RETIROS DE RELIGIOSAS I / RETIRO DE ADVIENTO (Carmelitas 13-12-17)

RETIROS DE RELIGIOSAS

I

(En diciembre del 2017 preparé estas meditaciones para Don Benito)

RETIRO DE ADVIENTO  (Carmelitas 13-12-17)

       Queridas hermanas Carmelitas de Don Benito: El retiro o desierto espiritual del Adviento, dentro del año litúrgico o mejor dicho, comienzo del año litúrgico, debe ser un tiempo más intenso de oración, según el deseo de nuestra madre y educadora en la fe la santa Iglesia. Para preparar la venida de Cristo Jesús en la Navidad, necesitamos retirarnos a la oración, hacer un poco de desierto en nuestra vida, intensificando nuestra relación con Jesús por la oración-conversión-eucaristía.

       El Adviento es el recuerdo de aquel duro y largo adviento de siglos, desde Adán hasta la Encarnación del Hijo de Dios, que estuvo invadido por el deseo y anhelo del Salvador prometido. Todo el Antiguo Testamento es espera ansiada del Mesías. Y esto es lo que la liturgia de estos días quiere suscitar en nosotros. Ésta es la primera actitud  que debemos potenciar y alimentar en nosotros, por la lectura de los Profetas que nos hablan en este tiempo litúrgico.

       El mundo actual, queridas hermanas contemplativas, no espera a Cristo, porque no siente necesidad de Cristo. Y en estos tiempos actuales, diría que gran parte de la misma Iglesia no espera ni se prepara para este encuentro. Por eso, no siente necesidad de su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. ¿Y tú, querida hermana, sientes necesidad de Cristo, de su presencia y amor, de su salvación?

El mundo actual tiene muchas esperas: espera ser más feliz, vivir más años, ganar más dinero, conquistar la técnica, los medios de producción… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos; pero son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias de amor y felicidad y salvar a este mundo: Jesucristo. Y por eso está más triste que hace años cuando nos preparábamos con confesiones y comuniones, con triduos y novenas… ha bajado mucho la fe de España…  

       La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos la multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de wassad, tuiwiter, de champán y turrones?

Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, en nuestra familia, en nuestros hijos, en el mundo, en la misma iglesia o parroquia? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para tratar de vivir en cristiano y prepararnos así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

Canto de entrada

<<Vamos a preparar el camino del Señor; vamos a construir la ciudad de nuestro Dios>>.

Vendrá el Señor con la aurora, Él brillará en la mañana, pregonará la verdad. Vendrá el Señor con su fuerza, Él romperá las cadenas, Él nos dará la libertad.

Él estará a nuestro lado, Él guiará nuestros pasos, Él nos dará la Salvación. Nos limpiará del pecado, ya no seremos esclavos, Él nos dará la libertad.

Vamos a preparar el camino del Señor; vamos a construir la ciudad de nuestro Dios.

Visitará nuestras casas, nos llenará de esperanza, Él nos dará la Salvación. Compartirá nuestros cantos, todos seremos hermanos,

El nos dará la libertad.

Vamos a preparar el camino del Señor; vamos a construir la ciudad de nuestro Dios.

Caminará con nosotros, nunca estaremos ya solos, Él nos dará la salvación. Él cumplirá la promesa, y llevará nuestras penas, Él nos dará la libertad.

 Vamos a preparar el camino del Señor, vamos a construir la ciudad de nuestro Dios.

PRIMERA MEDITACIÓN

       QUERIDOS HERMANAS: Estamos comenzando este tiempo santo de Adviento. Todos los tiempos son santos, porque deben servirnos para santificarnos, para unirnos y amar más a Dios y a los hombres. Pero este lo es especialmente, porque el tema central del Adviento es la espera del Señor, considerada bajo diversos aspectos.

En primer lugar, la espera del Antiguo Testamento, encaminada hacia la venida del Mesías prometido. De ella hablan las profecías que la liturgia presenta estos días a la consideración de los fieles para despertar en ellos aquel profundo deseo y anhelo de Dios que vivió todo el Antiguo Testamento, especialmente los profetas, que se encargaron de parte de Dios, de mantener esta esperanza en el pueblo fiel.

       Una vez que vino el Mesías prometido, Jesucristo, terminó el Antiguo y empieza el Nuevo Testamento, con la realización de las promesas; llegan los tiempos nuevos y se colman todas las esperanzas. Y ahora, en esta etapa nueva que vive la Iglesia, debemos vivir y actualizar en nuestro corazón y en nuestra vida cristiana esta venida, mientras la historia de la humanidad se dirige a la última venida del Señor, a la parusía, a la venida gloriosa de Cristo, al final de los tiempos.

       Por eso, el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» del Hijo de Dios; y por otra, mira y hace que nos preparemos para la segunda venida, al final de los tiempos; y para que ésta se pueda realizar, es necesario esperarlo y recibirlo ahora, en diversas formas en las que llega a nosotros por la vida, por los sacramentos y por la Palabra.

       Y como me toca a mí esta mañana dirigir la Palabra, quisiera empezar con una oración a la Santísima Trinidad de San Hilario, cuya fiesta celebraremos el 14 de enero, y que viene en la Liturgia de la Horas del día.

       ((Pero antes, y porque hemos hablado de la última venida, quiero dar gracias a Dios y he rezado y me he encomendado para este retiro a nuestros hermanos sacerdotes muertos últimamente, que han realizado ya esta encuentro del último día; qué testimonios más maravillosos de fe, de amor a Cristo y de esperanza en Dios Padre nos habéis dado. Qué aceptación de la muerte y certeza del encuentro con Cristo gloriosos, qué gozo y seguridad nos dais.

       Este mes de noviembre varias veces y expresamente los he recordado y rezado con sus nombres en la Eucaristía. Ya no celebraréis el Adviento y la Navidad con nosotros, porque vivís la presencia del Padre que nos soñó y nos creó para una eternidad de gozo con Él en su misma esencia y esplendores divinos, del Hijo que vino en nuestra búsqueda para salvarnos y abrirnos las puertas de la eternidad, y del Espíritu Santo, el Dios Amor que nos funde en el abrazo y beso eterno del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en éxtasis infinito y eterno de fuego y esplendores del volcán divino y trinitario de bellezas eternamente reveladas entre esplendores siempre nuevos y deslumbrantes. La muerte para nosotros no es caer en el vacío o en la nada,  sino en los brazos ya abiertos de Dios.

       Y con este recuerdo emocionado y trinitario a nuestros hermanos sacerdotes difuntos, empiezo ahora mi meditación con la oración de san Hilario)).

PADRE SANTO, TE SERVIRÉ PREDICÁNDOTE

 «Yo tengo plena conciencia de que es a ti, Dios Padre omnipotente, a quien debo ofrecer la obra principal de mi vida, de tal suerte que todas mis palabras y pensamientos hablen de ti.

Y el mayor premio que puede reportarme esta facultad de hablar, que tú me has concedido, es el de servirte prodigándote a ti y demostrando al mundo, que lo ignora, o a los herejes, que lo niegan, lo que tú eres en realidad: Padre; Padre, a saber, del Dios unigénito.

Y, aunque es ésta mi única intención, es necesario para ello invocar el auxilio de tu misericordia, para que hinches con el soplo de tu Espíritu las velas de nuestra fe y nuestra confesión, extendidas para ir hacia ti, y nos impulses así en el camino de la predicación que hemos emprendido. Porque merece toda confianza aquel que nos ha prometido: “Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá”.

Somos pobres y, por esto, pedimos que remedies nuestra indigencia; nosotros ponemos nuestro esfuerzo tenaz en penetrar las palabras de tus profetas y apóstoles y llamamos con insistencia para que se nos abran las puertas de la comprensión de tus misterios; pero el darnos lo que pedimos, el hacerte encontradizo cuando te buscamos y el abrir cuando llamamos, eso depende de ti.

Cuando se trata de comprender las cosas que se refieren a ti, nos vemos como frenados por la pereza y torpeza inherentes a nuestra naturaleza y nos sentimos limitados por nuestra inevitable ignorancia y debilidad; pero el estudio de tus enseñanzas nos dispone para captar el sentido de las cosas divinas, y la sumisión de nuestra fe nos hace superar nuestras culpas naturales.

Confiamos, pues, que tú harás progresar nuestro tímido esfuerzo inicial y que, a medida que vayamos progresando, lo afianzarás, y que nos llamarás a compartir el espíritu de los profetas y apóstoles; de este modo, entenderemos sus palabras en el mismo sentido en que ellos las pronunciaron y penetraremos en el verdadero significado de su mensaje.

Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz que no nos apartemos de la verdad de la fe; haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre, y al único Señor Jesucristo, y que argumentamos ahora contra los herejes que esto niegan, podamos también celebrarte a ti como Dios en el que no hay unicidad de persona y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti».

(Del tratado de san Hilario, obispo, sobre la Trinidad (Libro 1,37-38: PL 10,48-49. Liturgia de las Horas: 14 de enero)

       QUERIDOS HERMANAS: Cuatro son los temas de los que me hubiera gustado hablar con cierta amplitud en este retiro de Adviento: del Adviento, por ser el tiempo litúrgico fuerte en que vivimos; de María, por ser mujer y hablar a mujeres que tienen psicología y amor especial para estas cosas, y también porque ella fue la primera que vivió este tiempo del espera del Hijo, y porque hemos celebrado el triduo o la novena de la Inmaculada que tantas emociones y recuerdos agradecidos nos trae; y hablaros finalmente, si hubiera tiempo, de Juan el Bautista, porque cuando llega el otoño y las hojas se caen de los árboles viene puntual a esta cita con su voz fuerte y tonante, invitándonos a la conversión, como profeta verdadero a quien no se le traba la lengua, cuando tiene que decir verdades que nos cuestan y hablarnos de conversión y de preparar los caminos del Señor.    Pero como no es posible hablar de todo con amplitud, los tres primeros temas los fundo en uno, del cual hablaré en esta primera meditación, cuyo título sería

TRARAR DE VIVIR EL ADVIENTO CON MARÍA.  (((Por escrito, en la mesa, y por si alguno quiere llevárselos a casa o meditarlos aquí,  pondré para meditar sobre la Virgen ya que estamos en su novena de la Inmaculada, unos textos hermosos de los Santos Padres sobre la Virgen en los misterios del adviento y la navidad. Sin imponer nada, repito para los que quieran. Así como una meditación sobre la Encarnación. Y Después de un largo silencio de esta meditación que estoy dando, tendremos la segunda meditación.)))

       Y ahora ya, iniciada esta primera meditación del Adviento, quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo a mis feligreses: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, no será Navidad en nosotros; el Adviento ha sido tiempo inútil, no aprovechado, no vivido, no ha existido en nosotros, no ha habido espera y deseo del Señor.

Lógicamente, el Señor ya está en nosotros, en nuestras vidas, pero si no aumenta su presencia en esta Navidad, por un adviento vivido con deseos de mayor unión, de experiencia de amor, no habrá servido para nada este tiempo, no habremos vivido el adviento cristiano.

       Cristo viene todos los años, litúrgica y sacramentalmente, a nuestro encuentro en este tiempo de Adviento, porque El vino en nuestra búsqueda, el Dios infinito en busca de su criatura, porque nos ama y quiere llenarnos de su belleza, hermosura, de su ser y existir divino y trinitario, pero si no salimos a esperarle, no puede haber encuentro de gracia y salvación con Él.

La Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana. Y así lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad».

       Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos.

Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos, para iluminarnos del verdadero concepto de hombre, mujer, familia, matrimonio, sentido de vida humana. Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia y lo canta y reza por nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven que te esperamos, ven pronto y no tarde más».

       Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como dije antes, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo. Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por la televisión y los medios, debemos recogernos en silencio de ruidos mundanos ahora para meditar los textos sagrados. Para eso estamos reunidos aquí y no podemos dejar pasar esta oportunidad que el Señor nos ofrece.

       ¿Por dónde vendrá Cristo esta Navidad?  Si yo tengo que salir al encuentro de una persona, si yo quiero llegar a Madrid, tengo que ir por una carretera distinta que si voy a Salamanca. ¿Por qué caminos tengo que esperar a Cristo en este tiempo de Adviento, para que nazca en mi corazón y para que aumente su presencia de amor?

       En este tiempo de Adviento la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

1.- POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO MARÍA

       La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo. Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte, confirmándole que era verdad todo lo que decía, ya que no estaba bien que tan niño empezara haciendo milagros; así que una parte del Magnificat se la debemos a Él, de la misma forma que todo pan eucarístico, el cuerpo eucarístico de Cristo tiene perfume, olor y sabor maría, por ser carne que viene de María.

       Por otra parte,  no sería bueno para nosotros, que tenemos que recorrer a veces este camino, con frecuencia duro y seco aparentemente de fe, esperanza y amor,  sin ver ni sentir nada, que es la oración. María nos invita a entrar en clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano.

       Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren chapám y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica, carece de alma, de experiencia, de vida, auque sea ex opere operato. Es que todo depende de la fe y amor personal con que viva y experimente la acción litúrgica.

       La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en espíritu y verdad”.

       Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

       Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y quiere venir a cada uno de los creyentes para aumentar su presencia y su amor en nosotros en esta Navidad, viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan, sin necesidad de lecturas.

Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

       Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, su presencia en mi alma, la vida de gracia, de fe y amor esperanza, este nuevo encuentro litúrgico con Cristo, que especialmente por la Eucaristía hace presente todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado voy a besar, tocar y  venerar en cada sagrario, en cada pesebre, en cada imagen de Niño.«Ven, Señor, y no tardes».

El sacerdote sembrador de eternidades... Las religiosas sois apóstoles y sacerdotisas por la oración y la penitencia y la conversión. La oración personal es la que me sirve de canal para recibir las gracias y los frutos de la oración litúrgica y es el principal apostolado de las religiosas entregadas totalmente con la caridad fraterna a este apostolado en la iglesia, como del sacerdote y del Obispo. El principal. No lo afirmo yo, pongo textos de personas más autorizadas:

Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte,  ha vuelto a repetir e insistir en la necesidad de la oración y de escuelas de formación en esta materia tanto en parroquias como centros de formación, como el seminario. Y la razón es evidente. Si yo como formador o como párroco, no recorro este camino de oración hasta las alturas de la contemplación y de la oración de unión y transformación que es donde se ya la experiencia del Dios vivo, difícilmente podré conducir a mis feligreses hasta el Tabor. Y esto existe, Dios existe vivo, comunicativo, pero hay que vaciarse de tanto yo que impide vivir en mí, estoy tan lleno que no cabe ni Dios.

Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, cuando invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de apostolado, de vida apostólica, pero no de métodos y organigramas, donde expresamente nos dice «no hay una fórmula mágica que nos salva», «el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo», sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a Él por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía. No todas las acciones son apostolado. Sin el Espíritu de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo.

Primacía de la gracia

38.- En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15,5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5,5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitidie al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración.”

CARTA DE MAYO ÚLTIMO DE LA S. CONGREGACIÓN DEL CLERO

Con ocAsión de la tradicional Jornada de oración por la santificación de los sacerdotes, que se celebra en la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús, quiero recordar la prioridad de la oración con respecto a la acción, en cuanto que de ella depende la eficacia del obrar. De la relación personal de cada uno con el Señor Jesús depende en gran medida la misión de la Iglesia. Por tanto, la misión debe alimentarse con la oración: «Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo» (Benedicto XVI, Deus caritas est, 37).

La oración y los pobres: (En vez de estar parados orando, a trabajar, hacer apostolado) Madre Teresa de Calcuta: “He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán».

«La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí».

Consejos del Papa a nuevos obispos

Discurso del 22 de septiembre

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 9 octubre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI el 22 de septiembre en la residencia pontificia de Castel Gandolfo a 107 obispos nombrados en los últimos doce meses.

       El día de la ordenación episcopal, antes de la imposición de las manos, la Iglesia pide al candidato que asuma algunos compromisos, entre los cuales, además del de anunciar con fidelidad el Evangelio y custodiar la fe, se encuentra el de "perseverar en la oración a Dios todopoderoso por el bien de su pueblo santo". Hoy quiero reflexionar con vosotros precisamente sobre el carácter apostólico y pastoral de la oración del obispo.  El evangelista san Lucas escribe que Jesucristo escogió a los doce Apóstoles después de pasar toda la noche orando en el monte (cf. Lc 6, 12); y el evangelista san Marcos precisa que los Doce fueron elegidos para que "estuvieran con él y para enviarlos" (Mc 3, 14).

Al igual que los Apóstoles, también nosotros, queridos hermanos en el episcopado, en cuanto sus sucesores, estamos llamados ante todo a estar con Cristo, para conocerlo más profundamente y participar de su misterio de amor y de su relación llena de confianza con el Padre. En la oración íntima y personal, el obispo, como todos los fieles y más que ellos, está llamado a crecer en el espíritu filial con respecto a Dios, aprendiendo de Jesús mismo la familiaridad, la confianza y la fidelidad, actitudes propias de él en su relación con el Padre.

Y los Apóstoles comprendieron muy bien que la escucha en la oración y el anuncio de lo que habían escuchado debían tener el primado sobre las muchas cosas que es preciso hacer, porque decidieron: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra" (Hch 6, 4). Este programa apostólico es sumamente actual. Hoy, en el ministerio de un obispo, los aspectos organizativos son absorbentes; los compromisos, múltiples; las necesidades, numerosas; pero en la vida de un sucesor de los Apóstoles el primer lugar debe estar reservado para Dios. Especialmente de este modo ayudamos a nuestros fieles.

2.- TENEMOS QUE ESPERAR AL SEÑOR POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

       “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

       Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada.

Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de demostrarlas o comprobarlas con la razón; y porque nos fiamos más de nuestros propios criterios que de lo que nos dicta la fe, dudamos de lo que Dios nos dice por el Evangelio, porque supera toda comprensión humana.

Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero casi grande en su interior, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo en otros asuntos y esperas, que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros.

       Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta del gobierno y de los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, Dios, Evangelio…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta todo, porque le falta Dios. Y estamos todos más tristes, más solos: los matrimonios, los padres, los hijos, los amigos… nos falta Dios; es necesario que Dios nazca en los hombres, viva en los matrimonios, sea invitado y comensal diario en nuestros  hogares. Necesitamos fe personal ante las iglesias vacías, sacramentos civiles, bautizos diezmados, comuniones  sin Cristo: han desaparecido las apoyaturas de la fe.

       Por eso, lo primero de todo será la fe, la fe en la Navidad cristiana, fe en su Venida, en su Encarnación, en su nacimiento, en su presencia eucarística; si creo en Cristo, no puedo separar unas realidades de otras, tengo que creer en el Cristo completo.

       ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo sólo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como María, por una fe viva.

       Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. La Navidad fundamentalmente es creer que Dios ama al hombre, sigue amando al hombre, sigue amando y perdonando a este mundo.

       La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumple, todo tiene sentido, todo nos prepara para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotros. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Que merezcamos su alabanza por haber creído en su venida de amor a este mundo.

       Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella. ¡Madre, enséñanos a esperarlo y recibirlo así!

