queridos sacerdotes o catequistas o parroquianas: esto da hondura y seriedad y responsabilidad eterna a mi sacerdocio o cristianismo o bautizado, y me anima a trabajar sin descanso por la salvación eterna de mis hermanos los hombres. Qué grande es el misterio de Cristo, de la Iglesia. No quiero ni tocarlo. Somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades. ¡Que ninguna se pierda, Señor! Si existen, es que son un proyecto eterno de tu amor. Si existen, es que Dios los ha llamado a su misma felicidad esencial.

Y como Dios tiene un proyecto de amor sobre mí  y me ha llamado a ser feliz en Él y por Él, quiero serle totalmente fiel, y pido perdón de mis fallos y quiero no defraudarle en las esperanzas que ha depositado en mí, en mi vida, en mi proyecto y realización. Quiero estar siempre en contacto con Él para descubrirlo. Y qué gozo, saber que cuando yo me vuelvo a Él para mirarle, resulta que me encuentro con Él, con su mirada, porque Él siempre me está mirando, amando, gozándose con mi existir. Ante este hecho de mi existencia, se me ocurren tres cosas principalmente:

1.- Constatar mi existencia y convencerme de que existo, para valorarme y autoestimarme. Sentirme privilegiado, viviente y alegrarme y darle gracias a Dios de todo corazón, de verdad, convencido. Como aquel canto de juventud: gracias por la vida que me ha dado tanto, una eternidad. Quiero mirarme a mí mismo y declararme eterno en la eternidad de Dios, quererme, saber que debo estar a bien conmigo  mismo, con mi yo, porque existo para la eternidad. Mover mis manos y mis pies para constatar que vivo y soy eterno. Valorar también a los demás, sean como sean, porque son un proyecto eterno de amor de Dios. Amar a todos los hombres, interesarme por su salvación.

2.- Sentirme amado. Aquí radica la felicidad del hombre. Todo  hombre es feliz cuando se siente amado, y  es así porque esta es la esencia y manera de ser de Dios y  nosotros estamos creados por Él a su imagen y semejanza.  No podemos vivir, ser felices ,sin sentirnos amados.  De qué le vale a un marido tener una mujer bellísima si no le ama, si no se siente amado.... y a la inversa, de qué le vale a una esposa tener un Apolo de hombre si no la ama, si no se siente amada... y a Dios, de qué le serviría todo su poder, toda su hermosura si no fueran Tres Personas amantes y amadas, compartiendo el mismo Ser Infinito, el mismo amor, la misma felicidad llena de continuo abrazo en la misma belleza y esplendores divinos de su serse en acto eterno de Amor. Y si esto es en el amor, desde la fe puedo interrogarme yo lo mismo: para qué quiero yo  conocer a un Dios infinito, todo poder, inteligencia,  belleza, si yo no lo amo, si Él no me amo y no me siento amado por Él. Y sentirme amado por Él es el cielo en la tierra, porque el cielo es Dios y Dios lo siento dentro de mí: «Quedéme y olvidéme, el rostro… Yo comprendo a los místicos, a los que llegan a esta alturas de sentir el Amor Dios, todo depende de mi grado de oración y conversión a Dios. Santa Teresa: «Sácame de aquesta vida….

 Por eso, cristiano completo, “en verdad completa”,  no es tanto el que ama a Dios como el que se siente amado por Dios. Y lo mismo le pasa a Dios en relación con el hombre, para qué quiere Él  mis rezos, mis oraciones, mis misma oración, si no le amo... ¿busco yo  amar de verdad a Dios cumpliendo sus mandamientos  o solo pretendo ser un cumplidor fiel de rezos y letanías?  Jesucristo vino a nuestro encuentro para que fuéramos sus hijos, sus amigos: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo, permaneced en mi amor…” (Jn 15,9-17 ). Jesús dice que Él y el Padre quieren nuestro amor. Y continúa el evangelio en esta línea: "Vosotros sois mis amigos... ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer"; “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a el y haremos morada en el. Creedme yo estoy en el Padre y el Padre en mí” (Jn 14 ,9).

3.- Desde esta perspectiva del amor de Dios al hombre, de la eternidad que vale cada hombre para Dios, tantos hombres, tantas eternidades, valorar y apreciar mi mi bautismo, mi sacerdocio apostólico, a la vez que la responsabilidad y la confianza que Dios ha puesto en mí al elegirme y en vosotros padres, al daros vuestros hijos, que son sus hijos, que son eternidades. Los padres, sobre todos, los sacerdotes somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades. Quiero tener esto muy presente para trabajar sin descanso por mi santidad ya que de ella depende la de mis hermanos, la salvación eterna de todos los que me han confiado. Es el mejor apostolado que puedo hacer en favor de mis hermanos los hombres en orden a su salvación eterna. Quiero trabajar siempre a la luz de esta verdad, porque es la mirada de Dios sobre mi elección sacerdotal y sobre los hombres, la razón  de mi existencia como sacerdote: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido para que vayáis y déis mucho fruto y vuestro fruto dure...”

 YO SOLO CREO EN LA ETERNIDAD Y SOLO QUIERO VIVIR YA PARA LA ETERNIDAD. La finalidad más importante de mi actividad sacerdotal, el fruto último de mi apostolado son las eternidades de mis hermanos: “nadie me ha nombrado juez de herencias humanas...”, dijo Jesús en cierta ocasión a los que le invitaron a intervenir en una herencia terrena. Hacia la eternidad con Dios debe apuntar todo en mi vida.

Si queréis, todavía podemos profundizar un poco más en este hecho aparentemente tan simple, pero tan maravilloso de nuestro existir. Pasa como con la Eucaristía, con el pan consagrado, como con el sagrario, aparentemente no hay nada especial, y está encerrado todo el misterio del amor de Dios y de Cristo al hombre: toda la teología, la liturgia,  la salvación, el misterio de Dios... QUÉ HACE TODO UN DIOS EN EL SAGRARIO… NO LO COMPRENDO… CUANTO VALE UN HOMBRE…. ENTREGÓ SU VIDA Y AHORA PERMANECE CON LOS BRAZOS ABIERTOS…

Fijáos, Dios no nos ha hecho planta, estrella, flor, pájaro...  me ha hecho hombre con capacidad de Dios infinito. La Biblia lo describe estupendamente. Le vemos a   Dios gozoso, en los primeros días de la creación, cuando se ha decidido a plasmar en barro el plan maravilloso,  acariciado en su esencia, llena de luz y de amor."Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza. Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creo: macho y hembra los creó" (Gn 1,26-27). 

Qué querrá decirnos Dios con esta repetición: a imagen de Dios.... a semejanza suya... no sabéis cuántas ideas me sugiere esta frase... porque nos mete en el hondón de Dios. El hombre es más que hombre. Esta especie animal perdida durante siglos, millones de años, más imperfecta tal vez que otras en sus genomas y evolución, cuando Dios quiso, con un beso de su plan creador, el «homo erectus, habilis, ergaster, sapiens, nehandertalensis, cromaionensis, australopithecus…» y ahora el hombre del Chad, cuando Él quiso, le sopló su espíritu y le hizo a su imagen y semejanza, le comunicó su misma vida, fue hecho espíritu finito: como finito es limitado, pero como espíritu está abierto a Dios, a lo infinito, semejante a Él en el ser, en la inteligencia, en el amar y ser amado como El. Qué bien lo tiene escrito el profesor Alfaro, antiguo profesor de la Gregoriana.

Por eso los místicos de todos los tiempos son los adelantados que entran, por la oración contemplativa o contemplación amorosa, en la intimidad con Dios, tierra sagrada prometida a todos los hombres y  por el amor contemplativo, por «llama de amor viva», conocen estas cosas y vienen cargados con frutos de eternidad de la esencia divina hasta nosotros, que peregrinamos en la fe y esperanza. Son los profetas que Dios envía a su Iglesia en todos los tiempos; son los que por experiencia viva se adentran por unión y transformación de amor en el mismo volcán siempre en erupción de ser y felicidad y misterios y verdades del  amor de Dios, y  nos explican y revelan estas realidades de ternura para con el hombre encerradas en la esencia de Dios, que se revela en la creación y recreación por Cristo, por su Palabra hecha carne y pan de eucaristía.

Se llaman místicos, precisamente porque experimentan, sienten a Dios y su Espíritu y su misterio y nos lo revelan, traducen y explican. Son los guías más seguros, son como los exploradores que Moisés mandó por delante para descubrir la tierra prometida, y que luego vuelven cargados de frutos de lo que han visto y vivido, para enseñárnoslos a nosotros, y animarnos a todos a conquistarla; vienen con el corazón, con el espíritu y la inteligencia llenos de luz por lo que han visto y nos animan con palabras encendidas, para que avancemos por este camino de la oración, para llegar un día a la contemplación del misterio infinito de  Dios, que se revela luego y se refleja en el misterio del hombre y del mundo desde la fe, desde dentro de Dios, desde más allá de la realidad que aparece. Los místicos son los verdaderos mistagogos de los misterios de Dios, iniciadores en este camino de contemplación del misterio de Dios.

Nadie sabría convencernos del hecho de que hemos sido creados por Dios para ser felices en la misma felicidad eterna de Dios Trino y Uno, mejor que lo hace Santa Catalina de Siena con esta plegaria inflamada de amor a Dios Trinidad:

«Cómo creaste, pues, oh Padre eterno, a esta criatura tuya? Me deja fuertemente asombrada esto: veo , en efecto, cómo Tú me muestras, que no la creaste por otra razón que ésta: con tu luz te viste obligado por el fuego de tu amor a darnos el ser, no obstante las iniquidades que ibamos a cometer contra tì. El fuego de tu amor te empujó. ¡Oh Amor inefable! aún viendo con tu luz infinita  todas las iniquidades que tu criatura  iba a cometer contra tu infinita bondad, Tú hiciste como quien no quiere ver, pero detuviste tu mirada en la belleza de tu criatura, de la cual, como loco y ebrio de amor, te enamoraste y por amor la atrajiste hacia tì dándole EXISTENCIA A IMAGEN Y SEMEJANZA TUYA. Tu verdad eterna me ha declarado tu verdad: que el amor te empujó a crearla». (Oración V)

Convendría a estas alturas volver al texto de S. Juan, que ha inspirado esta reflexión, que lo aprendamos de memoria y lo repitamos esta noche y mañana hasta la meditación: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amo primero y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados" (1Jn.4, 9-10).

(SILENCIO)

-- NO ADORÉIS A NADIE MÁS QUE DIOS…

-- PADRE NUESTRO QUE ESTÁ EN EL CIELO, SANTIFICADO…

-- «Señor Jesucristo,, que dijiste a tus apóstoles, mi paz os dejo, mi paz os doy…

-- DAOS FRATERNALMENTE LA PAZ…

El Señor esté con vosotros… La bendición de Dios todopoderoso Padre, Hijo y… Podéis ir en paz.

  1. MEDITACIÓN EN SU FORMA MÁS BREVE

CABEZUELA: SI EXISTO…

INVOCAMOS: «VEN, ESPÍRITU DIVINO, MANDA TU LUZ...»

            CANTAMOS: «INÚNDAME, SEÑOR, CON TU ESPÍRITU…»                             «

MEDITACIÓN: Muy querido hermano sacerdote Don Bernabé, que tanto amor e interés tienes por la conversión de tu parroquia a Cristo, queridos hermanos y amigos todos de Cabezuela: S. Ignacio de Loyola, en el principio y fundamento de los Ejercicios Espirituales, nos dice:«El hombre ha sido creado para amar y servir a Dios y mediante esto salvar su alma». Esta es la razón de la existencia del hombre sobre la tierra porque expresa el mismo pensamiento de Cristo contenido en los evangelios: ¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?

Yo solo pregunto una cosa: todos morimos, muchos han muerto, pregunto sin malicia, solo para pensarlo y meditarlo e interiorizarlo: si no se han salvado, de qué todo lo que fueron y tuvieron en la tierra? Y yo, Gonzalo, que os hablo, y para que nadie se asuste y piensa que trato de meteros miedo, yo me pregunto: cómo me gustaría estar en la hora de mi muerte, el momento más importante para entrar en la eternidad, en el siempre, siempre que me espera. Pues piénsalo ahora en este momento de gracia que Dios te ha concedido, en lugar de quedarte en casa viendo la tele, y haz ahora lo que te gustaría haber hecho en el momento de partir para la eternidad, para ese siempre, siempre en Dios, que nos espera y para el que fuiste creado, fuimos soñados por el Padre Dios.

Hermanos, Aprovechemos este tiempo de gracia y salvación que Dios nos concede en este santa cuaresma para convertirnos más a su amor o potenciar nuestra vida de gracia si ya la tenemos y la tenemos la mayoría, pero pidámosla, si la necesitan  nuestros hijos y nietos y el resto de los hombres, si la han perdido, para que la reencuentren y los lleve a la salvación de Cristo.

Repitiendo la afirmación de san Ignacio… el hombre ha sido…

PREGUNTO YO AHORA, OS PREGUNTO A TODOS:  ¿POR QUÉ EL HOMBRE TIENE QUE AMAR  A DIOS?

Respuesta: PORQUE DIOS NOS AMÓ PRIMERO. Así que cuando algún hijo o nieto, al hacerle tú esta pregunta, te diga responda por qué tengo que rezar, o ser obediente, en definitiva, por qué tengo que amar a Dios e ir a misa: … ya sabes lo que tienes que responderle, PORQUE ÉL NOS AMÓ PRIMERO.

Cuando me santiguo todos los días para empezar mi oración personal, yo lo hago así: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo… en el nombre del

San Juan fundamenta toda esta verdad maravillosamente, en su primera carta, capítulo cuarto, cuando nos dice: " Dios es amor…En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4, 10),

Y esta afirmación es muy parecida a esta otra del mismo apóstol san Juan, que para mí, junto con san Pablo, son los Apóstoles más profundos, los que han tenido mayor experiencia en la tierra por su oración subida y contemplativa, del misterio de Dios, de la vida de Dios en el hombre y con los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna, porque Dios no envió a su hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él”.

Para mí encierra tal riqueza de teología, vida, experiencia, amor, contemplación, sobre todo mirando a Cristo crucificado, al Hijo entregado por nuestros pecados, que os invito a que traigaís mañana a los que no suelen venir a estos actos, para que el Señor le diga: os amo, estáis salvados, he dado mi vida por vosotros… porque es posible ser cofrade y sacar a Cristo en procesión, pero no sentir y escuchar a Cristo que dice a todos los que le llevan o le contemplan: Estoy aquí por amor a ti, porque te amo quiero seas feliz eternamente en la misma felicidad de Dios Trino y Uno.         

QUERIDOS HERMANOS: “Dios es Amor…en esto consiste el Amor, no en que nosotros… SI EXISTIMOS, ES QUE DIOS NOS HA AMADO Y NOS HA LLAMADO A COMPARTIR CON ÉL SU MISMO GOZO ESENCIAL Y TRINITARIO. Qué maravilla existir, qué gozo inmenso ser hombre, ser mujer, no moriré, viviré siempre, siempre, soy eternidad, llamado a compartir la misma eternidad y felicidad infinita de mi Dios Trinidad, de mi Dios Trino y Uno, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Qué gozo ser  católico, tener fe en Cristo, CREER en Dios nuestro Padre, qué pena ver este mundo en el que muchos de nuestros hermanos han perdido la fe, y con ello, el sentido de la vida; al alejarse de Dios, no saben de donde vienen y a donde van, ni para qué viven… muchos hermanos de esta España nuestra actual, viven en noche de la fe en Dios Padre creador y salvador el hombre, vive en el nihilismo existencial, viven sin dirección a lo infinito, a la Verdad absoluta, todo es terreno, horizontal, sin verticalidad del cielo y del Dios Amor, y por eso no hay paz ni gozo, ni matrimonio para siempre, ni familia unida, ni vecinos…porque falta al Amor en mayúscula, falta Dios, origen y fuente de todo amor, y viene el aborto y la eutanasia… porque si  una niña tiene derecho a un crimen, a matar… tú me diras cuando los padres sean ancianos ….porque Dios es amor y sin Dios no hay amor ni felicidad ni gozo pleno y permanente, aun en medio de las pruebas de la vida y dificultades…

En su carta a los Efesios, san Pablo nos dice: “Bendito sea Dios y Padre de nuestro señor Jesucristo que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuando nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus lujos adoptivos por medio de Jesucristo según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado.       

A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada,  solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe eternamente, desde siempre, en su mismo Serse infinito de vida y amor y verdad y felicidad inifinitas, fuera de un antes y un después, esto es, fuera del tiempo. Y porque Él nos soñó y no amó primero, como dice san Juan, cuando el hombre, cualquier criatura, tú, ahora, cuando miras y rezas a Dios, te encuentras con una mirada que te ha estado mirando con amor desde siempre, desde toda la eternidad. Todo amor en el hombre, es reflejo del amor primero.

En el principio no existía nada, solo Dios. Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo...piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es  y subsiste, piensa desde toda la eternidad en  crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él  y por Él y como Él.

Y esta es la razón de que el hombre, a pesar de todo el sexo y placeres y gustos terrenos que busque y disfrute, jamás podrá saciarse, porque todos son finitos, migajas de criatura y nosotros, desde nuestro nacimiento y creación por Dios, estamos hechos para lo infinito, para la hartura de la divinidad.

Querida hermana, querido hermano de la parroquia del Salvaador, SI EXISTES, ES QUE DIOS TE AMA. Ha pensado en tí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándote en su esencia infinita, llena de luz y de amor, te ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en  una eternidad dichosa,  que ya no va a acabar nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora, Jesucristo, Dios encarando:“Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3).

Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  te da la existencia, en el beso y amor de tus padres, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser Amor divino dado y recibido, que mora ya para siempre en tí. El salmo 138, 13-16, lo expresa maravillosamente: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son  admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero. ¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto!”.

QUERIDA HERMANA, QUERIDO HERMANOS, SI EXISTES, ES QUE DIOS  TE HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mi y me ha preferido...Yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Y te ha elegido para vivir eternamente ya, para se feliz en su misma felicidad infinita, eso es el cielo, la vida de gracia desarrollada en plenitud en la resurrección. Tú has sido más guapa para tu Padre Dios, tú has sido más amado que otros millones de hombres posibles…Que bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que El fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3). Es un privilegio el existir. Expresa que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser humano en el amor de mis padres !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado».(G. Marcel).

QUERIDA HERMANA, QUERIDO HERMANO DEL SALVADOR, SI EXISTES, YÚ VALES MUCHO, porque todo un Dios te ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida, porque  nos ama y esto le hace feliz.

Con qué respeto, con qué cariño  tenemos que mirarnos unos a otros... porque todos han sido preferidos y amados por Dios, y fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. O con Dios, eso es el cielo eterno, o sin Dios, en soledad y oscuridad, en noche eternal de luz, de vida, de amor, solos, solos eternamente… eso es el infierno, no llamas ni fuego en multitude. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean, vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

No estoy solo en el mundo, alguien ha pensado en mí, alguien me mira con ternura y cuidado, aunque todos me dejen, aunque nadie pensara en mi, aunque mi vida no sea brillante para el mundo o para muchos... Dios me ama, me ama, me ama.... y siempre me amará. Y la Virgen del Puerto me ayudará, porque todos los días la rezo la salve para pedirle que después de este destierro me muestre a Jesús fruto bandito de su vientre. Por el hecho de existir, ya nadie podrá quietarme esta gracia y este don; yo soy eterno, yo no moriré nunca: yo no dejaré de existir, viviré siempre en Dios.

QUERIDA HERMANA, QUERIDO HERMANO, SI EXISTES, ES QUE ESTÁS LLAMADA, LLAMADO A SER FELIZ, a ser amado y amar en Dios Trino y Uno; este es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos del Valle y de  mi tierra de la Vera extremeña en primavera. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14, 2-4).“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

Y como Dios tiene un proyecto de amor sobre mí  y me ha llamado a ser feliz en Él y por Él, quiero serle totalmente fiel, y pido perdón de mis fallos y quiero no defraudarle en las esperanzas que ha depositado en mí, en mi vida, en mi proyecto y realización. Quiero estar siempre en contacto con Él para descubrirlo. Y qué gozo, saber que cuando yo me vuelvo a Él para mirarle, resulta que me encuentro con Él, con su mirada, porque Él siempre me está mirando, amando, gozándose con mi existir. Ante este hecho de mi existencia, se me ocurren tres cosas principalmente:

1.- Constatar mi existencia y convencerme de que existo, para valorarme y autoestimarme. Sentirme privilegiado, viviente y alegrarme y darle gracias a Dios de todo corazón, de verdad, convencido. Como aquel canto de juventud: gracias por la vida que me ha dado tanto, una eternidad. Quiero mirarme a mí mismo y declararme eterno en la eternidad de Dios, quererme, saber que debo estar a bien conmigo  mismo, con mi yo, porque existo para la eternidad. Mover mis manos y mis pies para constatar que vivo y soy eterno. Valorar también a los demás, sean como sean, porque son un proyecto eterno de amor de Dios. Amar a todos los hombres, interesarme por su salvación.

2.- Sentirme amado. Aquí radica la felicidad del hombre. Todo  hombre es feliz cuando se siente amado, y  es así porque esta es la esencia y manera de ser de Dios y  nosotros estamos creados por Él a su imagen y semejanza.  No podemos vivir, ser felices ,sin sentirnos amados.  De qué le vale a un marido tener una mujer bellísima si no le ama, si no se siente amado.... y a la inversa, de qué le vale a una esposa tener un Apolo de hombre si no la ama, si no se siente amada... y a Dios, de qué le serviría todo su poder, toda su hermosura si no fueran Tres Personas amantes y amadas, compartiendo el mismo Ser Infinito, el mismo amor, la misma felicidad llena de continuo abrazo en la misma belleza y esplendores divinos de su serse en acto eterno de Amor. Y si esto es en el amor, desde la fe puedo interrogarme yo lo mismo: para qué quiero yo  conocer a un Dios infinito, todo poder, inteligencia,  belleza, si yo no lo amo, si Él no me ama y no me siento amado por Él. Y sentirme amado por Él es el cielo en la tierra, porque el cielo es Dios y Dios lo siento dentro de mí: «Quedéme y olvidéme, el rostro… Yo comprendo a los místicos, a los que llegan a esta alturas de sentir el Amor Dios, todo depende de mi grado de oración y conversión a Dios. Santa Teresa: «Sácame de aquesta vida….

3.- Desde esta perspectiva del amor de Dios al hombre, de la eternidad que vale cada hombre para Dios, tantos hombres, tantas eternidades, valorar y apreciar mi mi bautismo, mi sacerdocio apostólico, a la vez que la responsabilidad y la confianza que Dios ha puesto en mí al elegirme y en vosotros padres, al daros vuestros hijos, que son sus hijos, que son eternidades. Los padres, sobre todos, los sacerdotes somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades

 YO SOLO CREO EN LA ETERNIDAD Y SOLO QUIERO VIVIR YA PARA LA ETERNIDAD. PENSAD EN LO QUE CREEMOS: POR QUÉ CRISTO HASTA EL FIN DE LOS TIEMPOS EN EL SAGRARIO, QUÉ HACE TODO UN DIOS EN EL SAGRARIO… NO LO COMPRENDO… CUANTO VALE UN HOMBRE… LA ETERNIDAD… ENTREGÓ SU VIDA PARA QUE TODOS LA TUVIÉRAMOS ETERNA: “Tanto amó Dios al mundo… comed el pan de la vida eternal,  orad mucho ante el Sagrario, y todos se salvarán… os lo aseguro, nos lo asegura Él mismo, ha venido para que todos tengan vida eternal.

Por eso los místicos de todos los tiempos son los adelantados que entran, por la oración contemplativa o contemplación amorosa, en la intimidad con Dios, tierra sagrada prometida a todos los hombres y  por el amor contemplativo, por «llama de amor viva», conocen estas cosas y vienen cargados con frutos de eternidad de la esencia divina hasta nosotros, que peregrinamos en la fe y esperanza, para decirnos que todo es verdad, que todo lo que ha dicho Cristo es verdad, porque han entrado en el cielo, en la tierra prometida hasta el pundo de que desean morir para entrar definitivamente en ella: vivo sin vivir en mi…sácame de aquesta… esta vida que yo vivo, es privación de vivir… .

Son los profetas que Dios envía a su Iglesia en todos los tiempos; son los que por experiencia viva se adentran por unión y transformación de amor en el mismo volcán siempre en erupción de ser y felicidad y misterios y explendores de Dios Trino y Uno en el que todos seremos sumergido por la potencia de Amor del Espíritu Santo. Se llaman místicos, precisamente porque experimentan, sienten a Dios y su Espíritu y su misterio y nos lo revelan, traducen y explican.

Nadie sabría convencernos del hecho de que hemos sido creados por Dios para ser felices en la misma felicidad eterna de Dios Trino y Uno, mejor que lo hace Santa Catalina de Siena con esta plegaria inflamada de amor a Dios Trinidad:

«Cómo creaste, pues, oh Padre eterno, a esta criatura tuya? Me deja fuertemente asombrada esto: veo , en efecto, cómo Tú me muestras, que no la creaste por otra razón que ésta: con tu luz te viste obligado por el fuego de tu amor a darnos el ser, no obstante las iniquidades que ibamos a cometer contra tì. El fuego de tu amor te empujó. ¡Oh Amor inefable! aún viendo con tu luz infinita  todas las iniquidades que tu criatura  iba a cometer contra tu infinita bondad, Tú hiciste como quien no quiere ver, pero detuviste tu mirada en la belleza de tu criatura, de la cual, como loco y ebrio de amor, te enamoraste y por amor la atrajiste hacia tì dándole EXISTENCIA A IMAGEN Y SEMEJANZA TUYA. Tu verdad eterna me ha declarado tu verdad: que el amor te empujó a crearla». (Oración V)

Convendría a estas alturas volver al texto de S. Juan, que ha inspirado esta reflexión, que lo aprendamos de memoria y lo repitamos esta noche y mañana hasta la meditación: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amo primero y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados" (1Jn.4, 9-10). Repetid ahora muchas veces este texto de san Juan en vuestro corazón, en el silencio de vuestra oración y meditación personal.

(SILENCIO)

-- NO ADORÉIS A NADIE, A NADIE MÁS QUE A DIOS…

Rezamos todos juntos esta oración que he compuesto a Dios Padre meditando los textos de san Juan: mi oración.

-- PADRE NUESTRO QUE ESTÁ EN EL CIELO, SANTIFICADO…

-- «Señor Jesucristo,, que dijiste a tus apóstoles, mi paz os dejo, mi paz os doy…

-- Daos fraternalmente la paz…

-- El Señor esté con vosotros… La bendición de Dios todopoderoso Padre, Hijo y…

-- Podéis ir en paz.

 

  1. MEDITACIÓN EN SU FORMA ULTRA BREVE, BREVÍSIMA
  1. MEDITACIÓN EN SU FORMA MÁS BREVE

CABEZUELA: SI EXISTO…

 

INVOCAMOS: «VEN, ESPÍRITU DIVINO, MANDA TU LUZ...»

            CANTAMOS: «INÚNDAME, SEÑOR, CON TU ESPÍRITU…»                            «

MEDITACIÓN: Muy querido hermano sacerdote Don Bernabé, que tanto amor e interés tienes por la conversión de tu parroquia a Cristo, queridos hermanos y amigos todos de Cabezuela: S. Ignacio de Loyola, en el principio y fundamento de los Ejercicios Espirituales, nos dice: «El hombre ha sido creado para amar y servir a Dios y mediante esto salvar su alma». Esta es el fin y la razón de la existencia del hombre sobre la tierra, en este mundo. Esto mismo, pero más profundamente y en términos bíblicos, lo expresa san Juan en su primera carta, capítulo cuarto, en estos términos: “Dios es Amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4. 10). Por lo tanto, si nos preguntamos mirando a S. Ignacio: y por qué el hombre tiene que amar y servir a Dios? Respondemos con san Juan: porque Dios es Amor, Dios es Amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado…   

A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada,  solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe eternamente, desde siempre, en su mismo Serse infinito de vida y amor y verdad y felicidad inifinitas, fuera de un antes y un después, esto es, fuera del tiempo. Y porque Él nos soñó y no amó primero, como dice san Juan, cuando el hombre, cualquier criatura, tú, ahora, cuando miras y rezas a Dios, te encuentras con una mirada que te ha estado mirando con amor desde siempre, desde toda la eternidad. Todo amor en el hombre, es reflejo del amor primero.

En el principio no existía nada, solo Dios. Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo...piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es  y subsiste, piensa desde toda la eternidad en  crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él  y por Él y como Él.

Y esta es la razón de que el hombre, a pesar de todo el sexo y placeres y gustos terrenos que busque y disfrute, jamás podrá saciarse, porque todos son finitos, migajas de criatura y nosotros, desde nuestro nacimiento y creación por Dios, estamos hechos para lo infinito, para la hartura de la divinidad.

Querida hermana, querido hermano de la parroquia del Salvador, SI EXISTES, ES QUE DIOS TE AMA. Ha pensado en tí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándote en su esencia infinita, llena de luz y de amor, te ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en  una eternidad dichosa,  que ya no va a acabar nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora, Jesucristo, Dios encarando:“Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3).

Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  te da la existencia, en el beso y amor de tus padres, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser Amor divino dado y recibido, que mora ya para siempre en tí. El salmo 138, 13-16, lo expresa maravillosamente: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son  admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero. ¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto!”.

QUERIDA HERMANA, QUERIDO HERMANOS, SI EXISTES, ES QUE DIOS  TE HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mi y me ha preferido...Yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Y te ha elegido para vivir eternamente ya, para se feliz en su misma felicidad infinita, eso es el cielo, la vida de gracia desarrollada en plenitud en la resurrección. Tú has sido más guapa para tu Padre Dios, tú has sido más amado que otros millones de hombres posibles…Que bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que El fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3). Es un privilegio el existir. Expresa que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser humano en el amor de mis padres !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado».(G. Marcel).

QUERIDA HERMANA, QUERIDO HERMANO DEL SALVADOR, SI EXISTES, YÚ VALES MUCHO, porque todo un Dios te ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida, porque  nos ama y esto le hace feliz.

Con qué respeto, con qué cariño  tenemos que mirarnos unos a otros... porque todos han sido preferidos y amados por Dios, y fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. O con Dios, eso es el cielo eterno, o sin Dios, en soledad y oscuridad, en noche eternal de luz, de vida, de amor, solos, solos eternamente… eso es el infierno, no llamas ni fuego en multitude. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean, vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

No estoy solo en el mundo, alguien ha pensado en mí, alguien me mira con ternura y cuidado, aunque todos me dejen, aunque nadie pensara en mi, aunque mi vida no sea brillante para el mundo o para muchos... Dios me ama, me ama, me ama.... y siempre me amará. Y la Virgen del Puerto me ayudará, porque todos los días la rezo la salve para pedirle que después de este destierro me muestre a Jesús fruto bandito de su vientre. Por el hecho de existir, ya nadie podrá quietarme esta gracia y este don; yo soy eterno, yo no moriré nunca: yo no dejaré de existir, viviré siempre en Dios.

QUERIDA HERMANA, QUERIDO HERMANO, SI EXISTES, ES QUE ESTÁS LLAMADA, LLAMADO A SER FELIZ, a ser amado y amar en Dios Trino y Uno; este es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos del Valle y de  mi tierra de la Vera extremeña en primavera. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14, 2-4).“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

Y como Dios tiene un proyecto de amor sobre mí  y me ha llamado a ser feliz en Él y por Él, quiero serle totalmente fiel, y pido perdón de mis fallos y quiero no defraudarle en las esperanzas que ha depositado en mí, en mi vida, en mi proyecto y realización. Quiero estar siempre en contacto con Él para descubrirlo. Y qué gozo, saber que cuando yo me vuelvo a Él para mirarle, resulta que me encuentro con Él, con su mirada, porque Él siempre me está mirando, amando, gozándose con mi existir. Ante este hecho de mi existencia, se me ocurren tres cosas principalmente:

1.- Constatar mi existencia y convencerme de que existo, para valorarme y autoestimarme. Sentirme privilegiado, viviente y alegrarme y darle gracias a Dios de todo corazón, de verdad, convencido. Como aquel canto de juventud: gracias por la vida que me ha dado tanto, una eternidad. Quiero mirarme a mí mismo y declararme eterno en la eternidad de Dios, quererme, saber que debo estar a bien conmigo  mismo, con mi yo, porque existo para la eternidad. Mover mis manos y mis pies para constatar que vivo y soy eterno. Valorar también a los demás, sean como sean, porque son un proyecto eterno de amor de Dios. Amar a todos los hombres, interesarme por su salvación.

2.- Sentirme amado. Aquí radica la felicidad del hombre. Todo  hombre es feliz cuando se siente amado, y  es así porque esta es la esencia y manera de ser de Dios y  nosotros estamos creados por Él a su imagen y semejanza.  No podemos vivir, ser felices ,sin sentirnos amados.  De qué le vale a un marido tener una mujer bellísima si no le ama, si no se siente amado.... y a la inversa, de qué le vale a una esposa tener un Apolo de hombre si no la ama, si no se siente amada... y a Dios, de qué le serviría todo su poder, toda su hermosura si no fueran Tres Personas amantes y amadas, compartiendo el mismo Ser Infinito, el mismo amor, la misma felicidad llena de continuo abrazo en la misma belleza y esplendores divinos de su serse en acto eterno de Amor. Y si esto es en el amor, desde la fe puedo interrogarme yo lo mismo: para qué quiero yo  conocer a un Dios infinito, todo poder, inteligencia,  belleza, si yo no lo amo, si Él no me ama y no me siento amado por Él. Y sentirme amado por Él es el cielo en la tierra, porque el cielo es Dios y Dios lo siento dentro de mí: «Quedéme y olvidéme, el rostro… Yo comprendo a los místicos, a los que llegan a esta alturas de sentir el Amor Dios, todo depende de mi grado de oración y conversión a Dios. Santa Teresa: «Sácame de aquesta vida….

3.- Desde esta perspectiva del amor de Dios al hombre, de la eternidad que vale cada hombre para Dios, tantos hombres, tantas eternidades, valorar y apreciar mi mi bautismo, mi sacerdocio apostólico, a la vez que la responsabilidad y la confianza que Dios ha puesto en mí al elegirme y en vosotros padres, al daros vuestros hijos, que son sus hijos, que son eternidades. Los padres, sobre todos, los sacerdotes somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades

 YO SOLO CREO EN LA ETERNIDAD Y SOLO QUIERO VIVIR YA PARA LA ETERNIDAD. PENSAD EN LO QUE CREEMOS: POR QUÉ CRISTO HASTA EL FIN DE LOS TIEMPOS EN EL SAGRARIO, QUÉ HACE TODO UN DIOS EN EL SAGRARIO… NO LO COMPRENDO… CUANTO VALE UN HOMBRE… LA ETERNIDAD… ENTREGÓ SU VIDA PARA QUE TODOS LA TUVIÉRAMOS ETERNA: “Tanto amó Dios al mundo… comed el pan de la vida eternal,  orad mucho ante el Sagrario, y todos se salvarán… os lo aseguro, nos lo asegura Él mismo, ha venido para que todos tengan vida eternal.

Por eso los místicos de todos los tiempos son los adelantados que entran, por la oración contemplativa o contemplación amorosa, en la intimidad con Dios, tierra sagrada prometida a todos los hombres y  por el amor contemplativo, por «llama de amor viva», conocen estas cosas y vienen cargados con frutos de eternidad de la esencia divina hasta nosotros, que peregrinamos en la fe y esperanza, para decirnos que todo es verdad, que todo lo que ha dicho Cristo es verdad, porque han entrado en el cielo, en la tierra prometida hasta el pundo de que desean morir para entrar definitivamente en ella: vivo sin vivir en mi…sácame de aquesta… esta vida que yo vivo, es privación de vivir… .

Son los profetas que Dios envía a su Iglesia en todos los tiempos; son los que por experiencia viva se adentran por unión y transformación de amor en el mismo volcán siempre en erupción de ser y felicidad y misterios y explendores de Dios Trino y Uno en el que todos seremos sumergido por la potencia de Amor del Espíritu Santo. Se llaman místicos, precisamente porque experimentan, sienten a Dios y su Espíritu y su misterio y nos lo revelan, traducen y explican.

Nadie sabría convencernos del hecho de que hemos sido creados por Dios para ser felices en la misma felicidad eterna de Dios Trino y Uno, mejor que lo hace Santa Catalina de Siena con esta plegaria inflamada de amor a Dios Trinidad:

«Cómo creaste, pues, oh Padre eterno, a esta criatura tuya? Me deja fuertemente asombrada esto: veo , en efecto, cómo Tú me muestras, que no la creaste por otra razón que ésta: con tu luz te viste obligado por el fuego de tu amor a darnos el ser, no obstante las iniquidades que ibamos a cometer contra tì. El fuego de tu amor te empujó. ¡Oh Amor inefable! aún viendo con tu luz infinita  todas las iniquidades que tu criatura  iba a cometer contra tu infinita bondad, Tú hiciste como quien no quiere ver, pero detuviste tu mirada en la belleza de tu criatura, de la cual, como loco y ebrio de amor, te enamoraste y por amor la atrajiste hacia tì dándole EXISTENCIA A IMAGEN Y SEMEJANZA TUYA. Tu verdad eterna me ha declarado tu verdad: que el amor te empujó a crearla». (Oración V)

Convendría a estas alturas volver al texto de S. Juan, que ha inspirado esta reflexión, que lo aprendamos de memoria y lo repitamos esta noche y mañana hasta la meditación: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amo primero y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados" (1Jn.4, 9-10). Repetid ahora muchas veces este texto de san Juan en vuestro corazón, en el silencio de vuestra oración y meditación personal.

(SILENCIO)

-- NO ADORÉIS A NADIE, A NADIE MÁS QUE A DIOS…

Rezamos todos juntos esta oración que he compuesto a Dios Padre meditando los textos de san Juan: mi oración.

-- PADRE NUESTRO QUE ESTÁ EN EL CIELO, SANTIFICADO…

-- «Señor Jesucristo,, que dijiste a tus apóstoles, mi paz os dejo, mi paz os doy…

-- Daos fraternalmente la paz…

-- El Señor esté con vosotros… La bendición de Dios todopoderoso Padre, Hijo y…

-- Podéis ir en paz.

SEGUNDA MEDITACIÓN

A. EN SU FORMA MÁS EXTENSA

“TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO QUE ENTREGÓ A SU PROPIO HIJO…”

DÉCIMO OCTAVA MEDITACIÓN

“Y NOS ENVIÓ A SU HIJO COMO PROPICIACIÓN DE NUESTROS PECADOS”(Jn 4,10)

        En la contemplación de la segunda parte entraría muy directamente S. Pablo, para quien el misterio de Cristo, enviado por el Padre como redención de nuestros pecados, es un misterio que le habla muy claramente de esta predilección de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en el corazón de Dios y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne, especialmente por la pasión, muerte y resurrección del Señor. “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2, 19-20). 

S. Juan, que estuvo junto a Cristo en la cruz, resumió  todo este misterio de dolor y de entrega en estas palabras: “Tanto amó Dios al hombre, que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta este extremo, porque para él “entregó” tiene sabor de “traicionó”. Y realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, que es  su pasión y muerte, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por S. Pablo como plenitud de amor y totalidad de entrega dolorosa y extrema. Al contemplar a Cristo doliente y torturado,  no puede menos de exclamar : “Me amó y se entregó por mí”. Por eso, S. Pablo, que lo considera “todo basura y estiércol, comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...”

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora. Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros.  “Tanto amó Dios al hombre que entregó  a su propio Hijo”.

Porque  no hay justicia. No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios ha hecho por levantarlos. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo redentor, su propio Hijo, para el ángel no hubo redentor. Por qué para nosotros sí y para ellos no. Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí.... es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al hombre, que…”.(traicionó…).  Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del amor del Padre y del Hijo: “ nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” y  Cristo la dio por todos nosotros.

Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre, viéndole caído y alejado para siempre de su proyecto de felicidad,  entra dentro de sí mismo, y mirando todo su ser, que es amor también misericordioso, y toda su sabiduría y todo su poder, descubre un nuevo proyecto de salvación, que a nosotros nos escandaliza, porque en él abandona a su propio Hijo, prefirió en ese momento el amor a los hombres al de su Hijo. No tiene nada de particular que la Iglesia, al celebrar este misterio en su liturgia, lo exprese admirativamente casi con una blasfemia:«Oh felix culpa...» oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal Salvador. Esto es blasfemo, la liturgia ha perdido la cabeza,  oh feliz pecado, pero cómo puede decir esto, dónde está la prudencia y la moderación de las palabras sagradas, llamar cosa buena al pecado, oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal salvador, un proyecto de amor todavía más lleno de amor y condescendencia divina y plenitud que el primero.

Cuando S. Pablo lo describe, parece que estuviera en esos momentos dentro del consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice S. Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y nos lo revela a nosotros. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y Revelación llena de Amor de su mismo Espíritu, es Palabra ungida de Espíritu Santo, es Jesucristo, la explosión del amor de Dios a los hombres. En Él nos dice: os amo, os amo hasta la locura, hasta el extremo, hasta perder la cabeza. Y esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley@( Gal 4,4).AY nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención  por su sangre...” (Ef 1,3-7).

Para S. Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz: «Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado».

Cuando en los días de la Semana Santa, leo la Pasión o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver pasar a Cristo junto a mí, escupido, abofeteado, triturado... Y siempre pregunto lo mismo: por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto escarnio... Fue necesario para que el hombre nunca pueda dudar de la verdad del amor de Dios. No los ha dicho antes S. Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

Por todo ésto, cuando miro al Sagrario y el Señor me explica todo lo que sufrió por mí y por todos, desde la Encarnación hasta su Resurrección, yo solo veo una cosa: amor, amor loco de Dios al hombre.  Jesucristo, la Eucaristía, Jesucristo Eucaristía es Dios personalmente amando locamente a los hombres. Este es el único sentido de su vida, desde la Encarnación hasta la muerte y la resurrección. Y en su nacimiento y en su cuna no veo ni mula ni buey ni pastores... solo amor, infinito amor que se hace tiempo y espacio y criatura por nosotros...“ Siendo Dios...se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado..”; en el Cristo polvoriento y jadeante de los caminos de Palestina, que no tiene tiempo a veces ni para comer ni descansar, en el Cristo de la Samaritana, a la que va  a buscar y se sienta agotado junto al pozo porque tiene sed de su alma, en el Cristo de la adúltera, de Zaqueo... solo veo amor; y como aquel es el mismo Cristo del sagrario, en el sagrario solo veo amor, amor extremo, apasionado, ofreciéndose sin imponerse, hasta dar la vida en silencio y olvidos,  solo amor.

Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos y otras personas, tan sentido en las penas  propias y ajenas, no  se va a conmover ante el amor tan Alastimado@de Dios, de mi Cristo...tan duro va a ser para su Dios  Señor y tan sensible para los amores humanos. Dios mío, pero quién y qué soy yo , qué es el hombre, para que le busques de esta manera; qué puede darte el hombre que Tú  no tengas, qué buscas en mí, qué ves en nosotros para buscarnos así....no lo comprendo, no me entra en la cabeza. Cristo, quiero amarte, amarte de verdad, ser todo y sólo tuyo, porque nadie me ha amado como Tú. Ayúdame. Aumenta mi fe, mi amor, mi deseo de Tí.  Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.

Hay un momento de la pasión de Cristo, que me impresiona fuertemente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre por el hombre y que San Juan expresa maravillosamente en las palabras antes citadas:"Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo". Es en Getsemaní. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado,  siente solo su humanidad en “la hora” elegida por el proyecto del Padre según S. Juan, no  siente ni barrunta su ser divino ... es un misterio. Y en aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz...” Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta, no hay ni una palabra de ayuda, de consuelo,  una explicación para Él.  Cristo, qué pasa aquí. Cristo, dónde está tu Padre, no era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos, no decías Tú que te quería, no dijo Él que Tú eras su Hijo amado... dónde está su amor al Hijo… No te fiabas totalmente de Él... qué ha ocurrido.. Es que ya no eres su Hijo, es que se avergüenza de Tí...Padre Dios, eres injusto con tu Hijo, es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu Hijo amado en el que tenías todas tus complacencias... qué pasa, hermanos, cómo explicar este misterio... El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos, que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos  por el Hijo y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.  Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el sagrario, quiero decir con S. Pablo desde   lo más profundo de mi corazón: "Me amó y se entregó por mi"; "No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado”.

Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: pero qué es el hombre, qué será el hombre para Dios, qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre; qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor...Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre. Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta este extremo para buscar el amor del hombre.

¡Dios mío! no te comprendo, no te abarco y sólo me queda una respuesta, es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje. Te pregunto,  Señor, ¿es que me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que sin él no serias infinitamente feliz? “Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito? “Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz? Padre bueno,  que Tú hayas decidido en consejo con los Tres no querer ser feliz sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Tí; comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, lo veo pero bueno... no me entra en la cabeza, pero es que viendo lo que has hecho por el hombre es como decirnos que mis Tres, el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre, es como cambiar toda la teología donde Dios no necesita del hombre para nada, al menos así me lo enseñaron a mi, pero ahora veo por amor, que Dios también necesita del hombre, al menos lo parece por su forma de amar y buscarlo... y esto es herejía teológica, aunque no mística, tal y como yo la siento y la gozo y me extasía. Bueno, debe ser que me pase como a San Pablo, cuando se metió en la profundidad de Dios que le subió a los cielos de su gloria y empezó a Adesvariar@.

Señor, dime qué soy yo para tí, qué es el hombre para tu Padre, para Dios Trino y Uno, que os llevó hasta esos extremos: “Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios.. .se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres;  y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” ( Fil 2,5-11).

Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el sagrario, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido, Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan, Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.                                  

Señor, si tú me predicas y me pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso y si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mi cargos y honores....solo quiero ser de un Dios que ama así. Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado.... pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas... ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde, no me hagas caso....hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo amar. Sólo Dios, solo Dios, solo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.

Hermano, cuánto vale un hombre, cuanto vales tú. Qué tremenda y casi infinita se ve desde aquí la responsabilidad de los sacerdotes, cultivadores de eternidades, qué terror cuando uno ve a Cristo cumplir tan dolorosamente la voluntad cruel y tremenda del Padre, que le hace pasar por la muerte, por tanto sufrimiento para llevar por gracia la misma vida divina y trinitaria a los nuevos hijos, y si hijos, también herederos. Podemos decir y exigir: Dios me pertenece, porque Él lo ha querido así. Bendito y Alabado y Adorado sea por los siglos infinitos amén.

 Qué ignorancia sobrenatural y falta de ardor apostólico a veces en nosotros,  sacerdotes,  que no sabemos de qué va este negocio, porque no sabemos lo que vale un alma, que no trabajamos hasta la extenuación como Cristo hizo y nos dio ejemplo, no sudamos ni nos esforzamos  todo lo que debiéramos  o nos dedicamos al apostolado, pero olvidando  lo fundamental y  primero del envío divino, que son las eternidades de los hombres, el sentido y orientación transcendente de toda acción apostólica, quedándonos a veces en ritos y ceremonias pasajeras que no llevan a lo esencial: Dios y la salvación eterna, no meramente terrena y humana. Un sacerdote no puede perder jamás el sentido de eternidad y debe dirigirse siempre hacia los bienes últimos y escatológicos, mediante la virtud de la esperanza, que es el cénit y la meta de la fe y el amor, porque la esperanza nos dice si son verdaderas y sinceras la fe y el amor que decimos tener a Dios, ya que una fe y un amor que no desean y buscan el encuentro con Dios, aunque sea pasando por la misma muerte, poca fe y poco amor y deseo de Dios son, si me da miedo o no quiero encontrarme con el Dios creído por la fe y  amado por la virtud de la caridad. La virtud de la esperanza sobrenatural criba y me dice la verdad de la fe y del amor.

Para esto, esencialmente para esto, vino Cristo, y si multiplicó panes y solucionó problemas humanos, lo hizo, pero no fue esto para lo que vino y se encarnó ni es lo primero de su misión por parte del Padre. A los sacerdotes nos tienen que doler más las eternidades de los hombres, creados por Dios para Dios, y vivimos más ocupados y preocupados por otros asuntos pastorales que son transitorios; qué pena que duela tan poco y apenas salga en nuestras conversaciones la salvación última,  la eternidad de nuestros  hermanos, porque precisamente olvidamos su precio, que es toda la sangre de Cristo, por no vivirlo, como Él, en nuestra propia carne: un alma vale infinito, vale toda la sangre de Cristo, vale tanto como Dios, porque tuvo que venir a buscarte Dios a la tierra y se hizo pequeño y niño y hasta un trozo de pan para encontrarnos y salvarnos.  ¿De qué le sirve a un hombre ganar  el mundo entero, si pierde su vida? “O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Mt 16 26-7).

Cuando un sacerdote sabe lo que vale un alma para Dios, siente pavor y sudor de sangre, no se despista jamás de lo esencial, del verdadero apostolado, son profetas dispuestos a hablar claro a los poderes políticos y religiosos y están dispuestos a ser corredentores con Cristo, jugándose la vida a esta baza de Dios, aunque sin nimbos de gloria ni de cargos ni poder, ni reflejos de perfección ni santidad, muriendo como Cristo, a veces incomprendido por los suyos.

Pero a estos sacerdotes, como a Cristo, como al Padre, le duelen las almas de los hombres, es lo único que les duele y que buscan y que cultivan, sin perderse en  otras cosas, las añadiduras del mundo y de sus complacencias puramente humanas, porque las sienten en sus entrañas, sobre todo, cuando comprenden que han de pasar por incomprensiones de los mismos hermanos, para llevarlas hasta lo único que importa y por lo cual vino Cristo y para lo cual nos ordenó ir por el mundo y ser su prolongación sacramental: la salvación eterna, sin quedarnos en los medios y en otros pasos, que ciertamente hay que dar, como apoyos humanos, como ley de encarnación, pero que no son la finalidad última y permanente del envío y de la misión del verdadero apostolado de Cristo. “Vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna”(Jn 6,26). Todo hay que orientarlo hacia Dios, hacia la vida eterna con Dios, para la cual hemos sido creados.

Y esto no son invenciones nuestras. Ha sido Dios Trino y Uno, quien lo ha pensado; ha sido el Hijo, quien lo ha ejecutado; ha sido el Espíritu Santo, quien lo ha movido todo por amor, así consta en la Sagrada Escritura, que es Historia de Salvación: ha sido Dios quien ha puesto el precio del hombre y quien lo ha pagado. Y todo por tí y por mí y por todos los hombres. Y esta es la tarea esencial de la Iglesia, de la evangelización, la esencia irrenunciable del mensaje cristiano, lo que hay que predicar siempre y en toda ocasión, frente al materialismo reinante, que destruye la identidad cristiana, para que no se olvide, para que no perdamos el sentido y la razón esencial de la Iglesia, del evangelio, de los sacramentos, que  son principalmente  para conservar y alimentar ya desde ahora la vida nueva,  para ser eternidades de Dios, encarnadas en el mundo, que esperan su manifestación gloriosa.«Oh Dios misericordioso y eterno... concédenos pasar a través de los bienes pasajeros de este mundo sin perder los eternos y definitivos del cielo”, rezamos en la liturgia.

Por eso, hay que estar muy atentos y en continua revisión del fín último de todo: Allevar las almas a Dios@, como decían los antiguos, para no quedarse o pararse en otras tareas intermedias, que si hay que hacerlas, porque otros no las hagan, las haremos, pero no constituyen la razón de nuestra misión sacerdotal, como prolongación sacramental de Cristo y su apostolado.

La Iglesia es y tiene también  dimensión caritativa, enseñar al que no sabe, dar de comer a los hambrientos, desde el amor del Padre que nos ama como hijos y quiere que nos ocupemos de todo y de todos, pero con cierto orden y preferencias en cuanto a la intención, causa final, aunque lo inmediato tengan que ser otros servicios.... como Cristo, que curó y dio de comer, pero fue enviado por el Padre para predicar la buena noticia, esta fue la razón de su envío y misión. Y así el sacerdote, si hay que curar y dar de comer, se hace orientándolo todo a la predicación y vivencia del evangelio, por lo tanto no es su misión primera y menos exclusiva:“ Id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado.... les acompañarán estos signos.... impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos Ellos se fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban” (Mc16,15-20).

Los sacerdotes tenemos que atender a las necesidades inmediatas materiales de los hermanos, pero no es nuestra misión primera y menos exclusiva,  ni lo son los derechos humanos ni la reforma de las estructuras... sino predicar el evangelio, el mandato nuevo y la salvación a todos los hombres, santificarlos y desde aquí, cambiar las estructuras y defender los derechos humanos, y hacer hospitales y dar de comer a los hambrientos, si es necesario y  otros no lo hacen. Nosotros debiéramos formar a nuestros cristianos seglares para que lo hagan. Pero insisto que lo fundamental es «La gloria de Dios es que el hombre viva. Y la vida de los hombres es la visión de Dios» (San Ireneo).  Gloria y alabanza sean dadas por  ello a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu  Santo,  que nos han llamado a esta intimidad con ellos y a vivir su misma vida.

Dios me ama, me ama, me ama...  y qué me importan  entonces todos los demás amores, riquezas, tesoros..., qué importa incluso que yo no sea importante para nadie, si lo soy para Dios; qué importa la misma muerte, si no existe. Voy por todo esto a amarle y a dedicarme más a Él, a entregarme totalmente a Él, máxime cuando quedándome en nada de nada, me encuentro con el TODO de todo, que es Él.

Me gustaría terminar con unas palabras de San Juan de la Cruz, extasiado ante el misterio del amor divino: «Y cómo esto sea no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice San Juan diciendo: Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste, es a saber que tengan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: no ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en Mí. Que todos ellos sean una misma cosa de la manera que Tu, Padre, estás en Mí, y yo en  ti; así ellos en nosotros sean una misma cosa. Y yo la claridad que me has dado he dado a ellos, para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y Tu en mí  porque sean perfectos en uno; porque conozca el mundo que Tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo...» (Can B 39,5).

« ¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis?. Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables, y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (Can B, 39.7).

Concluyo con S. Juan: “Dios es amor”. Todavía más simple, con palabras de Jesús:“el Padre os ama”. Repetidlas muchas veces. Creed y confiad plenamente en ellas. El Padre me ama. Dios  me ama y nadie podrá quitarme esta verdad de mi vida.

«Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio: ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio» (C B 28) Y comenta así esta canción San Juan de la Cruz: «Adviertan , pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que  de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de este tiempo en estarse con Dios en oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ellas; porque de otra manera todo es martillar y hace poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño. Porque Dios os libre que se comience a perder la sal (Mt 5,13), que, aunque más parezca hace algo por fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios» (C b 28, 3).

Perdámonos ahora unos momentos en el amor de Dios. Aquí, en ese trozo de pan, por fuera pan , por dentro Cristo,  está encerrado todo este misterio del amor de Dios Uno y Trino. Que Él nos lo explique. El sagrario es Jesucristo vivo y resucitado, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a los hombres. Está aquí la Revelación del Amor del Padre, el Enviado, vivo y resucitado, confidente y amigo. Para Ti, Señor, mi abrazo y mi beso más fuerte; y desde aquí, a todos los hombres, mis hermanos, sobre todo a los más necesitados de tu salvación.

B. EN FORMA MEDIA

PREGÓN DE SEMANA SANTA EN LA CATEDRAL  (8-4-2011)         

    EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO. AMEN.

Exmo. y Rdmo. Sr. Obispo, Ilustrísimo Cabildo, hermanos sacerdotes, cofrades, amigos todos:

            Cuando en los días de la Semana Santa, medito la Pasión de Cristo o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver a Cristo pasar junto a mí, escupido, abofeteado, triturado, crucificado... Y siempre me hago la misma pregunta: ¿por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto dolor, tanto sufrimiento, tanto escarnio..., hasta la misma muerte?; ¿no podía haber escogido el Padre otro camino menos duro para nuestra salvación? Y ésta es la respuesta que Juan, testigo presencial del misterio, nos da a todos: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el, sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta ese extremo, porque este “entregó” tiene cierto sabor de “traicionó o abandonó”.    

            S. Pablo, que no fue testigo histórico del sufrimiento de Cristo, pero lo vivió y sintió en su oración personal de contemplación del misterio de Cristo,  admirado, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...” Y es, para Pablo como para Juan, el misterio de Cristo, enviado por el Padre para abrirnos las puertas de la eternidad,  es un misterio que le habla tan claramente de la predilección de amor de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en el corazón de Dios Trinidad y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne y triturada, especialmente en su pasión y muerte, que le hace exclamar: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2, 19-20). 

Realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por Pablo como plenitud de amor y obediencia de adoración al Padre, en entrega total, con amor extremo, hasta dar la vida.  Al contemplar así a Cristo abandonado, doliente y torturado,  no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”.

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte y separación y voluntad pecadora, sino que entrega la persona del Hijo en su humanidad finita “para que no perezca ninguno de los que creen el Él”. Yo creo que Dios se ha pasado de amor con los hombres: “Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nuestros pecados” (Rom 5,8). 

Porque  ¿donde está la justicia? No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios  Padre hizo por salvarlos, porque sabemos que Dios es Amor, nos dice san Juan, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir; y con su criatura, el hombre, esencialmente finito y deficitario,  Dios es siempre Amor misericordioso, por ser amor siempre gratuito, ya que el hombre no puede darle nada que Él no tenga, sólo podemos darle nuestro amor y confianza total. Hermanos, confiemos siempre y por encima de todo en el amor misericordioso de Dios Padre por el Hijo, el Cristo de la misericordia: Santa Faustina Kowalska.

Porque este Dios tiene y ha manifestado una predilección especial por su criatura el hombre. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo un redentor, su propio Hijo, hecho hombre; para el ángel no hubo Hijo redentor, Hijo hecho ángel. ¿Por qué para nosotros sí y para ellos no? ¿Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí...? es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al mundo...¡Qué gran Padre tenemos, Abba, cómo te quiere tu Padre Dios, querido hermano!

 Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del Amor del Padre a los hombres en el Hijo, y del  Amor del Hijo al Padre por los hombres en el mismo Amor de Espíritu Santo: “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”; y  el Padre la dio en la humanidad del Hijo, con la potencia de su mismo Espíritu, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre por todos nosotros,  en la soledad y muerte de la humanidad asumida por el Hijo, Palabra y Canción de Amor revelada por el Padre en la que nos ha cantado todo su proyecto de Amor, en su humanidad triturada en la cruz y hecha pan de Eucaristía con Amor de Espíritu Santo, por la que somos introducidos en la esencia y Felicidad de Dios Trino y Uno, ya en la tierra.

Queridos hermanos, qué maravilloso es nuestro Dios. Creamos en Dios, amemos a Dios, confiemos en Él, es nuestro Padre, principio y fin de todo.  Dios existe, Dios existe y nos ama; Padre Dios, me alegro de que existas y seas tan grande, es la alegría más grande que tengo y que nos has revelado en tu Palabra hecha carne primero y luego pan de Eucaristía por la potencia de Amor de tu mismo Espíritu.

Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre,  soñado en éxtasis eterno de amor y felicidad... Hermano, si tú existes, es que Dios te ama; si tú existes, es que Dios te ha soñado para una eternidad de gozo con Él, si tú existes es que has sido preferido entre millones y millones de seres posibles que no existirán, y se ha fijado en ti y ha pronunciado tu nombre para una eternidad de gozo hasta el punto que roto este primer proyecto de amor, nos ha recreado en el Hijo:“tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que  tengan vida eterna Él”,

¡Cristo Jesús, nosotros te queremos, nosotros creemos en Ti; Cristo Jesús, nosotros confiamos en Ti, Tú eres el Hijo de Dios encarnado, el único que puede salvarnos del tiempo, de la muerte y del pecado. Tú eres el único Salvador del mundo!

Nada tiene de particular que la Iglesia, al celebrar este misterio en su liturgia pascual, lo exprese, embriagada de amor, casi con una blasfemia:«Oh felix culpa...» ¡oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal Salvador! Esto es blasfemo, la liturgia ha perdido la cabeza, oh feliz pecado; pero cómo puede decir esto, dónde está la prudencia y la moderación de las palabras sagradas, llamar cosa buena al pecado, oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal salvador, un proyecto de amor todavía más lleno de amor y condescendencia divina y plenitud que el primero en Adán y Eva.

Cuando Pablo contempla y describe el proyecto salvador de Dios, parece que estuviera en esos momentos dentro del consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice san Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y lo revela para nosotros en el Hijo amado. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y revelación llena del mismo Amor de Dios Trino y  Uno, “in laudem gloriae ejus”, para alabanza de su gloria, palabras de Pablo que tanto significado tienen para los sacerdotes de mi tiempo, al meditarlas en la vida y doctrina de Sor, ya beata, Isabel de la Trinidad. Esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley ( Gal 4,4) ...Y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo..., para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención  por su sangre...” (Ef 1,3-7).

Para S. Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz: «Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado».

Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos, tan sentido en las penas  propias y ajenas, no  se va a conmover ante el amor tan <lastimado> de nuestro Cristo...tan duro va a ser para su Dios  y tan sensible para si y sus afectos humanos. Dios mío, pero quién y qué soy yo, qué es el hombre, para que le busques de esta manera; qué puede darte el hombre que Tú  no tengas, qué buscas en mí, qué ves en nosotros para buscarnos así....no lo comprendo, no me entra en la cabeza, en la inteligencia. Por eso, Cristo, quiero amarte, amarte de verdad para comprenderte por amor, y queremos ser todo tuyo y sólo tuyo, porque nadie nos ha amado como Tú. Ayúdanos. Aumenta nuestra fe, nuestro amor, nuestro deseo de Tí. Con Pedro te decimos: “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo”.

            La muerte en cruz es la Hora soñada por el Padre, que el Hijo la ha tenido siempre presente en su vida, porque se encarnó para cumplirla: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para cumplir tu voluntad”. En su vida pública, por tres veces se lo ha recordado a sus íntimos. Para Juan, con sentido teológico profundo de esta Hora señalada por el Padre y salvadora del mundo, Jesús lo expresa así en el discurso de despedida de la Última Cena: «Padre, líbrame de esta hora»; «Padre, glorifica tu nombre» (12,27s). Para Juan la gloria y el amor extremo a los hombres del Padre y del Hijo está en la cruz. Y es la conciencia de su misión, de que el Hijo ha venido precisamente para esa hora, la que le hace pronunciar la segunda petición, la petición de que Dios glorifique su nombre: justamente en la cruz.

Porque la hora señalada es también la hora del Padre que sufre en el Hijo Preferido y Amado todo el pecado y el dolor de sus hijos los hombres.

            Hay un momento de esa hora, que me impresiona fuertemente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre y del Hijo por nosotros, los hombres. Es la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos.  Mateo y Marcos nos dicen que Jesús cayó rostro en tierra: es la postura de oración que expresa la extrema sumisión a la voluntad de Dios; una postura que la liturgia occidental incluye aún en el Viernes Santo, al comenzar los oficios de la tarde, así como en la Ordenación de diáconos, presbíteros y obispos, como signo de esa misma postración y sumisión a la voluntad del Padre, en adoración total, con amor extremo, hasta dar la vida, y que no debiéramos olvidar nunca en nuestra vida apostólica.

            Sigue después la oración propiamente dicha, en la que aparece todo el drama de nuestra redención, expresado así en la nueva versión de la Biblia: “ y decía: Abbá! (Padre): Tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea lo que yo quiero, sino como tú quieres” (14,36).          

El Santo Padre Benedicto XVI, en su último libro JESÚS DE NAZARET respecto a esta misma oración “Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”, dice así:

            <Pero ¿Qué significa “no se haga mi voluntad sino la tuya”, qué significa «mi» voluntad contrapuesta a «tu» voluntad? ¿Quiénes son los que se confrontan? ¿El Padre y el Hijo o el hombre Jesús y Dios? En ningún otro lugar de las Escrituras podemos asomarnos tan profundamente al misterio interior de Jesús como en la oración del Monte de los Olivos. En Cristo la humanidad sigue siendo humanidad y la divinidad es divinidad que une ambas naturalezas y voluntades de forma única y singular en la Persona del Hijo encarnado.

            En la voluntad natural humana de Jesús está, por decirlo así, toda la resistencia de la naturaleza humana contra Dios. La obstinación de todos nosotros, toda la oposición de los hombres contra Dios está presente, y Jesús, luchando, arrastra a la naturaleza recalcitrante hacia el abrazo de lo humano con lo divino, hacia la unión esencial trinitaria de amor en Dios.

Marcos, por su parte, la entrada de Jesús en Getsemaní la describe con estas palabras: “Llegan a un huerto, que llaman Getsemaní y dice a sus discípulos: Sentaos aquí mientras yo voy a orar. Se lleva consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir espanto y angustia, y les dice: Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad. Y adelantándose un poco, cayó en tierra y rogaba que, si era posible, se alejase de él aquella hora y decía: Abba, Padre, tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres”.

            Es terrible esta descripción del estado de Cristo. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar humanidad alguna, solo de Dios y solo de los hombres. En aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz...” Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta, no hay ni una palabra de ayuda, de consuelo,  una explicación para Él.

Cristo ¿qué pasa aquí? ¿Cristo, dónde está tu Padre, no era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos, no decías Tú que te quería, no dijo Él que Tú eras su Hijo amado... dónde está su amor al Hijo… No te fiabas totalmente de Él... qué ha ocurrido... Es que ya no eres su Hijo, es que se avergüenza de Tí...? Padre Dios, eres injusto con tu Hijo, es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu Hijo amado en el que tenías todas tus complacencias... qué pasa, hermanos, cómo explicar este misterio...

El Padre Dios, en ese momento, en esta <hora> tan esperada por Él en el Hijo desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos, que por la muerte tan dolorosa del Hijo Predilecto va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos  por el Hijo; y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.

Por eso, mirando a este mismo Cristo en vuestros pasos e imágenes de las procesiones de Semana Santa, pero sobre todo vivo, vivo y resucitado ya en todos los sagrarios de la tierra, pero de verdad, no sólo de nombre o como predicación, digámosle  con San Pablo desde   lo más profundo de nuestro corazón: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, fuerza de Dios y sabiduría de Dios”. (I Corintios 1, 17-25)”.

Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: ¿pero qué es el hombre, qué será el hombre para Dios, qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre? ¡Qué grande debe ser el hombre para Dios Padre, cuando  le busca y le pide su amor hasta este extremo...!

Hermano, tú eres grande para Dios, tú eres eternidad en Dios; tu vida es más que esta vida. Tú, una vez que existes, ya no dejarás de existir, vivirás siempre. Eres un cheque de eternidad en Dios firmado en la sangre de Cristo. Esta es tu grandeza. Y la grandeza del sacerdocio es ser sembrador, cultivador y recolector de eternidades, no de lo temporal del hombre. Y conviene no perder nunca este horizonte por otros más cercanos pero siempre subordinados al principio y fundamento ignaciano: El hombre ha sido creado para amar y servir a Dios, y mediante esto, salvar su alma. Para esto vino Cristo en nuestra búsqueda. Y si hubo que multiplicar panes, los multiplicó; pero no fue esto para lo que vino y se encarnó y fue  enviado por el Padre. No es éste el sentido y la razón esencial de su existencia y de la nuestra. Nuestra vida es más que esta vida. Hablamos poco de trascendencia, de la esperanza como virtud teologal, de eternidad en el misterio de Dios Trino y uno, creada por el Padre y recreada por el Hijo, siempre con amor de su mismo Espíritu Santo.

¡Dios mío! no te abarco, no te comprendo, y sólo me queda una respuesta, es una revelación de tu amor que contradice toda la teología escolástica y filosófica que estudié, aquel Dios aristotélico impasible y distante infinitamente de los hombres, que no podía sufrir, pero que el conocimiento de tu amor inspirado en Juan y Pablo me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje.

Te pregunto,  Señor, ¿es que me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para sentirte totalmente feliz de haber realizado así tu proyecto de amor y abrazo infinito con tu criatura? ¿Es que me soñaste para este abrazo eterno y me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente y eternamente feliz?

Padre bueno,  que Tú hayas decidido en consejo Trinitario no querer ser feliz sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Tí; comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacernos a todos los hombres hijos en el Hijo,  lo veo por amor que no comprendo, que no me entra en la cabeza.

Pero es que viendo lo que has hecho por el hombre es como decirnos que el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre, y esto cambia la teología filosófica y menos bíblica de mis tiempos donde Dios no necesita del hombre para nada, al menos así nos lo enseñaron entonces, pero ahora veo por la oración, por la contemplación de amor, que Dios también necesita del hombre, al menos lo parece por su forma de amar y buscarlo y humillarse por él... y esto puede ser herejía teológica, por eso lo digo en voz baja para que no me condenen, pero suficientemente alto para que todos lo oigan y caigan de rodillas ante este amor. Y si me paso, pido perdón con san Pablo  cuando se metió en la profundidad de Dios que le subió a los cielos de su gloria y empezó a <desvariar>.

Por eso, queridos hermanos, queridos cofrades, las procesiones deben llevarnos a celebrar la Semana Santa verdadera, plena y total en las iglesias, con el Cristo del Jueves Santo, el Cristo de la hora santa en Getsemaní y del Monumento adorado, con el Cristo resucitado y glorioso de la Vigilia Pascual, y así participar en la liturgia santa, que no solo es imagen o recuerdo sino memorial que hace presente todo el misterio de pasión, muerte y resurrección “de una vez para siempre”. Es la forma perfecta de corresponder un poco a tanto amor,  en ratos de diálogos de amistad eucarística, donde el mismo Cristo, que lo  sufrió y nos salvó, nos vaya explicando, desde tu presencia eucarística, tanto amor del Padre y del Hijo, porque Él es el único que puedes explicárnoslo, el único que lo vive y comprende, porque ese amor lo sufrió y le tiene llagado el corazón de amor a cada uno de nosotros. Pero hay que escuchárselo personalmente a Él en trato personal de amistad. 

Cristo de la Eucaristía y de nuestros Sagrarios, Tú eres ese amor hecho carne azotada, crucificada y hecho pan de Eucaristía; Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios Padre revelado por su Hijo predilecto y amado, por mi Señor Jesucristo, en su persona, palabra y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.                                        

Señor, si tú nos predicas y nos pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, nuestro amor para el Padre, si el Padre lo necesita y nos quiere tanto, como nos lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno  y generoso, y si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mi salud, mis ideales egoístas, mis cargos y honores...solo quiero ser de un Dios que ama así.

Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanto afecto desordenado.... pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal por donde tengo que pasar para matar las raíces del yo que me impiden la unión y llegar así al abrazo con mi Dios Trinidad, cuando llegue mi Getsemaní y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas... ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde: no me hagas caso....hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo amar. Sólo Dios, solo Dios, solo Dios en el sí total de nuestro ser y amar y existir.

Queridos hermanos: El Cristo de Getsemaní nos inspira dos sentimientos muy importantes que no debemos olvidar en nuestra vida: Primer sentimiento: el dolor de Cristo tiene relación con nosotros, con los hombres de todos los tiempos. Con Pascal, en sus Pensamientos, cada uno de nosotros puede decir: también mi pecado estaba en aquel cáliz pavoroso. Pascal oye al Señor en agonía en el Monte de los Olivos que le dice: «Aquellas gotas de sangre, las he derramado por ti» (cf. Pensées, VII, 553).

            El segundo sentimiento hace referencia a los tres elegidos para acompañarle en su oración y angustia y que se han quedado dormidos a pesar de oírle decir: “Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo” (14,33s).

            El Santo Padre Benedicto XVI, en su reciente libro JESÚS DE NAZARET, tiene estas palabras muy profundas y conmovedoras, que expongo a continuación:

            «La somnolencia de los discípulos sigue siendo a lo largo de los siglos una ocasión favorable para el poder del mal. Esta somnolencia es un embotamiento del alma, que no se deja inquietar por el poder del mal y el sufrimiento en el mundo. Es una insensibilidad que prefiere ignorar todo eso; se tranquiliza pensando que, en el fondo, no es tan grave, para poder permanecer así en la autocomplacencia de la propia existencia satisfecha.

            Ante los discípulos adormecidos y no dispuestos a inquietarse, el Señor dice y nos dice: “Me muero de tristeza”>>.

            Queridos hermanos que con tanto silencio meditativo habéis escuchado este pregón; ante estas palabras del Señor, no podemos permanecer dormidos, inactivos ante el mundo actual.

            ¡Cristo Jesús, nos duele tu tristeza, y queremos estar bien  despiertos, ayudándote a completar tu pasión y redención del mundo presente; pero nosotros no sabemos amar así como tú, por puro amor; por eso te lo pedimos; y te lo pedimos, diciéndote con el poeta:

No me mueve, mi Dios, para quererte          Tú me mueves, Señor, muéveme el verte 

el cielo que me tienes prometido,   clavado en una cruz y escarnecido, 
ni me mueve el infierno tan temido               muéveme ver tu cuerpo tan herido, 

para dejar por eso de ofenderte.                     muévenme tus afrentas y tu muerte.


Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,    No me tienes que dar porque te quiera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,      pues aunque lo que espero no esperara
y aunque no hubiera infierno, te temiera.        lo mismo que te quiero te quisiera.

            QUERIDAS HERMANAS CARMELITAS: Esta meditación sobre el texto citado “tanto amó Dios al mundo...”   quedaría incompleta y no se ajustaría a la verdad del evangelio y de la fe de los Apóstoles y de la Iglesia si nos quedásemos mirando el sepulcro de Cristo, donde yace su cuerpo muerto. Para san Pablo y san Juan Cristo reina desde la cruz, porque la muerte ha sido vencida en ese mismo momento y ha sido vencida porque el Padre lo resucita y lo lleva al cielo y lo sienta a su derecha para que interceda por toda la humanidad y sea el primero y el último, el Viviente. Cristo está convencido de esto y por eso ha dicho al buen ladrón: “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Ciertamente Cristo resucitado no se aparece a sus discípulos hasta el tercer día, que no son tres días completos, porque es la tarde del viernes, todo el sábado, fiesta de los judíos, y cuando van a embalsamarle el día equivalente al lunes, por hablar de alguna manera, muy de mañana, resulta que empieza a manifestarse resucitado. Han sido necesario que pase ese tiempo, para que no puedan decir que realmente no había muerto, y por eso, el Señor había dicho que resucitará al tercer día, pero realmente resucitó por obra del Padre en el mismo momento en que muere y baja a los abismos, a los infiernos para recatar a todos los justos. Lo dice el Evangelio.

            Por eso, nosotros guardamos silencio durante el sábado santo y por la mañana del domingo, palabra que viene del latín dominicus, día del Señor, como así llamaron los Apóstoles el día en que Cristo se le apareció, empezamos la Vigilia de Pascua y el tiempo pascual en el que estamos.

            Estamos celebrando la Pascua del Señor, la resurrección de Cristo, que es la nuestra también: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”, este es el canto propio del domingo de resurrección,  que al ser icono de todos los domingos, lo cantamos también muchas veces durante el año. Lo cantamos con gozo muchas veces, pero especialmente en la pascua, “porque el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. El domingo de resurrección, de la Pascua del Señor, es el día más importante del cristianismo, el más importante del año y de toda la liturgia de la Iglesia, porque, como hemos rezado en la secuencia de la misa: “muerto el rey de la vida, hoy triunfante se levanta”.

            1.- Hermanos, ha resucitado  Cristo, nuestra esperanza; sabemos que Cristo ha resucitado: nos lo aseguran las mujeres, que, al amanecer, el primer día de la semana, cuando aún estaba oscuro, fueron a embalsamar el cuerpo de Cristo, porque no pudieron hacerlo el sábado, por ser día de fiesta y descanso para los judíos. Cuando llegaron, vieron la losa quitada del sepulcro; entonces han corrido a decírselo a los discípulos. Juan y Pedro vinieron corriendo, entraron y creyeron. Este es el primer acto de fe de la Iglesia naciente en la resurrección del Señor, provocado, como muchas veces, por la solicitud de las mujeres y por las señales que han visto de las fajas colocadas en el sepulcro vacío. Si se hubiera tratado de un robo, nadie se hubiera preocupado de desnudar el cadáver y de colocar los lienzos con tanto cuidado. Están así, porque ya no les sirven al que los tenía; está vivo y resucitado. Los ángeles los han colocado: “Pues hasta entonces no habían entendido las Escrituras: que había de resucitar de entre los muertos”.

            Estos discípulos tuvieron el mérito de reconocer las señales de Cristo Resucitado: noticia traída por las mujeres, el sepulcro vacío y los lienzos puestos en orden. ¡Cuánta gente desorientada en este mundo, cuántos corriendo sin sentido de un lado para otro sin saber que el sepulcro está vacío, que Cristo ha resucitado! ¡Cuánto sufro por esto, Señor! ¡Qué poco ha servido tu sufrimiento y tu resurrección para tantos hombres, sobre todo, jóvenes, de esta España que la han hundido en el vacío los políticos ateos y sin valores humanos y religiosos, que sólo buscan el voto y hunden en la muerte y en el nihilismo del consumismo y desenfreno de pasiones a sus votantes! Esto ya no es noticia de la tele, allí basura y más basura; fuera de las iglesias no se pregona la Resurrección de Cristo en los hogares, ni en las escuelas, ni en los medios ni en nuestras conversaciones. Así que muchos, que solo ven y oyen los periódicos y las imágenes de la tele, no se enteran de que Cristo ha resucitado; ha muerto y ha resucitado por ellos. ¿Y nosotros? ¿También vamos de un lado para otro, desorientados en la vida, sin saber que Cristo está resucitado y que el sepulcro está vacío y nuestra vida es más que esta vida?

            2.- ¡Ha resucitado! Este es el grito, que, desde hace más de dos mil años, no cesa de resonar por el mundo entero y que nosotros esta noche hemos oído a las mujeres, a Pedro y Juan, a María Magdalena, que se ha encontrado con Él en forma de hortelano, a los ángeles que encontraron las mujeres: “No os asustéis; ¿buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado?  No está aquí, ha resucitado, como os lo había dicho”.

            San Pedro, lleno de emoción, predicará a Cristo, a quien “Dios le resucitó el tercer día y nos lo dio a conocer a los testigos escogidos de antemano y que comimos y bebimos con Él después de resucitar de entre los muertos”.  Y en otro pasaje dirá: “os hemos dado a conocer el poder y la venida de Nuestro Señor Jesucristo, no con fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad”.

            Y esta afirmación de la resurrección del Señor la corrobora San Juan con estos términos: ”Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocamos con nuestras manos acerca de la Palabra de la vida,  os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Os escribimos esto, para que vuestro gozo sea completo”. No se puede hablar con más claridad, con más fuerza, con más verdad que lo hace San Juan.

            3.- Queridos hermanos: Si Cristo ha resucitado, como lo había prometido:

 -- Él es la Verdad, es Verdad, es Hijo de Dios, y todo lo que dijo e hizo, todo el Evangelio es Verdad. Tenemos que creerlo y vivirlo. Tenemos que fiarnos totalmente de Él y de que cumplirá en nosotros todo lo que nos ha prometido. Él es nuestra fuerza y tenemos que amarlo como Única Verdad y Vida. Es el Hijo de Dios.

-- Cristo ha resucitado, y todos los Apóstoles lo atestiguaron, ninguno calló y todos dieron su vida en testimonio de esta verdad; todos murieron confesando esta verdad. Si dan la vida, no pudieron estar más convencidos. Es el máximo testimonio: dar la vida por lo que afirmamos. No se puede estar más convencido ni ser más fiel a la verdad.

-- También nosotros resucitaremos. Porque Cristo ha resucitado, tenemos que esperar totalmente en Él. Nuestra esperanza en Él es totalmente segura. Porque Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos. Somos eternos, porque Él nos lo ha merecido y nos lo ha prometido. Los muertos ya gozan de esta gloria. Nuestros difuntos no están muertos, están todos vivos en Dios. El cielo es Dios. Aquí nadie muere. O se acierta para siempre o se equivoca uno para siempre, para siempre.

-- Porque Cristo ha resucitado, nosotros somos más que este tiempo y este espacio. Somos semilla de eternidad y de cielo. Por eso vivamos ya la esperanza del encuentro definitivo con Dios, vivamos ya para Él, vivamos este tiempo con esperanza y desde la esperanza. Esforzándonos por conseguir los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros. Lo expresa muy claramente San Pablo: “Porque habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha del Padre” (Col 3,1-3).

-- Porque Cristo ha resucitado, celebremos la Pascua, nos dice este mismo Apóstol. Pascua en Cristo es paso de la muerte a la vida, pasemos de nuestro hombre viejo de pecado, que nos lleva a la muerte, al hombre nuevo creado según Cristo. Recordemos ahora las promesas que anoche renovamos de nuestro bautismo: ¿Renunciáis al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios? ¿Renunciáis a vuestras soberbias, avaricias, envidias….?

            -- Si Cristo ha resucitado y permanece vivo en la Eucaristía es porque busca, sigue buscando al hombre para salvarlo. “El que me coma vivirá por mí”; “Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan vivirá para siempre”. Son días de comer la carne resucitada de Cristo, de comer vida nueva, renovación interior y espiritual con Cristo. Jesucristo resucitado vive en el cielo en manifestación gloriosa y en el pan consagrado, en Presencia de amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres. «Hay que comulgar por pascua florida», por educación, por fe, por coherencia con lo que creemos y amamos. Y una comunión cariñosa, afectuosa, agradecida, nada de oraciones de otros, ni siquiera hoy padrenuestros. De tú a tu con el Amado.           

            4.- Y desde este amor extremo que le llevó a la muerte y resurrección, desde este deseo y amistad sentida y deseada quiero y queremos felicitar a Cristo por lo que dijo e hizo, por todo lo que caminó y sufrió, pero, sobre todo, porque resucitó para que todos pudiéramos tener vida eterna, ser felices con Él eternamente en el cielo. Él es el cielo con el Padre y el Espíritu Santo. Él es un cielo. No comprendo que nos quiera tanto, no comprendo que quiera ser nuestro amigo, que nos haya elevado hasta  su mismo nivel, su mismo cielo con el Padre y el Espíritu Santo, y quiera una eternidad de amistad conmigo, contigo, con todos los hombres… No lo comprendo; que me resucite para esto, porque quiere ser mi amigo, ahora en el sagrario y luego en el cielo… Es algo que no comprendo, pero es verdad. Por eso me gustaría decirle con S. Juan de la Cruz: «Descubre tu presencia y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura» Cristo resucitado, nosotros creemos en Ti. Cristo vivo y resucitado, nosotros confiamos en Ti, esperamos en Ti. Cristo vivo, vivo y resucitado, aquí en el pan consagrado, Tú lo puedes todo, Tú sabes que te amamos. 

C. EN FORMA BREVE

           CABEZUELA DEL VALLE. CUARESMA 2012.

(Pregón de Semana Santa en la catedral  (8-4-2011)          

--Inúndame, Señor, con tu Espíritu... y déjame sentir el fuego de tu amor aquí…

    EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO. AMEN.

En el nombre del Padre que me soñó, me creó y me dio la vida en el sí de mis padres, como meditábamos ayer, en el nombre del Hijo que vino en mi búsqueda, me salvó y me abrió las puertas de la eternidad, del que hablaremos hoy, y en el nombre del Espíritu Santo que nos ama, nos santifica, nos transforma en vida y amor Trinitario.

Muy querido hermano en el sacerdocio y párroco Don Bernabé, queridas hermanas y hermanos de Cabezuela del Valle, en Jesucristo muerto y resucitado para que todos tengamos vida eterna:

Cuando en los días de la Semana Santa, medito la Pasión de Cristo o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver a Cristo pasar junto a mí, escupido, abofeteado, triturado, crucificado... Y siempre me hago la misma pregunta: ¿por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto dolor, tanto sufrimiento, tanto escarnio..., hasta la misma muerte?; ¿no podía haber escogido el Padre otro camino menos duro para nuestra salvación? Y ésta es la respuesta que Juan, testigo presencial del misterio, nos da a todos: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el, sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta ese extremo, porque este “entregó” tiene cierto sabor de “traicionó o abandonó”.   Y este será hoy el texto evangélico fundamental de nuestra oración meditativa. 

            S. Pablo, que no fue testigo histórico del sufrimiento de Cristo, pero lo vivió y sintió en su oración personal de contemplación del misterio de Cristo,  admirado, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...” Y es, para Pablo como para Juan, el misterio de Cristo, enviado por el Padre para abrirnos las puertas de la eternidad,  es un misterio que le habla tan claramente de la predilección de amor de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en el corazón de Dios Trinidad y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne y triturada, especialmente en su pasión y muerte, que le hace exclamar: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2, 19-20). 

Realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por Pablo como plenitud de amor y obediencia de adoración al Padre, en entrega total, con amor extremo, hasta dar la vida.  Al contemplar así a Cristo abandonado, doliente y torturado,  no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”.

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte y separación y voluntad pecadora, sino que entrega la persona del Hijo en su humanidad finita “para que no perezca ninguno de los que creen el Él”. Yo creo que Dios se ha pasado de amor con los hombres: “Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nuestros pecados” (Rom 5,8). 

Porque  ¿donde está la justicia? No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios  Padre hizo por salvarlos, porque sabemos que Dios es Amor, nos dice san Juan, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir; y con su criatura, el hombre, esencialmente finito y deficitario,  Dios es siempre Amor misericordioso, por ser amor siempre gratuito, ya que el hombre no puede darle nada que Él no tenga, sólo podemos darle nuestro amor y confianza total. Hermanos, confiemos siempre y por encima de todo en el amor misericordioso de Dios Padre por el Hijo, el Cristo de la misericordia: Santa Faustina Kowalska, polaca, devotísima y propagadora de la devoción del Cristo de la misericordia.

Porque este Dios tiene y ha manifestado una predilección especial por su criatura el hombre. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo un redentor, su propio Hijo, hecho hombre; para el ángel no hubo Hijo redentor, Hijo hecho ángel. ¿Por qué para nosotros sí y para ellos no? ¿Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí...? es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al mundo...¡Qué gran Padre tenemos, Abba, cómo te quiere tu Padre Dios, querido hermano!

 Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del Amor del Padre a los hombres en el Hijo, y del  Amor del Hijo al Padre por los hombres en el mismo Amor de Espíritu Santo: “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”; y  el Padre la dio en la humanidad del Hijo, con la potencia de su mismo Espíritu, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre por todos nosotros,  en la humanidad asumida por el Hijo, Palabra y Canción de Amor revelada del Padre en la que nos ha cantado todo su proyecto de Amor, en su humanidad triturada en la cruz y hecha pan de Eucaristía con Amor de Espíritu Santo, por la que somos introducidos en la esencia y Felicidad de Dios Trino y Uno, ya en la tierra.

Queridos hermanos, qué maravilloso es nuestro Dios. Creamos en Dios, amemos a Dios, confiemos en Él, es nuestro Padre, principio y fin de todo.  Dios existe, Dios existe y nos ama; Padre Dios, me alegro de que existas y seas tan grande, es la alegría más grande que tengo y que nos has revelado en tu Palabra hecha carne primero y luego pan de Eucaristía por la potencia de Amor de tu mismo Espíritu.

Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre,  soñado en éxtasis eterno de amor y felicidad, como meditábamos ayer... Hermano, si tú existes, es que Dios te ama; si tú existes, es que Dios te ha soñado para una eternidad de gozo contigo, si tú existes es que has sido preferido entre millones y millones de seres posibles que no existirán, y se ha fijado en ti y ha pronunciado tu nombre para una eternidad de gozo hasta el punto que roto este primer proyecto de amor, por el pecado de Adán, nos ha recreado en el Hijo:“tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que  tengan vida eterna Él”,

¡Cristo Jesús, nosotros te queremos, nosotros creemos en Ti; Cristo Jesús, nosotros confiamos en Ti, Tú eres el Hijo de Dios encarnado, el único que puede salvarnos del tiempo, de la muerte y del pecado. Tú eres el único Salvador del mundo!

Nada tiene de particular que la Iglesia, al celebrar este misterio en su liturgia pascual, lo exprese, embriagada de amor, casi con una blasfemia:«Oh felix culpa...» ¡oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal Salvador! Esto es blasfemo, la liturgia ha perdido la cabeza, oh feliz pecado; pero cómo puede decir esto, dónde está la prudencia y la moderación de las palabras sagradas, llamar cosa buena al pecado, oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal salvador, un proyecto de amor todavía más lleno de amor y condescendencia divina y plenitud que el primero en Adán y Eva.

Cuando Pablo contempla y describe el proyecto salvador de Dios, parece que estuviera en esos momentos dentro del consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice san Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y lo revela para nosotros en el Hijo amado.

Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y revelación llena del mismo Amor de Dios Trino y  Uno, “in laudem gloriae ejus”, para alabanza de su gloria, palabras de Pablo que tanto significado tienen para los sacerdotes de mi tiempo, al meditarlas en la vida y doctrina de Sor, ya beata, Isabel de la Trinidad.

Esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley ( Gal 4,4) ...Y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo..., para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención  por su sangre...” (Ef 1,3-7).

Para S. Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz: «Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado».

Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos, tan sentido en las penas  propias y ajenas, no  se va a conmover ante el amor tan <lastimado> de nuestro Cristo...tan duro va a ser para su Dios  y tan sensible para si y sus afectos humanos.

Dios mío, pero quién y qué soy yo, qué es el hombre, para que le busques de esta manera; qué puede darte el hombre que Tú  no tengas, qué buscas en mí, qué ves en nosotros para buscarnos así....no lo comprendo, no me entra en la cabeza, en la inteligencia. Por eso, Cristo, quiero amarte, amarte de verdad para comprenderte por amor, y queremos ser todo tuyo y sólo tuyo, porque nadie nos ha amado como Tú. Ayúdanos. Aumenta nuestra fe, nuestro amor, nuestro deseo de Tí. Con Pedro te decimos: “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo”.

            La muerte en cruz es la Hora soñada por el Padre, que el Hijo la ha tenido siempre presente en su vida, porque se encarnó para cumplirla: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para cumplir tu voluntad”. En su vida pública, por tres veces se lo ha recordado a sus íntimos. Para Juan, con sentido teológico profundo de esta Hora señalada por el Padre y salvadora del mundo, Jesús lo expresa así en el discurso de despedida de la Última Cena: «Padre, líbrame de esta hora, pero si para esta hora he venido, Padre, glorifica tu nombre» (12,27s).

Para Juan la gloria y el amor extremo a los hombres del Padre y del Hijo está en la cruz. Y es la conciencia de su misión, de que el Hijo ha venido precisamente para esa hora, la que le hace pronunciar la segunda petición, la petición de que Dios glorifique su nombre: justamente en la cruz. Porque la hora señalada es también la hora del Padre que sufre en el Hijo Preferido y Amado todo el pecado y el dolor de sus hijos los hombres.

            Hay un momento de esa hora, que me impresiona fuertemente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre y del Hijo por nosotros, los hombres. Es la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos.  Mateo y Marcos nos dicen que Jesús cayó rostro en tierra: es la postura de oración que expresa la extrema sumisión a la voluntad de Dios; una postura que la liturgia occidental incluye aún en el Viernes Santo, al comenzar los oficios de la tarde, así como en la Ordenación de diáconos, presbíteros y obispos, donde los ordenandos se postran en tierra como signo de esa misma sumisión a la voluntad del Padre, en adoración total, con amor extremo, hasta dar la vida, y que no debiéramos olvidar nunca en nuestra vida apostólica.

            Sigue después la oración propiamente dicha, en la que aparece todo el drama de nuestra redención, expresado así en la nueva versión de la Biblia: “ y decía: Abbá! (Padre): Tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea lo que yo quiero, sino como tú quieres” (14,36).          

El Santo Padre Benedicto XVI, en su último libro JESÚS DE NAZARET respecto a esta misma oración “Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”, dice así:

            <Pero ¿Qué significa “no se haga mi voluntad sino la tuya”, qué significa «mi» voluntad contrapuesta a «tu» voluntad? ¿Quiénes son los que se confrontan? ¿El Padre y el Hijo o el hombre Jesús y Dios? En ningún otro lugar de las Escrituras podemos asomarnos tan profundamente al misterio interior de Jesús como en la oración del Monte de los Olivos. En Cristo la humanidad sigue siendo humanidad y la divinidad es divinidad que une ambas naturalezas y voluntades de forma única y singular en la Persona del Hijo encarnado.

            En la voluntad natural humana de Jesús está, por decirlo así, toda la resistencia de la naturaleza humana contra Dios. La obstinación de todos nosotros, toda la oposición de los hombres contra Dios está presente, y Jesús, luchando, arrastra a la naturaleza recalcitrante hacia el abrazo de lo humano con lo divino, hacia la unión esencial trinitaria de amor en Dios.

Marcos, por su parte, la entrada de Jesús en Getsemaní la describe con estas palabras: “Llegan a un huerto, que llaman Getsemaní y dice a sus discípulos: Sentaos aquí mientras yo voy a orar. Se lleva consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir espanto y angustia, y les dice: Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad. Y adelantándose un poco, cayó en tierra y rogaba que, si era posible, se alejase de él aquella hora y decía: Abba, Padre, tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres”.

            Es terrible esta descripción del estado de Cristo. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar humanidad alguna, solo de Dios y solo de los hombres. En aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz...” Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta, no hay ni una palabra de ayuda, de consuelo,  una explicación para Él.

Cristo ¿qué pasa aquí? ¿Cristo, dónde está tu Padre, no era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos, no decías Tú que te quería, no dijo Él que Tú eras su Hijo amado... dónde está su amor al Hijo… No te fiabas totalmente de Él... qué ha ocurrido... Es que ya no eres su Hijo, es que se avergüenza de Tí...? Padre Dios, eres injusto con tu Hijo, es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu Hijo amado en el que tenías todas tus complacencias... qué pasa, hermanos, cómo explicar este misterio...

El Padre Dios, en ese momento, en esta <hora> tan esperada por Él en el Hijo desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos, que por la muerte tan dolorosa del Hijo Predilecto va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos  por el Hijo; y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.

Por eso, mirando a este mismo Cristo en vuestros pasos e imágenes de las procesiones de Semana Santa, pero sobre todo vivo, vivo y resucitado ya en todos los sagrarios de la tierra, pero de verdad, no sólo de nombre o como predicación, digámosle  con San Pablo desde   lo más profundo de nuestro corazón: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, fuerza de Dios y sabiduría de Dios”. (I Corintios 1, 17-25)”.

Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: ¿pero qué es el hombre, qué será el hombre para Dios, qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre? ¡Qué grande debe ser el hombre para Dios Padre, cuando  le busca y le pide su amor hasta este extremo...!

Hermano, tú eres grande para Dios, tú eres eternidad en Dios; tu vida es más que esta vida. Tú, una vez que existes, ya no dejarás de existir, vivirás siempre. Eres un cheque de eternidad en Dios firmado en la sangre de Cristo. Esta es tu grandeza. Y la grandeza del sacerdocio es ser sembrador, cultivador y recolector de eternidades, no de lo temporal del hombre. Y conviene no perder nunca este horizonte por otros más cercanos pero siempre subordinados al principio y fundamento ignaciano: El hombre ha sido creado para amar y servir a Dios, y mediante esto, salvar su alma. Para esto vino Cristo en nuestra búsqueda. Y si hubo que multiplicar panes, los multiplicó; pero no fue esto para lo que vino y se encarnó y fue  enviado por el Padre. No es éste el sentido y la razón esencial de su existencia y de la nuestra. Nuestra vida es más que esta vida. Hablamos poco de trascendencia, de la vida eterna más allá de esta vida, de la esperanza como virtud teologal que vive esperando esa vida y encuentro eterno con Dios, de la felicidad eterna en el misterio de nuestro Dios Trino y uno, eternidad soñada y creada por el Padre para todos los hombres, única razón de nuestra existencia en la tierra, y recreada por el Hijo, siempre con amor de su mismo Espíritu Santo: “ ¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma...su eternidad, ese siempre con Dios o sin Dios que nos espera?

¡Dios mío! no te abarco, no te comprendo, y sólo me queda una respuesta, es una revelación de tu amor que contradice toda la teología escolástica y filosófica que estudié, aquel Dios aristotélico impasible y distante infinitamente de los hombres, que no podía sufrir, pero que el conocimiento de tu amor inspirado en Juan y Pablo me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje.

Te pregunto,  Señor, ¿es que me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para sentirte totalmente feliz de haber realizado así tu proyecto de amor y abrazo infinito con tu criatura? ¿Es que me soñaste para este abrazo eterno y me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente y eternamente feliz?

Padre bueno,  que Tú hayas decidido en consejo Trinitario no querer ser feliz sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Tí; comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacernos a todos los hombres hijos en el Hijo,  lo veo por amor que no comprendo, que no me entra en la cabeza.

Pero es que viendo lo que has hecho por el hombre es como decirnos que el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre, y esto cambia la teología filosófica y menos bíblica de mis tiempos donde Dios no necesita del hombre para nada, al menos así nos lo enseñaron entonces, pero ahora veo por la oración, por la contemplación de amor, que Dios también necesita del hombre, al menos lo parece por su forma de amar y buscarlo y humillarse por él... y esto puede ser herejía teológica, por eso lo digo en voz baja para que no me condenen, pero suficientemente alto para que todos lo oigan y caigan de rodillas ante este amor. Y si me paso, pido perdón con san Pablo  cuando se metió en la profundidad de Dios que le subió a los cielos de su gloria y empezó a <desvariar>.

Por eso, queridos hermanos de Cabezuela del Valle, queridos cofrades de todas las cofradías, las procesiones deben llevarnos a celebrar la Semana Santa verdadera, plena y total en las iglesias, no sólo ni principalmente en la calles del pueblo, en nuestras iglesias con el Cristo del Jueves Santo, el Cristo de la hora santa en Getsemaní y del Monumento adorado, con el Cristo resucitado y glorioso de la Vigilia Pascual, y así participar en la liturgia santa, que no solo es imagen o recuerdo sino memorial que hace presente todo el misterio de pasión, muerte y resurrección “de una vez para siempre”.

Es la forma más perfecta de corresponder un poco a tanto amor,  en ratos de diálogos de amistad eucarística, donde el mismo Cristo, que lo  sufrió y nos salvó, nos vaya explicando, desde su presencia eucarística en el Sagrario, tanto amor del Padre y del Hijo, porque Él es el único que puedes explicárnoslo, el único que lo vive y comprende, porque ese amor lo sufrió y le tiene llagado el corazón de amor a cada uno de nosotros. Pero hay que escuchárselo personalmente a Él en trato personal de amistad, en ratos de adoración eucarística y silenciosa, llena de amor y escucha de su Palabra, de su Evangelio. 

Cristo de la Eucaristía y de nuestros Sagrarios, Tú eres ese amor hecho carne azotada, crucificada y hecho pan de Eucaristía; Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios Padre revelado por su Hijo predilecto y amado, por mi Señor Jesucristo, en su persona, palabra y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.                                        

Señor, si tú nos predicas y nos pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, nuestro amor para el Padre, si el Padre lo necesita y nos quiere tanto, como nos lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno  y generoso, y si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mi salud, mis ideales egoístas, mis cargos y honores...solo quiero ser de un Dios que ama así.

Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanto afecto desordenado.... pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal por donde tengo que pasar para matar las raíces del yo que me impiden la unión y llegar así al abrazo con mi Dios Trinidad, cuando llegue mi Getsemaní y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas... ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde: no me hagas caso....hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo amar. Sólo Dios, solo Dios, solo Dios en el sí total de nuestro ser y amar y existir.

Queridos hermanos: El Cristo de Getsemaní nos inspira dos sentimientos muy importantes que no debemos olvidar en nuestra vida: Primer sentimiento: el dolor de Cristo tiene relación con nosotros, con los hombres de todos los tiempos. Con Pascal, en sus Pensamientos, cada uno de nosotros puede decir: también mi pecado estaba en aquel cáliz pavoroso. Pascal oye al Señor en agonía en el Monte de los Olivos que le dice: «Aquellas gotas de sangre, las he derramado por ti» (cf. Pensées, VII, 553).

            El segundo sentimiento hace referencia a los tres elegidos para acompañarle en su oración y angustia y que se han quedado dormidos a pesar de oírle decir: “Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo” (14,33s).

            El Santo Padre Benedicto XVI, en su reciente libro JESÚS DE NAZARET, tiene estas palabras muy profundas y conmovedoras, que expongo a continuación:

            «La somnolencia de los discípulos sigue siendo a lo largo de los siglos una ocasión favorable para el poder del mal. Esta somnolencia es un embotamiento del alma, que no se deja inquietar por el poder del mal y el sufrimiento en el mundo. Es una insensibilidad que prefiere ignorar todo eso; se tranquiliza pensando que, en el fondo, no es tan grave, para poder permanecer así en la autocomplacencia de la propia existencia satisfecha.

            Ante los discípulos adormecidos y no dispuestos a inquietarse, el Señor dice y nos dice: “Me muero de tristeza”>>.

            Queridos hermanos de Cabezuela, que con tanto silencio meditativo habéis escuchado esta meditación sobre Jesucristo, muerto y resucitado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan mida eterna”; ante estas palabras del Señor, no podemos permanecer dormidos, inactivos ante el mundo actual. Hay que anunciar que Dios existe y ama al hombre, y ha muerto en su hijo Dios y hombre verdadero para que todos tegamos vida eterna.

            ¡Cristo Jesús, nos duele tu tristeza, y queremos estar bien  despiertos, ayudándote a completar tu pasión y redención del mundo presente; pero nosotros no sabemos amar así como tú, por puro amor; por eso te lo pedimos; y te lo pedimos, diciéndote con el poeta:

 

No me mueve, mi Dios, para quererte          Tú me mueves, Señor, muéveme el verte 

el cielo que me tienes prometido,   clavado en una cruz y escarnecido, 
ni me mueve el infierno tan temido               muéveme ver tu cuerpo tan herido, 

para dejar por eso de ofenderte.                     muévenme tus afrentas y tu muerte.


Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,    No me tienes que dar porque te quiera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,      pues aunque lo que espero no esperara
y aunque no hubiera infierno, te temiera.        lo mismo que te quiero te quisiera.

(SILENCIO MEDITATIVO)

-- NO ADORÉIS A NADIE, A NADIE MÁS QUE A ÉL…

-- PADRE NUESTRO QUE ESTÁ EN EL CIELO, SANTIFICADO…

-- «Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles, mi paz os dejo, mi paz os doy…

-- Daos fraternalmente la paz…

´-- El Señor esté con vosotros…

-- La bendición de Dios todopoderoso Padre, Hijo y…

-- Podéis ir en paz.

P. Raniero Cantalamessa

Segunda Predicación de Cuaresma

Dios es amor

El primer y fundamental anuncio que la Iglesia está encargada de llevara al mundo y que el mundo espera de la Iglesia es el del amor de Dios. Pero para que los evangelizadores sean capaces de transmitir esta certeza, es necesario que ellos sean íntimamente permeados por ella, que ésta sea luz de sus vidas. A este fin quisiera servir, al menos mínimamente, la presente meditación.

La expresión “amor de Dios” tiene dos acepciones muy diversas entre sí: una en la que Dios es objeto y la otra en la que Dios es sujeto; una que indica nuestro amor por Dios y la otra que indica el amor de Dios por nosotros. El hombre, más inclinado por naturaleza a ser activo que pasivo, más a ser acreedor que a ser deudor, ha dado siempre la precedencia al primer significado, a lo que hacemos nosotros por Dios. También la predicación cristiana ha seguido este camino, hablando, en ciertas épocas, casi solo del “deber” de amar a Dios (De diligendo Deo).

Pero la revelación bíblica da la precedencia al segundo significado: al amor “de” Dios, no al amor “por” Dios. Aristóteles decía que Dios mueve el mundo “en cuanto es amado”, es decir, en cuanto que es objeto de amor y causa final de todas las criaturas [1]. Pero la Biblia dice exactamente lo contrario, es decir, que Dios crea y mueve el mundo en cuanto que ama al mundo. Lo más importante, a propósito del amor de Dios, no es por tanto que el hombre ama a Dios, sino que Dios ama al hombre y que le ama “primero”: “Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero” (1 Jn 4, 10). De esto depende todo lo demás, incluída nuestra propia posibilidad de amar a Dios: “Nosotros amamos porque Dios nos amó primero” (1 Jn 4, 19).

1. El amor de Dios en la eternidad

Juan es el hombre de los grandes saltos. Al reconstruir la historia terrena de Cristo, los demás se detenían en su nacimiento de María, él da el gran salto hacia atrás, del tiempo a la eternidad: “Al principio estaba la Palabra”. Lo mismo hace a propósito del amor. Todos los demás, incluido Pablo, hablan del amor de Dios manifestado en la historia y culminado en la muerte de Cristo; él se remonta a más allá de la historia. No nos presenta a un Dios que ama, sino a un Dios que es amor. “Al principio estaba el amor, y el amor estaba junto a Dios, y el amor era Dios”: así podemos descomponer su afirmación: “Dios es amor” (1Jn 4,10).

De ella Agustín escribió: “Aunque no hubiese, en toda esta Carta y en todas las páginas de la Escritura, otro elogio del amor fuera de esta única palabra, es decir, que Dios es amor, no deberíamos pedir más”[2]. Toda la Biblia no hace sino “narrar el amor de Dios” [3]. Esta es la noticia que sostiene y explica todas las demás. Se discute sin fin, y no sólo desde ahora, si Dios existe; pero yo creo que lo más importante no es saber si Dios existe, sino si es amor [4]. Si, por hipótesis, él existiese pero no fuese amor, habría que temer más que alegrarse de su existencia, como de hecho ha sucedido en diversos pueblos y civilizaciones. La fe cristiana nos reafirma precisamente en esto: ¡Dios existe y es amor!

El punto de partida de nuestro viaje es la Trinidad. ¿Por qué los cristianos creen en la Trinidad? La respuesta es: porque creen que Dios es amor. Allí donde Dios es concebido como Ley suprema o Poder supremo no hay, evidentemente, necesidad de una pluralidad de personas, y por esto no se entiende la Trinidad. El derecho y el poder pueden ser ejercidos por una sola persona, el amor no.

No hay amor que no sea amor a algo o a alguien, como – dice el filósofo Husserl – no hay conocimiento que no sea conocimiento de algo. ¿A quien ama Dios para ser definido amor? ¿A la humanidad? Pero los hombres existen sólo desde hace algunos millones de años; antes de entonces, ¿a quién amaba Dios para ser definido amor? No puede haber comenzado a ser amor en un cierto momento del tiempo, porque Dios no puede cambiar su esencia. ¿El cosmos? Pero el universo existe desde hace algunos miles de millones de años; antes, ¿a quién amaba Dios para poderse definir como amor? No podemos decir: se amaba a sí mismo, porque amarse a sí mismo no es amor, sino egoísmo o, como dicen los psicólogos, narcisismo.

He aquí la respuesta de la revelación cristiana que la Iglesia recogió de Cristo y que explicitó en su Credo. Dios es amor en sí mismo, antes del tiempo, porque desde siempre tiene en sí mismo un Hijo, el Verbo, que ama de un amor infinito que es el Espíritu Santo. En todo amor hay siempre tres realidades o sujetos: uno que ama, uno que es amado, y el amor que les une.

2. El amor de Dios en la creación

Cuando este amor fontal se extiende en el tiempo, tenemos la historia de la salvación. La primera etapa de ella es la creación. El amor es, por su naturaleza, “diffusivum sui”, es decir, “tiende a comunicarse”. Dado que “el actuar sigue al ser”, siendo amor, Dios crea por amor. “¿Por qué nos ha creado Dios?”: así sonaba la segunda pregunta del catecismo de hace tiempo, y la respuesta era: “Para conocerle, amarle y servirle en esta vida y gozarlo después en la otra en el paraíso”. Respuesta impecable, pero parcial. Esta responde a la pregunta sobre la causa final: “con qué objetivo, con que fin nos ha creado Dios”; no responde a la pregunta sobre la causa causante: “por qué nos creó, qué le empujó a crearnos”. A esta pregunta no se debe responder: “para que lo amásemos”, sino “porque nos amaba”.

Según la teología rabínica, hecha propia por el Santo Padre en su último libro sobre Jesús, “el cosmos fue creado no para que haya múltiples astros y muchas otras cosas, sino para que haya un espacio para la 'alianza', el 'sí' del amor entre Dios y el hombre que le responde” [5]. La creación existe de cara al diálogo de amor de Dios con sus criaturas.

¡Qué lejos está, en este punto, la visión cristiana del origen del universo de la del cientificismo ateo recordado en Adviento! Uno de los sufrimientos más profundos para un joven o una chica es descubrir un día que está en el mundo por casualidad, no querido, no esperado, incluso por un error de sus padres. Un cierto cientificismo ateo parece empeñado en infligir este tipo de sufrimiento a la humanidad entera. Nadie sabría convencernos del hecho de que nosotros hemos sido creados por amor, mejor de como lo hace santa Catalina de Siena en una fogosa oración suya a la Trinidad:

“¿Cómo creaste, por tanto, oh Padre eterno, a esta criatura tuya? […]. El fuego te obligó. Oh amor inefable, a pesar de que en tu luz veías todas las iniquidades que tu criatura debía cometer contra tu infinita bondad, tu hiciste como si no las vieras, sino que detuviste tus ojos en la belleza de tu criatura, de la que tu, como loco y ebrio de amor, te enamoraste y por amor la engendraste de ti, dándole el ser a tu imagen y semejanza. Tú, verdad eterna, me declaraste a mí tu verdad, es decir, que el amor te obligó a crearla”.

Esto no es solo agape, amor de misericordia, de donación y de descendimiento; es también eros y en estado puro; es atracción hacia el objeto del proprio amor, estima y fascinación por su belleza.

3. El amor de Dios en la revelación

La segunda etapa del amor de Dios es la revelación, la Escritura. Dios nos habla de su amor sobre todo en los profetas. Dice en Oseas: “Cuando Israel era niño, yo lo amé […] ¡Yo había enseñado a caminar a Efraím, lo tomaba por los brazos! […] Yo los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor; era para ellos como los que alzan a una criatura contra sus mejillas, me inclinaba hacia él y le daba de comer […] ¿Cómo voy a abandonarte, Efraím? […] Mi corazón se subleva contra mí y se enciende toda mi ternura” (Os 11, 1-4).

Encontramos este mismo lenguaje en Isaías: “¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas?” (Is 49, 15) y en Jeremías: “¿Es para mí Efraím un hijo querido o un niño mimado, para que cada vez que hablo de él, todavía lo recuerde vivamente? Por eso mis entrañas se estremecen por él, no puedo menos que compadecerme de él” (Jr 31, 20).

En estos oráculos, el amor de Dios se expresa al mismo tiempo como amor paterno y materno. El amor paterno está hecho de estímulo y de solicitud; el padre quiere hacer crecer al hijo y llevarle a la madurez plena. Por esto le corrige y difícilmente lo alaba en su presencia, por miedo a que crea que ha llegado y ya no progrese más. El amor materno en cambio está hecho de acogida y de ternura; es un amor “visceral”; parte de las profundas fibras del ser de la madre, allí donde se formó la criatura, y de allí afirma toda su persona haciéndola “temblar de compasión”.

En el ámbito humano, estos dos tipos de amor – viril y materno – están siempre repartidos, más o menos claramente. El filósofo Séneca decía: “¿No ves cómo es distinta la manera de querer de los padres y de las madres? Los padres despiertan pronto a sus hijos para que se pongan a estudiar, no les permiten quedarse ociosos y les hacen gotear de sudor y a veces también de lágrimas. Las madres en cambio los miman en su seno y se los quedan cerca y evitan contrariarles, hacerles llorar y hacerles cansarse”[6]. Pero mientras el Dios del filósofo pagano tiene hacia los hombres sólo “el ánimo de un padre que ama sin debilidad” (son palabras suyas), el Dios bíblico tiene también el ánimo de una madre que ama “con debilidad”.

El hombre conoce por experiendia otro tipo de amor, aquel del que se dice que es “fuerte como la muerte y que sus llamas son llamas de fuego” (cf Ct 8, 6), y también a este tipo de amor recurre Dios, en la Biblia, para darnos una idea de su apasionado amor por nosotros. Todas las fases y las vicisitudes del amor esponsal son evocadas y utilizadas con este fin: el encanto del amor en estado naciente del noviazgo (cf Jr 2, 2); la plenitus de la alegría del día de las bodas (cf Is 62, 5); el drama de la ruptura (cf Os 2, 4 ss) y finalmente el renacimiento, lleno de esperanza, del antiguo vínculo (cf Os 2, 16; Is 54, 8).

El amor esponsal es, fundamentalmente, un amor de deseo y de elección. ¡Si es verdad, por ello, que el hombre desea a Dios, es verdad, misteriosamente, también lo contrario, es decir, que Dios desea al hombre, quiere y estima su amor, se alegra por él “como se alegra el esposo por la esposa” (Is 62,5)!

Como observa el Santo Padre en la “Deus caritas est”, la metáfora nupcial que atraviesa casi toda la Biblia e inspira el lenguaje de la “alianza”, es la mejor muestra de que también el amor de Dios por nosotros es eros y agape, es dar y buscar al mismo tiempo. No se le puede reducir a sola misericordia, a un “hacer caridad” al hombre, en el sentido más restringido del término.

4. El amor de Dios en la encarnación

Llegamos así a la etapa culminante del amor de Dios, la encarnación: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único” (Jn 3,16). Frente a la encarnación se plantea la misma pregunta que nos planteamos para la encarnación. ¿Por qué Dios se hizo hombre? Cur Deus homo? Durante mucho tiempo la respuesta fue: para redimirnos del pecado. Duns Scoto profundizó esta respuesta, haciendo del amor el motivo fundamental de la encarnación, como de todas las demás obras ad extra de la Trinidad.

Dios, dice Scoto, en primer lugar, se ama a sí mismo; en segundo lugar, quiere que haya otros seres que lo aman (“secundo vult alios habere condiligentes”). Si decide la encarnación es para que haya otro ser que le ama con el amor más grande posible fuera de Él [7]. La encarnación habría tenido lugar por tanto aunque Adán no hubiese pecado. Cristo es el primer pensado y el primer querido, el “primogénito de la creación” (Col 1,15), no la solución a un problema creado a raíz del pecado de Adán.

Pero también la respuesta de Scoto es parcial y debe completarse en base a lo que dice la Escritura del amor de Dios. Dios quiso la encarnación del Hijo, no sólo para tener a alguien fuera de sí que le amase de modo digno de sí, sino también y sobre todo para tener a alguien fuera de sí a quien amar de manera digna de sí. Y este es el Hijo hecho hombre, en el que el Padre pone “toda su complacencia” y con él a todos nosotros hechos “hijos en el Hijo”.

Cristo es la prueba suprema del amor de Dios por el hombre no sólo en sentido objetivo, a la manera de una prenda de amor inanimada que se da a alguien; lo es en sentido también subjetivo. En otras palabras, no es solo la prueba del amor de Dios, sino que es el amor mismo de Dios que ha asumido una forma humana para poder amar y ser amado desde nuestra situación. En el principio existía el amor, y “el amor se hizo carne”: así parafraseaba un antiquísimo escrito cristiano las palabras del Prólogo de Juan [8].

San Pablo acuña una expresión adrede para esta nueva modalidad del amor de Dios, lo llama “el amor de Dios que está en Cristo Jesús” (Rom 8, 39). Si, como se decía la otra vez, todo nuestro amor por Dios debe ahora expresar concretamente en amor hacia Cristo, es porque todo el amor de Dios por nosotros, antes, se expresó y recogió en Cristo.

5. El amor de Dios infundido en los corazones

La historia del amor de Dios no termina con la Pascua de Cristo, sino que se prolonga en Pentecostés, que hace presente y operante “el amor de Dios en Cristo Jesús” hasta el fin del mundo. No estamos obligados, por ello, a vivir sólo del recuerdo del amor de Dios, como de algo pasado. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rom 5,5).

¿Pero qué es este amor que ha sido derramado en nuestro corazón en el bautismo? ¿Es un sentimiento de Dios por nosotros? ¿Una disposición benévola suya respecto a nosotros? ¿Una inclinació? ¿Es decir, algo intencional? Es mucho más; es algo real. Es, literalmente, el amor de Dios, es decir, el amor que circula en la Trinidad entre Padre e Hijo y que en la encarnación asumió una forma humana, y que ahora se nos participa bajo la forma de “inhabitación”. “Mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” (Jn 14, 23).

Nosotros nos hacemos “partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4), es decir, partícipes del amor divino. Nos encontramos por gracia, explica san Juan de la Cruz, dentro de la vorágine de amor que pasa desde siempre, en la Trinidad, entre el Padre y el Hijo [9]. Mejor aún: entre la vorágine de amor que pasa ahora, en el cielo, entre el Padre y su Hijo Jesucristo, resucitado de la muerte, del que somos sus miembros.

6. ¡Nosotros hemos creído en el amor de Dios!

Esta, Venerables padres, hermanos y hermanas, que he trazado pobremente aquí es la revelación objetiva del amor de Dios en la historia. Ahora vayamos a nosotros: ¿qué haremos, qué diremos tras haber escuchado cuánto nos ama Dios? Una primera respuesta es: ¡amar a Dios! ¿No es este, el primero y más grande mandamiento de la ley? Sí, pero viene después. Otra respuesta posible: ¡amarnos entre nosotros como Dios nos ha amado! ¿No dice el evangelista Juan que si Dios nos ha amado, “también nosotros debemos amarnos los unos a los otros” (1Jn 4, 11)? También esto viene después; antes hay otra cosa que hacer. ¡Creer en el amor de Dios! Tras haber dicho que “Dios es amor”, el evangelista Juan exclama: “Nosotros hemos creído en el amor que Dios tiene por nosotros” (1 Jn 4,16).

La fe, por tanto. Pero aquí se trata de una fe especial: la fe-estupor, la fe incrédula (una paradoja, lo sé, ¡pero cierta!), la fe que no sabe comprender lo que cree, aunque lo cree. ¿Cómo es posible que Dios, sumamente feliz en su tranquila eternidad, tuviese el deseo no sólo de crearnos, sino también de venir personalmente a sufrir entre nosotros? ¿Cómo es posible esto? Esta es la fe-estupor, la fe que nos hace felices.

El gran convertido y apologeta de la fe Clive Staples Lewis (el autor, dicho sea de paso, del ciclo narrativo de Narnia, llevado recientemente a la pantalla) escribió una novela singular titulada “Cartas del diablo a su sobrino”. Son cartas que un diablo anciano escribe a un diablillo joven e inexperto que está empeñado en la tierra en seducir a un joven londinense apenas vuelto a la práctica cristiana. El objetivo es instruirlo sobre los pasos a dar para tener éxito en el intento. Se trata de un moderno, finísimo tratado de moral y de ascética, que hay que leer al revés, es decir, haciendo exactamente lo contrario de lo que se sugiere.

En un momento el autor nos hace asistir a una especie de discusión que tiene lugar entre los demonios, Estos no pueden comprender que el Enemigo (así llaman a Dios) ame verdaderamente “a los gusanos humanos y desee su libertad”. Están seguros de que no puede ser. Debe haber por fuerza un engaño, un truco. Lo estamos investigando, dicen, desde el día en que “Nuestro Padre” (Así llaman a Lucifer), precisamente por este motivo, se alejó de él; aún no lo hemos descubierto, pero un día llegaremos [10]. El amor de Dios por sus criaturas es, para ellos, el misterio de los misterios. Y yo creo que, al menos en esto, los demonios tienen razón.

Parecería una fe fácil y agradable; en cambio, es quizás lo más difícil que hay también para nosotros, criaturas humanas. ¿Creemos nosotros verdaderamente que Dios nos ama? ¡No nos lo creemos verdaderamente, o al menos, no nos lo creemos bastante! Porque si nos lo creyésemos, en seguida la vida, nosotros mismos, las cosas, los acontecimientos, el mismo dolor, todo se transfiguraría ante nuestros ojos. Hoy mismo estaríamos con él en el paraíso, porque el paraíso no es sino esto: gozar en plenitud del amor de Dios.

El mundo ha hecho cada vez más difícil creer en el amor. Quien ha sido traicionado o herido una vez, tiene miedo de amar y de ser amado, porque sabe cuánto duele sentirse engañado. Así, se va engrosando cada vez más la multitud de los que no consiguen creer en el amor de Dios; es más, en ningún amor. El desencanto y el cinismo es la marca de nuestra cultura secularizada. En el plano personal está también la experiencia de nuestra pobreza y miseria que nos hace decir: “Sí, este amor de Dios es hermoso, pero no es para mí. Yo no soy digno...”.

Los hombres necesitan saber que Dios les ama, y nadie mejor que los discípulos de Cristo es capaz de llevarles esta buena noticia. Otros, en el mundo, comparten con los cristianos el temor de Dios, la preocupación por la justicia social y el respeto del hombre, por la paz y la tolerancia; pero nadie – digo nadie – entre los filósofos ni entre las religiones, dice al hombre que Dios le ama, lo ama primero, y lo ama con amor de misericordia y de deseo: con eros y agape.

San Pablo nos sugiere un método para aplicar a nuestra existencia concreta la luz del amor de Dios. Escribe: “¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó” (Rom 8, 35-37). Los peligros y los enemigos del amor de Dios que enumera son los que, de hecho, los que él experimentó en su vida: la angustia, la persecución, la espada... (cf 2 Cor 11, 23 ss). Él los repasa en su mente y constata que ninguno de ellos es tan fuerte que se mantenga comparado con el pensamiento del amor de Dios.

Se nos invita a hacer como él: a mirar nuestra vida, tal como ésta se presenta, a sacar a la luz los miedos que se esconden allí, el dolor, las amenazas,los complejos, ese defecto físico o moral, ese recuerdo penoso que nos humilla, y a exponerlo todo a la luz del pensamiento de que Dios me ama.

Desde su vida personal, el Apóstol extiende la mirada sobre el mundo que le rodea. “Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8, 37-39). Observa “su” mundo, con los poderes que lo hacían amenazador: la muerte con su misterio, la vida presente con sus seducciones, las potencias astrales o las infernales que infundían tanto terror al hombre antiguo.

Nosotros podemos hacer lo mismo: mirar el mundo que nos rodea y que nos da miedo. La “altura” y la “profundidad”, son para nosotros ahora lo infinitamente grande a lo alto y lo infinitamente pequeño abajo, el universo y el átomo. Todo está dispuesto a aplastarnos; el hombre es débil y está solo, en un universo mucho más grande que él y convertido, además, en aún más amenazador a raíz de los descubrimientos científicos que ha hecho y que no consigue dominar, como nos está demostrando dramáticamente el caso de los reactores atómicos de Fukushima.

Todo puede ser cuestionado, todas las seguridades pueden llegar a faltarnos, pero nunca esta: que Dios nos ama y que es más fuerte que todo. “Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra”.

[1] Aristóteles, Metafísica, XII, 7, 1072b.

[2] S. Agustín, Tratados sobre la Primera Carta de Juan, 7, 4.

[3] S. Agustín, De catechizandis rudibus, I, 8, 4: PL 40, 319.

[4] Cf. S. Kierkegaard, Disursos edificantes en diverso espíritu, 3: El Evangelio del sufrimiento, IV.

[5] Benedicto XVI, Gesù di Nazaret, II Parte, Libreria Editrice Vaticana, 2011, p. 93.

[6] Séneca, De Providentia, 2, 5 s.

[7] Duns Scoto, Opus Oxoniense, I,d.17, q.3, n.31; Rep., II, d.27, q. un., n.3

[8] Evangelium veritatis (de los Códigos de Nag-Hammadi).

[9] Cf. S. Juan de la Cruz, Cántico espiritual A, estrofa 38.

[10] C.S. Lewis, The Screwtape Letters, 1942, cap. XIX; trad. it. Le lettere di Berlicche, Milán, Mondadori, 1998

[Traducción del italiano por Inma Álvarez]

Envìa esta noticia a un amigo

arriba

Predicador del Papa: “La caridad, sin fingimiento”

P. Raniero Cantalamessa

Tercera Predicación de Cuaresma

QUE LA CARIDAD SEA SIN FINGIMIENTO

1. Amarás al, prójimo como a ti mismo

Se ha observado un hecho. El río Jordán, en su curso, forma dos mares: el mar de Galilea y el mar Muerto, pero mientras que el mar de Galilea es un mar bullente de vida, entre las aguas con más pesca de la tierra, el mar Muerto es precisamente un mar “muerto”, no hay traza de vida en él ni a su alrededor, sólo salinas. Y sin embargo se trata de la misma agua del Jordán. La explicación, al menos en parte, es esta: el mar de Galilea recibe las aguas del Jordán, pero no las retiene para sí, las hace volver a fluir de manera que puedan irrigar todo el valle del Jordán.

El mar Muerto recibe las aguas y las retiene para sí, no tiene desaguaderos, de él no sale una gota de agua. Es un símbolo. Para recibir amor de Dios, debemos darlo a los hermanos, y cuanto más lo damos, más lo recibimos. Sobre esto queremos reflexionar en esta meditación.

Tras haber reflexionado en las primeras dos meditaciones sobre el amor de Dios como don, ha llegado el momento de meditar también sobre el deber de amar, y en particular en el deber de amar al prójimo. El vínculo entre los dos amores se expresa de forma programática por la palabra de Dios: “Si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. ” (1 Jn 4,11).

“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” era un mandamiento antiguo, escrito en la ley de Moisés (Lv 19,18) y Jesús mismo lo cita como tal (Lc 10, 27). ¿Cómo entonces Jesús lo llama “su” mandamiento y el mandamiento “nuevo”? La respuesta es que con él han cambiado el objeto, el sujeto y el motivo del amor al prójimo.

Ha cambiado ante todo el objeto, es decir, el prójimo a quien amar. Este ya no es sólo el compatriota, o como mucho el huésped que vive con el pueblo, sino todo hombre, incluso el extranjero (¡el Samaritano!), incluso el enemigo. Es verdad que la segunda parte de la frase “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo” no se encuentra literalmente en el Antiguo Testamento, pero resume su orientación general, expresada en la ley del talión: “ojo por ojo, diente por diente” (Lv 24,20), sobre todo si se compara con lo que Jesús exige de los suyos:

“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, rogad por sus perseguidores; así seréis hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si amáis solamente a quienes os aman, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?” (Mt 5, 44-47).

Ha cambiado también el sujeto del amor al prójimo, es decir, el significado de la palabra prójimo. Este no es el otro; soy yo, no es el que está cercano, sino el que se hace cercano. Con la parábola del buen samaritano Jesús demuestra que no hay que esperar pasivamente a que el prójimo aparezca en mi camino, con muchas señales luminosas, con las sirenas desplegadas. El prójimo eres tu, es decir, el que tu puedes llegar a ser. El prójimo no existe de partida, sino que se tendrá un prójimo sólo el que se haga próximo a alguien.

Ha cambiado sobre todo el modelo o la medida del amor al prójimo. Hasta Jesús, el modelo era el amor de uno mismo: “como a ti mismo”. Se dijo que Dios no podía asegurar el amor al prójimo a un “perno” más seguro que este; no habría obtenido el mismo objetivo ni siquiera su hubiese dicho: “¡Amarás a tu prójimo como a tu Dios!”, porque sobre el amor a Dios – es decir, sobre qué es amar a Dios – el hombre todavía puede hacer trampa , pero sobre el amor a sí mismo no. El hombre sabe muy bien qué significa, en toda circunstancia, amarse a sí mismo; es un espejo que tiene siempre ante sí, no tiene escapatoria1.

Y sin embargo deja una escapatoria, y es por ello que Jesús lo sustituye por otro modelo y otra medida: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Jn 15,12). El hombre puede amarse a sí mismo de forma equivocada, es decir, desear el mal, no el bien, amar el vicio, no la virtud. Si un hombre semejante ama a los demás como a sí mismo, ¡pobrecita la persona que sea amada así! Sabemos en cambio a dónde nos lleva el amor de Jesús: a la verdad, al bien, al Padre. Quien le sigue “no camina en las tinieblas”. Él nos amó dando la vida por nosotros, cuando éramos pecadores, es decir, enemigos (Rm 5, 6 ss).

Se entiende de este modo qué quiere decir el evangelista Juan con su afirmación aparentemente contradictoria: “Queridos míos, no os doy un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, el que aprendisteis desde el principio: este mandamiento antiguo es la palabra que oísteis. Sin embargo, el mandamiento que os doy es nuevo” (1 Jn 2, 7-8). El mandamiento del amor al prójimo es “antiguo” en la letra, pero “nuevo” por la novedad misma del evangelio. Nuevo – explica el Papa en un capítulo de su nuevo libro sobre Jesús – porque no es ya solo “ley”, sino también, e incluso antes, “gracia”. Se funda en la comunión con Cristo, hecha posible por el don del Espíritu.2

Con Jesús se pasa de la ley del contrapeso, o entre dos actores: “Lo que el otro te hace, házselo tu a él”, a la ley del traspaso, o a tres actores: “Lo que Dios te ha hecho a ti, hazlo tu al otro”, o, partiendo de la dirección opuesta: “Lo que tu hayas hecho al otro, es lo que Dios hará contigo”. Son incontables las palabras de Jesús y de los apóstoles que repiten este concepto: “Como Dios os ha perdonado, perdonaos unos a otros”: “Si no perdonáis de corazón a vuestros enemigos, tampoco vuestro padre os perdonará”. Se corta la excusa de raíz: “Pero él no me ama, me ofende...”. Esto le compete a él, no a ti. A ti te tiene que importar sólo lo que haces al otro y cómo te comportas frente a lo que el otro te hace a ti.

Queda pendiente la pregunta principal: ¿por qué este singular cambio de rumbo del amor de Dios al prójimo? ¿No sería más lógico esperarse: “Como yo os he amado, amadme así a mi”?, en lugar de: “Como yo os he amado, amaos así unos a otros”? Aquí está la diferencia entre el amor puramente de eros y el amor de eros y agape unidos. El amor puramente erótico es de circuito cerrado: “Ámame, Alfredo, ámame como yo te amo”: así canta Violeta en la Traviata de Verdi: yo te amo, tu me amas. El amor de agape es de circuito abierto: viene de Dios y vuelve a él, pero pasando por el prójimo. Jesús inauguró él mismo este nuevo tipo de amor: “Como el Padre me ha amado, así también os he amado yo” (Jn 15, 9).

Santa Catalina de Siena dio, del motivo de ello, la explicación más sencilla y convincente. Ella hace decir a Dios:

“Yo os pido que me améis con el mismo amor con que yo os amo. Esto no me lo podéis hacer a mi, porque yo os amé sin ser amado. Todo el amor que tenéis por mí es un amor de deuda, no de gracia, porque estáis obligados a hacerlo, mientras que yo os amo con un amor de gracia, no de deuda. Por ello, vosotros no podéis darme el amor que yo requiero. Por esto os he puesto al lado a vuestro prójimo: para que hagáis a este lo que no podéis hacerme a mi, es decir, amarlo sin consideraciones de mérito y sin esperaron utilidad alguna. Y yo considero que me hacéis a mi lo que le hacéis a él”3.

2. Amaos de verdadero corazón

Tras estas reflexiones generales sobre el mandamiento del amor al prójimo, ha llegado el momento de hablar de la cualidad que debe revestir este amor. Éstas son fundamentalmente dos: debe ser un amor sincero y un amor de los hechos, un amor del corazón y un amor, por así decirlo, de las manos. Esta vez nos detendremos en la primera cualidad, y lo hacemos dejándonos guiar por el gran cantor de la caridad que es Pablo.

La segunda parte de la Carta a los Romanos es toda una sucesión de recomendaciones sobre el amor mutuo dentro de la comunidad cristiana: “Que vuestra caridad sea sin fingimiento[...]; amaos unos a otros con afecto fraterno, competid en estimaros mutuamente...” (Rm 12, 9 ss). “Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley” (Rm 13, 8).

Para captar el espíritu que unifica todas estas recomendaciones, la idea de fondo, o mejor, el “sentimiento” que Pablo tiene de la caridad, debe partirse de esa palabra inicial: “Que la caridad sea sin fingimiento”. Esta no es una de las muchas exhortaciones, sino la matriz de la que deriva todas las demás. Contiene el secreto de la caridad. Intentemos captar, con la ayuda del Espíritu, este secreto.

El término original usado por san Pablo y que se traduce como “sin fingimiento”, es anhypòkritos, es decir, sin hipocresía. Este término es una especie de “chivato”; es, de hecho, un término raro que encontramos empleado, en el Nuevo Testamento, casi exclusivamente para definir el amor cristiano. La expresión “amor sincero” (anhypòkritos) vuelve ahora en 2 Corintios 6, 6 y en 1 Pedro 1, 22. Este último texto permite captar, con toda certeza, el significado del término en cuestión, porque lo explica con una perífrasis; el amor sincero – dice – consiste en amarse intensamente “de verdadero corazón”.

San Pablo, por tanto, con esa sencilla afirmación: “que la caridad sea sin fingimiento”, lleva el discurso a la raíz misma de la caridad, al corazón. Lo que se exige del amor es que sea verdadero, auténtico, no fingido. Como el vino, para ser “sincero”, debe ser exprimido de la uva, así el amor del corazón. También en ello el Apóstol es el eco fiel del pensamiento de Jesús; él, de hecho, había indicado, repetidamente y con fuerza, al corazón, como el “lugar” en el que se decide el valor de lo que el hombre hace, lo que es puro, o impuro, en la vida de una persona (Mt 15, 19).

Podemos hablar de una intuición paulina, respecto de la caridad; ésta consiste en revelar, tras el universo visible y exterior de la caridad, hecho de obras y de palabras, otro universo totalmente interior, que es, respecto al primero, lo que el alma es para el cuerpo. Volvemos a encontrar esta intuición en el otro gran texto sobre la caridad que es 1 Corintios 13. Lo que san Pablo dice allí, bien mirado, se refiere totalmente a esta caridad interior, a las disposiciones y a los sentimientos de caridad: la caridad es paciente, es benigna, no es envidiosa, no se irrita, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera... No hay nada que se refiera, directamente de por sí, a hacer el bien, u obras de caridad, sino que todo se reconduce a la raíz del querer bien. La benevolencia viene antes que la beneficencia.

Es el Apóstol mismo el que explicita la diferencia entre las dos esferas de la caridad, diciendo que el mayor acto de caridad exterior – el distribuir a los pobres todos los bienes – no serviría de nada sin la caridad interior (cf. 1 Cor 13, 3). Sería lo opuesto de la caridad “sincera”. La caridad hipócrita, de hecho, es precisamente la que hace el bien, sin querer bien, que muestra exteriormente algo que no tiene una correspondencia en el corazón. En este caso, se tiene una falta de caridad, que puede, incluso, esconder egoísmo, búsqueda de sí, instrumentalización del hermano, o incluso simple remordimiento de conciencia.

Sería un error fatal contraponer entre sí caridad del corazón y caridad de los hechos, o refugiarse en la caridad interior, para encontrar en ella una especie de coartada a la falta de caridad de los hechos. Por lo demás, decir que, sin la caridad, “de nada me aprovecha” siquiera el dar todo a los pobres, no significa decir que esto no le sirve a nadie y que es inútil; significa más bien decir que no me aprovecha “a mí”, mientras que puede aprovechar al pobre que la recibe. No se trata, por tanto, de atenuar la importancia de las obras de caridad (lo veremos, decía, la próxima vez), sino de asegurarles un fundamento seguro contra el egoísmo y sus infinitas astucias. San Pablo quiere que los cristianos estén “arraigados y fundados en la caridad” (Ef 3, 17), es decir, que el amor sea la raíz y el fundamento de todo.

Amar sinceramente significa amar a esta profundidad, allí donde no se puede mentir, porque estás solo ante ti mismo, solo ante el espejo de tu conciencia, bajo la mirada de Dios. “Ama a su hermano – escribe Agustín – el que, ante Dios, allí donde él solo ve, afirma su corazón y se pregunta íntimamente si verdaderamente actúa así por amor al hermano; y ese ojo que penetra en el corazón, allí adonde el hombre no puede llegar, le da testimonio”4. Era amor sincero por ello el de Pablo por los judíos si podía decir: “ Digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo. Siento una gran tristeza y un dolor constante en mi corazón. Yo mismo desearía ser maldito, separado de Cristo, en favor de mis hermanos, los de mi propia raza” (Rom 9,1-3).

Para ser genuina, la caridad cristiana debe, por tanto, partir desde el interior, desde el corazón; las obras de misericordia de las “entrañas de misericordia” (Col 3, 12). Con todo, debemos precisar en seguida que aquí se trata de algo mucho más radical que la simple “interiorización”, es decir, de un poner el acento de la práctica exterior de la caridad a la práctica interior. Este es solo el primer paso. ¡La interiorización apunta a la divinización! El cristiano – decía san Pedro – es aquel que ama “de verdadero corazón”: ¿pero con qué corazón? ¡Con “el corazón nuevo y el Espíritu nuevo” recibido en el bautismo!

Cuando un cristiano ama así, es Dios el que ama a través de él; él se convierte en un canal del amor de Dios. Sucede como con el consuelo, que no es otra cosa sino una modalidad del amor: “Dios nos consuela en cada una de nuestras tribulaciones para que podamos también nosotros consolar a quienes se encuentran en todo tipo de aflicción con el consuelo con el que nosotros mismos somos consolados por Dios” (2 Cor 1, 4). Nosotros consolamos con el consuelo con el que somos consolados por Dios, amamos con el amor con el que somos amados por Dios. No con uno diverso. Esto explica el eco, aparentemente desproporcionado, que tiene a veces un sencillísimo acto de amor, a menudo escondido, la esperanza y la luz que crea alrededor.

3. La caridad edifica

Cuando se habla de la caridad en los escritos apostólicos, no se habla de ella nunca en abstracto, de modo genérico. El trasfondo es siempre la edificación de la comunidad cristiana. En otras palabras, el primer ámbito de ejercicio de la caridad debe ser la Iglesia, y más concretamente aún la comunidad en la que se vive, las personas con las que se mantienen relaciones cotidianas. Así debe suceder también hoy, en particular en el corazón de la Iglesia, entre aquellos que trabajan en estrecho contacto con el Sumo Pontífice.

Durante un cierto tiempo en la antigüedad se quiso designar con el término caridad, agape, no sólo la comida fraterna que los cristianos tomaban juntos, sino también a toda la Iglesia5. El mártir san Ignacio de Antioquía saluda a la Iglesia de Roma como la que “preside en la caridad (agape)”, es decir, en la “fraternidad cristiana”, el conjunto de todas las iglesias6. Esta frase no afirma sólo el hecho del primado, sino también su naturaleza, o el modo de ejercerlo: es decir, en la caridad.

La Iglesia tiene necesidad urgente de una llamarada de caridad que cure sus fracturas. En un discurso suyo, Pablo VI decía: “La Iglesia necesita sentir refluir por todas sus facultades humanas la ola del amor, de ese amor que se llama caridad, y que precisamente ha sido difundida en nuestros corazones precisamente por el Espíritu Santo que se nos ha dado” 7. Sólo el amor cura. Es el óleo del samaritano. Oleo también porque debe flotar por encima de todo, como hace precisamente el aceite respecto a los líquidos. “Que por encima de todo esté la caridad, que es el vínculo de la perfección” (Col 3, 14). Por encima de todo, super omnia! Por tanto también de la fe y de la esperanza, de la disciplina, de la autoridad, aunque, evidentemente, la propia disciplina y autoridad puede ser una expresión de la caridad. No hay unidad sin la caridad y, si la hubiese, sería sólo una unidad de poco valor para Dios.

Un ámbito importante sobre el que trabajar es el de los juicios recíprocos. Pablo escribía a los Romanos: “Entonces, ¿Con qué derecho juzgas a tu hermano? ¿Por qué lo desprecias? ... Dejemos entonces de juzgarnos mutuamente” (Rm 14, 10.13). Antes de él Jesús había dicho: “No juzguéis y no seréis juzgados [...] ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo?” (Mt 7, 1-3). Compara el pecado del prójimo (el pecado juzgado), cualquiera que sea, con una pajita, frente al pecado de quien juzga (el pecado de juzgar) que es una viga. La viga es el hecho mismo de juzgar, tan grave es eso a los ojos de Dios.

El discurso sobre los juicios es ciertamente delicado y complejo y no se puede dejar a medias, sin que aparezca en seguida poco realista. ¿Cómo se puede, de hecho, vivir del todo sin juzgar? El juicio está dentro de nosotros incluso en una mirada. No podemos observar, escuchar, vivir, sin dar valoraciones, es decir, sin juzgar. Un padre, un superior, un confesor, un juez, quien tenga una responsabilidad sobre los demás, debe juzgar. Es más, a veces, como es el caso de muchos aquí en la Curia, el juzgar es, precisamente, el tipo de servicio que uno está llamado a prestar a la sociedad o a la Iglesia.

De hecho, no es tanto el juicio el que se debe quitar de nuestro corazón, ¡sino más bien el veneno de nuestro juicio! Es decir, el hastío, la condena. En el relato de Lucas, el mandato de Jesús: “No juzguéis y no seréis juzgados” es seguido inmediatamente, como para explicitar el sentido de estas palabras, por el mandato: “No condenéis y no seréis condenados” (Lc 6, 37). De por sí, el juzgar es una acción neutral, el juicio puede terminar tanto en condena como en absolución y justificación. Son los prejuicios negativos los que son recogidos y prohibidos por la palabra de Dios, los que junto con el pecado condenan también al pecador, los que miran más al castigo que a la corrección del hermano.

Otro punto cualificador de la caridad sincera es la estima: “competid en estimaros mutuamente” (Rm 12, 10). Para estimar al hermano, es necesario no estimarse uno mismo demasiado; es necesario – dice el Apóstol – “no hacerse una idea demasiado alta de sí mismos” (Rm 12, 3). Quien tiene una idea demasiado alta de sí mismo es como un hombre que, de noche, tiene ante los ojos una fuente de luz intensa: no consigue ver otra cosa más allá de ella; no consigue ver las luces de los hermanos, sus virtudes y sus valores.

“Minimizar” debe ser nuestro verbo preferido, en las relaciones con los demás: minimizar nuestras virtudes y los defectos de los demás. ¡No minimizar nuestros defectos y las virtudes de los demás, como en cambio hacemos a menudo, que es la cosa diametralmente opuesta! Hay una fábula de Esopo al respecto; en la reelaboración que hace de ella La Fontaine suena así:

“Cuando viene a este valle

cada uno lleva encima

una doble alforja.

Dentro de la parte de delante

de buen grado todos

echamos los defectos ajenos,

y en la de atrás, los propios”8.

Deberíamos sencillamente dar la vuelta a las cosas: poner nuestros defectos en la parte de delante y los defectos ajenos en la de detrás. Santiago advierte: “No habléis mal unos de otros” (St 4,11). El chisme ha cambiado de nombre, se llama comentario [gossip, n.d.t.] y parece haberse convertido en algo inocente, en cambio es una de las cosas que más contaminan el vivir juntos. No basta con no hablar mal de los demás; es necesario además impedir que otros lo hagan en nuestra presencia, hacerles entender, quizás silenciosamente, que no se está de acuerdo. ¡Qué aire distinto se respira en un ambiente de trabajo y en una comunidad cuando se toma en serio la advertencia de Santiago! En muchos locales públicos una vez se ponía: “Aquí no se fuma”, o también, “Aquí no se blasfema”. No estaría mal sustituirlas, en algunos casos, con el escrito: “¡Aquí no se hacen chismes!”

Terminemos escuchando como dirigida a nosotros la exhortación del Apóstol a la comunidad de Filipos, tan querida por él: “Os ruego que hagais perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tened un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagáis nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad os lleve a estimar a los otros como superiores a vosotros mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás” (Fil 2, 2-5).

1 Cf. S. Kierkegaard, Gli atti dell’amore, Milán, Rusconi, 1983, p. 163.

2 Benedicto XVI, Gesù di Nazaret, II Parte, Libreria Editrice Vaticana 2011, pp. 76 s.

3 S. Catalina de Siena, Dialogo 64.

4 S. Agustín, Comentario a la primera carta de Juan, 6,2 (PL 35, 2020).

5 Lampe, A Patristic Greek Lexicon, Oxford 1961, p. 8

6 S. Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, saludo inicial.

7 Discurso en la audiencia general del 29 de noviembre de 1972 (Insegnamenti di Paolo VI, Tipografia Poliglotta Vaticana, X, pp. 1210s.).

8 J. de La Fontaine, Fábulas, I, 7

RETIROS DE RELIGIOSAS

I

(En diciembre del 2017 preparé estas meditaciones para Don Benito)

RETIRO DE ADVIENTO  (Carmelitas 13-12-17)

       Queridas hermanas Carmelitas de Don Benito: El retiro o desierto espiritual del Adviento, dentro del año litúrgico o mejor dicho, comienzo del año litúrgico, debe ser un tiempo más intenso de oración, según el deseo de nuestra madre y educadora en la fe la santa Iglesia. Para preparar la venida de Cristo Jesús en la Navidad, necesitamos retirarnos a la oración, hacer un poco de desierto en nuestra vida, intensificando nuestra relación con Jesús por la oración-conversión-eucaristía.

       El Adviento es el recuerdo de aquel duro y largo adviento de siglos, desde Adán hasta la Encarnación del Hijo de Dios, que estuvo invadido por el deseo y anhelo del Salvador prometido. Todo el Antiguo Testamento es espera ansiada del Mesías. Y esto es lo que la liturgia de estos días quiere suscitar en nosotros. Ésta es la primera actitud  que debemos potenciar y alimentar en nosotros, por la lectura de los Profetas que nos hablan en este tiempo litúrgico.

       El mundo actual, queridas hermanas contemplativas, no espera a Cristo, porque no siente necesidad de Cristo. Y en estos tiempos actuales, diría que gran parte de la misma Iglesia no espera ni se prepara para este encuentro. Por eso, no siente necesidad de su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. ¿Y tú, querida hermana, sientes necesidad de Cristo, de su presencia y amor, de su salvación?

El mundo actual tiene muchas esperas: espera ser más feliz, vivir más años, ganar más dinero, conquistar la técnica, los medios de producción… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos; pero son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias de amor y felicidad y salvar a este mundo: Jesucristo. Y por eso está más triste que hace años cuando nos preparábamos con confesiones y comuniones, con triduos y novenas… ha bajado mucho la fe de España…  

       La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos la multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de wassad, tuiwiter, de champán y turrones?

Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, en nuestra familia, en nuestros hijos, en el mundo, en la misma iglesia o parroquia? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para tratar de vivir en cristiano y prepararnos así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

Canto de entrada

<<Vamos a preparar el camino del Señor; vamos a construir la ciudad de nuestro Dios>>.

Vendrá el Señor con la aurora, Él brillará en la mañana, pregonará la verdad. Vendrá el Señor con su fuerza, Él romperá las cadenas, Él nos dará la libertad.

Él estará a nuestro lado, Él guiará nuestros pasos, Él nos dará la Salvación. Nos limpiará del pecado, ya no seremos esclavos, Él nos dará la libertad.

Vamos a preparar el camino del Señor; vamos a construir la ciudad de nuestro Dios.

Visitará nuestras casas, nos llenará de esperanza, Él nos dará la Salvación. Compartirá nuestros cantos, todos seremos hermanos,

El nos dará la libertad.

Vamos a preparar el camino del Señor; vamos a construir la ciudad de nuestro Dios.

Caminará con nosotros, nunca estaremos ya solos, Él nos dará la salvación. Él cumplirá la promesa, y llevará nuestras penas, Él nos dará la libertad.

 Vamos a preparar el camino del Señor, vamos a construir la ciudad de nuestro Dios.

PRIMERA MEDITACIÓN

       QUERIDOS HERMANAS: Estamos comenzando este tiempo santo de Adviento. Todos los tiempos son santos, porque deben servirnos para santificarnos, para unirnos y amar más a Dios y a los hombres. Pero este lo es especialmente, porque el tema central del Adviento es la espera del Señor, considerada bajo diversos aspectos.

En primer lugar, la espera del Antiguo Testamento, encaminada hacia la venida del Mesías prometido. De ella hablan las profecías que la liturgia presenta estos días a la consideración de los fieles para despertar en ellos aquel profundo deseo y anhelo de Dios que vivió todo el Antiguo Testamento, especialmente los profetas, que se encargaron de parte de Dios, de mantener esta esperanza en el pueblo fiel.

       Una vez que vino el Mesías prometido, Jesucristo, terminó el Antiguo y empieza el Nuevo Testamento, con la realización de las promesas; llegan los tiempos nuevos y se colman todas las esperanzas. Y ahora, en esta etapa nueva que vive la Iglesia, debemos vivir y actualizar en nuestro corazón y en nuestra vida cristiana esta venida, mientras la historia de la humanidad se dirige a la última venida del Señor, a la parusía, a la venida gloriosa de Cristo, al final de los tiempos.

       Por eso, el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» del Hijo de Dios; y por otra, mira y hace que nos preparemos para la segunda venida, al final de los tiempos; y para que ésta se pueda realizar, es necesario esperarlo y recibirlo ahora, en diversas formas en las que llega a nosotros por la vida, por los sacramentos y por la Palabra.

       Y como me toca a mí esta mañana dirigir la Palabra, quisiera empezar con una oración a la Santísima Trinidad de San Hilario, cuya fiesta celebraremos el 14 de enero, y que viene en la Liturgia de la Horas del día.

       ((Pero antes, y porque hemos hablado de la última venida, quiero dar gracias a Dios y he rezado y me he encomendado para este retiro a nuestros hermanos sacerdotes muertos últimamente, que han realizado ya esta encuentro del último día; qué testimonios más maravillosos de fe, de amor a Cristo y de esperanza en Dios Padre nos habéis dado. Qué aceptación de la muerte y certeza del encuentro con Cristo gloriosos, qué gozo y seguridad nos dais.

       Este mes de noviembre varias veces y expresamente los he recordado y rezado con sus nombres en la Eucaristía. Ya no celebraréis el Adviento y la Navidad con nosotros, porque vivís la presencia del Padre que nos soñó y nos creó para una eternidad de gozo con Él en su misma esencia y esplendores divinos, del Hijo que vino en nuestra búsqueda para salvarnos y abrirnos las puertas de la eternidad, y del Espíritu Santo, el Dios Amor que nos funde en el abrazo y beso eterno del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en éxtasis infinito y eterno de fuego y esplendores del volcán divino y trinitario de bellezas eternamente reveladas entre esplendores siempre nuevos y deslumbrantes. La muerte para nosotros no es caer en el vacío o en la nada,  sino en los brazos ya abiertos de Dios.

       Y con este recuerdo emocionado y trinitario a nuestros hermanos sacerdotes difuntos, empiezo ahora mi meditación con la oración de san Hilario)).

PADRE SANTO, TE SERVIRÉ PREDICÁNDOTE

 «Yo tengo plena conciencia de que es a ti, Dios Padre omnipotente, a quien debo ofrecer la obra principal de mi vida, de tal suerte que todas mis palabras y pensamientos hablen de ti.

Y el mayor premio que puede reportarme esta facultad de hablar, que tú me has concedido, es el de servirte prodigándote a ti y demostrando al mundo, que lo ignora, o a los herejes, que lo niegan, lo que tú eres en realidad: Padre; Padre, a saber, del Dios unigénito.

Y, aunque es ésta mi única intención, es necesario para ello invocar el auxilio de tu misericordia, para que hinches con el soplo de tu Espíritu las velas de nuestra fe y nuestra confesión, extendidas para ir hacia ti, y nos impulses así en el camino de la predicación que hemos emprendido. Porque merece toda confianza aquel que nos ha prometido: “Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá”.

Somos pobres y, por esto, pedimos que remedies nuestra indigencia; nosotros ponemos nuestro esfuerzo tenaz en penetrar las palabras de tus profetas y apóstoles y llamamos con insistencia para que se nos abran las puertas de la comprensión de tus misterios; pero el darnos lo que pedimos, el hacerte encontradizo cuando te buscamos y el abrir cuando llamamos, eso depende de ti.

Cuando se trata de comprender las cosas que se refieren a ti, nos vemos como frenados por la pereza y torpeza inherentes a nuestra naturaleza y nos sentimos limitados por nuestra inevitable ignorancia y debilidad; pero el estudio de tus enseñanzas nos dispone para captar el sentido de las cosas divinas, y la sumisión de nuestra fe nos hace superar nuestras culpas naturales.

Confiamos, pues, que tú harás progresar nuestro tímido esfuerzo inicial y que, a medida que vayamos progresando, lo afianzarás, y que nos llamarás a compartir el espíritu de los profetas y apóstoles; de este modo, entenderemos sus palabras en el mismo sentido en que ellos las pronunciaron y penetraremos en el verdadero significado de su mensaje.

Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz que no nos apartemos de la verdad de la fe; haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre, y al único Señor Jesucristo, y que argumentamos ahora contra los herejes que esto niegan, podamos también celebrarte a ti como Dios en el que no hay unicidad de persona y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti».

(Del tratado de san Hilario, obispo, sobre la Trinidad (Libro 1,37-38: PL 10,48-49. Liturgia de las Horas: 14 de enero)

       QUERIDOS HERMANAS: Cuatro son los temas de los que me hubiera gustado hablar con cierta amplitud en este retiro de Adviento: del Adviento, por ser el tiempo litúrgico fuerte en que vivimos; de María, por ser mujer y hablar a mujeres que tienen psicología y amor especial para estas cosas, y también porque ella fue la primera que vivió este tiempo del espera del Hijo, y porque hemos celebrado el triduo o la novena de la Inmaculada que tantas emociones y recuerdos agradecidos nos trae; y hablaros finalmente, si hubiera tiempo, de Juan el Bautista, porque cuando llega el otoño y las hojas se caen de los árboles viene puntual a esta cita con su voz fuerte y tonante, invitándonos a la conversión, como profeta verdadero a quien no se le traba la lengua, cuando tiene que decir verdades que nos cuestan y hablarnos de conversión y de preparar los caminos del Señor.    Pero como no es posible hablar de todo con amplitud, los tres primeros temas los fundo en uno, del cual hablaré en esta primera meditación, cuyo título sería

TRARAR DE VIVIR EL ADVIENTO CON MARÍA.  (((Por escrito, en la mesa, y por si alguno quiere llevárselos a casa o meditarlos aquí,  pondré para meditar sobre la Virgen ya que estamos en su novena de la Inmaculada, unos textos hermosos de los Santos Padres sobre la Virgen en los misterios del adviento y la navidad. Sin imponer nada, repito para los que quieran. Así como una meditación sobre la Encarnación. Y Después de un largo silencio de esta meditación que estoy dando, tendremos la segunda meditación.)))

       Y ahora ya, iniciada esta primera meditación del Adviento, quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo a mis feligreses: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, no será Navidad en nosotros; el Adviento ha sido tiempo inútil, no aprovechado, no vivido, no ha existido en nosotros, no ha habido espera y deseo del Señor.

Lógicamente, el Señor ya está en nosotros, en nuestras vidas, pero si no aumenta su presencia en esta Navidad, por un adviento vivido con deseos de mayor unión, de experiencia de amor, no habrá servido para nada este tiempo, no habremos vivido el adviento cristiano.

       Cristo viene todos los años, litúrgica y sacramentalmente, a nuestro encuentro en este tiempo de Adviento, porque El vino en nuestra búsqueda, el Dios infinito en busca de su criatura, porque nos ama y quiere llenarnos de su belleza, hermosura, de su ser y existir divino y trinitario, pero si no salimos a esperarle, no puede haber encuentro de gracia y salvación con Él.

La Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana. Y así lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad».

       Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos.

Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos, para iluminarnos del verdadero concepto de hombre, mujer, familia, matrimonio, sentido de vida humana. Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia y lo canta y reza por nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven que te esperamos, ven pronto y no tarde más».

       Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como dije antes, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo. Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por la televisión y los medios, debemos recogernos en silencio de ruidos mundanos ahora para meditar los textos sagrados. Para eso estamos reunidos aquí y no podemos dejar pasar esta oportunidad que el Señor nos ofrece.

       ¿Por dónde vendrá Cristo esta Navidad?  Si yo tengo que salir al encuentro de una persona, si yo quiero llegar a Madrid, tengo que ir por una carretera distinta que si voy a Salamanca. ¿Por qué caminos tengo que esperar a Cristo en este tiempo de Adviento, para que nazca en mi corazón y para que aumente su presencia de amor?

       En este tiempo de Adviento la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

1.- POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO MARÍA

       La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo. Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte, confirmándole que era verdad todo lo que decía, ya que no estaba bien que tan niño empezara haciendo milagros; así que una parte del Magnificat se la debemos a Él, de la misma forma que todo pan eucarístico, el cuerpo eucarístico de Cristo tiene perfume, olor y sabor maría, por ser carne que viene de María.

       Por otra parte,  no sería bueno para nosotros, que tenemos que recorrer a veces este camino, con frecuencia duro y seco aparentemente de fe, esperanza y amor,  sin ver ni sentir nada, que es la oración. María nos invita a entrar en clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano.

       Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren chapám y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica, carece de alma, de experiencia, de vida, auque sea ex opere operato. Es que todo depende de la fe y amor personal con que viva y experimente la acción litúrgica.

       La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en espíritu y verdad”.

       Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

       Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y quiere venir a cada uno de los creyentes para aumentar su presencia y su amor en nosotros en esta Navidad, viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan, sin necesidad de lecturas.

Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

       Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, su presencia en mi alma, la vida de gracia, de fe y amor esperanza, este nuevo encuentro litúrgico con Cristo, que especialmente por la Eucaristía hace presente todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado voy a besar, tocar y  venerar en cada sagrario, en cada pesebre, en cada imagen de Niño.«Ven, Señor, y no tardes».

El sacerdote sembrador de eternidades... Las religiosas sois apóstoles y sacerdotisas por la oración y la penitencia y la conversión. La oración personal es la que me sirve de canal para recibir las gracias y los frutos de la oración litúrgica y es el principal apostolado de las religiosas entregadas totalmente con la caridad fraterna a este apostolado en la iglesia, como del sacerdote y del Obispo. El principal. No lo afirmo yo, pongo textos de personas más autorizadas:

Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte,  ha vuelto a repetir e insistir en la necesidad de la oración y de escuelas de formación en esta materia tanto en parroquias como centros de formación, como el seminario. Y la razón es evidente. Si yo como formador o como párroco, no recorro este camino de oración hasta las alturas de la contemplación y de la oración de unión y transformación que es donde se ya la experiencia del Dios vivo, difícilmente podré conducir a mis feligreses hasta el Tabor. Y esto existe, Dios existe vivo, comunicativo, pero hay que vaciarse de tanto yo que impide vivir en mí, estoy tan lleno que no cabe ni Dios.

Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, cuando invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de apostolado, de vida apostólica, pero no de métodos y organigramas, donde expresamente nos dice «no hay una fórmula mágica que nos salva», «el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo», sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a Él por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía. No todas las acciones son apostolado. Sin el Espíritu de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo.

Primacía de la gracia

38.- En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15,5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5,5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitidie al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración.”

CARTA DE MAYO ÚLTIMO DE LA S. CONGREGACIÓN DEL CLERO

Con ocAsión de la tradicional Jornada de oración por la santificación de los sacerdotes, que se celebra en la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús, quiero recordar la prioridad de la oración con respecto a la acción, en cuanto que de ella depende la eficacia del obrar. De la relación personal de cada uno con el Señor Jesús depende en gran medida la misión de la Iglesia. Por tanto, la misión debe alimentarse con la oración: «Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo» (Benedicto XVI, Deus caritas est, 37).

La oración y los pobres: (En vez de estar parados orando, a trabajar, hacer apostolado) Madre Teresa de Calcuta: “He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán».

«La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí».

Consejos del Papa a nuevos obispos

Discurso del 22 de septiembre

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 9 octubre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI el 22 de septiembre en la residencia pontificia de Castel Gandolfo a 107 obispos nombrados en los últimos doce meses.

       El día de la ordenación episcopal, antes de la imposición de las manos, la Iglesia pide al candidato que asuma algunos compromisos, entre los cuales, además del de anunciar con fidelidad el Evangelio y custodiar la fe, se encuentra el de "perseverar en la oración a Dios todopoderoso por el bien de su pueblo santo". Hoy quiero reflexionar con vosotros precisamente sobre el carácter apostólico y pastoral de la oración del obispo.  El evangelista san Lucas escribe que Jesucristo escogió a los doce Apóstoles después de pasar toda la noche orando en el monte (cf. Lc 6, 12); y el evangelista san Marcos precisa que los Doce fueron elegidos para que "estuvieran con él y para enviarlos" (Mc 3, 14).

Al igual que los Apóstoles, también nosotros, queridos hermanos en el episcopado, en cuanto sus sucesores, estamos llamados ante todo a estar con Cristo, para conocerlo más profundamente y participar de su misterio de amor y de su relación llena de confianza con el Padre. En la oración íntima y personal, el obispo, como todos los fieles y más que ellos, está llamado a crecer en el espíritu filial con respecto a Dios, aprendiendo de Jesús mismo la familiaridad, la confianza y la fidelidad, actitudes propias de él en su relación con el Padre.

Y los Apóstoles comprendieron muy bien que la escucha en la oración y el anuncio de lo que habían escuchado debían tener el primado sobre las muchas cosas que es preciso hacer, porque decidieron: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra" (Hch 6, 4). Este programa apostólico es sumamente actual. Hoy, en el ministerio de un obispo, los aspectos organizativos son absorbentes; los compromisos, múltiples; las necesidades, numerosas; pero en la vida de un sucesor de los Apóstoles el primer lugar debe estar reservado para Dios. Especialmente de este modo ayudamos a nuestros fieles.

2.- TENEMOS QUE ESPERAR AL SEÑOR POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

       “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

       Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada.

Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de demostrarlas o comprobarlas con la razón; y porque nos fiamos más de nuestros propios criterios que de lo que nos dicta la fe, dudamos de lo que Dios nos dice por el Evangelio, porque supera toda comprensión humana.

Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero casi grande en su interior, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo en otros asuntos y esperas, que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros.

       Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta del gobierno y de los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, Dios, Evangelio…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta todo, porque le falta Dios. Y estamos todos más tristes, más solos: los matrimonios, los padres, los hijos, los amigos… nos falta Dios; es necesario que Dios nazca en los hombres, viva en los matrimonios, sea invitado y comensal diario en nuestros  hogares. Necesitamos fe personal ante las iglesias vacías, sacramentos civiles, bautizos diezmados, comuniones  sin Cristo: han desaparecido las apoyaturas de la fe.

       Por eso, lo primero de todo será la fe, la fe en la Navidad cristiana, fe en su Venida, en su Encarnación, en su nacimiento, en su presencia eucarística; si creo en Cristo, no puedo separar unas realidades de otras, tengo que creer en el Cristo completo.

       ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo sólo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como María, por una fe viva.

       Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. La Navidad fundamentalmente es creer que Dios ama al hombre, sigue amando al hombre, sigue amando y perdonando a este mundo.

       La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumple, todo tiene sentido, todo nos prepara para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotros. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Que merezcamos su alabanza por haber creído en su venida de amor a este mundo.

       Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella. ¡Madre, enséñanos a esperarlo y recibirlo así!

3.- POR EL CAMINO DEL AMOR AGRADECIDO, COMO MARÍA

       María expresó maravillosamente este sentimiento ante su prima Isabel con el canto del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1,46-47).

       Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto.

Pero en estos días, como siempre, lo primero debe ser Dios. Y si alguien nos pregunta, tanto ahora en Navidad como en cualquier tiempo del año, ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios? Pues porque Él nos amó primero. Dios nos visita, se hace cercano, se hace hombre y viene a nosotros por amor y para que nos amemos y le amemos: “Porque Dios es Amor… En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó, y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,8.10). Qué claro lo vio Juan: Dios nos amó primero y, roto este amor por el pecado de Adán, Dios volvió a amar más intensamente al hombre, enviándonos a su propio Hijo para salvarnos.

       Santa Catalina de Sena nos describe así todo el amor de Dios en la creación del hombre y, sobre todo, una vez caído, en la recreación, por el amor del Hijo amado: «Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, Padre Dios, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto...      A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. El fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. Él lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?

       Nosotros somos tu imagen, y tú eres la nuestra, gracias a la unión que realizaste en el hombre, al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de la carne de Adán. Y esto, ¿por qué? No por otra causa que por tu inefable amor. Por este inmenso amor es por el que suplico humildemente a tu Majestad, con todas las fuerzas de mi alma, que te apiades con toda tu generosidad de tus miserables criaturas»”(Santa Catalina de Siena,Diálogo,Cap. 4).

             Esta debe ser una actitud fuerte en estos días: amor agradecido al Señor, que busca nuestra amistad, que viene y nos quiere salvar, que viene desde su Felicidad infinita a complicar su vida por nosotros. Procuremos retirarnos a la oración, revisar nuestro comportamientos para con Él, corrijamos, enderecemos los caminos, salgamos a su encuentro, mirando a los hermanos.

Más frecuencia y más fervor en todo: oración, misas, comuniones, obras de caridad con los hermanos,  control de la soberbia y orgullo, porque Cristo se hizo pequeño, visitemos a los necesitados como María a su prima santa Isabel.

4.- POR EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN, COMO MARÍA

       “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”. Así respondió María al ángel, a la maternidad que le anunciaban, porque sus pensamientos y su planes no eran esos. Pero se convirtió totalmente a la voluntad y a los deseos de Dios, como nosotros tenemos que hacer en nuestras vidas, cuando sus planes no coincidan con los nuestros. Hemos de responder como María: “Aquí está el esclavo del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

       A veces estamos tan llenos de nuestro yo, de nuestros criterios, de nuestros planes… que no caben los de Dios, porque son contrarios y opuestos. El hombre, desde que existe, por impulso natural, tiende a amarse a sí mismo más que a Dios. El mandamiento de “amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, el hombre, por el pecado original, lo convierte en me amaré a mí mismo con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi ser…  Y esto es idolatría. Pero que uno la ve mucho dentro de la misma Iglesia, en los de arriba, muy arriba y en los de abajo. Dios no es lo absoluto de nuestra vida. En el centro de nuestro corazón nos entronizamos a nosotros mismos y nos damos culto idolátrico, de la mañana a la noche.

       Por esta razón, si queremos que Cristo aumente su presencia en esta Navidad dentro de nosotros, en nuestro corazón, en nuestro ser y existir, tenemos que destronar este <yo> del centro de nuestro corazón y de nuestra vida. Porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni su Evangelio, ni sus criterios, ni sus mandatos, ni su vida, ni su amor, ni sus sentimientos, no cabe ni Dios porque nosotros nos hemos constituido en dioses de nuestra vida.

Por tanto, si queremos que Cristo nazca dentro de nosotros,  esto es: aumente su presencia en nosotros, en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra comunidad, tenemos que vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros criterios,  y de esos amores egoístas y consumistas, que nos invaden totalmente y nos vacían de Dios que es el Todo.

Y ese es el vacío que siente el mundo actual, muchos hombres y mujeres, las familias estamos, los matrimonios, más solos y tristes, porque nos falta Dios, nos falta el amor, que es Dios. . Necesitamos que Dios llene nuestra vida, nuestro corazón; necesitamos la Navidad; pero la Navidad cristiana, porque, aunque Cristo naciese mil veces, si no nace dentro de nosotros, en nuestro corazón, no habrá Navidad; no habrá encuentro con Dios; todo habrá sido inútil, aunque sobren champán y turrones, no podremos tener Navidad.

       Y para eso, repito, es necesaria la conversión, el vaciarnos de nosotros mismos y de tantas cosas que impiden el nacimiento de Dios en nosotros. Hay que perdonar a todos, no puede haber soberbia y rencor en nuestro corazón para que Cristo pueda nacer; hay que ser generosos en tiempo y amor con los necesitados de tiempo, amor, de cuerpo y alma, con nuestros feligreses, familiares, amigos; hay que convertirse de la crítica continua a los hermanos a la comprensión,  a la aceptación, jamás criticar, no podemos criticar si queremos tener el corazón dispuesto para que nazca Cristo; la soberbia, la murmuración y la falta de caridad con los hermanos impiden este nacimiento. Todo debe ser buscado, rezado y realizado conforme a la voluntad de Dios, mediante una conversión sincera.

       Por eso, repito, que, unido a la fe, va el amor, la oración, la conversión...Estos tres verbos ORAR-AMAR-CONVERTIRSE tienen para mí casi el mismo significado y se conjugan igual y el orden tampoco altera el producto, pero siempre en línea de experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, que vuelve por la Liturgia Eucarística a repetir su historia y su nacimiento para nosotros.

       Orar es querer convertirse a Dios en  todas las cosas. La conversión debe durar toda la vida, porque siempre tendemos a ponernos y colocar nuestra voluntad y deseos delante de los de Dios, a amarnos más que a Dios, que debe ser lo primero y absoluto. Por eso, la conversión debe ser permanente y exige oración permanente. Y la oración, si verdaderamente lo es, debe ser permanente y debe ser y llevarnos a la conversión permanente. Porque si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente. 

       Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas. Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.“Dios es amor”, dice S. Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando San Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Y ese amor se ha hecho carne, se ha hecho hombre, y ese amor de Dios al hombre se llama Jesucristo, y esto es la Navidad cristiana, el misterio del Amor de Dios Encarnado.

       Si es Navidad en este año, quiere decir que Dios sigue amando al Hombre; si Dios nace, quiere decir que Dios no se olvida del hombre; si  Dios nace, el mundo tiene salvación, no debemos desesperar; si Dios nace, todo hombre es mi hermano y el hombre vale mucho, vale infinito, vale una eternidad. Somos más que este espacio y este tiempo, para eso ha nacido Jesucristo. Si Cristo nace, sí hay Navidad, Dios me ama, Dios me ama, Dios me ama: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn  3,17).

Canto final

LA VIRGEN SUEÑA CAMINOS, está a la espera; la Virgen sabe que el Niño está muy cerca. De Nazaret a Belén hay una senda; por ella van lo que creen en las promesas

LOS QUE SOÑÁIS Y ESPERÁIS LA BUENA NUEVA, ABRID LAS PUERTAS AL NIÑO, QUE ESTÁ MUY CERCA. EL SEÑOR CERCA ESTÁ, ÉL VIENE CON LA PAZ. EL SEÑOR CERCA ESTÁ, ÉL TRAE LA VERDAD.

EN ESTOS DÍAS DEL AÑO, el pueblo espera, que venga pronto el Mesías a nuestra tierra. En la ciudad de Belén, llama a las puertas, pregunta en las posadas y no hay respuesta.

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Vendrá el Señor con la aurora, Él brillará en la mañana, pregonará la verdad. Vendrá el Señor con su fuerza, Él romperá las cadenas, Él nos dará la libertad.

Él estará a nuestro lado, Él guiará nuestros pasos, Él nos dará la Salvación. Nos limpiará del pecado, ya no seremos esclavos, Él nos dará la libertad.

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Visitará nuestras casas, nos llenará de esperanza, Él nos dará la Salvación. Compartirá nuestros cantos, todos seremos hermanos, El nos dará la libertad.

Caminará con nosotros, nunca estaremos ya solos, Él nos dará la salvación. Él cumplirá la promesa, y llevará nuestras penas, Él nos dará la libertad.

 VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

II

MEDITACIÓN

Titularía esta meditación: JESÚS Y LAS MUJERES. En concreto, estando en un convento: JESUS Y LAS CONSAGRADAS, LAS RELIGIOSAS)

(Don Benito, 10-6.16)

(Para darlo en cualquier época no hace falta citar TEXTO: Mc 15,40-41: “Había allí unas mujeres, mirando desde lejos: María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé. Ellas seguían a Jesús y lo servían cuando estaba en Galilea. Y había también muchas otras, que habían subido con él a Jerusalén “.)     

En varias ocasiones he rastreado el Evangelio, buscando, la llamada de Jesús a todas estas mujeres que le seguían y que le llegan a acompañar hasta el Calvario, --cosa que no hicieron los Apóstoles, excepto Juan con María--, y nunca, en ninguno de los cuatro Evangelios, he encontrado que Jesús llamara expresamente a su seguimiento a ninguna de ellas.

A los hombres, a los apóstoles, les llamó; a Zaqueo, le llamó a la conversión; a varias personas Jesús las llama... pero todas estas personas son hombres. Las mujeres no fueron llamadas ex expreso ¿Por qué? No lo sé ciertamente, pero por los evangelios podemos comprobar que las mujeres vieron en Cristo desde el principio una verdad de amor y sinceridad que no veían los hombres. Es la verdad. Porque ellas le ven, le conocen y, aunque Él no las llame, ellas le quieren, le aman y le siguen.

Jesús no necesita llamarlas expresamente a su seguimiento: ellas quedan fascinadas por Él, por su Persona,  por su palabra, por su trato... Quedan cautivadas por su bondad y respeto para con ellas, por cómo las quiere, con qué cariño y con qué delicadeza las trata.., y quedan totalmente subyugadas y enamoradas de Él y le siguen.

Y prueba de todos esto es que le siguen hasta el final; dice el evangelista Juan —expresamente los cita— que junto a la Cruz de Jesús —donde no había nadie, porque todos le dejaron solo— además de su Madre y de Juan, había algunas mujeres.

Por un lado, es evidente que no es precisa ninguna explicación de por qué su Madre estaba allí. Era su Madre y eso explica que Ella estuviera con Él, no hay que buscar más explicaciones. Pero a veces sí, podemos pensar: ¿por qué ellas estaban allí? ¿Por qué estaban allí las otras mujeres? ¿Quiénes eran y cuántas?

Los Evangelios citan los nombres de algunas de ellas: María Magdalena; María, la madre de Santiago, el Menor; Salomé, la madre de los hijos de Zebedeo; una cierta Juana y una cierta Susana.

Estas mujeres habían seguido a Jesús desde Galilea. Galilea es el lugar donde Jesús pasó su infancia, sus primeros años. Galilea es el lugar del hogar: Nazaret es el hogar de Jesús y María; el lugar de la intimidad, de la vida de familia; así como, por contraposición, Judea es el lugar de la predicación, de la vida pública, de la Presentación en el Templo...

Las manifestaciones más notorias de Jesús tienen lugar en Judea, en Jerusalén o en las cercanías de Jerusalén, mientras que Galilea es el lugar de la intimidad. Y ellas le siguen desde allí, le habían seguido desde Galilea.

Lo habían acompañado llorando en el camino del Calvario; en el Gólgota observaban de lejos, desde la distancia mínima que se les permitía acercarse, porque si su Madre se pudo acercar hasta la Cruz, dicen los estudiosos, es porque alguien, algún soldado, probablemente el centurión, se apiadó de Ella.

Le dijeron que era la Madre del reo, del condenado y por eso le permitieron acercarse, pero de suyo, aunque entre los
romanos había costumbre de presenciar las ejecuciones, se guardaba cierta distancia.

Y las mujeres guardaban esa distancia porque no se les permite acercarse más. Y después de muerto, ellas siguen con Él: le acompañan con tristeza, con dolor, con profunda pena, al sepulcro juntamente con un hombre, que es el que cede el sepulcro: José de Arimatea.

Las llamamos, con cierta condescendencia, “las piadosas mujeres”. Pero yo creo que es un apelativo injusto, porque no son unas mujeres piadosas, son unas mujeres valientes, intrépidas, que se atreven a hacer lo que prácticamente nadie se atreve, ni sus más íntimos.

No son unas mujeres piadosas que, solamente por un sentimiento religioso, hacen eso, sino porque de verdad le aman y tienen coraje y valor. Desafían el peligro que supone dar la cara por un hombre que ha muerto fuera de la Ley, que ha muerto como un maldito.

Y es impresionante, por lo que decíamos al principio: ¡porque ellas no son su Madre! No lo son, pero dan la cara por El, le siguen hasta el final, desafían el peligro y se puede decir de ellas lo que el evangelista Lucas, en el capítulo 7, versículo 23, pone en boca de Jesús: “Dichoso el que no se escandalice de Mí”.

Ellas son dichosas porque no se escandalizan de Jesús. Estas mujeres son las únicas que no se han escandalizado de El. Y ellas son, de alguna manera, en este momento, un referente para vosotras, religiosas carmelitas, mujeres amantes del Señor, de Cristo Jesús: vosotras no os alejáis de Él ni os escandalizáis de Él y estáis siempre junto a Él y le seguís y estáis con Él siempre a las duras y a las maduras; y muchas veces, sobre todo para algunas y en circunstancias especiales, son más las duras que las maduras.

Porque la vida de clausura, de comunidad, de soledad… a veces no es que sea de suyo, pero por las circunstancias, por alguna causa o persona, se hace dura. Pero no le dejéis nunca solo al Señor con la cruz de los pecados de los hombres, seguirle en obediencia y humildad, aún en incomprensiones de los de casa, pero no dejarle solo, de modo que Él pueda decir de nosotras lo mismo: “Dichosas porque no os habéis escandalizado de mí’.

Se discute mucho, creo yo de forma absurda, pero que sirve para polemizar, acerca de quién fue responsable de la muerte de Jesús. Y entonces empiezan a dar vueltas: que si los jefes de los judíos, que si Pilato, que si ambos... En cualquier caso, una cosa hay cierta: fueron hombres, no mujeres, los que condenaron a Jesús.

Ninguna mujer está involucrada, ni siquiera indirectamente, en su condena; hasta la única mujer pagana que se menciona en los relatos de la Pasión del Señor, que es la esposa de Pilato, también quiso, de alguna manera, que Jesús fuera absuelto de su condena.

Es cierto, esto no lo vamos a negar, que Jesús murió también por vuestros pecados, por los de las mujeres, para redimir también a las mujeres. Pero históricamente, solamente las mujeres podéis decir que sois inocentes de la sangre de Cristo.

Lo que dijo Pilato al excusarse de la Sangre de Jesús es mentira, él no se lo podía aplicar a sí mismo, porque es falso. Vosotras, las mujeres, históricamente podéis decirlo. Pero la cuestión es que no solamente lo podáis decir entonces, históricamente, sino que realmente lo podáis decir vosotras ahora, religiosas todas de esta comunidad carmelita de Don Benito, que podáis decir: “Somos inocentes hoy del sufrimiento de Jesús, del dolor de Cristo ahora, en este mundo actual”.

Queridas hermanas, pido al Señor que lo podáis decir hoy, de verdad, que cada una de vosotras, mirando a Cristo y a la comunidad, a la priora y a las hermanas, podáis decir: “soy inocente del dolor del Señor, yo no le causo dolor a Cristo por mis  faltas de fe y amor a Cristo, a las hermanas, a mi comunidad, porque llevo una vida que es la que tiene que ser y hablo lo que tengo que hablar y soy atenta y servicial con todas mis hermanas, como tengo que ser, porque siguiendo a Cristo me estoy entregando cada día más a Dios y por Él, a mis hermanas de comunidad”.

Que de verdad podamos decir y hacer nuestras, estas palabras, que las podamos decir ante Cristo y las hermanas, sin faltar a la verdad. Porque a las hermanas podemos engañarlas, aunque es difícil viviendo tan cerca y continuamente en comunidad, pero a Cristo es imposible.

¿Por qué las piadosas mujeres fueron las primeras en ver al Señor Resucitado? Porque no le abandonaron nunca, ni muerto y fueron las últimas en dejarlo limpio y sepultado. ¿Por qué el Señor tuvo esta delicadeza y preferencia por ellas, por qué se apareció a ellas y fueron las primeras en verlo Resucitado?. ¿Por qué tuvieron este privilegio y no los apóstoles, por qué se les encomienda la misión de anunciar a los apóstoles que ha resucitado y que volverá a estar con ellos? Porque no abandonaron nunca a Cristo, ni vivo ni muerto, esto es, porque no quisieron nunca dejar el trato y la amistad con Él, esto es, no abandonaron el trato personal con Él, la relación de amistad, esto es, la oración personal y comunitaria, la de lavarle y limpiarle de los pecados todas juntas.

Y sigo preguntando: Por qué algunas de vosotras habéis llegado o estáis cerca de verle a Cristo transfigurado en el Tabor de la oración y otras están todavía en el llano siguiendo sus criterios o ideas personales, obedeciendo a  sus caprichos y planes y no al evangelio, con obediencia total a Cristo en los superiores que  le representan, por qué…

Pues porque yo no he avanzado por la oración y la conversión de vida, porque no sigo a Cristo con todas mis fuerzas, con todo mi amor… “quien quiera ser discípulo mío…, porque no somos humildes de corazón de lo que habla tanto vuestra fundadora santa Teresa, no han pasado de las segundas moradas y así permanecen toda la vida, o con S. Juan de la Cruz no han llegado a la negación de sí mismas, de sus criterios y pasiones, por medio de la noches del sentido y del espíritu, donde yo me enteré bien de todo esto aunque esto no hizo que lo practicara en mi vida pero me enteré bien al hacer sobre estas noches y purificaciones mi tesis doctoral en teología y espiritualidad.

Esto también para todas vosotras es y debe ser todo un signo y toda una señal de reflexión y análisis personal, de revisión de vida, de ver dónde estáis en vuestro caminar hacia la unión perfecta de entendimiento y voluntad con Cristo.

Porque vosotras, como santa Teresa, si sois carmelitas totales y luchadoras de santidad personal, y es un poco atrevido lo que voy a deciros, pero la culpa la tiene el Señor, el Espíritu Santo que me lo revela y está en los evangelios: vosotras, si permanecéis unidas a Cristo Resucitado por la oración y la conversión permanente de vuestro yo, si procuráis vivir vuestra vida sacrificada con Él y por Él para bien de la Iglesia y salvación de los hermanos, con vuestro testimonio de vida enclaustrada, sacrificada y en unión permanente de amor con vuestro esposo Cristo, vosotras estáis llamadas a anunciarles a obispos y sacerdotes, como vuestra madre fundadora, como lo hicieron aquellas mujeres con los apóstoles, con los apóstoles “oficiales”.

Vosotras, con vuestra oración y vida ejemplar y austera, estáis llamadas a ser apóstoles de los apóstoles! y anunciarles y recordarnos, a obispos, sacerdotes y pueblo cristiano, desde la sencillez y verdad de vuestra vida, sin ninguna pretensión, que Jesús está vivo, que ha resucitado y llena vuestra vida y vuestros conventos, que está vivo y os ha enamorado, y que queréis vivir para Él y tenerle como único esposo de amor y Salvador del mundo y de los hombres.

Y esta es vuestra función principal y esencial en la Iglesia, monjas carmelitas, apóstoles orantes y sacrificadas entregando vuestra vida para la salvación de todos, para la santidad de la iglesia, especialmente de los elegidos y elegidas, orantes y contemplativas dando testimonio de que de verdad Jesucristo está vivo, que llena vuestras vidas, porque si no los conventos estarán vacíos y  os pondríais neuróticas, aquí encerradas, pero sin Dios, sin Cristo, sin la Santísima Trinidad que debe llenar y habitar en vuestros corazones y desde ahí vuestros conventos, como en Isabel de la Trinidad: Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro...

Y a estas alturas, queridas hermanas carmelitas, tenéis que llegar por la oración-conversión de vuestras envidias, soberbias, orgullos  demás, de críticas e incomprensiones, que a veces vivís en estos bajos terreno, criticando, murmurando internamente, no obedeciendo, aunque la superiora y las que mandan no sean santas, tú obedece a Dios, déjate de buscarte a ti misma y a tus antojos, y Dios te lo premiara con un mayor amor y amistad con Él y con todas las hermanas.

Y este es el testimonio que debéis dar a todo el pueblo cristiano cuando vengan a estar o hablar con vosotras, sobre todo, porque hoy como entonces, Cristo os confió a vosotras esta misión: “Id y decid a los Apóstoles…” os lo confió el Señor a las mujeres discípulas y seguidoras suyas de entonces y de ahora, con esta misión especial para que se lo comunicarais a los mismos apóstoles, obispos y sacerdotes de entonces y de ahora.

Recordádselo, queridas carmelitas, a los apóstoles de hoy, a nuestros obispos y sacerdotes. Porque a veces los apóstoles estamos tan atareados en los apostolados, que se nos puede olvidar y quitar de delante esa verdad fundamental. Que para predicar a Cristo, primero hay que estar con Él, sentirlo vivo y luego salir a predicarlo… primero hay que encontrarse con Cristo resucitado todos los días por la oración, y si es eucarística, ante el Sagrario, mucho mejor, y esta es razón de vuestra vida de clausura, de recogimiento, de entrega total, de vuestra vida de oración, este es vuestro ministerio como mujeres orantes y como esposas de Cristo, recordarnos y ser apóstoles de los apóstoles, como las santas mujeres, las primeras religiosas de la Iglesia, aunque no de clausura, que se dedicaron con amor total al Señor.

¿Por qué fueron las piadosas mujeres las que primero vieron a Cristo Resucitado? Los autores antiguos contestan a esta pregunta con una respuesta que no me convence mucho, pero que está ahí: hay un himno antiguo que dice que las piadosas mujeres son las primeras en ver el Resucitado porque fue una mujer, Eva, la que había sido la primera en pecar. Yo pienso que eso es  querer tapar la cobardía de los Apóstoles y la valentía de las mujeres de entonces y de ahora.

Yo pienso que la verdadera respuesta es otra, la que ya os he dicho antes: las mujeres fueron las primeras en verlo Resucitado porque fueron las últimas en abandonarlo cuando estaba muerto. Incluso, después de la muerte, ellas acudían en la mañana del domingo a llevar aromas al sepulcro, a seguir mostrando amor al Señor, detalles de amor, delicadezas de amor al Señor.

Y vosotras, queridas religiosas carmelitas de Don Benito, como mujeres, mirándolas a ellas, tenéis que preguntaros: ¿por qué ellas fueron capaces de resistir el escándalo de la Cruz? ¿Decid al mundo entero: nosotras vamos a ser capaces de resistir el escándalo de la Cruz de igual manera que ellas?

¿Por qué permanecieron cerca de Jesús cuando todo parecía acabado e incluso sus discípulos más íntimos lo habían abandonado y algunos estaban —como los de Emaús— preparando el regreso a casa? ¿Por qué ellas permanecen? ¿Y seremos nosotras capaces de permanecer siempre en amor y santidad y fe inquebrantable en Cristo nuestro dueño y Señor y no preparar nunca nuestro regreso a nuestro yo personal, a nuestro egoísmo, a nuestra casa, abandonando nuestro seguimiento total a Cristo, único dueño, esposo y señor de sus esposas carmelitas después de muchos años en el Carmelo?

¿Seremos fuertes y valientes para no dejarnos llevar como ellos de la cobardía, de la falta de fe y entrega total, del desánimo, del desaliento y la desilusión? Las religiosas carmelitas tienen que buscar a Cristo, aunque tengamos que pasar crisis de fe y amor, de sequedad, de no sentir nada, de noches del espíritu, de san Juan de la Cruz, por las que hay que pasar necesariamente en la oración y en la vida crucificada hasta llegar al desposorio místico en Cristo.

Queridas hermanas carmelitas, como enseñaron vuestros maestros en la fe, Santa Teresa y san Juan de la Cruz, hay que pasar por las noches espirituales de la vida en comunidad, noches y obscuridades de amor a Dios provocadas por las mismas hermanas con sus críticas y comportamientos a veces poco evangélicos, por incomprensiones, por todo hay que pasar para llegar a la unión total, al gozo del matrimonio espiritual con Cristo.

Que Dios existe, que vive dentro de ti por la gracia del bautismo, que Cristo está vivo en su Palabra y en su pan eucarístico pero para verlo y sentirlo hay limpiar bien todo el corazón y el entendimiento.

Como lo hicieron aquellas mujeres del evangelio, seguidores y amigas de Cristo, a quien fueron a verle y buscarlo y abrazarlo, aunque estaba muerto, como tú cuando no sientes nada en tu oración, comunión…fueron a buscarle y le encontraron vivo para siempre, como todas vosotras podéis y debéis hacerlo, eso es el sentido y la razón de la vida religiosa y más en clausura.  Sólo Él, solo Él puede llenar vuestro corazón, estos muros, solo Él. Tenéis que encontrarlo.

¿Por qué en la Iglesia unos encuentran a Cristo y otros no, sean obispos, sacerdotes o religiosas? La respuesta la había dado ya Jesús anticipadamente a estos hechos cuando, contestando a Simón, acerca de las objeciones que ponía a la pecadora que le había lavado y besado los pies, dijo simplemente: “ha amado mucho”. La respuesta de Jesús es preciosa, es simple: aquellas seguidoras de Cristo pudieron resistir el escándalo de la Cruz, aquella crisis de fe, de seguir creyendo en Cristo, porque habían amado mucho.

Luego lo único que podemos hacer, nuestra última arma para no caer en lo que cae cualquiera en una situación así, es el amor, es amar mucho: amar sin miedos, sin límites, porque el amor a veces nos da miedo, pero sin amor, no podemos. Ynos da miedo porque... porque sencillamente nos hace frágiles, vulnerables, y no queremos sufrir y todas estas cosas...

Las mujeres habían seguido a Jesús por Él mismo, por gratitud del bien recibido de Él, le seguían gratuitamente, no por la esperanza de obtener puestos y recompensas humanas, de ser obispos y superiores o abadesas, de “hacer carrera” siguiéndole a Él o de lograr algo a cambio de su amor. ¡Para ellas Cristo es el premio en sí mismo!

¡Con Él basta, con su amor, no quieren otras ventajas, no hace falta nada más! ¡Jesús en sí es ya para ellas el mejor regalo y un premio! No necesito que me dé nada a cambio. Se me da Él y teniéndolo a Él, lo tengo todo: “Estate, Señor, conmigo, siempre..

A ellas no se les había prometido doce tronos, ellas no habían pedido sentarse a su derecha y a su izquierda... Como está escrito —lo dice el evangelista Lucas y también el evangelista Mateo— le seguían solamente, simplemente para servirle, su alegría era servirle, estar con El. El hecho de seguirle para ellas era un premio. Porque sabían que Él era el Cristo, el Hijo del Dios Amor, del Dios eterno, del Dios vivo.

Ellas eran las únicas, que además de María, su Madre, habían asimilado el espíritu del Evangelio, que no buscaban nada, que no esperaban nada, fuera del reinado de Dios en sus vidas. Hay una palabra que a mí me suena tremenda, cuando los discípulos de Emaús contestan: “Es que nosotros esperábamos... “, o sea: “nos ha defraudado”.

 Ellas, aunque le ven muerto y le llevan al sepulcro... —no están soñando, son conscientes de que ha muerto— aun así... están tristes, están doloridas, porque le amaban y ha muerto, pero no están decepcionadas, porque vuelven el domingo por la mañana. Le siguen amando a pesar de que ha muerto, siguen esperando en El, ¿no es así?, siguen amándole.

Ellas habían sido valientes y habían sido capaces de seguir las razones de su corazón,—y para esto hace falta ser mucha personalidad y valentía—sobre todo si te lo complican los apóstoles y demás gentes cristianas. COMO VOSOTRAS, QUERIDAS RELIGIOSAS CARMELITAS.

Y el modelo supremo de oración y diálogo con Cristo, de intimidad, de seguimiento hasta la muerte, de amor que supera todas las noches y pruebas de fe y amor, es la Virgen del Carmen que estamos rezando y meditando estos días, María, la madre de Jesús y de todos los creyentes, nuestro modelo más perfecto para todos sus hijos, especialmente para vosotras, contemplativas. 

En esto, a diferencia de lo que sucede en otros muchos campos, la técnica nos ayuda poco porque, por desgracia —y esto lo sabemos todos— en nuestra sociedad se potencia cada vez más la inteligencia del hombre, sus posibilidades cognoscitivas.., pero eso no va acompañado —al mismo tiempo y en la misma proporción— de potenciar la capacidad de amar, que es el más grande don que Dios nos ha dado, el gran talento que no hacemos fructificar.

Esto último —al contrario— más bien no cuenta para nada. Aunque sabemos, en el fondo, que la felicidad o la infelicidad no vienen de conocer —no dependen tanto de conocer o no conocer— cuanto de amar o no amar; no hacemos caso del corazón, nos empeñamos en arrinconarlo.

No es difícil, siguiendo esta línea, comprender por qué nos interesa tanto potenciar nuestros conocimientos y tan poco aumentar nuestra capacidad de amar. Es sencillo: el conocimiento, cuanto más conocimiento, se traduce en más poder; mientras que el amor, se traduce en más servicio. Nos interesa más el poder: el controlar, el doblegar a los otros, que el entregarnos a ellos y servirles.

Con lo cual, nos interesa más potenciar todo lo que tiene que ver con el conocimiento y acallar todo lo que tenga que ver con el corazón. Y ese es el gran error, el gran fallo, de la sociedad actual, que nos está llevando a todo lo que está pasando y que conocéis mejor que yo.

Es necesario que después de tantas eras o etapas de la humanidad—y lo digo con todo el respeto y cariño— que se han denominado con diferentes tipos de hombre: la era del homo erectus, homo faber, del homo sapiens..., sería necesario que apareciera una era de la mujer, una era del corazón y de la compasión, que son dos atributos que Dios ha puesto en el corazón de la mujer de una manera eminente, preeminente, porque van ligados a vuestro ser mujeres y a vuestra capacidad de ser madres: el corazón y la compasión.

También es importante una cosa: ¡ser mujeres! Hay mujeres que, por el hecho de ser mujeres, se han visto discriminadas o infravaloradas— y, de alguna manera, para igualarse, han querido renunciar a ser lo que de verdad somos, a ser aquello que Dios nos ha hecho. Pues yo, por la parroquia y por la vida pastoral, valoro a las mujeres más que a los hombres para la vida cristiana y para el apostolado.

Hay etapas de la humanidad y de la historia en que se han dedicado a tapar o a ocultar todo aquello que nos recuerde lo que sois las mujeres, y ante todo y por encima de todo, sois mujeres y mujeres redimidas y salvadas y amadas tal cual Dios nos ha creado, con toda nuestra peculiar sensibilidad y delicadeza de sentimientos, las que aventajáis a los hombres incluso en el seguimiento a Cristo.

Queridas religiosas contemplativas, tenéis que ser, por encima de todo, mujeres y no intentar tomar actitudes propias de hombres en cuanto a la fuerza o a la dureza. ¡No! ¡Eso no es de Dios! Dios no os ha hecho así, os ha hecho como os ha hecho, mujeres,  y El todo lo ha hecho bueno y para el bien. Ha habido mujeres que, para afirmar su dignidad, han creído necesario asumir actitudes que no son propias de una mujer, que son más bien masculinas y eso es un error.

Tenéis que sentiros agradecidas a las piadosas mujeres, porque nos han enseñado esto: ellas no intentaron dejar de  ser lo que eran, sino que siguieron a Jesús siendo como eran:
desde su sensibilidad y fragilidad, desde su debilidad y estuvieron con El hasta el final.

A mí me conmueve pensar que, durante el camino al Calvario, los sollozos de esas mujeres fueron los únicos sonidos amistosos, benevolentes, que Jesús escuchó. Porque podemos imaginar una multitud furiosa que vociferaba contra Él, que mostraba su odio, su rabia... y, en medio de esa multitud, había algo que casi no se escuchaba pero que yo estoy seguro de que Jesús sí escuchó, los sollozos de estas mujeres.

Ellas no se avergüenzan de llorar. Qué valientes en confesar su amor al que iban a crucificar. Como vosotras, queridas carmelitas, confesas abiertamente con vuestra oración y vuestra vida sacrificada y santa, vuestro amor a Cristo en este mundo, es esta España que se está haciendo atea, no creyente, alejada de Cristo y de la Iglesia; y por lo tanto, de su salvación eterna. No porque deje de creer el hombre moderno, dejará de ser eterno y de de ser juzgado. Este mundo pasa, sólo Dios permanece.

Somos eternos y vosotras habéis comenzado ya a vivir en la eternidad, no en este mundo. Pues que lo sea de verdad superando las barreras humanas. Es femenino llorar y aquellas mujeres lloran y demuestran su amor y su dolor llorando a Cristo muerto, no tienen ningún inconveniente. Como vosotras, llorando a Cristo muerto para este mundo que no lo ve ni siente resucitado.

La Liturgia Bizantina que, en algunas cosas es sorprendentemente hermosa, tiene algo que no tiene la nuestra: han honrado a las piadosas mujeres dedicándoles el segundo después de la Pascua, que toma el nombre de “Domingo de las Miroforas” o de las portadoras de los aromas, de los perfumes.

Y Jesús se alegra de que en la Iglesia se honre a las mujeres que lo amaron y que creyeron en El durante su vida. Son todas las santas del Calendario religioso. Y sobre una de ellas, una mujer que vertió en su cabeza el frasco de ungüento perfumado en Betania, María hizo el elogio quizá más bonito que ha salido de la boca de Jesús: “dondequiera que se proclame este Evangelio, esta buena noticia, en el mundo entero se hablará también de lo que ésta ha hecho conmigo”.

Y esto es una llamada a todas vosotras a que hagáis esto mismo justamente  con Él. En la Biblia precisamente se encuentran de un extremo a otro varios mandatos de “ve!” o de ‘id”, son envíos por parte de Dios. Esa es la palabra que el Señor dirige a Abrahán, a Moisés, a los profetas y a los apóstoles: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura”.

Todos esos “id” o “ve” son dirigidas, son invitaciones dirigidas a hombres, a varones. Pero existe un “id” especial dirigido solamente a las mujeres, a las valientes, a las sin miedo, a las que no se quedaron en casa, como los Apóstoles,  por medio a los judíos: es el “Id” de Cristo en la mañana de Pascua, dirigido a las miróforas, portadoras de aroma para embalsamar a Jesús.

Entonces les dijo Jesús: “Id y avisad a mis hermanos que vayan a Galilea. Allí me verán”. Con estas palabras, ellas quedaban constituidas como los primeros testigos de la Resurrección. Ojo, primeros testigos de la fe católica y de la salvación de los hombres, porque la Resurrección es el hecho fundamental de la vida de Cristo que da sentido, razón y verdad a su persona y a su evangelio. Si Cristo no hubiera resucitado, no existiría la fe y la salvación.

Y ese “id a Galilea, id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea” es para vosotras muy significativo por lo que ya os he dicho antes: es vuestra misión como contemplativas, ser miróforas, --portadoras del aroma y del perfume de Cristo--, que notamos los de fuera cuando hablamos o visitamos un convento de Carmelitas.

Ser portadoras de la salvación del mundo por la contemplación activa y pasiva de san Juan de la Cruz en todas vosotras, hay que pasar por las noches y purificaciones necesarias, activas y pasivas, provocadas por vuestra vida en comunidad, del roce y vida en común, y a las pasivas provocadas directamente por el Espíritu Santo Purificador, el Espíritu de Amor de la Trinidad, que os purificará  como Él solo sabe y puede hacerlo para llegar a esa alturas de oración contemplativa y apostólica, en que os sintáis inundadas, poseídas, habitadas por la Santísima Trinidad.

De esta forma tenéis que llegar por medio de estas purificaciones activas y pasivas a ser personas que invitan a acudir a Galilea, a acudir al hogar íntimo de Jesús, a la intimidad con Él, a la contemplación de Él, al recogimiento con Él, a estar con Él, a vivir en su Corazón... A hacer de su Corazón nuestra Galilea, nuestro Hogar...

Pero repito por última vez lo que os he repetido tantas veces de diversas formas desde que os conocí; después de haber hecho mi tesis doctoral en san Juan de la Cruz sobre las noches del espíritu, última etapa de la vida espiritual, para llegar al matrimonio espiritual con Cristo, para poder escuchar a Cristo que os dice, “Id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea”, seas obispo, sacerdote o religiosa, para poder ver y sentir a Cristo en la contemplación del matrimonio espiritual, hay que vivirlo primero, cada uno tiene que llegar a sentirlo en la oración unitiva y contemplativa y transformativa.

Para ver a Jesús Resucitado, para sentirlo,  hay que ir a Galilea, a la oración contemplativa-unitiva-transformativa. Es el encargo expreso que Jesús da a las mujeres: “Dí a mis hermanos, decid a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán. Allí me verán Resucitado”.

Para encontrarse con el Resucitado hay que volver a la intimidad, al recogimiento, a ese estar con Él, “sabiendo que nos ama”, que no es otra cosa oración, según santa Teresa,  trato de amistad estando muchas veces a solas con aquel que sabemos que nos ama, a ese compartir con Él, a estar con Jesús en la intimidad, a la vida de hogar, de comunidad orante y activa...Es el único camino que existe.

Que sea tan íntimo, tan nuestro, que sea imposible no encontrarle; porque está tan cerca, que te das de bruces con Él nada más buscarle por la oración-conversión y por la eucaristía. Para eso hay que volver a Galilea. Tenemos que anunciar a los apóstoles que regresen a Galilea, que vuelvan a los inicios, al amor primero, a la Buena Noticia, al Evangelio, a la sencillez... En definitiva: a su Corazón. Sólo allí, sólo entonces podremos verlo vivo y resucitado.

(Cómo lo encontraron los Apóstoles en plenitud y lo sintieron en el corazón sin verlo con los ojos, como podemos encontrarlo todos, especialmente vosotras, que lo habéis dejado todo por seguirlo y amarlo y vivir con Él: Pentecostés. Le habían visto y tocado y milagros y le dejan; no le ven pero oran y lo sienten más que lo ven... y salen y arriesgan y dan la vida: oración. Si hay tiempo y es oportuno, poner aquí algo de la meditación de Pentecostés, del Espíritu Santo, como cima de la oración)

Hemos de pedir la gracia de que se avive nuestro deseo de ir a Galilea para verle ya resucitado y, de alguna manera, en la medida que podamos, arrastrar a todos a Él, con nuestra oración y nuestro testimonio de vida y caridad fraterna, verdadera, aunque a veces nos cueste. Y repetir, el gesto de aquellas mujeres.

Nosotras, como aquellas mujeres, no necesitamos que nos llame a voces: estamos tan enamoradas de Él que le hemos dejado todo: mundo, matrimonios, familia y nos sale espontáneo correr tras Él, ir con Él, vivir con Él... no concebimos ya la vida de otra manera, ni la queremos para otra cosa, por eso estoy aquí en un convento; queremos aquí en su presencia, romper para Él, mi esposo amado, y para mis hermanas religiosas, romper los vasos de perfume de nuestra vida, nuestro ser, nuestro frasco.., y derramar nuestro perfume, para que todas, toda la comunidad huela a Cristo vivo, vivo y resucitado en nuestros corazones.


ORACIÓN: Jesús: aviva en mí el deseo de ir a Galilea y, de alguna manera, arrastrar a todos hacia tu Corazón. Que viva tan enamorada de Tí que me salga espontáneo correr tras de Ti, ir Contigo, vivir Contigo...esto es un convento, vivir contigo y las hermanas, tus esposas del alma, mejor, del corazón; no quiero nada más, no deseo nada más que romper mi Vida para Ti, ser quebrada por tu Amor y derramar mi perfume sobre tu persona, Dios mío, Amor mío y sobre mis hermanas, tus esposas carmelitas. Amén. Así sea.                 

III MEDITACIÓN

LA ENCARNACIÓN DE JESÚS, HIJO DE DIOS Y DE MARÍA

 “Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

Y entrando, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. 

El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el   seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. 

María respondió al ángel:¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.

Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Y el ángel dejándola se fue” (Lc 1,26-38).

La Virgen está orando… orando mientras fregaba, cosía o barría… o sencillamente orando y así recibió el mensaje del ángel en forma de palabra interior, palabra interior de oración que Dios pronunciaba en el corazón de María. Igual que nosotros cuando oramos. Y esta palabra era  Jesús.

       Por entonces, Jesús sólo había nacido del Padre antes de todos los siglos  en el   seno de la Santísima Trinidad. Pero aún no había nacido de mujer. Pero ya había sido soñado en el   seno trinitario como segundo proyecto de Salvación, ya que Adán había estropeado el primero. Y necesita el seno de una madre. Por eso llamaba al corazón de María, porque quería ser hombre, y pedía a una de nuestras mujeres la carne y la sangre de los hijos de Adán.

       Lo que decía esta palabra de Dios, por el ángel Gabriel, al corazón de María era más o menos esto: ¿Quieres realizar tu vida sin Jesús, o escoges realizarla por Cristo, con Él y en Él? Y si quieres realizar tu vida en Cristo, ¿aceptas no realizarte tú, sino que prefieres que Él se realice en ti? Dicho de otro modo, ¿aceptas que tu propia realización sea la realización de Él en ti? Y si escoges que Él se realice en ti, ¿quieres dejarte totalmente y darte totalmente? ¿Estás dispuesta a dejar sus planes y colaborar activamente a sus planes de salvación?

       María es la última de las doncellas de Israel. No pertenecía ni a la clase intelectual, ni a la clase sacerdotal, ni a la clase adinerada. María era de las personas que no contaban para engrandecer a su pueblo. Ella era mujer y virgen. Como mujer, lo único que podía hacer era concebir y dar a luz muchos hijos que aumentaran el número de israelitas. Pero como virgen perpetua que había decidido ser, no podría hacer esta aportación a su pueblo... Por eso podía ser mirada, y no sin razón, como un ser inútil para su nación, al no poder aportar nada para el engrandecimiento de su pueblo. Como vosotras, queridas carmelitas, vírgenes-madres de la Iglesia, madres espirituales de muchos cristianos y creyentes y discípulos y sacerdotes de Cristo.

       Pero la gente quizá olvidaba, entonces y ahora, que la mayor riqueza del pueblo no eran los hijos, sino la Palabra de Dios. El pueblo de Israel no debía estar formado únicamente de personas capaces de trabajar con sus manos en los campos, o hábiles y fuertes para manejar la espada, sino ante todo de corazones abiertos a la escucha de la Palabra de Dios. Y en este punto, María podía aportar mucho ciertamente a su pueblo, como vosotras. Ella era toda oídos a esta Palabra de Dios. Ella era el oído de la humanidad entera. Como vosotras, hermanas carmelitas, sois la escucha permanente y total de Cristo todo el día, de la Palabra de Dios escuchada en silencio y oración continua.

       Y ¿qué es lo que escuchaba?: Lo que Dios quería decir a todos y a cada uno de los hombres: no era sólo la carne y la sangre de una mujer lo que quería tomar el Verbo. Era también, y, sobre todo, tomar en ella a toda la humanidad,  a todo lo humano que en realidad Dios quería salvar. Y para salvarlo pretendía unirse a cada hombre y que cada hombre se uniese libremente al Verbo de Dios para entrar a tomar parte en la misma vida divina por la gracia. Este es vuestro oficio divino, toda vuestra vida.

       Señor, tengo que ser consciente de que también a mí me hablas al corazón. Vivo tan superficialmente mi vida, que pocas veces me hallo en lo más profundo de mi yo, y por eso no te oigo. Pero cuando entro un poco dentro de mí, caigo en la cuenta de que me hablas y que tus palabras me hacen la misma proposición que a María. Tu presencia aquí, en la Eucaristía, y en mi continua oración diaria me demuestra lo serio que te has tomado mi salvación. Quieres hacerla como amigo.

       Voy entendiendo, porque me lo dices Tú, que el núcleo del cristianismo está en si intento prevalecer yo o si quiero que Cristo prevalezca en mí; si intento vivir yo, o si quiero que Cristo viva en mí; si quiero realizarme yo sin Cristo, o si quiero realizarme en Cristo. He aquí la gran disyuntiva ante la cual me encuentro siempre.

       El día de mi bautismo opté por Cristo y dije que renunciaba a ser yo para que Cristo fuese en mí. Lo repetí el día de mi consagración religiosa, de mi profesión. Lo dije entonces, es cierto. Pero ¡qué fácilmente lo dije...! ¡Pero cuántas veces lo he desdicho..!

       Tu Palabra, sin embargo, me sigue acosando; en cada situación, en cada momento de mi vida contemplativa y diaria me interroga: ¿quieres ser a imagen de Adán, el hombre egoísta, autosuficiente, irresponsable... o quieres ser a imagen de Cristo, el hombre que ama, el hombre para los demás, el hombre dado totalmente a los hombres y dependiente del Padre...?

       Yo leo en tu apóstol Pablo, y lo creo, que Tú, oh Padre, nos has predestinado a reproducir la imagen de tu hijo Jesús, para que El sea el primogénito entre muchos hermanos (Rom. 8, 29). Yo creo que Tú, Cristo Eucaristía eres la Canción de Amor hasta el extremo en la que el Padre me canta y me dice todo su proyecto con Amor de Espíritu Santo.

Tú eres la Palabra en la que todos los días, desde Él Sagrario, la Santísima Trinidad me dice que ha soñado conmigo para una eternidad de gozo y roto este primer proyecto, ha sido enviado el Hijo con Amor de Espíritu Santo para recrear este proyecto de una forma admirable y permanente en el que yo quiero y he decidido colaborar con mi profesión religiosa total y que actualizo mediante el sacramento y misterio de la Eucaristía como memorial, comunión y presencia de tu entrega.

Y pues es llamada tuya, oh Padre, yo quiero estar atento a ella, como tu sierva María. Y recibirla como Ella. Yo quiero tener profundidad suficiente, como ella, para oír tu palabra, vivir de ella y enriquecer a los demás con ella. Me he enclaustrado físicamente para abrirme espiritualmente y salvar al mundo entero, a todos los hombres, contigo, esposo mío único y señor, Jesucristo.

****

“ENVIO DIOS AL ÁNGEL GABRIEL... A UNA VIRGEN  LLAMADA MARIA...ELLA SE PREGUNTABA QUÉ SALUDO ERA AQUEL”  (Lc 1, 29)


       María no se deja paralizar por el miedo. En el   miedo, por desgracia, se han ahogado muchas respuestas a las llamadas de Dios. Ella intenta penetrar qué es lo que la Palabra de Dios contiene para ella. Sin duda que toda Palabra de Dios contiene algo bueno para el hombre, porque Dios no dice palabras sin ton ni son, como nosotros. Dios, en todo lo que dice y hace, busca el bien del hombre.

       Cuando Dios habla al hombre, no es para aterrorizarle, sino para buscar su bien. Lo que ha de hacer el hombre es encontrar cuál es y dónde está el bien que Dios pretende hacerle al dirigirle su palabra. Esto es exactamente lo que hace María: discurrir sobre la significación de la Palabra de Dios.

       ¿Qué cosas pudo descubrir María con su reflexión?

       1. Que Dios ama, que Dios busca el bien del hombre. Este es, sin duda, el núcleo más íntimo y claro de su experiencia de Dios: “has hallado gracia a los ojos de Dios”, estás llena de gracia, Dios te mira con buenos ojos, y esa mirada de Dios es creadora y por eso te llena de dones.

       Ella, la pequeña por su condición de mujer, la marginada por la ofrenda hecha de su virginidad, la sin relieve por sus condiciones sociales y culturales, ella era querida y amada por Dios. Dios se complacía en la entrega que de sí misma ella había hecho. Como se complace contigo, hermana carmelita, por la entrega total de tu vida a su proyecto de vida y salvación. Dios miraba con cariño lo que los demás miraban con indiferencia o con desprecio. Como a ti te pueden mirar los tuyos, tu misma familia de la carne, tus antiguas amigas, la gente del mundo que no comprende porque no ama como tú, sin interés propio, sin carne, sin  egoísmos, sólo con entrega y amor que se da y se ofrece.

       2. Que Dios quería acudir a esta criatura vaciada de sí que era ella, para llenarla con su don. Y el don de Dios no es cualquier cosa; es ni más ni menos lo que Dios más ama, lo único que puede amar: el Hijo de las complacencias.

       Años más tarde escribirá el evangelista Juan: “tanto amó Dios al mundo que entregó su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el”. Pero mucho antes de que lo escribiera Juan, lo ha experimentado María: Dios ha amado tanto a ella que le ha dado, a ella, la primera de todos, su propio Hijo. Y se lo ha dado, no ya formado, sino para que se formase de ella, para que, además de ser el hijo del Padre y de haber nacido de Dios, fuera hijo de ella y naciese de ella. Querida hermana carmelita, como tú los haces y consigues con tu oración y tu vida heroica y virginal. No muchas mujeres pueden comprender y vivir tu vida. Gracias por tu maternidad espiritual en oración y sacrificio por los hijos de Dios que tú consigues y alimentas y sostienes en la iglesia con tu amor y sacrificios.

       3. Que esto es la salvación. Pero sólo el comienzo; porque el Hijo de Dios no viene sólo para Ella, sino que viene en busca de todos los hombres para llevarlos a la salvación. Y esta es tu razón de tu presencia continua ante el   Sagrario, hasta el final de los tiempos, de tus fuerzas, de tu amor extremo, de tu vida de votos y promesas perpetuas de amor, amor eterno que ya ha comenzado.

Por eso, no es dado a ella en exclusiva, no. Es dado por ella y a través de ella al mundo, a la humanidad, a cada hombre, al que cree y al que no cree, al que quiere amar a los demás y al que se empeña en odiar, al que se siente satisfecho de sí mismo y al que siente hambre y sed de salvación, al egoísta, al adúltero, al ladrón, al atracador, al viejecito, al analfabeto, al  niño, a la viuda, al publicano, al enfermo. Como tú, querida hermana, está haciendo.

       Tenía que ser así para que el nuevo hombre pudiese llamarse JESÚS. Porque Jesús quiere decir Dios Salvador. Y Dios, puesto a salvar, tendría que salvar todo lo que había perecido, que era sencillamente todo.

       Dios quería salvar en Jesús y por Jesús. Y por eso ese Jesús que estaba llamando a la puerta del corazón de María tendría que ser a través de ella, de todos y para todos. Y esta es la razón de su presencia ahora en el   Sagrario, en tu vida, en tu corazón, cumpliendo el proyecto del Padre, que lo ha hecho su propio proyectos “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad… mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado… yo para eso he venido al mundo, para ser testigo de la Verdad”.

       4. Que este Jesús, que era de todos y para todos, no sería de nadie hasta que cada hombre no repitiera el mismo proceso obrado en María. Jesús llamaría el corazón de cada hombre, y pediría ser aceptado. Jesús se ofrecería a sí mismo como don. La Eucaristía es Cristo dándose, entregándose en amistad y amor y salvación a todos nosotros.

Y desde el Sagrario, Jesús propondrá a cada hombre lo mismo que le estaba proponiendo a ella: que cada hombre renuncie a sí mismo para realizarse en Cristo, para que Cristo pudiera vivir en Él: “el que me coma vivirá por mí”. Pero Jesús no se impondría a la fuerza a nadie. El es un don ofrecido. Él está aquí en el  Sagrario, con los brazos abiertos, en amistad permanente para todos los hombres. Para hacer realidad esta amistad, siempre sería necesaria una voluntad humana que le convirtiese en don aceptado. Porque cuando tú le entregues tus brazos, Él ya tenía los suyos abiertos.

       Por eso, cuantos recibieran a este Jesús nacerían como hombres nuevos, con una vida nueva. Con ellos se formaría la familia de hijos de Dios, hijos en el   Hijo, sobre todo, por el pan eucarístico: “yo soy el pan de vida, el que coma de es te pan vivirá eternamente”, es la nueva vida que nos trae por la Encarnación y se prolonga por la Eucaristía.

Y en medio de esta familia de hijos de Dios, ella, María, la hermosa nazarena, se encontraba con el papel de ser la iniciadora de este proceso... el primer eslabón de una cadena de encarnaciones que Jesús intentaba hacer en cada uno de los hombres. Por eso mismo, su llamada a vincularse con Jesús era el modelo de llamada a todo hombre. Y también su respuesta sería el modelo de respuesta de todo hombre a Jesús.

       5 María intuía que su papel en medio de este plan de salvación era la maternidad. Caía en la cuenta de que Dios la había preparado para ser madre por medio de la virginidad. Como tú, querida religiosa, esposa de Cristo. Y como se trataba de obra de Dios, sería una maternidad innumerable, como la que Dios había prometido a Abraham. Ella tendría que quedar constituida “madre de todos los vivientes”, como otra Eva (Gen. 3, 20), su descendencia sería como las estrellas del cielo (Gen. 15, 5). Por eso, el cuerpo eucarístico de Cristo es el cuerpo y la sangre recibida de María. Tiene perfume y aroma mariano. Viene de María.

       Pero vivientes no significaba ya la vida recibida de Eva, sino la nueva vida que estaba llamando al seno de María. María discurría, desentrañaba el contenido de la Palabra que Dios le estaba dirigiendo. Caía también en la cuenta de que, si aceptaba, sería para seguir la suerte de Jesús. Eso era precisamente lo que en el   fondo decía la Palabra de Dios, eso era lo que significaba recibir a Jesús: recibir todo lo nuevo que Jesús traía al hombre.

       Oh, María, tú has abierto una nueva época en la historia de la humanidad. Tú, con tu reflexión profunda, nivel en el que se mueve tu vida, descubres que Dios te dice algo en los deseos que brotan en tu corazón. Tú descubres que tú eres pieza, al mismo tiempo necesaria, y libre, para que los planes de salvación sobre la humanidad vayan adelante. Tú descubres que tu grandeza está en renunciar a tus propios planes y en incorporarte a los planes de Dios.

Tú has descubierto, la primera de todos, hasta qué punto Dios ama a los hombres, pues quiere entregarles su Hijo, «el  muy querido». Hermana carmelita, piensa en esto. Tú has descubierto que toda la humanidad está vinculada a ti, porque toda la humanidad está llamada a salvar con Jesús, redimir con Jesús, especialmente tú que has renunciado  al mundo por esto. Tú te has percatado de tu puesto maternal para con esa humanidad, que todavía no se ha dado cuenta de que Dios la ama porque le entrega su hijo.

       Todas las llamadas de Dios son grandes, también la mía, como sacerdote. Porque a mí también Dios me está pidiendo colaboración para salvar a todos los hombres. Porque a mí Dios me está señalando un puesto en la humanidad y me dice que sea el hermano de todos los hombres. Porque a mí Dios quiere entregarme su propio Hijo para que por medio de mi llegue a los demás. Porque por medio de ese Jesús, hecho carne en María y pan de Eucaristía en el Sagrario, Dios quiere salvar y regenerar en Jesús todo lo malo que hay en mí y en el   mundo.

       Soy un inconsciente, soy una religiosa y esposa inconsciente de este Cristo que quiere venir al mundo para salvarlo, si sólo pienso en mí mismo, en divertirme y pasarlo bien, sin esfuerzo de virtud y caridad. Y como no reflexiono, no caigo en la cuenta de que el camino de mi propia realización y el camino de la realización de un mundo mejor, me lo está ofreciendo Dios, si de verdad quiero aceptar a Jesús y unir mi vida a la suya. María, ayúdame a dar profundidad a mi vida.

Que mi vida no sea el continuo mariposear de capricho en capricho, como acostumbro, sino que sea el resultado de una reflexión seria sobre la Palabra de Dios, que me llama, y de una opción libre y consciente que yo debo hacer ante esa Palabra que se me ha dirigido... Esa palabra que es Jesús mismo, el que está en el Sagrario, esperando desde siempre mi respuesta. Para eso está ahí, con lo brazos abiertos para abrazarme y llenarme de su amor.

*****

“NO TENGAS MIEDO, MARIA”(Lc. 1, 29)

       Jesús llamaba al primer corazón humano para encarnarse en él. Y como nadie todavía tenía experiencia de Jesús hecho hombre, María se asustó. ¿Por qué se asustó? He aquí algunos posibles aspectos de su miedo y de todo miedo humano ante una llamada de Dios:

       1. María comenzó a comprender que aquí daba comienzo algo serio y decisivo para su vida. Su vida, y lo mismo cualquier otra vida, no era un juego para divertirse y tomárselo a broma, no. Ella se dio cuenta de que la Palabra de Dios iba a cambiar su existencia y también el rumbo de las cosas en el mundo, aunque todavía ignoraba el cómo.

       Ante la presencia de algo que decide nuestra vida y la de los demás, cualquier persona de mediana responsabilidad se siente sobrecogida. Y María era una mujer ciertamente joven, pero de una responsabilidad sobrecogedora. Como tú, querida joven religiosa carmelita, cuando decidiste consagrarte totalmente al Señor.

       2. Era una experiencia nueva y desconocida de Dios. Cuando Dios comienza a dejarse sentir cercano, esta misma cercanía de Dios produce en el hombre un sentimiento de recelo ante la nueva experiencia hasta entonces desconocida. ¿Qué es esto que me está pasando?, ¿en dónde me estoy metiendo?, son preguntas que no cesa de hacerse el que ha recibido la experiencia de Dios.

       3. Mecanismo de defensa también. Este mecanismo actúa cuando la persona humana advierte que el campo de su vida, sobre el cual ella es dueña y señora con sus decisiones libres, ha sido invadido por alguien que, sin quitar la libertad, llama poderosamente hacia un rumbo determinado... Y la pobre persona humana se defiende diciendo estas o parecidas excusas: « y por qué a mí entre tantos ¿no había nadie más que yo?» Piensa en tu vocación religiosa, en pensamientos que pueden venirte sobre todo ante diversas circunstancias.

       4. Sentimiento de incapacidad: «Yo no valgo para eso, voy a hacerlo muy mal...». Sí; el hombre medianamente consciente sabe, o cree saber, qué es lo que puede realizar con éxito, y qué puede ser un fracaso. Instintivamente tiende a moverse dentro del círculo de sus posibilidades. Rehúye arriesgarse a hacer el ridículo, a hacerlo mal, a moverse en un terreno inseguro, cuyos recursos él no domina.

      5. Repugnancia a la desaparición del «yo». Ojo, querida religiosa joven… que quieres hacer tu vida a veces sin pensar en lo que Dios quiere de ti. María tiene su propia personalidad con su sentido normal de estima y pervivencia. Se le pide que ese yo se realice no independientemente, sino en Jesús, que se abra hacia ese ser, todavía desconocido, que es Jesús, para que sea Jesús quien se realice en el  la. Vivir en otro y de otro, y que otro viva en mí.

       Señor, quiero hacer ante ti una lista de mis miedos. Porque soy de carne, y el miedo se agarra siempre al corazón humano. Me amo mucho a mí mismo y me prefiero muchas veces a tus planes. Casi puedo definir mi vida, más que, como una búsqueda del bien, una huida de lo que a mí me no me gusta o me cuesta y por eso me parece malo. Así es mi vida, Señor: huir y huir .por miedo...

       Me da miedo el que Tú te dirijas a mí y me pidas vivir con ciertas exigencias, exigencias que son, por otra parte, de lo más razonables. Por eso huyo de la reflexión y de encontrarme con tu palabra a nivel profundo. Por eso busco llenarme de cosas superficiales que me entretienen. En realidad, no las busco por lo que valen; las busco porque me ayudan a luir.

       Me da miedo el tomar una decisión que comprometa mi vida, porque sé que, si lo hago en serio, me corto la retirada; y el no tener retirada me da miedo. Me da miedo el vivir con totalidad esta actitud, porque se vive más cómodamente a medias tintas.

       Me da miedo la verdad y comprobar que mi vida en realidad es una vida llena de mediocridades. Y por otra parte, me da miedo que esa mediocridad pueda ser, y de hecho sea, la tónica de mi vida.

       Me da miedo entregar mi libertad. No quisiera yo perder la dirección de mi vida. Dejarla en tus manos, aunque sean manos de Padre, me da miedo, lo confieso.

       Me da miedo hacerlo mal, el que puedan reírse de mí. Yo mismo me avergüenzo de hacerlo mal ante mí mismo, porque en el   fondo me gusta autocomplacerme. Por eso pienso muchas veces que sería mejor no emprender nunca aquello de cuyo éxito no estoy totalmente seguro. Por eso pienso muchas veces que es preferible vivir mi medianía que intentar hacer lo heroico. Porque me da miedo hacer el ridículo...

       Me da miedo lo que pueda pasar en el futuro: ¿me cansaré? ¿Perseveraré?

       Me da miedo vivir fiado de Ti. Sé que buscas mi bien, pero experimento el miedo del paracaidista que se arroja al vacío fiado solamente en su paracaídas: ¿funcionará? ¿Fallará? ¿Funcionarás Tú según mis egoísmos?

       Me da miedo el tener que renunciarme a mí mismo. Se vive tan bien haciendo lo que uno quiere. Me da miedo porque me parece que es aniquilarme y que así me estropeo. Y no me doy cuenta de que lo que de verdad me estropea soy yo mismo, mis caprichos, mis veleidades, mis concesiones.

       Me das miedo, Tú, Jesús Eucaristía, en tu presencia silenciosa, amándome hasta dar la vida, sin reconocimientos por parte de muchos por lo que moriste y permaneces ahí en silencio, sin imponerte y esperando ser conocido.

       Me das miedo cuando desde Él Sagrario me llamas y me invitas a seguirte con amor extremo hasta el fín;  cuando llamas a mi corazón. Sé que vienes por mi bien, pero sé que tu voz es sincera y me enfrenta con la necesidad de extirpar mi egoísmo, sobre el cual he montado mi vida. Es exactamente el miedo que tengo ante el cirujano. Estoy cierto de que él busca, con el bisturí en la mano, mi salud, pero yo le tiemblo.

       Me dan miedo el dolor y la humillación, y la obediencia, y la pobreza. Y así puedo continuar indefinidamente la lista de mis miedos... Soy en esencia un ser medroso: unas veces inhibido por el miedo, y otras veces impulsado por él. El miedo no me deja ser persona, me ha reducido a un perpetuo fugitivo.

       Tú, Señor, te acercas a mi como a María, y me repites: “No temas... el Señor está contigo”... Probablemente pienso que todo he de hacerlo yo solo. Por eso me entra el miedo. Quiero oír de Ti esa palabra una y otra vez: «No temas; Yo, el Señor, estoy contigo aquí tan cerca, en el   Sagrario, todos los días.

       Yo, que te amo, estoy contigo en todos los sagrarios de la tierra. Yo, que te llamo, estoy contigo para ayudarte. Yo, que te envío, estoy contigo. Yo, que sé lo que tú puedes, estoy contigo. Yo, que todo lo puedo, estoy contigo. No temas, puedes venir a estar conmigo siempre que quieres».

Jesús, repíteme una y otra vez estas palabras, porque no seré hombre libre hasta que no me libre de mis miedos, de mis complejos, de mis recelos, de mis pesimismos, de mis derrotismos, del desaliento que me producen mis fracasos... Que oiga muchas veces tu voz que me repite: «No temas, Yo estoy contigo!».

********

“EL ESPIRITU SANTO VENDRÁ SOBRE TI”(Lc. 1, 35)

 
       Hay que volver a leer más despacio el capítulo del miedo. Cuando al hombre se le propone algo que supera sus fuerzas, algo que no sabe cómo hay que hacer... el hombre queda frenado hasta que sepa que la cosa va a resultar, o hasta que haya encontrado una solución a los puntos difíciles.

       María ha entendido lo que Dios le pide, pero no entiende cómo va a realizarse esta encarnación del Verbo de Dios en su vientre después que ella ha ofrecido a Dios su virginidad. Si ella la ha ofrecido es porque pensaba que Dios se lo pedía, y no puede pensar que Dios juegue con ella y ahora diga NO a lo que antes dijo que SI. «¿Seré madre sin ser virgen? No puede ser; Dios me ha pedido mi virginidad para algo... «¿Seré virgen sin ser madre?» Tampoco puede ser, porque lo que precisamente Dios me está pidiendo ahora es la maternidad. Si Dios pide mi virginidad y pide también mi maternidad, yo me encuentro sin salida; no sé qué hacer.»

Volvamos al capítulo de los miedos y veamos si no hay razón para repetir: «esto es un lío... ¿por qué no dice Dios las cosas claras desde Él principio’? ¿Por qué tenía que pasarme esto a mi?..».

       María escapa de esta tenaza de miedo que intenta paralizarla, por la fe en Dios Todopoderoso. El Dios en el   cual ella creía era un Dios que había creado el cielo y la tierra. Un Dios que había separado la luz de las tinieblas, y el agua de la tierra seca.

       El Dios en el   cual creía ella era el Dios de Abraham, capaz de dar descendencia numerosa como las arenas del mar y las estrellas del cielo a un matrimonio de ancianos estériles.

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de Moisés. El Dios que enviaba al tartamudo a hablar con el Faraón para salvar a su pueblo. El Dios que separó las aguas del mar y permitió salir por lo seco a su pueblo. El Dios que condujo a su pueblo por el desierto... El Dios que dio tierra a los desheredados que no tenían tierra.

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de los profetas: el Dios que escogía hombres tímidos y que, después de hacerles experimentar quién era El, colocaba sus palabras en la boca de ellos y su valentía en el   corazón de ellos para que anunciaran con intrepidez el mensaje comunicado, y aguantaran impávidamente como una columna de bronce las críticas de los demás (Jer. 1).

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de Ana, madre de Samuel: “El Dios que da a la estéril siete hijos mientras la madre de muchos queda baldía... el Dios que da la muerte y la vida, que hunde hasta el abismo y saca de él... el Dios que levanta de la basura al pobre y le hace sentar con los príncipes de su pueblo.., el Dios ante el cual los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan...” (1 Sam. 2, 1-10).

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de David, el Dios que había prometido al anciano rey que su dinastía permanecería firme siempre en el   trono de Israel (2 Sam. 7). Y por si fuera poco, una nueva señal en la línea de las anteriores: Isabel, su pariente, la estéril, la anciana, ha concebido un hijo. Sí, también creía María en el   Dios de Isabel, el Dios que da la pobreza y la riqueza, la esterilidad y la fecundidad. ¿No podría ese Dios dar también la virginidad y la maternidad?

       El Dios en el   cual creía María no era como los dioses de los gentiles. Esos eran ídolos: “tienen boca y no hablan... tienen ojos y no ven.., tienen orejas y no oyen... tienen nariz y no huelen... tienen manos y no tocan... tienen pies y no andan... no tiene voz su garganta” (Sal. 115). Esos no son dioses: Las fuerzas humanas no son dioses... el poder humano no es Dios... “Nuestro Dios está en el   cielo y lo que quiere lo hace”. Este sí que es el Dios verdadero, el que es capaz de hacer lo que quiere y llevar adelante sus planes de salvación...

Y María podría seguir recitando el salmo que sin duda, tantas veces habría rezado con los demás en la sinagoga, pero cuyo sentido profundo iba comprendiendo ahora: “Israel confía en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. La casa de Aarón confía en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. Los fieles del Señor confían en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. Que el Señor os acreciente a vosotros y a vuestros hijos” (Sal. 115).

       La fe de María la ha llevado a una conclusión: PARA DIOS NO HAY NADA IMPOSIBLE. Era la misma conclusión a la que había llegado Abraham: “Es que hay algo imposible para Yahvé?” (Gen. 18, 14). Es la misa conclusión a que han de llegar los que tienen fe y quieren vivirla. A la que hemos llegado tú y yo; tú, como religiosa y yo, como sacerdote.

       Porque la llamada que Dios hace a María y la que hace a todo hombre no pueden realizarse con fuerzas humanas. De ser así, Dios llamaría a pocos, a los mejores. Dios tendría que hacer una selección muy rigurosa de sus colaboradores.

       Pero Dios, el Dios verdadero, no es así. Dios se ha manifestado a lo largo de la historia llamando al tartamudo, al tímido, al anciano, a la estéril, al hambriento. Porque las actuaciones de Dios son para desplegar la fortaleza de su brazo y dejar campo abierto a su poder. Quiero creer en ti Señor, como creyó María.

       Creo, como ella, que eres Tú el que me hablas. Creo que me llamas. Creo que quieres unirte a mí, que quieres vivir dentro de mí y que me admites a vivir en Ti y contigo. Creo que en esto está la salvación. Creo que en mi colaboración a tus planes está la salvación de los demás.

       Que soy débil, que soy inútil, que tengo resistencias serias a tu voluntad, que soy un superficial, que rehúyo comprometerme, que no quiero quemar mis naves, que no valgo...etc, todo eso me lo sé de sobra. Para ello no necesito tener fe, porque lo experimento y palpo en cada momento.

       Pero precisamente porque soy así necesito la fe de María. Porque tengo que dar un salto que supera mis fuerzas, porque tengo que vivir en un plano donde no se ve ni se palpa nada; porque soy llamado para realizar algo que me parece incompatible, y lo es, con mi incapacidad.

María, quiero felicitarte con Isabel, por tu fe: “Bendita tú, que has creído”. Bendita tú, porque has tenido fe, porque has creído que Dios te hablaba. Bendita tú, porque has creído que te hablaba para hacerse hombre en ti. Bendita tú, porque pensabas que Dios te llamaba a salvar a los hombres. Bendita tú, porque no preguntaste nada más que lo necesario para saber lo que tenias que hacer. Bendita tú, porque no dudaste del poder de Dios. Sí, bendita y mil veces bendita tú.

A mí, que intento seguir torpemente tus pasos, ayúdame a superar mis desconfianzas, mis complejos, mis cobardías, mis reticencias, mis retraimientos. Y también ayúdame a superar mis suficiencias y la confianza en mis cualidades humanas y mi creencia de que soy algo y valgo para mucho.

       Señor, como tu sierva María, quiero poner mi inutilidad bajo tu poder para colaborar a tus planes de salvación en la medida y en el   puesto a que soy llamado por Tí.

******

“AQUÍ ESTA LA ESCLAVA DEL SEÑOR:HÁGASE EN MI SEGÚN TU PALABRA”(Lc. 1, 38)

       En el   corazón de María, donde había tenido lugar el diálogo profundo con Dios, se hizo la entrega a Dios. Y nadie se enteró. No hubo fotógrafos para tomar instantáneas de la ceremonia, ni grabaciones en directo para las emisoras, ni periodistas que lo diesen a la publicidad. Dios no hace obras sensacionales, pero sí hace obras maravillosas.

Una gota de agua es una maravilla, pero sólo cuando se mira con el microscopio. Una hoja de cualquier árbol es otra maravilla, pero luce menos que una bengala o un anuncio luminoso, que causan sensación. Nadie se enteró. Pero allí había comenzado a cambiar el mundo.

       ¿Qué había pasado? El Verbo era ya carne de nuestra carne y había comenzado su carrera humana partiendo desde Él punto cero, como todo ser humano que comienza esta carrera de la vida.

       Una mujer estaba haciendo expedito el camino al Verbo de Dios para que pudiera vivir con los hombres, sus hermanos. Una mujer le estaba dando manos de hombre para que pudiera trabajar y ganarse la vida como sus hermanos, y también para que pudiera abrazar a sus hermanos los hombres y tocar sus llagas y sus enfermedades.

       Una mujer le estaba dando ojos de hombre para que pudiera mirar las cosas que ven los hombres: los pájaros, las flores, el odio, al amor, los amigos y los enemigos. Una mujer le estaba proporcionando al Verbo de Dios unos labios para dar la paz, para decir palabras de ánimo, para llamar a los hombres a su seguimiento, para expulsar los demonios, para curar a los enfermos con sólo su palabra.

       Una mujer le estaba formando un corazón para compadecerse de la gente, para amar a las personas, para sacrificarse. Una mujer le estaba formando un cuerpo con el cual pudiera cansarse, y tener hambre, y sed, y morir, y resucitar por todos; un cuerpo que pudiera ser también pan que con nuestras manos pudiéramos llevar a la boca para recibir la vida de Dios.

       Una mujer estaba abriendo el camino para que en cada hombre, bueno o malo, culto o analfabeto, el Verbo de Dios pudiera vivir. Lo que por el bautismo iba a realizarse en cada hombre; lo que en la Eucaristía iba a realizarse en plenitud: “yo soy el pan de la vida, si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros… mi carne es verdadera comida… quien me come, vivirá en mí y yo en el ”, había comenzado a ser posible en una mujer. Y todo esto, en silencio, sin ruido, sin aspavientos. Porque los hombres nos movemos siempre a nivel de apariencias. Pero Dios se mueve siempre a nivel de corazones, a nivel de profundidad.
       La reflexión que ha hecho la Iglesia en el   Concilio Vaticano II destaca que María no se contentó con dejar actuar a Dios. Su actuación no consistió únicamente en dar permiso a Dios para atravesar su puerta, sino que ella hizo todo cuanto pudo para lograr que Dios entrase por ella.

       No permitió solamente que se hiciese en el  la la Palabra de Dios, sino que se brindó a realizarla ella misma. Porque la Palabra de Dios nunca se hace carne ella sola. Se hace carne solamente cuando han coincidido dos voluntades, la de Dios y la del hombre, para querer lo mismo, y cuando cada una de las voluntades ha aportado de su parte cuanto puede.

       Dios no es un ladrón que a la fuerza intenta arrebatarnos lo nuestro. Dios no se acerca al hombre para quitar nada, sino para enriquecer. Pero tampoco enriquece con su don, si el hombre no quiere positivamente recibirlo y está dispuesto a trabajar por recibirlo.

       Por eso, la colaboración activa indaga, pregunta, se interesa por los planes de Dios, intenta conocerlos. Pero no por curiosidad, sino para hacer lo que haya que hacer. La colaboración activa no se echa atrás ante lo imposible, no. Da el paso en la te hacia eso imposible.

La colaboración activa quiere positivamente lo que Dios quiere, se sacrifica voluntariamente lo que sea preciso. Esta colaboración activa es la línea que escoge María para actuar a lo largo de toda su vida. Para ella, el hágase equivale a un yo deseo que así haga la Palabra de Dios, me encantaría colaborar con la Palabra de Dios, ojala no sea yo obstáculo, haré lo que esté en mi mano para que así sea.

       Quiero creer, Señor, que todo acto hecho en Cristo por Él y en el  es salvador. Se nos escapa el dónde, el cuándo y el cómo, pero quiero creer que sirve para la salvación de mis hermanos. Por eso mi vida tiene un sentido, y cuanto hago tiene un sentido: JESÚS.

       Cuando el ángel se volvió al cielo, María siguió haciendo lo mismo de antes, pero lo hace ya en Cristo y por Cristo, y Jesús en el  la y por ella. De este modo se había convertido en corredentora que aportaba toda su actividad a los planes de salvación de Dios.

       No quiero, Señor, hacer o dejar de hacer porque hacen o no hacen los demás. Yo quiero hacer lo que debo. Yo quiero responder a mi llamada personal diciendo como María mi hágase: haré lo que mi Dios, en el   cual creo, espera de mí. Intentaré con todas mis fuerzas colaborar a los planes de salvación que Él me vaya revelando. Señor, voy entendiendo que decir un SI a tu Palabra es algo difícil, pero que de verdad me salva y salva a los demás.

Yo sé que cuando te digo un SI, nadie va a enterarse ni alabarme, nadie va a publicarlo, ni falta que hace. Pero estoy convencido que cuando hago eso, la historia realizada en María se repite en mí: soy puerta que se abre para que Tú entres al mundo de nuevo. Y si Tú entras de nuevo en el   mundo, siempre es con el mismo fin: «por nosotros los hombres y nuestra salvación». No sólo por mi salvación, sino también por la salvación de todos.

       María cambió el mundo, pero ella no lo vio. María fue la primera que comenzó a llevar a Dios en sus entrañas, pero ella siguió siendo la misma para los demás, no florecieron los rosales de la casa ni los que trabajaban en los campos vieron bajar el Misterio a su seno, ella tampoco, pero lo sintió. Pero ella había creído y el Verbo empezó a ser en su seno.

       Más tarde, Jesús trabajará y sudará por los hombres y nadie lo sabrá ni lo agradecerá. Dará voluntariamente su vida por todos, y los hombres seguirán sin enterarse. Estamos ante un misterio de fe, y yo, con mi impaciencia, quiero hacer cosas y cosas y constatar inmediatamente sus resultados.

Ella siempre creyó que su hijo era Hijo de Dios y permaneció junto a Él en la cruz, cuando todos le abandonaron, menos Juan que había celebrado la primera Eucaristía reclinando su cabeza sobre su pecho y había sentido todos los latidos de la divinidad, llena de Amor de Espíritu Santo a los hombres.

       Quiero creer, Señor, como María y hacerme esclavo de tu Palabra. Quiero decir que sí, como tú, María, porque ninguno de estos sí dados a Dios se pierden. Todos son salvadores, y hay que fiarse siempre de Dios, aunque nada externo cambie, aunque no sepamos cómo, ni cuándo, ni dónde Dios lo cumplirá, pero son salvadores, porque el Verbo de Dios se hace hombre por salvarnos en el   sí de sus hermanos.

V   MEDITACIÓN

LA VIRGEN  VISITA A SU PRIMA SANTA ISABEL

“En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.

¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

Y dijo María: Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia  como había anunciado a nuestros padres, en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.

María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa”(Lc 1,39-57).

Punto 1º. El viaje. Dice el evangelista: “En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá”.  ¿Por qué emprende María su viaje?

a). No ciertamente por diversión o curiosidad, ni por otro motivo que por caridad, que la mueve a ofrecer su ayuda a su prima en los últimos meses de su punto menos que milagroso embarazo.

Supone la alegría de Isabel al sentirse fecunda por singular bendición del Señor, y acaso ilustrada por el Señor entiende la íntima relación que va a mediar entre el Mesías, que en sus entrañas purísimas acaba de encarnar, y el hijo de su prima, destinado a ser el heraldo y Precursor que prepare los caminos del Señor. Aprendamos en esta conducta de María cómo no está reñida la santidad más alta con la cortesía y delicadeza más exquisitas. Y pongamos mucho estudio en gozarnos sinceramente del bien ajeno y prestarnos a ayudar a los demás, y anticiparnos a hacerlos las atenciones y saludos que la urbanidad y la caridad inspiran, sin sentirnos rebajados por tratar con delicadeza aun a los inferiores a nosotros.

María, la Madre de Dios, no se desdeña de ir, con largo y molesto viaje, a felicitar por su dicha a su prima y ofrecerla su valiosa ayuda en los más humildes menesteres. Y fue apresuradamente, cum festinatione, siguiendo pronta y dócilmente la inspiración del Espíritu Santo.

Meditemos: ¿Somos también nosotros prestos y diligentes en seguir las inspiraciones, o, por el contrario, tardos y perezosos? Pensémoslo, y quizá echaremos de ver que no pocas veces hemos sido de veras tardos en acudir al llamamiento de Dios. Y eso no solo cuando se trataba, como en el   caso de María, de cosas no obligatorias, sino de supererogación; más aún, en casos de obligación y mediando expreso mandato de Dios o de nuestros Superiores.

b) El viaje es de creer que no lo haría sola. Quizá le acompañó su esposo San José, que si, como piensan o conjeturan algunos exegetas, era el tiempo de Pascua en el que emprendió este viaje María, iría a cumplir su deber de buen israelita. Y en tal caso fácil fuera que la acompañara San José hasta Jerusalén, continuando María su viaje hasta la casa de su prima.

¿Dónde habitaba Isabel? Dice San Lucas que en una “ciudad de Judá”; no faltan quienes afirman que ha de leerse en la “ciudad de Judá”. «Diez localidades—dice el P. Prat (1, 63) han reivindicado la gloria de haber mecido la cuna del Precursor; y el Evangelio, que se ciñe a mencionar una ciudad situada en las montañas de Judá, no nos ayuda gran cosa a decidirnos en la elección, porque toda la Judea, desde Bethel hasta Hebrón, es país montañoso. El lugar que tiene en su haber más seria tradición es el pueblo de Aïn-Karim, en el   macizo de los montes de Judá, a legua y media de Jerusalén.»

2) En casa de Isabel. Escena tierna y delicada, que ha inspirado a más de un gran artista. De qué manera más completa y delicada se realizó lo que el Ángel había predicho, al aparecerse a Zacarías: “El hijo de Isabel será lleno del Espíritu Santo desde Él seno de su madre”. Se valió para ello de la que había de ser canal único y universal de todas las gracias: quiere ir Jesús a aquella casa llevado por su Madre. Oculto misteriosamente en el seno purísimo de María irradió su santificador efecto por María, y santa Isabel lo declaró en aquellas palabras: “en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno”. Cuán poderosa es la voz de María; una sola palabra de saludo vox salutationis basta a producir tan maravillosos efectos, como el santificar al niño y llenar del Espíritu Santo a la madre.

       Meditemos las palabras de María, para ver si en nosotros causan tan magníficos efectos. Por María, la “llena de gracia”, vienen hasta  nosotros las misericordias del Señor. Dormía Juan en el   seno de su madre, muerto a la vida de la gracia, engendrado en pecado, y el Señor, para prepararlo a los altos destinos a que le tenía señalado, lo santifica. Sublime lección; los heraldos del Señor han de vivir a Él unidos por la gracia, y esa gracia sólo les puede llegar por mediación de María, la medianera universal. Procuremos, pues, acercarnos a ella para lograr por su intercesión gracia tan singular; no lograremos por otro medio la santificación de nuestras almas.

3) “Bendita tu entre las mujeres”. Es la salutación de Isabel a María. Vemos cómo alcanzó también a Isabel la comunicación del Espíritu Santo, y se manifestó en el  la haciéndola prorrumpir en aquellas magníficas frases, tan llenas de altísimo sentido: “Tú eres la bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. De dónde a mí tanto bien que venga la Madre de mi Señor a visitarme?”

Considera la alegría purísima que inundó el alma de Isabel y el gusto con que recibió la visita de su prima ¡ Y qué eficacia la de las palabras de salutación de María y qué raudal de gracias consiguen los que la saben recibir debidamente en su casa! Procuremos hacerlo nosotros, y a su visita nos sentiremos llenos de amor, llenes de luz, llenos del Espíritu Santo. Lección es también provechosa, que podemos aprender de María en este misterio, la de estimar en mucho los dones de Dios, pero no de suerte que de ellos nos engriamos, teniéndonos por más que los otros, sino de modo que nos sintamos, llenos de gratitud humilde, empujados a proclamarnos «esclavos» inútiles y a ofrecernos al servicio de los demás, por amor del Señor. Cuanto más favorecidos del Señor, más obligados de creer a hacer fructificar tan preciosos dones en obras de caridad fraterna.

Punto 2º: María canta el “magnificat”: Proclama mi alma las grandezas del Señor”

1) Al leer el magnificat se echa de ver que es una explosión del alma enamorada que remonta como natural y necesariamente el vuelo hacia las alturas, donde mora su alma más que en la tierra. Fluyen en el  los recuerdos y reminiscencias, aun de palabras, del Antiguo Testamento, tan familiar a la Virgen, y se oye resonar el eco de la voz inspirada del Salmista y los Profetas. 

Canta con inspiración no menos sublime que delicada el inefable gozo en que rebosa su espíritu al considerar el inmenso poder de Dios, que con brazo poderoso libra a su pueblo, haciendo grandes cosas en María y derramando su misericordia de generación en generación. Y manifiesta tres sentimientos que embargan su alma: el de gratitud por las grandes cosas que en el  la ha hecho el Señor; el de admiración de la sabiduría y misericordia del que ensalza a los humildes y abaja a los poderosos; el de alegre confianza de que Dios va a cumplir sus promesas, enviando a su pueblo un libertador.

2) Pocas palabras de la Santísima Virgen se nos recuerdan en el   Santo Evangelio; pero cierto que las pocas que nos conserva son bien dignas de considerarse y están llenas de conceptos altísimos y de enseñanzas prácticas, que dan abundante materia de suaves y fecundas consideraciones.

Brotaron, sin duda, las palabras del «Magnificat» de los labios de María al influjo de la inspiración del Espíritu Santo, y así han de considerarse como llenas de celestial sabiduría más que de ciencia humana, por muy levantada que se suponga. Nadie como la Virgen María, la primera y la más favorecida entre los redimidos, podía cantar las excelencias de la obra redentora de Dios misericordioso.

Se ha llamado con razón al “magnificat” la oración de María, como el «Padre nuestro» se llama la oración dominical, la de Jesús. La Iglesia lo ha incluido en el   Oficio divino, de suerte que todos los sacerdotes han de repetirlo diariamente en el   rezo de las Vísperas, sin que se omita ni un solo día del año litúrgico. ¡Con cuánta devoción no hemos de procurar repetirlo  recordando cómo lo diría nuestra Madre Santísima!

3) Es el más importante de los cánticos de la Sagrada Escritura, incluyendo a los de Moisés, Débora, Ana, madre de Samuel; Ezequías, los tres jóvenes, etc. «Está, dice el P. Cornelio a Lapide, lleno de divino espíritu y exultación, de suerte que se diría compuesto y dictado por el Verbo, ya concebido y regocijado en el   seno de la Virgen».

Pueden en el  distinguirse tres partes: comprende la 1ª. los vv. 46-50, y en el  los agradece al Señor los beneficios que de Él ha recibido, sobre todo, el de haberla hecho Madre del Salvador; por lo que la llamarán todas las generaciones “bienaventurada”. En la 2ª. (51-53) alaba a Dios por los beneficios comunes concedidos antes de la venida de Cristo a todo el pueblo; alude principalmente a las victorias concedidas a Israel contra Faraón y los Cananeos. Vuelve en la 3ª. (54-55) al máximo beneficio de la Encarnación del Verbo, prometido a los Padres y a ella concedido.

4) Podemos estudiar en este cántico un modelo que imitar cuando en nuestra vida nos veamos en circunstancias en alguna manera similares a las de María en la Visitación. Favorecidos por Dios con beneficios más que ordinarios, al oírnos alabar de amigos o conocidos, hemos de elevar nuestra alma en vuelo de agradecido reconocimiento al Señor, entonando un «magnificat» regocijado y humilde de alabanza al dador de todo bien.

El tema del himno de gratitud de María es principalmente el beneficio de la redención, verdadera “obra grande” de Dios. Justo es que también nosotros apreciemos su grandeza magnífica, y sintiéndonos, como en realidad lo estamos, en el  incluidos y por él tan generosa y espléndidamente beneficiados, dejemos que el corazón se nos inflame en ardorosos anhelos de gratitud y fiel correspondencia

5) Notemos, por fin, cuán admirablemente se viene cumpliendo el “beatam me dicent”. Cuando María lo pronunció parecía algo, si no absurdo, inconcebible: una doncellita de pocos años, desposada con un pobre carpintero, en un pueblecillo ignoto de Galilea, ¿llegar a ser aclamada  por todas las generaciones? ¡Sólo Dios lo podía hacer y cuán espléndidamente lo ha hecho! Él sea bendito, que así quiere honrar a esa doncellita, su Madre y nuestra Madre.

Punto 3.° “MARÍA ESTUVO CON ISABEL CASI TRES MESES Y LUEGO VOLVIÓ A SU CASA”.

1) El Evangelista San Lucas dice en el V. 56: “Y María se quedó con Isabel cosa de tres meses”. Y se volvió a su casa”. Como ya antes, en la Anunciación, el Arcángel había dicho a Nuestra Señora: “Tu parienta Isabel en su vejez ha concebido también un hijo, y la que se llamaba estéril hoy cuenta ya el sexto mes” (v. 36); se deduce que María permaneció en casa de su prima hasta el nacimiento del Bautista.

Y cierto que si se había predicho que en la natividad de Juan “muchos se regocijarían” (14) sería la Santísima Virgen uno de esos muchos, y se regocijaría en gran manera con los santos esposos, padres del Precursor del Señor, y tornaría gustosa parte en los festejos con que celebrarían tan fausto acontecimiento.

Aprendamos a gozarnos en las prosperidades y bienes de los demás, sobre todo, en los de nuestros parientes y amigos, evitando cuidadosamente la envidia que nos hace entristecer del bien ajeno y nos empuja a cercenarlo o enturbiarlo de algún modo.

No seamos mezquinos ni nos amarguemos necia e irracionalmente la vida buscándonos ocasiones de pesadumbre en lo que debiéramos hallar legítima causa de íntima alegría y gusto purísimo. Cuánto fomenta la caridad de familias y comunidades la amplitud de corazón, que hace tomar parte con sincero regocijo en las alegrías de los demás. Y, por el contrario, qué enemigo más funesto de la caridad es el pesar del bien ajeno manifestado en malas caras, palabras frías y retraimientos injustificados.

 
2) Lección también no poco aprovechable la que podemos aprender de la estancia de María en casa de su prima, la que se desprende naturalmente de la consideración del tiempo en que acompañó a Isabel. Era en los últimos meses  de su embarazo, cuando lo eran sin duda más necesarios los cuidados y ayuda de los demás. ¡Con qué solícita diligencia atendería la Santísima Virgen a su prima! ¡Cómo la ayudaría diligente a las faenas todas de la casa, cómo trabajaría! Gocémonos en ser útiles a los demás y no nos parezca indecoroso humillarnos a servir aun a los que nos son inferiores.

María, la Madre de Dios, sirviendo, y nosotros ¿andamos con reparos de dignidad cuando se trata de ejercitar con los demás oficios de caridad? No sea así; antes bien, por el contrario, sintámonos honrados al ejercitar por amor del Señor los más humildes oficios en provecho de los demás. Trabajo y caridad son fuentes ubérrimas de méritos, de alegría y de bienestar.

3) La Santísima Virgen nos dice en su cántico que la causa de su dicha fué “quia respexit humilitatem” (v.48), porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava; y cómo que se diría que con los nuevos favores del Señor se siente más movida a abajarse y se goza en ejercitar los oficios de una esclava, no sólo con el Señor, sino también, por su amor con los demás.

Aprendamos nosotros, miserables pecadores, a abajarnos y buscar lo que de derecho nos corresponde, el último lugar. Y que no suceda que andemos hambreando solícitos preeminencias y alturas y nos desdeñemos de hacer nada que pueda parecer servicio y esclavitud. Hablemos ahora de todo esto con la Virgen y con su Hijo Jesucristo, encarnado por nuestro amor, que tanto se humillaron y abajaron hasta tomar la condición de esclavo y así nos salvó.

V MEDITACIÓN

SENTIMIENTOS Y ACTITUDES DE NAVIDAD

Si nos preparamos para celebra la Navidad, lo primero que tenemos que aclarar y meditar será qué es la Navidad cristiana, qué nos trae el nacimiento del Hijo de Dios y que nos enseña su amor y humildad a todos, qué tenemos que vivir en la Navidad. La venida de Dios entre nosotros nos revela, nos dice y nos pide muchas cosas. Vamos a meditar algunas para vivirla en esta navidad.

1.-  La Navidad debe ser para nosotros, más allá de los wasat y tele y demás medios, una fiesta de la fe cristiana. Ante el anuncio de la Buena Nueva del Nacimiento, la respuesta del hombre debe ser la fe total y confiada: CREO EN JESUCRISTO, HIJO UNICO DE DIOS. Dios ha enviado su Hijo al mundo: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Ga 4, 4-5). He aquí “la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1, 1): “Dios ha visitado a su pueblo” (cf Lc 1, 68), ha cumplido las promesas hechas a Abraham y a su descendencia (cf Lc 1, 55); lo ha hecho más allá de toda expectativa: Él ha enviado a su “Hijo amado” (Mc 1, 11).

       Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha “salido de Dios” (Jn 13, 3), “bajó del cielo” (Jn 3, 13; 6, 33), “ha venido en carne” (1 Jn 4, 2), porque “la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad... Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia” (Jn 1, 14.16).

       Movidos por este amor y obra del Espíritu Santo y atraídos por el Padre, nosotros creemos y confesamos a propósito de Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Sobre la roca de esta fe, confesada por San Pedro, Cristo ha construido su Iglesia (cf Mt 16, 18; San León Magno, serm. 4, 3; 51, 1; 62,2; 83, 3).

       La transmisión de la fe cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para llevar a la fe en Él. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en deseos de anunciar a Cristo: “No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20).Y ellos mismos invitan a los hombres de todos los tiempos a entrar en la alegría de su comunión con Cristo: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida —pues la Vída se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos manifestó—, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo (1 Jn 1, 1-4). (CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, Nº 422,423, 424,425)

       2.- La Navidad debe ser para nosotros fiesta del amor cristiano y divino. La Navidad es un misterio todo lleno de amor. Amor del Padre, que ha enviado al mundo a su Hijo Unigénito, para darnos su propia vida: “Tanto amó Dios al mundo que nos dio su Hijo Unigénito para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna” (cf. 1 Jn 4, 8-9). Amor del “Dios con nosotros”, el Emmanuel, que ha venido a la tierra para salvarnos y morir por nosotros en una Cruz: “Nadie ama más que el que da la vida por los amigos”.

       En el frío portal, en medio del silencio, la Virgen Madre, le da todo el amor que tiene y que nosotros no manifestamos a veces:

       «¡Oh Dios mío!, hazme digna de conocer el misterio de la caridad ardentísima que se esconde en ti, esto es, la obra excelentísima de la Encarnación que has puesto como principio de nuestra salud. Este beneficio inefable nos produce dos efectos: el primero es que nos llena de amor; el segundo, que nos da la certeza de nuestra salud. ¡Oh inefable caridad, la más grande que puede darse: que Dios creador de todo se haga criatura, para hacer que yo sea semejante a Dios! ¡Oh amor entrañable! te has anonadado a ti mismo, tomando la forma vilísima de siervo, para darme a mí un ser casi divino. Aunque al tomar mi naturaleza no disminuiste ni viniste a menos en tu sustancia ni perdiste la más mínima parte de tu divinidad, el abismo de tu humildísima Encarnación me empuja a prorrumpir en estas palabras: ¡Oh incomprensible, te has hecho por mi comprensible! ¡Oh increado, te has hecho creado! ¡Oh impalpable, te has hecho palpable!... Hazme digna de conocer lo profundo de tu amor y el abismo de tu ardentísima caridad, la cual nos has comunicado en tu santísima Encarnación». (B. ANGELA DE FOLIGNO, II libro della B. Angela).

       «¡Oh amor sumo y transformado! ¡Oh visión divina! Oh misterio inefable! ¿Cuándo, oh Jesús, me harás comprender que naciste por mí y que es tan glorioso el comprenderlo? En verdad, el ver y comprender que has nacido para mí me llena de toda delectación. La certeza que nos viene de la Encarnación es la misma que se deriva de la Navidad: ha nacido para el mismo fin por que quiso encarnarse. Oh admirable, cuán admirables son las obras que realizas por nosotros!» (B. ANGELA DE FOLIGNO, II Libro della 8. Angela).

       3.- Queridos hermanos: En este tiempo de Navidad hemos de creer en el Amor de Dios, hemos de rendirnos a su amor: “Cantaré eternamente tus misericordias, oh Señor, las misericordias de tu amor…” (Ps 89. 2). La Navidad es la fiesta por excelencia del amor, de un amor que se revela, no en los sufrimientos de la cruz, sino en la amabilidad de un Niño, Dios nuestro, que extiende hacia nosotros sus brazos para darnos a entender que nos ama y necesita de nuestro amor.

       Por eso justamente queremos abismarnos en la contemplación del misterio natalicio. “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria propia del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14). En Belén, la gloria del Verbo Eterno, Consustancial al Padre y como Él, eterno, omnipotente, omnisciente, creador del universo, se halla del todo escondida en un Niño que desde el primer instante de su vida terrena no sólo acepta de lleno todas las debilidades humanas, sino que las experimenta en las condiciones más pobres y despreciadas.

       «Acuérdate, oh Creador de las cosas—canta la liturgia natalicia— que un día, naciendo del seno purísimo de la Virgen, tomaste un cuerpo semejante al nuestro... Tú solo desde el seno del Padre viniste a salvar al mundo» (Breviario Romano). Sí, la oración habla conmovida al corazón de Dios y al corazón del creyente: recuerda a Dios las maravillas realizadas por su amor a los hombres, y recuerda al creyente la gran verdad de Dios: “Dios es amor”. Ante el pesebre de Belén repitamos incesantemente: “Hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene” (1 Jn 4, 16).

       “Dios es amor” (1 Jn 4, 16). Es inmenso el tesoro que encierran estas palabras, tesoro que Dios descubre y revela al alma que quiere concentrarse totalmente en la contemplación del Verbo Encarnado. Mientras no se comprende que Dios es amor infinito, infinita bondad, que se da y se derrama a todos los hombres, para comunicarles su bien y su felicidad, la vida espiritual está todavía en etapas iniciales, no se ha desarrollado aún, ni es suficientemente profunda. Mas cuando el alma, iluminada por el Espíritu Santo, penetra en el misterio de la caridad divina, del Amor Personal del Espíritu Santo, que es su misma esencia: “Dios es Amor”, -- si dejara de amar,  dejaría de existir -- , la vida espiritual del orante o creyente llega a su plenitud de transformación en Dios y de vida divina.

       Dios ha bajado de la altura de su divinidad a la bajeza del fango de tu humanidad, movido únicamente por su inmensa caridad:

       «Oh Señor mío, que de todos los bienes que nos hicisteis, nos aprovechamos mal. Vuestra Majestad, buscando modos y maneras e invenciones para mostrar el amor que nos tenéis; nosotros, como mal experimentados en amaros a Vos, tenémoslo tan en poco, que de mal ejercitados en esto, vanse los pensamientos adonde están siempre y dejan de pensar los grandes misterios que este lenguaje encierra en sí, dicho por el Espíritu Santo... El amor que nos tuviste y tienes me espanta a mí más y me desatina, siendo lo que somos; que teniéndole, ya entiendo que no hay encarecimiento de palabras con que nos le muestras, que no le hayas mostrado más con obras». (STA TERESA DE JESUS).

       3.- La Navidad debe ser una fiesta también de corresponder al amor de Dios. «En tu Navidad, Señor, te ofrecemos como tributo el himno de nuestra alabanza y amor». (Breviario Romano). “Él, de naturaleza divina.., se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres” (Fp 2, 6-7). Para unirse a la naturaleza humana, el Verbo eterno ha ocultado su divinidad, su majestad, su potencia y sabiduría infinita; se ha hecho niño que no puede hablar, que no puede moverse y que en todo depende y todo lo espera de su madre, criatura suya. El amor verdadero vence cualquier obstáculo, acepta cualquier condición y sacrificio con tal de poder unirse a ama. Si queremos unirnos a Dios, hemos de recorre camino semejante al que el Verbo recorrió para asumir la naturaleza humana: camino de prodigioso abatimiento, de infinita humildad. Ante nosotros se abre el camino  mostrado por S. Juan de la Cruz a las almas que quieren llegar a la suprema unión con Dios: <¡Todo!> <¡Nada!>; «Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer nada» (Monte de la perfección).

       Para corresponder a su amor infinito y demostrarle el nuestro, tenemos que despojarnos generosamente de todo lo que pueda retardar nuestra semejanza y unión con Él: un despojo que ha de comenzar por nuestro amor propio, orgullo, vanidad, por esas pretensiones en nuestros derechos, nuestros puntillos de honra… inmenso contraste entre estas vanas exigencias de nuestro yo y la conmovedora humildad del Verbo encarnado: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien -- repite S. Pablo--  siendo de naturaleza divina, se anodadó, tomando la forma de siervo” (Fp 2, 7). ¿Quién pagará con amor a quien tanto nos ha amado? “Conocéis la benevolencia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro” (2 Cr 8, 9). Por amor del hombre y enriquecerlo con dones divinos, Jesús eligió para sí la condición de los pobres: María “lo envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón” (Lc 2, 7). Quien desea seguir a Jesús más de cerca, debe despojarse voluntariamente y de corazón por amor suyo del ego, del amor propio, del amor a las riquezas y al consumismo, que nos esclavizan y nos impiden darle a Dios el culto verdadero.

 

       4.- La Navidad, fiesta de salvación para nosotros y el mundo entero: “Os ha nacido el Salvador”, anuncian los ángeles a los pastores. La Navidad nos salva del pecado, de todo pecado. «Reconoce, cristiano, tu dignidad».

       «Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.
Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.
Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos, establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido. Por eso, al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos de gozo: “”Gloria Dios en el cielo, y proclaman: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Ellos ven, en efecto, que la Jerusalén celestial se va edificando por medio de todas las naciones del orbe. ¿Cómo, pues, no habría de alegrarse la pequeñez humana ante esta obra inenarrable de la misericordia divina, cuando incluso los coros sublimes de los ángeles encontraban en ella un gozo tan intenso?
Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva criatura, una nueva creación. Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.
Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas». (San León Magno, papa: Sermón 1 en la Natividad del Señor, 1-3: PL 54, 190-193)

       5.- La Navidad, fiesta del amor fraterno. Si Dios se hace hombre, todo hombre es mi hermano. Para vivir la Navidad hay que deshacer muchas fronteras, porque nacen muchos misterios y comportamientos humanos que deben estar provocados por el amor divino, por el amor de Jesucristo hecho hombre por amor, sin fronteras de razas y colores. No se puede vivir la Navidad, no se puede amar como Cristo nos ama y quiere, si primero no creemos y oramos el misterio de la Encarnación. Si Dios se hace hombre por amor, todo hombre es mi hermano y debe ser respetado como hijo de Dios y hermano de todos los hombres. Este amor llena de sentido cristiano la vida, el hombre, el matrimonio, la familia. Hay que amar como Cristo, superando todas las barreras y dificultades. Si yo creo en la Navidad, debo adorar al Niño, debo agradecer a Dios este don y adorar su designio de amor y fraternidad y debo amar a los hombres como Él lo amó, haciéndose hombre igual a todos menos en el pecado. La navidad provoca este amor.

       Si Dios se hace hombre, todo hombre queda sacralizado, porque queda consagrado por la presencia del Hijo en nuestra humanidad, uniéndose a todo el género humano, a toda la raza humana. Este es el fundamento teológico de todo el valor de los humano y de la caridad  fraterna: “lo que hicisteis con cualquiera conmigo lo hicisteis”. La Navidad se abre en fraternidad: “Uno solo es nuestro Padre y todos vosotros sois hermanos”. La Navidad nos invita a ser solidarios. El consumismo nos divide.

       Si Dios se hace hombre, Él acepta al hombre, menos el pecado. El dolor, las pruebas, las limitaciones. La Navidad nos invita a aceptar todo lo humano, a quererlo, a asumirlo mediante el amor a Jesucristo encarnado.

       6.- La Navidad, fiesta de la Luz y el Amor de Dios. Nos dice San Juan en el Prólogo de su Evangelio: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron. Hubo un hombre enviado de Dios, de nombre Juan. Vino éste a dar testimonio de la luz, para testificar de ella y que todos creyeran por él. No era Él la luz, sino que vino a dar testimonio de la luz.

       Era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo y por Él fue hecho el mundo, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron, Dios les dio poder de venir a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre… Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

       Como vemos, en el Prólogo de su Evangelio, Juan nos eleva a los orígenes eternos del Verbo, para descender luego a su existencia histórica. Expone primero sus relaciones con Dios, en quien está (1-2); con el mundo, que fue hecho por Él (3), y con los hombres, de quien es luz y vida (4-5). Para mejor declarar este último pensamiento, nos habla de Juan, que no era la luz, pero que tenía la misión de dar testimonio de ella (6-8). Vuelve otra vez a la luz verdadera, que viene a este mundo para iluminar a todos los  hombres, los cuales no le dieron la acogida que debían, sobre todo, los suyos, su pueblo, que estaban más obligados 9-11) Pero este juicio negativo no es universal, porque muchos le recibieron, y a éstos les otorga la dignidad de ser hijos de Dios (12-13). Termina enunciando de nuevo el misterio de la encamación, del que Juan da testimonio, y que, en vez de la Ley de Moisés, nos comunica la gracia y la verdad (14-87). El versículo 8 viene a ser como la síntesis de todo el prólogo: El Verbo, que es Dios Unigénito y que por esto mora en el seso del Padre, ha venido a darnos a conocer a éste y otorgamos la filiación divina.

       En el Credo profesamos nuestra fe en “ Creo en Jesucristo …Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero…Y San Juan nos dirá: “En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron” (cf. Jn 1, 4-5).

       En la noche de Navidad surge la luz que es Cristo. Esta luz brilla y penetra en los corazones de los hombres, infundiendo en ellos la nueva vida. Enciende en ellos la luz eterna, que siempre ilumina al ser humano, incluso cuando las tinieblas de la muerte envuelven su cuerpo. Por esto “la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros” (Jn 1, 14).Y esta luz está provocada por el fuego del Amor de Dios. Por eso es como llama de amor viva que tiernamente hiere en lo más profundo del alma: “¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro!; pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres; rompe la tela de este dulce encuentro.”

       7.- La Navidad debe ser para nosotros y el mundo entero misterio de alegría, a pesar de todo, porque “hoy os ha nacido, en la ciudad de David, un salvador” (Lc 2, 11). De este mismo gozo participa la Iglesia, inundada hoy por la luz del Hijo de Dios:

       «Misterio adorable del Verbo Encarnado. Junto a ti, Virgen Madre, permanecemos pensativos ante el pesebre donde está acostado el Niño, para participar de tu mismo asombro ante la inmensa condescendencia de Dios. Danos tus ojos, María, para descifrar el misterio que se oculta tras la fragilidad de los miembros del Hijo. Enséñanos a reconocer su rostro en los niños de toda raza y cultura. Ayúdanos a ser testigos creíbles de su mensaje de paz y de amor, para que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, caracterizado aún por tensos contrastes e inauditas violencias, reconozcan en el Niño que está en tus brazos al único Salvador del mundo, fuente inagotable de la paz verdadera, a la que todos aspiran en lo más profundo del corazón. Las tinieblas jamás podrán apagarla. Es la gloria del Verbo eterno, que, por amor, se ha hecho uno de los nuestros.

       La Navidad es misterio de paz. En esa noche los ángeles han cantado: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”(Lc 2, 14). Han anunciado el acontecimiento a los pastores  (Lc 2, 10). Alegría, incluso estando lejos de casa, y con la pobreza del pesebre, la indiferencia del pueblo, la hostilidad del poder.

       Desde la gruta de Belén se eleva hoy una llamada apremiante para que el mundo no caiga en la indiferencia, la sospecha y la desconfianza, aunque el trágico fenómeno del terrorismo acreciente incertidumbres y temores.

       Los creyentes de todas las religiones, junto con los hombres de buena voluntad, abandonando cualquier forma de intolerancia y discriminación, están llamados a construir la paz:

ante todo en Tierra Santa, para detener finalmente la inútil espiral de ciega violencia, y en Oriente Medio, para apagar los siniestros destellos de un conflicto que puede ser evitado con el esfuerzo de todos; en África, donde carestías devastadoras y luchas intestinas agravan las condiciones, ya precarias, de pueblos enteros, si bien no faltan indicios de optimismo; en Latinoamérica, en Asia, en otras partes del mundo, donde crisis políticas, económicas y sociales inquietan a numerosas familias y naciones. ¡Que la humanidad acoja el mensaje de paz de la Navidad!»  (Angelus, Juan Pablo II: Original italiano; traducción española, Sala de Prensa de la Santa Sede.)    

       8.- La MÍSTICA de la Navidad es sentir todo esto dentro, gustarlo, sentirse amado, buscado por Dios en ese niño Jesús, experimentar que nació y que nace y es verdad, que existe; el éxtasis de la Navidad es vivir y experimentar toda la teología que hemos dicho antes, ver que Dios ha enviado a su Hijo por mí, sentir el beso del mismo Dios en este niño, no que yo le bese que sería la teología, ni tratar de besarle como El me besa, que sería la moral y espiritualidad, sino sentirlo y vivirlo dentro de ti, que sería la mística de la Navidad; sentir este beso de Dios en mi alma, como lo sienten los santos, especialmente los místicos, como se sienten las emociones que nos hacen llorar y gozar y decir:


GLORIA TI, PADRE DIOS, porque me has creado hombre, porque existo y has pensado y creado y realizado para mí este proyecto de salvación.

GLORIA A TI, HIJO DE DIOS, Palabra de salvación y revelación de todo este amor escondido por siglos en el corazón de Dios.

GLORIA A TI, ESPIRITU SANTO, porque por la potencia de tu amor formaste esta rosa de niño en el seno de Maria.

LO CREO, LO CREO Y ES VERDAD. Hazme gozar y sentir y experimentar como otros los vivieron. Bueno, y para ser educado y completo: GRACIAS, José, porque queriendo repudiar a María, porque tú no habías tenido parte en nada, creíste y esperaste y amaste a este niño, más que si fuera tuyo.

Y gracias, María, hermosa nazarena, virgen bella, madre del alma, cuánto te quiere, cuánto me quieres…porque sin tino hubiera sido posible este misterio de amor y salvación. Ayúdame a vivirlo y sentirlo como tú.

       «Nonos escandalicemos tontamente de las esperas interminables que nos ha impuesto el Mesías. Eran necesarios nada menos que los trabajos tremendos y anónimos del Hombre primitivo, y la larga hermosura egipcia, y la espera inquieta de Israel, y el perfume lentamente destilado de las místicas orientales, y la sabiduría cien veces refinada de los griegos para que sobre el árbol de Jesé y de la Humanidad pudiera brotar la Flor. Todas estas preparaciones eran necesarias cósmicamente, biológicamente, para que Cristo hiciera su entrada en la escena humana. Y todo este trabajo estaba maduro por el despertar activo y creador de su alma, en cuanto esta alma humana había sido elegida para animar al Universo. Cuando Cristo apareció entre los brazos de María, acababa de revolucionar el Mundo». (TEILHARD DE CHARDIN

VI MEDITACIÓN

RETIRO DE ADVIENTO

(Otras meditaciones para el retiro de Adviento, en mis libros ARDÍA NUESTRO CORAZÓN ciclos A y B, Edibesa, Madrid)

       El retiro o desierto espiritual del Adviento es un tiempo más intenso de oración, que lo podemos hacer en el templo, en lugares o casas destinadas a la  oración o en la misma soledad de la naturaleza, solos o acompañados. Para preparar esta venida del Señor, como hemos dicho, necesitamos retirarnos a la oración, hacer un poco de desierto en nuestra vida.

       El Adviento es el recuerdo de aquel duro y largo adviento de siglos, desde Adán hasta la Encarnación del Hijo de Dios, que estuvo invadido por el deseo y anhelo del Salvador prometido. Todo el Antiguo Testamento es espera ansiada del Mesías. Y esto es lo que la Liturgia de estos días quiere suscitar en nosotros. Ésta es la primera actitud  que debemos potenciar y alimentar en nosotros, por la lectura de los Profetas que mantuvieron durante siglos esta espera en el pueblo de Dios.

       El mundo actual, en su mayoría, no espera a Cristo, porque pone su esperanza en las cosas, en el consumismo; por eso no siente necesidad de Cristo, no siente necesidad de salir a su encuentro, no espera su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. El mundo actual tiene muchas esperas: espera ganar más dinero, conquistar la técnica, los medios de producción, vivir más años, tener más y más cosas que le llenen y le hagan ser más feliz… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos, nos llenamos de más y más cosas, y paradójicamente ahora que creemos tenerlo todo, estamos más vacíos, porque nos falta todo, el todo que es Dios; son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias y saciar de contenido tanto vacío existencial actual y salvar a este mundo: Jesucristo.       

       La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos las multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de champán y turrones? Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, en nuestra juventud para que la oriente, en nuestra familia, en el mundo, para que lo haga fraterno y habitable? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para prepararnos mejor así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

___________________

(VSTEV)   RETIRO ESPIRITUAL DE ADVIENTO

(Cristo de las Batallas, 12 diciembre 2009)

       1. REZO DE VÍSPERAS

       Somos Iglesia de Cristo, del Arciprestazgo de Plasencia, reunidos en el nombre del Señor, para hacer este retiro espiritual de Adviento. Nos hemos retirado en oración para preparar la Navidad, el nacimiento del Hijo de Dios entre los hombres, entre nosotros.  Empecemos este retiro rezando la oración oficial de la Iglesia, la que hacemos todos juntos como Iglesia sacerdotal y cuerpo de Cristo, oración litúrgica y comunitaria.

Del Verbo divino, la Virgen preñada- viene decamino ¿le daréis posada? Sí, ciertamente y por eso nos hemos reunido en oración, en retiro y desierto espiritual para hacer este retiro de Adviento. Pedimos a la Virgen que nos ayude a vivir este adviento como Ella lo vivió, fue la que mejor se ha preparado para la Navidad.

Se lo pedimos cantando: SANTA MARÍA DE LA ESPERANZA, MANTÉN EL RITMO DE NUESTRA ESPERA

MEDITACIÓN

(Ver otras Meditaciones de Adviento en mis libros: ARDÍA NUESTRO CORAZÓN, ciclo A y B).

       QUERIDOS HERMANOS:       Comenzamos el tiempo santo de Adviento. Todos los tiempos son santos, porque deben servirnos para unirnos más a Dios, para santificarnos. Pero este lo es especialmente, porque el tema central del Adviento es la espera del Señor, considerada bajo diversos aspectos. En primer lugar, la espera del Antiguo Testamento, encaminada hacia la venida del Mesías prometido. De ella hablan las profecías que la liturgia presenta estos días a la consideración de los fieles para despertar en ellos aquel profundo deseo y anhelo de Dios que vivió todo el Antiguo Testamento, especialmente los profetas, que se encargaron de parte de Dios, de mantener esta esperanza en el pueblo fiel.

       Una vez que vino el Mesías prometido, Jesucristo, terminó el Antiguo y empieza el Nuevo Testamento, con la realización de las promesas; llegan los tiempos nuevos y se colman todas las esperanzas. Y ahora, en esta etapa nueva que vive la Iglesia, debemos vivir y actualizar en nuestro corazón y en nuestra vida cristiana esta venida, mientras la historia de la humanidad se dirige a la última venida del Señor, a la parusía, a la venida gloriosa de Cristo, al final de los tiempos.

       Por eso, el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» del Hijo de Dios; y por otra, mira y hace que nos preparemos para la segunda venida, al final de los tiempos; y para que ésta se pueda realizar, es necesario esperarlo y recibirlo ahora, en diversas formas en las que llega a nosotros por la vida, por los sacramentos y por la Palabra.

Debemos esperar al Señor en esta Navidad con los deseos y anhelos del Antiguo Testamento, y esta esperanza hay que actualizarla ahora por la oración y los sacramentos mirando a su venida gloriosa al final de los tiempos. Éste es el mensaje principal de algunos evangelios de estos domingos; con esas comparaciones y descripciones apocalípticas quieren decirnos que hay que estar vigilantes para que no pase la Navidad sin encuentro creyente de gracia y de salvación con el Señor; hemos de prepararnos mediante la escucha de la Palabra para que sea verdaderamente una Navidad cristiana, de certezas y vivencia de que Dios ama al hombre, que viene en su busca para revelarle el proyecto de eternidad con el misterio del Dios Trino y Uno, abriéndonos así a la esperanza escatológica.

El profeta Isaías, en las primeras lecturas de estos días,  va alimentando nuestra esperanza del Mesías Salvador, y desde estos advientos y navidades cristianamente celebrados nos vamos preparando para su última venida en majestad y gloria.

       Para preparar estas venidas, la de la Navidad y la del final de los tiempos, necesitamos cultivar ciertas actitudes fundamentales, como hemos dicho anteriormente, pero que ahora queremos desarrollar más intensamente:

-- Actitud de fe,

-- Actitud de esperanza,

-- Actitud de amor,

-- Actitud de conversión.

       1.- Primero, una actitud de fe. Este hecho de la venida del Señor debe despertar en el cristiano una actitud personal de fe, de creer personalmente en Dios, en el misterio de un Dios  personal que se hace hombre, en el amor de Dios que se encarna por el hombre. Si es Navidad es que Dios ama al hombre, viene en busca del hombre, es que Dios no se olvida del hombre; estos días de Adviento son para creer personalmente, pasar de la fe de la Iglesia a la individual, son día de orar y pedir esta fe para poder creer tanto amor.

       ¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre; ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?, has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

       Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. Y el creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más, porque esto es una enfermedad de amores y ansias infinitas, imposibles de contener y controlar; el creyente,  llagado de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, las razones y motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor.

       ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad!               

Y te has hecho igual a nosotros, te haces hombre porque nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Mirad la Navidad. La Navidad es que Dios que ama apasionadamente a los hombres. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

       2.- Segundo: Actitud de esperanza: esperanza dinámica, que no se queda de brazos cruzados; es una esperanza que sale al encuentro; un encuentro no se realiza si no hay deseo ardoroso de encuentro personal con Cristo, si no vamos y salimos al camino por donde viene la persona amada;  si no hay deseos de Cristo, si no hay aumento de fe y amor, no podemos encontrarnos con Él. Esta esperanza y vigilancia, alimentada por los profetas, especialmente por el profeta Isaías en las Primeras Lecturas de estos días, nos invitan a levantar la mirada hacia la salvación que nos viene de Yahvé, en cumplimiento de sus promesas.

       Cuando uno cree de verdad en alguien o en algo, lo busca, lo desea, le abre el camino. Primero hay que creer de verdad que Dios existe en ese niño que viene, que Dios sigue viniendo en mi busca, que Dios me ama. Y creer es lo mismo que pedir, pedir esta fe, aumento de fe, de luz, de creer de verdad y con el corazón lo que profesamos con los labios, con la mente, en el credo.

       Esta esperanza de la fe no se queda con los brazos cruzados; cuando uno espera, se prepara, lucha, quita obstáculos para la unión y el encuentro con la persona amada. Creo en la medida que me sacrifico por ella, que renuncio a cosas por ella. La esperanza teologal y cristiana es el culmen de la fe, la coronación de la fe y la perfección y la meta del amor. Se ama en la medida que se desea a la persona amada. El amor se expresa por la posesión y también por el deseo de la posesión. Si no hay adviento, si no hay espera, no puede haber Navidad cristiana porque no hay esperanza y deseos de amor y de encuentro con el Dios que viene.

       El mundo actual no espera a Cristo, no siente necesidad de Cristo. Por eso, no vive el Adviento cristiano, no siente necesidad de su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. El mundo actual tiene muchas esperas: espera ganar más dinero, tener más y más cosas que le llenen y le hagan ser más feliz, espera conquistar la técnica, los medios de producción, vivir más años… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos; pero son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias y salvar a este mundo: Jesucristo.   

       Y nosotros ¿esperamos al Señor? ¿Cómo decir que creemos en la Navidad, que amamos al Señor como Dios y Señor de mi vida, y no salir a su encuentro? ¿Qué fe y amor son esos que no me llevan a salir al encuentro del que viene en mi busca? ¡Si creyéramos de verdad! ¡Si nuestra fe y amor fueran verdaderos!

La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos las multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de regalos, viajes, de champán y turrones y esperamos muchas cosas menos al Señor? Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, sobre todo en nuestros feligreses, en nuestra familia, en nuestra juventud, para que las oriente, para que haga a este mundo más fraterno y habitable? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para prepararnos mejor así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

       Queridos hermanos: Hagamos un esfuerzo por captar este mensaje de esperanza y alegría que se renueva cada Adviento y que nos repiten las Lecturas de estos domingos. Porque estamos hoy viviendo una época de desesperanza y desilusión generalizada en lo social, moral, religioso, familiar… La Navidad próxima, en la que viene nuevamente el Enviado, el Señor Jesucristo, nos dice claramente que Dios no se olvida del hombre, de nosotros. Si hay Navidad cristiana,  el hombre tiene salvación, tiene un Redentor de todos sus pecados; si hay Navidad, Dios sigue amando al mundo, Dios no se olvida del hombre. Creamos y esperemos en Él contra toda desesperanza humana, sobre todas las esperanzas humanas consumistas. Hay que esperar únicamente la salvación en Jesucristo; el tiempo de Adviento nos invita a esperar al Salvador.

       3.- Tercero: Actitud de amor. Para vivir la Navidad necesitamos querer amar a Jesucristo. Y decir amar a Jesucristo es lo mismo que orar a Jesucristo: orar y amar se conjugan igual en relacion con Dios. En la oración se realiza el encuentro con Dios Amor. Es diálogo de amor, mirada de amor.

       Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

        La oración es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el Adviento cristiano. Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y reunión de familia y regalos y todo lo demás. Porque falta el protagonista, falta Cristo, que siempre viene y vendrá para las almas que le esperan. Y el camino esencial es la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica carece de alma, carece de “espíritu y verdad”.

       La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en Espíritu y Verdad”.

       Para demostrar esta afirmación bastaría leer la definición de Santa Teresa sobre la oración: «Que no es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama» (V 8,5). Parece como si la Santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

       Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

       Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos”; “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

       Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada.

       4.- Cuarto: Necesidad de la conversión. La liturgia de estos días nos invita a allanar y enderezar los caminos del encuentro. En este tiempo debemos convertirnos más a Dios: Convertir es dejar de mirar en una dirección para hacerlo en otra. Dios debe ser lo primero y absoluto de nuestra vida, todo lo demás, relativo: la conversión es para vivir mejor el «tanto en cuanto» ignaciano.

       El tiempo que nos separa de dicha meta debe ser aprovechado con solicitud. Nosotros ya caminamos hacia la última fase de la historia; debemos prepararnos con fe y esperanza, con obras de amor y conversión de las criaturas a Dios, preparando bien el examen de amor, la asignatura final, en la que todos debemos aprobar.

       Todo hombre tiene que encontrarse con Cristo glorioso; es el momento más trascendental de nuestra historia personal, hacia la cual  tenemos que caminar vigilantes, porque decidirá nuestra suerte eterna. Es el encuentro definitivo y trascendental de nuestra historia personal y eterna, que lo esperamos fiados del amor que Dios nos tiene, manifestado en la Navidad, donde Él sigue amando, perdonando y buscando al hombre para ese encuentro eterno de felicidad con Él, Dios Uno y Trino.       Frente al auge de la increencia, el desencanto de las utopías humanas vacías de vida y amor, frente a la corrupción y la caída de las ideologías que prometían la felicidad del hombre, oponiéndose a Dios, frente a las actitudes de un consumismo, caracterizado de una trivialidad sin compromisos de tipo moral o religioso, unido a la alergia del hombre actual a la reflexión y a las preguntas últimas, resumen de un hombre que quiere orientar su vida al margen de Dios, tomando él la iniciativa de decir qué es lo que está bien o mal en el orden moral, nosotros, los cristianos, debemos mirar a Dios que nos dijo que comiéramos de todos los frutos del paraíso del mundo, menos del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque saber lo que es bueno y malo, lo que es pecado o gracia, solo le corresponde a Dios.

       Tenemos que convertirnos a Dios y no convertir el mundo y sus criaturas en dioses, ídolos que adoramos y servimos. Tenemos que convertirnos de tanta idolatría. Por eso, el hombre moderno, queriéndose apropiar de esta propiedad esencial de Dios, ha caído en la corrupción y en la autodestrucción, matando al mismo hombre, a la misma vida, con el aborto y la eutanasia; ha matado el respeto absoluto al hombre, al amor que lo ha convertido en sexo todo, ha matado la humildad, la sencillez, el servicio, el amor desinteresado.

       El ateísmo ha matado a Dios en el corazón de muchos hombres y familias; sin Dios, no hay amor, amor duradero y para siempre entre esposos,  si no hay dinero, no hay ayuda para los ancianos y mayores, respeto a todo hombre por ser hijo de Dios. El mundo necesita convertirse, volver a Dios, mirar a Dios como lo único necesario, lo absoluto y primero de la vida y de la existencia del hombre sobre la tierra.

       Frente a los laboratorios de la inmoralidad, de la increencia, del laicismo militante que son la televisión y ciertos medios de comunicación social, no desesperemos y esperemos siempre en el Señor, porque vendrán nuevamente tiempos mejores, porque Dios no deja de enviar a su Ungido, porque nunca dejará de existir la Navidad Cristiana. Y si es Navidad es que Dios sigue amando y perdonando, buscando al hombre por amor gratuito. Dios no necesita del hombre; es el hombre el que necesita de Dios. Celebremos la Navidad. Se acerca nuestra liberación. Proclamemos esta buena nueva, la mejor noticia para este mundo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad”.

MEDITACION Y HOMILÍA DE SAN JUAN DE LA CRUZ

FIESTA DE SAN JUAN DE LA CRUZ. (Estupenda homilía-meditación y más desde san Juan Pablo II, papa, retocada por mí)

CARMELITAS DON BENITO 14-12-2017. (como homilía, 4 páginas)

Queridas hermanas carmelitas, queridos hermanos todos participantes en este Eucaristía de la fiesta de san Juan de la Cruz: “En la grandeza y hermosura de las criaturas, proporcionalmente se puede contemplar a su Hacedor original . . . Y si se admiraron del poder y de la fuerza, debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su plasmador; si fueron seducidos por su hermosura, ... debieron conocer cuánto mejor es el Señor de ellos, pues es el autor de la belleza quien hizo todas estas cosas”.

Hemos proclamado estas palabras del libro de la Sabiduría, queridos hermanos y hermanas, en este día 14 de diciembre,  celebración de la Eucaristía en honor de San Juan de la Cruz. El libro de la Sabiduría habla del conocimiento de Dios por medio de las criaturas; del conocimiento de los bienes visibles que muestran a su Artífice; de la noticia que lleva hasta el Creador a partir de sus obras. 

Bien podemos poner estas palabras en labios de Juan de la Cruz y comprender el sentido profundo que les ha dado el autor sagrado. Son palabras de nuestro santo, sabio y de poeta que ha conocido, amado y cantado la hermosura de las obras de Dios; pero sobre todo, palabras de teólogo y de místico que ha conocido a su Hacedor; y que apunta con sorprendente radicalidad a la fuente de la bondad y de la hermosura, dolido por el espectáculo del pecado que rompe el equilibrio primitivo, ofusca la razón, paraliza la voluntad, impide la contemplación y el amor al Artífice de la creación: “A donde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido, habiendo herido... Pastores… Mil gracias…

Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjanme muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.
¿Por qué, pues has llagado
aqueste corazón, no le sanaste?
Y, pues me le has robado,
¿por qué así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste?
Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacedlos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre de ellos,
y sólo para ti quiero tenerlos.

Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.

¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!

2. Doy gracias a nuestro Dios Trinidad, que me ha concedido venir a venerar a nuestro santo en este día de su fiesta, porque desde mi juventud, la lectura y meditación de sus libros me hicieron mucho bien hasta el punto, que al terminar estudios en Plasencia y ser ordenado sacerdote, marché a Roma para continuarlos con el estudio y el doctorado en teología y espiritualidad con las noches de la fe en san Juan de la cruz, meditando y evocando la figura y doctrina de San Juan de la Cruz, a quien tanto debo en mi formación espiritual.

Aprendí, por tanto, a conocerlo en mi juventud y pude entrar en un diálogo íntimo con este maestro de la fe, con su lenguaje y su pensamiento, hasta culminar con la elaboración de mi tesis doctoral sobre La fe en San Juan de la Cruz.

Desde entonces he encontrado en él un amigo y maestro, que me ha indicado la luz que brilla en la oscuridad, para caminar siempre hacia Dios, “sin otra luz ni guía / que la que en el corazón ardía. / Aquesta me guiaba / más cierto que la luz del mediodía, adonde me esperaba. quien yo bien me sabía, en sitio donde nadie aparecía.”.

3. Queridos hermanos, san Juan de la Cruz, el Santo de Fontiveros es el gran maestro de los senderos que conducen a la unión con Dios. Sus escritos siguen siendo actuales, y en cierto modo explican y complementan los libros de Santa Teresa de Jesús. El indica los caminos del conocimiento mediante la fe, porque sólo tal conocimiento en la fe dispone el entendimiento a la unión con el Dios vivo.

¡Cuántas veces, con una convicción que brota de la experiencia, nos dice que la fe es el medio propio y acomodado para la unión con Dios! Es suficiente citar un célebre texto del libro segundo de la “Subida del Monte Carmelo”: “La fe es sola el próximo y proporcionado medio para que el alma se una con Dios... Porque así como Dios es infinito, así ella nos lo propone infinito; y así como es Trino y Uno, nos le propone Trino y Uno... Y así, por este solo medio, se manifiesta Dios al alma en divina luz, que excede todo entendimiento. Y por tanto cuanto más fe tiene el alma, más unida está con Dios”.

Con esta insistencia en la pureza de la fe, Juan de la Cruz no quiere negar que el conocimiento de Dios se alcance gradualmente desde el de las criaturas; como enseña el libro de la Sabiduría y repite San Pablo en la Carta a los Romanos.

El Doctor Místico enseña que en la fe es también necesario desasirse de las criaturas, tanto de las que se perciben por los sentidos como de las que se alcanzan con el entendimiento, para unirse de una manera cognoscitiva con el mismo Dios. Ese camino que conduce a la unión, pasa a través de la noche oscura de la fe.

4. El acto de fe se concentra, según el Santo, en Jesucristo; el cual, como ha afirmado el Vaticano II, a es a la vez el mediador y la plenitud de toda la revelación”. Todos conocen la maravillosa página del Doctor Místico acerca de Cristo como Palabra definitiva del Padre y totalidad de la revelación, en ese diálogo entre Dios y los hombres: “El es toda mi locución y respuesta, y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio”.

Y así, recogiendo conocidos textos bíblicos, resume: “Porque en darnos como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola palabra, y no tiene más que hablar”. Por eso la fe es la búsqueda amorosa del Dios escondido que se revela en Cristo, el Amado.

Sin embargo, el Doctor de la fe no se olvida de puntualizar que a Cristo lo encontramos en la Iglesia, Esposa y Madre; y que en su magisterio encontramos la norma próxima y segura de la fe, la medicina de nuestras heridas, la fuente de la gracia: “Y así, escribe el Santo, en todo nos habemos de guiar por la ley de Cristo hombre y de la Iglesia y sus ministros, humana y visiblemente, y por esa vía remediar nuestras ignorancias y flaquezas espirituales; que para todo hallaremos abundante medicina por esta vía”.

5. En estas palabras del Doctor Místico encontramos una doctrina de absoluta coherencia y modernidad.

Al hombre de hoy angustiado por el sentido de la existencia, indiferente a veces ante la predicación de la Iglesia, escéptico quizá ante las mediaciones de la revelación de Dios, Juan de la Cruz invita a una búsqueda honesta, que lo conduzca hasta la fuente misma de la revelación que es Cristo, la Palabra y el Don del Padre.

          Lo persuade a prescindir de todo aquello que podría ser un obstáculo para la fe, y lo coloca ante Cristo. Ante El que revela y ofrece la verdad y la vida divinas en la Iglesia, que en su visibilidad y en su humanidad es siempre Esposa de Cristo, su Cuerpo Místico, garantía absoluta de la verdad de la fe.

Por eso exhorta a emprender una búsqueda de Dios en la oración, el mejor camino que tenemos en este mundo, para que el hombre caiga en la cuenta de su finitud temporal y de su vocación de eternidad. En el silencio de la oración se realiza el encuentro con Dios y se escucha esa Palabra que Dios dice en eterno silencio y en silencio tiene que ser oída. Un grande recogimiento y un desasimiento interior, unidos al fervor de la oración, abren las profundidades del alma al poder purificador del amor divino.

6. Juan de la Cruz siguió las huellas del Maestro, que se retiraba a orar en parajes solitarios. Amó la soledad sonora donde se escucha la música callada, el rumor de la fuente que mana y corre aunque es de noche. Lo hizo en largas vigilias de oración al pie de la Eucaristía, ese “vivo pan” que da la vida, y que lleva hasta el manantial primero del amor trinitario: “Mi alma se ha empleado,
y todo mi caudal, en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio. Pues ya si en el ejido de hoy más no fuere vista ni hallada, diréis que me he perdido, que, andando enamorada,me hice perdediza y fui ganada. (fin de homilía) (Si es meditación, sigue a continuación…)

No se pueden olvidar las inmensas soledades de Duruelo, la oscuridad y desnudez de la cárcel de Toledo, los paisajes andaluces de la Peñuela, del Calvario, de los Mártires, en Granada. Hermosa y sonora soledad segoviana la de la ermita-cueva, en las peñas grajeras de este convento fundado por el Santo. Aquí se han consumado diálogos de amor y de fe; hasta ese último, conmovedor, que el Santo confiaba con estas palabras dichas al Señor que le ofrecía el premio de sus trabajos: “Señor, lo que quiero que me deis es trabajos que padecer por vos, y que sea yo menospreciado y tenido en poco”. Así hasta la consumación de su identificación con Cristo Crucificado y su pascua gozosa en Úbeda, cuando anunció que iba a cantar maitines al cielo.

7. Una de las cosas que más llaman la atención en los escritos de San Juan de la Cruz es la lucidez con que ha descrito el sufrimiento humano, cuando el alma es embestida por la tiniebla luminosa y purificadora de la fe.

Sus análisis asombran al filósofo, al teólogo y hasta al psicólogo. El Doctor Místico nos enseña la necesidad de una purificación pasiva, de una noche oscura que Dios provoca en el creyente, para que más pura sea su adhesión en fe, esperanza y amor. Sí, así es. La fuerza purificadora del alma humana viene de Dios mismo. Y Juan de la Cruz fue consciente, como pocos, de esta fuerza purificadora. Dios mismo purifica el alma hasta en los más profundos abismos de su ser, encendiendo en el hombre la llama de amor viva: su Espíritu.

El ha contemplado con una admirable hondura de fe, y desde su propia experiencia de la purificación de la fe, el misterio de Cristo Crucificado; hasta el vértice de su desamparo en la cruz, donde se nos ofrece, como él dice, como ejemplo y luz del hombre espiritual. Allí, el Hijo amado del Padre “fue necesitado de clamar diciendo: ¡Dios mío, Dios mío! por qué me has desamparado?

Lo cual fue el mayor desamparo sensitivamente que había tenido en su vida. Y así en él hizo la mayor obra que en toda su vida con milagros y obras había hecho, ni en la tierra ni en el cielo, que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios”.

8. El hombre moderno, no obstante sus conquistas, roza también en su experiencia personal y colectiva el abismo del abandono, la tentación del nihilismo, lo absurdo de tantos sufrimientos físicos, morales y espirituales. La noche oscura, la prueba que hace tocar el misterio del mal y exige la apertura de la fe, adquiere a veces dimensiones de época y proporciones colectivas.