3.- POR EL CAMINO DEL AMOR AGRADECIDO, COMO MARÍA

       María expresó maravillosamente este sentimiento ante su prima Isabel con el canto del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1,46-47).

       Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto.

Pero en estos días, como siempre, lo primero debe ser Dios. Y si alguien nos pregunta, tanto ahora en Navidad como en cualquier tiempo del año, ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios? Pues porque Él nos amó primero. Dios nos visita, se hace cercano, se hace hombre y viene a nosotros por amor y para que nos amemos y le amemos: “Porque Dios es Amor… En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó, y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,8.10). Qué claro lo vio Juan: Dios nos amó primero y, roto este amor por el pecado de Adán, Dios volvió a amar más intensamente al hombre, enviándonos a su propio Hijo para salvarnos.

       Santa Catalina de Sena nos describe así todo el amor de Dios en la creación del hombre y, sobre todo, una vez caído, en la recreación, por el amor del Hijo amado: «Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, Padre Dios, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto...      A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. El fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. Él lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?

       Nosotros somos tu imagen, y tú eres la nuestra, gracias a la unión que realizaste en el hombre, al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de la carne de Adán. Y esto, ¿por qué? No por otra causa que por tu inefable amor. Por este inmenso amor es por el que suplico humildemente a tu Majestad, con todas las fuerzas de mi alma, que te apiades con toda tu generosidad de tus miserables criaturas»”(Santa Catalina de Siena,Diálogo,Cap. 4).

             Esta debe ser una actitud fuerte en estos días: amor agradecido al Señor, que busca nuestra amistad, que viene y nos quiere salvar, que viene desde su Felicidad infinita a complicar su vida por nosotros. Procuremos retirarnos a la oración, revisar nuestro comportamientos para con Él, corrijamos, enderecemos los caminos, salgamos a su encuentro, mirando a los hermanos.

Más frecuencia y más fervor en todo: oración, misas, comuniones, obras de caridad con los hermanos,  control de la soberbia y orgullo, porque Cristo se hizo pequeño, visitemos a los necesitados como María a su prima santa Isabel.

4.- POR EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN, COMO MARÍA

       “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”. Así respondió María al ángel, a la maternidad que le anunciaban, porque sus pensamientos y su planes no eran esos. Pero se convirtió totalmente a la voluntad y a los deseos de Dios, como nosotros tenemos que hacer en nuestras vidas, cuando sus planes no coincidan con los nuestros. Hemos de responder como María: “Aquí está el esclavo del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

       A veces estamos tan llenos de nuestro yo, de nuestros criterios, de nuestros planes… que no caben los de Dios, porque son contrarios y opuestos. El hombre, desde que existe, por impulso natural, tiende a amarse a sí mismo más que a Dios. El mandamiento de “amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, el hombre, por el pecado original, lo convierte en me amaré a mí mismo con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi ser…  Y esto es idolatría. Pero que uno la ve mucho dentro de la misma Iglesia, en los de arriba, muy arriba y en los de abajo. Dios no es lo absoluto de nuestra vida. En el centro de nuestro corazón nos entronizamos a nosotros mismos y nos damos culto idolátrico, de la mañana a la noche.

       Por esta razón, si queremos que Cristo aumente su presencia en esta Navidad dentro de nosotros, en nuestro corazón, en nuestro ser y existir, tenemos que destronar este <yo> del centro de nuestro corazón y de nuestra vida. Porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni su Evangelio, ni sus criterios, ni sus mandatos, ni su vida, ni su amor, ni sus sentimientos, no cabe ni Dios porque nosotros nos hemos constituido en dioses de nuestra vida.

Por tanto, si queremos que Cristo nazca dentro de nosotros,  esto es: aumente su presencia en nosotros, en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra comunidad, tenemos que vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros criterios,  y de esos amores egoístas y consumistas, que nos invaden totalmente y nos vacían de Dios que es el Todo.

Y ese es el vacío que siente el mundo actual, muchos hombres y mujeres, las familias estamos, los matrimonios, más solos y tristes, porque nos falta Dios, nos falta el amor, que es Dios. . Necesitamos que Dios llene nuestra vida, nuestro corazón; necesitamos la Navidad; pero la Navidad cristiana, porque, aunque Cristo naciese mil veces, si no nace dentro de nosotros, en nuestro corazón, no habrá Navidad; no habrá encuentro con Dios; todo habrá sido inútil, aunque sobren champán y turrones, no podremos tener Navidad.

       Y para eso, repito, es necesaria la conversión, el vaciarnos de nosotros mismos y de tantas cosas que impiden el nacimiento de Dios en nosotros. Hay que perdonar a todos, no puede haber soberbia y rencor en nuestro corazón para que Cristo pueda nacer; hay que ser generosos en tiempo y amor con los necesitados de tiempo, amor, de cuerpo y alma, con nuestros feligreses, familiares, amigos; hay que convertirse de la crítica continua a los hermanos a la comprensión,  a la aceptación, jamás criticar, no podemos criticar si queremos tener el corazón dispuesto para que nazca Cristo; la soberbia, la murmuración y la falta de caridad con los hermanos impiden este nacimiento. Todo debe ser buscado, rezado y realizado conforme a la voluntad de Dios, mediante una conversión sincera.

       Por eso, repito, que, unido a la fe, va el amor, la oración, la conversión...Estos tres verbos ORAR-AMAR-CONVERTIRSE tienen para mí casi el mismo significado y se conjugan igual y el orden tampoco altera el producto, pero siempre en línea de experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, que vuelve por la Liturgia Eucarística a repetir su historia y su nacimiento para nosotros.

       Orar es querer convertirse a Dios en  todas las cosas. La conversión debe durar toda la vida, porque siempre tendemos a ponernos y colocar nuestra voluntad y deseos delante de los de Dios, a amarnos más que a Dios, que debe ser lo primero y absoluto. Por eso, la conversión debe ser permanente y exige oración permanente. Y la oración, si verdaderamente lo es, debe ser permanente y debe ser y llevarnos a la conversión permanente. Porque si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente. 

       Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas. Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.“Dios es amor”, dice S. Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando San Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Y ese amor se ha hecho carne, se ha hecho hombre, y ese amor de Dios al hombre se llama Jesucristo, y esto es la Navidad cristiana, el misterio del Amor de Dios Encarnado.

       Si es Navidad en este año, quiere decir que Dios sigue amando al Hombre; si Dios nace, quiere decir que Dios no se olvida del hombre; si  Dios nace, el mundo tiene salvación, no debemos desesperar; si Dios nace, todo hombre es mi hermano y el hombre vale mucho, vale infinito, vale una eternidad. Somos más que este espacio y este tiempo, para eso ha nacido Jesucristo. Si Cristo nace, sí hay Navidad, Dios me ama, Dios me ama, Dios me ama: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn  3,17).

Canto final

LA VIRGEN SUEÑA CAMINOS, está a la espera; la Virgen sabe que el Niño está muy cerca. De Nazaret a Belén hay una senda; por ella van lo que creen en las promesas

LOS QUE SOÑÁIS Y ESPERÁIS LA BUENA NUEVA, ABRID LAS PUERTAS AL NIÑO, QUE ESTÁ MUY CERCA. EL SEÑOR CERCA ESTÁ, ÉL VIENE CON LA PAZ. EL SEÑOR CERCA ESTÁ, ÉL TRAE LA VERDAD.

EN ESTOS DÍAS DEL AÑO, el pueblo espera, que venga pronto el Mesías a nuestra tierra. En la ciudad de Belén, llama a las puertas, pregunta en las posadas y no hay respuesta.

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Vendrá el Señor con la aurora, Él brillará en la mañana, pregonará la verdad. Vendrá el Señor con su fuerza, Él romperá las cadenas, Él nos dará la libertad.

Él estará a nuestro lado, Él guiará nuestros pasos, Él nos dará la Salvación. Nos limpiará del pecado, ya no seremos esclavos, Él nos dará la libertad.

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Visitará nuestras casas, nos llenará de esperanza, Él nos dará la Salvación. Compartirá nuestros cantos, todos seremos hermanos, El nos dará la libertad.

Caminará con nosotros, nunca estaremos ya solos, Él nos dará la salvación. Él cumplirá la promesa, y llevará nuestras penas, Él nos dará la libertad.

 VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

II

MEDITACIÓN

Titularía esta meditación: JESÚS Y LAS MUJERES. En concreto, estando en un convento: JESUS Y LAS CONSAGRADAS, LAS RELIGIOSAS)

(Don Benito, 10-6.16)

(Para darlo en cualquier época no hace falta citar TEXTO: Mc 15,40-41: “Había allí unas mujeres, mirando desde lejos: María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé. Ellas seguían a Jesús y lo servían cuando estaba en Galilea. Y había también muchas otras, que habían subido con él a Jerusalén “.)     

En varias ocasiones he rastreado el Evangelio, buscando, la llamada de Jesús a todas estas mujeres que le seguían y que le llegan a acompañar hasta el Calvario, --cosa que no hicieron los Apóstoles, excepto Juan con María--, y nunca, en ninguno de los cuatro Evangelios, he encontrado que Jesús llamara expresamente a su seguimiento a ninguna de ellas.

A los hombres, a los apóstoles, les llamó; a Zaqueo, le llamó a la conversión; a varias personas Jesús las llama... pero todas estas personas son hombres. Las mujeres no fueron llamadas ex expreso ¿Por qué? No lo sé ciertamente, pero por los evangelios podemos comprobar que las mujeres vieron en Cristo desde el principio una verdad de amor y sinceridad que no veían los hombres. Es la verdad. Porque ellas le ven, le conocen y, aunque Él no las llame, ellas le quieren, le aman y le siguen.

Jesús no necesita llamarlas expresamente a su seguimiento: ellas quedan fascinadas por Él, por su Persona,  por su palabra, por su trato... Quedan cautivadas por su bondad y respeto para con ellas, por cómo las quiere, con qué cariño y con qué delicadeza las trata.., y quedan totalmente subyugadas y enamoradas de Él y le siguen.

Y prueba de todos esto es que le siguen hasta el final; dice el evangelista Juan —expresamente los cita— que junto a la Cruz de Jesús —donde no había nadie, porque todos le dejaron solo— además de su Madre y de Juan, había algunas mujeres.

Por un lado, es evidente que no es precisa ninguna explicación de por qué su Madre estaba allí. Era su Madre y eso explica que Ella estuviera con Él, no hay que buscar más explicaciones. Pero a veces sí, podemos pensar: ¿por qué ellas estaban allí? ¿Por qué estaban allí las otras mujeres? ¿Quiénes eran y cuántas?

Los Evangelios citan los nombres de algunas de ellas: María Magdalena; María, la madre de Santiago, el Menor; Salomé, la madre de los hijos de Zebedeo; una cierta Juana y una cierta Susana.

Estas mujeres habían seguido a Jesús desde Galilea. Galilea es el lugar donde Jesús pasó su infancia, sus primeros años. Galilea es el lugar del hogar: Nazaret es el hogar de Jesús y María; el lugar de la intimidad, de la vida de familia; así como, por contraposición, Judea es el lugar de la predicación, de la vida pública, de la Presentación en el Templo...

Las manifestaciones más notorias de Jesús tienen lugar en Judea, en Jerusalén o en las cercanías de Jerusalén, mientras que Galilea es el lugar de la intimidad. Y ellas le siguen desde allí, le habían seguido desde Galilea.

Lo habían acompañado llorando en el camino del Calvario; en el Gólgota observaban de lejos, desde la distancia mínima que se les permitía acercarse, porque si su Madre se pudo acercar hasta la Cruz, dicen los estudiosos, es porque alguien, algún soldado, probablemente el centurión, se apiadó de Ella.

Le dijeron que era la Madre del reo, del condenado y por eso le permitieron acercarse, pero de suyo, aunque entre los
romanos había costumbre de presenciar las ejecuciones, se guardaba cierta distancia.

Y las mujeres guardaban esa distancia porque no se les permite acercarse más. Y después de muerto, ellas siguen con Él: le acompañan con tristeza, con dolor, con profunda pena, al sepulcro juntamente con un hombre, que es el que cede el sepulcro: José de Arimatea.

Las llamamos, con cierta condescendencia, “las piadosas mujeres”. Pero yo creo que es un apelativo injusto, porque no son unas mujeres piadosas, son unas mujeres valientes, intrépidas, que se atreven a hacer lo que prácticamente nadie se atreve, ni sus más íntimos.

No son unas mujeres piadosas que, solamente por un sentimiento religioso, hacen eso, sino porque de verdad le aman y tienen coraje y valor. Desafían el peligro que supone dar la cara por un hombre que ha muerto fuera de la Ley, que ha muerto como un maldito.

Y es impresionante, por lo que decíamos al principio: ¡porque ellas no son su Madre! No lo son, pero dan la cara por El, le siguen hasta el final, desafían el peligro y se puede decir de ellas lo que el evangelista Lucas, en el capítulo 7, versículo 23, pone en boca de Jesús: “Dichoso el que no se escandalice de Mí”.

Ellas son dichosas porque no se escandalizan de Jesús. Estas mujeres son las únicas que no se han escandalizado de El. Y ellas son, de alguna manera, en este momento, un referente para vosotras, religiosas carmelitas, mujeres amantes del Señor, de Cristo Jesús: vosotras no os alejáis de Él ni os escandalizáis de Él y estáis siempre junto a Él y le seguís y estáis con Él siempre a las duras y a las maduras; y muchas veces, sobre todo para algunas y en circunstancias especiales, son más las duras que las maduras.

Porque la vida de clausura, de comunidad, de soledad… a veces no es que sea de suyo, pero por las circunstancias, por alguna causa o persona, se hace dura. Pero no le dejéis nunca solo al Señor con la cruz de los pecados de los hombres, seguirle en obediencia y humildad, aún en incomprensiones de los de casa, pero no dejarle solo, de modo que Él pueda decir de nosotras lo mismo: “Dichosas porque no os habéis escandalizado de mí’.

Se discute mucho, creo yo de forma absurda, pero que sirve para polemizar, acerca de quién fue responsable de la muerte de Jesús. Y entonces empiezan a dar vueltas: que si los jefes de los judíos, que si Pilato, que si ambos... En cualquier caso, una cosa hay cierta: fueron hombres, no mujeres, los que condenaron a Jesús.

Ninguna mujer está involucrada, ni siquiera indirectamente, en su condena; hasta la única mujer pagana que se menciona en los relatos de la Pasión del Señor, que es la esposa de Pilato, también quiso, de alguna manera, que Jesús fuera absuelto de su condena.

Es cierto, esto no lo vamos a negar, que Jesús murió también por vuestros pecados, por los de las mujeres, para redimir también a las mujeres. Pero históricamente, solamente las mujeres podéis decir que sois inocentes de la sangre de Cristo.

Lo que dijo Pilato al excusarse de la Sangre de Jesús es mentira, él no se lo podía aplicar a sí mismo, porque es falso. Vosotras, las mujeres, históricamente podéis decirlo. Pero la cuestión es que no solamente lo podáis decir entonces, históricamente, sino que realmente lo podáis decir vosotras ahora, religiosas todas de esta comunidad carmelita de Don Benito, que podáis decir: “Somos inocentes hoy del sufrimiento de Jesús, del dolor de Cristo ahora, en este mundo actual”.

Queridas hermanas, pido al Señor que lo podáis decir hoy, de verdad, que cada una de vosotras, mirando a Cristo y a la comunidad, a la priora y a las hermanas, podáis decir: “soy inocente del dolor del Señor, yo no le causo dolor a Cristo por mis  faltas de fe y amor a Cristo, a las hermanas, a mi comunidad, porque llevo una vida que es la que tiene que ser y hablo lo que tengo que hablar y soy atenta y servicial con todas mis hermanas, como tengo que ser, porque siguiendo a Cristo me estoy entregando cada día más a Dios y por Él, a mis hermanas de comunidad”.

Que de verdad podamos decir y hacer nuestras, estas palabras, que las podamos decir ante Cristo y las hermanas, sin faltar a la verdad. Porque a las hermanas podemos engañarlas, aunque es difícil viviendo tan cerca y continuamente en comunidad, pero a Cristo es imposible.

¿Por qué las piadosas mujeres fueron las primeras en ver al Señor Resucitado? Porque no le abandonaron nunca, ni muerto y fueron las últimas en dejarlo limpio y sepultado. ¿Por qué el Señor tuvo esta delicadeza y preferencia por ellas, por qué se apareció a ellas y fueron las primeras en verlo Resucitado?. ¿Por qué tuvieron este privilegio y no los apóstoles, por qué se les encomienda la misión de anunciar a los apóstoles que ha resucitado y que volverá a estar con ellos? Porque no abandonaron nunca a Cristo, ni vivo ni muerto, esto es, porque no quisieron nunca dejar el trato y la amistad con Él, esto es, no abandonaron el trato personal con Él, la relación de amistad, esto es, la oración personal y comunitaria, la de lavarle y limpiarle de los pecados todas juntas.

Y sigo preguntando: Por qué algunas de vosotras habéis llegado o estáis cerca de verle a Cristo transfigurado en el Tabor de la oración y otras están todavía en el llano siguiendo sus criterios o ideas personales, obedeciendo a  sus caprichos y planes y no al evangelio, con obediencia total a Cristo en los superiores que  le representan, por qué…

Pues porque yo no he avanzado por la oración y la conversión de vida, porque no sigo a Cristo con todas mis fuerzas, con todo mi amor… “quien quiera ser discípulo mío…, porque no somos humildes de corazón de lo que habla tanto vuestra fundadora santa Teresa, no han pasado de las segundas moradas y así permanecen toda la vida, o con S. Juan de la Cruz no han llegado a la negación de sí mismas, de sus criterios y pasiones, por medio de la noches del sentido y del espíritu, donde yo me enteré bien de todo esto aunque esto no hizo que lo practicara en mi vida pero me enteré bien al hacer sobre estas noches y purificaciones mi tesis doctoral en teología y espiritualidad.

Esto también para todas vosotras es y debe ser todo un signo y toda una señal de reflexión y análisis personal, de revisión de vida, de ver dónde estáis en vuestro caminar hacia la unión perfecta de entendimiento y voluntad con Cristo.

Porque vosotras, como santa Teresa, si sois carmelitas totales y luchadoras de santidad personal, y es un poco atrevido lo que voy a deciros, pero la culpa la tiene el Señor, el Espíritu Santo que me lo revela y está en los evangelios: vosotras, si permanecéis unidas a Cristo Resucitado por la oración y la conversión permanente de vuestro yo, si procuráis vivir vuestra vida sacrificada con Él y por Él para bien de la Iglesia y salvación de los hermanos, con vuestro testimonio de vida enclaustrada, sacrificada y en unión permanente de amor con vuestro esposo Cristo, vosotras estáis llamadas a anunciarles a obispos y sacerdotes, como vuestra madre fundadora, como lo hicieron aquellas mujeres con los apóstoles, con los apóstoles “oficiales”.