También el cristiano y la misma Iglesia pueden sentirse identificados con el Cristo de San Juan de la Cruz, en el culmen de su dolor y de su abandono. Todos estos sufrimientos han sido asumidos por Cristo en su grito de dolor y en su confiada entrega al Padre. En la fe, la esperanza y el amor, la noche se convierte en día, el sufrimiento en gozo, la muerte en vida.

Juan de la Cruz, con su propia experiencia, nos invita a la confianza, a dejarnos purificar por Dios; en la fe esperanzada y amorosa, la noche empieza a conocer “los levantes de la aurora”; se hace luminosa como una noche de Pascua —“O vere beata nox!”, “¡Oh noche amable más que la alborada!”— y anuncia la resurrección y la victoria, la venida del Esposo que junta consigo y transforma al cristiano: “¡Oh noche que juntaste, Amado con amada, amada en el Amado transformada”.

¡Ojalá las noches oscuras que se ciernen sobre las conciencias individuales y sobre las colectividades de nuestro tiempo, sean vividas en fe pura; en esperanza “que tanto alcanza cuanto espera”; en amor llameante de la fuerza del Espíritu, para que se conviertan en jornadas luminosas para nuestra humanidad dolorida, en victoria del Resucitado que libera con el poder de su cruz!

9. Hemos recordado en la lectura del Evangelio las palabras del profeta Isaías, asumidas por Cristo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor”.

También el “santico de Fray Juan” —como decía la madre Teresa— fue, como Cristo, un pobre que evangelizó con inmenso gozo y amor a los pobres; y su doctrina es como una explicación de ese evangelio de la liberación de esclavitudes y opresiones del pecado, de la luminosidad de la fe que cura toda ceguera. Si la Iglesia lo venera como Doctor Místico desde el año 1926, es porque reconoce en él al gran maestro de la verdad viva acerca de Dios y del hombre.

La Subida del Monte y la Noche oscura culminan en la gozosa libertad de los hijos de Dios en la participación en la vida de Dios y en la comunión con la vida trinitaria. Sólo Dios puede liberar al hombre; éste sólo adquiere totalmente su dignidad y libertad, cuando experimenta en profundidad, como Juan de la Cruz indica, la gracia redentora y transformante de Cristo. La verdadera libertad del hombre es la comunión con Dios.

10. El texto del libro de la Sabiduría nos advertía: “Si pueden alcanzar tanta ciencia y son capaces de investigar el universo, ¿cómo no conocen más fácilmente al Señor de él?”. He aquí un noble desafío para el hombre contemporáneo que ha explorado los caminos del universo. Y he aquí la respuesta del místico, que desde la altura de Dios descubre la huella amorosa del Creador en sus criaturas y contempla anticipada la liberación de la creación.

Toda la creación, dice San Juan de la Cruz, está como bañada por la luz de la encarnación y de la resurrección: “En este levantamiento de la Encarnación de su Hijo y de la gloria de su Resurrección según la carne no solamente hermoseó el Padre las criaturas en parte, mas podremos decir que del todo las dejó vestidas de hermosura y dignidad”. El Dios que es “Hermosura” se refleja en sus criaturas.

En un abrazo cósmico que en Cristo une el cielo y la tierra, Juan de la Cruz ha podido expresar la plenitud de la vida cristiana: “No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo en quien me diste todo lo que quiero... Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes; los justos son míos, y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías, y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí”.

11. Queridos hermanos y hermanas: He querido rendir con mis palabras un homenaje de gratitud a San Juan de la Cruz, teólogo y místico, poeta y artista, “hombre celestial y divino” —como lo llamó Santa Teresa de Jesús—, amigo de los pobres y sabio director espiritual de las almas. El es el padre y maestro espiritual de todo el Carmelo Teresiano, el forjador de esa fe viva que brilla en los hijos más eximios del Carmelo: Teresa de Lisieux, Isabel de la Trinidad, Rafael Kalinowski, Edith Stein.

Pido a las hijas de Juan de la Cruz, las carmelitas descalzas, que sepan vivir las esencias contemplativas de ese amor puro que es eminentemente fecundo para la Iglesia. Recomiendo a sus hijas, las carmelitas descalzas, fieles custodias de este convento y animadoras de la espiritualidad carmelitana, consistente especialmente en la oración y mortificación y silencio del mundanal ruido por la salvación eterna de sus hermanos, tan propias de la orden y practicadas hasta el heroísmo por el Santo, les pido es fidelidad a su doctrina y la dedicación a la dirección espiritual de las almas que en sus diálogos con los creyentes vengan a visitarlas y a pedirlas su oración.

Y para terminar, como garantía de revitalización eclesial, dejo estas hermosas consignas de San Juan de la Cruz que tienen alcance universal: clarividencia en la inteligencia para vivir la fe: “Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por tanto sólo Dios es digno de él”. Valentía en la voluntad para ejercitar la caridad: “Donde no hay amor, ponga amor y sacará amor”. Una fe sólida e ilusionada, que mueva constantemente a amar de veras a Dios y al hombre; porque al final de la vida, “a la tarde te examinarán en el amor”.

Dios sea bendito, hermanas, que sea más conocido y amado por vuestra oración permanente, vuestra ofrenda de vida entera y vuestra caridad fraterna. Amén así sea.

MI ÚLTIMA LECCIÓN DE TEOLOGÍA ESPIRITUAL

LA EXPERIENCIA  DE DIOS EN SAN JUAN DE LA CRUZ

1.- SALUDOS

       Exmo y Rvdmo. Sr. Obispo, Sr. Rector y Superiores del Seminario, Sr. Director del Instituto Teológico, Sr. Deán de la Catedral, profesores del Seminario y seminaristas y queridas hermanas y hermanos, amigos todos:

       Quiero hablar de la experiencia de Dios en San Juan de la Cruz, porque para mí, como profesor de Teología Espiritual, es la verdadera experiencia de Dios posible en este mundo por la gracia y las virtudes teologales; hablar de experiencia de Dios en San Juan de la Cruz es hablar de la contemplación infusa, «medio adecuado» para llegar a ella según el Doctor Místico,  y hacia la cual  mira y se dirige el Santo desde la primera página de sus escritos; y hablar de la contemplación en San Juan de la Cruz es hablar de la oración personal, de la que el santo es maestro insuperable con Santa Teresa de Jesús, sobre todo, en las etapas más elevadas de la  unión y transformación en Dios, por la experiencia de la Santísima Trinidad en lo más profundo del alma. 

Quiero añadir en este aspecto que hablar de oración en San Juan de la Cruz es hablar de «contemplación infusa»,  «teología mística», «oración contemplativa», «noticia amorosa»,«ciencia infusa», «noche del sentido o del espíritu»,  denominaciones diversas de la misma realidad, que es la contemplación infusa o pasiva, por la que Dios se comunica al orante y el alma llega a la «unión perfecta con Dios»...

Para San Juan de la Cruz estos conceptos y realidades están tan unidos y entrelazados que no pueden separarse, a no ser que queramos tratar de cada uno específicamente. De todos ellos hablaremos, aunque brevemente.

Me alegra muchísimo terminar hoy mi última lección de Teología Espiritual con el mismo tema que los inicié en la Universidad  de Roma. Gloria y alabanza sean dadas a la Santísima Trinidad, que, por medio de mi Seminario, realidad tan querida y orada por mi, y en su representación, por los que rigen su marcha, Sr. Obispo, Superiores y Sr. Director del Instituto Teológico, han hecho posible mi despedida como profesor con esta última lección, dictándola en el lugar más amado, mi seminario; ante las personas más valoradas y queridas por mí, los seminaristas y los sacerdotes de Cristo; y ante una representación de hermanos de la parroquias, especialmente de San Pedro, a los que con dedicación total he entregado mi vida sacerdotal, en el nombre de mi Dios y Señor, Jesucristo, por el que fui llamado a la amistad total, que siento vivamente, sobre todo en ratos de oración y de liturgia sagrada, porque me ha seducido y conquistado, y quiero serlo todo para Él como Él primero fue y lo es todo para nosotros; Dios, oración, sacerdotes, seminario, parroquia, he aquí las realidades más queridas por mí, siempre en y desde ese orden de amor, de verdad y de gozo. Y todo, desde la oración personal que me llevó a descubrir todos estos misterios.

Al tratar hoy estos temas como profesor de Teología Espiritual, quisiera hacerlo lleno del fuego de mi maestro San Juan de la Cruz, que a la vez que escribe profunda y encendidamente de estos temas de la oración y de la unión con Dios, lo hace también lleno de deseos de contagiar su pasión por Dios en la oración contemplativa, único y esencial medio para la unión de amor, animándonos a todos, no solo a sus hermanos y hermanas Carmelitas, a recorrer este camino que nos lleva a la unión y amor total de Dios, y que le hace exclamar: «7. ¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (CB 39, 7).

Ésta introducción a la experiencia de Dios en San Juan de la Cruz pretende ser una lección de Teología Espiritual, de Mística Teología, que diría el Santo, diferenciándola de la Teología escolática; y quiere ser al mismo tiempo también una invitación a todos, a pedir a Dios y desear recorrer este camino esencial de encuentro con Él, por la oración contemplativa, que nos hace llegar al término de la fe y de la vida cristiana, a la experiencia del Dios vivo, fundamento, camino y meta de la vida y del apostolado cristiano que es llevar la almas hasta el encuentro con Dios vivo, sin quedarnos en las acciones o en zonas intermedias de la vida o apostolado.

La experiencia de Dios, en San Juan de la Cruz, se realiza por la oración contemplativa, donde llegamos a sentir el amor de Dios, su vida, su respiración dentro de nosotros, que es sabor dulce de amor en los labios y néctar en la garganta del beso de Amor en el Espíritu Santo, para el que fuimos soñados, contemplados y amados en la mente divina; y en consejo trinitario fuimos amados y preferidos y creados, tú has sido amado, yo he sido preferido, y Dios pronunció mi nombre, tu nombre, mi vida es más que esta vida, tú has sido creado para ser eternidad de felicidad en Dios, y a esta contemplación divina del diálogo eterno de belleza, hermosura, felicidad y amor entre los Tres, a este eterno amanecer de la luz y resplandores divinos, es a donde Dios quiere llevarnos, y el alma se introduce por la oración contemplativa. Y San Juan de la Cruz es maestro insuperable.

INTRODUCCIÓN

Cuando uno siente que Dios existe y es Verdad, que Cristo existe y es Verdad, que su Amor-Espíritu Santo existe y es verdad y esto se siente y se experimenta como Él lo siente y a veces lo vemos expresado en el evangelio de San Juan: “ Como el Padre me ama a mí, así os he amado yo; permaneced en mi amor; os he dicho estas cosas, para que mi alegría esté dentro de vosotros y vuestra alegría sea completa… Yo en ellos y tú en mí, y así el mundo reconozca que tú me has enviado y que los amas a ellos como me amas a mi”; fijaos bien, nos ama el Padre con el mismo amor de Espíritu Santo que ama al Hijo, y nos lo da por participación, por gracia, por las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, porque nosotros no podemos ni sabemos fabricar estas luces de contemplación de amor, de experiencias y sentimientos y amores infinitos y nos sentimos amados por el Padre en el Hijo, porque por la oración-conversión nos identificamos con Él hasta el punto de que el Padre no ve diferencias en el Hijo Amado y los hijos, porque estamos llenos de la misma luz del Verbo...

Cuando la simple criatura se ve y se siente amada y preferida singular y eternamente por Dios, más amada por Él que por uno mismo, --me ama más que yo me amo y me pueda amar y me ha querido crear para amarme así y para que lo ame igualmente-- y esto verdad y lo siento y no es pura teoría, es carne de mi carne y me amará así ahora y siempre, --qué confianza, qué seguridad, qué gozo, Dios mío, penetra todo mi ser y lo domina y lo eleva y lo consume...-- recibiendo en mi alma el beso de su mismo Amor eterno e infinito, que es su Espíritu Santo, recibido por su gracia, pronunciando mi propio nombre en su Palabra llena de Amor de su mismo Espíritu, Palabra pronunciada luego en carne humana…

Dice San Juan de la Cruz: el Padre, desde toda la eternidad, no ha tenido tiempo más que para pronunciar una sola Palabra y en ella nos lo dijo todo, y la pronunció en silencio, es decir, en oración, en diálogo de amor sin ruido ni gesto, contemplándose en su infinito Ser por sí mismo en Verdad y Vida infinita, y así debe ser escuchada, en el silencio de la oración, en la misma Palabra del Padre pronunciada llena de amor para nosotros.

Cuando Dios personalmente pronuncia para ti esta misma Palabra llena de luz y hermosura y verdad y belleza en la oración personal, de tú a tú,  en un TÚ, persona divina, «inmenso Padre», trascendentemente cercano, «divinamente» comunicativo, y en un yo que, porque naciendo de este TÚ y avanzando en creciente dinamismo hacia Él, se percibe, padece y goza, como una «pretensión» infinita incolmable de Dios, el diálogo se ha hecho Trinidad, la amistad se ha hecho beso trinitario, la intimidad se ha hecho, fundido en esencia divina, en el Ser Infinito del Dios Trino y Uno.

«Si el hombre busca a Dios, más le busca su Amado a él», repite San Juan de la Cruz. Entre personas anda el juego: Dios y el hombre, en mutua gravitación amorosa, llenan todo el escenario de la experiencia de Dios sanjuanista y dan peso y sustancia a su palabra de maestro de la fe. Urgencia de encuentro, de plenitud en la donación divina, en la acogida-donación humana. Y esto lo define el Doctor Místico como vida teologal: de Dios a nosotros —Dios en fe—, y de nosotros a Dios, «sin otra luz y guía, que la que en el corazón ardía»: la oración contemplativa.

El Doctor Místico, contemplativo por gracia y por voluntad, --llamada y respuesta--, centra la vida teologal y la conecta, como maestro, únicamente a la oración-contemplación. Así, la oración, por vivencia teologal, está abierta a la contemplación, en la que el protagonismo siempre es de Dios, y no de las criaturas, que ni saben ni entienden ni abarcan ni comprenden estas realidades del Amor divino, y Dios las irá preparando e ilustrando según su capacidad y su aceptación.

Lejos de cualquier contemplación «platónica», teórica, que el sujeto puede fabricarse, y vivir luego al margen de lo contemplado, la que San Juan de la Cruz enseña, es comunión de vida, inmersión del creyente en el mundo de Dios, mundo de relación gratuita, y en el mundo de la Iglesia, de la liturgia y del apostolado, pero visión distinta, porque se hace desde la misma visión de Dios, es decir, viviendo y experimentando lo que Dios siente y piensa y vive de sus mismo Ser y Existir Divino con su mismo Amor de  Espíritu Santo.

No es liturgia, apostolado, evangelio, amor a Dios y al prójimo, como yo lo puedo fabricar con la gracia de Dios por la oración, y que es bueno, y mucho menos, si uno lo programa o lo hace sin oración y unión permanente con Cristo, porque son liturgia, apostolado nuestro, puramente humano, sin el Espíritu de Cristo.  

La oración contemplativa en San Juan de la Cruz  no es contemplación separada de la vida, ni puramente intelectual ni fabricada por manos humanas; la contemplación pasiva de San Juan de la Cruz es obra de Dios en el alma y está hecha de la misma vida de Dios metida en la misma vida y ser del orante, en la misma sustancia del alma, como el Santo gusta repetir, sentida y vivida y experimentada, y desde esa experiencia y vida, gozada y sumergida en la misma esencia divina por participación de la gracia, que Dios mismo obra en el alma.

Por eso, para él, la oración es el fundamento de toda la vida cristiana, es la misma vida cristiana; todo está cimentado y se alimenta y tiende como meta y cumbre a la unión con Dios; y no hay oposición entre liturgia «centro y culmen de toda la vida cristiana» como nos dice el Vaticano II  y oración personal, sino mutua ayuda y complemento; porque la liturgia, que esencialmente es «opus Trinitatis», es la provocación de Dios al creyente con sus dichos y hechos de amor, presencializados en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, que hace presente “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo…”

La liturgia es la acción de Dios y la provocación de amor del Padre al hombre por el Hijo en el Espíritu Santo, que siempre exige y pide la aceptación del celebrante y participantes por la misma oración litúrgica, que acepta y responde a los hechos salvadores y palabras hechos presentes por los ritos sagrados. La liturgia del Padre pide la repuesta de la Iglesia, que devuelve al Dios Trino y Uno la respuesta de amor personal y comunitaria por el pontífice, el sacerdote, puente de unión entre las dos orillas; entre la orilla divina, que nos trae de Dios su Salvación, que retorna aceptada desde la orilla humana, como repuesta de amor, hasta el trono de Dios y siempre por el mismo puente. De ahí la tremenda importancia de la santidad sacerdotal, de la mayor unión posible con Dios para que llegue hasta nosotros más abundancia de aguas divina. En la liturgia la iniciativa siempre es de Dios, pero no es completa, no es lo que Dios quiere y busca,  si no hay respuesta de fe y amor del hombre. Y eso es por la liturgia asimilada por la oración personal o por la oración personal hecha liturgia; pero siempre oración; por eso, la liturgia más importante es la Oración o Plegaria Eucarística.  

La oración contemplativa se nos muestra unida sustancialmente a la liturgia, a la vida, al apostolado, formando unidad en el creyente. Y en esta materia, San Juan de la Cruz nos dirá que su palabra quiere ser  «sustancial y sólida». Por eso, qué cariño, qué certeza, qué seguridad, qué necesidad tengo de esta oración, de este camino, de este encuentro, de esta unión, de este abrazo, de esta amistad, de esta comunicación, de este estar con Él y en Él, de este tratar de amar a Dios sobre todas las cosas que es la oración, y «que no es otra cosa sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama», como la define Santa Teresa de Jesús desde su experiencia de oración.

La oración contemplativa personal, comunitaria o litúrgica, siempre nos hace entrar, como los exploradores enviados por Moisés, en la tierra prometida por Dios para volver cargados de los frutos que Dios nos ha preparado, y  el explorador contemplativo,  que ha visto y sentido todo esto, pero de verdad, no sólo por teología, o de oídas o teóricamente, sino por la experiencia del Dios vivo, vuelve siempre de esa oración cargado de gozo, de dones de santidad y de deseos de volver pero con los hermanos. He ahí  la esencia del cristianismo.

He aquí la clave del apostolado sacerdotal o del sacerdote apostólico, del fin y meta de todo apostolado, de la liturgia, de la oración sanjuanista, hasta el punto de que todos los cristianos, al escuchar la Palabra, celebrar los misterios, vivir la vida de gracia y de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, puedan decir del misterio de Dios como los paisanos de la samaritana: “Ya no creemos por lo que tú nos dicho; nosotros mismos lo hemos oído y estamos convencidos de que éste es de verdad el salvador del mundo” (Jn 4, 42). Ya antes Jesús había profetizado en este mismo diálogo con la Samaritana: “Pero llega la hora, y en ella estamos, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y Verdad. Porque así son los adoradores que el Padre quiere. Dios es Espíritu y sus adoradores han de adorarlo en Espíritu y Verdad” (v. 23).

 Quisiera que cada uno de los creyente, pudiera decir a Dios, al Cristo vivo, vivo y resucitado de la Eucaristía, como Job: “Hasta ahora hablaba de ti de oídas, ahora te han visto mis propios ojos”( Job 42, 5).  En los textos de San Juan, cuando salen «espíritu y verdad», siempre los pongo en mayúscula, porque para mí se refieren al Verbo de Dios, que es la Verdad, y al Espíritu Santo, que es el Espíritu del Dios Amor, como nos dirá San Juan en otro texto hermosísimo: “Dios es Amor…, en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó primero”(1Jn 4. 10).

En todo lo relacionado con Dios, una cosa es creer, otra celebrar y otra, vivir; vivir la fe, la esperanza y el amor, la experiencia del Dios vivo, esa es la “verdad completa”,  de la que nos habla el Señor en el evangelio de Juan. Y para llegar a la “verdad completa” nosotros, como los Apóstoles, tenemos que tener el Espíritu de Cristo,  tenemos que recibir el Espíritu Santo. Y para recibirlo hay que estar “en oración con María la madre de Jesús”. Pero en una oración que nos lleve a la “verdad completa”, porque no vale cualquier oración. Los Apóstoles habían orado muchas veces, incluso con el Señor, pero esa oración no le llevó a la “verdad completa”. Para llegar a ella, que es la experiencia de Cristo vivo pero en nuestro espíritu, en mi misma carne y sangre, dice San Juan de la Cruz, y es el mejor maestro de oración, hay que llegar a etapas un poco más elevadas de oración, hay que llegar a la oración contemplativa. Y cuando se tiene esta vivencia de Dios, es cuando se llega a «la verdad completa».

Los Apóstoles han escuchado al Señor durante tres años, han visto sus milagros y han escuchado sus palabras salvadoras, llenas de amor, pero no han llegado a la “verdad completa”, porque todo se ha quedado en la mente y muy poco ha llegado al corazón; los Apóstoles le han visto resucitado con sus propios ojos de carne, han celebrados la Eucaristía con Él, le han tocado y palpado material y externamente con sus propias manos, y siguen con miedo, con las puertas cerradas por miedo a los judíos; viene el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, es decir, que es Cristo mismo, el mismo Cristo, pero no hecho palabra ni milagros ni siquiera pan consagrado en las misma Eucaristías que celebró con ellos después de resucitado,  sino el mismo Cristo hecho fuego, llama de amor viva que les invade por dentro y les quema y lo sienten y experimentan en su espíritu, y ya no pueden contenerse y lo comprenden todo, como los dos discípulos de Emaús, pero no con conocimiento discursivo o experiencia externa, sino con vivencia interna llena de fuego: “Ardía nuestro corazón”, como así he titulado a mis tres ciclos de homilias, y entonces es cuando llegan a la “verdad completa” que Jesús les había prometido, y abrieron las puertas y se acabaron los miedos y sin programar mucho lo que tenían que decir o hacer, pero llenos del Espíritu de Cristo, pero en mayúscula, el Espíritu Santo, Pedro empezó a predicar y todos entendieron y se convirtieron tres mil de toda lengua, raza y nación, como el Señor los había prometido: “Porque os he dicho estas cosas os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no viene a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy os lo enviaré… Él os llevará la verdad completa”.

Qué necesidad tenemos, tiene el mundo de la experiencia de Dios. Este mundo ateo, materialista y vacío de lo trascendente. Es el mejor apostolado, la mejor gracia que podemos comunicarle. Ser, como dijo Juan Pablo II, no sólo predicadores, sino testigos de lo que predicamos y celebramos. De esto hablo ampliamente en un artículo que me ha publicado la Revista Teológica Sacerdotal Surge, de la Universidad de Vitoria, en su último número mayo-junio 2006: Retos del Sacerdote moderno, que a su vez es un resumen de una parte de mi libro: Tentaciones y retos del Sacerdote actual.

Y cuando digo oración de unión con Dios, de oración contemplativa,  en San Juan de  la Cruz nunca la separemos de oración de purgación y conversión, de purificación y noche del sentido y del espíritu, que limpian los sentidos y el espíritu en sus mismas raíces, entres sufrimientos y dolores de muerte del yo humano para unirse a yo divino y que las almas no podrían soportar sin una ayuda especial de Dios.

Para el santo, en relación con Dios, orar, amar y convertirse se conjugan igual. Si dejo de amar, dejo de orar y convertirme. Y si dejo de convertirme, dejo de orar y amar. Y esto es necesario no olvidarlo jamás en la  vida cristiana. Por eso la vida mística, la experiencia de Dios, la oración permanente exige conversión permanente, que dura toda la vida. Si el alma deja de convertirse, que es lo mismo que dejar de amar, deja también de orar, porque para vivir la vida a su modo se basta a sí mismo; sólo necesitamos la oración cuando queremos vivir como Cristo, como cristianos, al modo de Cristo, entonces necesito de Él, de encontrarme con Él todos los días por la oración permanente que me lleva a la conversión-unión permanente.

Y ésta es la causa principal del abandono de la oración, del aburrimiento que sentimos a veces en los ratos de meditación, de no pasar ratos largos y gozosos ante el Señor, de no llegar a vivir la Eucaristía; esta es lógicamente la causa de  no sentir su necesidad, de la oración y de la Eucaristía, estando tan necesitados. Nos cuesta convertirnos. Y esta es la causa de que no se avance en la vida espiritual. El principal impedimento. Nada de técnicas ni posturas, o respirar de una forma y otra;  en la oración, como en el amor a Dios, no se avanza si no hay conversión.

Cualquiera que haya leído a San Juan de la Cruz habrá quedado muy impresionado y hasta un poco asustado de las descripciones tan abundantes y plásticas que hace de oscuridad, sufrimientos de conversión y demás pruebas de esta noche del alma.  

A lo largo de toda la Noche, el Doctor Místico no cesa de hablarnos de tinieblas, desnudez, abandonos, sentimientos de la propia nada y miseria, sentimiento de estar alejado de Dios, imposibilidad absoluta para orar y meditar, sequedades y negaciones y oscuridades interiores..., y, por otra parte, pérdida de amigos, críticas, calumnias y murmuraciones, incomprensiones, humillaciones y padecimientos exteriores de todo tipo, con enfermedades y sufrimientos físicos y psíquicos,  hasta parecer que va a morir.

La intensidad de estos dolores es tan grande que el Santo no duda en compararlos repetidas veces a los del Purgatorio: «En esto humilla Dios mucho al alma para ensalzarla mucho después y si Él no ordenase que estos sentimientos, cuando se avivan en el alma, se adormeciesen presto, moriría muy en breves días; mas son interpolados los ratos en que se sienten su íntima viveza. La cual algunas veces se siente tan al vivo, que le parece al alma que ve abierto el infierno y la perdición. Porque estos son los que de veras “descienden al infierno viviendo,” (Ps 54,16), pues aquí se purgan de manera que allí. Y por eso, el alma, que por aquí pasa o no entra en aquel lugar, o se detiene allí muy poco, porque aprovecha más aquí una hora que muchas allí» (N2, 6,5).

No paso a describir esta parte de los sufrimientos porque aquí trato más bien de la experiencia gozosa de Dios. En alguna parte he tratado este tema abundantemente, dando  explicación espiritual y psicológica de los mismos, para hacerlos más comprensibles y para que no nos asustemos ante todo tipo de purificaciones y humillaciones y sufrimientos, que nos son necesarios, porque de todo se sirve el Señor para demostrarnos que sólo debemos buscarle a Él, no sus dones, que nos hacen egoístas. Es la renuncia total a todo por conseguir el todo, pero no teóricamente, sino de verdad. Los modos es lo de menos.

       Me sorprende en este aspecto San Juan del Cruz, que dice muchas veces en sus escritos, sobre todo en la Subida al Monte Carmelo, que nos va a hablar de oración y luego escribe los tres libros de la Subida como los dos de la Noche y se los pasa hablando  de las purificaciones, purgaciones, de mortificaciones del yo, de sus criterios, de sus afectos desordenados, de las potencias del alma, memoria, entendimiento y voluntad, de las nadas… para llegar al todo.  

Por todo lo cual, para nosotros, no tiene ninguna duda, de que San Juan de la Cruz como santo, como doctor y como místico, puede ser propuesto como modelo y debe ser escuchado como maestro en este aspecto esencial de la condición humana que es la experiencia de Dios. (Martín Velasco, LA EXPERIENCIA CRISTIANA DE DIOS. Madrid 1995).

San Juan de la Cruz puede ser un testigo indiscutible de la profundidad del hombre y de la necesidad de Dios a una generación como la nuestra, culturalmente secularizada, pero ávida de lo sagrado, con deseos de experiencia y contacto con Dios. Por eso San Juan de la Cruz sigue actual como lo son los doctores de la Iglesia, es decir, aquellos teólogos cuya doctrina es reconocida por la Iglesia como capaz de iluminar a las sucesivas generaciones de cristianos, que quieran caminar a la unión y amor total y transformante en Dios. S. Juan de la Cruz es además místico, es decir, una persona que ha realizado una forma particularmente intensa, profunda e inmediata de experiencia de Dios.

LA CONTEMPLACIÓN EN SAN JUAN DE LA CRUZ

San Juan de la Cruz, contemplativo por gracia y por voluntad propia —llamada y respuesta—, centra la vida teologal, la conecta únicamente, como maestro, a la oración-contemplación. La contemplación será siempre vida, comunión de vida con Dios; por eso, la oración entra así en la vida del cristiano de la mano de las virtudes teologales, como algo central y enraizado en el ser cristiano. Y será la expresión vibrante, en anchura y profundidad, de la vida del seguidor de Jesús, para vivir la vida de Cristo, con sus mismos sentimientos y actitudes. La oración será siempre expresión, «medida», termómetro de la vida teologal del cristiano y, por tanto, de santidad, de unión afectiva y efectiva con Cristo, de su expresión en apostolado verdadero.

Sobre esta base y estructura teologal se asienta la palabra sanjuanista sobre la oración contemplación. Y la oración contemplativa no será sino la mayor abundancia de fe, esperanza y caridad que Dios puede infundir en un alma. Y sobre ella están escritas las páginas que siguen. Para ello, me parece oportuno empezar con una visión panorámica de la vida espiritual según San Juan de la Cruz, que acepta las etapas y terminología clásica, pero dándole algunos matices personales, sobe todo en la contemplación.

BREVE DESCRIPCIÓN DE LAS ETAPAS DE ORACIÓN EN  SAN JUAN DE LA CRUZ.

El análisis de las obras del Santo revela claramente las etapas principales que jalonan el itinerario espiritual. En el ARGUMENTO del Cántico Espiritual B dice el Santo, antes de comentar la primera estrofa:

«1. El orden que llevan estas canciones es desde que un alma comienza a servir a Dios hasta que llega a el último estado de perfección, que es matrimonio espiritual; y así en ellas se tocan los tres estados o vías de ejercicio espiritual por las cuales pasa el alma hasta llegar al dicho estadio, que son purgativa, iluminativa y unitiva, y se declaran acerca de cada una algunas propiedades y efectos de ella».

       El segundo número del mismo «Argumento» precisa la correspondencia de esta nomenclatura con la terminología de principiantes, aprovechados y perfectos:

»El principio de ellas trata de los principiantes, que es la vía purgativa. Las de más adelante tratan de los aprovechados… y ésta es la vía iluminativa (de la contemplación).

Después de éstas, las que siguen tratan de la vía unitiva, que es la de los perfectos, (contemplación unitiva) donde se hace el matrimonio espiritual. La cual vía unitiva y de perfectos se sigue a la Iluminativa, que es de los aprovechados” (CB, Argumento, 2).

Del texto se deduce la clara equivalencia de estados y vías y grados de oración:

Mirando a los estados de los orantes nos encontramos:

     Estados:

  • principiantes
  • aprovechados
  • perfectos

Mirando el camino o las vías:

     Vías:

  • purgativa
  • iluminativa
  • unitiva

Mirando los grados de oración:

      Oración:

      meditación

      contemplación inicial      

      contemplación perfecta o unitiva.

Y mirando a las noches tendríamos:

activa del sentido

noche pasiva del sentido, intermedio de calma con noche activa del espíritu y         comienzo de pasiva del espíritu.

final de noche pasiva del espíritu. 

Y la correlación de los estados y vías sería la siguiente

ESTADOS             VÍAS           NOCHES                    ORACIÓN

Principiantes      purgativa    activa del sentido       meditación

aprovechados    iluminativa  pasiva del sentido      contemplación-

perfectos           unitiva-       activa del espíritu      inicial

                                                                          contemplación-

                                                                           unitiva

BREVE EXPLICACIÓN DE LOS ESTADOS Y VÍAS.

A) LOS ESTADOS.

a) Principiantes.

Este estado es tal vez el más pormenorizado en las obras del Santo. A más de la parte que le corresponde en la repartición temática, lo toma frecuentemente como punto de referencia para indicar las diferencias que median entre éstos y los aprovechados y perfectos. Bajo este aspecto, el estado de principiante empieza  en esa fase que en teología espiritual se ha llamado segunda conversión, en virtud de la resolución eficaz del sujeto de servir de lleno y de verdad al Señor.

El principiante ha superado la situación de instalamiento  y ha comenzado una seria conversión porque quiere amar a Dios sobre todas las cosas. Su alimento es la meditación; se afana por avanzar en la virtud; aparece inmerso en el sabor del primer fervor espiritual al mismo tiempo que se manifesta lleno de imperfecciones. El análisis pormenorizado, aunque no exhaustivo (IN, 7, 5), de las «propiedades de los principiantes» ocupa los siete primeros capítulos de la Noche:

«1. Acerca también de los otros [dos] vicios, que son envidia y acidia espiritual, no dejan estos principiantes de tener hartas imperfecciones. Porque acerca de la envidia muchos déstos suelen tener movimientos de pesarle[s] del bien espiritual de los otros, dándoles alguna pena sensible que les lleven ventaja en este camino, y no querrían verlos alabar; porque se entristecen de las virtudes ajenas, y a veces no lo pueden sufrir sin decir ellos lo contrario, deshaciendo aquellas alabanzas como pueden, y les crece (como dicen) el ojo no hacerse con ellos otro tanto, porque querrían ellos ser preferidos en todo. Todo lo cual es muy contrario a la caridad, la cual, como dice san Pablo, se goza de la verdad (I Cor 13,6), y, si alguna envidia [tiene, es envidia] santa, pesándole de no tener las virtudes del otro, con gozo de que el otro las tenga, y holgándose de que todos le lleven la ventaja por que sirvan a Dios, ya que él está tan falto en ello.

2. También acerca de la acidia espiritual suelen tener tedio en las cosas que son más espirituales y huyen dellas, como son aquellas que contradicen al gusto sensible… y si una vez no hallaron en la oración la satisfacción que pedía sus gusto (porque conviene que se le quite Dios para probarlos), no querrían volver a ella, o a veces la dejan o van de mala gana.

3. Y muchos déstos querrían que quisiese Dios lo que ellos quieren, y se entristecen de querer lo que quiere Dios, con repugnancia de acomodar su voluntad a la de Dios; de donde les nace que muchas veces en lo que ellos no hallan su voluntad y gusto piensen que no es voluntad de Dios, y que, por el contrario cuando ellos la satisfacen crean que Dios se satisface, midiendo Dios consigo, y no a sí mismos con Dios; siendo muy al contrario lo que El mismo enseñó en el Evangelio, diciendo que el que perdiese su voluntad por El  ése la ganaría y el que la quisiese ganar ése la perdería (Mt.16,25)

4. Estas imperfecciones baste aquí haber referido de las muchas en que viven los deste primer estado de principiantes, para que se vea cuánta sea la necesidad que tienen de que Dios los ponga en estado de aprovechados; que se hace entrándolos en la noche oscura que ahora decimos, donde, destetándolos Dios de los pechos destos gustos y sabores en puras sequedades y tinieblas inferiores (digo interiores), les quita todas estas impertinencias y niñerías y hace ganar las virtudes por medios muy diferentes. Porque, por más que el principiante en mortificar en sí ejercite todas estas sus acciones y pasiones, nunca del todo ni con mucho puede hasta que Dios [lo hace en él, habiéndose él] pasivamente, por medio de la purgación de la dicha noche».

Vemos, pues, cómo el mismo trato con Dios del principiante es egoísta, vive pendiente de yo, le da culto de la mañana a la noche, incluso en las cosas de Dios. La meditación es la nota fundante de este estado y es obra del sentido natural del hombre, que llama San Juan de la Cruz a discurso del sujeto.

b) Aprovechados.

El paso del estado de principiantes al de aprovechados es el tránsito de la vida del sentido a la del espíritu (IN 10, 1, 2), de la oración meditativa, a través de formas, imágenes, y noticias particulares, a la idea general y simple de la contemplación del misterio de Dios, de la visión total de Cristo, sin meditar en una parte o evangelio. El cambio no es brusco; se efectúa paulatinamente y el Santo nos ha dejado detalladas descripciones del comienzo de la contemplación:

 «1. En esta noche oscura comienzan a entrar las almas cuando Dios las va sacando de estado de principiantes, que es de los que meditan en el camino espiritual, y las comienza a poner en el de los aprovechantes, que es ya el de los contemplativos, para que, pasando por aquí, lleguen al estado de los perfectos, que es el de la divina unión del alma con Dios (N 1,1, 1)». 

Y continúa el santo:

«1. En el tiempo, pues, de las sequedades de esta Noche sensitiva --en la cual hace Dios el trueque que habemos dicho arriba sacando el alma de la vida del sentido a la del espíritu, que es de la meditación a contemplación, donde ya no hay poder obrar ni discurrir en las cosas de Dios el alma con sus potencias, como queda dicho--, padecen los espirituales grandes penas, por el recelo que tienen de que van perdidos en el camino, pensando que se les [ha] acabado el bien espiritual y que los ha dejado Dios, pues no hallan arrimo ninguno [ni gusto con cosa buena.

2. Estos en este tiempo, si no hay quien los entienda, vuelven atrás, dejando el camino [o] aflojando, por las muchas diligencias que ponen de ir por el [primer] camino de meditación y discurso, fatigando y trabajando demasiadamente el natural, imaginando que queda por su negligencia o pecados. Lo cual les es excusado, porque los lleva ya Dios por otro camino, que es de contemplación, diferentísimo del primero, porque el uno es de meditación y discurso, y el otro no cae en imaginación ni discurso».

2. Tal es (como habemos dicho) la noche y purgación del sentido en el alma; la cual, en los que después han de entrar en la otra más grave del espíritu para pasar a la divina unión de amor (porque no todos, sino los menos, pasan ordinariamente) suele ir acompañada con graves trabajos y tentaciones sensitivas que duran mucho tiempo, aunque en unos más que en otros».

       c).- perfectos.

En Llama describe así el Doctor místico este estado de perfección:

 « Esta llama de amor es…el Espíritu Santo, al cual siente ya el alma en sí, no sólo como fuego que la tiene consumada y transformada en suave amor, sino como fuego que, demás de eso, arde en ella …Y ésta es la operación del Espíritu Santo en el alma transformada en amor, que los actos que hace interiores es llamear, que son inflamaciones de amor, en que, unida la voluntad del alma ama subidísimamente, hecha un amor con aquella llama. Y así estos actos de amor del alma son preciosísimos, y merece más en uno y vale más que cuanto había hecho en toda su vida sin esta transformación, por más que ello fuese (Ll 1, 3).

En conclusión, el estado de principiantes, caracterizado por la actividad sensible de la meditación y por el esfuerzo activo del alma, dura hasta el momento en que aparece la contemplación infusa o la noche pasiva del sentido, en que es Dios el que obra en el alma y ésta sólo tiene que aceptar y recibir la «noticia amorosa», dejándose purificar por su luz y fuego.

De esta forma, la contemplación  inicia el estado de aprovechados, donde Dios purifica el sentido y el entendimiento, memoria y voluntad natural, para pasar luego de un breve descanso, a la noche pasiva del espíritu, donde directamente, «por esta influencia de Dios en el alma» que los espirituales llaman contemplación,  Dios purifica, ilumina y quema, como el fuego al madero, todas las imperfecciones del alma, pero hasta sus raíces, en la misma sustancia del sujeto, en su misma esencia mediante el fuego de la contemplación; en esta noche pasiva del espíritu el alma se purifica de todo y del todo, para pasar, terminada la noche, al gozo y experiencia del Dios vivo, de la Santísima Trinidad. La noche pasiva del espíritu finaliza en la unión perfecta o matrimonio espiritual. Y a partir de este instante el alma vive en el estado perfecto o de transformación, en el cual no faltarán sufrimientos y purgas exteriores, pero que son superadas fácilmente por la unión de luz y amor que tiene habitualmente con Dios.

B) Las vías.

Después de lo afirmado sobre los estados, ya se entiende mejor la fácil  correlación que éstos guardan con las clásicas vías purgativa, iluminativa y unitiva.  Las afirmaciones del Santo son decisivas, como hemos indicado antes, en el Argumento del Cántico.

a) Purgativa

La vía purgativa corresponde al estado de principiantes e incluye todos sus aspectos, como lo hemos visto descrito antes por el mismo santo. Noche, como ya he repetido, en San Juan de la Cruz es sinónimo de purificar, limpiar, negarse a sí mismo, convertirse  a Dios, mortificar los sentido y el espíritu. Es el comienzo de esta purgación con la ayuda la oración meditativa. Y es noche activa porque la realiza el sujeto con la ayuda de Dios. No es pasiva, en que es Dios quien la realiza, con la ayuda del sujeto, que la acepta y la sufre, es patógeno, sufriente de la acción de Dios.

b) Iluminativa.

La vía iluminativa equivale al estado de aprovechados. El Cántico la llama también vía contemplativa (CB 22, 3), ya que se entra en ella por medio de la contemplación, que es luz de llama ardiente, que a la vez que ilumina, purifica las raíces del yo, causa del culto idolátrico que nos damos a nosotros mismos, de la mañana a la noche, de nuestro preferirnos a Dios, esto es, del pecado original, raíz y origen de todos nuestros pecados. No hay página del Santo donde no aparezca, bajo una forma u otra, contemplación como luz y purgación o purificación o alguno de sus derivados. De ahí que el Santo llame vía iluminativa al estado de aprovechados (CB Arg., 2).

c).- Vía unitiva

Es la última  y corresponde al estado de  perfectos. La vía unitiva está cimentada en la contemplación unitiva o transformativa. Hemos pasado de la contemplación inicial de los aprovechados y la noche pasiva del espíritu ha purificado y preparado totalmente al alma para la unión con Dios. Como he dicho varias veces las vías corren paralelas a los estados. Los perfectos llegan al cenit posible en esta vida de la contemplación o experiencia de Dios, es el mayor grado de de intimidad, de beso y abrazo de Dios que se puede conseguir en esta vida, al menos para San Juan de la Cruz.

C) Las noches.

       Repito nuevamente que noche  o noche oscura es la metáfora que emplea San Juan de la Cruz para hablarnos de negación, privación o purificación, mortificación o purgación de los sentidos o del espíritu; activa o pasiva, según lleve la iniciativa el sujeto o directamente Dios por la contemplación.

De la noche activa del sentido o mortificación de los sentidos trata San Juan de la Cruz en el libro primero de la Subida al Monte Carmelo; en el libro segundo trata de la noche activa del espíritu, en concreto de la purificación del entendimiento; y en el libro tercero continúa la noche activa del espíritu con la purificación de la memoria y de la voluntad.  No aconsejaría nunca empezar la lectura de San Juan de la Cruz por estos libros de la Subida, porque son un poco duros, insistentes en la necesidad de la mortificación para unirnos a Dios, Verdad y Amor infinito; aconsejaría empezar por el Cántico Espiritual o Llama de amor viva, que auque uno no los entiende perfectamente, le encienden el corazón y el deseo de Dios y de oración para querer llegar a esas alturas de amor total a Dios, para el que existimos y hemos sido creados para una eternidad de unión esencial y de gozo con Él.

La Noche Oscura la describe en dos libros; en el primero trata de noche pasiva del sentido; el sujeto se ha mortificado todo lo que Dios le ha pedido y él ha podido meditando; entonces viene Dios a ayudarle, haciéndole subir más arriba en su conocimiento y amor; esto lleva consigo una mayor y más profunda mortificación de los sentidos y es Dios el que lo hace directamente por la contemplación que le infunde, que al ser fuego, es luz que le hace ver las raíces del yo, y a la vez le quema estos hábitos malo y simultáneamente es fuego que da fuerza de amor para soportar toda esta purificación.

Esto sucede con mayor intensidad en la noche pasiva del espíritu, de la cual trata el Doctor Místico en el libro segundo de la Noche, donde Dios llega con su fuego de contemplación purificante hasta las raíces del espíritu, la muerte mística del yo, sirviéndose de pruebas internas y externas, hasta la misma sustancia del alma, que al quedar preparada y limpia de imperfecciones egoístas, se siente ya totalmente habitada por el mismo Dios, por la gloria y la luz y la experiencia de la Santísima Trinidad, mediante el esplendor de la contemplación luminosa y unitiva: «¡Oh noche que guiaste! ¡oh noche amable más que la alborada!; ¡oh noche que juntaste, amado con amada, amada en el amado transformada!»

En resumen, según la letra de este texto, tenemos los períodos siguientes en relación con la oración:

— meditación, principiantes, vía purgativa

— principios de contemplación, aprovechados, vía iluminativa,

— contemplación unitiva, perfectos, vía unitiva: desposorio  y matrimonio espiritual.

LA MEDITACION EN SAN JUAN DE LA CRUZ

Alguno que leyera superficialmente a San Juan de la Cruz podría escandalizarse de lo que afirma de la meditación, de la oración por discurso meditativo, porque habla de ella como de oración imperfecta y que el orante no debe conformarse con ella y es causa de males para el alma, porque el sujeto piensa que ha llegado a la perfección del amor a Dios y a los hermanos, que en esta vida se puede llegar.

Por eso el Santo se alarga mucho en la descripción de los defectos de los principiantes, que son lo que van por la meditación o discurso natural, como él dice. Y la razón está en que él quiere conducirnos a todos a la unión perfecta con Dios que sólo se consigue por la contemplación infusa. Porque para el Santo la oración es la que marca la vida, está profundamente adherida a la vida del creyente, es la vida del cristiano; la oración marca la vida, y la vida marca la oración, oración y vida están siempre unidas en San Juan de la Cruz. Y en los grandes orantes de todos los tiempos. Es la prueba de su autenticidad.

Como estamos viendo, para él, la oración, como la vida, es una historia, un proceso con etapas bien definidas, según el mayor o menor protagonismo de cada uno de los agentes, el hombre o Dios, o según el modo natural o sobrenatural, respectivamente, que adopta el caminante. Y en este proceso, la meditación ocupa el estado más elemental y primero, es el comienzo de una historia de amor con Dios que debe terminar en la unión y transformación total con Él por la contemplación.

       La primera forma de orar, la meditación, cubre un corto período, o debe cubrir un breve periodo, según el Doctor místico y él la pone como camino de los principiantes. La segunda, la contemplación, que es el motivo de todos sus escritos,  se alarga en sucesivos tiempos de purificación y de sosiego, hasta la plenitud de comunión.

San Juan de la Cruz, por este motivo, habla poco de la meditación y nunca de propósito, sistemáticamente, o para indicar el camino o las dificultades de la misma. Pero dice lo sustancial y con precisión. Y lo hace porque es clara su intención de no escribir de lo que «hay mucho escrito» y hay «abundante doctrina» como él dice repetidas veces en sus escritos. Y si ve necesario o conveniente hacerlo, lo hace con brevedad, más por mostrar el desarrollo, la prehistoria de las etapas de la vida espiritual. Dice en el Cántico espiritual: 

«Por tanto seré bien breve; aunque no podrá ser menos de alargarme en algunas partes donde lo pidiere la materia y donde se ofreciere ocasión de tratar y declarar algunos puntos y efectos de oración, que, por tocarse en las Canciones muchos, no podrá ser menos de tratar algunos; pero, dejando los más comunes, notaré brevemente los más extraordinarios que pasan por los que han pasado con el favor de Dios de principiantes. Y esto por dos cosas:

la una, porque para los principiantes hay muchas cosas escritas; la otra, porque en ello hablo con V. R. por su mandado, a la cual nuestro Señor ha hecho merced de haberla sacado de esos principios y llevádola más adentro en el seno de su amor divino; y así espero que, aunque se escriben aquí algunos puntos de Teología escolástica acerca de el trato interior de el alma con su Dios, no será en vano haber hablado algo a lo puro de el espíritu en tal manera, pues aunque a V. R. le falte el ejercicio de Teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no la falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben mas juntamente se gustan» (C 1, 3).

Él quiere tratar de la unión perfecta con Dios, que es lo único que le importa y le enciende y quiere encender en todos los que le escuchen y lean. Podía aducir infinidad de textos; voy a escoger éste del libro primero de la Subida:

« Para escribir esto me ha movido no la posibilidad que veo en mí para cosa tan ardua, sino la confianza que en el Señor tengo de que ayudará a decir algo, por la mucha necesidad que tienen muchas almas, las cuales comenzando el camino de la virtud, y queriéndolas nuestro Señor poner en esta noche oscura para que por ella pasen a la divina unión, ellas no pasan adelante; a veces por no querer entrar o dejarse entrar en ella, a veces por no se entender y faltarles guías idóneas y despiertas que las guíen hasta la cumbre (1S 1, 3)».

       1. Qué es meditar

El santo, en clave oracional, identifica a los principiantes con los que meditan. La meditación es la primera forma de tratar con Dios en la oración. Forma pasajera y transitoria, como lo es el estado espiritual que caracteriza. «El estado de principiantes, que es de los que meditan en el camino espiritual» (1N 1,1). Y en Llama: «el estado y ejercicio de principiantes es de meditar y hacer actos y ejercicios discursivos» (3,32).

En la primera y más detallada descripción que el santo hace de la meditación la presenta vinculada a los «dos sentidos corporales interiores, que se llaman imaginativa y fantasía», o «potencias»: «A estas dos potencias pertenece la meditación, que es acto discursivo por medio de imágenes, formas y figuras, fabricadas e imaginadas por los dichos sentidos»

Cuando se produce la crisis de esta forma de oración «ya no puede discurrir en el sentido de la imaginación» (1N 9,8). Contraponiéndola a la contemplación aparece el mismo enfoque: hay «otro (manjar) más delicado y más interior y menos sensible», la contemplación, «que no consiste en trabajar con la imaginación», que es la meditación (2S 12,6).,8; 3S 2,1.

Por lo tanto es obra del hombre, la iniciativa es del orante, siempre con a ayuda de Dios. Pero cuando se trata de contemplación, de oración contemplativa, la iniciativa es de Dios y el hombre debe dejarse guiar, purificar, amar por Dios, como él se ama y quiere amarnos.

2. Finalidad de la meditación

Y, sin embargo, la meditación, en su transitoriedad y corta capacidad de «hacer hombres espirituales», tiene su importancia. Y sus logros son positivos. Las formulaciones sanjuanistas son escuetas y coincidentes, breves, sin ulterior desarrollo. No le interesa. Otea otros horizontes, otros caminos, en los que todo eso se da con más abundancia y mayor seguridad, y tiene prisa de conducir al orante hasta ellos y por ellos.

Por la meditación se saca «alguna noticia y ardor de Dios» (2S 14,2). Nos adentra en el desenvolvimiento de la verdad, nos entrega alguna parcela del misterio de Dios y desvela nuestra vocación a la comunión con Él. Así insistirá el santo en que la meditación discursiva es necesaria al principiante«para ir enamorando y cebando el alma por el sentido» (2S, 12, 5).

       Por la meditación, pues, se va centrando la vida en Dios, recogiendo el espíritu, interiorizando el trato, interesando a la persona por Dios y los valores espirituales, mortificando sus pasiones y defectos, el hombre viejo, curando la dispersión psicológico-afectiva, anímica, dando a la persona arraigo y contenido, peso de verdad y de amor.

Pero lo que el santo busca, la pasión sanjuanista de «sólo Dios», eso no es alcanzable por la meditación; hay que trascender todo cuanto el hombre puede llegar a alcanzar de él: conceptos, experiencias, sabor amoroso en la voluntad, para acostumbrarse al modo divino que le viene por la contemplación.

       Las limitaciones o imperfecciones que el Santo ve en la meditación viene de que ésta no tiene profundidad de luz y amor y fuerza para quitar la voluntad posesiva con que la persona se sitúa frente al yo, y que, en síntesis, podemos reducir a estos rasgos:

1.- Que piensen que siempre ha de ser así (2S 12,5.6; 17,6; Ll 2,14), eternizando los medios de por sí transitorios.

2.- Que se queden en los objetos sensibles y en el gusto y sabor que provocan los medios, que se convierten en fín, en lugar de seguir caminando hasta la cima del monte Carmelo, del monte Tabor de la oración hasta llegar a la experiencia o contemplación de Cristo, “Esplendor de la gloria del Padre”,  que supera todo lo que el sujeto pueda ver, sentir y unirse a Dios activamente por la meditación.

3.- De los que quieren «andar al sabor sensitivo», habla el santo, como de eternos nómadas, sin arraigo, inconstantes en la realización de la amistad con Dios. «Este apetito les causa muchas variedades..., se les acaba la vida en mudanzas...». (3S 41,2)

LA CONTEMPLACIÓN EN SAN JUAN DE LA CRUZ

EL PASO A LA CONTEMPLACIÓN

Es un momento particularmente importante, crítico, decisivo, que requiere cuidadosa atención porque está en juego, en buena medida, su suerte futura. Por eso Juan de la Cruz ha vuelto sobre ese momento, con detenimiento, en tres de sus grandes obras: Subida, Noche y Llama. Maestro para tiempos de crisis, el Doctor Místico nos entrega aquí su «palabra sustancial y sólida», palabra de hombre experimentado y de teólogo y pensador clarividente.

Ni que decir tiene que la crisis, directamente presentada en el campo de la oración, alcanza a toda la persona en su condición de creyente. Es una crisis teologal que afecta al ser y vida del creyente.

1. La crisis

«En esta noche oscura comienzan a entrar las almas cuando Dios las va sacando del estado de principiantes, que son los que meditan en el camino espiritual, y las comienza a poner en el de los aprovechantes, que es ya el de los contemplativos» (1N 1,1). Final del estado de principiantes.

2. La contemplación

En la segunda jornada del camino de oración, la contemplación viene presentada como «vía del espíritu» que caracteriza a los «aprovechados». «En este estado de contemplación, que es cuando sale del discurso y entra en el estado de aprovechados» (1N 9,7); esta contemplación inicial, «principio de oscura y seca contemplación», la llama el santo «infusa o pasiva».

Voy a seguir de cerca la exposición sanjuanista distinguiendo los dos tiempos que él señala: contemplación inicial y contemplación perfecta. La contemplación es camino, vida en ejercicio, con un principio, un término y un proceso entre los dos extremos. La definen unos rasgos que avanzarán en progresión afirmativa, hasta la unión, habiendo pasado por los dos «momentos» o pruebas presentados por Juan de la Cruz como «noche pasiva del sentido y del espíritu».

Una definición amplia de contemplación nos la ofrece el Santo al final de Cántico: «La contemplación es oscura, que, por eso, la llaman por otro nombre mística teología, que quiere decir sabiduría de Dios secreta o escondida, en la cual, sin ruido de palabras y sin ayuda de algún sentido corporal ni espiritual..., enseña Dios ocultísimamente al alma sin ella saber cómo» (C 39, 12). «Contemplación no es otra cosa que infusión secreta, pacífica y amorosa de Dios que... inflama al alma en espíritu de amor». Se destacan, pues, tres puntos: es pasiva o Dios la infunde; obrando en el espíritu directamente, y «enseñando» y «enamorando» al mismo tiempo.

La contemplación es pasiva, no es producto del orante. Dios es el agente y obrero de la contemplación. Sólo él. «Sólo Dios es agente» (Ll 3,44); «Dios es el obrero» (ib., 67); «El es el artífice sobrenatural» (47). La contemplación añade el Santo es «noticia y amor junto, esto es, noticia amorosa» (Ll 3,33), siempre comunicando Dios «luz y amor justamente, que es noticia sobrenatural amorosa» (ib., 49),de contemplación.

Por lo tanto, aunque es pasiva, no hay ociosidad o suspensión de la actividad de las potencias, todo lo contrario, suma actividad, lo que ocurre que al ser realizada y provocada por Dios en el alma, su actitud debe ser pasiva de aceptar la iluminación de Dios para que Dios la llene de su luz, que es dolorosa para el alma, porque la tiene que disponer al modo divino, y esto supone los sufrimientos y purgaciones de la noche pasiva del espíritu, donde Dios llega hasta la raíz con esta luz divina de contemplación, que a la vez que ilumina, como el fuego, quema todos los defectos, toda la humedad y suciedad del madero hasta convertirlo todo y entero en llama de amor viva, fundida en un sola realidad en llamas con el fuego de Dios, el Espíritu Santo. Y eso es la noche pasiva del espíritu y la contemplación unitiva o  transformativa.

3. Las tres señales

Las tres señales que marcan el paso de la meditación a la contemplación inicial son: 1. Imposibilidad de meditar (13,2; 14,1-4). 2. Desgana afectiva generalizada (13,3; 14,5).

3. Solicitud penosa de no servir a Dios (3-7) o deseo de estar a solas con atención amorosa (13,4; 14,6-14).

1ª.- La meditación imposible

Fácil de comprender que sea la primera señal que salta a la conciencia del orante. San Juan de la Cruz empieza marcando los tiempos con precisión: ve que «ya no puede meditar... ni gustar de ello como antes» (2S 13,2) y esto porque «en cierta manera se le ha dado al alma todo el bien espiritual que había de hallar en las cosas de Dios por vía de la meditación y discurso» (2S 14,1).

Y en segundo lugar, en íntima conexión temporal y vivencial, Dios comienza a comunicarse por otro medio: el del acto sencillo de la contemplación. «Por lo cual, en poniéndose en oración, ya, como quien tiene allegada el agua, bebe sin trabajo en suavidad, sin ser necesario sacarla por los arcaduces de las pesadas consideraciones y formas y figuras» (2S 14,2).

2º.- Enajenación afectiva de todo

Ya lo hemos dicho anteriormente. Dios debe ser Dios, el único Dios a quien servir y dar culto, abajo todos los ídolos. Dios empieza a exigírselo al alma en mayor profundidad.

3.- Solicitud de Dios y advertencia general amorosa

Esta misma luz general o contemplativa que le ilumina con mayor intensidad en los misterios de Dios, le ilumina y descubre con mayor claridad sus defectos y le mete fuego en el alma para dejarse purificar,  pero a la vez le da un calor, un amor, unas ansias de Dios más fuertes y profundas. O, dicho de otro modo, la verdad de esta purificación se revela en el deseo y cuidado, solicitud y gana de servir a Dios que pone en quien la padece, y esto sin soporte ya del gusto sensible de la meditación.

«Sencilla contemplación»

Así la introduce el santo: «Ordinariamente, junto con esta sequedad y vacío que hace al sentido, (la purgación contemplativa) da al alma inclinación y ganas de estarse a solas y en quietud, sin poder pensar cosa particular ni tener ganas de pensarla» (1N 9,6). «Contemplación infusa con que Dios de suyo anda apacentando y reficionando al alma, sin discurso ni ayuda activa de la misma alma» (1N 14,1).

NOCHE PASIVA DEL ESPÍRITU

Vendría ahora la descripción de la noche pasiva del espíritu, la más terrible y dolorosa purificación que prepara al alma para la unión y transformación total y plena posible en esta vida con Dios. De ella no hablaré, porque no tengo tiempo, y porque es la misma contemplación anterior de la noche del sentido, pero que ahora  ilumina para purificar hasta las raíces, hasta la sustancia del yo, como ya he explicado; por eso todo, tanto el sufrimiento como el gozo es lo más profundo que se pueda experimentar en esta vida. Si alguno tiene interés en saber más de esta noche del espíritu, aquí en estos folios lo tengo más ampliamente descrito, sobre todo, en las purificaciones pasivas de la fe, esperanza y caridad.  Os lo puedo prestar.

CONTEMPLACIÓN UNITIVA

Para terminar, me interesa iniciar la lectura de los frutos de la vida contemplativa y unitiva. Sólo quiero asomarme por la ventana de San Juan de la Cruz a esa íntima unión con Dios donde el alma se siente habitada e inundada de la gloria del Dios Trino y Uno, hasta el punto de poder decir: «Pues ya si en el ejido, de hoy más no fuere vista ni hallada, diréis que me he perdido, que, andando enamorada, me hice perdidiza y fue ganada; o «ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio».

Yo quiero terminar mi última lección de Teología Espiritual con los fuegos y esplendores de Llama de Amor viva de San Juan de la Cruz, que de tal manera tengan eco en nuestros corazones, que nos animemos todos  a desear esta alturas de unión con Dios, única razón de nuestra existencia; fuimos creados por amor y para el amor total de Dios y esto es para lo que Cristo vino y no amó hasta el extremo; y esta es la razón primera y última del cristianismo y de la Iglesia y del apostolado: llegar a amar a Dios y a los hermanos, como El nos ama, con su mismo amor de Espíritu Santo: Dios es amor, nos dice San Juan. Dios es amor y si dejara de amar, dejaría de existir. Y nosotros hemos sido soñados, amados y preferidos por Dios, para este amor esencial trinitario sobre otros muchos seres no que no existirán. Esto no hay que olvidarlo nunca para no quedarnos en nuestra vida personal en horizontalismos o zonas intermedias de verticalidad.

Y quiero que esta sea mi última lección oficial así, en mi amado seminario, en compañía de los que más quiero, añadiendo en espíritu a mi familia, quiero que uno de los mayores enamorados y contemplativos de los esplendores de luz y de amor divinos haga resonar su palabra, llama de amor viva, en estos muros ¡qué vivencias más fuertes y vivas, casi recién estrenadas, guardo! Y esta palabra de luz quiere ser también acción de gracias a los que tantas veces recuerdo, desde mis padres, pasando por mis educadores y superiores, hasta los que en vida sacerdotal me acompañaron y me ayudan como vosotros ahora presentes.

Yo voy a iniciar un poco esta lectura del Cántico espiritual y Llama de amor viva, pero os invito a que la continuemos luego en nuestros ratos de oración y lectura espiritual. Sería el mejor fruto de esta lección que tan atentamente habéis escuchado, sobre todo, en estos tiempos de ateismo y secularismo, en que tanto la necesitamos, como expongo en un libro ya en prensa que titulo: La experiencia de Dios meta y cumbre de la vida y del apostolado cristianos.

Karl Rahner, de los mejores teólogos del siglo XX, con voz profética nos dijo: “La nota primera y más importante que ha de caracterizar a la espiritualidad del futuro es la relación personal e inmediata con Dios.... porque vivimos en una época que habla del Dios lejano y silencioso, que aun en obras teológica escritas por cristianos se habla de la “muerte de Dios”. Solamente para aclarar el sentido de lo que se va diciendo y aún a conciencia del descrédito de la palabra “mística” - que bien entendida no implica contraposición alguna con la fe en el Espíritu Santo sino que se identifica con ella- cabría decir que el cristiano del futuro o será un “místico” es decir, una persona que ha “experimentado algo” o no será cristiano.

Tengo escrito en uno de mis libros: «Cuando una persona lee a  Juan de la Cruz, si no tiene alguien que le aconseje, empieza lógicamente por el principio, tal y como vienen en sus Obras Completas: la Subida al Monte Carmelo, la Noche... y esto asusta y cuesta mucho esfuerzo, porque asustan tanta negación, tanta cruz, tanto vacío, ponen la carne de gallina, se encoge uno ante tanta negación, aunque siempre hay algo que atrae. Cuando se llega al Cántico y a la Llama de amor viva... uno se entusiasma, se enfervoriza, aunque no entiende muchas cosas de lo que pasa en esas alturas. Pero la verdad es que la lectura de esas páginas, encendidas de fuego y luz, gustan y enamoran, contagian fuego y entusiasmo por Dios, por Cristo, por la Santísima Trinidad. ¿Hacemos una prueba? Pues sí, vamos a mirar ahora un poco al final de este camino de purificación y conversión para llenarnos de esperanza, de deseos de quemarnos del mismo fuego de Dios, de convertirnos en llama de amor viva y trinitaria.

Oigamos al Místico Doctor hablarnos de los frutos de la unión  y transformación total, substancial en Dios:

«Porque no sería una verdadera y total transformación si no se transformarse el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado... con aquella su aspiración divina muy subidamente levante el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella le aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo» (Can B 39, 6).

«Y esta tal aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí, le es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite, que no hay decirlo por lengua mortal, ni el entendimiento humano en cuanto tal puede alcanzar algo de ello; porque aun lo que en esta transformación temporal pasa cerca de esta comunicación en el alma no se puede hablar, porque el alma, unida y transformada en Dios, aspira en Dios a Dios la misma aspiración divina que Dios, estando ella en él transformada, aspira en sí mismo a ella.

       Y en la transformación que el alma tiene en esta vida, pasa esta misma aspiración de Dios al alma y del alma a Dios con mucha frecuencia, con subidísimo deleite de amor en el alma, aunque no en revelado y manifiesto grado, como en la otra vida. Porque esto es lo que entiendo quiso decir san Pablo (Gal 4, 6), cuando dijo: Por cuanto sois hijos de Dios, envió Dios en vuestros corazones el espíritu de su Hijo, clamando al Padre. Lo cual en los beatíficos de la otra vida y en los perfectos de ésta es en las dichas maneras.

       Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado; porque dado que Dios le haga merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, ¿qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad, pero por modo comunicado y participado, obrándolo Dios en la misma alma? Porque esto es estar transformada en las tres Personas en potencia y sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios, y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza (Gn 1, 26)” (CB 39, 3-6).

Y cuando el alma llega a estas alturas y siente todo esto con amor vivo, puede exclamar: «Y si a las obras mías no esperas, ¿qué esperas, clementísimo Señor mío?; ¿por qué tardas? Porque si, en fin, ha de ser gracia y misericordia la que en tu Hijo te pido, toma mi cornadillo, pues le quieres, y dame este bien, pues que tú también lo quieres.

¿Cómo se levantará a ti el hombre, engendrado y criado en bajezas, si no le levantas tú, Señor, con la mano que le hiciste?

No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero. Por eso me holgaré que no te tardarás si yo espero.

¿Con qué dilaciones esperas, pues desde luego puedes amar a Dios en tu corazón? Míos son los cielos y mía la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en migajas que se caen de la mesa de tu Padre.

Sal fuera y gloríate en tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón» (Dichos 1, 26-27).

Y como las vivencias con Dios son inefables, mejor expresarlas en símbolos y poesía que expresan lo inexpresable:

NOCHE OSCURA

5. ¡Oh noche que guiaste!;

¡oh noche amable más que la alborada!;

¡oh noche que juntaste

Amado con amada,

amada en el Amado transformada!

8. Quedéme y olvidéme,

 el rostro recliné sobre el Amado;

 cesó todo y dejéme,

 dejando mi cuidado

 entre las azucenas olvidado.

Cantos y puntos breves de mEDITACIón para los gruPos De oración

PARROQUIA DE SAN PEDRO

PLASENCIA

ORACIONES PARA LOS GRUPOS DE ORACIÓN

1. ORACIÓN DE ABANDONO EN EL PADRE

Padre, en tus manos me pongo,
haz de mi lo que quieras. 
Por todo lo que hagas de mi, te doy gracias. 
Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo,
con tal de que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas. 
No deseo nada más, Dios mío. 
Pongo mi alma entre Tus manos, te la doy, Dios mío,
con todo el ardor de mi corazón porque te amo, 
y es para mi necesidad de amor el darme,
el entregarme entre tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tu eres mi Padre.

2. Acción de gracias y petición del pueblo cristiano
De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios

En la oración y en las súplicas, pediremos al Artífice de todas las cosas que guarde, en todo el mundo, el número contado de sus elegidos, por medio de su Hijo amado, Jesucristo; en él nos llamó de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al conocimiento de su gloria. Nos llamaste para que nosotros esperáramos siempre, Señor, en tu nombre, pues él es el principio de toda criatura. Tú abriste los ojos de nuestro corazón, para que te conocieran a ti, el solo Altísimo en lo más alto de los cielos, el Santo que habita entre los santos. A ti, que abates la altivez de los soberbios, que deshaces los planes de las naciones, que levantas a los humildes y abates a los orgullosos; a ti, que enriqueces y empobreces; a ti, que das la muerte y devuelves la vida.

Tú eres el único bienhechor de los espíritus y Dios de toda carne, que penetras con tu mirada los abismos y escrutas las obras de los hombres; tú eres ayuda para los que están en peligro, salvador de los desesperados, criador y guardián de todo espíritu. Tú multiplicas los pueblos sobre la tierra y, de entre ellos, escoges a los que te aman, por Jesucristo, tu siervo amado, por quien nos enseñas, nos santificas y nos honras. Te rogamos, Señor, que seas nuestra ayuda y nuestra protección: salva a los oprimidos, compadécete de los humildes, levanta a los caídos, muestra tu bondad a los necesitados, da la salud a los enfermos, concede la conversión a los que han abandonado a tu pueblo, da alimento a los hambrientos, liberta a los prisioneros, endereza a los que se doblan, afianza a los que desfallecen. Que todos los pueblos te reconozcan a ti, único Dios, y a Jesucristo, tu Hijo, y vean en nosotros tu pueblo y las ovejas de tu rebaño.

Por tus obras has manifestado el orden eterno del mundo, Señor, creador del universo. Tú permaneces inmutable a través de todas las generaciones: justo en tus juicios, admirable en tu fuerza y magnificencia, sabio en la creación, providente en sustentar lo creado, bueno en tus dones visibles y fiel en los que confían en ti, el único misericordioso y compasivo.

Perdona nuestros pecados, nuestros errores, nuestras debilidades, nuestras negligencias. No tengas en cuenta los pecados de tus siervos y de tus siervas, antes purifícanos con el baño de tu verdad y endereza nuestros pasos por la senda de la santidad de corazón, a fin de que obremos siempre lo que es bueno y agradable ante tus ojos y ante los ojos de los que nos gobiernan.

Sí, oh Señor, haz brillar tu rostro sobre nosotros, concédenos todo bien en la paz, protégenos con tu mano poderosa, líbranos, con tu brazo excelso, de todo mal y de cuantos nos aborrecen sin motivo. Danos, Señor, la paz y la concordia, a nosotros y a cuantos habitan en la tierra, como la diste en otro tiempo a nuestros padres, cuando te invocaban piadosamente con confianza y rectitud de corazón.

3.- Ante la tentación de dejarse vencer por el cansancio
  del Bto. Manuel González – Obispo  de los Sagrarios Abandonados

¡Madre Inmaculada! ¡Qué no nos cansemos! ¡Madre nuestra! ¡Una petición! ¡Que no nos cansemos!

Si, aunque el desaliento por el poco fruto o por la ingratitud nos asalte, aunque la flaqueza nos ablande, aunque el furor del enemigo nos persiga y nos calumnie, aunque nos falten el dinero y los auxilios humano, aunque vinieran al suelo nuestras obras y tuviéramos que empezar de nuevo… ¡Madre querida!... ¡Que no nos cansemos!

Firmes, decididos, alentados, sonrientes siempre, con los ojos de la cara fijos en el prójimo y en sus necesidades, para socorrerlos, y con los ojos del alma fijos en el Corazón de Jesús que está en el Sagrario, ocupemos nuestro puesto, el que a cada uno nos ha señalado Dios.

¡Nada de volver la cara atrás!, ¡Nada de cruzarse de brazos!, ¡Nada de estériles lamentos! Mientras nos quede una gota de sangre que derramar, unas monedas que repartir, un poco de energía que gastar, una palabra que decir, un aliento de nuestro corazón, un poco de fuerza en nuestras manos o en nuestros pies, que puedan  servir para dar gloria a Él y a Ti y para hacer un poco de bien a nuestros hermanos… ¡Madre mía, por última vez! ¡Morir antes que cansarnos!

4.- María de la Anunciación:

Cinco minutos antes de la Anunciación, la Virgen no sabía lo que iba a pasar, pero ya le decía en su corazón a Dios: «Aquí tienes a tu sierva. Hágase en mí lo que quieras».

Ponte en manos de María de Nazaret con esta oración:

María, Maestra de la escucha, Virgen de la pregunta humilde («¿cómo puede ser esto?»), de la disponibilidad perfecta («aquí está la sierva del Señor»), del sí total y continuo al querer de Dios buscado y discernido («hágase en mí según tu Palabra»).

 Ayúdame a serenarme, para centrarme como tú en Aquel que es todo Palabra cuando yo le escucho, y todo oídos cuando yo le hablo. Que mi corazón acoja el mensaje de la Escritura a fin de guardarlo, meditarlo, hacerlo vida y compartirlo con los hermanos.

Mujer del Espíritu, siempre atenta, contemplativa y fiel, acompáñame en este encuentro con la Palabra, preséntame a jesucristo, tu Hijo, y enséñame a decirle «amén» con la vida.

5.- ORACIÓN DE SAN ANSELMO

Deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas.

Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un rato en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye a todo, excepto a Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de Él. Di, pues, alma mía, di a Dios: «Busco tu rostro, Señor, anhelo ver tu rostro». Y ahora, Señor mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte.

Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque rio puedo ir en tu busca, a menos que Tú me enseñes, y no puedo encontrarte, si Tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré, y hallándote te amaré.

6.- Oración para la conversión de los buenos:

Hay que pedir, reconociendo los fallos y la necesidad de ayuda. Para ello se puede rezar esta ORACIÓN:

Por nosotros, que decimos y no hacemos,

que vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro,

que apartamos el mosquito y tragamos el camello,

que somos sal insípida y luz que se esconde,

que amamos al amigo y aborrecemos al enemigo,

que no perdonamos las ofensas,

que pretendemos posible servir a Dios y al egoísmo,

que no nos atrevemos a ir por la senda estrecha,

que nos contentamos con clamar «Señor, Señor»,

que no amamos con obras y de verdad,

que queremos seguirte, pero sin tomar la cruz

ni negarnos a nosotros mismos

Para obtener la conversión, hay que pedir un plus de gracia:

Para los que te buscamos sin dar la cara, como Nicodemo, más valentía, Señor.

Para los que nos contentamos con una religión de apariencia, como los fariseos, más sinceridad, Señor.

Para los que nos encontramos con el dolor y volvemos la cara, como los personajes de la parábola (del samaritano), (el sacerdote y el levita), más solidaridad, Señor.

 Para los que renegamos de lo que creemos, como Pedro, más constancia, Señor.

 Para los que no hacemos más que lamentarnos, como las mujeres de Jerusalén, más acción, Señor.

Para los que golpeamos en nombre de la justicia, como los soldados romanos, más comprensión, Señor.

Para los que cubrimos de tierra los talentos, como el siervo inútil, mayor responsabilidad, Señor

Señor, tú que curaste a un leproso tocándolo, queremos ser limpios.

 Señor, tú que curaste a un muchacho a distancia, di una sola palabra y quedaremos curados.

Señor, tú que dijiste al paralítico: «Levántate y anda», que caminemos siempre tus caminos.

Señor, tú que resucitaste a una niña, despiértanos para siempre de nuestra modorra.

Somos la sal de la tierra, pero ¿a quién salaremos con este sabor insípido? Solo servimos para ser pisoteados por los hombres.

Somos luz del mundo y nos ocultamos en los bajos fondos de la urbe, escondidos bajo el celemín cobardemente, en lugar de alumbrar en nuestro entorno.

Señor, que luzca nuestra luz entre los hombres, para que, viendo nuestras buenas obras, glorifiquen al Padre de los cielos (...)

Señor, ¿cuándo buscaremos de una vez el Reino y su justicia, dejando en paz la añadidura?

7.- CARTA DE DESPEDIDA DE JESÚS A MARÍA, la noche antes de partir hacia la vida pública, para leerla en silencio. Dice así:

Querida mamá: Cuando te despiertes, yo ya me habré ido. He querido ahorrarte despedidas. Ya has sufrido bastante, y lo que sufrirás, María. Ahora es de noche, mientras te escribo... Quiero decirte por qué me voy, por qué te dejo, por qué no me quedo en el taller haciendo marcos para las puertas y enderezando sillas el resto de mi vida.

Durante treinta años he observado a la gente de nuestro pueblo y he intentado comprender para qué vivían, para qué se levantaban cada mañana y con qué esperanza se dormían todas las noches (...) El resultado es que la mayoría de ¡os días son grises, las soledades demasiado grandes para ser soportadas por hombres normales, la amargura habitual de casa, las alegrías cortas y poco alegres.

A veces, madre, cuando llegaba el cartero y sonaba la trompetilla en la plaza del pueblo, cuando la gente acudía corriendo alrededor, yo me fijaba en esas caras que esperaban ansiosamente, delirantemente, de cualquier parte y con cualquier remite, una buena noticia. ¡Hubieran dado la mitad de sus vidas porque alguien les hubiera abierto, desde fuera, un boquete en el cascarón! Me venían ganas de ponerme en medio y gritarles: «iLa noticia buena ya ha llegado! ¡El Reino de Dios está dentro de vosotros! ¡Las mejores cartas os van a llegar de dentro! ¿Por qué os repetís que estáis cojos, si resulta que Dios os ha dado piernas de gacela?».

Yo me siento prendido por la plenitud de la vida, María. Yo me descubro encendido en un fuego que me lleva y me hace contarles a los hombres noticias simples y hermosas que ningún periódico dice nunca. Y quisiera quemar el mundo con esta llama; que en todos los rincones hubiera vida, pero vida en abundancia.

Ya sé que soy un carpintero sin bachillerato y que apenas he cumplido la edad de abrir os labios en público. No me importaría esperar más, pensarlo más, ser más maduro, «hacer mi síntesis teológica»... Pero esta tarde me he enterado de que han detenido a Juan, que bautizaba en el río. ¿Quién alentará ahora la chispita que aún humea en el corazón de los pobres? ¿Quién gritará lo que Dios quiere, en medio de tantos gritos que no quieren a Dios? ¿Quíén curará a los sencillos y a los cansados, que tienen derecho a vivir porque son los queridos desde el principio del universo? Hay demasiada infelicidad, mamá, como para que yo me contente con fabricar hamacas para unos pocos... Demasiados ciegos, demasiados pobres, demasiada gente para quien el mundo es ¡a blasfemia de Dios. No se puede creer en un mundo donde los hombres mueren y no son felices.., a menos que se esté del lado de los que dan la vida para que esto no siga sucediendo; para que el mundo sea como Dios lo pensó.

Si te he de decir la verdad, no tengo nada claro lo que voy a hacer. Sé por dónde empezar. No sé dónde terminaremos. Por lo pronto, me voy a Cafarnaúm, a la orilla del lago, donde hay más gente y lo que pase tendrá más resonancia.

Está amaneciendo. Te escribiré. Te vendré a ver de vez en cuando.

Tu Jesús.

TEXTO DE APOYO

Sabor a Cristo

Saber a Cristo vivo,

amarle con pasión,

seguirle intensamente,

concédenos, Señor.

Gustar a Jesucristo,

quererle más y más,

servirle cada día,

otórganos, Señor.

Descúbrenos al joven

crecido entre virutas,

ejemplo de trabajo,

oculto en Nazaret.

8.- Salmo-17
 
Yo te amo, Señor mi fortaleza,
mi roca, mi baluarte, mi liberador.
Eres la peña en que me amparo,
mi escudo y mi fuerza, mi Salvador.
 
En el templo se escuchó mi voz,
clamé por Ti en mi angustia.
Extendiste tu mano y no caí,
tu poder del enemigo me libró.
 
Las olas de la muerte me envolvían,
me aguardaba la ruina,
pero el Señor venció.
Tu eres la luz que me ilumina,
quien abre mis caminos,

En el templo se escuchó mi voz,
clamé por Ti en mi angustia.
Extendiste tu mano y no caí,
tu poder del enemigo me libró.
 
Cuando yo invoqué tu nombre,
con mano poderosa,
me salvó tu Amor.Son perfectos tus caminos,
tus manos me sostienen
Tú eres mi Rey.
 
En el templo se escuchó mi voz,
clamé por Ti en mi angustia.
Extendiste tu mano y no caí,
tu poder del enemigo me libró.

9.- Oración del Papa Clemente XI

Creo, Señor,
haz que crea con más firmeza;
espero, haz que espere con más confianza;
me arrepiento, haz que tenga mayor dolor.


Te adoro como primer principio;
te deseo como último fin;
te alabo como bienhechor perpetuo;
te invoco como defensor propicio.
Dirígeme con tu sabiduría,
átame con tu justicia,
consuélame con tu clemencia,
protégeme con tu poder.

Te ofrezco, Señor, mis pensamientos,
para que se dirijan a ti;
mis palabras, para que hablen de ti;
mis obras, para que sean tuyas,
mis contrariedades, para que las lleve por ti.

Quiero lo que quieras, quiero porque quieres,
quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras.

Señor, te pido que ilumines mi entendimiento,
inflames mi voluntad,
limpies mi corazón,
santifiques mi alma.

Que me aparte de mis pasadas iniquidades,
rechace las tentaciones futuras,
corrija las malas inclinaciones,
practique las virtudes necesarias.

Concédeme, Dios de bondad, amor a ti, odio a mí,
celo por el prójimo y desprecio a lo mundano.

Que sepa obedecer a los superiores, ayudar a los inferiores,
aconsejar a los amigos y perdonar a los enemigos. 
Que venza la sensualidad con la mortificación,
la avaricia con la generosidad,
la ira con la bondad,
la tibieza con la piedad.

Hazme prudente en los consejos,
constante en los peligros,
paciente en las contrariedades,
humilde en la prosperidad.

Señor, hazme atento en la oración,
sobrio en la comida,
constante en el trabajo,
firme en los propósitos.

Que procure tener inocencia interior,
modestia exterior,
conversación ejemplar y vida ordenada. 

Haz que esté atento a dominar mi naturaleza,
a fomentar la gracia,
servir a tu ley
y a obtener la salvación. 

Que aprenda de ti qué poco es lo terreno,
qué grande lo divino,
qué breve el tiempo,
qué durable lo eterno.

Concédeme preparar la muerte,
temer el juicio,
evitar el infierno
y alcanzar el paraíso.Por Cristo nuestro Señor. Amén.

10.- Salmo 51:

Crea en mi, oh Dios, un corazón puro
Tenme piedad, oh Dios, según tu amor,

por tu inmensa ternura borra mi delito,

lávame a fondo de mi culpa,
y de mi pecado purifícame.

Pues mi delito yo lo reconozco,
mi pecado sin cesar está ante mí;
contra ti, contra ti solo he pecado,
lo malo a tus ojos cometí.

Por que aparezca tu justicia cuando hablas

y tu victoria cuando juzgas.
Mira que en culpa ya nací,
pecador me concibió mi madre.

Crea en mi, oh Dios, un corazón puro,

un espíritu firme dentro de mi renueva; 

abre, Señor, mis labios,
y publicará mi boca tu alabanza

11.- PLEGARIA A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Oh Díos mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.

        Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierta en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

        Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como adorador, como reparador y como salvador.

        Oh Verbo Eterno, palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñada para aprenderlo todo de vos; y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh amado astro mío! fascinadme, para que nunca pueda ya salir de vuestro resplandor.

        Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí, para que en mi alma se realice una como Encarnación del Verbo; que sea yo para él una humanidad supletoria, en la que él renueve todo su misterio.

        Y vos, oh Padre, inclinaos sobre esta vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra; no veáis en ella sino al amado, en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.

        Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas.

12. - ORACIÓN AL PADRE

Abba, Padre bueno del  cielo y de la tierra y de todas partes,  principio y fin de todo.

Me alegro de que existas y seas tan grande y  generoso, dándote totalmente como Padre a tu Hijo con tu Amor de Espíritu Santo y viviendo en Tri-Unidad de Vida, Verdad  y Amor

Te alabo y te bendigo porque me has creado y redimido y hecho hijo tuyo en tu Hijo encarnado por obra del Espíritu Santo en el que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna”.

Papá bueno del cielo, te doy gracias porque me creaste: si existo, es que me has amado y soñado desde toda la eternidad y con un beso de amor de Padre me has dado la existencia en al amor de mis padres.

Si existo, es que me has preferido a millones y millones de seres que no existirán y me ha señalado con tu dedo,  creador de vida y felicidad eterna.

Si existo, soy un cheque firmado y avalado por la sangre del Hijo, muerto y resucitado por la potencia de Amor del Santo Espíritu; y he sido elegido  por creación y redención para vivir eternamente en la misma felicidad de Dios Trino y Uno.

Padre bueno de cielo y tierra, te pido que sea santificado tu Nombre, que venga a nosotros tu reino de Santidad, Verdad y Amor;  que se haga tu voluntad de salvación universal de todos los hombres; y que cumplamos tu deseo revelado en tu Palabra hecha carne: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”;  danos muchos y santos sacerdotes y predicadores de tu reino  que prolonguen la misión que confiaste a tu Hijo amado, Sacerdote Único del Altísimo y Eucaristía perfecta.

Padre bueno del cielo, quiero amarte como hijo; quiero obedecerte como a Padre; quiero cumplir tu deseo de hacernos a todos hijos en el Hijo para que te complazcas eternamente en Él-nosotros con tu mismo Amor de Espíritu Santo.

Padre nuestro que estás en el cielo, Origen de todo bien, Ternura infinita y personificada de la Trinidad; Principio y Fin de todo; Padre-Madre de mi vida y de mi alma, yo creo, adoro, espero, te amo; y te pido perdón por todos los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman; y confío y espero  tu abrazo eterno de Padre en el Hijo con tu  Amor de Espíritu Santo. Amén».

13.- ORACIÓN DE ADMIRACIÓN POR LA GRANDEZA SACERDOTAL

«Inclino mi frente como inclino mi corazón ante ti, Sacerdote,

Hombre de Dios y hombre de la Iglesia

Hombre que no te perteneces, que vives y mueres por los demás

Hombre de la soledad y compañero de camino para cada uno

Hombre que llevas en tu cuerpo la señal de la crucifixión

y la gloria de la resurrección

Hombre que no te humillas ante nadie,

pero que lavas los pies a todos

Evangelizador de alegría y consuelo

Ministro del perdón y de la misericordia

Amigo fiel

Hombre abierto a la esperanza,

que guardas en tu corazón las miserias de los hombres

Hombre de oración con las manos siempre en alto

Hombre libre porque eres obediente.

Hombre enamorado del amor, que cultivas grandes ideales

Experto de humanidad

Tú recibes del alba la fuerza de la resurrección

y a la tarde entregas la luz que no conoce ocaso.

Sacerdote, no ceses nunca de pronunciar tu ‘SI”».

9.- ORACIÓN AL ESPIRITU SANTO

Oh Espíritu Santo Consolador, que en el día santo de Pentecostés descendiste sobre los Apóstoles y henchiste aquellos sagrados pechos de caridad, de gracia y de sabiduría!   Suplícote, Señor, por esta inefable largueza y misericordia, hinches mi ánima de tu gracia y todas mis entrañas de la dulzura inefable de tu amor.

Ven, oh Espíritu Santísimo, y envíanos desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, oh Padre de los pobres. Ven, dador de las lumbres y lumbre de los corazones. Ven, Consolador muy bueno, dulce huésped de las almas y duce refrigerio de ellas. Ven a mí, limpieza de los pecados y Médico de las enfermedades. Ven, fortaleza de flacos y remedio de caídos. Ven, Maestro de los humildes y destruidor de los soberbios. Ven singular gloria de los que viven y salud de los que mueren. Ven, Dios mío, y disponme para Tí con la riqueza de tus dones y misericordias.

Embriágame con el don de la sabiduría, alúmbrame con el don del entendimiento, rígeme con el don del consejo, confírmame con el don de la fortaleza, enséñame con el don de la ciencia, hiéreme con el don de la piedad y traspasa mi corazón con el don del temor. ¡Oh dulcísimo amador de los limpios de corazón! Enciende y abrasa todas mi entrañas con aquel suavísimo fuego de tu amor, para que todas ellas, así abrasadas sean arrebatadas y llevadas a Tí, que eres mi último fin y abismo de todos los bienes.        

Oh dulcísimo amador de las almas limpias! Pues Tú sabes, Señor, que yo ninguna cosa puedo, extiende tu piadosa mano sobre mi, para que así pueda pasar a Tí. Y para esto, Señor, derriba, mortifica, aniquila y deshaz en mí todo lo que quisieres, para que del todo me hayes a tu voluntad, para que toda mi vida sea un sacrificio imperfecto, que todo se abrase en el fuego de tu amor.

¡Oh, quién me diese que me quisieses admitir a tu grande bien! Mira que a Tí suspira esta pobre y miserable criatura tuya, día y noche. Tuvo sed mi ánima del Dios vivo: ¿Cuándo vendré y pareceré ante la cara de todas las gracias? ¿Cuándo entraré en el lugar de aquel tabernáculo admirable hasta la casa de mi Dios? ¿Cuándo me veré harto con tu gloriosa presencia’? ¿Cuándo por Tí seré librado de la tentación y en Ti traspasaré el muro de esta mortalidad?

¡ Oh fuente de resplandores eternos! Vuélveme, Señor, a aquel abismo de donde procedí, donde te conozca de la manera que me conociste y te ame como me amaste y te vea para siempre en compañía de tus escogidos. AMEN.

 14.- ORACIÓN DE JUAN PABLO II

Ave María, Mujer pobre y humilde,
¡Bendita del Altísimo!

Virgen de la esperanza, profecía de los tiempos nuevos,
nosotros nos asociamos a tu canto de alabanza 
para celebrar las misericordias del Señor,
para anunciar la venida del Reino
y la plena liberación del hombre.

Ave María, humilde sierva del Señor,
¡gloriosa Madre de Cristo!
Virgen fiel, morada santa del Verbo,
enséñanos a perseverar en la escucha de la Palabra,
a ser dóciles a la voz del Espíritu,
atentos a sus llamados en la intimidad de la conciencia

y a sus manifestaciones en los acontecimientos de la historia.

Ave María, Mujer del dolor,
¡Madre de los vivientes!
Virgen esposa ante la Cruz, nueva Eva,
sé nuestra guía por los caminos del mundo,
enséñanos a vivir y a difundir el amor de Cristo,
a permanecer contigo junto a las innumerables cruces
sobre las cuales tu Hijo está aún crucificado.

Ave María, Mujer fiel,
¡Primera discípula!
Virgen Madre de la Iglesia, ayúdanos a dar siempre
razón de la esperanza que está en nosotros
confiando en la bondad del hombre y en el amor del Padre.

Enséñanos a construir el mundo desde dentro:
en la profundidad del silencio y la oración,
en la alegría del amor fraterno,
en la fecundidad insustituible de la cruz.

Santa María, Madre de los creyentes,
Ruega por nosotros.

15. AMO A JESUCRISTO

17.- ORACIÓN DE SANTA BRÍGIDA:

«Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la Última Cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.

Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así de manera bien clara tu caridad para con el género humano.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado  ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato, para ser juzgado por él.

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado con punzantes espinas, y aguantaste con una paciencia inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa, que te taparan los ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu mejilla y tu cuello.

Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado, que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato, cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos, como el Cordero inocente.

Honor a ti,  mi Señor Jesucristo, que, con todo tu glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte de cruz, cargaste sobre tus sagrados hombros el madero, fuiste llevado inhumanamente al lugar del suplicio, despojado de tus vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.

Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que, en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, que nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que cuidara de ella con toda fidelidad.

Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que, cuando estabas agonizando, diste a todos los pecadores la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.

Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste entre las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de la muerte.

Bendito seas Tú, mi Señor Jesucristo, que, por nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, y que ella lo envolviera en lienzos y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran allí guardia.

Honor por siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.

Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono, en tu reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la carne de la Virgen. Y así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos: tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén».

18.- ORACIÓN A JESÚS EUCARISTÍA

¡Jesucristo, Eucaristía divina, CANCIÓN DE AMOR DEL PADRE, REVELADA EN SU PALABRA HECHA CARNE Y PAN DE EUCARISTÍA, CON AMOR DE ESPÍRITU SANTO!

¡Jesucristo, Eucaristía divina, ¡TEMPLO, SAGRARIO Y MISTERIO DE MI DIOS TRINO Y UNO!

 ¡Cuánto te deseo, cómo te  busco, con qué hambre de Ti camino por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día!

¡Jesucristo Eucaristía, quiero verte para tener la Luz del Camino, de la Verdad y de la Vida; QUIERO ADORARTE, PARA CUMPLIR CONTIGO LA VOLUNTAD DEL PADRE HASTA DAR LA VIDA;  quiero comulgarte, para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor!; y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo sacerdote y víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Quiero entrar así en el Misterio de mi Dios Trino y Uno, con Jesucristo Sacerdote Único y Eucaristía perfecta,  por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

19.- ORACIÓN A JESUCRISTO

¡Jesucristo, HIJO DE DIOS ENCARNADO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y  EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE!

Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida y quedarte siempre en el Sagrario en intercesión y oblación perenne al Padre por la salvación de los hombres.

TAMBIÉN YO QUIERO  DARLO TODO POR TI Y PERMANECER SIEMPRE CONTIGO IMPLORANDO LA MISERICORDIA DIVINA SOBRE MI FAMILIA, MI PARROQUIA Y EL MUNDO ENTERO.

YO QUIERO SER Y EXISTIR SACERDOTAL Y VICTIMALMENTE  EN TI;  yo quiero ser totalmente tuyo, porque para mí Tú lo eres todo,  yo quiero que lo seas todo.

Jesucristo, Eucaristía Perfecta, yo creo en Ti.

Jesucristo, Sacerdote único del Altísimo, yo confío en Ti.

Tú eres el Hijo de Dios.

20.- ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

¡Oh Espíritu Santo, Dios Amor, ABRAZO Y BESO DE MI DIOS, ALIENTO DE VIDA Y AMOR TRINITARIO, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida! ¡Yo Te adoro!

¡Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante, y conviérteme, por una nueva encarnación sacramental, en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve y prolongue en mí todo su misterio de salvación! Quisiera hacer presente a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres como adorador del Padre, como salvador de los hombres, como redentor del mundo!

Inúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

¡Oh Espíritu Santo, Alma y Vida de mi Dios! Ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame, fúndeme en Amor Trinitario, para que sea amor creador de vida en el Padre, amor salvador de vida por el Hijo, amor santificador de vida con el Espíritu Santo, para alabanza de gloria de la Trinidad y bien de mis hermanos, los hombres.  

21.- ORACIÓN A MARÍA MADRE DEL ALMA

¡SALVE, MARÍA,

HERMOSA NAZARENA,

VIRGEN BELLA,

MADRE SACERDOTAL,

MADRE DEL ALMA,

CUÁNTO TE QUIERO,

CUÁNTO ME QUIERES!

¡GRACIAS POR HABERME DADO A TU HIJO,  HIJO DE DIOS ENCARNADO Y SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO!

¡GRACIAS POR HABERME AYUDADO A SER Y EXISTIR EN ÉL!

¡Y GRACIAS TAMBIÉN, POR QUERER SER MI MADRE !

¡MI MADRE  Y MI MODELO!

¡GRACIAS!

22.- Himno. En esta tarde, Cristo del Calvario

En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mi todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.

Amén.

23.- Tomad, Señor, y recibid

Agradecer a Dios sus dones es justo y necesario. Pero, ¿basta con el agradecimiento? Mejor será que cerremos esta contemplación con la preciosa plegaria oblativa que nos ofrece san Ignacio, glosándola y saboreándola, afectuosa y conscientemente, como si fuera la primera vez:

«Tomad, Señor y recibid». Te entrego el dominio de mi ser. Puedes usar de mí como te plazca. Puedes disponer de mi vida como quieras, cuando quieras y donde quieras.

«Toda mi libertad». Lo más íntimo de mi existencia, de mi personalidad, lo único auténticamente mío. La quiero emplear sólo en tu santo servicio. «Mi memoria». Quiero recordarte solo a ti o recordar para ti. Como los enamorados, que no dejan de recordarse mutuamente.

«Mi entendimiento». Quiero entender las cosas con tu sabiduría, con tu punto de vista.

«Mi voluntad». Quiero quererte a ti y querer como tú quieres a las personas y las cosas.

«Todo mi haber y mi poseer». Mi yo: esencia y existencia, facultades y sentidos. Y mis cosas: poder, tener, saber, mis cualidades, mi tiempo, todo para tu servicio.

«Vos me lo disteis; a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro; disponed a toda vuestra voluntad». Reconozco la procedencia divina de todo lo que soy y tengo, y os lo ofrezco para que lo aceptéis, de golpe o en el gota a gota, en la página a página de cada día.

24.- Te entrego, Señor, mi vida

Te entrego, Señor, mi vida; hazla fecunda; hazla fecunda.

Te entrego, Señor, mi voluntad; hazla idéntica a la tuya.

Toma mis manos; hazlas acogedoras.

Toma mi corazón; hazlo ardiente.

Toma mis pies; hazlos incansables.

Toma mis ojos; hazlos transparentes.

Toma mis horas grises; hazlas novedad.

Toma mis cansancios; hazlos tuyos.

Toma mis veredas; hazlas tu camino.

Toma mi pobreza; hazla tu riqueza.

Toma mi obediencia; hazla tu gozo.

Toma mi nada; hazla lo que quieras.

Hazme nuevo en la donación, alegría en la entrega,

gozo desbordante al dar la vida, al gastarme en tu servicio.

(Anónimo).

25.- SABORES Y DULZURAS DE TRINIDAD

Y cuando, en ese amar al Amor, la esposa del Espíritu Santo, introducida en la cámara nupcial de su divinal Consorte, saborea aquel festín de la sustancia divina en la sustancia de su alma, ve que, trascendida infinitamente, nada puede decir de aquel sabor deleitoso de Divinidad que se le está dando en el Beso virginal de su Esposo eterno.

Experimenta que todo Dios se es vida infinita, que se le da a gustar en sabor de leche y miel; sabor tan deleitable y misterioso, que va haciendo de la criatura, ante el contacto del toque divino del Espíritu Santo, Dios por participación, en una unión estrechísima de experiencia indecible e indescriptible.

Toda la Divinidad en Trinidad de Personas se hace saborear tan sabrosamente en su sabiduría saboreable al alma esposa, que ésta, sin saber, aprende y apercibe que, en este saber sabroso, no sabiendo, se ha quedado sin saber esta ciencia tan divina que le dice Divinidad; y que, dejándola embriagada en el festín infinito de su divino sabor, la ha incapacitado para gustar nada fuera de aquel Amante, que sólo le dice en la sustancia de su alma: VIRGINIDAD, DIVINIDAD.

Pudiéndosele llamar a la esposa que vive en este festín de amor, en esta vida, más de Cielo que de tierra: Dios por participación de Dios en experiencia amorosa; ya que su vivir es el vivir de las tres divinas Personas, siendo cada una de ellas su Amado y su Amante, y siendo ella para las tres divinas Personas su amada y su escogida; teniendo los dos un solo festín, y viviendo los dos, uno por derecho de propiedad, y otro por regalo de amor, de la Divinidad y para la Divinidad.

¡Oh mi Dios eterno, si el alma supiera el divino festín que se encierra en tu seno!, correría atraída al olor de tus perfumes, y vería cómo son “tus ungüentos más suaves que el vino” (Ct 1, 2b). ¡Oh Amor...! ¡“Bésame con el Beso de tu Boca” tan divinamente, que te sepa a Divinidad...!

Cuando te supe no quise nada, porque aprendí que en la sabiduría de tu ciencia se encuentra al Todo en su todo, y al Todo del todo; ya que, ahondada en el sacro misterio de tu eterna caridad, te supe tan divinamente, que me quedé sin saber, porque lo que en Ti aprendí, excedía casi infinitamente mi pobre saber, pues te supe en Ti sin mí, ¡aunque te supe yo en Ti… ¡Oh Dios, no quiero más ciencia que saberte, porque no quiero más saber que tu ciencia...!

Déjame, ¡oh Amor...!, ahondarme en la sabiduría inconmensurable de tu Divinidad, para que en tu sustancial Palabra yo pueda decirte a Ti, oh mi divinal Esposo, como mi alma enamorada lo necesita; ya que para que pudiera decirte, oh mi Trinidad Una, Tú me has hecho, por transformación de amor, tu misma Palabra,..