Vosotras, con vuestra oración y vida ejemplar y austera, estáis llamadas a ser apóstoles de los apóstoles! y anunciarles y recordarnos, a obispos, sacerdotes y pueblo cristiano, desde la sencillez y verdad de vuestra vida, sin ninguna pretensión, que Jesús está vivo, que ha resucitado y llena vuestra vida y vuestros conventos, que está vivo y os ha enamorado, y que queréis vivir para Él y tenerle como único esposo de amor y Salvador del mundo y de los hombres.

Y esta es vuestra función principal y esencial en la Iglesia, monjas carmelitas, apóstoles orantes y sacrificadas entregando vuestra vida para la salvación de todos, para la santidad de la iglesia, especialmente de los elegidos y elegidas, orantes y contemplativas dando testimonio de que de verdad Jesucristo está vivo, que llena vuestras vidas, porque si no los conventos estarán vacíos y  os pondríais neuróticas, aquí encerradas, pero sin Dios, sin Cristo, sin la Santísima Trinidad que debe llenar y habitar en vuestros corazones y desde ahí vuestros conventos, como en Isabel de la Trinidad: Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro...

Y a estas alturas, queridas hermanas carmelitas, tenéis que llegar por la oración-conversión de vuestras envidias, soberbias, orgullos  demás, de críticas e incomprensiones, que a veces vivís en estos bajos terreno, criticando, murmurando internamente, no obedeciendo, aunque la superiora y las que mandan no sean santas, tú obedece a Dios, déjate de buscarte a ti misma y a tus antojos, y Dios te lo premiara con un mayor amor y amistad con Él y con todas las hermanas.

Y este es el testimonio que debéis dar a todo el pueblo cristiano cuando vengan a estar o hablar con vosotras, sobre todo, porque hoy como entonces, Cristo os confió a vosotras esta misión: “Id y decid a los Apóstoles…” os lo confió el Señor a las mujeres discípulas y seguidoras suyas de entonces y de ahora, con esta misión especial para que se lo comunicarais a los mismos apóstoles, obispos y sacerdotes de entonces y de ahora.

Recordádselo, queridas carmelitas, a los apóstoles de hoy, a nuestros obispos y sacerdotes. Porque a veces los apóstoles estamos tan atareados en los apostolados, que se nos puede olvidar y quitar de delante esa verdad fundamental. Que para predicar a Cristo, primero hay que estar con Él, sentirlo vivo y luego salir a predicarlo… primero hay que encontrarse con Cristo resucitado todos los días por la oración, y si es eucarística, ante el Sagrario, mucho mejor, y esta es razón de vuestra vida de clausura, de recogimiento, de entrega total, de vuestra vida de oración, este es vuestro ministerio como mujeres orantes y como esposas de Cristo, recordarnos y ser apóstoles de los apóstoles, como las santas mujeres, las primeras religiosas de la Iglesia, aunque no de clausura, que se dedicaron con amor total al Señor.

¿Por qué fueron las piadosas mujeres las que primero vieron a Cristo Resucitado? Los autores antiguos contestan a esta pregunta con una respuesta que no me convence mucho, pero que está ahí: hay un himno antiguo que dice que las piadosas mujeres son las primeras en ver el Resucitado porque fue una mujer, Eva, la que había sido la primera en pecar. Yo pienso que eso es  querer tapar la cobardía de los Apóstoles y la valentía de las mujeres de entonces y de ahora.

Yo pienso que la verdadera respuesta es otra, la que ya os he dicho antes: las mujeres fueron las primeras en verlo Resucitado porque fueron las últimas en abandonarlo cuando estaba muerto. Incluso, después de la muerte, ellas acudían en la mañana del domingo a llevar aromas al sepulcro, a seguir mostrando amor al Señor, detalles de amor, delicadezas de amor al Señor.

Y vosotras, queridas religiosas carmelitas de Don Benito, como mujeres, mirándolas a ellas, tenéis que preguntaros: ¿por qué ellas fueron capaces de resistir el escándalo de la Cruz? ¿Decid al mundo entero: nosotras vamos a ser capaces de resistir el escándalo de la Cruz de igual manera que ellas?

¿Por qué permanecieron cerca de Jesús cuando todo parecía acabado e incluso sus discípulos más íntimos lo habían abandonado y algunos estaban —como los de Emaús— preparando el regreso a casa? ¿Por qué ellas permanecen? ¿Y seremos nosotras capaces de permanecer siempre en amor y santidad y fe inquebrantable en Cristo nuestro dueño y Señor y no preparar nunca nuestro regreso a nuestro yo personal, a nuestro egoísmo, a nuestra casa, abandonando nuestro seguimiento total a Cristo, único dueño, esposo y señor de sus esposas carmelitas después de muchos años en el Carmelo?

¿Seremos fuertes y valientes para no dejarnos llevar como ellos de la cobardía, de la falta de fe y entrega total, del desánimo, del desaliento y la desilusión? Las religiosas carmelitas tienen que buscar a Cristo, aunque tengamos que pasar crisis de fe y amor, de sequedad, de no sentir nada, de noches del espíritu, de san Juan de la Cruz, por las que hay que pasar necesariamente en la oración y en la vida crucificada hasta llegar al desposorio místico en Cristo.

Queridas hermanas carmelitas, como enseñaron vuestros maestros en la fe, Santa Teresa y san Juan de la Cruz, hay que pasar por las noches espirituales de la vida en comunidad, noches y obscuridades de amor a Dios provocadas por las mismas hermanas con sus críticas y comportamientos a veces poco evangélicos, por incomprensiones, por todo hay que pasar para llegar a la unión total, al gozo del matrimonio espiritual con Cristo.

Que Dios existe, que vive dentro de ti por la gracia del bautismo, que Cristo está vivo en su Palabra y en su pan eucarístico pero para verlo y sentirlo hay limpiar bien todo el corazón y el entendimiento.

Como lo hicieron aquellas mujeres del evangelio, seguidores y amigas de Cristo, a quien fueron a verle y buscarlo y abrazarlo, aunque estaba muerto, como tú cuando no sientes nada en tu oración, comunión…fueron a buscarle y le encontraron vivo para siempre, como todas vosotras podéis y debéis hacerlo, eso es el sentido y la razón de la vida religiosa y más en clausura.  Sólo Él, solo Él puede llenar vuestro corazón, estos muros, solo Él. Tenéis que encontrarlo.

¿Por qué en la Iglesia unos encuentran a Cristo y otros no, sean obispos, sacerdotes o religiosas? La respuesta la había dado ya Jesús anticipadamente a estos hechos cuando, contestando a Simón, acerca de las objeciones que ponía a la pecadora que le había lavado y besado los pies, dijo simplemente: “ha amado mucho”. La respuesta de Jesús es preciosa, es simple: aquellas seguidoras de Cristo pudieron resistir el escándalo de la Cruz, aquella crisis de fe, de seguir creyendo en Cristo, porque habían amado mucho.

Luego lo único que podemos hacer, nuestra última arma para no caer en lo que cae cualquiera en una situación así, es el amor, es amar mucho: amar sin miedos, sin límites, porque el amor a veces nos da miedo, pero sin amor, no podemos. Ynos da miedo porque... porque sencillamente nos hace frágiles, vulnerables, y no queremos sufrir y todas estas cosas...

Las mujeres habían seguido a Jesús por Él mismo, por gratitud del bien recibido de Él, le seguían gratuitamente, no por la esperanza de obtener puestos y recompensas humanas, de ser obispos y superiores o abadesas, de “hacer carrera” siguiéndole a Él o de lograr algo a cambio de su amor. ¡Para ellas Cristo es el premio en sí mismo!

¡Con Él basta, con su amor, no quieren otras ventajas, no hace falta nada más! ¡Jesús en sí es ya para ellas el mejor regalo y un premio! No necesito que me dé nada a cambio. Se me da Él y teniéndolo a Él, lo tengo todo: “Estate, Señor, conmigo, siempre..

A ellas no se les había prometido doce tronos, ellas no habían pedido sentarse a su derecha y a su izquierda... Como está escrito —lo dice el evangelista Lucas y también el evangelista Mateo— le seguían solamente, simplemente para servirle, su alegría era servirle, estar con El. El hecho de seguirle para ellas era un premio. Porque sabían que Él era el Cristo, el Hijo del Dios Amor, del Dios eterno, del Dios vivo.

Ellas eran las únicas, que además de María, su Madre, habían asimilado el espíritu del Evangelio, que no buscaban nada, que no esperaban nada, fuera del reinado de Dios en sus vidas. Hay una palabra que a mí me suena tremenda, cuando los discípulos de Emaús contestan: “Es que nosotros esperábamos... “, o sea: “nos ha defraudado”.

 Ellas, aunque le ven muerto y le llevan al sepulcro... —no están soñando, son conscientes de que ha muerto— aun así... están tristes, están doloridas, porque le amaban y ha muerto, pero no están decepcionadas, porque vuelven el domingo por la mañana. Le siguen amando a pesar de que ha muerto, siguen esperando en El, ¿no es así?, siguen amándole.

Ellas habían sido valientes y habían sido capaces de seguir las razones de su corazón,—y para esto hace falta ser mucha personalidad y valentía—sobre todo si te lo complican los apóstoles y demás gentes cristianas. COMO VOSOTRAS, QUERIDAS RELIGIOSAS CARMELITAS.

Y el modelo supremo de oración y diálogo con Cristo, de intimidad, de seguimiento hasta la muerte, de amor que supera todas las noches y pruebas de fe y amor, es la Virgen del Carmen que estamos rezando y meditando estos días, María, la madre de Jesús y de todos los creyentes, nuestro modelo más perfecto para todos sus hijos, especialmente para vosotras, contemplativas. 

En esto, a diferencia de lo que sucede en otros muchos campos, la técnica nos ayuda poco porque, por desgracia —y esto lo sabemos todos— en nuestra sociedad se potencia cada vez más la inteligencia del hombre, sus posibilidades cognoscitivas.., pero eso no va acompañado —al mismo tiempo y en la misma proporción— de potenciar la capacidad de amar, que es el más grande don que Dios nos ha dado, el gran talento que no hacemos fructificar.

Esto último —al contrario— más bien no cuenta para nada. Aunque sabemos, en el fondo, que la felicidad o la infelicidad no vienen de conocer —no dependen tanto de conocer o no conocer— cuanto de amar o no amar; no hacemos caso del corazón, nos empeñamos en arrinconarlo.

No es difícil, siguiendo esta línea, comprender por qué nos interesa tanto potenciar nuestros conocimientos y tan poco aumentar nuestra capacidad de amar. Es sencillo: el conocimiento, cuanto más conocimiento, se traduce en más poder; mientras que el amor, se traduce en más servicio. Nos interesa más el poder: el controlar, el doblegar a los otros, que el entregarnos a ellos y servirles.

Con lo cual, nos interesa más potenciar todo lo que tiene que ver con el conocimiento y acallar todo lo que tenga que ver con el corazón. Y ese es el gran error, el gran fallo, de la sociedad actual, que nos está llevando a todo lo que está pasando y que conocéis mejor que yo.

Es necesario que después de tantas eras o etapas de la humanidad—y lo digo con todo el respeto y cariño— que se han denominado con diferentes tipos de hombre: la era del homo erectus, homo faber, del homo sapiens..., sería necesario que apareciera una era de la mujer, una era del corazón y de la compasión, que son dos atributos que Dios ha puesto en el corazón de la mujer de una manera eminente, preeminente, porque van ligados a vuestro ser mujeres y a vuestra capacidad de ser madres: el corazón y la compasión.

También es importante una cosa: ¡ser mujeres! Hay mujeres que, por el hecho de ser mujeres, se han visto discriminadas o infravaloradas— y, de alguna manera, para igualarse, han querido renunciar a ser lo que de verdad somos, a ser aquello que Dios nos ha hecho. Pues yo, por la parroquia y por la vida pastoral, valoro a las mujeres más que a los hombres para la vida cristiana y para el apostolado.

Hay etapas de la humanidad y de la historia en que se han dedicado a tapar o a ocultar todo aquello que nos recuerde lo que sois las mujeres, y ante todo y por encima de todo, sois mujeres y mujeres redimidas y salvadas y amadas tal cual Dios nos ha creado, con toda nuestra peculiar sensibilidad y delicadeza de sentimientos, las que aventajáis a los hombres incluso en el seguimiento a Cristo.

Queridas religiosas contemplativas, tenéis que ser, por encima de todo, mujeres y no intentar tomar actitudes propias de hombres en cuanto a la fuerza o a la dureza. ¡No! ¡Eso no es de Dios! Dios no os ha hecho así, os ha hecho como os ha hecho, mujeres,  y El todo lo ha hecho bueno y para el bien. Ha habido mujeres que, para afirmar su dignidad, han creído necesario asumir actitudes que no son propias de una mujer, que son más bien masculinas y eso es un error.

Tenéis que sentiros agradecidas a las piadosas mujeres, porque nos han enseñado esto: ellas no intentaron dejar de  ser lo que eran, sino que siguieron a Jesús siendo como eran:
desde su sensibilidad y fragilidad, desde su debilidad y estuvieron con El hasta el final.

A mí me conmueve pensar que, durante el camino al Calvario, los sollozos de esas mujeres fueron los únicos sonidos amistosos, benevolentes, que Jesús escuchó. Porque podemos imaginar una multitud furiosa que vociferaba contra Él, que mostraba su odio, su rabia... y, en medio de esa multitud, había algo que casi no se escuchaba pero que yo estoy seguro de que Jesús sí escuchó, los sollozos de estas mujeres.

Ellas no se avergüenzan de llorar. Qué valientes en confesar su amor al que iban a crucificar. Como vosotras, queridas carmelitas, confesas abiertamente con vuestra oración y vuestra vida sacrificada y santa, vuestro amor a Cristo en este mundo, es esta España que se está haciendo atea, no creyente, alejada de Cristo y de la Iglesia; y por lo tanto, de su salvación eterna. No porque deje de creer el hombre moderno, dejará de ser eterno y de de ser juzgado. Este mundo pasa, sólo Dios permanece.

Somos eternos y vosotras habéis comenzado ya a vivir en la eternidad, no en este mundo. Pues que lo sea de verdad superando las barreras humanas. Es femenino llorar y aquellas mujeres lloran y demuestran su amor y su dolor llorando a Cristo muerto, no tienen ningún inconveniente. Como vosotras, llorando a Cristo muerto para este mundo que no lo ve ni siente resucitado.

La Liturgia Bizantina que, en algunas cosas es sorprendentemente hermosa, tiene algo que no tiene la nuestra: han honrado a las piadosas mujeres dedicándoles el segundo después de la Pascua, que toma el nombre de “Domingo de las Miroforas” o de las portadoras de los aromas, de los perfumes.

Y Jesús se alegra de que en la Iglesia se honre a las mujeres que lo amaron y que creyeron en El durante su vida. Son todas las santas del Calendario religioso. Y sobre una de ellas, una mujer que vertió en su cabeza el frasco de ungüento perfumado en Betania, María hizo el elogio quizá más bonito que ha salido de la boca de Jesús: “dondequiera que se proclame este Evangelio, esta buena noticia, en el mundo entero se hablará también de lo que ésta ha hecho conmigo”.

Y esto es una llamada a todas vosotras a que hagáis esto mismo justamente  con Él. En la Biblia precisamente se encuentran de un extremo a otro varios mandatos de “ve!” o de ‘id”, son envíos por parte de Dios. Esa es la palabra que el Señor dirige a Abrahán, a Moisés, a los profetas y a los apóstoles: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura”.

Todos esos “id” o “ve” son dirigidas, son invitaciones dirigidas a hombres, a varones. Pero existe un “id” especial dirigido solamente a las mujeres, a las valientes, a las sin miedo, a las que no se quedaron en casa, como los Apóstoles,  por medio a los judíos: es el “Id” de Cristo en la mañana de Pascua, dirigido a las miróforas, portadoras de aroma para embalsamar a Jesús.

Entonces les dijo Jesús: “Id y avisad a mis hermanos que vayan a Galilea. Allí me verán”. Con estas palabras, ellas quedaban constituidas como los primeros testigos de la Resurrección. Ojo, primeros testigos de la fe católica y de la salvación de los hombres, porque la Resurrección es el hecho fundamental de la vida de Cristo que da sentido, razón y verdad a su persona y a su evangelio. Si Cristo no hubiera resucitado, no existiría la fe y la salvación.

Y ese “id a Galilea, id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea” es para vosotras muy significativo por lo que ya os he dicho antes: es vuestra misión como contemplativas, ser miróforas, --portadoras del aroma y del perfume de Cristo--, que notamos los de fuera cuando hablamos o visitamos un convento de Carmelitas.

Ser portadoras de la salvación del mundo por la contemplación activa y pasiva de san Juan de la Cruz en todas vosotras, hay que pasar por las noches y purificaciones necesarias, activas y pasivas, provocadas por vuestra vida en comunidad, del roce y vida en común, y a las pasivas provocadas directamente por el Espíritu Santo Purificador, el Espíritu de Amor de la Trinidad, que os purificará  como Él solo sabe y puede hacerlo para llegar a esa alturas de oración contemplativa y apostólica, en que os sintáis inundadas, poseídas, habitadas por la Santísima Trinidad.

De esta forma tenéis que llegar por medio de estas purificaciones activas y pasivas a ser personas que invitan a acudir a Galilea, a acudir al hogar íntimo de Jesús, a la intimidad con Él, a la contemplación de Él, al recogimiento con Él, a estar con Él, a vivir en su Corazón... A hacer de su Corazón nuestra Galilea, nuestro Hogar...

Pero repito por última vez lo que os he repetido tantas veces de diversas formas desde que os conocí; después de haber hecho mi tesis doctoral en san Juan de la Cruz sobre las noches del espíritu, última etapa de la vida espiritual, para llegar al matrimonio espiritual con Cristo, para poder escuchar a Cristo que os dice, “Id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea”, seas obispo, sacerdote o religiosa, para poder ver y sentir a Cristo en la contemplación del matrimonio espiritual, hay que vivirlo primero, cada uno tiene que llegar a sentirlo en la oración unitiva y contemplativa y transformativa.

Para ver a Jesús Resucitado, para sentirlo,  hay que ir a Galilea, a la oración contemplativa-unitiva-transformativa. Es el encargo expreso que Jesús da a las mujeres: “Dí a mis hermanos, decid a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán. Allí me verán Resucitado”.

Para encontrarse con el Resucitado hay que volver a la intimidad, al recogimiento, a ese estar con Él, “sabiendo que nos ama”, que no es otra cosa oración, según santa Teresa,  trato de amistad estando muchas veces a solas con aquel que sabemos que nos ama, a ese compartir con Él, a estar con Jesús en la intimidad, a la vida de hogar, de comunidad orante y activa...Es el único camino que existe.

Que sea tan íntimo, tan nuestro, que sea imposible no encontrarle; porque está tan cerca, que te das de bruces con Él nada más buscarle por la oración-conversión y por la eucaristía. Para eso hay que volver a Galilea. Tenemos que anunciar a los apóstoles que regresen a Galilea, que vuelvan a los inicios, al amor primero, a la Buena Noticia, al Evangelio, a la sencillez... En definitiva: a su Corazón. Sólo allí, sólo entonces podremos verlo vivo y resucitado.

(Cómo lo encontraron los Apóstoles en plenitud y lo sintieron en el corazón sin verlo con los ojos, como podemos encontrarlo todos, especialmente vosotras, que lo habéis dejado todo por seguirlo y amarlo y vivir con Él: Pentecostés. Le habían visto y tocado y milagros y le dejan; no le ven pero oran y lo sienten más que lo ven... y salen y arriesgan y dan la vida: oración. Si hay tiempo y es oportuno, poner aquí algo de la meditación de Pentecostés, del Espíritu Santo, como cima de la oración)

Hemos de pedir la gracia de que se avive nuestro deseo de ir a Galilea para verle ya resucitado y, de alguna manera, en la medida que podamos, arrastrar a todos a Él, con nuestra oración y nuestro testimonio de vida y caridad fraterna, verdadera, aunque a veces nos cueste. Y repetir, el gesto de aquellas mujeres.

Nosotras, como aquellas mujeres, no necesitamos que nos llame a voces: estamos tan enamoradas de Él que le hemos dejado todo: mundo, matrimonios, familia y nos sale espontáneo correr tras Él, ir con Él, vivir con Él... no concebimos ya la vida de otra manera, ni la queremos para otra cosa, por eso estoy aquí en un convento; queremos aquí en su presencia, romper para Él, mi esposo amado, y para mis hermanas religiosas, romper los vasos de perfume de nuestra vida, nuestro ser, nuestro frasco.., y derramar nuestro perfume, para que todas, toda la comunidad huela a Cristo vivo, vivo y resucitado en nuestros corazones.


ORACIÓN: Jesús: aviva en mí el deseo de ir a Galilea y, de alguna manera, arrastrar a todos hacia tu Corazón. Que viva tan enamorada de Tí que me salga espontáneo correr tras de Ti, ir Contigo, vivir Contigo...esto es un convento, vivir contigo y las hermanas, tus esposas del alma, mejor, del corazón; no quiero nada más, no deseo nada más que romper mi Vida para Ti, ser quebrada por tu Amor y derramar mi perfume sobre tu persona, Dios mío, Amor mío y sobre mis hermanas, tus esposas carmelitas. Amén. Así sea.                 

III MEDITACIÓN

LA ENCARNACIÓN DE JESÚS, HIJO DE DIOS Y DE MARÍA

 “Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

Y entrando, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. 

El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el   seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. 

María respondió al ángel:¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.

Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Y el ángel dejándola se fue” (Lc 1,26-38).

La Virgen está orando… orando mientras fregaba, cosía o barría… o sencillamente orando y así recibió el mensaje del ángel en forma de palabra interior, palabra interior de oración que Dios pronunciaba en el corazón de María. Igual que nosotros cuando oramos. Y esta palabra era  Jesús.

       Por entonces, Jesús sólo había nacido del Padre antes de todos los siglos  en el   seno de la Santísima Trinidad. Pero aún no había nacido de mujer. Pero ya había sido soñado en el   seno trinitario como segundo proyecto de Salvación, ya que Adán había estropeado el primero. Y necesita el seno de una madre. Por eso llamaba al corazón de María, porque quería ser hombre, y pedía a una de nuestras mujeres la carne y la sangre de los hijos de Adán.

       Lo que decía esta palabra de Dios, por el ángel Gabriel, al corazón de María era más o menos esto: ¿Quieres realizar tu vida sin Jesús, o escoges realizarla por Cristo, con Él y en Él? Y si quieres realizar tu vida en Cristo, ¿aceptas no realizarte tú, sino que prefieres que Él se realice en ti? Dicho de otro modo, ¿aceptas que tu propia realización sea la realización de Él en ti? Y si escoges que Él se realice en ti, ¿quieres dejarte totalmente y darte totalmente? ¿Estás dispuesta a dejar sus planes y colaborar activamente a sus planes de salvación?

       María es la última de las doncellas de Israel. No pertenecía ni a la clase intelectual, ni a la clase sacerdotal, ni a la clase adinerada. María era de las personas que no contaban para engrandecer a su pueblo. Ella era mujer y virgen. Como mujer, lo único que podía hacer era concebir y dar a luz muchos hijos que aumentaran el número de israelitas. Pero como virgen perpetua que había decidido ser, no podría hacer esta aportación a su pueblo... Por eso podía ser mirada, y no sin razón, como un ser inútil para su nación, al no poder aportar nada para el engrandecimiento de su pueblo. Como vosotras, queridas carmelitas, vírgenes-madres de la Iglesia, madres espirituales de muchos cristianos y creyentes y discípulos y sacerdotes de Cristo.

       Pero la gente quizá olvidaba, entonces y ahora, que la mayor riqueza del pueblo no eran los hijos, sino la Palabra de Dios. El pueblo de Israel no debía estar formado únicamente de personas capaces de trabajar con sus manos en los campos, o hábiles y fuertes para manejar la espada, sino ante todo de corazones abiertos a la escucha de la Palabra de Dios. Y en este punto, María podía aportar mucho ciertamente a su pueblo, como vosotras. Ella era toda oídos a esta Palabra de Dios. Ella era el oído de la humanidad entera. Como vosotras, hermanas carmelitas, sois la escucha permanente y total de Cristo todo el día, de la Palabra de Dios escuchada en silencio y oración continua.

       Y ¿qué es lo que escuchaba?: Lo que Dios quería decir a todos y a cada uno de los hombres: no era sólo la carne y la sangre de una mujer lo que quería tomar el Verbo. Era también, y, sobre todo, tomar en ella a toda la humanidad,  a todo lo humano que en realidad Dios quería salvar. Y para salvarlo pretendía unirse a cada hombre y que cada hombre se uniese libremente al Verbo de Dios para entrar a tomar parte en la misma vida divina por la gracia. Este es vuestro oficio divino, toda vuestra vida.

       Señor, tengo que ser consciente de que también a mí me hablas al corazón. Vivo tan superficialmente mi vida, que pocas veces me hallo en lo más profundo de mi yo, y por eso no te oigo. Pero cuando entro un poco dentro de mí, caigo en la cuenta de que me hablas y que tus palabras me hacen la misma proposición que a María. Tu presencia aquí, en la Eucaristía, y en mi continua oración diaria me demuestra lo serio que te has tomado mi salvación. Quieres hacerla como amigo.

       Voy entendiendo, porque me lo dices Tú, que el núcleo del cristianismo está en si intento prevalecer yo o si quiero que Cristo prevalezca en mí; si intento vivir yo, o si quiero que Cristo viva en mí; si quiero realizarme yo sin Cristo, o si quiero realizarme en Cristo. He aquí la gran disyuntiva ante la cual me encuentro siempre.

       El día de mi bautismo opté por Cristo y dije que renunciaba a ser yo para que Cristo fuese en mí. Lo repetí el día de mi consagración religiosa, de mi profesión. Lo dije entonces, es cierto. Pero ¡qué fácilmente lo dije...! ¡Pero cuántas veces lo he desdicho..!

       Tu Palabra, sin embargo, me sigue acosando; en cada situación, en cada momento de mi vida contemplativa y diaria me interroga: ¿quieres ser a imagen de Adán, el hombre egoísta, autosuficiente, irresponsable... o quieres ser a imagen de Cristo, el hombre que ama, el hombre para los demás, el hombre dado totalmente a los hombres y dependiente del Padre...?

       Yo leo en tu apóstol Pablo, y lo creo, que Tú, oh Padre, nos has predestinado a reproducir la imagen de tu hijo Jesús, para que El sea el primogénito entre muchos hermanos (Rom. 8, 29). Yo creo que Tú, Cristo Eucaristía eres la Canción de Amor hasta el extremo en la que el Padre me canta y me dice todo su proyecto con Amor de Espíritu Santo.

Tú eres la Palabra en la que todos los días, desde Él Sagrario, la Santísima Trinidad me dice que ha soñado conmigo para una eternidad de gozo y roto este primer proyecto, ha sido enviado el Hijo con Amor de Espíritu Santo para recrear este proyecto de una forma admirable y permanente en el que yo quiero y he decidido colaborar con mi profesión religiosa total y que actualizo mediante el sacramento y misterio de la Eucaristía como memorial, comunión y presencia de tu entrega.

Y pues es llamada tuya, oh Padre, yo quiero estar atento a ella, como tu sierva María. Y recibirla como Ella. Yo quiero tener profundidad suficiente, como ella, para oír tu palabra, vivir de ella y enriquecer a los demás con ella. Me he enclaustrado físicamente para abrirme espiritualmente y salvar al mundo entero, a todos los hombres, contigo, esposo mío único y señor, Jesucristo.

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“ENVIO DIOS AL ÁNGEL GABRIEL... A UNA VIRGEN  LLAMADA MARIA...ELLA SE PREGUNTABA QUÉ SALUDO ERA AQUEL”  (Lc 1, 29)


       María no se deja paralizar por el miedo. En el   miedo, por desgracia, se han ahogado muchas respuestas a las llamadas de Dios. Ella intenta penetrar qué es lo que la Palabra de Dios contiene para ella. Sin duda que toda Palabra de Dios contiene algo bueno para el hombre, porque Dios no dice palabras sin ton ni son, como nosotros. Dios, en todo lo que dice y hace, busca el bien del hombre.

       Cuando Dios habla al hombre, no es para aterrorizarle, sino para buscar su bien. Lo que ha de hacer el hombre es encontrar cuál es y dónde está el bien que Dios pretende hacerle al dirigirle su palabra. Esto es exactamente lo que hace María: discurrir sobre la significación de la Palabra de Dios.

       ¿Qué cosas pudo descubrir María con su reflexión?

       1. Que Dios ama, que Dios busca el bien del hombre. Este es, sin duda, el núcleo más íntimo y claro de su experiencia de Dios: “has hallado gracia a los ojos de Dios”, estás llena de gracia, Dios te mira con buenos ojos, y esa mirada de Dios es creadora y por eso te llena de dones.

       Ella, la pequeña por su condición de mujer, la marginada por la ofrenda hecha de su virginidad, la sin relieve por sus condiciones sociales y culturales, ella era querida y amada por Dios. Dios se complacía en la entrega que de sí misma ella había hecho. Como se complace contigo, hermana carmelita, por la entrega total de tu vida a su proyecto de vida y salvación. Dios miraba con cariño lo que los demás miraban con indiferencia o con desprecio. Como a ti te pueden mirar los tuyos, tu misma familia de la carne, tus antiguas amigas, la gente del mundo que no comprende porque no ama como tú, sin interés propio, sin carne, sin  egoísmos, sólo con entrega y amor que se da y se ofrece.

       2. Que Dios quería acudir a esta criatura vaciada de sí que era ella, para llenarla con su don. Y el don de Dios no es cualquier cosa; es ni más ni menos lo que Dios más ama, lo único que puede amar: el Hijo de las complacencias.

       Años más tarde escribirá el evangelista Juan: “tanto amó Dios al mundo que entregó su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el”. Pero mucho antes de que lo escribiera Juan, lo ha experimentado María: Dios ha amado tanto a ella que le ha dado, a ella, la primera de todos, su propio Hijo. Y se lo ha dado, no ya formado, sino para que se formase de ella, para que, además de ser el hijo del Padre y de haber nacido de Dios, fuera hijo de ella y naciese de ella. Querida hermana carmelita, como tú los haces y consigues con tu oración y tu vida heroica y virginal. No muchas mujeres pueden comprender y vivir tu vida. Gracias por tu maternidad espiritual en oración y sacrificio por los hijos de Dios que tú consigues y alimentas y sostienes en la iglesia con tu amor y sacrificios.

       3. Que esto es la salvación. Pero sólo el comienzo; porque el Hijo de Dios no viene sólo para Ella, sino que viene en busca de todos los hombres para llevarlos a la salvación. Y esta es tu razón de tu presencia continua ante el   Sagrario, hasta el final de los tiempos, de tus fuerzas, de tu amor extremo, de tu vida de votos y promesas perpetuas de amor, amor eterno que ya ha comenzado.

Por eso, no es dado a ella en exclusiva, no. Es dado por ella y a través de ella al mundo, a la humanidad, a cada hombre, al que cree y al que no cree, al que quiere amar a los demás y al que se empeña en odiar, al que se siente satisfecho de sí mismo y al que siente hambre y sed de salvación, al egoísta, al adúltero, al ladrón, al atracador, al viejecito, al analfabeto, al  niño, a la viuda, al publicano, al enfermo. Como tú, querida hermana, está haciendo.

       Tenía que ser así para que el nuevo hombre pudiese llamarse JESÚS. Porque Jesús quiere decir Dios Salvador. Y Dios, puesto a salvar, tendría que salvar todo lo que había perecido, que era sencillamente todo.

       Dios quería salvar en Jesús y por Jesús. Y por eso ese Jesús que estaba llamando a la puerta del corazón de María tendría que ser a través de ella, de todos y para todos. Y esta es la razón de su presencia ahora en el   Sagrario, en tu vida, en tu corazón, cumpliendo el proyecto del Padre, que lo ha hecho su propio proyectos “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad… mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado… yo para eso he venido al mundo, para ser testigo de la Verdad”.

       4. Que este Jesús, que era de todos y para todos, no sería de nadie hasta que cada hombre no repitiera el mismo proceso obrado en María. Jesús llamaría el corazón de cada hombre, y pediría ser aceptado. Jesús se ofrecería a sí mismo como don. La Eucaristía es Cristo dándose, entregándose en amistad y amor y salvación a todos nosotros.

Y desde el Sagrario, Jesús propondrá a cada hombre lo mismo que le estaba proponiendo a ella: que cada hombre renuncie a sí mismo para realizarse en Cristo, para que Cristo pudiera vivir en Él: “el que me coma vivirá por mí”. Pero Jesús no se impondría a la fuerza a nadie. El es un don ofrecido. Él está aquí en el  Sagrario, con los brazos abiertos, en amistad permanente para todos los hombres. Para hacer realidad esta amistad, siempre sería necesaria una voluntad humana que le convirtiese en don aceptado. Porque cuando tú le entregues tus brazos, Él ya tenía los suyos abiertos.

       Por eso, cuantos recibieran a este Jesús nacerían como hombres nuevos, con una vida nueva. Con ellos se formaría la familia de hijos de Dios, hijos en el   Hijo, sobre todo, por el pan eucarístico: “yo soy el pan de vida, el que coma de es te pan vivirá eternamente”, es la nueva vida que nos trae por la Encarnación y se prolonga por la Eucaristía.

Y en medio de esta familia de hijos de Dios, ella, María, la hermosa nazarena, se encontraba con el papel de ser la iniciadora de este proceso... el primer eslabón de una cadena de encarnaciones que Jesús intentaba hacer en cada uno de los hombres. Por eso mismo, su llamada a vincularse con Jesús era el modelo de llamada a todo hombre. Y también su respuesta sería el modelo de respuesta de todo hombre a Jesús.

       5 María intuía que su papel en medio de este plan de salvación era la maternidad. Caía en la cuenta de que Dios la había preparado para ser madre por medio de la virginidad. Como tú, querida religiosa, esposa de Cristo. Y como se trataba de obra de Dios, sería una maternidad innumerable, como la que Dios había prometido a Abraham. Ella tendría que quedar constituida “madre de todos los vivientes”, como otra Eva (Gen. 3, 20), su descendencia sería como las estrellas del cielo (Gen. 15, 5). Por eso, el cuerpo eucarístico de Cristo es el cuerpo y la sangre recibida de María. Tiene perfume y aroma mariano. Viene de María.

       Pero vivientes no significaba ya la vida recibida de Eva, sino la nueva vida que estaba llamando al seno de María. María discurría, desentrañaba el contenido de la Palabra que Dios le estaba dirigiendo. Caía también en la cuenta de que, si aceptaba, sería para seguir la suerte de Jesús. Eso era precisamente lo que en el   fondo decía la Palabra de Dios, eso era lo que significaba recibir a Jesús: recibir todo lo nuevo que Jesús traía al hombre.

       Oh, María, tú has abierto una nueva época en la historia de la humanidad. Tú, con tu reflexión profunda, nivel en el que se mueve tu vida, descubres que Dios te dice algo en los deseos que brotan en tu corazón. Tú descubres que tú eres pieza, al mismo tiempo necesaria, y libre, para que los planes de salvación sobre la humanidad vayan adelante. Tú descubres que tu grandeza está en renunciar a tus propios planes y en incorporarte a los planes de Dios.

Tú has descubierto, la primera de todos, hasta qué punto Dios ama a los hombres, pues quiere entregarles su Hijo, «el  muy querido». Hermana carmelita, piensa en esto. Tú has descubierto que toda la humanidad está vinculada a ti, porque toda la humanidad está llamada a salvar con Jesús, redimir con Jesús, especialmente tú que has renunciado  al mundo por esto. Tú te has percatado de tu puesto maternal para con esa humanidad, que todavía no se ha dado cuenta de que Dios la ama porque le entrega su hijo.

       Todas las llamadas de Dios son grandes, también la mía, como sacerdote. Porque a mí también Dios me está pidiendo colaboración para salvar a todos los hombres. Porque a mí Dios me está señalando un puesto en la humanidad y me dice que sea el hermano de todos los hombres. Porque a mí Dios quiere entregarme su propio Hijo para que por medio de mi llegue a los demás. Porque por medio de ese Jesús, hecho carne en María y pan de Eucaristía en el Sagrario, Dios quiere salvar y regenerar en Jesús todo lo malo que hay en mí y en el   mundo.

       Soy un inconsciente, soy una religiosa y esposa inconsciente de este Cristo que quiere venir al mundo para salvarlo, si sólo pienso en mí mismo, en divertirme y pasarlo bien, sin esfuerzo de virtud y caridad. Y como no reflexiono, no caigo en la cuenta de que el camino de mi propia realización y el camino de la realización de un mundo mejor, me lo está ofreciendo Dios, si de verdad quiero aceptar a Jesús y unir mi vida a la suya. María, ayúdame a dar profundidad a mi vida.

Que mi vida no sea el continuo mariposear de capricho en capricho, como acostumbro, sino que sea el resultado de una reflexión seria sobre la Palabra de Dios, que me llama, y de una opción libre y consciente que yo debo hacer ante esa Palabra que se me ha dirigido... Esa palabra que es Jesús mismo, el que está en el Sagrario, esperando desde siempre mi respuesta. Para eso está ahí, con lo brazos abiertos para abrazarme y llenarme de su amor.

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“NO TENGAS MIEDO, MARIA”(Lc. 1, 29)

       Jesús llamaba al primer corazón humano para encarnarse en él. Y como nadie todavía tenía experiencia de Jesús hecho hombre, María se asustó. ¿Por qué se asustó? He aquí algunos posibles aspectos de su miedo y de todo miedo humano ante una llamada de Dios:

       1. María comenzó a comprender que aquí daba comienzo algo serio y decisivo para su vida. Su vida, y lo mismo cualquier otra vida, no era un juego para divertirse y tomárselo a broma, no. Ella se dio cuenta de que la Palabra de Dios iba a cambiar su existencia y también el rumbo de las cosas en el mundo, aunque todavía ignoraba el cómo.