En verdad puedo decir con el Cantar de los Cantares: “Bésame con el beso de tu boca, pues son tus amores más suaves que el vino”.

26. CONSAGRACIÓN DE LA FAMILIA AL ESPÍRITU SANTO
 
        ¡Oh Dios Espíritu Santo! Postrados ante tu divina majestad, venimos a consagrarnos a Ti con todo lo que somos y tenemos. 

Por un acto de la omnipotencia del Padre hemos sido creados, por gracia del Hijo hemos sido redimidos, y por tu inefable amor has venido a nuestras almas para santificarnos, comunicándonos tu misma vida divina. 

           Desde el día de nuestro bautismo has tomado posesión de cada uno de nosotros, transformándonos en templos vivos donde Tú moras juntamente con el Padre y el Hijo; y el día de la Confirmación fue la Pentecostés en que descendiste a nuestros corazones con la plenitud de tus dones, pera que viviéramos una vida íntegramente cristiana.

 Permanece entre nosotros para presidir nuestras reuniones; santifica nuestras alegrías y endulza nuestros pesares; ilumina nuestras mentes con los dones de la sabiduría, del entendimiento y de la ciencia; en horas de confusión y de dudas asístenos con el don del consejo; para no desmayar en la lucha y el trabajo concédenos tu fortaleza; que toda nuestra vida religiosa y familiar esté impregnada de tu espíritu de piedad; y que a todos nos mueva un temor santo y filial para no ofenderte a Ti que eres la santidad misma. 

Asistidos en todo momento por tus dones y gracias, queremos llevar una vida santa en tu presencia.

Por eso hoy te hacemos entrega de nuestra familia y de cada uno de nosotros por el tiempo y la eternidad. Te consagramos nuestras almas y nuestros  cuerpos, nuestros bienes materiales y espirituales, para que Tú sólo dispongas de nosotros y de lo nuestro según tu beneplácito. Sólo te pedimos la gracia que después de haberte glorificado en la tierra, pueda toda nuestra familia alabarte en el cielo, donde con el Padre y el Hijo vives y reinas por los siglos de los siglos. Así sea.

27 Oración a la Virgen por los sacerdotes

Oh María...
Oh  María, Madre de Jesucristo 
y Madre de los sacerdotes:
acepta este título con el que hoy 
te honramos para exaltar tu maternidad
y contemplar contigo
el Sacerdocio de tu Hijo unigénito 
y de tus hijos,
oh Santa Madre de Dios.

Madre de Cristo,
que al Mesías Sacerdote diste un cuerpo de carne
por la unción del Espíritu Santo
para salvar a los pobres y contritos de corazón:
custodia en tu seno y en la Iglesia a los sacerdotes,
oh Madre del Salvador.

Madre de la fe,
que acompañaste al templo al Hijo del hombre,
en cumplimiento de las promesas
hechas a nuestros Padres:
presenta a Dios Padre, para su gloria,
a los sacerdotes de tu Hijo,
oh Arca de la Alianza.

Madre de la Iglesia,
que con los discípulos en el Cenáculo
implorabas el Espíritu
para el nuevo Pueblo y sus Pastores:
alcanza para el orden de los presbíteros
la plenitud de los dones,
oh Reina de los Apóstoles.

Madre de Jesucristo,
que estuviste con Él al comienzo 
de su vida y de su misión,
lo buscaste como Maestro entre la muchedumbre,
lo acompañaste en la cruz,
exhausto por el sacrificio único y eterno,
y tuviste a tu lado a Juan, como hijo tuyo:
acoge desde el principio
a los llamados al sacerdocio,
protégelos en su formación
y acompaña a tus hijos
en su vida y en su ministerio,
oh Madre de los sacerdotes. Amén

28. PRECES POR LOS SACERDOTES

A nuestro Santísimo Padre el Papa,
Dale Señor tu corazón de Buen Pastor.

A los sucesores de los Apóstoles,
Dales Señor, solicitud paternal por sus
sacerdotes.

A los Obispos puestos por el Espíritu Santo,
Compromételos con sus ovejas, Señor.

A los párrocos,
Enséñales a servir y a no desear ser
servidos, Señor.

A los confesores y directores espirituales,
Hazlos Señor, instrumentos dóciles de
tu Espíritu.

A los que anuncian tu palabra,
Que comuniquen espíritu y vida, Señor.

A los asistentes de apostolado seglar,
Que lo impulsen con su testimonio,
Señor.

A los que trabajan entre los pobres,
Haz que te vean y te sirvan en ellos,
Señor.

A los que atienden a los enfermos,
Que les enseñen el valor del
sufrimiento, Señor.

A los sacerdotes enfermos, tristes y afligidos,
Consuélalos, Señor.

A los sacerdotes ancianos,
Dales esperanza sobrenatural, Señor.

A los que están en crisis, tibios o desalentados,
Reanímalos, Señor.

A los que aspiran al sacerdocio,
Dales la perseverancia, Señor.

A todos los sacerdotes,
Dales fidelidad a Ti y a tu Iglesia,
Señor.

Que todos los sacerdotes,
Sean uno como Tú y el Padre, Señor.

A todos los sacerdotes,
Dales la plenitud de tu Espíritu y
transfórmalos en Ti, Señor.

29.- ORACIÓN  POR LAS VOCACIONES
Juan Pablo II

Padre santo:
Fuente perenne de la existencia y del amor,
que en el hombre viviente
muestras el esplendor de tu gloria,
y pones en su corazón la simiente de tu llamada,
haz que ninguno, por negligencia nuestra, ignore este don o lo pierda,
sino que todos, con plena generosidad,
puedan caminar hacia la realización de tu Amor.

Señor Jesús,
que en tu peregrinar por los caminos de Palestina,
has elegido y llamado a tus apóstoles
y les has confiado la tarea de predicar el Evangelio,
apacentar a los fieles, celebrar el culto divino, 
haz que hoy no falten a tu Iglesia
numerosos y santos Sacerdotes, que lleven a todos 
los frutos de tu muerte y de tu resurrección.

Espíritu Santo: que santificas a la Iglesia
con la constante dádiva de tus dones,
introduce en el corazón de los llamados 
a la vida consagrada
una íntima y fuerte pasión por el Reino,
para que con un sí generoso e incondicional
pongan su existencia al servicio del Evangelio.

Virgen Santísima, que sin dudar
te has ofrecido al Omnipotente
para la actuación de su designio de salvación,
infunde confianza en el corazón de los jóvenes
para que haya siempre pastores celosos,
que guíen al pueblo cristiano por el camino de la vida,
y almas consagradas que sepan testimoniar
en la castidad, en la pobreza y en la obediencia,
la presencia liberadora de tu Hijo resucitado.

Amén

30. EL AMOR A DIOS Y EL AMOR A UNO MISMO

Dos amores fundaron dos ciudades, a saber: el amor propio, hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios, hasta el desprecio de sí propio, la celestial. La primera se gloría en sí misma; y la segunda, en Dios, porque aquella busca la gloria de los hombres, y esta tiene por máxima gloria a Dios64

Hay dos ciudades, dos pueblos y dos reyes. ¿Cuáles son estas dos ciudades? Babilonia y Jerusalén. El Diablo gobierna en una; Cristo, en la otra,.. Todos los que se gozan en las cosas temporales pertenecen a aquella ciudad que se llama, místicamente, Babilonia, y que tiene por rey al Diablo. Por el contrario, todos los que se gozan de las cosas de arriba, que piensan en las celestes, que se preocupan en el mundo de no ofender, que evitan el pecado y que, si han pecado, no se avergüenzan en confesarse, son humildes, mansos, justos, piadosos y buenos: todos ellos pertenecen a la ciudad que tiene por rey a Cristo...

Estas dos ciudades que ahora están mezcladas, y que al fin han de ser separadas, luchan entre sí: la una, a favor de la iniquidad; la otra, a favor de la justicia; la una, por la vanidad; la otra, por la verdad.

Para ayudarnos en nuestra reforma, san Ignacio empieza por los criterios de la mente.

Materia:«Meditación de Dos banderas: la una de Cristo, sumo capitán y señor nuestro; la otra de Lucifer, mortal enemigo de nuestra naturaleza humana».

Petición: «Pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo y gracia para guardarme de ellos, y conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán de los buenos y gracia para imitarle». Es una petición de luz para nuestro entendimiento espiritual.

Como resumen de la bandera de Satanás, escuchemos el diálogo recogido en un DIARIO:

—Qué pides a cambio de tu alma?, preguntó Satanás al hombre.

—Exijo riquezas, posesiones, honores, distinciones... Y también exijo poder, juventud, fuerza, salud... Exijo sabiduría, genio, prudencia... Y también renombre, fama, buena suerte.. .Y amores, placeres, sensaciones... ¿Me darás todo esto? —preguntó el hombre.

—No te daré nada —respondió Satanás.

—Entonces, no tendrás mi alma.

—Tu alma ya es mía —contestó Satanás66. [Porque esos deseos le hacían ya su esclavo.]

 Coloquio: Pedir luz para ver nuestras cadenas o lianas principales en los tres capítulos del tener, parecer y sobresalir, y pedir gracia para desenredarnos de la riqueza, la vanidad y la soberbia.

• La bandera de Cristo

Pero no nos quedemos ahí, pues nadie vive de negaciones. Pasemos a ver la bandera de Cristo rey. Los colores que ondean en los pliegues de la bandera de Jesús son pobreza y humildad. Es decir, desprendimiento de sí mismo y abandono en Dios. Estos son sus dos valores.

En la primera carta a los corintios hay un canto al amor con una serie de cualidades: El amor es compasivo y servicial, el amor nada sabe de envidias, de jactancias ni de orgullos. No es grosero ni egoísta, no pierde los estribos, no es rencoroso. Lejos de alegrarse de la injusticia, encuentra su gozo en la verdad. Disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites. (1 Cor 13,4-7).

Pero ese amor es costoso al egoísmo. Para alcanzarlo hay que hacerse pobre y humilde. La pobreza y la humildad no son fines, son medios para alcanzar el amor altruista.

Lo primero que caracteriza la bandera de Jesús es la pobreza. Solo estaré en paz conmigo y dispuesto a servir a Dios y a los demás, cuando sea libre para poseer o no poseer algo. Por eso, Pablo aconseja poseer como si no poseyera (cf. 2 Cor 6,10.

 Lo segundo que caracteriza la bandera de Jesús es la humildad: librarme del ego me hace acogedor, disponible y me da paz: Nada te turbe, nada te espante. Quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta (Teresa de Jesús).

31 PEDIR  Y ORAR LAS BIENAVENTURANZAS

32.-  El “Padre Nuestro”
San Cipriano de CartagoTratado sobre el “Padre Nuestro”, 14 - 17.

"«Cúmplase tu voluntad en la tierra como en el cielo». No en el sentido de que Dios haga lo que quiere, sino en cuanto nosotros podamos hacer lo que Dios quiere. Pues ¿quién puede estorbar a Dios de que haga lo que quiera? Pero porque a nosotros se nos opone el diablo para que no esté totalmente sumisa a Dios nuestra mente y vida, pedimos y rogamos que se cumpla en nosotros la voluntad de Dios: y para que se cumpla en nosotros, necesitamos de esa misma voluntad, es decir, de su ayuda y protección, porque nadie es fuerte por sus propias fuerzas, sino por la bondad y misericordia de Dios. En fin, también el Señor, para mostrar la debilidad del hombre, cuya naturaleza llevaba, dice: Padre, si puede ser, que pase de mí este cáliz (Mt 26,39), y para dar ejemplo a sus discípulos de que no hicieran su propia voluntad, sino la de Dios, añadió lo siguiente:

Con todo, no se haga lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres. Y en otro pasaje dice: No bajé del cielo para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me envió (lo 6,38). Por lo cual, si el Hijo obedeció hasta hacer la voluntad del Padre, cuánto más debe obedecer el servidor para cumplir la voluntad de su señor, como exhorta y enseña en una de sus epístolas Juan a cumplir la voluntad de Dios, diciendo: No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno amare al mundo, no hay en él amor del Padre, porque todo lo que hay en éste es concupiscencia de la carne, y concupiscencia de los ojos, y ambición de la vida, que no viene del Padre, sino de la concupiscencia del mundo; y el mundo pasará y su concupiscencia, mas el que cumpliere la voluntad de Dios permanecerá para siempre, como Dios permanece eternamente (1 lo 2,15-17).

Los que queremos permanecer siempre, debemos hacer la voluntad de Dios, que es eterno. La voluntad de Dios es la que Cristo enseñó y cumplió: humildad en la conducta, firmeza en la fe, reserva en las palabras, rectitud en los hechos, misericordia en las obras, orden en las costumbres, no hacer ofensa a nadie y saber tolerar las que se le hacen, guardar paz con los hermanos, amar a Dios de todo corazón, amarle porque es Padre, temerle porque es Dios; no anteponer nada a Cristo, porque tampoco él antepuso nada a nosotros; unirse inseparablemente a su amor, abrazarse a su cruz con fortaleza y confianza; si se ventila su nombre y honor, mostrar en las palabras la firmeza con la que le confesamos; en los tormentos, la confianza con que luchamos; en la muerte, la paciencia por la que somos coronados. Esto es querer ser coherederos de Cristo, esto es cumplir el precepto de Dios, esto es cumplir la voluntad del Padre.

Pedimos que se cumpla la voluntad de Dios en el cielo y en la tierra; en ambos consiste el acabamiento de nuestra felicidad y salvación. En efecto, teniendo un cuerpo terreno y un espíritu que viene del cielo, somos a la vez tierra y cielo, y oramos para que en ambos, es decir, en el cuerpo y en el espíritu. se cumpla su voluntad. Por eso debemos pedir con cotidianas y aun continuas oraciones que se cumpla sobre nosotros la voluntad de Dios tanto en el cielo como en la tierra; porque ésta es la voluntad de Dios, que lo terreno se posponga a lo celestial, que prevalezca lo espiritual y divino.

También puede darse otro sentido, hermanos amadísimos, que puesto que manda y amonesta el Señor que amemos hasta a los enemigos y oremos también por los que nos persiguen, pidamos igualmente por los que aún son terrenos y no han empezado todavía a ser celestes, para que asimismo se cumpla sobre ellos la voluntad de Dios, que Cristo cumplió conservando y reparando al hombre. Porque si ya no llama El a los discípulos tierra, sino sal de la tierra, y el Apóstol dice que el primer hombre salió del barro de la tierra y el segundo del cielo, nosotros, que debemos ser semejantes a Dios, que hace salir el sol sobre buenos y malos v llueve sobre justos e injustos (Mt 5,45), con razón pedimos y rogamos, ante el aviso de Cristo, por la salud de todos, que como en el cielo, esto es, en nosotros, se cumplió la voluntad de Dios por nuestra fe para ser del cielo, así también se cumpla su voluntad en la tierra, esto es, en los que no creen, a fin de que los que todavía son terrenos por su primer nacimiento empiecen a ser celestiales por su nacimiento segundo del agua y del Espíritu."

Oración: 
Señor Dios, Tú nos has revelado tu voluntad a través de las palabras y acciones de tu divino Hijo. Te suplicamos nos ayudes a seguir su ejemplo en nuestras vidas para poder contemplarte y cantarte para siempre en tus moradas eternas. Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

 

33.- Acción de gracias después de la Comunión
Papa Clemente XI

Creo en Ti, Señor, pero ayúdame a creer con más firmeza;
espero en Ti, pero ayúdame a esperar con más confianza;
te amo, Señor, pero ayúdame a amarte más ardientemente;
estoy arrepentido, pero ayúdame a tener mayor dolor.

Te adoro, Señor, porque eres mi Creador
y te anhelo porque eres mi último fin;
te alabo porque no te cansas de hacerme el bien
y me refugio en Ti, porque eres mí protector.

Que tu sabiduría, Señor, me dirija
y tu justicia me reprima;
que tu misericordia me consuele
y tu poder me defienda.

Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, para que se dirijan a, Ti;
te ofrezco mis palabras, para que hablen de Ti;
te ofrezco mis obras, para que todo lo haga por Ti;
te ofrezco mis penas, para qué las sufra por Ti.

Todo aquello que quieres Tú, Señor, lo quiero yo
precisamente porque lo quieres Tú,
quiero como lo quieras Tú,
y durante todo el tiempo que lo quieras Tú.

Te pido, Señor, que ilumines mi entendimiento,
que inflames mi voluntad,
que purifiques mi corazón
y santifiques mi alma.

Ayúdame a apartarme de mis pasadas iniquidades,
a rechazar las tentaciones futuras,
a vencer mis inclinaciones al mal
y a cultivar las virtudes necesarias.

Concédeme, Dios de bondad, amor a Ti,
odio a mí,
celo por el prójimo
desprecio a lo mundano.

 

Dame tu gracia para ser obediente con mis superiores,
ser comprensivo con mis inferiores,
saber aconsejar a mis amigos
y perdonar con mis enemigos.

Que venza la sensualidad con la mortificación,
con generosidad la avaricia,
con bondad la ira,
con fervor la tibieza.

Que sepa tener prudencia, Señor, al aconsejar,
valor frente a los peligros,
paciencia, en las dificultades,
humilde en la prosperidad.

Concédeme, Señor, atención al orar,
sobriedad al comer,
responsabilidad en mi trabajo
y firmeza en mis propósitos.

Ayúdame a conservar la pureza de alma,
a ser modesto en mis actitudes,
ejemplar en mis conversaciones
y a llevar una vida ordenada.

Concédeme tu ayuda para dominar mis instintos,
para fomentar en mí tu vida de gracia,
para cumplir tus mandamientos
y obtener la salvación.

Enséñame, Señor, a comprender la pequeñez de lo terreno,
la grandeza de lo divino,
la brevedad de esta vida
y la eternidad de la futura.

Concédeme una buena preparación para la muerte
y un santo temor al juicio,
para librarme del infierno
y alcanzar el paraíso. Por Cristo nuestro Señor. Amén

 

34.- Acción de gracias después de la Comunión
Santo Tomás de Aquino

Gracias te doy, 
Señor Santo, Padre Todopoderoso,
Dios eterno, porque a mí, pecador,
indigno siervo tuyo,
sin mérito alguno de mi parte,
sino por pura concesión de tu misericordia,
te has dignado alimentarme
con el precioso Cuerpo y Sangre
de tu Unigénito Hijo 
mi Señor Jesucristo.

Suplícote, que esta Sagrada Comunión
no me sea ocasión de castigo,
sino intercesión saludable para el perdón;
sea armadura de mi fe,
escudo de mi voluntad,
muerte de todos mis vicios,
exterminio de todos mis carnales apetitos
y aumento de caridad, paciencia y verdadera humildad,
y de todas las virtudes:
sea perfecto sosiego de mi cuerpo y de mi espíritu,
firme defensa contra todos mis enemigos
visibles e invisibles,
perpetua unión contigo,
único y verdadero Dios,
y sello de mi muerte dichosa.

Ruégote, que tengas por bien
llevar a este pecador a aquel convite inefable,
donde Tú, con tu Hijo y el Espíritu Santo,
eres para tus santos, luz verdadera,
satisfacción cumplida, 
gozo perdurable, 
dicha consumada Y felicidad perfecta.

Por el mismo Cristo Nuestro Señor.  Amén


 

35.- Acción de gracias después de la Comunión
SAN BUENAVENTURA

Traspasa, dulcísimo Jesús y Señor mío,
la médula de mi alma
con el suavísimo y saludabilísimo dardo de tu amor;
con la verdadera, pura y santísima caridad apostólica,
a fin de que mi alma desfallezca y se derrita
siempre sólo en amarte y en deseo de poseerte:
que por Ti suspire, y desfallezca por hallarse
en los atrios de tú Casa;
anhele ser desligada del cuerpo para unirse contigo.

Haz que mi alma tenga hambre de Ti,
Pan de los Ángeles, alimento de las almas santas,
Pan nuestro de cada día, lleno de fuerza,
de toda dulzura y sabor, y de todo suave deleite.

Oh Jesús, en quien se desean mirar los Ángeles:
tenga siempre mi corazón hambre de Ti, 
y el interior de mi alma rebose con la dulzura de tu sabor;
tenga siempre sed de Ti, fuente de vida,
manantial de sabiduría y de ciencia,
río de luz eterna, torrente de delicias,
abundancia de la Casa de Dios:
que te desee, te busque, te halle;
que a Ti vaya y a Ti llegue; en Ti piense, de Ti hable,
y todas mis acciones encamine a honra y gloria de tu nombre,
con humildad y discreción,
con amor y deleite, con facilidad y afecto,
con perseverancia hasta el fin;
para que Tú solo seas siempre mi esperanza, toda mi confianza, 
mi riqueza, mi deleite, mi contento,
mi gozo, mi descanso y mi tranquilidad, mi paz,
mi suavidad, mi perfume, mi dulzura, mi comida,
mi alimento, mi refugio, mi, auxilio,
mi sabiduría, mi herencia, 
mi posesión, mi tesoro,
en el cual esté siempre fija y firme
e inconmoviblemente arraigada mi alma y mi corazón. Amén.

36.- ADORACIÓN EUCARÍSTICA DE JUAN PABLO II


      Nos presentamos ante ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos.

        «Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Hijo de Dios» (Jn. 6,69).

         Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la última cena y continúa como comunión y donación de todo lo que eres.Aumenta nuestra FE.

       Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre para decirle nuestro SÍ unido al tuyo.
Contigo ya podemos decir: Padre nuestro.

Siguiéndote a ti, «camino, verdad y vida», queremos penetrar en el aparente «silencio» y «ausencia» de Dios, rasgando la nube del Tabor para escuchar la voz del Padre que nos dice: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia: Escuchadlo» (Mt. 17,5).

Con esta FE, hecha de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras situaciones personales, así como los diversos sectores de la vida familiar y social.

Tú eres nuestra ESPERANZA, nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo.

Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives «siempre intercediendo por nosotros» (Heb. 7,25).

Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado contigo hacia el Padre.

Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú eres el centro, el principio y el fin de todo.

Apoyados en esta ESPERANZA, queremos infundir en el mundo esta escala de valores evangélicos por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en las actitudes de la vida concreta.

Queremos AMAR COMO TÚ, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres. Quisiéramos decir como San Pablo: «Mi vida es Cristo» (Flp. 1,21).

Nuestra vida no tiene sentido sin ti.

Queremos aprender a «estar con quien sabemos nos ama», porque «con tan buen amigo presente todo se puede sufrir». En ti aprenderemos a unirnos a la voluntad del Padre, porque en la oración «el amor es el que habla» (Sta. Teresa).

Entrando en tu intimidad, queremos adoptar determinaciones y actitudes básicas, decisiones duraderas, opciones fundamentales según nuestra propia vocación cristiana.

CREYENDO, ESPERANDO Y AMANDO, TE ADORAMOS con una actitud sencilla de presencia, silencio y espera, que quiere ser también reparación, como respuesta a tus palabras: «Quedaos aquí y velad conmigo» (Mt. 26,38).

Tú superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y palabras; por eso queremos aprender a adorar admirando el misterio, amándolo tal como es, y callando con un silencio de amigo y con una presencia de donación.

El Espíritu Santo que has infundido en nuestros corazones nos ayuda a decir esos «gemidos inenarrables» (Rom. 8,26) que se traducen en actitud agradecida y sencilla, y en el gesto filial de quien ya se contenta con sola tu presencia, tu amor y tu palabra.

En nuestras noches físicas y morales, si tú estás presente, y nos amas, y nos hablas, ya nos basta, aunque muchas veces no sentiremos la consolación.

Aprendiendo este más allá de la ADORACIÓN, estaremos en tu intimidad o «misterio». Entonces nuestra oración se convertirá en respeto hacia el «misterio» de cada hermano y de cada acontecimiento para insertarnos en nuestro ambiente familiar y social y construir la historia con este silencio activo y fecundo que nace de la contemplación.
Gracias a ti, nuestra capacidad de silencio y de adoración se convertirá en capacidad de AMAR y de SERVIR.

Nos has dado a tu Madre como nuestra para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la más perfecta Madre.

Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera, que sabe meditar adorando y amando tu Palabra, para transformarla en vida y comunicarla a todos los hermanos. Amén.

37.- ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío!

El Reino de Dios en muy grande, y Él quiere que todos los hombres se salven; pero tienen que tener fe, confiar en Él y acogerse a los Evangelios. Escuchad este mensaje que va dirigido a todos los hombres del mundo sin distinción. Y pensad que lo más profundo de su amor Dios lo revela en aquellas almas que se entregan por entero a Él. No es preciso, hijo mío, saber mucho para agradarme mucho; basta que me ames con fervor. Háblame, pues, aquí sencillamente, como hablarías a tu madre, a tu hermano.

¡Necesitas hacerme a favor de alguien una súplica cualquiera? 

Dime su nombre, bien sea el de tus padres , bien el de tus hermanos y amigos; dime en seguida qué quisieras que hiciese actualmente por ellos. Pide mucho, mucho, no vaciles en pedir; me gustan los corazones generosos que llegan a olvidarse en cierto modo de sí mismos, para atender a las necesidades ajenas. Háblame así, con sencillez, con llaneza, de los pobres a quienes quisieras consolar, de los enfermos a quienes ves padecer, de los extraviados que anhelas volver al buen camino, de los amigos ausentes que quisieras ver otra vez a tu lado. Dime por todas una palabra de amigo, palabra entrañable y fervorosa. Recuérdame que he prometido escuchar toda súplica que salga del corazón; y ¿no ha de salir del corazón; el ruego que me dirijas por aquellos que tu corazón especialmente ama?

Y para ti, ¿no necesitas alguna gracia? 

Hazme, si quieres, una como lista de tus necesidades, y ven, léela en mi presencia. Dime francamente que sientes soberbia, amor a la sensualidad y al regalo; que eres tal vez egoísta, inconstante, negligente…; y pídeme luego que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos que haces para quitar de ti tales miserias.

No te avergüences, ¡pobre alma! ¡Hay en el cielo tantos justos, tantos Santos de primer orden, que tuvieron esos mismos defectos! Pero rogaron con humildad…; y poco a poco se vieron libres de ellos.

Ni menos vaciles al pedirme bienes espirituales y corporales: salud, memoria, éxito feliz en tus trabajos, negocios o estudios; todo eso puedo darte y lo doy, y deseo que me lo pidas en cuanto no se oponga, antes favorezca y ayude a tu santificación. Hoy por hoy, ¿qué necesitas? ¿qué puedo hacer por tu bien? ¡Si supieras los deseos que tengo de favorecerte!

¿Traes ahora mismo entre manos algún proyecto?

Cuéntamelo todo minuciosamente. ¿qué te preocupa? ¿qué piensas? ¿qué deseas? ¿qué quieres que haga por tu hermano, por tu amigo , por tu superior? ¿qué desearías hacer por ellos?

¿Y por Mí? ¿No sientes deseos de mi gloria? ¿No quisieras hacer algún bien a tus prójimos, a tus amigos, a quienes amas mucho, y que viven quizás olvidados de Mí?

Dime qué cosa llama hoy particularmente tu atención, qué anhelas más vivamente , y con qué medios cuentas para conseguirlo. Dime si te sale mal tu empresa, y yo te diré las causas del mal éxito. ¿No quisieras que me interesase algo en tu favor? Hijo mío, soy dueño de los corazones, y dulcemente los llevo,, sin perjuicio de su libertad, adonde me place. ¿ Sientes acaso tristeza o mal humor?

Cuéntame, cuéntame, alma desconsolada, tus tristezas con todos sus pormenores. ¿Quién te hirió? ¿quién lastimó tu amor propio? ¿quién te ha despreciado? Acércate a mi Corazón, que tiene bálsamo eficaz para curar todas esas heridas del tuyo. Dame cuenta de todo, y acabarás en breve por decirme que, a semejanza de Mí todo lo perdonas, todo lo olvidas, y en pago recibirás mi consoladora bendición.

¿Temes por ventura? ¿Sientes en tu alma aquellas vagas melancolías, que no por ser infundadas dejan de ser desgarradoras? Échate en brazos de mi providencia. Contigo estoy; aquí, a tu lado me tienes; todo lo veo, todo lo oigo, ni un momento te desamparo. ¿Sientes desvío de parte de personas que antes te quisieron bien, y ahora olvidadas se alejan de ti, sin que les hayas dado el menor motivo? Ruega por ellas, y yo las volveré a tu lado, si no han de ser obstáculo a tu santificación.

¿Y no tienes tal vez alegría alguna que comunicarme? 

¿Por qué no me haces partícipe de ella soy un buen amigo?

Cuéntame lo que hiciste desde ayer, desde la última visita que me hiciste, has consolado y hecho como sonreír a tu corazón?, Quizá has tenido agradables sorpresas, quizá has visto disipados negros recelos, quizá has recibido faustas noticias, alguna carta o muestra de cariño; has vencido alguna dificultad, o salido de algún lance apurado.

Obra mía es todo esto, y yo te lo he proporcionado; ¿por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud y decirme sencillamente, como un hijo a su padre: “ ¡Gracias, Padre mío, gracias!” El agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque el bienhechor le gusta verse correspondido.

¿Tampoco tienes promesa alguna para hacerme?

 Veo, ya lo sabes, en el fondo de tu corazón. A los hombres se les engaña fácilmente; a Dios, no. Háblame, pues, con toda sinceridad. ¿Tienes firme resolución de no exponerte ya más a aquella ocasión de pecado? ¿de privarte de aquel objeto que te dañó? ¿de no leer más aquel libro que exaltó tu imaginación? ¿de no tratar más aquella persona que turbó la paz de tu alma?

¿Volverás a ser dulce, amable y condescendiente con aquella otra a quien, por haberte faltado, has mirado hasta hoy como enemiga?

Ahora bien, hijo mío; vuelve a tus ocupaciones habituales, al taller, a la familia, al estudio…; pero no olvides los quince minutos de grata conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad del santuario. Guarda, en cuanto puedas, silencio, modestia, recogimiento, resignación, caridad con el prójimo. Ama a mi madre, que lo es también tuya, la Virgen Santísima, y vuelve otra vez mañana con el corazón más amoroso, más entregado a mi servicio.

38.- Dios mío te adoro

Dios mío, te adoro oculto en esta sagrada Hostia.
¿Es posible que te hayas reducido a tan humilde morada,
para venir a mí y permanecer corporalmente conmigo?
Los cielos son indignos para alojarte!, y ¿te contentas, para estar conmigo siempre, con estas pobres especies?
 ¡Bondad inconcebible!¿Podría yo creer esta maravilla si Tú mismo no me la asegurases?

 EXAMEN DE CONCIENCIA PARA LOS SACERDOTES

1. «Por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad » (Jn 17, 19)

¿Me propongo seriamente la santidad en mi sacerdocio? ¿Estoy convencido de que la fecundidad de mi ministerio sacerdotal viene de Dios y que, con la gracia del Espíritu Santo, debo identificarme con Cristo y dar mi vida por la salvación del mundo?

2. «Este es mi cuerpo» (Mt 26, 26)

¿El santo sacrificio de la Misa es el centro de mi vida interior? ¿Me preparo bien, celebro devotamente y después, me recojo en acción de gracias? ¿Constituye la Misa el punto de referencia habitual de mi jornada para alabar a Dios, darle gracias por sus beneficios, recurrir a su benevolencia y reparar mis pecados y los de todos los hombres?

3. «El celo por tu casa me devora» (Jn 2, 17)

¿Celebro la Misa según los ritos y las normas establec idas, con auténtica motivación, con los libros litúrgicos aprobados? ¿Estoy atento a las sagradas especies conservadas en el tabernáculo, renovándolas periódicamente? ¿Conservo con cuidado los vasos sagrados? ¿Llevo con dignidad todos las vestidos sagrados prescritos por la Iglesia, teniendo presente que actúo in persona Christi Capitis?

4. «Permaneced en mi amor» (Jn 15, 9)

¿Me produce alegría permanecer ante Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento, en mi meditación y silenciosa adoración? ¿Soy fiel a la visita cotidiana al Santísimo Sacramento? ¿Mi tesoro está en el Tabernáculo?

5. «Explícanos la parábola» (Mt 13, 36)

¿Realizo todos los días mi meditación con atención, tratando de superar cualquier tipo distracción que me separe de Dios, buscando la luz del Señor que sirvo? ¿Medito asiduamente la Sagrada Escritura? ¿Rezo con atención mis oraciones habituales?

6. Es preciso «orar siempre sin desfallecer» (Lc 18, 1)

¿Celebro cotidianamente la Liturgia de las Horas integralmente, digna, atenta y devotamente? ¿Soy fiel a mi compromiso con Cristo en esta dimensión importante de mi ministerio, rezando en nombre de toda la Iglesia?

7. «Ven y sígueme» (Mt 19, 21)

¿Es, nuestro Señor Jesucristo, el verdadero amor de mi vida? ¿Observo con alegría el compromiso de mi amor hacia Dios en la continencia del celibato? ¿Me he detenido conscientemente en pensamientos, deseos o actos impuros; he mantenido conversaciones inconvenientes? ¿Me he puesto en la ocasión próxima de pecar contra la castidad? ¿He custodiado mi mirada? ¿He sido prudente al tratar con las diversas categorías de personas? ¿Representa mi vida, para los fieles, un testimonio del hecho de que la pureza es algo posible, fecundo y alegre?

8. «¿Quién eres Tú?» (Jn 1, 20)

En mi conducta habitual, ¿encuentro elementos de debilidad, de pereza, de flojedad? ¿Son conformes mis conversaciones al sentido humano y sobrenatural que un sacerdote debe tener? ¿Estoy atento a actuar de tal manera que en mi vida no se introduzcan particulares superficiales o frívolos? ¿Soy coherente en todas mis acciones con mi condición de sacerdote?

9. «El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cab eza» (Mt 8, 20)

¿Amo la pobreza cristiana? ¿Pongo mi corazón en Dios y estoy desapegado, interiormente, de todo lo demás? ¿Estoy dispuesto a renunciar, para servir mejor a Dios, a mis comodidades actuales, a mis proyectos personales, a mis legítimos afectos? ¿Poseo cosas superfluas, realizo gastos no necesarios o me dejo conquistar por el ansia del consumismo? ¿Hago lo posible para vivir los momentos de descanso y de vacaciones en la presencia de Dios, recordando que soy siempre y en todo lugar sacerdote, también en aquellos momentos?

10. «Has ocultado estas cosas a sabios y inteligentes, y se las has revelado a los pequeños » (Mt 11, 25)

¿Hay en mi vida pecados de soberbia: dificultades interiores, susceptibilidad, irritación, resistencia a perdonar, tendencia al desánimo, etc.? ¿Pido a Dios la virtud de la humildad?

11. «Al instante salió sangre y agua» (Jn 19, 34)

¿Tengo la convicción de que, al actuar “en la persona de Cristo” estoy directamente comprometido con el mismo cuerpo de Cristo, la Iglesia? ¿Puedo afirmar sinceramente que amo a la Iglesia y que sirvo con alegría su crecimiento, sus causas, cada uno de sus miembros, toda la humanidad?

12. «Tú eres Pedro» (Mt 16, 18)

Nihil sine Episcopo—nada sin el Obispo— decía San Ignacio de Antioquía: ¿están estas palabras en la base de mi ministerio sacerdotal? ¿He recibido dócilmente órdenes, consejos o correcciones de mi Ordinario? ¿Rezo especialmente por el Santo Padre, en plena unión con sus enseñanzas e intenciones?

13. «Que os améis los unos a los otros» (Jn 13, 34)

¿He vivido con diligencia la caridad al tratar con mis hermanos sacerdotes o, al contrario, me he

desinteresado de ellos por egoísmo, apatía o indiferencia? ¿He criticado a mis hermanos en el sacerdocio? ¿He estado al lado de los que sufren por enfermedad física o dolor moral? ¿Vivo la fraternidad con el fin de que nadie esté solo? ¿Trato a todos mis hermanos sacerdotes y también a los fieles laicos con la misma caridad y paciencia de Cristo?

14. «Yo soy el camino, la verdad y la vida » (Jn 14, 6)

¿Conozco en profundidad las enseñanzas de la Iglesia? ¿Las asimilo y las transmito fielmente? ¿Soy

consciente del hecho de que enseñar lo que no corresponde al Magisterio, tanto solemne como

ordinario, constituye un grave abuso, que causa daño a las almas?

15. «Vete, y en adelante, no peques más» (Jn 8, 11)

El anuncio de la Palabra de Dios ¿conduce a los fieles a los sacramentos? ¿Me confieso con regularidad y con frecuencia, conforme a mi estado y a las cosas santas que trato? ¿Celebro con generosidad el Sacramento de la Reconciliación? ¿Estoy ampliamente disponible a la dirección espiritual de los fieles dedicándoles un tiempo específico? ¿Preparo con cuidado la predicación y la catequ esis? ¿Predico con celo y con amor de Dios?

16. «Llamó a los que él quiso y vinieron junto a él » (Mc 3, 13)

¿Estoy atento a descubrir los gérmenes de vocación al sacerdocio y a la vida consagrada? ¿Me preocupo de difundir entre todos los fieles una mayor conciencia de la llamada universal a la santidad? ¿Pido a los fieles rezar por las vocaciones y por la santificación del clero?

17. «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a se rvir» (Mt 20, 28)

¿He tratado de donarme a los otros en la vida cotidiana, sirviendo evangélicamente? ¿Manifiesto la caridad del Señor también a través de las obras? ¿Veo en la Cruz la presencia de Jesucristo y el triunfo del amor? ¿Imprimo a mi cotidianidad el espíritu de servicio? ¿Considero también el ejercicio de la autoridad vinculada al oficio una forma imprescindible de servicio?

18. «Tengo sed» (Jn 19, 28)

¿He rezado y me he sacrificado verdaderamente y con generosidad por las almas que Dios me ha confiado? ¿Cumplo con mis deberes pastorales? ¿Tengo también solicitud de las almas de los fieles difuntos?

19. «¡Ahí tienes a tu hijo! ¡Ahí tienes a tu madre!» (Jn 19, 26-27)

¿Recurro lleno de esperanza a la Santa Virgen, Madre de los sacerdotes, para amar y hacer amar más a su Hijo Jesús? ¿Cultivo la piedad mariana? ¿Reservo un espacio en cada jornada al Santo Rosario? ¿Recurro a su materna intercesión en la lucha contra el demonio, la concupiscencia y la mundanidad?

20. «Padre, en tus manos pongo mi espíritu » (Lc 23, 44)

¿Soy solícito en asistir y administrar los sacramentos a los moribundos? ¿Considero en mi meditación personal, en la catequesis y en la ordinaria predicación la doctrina de la Iglesia sobre los Novísimos? ¿Pido la gracia de la perseverancia final y invito a los fieles a hacer lo mismo? ¿Ofrezco frecuentemente y con devoción los sufragios por las almas de los difuntos?

¡Oh Dios de la majestad, pero también Dios del amor!
 ¡Que no sea yo todo entendimiento para conocer esta misericordia,
todo corazón para agradecerla, toda lengua para publicarla!
Tú, oh Dios de mi corazón, me has creado para ser objeto de tu amor infinito ¿cómo puedo no desear poseerte?

Te abro mi corazón, te ofrezco mi pecho, mi boca y mi lengua para que vengas a mí.

Ven, ven, divino Sol mío.
Ven, Médico caritativo de mi alma.
Ven, Jesús, el más fiel, el más tierno,
el más dulce y más amable de todos los amigos,
Ven a mi corazón.
El que amas está enfermo.
Tú lo sabes, Tú que lees en el fondo de mi corazón.
Te ruego, por tu incomparable amistad
y tu palabra, que vengas a aliviarme.
Ven, y no permitas que te dé motivo para dejarme.
Ven, vida de mi corazón, alma de mi vida,
Pan de los ángeles, encarnado por mi amor,
expuesto por mi rescate,
y dispuesto para mi alimento.
 ¡Ven a saciarme!  ¡Ven a hacerme vivir de Ti y en Ti,
mi única vida y todo mi bien!

39.- Que la lengua humana cante

Que la lengua humana 
cante este misterio:
la Preciosa Sangre 
y el Precioso Cuerpo. 
Quien nació de Virgen, 
Rey del Universo, 
por salvar al mundo 

dio su Sangre en precio.  


Se entregó a nosotros, 
se nos dio naciendo 
de una casta Virgen; 
y, acabado el tiempo, 
tras haber sembrado 
la Palabra al pueblo, 
coronó su obra 
con prodigio excelso

Adorad postrados 
este Sacramento, 
cesa el viejo rito, 
se establece el nuevo; 
dudan los sentidos 
y el entendimiento; 
que la fe los supla 
con asentimiento.  

Himnos de alabanza, 
bendición y obsequio; 
por igual la gloria 
y el poder y el reino 
al eterno Padre 
con el Hijo eterno, 
y al divino Espíritu 
que procede de ellos. Amén.

 

 

40.- ORACIÓN EUCARÍSTICA

¡QUÉDATE SEÑOR,
CONMIGO!

HAS VENIDO A VISITARME
COMO PADRE Y COMO AMIGO.
JESÚS, NO ME DEJES SOLO.                                                                    QUÉDATE SEÑOR,
CONMIGO!

¡QUÉDATE SEÑOR, CONMIGO!
POR EL MUNDO ENVUELTO EN SOMBRAS
SOY ERRANTE PEREGRINO.
DAME TU LUZ Y TU GRACIA.
¡QUÉDATE SEÑOR, CONMIGO!

EN ESTE PRECIOSO INSTANTE
ABRAZADO ESTOY CONTIGO.
QUE ESTA UNIÓN NUNCA ME FALTE.
¡QUÉDATE SEÑOR, CONMIGO!

ACOMPÁÑAME EN LA VIDA
TU PRESENCIA NECESITO.
SIN TI DESFALLEZCO Y CAIGO.
¡QUÉDATE SEÑOR, CONMIGO!

DECLINANDO ESTÁ LA TARDE
VOY CORRIENDO COMO UN RÍO
AL HONDO MAR DE LA MUERTE.
¡QUÉDATE SEÑOR, CONMIGO!

EN LA PENA Y EN EL GOZO
SÉ MI ALIENTO MIENTRAS VIVO.
HASTA QUE MUERA EN TUS BRAZOS.
;QUÉDATE
SEÑOR, CONMIGO!


41.- LETANIAS AL SAGRADO CORAZON DE JESUS

Señor, ten piedad de nosotros. 
Cristo, ten piedad de nosotros. 
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.

(A las siguientes invocaciones se responde:
"TEN PIEDAD DE NOSOTROS")

Dios, Padre Celestial, -...
Dios Hijo, Redentor del mundo, -...
Dios, Espíritu Santo, -... 
Santísima Trinidad, que eres un solo Dios...-

Corazón de Jesús, Hijo del Eterno Padre, -...
Corazón de Jesús, formado en el seno de la Virgen Madre por el Espíritu Santo, Corazón de Jesús, unido sustancialmente al Verbo de Dios, ...
Corazón de Jesús, templo santo de Dios, ...
Corazón de Jesús, tabernáculo del Altísimo, ...
Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo, ...
Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad, ...
Corazón de Jesús, santuario de la justicia y del amor, ...
Corazón de Jesús, lleno de bondad y de amor, ...
Corazón de Jesús, abismo de todas las virtudes,..  
Corazón de Jesús, digno de toda alabanza,...
Corazón de Jesús, Rey y centro de todos los corazones,... 
Corazón de Jesús, en quien se hallan todos los tesoros de la sabiduría, y de la ciencia,...
Corazón de Jesús, en quien reside toda la plenitud de la  divinidad,...
Corazón de Jesús, en quien el Padre se complace,... 
Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos hemos recibido, ...
Corazón de Jesús, deseado de los eternos collados, ...
Corazón de Jesús, paciente y lleno de misericordia, ...
Corazón de Jesús, generosos para todos los que te invocan,...
Corazón de Jesús, fuente de vida y santidad,...
Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados,...
Corazón de Jesús, triturado por nuestros pecados,... 
Corazón de Jesús, hecho obediente hasta la muerte, ...
Corazón de Jesús, traspasado por una lanza,...
Corazón de Jesús, fuente de todo consuelo,...
Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra,...
Corazón de Jesús, paz y reconciliación nuestra,... 
Corazón de Jesús, víctima por los pecadores, ...
Corazón de Jesús, salvación de los que en ti esperan,...
Corazón de Jesús, esperanza de los que en ti mueren, ...
Corazón de Jesús, delicia de todos los santos,...

Cordero de Dios,  que quitas el pecado del mundo,
-perdónanos Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
-ten piedad de nosotros.
Jesús, manso y humilde de Corazón,
-haz nuestro corazón semejante al tuyo.

Oración: Oh Dios todopoderoso y eterno, mira el Corazón de tu amantísimo Hijo, las alabanzas y satisfacciones que en nombre de los pecadores te ofrece y concede el perdón a éstos que piden misericordia en el nombre de tu mismo Hijo, Jesucristo, el cual vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.

42.- IRRADIANDO A CRISTO

  • Oh, amado Jesús.
    Ayúdame a esparcir Tu fragancia
    por donde quiera que vaya. 
    Inunda mi alma con Tu Espíritu y Vida.
    Penetra y posee todo mi ser tan completamente, que mi vida entera sea un resplandor de la Tuya.
    Brilla a través de mi y permanece tan dentro de mi, que cada alma con que me encuentre pueda sentir Tu presencia en la mia.
    ¡Permite que no me vean a mi sino solamente a Jesús!
  •  
  • Quédate conmigo y empezaré a resplandecer como Tú, a brillar tanto que pueda ser una luz para los demás. La luz oh, Jesús, vendrá toda de Tí, nada de ella será mía;
    serás Tú quien resplandezca
    sobre los demás a través de mi.
    Brillando sobre quienes me rodean,
    permíteme alabarte como mas te gusta.
  •  
  • Permíteme predicarte sin predicar,
    no con palabras sino a través de mi ejemplo,
    a través de la fuerza atractiva,
    de la influencia armoniosa de todo lo que haga,
    de la inefable plenitud del amor
    que existe en mi corazón por Tí.

Amen.

43.- Oficio de Lectura, 4 de Diciembre,
San Juan Damasceno, presbítero y doctor de la Iglesia


Me llamaste, Señor, para servir a tus hijos
De la Declaración de la fe, de san Juan Damasceno, Cap. 1: PG 95, 417-419

Tú, Señor, me sacaste de los lomos de mi padre; tú me formaste en el vientre de mi madre; tú me diste a luz niño y desnudo, puesto que las leyes de la naturaleza siguen tu mandatos.

Con la bendición del Espíritu Santo preparaste mi creación y mi existencia, no por voluntad de varón, ni por deseo carnal, sino por una gracia tuya inefable. Previniste mi nacimiento con un cuidado superior al de las leyes naturales; pues me sacaste a la luz adoptándome como hijo tuyo y me contaste entre los hijos de tu Iglesia santa e inmaculada.

Me alimentaste con la leche espiritual de tus divinas enseñanzas. Me nutriste con el vigoroso alimento del cuerpo de Cristo, nuestro Dios, tu santo Unigénito, y me embriagaste con el cáliz divino, o sea, con su sangre vivificante, que él derramó por la salvación de todo el mundo.

Porque tú, Señor, nos has amado y has entregado a tu único y amado Hijo para nuestra redención, que él aceptó voluntariamente, sin repugnancia; más aún, puesto que él mismo se ofreció, fue destinado al sacrificio como cordero inocente, porque, siendo Dios, se hizo hombre y con su voluntad humana se sometió, haciéndose obediente a ti, Dios, su Padre, hasta la muerte, y una muerte de cruz.

Así, pues, oh Cristo, Dios mío, te humillaste para cargarme sobre tus hombros, como oveja perdida, y me apacentaste en verdes pastos; me has alimentado con las aguas de la verdadera doctrina por mediación de tus pastores, a los que tú mismo alimentas para que alimenten a su vez a tu grey elegida y excelsa.

Por la imposición de manos del obispo, me llamaste para servir a tus hijos. Ignoro por qué razón me elegiste; tú solo lo sabes.

Pero tú, Señor, aligera la pesada carga de mis pecados, con los que gravemente te ofendí; purifica mi corazón y mi mente. Condúceme por el camino recto, tú que eres una lámpara que alumbra.

Pon tus palabras en mis labios; dame un lenguaje claro y fácil, mediante la lengua de fuego de tu Espíritu, para que tu presencia siempre vigile.

Apaciéntame, Señor, y apacienta tú conmigo, para que mi corazón no se desvíe a derecha ni izquierda, sino que tu Espíritu bueno me conduzca por el camino recto y mis obras se realicen según tu voluntad hasta el último momento.

Y tú, cima preclara de la más íntegra pureza, excelente congregación de la Iglesia, que esperas la ayuda de Dios, tú, en quien Dios descansa, recibe de nuestras manos la doctrina inmune de todo error, tal como nos la transmitieron nuestros Padres, y con la cual se fortalece la Iglesia.

Oración

Te rogamos, Señor, que nos ayude en todo momento la intercesión de san Juan Damasceno, para que la fe verdadera que tan admirablemente enseñó sea siempre nuestra luz y nuestra fuerza. Por nuestro Señor Jesucristo.

44.-Oración a Mater Admirabilis.

¡Oh Madre Santísima de Jesús!, venimos a Vos como a la fuente viva que refrigera, como a la llama que calienta, como a la aurora que disipa las tinieblas, como a la Madre siempre atenta a las necesidades de sus hijos.
¡Oh Madre Admirable!, hay horas, en que el camino de nuestra vida es duro, No es fácil andar siempre con paso igual en el camino del deber.
No es fácil amar al prójimo, nuestro hermano, como Jesús quiere que lo amenos.

No es fácil conservar un alma serena en medio de las vicisitudes de la vida. No es fácil amar a las criaturas y reservarse para Dios. No es fácil hacerse pequeño y humilde cuando el orgullo relama. No es fácil ir caminando hacia el Dios de luz por caminos llenos de sombra. Hay días en los que todo es carga. Pero Vos, oh Madre Admirable, hacéis todo fácil. Y sin embargo, no quitáis el sacrificio de nuestros caminos, como Dios tampoco lo quitó del vuestro, pero facilitáis el esfuerzo haciendo que crezca el amor. El amor siempre vencedor en Vos, os hizo decir en el umbral  de vuestro destino: "Fiat mihi secundurn Verbum tuum". Esta palabra de adhesión al amor que os guiaba, jamás la retirasteis. Jamás os rebelasteis ante el sufrimiento, sino que ofrecisteis a su acción un alma mansa y humilde entregada a Dios.

¡Oh María!, que vuestro ejemplo sea mi fuerza. Haced que todo sea fácil en mi vida, no suprimiendo toda pena. sino por un amor generoso, siembre mayor que la pena.

¡Oh Madre dulcísima!, dadme un corazón lleno de fortaleza; y si veis que mi amor se apaga pronto, os suplico, dad a vuestra(o) hija(o) un poco del vuestro y repetidle la lección del verdadero amor.

Consagración Mariana escrita por la Venerable Conchita de Armida
 Febrero 28,1917     México,D.F.


45.- CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN DE MARÍA, REINA Y MADRE

¡Madre del alma, celestial María! Con toda la ternura y el amor y el deseo de mi corazón te elijo desde hoy como Reina, Señora y Madre de estacasa, con todo lo que contiene, hijos, criados, animales y cosas, y cada pieza con toda la que la llena.

Toma las llaves que te entrego como a la ama y Señora, y concédeme la dicha de ser tu esclava y tu hija muy amante, que sólo quiere ser tuya y obedecerte con todo el corazón y el alma.

Concédeme, que nada haga sin consultártelo, que obre en todas las ocasiones como tu obrarías, con esa perfección de miras e intenciones sobrenaturalizándolo todo, y con una vida de amor más del cielo que de la tierra. Así quiero santificar mis actos. Tú, desde hoy, serás para siempre la Señora, la dueña y la Madre con nuevo título de las obras y de mis hijos, siendo yo una pobrecita, pero obediente hija, que te de gloria imitándote.

Quiero estar siempre en segundo término, Madre mía, porque tú eres la primera en mí y en cuanto me rodee. Desde ahora hasta mi muerte, quiero vivir bajo el manto de mi dulce Madre, y ya no estaré sola ni huérfana, sino bajo tu dirección y tus miradas, María, inmolándome en tu honor.

Te amo, y te haré amar con todas mis fuerzas, y mi vida. En todas las piezas está ya colocada tu imagen sacrosanta para que las bendigas, ahuyentes del enemigo y que no permitas en ellas ninguna murmuración ni ofensa a Dios.

Impregna toda su atmósfera de pureza, Virgen Inmaculada, para que nos respire más que blancura, candor, inocencia, pudor, cruz, amor.
 Acepta por adelantado las penas y alegrías que en estos cuartos tengamos.

¡Oh mi bendita y amada Madre! Que desaparezca yo con todos mis defectos, y que parezcas tú en mí, con tu dulzura, tu caridad, abnegación, paciencia, humildad, y con todas tus demás virtudes.

¡Oh mi Reina, somos tus vasallos!! Oh mi Madre, mi amada Madre, somos tus hijos!

Amén.

46.- Acto de Confianza en Dios.

Dios mío, estoy tan persuadido de que veláis sobre todos los que en Vos esperan y de que nada puede faltar a quien de Vos aguarda toda las cosas, que he resuelto vivir en adelante sin cuidado alguno, descargando sobre Vos todas mis inquietudes. Mas yo dormiré en paz y descansaré; porque Tú ¡Oh Señor! Y sólo Tú, has asegurado mi esperanza.

Los hombres pueden despojarme de los bienes y de la reputación; las enfermedades pueden quitarme las fuerzas y los medios de serviros; yo mismo puedo perder vuestra gracia por el pecado; pero no perderé mi esperanza; la conservaré hasta el último instante de mi vida y serán inútiles todos los esfuerzos de los demonios del infierno para arrancármela. Dormiré y descansaré en paz.

Que otros esperen su felicidad de su riqueza o de sus talentos; que se apoyen sobre la inocencia de su vida, o sobre el rigor de su penitencia, o sobre el número de sus buenas obras, o sobre el fervor de sus oraciones. En cuanto a mí, Señor, toda mi confianza es mi confianza misma. Porque Tú, Señor, solo Tú, has asegurado mi esperanza.

A nadie engañó esta confianza. Ninguno de los que han esperado en el Señor ha quedado frustrado en su confianza.

Por tanto, estoy seguro de que seré eternamente feliz, porque firmemente espero serlo y porque de Vos ¡oh Dios mío! Es de Quien lo espero. En Ti esperé , Señor, y jamás seré confundido.

Bien conozco ¡ah! Demasiado lo conozco, que soy frágil e inconstante; sé cuanto pueden las tentaciones contra la virtud más firme; he visto caer los astros del cielo y las columnas del firmamento; pero nada de esto puede aterrarme. Mientras mantenga firme mi esperanza, me conservaré a cubierto de todas las calamidades; y estoy seguro de esperar siempre, porque espero igualmente esta invariable esperanza.

En fin, estoy seguro de que no puedo esperar con exceso de Vos y de que conseguiré todo lo que hubiere esperado de Vos. Así, espero que me sostendréis en las más rápidas y resbaladizas pendientes, que me fortaleceréis contra los más violentos asaltos y que haréis triunfar mi flaqueza sobre mis más formidables enemigos. Espero que me amaréis siempre y que yo os amaré sin interrupción; y para llevar de una vez toda mi esperanza tan lejos como puedo llevarla, os espero a Vos mismo de Vos mismo ¡oh Creador mío! Para el tiempo y para la eternidad. Así sea.

La penitencia es una virtud que nos lleva a trabajar por eliminar de nuestra vida todo aquello que nos separa del amor de Dios y del amor al prójimo. No es un sentimiento, una experiencia emocional, sino mas bien un acto de la voluntad. Muchos confunden la penitencia exclusivamente con actos externos de expiación, sin embargo es toda una actitud interior.

47.- ORACIÓN DE JOVENES A LA VIRGEN
Juan Pablo II
María, humilde sierva del Altísimo,
el Hijo que engendraste te ha hecho sierva de la humanidad.
Tu vida ha sido un servicio humilde y generoso:
has sido sierva de la Palabra cuando el Ángel
te anunció el proyecto divino de la salvación.
Has sido sierva del Hijo, dándole la vida
y permaneciendo abierta al misterio.
Has sido sierva de la Redención,
permaneciendo valientemente al pie de la Cruz,
junto al Siervo y Cordero sufriente,
que se inmolaba por nuestro amor.
Has sido sierva de la Iglesia, el día de Pentecostés
y con tu intercesión continúas generándola en cada creyente,
también en estos tiempos nuestros, difíciles y atormentados.
A Ti, joven Hija de Israel,
que has conocido la turbación del corazón joven
ante la propuesta del Eterno,
dirijan su mirada con confianza los jóvenes del tercer milenio.
Hazlos capaces de aceptar la invitación de tu Hijo
a hacer de la vida un don total para la gloria de Dios.
Hazles comprender que servir a Dios satisface el corazón,
y que sólo en el servicio de Dios y de su Reino
nos realizamos según el divino proyecto
y la vida llega a ser himno de gloria a la Santísima Trinidad.Amen".Juan Pablo II

48.-ORACIÓN DE ADMIRACIÓN POR LA GRANDEZA SACERDOTAL

«Inclino mi frente como inclino mi corazón ante ti, Sacerdote,

Hombre de Dios y hombre de la Iglesia

Hombre que no te perteneces, que vives y mueres por los demás

Hombre de la soledad y compañero de camino para cada uno

Hombre que llevas en tu cuerpo la señal de la crucifixión

y la gloria de la resurrección

Hombre que no te humillas ante nadie

pero que lavas los pies a todos

Evangelizador de alegría y consuelo

Ministro del perdón y de la misericordia

Amigo fiel

Hombre abierto a la esperanza,

que guardas en tu corazón las miserias de los hombres

Hombre de oración con las manos siempre en alto

Hombre libre porque eres obediente.

Hombre enamorado del amor, que cultivas grandes ideales

Experto de humanidad

Tú recibes del alba la fuerza de la resurrección

y a la tarde entregas la luz que no conoce ocaso.

Sacerdote, no ceses nunca de pronunciar tu ‘SI”».Pablo VI.

49.- ORACIÓN A LA VIRGEN MADRE

50.- ORACIÓN A MARIA, MADRE DE DIOS Y DE LA IGLESIA

51.-ORACIÓN DEL CATEQUISTA

 

RETIRO A CARMELITAS CONTEMPLATIVAS (Don Benito 30 de mayo 2013)

((Se pueden hacer dos meditaciones: 1ª hasta Los Apóstoles; <<no adoréis a nadie más que a Él; 2ª hasta terminar, hacer Exposición, Triduo a la Santísima Trinidad, por qué adoramos a Jesús Sacramentado, Corpus Christi, <<estate, Señor, conmigo>>,  Bendición)

MONJAS Y MONJES CONTEMPLATIVOS: Centinelas de la oración

(Darles antes el folio con el canto y las oraciones)

Queridas y bellas esposas de Cristo, hermana, María de S. José, superiora,  y hermanas todas carmelitas de este convento teresiano de D. Benito; comenzamos este retiro, como siempre, invocando al Espíritu Santo, Abrazo y Beso del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en cuyo Amor ha querido sumergirnos la Santísima Trinidad para vivir ya en su misma esencia e intimidad divina mientras vamos de camino hacia la visión cara a cara del Misterio Trinitario. Lo hacemos así porque es el mismo Señor resucitado el que nos asegura que el Espíritu Santo es el único que puede llevarnos a la verdad completa del misterio y de la vida de nuestro Dios Trino y Uno: “os conviene que yo me vaya, porque si yo no me  voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré... Él os llevará a la verdad completa…”  Por eso, cantemos:

Cantamos:<<Inúndame, Señor, con tu Espíritu…>>

Secuencia de Pentecostés: Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo…

Hermanas Carmelitas de D. Benito: Este domingo último, 26 de mayo, solemnidad de la Santísima Trinidad, hemos celebrado la Jornada “pro orantibus”. Es un día dedicado, entre otras cosas, a que el pueblo cristiano, la Iglesia entera,  no digamos vosotras religiosas contemplativas, tome conciencia, valore y agradezca la presencia de la vida contemplativa. Desde la clausura de los monasterios y conventos, las personas consagradas contemplativas, como afirma el concilio Vaticano II, «dedican todo su tiempo únicamente a Dios en la soledad y el silencio, en oración constante y en la penitencia practicada con alegría». He aquí la naturaleza y esencia de vuestra vida consagrada.

La Jornada la hemos celebrado en este Año de la fe, convocado por el querido y recordado papa Benedicto XVI, que nos ha dejado un luminoso magisterio sobre la vida consagrada en general y sobre la vida contemplativa en particular. Ahora sigue amando y sirviendo a la Iglesia a través, como sabéis, de la plegaria y reflexión desde el retiro de la clausura. El nuevo sucesor de Pedro, el papa Francisco, ha retomado toda la programación del Año de la fe, para renovar a la Iglesia. Oremos para que Jesucristo, Pastor Supremo, le asista en el pastoreo de su Iglesia en el Año de la fe y en esta hora de nueva evangelización.

El lema de la Jornada de este año es: Centinelas de la oración. La palabra centinela evoca vigilancia. Los centinelas estaban apostados sobre los muros de las ciudades (cf. 2 Sam 18, 24; 2 Re 9, 17-20), en torres de vigilancia en el desierto o sobre las cumbres (cf. 2 Crón 20, 24; Jer 31, 6). El propio Dios es descrito en ocasiones como centinela o guardián de su pueblo (cf. Sal 127, 1), siempre preocupado por la seguridad y protección de los suyos (cf. Sal 121, 4ss). El salmista suplica al Señor su misericordia y espera en su palabra «más que el centinela la aurora» (Sal 130, 6).

Las personas contemplativas vigilan como centinelas día y noche igual que las vírgenes prudentes la llegada del esposo (cf. Mt 25, 1-13) con el aceite de su fe, que enciende la llama de la caridad. Los monjes y monjas son en la Iglesia centinelas de la oración contemplativa para el encuentro con el Esposo Jesucristo, que es lo esencial.

El Catecismo de la Iglesia Católica habla abundantemente de la oración contemplativa (nn. 2709-2724). Elijo este número significativo:«La oración contemplativa es silencio, este “símbolo del mundo venidero” o “amor [...J silencioso”. Las palabras de la oración contemplativa no son discursos, sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre “exterior”, el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de Jesús» (CEC, 2717).

Nuestros monasterios son un oasis de silencio orante y elocuente. Son escuela de oración profunda bajo la acción del Espíritu Santo. Son espacios dedicados a la escucha atenta del Espíritu Santo, fuente perenne de vida, que colma el corazón con la íntima certeza de haber sido fundados para amar, alabar y servir.

Las personas contemplativas, como centinelas, apuntan siempre a lo fundamental y esencial. Para el hombre moderno, encarcelado en el torbellino de las sensaciones pasajeras, multiplicadas por los mass-media, la presencia de las personas contemplativas silenciosas y vigilantes, entregadas al mundo de las realidades «no visibles» (cf. 2 Cor 4, 18), representan una llamada providencial a vivir la vocación de caminar por los horizontes ilimitados de lo divino.

A mi parroquia le ha correspondido este año dirigir la oración por las vocaciones que todos los domingos, de 5 a 7 celebramos en el convento de las Capuchinas de Plasencia. Y yo les decía a todos: En esta Jornada “pro orantibus” es justo y necesario que recemos por las personas contemplativas, que volvamos la mirada y el corazón a sus monasterios y pidamos por sus intenciones. Sin duda, sus intenciones van encaminadas a la permanencia en la fidelidad siempre renovada de todos sus miembros en la vocación recibida y al aumento de vocaciones en esta forma de consagración.

Como un signo de gratitud, ayudemos también económicamente a los monasterios en sus necesidades materiales. Sabemos que las monjas y monjes son personas que por su habitual silencio y discreción no suelen pedir; pero son bien acreedoras a nuestras limosnas y generosidad, y nos pagarán con creces, alcanzándonos del Señor gracias y bendiciones de mucho más valor.

Que la santísima Virgen María, primera consagrada al Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo, maestra de contemplación y centinela orante que dio a luz al Sol de justicia, Cristo nuestro Salvador, cuide y proteja a todas las personas contemplativas. ¡Feliz Jornada de la vida contemplativa en el Año de la fe! ¡Felices y bienaventuradas vosotras, hermanas carmelitas, que de una fe viva habéis elegido la mejor parte, como María, para estar siempre junto al Señor, pidiendo y salvando a este mundo!

**************************************
           Queridas hermanas Carmelitas: Pasamos ahora a un segundo punto de nuestra meditación. En el primero he querido expresar brevemente en qué consiste la vida consagrada, cual es su ser e identidad, su naturaleza. Ahora quiero decir algo de sus fundamentos, lo que sostiene y alimenta esta vida consagrada contemplativa, la vida de clausura. Y uno de estos elementos, para mí esencial e imprescindible, es la oración. Preguntárselo a vuestra fundadora, la Madre Teresa de Jesús. Y no solo para la vida consagrada contemplativa, para monjas y monjes, sino para todo creyente. De esto, como sabéis, siguiendo a vuestros grandes maestros Teresa y Juan de la Cruz, tengo bastante escrito y hablado, también a vosotras. Tengo varios libros publicados, que también tenéis.

En la vida cristiana, si es vida y no mera práctica o rutina, un fundamento de la vida de todo creyente, es la oración,  la relación, la comunicación, el diálogo con el Dios que nos salva. Sin este cimiento fuerte de la oración, todo el edificio de la vida cristiana no puede construirse ni llegar hasta las alturas del amor de Dios ni mantenerse en pie cuando sobreviene la prueba; sin la oración no hay alimento para el cristiano; sin la oración la fe se muere, porque la oración es la respiración del alma, y si uno no respira, se muere.

La oración nos da la posibilidad de tratar de amistad con quien bien sabemos que nos ama, << que no es otra cosa oración… >>,nos permite sabernos amados por Dios incluso en los momentos más difíciles de la existencia; quien reza sabe que nunca está totalmente solo. Sobre esta materia, con leer y meditar a vuestra madre Teresa, ya tenéis la mejor maestra. Y si añadís a S. Juan de la Cruz, todo completo. Pero ojo, que si hablo de vida contemplativa, la oración tiene que ser también contemplativa, estáis llamadas a subir por esta montaña de la oración hasta la cumbre del Tabor. (hablar un poco de oración y conversión).La oración contemplativa supone años de purificación y noches de espíritu. No basta la meditativa o discursiva…

El papa Francisco, desde el inicio de su pontificado, nos invita a ser hombres y mujeres de oración, a rezar intercediendo unos por otros ante el Señor. Nos anima a recorrer un camino juntos, un camino de fraternidad, de amor, de confianza...; un camino que se hace orando y una oración que se convierte en vida de comunidad y fraternidad, superando egoísmos, se convierte en bendición, consuelo, fortaleza, compañía, sentirse amada por Dios y las hermanas.

Nuestros hermanos y hermanas de vida contemplativa conocen muy bien este camino de oración, pues transitan por él habitualmente. Si él no hay vida ni fraternidad contemplativa. La oración es su identidad, su ministerio, su misión, su apostolado, su entrega, su ofrenda, su modo de amar al Dios tres veces santo, a todos los hombres, a la Iglesia entera y a toda la creación.

La oración es tarea esencial en la vida monástica, principio y fundamento, gozo y combate, don y tarea, gracia y ascesis. La misma vocación contemplativa es ya una plegaria incesante, una oración continua, una intercesión permanente. Nuestros hermanos contemplativos son centinelas de la oración porque, desde el carisma y la espiritualidad propia de cada familia monástica, velan en la noche de nuestro mundo glorificando sin tregua a la Santísima Trinidad y esperando a Cristo-Esposo como las vírgenes del Evangelio, encendidas las lámparas de la fe, la esperanza y la caridad.
        Ellos y ellas permanecen en el templo glorificando al Señor y cantando sus maravillas. Él ha transformado el duelo en alegría, ha ceñido la vida con el gozo de la alabanza y ha colocado la existencia en la comunión de los santos. Él ha hecho posible una vida entregada sin reservas al amor y a la intercesión gratuita y generosa por todos los hombres.

En la soledad de la celda o en la liturgia coral, durante el transcurso del día o atravesando la densidad de la noche, desde el gozo contenido o en el dolor que purifica, cantando con alegría o gimiendo entre lágrimas, puestos en pie o hincados de rodillas, en la quietud del descanso o en las tareas de cada jornada.., sea como sea, estos centinelas de la oración son peregrinos que conocen su meta, adoradores del Misterio divino, buscadores incansables del Rostro de Aquel que les ha conquistado el corazón más que nada y más que nadie. Pero siempre unidos, en oración y caridad permanente, si oración nos hay caridad trinitaria, tres en una misma vida, no hay fraternidad contemplativa, porque la oración se hace vida fraternal y comunidad contemplativa, y la vida conventual se hace oración diaria, encendida y permanente. Si no hay vida fraternal es que no hay oración verdadera, contemplación auténtica de Dios Amor, de Dios Trino y Uno.

Con la vivencia fiel de la propia vocación contemplativa, los monjes y monjas de todos los monasterios son también Iglesia que camina hacia la patria celeste, y ofrecen lo mejor de sí mismos para hablar a Dios de los hombres y llevar a los hombres a Dios.

«El papa Francisco es, sin duda, quien hoy nos recuerda de un modo más autorizado la necesidad de la oración en nuestra vocación y vida personal y para el éxito apostólico de la nueva evangelización. Agradecemos su oración, nos dice el Papa, de modo especial, a las comunidades contemplativas; la oración incesante de tantas comunidades ante Jesús sacramentado; Les encomendamos de nuevo a todos que oren por el papa y por la Iglesia; que oren por los gobernantes y por los que sufren las consecuencias de la crisis moral y económica; que oren por la unidad y la concordia en nuestra patria y por la paz en el mundo entero»

¡Gracias, Santo Padre Francisco! Gracias por recordarnos que la oración ocupa un lugar absolutamente central en la vida del cristiano y sobre todo de los consagrados y consagradas contemplativas, y que solo caminando por esta senda segura llegaremos a la tierra que mana leche y miel, tierra nutricia del amor a Dios y el amor al prójimo, a la verdadera fraternidad y unidad en Cristo, a la comunidad de hermanas ungidas del mismo amor de Dios Trino y Uno, de Dios familia reflejado en la familia de carmelitas. Gracias a Dios y a la Iglesia por la vida y la vocación de tantos hermanos y hermanas que, entregados a la contemplación y a la alabanza, interceden con su oración y adelantan la vida del Cielo, haciéndola posible ya en esta tierra.

La Virgen María, Madre de los contemplativos y maestra de contemplación, es la primera centinela de oración, templo y sagrario de la Santísima Trinidad, maestra de oración contemplativa, esperando cada día la venida del Espíritu de Amor, del Espíritu Santo que nos une en el mismo abrazo y espíritu de Cristo resucitado, como a los Apóstoles en el cenáculo. María, asunta al Cielo, nos precede, nos acompaña, nos sostiene, nos conduce, y nos espera. Como esperó, y llamó y reunió a los apóstoles en el Cenáculo.

Qué importantes son el Espíritu Santo y María en nuestra vida cristiana, sobre todo en la vida contemplativa. Así lo pidió el Señor al Padre en el primer pentecostés, para que viniera el Espíritu Santo sobre los Apóstoles de entonces y de todos los tiempos, pero siempre reunidos con María y en oración. Espíritu Santo, María, la oración diaria, he aquí los elementos esenciales y constitutivos de la vida de consagradas contemplativa, y de todo cristiano, especialmente sacerdotes y consagrados.

Yo todo se lo debo al Espíritu Santo. Estoy tan convencido y lo he experimentado tanta veces en mi vida personal, que digo muchas veces: yo solo quiero estar enchufado con el Espíritu Santo, con el Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, meterme en ese abrazo y beso divino y eterno. Porque Él me trae a toda la Trinidad a mi alma y allí la adoro y la amo. Por eso, al terminar mi oración todos los días, mi lema es: Semper vivens in Trinitate cum Maria  in vitam aeternam. Y comienzo el día orando así: En el nombre del Padre que me soñó, que me creó, que

Como es tan importante el Espíritu Santo en nuestra vida, sobre todo, de clausura, de contemplativas, y como acabamos de vivir el primer Pentecostés de los Apóstoles reunidos con María,  recordamos un poco la escena, para meditarla, interiorizarla y vivirla, para vivir la fe y el amor a Dios y a los hermanos, para ser apóstoles de Cristo, de un Dios amor. Y, para eso, la oración, sobre todo, la oración contemplativa, etapa última teresiana y sanjuanistas, de vosotras todas carmelitas, para llegar a la unión total y transformación en Trinidad, como vuestra hermana carmelita, Sor Isabel de la Trinidad, ya Venerable, pero para mí Sor Isabel de la Trinidad, porque así la conocí y la llamé y la recé de joven en el seminario, y así será toda la vida hasta que me hunda para siempre en la intimidad y esencia divina, como ella.

Ya diremos algo de ella al final, pero antes, meditemos en la necesidad del Espíritu Santo como director y guía de nuestra oración contemplativa, de nuestras vidas de consagradas, de nuestro apostolado y misión en la Iglesia, de la vida de nuestras almas, del que tenemos necesidad absoluta, para llegar a la verdad completa, como los Apóstoles, como nos dice el Señor, en el evangelio.

“Porque os he dicho estas cosas…

Queridos hermanos, acabamos de celebrar hace dos domingos Pentecostés, ¿qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal que tuvieron los Apóstoles reunidos en oración con María? Primero, reunirnos con ella en oración estos días y siempre, todos los días. Luego pedir con insistencia el Espíritu Santo al Padre, en nombre del Señor Resucitado, como Él nos lo mandó; y finalmente, esperar que el Padre responda, esperar siempre en oración, en diálogo, en espera activa, no de brazos cruzados, porque la esperanza, la oración verdaderamente cristiana es siempre acción, intercesión, apostolado, por la contemplación, es suscitar diálogo con el Señor, deseos de Él, llenarse de pensamientos y fuerzas cada día para seguir trabajando en ofrenda permanente.

La oración, si es oración y no puro ejercicio mental, es siempre amor, encuentro, gracia eficaz de unión con Dios, fuerza de su Espíritu para nosotros, para nuestra parroquia, apostolado y  necesidades de todo tipo; la oración y la liturgia verdaderas  siempre son dinámicas, siempre es estar con Él para enviarnos a predicar, a rezar, a bautizar, a pastorear las ovejas, pero desde el amor, primero contemplativo, y luego activo: “Pedro, ¿me amas? ... apacienta a mis ovejas”. El Señor llama a los apóstoles a esta con Él y luego enviarlos a predicar. Es algo que no debiéramos olvidar nunca, sobre todo los sacerdotes. Mis libros…

Observa, ante todo, que el Espíritu Santo viene no porque se desplace de lugar, sino porque por gracia empieza a estar de un modo nuevo en aquellos a quienes convierte en templos suyos. Que por este retiro y por la oración que hacemos empiece a estar más intensamente en todos nosotros. Dice Santo Tomas de Aquino: «Hay una misión invisible del Espíritu cada vez que se produce un avance en la virtud o un aumento de gracia… Cuando uno, impulsado por un amor ardiente se expone al martirio o renuncia a sus bienes, o emprende cualquier otra cosa ardua y comprometida» (I, q 43, a6).

¿Qué hace falta, hermanos, para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal? Primero, pedir con insistencia, como he dicho, el Espíritu Santo al Padre por el Hijo resucitado y glorioso, sentado a su derecha como Él nos encomendó. Y luego esperarlo todos estos días, reunidos con María y la Iglesia, en oración personal y comunitaria, en la acción y oración litúrgica. Esperarlo y pedirlo, porque la iniciativa siempre es de Dios “y el viento nadie sabe de donde viene ni a dónde va...”

        Si queremos recibirlo, si queremos sentir su presencia, sus dones, su aliento, su acción santificadora, tenemos que ser unánimes y perseverantes, como fueron los apóstoles con María en el Cenáculo, venciendo rutinas, cansancios, desesperanzas, experiencias vacías del pasado, de ahora mismo. Primero y siempre orar, orar, orar, pero como los apóstoles, estando reunidos y unidos en el Cenáculo, en el convento, perdonándos, ayudándoos, convirtiendo en vida y comunidad vuestra oración personal y conventual…

El Espíritu Santo viene a mí por la gracia de los sacramentos, de la oración personal para meterme  en la misma  vida de Dios y esto supone conversión permanente del amor permanente a mí mismo, de preferirme a mí mismo para amar a Dios. Soberbia, avaricia, palabras y gestos hirientes, envidias, críticas, murmuraciones… en el fondo ¿qué es? preferirme a mí mismo más que a Dios y el amor al prójimo; buscar honores, puestos, aplausos, poder ¿qué es? Egoísmo, amor propio, amor a uno mismo, ceder al demonio el poder..

Retomo el texto anterior de Juan: “Porque os he dicho estas cosas os ponéis tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu, pero si me voy os lo enviaré… El os llevará a la verdad completa”…

Vamos a ver, Señor, con todo respeto: es que Tú no puedes enseñar la verdad completa, es que no sabes, es que no quieres ¿es que Tú no nos lo has enseñado todo? pues Tú mismo nos dijiste en otra ocasión:“Todo lo que me ha dicho mi Padre os lo he dado a conocer.” ¿Para qué necesitamos el Espíritu para el conocimiento de la Verdad, que eres Tú mismo? ¿Quién mejor que Tú, que eres la Palabra pronunciada por el Padre desde toda la eternidad? ¿Por qué y para qué es necesario Pentecostés, la venida del Espíritu sobre los Apóstoles, María, la Iglesia naciente?

Los apóstoles te tienen a Ti resucitado, te tocan y te ven, qué más pueden pedir y tener…Y Tú erre que erre que tenemos que pedir el Espíritu Santo, que Él nos lo enseñará todo, pues qué más queda que aprender; que Él nos llevará hasta la verdad completa; ¿es que Tú no puedes? ¿No nos has comunicado todo lo que el Padre te ha dicho? ¿No eres Tú la Palabra en la que el Padre nos ha dicho y hecho todo?  “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios… Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros…” ¡A ver, qué más se puede hacer…!

        Queridos hermanos, en Pentecostés Cristo vino no hecho Palabra encarnada sino fuego de Espíritu Santo metido en el corazón de los creyentes; vino hecho llama, hecho experiencia de amor; vino a sus corazones ese mismo Cristo, “me iré y volveré y se alegrará vuestro corazón”, pero hecho llama de amor viva, no signo externo, hecho fuego apostólico, hecho experiencia de su mismo amor, del Dios vivo y verdadero, hecho amor sin límites ni barreras de palabra y de cuerpo humano, ni milagros ni nada exterior sino todo interiorizado, espiritualizado, hecho Amor, Espíritu Santo, Espíritu de Cristo Resucitado, experiencia de amor que ellos ni nosotros podemos fabricar por apariciones y conceptos recibidos desde fuera, aunque vengan del mismo Cristo y que sólo su Espíritu quemante en lenguas de fuego, sin barreras de límites creados, puede meter en el espíritu, en el alma, en el hondón más íntimo de cada uno, hecho experiencia viva de Dios ¡Experiencia de Dios! He aquí la mayor necesidad de la Iglesia de todos los tiempos. La pobreza mística, la pobreza de experiencia de Dios que nos convierte no en meros predicadores, sino en testigos de lo que predicamos y hacemos, he ahí la peor pobreza de la Iglesia.

        En Pentecostés todos nos convertimos en patógenos, en sufrientes del fuego y amor de Dios, en pasivos y contemplativos de Verbo de Dios en Espíritu ardiente, en puros receptores de ese mismo amor infinito de Dios, que es su Espíritu Santo, en el que Él es, subsiste y vive.

Por el Espíritu nos sumergimos en  ese volcán del amor infinito de Dios en continuas explosiones de amor personal a cada uno de nosotros en su mismo Amor Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, algo imposible de saber y conocer si el Espíritu no lo comunica, si no se siente, si no se experimenta,  si no se vive por Amor, por el mismo amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, donde uno los sorprende en el amanecer eterno del Ser y del Amor Divino, y uno queda extasiado, salido de sí mismo porque se sumerge por el Espíritu en el mismo Espíritu y Amor y Esplendores y Amaneceres eternos de luz y de gozo divinos,  y se pierde en Dios.

Allí es donde se entiende el amor infinito y verdadero de un Dios infinito por su criatura; allí es donde se comprenden todos los dichos y hechos salvadores de Cristo; allí es donde se sabe qué es la eternidad de cada uno de nosotros y de nuestros feligreses; allí se ve por qué el Padre no hizo caso a su Hijo, al Amado, cuando en Getsemaní le pedía no pasar por la muerte, pero no escuchó al Hijo amado, porque ese Padre suyo, que le ama eternamente, es también nuestro Padre, que nos quiere para toda la eternidad, mi vida es más que esta vida, yo soy eternidad y he sido creado por Dios para sumergirme eternamente en su eterna felicidad, y por eso envió al Hijo, y por eso le abandonó en la cruz, nos quiso más que a Él dejando que el Hijo –“me amó y se entrego por mí”-- muriera para que todos nosotros podamos tener la misma vida, el mismo Amor del Padre y del Hijo, su mismo Espíritu, que ya en esta vida por participación en su vida nos hace exclamar: “¡abba!”,papá del alma: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan la vida eterna”.

El Hijo amado que le vio triste al Padre porque el hombre no podía participar de su amor esencial y personal para el que fue creado, fue el que se ofreció por nosotros ante la SS Trinidad: “Padre, no quieres ofrendas…aquí estoy yo para hacer tu voluntad”,  y el Padre está tan entusiasmado por los hijos que van a volver  a sus brazos, a su amor esencial, que olvida al mismo Hijo Amado junto a la cruz; Cristo se quedó solo, abandonado, sin sentir la divinidad porque el precio era infinito ya que la conquista, la redención era infinita: entrar en la misma intimidad de Dios, en su corazón de Padre, quemado de amor a los hijos en el Hijo. Qué misterio, qué plenitud y belleza de amor al hombre. Dios existe, Dios existe, es verdad, Dios nos ama, es verdad. Cristo existe y nos ama locamente y está aquí bien cerca de nosotros y es el mismo Verbo del Padre, está en ti, «más íntimo a ti que tú mismo», como dice San Agustín, ahí lo experimentan vivo y amante los que le buscan. <<Quedéme y olvidéme, el rostro…

Una carmelita debe reclinar su cabeza sobre el pecho del Amado, y desde allí, olvidarse de todo, para adorar sólo a Dios, y desde allí, orar por los hermanos:

<<No adoréis a nadie, a nadie más que a Él…

SEGUNDA MEDITACIÓN

Los Apóstoles

        Habían escuchado a Cristo y su evangelio, han visto sus milagros, han comprobado su amor y ternura por ellos, le han visto vivo y resucitado, han recibido el mandato de salir a predicar, pero aún permanecían inactivos, con las puertas cerradas y los cerrojos echados por miedo a los judíos; no se le vienen palabras a la boca ni se atreven a predicar que Cristo ha resucitado y vive. Y ¿qué pasó? ¿Por qué Cristo les dijo que se prepararan para recibir el Espíritu Santo, que Él rogaba por esto, que nosotros también tenemos que desearle y pedirle que venga a nosotros?

Se lo dijo porque hasta que no vuelve ese mismo Cristo, pero hecho fuego, hecho Espíritu, hecho llama ardiente de experiencia de Dios, de sentirse amados,  no abren las puertas y predican desde el mismo balcón del Cenáculo, y todos entienden su mensaje, aunque hablan diversas lenguas y tienen culturas diversas, porque hablan el lenguaje del Amor divino, Espíritu Santo, y empieza el verdadero conocimiento y conversión a Cristo y el verdadero apostolado, y llegamos ellos y todos a “la verdad completa” del cristianismo, a la experiencia de Dios, de la que tanta necesidad tiene la Iglesia de todos los tiempos, especialmente la actual. Así titulo a uno de mis libros… y otro: La Experiencia de Dios.

        Hasta que no llega Pentecostés, hasta que no llega el Espíritu y el fuego de Dios, todo se queda en los ojos, o en la inteligencia o en los ritos, pero no baja al corazón, a la experiencia; es el Espíritu, el don de “sapientia”, de Sabiduría, el «recta sápere», gustar y sentir y vivir, el que nos da “la verdad completa” de Dios, la teología completa, la liturgia completa, el apostolado completo. 

Es necesario que la teología, la moral, la liturgia baje al corazón por el espíritu de amor para quemar los pecados internos, perder los miedos y complejos, abrir las puertas y predicar no lo que se sabe sino lo que se vive. Y el camino es la oración, la oración y la oración, desde niño hasta que me muera, porque es diálogo permanente de amor. Pero nada de técnicas de oración, de respirar de una forma o de otra, nada de tratados y más tratados de oración, de sacerdocio, de eucaristía, teóricos; hay que convertirse y dejarse purificar por el Espíritu, dejarnos transformar en hombres de espíritu, espirituales, según el Espíritu, que no es solamente vida interior, sino algo más, es vida según el Espíritu, para llegar llenarnos de su mismo amor, sentimientos y vivencias. Y para eso, y perdonad que me ponga un poco pesado, oración, oración y oración.

        Oración ciertamente por  etapas, avanzando en conversión, hasta llegar desde la oración meditativa y reflexiva y afectiva, a la oración contemplativa,  que es oración, pero un poco elevada, donde ya no entra la meditación discursiva de lo que yo pienso y descubro en Cristo y en el evangelio, sino la oración contemplativa, donde es el Espíritu de Cristo el que dice directamente lo que quiere que aprenda dejándome contemplarle, sentirle, comunicarme por amor y en fuego de amor su Palabra. Hasta llegar aquí el camino de siempre: «Lectio», «Meditatio», «Oratio», «Contemplatio»; primero, como he dicho, la meditación, la  oración discursiva, con lectura o sin lectura del evangelio o de otras ayudas, pero siempre dirigida principalmente a la conversión; luego, hay que seguir así ya toda la vida, porque orar, amar y convertirse se conjugan a la vez e igual.

Si me canso de orar, me canso también de convertirme y de amar a Dios sobre todas las cosas;  si avanzo en la conversión, avanzo en la oración y empiezo a sentir más a Dios, y como le veo un poco más cercano, me sale el diálogo; ya no es el «Señor» lejano de otros tiempos que dijo, que hizo, sino  Jesús que estás en mí, mi Dios amigo, Tú que estás en el sagrario, te digo Jesús, te pido Jesús…, y la meditación se convierte en diálogo afectivo, y de aquí, si sigo purificándome, y es mucho lo que hay que purificar, aquí no hay trampa ni cartón, a Cristo no le puedo engañar, en cuanto me siento delante de Él, ante el Sagrario, me está diciendo: esa soberbia, ese egoísmo, ese amor propio… y me convierto o no me convierto, que es lo mismo que decir: o amo o dejo de amar: que es lo mismo que decir: o dejo o no dejo la  oración como trato directo, diario y permanente, de tú a tú con el Señor y aquí está la razón última y primera de todas las distracciones y pesadez y cansancio y abandonos de la oración y meditación, y que muchos quieren resolver con recursos y técnicas.

Dejamos la oración personal y el trato directo con el Señor, porque no soporto verme siempre con los mismos defectos, que Cristo me señale con el dedo cuando estoy ante el Sagrario; sin embargo puedo seguir estudiando y conociéndole en el estudio teológico y predicando y haré ciertamente apostolado, pero profesional, porque no lo hago en el Espíritu de Cristo; y sin el Espíritu de Cristo no puedo hacer las acciones de Cristo; soy predicador de Cristo y su evangelio, pero no soy testigo de lo que predico o celebro.

Y de esta oración purificatoria y afectiva pasaré, como dice San Juan de la Cruz, a la contemplativa, a la verdadera experiencia de Dios. Y para esto amar, orar y convertirse se conjugan igual, y el orden no altera el producto pero siempre juntos y para toda la vida. Sin conversión permanente no hay oración permanente y sin oración permanente no hay encuentro permanente, vivo y espiritual con Dios.  Y esta es la experiencia de la Iglesia, toda su Tradición desde los Apóstoles hasta hoy, desde San Juan, Pablo, Juan de Ávila, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Ignacio, hasta Sor Isabel de la Trinidad, Charles de Foucauld, madre Teresa de Calcuta, Juan Pablo II hasta el último santo canonizado o no canonizado que existe y existirán. Leamos sus vidas y escritos.

En mi libro, La Eucaristía, la mejor escuela de oración, santidad y apostolado (Edibesa, Madrid 2000), hago precisamente un detallado tratado de oración viva, de vida cristiana, de apostolado, de ahí el título, pero vivo, no teórico.

        Necesitamos la venida del Espíritu sobre nosotros, necesitamos Pentecostés. Cristo les ha enseñado todo a los Apóstoles, pero una verdad no se comprende hasta que no se vive, el evangelio no se comprende hasta que no se vive, la Eucaristía no se comprende hasta que no se vive, Cristo no se comprende hasta que no se vive, la teología no se comprende hasta que no se vive; es más, al no vivirse, lo que no se vive del misterio cristiano llega a olvidarse y así podemos olvidar muchas cosas importantes de teología, de liturgia, de nuestra relación con Dios, si no las vivimos.

        Queridos hermanos,  la peor pobreza de la Iglesia, como ya he dicho, será siempre la pobreza de vida mística; es pobreza de vida espiritual, de Espíritu Santo, pobreza de santidad verdadera, de vida mística, de vivencia y  experiencia de Dios. La Iglesia de todos los tiempos necesita de esta venida de Pentecostés para quedar curada, necesita del fuego y la unción del Espíritu Santo para perder los miedos, para amar a Dios total y plenamente.

Sabemos mucha liturgia, mucha teología y todo es bueno, pero no es completo hasta que no se vive, porque  para esto nos ha llamado Dios a la existencia: Si existo es que Dios me ama, me ha preferido, y me ha llamado a compartir con Él su mismo amor Personal, Esencial, su mismo fuego, Espíritu. Nos lo dice San Ireneo: «gloria Dei, homo vivens, et vita hominis, visio Dei» (LITURGIA DE LAS HORAS, Segunda Lectura, 28 junio, día de su fiesta). 

        Vamos a invocar al Espíritu Santo, nos lo dice y nos lo pide el mismo Cristo, vemos que lo necesitamos para nosotros y para nuestros feligreses, lo necesita la Iglesia. “Le conoceréis porque permanece en vosotros”, ésta es la forma perfecta de conocer a Dios, por el amor, ni siquiera sólo por la fe.

        La Carta Apostólica de Juan Pablo II Novo millennio ineunte, para mí de lo mejor que se ha escrito sobre apostolado, es un reclamo, desde la primera línea de la necesidad de la oración. Es una carta dirigida al apostolado que la Iglesia tiene que hacer al empezar el nuevo milenio. Pero la carta va toda ella cargada de la necesidad y deseo de la verdadera experiencia de Dios: Meta de todo apostolado: la unión perfecta con Dios, es decir, la santidad; el camino, la oración, la oración, la oración; hagan escuelas de oración en las parroquias, oren antes todos los apóstoles, el programa ya está hecho, es el de siempre:

        «No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros! No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz».

«En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad... Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede “programar” la santidad?»

Los Hechos de los Apóstoles nos narran el episodio de Pablo en Éfeso, cuando se encuentra con unos discípulos a los que pregunta: “¿recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? Fijaos bien en la pregunta, tenían fe, no se trata de salvarse o no, ni de que todo sea inútil en mi vida cristiana, sacerdotal o apostolado, se trata de plenitud, de verdad completa, de tender hacia el fin  querido por Dios, que nos ha llamado a la fe para un amor total, en su mismo Espíritu. La respuesta de aquellos discípulos ya la sabemos: “Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo”. No podemos negar que puede ser hoy también la respuesta de muchos cristianos, y por eso, para Pablo, todos necesitamos el bautismo del Espíritu Santo.   

        En Pentecostés es el Espíritu Santo el que hizo saltar las puertas de aquel Cenáculo y convertir en  valientes predicadores del nombre de Jesús a los que antes se escondían atemorizados; es el Espíritu el que hace que se entiendan en todas las lenguas los hombres de diversas culturas; es el Espíritu  el que va  a espiritualizar  el conocimiento de Cristo en las primeras comunidades cristianas; es el que va a llenar el corazón de los Apóstoles y de Esteban para dar la vida como primeros testigos porque vive en su corazón; es el Espíritu Santo el que es invocado y lo sigue siendo por los Apóstoles para constituir los obispos y presbíteros, es el Espíritu el que vive en nosotros para que podamos decir: “abba”, padre, “Nadie puede decir: Jesús es el Señor sino por el influjo del Espíritu Santo”(1Cor 12,3).

        Para creer en Cristo, primero tiene que atraernos y actuar en nosotros el Espíritu Santo. Él es quien nos precede, acompaña y completa nuestra fe y santidad, unión con Dios. Dice San Ireneo: «mientras que el hombre natural está compuesto por alma y cuerpo, el hombre espiritual está compuesto por alma, cuerpo y Espíritu Santo».

El cristiano es un hombre a quien el Espíritu le ha hecho entrar en la esfera de lo divino. El repentino cambio de los apóstoles no se explica sino por un brusco estallar en ellos el fuego del amor divino. Cosas como las que ellos hicieron en esa circunstancia, tan sólo las hace el amor. Los apóstoles —y, más tarde, los mártires— estaban, en efecto, “borrachos”, como admiten tranquilamente los Padres, pero borrachos de la caridad que les llegaba del dedo de Dios, que es el Espíritu.

Y un autor moderno dice: «Es el momento más hermoso en la vida de una criatura: sentirse amada personalmente por Dios, sentirse como transportada en el seno de la Trinidad y hallarse en medio del vértice de amor que corre entre el Padre y el Hijo, involucrada en él,  partícipe de su «apasionado amor» por el mundo. Y todo esto en un instante, sin necesidad de palabras ni de reflexión alguna».

«Maravillosa condescendencia del creador hacia la criatura, gracia insigne, benevolencia inconcebible, motivo de confianza en el creador para la criatura, dulce cercanía, delicia de una buena conciencia: el hombre llega a encontrarse, de algún modo, cogido en el abrazo y el beso del Padre y del Hijo, que es el Espíritu Santo; unido a Dios con el mismo amor que une entre sí al Padre y al Hijo, santificado en aquel que es la santidad misma de ambos. Gozar de un bien tan grande, tener la suave experiencia de Él, dentro de lo que cabe en esta miserable y falsa existencia: esto es conocer la verdadera vida».

        «Pero, ¿por qué esta insistencia en el sentir? ¿Es realmente necesario experimentar el amor de Dios? ¿No es suficiente, y hasta más meritorio tenerlo por fe? Cuando se trata del amor de Dios,  la vivencia es también gracia; en efecto, no es la naturaleza la que puede infundirnos un deseo semejante. Aunque no dependa de nosotros conservar esta sensación de manera estable, es bueno buscarla y desearla. «Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene» (Cfr.1 Jn 4,16): no sólo creído, sino también conocido, y sabemos que, según la Biblia, «conocer» significa también experimentar» (ANTONIO LÓPEZ BAEZA, Un Dios locamente enamorado de ti, Sal Terrae, págs. 63-5).

        Si en esto consiste, concretamente, Pentecostés y nos es tan necesaria una experiencia viva y transformadora del amor de Dios ¿por qué entonces esta experiencia sigue siendo ignorada por la mayoría de los creyentes? ¿Cómo hacerla posible? La oración, la oración, así ha sido siempre en la Iglesia, en los santos, en los que han sido bautizados por el fuego del Espíritu Santo.

El amor de Dios crea el éxtasis, la salida de uno mismo hasta Dios. A Dios no podemos abarcarle con nuestros conceptos, porque le reducimos a nuestra medida, es mejor identificarnos con Él por el amor, convertirnos en llama de amor viva con Él hasta el punto que ya no hay distinción entre el madero y la llama porque todo se ha convertido en fuego, en luz, en amor divino, como dice San Juan de la Cruz:«En lo cual es de saber que, antes que este divino fuego de amor se introduzca y se una en la sustancia de el alma por acabada perfecta purgación y pureza, esta llama, que es el Espíritu Santo, está hiriendo en el alma, gastándole y consumiéndole las imperfecciones de sus malos hábitos, y ésta es la operación de el Espíritu Santo en la cual la dispone para la divina unión y transformación de amor en Dios. Porque es de saber que el mismo fuego de amor que después se une con el alma glorificándola es el que antes la embiste purgándola; bien así como el mismo fuego que entra en el madero es el que primero le está embistiendo e hiriendo con su llama, enjugándole y desnudándole de sus feos accidentes, hasta disponerle con su calor, tanto, que pueda entrar en él y transformarle en sí» (Ll 1, 19).

Por eso, la peor pobreza de la Iglesia será siempre la pobreza de vida mística y espiritual, de oración contemplativa, la pobreza de Espíritu Santo

Y la razón ya la he dicho: Si Cristo les dice a los Apóstoles que es necesario que Él se marche para que el Espíritu Santo venga y remate y lleve a término la  tarea comenzada por su pasión, muerte y resurrección, y que, si el Espíritu no viene, no habrá “verdad completa”, la cosa está clara: sin Espíritu Santo, sin vida en el Espíritu, la Iglesia no puede  cumplir su misión y los cristianos no llegamos a lo que Dios ha soñado para cada uno de nosotros.

La mayor pobreza de la Iglesia será siempre, como ya he repetido, la pobreza mística, la pobreza de santidad, de vida de oración, sobre todo, de oración contemplativa, eucarística, porque no entiendo que uno quiera buscar y encontrarse con Cristo y no lo encuentre donde está más plena y realmente en la tierra, que es en la eucaristía como misa, comunión y sagrario: «Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta fonte está escondida, en este pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas y de este agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche». Es por fe, caminando en la oración desde la fe. La iniciativa siempre parte de Dios que viene en mi busca.

La Iglesia, los consagrados, los apóstoles, cuanto más arriba estemos en la Iglesia, más necesitados estamos de santidad, de esta oración continua ante el Sacerdote y Víctima de la santificación, nuestro Señor Jesucristo. ¡Qué diferencias a veces entre seminarios y seminarios! ¡Qué alegría ver realizados los propios sueños en los seminarios, conventos, noviciados!

¿No hemos sido creados para vivir la unión eterna con Dios por la participación en gracia de su misma vida en felicidad y amor? ¿No es triste que por no aspirar o no tender o no haber llegado a esta meta, para la que únicamente fuimos creados, y es la razón, en definitiva, de nuestro apostolado y tareas con niños, jóvenes y adultos, nos quedemos muchas veces, a veces toda la vida, en zonas intermedias de apostolado, formación y vida cristiana, sin al menos dirigir la mirada y tender hacia el fin, hacia la meta, hacia la unión y la vida de plena glorificación en Dios?

Dios nos conceda, pidamos tener predicadores que hayan experimentado la Palabra que predican, que se hayan hecho palabra viva en la Palabra meditada; celebrantes de la Eucaristía que sean testigos de lo que celebran y tengan los mismos sentimientos de Cristo víctima, sacerdote y altar, porque de tanto celebrar y contemplar Eucaristía se han hecho eucaristías perfectas en Cristo; orantes que se sientan habitados por la Santísima Trinidad, fundidos en una sola realidad en llamas del mismo fuego quemante y gozoso de Dios, que su Espíritu Santo, para que, desde esa unión en llamas con Dios, puedan quemar a los hermanos a los que son enviados con esta misión de amor en el Padre, en el Hijo por la potencia de amor del Espíritu Santo. 