       Ante la presencia de algo que decide nuestra vida y la de los demás, cualquier persona de mediana responsabilidad se siente sobrecogida. Y María era una mujer ciertamente joven, pero de una responsabilidad sobrecogedora. Como tú, querida joven religiosa carmelita, cuando decidiste consagrarte totalmente al Señor.

       2. Era una experiencia nueva y desconocida de Dios. Cuando Dios comienza a dejarse sentir cercano, esta misma cercanía de Dios produce en el hombre un sentimiento de recelo ante la nueva experiencia hasta entonces desconocida. ¿Qué es esto que me está pasando?, ¿en dónde me estoy metiendo?, son preguntas que no cesa de hacerse el que ha recibido la experiencia de Dios.

       3. Mecanismo de defensa también. Este mecanismo actúa cuando la persona humana advierte que el campo de su vida, sobre el cual ella es dueña y señora con sus decisiones libres, ha sido invadido por alguien que, sin quitar la libertad, llama poderosamente hacia un rumbo determinado... Y la pobre persona humana se defiende diciendo estas o parecidas excusas: « y por qué a mí entre tantos ¿no había nadie más que yo?» Piensa en tu vocación religiosa, en pensamientos que pueden venirte sobre todo ante diversas circunstancias.

       4. Sentimiento de incapacidad: «Yo no valgo para eso, voy a hacerlo muy mal...». Sí; el hombre medianamente consciente sabe, o cree saber, qué es lo que puede realizar con éxito, y qué puede ser un fracaso. Instintivamente tiende a moverse dentro del círculo de sus posibilidades. Rehúye arriesgarse a hacer el ridículo, a hacerlo mal, a moverse en un terreno inseguro, cuyos recursos él no domina.

      5. Repugnancia a la desaparición del «yo». Ojo, querida religiosa joven… que quieres hacer tu vida a veces sin pensar en lo que Dios quiere de ti. María tiene su propia personalidad con su sentido normal de estima y pervivencia. Se le pide que ese yo se realice no independientemente, sino en Jesús, que se abra hacia ese ser, todavía desconocido, que es Jesús, para que sea Jesús quien se realice en el  la. Vivir en otro y de otro, y que otro viva en mí.

       Señor, quiero hacer ante ti una lista de mis miedos. Porque soy de carne, y el miedo se agarra siempre al corazón humano. Me amo mucho a mí mismo y me prefiero muchas veces a tus planes. Casi puedo definir mi vida, más que, como una búsqueda del bien, una huida de lo que a mí me no me gusta o me cuesta y por eso me parece malo. Así es mi vida, Señor: huir y huir .por miedo...

       Me da miedo el que Tú te dirijas a mí y me pidas vivir con ciertas exigencias, exigencias que son, por otra parte, de lo más razonables. Por eso huyo de la reflexión y de encontrarme con tu palabra a nivel profundo. Por eso busco llenarme de cosas superficiales que me entretienen. En realidad, no las busco por lo que valen; las busco porque me ayudan a luir.

       Me da miedo el tomar una decisión que comprometa mi vida, porque sé que, si lo hago en serio, me corto la retirada; y el no tener retirada me da miedo. Me da miedo el vivir con totalidad esta actitud, porque se vive más cómodamente a medias tintas.

       Me da miedo la verdad y comprobar que mi vida en realidad es una vida llena de mediocridades. Y por otra parte, me da miedo que esa mediocridad pueda ser, y de hecho sea, la tónica de mi vida.

       Me da miedo entregar mi libertad. No quisiera yo perder la dirección de mi vida. Dejarla en tus manos, aunque sean manos de Padre, me da miedo, lo confieso.

       Me da miedo hacerlo mal, el que puedan reírse de mí. Yo mismo me avergüenzo de hacerlo mal ante mí mismo, porque en el   fondo me gusta autocomplacerme. Por eso pienso muchas veces que sería mejor no emprender nunca aquello de cuyo éxito no estoy totalmente seguro. Por eso pienso muchas veces que es preferible vivir mi medianía que intentar hacer lo heroico. Porque me da miedo hacer el ridículo...

       Me da miedo lo que pueda pasar en el futuro: ¿me cansaré? ¿Perseveraré?

       Me da miedo vivir fiado de Ti. Sé que buscas mi bien, pero experimento el miedo del paracaidista que se arroja al vacío fiado solamente en su paracaídas: ¿funcionará? ¿Fallará? ¿Funcionarás Tú según mis egoísmos?

       Me da miedo el tener que renunciarme a mí mismo. Se vive tan bien haciendo lo que uno quiere. Me da miedo porque me parece que es aniquilarme y que así me estropeo. Y no me doy cuenta de que lo que de verdad me estropea soy yo mismo, mis caprichos, mis veleidades, mis concesiones.

       Me das miedo, Tú, Jesús Eucaristía, en tu presencia silenciosa, amándome hasta dar la vida, sin reconocimientos por parte de muchos por lo que moriste y permaneces ahí en silencio, sin imponerte y esperando ser conocido.

       Me das miedo cuando desde Él Sagrario me llamas y me invitas a seguirte con amor extremo hasta el fín;  cuando llamas a mi corazón. Sé que vienes por mi bien, pero sé que tu voz es sincera y me enfrenta con la necesidad de extirpar mi egoísmo, sobre el cual he montado mi vida. Es exactamente el miedo que tengo ante el cirujano. Estoy cierto de que él busca, con el bisturí en la mano, mi salud, pero yo le tiemblo.

       Me dan miedo el dolor y la humillación, y la obediencia, y la pobreza. Y así puedo continuar indefinidamente la lista de mis miedos... Soy en esencia un ser medroso: unas veces inhibido por el miedo, y otras veces impulsado por él. El miedo no me deja ser persona, me ha reducido a un perpetuo fugitivo.

       Tú, Señor, te acercas a mi como a María, y me repites: “No temas... el Señor está contigo”... Probablemente pienso que todo he de hacerlo yo solo. Por eso me entra el miedo. Quiero oír de Ti esa palabra una y otra vez: «No temas; Yo, el Señor, estoy contigo aquí tan cerca, en el   Sagrario, todos los días.

       Yo, que te amo, estoy contigo en todos los sagrarios de la tierra. Yo, que te llamo, estoy contigo para ayudarte. Yo, que te envío, estoy contigo. Yo, que sé lo que tú puedes, estoy contigo. Yo, que todo lo puedo, estoy contigo. No temas, puedes venir a estar conmigo siempre que quieres».

Jesús, repíteme una y otra vez estas palabras, porque no seré hombre libre hasta que no me libre de mis miedos, de mis complejos, de mis recelos, de mis pesimismos, de mis derrotismos, del desaliento que me producen mis fracasos... Que oiga muchas veces tu voz que me repite: «No temas, Yo estoy contigo!».

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“EL ESPIRITU SANTO VENDRÁ SOBRE TI”(Lc. 1, 35)

 
       Hay que volver a leer más despacio el capítulo del miedo. Cuando al hombre se le propone algo que supera sus fuerzas, algo que no sabe cómo hay que hacer... el hombre queda frenado hasta que sepa que la cosa va a resultar, o hasta que haya encontrado una solución a los puntos difíciles.

       María ha entendido lo que Dios le pide, pero no entiende cómo va a realizarse esta encarnación del Verbo de Dios en su vientre después que ella ha ofrecido a Dios su virginidad. Si ella la ha ofrecido es porque pensaba que Dios se lo pedía, y no puede pensar que Dios juegue con ella y ahora diga NO a lo que antes dijo que SI. «¿Seré madre sin ser virgen? No puede ser; Dios me ha pedido mi virginidad para algo... «¿Seré virgen sin ser madre?» Tampoco puede ser, porque lo que precisamente Dios me está pidiendo ahora es la maternidad. Si Dios pide mi virginidad y pide también mi maternidad, yo me encuentro sin salida; no sé qué hacer.»

Volvamos al capítulo de los miedos y veamos si no hay razón para repetir: «esto es un lío... ¿por qué no dice Dios las cosas claras desde Él principio’? ¿Por qué tenía que pasarme esto a mi?..».

       María escapa de esta tenaza de miedo que intenta paralizarla, por la fe en Dios Todopoderoso. El Dios en el   cual ella creía era un Dios que había creado el cielo y la tierra. Un Dios que había separado la luz de las tinieblas, y el agua de la tierra seca.

       El Dios en el   cual creía ella era el Dios de Abraham, capaz de dar descendencia numerosa como las arenas del mar y las estrellas del cielo a un matrimonio de ancianos estériles.

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de Moisés. El Dios que enviaba al tartamudo a hablar con el Faraón para salvar a su pueblo. El Dios que separó las aguas del mar y permitió salir por lo seco a su pueblo. El Dios que condujo a su pueblo por el desierto... El Dios que dio tierra a los desheredados que no tenían tierra.

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de los profetas: el Dios que escogía hombres tímidos y que, después de hacerles experimentar quién era El, colocaba sus palabras en la boca de ellos y su valentía en el   corazón de ellos para que anunciaran con intrepidez el mensaje comunicado, y aguantaran impávidamente como una columna de bronce las críticas de los demás (Jer. 1).

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de Ana, madre de Samuel: “El Dios que da a la estéril siete hijos mientras la madre de muchos queda baldía... el Dios que da la muerte y la vida, que hunde hasta el abismo y saca de él... el Dios que levanta de la basura al pobre y le hace sentar con los príncipes de su pueblo.., el Dios ante el cual los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan...” (1 Sam. 2, 1-10).

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de David, el Dios que había prometido al anciano rey que su dinastía permanecería firme siempre en el   trono de Israel (2 Sam. 7). Y por si fuera poco, una nueva señal en la línea de las anteriores: Isabel, su pariente, la estéril, la anciana, ha concebido un hijo. Sí, también creía María en el   Dios de Isabel, el Dios que da la pobreza y la riqueza, la esterilidad y la fecundidad. ¿No podría ese Dios dar también la virginidad y la maternidad?

       El Dios en el   cual creía María no era como los dioses de los gentiles. Esos eran ídolos: “tienen boca y no hablan... tienen ojos y no ven.., tienen orejas y no oyen... tienen nariz y no huelen... tienen manos y no tocan... tienen pies y no andan... no tiene voz su garganta” (Sal. 115). Esos no son dioses: Las fuerzas humanas no son dioses... el poder humano no es Dios... “Nuestro Dios está en el   cielo y lo que quiere lo hace”. Este sí que es el Dios verdadero, el que es capaz de hacer lo que quiere y llevar adelante sus planes de salvación...

Y María podría seguir recitando el salmo que sin duda, tantas veces habría rezado con los demás en la sinagoga, pero cuyo sentido profundo iba comprendiendo ahora: “Israel confía en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. La casa de Aarón confía en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. Los fieles del Señor confían en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. Que el Señor os acreciente a vosotros y a vuestros hijos” (Sal. 115).

       La fe de María la ha llevado a una conclusión: PARA DIOS NO HAY NADA IMPOSIBLE. Era la misma conclusión a la que había llegado Abraham: “Es que hay algo imposible para Yahvé?” (Gen. 18, 14). Es la misa conclusión a que han de llegar los que tienen fe y quieren vivirla. A la que hemos llegado tú y yo; tú, como religiosa y yo, como sacerdote.

       Porque la llamada que Dios hace a María y la que hace a todo hombre no pueden realizarse con fuerzas humanas. De ser así, Dios llamaría a pocos, a los mejores. Dios tendría que hacer una selección muy rigurosa de sus colaboradores.

       Pero Dios, el Dios verdadero, no es así. Dios se ha manifestado a lo largo de la historia llamando al tartamudo, al tímido, al anciano, a la estéril, al hambriento. Porque las actuaciones de Dios son para desplegar la fortaleza de su brazo y dejar campo abierto a su poder. Quiero creer en ti Señor, como creyó María.

       Creo, como ella, que eres Tú el que me hablas. Creo que me llamas. Creo que quieres unirte a mí, que quieres vivir dentro de mí y que me admites a vivir en Ti y contigo. Creo que en esto está la salvación. Creo que en mi colaboración a tus planes está la salvación de los demás.

       Que soy débil, que soy inútil, que tengo resistencias serias a tu voluntad, que soy un superficial, que rehúyo comprometerme, que no quiero quemar mis naves, que no valgo...etc, todo eso me lo sé de sobra. Para ello no necesito tener fe, porque lo experimento y palpo en cada momento.

       Pero precisamente porque soy así necesito la fe de María. Porque tengo que dar un salto que supera mis fuerzas, porque tengo que vivir en un plano donde no se ve ni se palpa nada; porque soy llamado para realizar algo que me parece incompatible, y lo es, con mi incapacidad.

María, quiero felicitarte con Isabel, por tu fe: “Bendita tú, que has creído”. Bendita tú, porque has tenido fe, porque has creído que Dios te hablaba. Bendita tú, porque has creído que te hablaba para hacerse hombre en ti. Bendita tú, porque pensabas que Dios te llamaba a salvar a los hombres. Bendita tú, porque no preguntaste nada más que lo necesario para saber lo que tenias que hacer. Bendita tú, porque no dudaste del poder de Dios. Sí, bendita y mil veces bendita tú.

A mí, que intento seguir torpemente tus pasos, ayúdame a superar mis desconfianzas, mis complejos, mis cobardías, mis reticencias, mis retraimientos. Y también ayúdame a superar mis suficiencias y la confianza en mis cualidades humanas y mi creencia de que soy algo y valgo para mucho.

       Señor, como tu sierva María, quiero poner mi inutilidad bajo tu poder para colaborar a tus planes de salvación en la medida y en el   puesto a que soy llamado por Tí.

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“AQUÍ ESTA LA ESCLAVA DEL SEÑOR:HÁGASE EN MI SEGÚN TU PALABRA”(Lc. 1, 38)

       En el   corazón de María, donde había tenido lugar el diálogo profundo con Dios, se hizo la entrega a Dios. Y nadie se enteró. No hubo fotógrafos para tomar instantáneas de la ceremonia, ni grabaciones en directo para las emisoras, ni periodistas que lo diesen a la publicidad. Dios no hace obras sensacionales, pero sí hace obras maravillosas.

Una gota de agua es una maravilla, pero sólo cuando se mira con el microscopio. Una hoja de cualquier árbol es otra maravilla, pero luce menos que una bengala o un anuncio luminoso, que causan sensación. Nadie se enteró. Pero allí había comenzado a cambiar el mundo.

       ¿Qué había pasado? El Verbo era ya carne de nuestra carne y había comenzado su carrera humana partiendo desde Él punto cero, como todo ser humano que comienza esta carrera de la vida.

       Una mujer estaba haciendo expedito el camino al Verbo de Dios para que pudiera vivir con los hombres, sus hermanos. Una mujer le estaba dando manos de hombre para que pudiera trabajar y ganarse la vida como sus hermanos, y también para que pudiera abrazar a sus hermanos los hombres y tocar sus llagas y sus enfermedades.

       Una mujer le estaba dando ojos de hombre para que pudiera mirar las cosas que ven los hombres: los pájaros, las flores, el odio, al amor, los amigos y los enemigos. Una mujer le estaba proporcionando al Verbo de Dios unos labios para dar la paz, para decir palabras de ánimo, para llamar a los hombres a su seguimiento, para expulsar los demonios, para curar a los enfermos con sólo su palabra.

       Una mujer le estaba formando un corazón para compadecerse de la gente, para amar a las personas, para sacrificarse. Una mujer le estaba formando un cuerpo con el cual pudiera cansarse, y tener hambre, y sed, y morir, y resucitar por todos; un cuerpo que pudiera ser también pan que con nuestras manos pudiéramos llevar a la boca para recibir la vida de Dios.

       Una mujer estaba abriendo el camino para que en cada hombre, bueno o malo, culto o analfabeto, el Verbo de Dios pudiera vivir. Lo que por el bautismo iba a realizarse en cada hombre; lo que en la Eucaristía iba a realizarse en plenitud: “yo soy el pan de la vida, si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros… mi carne es verdadera comida… quien me come, vivirá en mí y yo en el ”, había comenzado a ser posible en una mujer. Y todo esto, en silencio, sin ruido, sin aspavientos. Porque los hombres nos movemos siempre a nivel de apariencias. Pero Dios se mueve siempre a nivel de corazones, a nivel de profundidad.
       La reflexión que ha hecho la Iglesia en el   Concilio Vaticano II destaca que María no se contentó con dejar actuar a Dios. Su actuación no consistió únicamente en dar permiso a Dios para atravesar su puerta, sino que ella hizo todo cuanto pudo para lograr que Dios entrase por ella.

       No permitió solamente que se hiciese en el  la la Palabra de Dios, sino que se brindó a realizarla ella misma. Porque la Palabra de Dios nunca se hace carne ella sola. Se hace carne solamente cuando han coincidido dos voluntades, la de Dios y la del hombre, para querer lo mismo, y cuando cada una de las voluntades ha aportado de su parte cuanto puede.

       Dios no es un ladrón que a la fuerza intenta arrebatarnos lo nuestro. Dios no se acerca al hombre para quitar nada, sino para enriquecer. Pero tampoco enriquece con su don, si el hombre no quiere positivamente recibirlo y está dispuesto a trabajar por recibirlo.

       Por eso, la colaboración activa indaga, pregunta, se interesa por los planes de Dios, intenta conocerlos. Pero no por curiosidad, sino para hacer lo que haya que hacer. La colaboración activa no se echa atrás ante lo imposible, no. Da el paso en la te hacia eso imposible.

La colaboración activa quiere positivamente lo que Dios quiere, se sacrifica voluntariamente lo que sea preciso. Esta colaboración activa es la línea que escoge María para actuar a lo largo de toda su vida. Para ella, el hágase equivale a un yo deseo que así haga la Palabra de Dios, me encantaría colaborar con la Palabra de Dios, ojala no sea yo obstáculo, haré lo que esté en mi mano para que así sea.

       Quiero creer, Señor, que todo acto hecho en Cristo por Él y en el  es salvador. Se nos escapa el dónde, el cuándo y el cómo, pero quiero creer que sirve para la salvación de mis hermanos. Por eso mi vida tiene un sentido, y cuanto hago tiene un sentido: JESÚS.

       Cuando el ángel se volvió al cielo, María siguió haciendo lo mismo de antes, pero lo hace ya en Cristo y por Cristo, y Jesús en el  la y por ella. De este modo se había convertido en corredentora que aportaba toda su actividad a los planes de salvación de Dios.

       No quiero, Señor, hacer o dejar de hacer porque hacen o no hacen los demás. Yo quiero hacer lo que debo. Yo quiero responder a mi llamada personal diciendo como María mi hágase: haré lo que mi Dios, en el   cual creo, espera de mí. Intentaré con todas mis fuerzas colaborar a los planes de salvación que Él me vaya revelando. Señor, voy entendiendo que decir un SI a tu Palabra es algo difícil, pero que de verdad me salva y salva a los demás.