        Y todo, in laudem gloriae ejus, como nos dice s. Pablo y que tan maravillosamente vivió y expresó nuestra Sor Isabel de la Trinidad: PARA ALABANZA DE LA GLORIA DE LA TRINIDAD, de nuestro Dios Trino y Uno. El domingo pasado celebrábamos la solemnidad de la Santísima Trinidad.

QUERIDAS HERMANAS: La Iglesia nuestra madre, en este domingo último que hemos celebrado, después de haber considerado todos los misterios de la salvación -desde el nacimiento de Cristo hasta Pentecostés en el último domingo, dirige su mirada al principio y fin de todo este misterio maravilloso de la Salvación, a nuestros Dios Trino y Uno, a la Santísima Trinidad, principio y fin de todo, fuente de todo don y de todo bien.

        Si el domingo pasado la Iglesia nos invitaba a venerar y alabar al Espíritu Santo en su manifestación pública de Pentecostés, hoy nos invita a los fieles a cantar las alabanzas y dar gracias al Dios Trino y Uno, diciendo, con mayor fe y amor que nunca, esta breve aclamación, que todos los días repetimos, sin darle excesiva importancia: «Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo».

Nada más justo, si echamos una mirada hacia atrás, para ver todos los misterios, que han salido del Amor Trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y que hemos ido celebrando durante todo el año litúrgico, que ha terminado.       Y si, hace unos días, cantábamos a Cristo resucitado que subía a los cielos para sentarse a la derecha del Padre, y el último domingo, honrábamos al Espíritu Santo, que inundaba de su fuego y su luz a la Iglesia naciente, hoy queremos adorar a los Tres, porque en consejo trinitario y en Poder del Padre y Sabiduría del Hijo y en el Amor del Espíritu han concebido, han realizado y han consumado esta obra tan maravillosa de la creación, de la salvación y de la santificación de los hombres.

1.- Gloria al Padre. Gloria a ti, Padre, porque me creaste. En el principio, no existía nada, solo Dios, infinitamente existente y feliz en sí y por sí mismo, y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo, piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser y amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad.

Si existo es que Dios me ama. Si existo, es que Dios me ha preferido, si existo es que soy eternidad. Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mi. Por eso, desde lo más profundo de mi corazón repetiré un y mil veces: Gloria al Padre, Gloria al Padre Dios, Padre de Hijo amado y de los hijos en el Hijo, Gloria a mi padre y nuestro Padre como rezamos: “Padre nuestro que estás en el cielo…” Todas las mañanas repito: Abba, papá bueno de cielo y tierra, y de todas partes, principio y fin de todo; me alegro de que existas y seas tan grande y generoso…Te alabo y ten bendigo porque me has creado y redimido y hecho hijo tuyo en tu Hijo encarnado por obra… Te doy gracias porque me creaste; si existo…

4.- Gloria al Hijo, Gloria a ti, Hijo, porque viniste en mi búsqueda y me salvaste… porque precisamente una vez creados en Dios y caídos por el pecado de Adán, viendo a su Padre triste, porque el hombre ya no podía compartir con el Dios Trino y Uno la eternidad para la cual fue soñado y creado, se venía abajo el proyecto para el cual habíamos sido creados, el Hijo se ofreció por nosotros: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.  Y aquí ahora ponemos todo el misterio del amor del Hijo encarnado por la potencia de amor de Espíritu Santo, que recorrió todos los caminos de Palestina para decirnos que Dios nos ama, que es nuestro Padre y que nos ha creado para ser felices en eternidad y murió dando su vida por los que amaba: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó)a su Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él”.

        5.- Gloria al Espíritu Santo. Gloria a ti, Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el abrazo y beso del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. El Dios Amor; para Cristo, es el único que puede llevamos “a la verdad completa,” a la vivencia total de los misterio de nuestra fe. Rezo todas la mañanas: ¡Oh Espíritu Santo, Dios Amor, abrazo y beso de mi Dios, alma de alma, vida de mi. Y es que la presencia y acción del Espíritu Santo y sus dones son absolutamente necesarios para vivir y experimentar a Cristo, al Evangelio, a la Eucaristía. Lo repetiré muchas veces: Los misterios cristianos no se comprenden si no se viven. Y sólo se viven por el fuego del Espíritu Santo. Pregúntenselo a los santos, a los místicos, a los evangelizadores, a todos los que han trabajado y comprometido en serio con Cristo y con su Iglesia, a los que han hecho obras importantes de amor por los hombres.

 

4.- En mis tiempos de Seminario leí un libro que me impactó y me hizo mucho bien, porque trataba de estas alturas que yo no comprendía pero me entusiasmaba y me encendía. Se titulaba la DOCTRINA ESPIRITUAL DE SOR ISABEL DE LA TRINIDAD. Ya os he hablado de ella alguna vez y la cito en mis libros. Fue una joven francesa que entró en el Carmelo de Gijón a lo 19 años y tomó el nombre de Sor Isabel de la Trinidad por la devoción a este misterio y porque se sentía habitada por Dios. Hace unos años ha sido beatificada. Murió a los 26 años o 27. He de decir que en ella primero fue la experiencia y luego la inteligencia del misterio de la inhabitación de Dios en su alma. Porque estas verdades no se comprenden hasta que no se viven. Por eso creemos muchas verdades de fe pero nos quedamos sin comprenderlas , porque no las vivimos. Y mira que lo dijo claro el Señor: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23). Pero esto sólo es posible por el Espíritu Santo. Y también lo dijo el Señor: “Le conoceréis porque permanece en vosotros”.

        Para ella, la inhabitación de Dios en lo más íntimo de su alma fue la gran realidad de su vida espiritual. Lo dice ella misma con estas palabras: «La Trinidad, he ahí nuestra morada, nuestra «casa», la casa paterna de la que no debemos salir nunca… Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, puesto que el cielo es Dios y Dios está en lo más profundo de mi alma. El día que comprendí esto, todo se iluminó dentro de mí».

        La víspera de su muerte podía escribir: «Creer que un ser que se llama Amor habita en nosotros en todo instante del día y de la noche y que nos pide que vivamos en Sociedad con Él, he ahí, os lo confío, lo que ha hecho de mi vida un cielo anticipado». Y esa fue toda su breve vida de carmelita.

        «Todo mi ejercicio, escribía ella, es entrar adentro y perderme en los que están ahí. ¡Lo siento tan vivo en mi alma! No tengo más que recogerme para encontrarlos dentro de mí. Eso es lo que constituye toda mi felicidad». « Llevamos nuestro cielo en nosotros, puesto que Aquel que sacia a los glorificados en la luz de la visión, se da a nosotros, en la fe y en Misterio. Es el mismo. Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, puesto que el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que comprendí esto, todo se iluminó para mi y quisiera decir este secreto en voz muy baja a todos los que amo…».

        Al acercarse la fiesta litúrgica de la Santísima Trinidad, la invadía una fuerza irresistible. Durante esa semana la tierra no existía para ella. Decía: «Esta fiesta de los Tres es por cierto la mía. Para mí no hay otra cosa que se le parezca. En este gran misterio te doy cita para que sea nuestro centro... Que el Espíritu Santo te transporte al Verbo, que el Verbo te conduzca al Padre, para que seas consumada en el Uno, como sucedía verdaderamente con Cristo y nuestros santos”.

        El día 21 de noviembre del 1904, fiesta de la Presentación de la Virgen, el Carmelo entero renovaba los votos de profesión. De vuelta a su cuarto, tomó la pluma y en una simple hoja de libreta, sin vacilación alguna, sin la menor tachadura, de un solo trazo, escribió su célebre oración a la Santísima Trinidad como un grito que se le escapa del corazón. Para mí es una de las más bellas y profundas que conozco. De ella viven muchas almas que la repiten todos los días, al empezar la jornada, en su oración: Plegaria a la Santísima Trinidad.

EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO

Por qué adoramos al Pan consagrado

Corpus Chisti (Ecclesia)

<<Estate, Señor, conmigo>>

BENDICIÓN

 

PLEGARIA A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Oh Díos mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de Vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.

Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierta en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como adorador, como reparador y como salvador.

Oh Verbo Eterno, palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñada para aprenderlo todo de vos; y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh amado astro mío! fascinadme, para que nunca pueda ya salir de vuestro resplandor.

Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí, para que en mi alma se realice una como Encarnación del Verbo; que sea yo para él una humanidad supletoria, en la que él renueve todo su misterio.

Y vos, oh Padre, inclinaos sobre esta vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra; no veáis en ella sino al amado, en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.

Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas.

(Sor Isabel de la Santísima Trinidad, 21 noviembre 1904).

RETIRO SACERDOTAL DE ADVIENTO

(Plasencia, diciembre 2008)

         Queridos amigos: El domingo, por la noche, me llamó nuestro querido Delegado del Clero, D. Miguel Pérez, para decirme si podía dar este retiro de Plasencia, que pensaba darlo él personalmente como ya nos  lo había anunciado por carta, para presentarse como Delegado, pero que se lo impedía una consulta médica, no de cosas graves, en Salamanca.  Yo lo dije que bien y  aquí estoy, hermanos, para obedecerle y ayudaros en lo que pueda.

         Como todos sabemos, Adviento es celebrar la venida del Hijo de Dios  en la carne, por la potencia del Espíritu Santo, en el seno de la Virgen María, «pues si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles…La gracia que Eva nos arrebató, nos ha sido devuelta en María» (Cf. Pref. IV de Adv.).

         También es celebrar la futura venida de Cristo, al final de los tiempos, para revelar la plenitud de su obra que fue realizada «al venir por primera vez en la humildad de nuestra carne» (Cf. Pref. I de Adv.).Y de esta venida nos hablaba el evangelio del primer domingo de Adviento.

         Entre ambas manifestaciones se sitúa la Iglesia, que celebra al Mesías prometido que vino, y espera al Señor que vendrá. El tiempo de Adviento, en su estructura y textos litúrgicos actuales, prepara para ambas manifestaciones.

         Y para esto necesitamos orar, retirarnos al desierto como, Juan, el precursor, y como María que conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón. Por eso, nos retiramos esta mañana para orar  « Y encontrarnos así, cuando llegue velando en la oración y cantando su alabanza», (Cf Pref. II de Adv.), para que «podamos recibir los bienes prometidos que ahora en vigilante espera confiamos alcanzar (Cf Pref. I de Adv.).

         Entre ambas manifestaciones estamos nosotros, que celebramos al Mesías prometido que vino, y esperamos al Señor que vendrá. El tiempo de Adviento, en su estructura y textos litúrgicos actuales, prepara para ambas manifestaciones. Y esto es lo que haremos ahora en este retiro de desierto oracional, rezando y cantando con gozo y alegría la hora intermedia.

HORA INTERMEDIA

Canto de entrada

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Vendrá el Señor con la aurora, Él brillará en la mañana, pregonará la verdad. Vendrá el Señor con su fuerza, Él romperá las cadenas, Él nos dará la libertad.

Él estará a nuestro lado, Él guiará nuestros pasos, Él nos dará la Salvación. Nos limpiará del pecado, ya no seremos esclavos, Él nos dará la libertad.

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Visitará nuestras casas, nos llenará de esperanza, Él nos dará la Salvación. Compartirá nuestros cantos, todos seremos hermanos, El nos dará la libertad.

Caminará con nosotros, nunca estaremos ya solos, Él nos dará la salvación. Él cumplirá la promesa, y llevará nuestras penas, Él nos dará la libertad.

 VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

“Mirad a vuestro Dios que viene en persona... El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará el páramo y la estepa...”(Is 35,1-2).

-- Dios mío, ven en mi auxilio,

-- Señor, date prisa en socorrerme.

-- Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,

-- Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

(EL ALMA SEDIENTA DE DIOS: Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas).

1.- Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

(Salmo 64, 2-12)

 Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,

mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario

viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre.

1.- Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

2.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres”.

Oh Dios, tú mereces un himno en Sión,

y a ti se te cumplen los votos,

porque tú escuchas las súplicas.

A ti acude todo mortal,

a causa de sus culpas;

nuestros delitos nos abruman,

pero tú los perdonas.

Con portentos de justicia nos respondes,

Dios, salvador nuestro;

tú, esperanza del confín de la tierra

y del océano remoto.

Tú, que afianzas los montes con tu fuerza,

ceñido de poder;

tú que reprimes el estruendo del mar,

el estruendo de las olas

y el tumulto de los pueblos.

Los habitantes del extremo del orbe

se sobrecogen ante tus signos,

y a las puertas de la aurora y del ocaso

las llenas de júbilo.

Tú cuidas de la tierra, la riegas

y la enriqueces sin medida;

la acequia del Señor va llena de agua,

coronas el año con tus bienes.

Gloria al Padre.

2.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres”.

3.- Antífona: “María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.

Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.

La piedra que desecharon los arquitectos

es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.

Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.

Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia

Gloria al Padre.

3.- Antífona: “María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”

LECTURA BREVE (Is 45,8)

“Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia”.

RESPONSORIO BREVE

-- Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor,

--  Su gloria aparecerá sobre ti.

Oración :

Señor, Dios todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, que va a nacer, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta Él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su salvación. Por Jesucristo Nuestro Señor.

Amén.

Canto final

LA VIRGEN SUEÑA CAMINOS, está a la espera; la Virgen sabe que el Niño está muy cerca. De Nazaret a Belén hay una senda; por ella van lo que creen en las promesas

Los que soñáis y esperáis la buena nueva, abrid las puertas al niño, que está muy cerca. El Señor cerca está, Él viene con la paz. El Señor cerca está, Él trae la verdad.

EN ESTOS DÍAS DEL AÑO, el pueblo espera, que venga pronto el Mesías a nuestra tierra. En la ciudad de Belén, llama a las puertas, pregunta en las posadas y no hay respuesta.

Los que soñáis y esperáis la buena nueva, abrid las puertas al niño, que está muy cerca. El Señor cerca está, Él viene con la paz. El Señor cerca está, Él trae la verdad.

PRIMERA MEDITACIÓN

         QUERIDOS HERMANOS:    Estamos comenzando este tiempo santo de Adviento. Todos los tiempos son santos, porque deben servirnos para santificarnos, para unirnos y amar más a Dios y a los hombres. Pero este lo es especialmente, porque el tema central del Adviento es la espera del Señor, considerada bajo diversos aspectos. En primer lugar, la espera del Antiguo Testamento, encaminada hacia la venida del Mesías prometido. De ella hablan las profecías que la liturgia presenta estos días a la consideración de los fieles para despertar en ellos aquel profundo deseo y anhelo de Dios que vivió todo el Antiguo Testamento, especialmente los profetas, que se encargaron de parte de Dios, de mantener esta esperanza en el pueblo fiel.

         Una vez que vino el Mesías prometido, Jesucristo, terminó el Antiguo y empieza el Nuevo Testamento, con la realización de las promesas; llegan los tiempos nuevos y se colman todas las esperanzas. Y ahora, en esta etapa nueva que vive la Iglesia, debemos vivir y actualizar en nuestro corazón y en nuestra vida cristiana esta venida, mientras la historia de la humanidad se dirige a la última venida del Señor, a la parusía, a la venida gloriosa de Cristo, al final de los tiempos.

         Por eso, el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» del Hijo de Dios; y por otra, mira y hace que nos preparemos para la segunda venida, al final de los tiempos; y para que ésta se pueda realizar, es necesario esperarlo y recibirlo ahora, en diversas formas en las que llega a nosotros por la vida, por los sacramentos y por la Palabra.

         Y como me toca a mí esta mañana dirigir la Palabra, quisiera empezar con una oración a la Santísima Trinidad de San Hilario, cuya fiesta celebraremos el 14 de enero, y que viene en la Liturgia de la Horas del día.

         Pero antes, y porque hemos hablado de la última venida, quiero dar gracias a Dios y he rezado y me he encomendado para este retiro a nuestros hermanos sacerdotes muerto últimamente, que han realizado ya esta encuentro del último día; qué testimonios más maravillosos de fe, de amor a Cristo y de esperanza en Dios Padre nos habéis dado. Qué aceptación de la muerte y certeza del encuentro con Cristo gloriosos, qué gozo y seguridad nos dais.

         Este mes de noviembre varias veces y expresamente los he recordado y rezado con sus nombres en la Eucaristía. Ya no celebraréis el Adviento y la Navidad con nosotros, porque vivís la presencia del Padre que nos soñó y nos creó para una eternidad de gozo con Él en su misma esencia y esplendores divinos, del Hijo que vino en nuestra búsqueda para salvarnos y abrirnos las puertas de la eternidad, y del Espíritu Santo, el Dios Amor que nos funde en el abrazo y beso eterno del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en éxtasis infinito y eterno de fuego y esplendores del volcán divino y trinitario de bellezas eternamente reveladas entre esplendores siempre nuevos y deslumbrantes. La muerte para nosotros no es caer en el vacío o en la nada,  sino en los brazos ya abiertos de Dios.

         Y Con este recuerdo emocionado y trinitario a nuestros hermanos sacerdotes difuntos, empiezo ahora mi meditación con la oración de san Hilario:

PADRE SANTO, TE SERVIRÉ PREDICÁNDOTE

 «Yo tengo plena conciencia de que es a ti, Dios Padre omnipotente, a quien debo ofrecer la obra principal de mi vida, de tal suerte que todas mis palabras y pensamientos hablen de ti.

Y el mayor premio que puede reportarme esta facultad de hablar, que tú me has concedido, es el de servirte prodigándote a ti y demostrando al mundo, que lo ignora, o a los herejes, que lo niegan, lo que tú eres en realidad: Padre; Padre, a saber, del Dios unigénito.

Y, aunque es ésta mi única intención, es necesario para ello invocar el auxilio de tu misericordia, para que hinches con el soplo de tu Espíritu las velas de nuestra fe y nuestra confesión, extendidas para ir hacia ti, y nos impulses así en el camino de la predicación que hemos emprendido. Porque merece toda confianza aquel que nos ha prometido: “Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá”.

Somos pobres y, por esto, pedimos que remedies nuestra indigencia; nosotros ponemos nuestro esfuerzo tenaz en penetrar las palabras de tus profetas y apóstoles y llamamos con insistencia para que se nos abran las puertas de la comprensión de tus misterios; pero el darnos lo que pedimos, el hacerte encontradizo cuando te buscamos y el abrir cuando llamamos, eso depende de ti.

Cuando se trata de comprender las cosas que se refieren a ti, nos vemos como frenados por la pereza y torpeza inherentes a nuestra naturaleza y nos sentimos limitados por nuestra inevitable ignorancia y debilidad; pero el estudio de tus enseñanzas nos dispone para captar el sentido de las cosas divinas, y la sumisión de nuestra fe nos hace superar nuestras culpas naturales.

Confiamos, pues, que tú harás progresar nuestro tímido esfuerzo inicial y que, a medida que vayamos progresando, lo afianzarás, y que nos llamarás a compartir el espíritu de los profetas y apóstoles; de este modo, entenderemos sus palabras en el mismo sentido en que ellos las pronunciaron y penetraremos en el verdadero significado de su mensaje.

Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz que no nos apartemos de la verdad de la fe; haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre, y al único Señor Jesucristo, y que argumentamos ahora contra los herejes que esto niegan, podamos también celebrarte a ti como Dios en el que no hay unicidad de persona y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti».

(Del tratado de san Hilario, obispo, sobre la Trinidad (Libro 1,37-38: PL 10,48-49. Liturgia de las Horas: 14 de enero)

         QUERIDOS HERMANOS: Cuatro son los temas de los que me hubiera gustado hablar con cierta amplitud en este retiro de Adviento: del Adviento, por ser el tiempo litúrgico fuerte en que vivimos; de María, porque ella fue la primera que vivió este tiempo del espera del Hijo, y porque estamos en la novena de la Inmaculada que tantas emociones y recuerdos agradecidos nos trae; de Juan el Bautista, porque cuando llega el otoño y las hojas se caen de los árboles viene puntual a esta cita con su voz fuerte y tonante, invitándonos a la conversión, como profeta verdadero a quien no se le traba la lengua, cuando tiene que decir verdades que nos cuestan y hablarnos de conversión y de preparar los caminos del Señor; y San Pablo, porque soy estamos en el año paulino y es modelo para todos nosotros, apóstoles de Cristo.

         Pero como no es posible hablar de todos con amplitud, los tres primeros temas los fundo en uno, del cual hablaré en esta primera meditación, cuyo título sería TRARAR DE VIVIR EL ADVIENTO CON MARÍA.  Por escrito, en la mesa, y por si alguno quiere llevárselos a casa o meditarlos aquí,  pondré para meditar sobre la Virgen ya que estamos en su novena de la Inmaculada, unos testos hermosos de los Santos Padres sobre la Virgen en los misterios del adviento y la navidad. Sin imponer nada, repito para los que quieran. Así como una meditación sobre la Encarnación. Y Después de un largo silencio de esta meditación que estoy dando, tendremos la segunda meditación.   

         Y ahora ya, iniciada esta primera meditación del Adviento, quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo a mis feligreses: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, no será Navidad en nosotros; el Adviento ha sido tiempo inútil, no aprovechado, no vivido, no ha existido en nosotros, no ha habido espera y deseo del Señor. Lógicamente, el Señor ya está en nosotros, en nuestras vidas, pero si no aumenta su presencia en esta Navidad, por un adviento vivido con deseos de mayor unión, de experiencia de amor, no habrá servido para nada este tiempo, no habremos vivido el adviento cristiano.

         Cristo viene todos los años, litúrgica y sacramentalmente, a nuestro encuentro en este tiempo de Adviento, porque El vino en nuestra búsqueda, el Dios infinito en busca de su criatura, porque nos ama y quiere llenarnos de su belleza, hermosura, de su ser y existir divino y trinitario, pero si no salimos a esperarle, no puede haber encuentro de gracia y salvación con Él. La Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana. Y así lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad».

         Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos. Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos, para iluminarnos del verdadero concepto de hombre, mujer, familia, matrimonio, sentido de vida humana. Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia y lo canta y reza por nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven que te esperamos, ven pronto y no tarde más».

         Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como dije antes, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo. Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por la televisión y los medios, debemos recogernos en silencio de ruidos mundanos ahora para meditar los textos sagrados. Para eso estamos reunidos aquí y no podemos dejar pasar esta oportunidad que el Señor nos ofrece.

         ¿Por dónde vendrá Cristo esta Navidad?  Si yo tengo que salir al encuentro de una persona, si yo quiero llegar a Madrid, tengo que ir por una carretera distinta que si voy a Salamanca. ¿Por qué caminos tengo que esperar a Cristo en este tiempo de Adviento, para que nazca en mi corazón y para que aumente su presencia de amor?

         En este tiempo de Adviento la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

1.- POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO MARÍA

         La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo. Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte, confirmándole que era verdad todo lo que decía, ya que no estaba bien que tan niño empezara haciendo milagros; así que una parte del Magnificat se la debemos a Él, de la misma forma que todo pan eucarístico, el cuerpo eucarístico de Cristo tiene perfume, olor y sabor maría, por ser carne que viene de María.

         Por otra parte,  no sería bueno para nosotros, que tenemos que recorrer a veces este camino, con frecuencia duro y seco aparentemente de fe, esperanza y amor,  sin ver ni sentir nada, que es la oración. María nos invita a entrar en clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano. Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren chapám y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica, carece de alma, de experiencia, de vida, auque sea ex opere operato. Es que todo depende de la fe y amor personal con que viva y experimente la acción litúrgica.

         La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en espíritu y verdad”.

         Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

         Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan. Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

         Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, este nuevo encuentro litúrgico con Cristo, que especialmente por la Eucaristía hace presente todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado voy a besar, tocar y  venerar en cada sagrario, en cada pesebre, en cada imagen de Niño.«Ven, Señor, y no tardes».

El sacerdote sembrador de eternidades....

         La oración personal es la que me sirve de canal para recibir las gracias y los frutos de la oración litúrgica y es el principal apostolado del sacerdote y del Obispo. El principal. No lo afirmo yo, pongo textos de personas más autorizadas:

Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte,  ha vuelto a repetir e insistir en la necesidad de la oración y de escuelas de formación en esta materia tanto en parroquias como centros de formación, como el seminario. Y la razón es evidente. Si yo como formador o como párroco, no recorro este camino de oración hasta las alturas de la contemplación y de la oración de unión y transformación que es donde se ya la experiencia del Dios vivo, difícilmente podré conducir a mis feligreses hasta el Tabor. Y esto existe, Dios existe vivo, comunicativo, pero hay que vaciarse de tanto yo que impide vivir en mí, estoy tan lleno que no cabe ni Dios.

Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, cuando invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de apostolado, de vida apostólica, pero no de métodos y organigramas, donde expresamente nos dice «no hay una fórmula mágica que nos salva», «el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo», sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a Él por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía. No todas las acciones son apostolado. Sin el Espíritu de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo.

Primacía de la gracia

38.- En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15,5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5,5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitidie al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración.”

CARTA DE MAYO ÚLTIMO DE LA S. CONGREGACIÓN DEL CLERO

Con ocasión de la tradicional Jornada de oración por la santificación de los sacerdotes, que se celebra en la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús, quiero recordar la prioridad de la oración con respecto a la acción, en cuanto que de ella depende la eficacia del obrar. De la relación personal de cada uno con el Señor Jesús depende en gran medida la misión de la Iglesia. Por tanto, la misión debe alimentarse con la oración: «Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo» (Benedicto XVI, Deus caritas est, 37).

La oración y los pobres: (En vez de estar parados orando, a trabajar, hacer apostolado) Madre Teresa de Calcuta: “He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán».

«La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí».

Consejos del Papa a nuevos obispos

Discurso del 22 de septiembre

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 9 octubre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI el 22 de septiembre en la residencia pontificia de Castel Gandolfo a 107 obispos nombrados en los últimos doce meses.

         El día de la ordenación episcopal, antes de la imposición de las manos, la Iglesia pide al candidato que asuma algunos compromisos, entre los cuales, además del de anunciar con fidelidad el Evangelio y custodiar la fe, se encuentra el de "perseverar en la oración a Dios todopoderoso por el bien de su pueblo santo". Hoy quiero reflexionar con vosotros precisamente sobre el carácter apostólico y pastoral de la oración del obispo.  El evangelista san Lucas escribe que Jesucristo escogió a los doce Apóstoles después de pasar toda la noche orando en el monte (cf. Lc 6, 12); y el evangelista san Marcos precisa que los Doce fueron elegidos para que "estuvieran con él y para enviarlos" (Mc 3, 14).

Al igual que los Apóstoles, también nosotros, queridos hermanos en el episcopado, en cuanto sus sucesores, estamos llamados ante todo a estar con Cristo, para conocerlo más profundamente y participar de su misterio de amor y de su relación llena de confianza con el Padre. En la oración íntima y personal, el obispo, como todos los fieles y más que ellos, está llamado a crecer en el espíritu filial con respecto a Dios, aprendiendo de Jesús mismo la familiaridad, la confianza y la fidelidad, actitudes propias de él en su relación con el Padre.


Y los Apóstoles comprendieron muy bien que la escucha en la oración y el anuncio de lo que habían escuchado debían tener el primado sobre las muchas cosas que es preciso hacer, porque decidieron: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra" (Hch 6, 4). Este programa apostólico es sumamente actual. Hoy, en el ministerio de un obispo, los aspectos organizativos son absorbentes; los compromisos, múltiples; las necesidades, numerosas; pero en la vida de un sucesor de los Apóstoles el primer lugar debe estar reservado para Dios. Especialmente de este modo ayudamos a nuestros fieles.

2.- POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

         “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

         Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de demostrarlas o comprobarlas con la razón; y porque nos fiamos más de nuestros propios criterios que de lo que nos dicta la fe, dudamos de lo que Dios nos dice por el Evangelio, porque supera toda comprensión humana. Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero casi grande en su interior, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo en otros asuntos y esperas, que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros.

         Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta del gobierno y de los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, Dios, Evangelio…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta todo, porque le falta Dios. Y estamos todos más tristes, más solos: los matrimonios, los padres, los hijos, los amigos… nos falta Dios; es necesario que Dios nazca en los hombres, viva en los matrimonios, sea invitado y comensal diario en nuestros  hogares.

Necesitamos fe personal : iglesias vacías, rol destruido..sacramentos civiles.. HAN DESAPARECIDO LAS APOYATURAS

         Por eso, lo primero de todo será la fe, fe en su Venida, en su Encarnación, en su nacimiento, en su presencia eucarística; si creo en Cristo, no puedo separar unas realidades de otras, tengo que creer en el Cristo completo.

         ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo sólo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como María, por una fe viva.

         Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. La Navidad fundamentalmente es creer que Dios ama al hombre, sigue amando al hombre, sigue amando y perdonando a este mundo.

         La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumple, todo tiene sentido, todo nos prepara para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotros. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Que merezcamos su alabanza por haber creído en su venida de amor a este mundo.

         Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella. ¡Madre, enséñanos a esperarlo y recibirlo así!

3.- POR EL CAMINO DEL AMOR AGRADECIDO, COMO MARÍA

         María expresó maravillosamente este sentimiento ante su prima Isabel con el canto del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1,46-47).

         Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto. Pero en estos días, como siempre, lo primero debe ser Dios. Y si alguien nos pregunta, tanto ahora en Navidad como en cualquier tiempo del año, ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios? Pues porque Él nos amó primero. Dios nos visita, se hace cercano, se hace hombre y viene a nosotros por amor y para que nos amemos y le amemos: “Porque Dios es Amor… En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó, y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,8.10). Qué claro lo vio Juan: Dios nos amó primero y, roto este amor por el pecado de Adán, Dios volvió a amar más intensamente al hombre, enviándonos a su propio Hijo para salvarnos.

         Santa Catalina de Sena nos describe así todo el amor de Dios en la creación del hombre y, sobre todo, una vez caído, en la recreación, por el amor del Hijo amado: «Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, Padre Dios, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto...    A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. El fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. Él lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?

         Nosotros somos tu imagen, y tú eres la nuestra, gracias a la unión que realizaste en el hombre, al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de la carne de Adán. Y esto, ¿por qué? No por otra causa que por tu inefable amor. Por este inmenso amor es por el que suplico humildemente a tu Majestad, con todas las fuerzas de mi alma, que te apiades con toda tu generosidad de tus miserables criaturas» (Santa Catalina de Siena, Diálogo, Cap. 4).

        

         Esta debe ser una actitud fuerte en estos días: amor agradecido al Señor, que nos quiere salvar, que viene a nosotros, que viene desde su Felicidad infinita a complicar su vida por nosotros. Procuremos retirarnos a la oración, revisar nuestro comportamientos para con Él, corrijamos, enderecemos los caminos, salgamos a su encuentro, mirando a los hermanos.

Más frecuencia y más fervor en todo: oración, misas, comuniones, obras de caridad con los hermanos,  control de la soberbia y orgullo, porque Cristo se hizo pequeño, visitemos a los necesitados como María a su prima santa Isabel.

4.- POR EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN, COMO MARÍA

         “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”. Así respondió María al ángel, a la maternidad que le anunciaban, porque sus pensamientos y su planes no eran esos. Pero se convirtió totalmente a la voluntad y a los deseos de Dios, como nosotros tenemos que hacer en nuestras vidas, cuando sus planes no coincidan con los nuestros. Hemos de responder como María: “Aquí está el esclavo del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

         A veces estamos tan llenos de nuestro yo, de nuestros criterios, de nuestros planes… que no caben los de Dios, porque son contrarios y opuestos. El hombre, desde que existe, por impulso natural, tiende a amarse a sí mismo más que a Dios. El mandamiento de “amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, el hombre, por el pecado original, lo convierte en me amaré a mí mismo con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi ser…  Y esto es idolatría. Pero que uno la ve mucho dentro de la misma Iglesia, en los de arriba, muy arriba y en los de abajo. Dios no es lo absoluto de nuestra vida. En el centro de nuestro corazón nos entronizamos a nosotros mismos y nos damos culto idolátrico, de la mañana a la noche.

         Por esta razón, si queremos que Cristo aumente su presencia en esta Navidad dentro de nosotros, en nuestro corazón, en nuestro ser y existir, tenemos que destronar este <yo> del centro de nuestro corazón y de nuestra vida. Porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni su Evangelio, ni sus criterios, ni sus mandatos, ni su vida, ni su amor, ni sus sentimientos, no cabe ni Dios porque nosotros nos hemos constituido en dioses de nuestra vida. Por tanto, si queremos que Cristo nazca dentro de nosotros,  en nuestro corazón, en nuestra vida, tenemos que vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros criterios,  y de esos amores egoístas y consumistas, que nos invaden totalmente y nos vacían de Dios que es el Todo. Y ese es el vacío que siente el mundo actual, muchos hombres y mujeres, las familias estamos, los matrimonios, más solos y tristes, porque nos falta Dios, nos falta el amor, que es Dios. . Necesitamos que Dios llene nuestra vida, nuestro corazón; necesitamos la Navidad; pero la Navidad cristiana, porque, aunque Cristo naciese mil veces, si no nace dentro de nosotros, en nuestro corazón, no habrá Navidad; no habrá encuentro con Dios; todo habrá sido inútil, aunque sobren champán y turrones, no podremos tener Navidad.

         Y para eso, repito, es necesaria la conversión, el vaciarnos de nosotros mismos y de tantas cosas que impiden el nacimiento de Dios en nosotros. Hay que perdonar a todos, no puede haber soberbia y rencor en nuestro corazón para que Cristo pueda nacer; hay que ser generosos en tiempo y amor con los necesitados de tiempo, amor, de cuerpo y alma, con nuestros feligreses, familiares, amigos; hay que convertirse de la crítica continua a los hermanos a la comprensión,  a la aceptación, jamás criticar, no podemos criticar si queremos tener el corazón dispuesto para que nazca Cristo; la soberbia, la murmuración y la falta de caridad con los hermanos impiden este nacimiento. Todo debe ser buscado, rezado y realizado conforme a la voluntad de Dios, mediante una conversión sincera.

         Por eso, repito, que, unido a la fe, va el amor, la oración, la conversión... Estos tres verbos ORAR-AMAR-CONVERTIRSE tienen para mí casi el mismo significado y se conjugan igual y el orden tampoco altera el producto, pero siempre en línea de experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, que vuelve por la Liturgia Eucarística a repetir su historia y su nacimiento para nosotros.

         Orar es querer convertirse a Dios en  todas las cosas. La conversión debe durar toda la vida, porque siempre tendemos a ponernos y colocar nuestra voluntad y deseos delante de los de Dios, a amarnos más que a Dios, que debe ser lo primero y absoluto. Por eso, la conversión debe ser permanente y exige oración permanente. Y la oración, si verdaderamente lo es, debe ser permanente y debe ser y llevarnos a la conversión permanente. Porque si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente. 

         Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas. Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.“Dios es amor”, dice S. Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando San Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Y ese amor se ha hecho carne, se ha hecho hombre, y ese amor de Dios al hombre se llama Jesucristo, y esto es la Navidad cristiana, el misterio del Amor de Dios Encarnado.

         Si es Navidad en este año, quiere decir que Dios sigue amando al Hombre; si Dios nace, quiere decir que Dios no se olvida del hombre; si  Dios nace, el mundo tiene salvación, no debemos desesperar; si Dios nace, todo hombre es mi hermano y el hombre vale mucho, vale infinito, vale una eternidad. Somos más que este espacio y este tiempo, para eso ha nacido Jesucristo. Si Cristo nace, sí hay Navidad, Dios me ama, Dios me ama, Dios me ama: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn  3,17).

SEGUNDA MEDITACIÓN

(Comenzamos cantando el Rorate, coeli desuper)

Cuando, en la festividad de San Pedro del año 2007, me enteré de que el Papa Benedicto XVI había tomado la iniciativa de declarar «Año Paulino» desde el 29 junio del 2008 hasta el mismo día de junio del 2009, me alegré mucho. Lo hizo con estas palabras: «...me alegra anunciar oficialmente que al apóstol San Pablo dedicaremos un Año jubilar especial, del 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009, con ocasión del bimilenario de su nacimiento, que los historiadores sitúan entre los años 7 y 10 d.C. Este «Año Paulino» podrá celebrarse de modo privilegiado en Roma, donde desde hace veinte siglos se conserva bajo el altar papal de esta basílica el sarcófago que, según el parecer concorde de los expertos y según una incontrovertible tradición, conserva los restos del apóstol san Pablo».

Y daba estos motivos: «Queridos hermanos y hermanas: como en los inicios, también hoy Cristo necesita apóstoles dispuestos a sacrificarse. Necesita testigos y mártires como san Pablo: un tiempo perseguidor violento de los cristianos, cuando en el camino de Damasco cayó en tierra, cegado por la luz divina, se pasó sin vacilaciones al Crucificado y lo siguió sin volverse atrás. Vivió y trabajó por Cristo: por él sufrió y murió. Qué actual es su ejemplo!»

Considero que es una noticia muy oportuna y gratificante para toda la Iglesia de Cristo, tan ardientemente amada,  predicada y extendida por San Pablo «el Apóstol de los gentiles». Porque San Pablo es el apóstol por antonomasia. Mucho tenemos que aprender de él.

En realidad, para nosotros, especialmente los sacerdotes, todos los años son «Paulinos», porque recurrimos todos los días a sus escritos, a su ejemplo, a su testimonio, al «evangelio según San Pablo», tanto en la liturgia como en la lectura privada, para meditarlo, vivirlo y predicarlo: “Imitatores mei estote sicut et ego Christi: sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo” (1Cor11, 1)

Pablo quedó atrapado por el amor de Cristo, desde el encuentro dialogal y oracional con  “elSeñor resucitado”, en el camino de Damasco. Fue una gracia contemplativa-iluminativa “en el Espíritu de Cristo”, en el Espíritu Santo.

Pablo se lo debe todo a esta experiencia mística y transformativa en Cristo Resucitado, muerto en la cruz, en obediencia total, adorando al Padre, hasta dar la vida por nosotros: “me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20).

Ha visto y sentido a Cristo, todo su amor, toda su vida, más que si le hubiera visto con sus propios ojos de carne, porque lo ha visto en su espíritu, en su alma, por la contemplación y experiencia del Dios vivo, más fuerte que todas las apariciones externas; de una forma más potente, porque ha sido por revelación de amor en el Espíritu Santo; San Juan de la Cruz diría que ha quedado cegado como quien mira el sol de frente.  

Por este motivo, San Pablo se consideró siempre, desde ese momento, Apóstol total de Cristo y no tenía por qué envidiar a los Apóstoles que convivieron con Él. De suyo, lo amó más que muchos de ellos. Es más, los Apóstoles, como luego diré ampliamente, a pesar de haber convivido con Cristo y haberle visto resucitado, no perdieron los miedos ni quitaron los cerrojos de las ventanas y de las puertas del Cenáculo, hasta que vino el Espíritu Santo en Pentecostés, esto es, el mismo Cristo hecho fuego de Amor, hecho Espíritu Santo, que les quemó el corazón, y ya no pudieron resistir y dominar esta llama de amor viva en su espíritu, hecho un mismo fuego de Espíritu Santo con Cristo; tenían su mismo Amor Personal.

Gratuitamente el Señor se mostró a Pablo en la cumbre de la experiencia espiritual, contemplativa y pentecostal, que no necesita los ojos de la carne para ver, porque es revelación interior del Espíritu de Dios al espíritu humano; pero tan profunda, tan en éxtasis o salida de sí mismo para sumergirse en Dios, que la persona queda privada del uso temporal de los sentidos externos.

Como los místicos, cuando reciben estas primeras comunicaciones de Dios, porque no están adecuados los sentidos internos y externos a estas revelaciones de Dios, como explica ampliamente San Juan de la Cruz; porque nos son ellos lo que ven, actúan o fabrican pensamientos y sentimientos, son «revelaciones», es decir, son meramente pasivos, receptores, patógenos, sufrientes de la Palabra que contemplan en fuego de Amor encendido e infinito del Padre al Hijo-hijos, y de los hijos en el  Hijo, que le hace Padre, porque acepta todo su ser, su amor, su vida. Es el éxtasis, salir de uno mismo para sumergirse por el Hijo resucitado en el océano puro y quieto de la infinita eternidad y esencia divina.

El modo, la forma, llamémoslas como queramos, pero fue experiencia “en el Espíritu de Cristo resucitado”, como la de los Apóstoles en Pentecostés, yque a la mayoría de los místicos les lleva tiempo y purificaciones de formas diversas, y siempre para lo mismo: Para la experiencia de Dios.

A Pablo le vinieron después muchas de estas pruebas, purificaciones, purgaciones, en su vida espiritual y apostólica, producidas por la misma luz del Espíritu de Cristo, del Amor de Cristo, que a la vez que limpia el madero de su impurezas y humedades, lo enciende primero, lo inflama luego y lo transforma finalmente en llama de amor viva, como dice San Juan de la Cruz, de las almas que llegan a esta unión total con Cristo. Como le ha de pasar a todo apóstol verdadero si toma el único camino del apostolado que es Cristo “camino, verdad y vida”.

Todos hemos sido llamados por Cristo, como Pablo, para ser apóstoles, sacerdotes o cristianos verdaderos, y para serlo, el único camino es la oración; una oración que ha de pasar de ser inicialmente discursiva-meditativa a ser luego, aceptando purificaciones y muerte del yo hasta en su raíces, contemplativa y transformativa, por las noches y purificaciones pasivas, porque es la misma luz de Dios quien las produce, precisamente porque quiere quemar en nosotros todo nuestro yo para convertirlo en Cristo.

Y por eso, «para llegar al todo, para ser Todo, no quieras ser nada,  poseer nada; para ver el Todo, no ver nada, gozar nada» de lo nuestro, de lo humano, para llenarnos sólo de Dios, lo cual cuesta y es muy doloroso, porque Dios, para llenarnos totalmente de Él, nos tiene que vaciar de nosotros mismos. Y nosotros, ni sabemos ni podemos; por eso hay que ser patógenos, sufrientes del amor de Dios hasta las raíces de nuestro yo.

Así son las iluminaciones y revelaciones de Dios, como él las llama, porque la de Damasco sólo fue la primera, el inicio de esta comunicación “en Espíritu”. Ya hablaremos más ampliamente de estas purificaciones, sufrimientos internos y externos: “Cuando estaba de camino, sucedió que, al acercarse a Damasco, se vio de repente rodeado de una luz del cielo; y al caer a tierra, oyó una voz que decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El contestó: ¿Quién eres, Señor? Y El: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer. Los hombres que le acompañabas quedaron atónitos oyendo la voz, pero sin ver a nadie. Saulo se levantó de tierra, y con los ojos abiertos, nada veía. Lleváronle de la mano y le introdujeron en Damasco,  donde estuvo tres días sin ver y sin comer ni beber.

…Y el Señor a él (Ananías): Levántate y vete a la calle llamada Recta y busca en casa de Judas a Saulo de Tarso, que está orando”.

Realmente Pablo no cesó ya de estar unido a Cristo por la experiencia espiritual; y eso es oración. Cristo inició el diálogo de amor que es toda oración, Pablo la continuó y Ananías le encontró orando, en contemplación que es una oración muy subida,  más pasiva que activa, más patógena que meditativa, plenamente contemplativa: Pablo no veía, le tuvieron que llevar, seguía inundado de la luz mística...todo esto se parece mucho a los éxtasis, en que uno sale de sí mismo, vive sumergido en una luz que le inunda y él no domina ni sabe fabricar esas luces, verdades o sentimientos, sino que se siente inundado y dominado por la luz, visión, fuego del Dios vivo, que como todo fuego de amor, a la vez que calienta, ilumina: es la experiencia del Dios vivo; es el conocimiento por amor.

Por eso, no tiene nada de particular que los acompañantes no vieran a Cristo, no vieron a nadie, sólo oyeron. No es que no hubiera algo externo, como en los momentos de encuentro fuerte y vivencial que llamamos éxtasis, pero lo esencial e importante es lo interno, la comunicación del Espíritu de Dios al espíritu humano que queda desbordado, transfigurado, transformado, hasta tal punto, que al comunicarlas a los demás, a nosotros nos parecen apariciones externas, pero son “revelación” de Cristo resucitado por su Espíritu, Espíritu Santo. A los Apóstoles les dio más amor y certeza Pentecostés que todas las apariciones y signos y palabras de Cristo resucitado.

Desde ese momento, Pablo fue místico y apóstol, mejor dicho, apóstol místico, de aquí le vinieron todos los conocimientos y todo el fuego de su apostolado: Cristo “llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”—; porque primero es encontrarse con Cristo y hablar con Él en “revelación del Espíritu”,  como Pablo, y luego salir a predicar y hablar de Él a las gentes; primero es contemplar a Cristo en el Espíritu Santo que es luz de revelación y a la vez Fuego de Amor Personal de Dios, y luego, desde esa experiencia de amor comunicada en mi espíritu, que supera todas las apariciones externas posibles, predicar y trabajar desde ese fuego divino participado para que otros le amen; el apostolado, la caridad apostólica, las acciones de Cristo no se pueden hacer sin el Espíritu de Cristo, sin el Amor Personal de Cristo, sin Espíritu Santo. Sería apostolado de Cristo, sin Cristo.

Pero Espíritu de Cristo resucitado, pentecostal. Y ese sólo lo comunica el Señor “a los Apóstoles, reunidos con María, en oración”. Y ahí se le acabaron a los apóstoles todos los miedos y abrieron todas las puertas y cerrojos y empezaron a predicar y se alegraron de sufrir por el Señor, cosa que no hicieron antes, aún habiéndole visto resucitado en las apariciones, porque siguieron con las puertas cerradas; hasta que vino Cristo, no en palabras y signos externos, sino hecho fuego de Espíritu Santo a su espíritu.

Esto sólo lo da la experiencia de Dios ayer, y hoy y siempre, como en todos los llegan a esta unión vivencial con Dios. Ellos la tuvieron, y nosotros tratamos de explicarlo con diversos nombres. Pero la realidad está ahí y sigue estando presente en la vida de la Iglesia de todos los tiempos.

Lógicamente en Damasco empezó este encuentro, este camino de amistad personal de experiencia de Cristo vivo y resucitado, que tuvo que recorrer personalmente Pablo durante toda su vida, como todo apóstol, por esta unión contemplativa y transformativa con que el Espíritu de Cristo resucitado le había sorprendido gratuitamente.

Pablo, --como todos los apóstoles que quieran serlo “en Espíritu y Verdad”, en el Espíritu y la Verdad de Cristo glorioso y resucitado, Palabra de Dios pronunciada llena de Amor de Espíritu Santo por el Padre para todos nosotros nos habla siempre de este encuentro como “revelación”: “Dios tuvo a bien revelar a su Hijo en mí”.

Esa experiencia, que a la vez que revela, transforma, como el fuego quema el madero y lo convierte en llama de amor viva, es la experiencia mística, es la contemplación pasiva de San Juan de la Cruz, que nos convierte en patógenos, sufrientes del fuego de Dios, que, a la vez que ilumina, nos quema y purifica todos nuestros defectos y limitaciones. Y en la cumbre de esta unión, el apóstol Pablo, como tantos y tantos apóstoles que ha existido y existirán, puede exclamar: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi…”.

Pablo, como todo orante verdadero, mantuvo y consumó toda su vida en Cristo vivo y resucitado, meditante la fe, la esperanza y caridad, virtudes sobrenaturales que, como dice San Juan de la Cruz, nos unen directamente con Dios y nos van transformando en Él, pasando por las noches y purificaciones pasivas del espíritu.

En esa oración contemplativa y unitiva, que es la etapa más elevada de la oración pasiva, Pablo fue comprendiendo la revelación primera, completada cada día por la vida oracional, eucarística y pastoral. Ahí comprendió la vocación a la amistad y al apostolado, descubriendo la unidad de Cristo con su Iglesia: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?  ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús, a quien tú persigues”(Hch 9,5). El encuentro, el diálogo –eso es la oración personal-le hizo apóstol de Cristo.

Cristo “amó  a la Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5,25). Cristo que “se ha entregado a la muerte” y ha conquistado a su Iglesia por amor, nos ha conquistado a cada uno de nosotros, que formamos la Iglesia, a precio de su sangre (Hch 20,28). Y desde que “me amó y se entregó por mí”, cada uno se hace responsable de comunicar a otros esta misma declaración de amor y responder al amor de Cristo con la propia entrega.

Pablo es un enamorado de Cristo y, por tanto, de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia. En este misterio de Cristo, prolongado en el hermano a través del espacio y del tiempo, Pablo encontró su razón de ser como apóstol. Es verdad que tuvo que sufrir de la misma Iglesia y no sólo por ella; pero en ese sufrimiento, transformado en amor, encontró la fecundidad apostólica (Cfr. Gál 4,19).

Pablo sigue siendo hoy una realidad posible en los innumerables apóstoles y misioneros, casi siempre anónimos, que gastan su vida para extender el Reino de Dios. Pocas veces aparecen en la publicidad. Muchas veces viven junto a nosotros o nos cruzamos en nuestro caminar, sin que nos demos cuenta. Siempre trabajan enamorados de Cristo y de su Iglesia, que debe ser una realidad visible en cada comunidad humana. Saben desaparecer para que aparezca el Señor. Él es su único tesoro: “Para mí la vida es Cristo”.

En la carta apostólica Novo millennio ineunte, Juan Pablo II quiso señalar «como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales» (n. 29) para el Tercer Milenio. Entre ellas destacaba la primacía de la pastoral de la santidad (n. 30) y de la oración (n. 32), lo cual «sólo se puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios» (n. 39). Juan Pablo II añadía: «Hace falta —añadía—, consolidar y profundizar esta orientación (...), que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia» (ib).

Para responder a esta indicación, de urgente actualidad, sabiendo que es mucho lo que se publica sobre los aspectos bíblicos, teológicos y morales de San Pablo, me ha parecido oportuno escribir este libro, que quiere ser una ayuda para la lectio, meditatio, oratio et contemplatio desde las cartas de San Pablo, es decir, meditar sobre la espiritualidad de San Pablo, sobre su unión y experiencia mística de Dios en Cristo, que tanto inspiró y ayudó a muchos de nuestros santos y místicos, sin olvidar los otros aspectos. Puede ser así también una forma de alimento y ayuda para nuestro espíritu, para nuestra oración y meditación, para “vivir en Cristo”. «Se trata de las palabras mismas del Señor; “Buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá” (Mt 7,7).Buscad leyendo, encontraréis meditando; llamad orando, entraréis contemplando. La lectura lleva el alimento a la boca, la meditación lo mastica y lo tritura. La oración lo saboreas y la contemplación es ese sabor mismo que llena de gozo y sacia al alma”(Guigo II el cartujano)

A San Pablo se le considera demasiadas veces sólo bajo el aspecto de teólogo profundo, cuyos textos no dejan nunca de suscitar investigaciones, discusiones y controversias. Sin embargo, San Pablo es ante todo un hombre vivo, ardiente, espiritual, místico, transformado por el amor de Cristo; hombre de mucho carácter, como Pedro, a pesar de que la gracia divina y el “tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil 2, 5) le ha convertido e impuesto sus exigencias de amor, con el fin de obtener de él una extraordinaria fecundidad espiritual y apostólica, identificada en todo con Cristo.

Es precisamente su vocación y conversión lo que le convierten para todos nosotros en un ejemplo a seguir para imitar a Cristo, único modelo del creyente cristiano. Éste es el sentido que San Pablo da a sus palabras: “Imitatores mei estote…” (1 Cor 11, 1).

Y es que Pablo, como todo verdadero apóstol, se ha identificado y transparenta al Buen Pastor. No conoce ni quiere conocer nada más que a Jesucristo. Desde un encuentro inicial con Él se embarcó para toda la vida en una aventura hacia el infinito, aunque siempre sintió la debilidad del barro quebradizo: “Yo soy carnal, vendido al pecado... Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago... Veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom 7, 14-24), pero no cejó en su decisión de entrega, que tiende a ser total como todo verdadero amor: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.

Por eso precisamente se convierte en un modelo posible y alcanzable, a pesar de la altura y sublimidad de su vida y santidad, de su unión con Cristo, para todos los apóstoles de todos los tiempos.

El enamoramiento es así cuando es verdadero. La experiencia de encuentro con Cristo es irrepetible, es verdad; pero se convierte en mordiente para que otros realicen su propia experiencia de fe, esperanza y caridad, como proceso de una relación amorosa con Cristo, que siempre será personal, renovada todos los días, por la oración personal y la Eucaristía, que tiende a pensar, sentir y amar como Cristo: “Para mí la vida es Cristo”. ¡Quién pudiera decirlo como Pablo!

Sólo Jesucristo vivo y resucitado es  el modelo perfecto y la Palabra de salvación dada por el Padre a todos los hombres. Aquí es donde Pablo se convierte en una ayuda y guía privilegiado para todos los cristianos, no sólo para los de sus comunidades, que quieran llegar a estas cumbres de transformación en Cristo por la oración y la caridad apostólica, emanada y alimentada siempre por esta oración unitiva y contemplativa.

Esta vida, tanto contemplativa como apostólica, es don de Dios, que el Señor da a todo apóstol y que reclama nuestra colaboración. A todos nos ama así el Señor, y de la misma forma y para los mismos fines.  Por esto es un milagro posible, a pesar de nuestro barro, que ya ha sido realidad de amistad y apostolado en Pablo y lo sigue siendo en innumerables apóstoles más débiles que nosotros y que la lectura de este libro pretende y pide al Señor de corazón para todos sus lectores.

El punto de apoyo y de partida sigue siendo el mismo, y el mismo Cristo: “Me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20). Esto es lo que quiero dejar bien claro desde el comienzo de este libro. Pablo, desde el momento en que toma conciencia de que “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” se interpela y se pregunta: ¿para qué empeñarse en vivir solo, con mis propios proyectos y criterios, si es Cristo quien quiere vivir por amor su misma vida en mí y desgastarse por la salvación de todos los hombres? Prestémosle nuestra humanidad, hagámosle presente, seamos sacramento de su presencia, mediante la recepción del bautismo y del orden sacerdotal, para que Cristo Resucitado, en nuestra humanidad prestada, pueda seguir amando, predicando, salvando. Nuestro compromiso de amor a los hermanos le pertenece a Cristo, que es el único salvador, enviado por el Padre, para hacernos a todos hijos en el Hijo. Cristo me ha llamado para vivir todo esto, toda mi vida, desde la mañana a la noche, en unión de amistad y actividad con Él.

Por eso, este pobre cura, con el tiempo, cambió la primera palabra o saludo que le dirigía al Señor cuando sonaba por las mañanas el despertador; como te habían inculcado tanto el “gastarse y desgastarse por Cristo”, que algunos habían puesto como lema en la estampa de su primera misa, durante años, digo, en la juventud del sacerdocio recién estrenado, le saludaba así al Señor: ¿Qué puedo hacer por ti hoy, Señor?

Luego descubrió por la vida y sobre todo por la oración, en la meditación de sus fracasos y de trabajar en pobreza y soledad en el apostolado, por no haber comprendido la caridad pastoral, y que el sacerdote, por el sacramento del Orden, se convierte en Presencia Sacramental de Cristo, al modo eucarístico, luego comprendió lo de Pablo: “No soy yo, es Cristo quien vive en mí”; por eso ahora todas las mañanas le saludo: ¿Señor, qué podemos hacer juntos, sufrir juntos, amar juntos esta jornada?

Considero y llamo con frecuencia a las cartas de San Pablo «evangelio según San Pablo» porque son para la Iglesia «buena noticia»; la mejor buena noticia sobre Cristo, el Señor. Es lo que más admiro de Pablo y uno de los motivos, si no el principal, por el que me animé a escribir algo sobre el Apóstol.

He de confesar mi admiración y amistad con los Apóstoles Juan y Pablo por sus vidas y sus escritos. Tienen experiencia de Dios en Cristo por el Espíritu y expresan en sus escritos lo que viven en el “Espíritu”. Son contemplativos.

Todos los autores están de acuerdo de que en el NT las alusiones más explícitas a una actividad contemplativa se encuentran en las cartas de San Pablo. La palabra misma de contemplación no aparece en sus escritos, pero encontramos su noción y notas constitutivas en  los términos de “conocimiento espiritual”, “vida en el Espíritu”, “vivir en el Espíritu”, “dejarse guiar por el Espíritu”,  “en el Espíritu de Cristo”.

Tengo que decir que mi relación con Pablo viene ya de una larga amistad que nació de la lectura de sus cartas y textos tan hermosos, comentados en mis tiempos de juventud por autores muy profundos de la Gregoriana, S. Lyonnet, I. de la Poterie, Albert Vanhoye, Jean Galot… entre otros que asímismo leí y escuché, como a nuestro D. Eutimio en sus fervorosas pláticas y meditaciones; también algunos superiores que venían entonces de Salamanca, donde había un fuerte movimiento paulino promovido por algunos profesores, especialmente un profesor de Historia de la Iglesia. 

En mi biblioteca hay libros sobre San Pablo de hace más de cincuenta años y subrayados; quiere decir que ya los leía en el Seminario. Como leí también a  San Juan, a algunos Padres de la Iglesia, sobre todo Orientales sobre el Espíritu Santo, como San Juan de la Cruz, santa Teresa, Sor Isabel de la Trinidad, Santa Teresita...el misionero jesuita de ALASKA P. Llorente, con su revista misional, San Bernardo en su comentario al Cantar de los Cantares, Garrigou-Lagrange y algunos otros autores que fueron muy leídos por mí y compañeros en aquellos tiempos juveniles e indudablemente creo que influyeron en mi formación.

En los seminarios había clima de estudio y santidad: que si los grupos misionales, de oración, liturgia, que si San Francisco de Asís y los pobres y hacer penitencias y pasar frío y hambre, que si ir a misiones… qué cantidad de valores que espero que sigan. Todo era entusiasmarse con Cristo y seguir sus huellas, especialmente por el camino de San Pablo y otros seguidores entusiastas.

¡Cuánto y qué singularmente amó Pablo a Cristo! ¡Con qué hambre de Él caminaba por la vida, qué nostalgia de su Cristo resucitado! ¡Qué deseos de comulgar con sus mismos sentimientos, vivir su misma vida, su mismo amor!  ¡Cuánta pasión de amor contagia por Jesucristo su Señor y qué fascinación por su misterio de Salvación: su pasión y muerte: “Para mí la vida es Cristo”, “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”, “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”, “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del hijo de Dios que me amó y se entregó por mi…”

El Apóstol se hace complemento de Cristo, su “olor’’ o su signo personal, “porque (Cristo) vive en mí” y le presta a Cristo su humanidad para que siga actuando, predicando, salvando (2 Cor 2, 15). Así puede completar lo que falta a los sufrimientos de Cristo (Col 1, 24). La respuesta de amor, por parte del apóstol, ya no puede ser otra que la de amar a Cristo haciéndole amar y llenando todo el cosmos de evangelio.

Es una vida sostenida y urgida constantemente por el amor: “Cáritas enim Christi urget nos: nos apremia el amor de Cristo” (2 Cor 5, 14). Este enamoramiento es siempre posible gracias al mismo Cristo, que se hace encontradizo y que deja oír su voz: “Estoy contigo” (Hch 18,10).

El apóstol se descubre a sí mismo, profundizando en su identidad, cuando se siente cada vez más salvado y redimido (1 Tim 1, 15). Esta toma de conciencia es la rampa de lanzamiento para la misión de ser asociado a la obra redentora de Cristo, que debe llegar a todas las gentes (Ef 3, 8 ss).

Leer a San Pablo es hacerse contemporáneo suyo, es estar sentado en torno a una mesa con otros hermanos, viéndole y escuchándole, como si le estuviéramos tocando, sintiéndole hablar, gesticular,  alegrándonos con su voz de hombre pequeño de estatura pero vibrante, encendida, tonante, fuerte y sin morderse la lengua; es descubrir lo que hizo, lo que ha hecho estos últimos años, los movimientos que ha inspirado, las vidas que ha iluminado y sostenido,  porque sus escritos son su vida, lo que amaba, lo que hacía, su carácter, su intimidad, su palabra viva.

Es sumergirse unas veces en el Dios Trinitario para contemplar todo su misterio de salvación y predilección sobre cada uno de nosotros: “Bendito sea Dios, padre de nuestro Señor Jesucristo y Dios de todo consuelo, Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo,  para que fuéramos santos e irreprochables por el amor... Él nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos… para alabanza de su gloria…”; otras veces es darse totalmente por Cristo y con Cristo a los hermanos: “ Me debo a todos, tanto a los griegos como a los bárbaros, tanto a los sabios como a los ignorantes” (Rom 1, 14); “mi preocupación de cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2Cor 11,28) “¡Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Gál 4,19). Otras veces es discutir por el bien de la Iglesia con los mismos Apóstoles: Jerusalén, Antioquía, o también sentirse humillado y perseguido por los de su misma razón y religión y en ocasiones por los mismos cristianos que le despreciaban porque ellos se sentían de Cefas, de Apolo…

El celo del Buen Pastor, vivido como Pablo, será siempre una pauta posible y actual, especialmente en una época, como la nuestra, llena de paganismo y desconocimiento de Cristo y de su mensaje; un mundo laico y ateo, en el que, para hablar, se nos pide como a Pablo nuestras credenciales, que digamos cuál es nuestra experiencia de Cristo vivo, nuestro encuentro con el Cristo resucitado que predicamos; y nosotros debemos responder con Pablo: “Así llevados de nuestro amor por vosotros, queremos no sólo daros el evangelio de Dios, sino aún nuestras propias vidas; tan amados vinisteis a sernos” (1 Tes 2,8).

 La mayoría de los apóstoles o de los «pablos» de hoy seguirán en el anonimato.La figura del apóstol o del misionero es de barro. Pero siempre es un hombre que vive de la fe, esperanza y caridad, apoyado ciertamente en Quien no le olvida y  que le sigue trazando un programa de vida: “Llamó a los que quiso”, “Venid”..., “Id”..., “Estaré con vosotros”. Y este apóstol de todos los tiempos hace presente nuevamente la entrega de Pablo y su primer “si” del encuentro con Cristo, repitiendo entusiasmado con el Apóstol: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4,13).

Por esto, en su trabajo de sol a sol y sin «fines de semana», sin aplausos y reconocimientos públicos por parte incluso de aquellos por los cuales “esta desgastando su vida”, no siente complejo de inferioridad o fracaso frente a superiores o compañeros que consiguieron puestos y honores, porque su vida “está escondida por Cristo en Dios” “y queremos daros no sólo el evangelio de Dios, sino aún nuestras propias vidas” (1Tes 2, 8).

El apóstol, al estilo de Pablo, hoy como siempre, se sentirá enamorado de Cristo, por una oración intensa y una Eucaristía vivida en entrega y oblación total por Cristo al Padre y a los hermanos, y seguirá trabajando con amor extremo, hasta dar la vida con Cristo,  con el mismo amor del Pastor Supremo de almas, eternidades que Dios le ha confiado, porque “no busco vuestros bienes, sino a vosotros… Yo de muy buena gana me gastaré y me desgastaré por vuestras almas, aunque, amándoos con mayor amor, sea menos amado de vosotros” (2Cor 12, 14-14), “quiero entregaros no solo el evangelio sino hasta mi propia vida”.

Los apóstoles de todos los tiempos sienten una afinidad especial con la vida y doctrina de Pablo. En realidad no es principalmente Pablo quien les atrae, sino Cristo predicado y vivido por él. Uno de estos apóstoles decía: «Sermón en que no se predique a Pablo o a Cristo crucificado, no me gusta» (San Juan de Ávila).

Ese Pablo de hoy, que trabaja escondido en los signos pobres de Iglesia, al servicio de los hermanos más pobres y olvidados, atendiendo a muchas iglesias y comunidades de pueblos pequeños de mi Extremadura, necesita, como Saulo de Tarso, el sostén de una oración eclesial comprometida y el afecto manifiesto de los suyos, especialmente del Obispo y de sus compañeros de camino y de trabajo (Ef 6,19-20; 2 Tes 3,1).

Pablo es hoy el apóstol que sigue evangelizando sin rebajas en la entrega y sin fronteras en la misión, con el convencimiento de que su vida es fecunda y portadora de Cristo resucitado. De este Pablo de hoy y de todos los tiempos, decía el Pablo de ayer: “Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el bien” (Rom 10,15; Is 52,7). En esta acción evangelizadora, Pablo desaparece, para dejar paso a Cristo.

Es hermoso haber vivido para dejar una sola huella imborrable de evangelio, y haber colaborado, de este modo, a hacer un mundo más humano, restaurado en Cristo. Vale la pena haber gastado la existencia, día a día, momento a momento, para dar a conocer a todas las gentes, sin fronteras, el misterio de Cristo, es decir, los planes salvíficos de Dios Amor sobre el hombre redimido por Cristo.

El apóstol sabe muy bien que el amor de Cristo le exige también vivir en este «gozo pascual» de muerte y resurrección, de caídas y levantarse todos los días, a pesar de todas las deficiencias. En nuestra vida, que sigue siendo aparentemente anodina, Jesús pone su propia existencia y la convierte en fecundidad. Nuestras manos callosas y aparentemente vacías, las toma Jesús en las suyas y las convierte en manos de sembrador. Sólo nos exige que confiemos y que continuemos la labor de seguir echando las redes y sembrando la paz, mirando “al más allá” de la “restauración de todas las cosas en Cristo” (Ef 1,10).

Para ellos y para mí mismo, como ayuda y alimento espiritual para el camino, me he atrevido a escribir estas reflexiones que abarcan las diversas facetas del apóstol de Cristo.

No puedo negar mi prisma pastoral y sacerdotal, que invade toda mi vida, como la de Pablo y otros muchos  hermanos sacerdotes, porque el buen “olor” de Pablo invade gran parte de la Iglesia de Cristo, que ha sido “llamada y elegida” a predicar a Cristo, ya desde el bautismo, sobre todo por el sacramento del Orden sacerdotal, que nos hace y nos convierte a todos los bautizados y Ordenados en misioneros y apóstoles para el anuncio del evangelio y el ministerio de los hermanos.

Los textos de San Pablo hablan por sí mismos. En realidad, es el mismo Cristo quien habla por ellos, como habla a través de cualquier texto inspirado de la Sagrada Escritura. Pero en los textos paulinos es como si Jesús, que vive en el corazón de cada apóstol, suscitara unas resonancias indecibles, que las capta principalmente quien sintió la llamada apostólica como declaración de amor.

Y entonces el corazón de todo apóstol revive, reestrena su «sí», profundiza en su experiencia existencial del amor de Cristo. La vida del apóstol tiene sentido porque se orienta solamente a amar a Cristo y hacerle amar. En su donación a los hermanos deja transparentar que “Jesús vive” (Hch 25,19). Esa transparencia es posible cuando intenta seriamente hacer realidad todos los días el lema paulino: “Mi vida es Cristo” (Flp 1,21).

En otras ocasiones invierte los términos y escribe que “Cristo está en nosotros”; “vosotros” (Rom 8, 10; 2 Cor 13, 5) o “en mí” (Gal 2, 20). Esta compenetración mutua entre Cristo y el cristiano, característica de la enseñanza de Pablo, completa su reflexión sobre la fe. La fe, de hecho, si bien nos une íntimamente a Cristo, subraya la distinción entre nosotros y Él.

Pero, según Pablo, la vida del cristiano tiene también un elemento que podríamos llamar «místico», pues comporta morir y vivir en Cristo y Cristo en nosotros. En este sentido, el apóstol llega a calificar nuestros sufrimientos como los “sufrimientos de Cristo en nosotros” (2 Cor 1, 5), de manera que “llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Cor 4, 10).

Todo esto tenemos que aplicarlo a nuestra vida cotidiana siguiendo el ejemplo de Pablo que vivió siempre con este gran horizonte espiritual. De hecho, lo que somos como cristianos sólo se lo debemos a Él y a su gracia. Dado que nada ni nadie puede tomar su lugar, es necesario por tanto que a nada ni a nadie rindamos el homenaje que le rendimos a Él. Ningún ídolo ni becerro de oro tiene que contaminar nuestro universo espiritual, de lo contrario en vez de gozar de la libertad alcanzada volveremos a caer en una forma de esclavitud humillante.

Por otra parte, nuestra radical pertenencia a Cristo y el hecho de que “estamos en El” tiene que infundirnos una actitud de total confianza y de inmensa alegría.

En definitiva, tenemos que exclamar con San Pablo: “Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?” (Rom 8, 31), y la respuesta es que nada ni nadie “podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom 8, 39). Nuestra vida cristiana, por tanto, se basa en la roca más estable y segura que puede imaginarse. De ella sacamos toda nuestra energía, como escribe precisamente el Apóstol: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4,13).

Afrontemos por tanto nuestra existencia, con sus alegrías y dolores, apoyados por estos grandes sentimientos que Pablo nos ofrece. Haciendo esta experiencia, podemos comprender que es verdad lo que el mismo apóstol escribe: “yo sé bien en quien tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día”, es decir, hasta el día definitivo (2 Tim 1. 12) de nuestro encuentro con Cristo.

San Pablo, en su vida y en sus escritos, me atrae y me lleva directamente a Cristo, porque vivía lo que decía y hacía: “no quiero saber más que mi Cristo, y éste crucificado”; no era un teólogo teórico o apóstol profesional, sin experiencia de lo que predicaba o hacía, era un testigo que hablaba y hacía lo que vivía y sufría. ¡Qué necesidad tiene siempre la Iglesia de la vivencia de Dios, de no quedarnos en zonas intermedias de vivencias y apostolado, porque no nunca llegamos a la meta: amistad vivencial con Cristo, experiencia del Dios vivo. Y no llegamos, porque ni los mismos apostolados tienen este objetivo.

San Pablo, de la mañana a la noche, en cualquier oración o actividad de su vida, en el horizonte y como dando luz y vida a todo, siempre tenía al Señor Jesucristo. Y esto le salía del alma, porque lo vivía, lo experimentaba en su corazón, en su espíritu las palabras de Cristo: “Yo soy la vid, vosotros, los sarmientos; como el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid, así también vosotros…”, “sin mi no podéis hacer nada…“Llamó a los que quiso para que estuvieran con él y enviarlos a predicar”: el estar con Él, hablar, sentirlo, es condición indispensable para ser apóstol de Cristo, para que el apostolado no se haga sin Cristo; todos decimos:«nadie da lo que no tiene»; San Pablo lo dijo claramente: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.

Precisamente para mí, en San Pablo, como en todos los apóstoles que han existido y existirán, todo arranca de la experiencia de Cristo por el Espíritu Santo, de la experiencia y vivencia pentecostal, que los apóstoles la tuvieron en el Cenáculo reunidos con María, la madre de Jesús;

Pablo la tuvo por la revelación de Cristo en su caída del caballo, que no fue una revelación o experiencia puramente exterior, sino interior, fundamentalmente espiritual, en el Espíritu de Cristo,  que luego cultivó toda su vida mediante una oración transformativa, unitiva, mística, permanente, primero en Arabia durante dos años  y luego en Tarso, donde le buscó Bernabé.

¡Santo apóstol de Cristo, que ahora vives en el cielo con tu Cristo y nuestro Cristo, porque “he completado mi carrera”, reza y pide por nosotros, apóstoles del mismo Señor Jesucristo, para que amándole totalmente como tú, pisemos tus mismas huellas de entrega y amor total a Dios y a los hermanos! ¡Qué necesidad tiene la Iglesia de todos los tiempos, pero sobre todo, en los actuales, de santos apóstoles,  sacerdotes y  seglares, como tú!

         Me alegra terminar la presentación de mi libro con estas hermosas palabras de San Agustín: «Avanza conmigo si tienes las mismas certezas. Indaga conmigo si tienes las mismas dudas. Donde reconozcas tu error, vente conmigo. Donde reconozcas el mío, llévame contigo. Marchemos con paso igual por la senda de la caridad buscando juntos a Aquel de quien está escrito: “Buscad siempre su rostro” (Tratado sobre la Trinidad 1,3, 5).

TERCERA MEDITACIÓN

(La puse escrita sobre una mesa para los que quisieran leerla)

IMPLICACIONES ESPIRITUALES DE LA ENCARNACIÓN

         QUERIDOS HERMANOS: La Navidad nos enseña muchas cosas a todos los que hemos tenido la predilección y el gozo de creer y encontrarnos con Jesucristo. Tiene para nosotros ricas y variadas implicaciones. Nos exige también algunos comportamientos a los que hemos sido enriquecidos con su luz y su misterio.

1.-  NECESIDAD DE ORAR PARA COMPRENDER LA NAVIDAD.

         ¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre -- ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?—has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

         Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. Y el creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más, porque esto es una enfermedad de amores y ansias infinitas, imposibles de contener y controlar; el creyente,  llagado de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, razones, motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor.

         ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad! Tú nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Mirad la Navidad. Es Dios que ama apasionadamente a los hombres. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

         Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

         La Encarnación, la Navidad es Cristo hecho hombre; la Eucaristía es Cristo hecho un poco de pan por el mismo amor de la Navidad; el mismo Cristo, la misma carne, el mismo amor que le llevó a encarnarse y dar su vida por mí. Yo sé, Señor, que eso no se comprende, no se puede comprender, si no se vive. Por eso te pido amor. Solo amor. El amor conoce los objetos por contacto, por hacerse llama con la persona amada, por unión y “noticia amorosa,” “contemplación de amor”. Por eso necesito oración para pedirte amor, hablarte de amor y comprenderte “en llama de amor viva, que hiere de mi alma, en el más profundo centro”.

         La oración es la experiencia de la fe. Sin oración, sin ratos de silencio, contemplando a Dios, hecho hombre por amor extremo, no se puede comprender nada o muy poco de la Navidad. Para comprender estas cosas del amor infinito de mi Dios Trino y Uno: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito,” necesito entrar dentro de la intimidad de mi Dios Tri-Unidad, que es Amor, y sorprenderlos en Consejo trinitario, cuando decidieron amarme de estar manera, amar a los hombres por el Hijo hasta el extremo de hacerse uno totalmente igual a los que amaba y buscaba. Necesito ver el rostro del Padre entristecido por el pecado de Adán y por la amistad perdida con el hombre, con el que quería pasear en el paraíso todas las tardes de la vida y que ya no podría entrar dentro de sí mismo, en su misma felicidad esencial y trinitaria, para la que fue creado, por el pecado de Adán, que nos llevó fuera del paraíso de su amor y compañía. Aquella vez no fuimos dignos y fuimos echados del paraíso de su amistad.

         Sin amor, sin noticia amorosa de Dios, sin oración, al menos afectiva, mejor, oración contemplativa o contemplación infusa sanjuanista, no se puede comprender el misterio, los misterios que estamos celebrando estos días. En ratos de soledad y oración y contemplación ante el Sagrario quiero alabar, bendecir y glorificar al Hijo de Dios por haberme amado hasta este extremo y por haber aceptado todas las consecuencias de su Encarnación. Quiero corresponderle con mi amor, quiero amarle tanto que no se arrepienta de lo que hizo; quiero agradecerle a mi Dios este modo de existir con presencia de Amigo entre los hombres en la humanidad de Jesús de Nazaret. Quiero proclamar con memoria agradecida algo que excede toda consideración racional: que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es Dios de una manera humana y, al mismo tiempo, es hombre de una manera divina.

         2.-  La Encarnación es: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Dios asume lo humano y, al asumirlo, lo santifica y lo dignifica tanto que nos hace hijos en el Hijo. Si Dios ha asumido lo humano, yo no debo rechazarlo, debo confiar en el hombre y trabajar para redimirlo y santificarlo, como lo hizo Jesús de Nazaret.  Me debo alegrar de existir como hombre, de haber sido elegido hombre, y no planta, animal o cosa,  para ser eterno con Él en su felicidad eterna. Si existo, es que Dios me ama. Ha pensado en mí y con un beso de su amor me ha dado la existencia humana, como paso, para la participación divina. Ya no dejaré de existir. Si existo es que Dios me ha preferido a millones y millones de seres. Si existo es que yo valgo mucho para mi Dios, porque ha enviado a su Hijo para decírmelo y comunicármelo con su misma presencia humana de Dios amigo del hombre. Si existo y creo,  es que Dios tiene un proyecto de eternidad sobre mí que ya no acabará nunca. Tengo que creer en la Palabra de Dios. Sí, creo en la Encarnación, en la Navidad. Qué tesoro, qué riqueza es la fe; vaya suerte, la mejor lotería de mi vida. Primero, existir es una predilección de Dios. Segundo, creer, poder conocerle y amarle, haberme encontrado con este Dios tan bueno, que es Amor, todo amor, y me tiene que amar, aunque yo no le ame, porque si deja de amarme, de amar, se muere, porque su esencia es amar siempre, y si deja de amar, deja de existir. Por eso vino en mi busca y se hizo pequeño, para que yo no me asuste, para que pueda cogerle en mis brazos y besarle. No me gustan mucho los niños, quizás por la falta de costumbre,  pero ese Niño Dios me recrea y enamora, me lo como de besos y de abrazos.

         Por tanto, debo y quiero asumir como Él lo humano, al hombre, amar a todos los hombres; debo aceptarlos con sus deficiencias y limitaciones, debo amar mi cuerpo, mi alma, mis sentidos, mi forma humana concreta de ser, porque Dios mismo la ha asumido; tengo que hacer las paces con mi espíritu y mi cuerpo y cuidarlos, como instrumentos de la salvación de Dios. Tengo que amarme más, amar mis ojos, mis manos, mis pies… Dios asumió todo lo humano en Jesús, desde su mismo nacimiento, infancia, juventud, muerte...

         3.- La Encarnación es: “Dios, tanto amó al mundo que entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna” Si Dios se encarna, el hombre vale mucho para Dios, vale infinito, vale toda la vida y la sangre de su Hijo, a quien entregó (traicionó) por amor al hombre. Si Dios se encarna, la eternidad se ha metido como una cuña en el tiempo. Si Dios se encarna, Dios ama al hombre y el hombre tiene vida eterna.

          ¿De qué vale todo el esfuerzo de Dios si el hombre, si el cristiano, no cree este misterio, no lo valora, no lo ama, no lo imita? ¿Sería mucho pedir que, como prueba de que creemos este misterio, pasáramos ratos largos de oración ante su misterio de  Encarnación continuada y permanente que es la Eucaristía? ¿Sería mucho pedir que adorásemos tanto amor en ratos de alabanza y acciones de gracias?  ¿Sería mucho pedir que confesásemos y comulgásemos con todo el fervor posible estos días, diciéndole cosas de amor al Niño, “Verbo de Dios hecho carne”?  Sería lo que Él más agradeciese, porque en estas navidades tan paganas que nos hemos montado, con tantos turrones, loterías, comidas familiares y demás, no hay tiempo a veces para el autor de la Navidad, para decirle simplemente ¡gracias! Y todos sabemos que, aunque sobren champán y turrones, si no nos encontramos con Cristo, no podrá haber Navidad.

         Muchos hombres ya no saben quién es Cristo, por eso tampoco saben de qué va la Navidad; saben, barruntan que hay que estar alegres, pero ignoran el motivo; la televisión y los periódicos y los grandes almacenes se han encargado de ello y nosotros tampoco nos hemos esforzado mucho en instruirlos y formarlos; los medios jamás dicen nacimiento de Jesucristo, y menos, del Hijo de Dios, y da pena. Y Jesús Eucaristía, esperando este reconocimiento, está tan solo a veces, que con que haya alguien que se pare un poco y le dirija una mirada de cariño o de fe en el Sagrario, se da por entero, se entrega totalmente, es que es un crío, un niño, espera cariño, una mirada de amor: ¡pero si es el Dios infinito, que se ha hecho un niño por mí, para que le coja y le bese! Lo está deseando, pero si ha venido para eso. Por favor, hermanos, un poco de sensibilidad, de misericordia, de limosna de amor al Dios grande que se hizo pequeño.

         Nosotros, en ese Niño, adoramos y celebramos el amor apasionado de un Dios por el hombre, desde la gratuidad, desde la iniciativa divina. Lo dice muy claro S. Juan en su primera Carta: “Porque Dios es amor… Y el amor que Dios nos tiene se ha manifestado en que Dios envió al mundo a su Hijo Unigénito, para que vivamos por Él. En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él no amó y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

 

         4.- En la persona de su Hijo, el Padre nos manifiesta y revela al Amado desde el amanecer de la Trinidad, nos entrega todo su amor de Padre, que le llena de gozo eterno, porque el Hijo, con la potencia de su Amor Personal, que es Espíritu Santo, le acepta eternamente como Padre y le hace Padre por aceptar ser su Hijo desde la aurora de la Tri-Unidad, y el Padre nos lo entrega todo en el Hijo y nos hace hijos suyos. El Verbo, hecho carne primero, y luego pan de Eucaristía, es la presencia del amor de Dios Trinidad, que ahora continúa en el Sagrario, como  Encarnación continuada del Amor Trinitario: del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo, Amor Personal del Padre al Hijo, y Amor Personal del Hijo al Padre, que los hace Padre e Hijo en el mismo Amor esencial, que es el Espíritu Santo. Todo es por la potencia de Amor del Espíritu Santo. Por eso, la esencia de Dios es el Amor: “Porque Dios es Amor”  nos dice San Juan.

         La presencia de Dios en Jesús de Nazaret es el lugar privilegiado y propio de su presencia en el mundo y en la historia. La encarnación revela al hombre  su capacidad de divinización, de <Verbalización>, de santificación o unión e identificación posible con Dios. La humanidad de Cristo es la meta de todo hombre, porque es la propia de un hombre que ha encontrado plenamente a Dios. Por eso es la <recapitulación> de todo lo creado. Este es el admirable intercambio <oh admirabile commercium>, de que nos hablan los Santos Padres. Que consiste en que el Hijo de Dios se hace hijo del hombre para que los hombres nos hagamos hijos de Dios.

         El hombre queda así elevado en su ser y trasladado a la órbita de lo divino. Si Dios quiere este intercambio maravilloso, la vida cristiana, nosotros debemos esforzarnos por hacernos dignos hijos suyos en el Hijo y realizar así su proyecto amado desde toda la eternidad en el Consejo Trinitario. Si Dios viene en mi busca con presencia de amigo, yo debo encontrar esta presencia en Jesús de Nazaret en el Evangelio, pero especialmente en su presencia de amistad permanentemente ofrecida en el Sagrario.

         En la Encarnación del Verbo ha sido Dios en la persona de su Hijo Unigénito el que ha venido en busca nuestra, el que ha salido a nuestro encuentro, nos ha hablado, salvado, iluminado, amado… La religión, la fe, ha partido de Dios y ya no es buscar a tientas, sino que tiene que ser una respuesta personal a un Dios que se me ha revelado y manifestado concretamente en Jesús de Nazaret. En su persona es como el Hombre puede mejor responder a esta revelación del Padre por la religión, por la fe y el amor: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar” Sólo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo saben de la Navidad; sólo ellos nos la pueden explicar. Por eso necesitamos orar.

         5.- La Encarnación nos invita a experimentar el amor misericordioso del Padre, que se ha entrañado sin límites con el hombre, superando todas las fronteras, por amor al hombre, en Jesús de Nazaret. El creyente ya no puede sentirse solo y abandonado a una suerte incierta. Aunque no lo comprenda a veces, aunque le supere, aunque el dolor y las circunstancias le atenacen por los cinco costados, aunque todos le fallen, Dios ya no puede abandonarle, porque se ha hecho presencia irreversible de Amistad Divina, se ha hecho hombre misericordioso y entrañable en el seno de la dulce Nazarena, Virgen guapa, Madre del alma ¡cuánto te quiero! ¡Cuánto me quieres! ¡Gracias, Madre, por haberme dado a tu hijo, por haber parido a Jesús de Nazaret!

         Queridos hermanos: El Dios Trino y Uno, al entregarnos al Hijo amado en carne humana, se ha unido en fidelidad perpetua con el destino del hombre, con cada uno de nosotros. Nuestro ser y existir es creerlo, orarlo, amarlo, agradecerlo, vivirlo, no sentirse nunca solos, ser misericordiosos con todos, como Él lo fue con todos nosotros. Amén.

TEXTOS DE LOS SANTOS PADRES  SOBRE MARÍA

         Desde los primeros tiempos del cristianismo los creyentes escrutaron, maravillados, esta frase sencilla y deslumbradora del Apóstol, sobre Cristo “nacido de una mujer”, que explicita, por decirlo así, la solemne afirmación del Prólogo de San Juan: “Y el Verbo se hizo carne”.

         Procuraron penetrar en el misterio de aquella mujer que suministró su carne al Verbo de Dios, de aquella creatura que llevó en su seno al Creador. En esta meditación orante y admirada, que no nacía de una simple curiosidad sino del amor, la Iglesia se preguntó una y otra vez: ¿Quién es esta mujer, mencionada junto al Salvador en los pasajes más decisivos de la Sagrada Escritura? ¿Quién es esta mujer cuya victoria sobre el demonio se predice desde las primeras páginas (cf. Gén 3, 15), en el momento más sombrío de la historia humana,  y cuya dignidad insigne atestiguan los escritores sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento? ¿Por qué un Arcángel saluda a esta mujer con profunda admiración en nombre de Dios y la llama la llena de gracia? ¿Por qué Isabel la saluda en el colmo del asombro como Madre de mi Señor, bendita entre todas las mujeres, a quien el vidente del Apocalipsis contempla revestida de sol, con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas?

         Los escritos marianos de los Padres constituyen un filón valiosísimo para cuantos desean conocer verdaderamente a la Virgen. ¿Por qué? En primer lugar, porque son un reflejo de la palabra misma de Dios, de la que los Padres se alimentaban constantemente, y gracias a la cual lograron un perfecto equilibrio entre doctrina y piedad. En efecto, el gran amor que profesaban a María nunca los hizo olvidar su condición de creatura, y en las exultantes alabanzas que tributaron a la Madre de Dios, Reina y Señora de todo lo creado, evitaron cuidadosamente toda exageración que pudiera inducir a error.

         Los Padres, al fomentar entre sus fieles —mediante una recta doctrina— la veneración y la piedad hacia la Virgen, contribuyeron a que esa piedad se desarrollara «en armónica subordinación al culto de Cristo...en torno a Él como su natural y necesario punto de referencia» (Marialis cultus, introducción).

SAN EFRÉN

         San Efrén, diácono de la Iglesia en Siria, nació en Nisibis, en la Mesopotamia septentrional a comienzos del siglo IV, probablemente en el 306. A los 18 años recibió el bautismo y se dedicó a la oración y al estudio, viviendo del propio trabajo, en Edesa., como empleado en un baño público.

         En el 338 Nisibis fue atacada por Sapor II, rey de los Persas, y Efrén acudió en su ayuda y desplegó una actividad infatigable para alentar y aconsejar a sus habitantes.          En el 363, el emperador Joviniano firmó un tratado de paz con los persas y les entregó Nisibis, San Efrén, con la mayor parte de los cristianos de esta ciudad, emigró a tierras del Imperio Romano. Se retiró a Edesa, donde murió diez años más tarde, tras haber dedicado todo ese tiempo a la penitencia y a la contemplación y a la predicación.

         San Efrén ocupa un lugar privilegiado entre los Santos Padres tanto por la abundancia de sus escritos como por la autoridad de su doctrina. Benedicto XV lo declaró doctor de la Iglesia en 1920. La tradición nos lo recuerda como un hombre austero. El medio usado por San Efrén para la divulgación de la verdad cristiana es sobre todo la poesía, por lo cual con razón se le ha definido <<la cítara (o el arpa) del Espíritu Santo>>.
         Prueba de ello es que muchos de sus himnos forman parte de diversas liturgias orientales desde el siglo V. Gracias a esto se ha conservado gran parte de su ingente obra, tanto en su idioma original, el sirio, como en traducciones griegas, que empezaron a proliferar ya en los últimos años de su vida.

         Efrén es también el poeta de la Virgen, a la que dirigió 20 himnos y a quien se dirigía con expresiones de tierna devoción, como ahora veremos en alguno de ellos.

Madre admirable

(Himno a la Virgen María)

         La Virgen me invita a cantar el misterio que yo contemplo con admiración. Hijo de Dios, dame tu don admirable, haz que temple mi lira, y que consiga detallar la imagen completamente bella de la Madre bien amada.

         La Virgen María da al mundo a su Hijo quedando virgen, amamanta al que alimenta a las naciones, y en su casto regazo sostiene al que mantiene el universo. Ella es Virgen y es Madre, ¿qué no es?

         Santa de cuerpo, completamente hermosa de alma, pura de espíritu, sincera de inteligencia, perfecta de sentimientos, casta, fiel, pura de corazón, leal, posee todas las virtudes.

         Que en María se alegre toda la estirpe de las vírgenes, pues una de entre ellas ha alumbrado al que sostiene toda la creación, al que ha liberado al género humano que gemía en la esclavitud.

         Que en María se alegre el anciano Adán, herido por la serpiente. María da a Adán una descendencia que le permite aplastar a la serpiente maldita, y le sana de su herida mortal.

         Que los sacerdotes se alegren en la Virgen bendita. Ella ha dado al mundo el Sacerdote Eterno que es al mismo tiempo Víctima. Él ha puesto fin a los antiguos sacrificios, habiéndose hecho la Víctima que apacigua al Padre.

         Que en María se alegren todos los profetas. En Ella se han cumplido sus visiones, se han realizado sus profecías, se han confirmado sus oráculos.

         Que en María se gocen todos los patriarcas. Así como Ella ha recibido la bendición que les fue prometida, así Ella les ha hecho perfectos en su Hijo. Por Él los profetas, justos y sacerdotes, se han encontrado purificados.

         En lugar del fruto amargo cogido por Eva del árbol fatal, María ha dado a los hombres un fruto lleno de dulzura. Y he aquí que el mundo entero se deleita por el fruto de María.

         El árbol de la vida, oculto en medio del Paraíso, ha surgido en María y ha extendido su sombra sobre el universo, ha esparcido sus frutos, tanto sobre los pueblos más lejanos como sobre los más próximos.

         María ha tejido un vestido de gloria y lo ha dado a nuestro primer padre. Él había escondido su desnudez entre los árboles, y es ahora investido de pudor, de virtud y de belleza.

         Eva y la serpiente habían cavado una trampa, y Adán había caído en ella; María y su real Hijo se han inclinado y le han sacado del abismo.      

La Anunciación de la Virgen

(Himno por el Nacimiento de Cristo)

         «Volved la mirada a María. Cuando Gabriel entró en su aposento y comenzó a hablarle, Ella preguntó: “¿cómo se hará esto?” (Lc 1, 34). El siervo del Espíritu Santo le respondió diciendo: “para Dios nada es imposible” (Lc 1, 37). Y Ella, creyendo firmemente en aquello que había oído, dijo: “he aquí la esclava del Señor” (Lc 1, 38). Y al instante descendió el Verbo sobre Ella, entró en Ella y en Ella hizo morada, sin que nada advirtiese. Lo concibió sin detrimento de su virginidad, y en su seno se hizo niño, mientras el mundo entero estaba lleno de Él...

         Cuando oigas hablar del nacimiento de Dios, guarda silencio: que el anuncio de Gabriel quede impreso en tu espíritu. Nada es difícil para esa excelsa Majestad que, por nosotros, se ha abajado a nacer entre nosotros y de nosotros.

         Hoy María es para nosotros un cielo, porque nos trae a Dios. El Altísimo se ha anonadado y en Ella ha hecho mansión; se ha hecho pequeño en la Virgen para hacernos grandes... En María se han cumplido las sentencias de los profetas y de los justos. De Ella ha surgido para nosotros la luz y han desaparecido las tinieblas del paganismo.

         María tiene muchos nombres, y es para mí un gran gozo llamarla con ellos. Es la fortaleza donde habita el poderoso Rey de reyes; mas no salió de allí igual que entró: en Ella se revistió de carne, y así salió. Es también un nuevo cielo, porque allí vive el Rey de reyes; allí entró y luego salió vestido a semejanza del mundo exterior...

         Adán y Eva, con el pecado, trajeron la muerte al mundo; pero el Señor del mundo nos ha dado en María una nueva vida. El Maligno, por obra de la serpiente, vertió el veneno en el oído de Eva; el Benigno, en cambio, se abajó en su misericordia y, a través del oído, penetró en María. Por la misma puerta por donde entró la muerte, ha entrado también la Vida que ha matado a la muerte. Y los brazos de María han llevado a Aquél a quien sostienen los querubines; ese Dios a quien el universo no puede abarcar, ha sido abrazado por María.

         El Rey ante quien tiemblan los ángeles, criaturas espirituales, yace en el regazo de la Virgen, que lo acaricia como a un niño. El cielo es el trono de su majestad, y Él se sienta en las rodillas de María. La tierra es el escabel de sus pies y Él brinca sobre ella infantilmente. Su mano extendida señala la medida del polvo, y sobre el polvo juguetea como un chiquillo.

         Feliz Adán, que en el nacimiento de Cristo has encontrado la gloria que habías perdido. ¿Se ha visto alguna vez que el barro sirva de vestido al alfarero? ¿Quién ha visto al fuego envuelto en pañales? A todo eso se ha rebajado Dios por amor del hombre. Así se ha humillado el Señor por amor de su siervo, que se había ensalzado neciamente y, por consejo del Maligno homicida, había pisoteado el mandamiento divino. El Autor del mandamiento se humilló para levantarnos.

         Demos gracias a la divina misericordia, que se ha abajado sobre los habitantes de la tierra a fin de que el mundo enfermo fuera curado por el Médico divino. La alabanza para Él y al Padre que lo ha enviado; y alabanza al Espíritu Santo, por todos los siglos sin fin».

Eva y María

(Carmen 18, 1)

         Oh cítara mía, inventa nuevos motivos de alabanza a María Virgen. Levanta tu voz y canta la maternidad enteramente maravillosa de esta virgen, hija de David, que llevó la vida al mundo.

         Quien la ama, la admira. El curioso se llena de vergüenza y calla. No se atreve a preguntarse cómo una madre da a luz y conserva su virginidad. Y aunque es muy difícil de explicar, los incrédulos no osarán indagar sobre su Hijo.

         Su Hijo aplastó la serpiente maldita y destrozó su cabeza. Curó a Eva del veneno que el dragón homicida, por medio del engaño, le había inyectado, arrastrándola a la muerte.

         Aquél que es eterno fue llamado el nuevo Adán, porque habitó en las entrañas de la hija de David y en Ella, sin semilla y sin dolor, se hizo hombre. ¡Bendito sea por siempre su nombre!

         El árbol de la vida, que creció en medio del Paraíso, no dio al hombre un fruto que lo vivificase. El árbol nacido del seno de María se dio a sí mismo en favor del hombre y le donó la vida.

          El Verbo del Señor descendió de su trono; se llegó a una joven y habitó en ella. Ella lo concibió y lo dio a la luz. Es grande el misterio de la Virgen purísima: supera toda alabanza.

         Eva en el Edén se convirtió en rea del pecado. La serpiente malvada escribió, firmó y selló la sentencia por la cual sus descendientes, al nacer, venían heridos por la muerte.

         Eva llegó a ser rea del pecado, pero el débito pasó a María, para que la hija pagase las deudas de la madre y borrase la sentencia que habían transmitido sus gemidos a todas las generaciones.

         Los hombres terrenales multiplicaron las maldiciones y las espinas que ahogaban la tierra. Introdujeron la muerte. El Hijo de María llenó el orbe de vida y paz.

         Los hombres terrenales sumergieron el mundo de enfermedades y dolores. Abrieron la puerta para que la muerte entrase y pasease por el orbe. El Hijo de María tomó sobre su persona los dolores del mundo, para salvarlo.

         María es manantial límpido, sin aguas turbias. Ella acoge en su seno el río de la vida, que con su agua irrigó el mundo y vivificó a los muertos.

         Eres santuario inmaculado en el que moró el Dios rey de los siglos. En ti por un gran prodigio se obró el misterio por el cual Dios se hizo hombre y un hombre fue llamado Hijo por el Padre.

         Bendita, tú, María, hija de David, y bendito el fruto que nos has dado ¡Bendito el Padre que nos envió a su Hijo para nuestra salvación, y bendito el Espíritu Paráclito que nos manifestó su misterio! Sea bendito su nombre.

La canción de cuna de María

(Himno, 18, 1-23)

         He mirado asombrado a María que amamanta a Aquél que nutre a todos los pueblos, pero que se ha hecho niño. Habitó en el seno de una muchacha, Aquél que llena de sí el mundo...

         Un gran sol se ha recogido y escondido en una nube espléndida. Una adolescente ha llegado a ser la Madre de Aquél que ha creado al hombre y al mundo.

         Ella llevaba un niño, lo acariciaba, lo abrazaba, lo mimaba con las más hermosas palabras y lo adoraba diciéndole: Maestro mío, dime que te abrace.

         Ya que eres mi Hijo, te acunaré con mis cantinelas porque soy tu Madre. Hijo mío, te he engendrado, pero Tú eres más antiguo que yo; Señor mío, te he llevado en el seno, pero Tú me sostienes en pie.

         Mi mente está turbada por el temor, concédeme la fuerza para alabarte. No sé explicar cómo estás callado, cuando sé que en Ti retumban los truenos.

         Has nacido de mí como un pequeño, pero eres fuerte como un gigante; eres el Admirable, como te llamó Isaías cuando profetizó sobre Ti.

         He aquí que Tú estás conmigo, y sin embargo estás enteramente escondido en tu Padre. Las alturas del cielo están llenas de tu majestad, y no obstante mi seno no ha sido demasiado pequeño para Ti.

         Tu Casa está en mí y en los cielos. Te alabaré con los cielos. Las criaturas celestes me miran con admiración y me llaman Bendita.

         ¡Cuánto más venerada es la Madre del Rey que su trono! Te bendeciré, Señor, porque has querido que fuese tu Madre; te celebraré con hermosas canciones.

         Oh gigante que sostienes la tierra y has querido que ella te sostenga, Bendito seas. Gloria a Ti, oh Rico, que te has hecho Hijo de una pobre.

         Mi magnificat sea para Ti, que eres más antiguo que todos, y sin embargo, hecho niño, descendiste a mí. Siéntate sobre mis rodillas; a pesar de que sobre Ti está suspendido el mundo, las más altas cumbres y los abismos más profundos...

         Tú estás conmigo, y todos los coros angélicos te adoran. Mientras te estrecho entre mis brazos, eres llevado por los querubines.

         Los cielos están llenos de tu gloria, y sin embargo las entrañas de una hija de la tierra te aguantan por entero. Vives en el fuego entre las criaturas celestes, y no quemas a las terrestres.

         Los serafines te proclaman tres veces Santo: ¿qué más podré decirte, Señor? Los querubines te bendicen temblando, ¿cómo puedes ser honrado por mis canciones?

         Descubra su rostro y se alegre contigo la antigua Eva, porque has arrojado fuera su vergüenza; oiga la palabra llena de paz, porque una hija suya ha pagado su deuda.

         La serpiente, que la sedujo, ha sido aplastada por Ti, brote que has nacido de mi seno. El querubín y su espada por Ti han sido quitados, para que Adán pueda regresar al paraíso, del cual había sido expulsado.

         Eva y Adán recurran a Ti y cojan de mí el fruto de la vida: por ti recobrará la dulzura aquella boca suya, que el fruto prohibido había vuelto amarga.