Yo sé que cuando te digo un SI, nadie va a enterarse ni alabarme, nadie va a publicarlo, ni falta que hace. Pero estoy convencido que cuando hago eso, la historia realizada en María se repite en mí: soy puerta que se abre para que Tú entres al mundo de nuevo. Y si Tú entras de nuevo en el   mundo, siempre es con el mismo fin: «por nosotros los hombres y nuestra salvación». No sólo por mi salvación, sino también por la salvación de todos.

       María cambió el mundo, pero ella no lo vio. María fue la primera que comenzó a llevar a Dios en sus entrañas, pero ella siguió siendo la misma para los demás, no florecieron los rosales de la casa ni los que trabajaban en los campos vieron bajar el Misterio a su seno, ella tampoco, pero lo sintió. Pero ella había creído y el Verbo empezó a ser en su seno.

       Más tarde, Jesús trabajará y sudará por los hombres y nadie lo sabrá ni lo agradecerá. Dará voluntariamente su vida por todos, y los hombres seguirán sin enterarse. Estamos ante un misterio de fe, y yo, con mi impaciencia, quiero hacer cosas y cosas y constatar inmediatamente sus resultados.

Ella siempre creyó que su hijo era Hijo de Dios y permaneció junto a Él en la cruz, cuando todos le abandonaron, menos Juan que había celebrado la primera Eucaristía reclinando su cabeza sobre su pecho y había sentido todos los latidos de la divinidad, llena de Amor de Espíritu Santo a los hombres.

       Quiero creer, Señor, como María y hacerme esclavo de tu Palabra. Quiero decir que sí, como tú, María, porque ninguno de estos sí dados a Dios se pierden. Todos son salvadores, y hay que fiarse siempre de Dios, aunque nada externo cambie, aunque no sepamos cómo, ni cuándo, ni dónde Dios lo cumplirá, pero son salvadores, porque el Verbo de Dios se hace hombre por salvarnos en el   sí de sus hermanos.

V   MEDITACIÓN

LA VIRGEN  VISITA A SU PRIMA SANTA ISABEL

“En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.

¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

Y dijo María: Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia  como había anunciado a nuestros padres, en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.

María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa”(Lc 1,39-57).

Punto 1º. El viaje. Dice el evangelista: “En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá”.  ¿Por qué emprende María su viaje?

a). No ciertamente por diversión o curiosidad, ni por otro motivo que por caridad, que la mueve a ofrecer su ayuda a su prima en los últimos meses de su punto menos que milagroso embarazo.

Supone la alegría de Isabel al sentirse fecunda por singular bendición del Señor, y acaso ilustrada por el Señor entiende la íntima relación que va a mediar entre el Mesías, que en sus entrañas purísimas acaba de encarnar, y el hijo de su prima, destinado a ser el heraldo y Precursor que prepare los caminos del Señor. Aprendamos en esta conducta de María cómo no está reñida la santidad más alta con la cortesía y delicadeza más exquisitas. Y pongamos mucho estudio en gozarnos sinceramente del bien ajeno y prestarnos a ayudar a los demás, y anticiparnos a hacerlos las atenciones y saludos que la urbanidad y la caridad inspiran, sin sentirnos rebajados por tratar con delicadeza aun a los inferiores a nosotros.

María, la Madre de Dios, no se desdeña de ir, con largo y molesto viaje, a felicitar por su dicha a su prima y ofrecerla su valiosa ayuda en los más humildes menesteres. Y fue apresuradamente, cum festinatione, siguiendo pronta y dócilmente la inspiración del Espíritu Santo.

Meditemos: ¿Somos también nosotros prestos y diligentes en seguir las inspiraciones, o, por el contrario, tardos y perezosos? Pensémoslo, y quizá echaremos de ver que no pocas veces hemos sido de veras tardos en acudir al llamamiento de Dios. Y eso no solo cuando se trataba, como en el   caso de María, de cosas no obligatorias, sino de supererogación; más aún, en casos de obligación y mediando expreso mandato de Dios o de nuestros Superiores.

b) El viaje es de creer que no lo haría sola. Quizá le acompañó su esposo San José, que si, como piensan o conjeturan algunos exegetas, era el tiempo de Pascua en el que emprendió este viaje María, iría a cumplir su deber de buen israelita. Y en tal caso fácil fuera que la acompañara San José hasta Jerusalén, continuando María su viaje hasta la casa de su prima.

¿Dónde habitaba Isabel? Dice San Lucas que en una “ciudad de Judá”; no faltan quienes afirman que ha de leerse en la “ciudad de Judá”. «Diez localidades—dice el P. Prat (1, 63) han reivindicado la gloria de haber mecido la cuna del Precursor; y el Evangelio, que se ciñe a mencionar una ciudad situada en las montañas de Judá, no nos ayuda gran cosa a decidirnos en la elección, porque toda la Judea, desde Bethel hasta Hebrón, es país montañoso. El lugar que tiene en su haber más seria tradición es el pueblo de Aïn-Karim, en el   macizo de los montes de Judá, a legua y media de Jerusalén.»

2) En casa de Isabel. Escena tierna y delicada, que ha inspirado a más de un gran artista. De qué manera más completa y delicada se realizó lo que el Ángel había predicho, al aparecerse a Zacarías: “El hijo de Isabel será lleno del Espíritu Santo desde Él seno de su madre”. Se valió para ello de la que había de ser canal único y universal de todas las gracias: quiere ir Jesús a aquella casa llevado por su Madre. Oculto misteriosamente en el seno purísimo de María irradió su santificador efecto por María, y santa Isabel lo declaró en aquellas palabras: “en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno”. Cuán poderosa es la voz de María; una sola palabra de saludo vox salutationis basta a producir tan maravillosos efectos, como el santificar al niño y llenar del Espíritu Santo a la madre.

       Meditemos las palabras de María, para ver si en nosotros causan tan magníficos efectos. Por María, la “llena de gracia”, vienen hasta  nosotros las misericordias del Señor. Dormía Juan en el   seno de su madre, muerto a la vida de la gracia, engendrado en pecado, y el Señor, para prepararlo a los altos destinos a que le tenía señalado, lo santifica. Sublime lección; los heraldos del Señor han de vivir a Él unidos por la gracia, y esa gracia sólo les puede llegar por mediación de María, la medianera universal. Procuremos, pues, acercarnos a ella para lograr por su intercesión gracia tan singular; no lograremos por otro medio la santificación de nuestras almas.

3) “Bendita tu entre las mujeres”. Es la salutación de Isabel a María. Vemos cómo alcanzó también a Isabel la comunicación del Espíritu Santo, y se manifestó en el  la haciéndola prorrumpir en aquellas magníficas frases, tan llenas de altísimo sentido: “Tú eres la bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. De dónde a mí tanto bien que venga la Madre de mi Señor a visitarme?”

Considera la alegría purísima que inundó el alma de Isabel y el gusto con que recibió la visita de su prima ¡ Y qué eficacia la de las palabras de salutación de María y qué raudal de gracias consiguen los que la saben recibir debidamente en su casa! Procuremos hacerlo nosotros, y a su visita nos sentiremos llenos de amor, llenes de luz, llenos del Espíritu Santo. Lección es también provechosa, que podemos aprender de María en este misterio, la de estimar en mucho los dones de Dios, pero no de suerte que de ellos nos engriamos, teniéndonos por más que los otros, sino de modo que nos sintamos, llenos de gratitud humilde, empujados a proclamarnos «esclavos» inútiles y a ofrecernos al servicio de los demás, por amor del Señor. Cuanto más favorecidos del Señor, más obligados de creer a hacer fructificar tan preciosos dones en obras de caridad fraterna.

Punto 2º: María canta el “magnificat”: Proclama mi alma las grandezas del Señor”

1) Al leer el magnificat se echa de ver que es una explosión del alma enamorada que remonta como natural y necesariamente el vuelo hacia las alturas, donde mora su alma más que en la tierra. Fluyen en el  los recuerdos y reminiscencias, aun de palabras, del Antiguo Testamento, tan familiar a la Virgen, y se oye resonar el eco de la voz inspirada del Salmista y los Profetas. 

Canta con inspiración no menos sublime que delicada el inefable gozo en que rebosa su espíritu al considerar el inmenso poder de Dios, que con brazo poderoso libra a su pueblo, haciendo grandes cosas en María y derramando su misericordia de generación en generación. Y manifiesta tres sentimientos que embargan su alma: el de gratitud por las grandes cosas que en el  la ha hecho el Señor; el de admiración de la sabiduría y misericordia del que ensalza a los humildes y abaja a los poderosos; el de alegre confianza de que Dios va a cumplir sus promesas, enviando a su pueblo un libertador.

2) Pocas palabras de la Santísima Virgen se nos recuerdan en el   Santo Evangelio; pero cierto que las pocas que nos conserva son bien dignas de considerarse y están llenas de conceptos altísimos y de enseñanzas prácticas, que dan abundante materia de suaves y fecundas consideraciones.

Brotaron, sin duda, las palabras del «Magnificat» de los labios de María al influjo de la inspiración del Espíritu Santo, y así han de considerarse como llenas de celestial sabiduría más que de ciencia humana, por muy levantada que se suponga. Nadie como la Virgen María, la primera y la más favorecida entre los redimidos, podía cantar las excelencias de la obra redentora de Dios misericordioso.

Se ha llamado con razón al “magnificat” la oración de María, como el «Padre nuestro» se llama la oración dominical, la de Jesús. La Iglesia lo ha incluido en el   Oficio divino, de suerte que todos los sacerdotes han de repetirlo diariamente en el   rezo de las Vísperas, sin que se omita ni un solo día del año litúrgico. ¡Con cuánta devoción no hemos de procurar repetirlo  recordando cómo lo diría nuestra Madre Santísima!

3) Es el más importante de los cánticos de la Sagrada Escritura, incluyendo a los de Moisés, Débora, Ana, madre de Samuel; Ezequías, los tres jóvenes, etc. «Está, dice el P. Cornelio a Lapide, lleno de divino espíritu y exultación, de suerte que se diría compuesto y dictado por el Verbo, ya concebido y regocijado en el   seno de la Virgen».

Pueden en el  distinguirse tres partes: comprende la 1ª. los vv. 46-50, y en el  los agradece al Señor los beneficios que de Él ha recibido, sobre todo, el de haberla hecho Madre del Salvador; por lo que la llamarán todas las generaciones “bienaventurada”. En la 2ª. (51-53) alaba a Dios por los beneficios comunes concedidos antes de la venida de Cristo a todo el pueblo; alude principalmente a las victorias concedidas a Israel contra Faraón y los Cananeos. Vuelve en la 3ª. (54-55) al máximo beneficio de la Encarnación del Verbo, prometido a los Padres y a ella concedido.

4) Podemos estudiar en este cántico un modelo que imitar cuando en nuestra vida nos veamos en circunstancias en alguna manera similares a las de María en la Visitación. Favorecidos por Dios con beneficios más que ordinarios, al oírnos alabar de amigos o conocidos, hemos de elevar nuestra alma en vuelo de agradecido reconocimiento al Señor, entonando un «magnificat» regocijado y humilde de alabanza al dador de todo bien.

El tema del himno de gratitud de María es principalmente el beneficio de la redención, verdadera “obra grande” de Dios. Justo es que también nosotros apreciemos su grandeza magnífica, y sintiéndonos, como en realidad lo estamos, en el  incluidos y por él tan generosa y espléndidamente beneficiados, dejemos que el corazón se nos inflame en ardorosos anhelos de gratitud y fiel correspondencia

5) Notemos, por fin, cuán admirablemente se viene cumpliendo el “beatam me dicent”. Cuando María lo pronunció parecía algo, si no absurdo, inconcebible: una doncellita de pocos años, desposada con un pobre carpintero, en un pueblecillo ignoto de Galilea, ¿llegar a ser aclamada  por todas las generaciones? ¡Sólo Dios lo podía hacer y cuán espléndidamente lo ha hecho! Él sea bendito, que así quiere honrar a esa doncellita, su Madre y nuestra Madre.

Punto 3.° “MARÍA ESTUVO CON ISABEL CASI TRES MESES Y LUEGO VOLVIÓ A SU CASA”.

1) El Evangelista San Lucas dice en el V. 56: “Y María se quedó con Isabel cosa de tres meses”. Y se volvió a su casa”. Como ya antes, en la Anunciación, el Arcángel había dicho a Nuestra Señora: “Tu parienta Isabel en su vejez ha concebido también un hijo, y la que se llamaba estéril hoy cuenta ya el sexto mes” (v. 36); se deduce que María permaneció en casa de su prima hasta el nacimiento del Bautista.

Y cierto que si se había predicho que en la natividad de Juan “muchos se regocijarían” (14) sería la Santísima Virgen uno de esos muchos, y se regocijaría en gran manera con los santos esposos, padres del Precursor del Señor, y tornaría gustosa parte en los festejos con que celebrarían tan fausto acontecimiento.

Aprendamos a gozarnos en las prosperidades y bienes de los demás, sobre todo, en los de nuestros parientes y amigos, evitando cuidadosamente la envidia que nos hace entristecer del bien ajeno y nos empuja a cercenarlo o enturbiarlo de algún modo.

No seamos mezquinos ni nos amarguemos necia e irracionalmente la vida buscándonos ocasiones de pesadumbre en lo que debiéramos hallar legítima causa de íntima alegría y gusto purísimo. Cuánto fomenta la caridad de familias y comunidades la amplitud de corazón, que hace tomar parte con sincero regocijo en las alegrías de los demás. Y, por el contrario, qué enemigo más funesto de la caridad es el pesar del bien ajeno manifestado en malas caras, palabras frías y retraimientos injustificados.

 
2) Lección también no poco aprovechable la que podemos aprender de la estancia de María en casa de su prima, la que se desprende naturalmente de la consideración del tiempo en que acompañó a Isabel. Era en los últimos meses  de su embarazo, cuando lo eran sin duda más necesarios los cuidados y ayuda de los demás. ¡Con qué solícita diligencia atendería la Santísima Virgen a su prima! ¡Cómo la ayudaría diligente a las faenas todas de la casa, cómo trabajaría! Gocémonos en ser útiles a los demás y no nos parezca indecoroso humillarnos a servir aun a los que nos son inferiores.

María, la Madre de Dios, sirviendo, y nosotros ¿andamos con reparos de dignidad cuando se trata de ejercitar con los demás oficios de caridad? No sea así; antes bien, por el contrario, sintámonos honrados al ejercitar por amor del Señor los más humildes oficios en provecho de los demás. Trabajo y caridad son fuentes ubérrimas de méritos, de alegría y de bienestar.

3) La Santísima Virgen nos dice en su cántico que la causa de su dicha fué “quia respexit humilitatem” (v.48), porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava; y cómo que se diría que con los nuevos favores del Señor se siente más movida a abajarse y se goza en ejercitar los oficios de una esclava, no sólo con el Señor, sino también, por su amor con los demás.

Aprendamos nosotros, miserables pecadores, a abajarnos y buscar lo que de derecho nos corresponde, el último lugar. Y que no suceda que andemos hambreando solícitos preeminencias y alturas y nos desdeñemos de hacer nada que pueda parecer servicio y esclavitud. Hablemos ahora de todo esto con la Virgen y con su Hijo Jesucristo, encarnado por nuestro amor, que tanto se humillaron y abajaron hasta tomar la condición de esclavo y así nos salvó.

V MEDITACIÓN

SENTIMIENTOS Y ACTITUDES DE NAVIDAD

Si nos preparamos para celebra la Navidad, lo primero que tenemos que aclarar y meditar será qué es la Navidad cristiana, qué nos trae el nacimiento del Hijo de Dios y que nos enseña su amor y humildad a todos, qué tenemos que vivir en la Navidad. La venida de Dios entre nosotros nos revela, nos dice y nos pide muchas cosas. Vamos a meditar algunas para vivirla en esta navidad.

1.-  La Navidad debe ser para nosotros, más allá de los wasat y tele y demás medios, una fiesta de la fe cristiana. Ante el anuncio de la Buena Nueva del Nacimiento, la respuesta del hombre debe ser la fe total y confiada: CREO EN JESUCRISTO, HIJO UNICO DE DIOS. Dios ha enviado su Hijo al mundo: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Ga 4, 4-5). He aquí “la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1, 1): “Dios ha visitado a su pueblo” (cf Lc 1, 68), ha cumplido las promesas hechas a Abraham y a su descendencia (cf Lc 1, 55); lo ha hecho más allá de toda expectativa: Él ha enviado a su “Hijo amado” (Mc 1, 11).

       Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha “salido de Dios” (Jn 13, 3), “bajó del cielo” (Jn 3, 13; 6, 33), “ha venido en carne” (1 Jn 4, 2), porque “la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad... Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia” (Jn 1, 14.16).

       Movidos por este amor y obra del Espíritu Santo y atraídos por el Padre, nosotros creemos y confesamos a propósito de Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Sobre la roca de esta fe, confesada por San Pedro, Cristo ha construido su Iglesia (cf Mt 16, 18; San León Magno, serm. 4, 3; 51, 1; 62,2; 83, 3).

       La transmisión de la fe cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para llevar a la fe en Él. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en deseos de anunciar a Cristo: “No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20).Y ellos mismos invitan a los hombres de todos los tiempos a entrar en la alegría de su comunión con Cristo: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida —pues la Vída se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos manifestó—, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo (1 Jn 1, 1-4). (CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, Nº 422,423, 424,425)

       2.- La Navidad debe ser para nosotros fiesta del amor cristiano y divino. La Navidad es un misterio todo lleno de amor. Amor del Padre, que ha enviado al mundo a su Hijo Unigénito, para darnos su propia vida: “Tanto amó Dios al mundo que nos dio su Hijo Unigénito para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna” (cf. 1 Jn 4, 8-9). Amor del “Dios con nosotros”, el Emmanuel, que ha venido a la tierra para salvarnos y morir por nosotros en una Cruz: “Nadie ama más que el que da la vida por los amigos”.

       En el frío portal, en medio del silencio, la Virgen Madre, le da todo el amor que tiene y que nosotros no manifestamos a veces:

       «¡Oh Dios mío!, hazme digna de conocer el misterio de la caridad ardentísima que se esconde en ti, esto es, la obra excelentísima de la Encarnación que has puesto como principio de nuestra salud. Este beneficio inefable nos produce dos efectos: el primero es que nos llena de amor; el segundo, que nos da la certeza de nuestra salud. ¡Oh inefable caridad, la más grande que puede darse: que Dios creador de todo se haga criatura, para hacer que yo sea semejante a Dios! ¡Oh amor entrañable! te has anonadado a ti mismo, tomando la forma vilísima de siervo, para darme a mí un ser casi divino. Aunque al tomar mi naturaleza no disminuiste ni viniste a menos en tu sustancia ni perdiste la más mínima parte de tu divinidad, el abismo de tu humildísima Encarnación me empuja a prorrumpir en estas palabras: ¡Oh incomprensible, te has hecho por mi comprensible! ¡Oh increado, te has hecho creado! ¡Oh impalpable, te has hecho palpable!... Hazme digna de conocer lo profundo de tu amor y el abismo de tu ardentísima caridad, la cual nos has comunicado en tu santísima Encarnación». (B. ANGELA DE FOLIGNO, II libro della B. Angela).