         Los siervos expulsados vuelvan a través de Ti, para que puedan obtener los bienes de los cuales habían sido despojados. Serás para ellos un traje de gloria, para cubrir su desnudez.

1. PABLO, “APÓSTOL POR VOLUNTAD DE DIOS” (2Cor 1,1)

“Para mí la vida es Cristo”, “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”, “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”

San Pablo es un enamorado de Cristo. Esto es lo que más me atrae de su persona y de su vida. Y esto es lo que yo pretendo para mí y para todos. Siguiendo a Pablo me gustaría amar más a Cristo y hacer que otros le amen, y de esta forma “gastar” mi vida por el Señor, por el evangelio y por la Iglesia, como escribe Pablo a Timoteo: “No descuides la gracia que posees, que te fue conferida por una intervención profética con la imposición de manos de los presbíteros” (1Tim 4,14).

Pablo, llamado por el mismo Señor (Kyrios), por “por el que murió y resucito por todos” (2Cor 5,15), a ser apóstol, se entregó de tal forma a su misión, que, hoy y desde siempre, ha sido el prototipo de los llamados y enviados; por eso es llamado por todos, «el apóstol», por antonomasia.  Brilla como una estrella de primera magnitud en la historia de la Iglesia, y no sólo en la de los orígenes, como he dicho, sino en la de todos los tiempos.

San Juan Crisóstomo lo exalta como personaje superior incluso a muchos ángeles y arcángeles (cf. Panegírico 7, 3). Otros le han llamado el «decimotercer apóstol» y realmente él insiste mucho en el hecho de ser un auténtico apóstol, habiendo sido llamado por el Resucitado, o incluso «el primero después del Único».

Ciertamente, después de Jesús, él es el personaje de los orígenes del que más estamos informados. De hecho, no sólo contamos con la narración que hace de él Lucas en los Hechos de los Apóstoles, sino también de un grupo de cartas que provienen directamente de su mano y que sin intermediarios nos revelan su personalidad y pensamiento. Después de Cristo, para mí, ha sido sobre el que más se ha estudiado y hablado.

Lucas nos informa que su nombre original era Saulo (cf. Hch 7, 58; 8, 1 etc.), en hebreo Saúl (cf. Hch 9, 14.17; 22, 7.13; 26, 14).Pablo nació en la ciudad helenística de Tarso de Cilicia (Hch 22,3). La fecha de su nacimiento nos es desconocida. Sus padres eran judíos que remontaban su ascendencia hasta la tribu de Benjamín (Rom 11,1). Desde su nacimiento disfrutó de la condición de ciudadano romano. Tanto el ambiente helenístico como la herencia judía de su familia dejaron sus huellas en el joven Pablo. Por eso conocía el griego como lo revela en sus cartas. 

Pablo se mostraba satisfecho de ser “judío” (Hch 21,39; 22,3), “israelita” (2 Cor 11,22; Rom 11,1), “hebreo, nacido de hebreos... y en cuanto a la Ley, fariseo” (Flp 3,6; Hch 23,6). “Viví como fariseo, de conformidad con el partido más estricto de nuestra religión” (Hch 26,5; Gál 1,14). Más aún: fue “educado a los pies de Gamaliel” (Hch 22,3); se refiere a Gamaliel  el Viejo, cuyo apogeo en Jerusalén se sitúa en los años 20-50. La primera educación de Pablo se realizaría en su mayor parte en la misma Jerusalén: “Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, criado en esta ciudad (Jerusalén)y educado a los pies de Gamaliel” (Hch 22,3). Ello implicaría que en realidad la lengua materna de Pablo era el arameo y que su manera de pensar era semítica. Acerca de esta tesis hay mucho que decir, pero lo cierto es que no explica satisfactoriamente las importantes muestras de cultura y mentalidad helenísticas que aparecen en Pablo.

La educación de Pablo a los pies de Gamaliel sugiere que se preparaba para ser rabino. Según J. Jeremías, cuando Pablo se convirtió no era simplemente un discípulo rabínico, sino un maestro reconocido, con capacidad para formular decisiones legales. Es la categoría que se le presupone por el papel que desempeñaba cuando marchó a Damasco (Hch 9,1-2; 22,5; 26,12); semejante autoridad sólo podía conferirse a una persona cualificada. Ello parece confirmarse por el voto de Pablo contra los cristianos (Hch 26,10), al parecer como miembro del sanedrín. De todo ello saca J. Jeremías la conclusión de que Pablo era de mediana edad cuando se convirtió, pues se requería haber cumplido los cuarenta años para la designación de rabino. Otros no opinan así. Pero estas cosas y parecidas no son mi cometido.

Pablo era, por tanto, un judío de la diáspora, dado que la ciudad de Tarso se sitúa entre Anatolia y Siria, que había ido muy pronto a Jerusalén para estudiar a fondo la Ley mosaica a los pies del gran rabino. Había aprendido también un trabajo manual,  la fabricación de tiendas (Hch 18, 3), que más arde le permitirá sustentarse personalmente sin ser de peso para las Iglesias (Hch 20, 34; 1 Cor 4, 12; 2 Cor 12, 13- 14).

Para él fue decisivo conocer la comunidad de quienes se profesaban discípulos de Jesús. Por ellos tuvo noticia de una nueva fe, un nuevo «camino», como se decía, que no ponía en el centro la Ley de Dios, sino la persona de Jesús, crucificado y resucitado, a quien se le atribuía la remisión de los pecados.

Como judío celoso, consideraba este mensaje inaceptable, es más, escandaloso, y sintió el deber de perseguir a los seguidores de Cristo incluso fuera de Jerusalén. Precisamente, en el camino hacia Damasco, a inicios de los años treinta, Saulo, según sus palabras, fue “alcanzado por Cristo Jesús” (Flp 3, 12).

Este fue el hecho fundamental de su vida que marcó todo su ser y existir posterior. Mientras Lucas cuenta el hecho con abundancia de detalles –la manera en que la luz del Resucitado le alcanzó, cambiando fundamentalmente toda su vida--, en sus cartas él va directamente a lo esencial y habla no sólo de una visión (1 Cor 9, 1), sino de una iluminación (2 Cor 4, 6) y sobre todo de una revelación y una vocación en el encuentro con el Resucitado (Gal 1, 15-16). Esto es muy importante, porque se trata de una experiencia muy iluminativa, unitiva y transformativa de Dios  en su espíritu, percibida y realizada más en su alma que en su cuerpo. De hecho externamente los acompañantes no vieron nada, sólo la luz reflejo de la luz interna de Cristo Resucitado.

Por eso, Pablo se definirá explícitamente “apóstol por vocación” (Rom 1, 1; 1 Cor 1, 1) o “apóstol por voluntad de Dios” (2 Cor 1, 1; Ef 1, 1; Col 1, 1), como queriendo subrayar que su conversión no era el resultado de pensamientos o reflexiones personales, sino el fruto de una intervención divina, de una gracia divina imprevisible e inesperada, recibida pasivamente, convertido así en patógeno, sufriente de la luz y visión mística de Cristo.

A partir de entonces, todo lo que antes constituía para él “ganancia”, se convirtió paradójicamente, según sus palabras, “en pérdida y basura” (Flp 3, 7-10). Y desde aquel momento puso todas sus energías al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio. Su existencia se convertirá en la de un apóstol que quiere “hacerse todo a todos” (1 Cor 9, 22), sin reservas.

Y de todo esto se deriva una lección muy importante para nosotros: lo que cuenta es poner en el centro de la propia vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad se caracterice esencialmente por el encuentro, la comunión con Cristo y su Palabra. Bajo su luz, cualquier otro valor debe ser purificado de posibles escorias o adherencia extraña. Y siempre «por Cristo, con Él y en Él,» encontrado, fortalecido y realizado en la oración personal, en la Eucaristía y en la Caridad pastoral. Así nos hacemos cristianos, seguidores y semejantes a Cristo.

Fue precisamente en la Iglesia de Antioquia de Siria, punto de partida de sus viajes, donde por primera vez el evangelio fue anunciado a los griegos y donde fue acuñado también el nombre de “cristianos” (Hch 11, 20.26), es decir, creyentes en Cristo. Desde allí tomó rumbo en un primer momento hacia Chipre después en diferentes ocasiones hacia regiones de Asia Menor (Pisidia, Licaonia, Galacia), y después a las de Europa (Macedonia, Grecia). Más reveladoras fueron las ciudades de Éfeso, Filipos, Tesalónica, Corinto, sin olvidar tampoco Berea, Atenas y Mileto.

En el apostolado de Pablo no faltaron dificultades, que él afrontó con valentía por amor a Cristo, como nos repite frecuentemente en sus cartas. Él mismo recuerda que tuvo “que soportar trabajos, cárceles, azotes; peligros de muerte, muchas veces... Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufrague... Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores: peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: “la preocupación por todas las Iglesias” (2 Cor 11, 23).

En un pasaje de la carta a los Romanos (cf. 15, 24.28) se refleja su propósito de llegar hasta los confines de la tierra entonces conocida, para anunciar el evangelio por doquier, por lo tanto, hasta España, «finis terrae» de Occidente,

¿Cómo no admirar a un hombre así? ¿Cómo no dar gracias al Señor por habernos dado un apóstol de esta talla? Está claro que no hubiera podido afrontar situaciones tan difíciles, y a veces tan desesperadas, si no hubiera tenido una razón de valor absoluto a la que no podía haber límites. Para Pablo, esta razón, lo sabemos, es Jesucristo, de quien escribe: “Cáritas Chisti urget nos…el amor de Cristo nos apremia...” “Murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5, 14-15).

De hecho, el apóstol ofrecerá el testimonio supremo de su sangre bajo el emperador Nerón, en Roma, donde se conservan y veneramos sus restos mortales. Últimamente han descubierto su tumba en la basílica de San Pablo extramuros de Roma. Ha sido visitada por Benedicto XVI. El papa Clemente Romano, en los últimos años del siglo I, escribió: «Por celos y discordia, Pablo se vio obligado a mostrarnos cómo se consigue el premio de la paciencia... Después de haber predicado la justicia a todos en el mundo, y después de haber llegado hasta los últimos confines de Occidente, soporto el martirio ante los gobernantes; de este modo se fue de este mundo y alcanzó el lugar santo, convertido de este modo en el más grande modelo de perseverancia» (A los Corintios 5).

(Cfr BENEDICTO XVI, Catequesis 25-10-2006).

RETIRO ARCIPRESTAL DE ADVIENTO (CRISTO DE LAS BATALLAS, 15-12-12)

       INTRODUCCIÓN: QUERIDAS HERMANAS Y HERMANOS: Somos Iglesia de Cristo, del Arciprestazgo de Plasencia, reunidos en el nombre del Señor, para hacer este retiro espiritual de Adviento. Nos hemos retirado en oración para preparar la Navidad, el nacimiento del Hijo de Dios entre los hombres, entre nosotros.  Empecemos este retiro rezando a la Virgen, mejor dicho, cantando, porque el que canta reza dos veces, dice san Agustín.

       Del Verbo divino, la Virgen preñada- viene de camino ¿le daréis posada? Sí, ciertamente y por eso pedimos a la Virgen que nos ayude a vivir este adviento como Ella lo vivió, queremos que ella sea nuestro modelo porque ha sido la que mejor se ha preparado la Navidad, el nacimiento de su Hijo entre nosotros.

Se lo pedimos cantando: SANTA MARÍA DE LA ESPERANZA, MANTÉN EL RITMO DE NUESTRA ESPERA…

Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos. Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos, para iluminarnos del verdadero concepto de hombre, mujer, familia, matrimonio, sentido de vida humana. Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia en estos días y lo canta y reza con nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven pronto, Señor, que te esperamos.

COMENCEMOS ESTE SANTO RETIRO DE ADVIENTO INVOCANDO AL ESPÍRITU SANTO: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos…

MEDITACIÓN PRIMERA:

(Sentados)

Queridos hermanos, nosotros nos hemos reunido aquí esta tarde para decirle al Señor  Jesús: Cristo bendito, meditando y considerando el cariño y el amor con Tú viniste a nosotros y por nosotros y todos los hombres en la primera navidad del mundo, queremos devolverte ese cariño y decirte: creo, creemos totalmente en tu venida, en que nos amaste y te encarnaste por amor…Cristo Jesús, creo, creemos en tu amor y salvación y misterio, que no podemos abarcar, sólo creer y amar, creo en la Navidad de un Dios que ama al hombre y viene en su busca y que tanto necesitamos celebrar siempre, pero especialmente en estos tiempos de crisis de fe, estamos en el año de la fe, de esta falta de amor a tu persona, de esta apostasía silenciosa que se está dando dentro de la Iglesia, de este alejamiento poco a poco del Dios Amor,  y al alejarnos del Dios Amor nos estamos alejando del Amor, de la fuente de todo amor, divino y humano, del amor a Dios y a los hombres: familias más tristes, matrimonios rotos y más tristes, esposos y padres más tristes que no podrán celebrar la navidad unidos, donde no podrá haber auténtica navidad cristiana...

Nosotros, con nuestra presencia y oración aquí esta tarde, a la vez que te damos gracias por la fe, qué gozo tener fe, ser católico, conocerte y saber que Dios nos ama y sigue amando al hombre, porque esto es lo que creemos y celebramos principalmente en la navidad cristiana. Por eso nos hemos reunido en tu presencia esta tarde, porque nosotros queremos  prepararnos para que sea navidad cristiana en nosotros y en nuestras familias, verdadero encuentro de gozo y salvación para todos, también para el mundo entero, por eso rezaremos por todos, especialmente por esta España nuestra que se está  alejando de la fe y de tu amor y salvación, miles de hermanos, sobre todo hijos y nietos, que sin ti, sin Dios, no saben de dónde viene y a dónde van, viven sin sentido, en el nihilismo existencial, en carencia de plenitud de vida y amor.

Por eso nos hemos retirado a este pequeño desierto de oración, de encuentro personal contigo, Palabra y Eucaristía perfecta, con deseos  de meditar y comprender todo este misterio de la Encarnación, en este mundo donde los grandes medios de comunicación se empeñan en sustituir la verdadera Navidad por esperas y encuentros y navidades puramente paganas, puro consumismo.

Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por el mundo, las multinacionales y los medios, nosotros debemos recogernos en silencio de ruidos mundanos ahora para preparar y vivir este acontecimiento de fe y salvación, acogiendo la Palabra de Dios,  meditándola y orándola.

Para eso estamos reunidos aquí y no podemos dejar pasar esta oportunidad que el Señor nos ofrece para preparar la verdadera Navidad cristiana. Porque como cantamos en un villancico, aunque sobren champán y turrones, si tú no estás en nosotros, en nuestros corazones, en nuestras familias, no habrá navidad.

       Queridos hermanos ¿Por dónde vendrá Cristo en esta Navidad?  Si yo tengo que salir al encuentro de una persona, debo escoger el camino por donde él viene. ¿Por qué camino vino Cristo, qué camino eligió la Santísima Trinidad para que el Hijo viniera a salvarnos? ¿Qué tengo que hacer y cómo prepararme en este tiempo de adviento para que sea navidad en mi corazón, allanar los caminos como nos dice el profeta Isaías en las primeras lecturas de estos días, y Juan, el precursor, en los evangelios?

       Para lograr este fin, la Iglesia, en este tiempo de Adviento, pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el bautista, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Este adviento  queremos vivirlo con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen la llegada del Hijo salvador del mundo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

1.- MARÍA ESPERÓ A SU HIJO POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN: la Virgen está orando, orando mientras cosía o barría, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar;  así la sorprendió el ángel: Salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo.

Nosotros también, en este tiempo de adviento, debemos ponernos como ella en oración, en oración personal y comunitaria, también en oración litúrgica, la que se hace en nombre de la Iglesia y en la persona de Cristo, in nómine ecclesiae et in persona Christi, con el rezo de las I Vísperas del tercer domingo de Adviento, representado a la Iglesia entera, a todos cristianos, a los monjes, misioneros, religiosas, cristianos del mundo entero, con los ángeles y santos del cielo y tierra.

       La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo;  y siguió orando y dialogando con el ángel Gabriel¿Y cómo será eso pues no conozco varón? y en silencio siguió orando con el Padre y con el  Hijo, su hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo.

       La Navidad es un misterio de Amor Trinitario. “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo…”Si es Navidad es que Dios ama al hombre, no se olvida del hombre, es más, parece que Dios no puede ser feliz sin el hombre; la navidad es que Dios viene a salvar a los hombres para meternos en su mismo amor y felicidad trinitarios. Qué misterio. No existe nada, queridos hermanos, solo Dios y esta Dios infinito de belleza y amor y felicidad, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de felicidad y de vida y eternidad, piensa y decide en consejo trinitario crear otros seres para hacerlos semejantes a Él en felicidad de dicha y amor…  SI EXISTO, SI EXISTES, ES QUE DIOS ME AMA Y HA SOÑADO CONMIGO…. Este plan se rompió por el pecado de Adán…

        Orando estaba la Virgen cuando la Trinidad decidió comunicar este mensaje a la Virgen y vino el ángel en nombre de Dios y se lo comunicó y así orando descubrió este proyecto de amor inconcebible humanamente, porque es infinito de amor y orando largo ratos es como nosotros tenemos que descubrirlo porque es en ratos de silencio y oración  cuando Dios lo descubre a las almas. Y

Y así orando continuó la Virgen y empezó la primera Navidad del mundo y con Cristo Jesús naciendo en su seno se fue a visitar a su prima Isabel, recogida, no miró los parajes ni las montañas de Palestina, sólo al niño Dios que nacía en sus entrañas; y así llegó  hasta la casa de Isabel, que continuó este diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que proclamaremos luego en estas vísperas y que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre confirmándole que era verdad lo que nacía en su seno e inspirándole el magníficat porque era verdad que por eso todas las generaciones la proclamarían dichosa porque el Poderoso hizo obras grandes en ella.

       María nos invita a entrar en el Adviento por este camino de la oración para encontrarnos con su Hijo. Así descubrió ella el misterio, vio el camino que Dios le trazaba, lo fue comprendiendo, asimilando, transformándola en Madre de Dios. Qué misterio, Y todo por la oración. Como tiene que siempre en la Iglesia, en nosotros.

¿Oro yo todos los días, me encuentro con Dios y descubro su voluntad sobre mí en la oración diaria? ¿Me ayudo del evangelio, o le hablo y le cuento mis penas y alegrías todos los días?. Si quiero tener experiencia de Cristo que nace y viene a mí por amor en esta navidad y en cualquier momento de mi vida, necesito orar, mirarle con amor, que no es otra cosa oración mental sino trato de amistad estando… parece que santa Teresa hubiera hecho esta definición de oración mirando al Sagrario, porque allí está el que nos ama en navidad permanente y que vino para llevarnos a la amistad con Él y con los hombre.

 La oración es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento y la vida cristiana, el Nacimiento del Hijo de Dios en María y por María. Oración, oración, oración, si quiero ser cristiano verdadero, seguir a Cristo pisando sus huellas de vida y amor;  lo tengo repetido y superrepetido en libros y homilías y meditaciones: A MÍ QUE ME QUITE DIOS TODO, PUESTOS Y HONORES, HASTA LA MISMA FE, y si queréis hasta LA MISMA VIDA DE GRACIA, PERO QUE NO ME QUITEN LA ORACIÓN, EL ENCUENTRO DIARIO CON MI CRISTO…PORQUE AUNQUE ESTÉ EN PECADO, SI NO DEJO LA ORACIÓN…

La gran pobreza de la Iglesia, especialmente en su parte alta, será siempre la pobreza de oración. Sin oración no puede haber cristianismo, vida de fe y amor a Dios y a los hermanos, verdadera Navidad cristiana, encuentro con Cristo, aunque sobren villancicos, champán y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración. Sin ella, sin oración personal, y lógicamente también litúrgica, no puede haber encuentro de amor, navidad cristiana, vida de seguimiento de Cristo.

La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado, de donde nacen todos los demás, porque sin el espíritu de Cristo, no puedo hacer las acciones de Cristo, haremos acciones, pero no apostolado… sin mi no podéis haer nada... Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor.   Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo todos los días de mi vida a buscarme para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros, el mundo el que necesita de Él, para realizar el proyecto maravilloso de amor y felicidad eterna, que la Santísima Trinidad tiene  soñado y diseñado para cada uno de nosotros y del mundo entero y por lo cual existimos y es Navidad y permanece en navidad perpetua en el Sagrario.

       María está orando y hablando con Dios ha concebido al Hijo por obra del Espíritu Santo, ha encontrado el sentido de su vida y misión. Oró y escuchó a Dios y recibió de Él las respuestas a sus preguntas. Así nosotros, orando encontraremos a Cristo, la Navidad cristiana, el amor a los hermanos, el sentido de la vida, del matrimonio cristiano, de la familia, del perdón a las ofensas, del amor y la paz en el mundo. Orando, como nos dice el profeta Isaías en estos días, encontraremos en Cristo, en el niño que nace las fuerzas para preparar este encuentro con Cristo en la navidad: allanar montes de egoísmo y soberbia, enderezar lo torcido de falta de amor, caridad, murmuraciones de mi vida, levantarme de tanta comodidad sin dedicar a Dios el tiempo debido, la Eucaristía más frecuente, y el perdón a los hermanos. Si quiero de verdad celebrar la navidad cristiana, oración con María y como María.

Y como le tenemos aquí tan cerca, en el Sagrario, vamos a exponer al Señor en la Custodia santa, para que nos explique los motivos y sus sentimiento de amor al hombre, a cada uno de nosotros, cuando vino en nuestra búsqueda en la Navidad, mientras le cantamos: VEN, VEN, SEÑOR NO TARDES…

--- EXPOSICIÓN SENCILLA DEL SEÑOR EUCARISTÍA: VEN, VEN, SEÑOR, NO TARDES…

(((Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca.

Y esto es también lo que pretendo recordar ahora y meditar en este retiro de adviento: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que amarlo, encontrarlo, y para esto, lo primero, orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación de los textos sagrados, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan, sin decir palabra, diciéndoselo con sola nuestra presencia de amor, como Él nos lo dice todo y a todos desde el Sagrario, sin decir palabra, solo con su presencia, nos está diciendo: os amo, vengo a salvaros, a mostraros el camino verdadero de la felicidad,  de ser hombres, matrimonios, familias, doy mi vida por vosotros.

Por favor, más respeto, más adoración, más silencio ante Dios encarnado en un trozo de pan por amor extremo y extremado a todos nosotros, y sobre todo, fe, fe, fe y amor, creer de verdad que Dios me ama, y ha venido por mí, Él es Dios, yo pura criatura, todo de rodillas ante sus pies siempre))).

1. (Pasados diez minutos) REZO DE VÍSPERAS. RECEMOS AHORA LA ORACIÓN DE LAS I VÍSPERAS de este domingo III de Adviento. (Rezarlas como están compuestas en hoja aparte)

(SE REZAN LOS TRES SALMOS Y LA LECTURA BREVE… todos se sientan y DIGO:

2.- POR DONDE VENDRÁ CRISTO A NOSOTROS EN ESTA NAVIDAD: POR EL CAMINO DE LA FE COMO EN MARÍA: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.  El mundo, el hombre, todos nosotros necesitamos la fe para encontrarnos con Cristo. Sin fe, no hay encuentro con Dios. Este es problema del mundo actual y la misma Iglesia, de los bautizados entre los cuales hay un alejamiento de la fe, un vacío, una apostasía silenciosa de Dios, de Cristo, de la Iglesia, del evangelio.

       “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra de Dios por el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra elegida por madre… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… y mira que fue honrado, bueno, maravilloso, qué dirían de ella las gentes, la familia, embarazada antes de tiempo y encima sin ser de su marido que la abandonaría… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

       Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros, en las pruebas de la vida, en las pruebas y sufrimientos de la vida y en las pruebas directas de fe a las que no solo el mundo sino  a veces el mismo Espíritu Santo somete a las almas para purificarnos, para purificar en noches de fe y amor sus virtudes sobrenaturales, sobre todo la fe, pregúntenselo a s. Juan de la Cruz, cuya memoria celebramos ayer y qué lectura…  me pasma la ignorancia que hay de estas realidades, de estas etapas de oración afectiva, contemplativa… entre los mismos pastores y almas consagradas... recordad el escándalo que supuso hace poco años el libro publicado por el director espiritual de la Madre Teresa de Calcuta… muchos se escandalizaron, dijeron que la final había perdido la fe, el amor a Cristo,  se lo escuché yo mismo a una científica alemana por radio, a una psicóloga que lo sabía todo, pero era totalmente ignorante del camino de la fe, de la oración, de las noches de fe, precisamente sobre esta materia hice yo mi tesis doctoral…

Si tú, querida hermana, queridos hermano, dejas la oración o la fe, porque has dejado de sentir y gozar, quiere decir que ibas a la oración y creías porque te iba bien e ibas por propio egoísmo a la oración no por Dios, por agradar a Dios y porque Dios merece tu adoración, tiempo y tu amor, aunque tú no lo sientas, no sientas nada en temporadas y eso lo hace el Espíritu Santo para purificarnos de nuestros egoísmos, vanidades, soberbia.

Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, sobre todo en éxitos, hay que pasar largos ratos de fe seca, de oración aparentemente vacía, de Sagrario sin sentir nada, solo por fe,  porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades de la fe y la oración, si no las sentimos, y dudamos o dejamos la oración si no la sentimos, al querer apoyarnos sólo en nosotros mismos, en nuestros gustos o criterios y razones, y no en el Espíritu Santo, único director y santificador de nuestras vidas.  Para avanzar en la fe hay que pasar las noche de san Juan de la Cruz, que por eso escribió sus obras, por  el despiste que había entre las mismas almas religiosas y contempativas.

Y la única forma que Dios tiene para hacernos progresar y quitarnos esos fervores humanos y pasarlos a divinos o esos criterios por los que apoyamos la fe o la oración no en Dios sino en nosotros, en lo que yo discurro o comprendo, o en nuestro yo, y egoísmo, el único progreso en la fe y en la oración es la oscurida de la razón o sequedad de sentimientos para tenerla y apoyarla solo en Dios, no en lo que nosotros discurramos o sintamos. Creer es confiar sólo en Dios contra toda razón, motivo o evidencia humana.

Y cuando Dios quiere a un alma, la purifica por la noche oscura de la fe, del amor y de la esperanza cristianas, de las virtudes sobrenaturales, que son las únicas que nos unen a Dios. Nos quita a veces nuestros apoyos humanos para que nos apoyemos solo en Él, en su confianza y seguridad y no en lo que nosotros pensamos o imaginamos. Y así demostramos quienes creen sólo en Dios, solo Dios, abajo tú y tus razones y tus éxitos y tu vida.

Como en María, fue un cambio radical, un camino totalmente distinto al que ella había pensado… y sin ver nada… confió solo en Dios y nacer el niño fuera de cada, en pobreza y luego huir a Egipto y tener que seguir creyendo que era el Hijo de Dios… pero ella se fió y fue navidad: aquí está la esclava, hágase en mí según tu palabra. Qué pocos amigos tiene el Señor, ya lo dijo Teresa de Jesús, los sufrimientos… como tanto hermanos, que se alejan de Dios, de la Iglesia, porque mueren sus seres queridos, porque no triunfan, porque tienen enfermedades o pruebas de todo tipo y le echan la culpa de todo lo malo a Dios precisamente. Pero nosotros confiemos siempre en Dios, como María, ¿cómo obro, he obrado en mi vida,  cómo vivo yo las pruebas humanas y espirituales de mi vida? ¿Cómo es mi oración, mi fe, egoísta, buscándome a mi mismo o a Dios?

Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios. Hay pruebas duras en la vida, sobre todo en este tiempo de crisis, de increencia. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, es el Hijo de Dios, aunque muchos, incluso de los nuestros, hayan dejado de creer, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo o advientos y esperar de éxito o cargos o dinero y de lo que sea, que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros.

       Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta del los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, Dios, Evangelio…;

Es necesario que Dios venga de nuevo en la Navidad cristiana y creamos en ella, en que Dios nos ama y no se olvida del hombre, este mundo va perdiendo la fe en Dios, Dios existe, Dios existe, es nuestro Padre que nos envía por amor a su Hijo para hacer a todos hijos en el Hijos y meternos en su misma felicidad eterna y trinitaria. Si es navidad, tú eres eterno en el Hijo, ya no morirás nunca, tu vida es más que esta vida, porque ha venido el Hijo en persona para decírtelo y conseguirlo…

       Por eso, y para que sea navidad cristiana, necesitamos fe, estamos en el año de la fe, pidámosla para nosotros, sobre todo, para nuestros hijos y nietos, para los que se ha alejado de la Iglesia, de la salvación, del Amor de Dios. Que sea navidad en el mundo entero, en nuestras familias y para eso, lo primero de todo será la fe, fe en su Venida, en su Encarnación, en su nacimiento, en su presencia eucarística; si creo en Cristo, no puedo separar unas realidades de otras, tengo que creer en el Cristo completo.

       ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera, cómo creer que está aquí el Hijo de Dios, el Creador de cielo y tierra, el que nace por amor y no vengo entre semana a visitarle, a comulgarle, a ofrecer mi vida en la misa y desde ahí, salir contigo por los caminos de la vida a visitar a Isabel, a tantos y tantos hermanos solos, pobres, necesitados de todo tipo, de compañía y de ayuda y de cariño y de alimentos para que sea navidad.  Que como tú, yo sólo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como María, por una fe viva.

       Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y su Todo. Igual nosotros, sus hijos. La Navidad fundamentalmente es creer que Dios existe, y es verdad, y ama al hombre, sigue amando al hombre, que Dios nos se olvida del hombre, que Dios perdona al hombre, lo dicen algunos villancicos que ya cantan al niño muriendo en la cruz. Esta es la razón de navidad cristiana.

Hermanos, con la Virgen y por intercesión de la Virgen, pidamos al Señor que sea navidad en nosotros y en el mundo entero.

       La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, también nosotros, nuestros hijos y nietos, el mundo entero seremos felices, por todo se cumple, todo tiene sentido, por el nacimiento de Cristo en nosotros y en el mundo. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Que merezcamos su alabanza por haber creído en su venida de amor a este mundo.

       Con qué fe, sin ver nada claro por tu parte, solo fiada en la Palabra de Dios, María creyó y empezó a nacer el niño en su entrañas. Y no florecieron los jardines de su pueblo, ni nadie se enteró ni la felicitaron, ni pájaros cantaron… solo con fe aceptó el pan de Dios. Así nosotros.

CANTAMOS: LA VIRGEN SUEÑA CAMINOS, ESTÁ A LA ESPERA…     

Y ANTES DEL MAGNIFICAT:

¿POR DÓNDE VENDRÁ CRISTO ESTA NAVIDAD A NOSOTROS?

3.- POR EL CAMINO DEL AMOR, COMO  EN MARÍA. LO PROCLAMAMOS CON EL CANTO DE MARÍA, AL ESCUCHAR LA ALABANZA DE SU PRIMA ISABEL: DICHOSA TÚ QUE HAS CREIDO, PORQUE TODO LO QUE TE HA DICHO EL SEÑOR, SE CUMPLIRÁ.

       Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto.

5. POR ESO: REZO DEL MAGNIFICAT…PRECES Y ORACIÓN.

AYUDA PARA ORAR ANTE CRISTO EN LA CUSTODIA SANTA:

Queridos hermanos, qué gozo creer en Jesucristo Eucaristía, haberle conocido, estar aquí porque creemos en El y le amamos. Qué gozo creer, saber que Dios existe y nos ama, saber de dónde venimos y a dónde vamos.., muchos han perdido hoy el sentido de la vida. Si existo, es que Dios me ama.., me ha llamado a compartir una herencia de gozo con El...

Y como estamos en la presencia del Señor Eucaristía: Qué gozo saber que el Hijo ha venido en mi búsqueda en la Navidad, y viene todas las navidades para decir al hombre que dios le ama.... Este es el sentido de la Navidad y de la Eucaristía. La Eucaristía es una navidad permanente... estás aquí Señor, porque nos amas y vienes en nuestra búsqueda. Y el adviento es toda mi vida en la tierra, porque es un camino hacia el encuentro contigo y con la santísima Trinidad, con el Padre que me soñó, que me creó, que me dio la vida...

¡Qué gozo haberme encontrado con él, saber que no estay solo, que Él me acompaña, que mi vida tiene sentido! ¡Qué gozo saber que Alguien me ama, que si existo, es que Dios me ama, y en el Hijo encarnado en la Navidad, en el Hijo Eucaristía, navidad permanente, me ama hasta el extremo: hasta extremo del tiempo, hasta el extremo de! amor y de sus fuerzas, hasta el extremo de ser Dios y hacerse hombre, y venir en mi búsqueda, para abrirme las puertas de la eternidad y amor de mi Dios Trino y uno. ¡Qué gozo saber que se ha quedado para siempre conmigo en cada Sagrario de la tierra, con los brazos abiertos, en amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres!

¡Cómo no amarlo, adorarlo y comerlo! gritando y cantando y proclamando que Dios existe y nos ama, que la vida tiene sentido y es un privilegio existir, porque ya no moriremos nunca; que nuestra vida es más que esta vida y que este tiempo y este espacio; que soy eternidad, porque el Hijo de Dios se ha encarnado, es Navidad, me lo ganado con nacimiento, su muerte y resurrección, que se hace presente en la Eucaristía.

Cristo Eucaristía, ¡qué gozo haberte conocido por la fe, fe personal no meramente heredada, sobre todo, por la fe viva y experimentada en la oración personal y litúrgica, experimentar lo que creo, predico o celebro! ¡Qué gozo haberme encontrando contigo por la oración personal y eucarística: «Que no es otra cosa oración... sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Diríase que Sonta Teresa de Jesús escribió esta definición mirando al sagrario. Por eso, qué necesidad absoluta tiene la iglesia de todos los tiempos de tener sacerdotes y seminaristas santos por la oración eucarística, de religiosas  y cristianos que hayan subido hasta la cumbre del Tabor eucarístico, y puedan enseñar, no sólo teórica, sino vivencialmente este camino.

Señor, ¿por qué me amas tanto, por qué te humillas tanto, por qué te rebajas tanto?, qué puede dañe el hombre que Tú no tengas? No lo entiendo, sólo hay una explicación: «Habiendo amado a lo suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propio Hijo». ¡Gracias, Padre por tu amor extremo en el Hijo encamado y eucarístico por obra del Espíritu Santo! ¡Jesucristo, Hijo de Dios encamado primero en carne humana y ahora en la Eucaristía, nosotros creemos en Ti, nosotros confiamos en ti, Tú eres el Hijo de Dios.

TANTUM ERGO… BENDICIÓN, CANTO Y RESERVA

SALVE REGINA…

Ora pro nobis, sancta Dei genitrix,

Gratiam tuam quesumus, Domine, mentibus nostris infunde, ut qui angelo nunciante Cristi filii tui incarnationem cognovimus, per passionem ejus et crucem ad resurretionis gloriam perducamur. Per eundem Christum dominum..

LECTURA DE VISPERAS

RESPONSORIO BREVE

Y ANTES DEL MAGNIFICAT :

4.- POR EL CAMINO DEL AMOR AGRADECIDO, COMO MARÍA

       María expresó maravillosamente este sentimiento ante su prima Isabel con el canto del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1,46-47).

       Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto. Pero en estos días, como siempre, lo primero debe ser Dios. Y si alguien nos pregunta, tanto ahora en Navidad como en cualquier tiempo del año, ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios? Pues porque Él nos amó primero. Dios nos visita, se hace cercano, se hace hombre y viene a nosotros por amor y para que nos amemos y le amemos: “Porque Dios es Amor… En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó, y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,8.10). Qué claro lo vio Juan: Dios nos amó primero y, roto este amor por el pecado de Adán, Dios volvió a amar más intensamente al hombre, enviándonos a su propio Hijo para salvarnos.

5. POR ESO: REZO DEL MAGNIFICAT…

       Santa Catalina de Sena nos describe así todo el amor de Dios en la creación del hombre y, sobre todo, una vez caído, en la recreación, por el amor del Hijo amado: «Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, Padre Dios, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto...      A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. El fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. Él lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?     

LOS QUE SOÑÁIS Y ESPERÁIS LA BUENA NUEVA, ABRID LAS PUERTAS AL NIÑO, QUE ESTÁ MUY CERCA. EL SEÑOR CERCA ESTÁ, ÉL VIENE CON LA PAZ. EL SEÑOR CERCA ESTÁ, ÉL TRAE LA VERDAD.

Hace ya más de dos mil años que el ángel Gabriel transmitió a la hermosa Nazarena la noticia más luminosa y llena de gracia de la historia de la humanidad: que Dios no se olvidaba del hombre, que Dios ama al hombre, que Dios vendría en busca del hombre para que el hombre pudiera encontrarse con su Dios y Creador y vivir la historia de amor y amistad más hermosa que se pueda concebir, escribir y vivir: Dios se hace hombre para que el hombre pueda hacerse hijo de Dios, para que pueda llamarle Padre y vivir su misma felicidad y amistad; la segunda persona de la Santísima Trinidad vino a realizar por nosotros lo que nosotros no podíamos realizar.

       Este es el hecho más importante que ha ocurrido en este mundo; por eso toda la vida de la humanidad se mide por esta fecha, desde el nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo; y por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María» (Credo). Por la Palabra de Dios fueron hechas todas las cosas y esa misma “Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.   

       La Virgen, en el evangelio de este domingo, nos enseña cómo hay que esperar al Salvador, por donde viene el Señor:

       A) Por la oración. La Virgen está orando cuando la sorprende el ángel. Está orando mientras cosía o barría o hacía otra cualquier cosa, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar. Y en oración recibe el mensaje del ángel de parte de Dios: “Alégrate, llena de gracia… No temas…Darás a luz un hijo”. Ha empezado a verificarse la profecía de Isaías,14: la promesa mesiánica de un reino eterno, hecha a David por el profeta Natán, de parte de Dios y leída en la primera Lectura de este domingo. Y María sigue orando, hablando y preguntando a Dios por medio del ángel: “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”; es una simple constatación de su estado todavía célibe, aunque desposada o simple objeción del modo en que tiene que proceder ante este plan de Dios. Y la solución se la revela de parte de Dios el ángel: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”.

       Y María acepta el plan divino y ser madre del Hijo de Dios: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. De esta forma, al abrazar la voluntad de Dios se consagró totalmente a la persona y obra de su Hijo, sirviendo al misterio de redención. Cooperando así María no fue un instrumento meramente pasivo en las manos de Dios, sino que ayudó a la salvación de los hombres como Madre del Salvador con una fe y amor y obediencia totalmente personal y libre, que mantendrá fielmente toda su vida.

       María orando y hablando con Dios ha encontrado el sentido de su vida y misión. Oró y escuchó a Dios y recibió de Él las respuestas a sus preguntas. Pues bien, la contestación y respuesta de María debe convertirse en misión y programa para la comunidad cristiana, comunidad orante, que en la oración privada y pública debe recibir las respuestas de Dios sobre la vocación y la misión que tiene que cumplir en la tierra en el ministerio de la Salvación de los hombres. María, con su oración silenciosa fue más eficaz que todas las palabras.     

       B) Por la fe. Porque orando creyó con total certeza en la promesa de Dios, y creyó que era el Hijo de Dios quien nacía en sus entrañas, y vivió ya totalmente para Él en fe, porque en ese momento no florecieron los rosales de Nazaret, ni se oyeron cantos de ángeles ni se paró el sol… no paso nada extraordinario, tuvo que creer a palo seco y sufriendo incomprensiones de todo tipo, porque no anduvo dando explicaciones a nadie, si siquiera a su esposo José. Por eso paso lo que pasó con él.

       Luego, hecha templo y morada y tienda de la presencia de Dios en la tierra, primer sagrario del mundo y arca de la Alianza nueva y eterna, llena de esa fe y certeza con inmensa alegría,  preñada del Dios que la tomó por Madre, Esposa e hija especial en el Hijo Amado, sintiéndose plenamente habitada por la Santísima Trinidad, fue a visitar a su prima sin mirar aquellos paisajes hermosos de las montañas de Palestina, porque ya sólo vivía para el que nacía en sus entrañas; ya todo era silencio, contemplación del misterio, amor y compromiso y fidelidad, en medio de las incomprensiones de su familia, de José y de sus vecinos. Y no dio explicaciones ni se excusó ante nadie; dejó que Dios lo hiciera todo por ella, como Él y cuando Él quisiera.

       La oración todo lo alcanza, cantábamos al Corazón de Jesús, en mis años juveniles. En oración recibió María el mensaje; en oración vio el camino a seguir; con su actitud de escucha recibió luz y aclaración, resolvió sus dudas y encontró la fuerza para llevarlo a efecto en medio de duras pruebas. Por la oración recibió a Cristo en su seno, lo paseó por las montañas de Judea en su visita a Isabel y ya no se apartó de Él, ni en la cruz, cuando todos le dejaron y ella siguió creyendo que era el Hijo de Dios, el Salvador del mundo.

       Con su sí fue Navidad en el mundo. Dios tenía necesidad de ella, de una criatura totalmente dispuesta a seguir y cooperar con su plan de salvación en medio de dificultades; una criatura que no pusiera resistencia ni pegas al plan de Dios; una criatura que al contrario de Eva, obedeciera totalmente a la voluntad de Dios, para que recuperásemos por su obediencia lo que habíamos perdido por la  desobediencia de Eva: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra. “Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.

       C) Por el amor. Amor a la voluntad de Dios y amor a los hombres, a José y a su prima Isabel. El amor a Dios pasa por el amor a los hermanos. Primero hay que tener un corazón limpio de rencores y de pecados. En pecado, de cualquier clase que sea, no se puede celebrar la Navidad cristiana. Hay que vivir en gracia. Ella estaba llena de gracia. Si hay pecado Cristo no puede nacer dentro de nosotros. La Navidad es la fiesta del amor de Dios a los hombres y en correspondencia de los hombres a Dios y a los hermanos, porque si Cristo nace todo hombre es mi hermano. Hay que amar más. Hay que visitar a los amigos y necesitados como María a su prima Isabel para ayudarla. Hay que llenarse del amor que Cristo nos trae y que nos hace hermanos de la misma fe, gracia, esperanza y destino. Hay que comulgar y pasar ratos largos de oración ante Jesús Eucaristía, ante el Sagrario. Así será navidad en nuestro corazón, en nuestra vida. Es lo que pido al Señor en esta santa misa para vosotros y todos los vuestros. Feliz navidad en paz con Dios y los hombres.     

       1.- Primero, una actitud de fe. Este hecho de la venida del Señor debe despertar en el cristiano una actitud personal de fe, de creer personalmente en Dios, en el misterio de un Dios  personal que se hace hombre, en el amor de Dios que se encarna por el hombre. Si es Navidad es que Dios ama al hombre, viene en busca del hombre, es que Dios no se olvida del hombre; estos días de Adviento son para creer personalmente, pasar de la fe de la Iglesia a la individual, son día de orar y pedir esta fe para poder creer tanto amor.

       ¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre; ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?, has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

       Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. Y el creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más, porque esto es una enfermedad de amores y ansias infinitas, imposibles de contener y controlar; el creyente,  llagado de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, las razones y motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor.

       ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad!               

Y te has hecho igual a nosotros, te haces hombre porque nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Mirad la Navidad. La Navidad es que Dios que ama apasionadamente a los hombres. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

       2.- Segundo: Actitud de esperanza: esperanza dinámica, que no se queda de brazos cruzados; es una esperanza que sale al encuentro; un encuentro no se realiza si no hay deseo ardoroso de encuentro personal con Cristo, si no vamos y salimos al camino por donde viene la persona amada;  si no hay deseos de Cristo, si no hay aumento de fe y amor, no podemos encontrarnos con Él. Esta esperanza y vigilancia, alimentada por los profetas, especialmente por el profeta Isaías en las Primeras Lecturas de estos días, nos invitan a levantar la mirada hacia la salvación que nos viene de Yahvé, en cumplimiento de sus promesas.

       Cuando uno cree de verdad en alguien o en algo, lo busca, lo desea, le abre el camino. Primero hay que creer de verdad que Dios existe en ese niño que viene, que Dios sigue viniendo en mi busca, que Dios me ama. Y creer es lo mismo que pedir, pedir esta fe, aumento de fe, de luz, de creer de verdad y con el corazón lo que profesamos con los labios, con la mente, en el credo.

       Esta esperanza de la fe no se queda con los brazos cruzados; cuando uno espera, se prepara, lucha, quita obstáculos para la unión y el encuentro con la persona amada. Creo en la medida que me sacrifico por ella, que renuncio a cosas por ella. La esperanza teologal y cristiana es el culmen de la fe, la coronación de la fe y la perfección y la meta del amor. Se ama en la medida que se desea a la persona amada. El amor se expresa por la posesión y también por el deseo de la posesión. Si no hay adviento, si no hay espera, no puede haber Navidad cristiana porque no hay esperanza y deseos de amor y de encuentro con el Dios que viene.

       El mundo actual no espera a Cristo, no siente necesidad de Cristo. Por eso, no vive el Adviento cristiano, no siente necesidad de su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. El mundo actual tiene muchas esperas: espera ganar más dinero, tener más y más cosas que le llenen y le hagan ser más feliz, espera conquistar la técnica, los medios de producción, vivir más años… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos; pero son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias y salvar a este mundo: Jesucristo.   

       Y nosotros ¿esperamos al Señor? ¿Cómo decir que creemos en la Navidad, que amamos al Señor como Dios y Señor de mi vida, y no salir a su encuentro? ¿Qué fe y amor son esos que no me llevan a salir al encuentro del que viene en mi busca? ¡Si creyéramos de verdad! ¡Si nuestra fe y amor fueran verdaderos!

La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos las multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de regalos, viajes, de champán y turrones y esperamos muchas cosas menos al Señor? Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, sobre todo en nuestros feligreses, en nuestra familia, en nuestra juventud, para que las oriente, para que haga a este mundo más fraterno y habitable? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para prepararnos mejor así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

       Queridos hermanos: Hagamos un esfuerzo por captar este mensaje de esperanza y alegría que se renueva cada Adviento y que nos repiten las Lecturas de estos domingos. Porque estamos hoy viviendo una época de desesperanza y desilusión generalizada en lo social, moral, religioso, familiar… La Navidad próxima, en la que viene nuevamente el Enviado, el Señor Jesucristo, nos dice claramente que Dios no se olvida del hombre, de nosotros. Si hay Navidad cristiana,  el hombre tiene salvación, tiene un Redentor de todos sus pecados; si hay Navidad, Dios sigue amando al mundo, Dios no se olvida del hombre. Creamos y esperemos en Él contra toda desesperanza humana, sobre todas las esperanzas humanas consumistas. Hay que esperar únicamente la salvación en Jesucristo; el tiempo de Adviento nos invita a esperar al Salvador.

       3.- Tercero: Actitud de amor. Para vivir la Navidad necesitamos querer amar a Jesucristo. Y decir amar a Jesucristo es lo mismo que orar a Jesucristo: orar y amar se conjugan igual en relacion con Dios. En la oración se realiza el encuentro con Dios Amor. Es diálogo de amor, mirada de amor.

       Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

        La oración es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el Adviento cristiano. Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y reunión de familia y regalos y todo lo demás. Porque falta el protagonista, falta Cristo, que siempre viene y vendrá para las almas que le esperan. Y el camino esencial es la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica carece de alma, carece de “espíritu y verdad”.

       La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en Espíritu y Verdad”.

       Para demostrar esta afirmación bastaría leer la definición de Santa Teresa sobre la oración: «Que no es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama» (V 8,5). Parece como si la Santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

       Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

       Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos”; “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

       Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada.

 

       4.- Cuarto: Necesidad de la conversión. La liturgia de estos días nos invita a allanar y enderezar los caminos del encuentro. En este tiempo debemos convertirnos más a Dios: Convertir es dejar de mirar en una dirección para hacerlo en otra. Dios debe ser lo primero y absoluto de nuestra vida, todo lo demás, relativo: la conversión es para vivir mejor el «tanto en cuanto» ignaciano.

       El tiempo que nos separa de dicha meta debe ser aprovechado con solicitud. Nosotros ya caminamos hacia la última fase de la historia; debemos prepararnos con fe y esperanza, con obras de amor y conversión de las criaturas a Dios, preparando bien el examen de amor, la asignatura final, en la que todos debemos aprobar.

       Todo hombre tiene que encontrarse con Cristo glorioso; es el momento más trascendental de nuestra historia personal, hacia la cual  tenemos que caminar vigilantes, porque decidirá nuestra suerte eterna. Es el encuentro definitivo y trascendental de nuestra historia personal y eterna, que lo esperamos fiados del amor que Dios nos tiene, manifestado en la Navidad, donde Él sigue amando, perdonando y buscando al hombre para ese encuentro eterno de felicidad con Él, Dios Uno y Trino.       Frente al auge de la increencia, el desencanto de las utopías humanas vacías de vida y amor, frente a la corrupción y la caída de las ideologías que prometían la felicidad del hombre, oponiéndose a Dios, frente a las actitudes de un consumismo, caracterizado de una trivialidad sin compromisos de tipo moral o religioso, unido a la alergia del hombre actual a la reflexión y a las preguntas últimas, resumen de un hombre que quiere orientar su vida al margen de Dios, tomando él la iniciativa de decir qué es lo que está bien o mal en el orden moral, nosotros, los cristianos, debemos mirar a Dios que nos dijo que comiéramos de todos los frutos del paraíso del mundo, menos del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque saber lo que es bueno y malo, lo que es pecado o gracia, solo le corresponde a Dios.

       Tenemos que convertirnos a Dios y no convertir el mundo y sus criaturas en dioses, ídolos que adoramos y servimos. Tenemos que convertirnos de tanta idolatría. Por eso, el hombre moderno, queriéndose apropiar de esta propiedad esencial de Dios, ha caído en la corrupción y en la autodestrucción, matando al mismo hombre, a la misma vida, con el aborto y la eutanasia; ha matado el respeto absoluto al hombre, al amor que lo ha convertido en sexo todo, ha matado la humildad, la sencillez, el servicio, el amor desinteresado.

       El ateísmo ha matado a Dios en el corazón de muchos hombres y familias; sin Dios, no hay amor, amor duradero y para siempre entre esposos,  si no hay dinero, no hay ayuda para los ancianos y mayores, respeto a todo hombre por ser hijo de Dios. El mundo necesita convertirse, volver a Dios, mirar a Dios como lo único necesario, lo absoluto y primero de la vida y de la existencia del hombre sobre la tierra.

       Frente a los laboratorios de la inmoralidad, de la increencia, del laicismo militante que son la televisión y ciertos medios de comunicación social, no desesperemos y esperemos siempre en el Señor, porque vendrán nuevamente tiempos mejores, porque Dios no deja de enviar a su Ungido, porque nunca dejará de existir la Navidad Cristiana. Y si es Navidad es que Dios sigue amando y perdonando, buscando al hombre por amor gratuito. Dios no necesita del hombre; es el hombre el que necesita de Dios. Celebremos la Navidad. Se acerca nuestra liberación. Proclamemos esta buena nueva, la mejor noticia para este mundo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad”.

RETIRO DE ADVIENTO

(Plasencia, diciembre 2008)

 

       Queridos amigos: El domingo, por la noche, me llamó nuestro querido Delegado del Clero, D. Miguel Pérez, para decirme si podía dar este retiro de Plasencia, que pensaba darlo él personalmente como ya nos  lo había anunciado por carta, para presentarse como Delegado, pero que se lo impedía una consulta médica, no de cosas graves, en Salamanca.  Yo lo dije que bien y  aquí estoy, hermanos, para obedecerle y ayudaros en lo que pueda.

       Como todos sabemos, Adviento es celebrar la venida del Hijo de Dios  en la carne, por la potencia del Espíritu Santo, en el seno de la Virgen María, «pues si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles…La gracia que Eva nos arrebató, nos ha sido devuelta en María» (Cf. Pref. IV de Adv.).

       También es celebrar la futura venida de Cristo, al final de los tiempos, para revelar la plenitud de su obra que fue realizada «al venir por primera vez en la humildad de nuestra carne» (Cf. Pref. I de Adv.).Y de esta venida nos hablaba el evangelio del primer domingo de Adviento.

       Entre ambas manifestaciones se sitúa la Iglesia, que celebra al Mesías prometido que vino, y espera al Señor que vendrá. El tiempo de Adviento, en su estructura y textos litúrgicos actuales, prepara para ambas manifestaciones.

       Y para esto necesitamos orar, retirarnos al desierto como, Juan, el precursor, y como María que conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón. Por eso, nos retiramos esta mañana para orar  « Y encontrarnos así, cuando llegue velando en la oración y cantando su alabanza», (Cf Pref. II de Adv.), para que «podamos recibir los bienes prometidos que ahora en vigilante espera confiamos alcanzar (Cf Pref. I de Adv.).

       Entre ambas manifestaciones estamos nosotros, que celebramos al Mesías prometido que vino, y esperamos al Señor que vendrá. El tiempo de Adviento, en su estructura y textos litúrgicos actuales, prepara para ambas manifestaciones. Y esto es lo que haremos ahora en este retiro de desierto oracional, rezando y cantando con gozo y alegría la hora intermedia.

HORA INTERMEDIA

Canto de entrada

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Vendrá el Señor con la aurora, Él brillará en la mañana, pregonará la verdad. Vendrá el Señor con su fuerza, Él romperá las cadenas, Él nos dará la libertad.

Él estará a nuestro lado, Él guiará nuestros pasos, Él nos dará la Salvación. Nos limpiará del pecado, ya no seremos esclavos, Él nos dará la libertad.

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Visitará nuestras casas, nos llenará de esperanza, Él nos dará la Salvación. Compartirá nuestros cantos, todos seremos hermanos, El nos dará la libertad.

Caminará con nosotros, nunca estaremos ya solos, Él nos dará la salvación. Él cumplirá la promesa, y llevará nuestras penas, Él nos dará la libertad.

 VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

“Mirad a vuestro Dios que viene en persona... El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará el páramo y la estepa...”(Is 35,1-2).

-- Dios mío, ven en mi auxilio,

-- Señor, date prisa en socorrerme.

-- Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,

-- Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

(EL ALMA SEDIENTA DE DIOS: Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas).

1.- Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

(Salmo 64, 2-12)

 Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,

mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario

viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre.

1.- Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

2.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres”.

Oh Dios, tú mereces un himno en Sión,

y a ti se te cumplen los votos,

porque tú escuchas las súplicas.

A ti acude todo mortal,

a causa de sus culpas;

nuestros delitos nos abruman,

pero tú los perdonas.

Con portentos de justicia nos respondes,

Dios, salvador nuestro;

tú, esperanza del confín de la tierra

y del océano remoto.

Tú, que afianzas los montes con tu fuerza,

ceñido de poder;

tú que reprimes el estruendo del mar,

el estruendo de las olas

y el tumulto de los pueblos.

Los habitantes del extremo del orbe

se sobrecogen ante tus signos,

y a las puertas de la aurora y del ocaso

las llenas de júbilo.

Tú cuidas de la tierra, la riegas

y la enriqueces sin medida;

la acequia del Señor va llena de agua,

coronas el año con tus bienes.

Gloria al Padre.

2.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres”.

3.- Antífona: “María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.

Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.

La piedra que desecharon los arquitectos

es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

 

Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.

Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.

Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia

Gloria al Padre.

3.- Antífona: “María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”

LECTURA BREVE (Is 45,8)

“Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia”.

RESPONSORIO BREVE

-- Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor,

--  Su gloria aparecerá sobre ti.

Oración :

Señor, Dios todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, que va a nacer, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta Él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su salvación. Por Jesucristo Nuestro Señor.

Amén.

Canto final

LA VIRGEN SUEÑA CAMINOS, está a la espera; la Virgen sabe que el Niño está muy cerca. De Nazaret a Belén hay una senda; por ella van lo que creen en las promesas.

Los que soñáis y esperáis la buena nueva, abrid las puertas al niño, que está muy cerca. El Señor cerca está, Él viene con la paz. El Señor cerca está, Él trae la verdad.

EN ESTOS DÍAS DEL AÑO, el pueblo espera, que venga pronto el Mesías a nuestra tierra. En la ciudad de Belén, llama a las puertas, pregunta en las posadas y no hay respuesta.

Los que soñáis y esperáis la buena nueva, abrid las puertas al niño, que está muy cerca. El Señor cerca está, Él viene con la paz. El Señor cerca está, Él trae la verdad.

 

PRIMERA MEDITACIÓN

       QUERIDOS HERMANOS:       Estamos comenzando este tiempo santo de Adviento. Todos los tiempos son santos, porque deben servirnos para santificarnos, para unirnos y amar más a Dios y a los hombres. Pero este lo es especialmente, porque el tema central del Adviento es la espera del Señor, considerada bajo diversos aspectos. En primer lugar, la espera del Antiguo Testamento, encaminada hacia la venida del Mesías prometido. De ella hablan las profecías que la liturgia presenta estos días a la consideración de los fieles para despertar en ellos aquel profundo deseo y anhelo de Dios que vivió todo el Antiguo Testamento, especialmente los profetas, que se encargaron de parte de Dios, de mantener esta esperanza en el pueblo fiel.

       Una vez que vino el Mesías prometido, Jesucristo, terminó el Antiguo y empieza el Nuevo Testamento, con la realización de las promesas; llegan los tiempos nuevos y se colman todas las esperanzas. Y ahora, en esta etapa nueva que vive la Iglesia, debemos vivir y actualizar en nuestro corazón y en nuestra vida cristiana esta venida, mientras la historia de la humanidad se dirige a la última venida del Señor, a la parusía, a la venida gloriosa de Cristo, al final de los tiempos.

       Por eso, el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» del Hijo de Dios; y por otra, mira y hace que nos preparemos para la segunda venida, al final de los tiempos; y para que ésta se pueda realizar, es necesario esperarlo y recibirlo ahora, en diversas formas en las que llega a nosotros por la vida, por los sacramentos y por la Palabra.

       Y como me toca a mí esta mañana dirigir la Palabra, quisiera empezar con una oración a la Santísima Trinidad de San Hilario, cuya fiesta celebraremos el 14 de enero, y que viene en la Liturgia de la Horas del día.

       Pero antes, y porque hemos hablado de la última venida, quiero dar gracias a Dios y he rezado y me he encomendado para este retiro a nuestros hermanos sacerdotes muerto últimamente, que han realizado ya esta encuentro del último día; qué testimonios más maravillosos de fe, de amor a Cristo y de esperanza en Dios Padre nos habéis dado. Qué aceptación de la muerte y certeza del encuentro con Cristo gloriosos, qué gozo y seguridad nos dais.

       Este mes de noviembre varias veces y expresamente los he recordado y rezado con sus nombres en la Eucaristía. Ya no celebraréis el Adviento y la Navidad con nosotros, porque vivís la presencia del Padre que nos soñó y nos creó para una eternidad de gozo con Él en su misma esencia y esplendores divinos, del Hijo que vino en nuestra búsqueda para salvarnos y abrirnos las puertas de la eternidad, y del Espíritu Santo, el Dios Amor que nos funde en el abrazo y beso eterno del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en éxtasis infinito y eterno de fuego y esplendores del volcán divino y trinitario de bellezas eternamente reveladas entre esplendores siempre nuevos y deslumbrantes. La muerte para nosotros no es caer en el vacío o en la nada,  sino en los brazos ya abiertos de Dios.

       Y Con este recuerdo emocionado y trinitario a nuestros hermanos sacerdotes difuntos, empiezo ahora mi meditación con la oración de san Hilario:

PADRE SANTO, TE SERVIRÉ PREDICÁNDOTE

 «Yo tengo plena conciencia de que es a ti, Dios Padre omnipotente, a quien debo ofrecer la obra principal de mi vida, de tal suerte que todas mis palabras y pensamientos hablen de ti.

Y el mayor premio que puede reportarme esta facultad de hablar, que tú me has concedido, es el de servirte prodigándote a ti y demostrando al mundo, que lo ignora, o a los herejes, que lo niegan, lo que tú eres en realidad: Padre; Padre, a saber, del Dios unigénito.

Y, aunque es ésta mi única intención, es necesario para ello invocar el auxilio de tu misericordia, para que hinches con el soplo de tu Espíritu las velas de nuestra fe y nuestra confesión, extendidas para ir hacia ti, y nos impulses así en el camino de la predicación que hemos emprendido. Porque merece toda confianza aquel que nos ha prometido: “Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá”.

Somos pobres y, por esto, pedimos que remedies nuestra indigencia; nosotros ponemos nuestro esfuerzo tenaz en penetrar las palabras de tus profetas y apóstoles y llamamos con insistencia para que se nos abran las puertas de la comprensión de tus misterios; pero el darnos lo que pedimos, el hacerte encontradizo cuando te buscamos y el abrir cuando llamamos, eso depende de ti.

Cuando se trata de comprender las cosas que se refieren a ti, nos vemos como frenados por la pereza y torpeza inherentes a nuestra naturaleza y nos sentimos limitados por nuestra inevitable ignorancia y debilidad; pero el estudio de tus enseñanzas nos dispone para captar el sentido de las cosas divinas, y la sumisión de nuestra fe nos hace superar nuestras culpas naturales.

Confiamos, pues, que tú harás progresar nuestro tímido esfuerzo inicial y que, a medida que vayamos progresando, lo afianzarás, y que nos llamarás a compartir el espíritu de los profetas y apóstoles; de este modo, entenderemos sus palabras en el mismo sentido en que ellos las pronunciaron y penetraremos en el verdadero significado de su mensaje.

Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz que no nos apartemos de la verdad de la fe; haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre, y al único Señor Jesucristo, y que argumentamos ahora contra los herejes que esto niegan, podamos también celebrarte a ti como Dios en el que no hay unicidad de persona y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti».

(Del tratado de san Hilario, obispo, sobre la Trinidad (Libro 1,37-38: PL 10,48-49. Liturgia de las Horas: 14 de enero)

       QUERIDOS HERMANOS: Cuatro son los temas de los que me hubiera gustado hablar con cierta amplitud en este retiro de Adviento: del Adviento, por ser el tiempo litúrgico fuerte en que vivimos; de María, porque ella fue la primera que vivió este tiempo del espera del Hijo, y porque estamos en la novena de la Inmaculada que tantas emociones y recuerdos agradecidos nos trae; de Juan el Bautista, porque cuando llega el otoño y las hojas se caen de los árboles viene puntual a esta cita con su voz fuerte y tonante, invitándonos a la conversión, como profeta verdadero a quien no se le traba la lengua, cuando tiene que decir verdades que nos cuestan y hablarnos de conversión y de preparar los caminos del Señor; y San Pablo, porque soy estamos en el año paulino y es modelo para todos nosotros, apóstoles de Cristo.

       Pero como no es posible hablar de todos con amplitud, los tres primeros temas los fundo en uno, del cual hablaré en esta primera meditación, cuyo título sería TRARAR DE VIVIR EL ADVIENTO CON MARÍA.  Por escrito, en la mesa, y por si alguno quiere llevárselos a casa o meditarlos aquí,  pondré para meditar sobre la Virgen ya que estamos en su novena de la Inmaculada, unos testos hermosos de los Santos Padres sobre la Virgen en los misterios del adviento y la navidad. Sin imponer nada, repito para los que quieran. Así como una meditación sobre la Encarnación. Y Después de un largo silencio de esta meditación que estoy dando, tendremos la segunda meditación.  

       Y ahora ya, iniciada esta primera meditación del Adviento, quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo a mis feligreses: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, no será Navidad en nosotros; el Adviento ha sido tiempo inútil, no aprovechado, no vivido, no ha existido en nosotros, no ha habido espera y deseo del Señor. Lógicamente, el Señor ya está en nosotros, en nuestras vidas, pero si no aumenta su presencia en esta Navidad, por un adviento vivido con deseos de mayor unión, de experiencia de amor, no habrá servido para nada este tiempo, no habremos vivido el adviento cristiano.

       Cristo viene todos los años, litúrgica y sacramentalmente, a nuestro encuentro en este tiempo de Adviento, porque El vino en nuestra búsqueda, el Dios infinito en busca de su criatura, porque nos ama y quiere llenarnos de su belleza, hermosura, de su ser y existir divino y trinitario, pero si no salimos a esperarle, no puede haber encuentro de gracia y salvación con Él. La Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana. Y así lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad».

       Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos. Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos, para iluminarnos del verdadero concepto de hombre, mujer, familia, matrimonio, sentido de vida humana. Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia y lo canta y reza por nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven que te esperamos, ven pronto y no tarde más».

       Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como dije antes, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo. Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por la televisión y los medios, debemos recogernos en silencio de ruidos mundanos ahora para meditar los textos sagrados. Para eso estamos reunidos aquí y no podemos dejar pasar esta oportunidad que el Señor nos ofrece.

       ¿Por dónde vendrá Cristo esta Navidad?  Si yo tengo que salir al encuentro de una persona, si yo quiero llegar a Madrid, tengo que ir por una carretera distinta que si voy a Salamanca. ¿Por qué caminos tengo que esperar a Cristo en este tiempo de Adviento, para que nazca en mi corazón y para que aumente su presencia de amor?

       En este tiempo de Adviento la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

1.- POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO MARÍA

       La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo. Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte, confirmándole que era verdad todo lo que decía, ya que no estaba bien que tan niño empezara haciendo milagros; así que una parte del Magnificat se la debemos a Él, de la misma forma que todo pan eucarístico, el cuerpo eucarístico de Cristo tiene perfume, olor y sabor maría, por ser carne que viene de María.

       Por otra parte,  no sería bueno para nosotros, que tenemos que recorrer a veces este camino, con frecuencia duro y seco aparentemente de fe, esperanza y amor,  sin ver ni sentir nada, que es la oración. María nos invita a entrar en clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano. Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren chapám y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica, carece de alma, de experiencia, de vida, auque sea ex opere operato. Es que todo depende de la fe y amor personal con que viva y experimente la acción litúrgica.

       La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en espíritu y verdad”.

       Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

       Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan. Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

       Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, este nuevo encuentro litúrgico con Cristo, que especialmente por la Eucaristía hace presente todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado voy a besar, tocar y  venerar en cada sagrario, en cada pesebre, en cada imagen de Niño.«Ven, Señor, y no tardes».

El sacerdote sembrador de eternidades....

       La oración personal es la que me sirve de canal para recibir las gracias y los frutos de la oración litúrgica y es el principal apostolado del sacerdote y del Obispo. El principal. No lo afirmo yo, pongo textos de personas más autorizadas:

Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte,  ha vuelto a repetir e insistir en la necesidad de la oración y de escuelas de formación en esta materia tanto en parroquias como centros de formación, como el seminario. Y la razón es evidente. Si yo como formador o como párroco, no recorro este camino de oración hasta las alturas de la contemplación y de la oración de unión y transformación que es donde se ya la experiencia del Dios vivo, difícilmente podré conducir a mis feligreses hasta el Tabor. Y esto existe, Dios existe vivo, comunicativo, pero hay que vaciarse de tanto yo que impide vivir en mí, estoy tan lleno que no cabe ni Dios.

Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, cuando invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de apostolado, de vida apostólica, pero no de métodos y organigramas, donde expresamente nos dice «no hay una fórmula mágica que nos salva», «el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo», sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a Él por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía. No todas las acciones son apostolado. Sin el Espíritu de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo.

Primacía de la gracia

 

38.- En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15,5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5,5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitidie al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración.”

 

CARTA DE MAYO ÚLTIMO DE LA S. CONGREGACIÓN DEL CLERO

Con ocasión de la tradicional Jornada de oración por la santificación de los sacerdotes, que se celebra en la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús, quiero recordar la prioridad de la oración con respecto a la acción, en cuanto que de ella depende la eficacia del obrar. De la relación personal de cada uno con el Señor Jesús depende en gran medida la misión de la Iglesia. Por tanto, la misión debe alimentarse con la oración: «Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo» (Benedicto XVI, Deus caritas est, 37).

La oración y los pobres: (En vez de estar parados orando, a trabajar, hacer apostolado) Madre Teresa de Calcuta: “He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán».

«La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí».

Consejos del Papa a nuevos obispos

Discurso del 22 de septiembre


CIUDAD DEL VATICANO, martes, 9 octubre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI el 22 de septiembre en la residencia pontificia de Castel Gandolfo a 107 obispos nombrados en los últimos doce meses.

       El día de la ordenación episcopal, antes de la imposición de las manos, la Iglesia pide al candidato que asuma algunos compromisos, entre los cuales, además del de anunciar con fidelidad el Evangelio y custodiar la fe, se encuentra el de "perseverar en la oración a Dios todopoderoso por el bien de su pueblo santo". Hoy quiero reflexionar con vosotros precisamente sobre el carácter apostólico y pastoral de la oración del obispo.  El evangelista san Lucas escribe que Jesucristo escogió a los doce Apóstoles después de pasar toda la noche orando en el monte (cf. Lc 6, 12); y el evangelista san Marcos precisa que los Doce fueron elegidos para que "estuvieran con él y para enviarlos" (Mc 3, 14).

Al igual que los Apóstoles, también nosotros, queridos hermanos en el episcopado, en cuanto sus sucesores, estamos llamados ante todo a estar con Cristo, para conocerlo más profundamente y participar de su misterio de amor y de su relación llena de confianza con el Padre. En la oración íntima y personal, el obispo, como todos los fieles y más que ellos, está llamado a crecer en el espíritu filial con respecto a Dios, aprendiendo de Jesús mismo la familiaridad, la confianza y la fidelidad, actitudes propias de él en su relación con el Padre. Y los Apóstoles comprendieron muy bien que la escucha en la oración y el anuncio de lo que habían escuchado debían tener el primado sobre las muchas cosas que es preciso hacer, porque decidieron: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra" (Hch 6, 4). Este programa apostólico es sumamente actual. Hoy, en el ministerio de un obispo, los aspectos organizativos son absorbentes; los compromisos, múltiples; las necesidades, numerosas; pero en la vida de un sucesor de los Apóstoles el primer lugar debe estar reservado para Dios. Especialmente de este modo ayudamos a nuestros fieles.

2.- POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

       “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

       Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de demostrarlas o comprobarlas con la razón; y porque nos fiamos más de nuestros propios criterios que de lo que nos dicta la fe, dudamos de lo que Dios nos dice por el Evangelio, porque supera toda comprensión humana. Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero casi grande en su interior, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo en otros asuntos y esperas, que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros.

       Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta del gobierno y de los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, Dios, Evangelio…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta todo, porque le falta Dios. Y estamos todos más tristes, más solos: los matrimonios, los padres, los hijos, los amigos… nos falta Dios; es necesario que Dios nazca en los hombres, viva en los matrimonios, sea invitado y comensal diario en nuestros  hogares.

Necesitamos fe personal : iglesias vacías, rol estruido..sacramentos civiles.. HAN DESAPARECIDO LAS APOYATURAS

       Por eso, lo primero de todo será la fe, fe en su Venida, en su Encarnación, en su nacimiento, en su presencia eucarística; si creo en Cristo, no puedo separar unas realidades de otras, tengo que creer en el Cristo completo.

       ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo sólo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como María, por una fe viva.

       Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. La Navidad fundamentalmente es creer que Dios ama al hombre, sigue amando al hombre, sigue amando y perdonando a este mundo.

       La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumple, todo tiene sentido, todo nos prepara para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotros. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Que merezcamos su alabanza por haber creído en su venida de amor a este mundo.

       Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella. ¡Madre, enséñanos a esperarlo y recibirlo así!

 

3.- POR EL CAMINO DEL AMOR AGRADECIDO, COMO MARÍA

       María expresó maravillosamente este sentimiento ante su prima Isabel con el canto del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1,46-47).

       Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto. Pero en estos días, como siempre, lo primero debe ser Dios. Y si alguien nos pregunta, tanto ahora en Navidad como en cualquier tiempo del año, ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios? Pues porque Él nos amó primero. Dios nos visita, se hace cercano, se hace hombre y viene a nosotros por amor y para que nos amemos y le amemos: “Porque Dios es Amor… En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó, y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,8.10). Qué claro lo vio Juan: Dios nos amó primero y, roto este amor por el pecado de Adán, Dios volvió a amar más intensamente al hombre, enviándonos a su propio Hijo para salvarnos.

       Santa Catalina de Sena nos describe así todo el amor de Dios en la creación del hombre y, sobre todo, una vez caído, en la recreación, por el amor del Hijo amado: «Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, Padre Dios, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto...      A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. El fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. Él lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?

       Nosotros somos tu imagen, y tú eres la nuestra, gracias a la unión que realizaste en el hombre, al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de la carne de Adán. Y esto, ¿por qué? No por otra causa que por tu inefable amor. Por este inmenso amor es por el que suplico humildemente a tu Majestad, con todas las fuerzas de mi alma, que te apiades con toda tu generosidad de tus miserables criaturas» (Santa Catalina de Siena, Diálogo, Cap. 4).

       Esta debe ser una actitud fuerte en estos días: amor agradecido al Señor, que nos quiere salvar, que viene a nosotros, que viene desde su Felicidad infinita a complicar su vida por nosotros. Procuremos retirarnos a la oración, revisar nuestro comportamientos para con Él, corrijamos, enderecemos los caminos, salgamos a su encuentro, mirando a los hermanos.

Más frecuencia y más fervor en todo: oración, misas, comuniones, obras de caridad con los hermanos,  control de la soberbia y orgullo, porque Cristo se hizo pequeño, visitemos a los necesitados como María a su prima santa Isabel.

4.- POR EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN, COMO MARÍA

       “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”. Así respondió María al ángel, a la maternidad que le anunciaban, porque sus pensamientos y su planes no eran esos. Pero se convirtió totalmente a la voluntad y a los deseos de Dios, como nosotros tenemos que hacer en nuestras vidas, cuando sus planes no coincidan con los nuestros. Hemos de responder como María: “Aquí está el esclavo del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

       A veces estamos tan llenos de nuestro yo, de nuestros criterios, de nuestros planes… que no caben los de Dios, porque son contrarios y opuestos. El hombre, desde que existe, por impulso natural, tiende a amarse a sí mismo más que a Dios. El mandamiento de “amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, el hombre, por el pecado original, lo convierte en me amaré a mí mismo con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi ser…  Y esto es idolatría. Pero que uno la ve mucho dentro de la misma Iglesia, en los de arriba, muy arriba y en los de abajo. Dios no es lo absoluto de nuestra vida. En el centro de nuestro corazón nos entronizamos a nosotros mismos y nos damos culto idolátrico, de la mañana a la noche.

       Por esta razón, si queremos que Cristo aumente su presencia en esta Navidad dentro de nosotros, en nuestro corazón, en nuestro ser y existir, tenemos que destronar este <yo> del centro de nuestro corazón y de nuestra vida. Porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni su Evangelio, ni sus criterios, ni sus mandatos, ni su vida, ni su amor, ni sus sentimientos, no cabe ni Dios porque nosotros nos hemos constituido en dioses de nuestra vida. Por tanto, si queremos que Cristo nazca dentro de nosotros,  en nuestro corazón, en nuestra vida, tenemos que vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros criterios,  y de esos amores egoístas y consumistas, que nos invaden totalmente y nos vacían de Dios que es el Todo. Y ese es el vacío que siente el mundo actual, muchos hombres y mujeres, las familias estamos, los matrimonios, más solos y tristes, porque nos falta Dios, nos falta el amor, que es Dios. . Necesitamos que Dios llene nuestra vida, nuestro corazón; necesitamos la Navidad; pero la Navidad cristiana, porque, aunque Cristo naciese mil veces, si no nace dentro de nosotros, en nuestro corazón, no habrá Navidad; no habrá encuentro con Dios; todo habrá sido inútil, aunque sobren champán y turrones, no podremos tener Navidad.

       Y para eso, repito, es necesaria la conversión, el vaciarnos de nosotros mismos y de tantas cosas que impiden el nacimiento de Dios en nosotros. Hay que perdonar a todos, no puede haber soberbia y rencor en nuestro corazón para que Cristo pueda nacer; hay que ser generosos en tiempo y amor con los necesitados de tiempo, amor, de cuerpo y alma, con nuestros feligreses, familiares, amigos; hay que convertirse de la crítica continua a los hermanos a la comprensión,  a la aceptación, jamás criticar, no podemos criticar si queremos tener el corazón dispuesto para que nazca Cristo; la soberbia, la murmuración y la falta de caridad con los hermanos impiden este nacimiento. Todo debe ser buscado, rezado y realizado conforme a la voluntad de Dios, mediante una conversión sincera.

       Por eso, repito, que, unido a la fe, va el amor, la oración, la conversión... Estos tres verbos ORAR-AMAR-CONVERTIRSE tienen para mí casi el mismo significado y se conjugan igual y el orden tampoco altera el producto, pero siempre en línea de experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, que vuelve por la Liturgia Eucarística a repetir su historia y su nacimiento para nosotros.

       Orar es querer convertirse a Dios en  todas las cosas. La conversión debe durar toda la vida, porque siempre tendemos a ponernos y colocar nuestra voluntad y deseos delante de los de Dios, a amarnos más que a Dios, que debe ser lo primero y absoluto. Por eso, la conversión debe ser permanente y exige oración permanente. Y la oración, si verdaderamente lo es, debe ser permanente y debe ser y llevarnos a la conversión permanente. Porque si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente. 

       Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas. Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.“Dios es amor”, dice S. Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando San Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Y ese amor se ha hecho carne, se ha hecho hombre, y ese amor de Dios al hombre se llama Jesucristo, y esto es la Navidad cristiana, el misterio del Amor de Dios Encarnado.

       Si es Navidad en este año, quiere decir que Dios sigue amando al Hombre; si Dios nace, quiere decir que Dios no se olvida del hombre; si  Dios nace, el mundo tiene salvación, no debemos desesperar; si Dios nace, todo hombre es mi hermano y el hombre vale mucho, vale infinito, vale una eternidad. Somos más que este espacio y este tiempo, para eso ha nacido Jesucristo. Si Cristo nace, sí hay Navidad, Dios me ama, Dios me ama, Dios me ama: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn  3,17).

SEGUNDA MEDITACIÓN

(Comenzamos cantando el Rorate, coeli desuper)

Cuando, en la festividad de San Pedro del año 2007, me enteré de que el Papa Benedicto XVI había tomado la iniciativa de declarar «Año Paulino» desde el 29 junio del 2008 hasta el mismo día de junio del 2009, me alegré mucho. Lo hizo con estas palabras: «...me alegra anunciar oficialmente que al apóstol San Pablo dedicaremos un Año jubilar especial, del 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009, con ocasión del bimilenario de su nacimiento, que los historiadores sitúan entre los años 7 y 10 d.C. Este «Año Paulino» podrá celebrarse de modo privilegiado en Roma, donde desde hace veinte siglos se conserva bajo el altar papal de esta basílica el sarcófago que, según el parecer concorde de los expertos y según una incontrovertible tradición, conserva los restos del apóstol san Pablo».

Y daba estos motivos: «Queridos hermanos y hermanas: como en los inicios, también hoy Cristo necesita apóstoles dispuestos a sacrificarse. Necesita testigos y mártires como san Pablo: un tiempo perseguidor violento de los cristianos, cuando en el camino de Damasco cayó en tierra, cegado por la luz divina, se pasó sin vacilaciones al Crucificado y lo siguió sin volverse atrás. Vivió y trabajó por Cristo: por él sufrió y murió. Qué actual es su ejemplo!»

Considero que es una noticia muy oportuna y gratificante para toda la Iglesia de Cristo, tan ardientemente amada,  predicada y extendida por San Pablo «el Apóstol de los gentiles». Porque San Pablo es el apóstol por antonomasia. Mucho tenemos que aprender de él.

En realidad, para nosotros, especialmente los sacerdotes, todos los años son «Paulinos», porque recurrimos todos los días a sus escritos, a su ejemplo, a su testimonio, al «evangelio según San Pablo», tanto en la liturgia como en la lectura privada, para meditarlo, vivirlo y predicarlo: “Imitatores mei estote sicut et ego Christi: sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo” (1Cor11, 1)

Pablo quedó atrapado por el amor de Cristo, desde el encuentro dialogal y oracional con  “elSeñor resucitado”, en el camino de Damasco. Fue una gracia contemplativa-iluminativa “en el Espíritu de Cristo”, en el Espíritu Santo.

Pablo se lo debe todo a esta experiencia mística y transformativa en Cristo Resucitado, muerto en la cruz, en obediencia total, adorando al Padre, hasta dar la vida por nosotros: “me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20).

Ha visto y sentido a Cristo, todo su amor, toda su vida, más que si le hubiera visto con sus propios ojos de carne, porque lo ha visto en su espíritu, en su alma, por la contemplación y experiencia del Dios vivo, más fuerte que todas las apariciones externas; de una forma más potente, porque ha sido por revelación de amor en el Espíritu Santo; San Juan de la Cruz diría que ha quedado cegado como quien mira el sol de frente.  

Por este motivo, San Pablo se consideró siempre, desde ese momento, Apóstol total de Cristo y no tenía por qué envidiar a los Apóstoles que convivieron con Él. De suyo, lo amó más que muchos de ellos. Es más, los Apóstoles, como luego diré ampliamente, a pesar de haber convivido con Cristo y haberle visto resucitado, no perdieron los miedos ni quitaron los cerrojos de las ventanas y de las puertas del Cenáculo, hasta que vino el Espíritu Santo en Pentecostés, esto es, el mismo Cristo hecho fuego de Amor, hecho Espíritu Santo, que les quemó el corazón, y ya no pudieron resistir y dominar esta llama de amor viva en su espíritu, hecho un mismo fuego de Espíritu Santo con Cristo; tenían su mismo Amor Personal.

Gratuitamente el Señor se mostró a Pablo en la cumbre de la experiencia espiritual, contemplativa y pentecostal, que no necesita los ojos de la carne para ver, porque es revelación interior del Espíritu de Dios al espíritu humano; pero tan profunda, tan en éxtasis o salida de sí mismo para sumergirse en Dios, que la persona queda privada del uso temporal de los sentidos externos.

Como los místicos, cuando reciben estas primeras comunicaciones de Dios, porque no están adecuados los sentidos internos y externos a estas revelaciones de Dios, como explica ampliamente San Juan de la Cruz; porque nos son ellos lo que ven, actúan o fabrican pensamientos y sentimientos, son «revelaciones», es decir, son meramente pasivos, receptores, patógenos, sufrientes de la Palabra que contemplan en fuego de Amor encendido e infinito del Padre al Hijo-hijos, y de los hijos en el  Hijo, que le hace Padre, porque acepta todo su ser, su amor, su vida. Es el éxtasis, salir de uno mismo para sumergirse por el Hijo resucitado en el océano puro y quieto de la infinita eternidad y esencia divina.

El modo, la forma, llamémoslas como queramos, pero fue experiencia “en el Espíritu de Cristo resucitado”, como la de los Apóstoles en Pentecostés, yque a la mayoría de los místicos les lleva tiempo y purificaciones de formas diversas, y siempre para lo mismo: Para la experiencia de Dios.

A Pablo le vinieron después muchas de estas pruebas, purificaciones, purgaciones, en su vida espiritual y apostólica, producidas por la misma luz del Espíritu de Cristo, del Amor de Cristo, que a la vez que limpia el madero de su impurezas y humedades, lo enciende primero, lo inflama luego y lo transforma finalmente en llama de amor viva, como dice San Juan de la Cruz, de las almas que llegan a esta unión total con Cristo. Como le ha de pasar a todo apóstol verdadero si toma el único camino del apostolado que es Cristo “camino, verdad y vida”.

Todos hemos sido llamados por Cristo, como Pablo, para ser apóstoles, sacerdotes o cristianos verdaderos, y para serlo, el único camino es la oración; una oración que ha de pasar de ser inicialmente discursiva-meditativa a ser luego, aceptando purificaciones y muerte del yo hasta en su raíces, contemplativa y transformativa, por las noches y purificaciones pasivas, porque es la misma luz de Dios quien las produce, precisamente porque quiere quemar en nosotros todo nuestro yo para convertirlo en Cristo.

Y por eso, «para llegar al todo, para ser Todo, no quieras ser nada,  poseer nada; para ver el Todo, no ver nada, gozar nada» de lo nuestro, de lo humano, para llenarnos sólo de Dios, lo cual cuesta y es muy doloroso, porque Dios, para llenarnos totalmente de Él, nos tiene que vaciar de nosotros mismos. Y nosotros, ni sabemos ni podemos; por eso hay que ser patógenos, sufrientes del amor de Dios hasta las raíces de nuestro yo.

Así son las iluminaciones y revelaciones de Dios, como él las llama, porque la de Damasco sólo fue la primera, el inicio de esta comunicación “en Espíritu”. Ya hablaremos más ampliamente de estas purificaciones, sufrimientos internos y externos: “Cuando estaba de camino, sucedió que, al acercarse a Damasco, se vio de repente rodeado de una luz del cielo; y al caer a tierra, oyó una voz que decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El contestó: ¿Quién eres, Señor? Y El: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer. Los hombres que le acompañabas quedaron atónitos oyendo la voz, pero sin ver a nadie. Saulo se levantó de tierra, y con los ojos abiertos, nada veía. Lleváronle de la mano y le introdujeron en Damasco,  donde estuvo tres días sin ver y sin comer ni beber.

…Y el Señor a él (Ananías): Levántate y vete a la calle llamada Recta y busca en casa de Judas a Saulo de Tarso, que está orando”.

Realmente Pablo no cesó ya de estar unido a Cristo por la experiencia espiritual; y eso es oración. Cristo inició el diálogo de amor que es toda oración, Pablo la continuó y Ananías le encontró orando, en contemplación que es una oración muy subida,  más pasiva que activa, más patógena que meditativa, plenamente contemplativa: Pablo no veía, le tuvieron que llevar, seguía inundado de la luz mística...todo esto se parece mucho a los éxtasis, en que uno sale de sí mismo, vive sumergido en una luz que le inunda y él no domina ni sabe fabricar esas luces, verdades o sentimientos, sino que se siente inundado y dominado por la luz, visión, fuego del Dios vivo, que como todo fuego de amor, a la vez que calienta, ilumina: es la experiencia del Dios vivo; es el conocimiento por amor.

Por eso, no tiene nada de particular que los acompañantes no vieran a Cristo, no vieron a nadie, sólo oyeron. No es que no hubiera algo externo, como en los momentos de encuentro fuerte y vivencial que llamamos éxtasis, pero lo esencial e importante es lo interno, la comunicación del Espíritu de Dios al espíritu humano que queda desbordado, transfigurado, transformado, hasta tal punto, que al comunicarlas a los demás, a nosotros nos parecen apariciones externas, pero son “revelación” de Cristo resucitado por su Espíritu, Espíritu Santo. A los Apóstoles les dio más amor y certeza Pentecostés que todas las apariciones y signos y palabras de Cristo resucitado.

Desde ese momento, Pablo fue místico y apóstol, mejor dicho, apóstol místico, de aquí le vinieron todos los conocimientos y todo el fuego de su apostolado: Cristo “llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”—; porque primero es encontrarse con Cristo y hablar con Él en “revelación del Espíritu”,  como Pablo, y luego salir a predicar y hablar de Él a las gentes; primero es contemplar a Cristo en el Espíritu Santo que es luz de revelación y a la vez Fuego de Amor Personal de Dios, y luego, desde esa experiencia de amor comunicada en mi espíritu, que supera todas las apariciones externas posibles, predicar y trabajar desde ese fuego divino participado para que otros le amen; el apostolado, la caridad apostólica, las acciones de Cristo no se pueden hacer sin el Espíritu de Cristo, sin el Amor Personal de Cristo, sin Espíritu Santo. Sería apostolado de Cristo, sin Cristo.

Pero Espíritu de Cristo resucitado, pentecostal. Y ese sólo lo comunica el Señor “a los Apóstoles, reunidos con María, en oración”. Y ahí se le acabaron a los apóstoles todos los miedos y abrieron todas las puertas y cerrojos y empezaron a predicar y se alegraron de sufrir por el Señor, cosa que no hicieron antes, aún habiéndole visto resucitado en las apariciones, porque siguieron con las puertas cerradas; hasta que vino Cristo, no en palabras y signos externos, sino hecho fuego de Espíritu Santo a su espíritu.

Esto sólo lo da la experiencia de Dios ayer, y hoy y siempre, como en todos los llegan a esta unión vivencial con Dios. Ellos la tuvieron, y nosotros tratamos de explicarlo con diversos nombres. Pero la realidad está ahí y sigue estando presente en la vida de la Iglesia de todos los tiempos.

Lógicamente en Damasco empezó este encuentro, este camino de amistad personal de experiencia de Cristo vivo y resucitado, que tuvo que recorrer personalmente Pablo durante toda su vida, como todo apóstol, por esta unión contemplativa y transformativa con que el Espíritu de Cristo resucitado le había sorprendido gratuitamente.

Pablo, --como todos los apóstoles que quieran serlo “en Espíritu y Verdad”, en el Espíritu y la Verdad de Cristo glorioso y resucitado, Palabra de Dios pronunciada llena de Amor de Espíritu Santo por el Padre para todos nosotros nos habla siempre de este encuentro como “revelación”: “Dios tuvo a bien revelar a su Hijo en mí”.

Esa experiencia, que a la vez que revela, transforma, como el fuego quema el madero y lo convierte en llama de amor viva, es la experiencia mística, es la contemplación pasiva de San Juan de la Cruz, que nos convierte en patógenos, sufrientes del fuego de Dios, que, a la vez que ilumina, nos quema y purifica todos nuestros defectos y limitaciones. Y en la cumbre de esta unión, el apóstol Pablo, como tantos y tantos apóstoles que ha existido y existirán, puede exclamar: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi…”.

Pablo, como todo orante verdadero, mantuvo y consumó toda su vida en Cristo vivo y resucitado, meditante la fe, la esperanza y caridad, virtudes sobrenaturales que, como dice San Juan de la Cruz, nos unen directamente con Dios y nos van transformando en Él, pasando por las noches y purificaciones pasivas del espíritu.

En esa oración contemplativa y unitiva, que es la etapa más elevada de la oración pasiva, Pablo fue comprendiendo la revelación primera, completada cada día por la vida oracional, eucarística y pastoral. Ahí comprendió la vocación a la amistad y al apostolado, descubriendo la unidad de Cristo con su Iglesia: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?  ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús, a quien tú persigues”(Hch 9,5). El encuentro, el diálogo –eso es la oración personal-le hizo apóstol de Cristo.

Cristo “amó  a la Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5,25). Cristo que “se ha entregado a la muerte” y ha conquistado a su Iglesia por amor, nos ha conquistado a cada uno de nosotros, que formamos la Iglesia, a precio de su sangre (Hch 20,28). Y desde que “me amó y se entregó por mí”, cada uno se hace responsable de comunicar a otros esta misma declaración de amor y responder al amor de Cristo con la propia entrega.

Pablo es un enamorado de Cristo y, por tanto, de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia. En este misterio de Cristo, prolongado en el hermano a través del espacio y del tiempo, Pablo encontró su razón de ser como apóstol. Es verdad que tuvo que sufrir de la misma Iglesia y no sólo por ella; pero en ese sufrimiento, transformado en amor, encontró la fecundidad apostólica (Cfr. Gál 4,19).

Pablo sigue siendo hoy una realidad posible en los innumerables apóstoles y misioneros, casi siempre anónimos, que gastan su vida para extender el Reino de Dios. Pocas veces aparecen en la publicidad. Muchas veces viven junto a nosotros o nos cruzamos en nuestro caminar, sin que nos demos cuenta. Siempre trabajan enamorados de Cristo y de su Iglesia, que debe ser una realidad visible en cada comunidad humana. Saben desaparecer para que aparezca el Señor. Él es su único tesoro: “Para mí la vida es Cristo”.

En la carta apostólica Novo millennio ineunte, Juan Pablo II quiso señalar «como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales» (n. 29) para el Tercer Milenio. Entre ellas destacaba la primacía de la pastoral de la santidad (n. 30) y de la oración (n. 32), lo cual «sólo se puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios» (n. 39). Juan Pablo II añadía: «Hace falta —añadía—, consolidar y profundizar esta orientación (...), que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia» (ib).

Para responder a esta indicación, de urgente actualidad, sabiendo que es mucho lo que se publica sobre los aspectos bíblicos, teológicos y morales de San Pablo, me ha parecido oportuno escribir este libro, que quiere ser una ayuda para la lectio, meditatio, oratio et contemplatio desde las cartas de San Pablo, es decir, meditar sobre la espiritualidad de San Pablo, sobre su unión y experiencia mística de Dios en Cristo, que tanto inspiró y ayudó a muchos de nuestros santos y místicos, sin olvidar los otros aspectos. Puede ser así también una forma de alimento y ayuda para nuestro espíritu, para nuestra oración y meditación, para “vivir en Cristo”. «Se trata de las palabras mismas del Señor; “Buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá” (Mt 7,7).Buscad leyendo, encontraréis meditando; llamad orando, entraréis contemplando. La lectura lleva el alimento a la boca, la meditación lo mastica y lo tritura. La oración lo saboreas y la contemplación es ese sabor mismo que llena de gozo y sacia al alma”(Guigo II el cartujano)

A San Pablo se le considera demasiadas veces sólo bajo el aspecto de teólogo profundo, cuyos textos no dejan nunca de suscitar investigaciones, discusiones y controversias. Sin embargo, San Pablo es ante todo un hombre vivo, ardiente, espiritual, místico, transformado por el amor de Cristo; hombre de mucho carácter, como Pedro, a pesar de que la gracia divina y el “tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil 2, 5) le ha convertido e impuesto sus exigencias de amor, con el fin de obtener de él una extraordinaria fecundidad espiritual y apostólica, identificada en todo con Cristo.

Es precisamente su vocación y conversión lo que le convierten para todos nosotros en un ejemplo a seguir para imitar a Cristo, único modelo del creyente cristiano. Éste es el sentido que San Pablo da a sus palabras: “Imitatores mei estote…” (1 Cor 11, 1).

Y es que Pablo, como todo verdadero apóstol, se ha identificado y transparenta al Buen Pastor. No conoce ni quiere conocer nada más que a Jesucristo. Desde un encuentro inicial con Él se embarcó para toda la vida en una aventura hacia el infinito, aunque siempre sintió la debilidad del barro quebradizo: “Yo soy carnal, vendido al pecado... Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago... Veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom 7, 14-24), pero no cejó en su decisión de entrega, que tiende a ser total como todo verdadero amor: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.

Por eso precisamente se convierte en un modelo posible y alcanzable, a pesar de la altura y sublimidad de su vida y santidad, de su unión con Cristo, para todos los apóstoles de todos los tiempos.

El enamoramiento es así cuando es verdadero. La experiencia de encuentro con Cristo es irrepetible, es verdad; pero se convierte en mordiente para que otros realicen su propia experiencia de fe, esperanza y caridad, como proceso de una relación amorosa con Cristo, que siempre será personal, renovada todos los días, por la oración personal y la Eucaristía, que tiende a pensar, sentir y amar como Cristo: “Para mí la vida es Cristo”. ¡Quién pudiera decirlo como Pablo!

Sólo Jesucristo vivo y resucitado es  el modelo perfecto y la Palabra de salvación dada por el Padre a todos los hombres. Aquí es donde Pablo se convierte en una ayuda y guía privilegiado para todos los cristianos, no sólo para los de sus comunidades, que quieran llegar a estas cumbres de transformación en Cristo por la oración y la caridad apostólica, emanada y alimentada siempre por esta oración unitiva y contemplativa.

Esta vida, tanto contemplativa como apostólica, es don de Dios, que el Señor da a todo apóstol y que reclama nuestra colaboración. A todos nos ama así el Señor, y de la misma forma y para los mismos fines.  Por esto es un milagro posible, a pesar de nuestro barro, que ya ha sido realidad de amistad y apostolado en Pablo y lo sigue siendo en innumerables apóstoles más débiles que nosotros y que la lectura de este libro pretende y pide al Señor de corazón para todos sus lectores.

El punto de apoyo y de partida sigue siendo el mismo, y el mismo Cristo: “Me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20). Esto es lo que quiero dejar bien claro desde el comienzo de este libro. Pablo, desde el momento en que toma conciencia de que “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” se interpela y se pregunta: ¿para qué empeñarse en vivir solo, con mis propios proyectos y criterios, si es Cristo quien quiere vivir por amor su misma vida en mí y desgastarse por la salvación de todos los hombres? Prestémosle nuestra humanidad, hagámosle presente, seamos sacramento de su presencia, mediante la recepción del bautismo y del orden sacerdotal, para que Cristo Resucitado, en nuestra humanidad prestada, pueda seguir amando, predicando, salvando. Nuestro compromiso de amor a los hermanos le pertenece a Cristo, que es el único salvador, enviado por el Padre, para hacernos a todos hijos en el Hijo. Cristo me ha llamado para vivir todo esto, toda mi vida, desde la mañana a la noche, en unión de amistad y actividad con Él.

Por eso, este pobre cura, con el tiempo, cambió la primera palabra o saludo que le dirigía al Señor cuando sonaba por las mañanas el despertador; como te habían inculcado tanto el “gastarse y desgastarse por Cristo”, que algunos habían puesto como lema en la estampa de su primera misa, durante años, digo, en la juventud del sacerdocio recién estrenado, le saludaba así al Señor: ¿Qué puedo hacer por ti hoy, Señor?

Luego descubrió por la vida y sobre todo por la oración, en la meditación de sus fracasos y de trabajar en pobreza y soledad en el apostolado, por no haber comprendido la caridad pastoral, y que el sacerdote, por el sacramento del Orden, se convierte en Presencia Sacramental de Cristo, al modo eucarístico, luego comprendió lo de Pablo: “No soy yo, es Cristo quien vive en mí”; por eso ahora todas las mañanas le saludo: ¿Señor, qué podemos hacer juntos, sufrir juntos, amar juntos esta jornada?

Considero y llamo con frecuencia a las cartas de San Pablo «evangelio según San Pablo» porque son para la Iglesia «buena noticia»; la mejor buena noticia sobre Cristo, el Señor. Es lo que más admiro de Pablo y uno de los motivos, si no el principal, por el que me animé a escribir algo sobre el Apóstol.

He de confesar mi admiración y amistad con los Apóstoles Juan y Pablo por sus vidas y sus escritos. Tienen experiencia de Dios en Cristo por el Espíritu y expresan en sus escritos lo que viven en el “Espíritu”. Son contemplativos.

Todos los autores están de acuerdo de que en el NT las alusiones más explícitas a una actividad contemplativa se encuentran en las cartas de San Pablo. La palabra misma de contemplación no aparece en sus escritos, pero encontramos su noción y notas constitutivas en  los términos de “conocimiento espiritual”, “vida en el Espíritu”, “vivir en el Espíritu”, “dejarse guiar por el Espíritu”,  “en el Espíritu de Cristo”.

Tengo que decir que mi relación con Pablo viene ya de una larga amistad que nació de la lectura de sus cartas y textos tan hermosos, comentados en mis tiempos de juventud por autores muy profundos de la Gregoriana, S. Lyonnet, I. de la Poterie, Albert Vanhoye, Jean Galot… entre otros que asímismo leí y escuché, como a nuestro D. Eutimio en sus fervorosas pláticas y meditaciones; también algunos superiores que venían entonces de Salamanca, donde había un fuerte movimiento paulino promovido por algunos profesores, especialmente un profesor de Historia de la Iglesia. 

En mi biblioteca hay libros sobre San Pablo de hace más de cincuenta años y subrayados; quiere decir que ya los leía en el Seminario. Como leí también a  San Juan, a algunos Padres de la Iglesia, sobre todo Orientales sobre el Espíritu Santo, como San Juan de la Cruz, santa Teresa, Sor Isabel de la Trinidad, Santa Teresita...el misionero jesuita de ALASKA P. Llorente, con su revista misional, San Bernardo en su comentario al Cantar de los Cantares, Garrigou-Lagrange y algunos otros autores que fueron muy leídos por mí y compañeros en aquellos tiempos juveniles e indudablemente creo que influyeron en mi formación.

En los seminarios había clima de estudio y santidad: que si los grupos misionales, de oración, liturgia, que si San Francisco de Asís y los pobres y hacer penitencias y pasar frío y hambre, que si ir a misiones… qué cantidad de valores que espero que sigan. Todo era entusiasmarse con Cristo y seguir sus huellas, especialmente por el camino de San Pablo y otros seguidores entusiastas.

¡Cuánto y qué singularmente amó Pablo a Cristo! ¡Con qué hambre de Él caminaba por la vida, qué nostalgia de su Cristo resucitado! ¡Qué deseos de comulgar con sus mismos sentimientos, vivir su misma vida, su mismo amor!  ¡Cuánta pasión de amor contagia por Jesucristo su Señor y qué fascinación por su misterio de Salvación: su pasión y muerte: “Para mí la vida es Cristo”, “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”, “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”, “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del hijo de Dios que me amó y se entregó por mi…”

El Apóstol se hace complemento de Cristo, su “olor’’ o su signo personal, “porque (Cristo) vive en mí” y le presta a Cristo su humanidad para que siga actuando, predicando, salvando (2 Cor 2, 15). Así puede completar lo que falta a los sufrimientos de Cristo (Col 1, 24). La respuesta de amor, por parte del apóstol, ya no puede ser otra que la de amar a Cristo haciéndole amar y llenando todo el cosmos de evangelio.

Es una vida sostenida y urgida constantemente por el amor: “Cáritas enim Christi urget nos: nos apremia el amor de Cristo” (2 Cor 5, 14). Este enamoramiento es siempre posible gracias al mismo Cristo, que se hace encontradizo y que deja oír su voz: “Estoy contigo” (Hch 18,10).

El apóstol se descubre a sí mismo, profundizando en su identidad, cuando se siente cada vez más salvado y redimido (1 Tim 1, 15). Esta toma de conciencia es la rampa de lanzamiento para la misión de ser asociado a la obra redentora de Cristo, que debe llegar a todas las gentes (Ef 3, 8 ss).

Leer a San Pablo es hacerse contemporáneo suyo, es estar sentado en torno a una mesa con otros hermanos, viéndole y escuchándole, como si le estuviéramos tocando, sintiéndole hablar, gesticular,  alegrándonos con su voz de hombre pequeño de estatura pero vibrante, encendida, tonante, fuerte y sin morderse la lengua; es descubrir lo que hizo, lo que ha hecho estos últimos años, los movimientos que ha inspirado, las vidas que ha iluminado y sostenido,  porque sus escritos son su vida, lo que amaba, lo que hacía, su carácter, su intimidad, su palabra viva.

Es sumergirse unas veces en el Dios Trinitario para contemplar todo su misterio de salvación y predilección sobre cada uno de nosotros: “Bendito sea Dios, padre de nuestro Señor Jesucristo y Dios de todo consuelo, Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo,  para que fuéramos santos e irreprochables por el amor... Él nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos… para alabanza de su gloria…”; otras veces es darse totalmente por Cristo y con Cristo a los hermanos: “ Me debo a todos, tanto a los griegos como a los bárbaros, tanto a los sabios como a los ignorantes” (Rom 1, 14); “mi preocupación de cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2Cor 11,28) “¡Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Gál 4,19). Otras veces es discutir por el bien de la Iglesia con los mismos Apóstoles: Jerusalén, Antioquía, o también sentirse humillado y perseguido por los de su misma razón y religión y en ocasiones por los mismos cristianos que le despreciaban porque ellos se sentían de Cefas, de Apolo…

El celo del Buen Pastor, vivido como Pablo, será siempre una pauta posible y actual, especialmente en una época, como la nuestra, llena de paganismo y desconocimiento de Cristo y de su mensaje; un mundo laico y ateo, en el que, para hablar, se nos pide como a Pablo nuestras credenciales, que digamos cuál es nuestra experiencia de Cristo vivo, nuestro encuentro con el Cristo resucitado que predicamos; y nosotros debemos responder con Pablo: “Así llevados de nuestro amor por vosotros, queremos no sólo daros el evangelio de Dios, sino aún nuestras propias vidas; tan amados vinisteis a sernos” (1 Tes 2,8).

 La mayoría de los apóstoles o de los «pablos» de hoy seguirán en el anonimato.La figura del apóstol o del misionero es de barro. Pero siempre es un hombre que vive de la fe, esperanza y caridad, apoyado ciertamente en Quien no le olvida y  que le sigue trazando un programa de vida: “Llamó a los que quiso”, “Venid”..., “Id”..., “Estaré con vosotros”. Y este apóstol de todos los tiempos hace presente nuevamente la entrega de Pablo y su primer “si” del encuentro con Cristo, repitiendo entusiasmado con el Apóstol: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4,13).

Por esto, en su trabajo de sol a sol y sin «fines de semana», sin aplausos y reconocimientos públicos por parte incluso de aquellos por los cuales “esta desgastando su vida”, no siente complejo de inferioridad o fracaso frente a superiores o compañeros que consiguieron puestos y honores, porque su vida “está escondida por Cristo en Dios” “y queremos daros no sólo el evangelio de Dios, sino aún nuestras propias vidas” (1Tes 2, 8).

El apóstol, al estilo de Pablo, hoy como siempre, se sentirá enamorado de Cristo, por una oración intensa y una Eucaristía vivida en entrega y oblación total por Cristo al Padre y a los hermanos, y seguirá trabajando con amor extremo, hasta dar la vida con Cristo,  con el mismo amor del Pastor Supremo de almas, eternidades que Dios le ha confiado, porque “no busco vuestros bienes, sino a vosotros… Yo de muy buena gana me gastaré y me desgastaré por vuestras almas, aunque, amándoos con mayor amor, sea menos amado de vosotros” (2Cor 12, 14-14), “quiero entregaros no solo el evangelio sino hasta mi propia vida”.

Los apóstoles de todos los tiempos sienten una afinidad especial con la vida y doctrina de Pablo. En realidad no es principalmente Pablo quien les atrae, sino Cristo predicado y vivido por él. Uno de estos apóstoles decía: «Sermón en que no se predique a Pablo o a Cristo crucificado, no me gusta» (San Juan de Ávila).

Ese Pablo de hoy, que trabaja escondido en los signos pobres de Iglesia, al servicio de los hermanos más pobres y olvidados, atendiendo a muchas iglesias y comunidades de pueblos pequeños de mi Extremadura, necesita, como Saulo de Tarso, el sostén de una oración eclesial comprometida y el afecto manifiesto de los suyos, especialmente del Obispo y de sus compañeros de camino y de trabajo (Ef 6,19-20; 2 Tes 3,1).

Pablo es hoy el apóstol que sigue evangelizando sin rebajas en la entrega y sin fronteras en la misión, con el convencimiento de que su vida es fecunda y portadora de Cristo resucitado. De este Pablo de hoy y de todos los tiempos, decía el Pablo de ayer: “Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el bien” (Rom 10,15; Is 52,7). En esta acción evangelizadora, Pablo desaparece, para dejar paso a Cristo.

Es hermoso haber vivido para dejar una sola huella imborrable de evangelio, y haber colaborado, de este modo, a hacer un mundo más humano, restaurado en Cristo. Vale la pena haber gastado la existencia, día a día, momento a momento, para dar a conocer a todas las gentes, sin fronteras, el misterio de Cristo, es decir, los planes salvíficos de Dios Amor sobre el hombre redimido por Cristo.

El apóstol sabe muy bien que el amor de Cristo le exige también vivir en este «gozo pascual» de muerte y resurrección, de caídas y levantarse todos los días, a pesar de todas las deficiencias. En nuestra vida, que sigue siendo aparentemente anodina, Jesús pone su propia existencia y la convierte en fecundidad. Nuestras manos callosas y aparentemente vacías, las toma Jesús en las suyas y las convierte en manos de sembrador. Sólo nos exige que confiemos y que continuemos la labor de seguir echando las redes y sembrando la paz, mirando “al más allá” de la “restauración de todas las cosas en Cristo” (Ef 1,10).

Para ellos y para mí mismo, como ayuda y alimento espiritual para el camino, me he atrevido a escribir estas reflexiones que abarcan las diversas facetas del apóstol de Cristo.

No puedo negar mi prisma pastoral y sacerdotal, que invade toda mi vida, como la de Pablo y otros muchos  hermanos sacerdotes, porque el buen “olor” de Pablo invade gran parte de la Iglesia de Cristo, que ha sido “llamada y elegida” a predicar a Cristo, ya desde el bautismo, sobre todo por el sacramento del Orden sacerdotal, que nos hace y nos convierte a todos los bautizados y Ordenados en misioneros y apóstoles para el anuncio del evangelio y el ministerio de los hermanos.

Los textos de San Pablo hablan por sí mismos. En realidad, es el mismo Cristo quien habla por ellos, como habla a través de cualquier texto inspirado de la Sagrada Escritura. Pero en los textos paulinos es como si Jesús, que vive en el corazón de cada apóstol, suscitara unas resonancias indecibles, que las capta principalmente quien sintió la llamada apostólica como declaración de amor.

Y entonces el corazón de todo apóstol revive, reestrena su «sí», profundiza en su experiencia existencial del amor de Cristo. La vida del apóstol tiene sentido porque se orienta solamente a amar a Cristo y hacerle amar. En su donación a los hermanos deja transparentar que “Jesús vive” (Hch 25,19). Esa transparencia es posible cuando intenta seriamente hacer realidad todos los días el lema paulino: “Mi vida es Cristo” (Flp 1,21).

En otras ocasiones invierte los términos y escribe que “Cristo está en nosotros”; “vosotros” (Rom 8, 10; 2 Cor 13, 5) o “en mí” (Gal 2, 20). Esta compenetración mutua entre Cristo y el cristiano, característica de la enseñanza de Pablo, completa su reflexión sobre la fe. La fe, de hecho, si bien nos une íntimamente a Cristo, subraya la distinción entre nosotros y Él.

Pero, según Pablo, la vida del cristiano tiene también un elemento que podríamos llamar «místico», pues comporta morir y vivir en Cristo y Cristo en nosotros. En este sentido, el apóstol llega a calificar nuestros sufrimientos como los “sufrimientos de Cristo en nosotros” (2 Cor 1, 5), de manera que “llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Cor 4, 10).

Todo esto tenemos que aplicarlo a nuestra vida cotidiana siguiendo el ejemplo de Pablo que vivió siempre con este gran horizonte espiritual. De hecho, lo que somos como cristianos sólo se lo debemos a Él y a su gracia. Dado que nada ni nadie puede tomar su lugar, es necesario por tanto que a nada ni a nadie rindamos el homenaje que le rendimos a Él. Ningún ídolo ni becerro de oro tiene que contaminar nuestro universo espiritual, de lo contrario en vez de gozar de la libertad alcanzada volveremos a caer en una forma de esclavitud humillante.

Por otra parte, nuestra radical pertenencia a Cristo y el hecho de que “estamos en El” tiene que infundirnos una actitud de total confianza y de inmensa alegría.

En definitiva, tenemos que exclamar con San Pablo: “Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?” (Rom 8, 31), y la respuesta es que nada ni nadie “podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom 8, 39). Nuestra vida cristiana, por tanto, se basa en la roca más estable y segura que puede imaginarse. De ella sacamos toda nuestra energía, como escribe precisamente el Apóstol: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4,13).

Afrontemos por tanto nuestra existencia, con sus alegrías y dolores, apoyados por estos grandes sentimientos que Pablo nos ofrece. Haciendo esta experiencia, podemos comprender que es verdad lo que el mismo apóstol escribe: “yo sé bien en quien tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día”, es decir, hasta el día definitivo (2 Tim 1. 12) de nuestro encuentro con Cristo.

San Pablo, en su vida y en sus escritos, me atrae y me lleva directamente a Cristo, porque vivía lo que decía y hacía: “no quiero saber más que mi Cristo, y éste crucificado”; no era un teólogo teórico o apóstol profesional, sin experiencia de lo que predicaba o hacía, era un testigo que hablaba y hacía lo que vivía y sufría. ¡Qué necesidad tiene siempre la Iglesia de la vivencia de Dios, de no quedarnos en zonas intermedias de vivencias y apostolado, porque no nunca llegamos a la meta: amistad vivencial con Cristo, experiencia del Dios vivo. Y no llegamos, porque ni los mismos apostolados tienen este objetivo.

San Pablo, de la mañana a la noche, en cualquier oración o actividad de su vida, en el horizonte y como dando luz y vida a todo, siempre tenía al Señor Jesucristo. Y esto le salía del alma, porque lo vivía, lo experimentaba en su corazón, en su espíritu las palabras de Cristo: “Yo soy la vid, vosotros, los sarmientos; como el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid, así también vosotros…”, “sin mi no podéis hacer nada…“Llamó a los que quiso para que estuvieran con él y enviarlos a predicar”: el estar con Él, hablar, sentirlo, es condición indispensable para ser apóstol de Cristo, para que el apostolado no se haga sin Cristo; todos decimos:«nadie da lo que no tiene»; San Pablo lo dijo claramente: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.

Precisamente para mí, en San Pablo, como en todos los apóstoles que han existido y existirán, todo arranca de la experiencia de Cristo por el Espíritu Santo, de la experiencia y vivencia pentecostal, que los apóstoles la tuvieron en el Cenáculo reunidos con María, la madre de Jesús;

Pablo la tuvo por la revelación de Cristo en su caída del caballo, que no fue una revelación o experiencia puramente exterior, sino interior, fundamentalmente espiritual, en el Espíritu de Cristo,  que luego cultivó toda su vida mediante una oración transformativa, unitiva, mística, permanente, primero en Arabia durante dos años  y luego en Tarso, donde le buscó Bernabé.

¡Santo apóstol de Cristo, que ahora vives en el cielo con tu Cristo y nuestro Cristo, porque “he completado mi carrera”, reza y pide por nosotros, apóstoles del mismo Señor Jesucristo, para que amándole totalmente como tú, pisemos tus mismas huellas de entrega y amor total a Dios y a los hermanos! ¡Qué necesidad tiene la Iglesia de todos los tiempos, pero sobre todo, en los actuales, de santos apóstoles,  sacerdotes y  seglares, como tú!

       Me alegra terminar la presentación de mi libro con estas hermosas palabras de San Agustín: «Avanza conmigo si tienes las mismas certezas. Indaga conmigo si tienes las mismas dudas. Donde reconozcas tu error, vente conmigo. Donde reconozcas el mío, llévame contigo. Marchemos con paso igual por la senda de la caridad buscando juntos a Aquel de quien está escrito: “Buscad siempre su rostro” (Tratado sobre la Trinidad 1,3, 5).

TERCERA MEDITACIÓN

(La puse escrita sobre una mesa para los que quisieran leerla)

IMPLICACIONES ESPIRITUALES DE LA ENCARNACIÓN

       QUERIDOS HERMANOS: La Navidad nos enseña muchas cosas a todos los que hemos tenido la predilección y el gozo de creer y encontrarnos con Jesucristo. Tiene para nosotros ricas y variadas implicaciones. Nos exige también algunos comportamientos a los que hemos sido enriquecidos con su luz y su misterio.

1.-  NECESIDAD DE ORAR PARA COMPRENDER LA NAVIDAD.

       ¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre -- ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?—has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

       Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. Y el creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más, porque esto es una enfermedad de amores y ansias infinitas, imposibles de contener y controlar; el creyente,  llagado de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, razones, motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor.

       ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad! Tú nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Mirad la Navidad. Es Dios que ama apasionadamente a los hombres. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

       Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

       La Encarnación, la Navidad es Cristo hecho hombre; la Eucaristía es Cristo hecho un poco de pan por el mismo amor de la Navidad; el mismo Cristo, la misma carne, el mismo amor que le llevó a encarnarse y dar su vida por mí. Yo sé, Señor, que eso no se comprende, no se puede comprender, si no se vive. Por eso te pido amor. Solo amor. El amor conoce los objetos por contacto, por hacerse llama con la persona amada, por unión y “noticia amorosa,” “contemplación de amor”. Por eso necesito oración para pedirte amor, hablarte de amor y comprenderte “en llama de amor viva, que hiere de mi alma, en el más profundo centro”.

       La oración es la experiencia de la fe. Sin oración, sin ratos de silencio, contemplando a Dios, hecho hombre por amor extremo, no se puede comprender nada o muy poco de la Navidad. Para comprender estas cosas del amor infinito de mi Dios Trino y Uno: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito,” necesito entrar dentro de la intimidad de mi Dios Tri-Unidad, que es Amor, y sorprenderlos en Consejo trinitario, cuando decidieron amarme de estar manera, amar a los hombres por el Hijo hasta el extremo de hacerse uno totalmente igual a los que amaba y buscaba. Necesito ver el rostro del Padre entristecido por el pecado de Adán y por la amistad perdida con el hombre, con el que quería pasear en el paraíso todas las tardes de la vida y que ya no podría entrar dentro de sí mismo, en su misma felicidad esencial y trinitaria, para la que fue creado, por el pecado de Adán, que nos llevó fuera del paraíso de su amor y compañía. Aquella vez no fuimos dignos y fuimos echados del paraíso de su amistad.

       Sin amor, sin noticia amorosa de Dios, sin oración, al menos afectiva, mejor, oración contemplativa o contemplación infusa sanjuanista, no se puede comprender el misterio, los misterios que estamos celebrando estos días. En ratos de soledad y oración y contemplación ante el Sagrario quiero alabar, bendecir y glorificar al Hijo de Dios por haberme amado hasta este extremo y por haber aceptado todas las consecuencias de su Encarnación. Quiero corresponderle con mi amor, quiero amarle tanto que no se arrepienta de lo que hizo; quiero agradecerle a mi Dios este modo de existir con presencia de Amigo entre los hombres en la humanidad de Jesús de Nazaret. Quiero proclamar con memoria agradecida algo que excede toda consideración racional: que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es Dios de una manera humana y, al mismo tiempo, es hombre de una manera divina.

       2.-  La Encarnación es: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Dios asume lo humano y, al asumirlo, lo santifica y lo dignifica tanto que nos hace hijos en el Hijo. Si Dios ha asumido lo humano, yo no debo rechazarlo, debo confiar en el hombre y trabajar para redimirlo y santificarlo, como lo hizo Jesús de Nazaret.  Me debo alegrar de existir como hombre, de haber sido elegido hombre, y no planta, animal o cosa,  para ser eterno con Él en su felicidad eterna. Si existo, es que Dios me ama. Ha pensado en mí y con un beso de su amor me ha dado la existencia humana, como paso, para la participación divina. Ya no dejaré de existir. Si existo es que Dios me ha preferido a millones y millones de seres. Si existo es que yo valgo mucho para mi Dios, porque ha enviado a su Hijo para decírmelo y comunicármelo con su misma presencia humana de Dios amigo del hombre. Si existo y creo,  es que Dios tiene un proyecto de eternidad sobre mí que ya no acabará nunca. Tengo que creer en la Palabra de Dios. Sí, creo en la Encarnación, en la Navidad. Qué tesoro, qué riqueza es la fe; vaya suerte, la mejor lotería de mi vida. Primero, existir es una predilección de Dios. Segundo, creer, poder conocerle y amarle, haberme encontrado con este Dios tan bueno, que es Amor, todo amor, y me tiene que amar, aunque yo no le ame, porque si deja de amarme, de amar, se muere, porque su esencia es amar siempre, y si deja de amar, deja de existir. Por eso vino en mi busca y se hizo pequeño, para que yo no me asuste, para que pueda cogerle en mis brazos y besarle. No me gustan mucho los niños, quizás por la falta de costumbre,  pero ese Niño Dios me recrea y enamora, me lo como de besos y de abrazos.

       Por tanto, debo y quiero asumir como Él lo humano, al hombre, amar a todos los hombres; debo aceptarlos con sus deficiencias y limitaciones, debo amar mi cuerpo, mi alma, mis sentidos, mi forma humana concreta de ser, porque Dios mismo la ha asumido; tengo que hacer las paces con mi espíritu y mi cuerpo y cuidarlos, como instrumentos de la salvación de Dios. Tengo que amarme más, amar mis ojos, mis manos, mis pies… Dios asumió todo lo humano en Jesús, desde su mismo nacimiento, infancia, juventud, muerte...

       3.- La Encarnación es: “Dios, tanto amó al mundo que entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna” Si Dios se encarna, el hombre vale mucho para Dios, vale infinito, vale toda la vida y la sangre de su Hijo, a quien entregó (traicionó) por amor al hombre. Si Dios se encarna, la eternidad se ha metido como una cuña en el tiempo. Si Dios se encarna, Dios ama al hombre y el hombre tiene vida eterna.

        ¿De qué vale todo el esfuerzo de Dios si el hombre, si el cristiano, no cree este misterio, no lo valora, no lo ama, no lo imita? ¿Sería mucho pedir que, como prueba de que creemos este misterio, pasáramos ratos largos de oración ante su misterio de  Encarnación continuada y permanente que es la Eucaristía? ¿Sería mucho pedir que adorásemos tanto amor en ratos de alabanza y acciones de gracias?  ¿Sería mucho pedir que confesásemos y comulgásemos con todo el fervor posible estos días, diciéndole cosas de amor al Niño, “Verbo de Dios hecho carne”?  Sería lo que Él más agradeciese, porque en estas navidades tan paganas que nos hemos montado, con tantos turrones, loterías, comidas familiares y demás, no hay tiempo a veces para el autor de la Navidad, para decirle simplemente ¡gracias! Y todos sabemos que, aunque sobren champán y turrones, si no nos encontramos con Cristo, no podrá haber Navidad.

       Muchos hombres ya no saben quién es Cristo, por eso tampoco saben de qué va la Navidad; saben, barruntan que hay que estar alegres, pero ignoran el motivo; la televisión y los periódicos y los grandes almacenes se han encargado de ello y nosotros tampoco nos hemos esforzado mucho en instruirlos y formarlos; los medios jamás dicen nacimiento de Jesucristo, y menos, del Hijo de Dios, y da pena. Y Jesús Eucaristía, esperando este reconocimiento, está tan solo a veces, que con que haya alguien que se pare un poco y le dirija una mirada de cariño o de fe en el Sagrario, se da por entero, se entrega totalmente, es que es un crío, un niño, espera cariño, una mirada de amor: ¡pero si es el Dios infinito, que se ha hecho un niño por mí, para que le coja y le bese! Lo está deseando, pero si ha venido para eso. Por favor, hermanos, un poco de sensibilidad, de misericordia, de limosna de amor al Dios grande que se hizo pequeño.

       Nosotros, en ese Niño, adoramos y celebramos el amor apasionado de un Dios por el hombre, desde la gratuidad, desde la iniciativa divina. Lo dice muy claro S. Juan en su primera Carta: “Porque Dios es amor… Y el amor que Dios nos tiene se ha manifestado en que Dios envió al mundo a su Hijo Unigénito, para que vivamos por Él. En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él no amó y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

       4.- En la persona de su Hijo, el Padre nos manifiesta y revela al Amado desde el amanecer de la Trinidad, nos entrega todo su amor de Padre, que le llena de gozo eterno, porque el Hijo, con la potencia de su Amor Personal, que es Espíritu Santo, le acepta eternamente como Padre y le hace Padre por aceptar ser su Hijo desde la aurora de la Tri-Unidad, y el Padre nos lo entrega todo en el Hijo y nos hace hijos suyos. El Verbo, hecho carne primero, y luego pan de Eucaristía, es la presencia del amor de Dios Trinidad, que ahora continúa en el Sagrario, como  Encarnación continuada del Amor Trinitario: del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo, Amor Personal del Padre al Hijo, y Amor Personal del Hijo al Padre, que los hace Padre e Hijo en el mismo Amor esencial, que es el Espíritu Santo. Todo es por la potencia de Amor del Espíritu Santo. Por eso, la esencia de Dios es el Amor: “Porque Dios es Amor”  nos dice San Juan.

       La presencia de Dios en Jesús de Nazaret es el lugar privilegiado y propio de su presencia en el mundo y en la historia. La encarnación revela al hombre  su capacidad de divinización, de <Verbalización>, de santificación o unión e identificación posible con Dios. La humanidad de Cristo es la meta de todo hombre, porque es la propia de un hombre que ha encontrado plenamente a Dios. Por eso es la <recapitulación> de todo lo creado. Este es el admirable intercambio <oh admirabile commercium>, de que nos hablan los Santos Padres. Que consiste en que el Hijo de Dios se hace hijo del hombre para que los hombres nos hagamos hijos de Dios.

       El hombre queda así elevado en su ser y trasladado a la órbita de lo divino. Si Dios quiere este intercambio maravilloso, la vida cristiana, nosotros debemos esforzarnos por hacernos dignos hijos suyos en el Hijo y realizar así su proyecto amado desde toda la eternidad en el Consejo Trinitario. Si Dios viene en mi busca con presencia de amigo, yo debo encontrar esta presencia en Jesús de Nazaret en el Evangelio, pero especialmente en su presencia de amistad permanentemente ofrecida en el Sagrario.

       En la Encarnación del Verbo ha sido Dios en la persona de su Hijo Unigénito el que ha venido en busca nuestra, el que ha salido a nuestro encuentro, nos ha hablado, salvado, iluminado, amado… La religión, la fe, ha partido de Dios y ya no es buscar a tientas, sino que tiene que ser una respuesta personal a un Dios que se me ha revelado y manifestado concretamente en Jesús de Nazaret. En su persona es como el Hombre puede mejor responder a esta revelación del Padre por la religión, por la fe y el amor: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar” Sólo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo saben de la Navidad; sólo ellos nos la pueden explicar. Por eso necesitamos orar.

       5.- La Encarnación nos invita a experimentar el amor misericordioso del Padre, que se ha entrañado sin límites con el hombre, superando todas las fronteras, por amor al hombre, en Jesús de Nazaret. El creyente ya no puede sentirse solo y abandonado a una suerte incierta. Aunque no lo comprenda a veces, aunque le supere, aunque el dolor y las circunstancias le atenacen por los cinco costados, aunque todos le fallen, Dios ya no puede abandonarle, porque se ha hecho presencia irreversible de Amistad Divina, se ha hecho hombre misericordioso y entrañable en el seno de la dulce Nazarena, Virgen guapa, Madre del alma ¡cuánto te quiero! ¡Cuánto me quieres! ¡Gracias, Madre, por haberme dado a tu hijo, por haber parido a Jesús de Nazaret!

       Queridos hermanos: El Dios Trino y Uno, al entregarnos al Hijo amado en carne humana, se ha unido en fidelidad perpetua con el destino del hombre, con cada uno de nosotros. Nuestro ser y existir es creerlo, orarlo, amarlo, agradecerlo, vivirlo, no sentirse nunca solos, ser misericordiosos con todos, como Él lo fue con todos nosotros. Amén.

TEXTOS DE LOS SANTOS PADRES  SOBRE MARÍA

       Desde los primeros tiempos del cristianismo los creyentes escrutaron, maravillados, esta frase sencilla y deslumbradora del Apóstol, sobre Cristo “nacido de una mujer”, que explicita, por decirlo así, la solemne afirmación del Prólogo de San Juan: “Y el Verbo se hizo carne”.

       Procuraron penetrar en el misterio de aquella mujer que suministró su carne al Verbo de Dios, de aquella creatura que llevó en su seno al Creador. En esta meditación orante y admirada, que no nacía de una simple curiosidad sino del amor, la Iglesia se preguntó una y otra vez: ¿Quién es esta mujer, mencionada junto al Salvador en los pasajes más decisivos de la Sagrada Escritura? ¿Quién es esta mujer cuya victoria sobre el demonio se predice desde las primeras páginas (cf. Gén 3, 15), en el momento más sombrío de la historia humana,  y cuya dignidad insigne atestiguan los escritores sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento? ¿Por qué un Arcángel saluda a esta mujer con profunda admiración en nombre de Dios y la llama la llena de gracia? ¿Por qué Isabel la saluda en el colmo del asombro como Madre de mi Señor, bendita entre todas las mujeres, a quien el vidente del Apocalipsis contempla revestida de sol, con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas?

       Los escritos marianos de los Padres constituyen un filón valiosísimo para cuantos desean conocer verdaderamente a la Virgen. ¿Por qué? En primer lugar, porque son un reflejo de la palabra misma de Dios, de la que los Padres se alimentaban constantemente, y gracias a la cual lograron un perfecto equilibrio entre doctrina y piedad. En efecto, el gran amor que profesaban a María nunca los hizo olvidar su condición de creatura, y en las exultantes alabanzas que tributaron a la Madre de Dios, Reina y Señora de todo lo creado, evitaron cuidadosamente toda exageración que pudiera inducir a error.

       Los Padres, al fomentar entre sus fieles —mediante una recta doctrina— la veneración y la piedad hacia la Virgen, contribuyeron a que esa piedad se desarrollara «en armónica subordinación al culto de Cristo...en torno a Él como su natural y necesario punto de referencia» (Marialis cultus, introducción).

SAN EFRÉN

       San Efrén, diácono de la Iglesia en Siria, nació en Nisibis, en la Mesopotamia septentrional a comienzos del siglo IV, probablemente en el 306. A los 18 años recibió el bautismo y se dedicó a la oración y al estudio, viviendo del propio trabajo, en Edesa., como empleado en un baño público.

       En el 338 Nisibis fue atacada por Sapor II, rey de los Persas, y Efrén acudió en su ayuda y desplegó una actividad infatigable para alentar y aconsejar a sus habitantes.   En el 363, el emperador Joviniano firmó un tratado de paz con los persas y les entregó Nisibis, San Efrén, con la mayor parte de los cristianos de esta ciudad, emigró a tierras del Imperio Romano. Se retiró a Edesa, donde murió diez años más tarde, tras haber dedicado todo ese tiempo a la penitencia y a la contemplación y a la predicación.

       San Efrén ocupa un lugar privilegiado entre los Santos Padres tanto por la abundancia de sus escritos como por la autoridad de su doctrina. Benedicto XV lo declaró doctor de la Iglesia en 1920. La tradición nos lo recuerda como un hombre austero. El medio usado por San Efrén para la divulgación de la verdad cristiana es sobre todo la poesía, por lo cual con razón se le ha definido <<la cítara (o el arpa) del Espíritu Santo>>.
       Prueba de ello es que muchos de sus himnos forman parte de diversas liturgias orientales desde el siglo V. Gracias a esto se ha conservado gran parte de su ingente obra, tanto en su idioma original, el sirio, como en traducciones griegas, que empezaron a proliferar ya en los últimos años de su vida.

       Efrén es también el poeta de la Virgen, a la que dirigió 20 himnos y a quien se dirigía con expresiones de tierna devoción, como ahora veremos en alguno de ellos.

Madre admirable

(Himno a la Virgen María)

       La Virgen me invita a cantar el misterio que yo contemplo con admiración. Hijo de Dios, dame tu don admirable, haz que temple mi lira, y que consiga detallar la imagen completamente bella de la Madre bien amada.

       La Virgen María da al mundo a su Hijo quedando virgen, amamanta al que alimenta a las naciones, y en su casto regazo sostiene al que mantiene el universo. Ella es Virgen y es Madre, ¿qué no es?

       Santa de cuerpo, completamente hermosa de alma, pura de espíritu, sincera de inteligencia, perfecta de sentimientos, casta, fiel, pura de corazón, leal, posee todas las virtudes.

       Que en María se alegre toda la estirpe de las vírgenes, pues una de entre ellas ha alumbrado al que sostiene toda la creación, al que ha liberado al género humano que gemía en la esclavitud.

       Que en María se alegre el anciano Adán, herido por la serpiente. María da a Adán una descendencia que le permite aplastar a la serpiente maldita, y le sana de su herida mortal.      Que los sacerdotes se alegren en la Virgen bendita. Ella ha dado al mundo el Sacerdote Eterno que es al mismo tiempo Víctima. Él ha puesto fin a los antiguos sacrificios, habiéndose hecho la Víctima que apacigua al Padre.      Que en María se alegren todos los profetas. En Ella se han cumplido sus visiones, se han realizado sus profecías, se han confirmado sus oráculos.  Que en María se gocen todos los patriarcas. Así como Ella ha recibido la bendición que les fue prometida, así Ella les ha hecho perfectos en su Hijo. Por Él los profetas, justos y sacerdotes, se han encontrado purificados.En lugar del fruto amargo cogido por Eva del árbol fatal, María ha dado a los hombres un fruto lleno de dulzura. Y he aquí que el mundo entero se deleita por el fruto de María.       El árbol de la vida, oculto en medio del Paraíso, ha surgido en María y ha extendido su sombra sobre el universo, ha esparcido sus frutos, tanto sobre los pueblos más lejanos como sobre los más próximos.  María ha tejido un vestido de gloria y lo ha dado a nuestro primer padre. Él había escondido su desnudez entre los árboles, y es ahora investido de pudor, de virtud y de belleza.   Eva y la serpiente habían cavado una trampa, y Adán había caído en ella; María y su real Hijo se han inclinado y le han sacado del abismo.

La Anunciación de la Virgen

(Himno por el Nacimiento de Cristo)

       «Volved la mirada a María. Cuando Gabriel entró en su aposento y comenzó a hablarle, Ella preguntó: “¿cómo se hará esto?” (Lc 1, 34). El siervo del Espíritu Santo le respondió diciendo: “para Dios nada es imposible” (Lc 1, 37). Y Ella, creyendo firmemente en aquello que había oído, dijo: “he aquí la esclava del Señor” (Lc 1, 38). Y al instante descendió el Verbo sobre Ella, entró en Ella y en Ella hizo morada, sin que nada advirtiese. Lo concibió sin detrimento de su virginidad, y en su seno se hizo niño, mientras el mundo entero estaba lleno de Él...

       Cuando oigas hablar del nacimiento de Dios, guarda silencio: que el anuncio de Gabriel quede impreso en tu espíritu. Nada es difícil para esa excelsa Majestad que, por nosotros, se ha abajado a nacer entre nosotros y de nosotros.

       Hoy María es para nosotros un cielo, porque nos trae a Dios. El Altísimo se ha anonadado y en Ella ha hecho mansión; se ha hecho pequeño en la Virgen para hacernos grandes... En María se han cumplido las sentencias de los profetas y de los justos. De Ella ha surgido para nosotros la luz y han desaparecido las tinieblas del paganismo.

       María tiene muchos nombres, y es para mí un gran gozo llamarla con ellos. Es la fortaleza donde habita el poderoso Rey de reyes; mas no salió de allí igual que entró: en Ella se revistió de carne, y así salió. Es también un nuevo cielo, porque allí vive el Rey de reyes; allí entró y luego salió vestido a semejanza del mundo exterior...

       Adán y Eva, con el pecado, trajeron la muerte al mundo; pero el Señor del mundo nos ha dado en María una nueva vida. El Maligno, por obra de la serpiente, vertió el veneno en el oído de Eva; el Benigno, en cambio, se abajó en su misericordia y, a través del oído, penetró en María. Por la misma puerta por donde entró la muerte, ha entrado también la Vida que ha matado a la muerte. Y los brazos de María han llevado a Aquél a quien sostienen los querubines; ese Dios a quien el universo no puede abarcar, ha sido abrazado por María.

       El Rey ante quien tiemblan los ángeles, criaturas espirituales, yace en el regazo de la Virgen, que lo acaricia como a un niño. El cielo es el trono de su majestad, y Él se sienta en las rodillas de María. La tierra es el escabel de sus pies y Él brinca sobre ella infantilmente. Su mano extendida señala la medida del polvo, y sobre el polvo juguetea como un chiquillo.

       Feliz Adán, que en el nacimiento de Cristo has encontrado la gloria que habías perdido. ¿Se ha visto alguna vez que el barro sirva de vestido al alfarero? ¿Quién ha visto al fuego envuelto en pañales? A todo eso se ha rebajado Dios por amor del hombre. Así se ha humillado el Señor por amor de su siervo, que se había ensalzado neciamente y, por consejo del Maligno homicida, había pisoteado el mandamiento divino. El Autor del mandamiento se humilló para levantarnos.  Demos gracias a la divina misericordia, que se ha abajado sobre los habitantes de la tierra a fin de que el mundo enfermo fuera curado por el Médico divino. La alabanza para Él y al Padre que lo ha enviado; y alabanza al Espíritu Santo, por todos los siglos sin fin».

Eva y María

(Carmen 18, 1)

       Oh cítara mía, inventa nuevos motivos de alabanza a María Virgen. Levanta tu voz y canta la maternidad enteramente maravillosa de esta virgen, hija de David, que llevó la vida al mundo.

       Quien la ama, la admira. El curioso se llena de vergüenza y calla. No se atreve a preguntarse cómo una madre da a luz y conserva su virginidad. Y aunque es muy difícil de explicar, los incrédulos no osarán indagar sobre su Hijo.

       Su Hijo aplastó la serpiente maldita y destrozó su cabeza. Curó a Eva del veneno que el dragón homicida, por medio del engaño, le había inyectado, arrastrándola a la muerte.

       Aquél que es eterno fue llamado el nuevo Adán, porque habitó en las entrañas de la hija de David y en Ella, sin semilla y sin dolor, se hizo hombre. ¡Bendito sea por siempre su nombre!

       El árbol de la vida, que creció en medio del Paraíso, no dio al hombre un fruto que lo vivificase. El árbol nacido del seno de María se dio a sí mismo en favor del hombre y le donó la vida.

        El Verbo del Señor descendió de su trono; se llegó a una joven y habitó en ella. Ella lo concibió y lo dio a la luz. Es grande el misterio de la Virgen purísima: supera toda alabanza.       Eva en el Edén se convirtió en rea del pecado. La serpiente malvada escribió, firmó y selló la sentencia por la cual sus descendientes, al nacer, venían heridos por la muerte.

       Eva llegó a ser rea del pecado, pero el débito pasó a María, para que la hija pagase las deudas de la madre y borrase la sentencia que habían transmitido sus gemidos a todas las generaciones.

       Los hombres terrenales multiplicaron las maldiciones y las espinas que ahogaban la tierra. Introdujeron la muerte. El Hijo de María llenó el orbe de vida y paz.

       Los hombres terrenales sumergieron el mundo de enfermedades y dolores. Abrieron la puerta para que la muerte entrase y pasease por el orbe. El Hijo de María tomó sobre su persona los dolores del mundo, para salvarlo.

       María es manantial límpido, sin aguas turbias. Ella acoge en su seno el río de la vida, que con su agua irrigó el mundo y vivificó a los muertos.       Eres santuario inmaculado en el que moró el Dios rey de los siglos. En ti por un gran prodigio se obró el misterio por el cual Dios se hizo hombre y un hombre fue llamado Hijo por el Padre.   Bendita, tú, María, hija de David, y bendito el fruto que nos has dado ¡Bendito el Padre que nos envió a su Hijo para nuestra salvación, y bendito el Espíritu Paráclito que nos manifestó su misterio! Sea bendito su nombre.

La canción de cuna de María

(Himno, 18, 1-23)

       He mirado asombrado a María que amamanta a Aquél que nutre a todos los pueblos, pero que se ha hecho niño. Habitó en el seno de una muchacha, Aquél que llena de sí el mundo...

       Un gran sol se ha recogido y escondido en una nube espléndida. Una adolescente ha llegado a ser la Madre de Aquél que ha creado al hombre y al mundo.

       Ella llevaba un niño, lo acariciaba, lo abrazaba, lo mimaba con las más hermosas palabras y lo adoraba diciéndole: Maestro mío, dime que te abrace.

       Ya que eres mi Hijo, te acunaré con mis cantinelas porque soy tu Madre. Hijo mío, te he engendrado, pero Tú eres más antiguo que yo; Señor mío, te he llevado en el seno, pero Tú me sostienes en pie.

       Mi mente está turbada por el temor, concédeme la fuerza para alabarte. No sé explicar cómo estás callado, cuando sé que en Ti retumban los truenos.

       Has nacido de mí como un pequeño, pero eres fuerte como un gigante; eres el Admirable, como te llamó Isaías cuando profetizó sobre Ti.

       He aquí que Tú estás conmigo, y sin embargo estás enteramente escondido en tu Padre. Las alturas del cielo están llenas de tu majestad, y no obstante mi seno no ha sido demasiado pequeño para Ti.

       Tu Casa está en mí y en los cielos. Te alabaré con los cielos. Las criaturas celestes me miran con admiración y me llaman Bendita.

       ¡Cuánto más venerada es la Madre del Rey que su trono! Te bendeciré, Señor, porque has querido que fuese tu Madre; te celebraré con hermosas canciones.

       Oh gigante que sostienes la tierra y has querido que ella te sostenga, Bendito seas. Gloria a Ti, oh Rico, que te has hecho Hijo de una pobre.

       Mi magnificat sea para Ti, que eres más antiguo que todos, y sin embargo, hecho niño, descendiste a mí. Siéntate sobre mis rodillas; a pesar de que sobre Ti está suspendido el mundo, las más altas cumbres y los abismos más profundos...

       Tú estás conmigo, y todos los coros angélicos te adoran. Mientras te estrecho entre mis brazos, eres llevado por los querubines.

       Los cielos están llenos de tu gloria, y sin embargo las entrañas de una hija de la tierra te aguantan por entero. Vives en el fuego entre las criaturas celestes, y no quemas a las terrestres.

       Los serafines te proclaman tres veces Santo: ¿qué más podré decirte, Señor? Los querubines te bendicen temblando, ¿cómo puedes ser honrado por mis canciones?

       Descubra su rostro y se alegre contigo la antigua Eva, porque has arrojado fuera su vergüenza; oiga la palabra llena de paz, porque una hija suya ha pagado su deuda.

       La serpiente, que la sedujo, ha sido aplastada por Ti, brote que has nacido de mi seno. El querubín y su espada por Ti han sido quitados, para que Adán pueda regresar al paraíso, del cual había sido expulsado.

       Eva y Adán recurran a Ti y cojan de mí el fruto de la vida: por ti recobrará la dulzura aquella boca suya, que el fruto prohibido había vuelto amarga.  Los siervos expulsados vuelvan a través de Ti, para que puedan obtener los bienes de los cuales habían sido despojados. Serás para ellos un traje de gloria, para cubrir su desnudez.

1. PABLO, “APÓSTOL POR VOLUNTAD DE DIOS” (2Cor 1,1)

“Para mí la vida es Cristo”, “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”, “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”

San Pablo es un enamorado de Cristo. Esto es lo que más me atrae de su persona y de su vida. Y esto es lo que yo pretendo para mí y para todos. Siguiendo a Pablo me gustaría amar más a Cristo y hacer que otros le amen, y de esta forma “gastar” mi vida por el Señor, por el evangelio y por la Iglesia, como escribe Pablo a Timoteo: “No descuides la gracia que posees, que te fue conferida por una intervención profética con la imposición de manos de los presbíteros” (1Tim 4,14).

Pablo, llamado por el mismo Señor (Kyrios), por “por el que murió y resucito por todos” (2Cor 5,15), a ser apóstol, se entregó de tal forma a su misión, que, hoy y desde siempre, ha sido el prototipo de los llamados y enviados; por eso es llamado por todos, «el apóstol», por antonomasia.  Brilla como una estrella de primera magnitud en la historia de la Iglesia, y no sólo en la de los orígenes, como he dicho, sino en la de todos los tiempos.

San Juan Crisóstomo lo exalta como personaje superior incluso a muchos ángeles y arcángeles (cf. Panegírico 7, 3). Otros le han llamado el «decimotercer apóstol» y realmente él insiste mucho en el hecho de ser un auténtico apóstol, habiendo sido llamado por el Resucitado, o incluso «el primero después del Único».

Ciertamente, después de Jesús, él es el personaje de los orígenes del que más estamos informados. De hecho, no sólo contamos con la narración que hace de él Lucas en los Hechos de los Apóstoles, sino también de un grupo de cartas que provienen directamente de su mano y que sin intermediarios nos revelan su personalidad y pensamiento. Después de Cristo, para mí, ha sido sobre el que más se ha estudiado y hablado.

Lucas nos informa que su nombre original era Saulo (cf. Hch 7, 58; 8, 1 etc.), en hebreo Saúl (cf. Hch 9, 14.17; 22, 7.13; 26, 14).Pablo nació en la ciudad helenística de Tarso de Cilicia (Hch 22,3). La fecha de su nacimiento nos es desconocida. Sus padres eran judíos que remontaban su ascendencia hasta la tribu de Benjamín (Rom 11,1). Desde su nacimiento disfrutó de la condición de ciudadano romano. Tanto el ambiente helenístico como la herencia judía de su familia dejaron sus huellas en el joven Pablo. Por eso conocía el griego como lo revela en sus cartas. 

Pablo se mostraba satisfecho de ser “judío” (Hch 21,39; 22,3), “israelita” (2 Cor 11,22; Rom 11,1), “hebreo, nacido de hebreos... y en cuanto a la Ley, fariseo” (Flp 3,6; Hch 23,6). “Viví como fariseo, de conformidad con el partido más estricto de nuestra religión” (Hch 26,5; Gál 1,14). Más aún: fue “educado a los pies de Gamaliel” (Hch 22,3); se refiere a Gamaliel  el Viejo, cuyo apogeo en Jerusalén se sitúa en los años 20-50. La primera educación de Pablo se realizaría en su mayor parte en la misma Jerusalén: “Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, criado en esta ciudad (Jerusalén)y educado a los pies de Gamaliel” (Hch 22,3). Ello implicaría que en realidad la lengua materna de Pablo era el arameo y que su manera de pensar era semítica. Acerca de esta tesis hay mucho que decir, pero lo cierto es que no explica satisfactoriamente las importantes muestras de cultura y mentalidad helenísticas que aparecen en Pablo.

La educación de Pablo a los pies de Gamaliel sugiere que se preparaba para ser rabino. Según J. Jeremías, cuando Pablo se convirtió no era simplemente un discípulo rabínico, sino un maestro reconocido, con capacidad para formular decisiones legales. Es la categoría que se le presupone por el papel que desempeñaba cuando marchó a Damasco (Hch 9,1-2; 22,5; 26,12); semejante autoridad sólo podía conferirse a una persona cualificada. Ello parece confirmarse por el voto de Pablo contra los cristianos (Hch 26,10), al parecer como miembro del sanedrín. De todo ello saca J. Jeremías la conclusión de que Pablo era de mediana edad cuando se convirtió, pues se requería haber cumplido los cuarenta años para la designación de rabino. Otros no opinan así. Pero estas cosas y parecidas no son mi cometido.

Pablo era, por tanto, un judío de la diáspora, dado que la ciudad de Tarso se sitúa entre Anatolia y Siria, que había ido muy pronto a Jerusalén para estudiar a fondo la Ley mosaica a los pies del gran rabino. Había aprendido también un trabajo manual,  la fabricación de tiendas (Hch 18, 3), que más arde le permitirá sustentarse personalmente sin ser de peso para las Iglesias (Hch 20, 34; 1 Cor 4, 12; 2 Cor 12, 13- 14).

Para él fue decisivo conocer la comunidad de quienes se profesaban discípulos de Jesús. Por ellos tuvo noticia de una nueva fe, un nuevo «camino», como se decía, que no ponía en el centro la Ley de Dios, sino la persona de Jesús, crucificado y resucitado, a quien se le atribuía la remisión de los pecados.

Como judío celoso, consideraba este mensaje inaceptable, es más, escandaloso, y sintió el deber de perseguir a los seguidores de Cristo incluso fuera de Jerusalén. Precisamente, en el camino hacia Damasco, a inicios de los años treinta, Saulo, según sus palabras, fue “alcanzado por Cristo Jesús” (Flp 3, 12).

Este fue el hecho fundamental de su vida que marcó todo su ser y existir posterior. Mientras Lucas cuenta el hecho con abundancia de detalles –la manera en que la luz del Resucitado le alcanzó, cambiando fundamentalmente toda su vida--, en sus cartas él va directamente a lo esencial y habla no sólo de una visión (1 Cor 9, 1), sino de una iluminación (2 Cor 4, 6) y sobre todo de una revelación y una vocación en el encuentro con el Resucitado (Gal 1, 15-16). Esto es muy importante, porque se trata de una experiencia muy iluminativa, unitiva y transformativa de Dios  en su espíritu, percibida y realizada más en su alma que en su cuerpo. De hecho externamente los acompañantes no vieron nada, sólo la luz reflejo de la luz interna de Cristo Resucitado.

Por eso, Pablo se definirá explícitamente “apóstol por vocación” (Rom 1, 1; 1 Cor 1, 1) o “apóstol por voluntad de Dios” (2 Cor 1, 1; Ef 1, 1; Col 1, 1), como queriendo subrayar que su conversión no era el resultado de pensamientos o reflexiones personales, sino el fruto de una intervención divina, de una gracia divina imprevisible e inesperada, recibida pasivamente, convertido así en patógeno, sufriente de la luz y visión mística de Cristo.

A partir de entonces, todo lo que antes constituía para él “ganancia”, se convirtió paradójicamente, según sus palabras, “en pérdida y basura” (Flp 3, 7-10). Y desde aquel momento puso todas sus energías al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio. Su existencia se convertirá en la de un apóstol que quiere “hacerse todo a todos” (1 Cor 9, 22), sin reservas.

Y de todo esto se deriva una lección muy importante para nosotros: lo que cuenta es poner en el centro de la propia vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad se caracterice esencialmente por el encuentro, la comunión con Cristo y su Palabra. Bajo su luz, cualquier otro valor debe ser purificado de posibles escorias o adherencia extraña. Y siempre «por Cristo, con Él y en Él,» encontrado, fortalecido y realizado en la oración personal, en la Eucaristía y en la Caridad pastoral. Así nos hacemos cristianos, seguidores y semejantes a Cristo.

Fue precisamente en la Iglesia de Antioquia de Siria, punto de partida de sus viajes, donde por primera vez el evangelio fue anunciado a los griegos y donde fue acuñado también el nombre de “cristianos” (Hch 11, 20.26), es decir, creyentes en Cristo. Desde allí tomó rumbo en un primer momento hacia Chipre después en diferentes ocasiones hacia regiones de Asia Menor (Pisidia, Licaonia, Galacia), y después a las de Europa (Macedonia, Grecia). Más reveladoras fueron las ciudades de Éfeso, Filipos, Tesalónica, Corinto, sin olvidar tampoco Berea, Atenas y Mileto.

En el apostolado de Pablo no faltaron dificultades, que él afrontó con valentía por amor a Cristo, como nos repite frecuentemente en sus cartas. Él mismo recuerda que tuvo “que soportar trabajos, cárceles, azotes; peligros de muerte, muchas veces... Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufrague... Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores: peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: “la preocupación por todas las Iglesias” (2 Cor 11, 23).

En un pasaje de la carta a los Romanos (cf. 15, 24.28) se refleja su propósito de llegar hasta los confines de la tierra entonces conocida, para anunciar el evangelio por doquier, por lo tanto, hasta España, «finis terrae» de Occidente,

¿Cómo no admirar a un hombre así? ¿Cómo no dar gracias al Señor por habernos dado un apóstol de esta talla? Está claro que no hubiera podido afrontar situaciones tan difíciles, y a veces tan desesperadas, si no hubiera tenido una razón de valor absoluto a la que no podía haber límites. Para Pablo, esta razón, lo sabemos, es Jesucristo, de quien escribe: “Cáritas Chisti urget nos…el amor de Cristo nos apremia...” “Murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5, 14-15).

De hecho, el apóstol ofrecerá el testimonio supremo de su sangre bajo el emperador Nerón, en Roma, donde se conservan y veneramos sus restos mortales. Últimamente han descubierto su tumba en la basílica de San Pablo extramuros de Roma. Ha sido visitada por Benedicto XVI. El papa Clemente Romano, en los últimos años del siglo I, escribió: «Por celos y discordia, Pablo se vio obligado a mostrarnos cómo se consigue el premio de la paciencia... Después de haber predicado la justicia a todos en el mundo, y después de haber llegado hasta los últimos confines de Occidente, soporto el martirio ante los gobernantes; de este modo se fue de este mundo y alcanzó el lugar santo, convertido de este modo en el más grande modelo de perseverancia» (A los Corintios 5).

(Cfr BENEDICTO XVI, Catequesis 25-10-2006).

Miércoles, 16 Febrero 2022 10:25

RETIRO ESPIRITUAL CON LA VIRGEN

RETIRO ESPIERITUAL CON LA VIRGEN

 

Canto: Ven, ven, Señor, no tardes…

LECTURA de la primera carta de san Pablo a los Tesalonicenses

Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros. No extingáis el Espíritu; no despreciéis las profecías; examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos de todo género de mal. Que Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Él que os llama y es Él quien lo hará (1Ts 5,16-24)

Queridos hermanos: El pasaje que acabamos de escuchar ha sido tomado de la 1ª carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses; recoge tres enseñanzas principales que quiero meditar brevemente con vosotros ante la Presencia de Cristo Eucaristía: todas son dadas en ambiente de oración y para la oración: la primera consigna que nos da san Pablo es que lo creyentes en Cristo debemos estar siempre: “Estad siempre alegres.  Y en otra de sus cartas nos dirá: Gaudete, iterum dico, gaudete, modestía vestra nota sit ómnibus homínibus…

Como aparece en otros pasajes de la carta, no se trata de una alegría meramente externa y transitoria, sino de esa alegría profunda y "teologal" que nace de la conciencia de las gracias de Dios recibidas, entre las cuales destaca la de la elección a formar parte de esta su iglesia, mediante la fe y el conocimiento del Señor Jesucristo. Una elección y llamada que ha sido acogida en la fe. Alegría también motivada por la experiencia de la acción del Espíritu Santo; alegría de perseverar en la esperanza y de amarse fraternalmente.

Queridos hermanos, qué gozo creer en Jesucristo, haberle conocido, estar aquí porque creemos en Él y le amamos. Qué gozo creer, saber que Dios existe y nos ama, saber de dónde venimos y a dónde vamos… muchos han perdido hoy el sentido de la vida. Si existo, es que Dios me ama… me ha llamado a compartir una herencia de gozo con Él…

Y como estamos en la presencia del Señor Eucaristía: Qué gozo saber que el Hijo ha venido en mi búsqueda en la Navidad, y viene todas las navidiades para decir al hombre que dios le ama…. Este es el sentido de la Navidad y de la Eucaristía. La Eucaristía es una navidad permanente… estás aquí Señor, porque nos amas y vienes en nuestra búsqueda. Y el adviento es toda mi vida en la tierra, porque es un camino hacia el encuentro contigo y con la santísima  Trinidad, con el Padre que me soñó, que me creó, que me dio la vida…

La segunda y la tercera consigna que nos da san Pablo en su carta corresponden a actitudes que deben acompañar nuestra oración: ésta debe ser, por una parte, constante y sin interrupción, y por otra, llena de acción de gracias. Dice san Pablo a los Tesalonicenses:Orad constantemente" para terminar con una oración final del apóstolQue Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Él que os llama y es Él quien lo hará (1Ts 5,16-24)

         ¿Por dónde vendrá Cristo esta Navidad a nosotros y a todos los creyentes? Por la oración. En este tiempo de Adviento la Iglesia pone a nuestra consideración, para ayudarnos en la oración, diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen, entre todos, y los dos, por la oración: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

1.- POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO MARÍA

         La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo. Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte, confirmándole que era verdad todo lo que decía, ya que no estaba bien que tan niño empezara haciendo milagros; así que una parte del Magnificat se la debemos a Él, de la misma forma que todo pan eucarístico, el cuerpo eucarístico de Cristo tiene perfume, olor y sabor maría, por ser carne que viene de María.

         Por otra parte,  no sería bueno para nosotros, que tenemos que recorrer a veces este camino, con frecuencia duro y seco aparentemente de fe, esperanza y amor,  sin ver ni sentir nada, que es la oración. María nos invita a entrar en clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano. Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren champám y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración.

         La gran pobreza de la Iglesia será siempre pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en espíritu y verdad”.

         Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

         Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan. Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

         Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, este nuevo encuentro litúrgico con Cristo, que especialmente por la Eucaristía hace presente todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado voy a besar, tocar y  venerar en cada sagrario, en cada pesebre, en cada imagen de Niño.«Ven, Señor, y no tardes».

         ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo sólo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como María, por una fe viva.

         La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumple, todo tiene sentido, todo nos prepara para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotros. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Que merezcamos su alabanza por haber creído en su venida de amor a este mundo.

         Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella. ¡Madre, enséñanos a esperarlo y recibirlo así!

LA MAYOR PARTE DE ESTAS MEDITACIONES ESTÁN TOMADAS DEL LIBRO DEL P. ANTONINO ORAA, S.J. titulado Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, Editorial Razón y Fe, Madrid1960, excepto algunas que son mías y de otros autores jesuitas.

INTRODUCCIÓN

CÓMO EMPEZAR A ORAR

Mi experiencia personal y pastoral, lo que he visto en mí mismo y en las personas a las que he acompañado en este camino de la oración, es que es muy personal, no hay reglas fijas en el   modo, pero sí en la intención; desde Él primer kilómetro, más que cualquier método,  hay que procurar que las actitudes de amar, orar y convertirse estén firmes y decididas y se luche desde Él primer día; lo repetiré siempre, estos tres verbos amar, orar y convertirse conjugan igual: quiero o estoy decidido a amar a Dios, en el   mismo momento quiero orar y quiero convertirme a Dios, vivir para Él ; quiero  orar, quiero convertirme; me canso de convertirme, me he cansado de orar y amar más a Dios.

       Para empezar, para iniciarse en este camino de la oración, del «encuentro de amistad» con Cristo, lo ordinario es necesitar de la lectura para provocar el diálogo; si a uno le sale espontáneo, lleva mucho adelantado en amor y en oración: hay que leer meditando, orando, o meditar leyendo, hay que leer al principio, se necesita y ayuda mucho la lectura, principalmente de la Palabra de Dios; es el camino ya señalado desde antiguo: lectio, meditatio, oratio, contemplatio.

También pueden ayudar libros de santos, de orantes, libros que ayuden a la lectura espiritual meditada, que aprendas a situarte al alcance de la Palabra de Dios, a darla vueltas en el   corazón, a dejarte interpelar y poseer por ella, a levantar la mirada y mirar al Sagrario y consultar con el Jefe lo que estás meditando y preguntarle y pedirle y... lo que se te ocurra en relación con Él; y Cristo Eucaristía, que siempre nos está esperando en amistad permanente con los brazos abiertos, con solo su presencia o por su Espíritu, el mejor director de meditaciones y oración, te dirá y sugerirá muchas cosas en deseos de amistad. Y te digo Sagrario, porque toda mi vida, desde que empecé, lo hice así.

No entendí nunca la oración en la habitación; pero sí la lectura espiritual, porque teniendo al Señor tan cerca y tan deseoso de amistad, la oración siempre es más fácil y directa, basta mirar; y esto, estando alegre o triste, con problemas y sin ellos, la oración sale infinitamente mejor y más cercana y amorosa y vital en su presencia eucarística; es lógico, estás junto al Amigo, junto a Cristo, junto al Hijo, junto a la Canción de Amor donde Él Padre nos dice todos su proyectos de amor a cada uno; estamos junto a «la fuente que mana y corre, aunque es de noche» esto es, por la fe.  

       Cuando vayas a la oración, entra dentro de ti: “Cuando vayas a orar, entra en tu habitación y cierra la puerta, porque tu Padre está en lo más secreto” (Mt. 6, 6); no uses más de un párrafo cada vez; medita cada frase, cada palabra, cada pensamiento. La habitación más secreta que tiene el hombre es su propio interior, mente y corazón, hay que pasarlo todo desde la inteligencia al corazón. Lo oración es cuestión de amor, más que de entendimiento. No es para teólogos que quieren saber más, sino para personas que quieren amar más. Por su forma de ser, muchos son incapaces de entrar en esta habitación, o discurrir mucho, pero todos pueden amar.

       Intenta, para la oración personal, apartarte de otras personas; hasta físicamente; desde luego mentalmente. Esto no es quererlas mal. Lo hacemos muchas veces cuando queremos hablar con alguien sin que nadie nos moleste. Nos retiramos al desierto a orar y amar y dialogar con Dios; Dios es lo más importante en ese momento.

       Busca también un ambiente lo más sereno que puedas, sin ruidos, sin objetos que te distraigan. ¿No haces esto mismo si pretendes estudiar en serio? Dios es más importante que una asignatura.

       Intenta concentrarte. Concentrarse quiere decir dirigir toda tu atención hacia el centro de ti mismo, que es donde Dios está. Los primeros momentos de la oración son para esto. No perderás el tiempo si te concentras. Tendrás que cortar otros pensamientos. Hazlo con decisión y valentía. Tampoco asustarse si algunos días no se van. Pero tú a luchar para que sea sólo Dios, sólo Dios. Y entonces, hasta las distracciones no estorban; por eso no te impacientes.

Ten en cuenta que la oración no puede arrancar con el motor frío. Y el motor está frío hasta que tú no seas plenamente consciente de la presencia en tu interior del Padre que te ama, de Jesús tu amigo, del Espíritu que quiere madurarte y enseñarte a orar.

       Después de una invocación al Espíritu Santo, o de alguna oración que te guste, empiezas leyendo el Evangelio, oyendo la Palabra. Es Dios el primero que inicia el diálogo; y las leyes de la oración, que son las leyes del diálogo, exigen que se respete este orden.

       Por lo tanto, primero leer y escuchar la Palabra,  luego meditarla y orarla, invocarla, pedir, suplicar y tomar alguna decisión; y si te distraes, no pasa nada, vuelves a donde estabas y  a seguir. Léela despacio; cuantas veces necesites para entender la Palabra de Dios y darte cuenta de su alcance. Párate y déjate impresionar por lo que te llama la atención y te gusta.
       Y finalmente, en toda oración, hay que responder a Dios. Responde como tú creas que debes responder. Y este orden no es fijo; lo pongo para que te des una idea; pero lo último a veces será lo primero. Y siempre un pequeño compromiso, propósito. No termines tu oración sin dar tu propia respuesta o hacer tuya alguna de las que ves escritas y te cuadran. No lo olvides: el evangelio, el libro es ayuda y sólo ayuda, pero él no ora. Eres tú quien ha de orar.

       Cuando quieras terminar tu oración puedes hacerlo recitando despacio alguna de las oraciones que sabes y que en ese momento te dé especial devoción: Padrenuestro, Ave María, Alma de Cristo... Aquí, con el tiempo, irás cambiando, quitando, añadiendo...

       Sé fiel a la duración que te has marcado para tu oración: un cuarto de hora como mínimo; luego, veinte, hasta llegar a los treinta. De ahí para adelante, lo que el Espíritu Santo te inspire. No los acortes por nada del mundo. El ideal, una hora; seguida, o media por la mañana y luego otra media hora por la tarde o noche. No andes mordisqueando el tiempo que dedicas a tratar con Dios.

       Sé fiel cada día a tu tiempo de oración. Oración diaria, pase lo que pase. Este es el compromiso más serio. Yo hice este propósito, y algún día me tocó hacer oración a las dos de la mañana cuando venía de cenar con las familias. Sólo así progresarás. Si un día haces y otro no, pierdes en un día lo que ganas en otro y siempre te encontrarás en el   mismo punto de inmadurez y con una insatisfacción constante dentro de ti. Y no avanzarás en el   amor a Dios que debe ser lo primero.

       Si logras cumplir este propósito, llegarás a ser una persona profunda y reflexiva. Nunca dejes la oración para cuando tengas tiempo, porque entonces muchos días no tendrás tiempo, porque te engañará el demonio, que teme a los hombres de oración, todos los santos que ha habido y habrá fueron hombres de oración, y luego han sido los que más han trabajado por Dios y los hermanos.

       Y nada más. Todos los consejos sobran al que se pone a hacer la experiencia y llega a entender por sí mismo de qué se trata. También sobran para los que no quieren hacer la experiencia.    

1ª MEDITACIÓN

LA ENCARNACIÓN DE JESÚS, HIJO DE DIOS Y DE MARÍA

 

 “Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

Y entrando, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. 

El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el   seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. 

María respondió al ángel:¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.

Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Y el ángel dejándola se fue” (Lc 1,26-38).

 

El ángel llevaba forma de palabra interior, que Dios pronunciaba en el   corazón de María. Y esta palabra era  Jesús.

       Por entonces, Jesús sólo había nacido del Padre antes de todos los siglos  en el   seno de la Santísima Trinidad. Pero aún no había nacido de mujer. Pero ya había sido soñado en el   seno trinitario como segundo proyecto de Salvación, ya que Adán había estropeado el primero. Y necesita el seno de una madre. Por eso llamaba al corazón de María, porque quería ser hombre, y pedía a una de nuestras mujeres la carne y la sangre de los hijos de Adán.

       Lo que decía esta palabra de Dios, por el ángel Gabriel, al corazón de María era más o menos esto: ¿Quieres realizar tu vida sin Jesús, o escoges realizarla por Cristo, con Él y en el ? Y si quieres realizar tu vida en Cristo, ¿aceptas no realizarte tú, sino que prefieres que Él se realice en ti? Dicho de otro modo, ¿aceptas que tu propia realización sea la realización de Él en ti? Y si escoges que Él se realice en ti, ¿quieres dejarte totalmente y darte totalmente? ¿Estás dispuesta a dejar sus planes y colaborar activamente a sus planes de salvación?

       María es la última de las doncellas de Israel. No pertenecía ni a la clase intelectual, ni a la clase sacerdotal, ni a la clase adinerada. María era de las personas que no contaban para engrandecer a su pueblo. Ella era mujer y virgen. Como mujer, lo único que podía hacer era concebir y dar a luz muchos hijos que aumentaran el número de israelitas. Pero como virgen perpetua que había decidido ser, no podría hacer esta aportación a su pueblo... Por eso podía ser mirada, y no sin razón, como un ser inútil para su nación, al no poder aportar nada para el engrandecimiento de su pueblo.

       Pero la gente quizá olvidaba que la mayor riqueza del pueblo no eran los hijos, sino la Palabra de Dios. El pueblo de Israel no debía estar formado únicamente de personas capaces de trabajar con sus manos en los campos, o hábiles y fuertes para manejar la espada, sino ante todo de corazones abiertos a la escucha de la Palabra de Dios. Y en este punto, María podía aportar mucho ciertamente a su pueblo. Ella era toda oídos a esta Palabra de Dios. Ella era el oído de la humanidad entera.

       Y ¿qué es lo que escuchaba?: Lo que Dios quería decir a todos y a cada uno de los hombres: no era sólo la carne y la sangre de una mujer lo que quería tomar el Verbo. Era también, y, sobre todo, tomar en el  la a toda la humanidad,  a todo lo humano que en realidad Dios quería salvar. Y para salvarlo pretendía unirse a cada hombre y que cada hombre se uniese libremente al Verbo de Dios para entrar a tomar parte en la misma vida divina por la gracia.

       Señor, tengo que ser consciente de que también a mí me hablas al corazón. Vivo tan superficialmente mi vida, que pocas veces me hallo en lo más profundo de mi yo, y por eso no te oigo. Pero cuando entro un poco dentro de mí, caigo en la cuenta de que me hablas y que tus palabras me hacen la misma proposición que a María. Tu presencia aquí, en la Eucaristía, me demuestra lo serio que te has tomado mi salvación. Quieres hacerla como amigo.

       Voy entendiendo, porque me lo dices Tú, que el núcleo del cristianismo está en si intento prevalecer yo o si quiero que Cristo prevalezca en mí; si intento vivir yo, o si quiero que Cristo viva en mí; si quiero realizarme yo sin Cristo, o si quiero realizarme en Cristo. He aquí la gran disyuntiva ante la cual me encuentro siempre.

       El día de mi bautismo opté por Cristo y dije que renunciaba a ser yo para que Cristo fuese en mí. Lo dije entonces, es cierto. Pero ¡qué fácilmente lo dije...! ¡Cuántas veces lo he desdicho...!

       Tu Palabra, sin embargo, me sigue acosando; en cada situación, en cada momento me interroga: ¿quieres ser a imagen de Adán, el hombre egoísta, autosuficiente, irresponsable... o quieres ser a imagen de Cristo, el hombre que ama, el hombre para los demás, el hombre dependiente del Padre...?

       Yo leo en tu apóstol Pablo, y lo creo, que Tú, oh Padre, nos has predestinado a reproducir la imagen de tu hijo Jesús, para que El sea el primogénito entre muchos hermanos (Rom. 8, 29). Yo creo que Tú, Cristo Eucaristía eres la Canción de Amor hasta el extremo en la que el Padre me canta y me dice todo su proyecto con Amor de Espíritu Santo. Tú eres la Palabra en la que todos los días, desde Él Sagrario, la Santísima Trinidad me dice que ha soñado conmigo para una eternidad de gozo y roto este primer proyecto, ha sido enviado el Hijo con Amor de Espíritu Santo para recrear este proyecto de una forma admirable y permanente mediante el sacramento y misterio de la Eucaristía como memorial, comunión y presencia. Y pues es llamada tuya, oh Padre, yo quiero estar atento a ella, como tu sierva María. Y recibirla como Ella. Yo quiero tener profundidad suficiente, como ella, para oír tu palabra, vivir de ella y enriquecer a los demás con ella.

*****

 

“ENVIO DIOS AL ÁNGEL GABRIEL... A UNA VIRGEN  LLAMADA MARIA...ELLA SE PREGUNTABA QUÉ SALUDO ERA AQUEL”  (Lc 1, 29)


       María no se deja paralizar por el miedo. En el   miedo, por desgracia, se han ahogado muchas respuestas a las llamadas de Dios. Ella intenta penetrar qué es lo que la Palabra de Dios contiene para ella. Sin duda que toda Palabra de Dios contiene algo bueno para el hombre, porque Dios no dice palabras sin ton ni son, como nosotros. Dios, en todo lo que dice y hace, busca el bien del hombre.

       Cuando Dios habla al hombre, no es para aterrorizarle, sino para buscar su bien. Lo que ha de hacer el hombre es encontrar cuál es y dónde está el bien que Dios pretende hacerle al dirigirle su palabra. Esto es exactamente lo que hace María: discurrir sobre la significación de la Palabra de Dios.

     

¿Qué cosas pudo descubrir María con su reflexión?

       1. Que Dios ama, que Dios busca el bien del hombre. Este es, sin duda, el núcleo más íntimo y claro de su experiencia de Dios: “has hallado gracia a los ojos de Dios”, estás llena de gracia, Dios te mira con buenos ojos, y esa mirada de Dios es creadora y por eso te llena de dones.

       Ella, la pequeña por su condición de mujer, la marginada por la ofrenda hecha de su virginidad, la sin relieve por sus condiciones sociales y culturales, ella era querida y amada por Dios. Dios se complacía en la entrega que de sí misma ella había hecho. Dios miraba con cariño lo que los demás miraban con indiferencia o con desprecio.

 

       2. Que Dios quería acudir a esta criatura vaciada de sí que era ella, para llenarla con su don. Y el don de Dios no es cualquier cosa; es ni más ni menos lo que Dios más ama, lo único que puede amar: el Hijo de las complacencias.

       Años más tarde escribirá el evangelista Juan: “tanto amó Dios al mundo que entregó su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el ”. Pero mucho antes de que lo escribiera Juan, lo ha experimentado María: Dios ha amado tanto a ella que le ha dado, a ella, la primera de todos, su propio Hijo. Y se lo ha dado, no ya formado, sino para que se formase de ella, para que, además de ser el hijo del Padre y de haber nacido de Dios, fuera hijo de ella y naciese de ella.

 

       3. Que esto es la salvación. Pero sólo el comienzo; porque el Hijo de Dios no viene sólo para Ella, sino que viene en busca de todos los hombres para llevarlos a la salvación. Y esta es tu razón de tu presencia en el Sagrario, hasta el final de los tiempos, de tus fuerzas, de tu amor extremo.

Por eso, no es dado a ella en exclusiva, no. Es dado por ella y a través de ella al mundo, a la humanidad, a cada hombre, al que cree y al que no cree, al que quiere amar a los demás y al que se empeña en odiar, al que se siente satisfecho de sí mismo y al que siente hambre y sed de salvación, al egoísta, al adúltero, al ladrón, al atracador, al viejecito, al analfabeto, al  niño, a la viuda, al publicano, al enfermo.

       Tenía que ser así para que el nuevo hombre pudiese llamarse JESÚS. Porque Jesús quiere decir Dios Salvador. Y Dios, puesto a salvar, tendría que salvar todo lo que había perecido, que era sencillamente todo.

       Dios quería salvar en Jesús y por Jesús. Y por eso ese Jesús que estaba llamando a la puerta del corazón de María tendría que ser a través de ella, de todos y para todos. Y esta es la razón de su presencia ahora en el   Sagrario, cumpliendo el proyecto del Padre, que lo ha hecho su propio proyectos “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad… mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado… yo para eso he venido al mundo, para ser testigo de la Verdad”.

 
       4. Que este Jesús, que era de todos y para todos, no sería de nadie hasta que cada hombre no repitiera el mismo proceso obrado en María. Jesús llamaría el corazón de cada hombre, y pediría ser aceptado. Jesús se ofrecería a sí mismo como don. La Eucaristía es Cristo dándose, entregándose en amistad y amor y salvación a todos nosotros.

Y desde Él Sagrario, Jesús propondrá a cada hombre lo mismo que le estaba proponiendo a ella: que cada hombre renuncie a sí mismo para realizarse en Cristo, para que Cristo pudiera vivir en el : “el que me coma vivirá por mí”. Pero Jesús no se impondría a la fuerza a nadie. El es un don ofrecido. Él está aquí en el   Sagrario, con los brazos abiertos, en amistad permanente para todos los hombres. Para hacer realidad esta amistad, siempre sería necesaria una voluntad humana que le convirtiese en don aceptado. Pero cuando tú le entregues tus brazos, Él ya tenía los suyos abiertos.

       Cuantos recibieran a este Jesús nacerían como hombres nuevos, con una vida nueva. Con ellos se formaría la familia de hijos de Dios, hijos en el   Hijo, sobre todo, por el pan eucarístico: “yo soy el pan de vida, el que coma de es te pan vivirá eternamente”, es la nueva vida que nos trae por la Encarnación y se prolonga por la Eucaristía.

Y en medio de esta familia de hijos de Dios, ella, María, la hermosa nazarena, se encontraba con el papel de ser la iniciadora de este proceso... el primer eslabón de una cadena de encarnaciones que Jesús intentaba hacer en cada uno de los hombres. Por eso mismo, su llamada a vincularse con Jesús era el modelo de llamada a todo hombre. Y también su respuesta sería el modelo de respuesta de todo hombre a Jesús.


       5.- María intuía que su papel en medio de este plan de salvación era la maternidad. Caía en la cuenta de que Dios la había preparado para ser madre por medio de la virginidad. Y como se trataba de obra de Dios, sería una maternidad innumerable, como la que Dios había prometido a Abraham. Ella tendría que quedar constituida “madre de todos los vivientes”, como otra Eva (Gen. 3, 20), su descendencia sería como las estrellas del cielo (Gen. 15, 5). Por eso, el cuerpo eucarístico de Cristo es el cuerpo y la sangre recibida de María. Tiene perfume y aroma mariano. Viene de María.

       Pero vivientes no significaba ya la vida recibida de Eva, sino la nueva vida que estaba llamando al seno de María. María discurría, desentrañaba el contenido de la Palabra que Dios le estaba dirigiendo. Caía también en la cuenta de que, si aceptaba, sería para seguir la suerte de Jesús. Eso era precisamente lo que en el   fondo decía la Palabra de Dios, eso era lo que significaba recibir a Jesús: recibir todo lo nuevo que Jesús traía al hombre.

       Oh, María, tú has abierto una nueva época en la historia de la humanidad. Tú, con tu reflexión profunda, en la cual se mueve tu vida, descubres que Dios te dice algo en los deseos que brotan en tu corazón. Tú descubres que tú eres pieza, al mismo tiempo necesaria, y libre, para que los planes de salvación sobre la humanidad vayan adelante. Tú descubres que tu grandeza está en renunciar a tus propios planes y en incorporarte a los planes de Dios. Tú has descubierto, la primera de todos, hasta qué punto Dios ama a los hombres, pues quiere entregarles su Hijo, «el  muy querido». Tú has descubierto que toda la humanidad está vinculada a ti, porque toda la humanidad está llamada a salvar con Jesús, redimir con Jesús. Tú te has percatado de tu puesto maternal para con esa humanidad, que todavía no se ha dado cuenta de que Dios la ama porque le entrega su hijo.

       Todas las llamadas de Dios son grandes, también la mía. Porque a mí también Dios me está pidiendo colaboración para salvar a todos los hombres. Porque a mí Dios me está señalando un puesto en la humanidad y me dice que sea el hermano de todos los hombres. Porque a mí Dios quiere entregarme su propio Hijo para que por medio de mi llegue a los demás. Porque por medio de ese Jesús, hecho carne en María y pan de Eucaristía en el   Sagrario, Dios quiere salvar y regenerar en Jesús todo lo malo que hay en mí y en el   mundo.

       Soy un inconsciente que sólo pienso en mí mismo, en divertirme y pasarlo bien, sin esfuerzo de virtud y caridad. Y como no reflexiono, no caigo en la cuenta de que el camino de mi propia realización y el camino de la realización de un mundo mejor, me lo está ofreciendo Dios, si de verdad quiero aceptar a Jesús y unir mi vida a la suya. María, ayúdame a dar profundidad a mi vida.

Que mi vida no sea el continuo mariposear de capricho en capricho, como acostumbro, sino que sea el resultado de una reflexión seria sobre la Palabra de Dios, que me llama, y de una opción libre y consciente que yo debo hacer ante esa Palabra que se me ha dirigido... Esa palabra que es Jesús mismo, el que está en el   Sagrario, esperando desde siempre mi respuesta. Para eso está ahí, con lo brazos abiertos para abrazarme y llenarme de su amor.

 

*****

“NO TENGAS MIEDO, MARIA”(Lc. 1, 29)

       Jesús llamaba al primer corazón humano para encarnarse en él. Y como nadie todavía tenía experiencia de Jesús hecho hombre, María se asustó. ¿Por qué se asustó? He aquí algunos posibles aspectos de su miedo y de todo miedo humano ante una llamada de Dios:


       1. María comenzó a comprender que aquí daba comienzo algo serio y decisivo para su vida. Su vida, y lo mismo cualquier otra vida, no era un juego para divertirse y tomárselo a broma, no. Ella se dio cuenta de que la Palabra de Dios iba a cambiar su existencia y también el rumbo de las cosas en el   mundo, aunque todavía ignoraba el cómo.

       Ante la presencia de algo que decide nuestra vida y la de los demás, cualquier persona de mediana responsabilidad se siente sobrecogida. Y María era una mujer ciertamente joven, pero de una responsabilidad sobrecogedora.


       2. Era una experiencia nueva y desconocida de Dios. Cuando Dios comienza a dejarse sentir cercano, esta misma cercanía de Dios produce en el   hombre un sentimiento de recelo ante la nueva experiencia hasta entonces desconocida. ¿Qué es esto que me está pasando?, ¿en dónde me estoy metiendo?, son preguntas que no cesa de hacerse el que ha recibido la experiencia de Dios.

       3. Mecanismo de defensa también. Este mecanismo actúa cuando la persona humana advierte que el campo de su vida, sobre el cual ella es dueña y señora con sus decisiones libres, ha sido invadido por alguien que, sin quitar la libertad, llama poderosamente hacia un rumbo determinado... Y la pobre persona humana se defiende diciendo estas o parecidas excusas: « y por qué a mí entre tantos ¿no había nadie más que yo?»

       4. Sentimiento de incapacidad: «Yo no valgo para eso, voy a hacerlo muy mal...». Sí; el hombre medianamente consciente sabe, o cree saber, qué es lo que puede realizar con éxito, y qué puede ser un fracaso. Instintivamente tiende a moverse dentro del círculo de sus posibilidades. Rehúye arriesgarse a hacer el ridículo, a hacerlo mal, a moverse en un terreno inseguro, cuyos recursos él no domina.

       5. Repugnancia a la desaparición del «yo». María tiene su propia personalidad con su sentido normal de estima y pervivencia. Se le pide que ese yo se realice no independientemente, sino en Jesús, que se abra hacia ese ser, todavía desconocido, que es Jesús, para que sea Jesús quien se realice en el  la. Vivir en otro y de otro, y que otro viva en mí.

       Señor, quiero hacer ante ti una lista de mis miedos. Porque soy de carne, y el miedo se agarra siempre al corazón humano. Me amo mucho a mí mismo y me prefiero muchas veces a tus planes. Casi puedo definir mi vida, más que, como una búsqueda del bien, una huida de lo que a mí me no me gusta o me cuesta y por eso me parece malo. Así es mi vida, Señor: huir y huir .por miedo...

       Me da miedo el que Tú te dirijas a mí y me pidas vivir con ciertas exigencias, exigencias que son, por otra parte, de lo más razonables. Por eso huyo de la reflexión y de encontrarme con tu palabra a nivel profundo. Por eso busco llenarme de cosas superficiales que me entretienen. En realidad, no las busco por lo que valen; las busco porque me ayudan a luir.

       Me da miedo el tomar una decisión que comprometa mi vida, porque sé que, si lo hago en serio, me corto la retirada; y el no tener retirada me da miedo. Me da miedo el vivir con totalidad esta actitud, porque se vive más cómodamente a medias tintas.

       Me da miedo la verdad y comprobar que mi vida en realidad es una vida llena de mediocridades. Y por otra parte, me da miedo que esa mediocridad pueda ser, y de hecho sea, la tónica de mi vida.

       Me da miedo entregar mi libertad. No quisiera yo perder la dirección de mi vida. Dejarla en tus manos, aunque sean manos de Padre, me da miedo, lo confieso.

       Me da miedo hacerlo mal, el que puedan reírse de mí. Yo mismo me avergüenzo de hacerlo mal ante mí mismo, porque en el   fondo me gusta autocomplacerme. Por eso pienso muchas veces que sería mejor no emprender nunca aquello de cuyo éxito no estoy totalmente seguro. Por eso pienso muchas veces que es preferible vivir mi medianía que intentar hacer lo heroico. Porque me da miedo hacer el ridículo...

       Me da miedo lo que pueda pasar en el   futuro: ¿me cansaré? ¿Perseveraré?

       Me da miedo vivir fiado de Ti. Sé que buscas mi bien, pero experimento el miedo del paracaidista que se arroja al vacío fiado solamente en su paracaídas: ¿funcionará? ¿Fallará? ¿Funcionarás Tú según mis egoísmos?

       Me da miedo el tener que renunciarme a mí mismo. Se vive tan bien haciendo lo que uno quiere. Me da miedo porque me parece que es aniquilarme y que así me estropeo. Y no me doy cuenta de que lo que de verdad me estropea soy yo mismo, mis caprichos, mis veleidades, mis concesiones.

       Me das miedo, Tú, Jesús Eucaristía, en tu presencia silenciosa, amándome hasta dar la vida, sin reconocimientos por parte de muchos por lo que moriste y permaneces ahí en silencio, sin imponerte y esperando ser conocido.

       Me das miedo cuando desde Él Sagrario me llamas y me invitas a seguirte con amor extremo hasta el fín;  cuando llamas a mi corazón. Sé que vienes por mi bien, pero sé que tu voz es sincera y me enfrenta con la necesidad de extirpar mi egoísmo, sobre el cual he montado mi vida. Es exactamente el miedo que tengo ante el cirujano. Estoy cierto de que él busca, con el bisturí en la mano, mi salud, pero yo le tiemblo.

       Me dan miedo el dolor y la humillación, y la obediencia, y las enfermedades, y la pobreza. Y así puedo continuar indefinidamente la lista de mis miedos... Soy en esencia un ser medroso: unas veces inhibido por el miedo, y otras veces impulsado por él. El miedo no me deja ser persona, me ha reducido a un perpetuo fugitivo.

       Tú, Señor, te acercas a mi como a María, y me repites: “No temas... el Señor está contigo”... Probablemente pienso que todo he de hacerlo yo solo. Por eso me entra el miedo. Quiero oír de Ti esa palabra una y otra vez: «No temas; Yo, el Señor, estoy contigo aquí tan cerca, en el   Sagrario, todos los días.

       Yo, que te amo, estoy contigo en todos los sagrarios de la tierra. Yo, que te llamo, estoy contigo para ayudarte. Yo, que te envío, estoy contigo. Yo, que sé lo que tú puedes, estoy contigo. Yo, que todo lo puedo, estoy contigo. No temas, puedes venir a estar conmigo siempre que quieres».

Jesús, repíteme una y otra vez estas palabras, porque no seré hombre libre hasta que no me libre de mis miedos, de mis complejos, de mis recelos, de mis pesimismos, de mis derrotismos, del desaliento que me producen mis fracasos... Que oiga muchas veces tu voz que me repite: «No temas, Yo estoy contigo!».


*****

 

“EL ESPIRITU SANTO VENDRÁ SOBRE TI”(Lc. 1, 35)

 
       Hay que volver a leer más despacio el capítulo del miedo. Cuando al hombre se le propone algo que supera sus fuerzas, algo que no sabe cómo hay que hacer... el hombre queda frenado hasta que sepa que la cosa va a resultar, o hasta que haya encontrado una solución a los puntos difíciles.

       María ha entendido lo que Dios le pide, pero no entiende cómo va a realizarse esta encarnación del Verbo de Dios en su vientre después que ella ha ofrecido a Dios su virginidad. Si ella la ha ofrecido es porque pensaba que Dios se lo pedía, y no puede pensar que Dios juegue con ella y ahora diga NO a lo que antes dijo que SI. «¿Seré madre sin ser virgen? No puede ser; Dios me ha pedido mi virginidad para algo... «¿Seré virgen sin ser madre?» Tampoco puede ser, porque lo que precisamente Dios me está pidiendo ahora es la maternidad. Si Dios pide mi virginidad y pide también mi maternidad, yo me encuentro sin salida; no sé qué hacer.»

Volvamos al capítulo de los miedos y veamos si no hay razón para repetir: «esto es un lío... ¿por qué no dice Dios las cosas claras desde Él principio’? ¿Por qué tenía que pasarme esto a mi?..».

       María escapa de esta tenaza de miedo que intenta paralizarla, por la fe en Dios Todopoderoso. El Dios en el   cual ella creía era un Dios que había creado el cielo y la tierra. Un Dios que había separado la luz de las tinieblas, y el agua de la tierra seca.

       El Dios en el   cual creía ella era el Dios de Abraham, capaz de dar descendencia numerosa como las arenas del mar y las estrellas del cielo a un matrimonio de ancianos estériles.

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de Moisés. El Dios que enviaba al tartamudo a hablar con el Faraón para salvar a su pueblo. El Dios que separó las aguas del mar y permitió salir por lo seco a su pueblo. El Dios que condujo a su pueblo por el desierto... El Dios que dio tierra a los desheredados que no tenían tierra.

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de los profetas: el Dios que escogía hombres tímidos y que, después de hacerles experimentar quién era El, colocaba sus palabras en la boca de ellos y su valentía en el   corazón de ellos para que anunciaran con intrepidez el mensaje comunicado, y aguantaran impávidamente como una columna de bronce las críticas de los demás (Jer. 1).

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de Ana, madre de Samuel: “El Dios que da a la estéril siete hijos mientras la madre de muchos queda baldía... el Dios que da la muerte y la vida, que hunde hasta el abismo y saca de él... el Dios que levanta de la basura al pobre y le hace sentar con los príncipes de su pueblo.., el Dios ante el cual los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan...” (1 Sam. 2, 1-10).

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de David, el Dios que había prometido al anciano rey que su dinastía permanecería firme siempre en el   trono de Israel (2 Sam. 7). Y por si fuera poco, una nueva señal en la línea de las anteriores: Isabel, su pariente, la estéril, la anciana, ha concebido un hijo. Sí, también creía María en el   Dios de Isabel, el Dios que da la pobreza y la riqueza, la esterilidad y la fecundidad. ¿No podría ese Dios dar también la virginidad y la maternidad?

       El Dios en el   cual creía María no era como los dioses de los gentiles. Esos eran ídolos: “tienen boca y no hablan... tienen ojos y no ven.., tienen orejas y no oyen... tienen nariz y no huelen... tienen manos y no tocan... tienen pies y no andan... no tiene voz su garganta” (Sal. 115). Esos no son dioses: Las fuerzas humanas no son dioses... el poder humano no es Dios... “Nuestro Dios está en el   cielo y lo que quiere lo hace”. Este sí que es el Dios verdadero, el que es capaz de hacer lo que quiere y llevar adelante sus planes de salvación...

Y María podría seguir recitando el salmo que sin duda, tantas veces habría rezado con los demás en la sinagoga, pero cuyo sentido profundo iba comprendiendo ahora: “Israel confía en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. La casa de Aarón confía en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. Los fieles del Señor confían en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. Que el Señor os acreciente a vosotros y a vuestros hijos” (Sal. 115).

       La fe de María la ha llevado a una conclusión: PARA DIOS NO HAY NADA IMPOSIBLE. Era la misma conclusión a la que había llegado Abraham: “Es que hay algo imposible para Yahvé?” (Gen. 18, 14). Es la misa conclusión a que han de llegar los que tienen fe y quieren vivirla.

       Porque la llamada que Dios hace a María y la que hace a todo hombre no pueden realizarse con fuerzas humanas. De ser así, Dios llamaría a pocos, a los mejores. Dios tendría que hacer una selección muy rigurosa de sus colaboradores.

       Pero Dios, el Dios verdadero, no es así. Dios se ha manifestado a lo largo de la historia llamando al tartamudo, al tímido, al anciano, a la estéril, al hambriento. Porque las actuaciones de Dios son para desplegar la fortaleza de su brazo y dejar campo abierto a su poder. Quiero creer en ti Señor, como creyó María.

       Creo, como ella, que eres Tú el que me hablas. Creo que me llamas. Creo que quieres unirte a mí, que quieres vivir dentro de mí y que me admites a vivir en Ti y contigo. Creo que en esto está la salvación. Creo que en mi colaboración a tus planes está la salvación de los demás.

       Que soy débil, que soy inútil, que tengo resistencias serias a tu voluntad, que soy un superficial, que rehúyo comprometerme, que no quiero quemar mis naves, que no valgo...etc, todo eso me lo sé de sobra. Para ello no necesito tener fe, porque lo experimento y palpo en cada momento.

       Pero precisamente porque soy así necesito la fe de María. Porque tengo que dar un salto que supera mis fuerzas, porque tengo que vivir en un plano donde no se ve ni se palpa nada; porque soy llamado para realizar algo que me parece incompatible, y lo es, con mi incapacidad.

María, quiero felicitarte con Isabel, por tu fe: “Bendita tú, que has creído”. Bendita tú, porque has tenido fe, porque has creído que Dios te hablaba. Bendita tú, porque has creído que te hablaba para hacerse hombre en ti. Bendita tú, porque pensabas que Dios te llamaba a salvar a los hombres. Bendita tú, porque no preguntaste nada más que lo necesario para saber lo que tenias que hacer. Bendita tú, porque no dudaste del poder de Dios. Sí, bendita y mil veces bendita tú.

A mí, que intento seguir torpemente tus pasos, ayúdame a superar mis desconfianzas, mis complejos, mis cobardías, mis reticencias, mis retraimientos. Y también ayúdame a superar mis suficiencias y la confianza en mis cualidades humanas y mi creencia de que soy algo y valgo para mucho.

       Señor, como tu sierva María, quiero poner mi inutilidad bajo tu poder para colaborar a tus planes de salvación en la medida y en el   puesto a que soy llamado por Tí.

 

******


“AQUÍ ESTA LA ESCLAVA DEL SEÑOR: HÁGASE EN MI SEGÚN TU PALABRA” (Lc. 1, 38)


       En el   corazón de María, donde había tenido lugar el diálogo profundo con Dios, se hizo la entrega a Dios. Y nadie se enteró. No hubo fotógrafos para tomar instantáneas de la ceremonia, ni grabaciones en directo para las emisoras, ni periodistas que lo diesen a la publicidad. Dios no hace obras sensacionales, pero sí hace obras maravillosas.

Una gota de agua es una maravilla, pero sólo cuando se mira con el microscopio. Una hoja de cualquier árbol es otra maravilla, pero luce menos que una bengala o un anuncio luminoso, que causan sensación. Nadie se enteró. Pero allí había comenzado a cambiar el mundo.

       ¿Qué había pasado? El Verbo era ya carne de nuestra carne y había comenzado su carrera humana partiendo desde Él punto cero, como todo ser humano que comienza esta carrera de la vida.

       Una mujer estaba haciendo expedito el camino al Verbo de Dios para que pudiera vivir con los hombres, sus hermanos. Una mujer le estaba dando manos de hombre para que pudiera trabajar y ganarse la vida como sus hermanos, y también para que pudiera abrazar a sus hermanos los hombres y tocar sus llagas y sus enfermedades.

       Una mujer le estaba dando ojos de hombre para que pudiera mirar las cosas que ven los hombres: los pájaros, las flores, el odio, al amor, los amigos y los enemigos. Una mujer le estaba proporcionando al Verbo de Dios unos labios para dar la paz, para decir palabras de ánimo, para llamar a los hombres a su seguimiento, para expulsar los demonios, para curar a los enfermos con sólo su palabra.

       Una mujer le estaba formando un corazón para compadecerse de la gente, para amar a las personas, para sacrificarse. Una mujer le estaba formando un cuerpo con el cual pudiera cansarse, y tener hambre, y sed, y morir, y resucitar por todos; un cuerpo que pudiera ser también pan que con nuestras manos pudiéramos llevar a la boca para recibir la vida de Dios.

       Una mujer estaba abriendo el camino para que en cada hombre, bueno o malo, culto o analfabeto, el Verbo de Dios pudiera vivir. Lo que por el bautismo iba a realizarse en cada hombre; lo que en la Eucaristía iba a realizarse en plenitud: “yo soy el pan de la vida, si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros… mi carne es verdadera comida… quien me come, vivirá en mí y yo en el”, había comenzado a ser posible en una mujer. Y todo esto, en silencio, sin ruido, sin aspavientos. Porque los hombres nos movemos siempre a nivel de apariencias. Pero Dios se mueve siempre a nivel de corazones, a nivel de profundidad.

       La reflexión que ha hecho la Iglesia en el   Concilio Vaticano II destaca que María no se contentó con dejar actuar a Dios. Su actuación no consistió únicamente en dar permiso a Dios para atravesar su puerta, sino que ella hizo todo cuanto pudo para lograr que Dios entrase por ella.

       No permitió solamente que se hiciese en ella la Palabra de Dios, sino que se brindó a realizarla ella misma. Porque la Palabra de Dios nunca se hace carne ella sola. Se hace carne solamente cuando han coincidido dos voluntades, la de Dios y la del hombre, para querer lo mismo, y cuando cada una de las voluntades ha aportado de su parte cuanto puede.

       Dios no es un ladrón que a la fuerza intenta arrebatarnos lo nuestro. Dios no se acerca al hombre para quitar nada, sino para enriquecer. Pero tampoco enriquece con su don, si el hombre no quiere positivamente recibirlo y está dispuesto a trabajar por recibirlo.

       Por eso, la colaboración activa indaga, pregunta, se interesa por los planes de Dios, intenta conocerlos. Pero no por curiosidad, sino para hacer lo que haya que hacer. La colaboración activa no se echa atrás ante lo imposible, no. Da el paso en la te hacia eso imposible.

La colaboración activa quiere positivamente lo que Dios quiere, se sacrifica voluntariamente lo que sea preciso. Esta colaboración activa es la línea que escoge María para actuar a lo largo de toda su vida. Para ella, el hágase equivale a un yo deseo que así haga la Palabra de Dios, me encantaría colaborar con la Palabra de Dios, ojala no sea yo obstáculo, haré lo que esté en mi mano para que así sea.

       Quiero creer, Señor, que todo acto hecho en Cristo por Él y en el  es salvador. Se nos escapa el dónde, el cuándo y el cómo, pero quiero creer que sirve para la salvación de mis hermanos. Por eso mi vida tiene un sentido, y cuanto hago tiene un sentido: JESÚS.

       Cuando el ángel se volvió al cielo, María siguió haciendo lo mismo de antes, pero lo hace ya en Cristo y por Cristo, y Jesús en el  la y por ella. De este modo se había convertido en corredentora que aportaba toda su actividad a los planes de salvación de Dios.

       No quiero, Señor, hacer o dejar de hacer porque hacen o no hacen los demás. Yo quiero hacer lo que debo. Yo quiero responder a mi llamada personal diciendo como María mi hágase: haré lo que mi Dios, en el   cual creo, espera de mí. Intentaré con todas mis fuerzas colaborar a los planes de salvación que Él me vaya revelando. Señor, voy entendiendo que decir un SI a tu Palabra es algo difícil, pero que de verdad me salva y salva a los demás.

Yo sé que cuando te digo un SI, nadie va a enterarse ni alabarme, nadie va a publicarlo, ni falta que hace. Pero estoy convencido que cuando hago eso, la historia realizada en María se repite en mí: soy puerta que se abre para que Tú entres al mundo de nuevo. Y si Tú entras de nuevo en el   mundo, siempre es con el mismo fin: «por nosotros los hombres y nuestra salvación». No sólo por mi salvación, sino también por la salvación de todos.

       María cambió el mundo, pero ella no lo vio. María fue la primera que comenzó a llevar a Dios en sus entrañas, pero ella siguió siendo la misma para los demás, no florecieron los rosales de la casa ni los que trabajaban en los campos vieron bajar el Misterio a su seno, ella tampoco, pero lo sintió. Pero ella había creído y el Verbo empezó a ser en su seno.

       Más tarde, Jesús trabajará y sudará por los hombres y nadie lo sabrá ni lo agradecerá. Dará voluntariamente su vida por todos, y los hombres seguirán sin enterarse. Estamos ante un misterio de fe, y yo, con mi impaciencia, quiero hacer cosas y cosas y constatar inmediatamente sus resultados.

Ella siempre creyó que su hijo era Hijo de Dios y permaneció junto a Él en la cruz, cuando todos le abandonaron, menos Juan que había celebrado la primera Eucaristía reclinando su cabeza sobre su pecho y había sentido todos los latidos de la divinidad, llena de Amor de Espíritu Santo a los hombres.

       Quiero creer, Señor, como María y hacerme esclavo de tu Palabra. Quiero decir que sí, como tú, María, porque ninguno de estos sí dados a Dios se pierden. Todos son salvadores, y hay que fiarse siempre de Dios, aunque nada externo cambie, aunque no sepamos cómo, ni cuándo, ni dónde Dios lo cumplirá, pero son salvadores, porque el Verbo de Dios se hace hombre por salvarnos en el   sí de sus hermanos.

Página 70 de 78