       «¡Oh amor sumo y transformado! ¡Oh visión divina! Oh misterio inefable! ¿Cuándo, oh Jesús, me harás comprender que naciste por mí y que es tan glorioso el comprenderlo? En verdad, el ver y comprender que has nacido para mí me llena de toda delectación. La certeza que nos viene de la Encarnación es la misma que se deriva de la Navidad: ha nacido para el mismo fin por que quiso encarnarse. Oh admirable, cuán admirables son las obras que realizas por nosotros!» (B. ANGELA DE FOLIGNO, II Libro della 8. Angela).

       3.- Queridos hermanos: En este tiempo de Navidad hemos de creer en el Amor de Dios, hemos de rendirnos a su amor: “Cantaré eternamente tus misericordias, oh Señor, las misericordias de tu amor…” (Ps 89. 2). La Navidad es la fiesta por excelencia del amor, de un amor que se revela, no en los sufrimientos de la cruz, sino en la amabilidad de un Niño, Dios nuestro, que extiende hacia nosotros sus brazos para darnos a entender que nos ama y necesita de nuestro amor.

       Por eso justamente queremos abismarnos en la contemplación del misterio natalicio. “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria propia del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14). En Belén, la gloria del Verbo Eterno, Consustancial al Padre y como Él, eterno, omnipotente, omnisciente, creador del universo, se halla del todo escondida en un Niño que desde el primer instante de su vida terrena no sólo acepta de lleno todas las debilidades humanas, sino que las experimenta en las condiciones más pobres y despreciadas.

       «Acuérdate, oh Creador de las cosas—canta la liturgia natalicia— que un día, naciendo del seno purísimo de la Virgen, tomaste un cuerpo semejante al nuestro... Tú solo desde el seno del Padre viniste a salvar al mundo» (Breviario Romano). Sí, la oración habla conmovida al corazón de Dios y al corazón del creyente: recuerda a Dios las maravillas realizadas por su amor a los hombres, y recuerda al creyente la gran verdad de Dios: “Dios es amor”. Ante el pesebre de Belén repitamos incesantemente: “Hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene” (1 Jn 4, 16).

       “Dios es amor” (1 Jn 4, 16). Es inmenso el tesoro que encierran estas palabras, tesoro que Dios descubre y revela al alma que quiere concentrarse totalmente en la contemplación del Verbo Encarnado. Mientras no se comprende que Dios es amor infinito, infinita bondad, que se da y se derrama a todos los hombres, para comunicarles su bien y su felicidad, la vida espiritual está todavía en etapas iniciales, no se ha desarrollado aún, ni es suficientemente profunda. Mas cuando el alma, iluminada por el Espíritu Santo, penetra en el misterio de la caridad divina, del Amor Personal del Espíritu Santo, que es su misma esencia: “Dios es Amor”, -- si dejara de amar,  dejaría de existir -- , la vida espiritual del orante o creyente llega a su plenitud de transformación en Dios y de vida divina.

       Dios ha bajado de la altura de su divinidad a la bajeza del fango de tu humanidad, movido únicamente por su inmensa caridad:

       «Oh Señor mío, que de todos los bienes que nos hicisteis, nos aprovechamos mal. Vuestra Majestad, buscando modos y maneras e invenciones para mostrar el amor que nos tenéis; nosotros, como mal experimentados en amaros a Vos, tenémoslo tan en poco, que de mal ejercitados en esto, vanse los pensamientos adonde están siempre y dejan de pensar los grandes misterios que este lenguaje encierra en sí, dicho por el Espíritu Santo... El amor que nos tuviste y tienes me espanta a mí más y me desatina, siendo lo que somos; que teniéndole, ya entiendo que no hay encarecimiento de palabras con que nos le muestras, que no le hayas mostrado más con obras». (STA TERESA DE JESUS).

       3.- La Navidad debe ser una fiesta también de corresponder al amor de Dios. «En tu Navidad, Señor, te ofrecemos como tributo el himno de nuestra alabanza y amor». (Breviario Romano). “Él, de naturaleza divina.., se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres” (Fp 2, 6-7). Para unirse a la naturaleza humana, el Verbo eterno ha ocultado su divinidad, su majestad, su potencia y sabiduría infinita; se ha hecho niño que no puede hablar, que no puede moverse y que en todo depende y todo lo espera de su madre, criatura suya. El amor verdadero vence cualquier obstáculo, acepta cualquier condición y sacrificio con tal de poder unirse a ama. Si queremos unirnos a Dios, hemos de recorre camino semejante al que el Verbo recorrió para asumir la naturaleza humana: camino de prodigioso abatimiento, de infinita humildad. Ante nosotros se abre el camino  mostrado por S. Juan de la Cruz a las almas que quieren llegar a la suprema unión con Dios: <¡Todo!> <¡Nada!>; «Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer nada» (Monte de la perfección).

       Para corresponder a su amor infinito y demostrarle el nuestro, tenemos que despojarnos generosamente de todo lo que pueda retardar nuestra semejanza y unión con Él: un despojo que ha de comenzar por nuestro amor propio, orgullo, vanidad, por esas pretensiones en nuestros derechos, nuestros puntillos de honra… inmenso contraste entre estas vanas exigencias de nuestro yo y la conmovedora humildad del Verbo encarnado: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien -- repite S. Pablo--  siendo de naturaleza divina, se anodadó, tomando la forma de siervo” (Fp 2, 7). ¿Quién pagará con amor a quien tanto nos ha amado? “Conocéis la benevolencia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro” (2 Cr 8, 9). Por amor del hombre y enriquecerlo con dones divinos, Jesús eligió para sí la condición de los pobres: María “lo envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón” (Lc 2, 7). Quien desea seguir a Jesús más de cerca, debe despojarse voluntariamente y de corazón por amor suyo del ego, del amor propio, del amor a las riquezas y al consumismo, que nos esclavizan y nos impiden darle a Dios el culto verdadero.

 

       4.- La Navidad, fiesta de salvación para nosotros y el mundo entero: “Os ha nacido el Salvador”, anuncian los ángeles a los pastores. La Navidad nos salva del pecado, de todo pecado. «Reconoce, cristiano, tu dignidad».

       «Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.
Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.
Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos, establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido. Por eso, al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos de gozo: “”Gloria Dios en el cielo, y proclaman: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Ellos ven, en efecto, que la Jerusalén celestial se va edificando por medio de todas las naciones del orbe. ¿Cómo, pues, no habría de alegrarse la pequeñez humana ante esta obra inenarrable de la misericordia divina, cuando incluso los coros sublimes de los ángeles encontraban en ella un gozo tan intenso?
Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva criatura, una nueva creación. Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.
Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas». (San León Magno, papa: Sermón 1 en la Natividad del Señor, 1-3: PL 54, 190-193)

       5.- La Navidad, fiesta del amor fraterno. Si Dios se hace hombre, todo hombre es mi hermano. Para vivir la Navidad hay que deshacer muchas fronteras, porque nacen muchos misterios y comportamientos humanos que deben estar provocados por el amor divino, por el amor de Jesucristo hecho hombre por amor, sin fronteras de razas y colores. No se puede vivir la Navidad, no se puede amar como Cristo nos ama y quiere, si primero no creemos y oramos el misterio de la Encarnación. Si Dios se hace hombre por amor, todo hombre es mi hermano y debe ser respetado como hijo de Dios y hermano de todos los hombres. Este amor llena de sentido cristiano la vida, el hombre, el matrimonio, la familia. Hay que amar como Cristo, superando todas las barreras y dificultades. Si yo creo en la Navidad, debo adorar al Niño, debo agradecer a Dios este don y adorar su designio de amor y fraternidad y debo amar a los hombres como Él lo amó, haciéndose hombre igual a todos menos en el pecado. La navidad provoca este amor.

       Si Dios se hace hombre, todo hombre queda sacralizado, porque queda consagrado por la presencia del Hijo en nuestra humanidad, uniéndose a todo el género humano, a toda la raza humana. Este es el fundamento teológico de todo el valor de los humano y de la caridad  fraterna: “lo que hicisteis con cualquiera conmigo lo hicisteis”. La Navidad se abre en fraternidad: “Uno solo es nuestro Padre y todos vosotros sois hermanos”. La Navidad nos invita a ser solidarios. El consumismo nos divide.

       Si Dios se hace hombre, Él acepta al hombre, menos el pecado. El dolor, las pruebas, las limitaciones. La Navidad nos invita a aceptar todo lo humano, a quererlo, a asumirlo mediante el amor a Jesucristo encarnado.

       6.- La Navidad, fiesta de la Luz y el Amor de Dios. Nos dice San Juan en el Prólogo de su Evangelio: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron. Hubo un hombre enviado de Dios, de nombre Juan. Vino éste a dar testimonio de la luz, para testificar de ella y que todos creyeran por él. No era Él la luz, sino que vino a dar testimonio de la luz.

       Era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo y por Él fue hecho el mundo, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron, Dios les dio poder de venir a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre… Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

       Como vemos, en el Prólogo de su Evangelio, Juan nos eleva a los orígenes eternos del Verbo, para descender luego a su existencia histórica. Expone primero sus relaciones con Dios, en quien está (1-2); con el mundo, que fue hecho por Él (3), y con los hombres, de quien es luz y vida (4-5). Para mejor declarar este último pensamiento, nos habla de Juan, que no era la luz, pero que tenía la misión de dar testimonio de ella (6-8). Vuelve otra vez a la luz verdadera, que viene a este mundo para iluminar a todos los  hombres, los cuales no le dieron la acogida que debían, sobre todo, los suyos, su pueblo, que estaban más obligados 9-11) Pero este juicio negativo no es universal, porque muchos le recibieron, y a éstos les otorga la dignidad de ser hijos de Dios (12-13). Termina enunciando de nuevo el misterio de la encamación, del que Juan da testimonio, y que, en vez de la Ley de Moisés, nos comunica la gracia y la verdad (14-87). El versículo 8 viene a ser como la síntesis de todo el prólogo: El Verbo, que es Dios Unigénito y que por esto mora en el seso del Padre, ha venido a darnos a conocer a éste y otorgamos la filiación divina.

       En el Credo profesamos nuestra fe en “ Creo en Jesucristo …Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero…Y San Juan nos dirá: “En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron” (cf. Jn 1, 4-5).

       En la noche de Navidad surge la luz que es Cristo. Esta luz brilla y penetra en los corazones de los hombres, infundiendo en ellos la nueva vida. Enciende en ellos la luz eterna, que siempre ilumina al ser humano, incluso cuando las tinieblas de la muerte envuelven su cuerpo. Por esto “la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros” (Jn 1, 14).Y esta luz está provocada por el fuego del Amor de Dios. Por eso es como llama de amor viva que tiernamente hiere en lo más profundo del alma: “¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro!; pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres; rompe la tela de este dulce encuentro.”

       7.- La Navidad debe ser para nosotros y el mundo entero misterio de alegría, a pesar de todo, porque “hoy os ha nacido, en la ciudad de David, un salvador” (Lc 2, 11). De este mismo gozo participa la Iglesia, inundada hoy por la luz del Hijo de Dios:

       «Misterio adorable del Verbo Encarnado. Junto a ti, Virgen Madre, permanecemos pensativos ante el pesebre donde está acostado el Niño, para participar de tu mismo asombro ante la inmensa condescendencia de Dios. Danos tus ojos, María, para descifrar el misterio que se oculta tras la fragilidad de los miembros del Hijo. Enséñanos a reconocer su rostro en los niños de toda raza y cultura. Ayúdanos a ser testigos creíbles de su mensaje de paz y de amor, para que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, caracterizado aún por tensos contrastes e inauditas violencias, reconozcan en el Niño que está en tus brazos al único Salvador del mundo, fuente inagotable de la paz verdadera, a la que todos aspiran en lo más profundo del corazón. Las tinieblas jamás podrán apagarla. Es la gloria del Verbo eterno, que, por amor, se ha hecho uno de los nuestros.

       La Navidad es misterio de paz. En esa noche los ángeles han cantado: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”(Lc 2, 14). Han anunciado el acontecimiento a los pastores  (Lc 2, 10). Alegría, incluso estando lejos de casa, y con la pobreza del pesebre, la indiferencia del pueblo, la hostilidad del poder.

       Desde la gruta de Belén se eleva hoy una llamada apremiante para que el mundo no caiga en la indiferencia, la sospecha y la desconfianza, aunque el trágico fenómeno del terrorismo acreciente incertidumbres y temores.

       Los creyentes de todas las religiones, junto con los hombres de buena voluntad, abandonando cualquier forma de intolerancia y discriminación, están llamados a construir la paz:

ante todo en Tierra Santa, para detener finalmente la inútil espiral de ciega violencia, y en Oriente Medio, para apagar los siniestros destellos de un conflicto que puede ser evitado con el esfuerzo de todos; en África, donde carestías devastadoras y luchas intestinas agravan las condiciones, ya precarias, de pueblos enteros, si bien no faltan indicios de optimismo; en Latinoamérica, en Asia, en otras partes del mundo, donde crisis políticas, económicas y sociales inquietan a numerosas familias y naciones. ¡Que la humanidad acoja el mensaje de paz de la Navidad!»  (Angelus, Juan Pablo II: Original italiano; traducción española, Sala de Prensa de la Santa Sede.)    

       8.- La MÍSTICA de la Navidad es sentir todo esto dentro, gustarlo, sentirse amado, buscado por Dios en ese niño Jesús, experimentar que nació y que nace y es verdad, que existe; el éxtasis de la Navidad es vivir y experimentar toda la teología que hemos dicho antes, ver que Dios ha enviado a su Hijo por mí, sentir el beso del mismo Dios en este niño, no que yo le bese que sería la teología, ni tratar de besarle como El me besa, que sería la moral y espiritualidad, sino sentirlo y vivirlo dentro de ti, que sería la mística de la Navidad; sentir este beso de Dios en mi alma, como lo sienten los santos, especialmente los místicos, como se sienten las emociones que nos hacen llorar y gozar y decir:


GLORIA TI, PADRE DIOS, porque me has creado hombre, porque existo y has pensado y creado y realizado para mí este proyecto de salvación.

GLORIA A TI, HIJO DE DIOS, Palabra de salvación y revelación de todo este amor escondido por siglos en el corazón de Dios.

GLORIA A TI, ESPIRITU SANTO, porque por la potencia de tu amor formaste esta rosa de niño en el seno de Maria.

LO CREO, LO CREO Y ES VERDAD. Hazme gozar y sentir y experimentar como otros los vivieron. Bueno, y para ser educado y completo: GRACIAS, José, porque queriendo repudiar a María, porque tú no habías tenido parte en nada, creíste y esperaste y amaste a este niño, más que si fuera tuyo.

Y gracias, María, hermosa nazarena, virgen bella, madre del alma, cuánto te quiere, cuánto me quieres…porque sin tino hubiera sido posible este misterio de amor y salvación. Ayúdame a vivirlo y sentirlo como tú.

       «Nonos escandalicemos tontamente de las esperas interminables que nos ha impuesto el Mesías. Eran necesarios nada menos que los trabajos tremendos y anónimos del Hombre primitivo, y la larga hermosura egipcia, y la espera inquieta de Israel, y el perfume lentamente destilado de las místicas orientales, y la sabiduría cien veces refinada de los griegos para que sobre el árbol de Jesé y de la Humanidad pudiera brotar la Flor. Todas estas preparaciones eran necesarias cósmicamente, biológicamente, para que Cristo hiciera su entrada en la escena humana. Y todo este trabajo estaba maduro por el despertar activo y creador de su alma, en cuanto esta alma humana había sido elegida para animar al Universo. Cuando Cristo apareció entre los brazos de María, acababa de revolucionar el Mundo». (TEILHARD DE CHARDIN

VI MEDITACIÓN

RETIRO DE ADVIENTO

(Otras meditaciones para el retiro de Adviento, en mis libros ARDÍA NUESTRO CORAZÓN ciclos A y B, Edibesa, Madrid)

       El retiro o desierto espiritual del Adviento es un tiempo más intenso de oración, que lo podemos hacer en el templo, en lugares o casas destinadas a la  oración o en la misma soledad de la naturaleza, solos o acompañados. Para preparar esta venida del Señor, como hemos dicho, necesitamos retirarnos a la oración, hacer un poco de desierto en nuestra vida.

       El Adviento es el recuerdo de aquel duro y largo adviento de siglos, desde Adán hasta la Encarnación del Hijo de Dios, que estuvo invadido por el deseo y anhelo del Salvador prometido. Todo el Antiguo Testamento es espera ansiada del Mesías. Y esto es lo que la Liturgia de estos días quiere suscitar en nosotros. Ésta es la primera actitud  que debemos potenciar y alimentar en nosotros, por la lectura de los Profetas que mantuvieron durante siglos esta espera en el pueblo de Dios.

       El mundo actual, en su mayoría, no espera a Cristo, porque pone su esperanza en las cosas, en el consumismo; por eso no siente necesidad de Cristo, no siente necesidad de salir a su encuentro, no espera su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. El mundo actual tiene muchas esperas: espera ganar más dinero, conquistar la técnica, los medios de producción, vivir más años, tener más y más cosas que le llenen y le hagan ser más feliz… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos, nos llenamos de más y más cosas, y paradójicamente ahora que creemos tenerlo todo, estamos más vacíos, porque nos falta todo, el todo que es Dios; son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias y saciar de contenido tanto vacío existencial actual y salvar a este mundo: Jesucristo.       

       La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos las multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de champán y turrones? Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, en nuestra juventud para que la oriente, en nuestra familia, en el mundo, para que lo haga fraterno y habitable? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para prepararnos mejor así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

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(VSTEV)   RETIRO ESPIRITUAL DE ADVIENTO

(Cristo de las Batallas, 12 diciembre 2009)

       1. REZO DE VÍSPERAS

       Somos Iglesia de Cristo, del Arciprestazgo de Plasencia, reunidos en el nombre del Señor, para hacer este retiro espiritual de Adviento. Nos hemos retirado en oración para preparar la Navidad, el nacimiento del Hijo de Dios entre los hombres, entre nosotros.  Empecemos este retiro rezando la oración oficial de la Iglesia, la que hacemos todos juntos como Iglesia sacerdotal y cuerpo de Cristo, oración litúrgica y comunitaria.

Del Verbo divino, la Virgen preñada- viene decamino ¿le daréis posada? Sí, ciertamente y por eso nos hemos reunido en oración, en retiro y desierto espiritual para hacer este retiro de Adviento. Pedimos a la Virgen que nos ayude a vivir este adviento como Ella lo vivió, fue la que mejor se ha preparado para la Navidad.

Se lo pedimos cantando: SANTA MARÍA DE LA ESPERANZA, MANTÉN EL RITMO DE NUESTRA ESPERA

MEDITACIÓN

(Ver otras Meditaciones de Adviento en mis libros: ARDÍA NUESTRO CORAZÓN, ciclo A y B).

       QUERIDOS HERMANOS:       Comenzamos el tiempo santo de Adviento. Todos los tiempos son santos, porque deben servirnos para unirnos más a Dios, para santificarnos. Pero este lo es especialmente, porque el tema central del Adviento es la espera del Señor, considerada bajo diversos aspectos. En primer lugar, la espera del Antiguo Testamento, encaminada hacia la venida del Mesías prometido. De ella hablan las profecías que la liturgia presenta estos días a la consideración de los fieles para despertar en ellos aquel profundo deseo y anhelo de Dios que vivió todo el Antiguo Testamento, especialmente los profetas, que se encargaron de parte de Dios, de mantener esta esperanza en el pueblo fiel.

       Una vez que vino el Mesías prometido, Jesucristo, terminó el Antiguo y empieza el Nuevo Testamento, con la realización de las promesas; llegan los tiempos nuevos y se colman todas las esperanzas. Y ahora, en esta etapa nueva que vive la Iglesia, debemos vivir y actualizar en nuestro corazón y en nuestra vida cristiana esta venida, mientras la historia de la humanidad se dirige a la última venida del Señor, a la parusía, a la venida gloriosa de Cristo, al final de los tiempos.

       Por eso, el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» del Hijo de Dios; y por otra, mira y hace que nos preparemos para la segunda venida, al final de los tiempos; y para que ésta se pueda realizar, es necesario esperarlo y recibirlo ahora, en diversas formas en las que llega a nosotros por la vida, por los sacramentos y por la Palabra.

Debemos esperar al Señor en esta Navidad con los deseos y anhelos del Antiguo Testamento, y esta esperanza hay que actualizarla ahora por la oración y los sacramentos mirando a su venida gloriosa al final de los tiempos. Éste es el mensaje principal de algunos evangelios de estos domingos; con esas comparaciones y descripciones apocalípticas quieren decirnos que hay que estar vigilantes para que no pase la Navidad sin encuentro creyente de gracia y de salvación con el Señor; hemos de prepararnos mediante la escucha de la Palabra para que sea verdaderamente una Navidad cristiana, de certezas y vivencia de que Dios ama al hombre, que viene en su busca para revelarle el proyecto de eternidad con el misterio del Dios Trino y Uno, abriéndonos así a la esperanza escatológica.

El profeta Isaías, en las primeras lecturas de estos días,  va alimentando nuestra esperanza del Mesías Salvador, y desde estos advientos y navidades cristianamente celebrados nos vamos preparando para su última venida en majestad y gloria.

       Para preparar estas venidas, la de la Navidad y la del final de los tiempos, necesitamos cultivar ciertas actitudes fundamentales, como hemos dicho anteriormente, pero que ahora queremos desarrollar más intensamente:

-- Actitud de fe,

-- Actitud de esperanza,

-- Actitud de amor,

-- Actitud de conversión.

       1.- Primero, una actitud de fe. Este hecho de la venida del Señor debe despertar en el cristiano una actitud personal de fe, de creer personalmente en Dios, en el misterio de un Dios  personal que se hace hombre, en el amor de Dios que se encarna por el hombre. Si es Navidad es que Dios ama al hombre, viene en busca del hombre, es que Dios no se olvida del hombre; estos días de Adviento son para creer personalmente, pasar de la fe de la Iglesia a la individual, son día de orar y pedir esta fe para poder creer tanto amor.

       ¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre; ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?, has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

       Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. Y el creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más, porque esto es una enfermedad de amores y ansias infinitas, imposibles de contener y controlar; el creyente,  llagado de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, las razones y motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor.

       ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad!               

Y te has hecho igual a nosotros, te haces hombre porque nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Mirad la Navidad. La Navidad es que Dios que ama apasionadamente a los hombres. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

       2.- Segundo: Actitud de esperanza: esperanza dinámica, que no se queda de brazos cruzados; es una esperanza que sale al encuentro; un encuentro no se realiza si no hay deseo ardoroso de encuentro personal con Cristo, si no vamos y salimos al camino por donde viene la persona amada;  si no hay deseos de Cristo, si no hay aumento de fe y amor, no podemos encontrarnos con Él. Esta esperanza y vigilancia, alimentada por los profetas, especialmente por el profeta Isaías en las Primeras Lecturas de estos días, nos invitan a levantar la mirada hacia la salvación que nos viene de Yahvé, en cumplimiento de sus promesas.

       Cuando uno cree de verdad en alguien o en algo, lo busca, lo desea, le abre el camino. Primero hay que creer de verdad que Dios existe en ese niño que viene, que Dios sigue viniendo en mi busca, que Dios me ama. Y creer es lo mismo que pedir, pedir esta fe, aumento de fe, de luz, de creer de verdad y con el corazón lo que profesamos con los labios, con la mente, en el credo.

       Esta esperanza de la fe no se queda con los brazos cruzados; cuando uno espera, se prepara, lucha, quita obstáculos para la unión y el encuentro con la persona amada. Creo en la medida que me sacrifico por ella, que renuncio a cosas por ella. La esperanza teologal y cristiana es el culmen de la fe, la coronación de la fe y la perfección y la meta del amor. Se ama en la medida que se desea a la persona amada. El amor se expresa por la posesión y también por el deseo de la posesión. Si no hay adviento, si no hay espera, no puede haber Navidad cristiana porque no hay esperanza y deseos de amor y de encuentro con el Dios que viene.

       El mundo actual no espera a Cristo, no siente necesidad de Cristo. Por eso, no vive el Adviento cristiano, no siente necesidad de su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. El mundo actual tiene muchas esperas: espera ganar más dinero, tener más y más cosas que le llenen y le hagan ser más feliz, espera conquistar la técnica, los medios de producción, vivir más años… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos; pero son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias y salvar a este mundo: Jesucristo.   

       Y nosotros ¿esperamos al Señor? ¿Cómo decir que creemos en la Navidad, que amamos al Señor como Dios y Señor de mi vida, y no salir a su encuentro? ¿Qué fe y amor son esos que no me llevan a salir al encuentro del que viene en mi busca? ¡Si creyéramos de verdad! ¡Si nuestra fe y amor fueran verdaderos!

La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos las multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de regalos, viajes, de champán y turrones y esperamos muchas cosas menos al Señor? Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, sobre todo en nuestros feligreses, en nuestra familia, en nuestra juventud, para que las oriente, para que haga a este mundo más fraterno y habitable? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para prepararnos mejor así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

       Queridos hermanos: Hagamos un esfuerzo por captar este mensaje de esperanza y alegría que se renueva cada Adviento y que nos repiten las Lecturas de estos domingos. Porque estamos hoy viviendo una época de desesperanza y desilusión generalizada en lo social, moral, religioso, familiar… La Navidad próxima, en la que viene nuevamente el Enviado, el Señor Jesucristo, nos dice claramente que Dios no se olvida del hombre, de nosotros. Si hay Navidad cristiana,  el hombre tiene salvación, tiene un Redentor de todos sus pecados; si hay Navidad, Dios sigue amando al mundo, Dios no se olvida del hombre. Creamos y esperemos en Él contra toda desesperanza humana, sobre todas las esperanzas humanas consumistas. Hay que esperar únicamente la salvación en Jesucristo; el tiempo de Adviento nos invita a esperar al Salvador.

       3.- Tercero: Actitud de amor. Para vivir la Navidad necesitamos querer amar a Jesucristo. Y decir amar a Jesucristo es lo mismo que orar a Jesucristo: orar y amar se conjugan igual en relacion con Dios. En la oración se realiza el encuentro con Dios Amor. Es diálogo de amor, mirada de amor.

       Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

        La oración es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el Adviento cristiano. Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y reunión de familia y regalos y todo lo demás. Porque falta el protagonista, falta Cristo, que siempre viene y vendrá para las almas que le esperan. Y el camino esencial es la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica carece de alma, carece de “espíritu y verdad”.

       La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en Espíritu y Verdad”.

       Para demostrar esta afirmación bastaría leer la definición de Santa Teresa sobre la oración: «Que no es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama» (V 8,5). Parece como si la Santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

       Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

       Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos”; “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

       Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada.

       4.- Cuarto: Necesidad de la conversión. La liturgia de estos días nos invita a allanar y enderezar los caminos del encuentro. En este tiempo debemos convertirnos más a Dios: Convertir es dejar de mirar en una dirección para hacerlo en otra. Dios debe ser lo primero y absoluto de nuestra vida, todo lo demás, relativo: la conversión es para vivir mejor el «tanto en cuanto» ignaciano.

       El tiempo que nos separa de dicha meta debe ser aprovechado con solicitud. Nosotros ya caminamos hacia la última fase de la historia; debemos prepararnos con fe y esperanza, con obras de amor y conversión de las criaturas a Dios, preparando bien el examen de amor, la asignatura final, en la que todos debemos aprobar.

       Todo hombre tiene que encontrarse con Cristo glorioso; es el momento más trascendental de nuestra historia personal, hacia la cual  tenemos que caminar vigilantes, porque decidirá nuestra suerte eterna. Es el encuentro definitivo y trascendental de nuestra historia personal y eterna, que lo esperamos fiados del amor que Dios nos tiene, manifestado en la Navidad, donde Él sigue amando, perdonando y buscando al hombre para ese encuentro eterno de felicidad con Él, Dios Uno y Trino.       Frente al auge de la increencia, el desencanto de las utopías humanas vacías de vida y amor, frente a la corrupción y la caída de las ideologías que prometían la felicidad del hombre, oponiéndose a Dios, frente a las actitudes de un consumismo, caracterizado de una trivialidad sin compromisos de tipo moral o religioso, unido a la alergia del hombre actual a la reflexión y a las preguntas últimas, resumen de un hombre que quiere orientar su vida al margen de Dios, tomando él la iniciativa de decir qué es lo que está bien o mal en el orden moral, nosotros, los cristianos, debemos mirar a Dios que nos dijo que comiéramos de todos los frutos del paraíso del mundo, menos del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque saber lo que es bueno y malo, lo que es pecado o gracia, solo le corresponde a Dios.

       Tenemos que convertirnos a Dios y no convertir el mundo y sus criaturas en dioses, ídolos que adoramos y servimos. Tenemos que convertirnos de tanta idolatría. Por eso, el hombre moderno, queriéndose apropiar de esta propiedad esencial de Dios, ha caído en la corrupción y en la autodestrucción, matando al mismo hombre, a la misma vida, con el aborto y la eutanasia; ha matado el respeto absoluto al hombre, al amor que lo ha convertido en sexo todo, ha matado la humildad, la sencillez, el servicio, el amor desinteresado.

       El ateísmo ha matado a Dios en el corazón de muchos hombres y familias; sin Dios, no hay amor, amor duradero y para siempre entre esposos,  si no hay dinero, no hay ayuda para los ancianos y mayores, respeto a todo hombre por ser hijo de Dios. El mundo necesita convertirse, volver a Dios, mirar a Dios como lo único necesario, lo absoluto y primero de la vida y de la existencia del hombre sobre la tierra.

       Frente a los laboratorios de la inmoralidad, de la increencia, del laicismo militante que son la televisión y ciertos medios de comunicación social, no desesperemos y esperemos siempre en el Señor, porque vendrán nuevamente tiempos mejores, porque Dios no deja de enviar a su Ungido, porque nunca dejará de existir la Navidad Cristiana. Y si es Navidad es que Dios sigue amando y perdonando, buscando al hombre por amor gratuito. Dios no necesita del hombre; es el hombre el que necesita de Dios. Celebremos la Navidad. Se acerca nuestra liberación. Proclamemos esta buena nueva, la mejor noticia para este mundo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad”.

MEDITACION Y HOMILÍA DE SAN JUAN DE LA CRUZ

FIESTA DE SAN JUAN DE LA CRUZ. (Estupenda homilía-meditación y más desde san Juan Pablo II, papa, retocada por mí)

CARMELITAS DON BENITO 14-12-2017. (como homilía, 4 páginas)

Queridas hermanas carmelitas, queridos hermanos todos participantes en este Eucaristía de la fiesta de san Juan de la Cruz: “En la grandeza y hermosura de las criaturas, proporcionalmente se puede contemplar a su Hacedor original . . . Y si se admiraron del poder y de la fuerza, debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su plasmador; si fueron seducidos por su hermosura, ... debieron conocer cuánto mejor es el Señor de ellos, pues es el autor de la belleza quien hizo todas estas cosas”.

Hemos proclamado estas palabras del libro de la Sabiduría, queridos hermanos y hermanas, en este día 14 de diciembre,  celebración de la Eucaristía en honor de San Juan de la Cruz. El libro de la Sabiduría habla del conocimiento de Dios por medio de las criaturas; del conocimiento de los bienes visibles que muestran a su Artífice; de la noticia que lleva hasta el Creador a partir de sus obras. 

Bien podemos poner estas palabras en labios de Juan de la Cruz y comprender el sentido profundo que les ha dado el autor sagrado. Son palabras de nuestro santo, sabio y de poeta que ha conocido, amado y cantado la hermosura de las obras de Dios; pero sobre todo, palabras de teólogo y de místico que ha conocido a su Hacedor; y que apunta con sorprendente radicalidad a la fuente de la bondad y de la hermosura, dolido por el espectáculo del pecado que rompe el equilibrio primitivo, ofusca la razón, paraliza la voluntad, impide la contemplación y el amor al Artífice de la creación: “A donde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido, habiendo herido... Pastores… Mil gracias…

Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjanme muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.
¿Por qué, pues has llagado
aqueste corazón, no le sanaste?
Y, pues me le has robado,
¿por qué así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste?
Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacedlos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre de ellos,
y sólo para ti quiero tenerlos.

Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.

¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!

2. Doy gracias a nuestro Dios Trinidad, que me ha concedido venir a venerar a nuestro santo en este día de su fiesta, porque desde mi juventud, la lectura y meditación de sus libros me hicieron mucho bien hasta el punto, que al terminar estudios en Plasencia y ser ordenado sacerdote, marché a Roma para continuarlos con el estudio y el doctorado en teología y espiritualidad con las noches de la fe en san Juan de la cruz, meditando y evocando la figura y doctrina de San Juan de la Cruz, a quien tanto debo en mi formación espiritual.

Aprendí, por tanto, a conocerlo en mi juventud y pude entrar en un diálogo íntimo con este maestro de la fe, con su lenguaje y su pensamiento, hasta culminar con la elaboración de mi tesis doctoral sobre La fe en San Juan de la Cruz.

Desde entonces he encontrado en él un amigo y maestro, que me ha indicado la luz que brilla en la oscuridad, para caminar siempre hacia Dios, “sin otra luz ni guía / que la que en el corazón ardía. / Aquesta me guiaba / más cierto que la luz del mediodía, adonde me esperaba. quien yo bien me sabía, en sitio donde nadie aparecía.”.

3. Queridos hermanos, san Juan de la Cruz, el Santo de Fontiveros es el gran maestro de los senderos que conducen a la unión con Dios. Sus escritos siguen siendo actuales, y en cierto modo explican y complementan los libros de Santa Teresa de Jesús. El indica los caminos del conocimiento mediante la fe, porque sólo tal conocimiento en la fe dispone el entendimiento a la unión con el Dios vivo.

¡Cuántas veces, con una convicción que brota de la experiencia, nos dice que la fe es el medio propio y acomodado para la unión con Dios! Es suficiente citar un célebre texto del libro segundo de la “Subida del Monte Carmelo”: “La fe es sola el próximo y proporcionado medio para que el alma se una con Dios... Porque así como Dios es infinito, así ella nos lo propone infinito; y así como es Trino y Uno, nos le propone Trino y Uno... Y así, por este solo medio, se manifiesta Dios al alma en divina luz, que excede todo entendimiento. Y por tanto cuanto más fe tiene el alma, más unida está con Dios”.

Con esta insistencia en la pureza de la fe, Juan de la Cruz no quiere negar que el conocimiento de Dios se alcance gradualmente desde el de las criaturas; como enseña el libro de la Sabiduría y repite San Pablo en la Carta a los Romanos.

El Doctor Místico enseña que en la fe es también necesario desasirse de las criaturas, tanto de las que se perciben por los sentidos como de las que se alcanzan con el entendimiento, para unirse de una manera cognoscitiva con el mismo Dios. Ese camino que conduce a la unión, pasa a través de la noche oscura de la fe.

4. El acto de fe se concentra, según el Santo, en Jesucristo; el cual, como ha afirmado el Vaticano II, a es a la vez el mediador y la plenitud de toda la revelación”. Todos conocen la maravillosa página del Doctor Místico acerca de Cristo como Palabra definitiva del Padre y totalidad de la revelación, en ese diálogo entre Dios y los hombres: “El es toda mi locución y respuesta, y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio”.

Y así, recogiendo conocidos textos bíblicos, resume: “Porque en darnos como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola palabra, y no tiene más que hablar”. Por eso la fe es la búsqueda amorosa del Dios escondido que se revela en Cristo, el Amado.

Sin embargo, el Doctor de la fe no se olvida de puntualizar que a Cristo lo encontramos en la Iglesia, Esposa y Madre; y que en su magisterio encontramos la norma próxima y segura de la fe, la medicina de nuestras heridas, la fuente de la gracia: “Y así, escribe el Santo, en todo nos habemos de guiar por la ley de Cristo hombre y de la Iglesia y sus ministros, humana y visiblemente, y por esa vía remediar nuestras ignorancias y flaquezas espirituales; que para todo hallaremos abundante medicina por esta vía”.

5. En estas palabras del Doctor Místico encontramos una doctrina de absoluta coherencia y modernidad.

Al hombre de hoy angustiado por el sentido de la existencia, indiferente a veces ante la predicación de la Iglesia, escéptico quizá ante las mediaciones de la revelación de Dios, Juan de la Cruz invita a una búsqueda honesta, que lo conduzca hasta la fuente misma de la revelación que es Cristo, la Palabra y el Don del Padre.

          Lo persuade a prescindir de todo aquello que podría ser un obstáculo para la fe, y lo coloca ante Cristo. Ante El que revela y ofrece la verdad y la vida divinas en la Iglesia, que en su visibilidad y en su humanidad es siempre Esposa de Cristo, su Cuerpo Místico, garantía absoluta de la verdad de la fe.

Por eso exhorta a emprender una búsqueda de Dios en la oración, el mejor camino que tenemos en este mundo, para que el hombre caiga en la cuenta de su finitud temporal y de su vocación de eternidad. En el silencio de la oración se realiza el encuentro con Dios y se escucha esa Palabra que Dios dice en eterno silencio y en silencio tiene que ser oída. Un grande recogimiento y un desasimiento interior, unidos al fervor de la oración, abren las profundidades del alma al poder purificador del amor divino.

6. Juan de la Cruz siguió las huellas del Maestro, que se retiraba a orar en parajes solitarios. Amó la soledad sonora donde se escucha la música callada, el rumor de la fuente que mana y corre aunque es de noche. Lo hizo en largas vigilias de oración al pie de la Eucaristía, ese “vivo pan” que da la vida, y que lleva hasta el manantial primero del amor trinitario: “Mi alma se ha empleado,
y todo mi caudal, en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio. Pues ya si en el ejido de hoy más no fuere vista ni hallada, diréis que me he perdido, que, andando enamorada,me hice perdediza y fui ganada. (fin de homilía) (Si es meditación, sigue a continuación…)

No se pueden olvidar las inmensas soledades de Duruelo, la oscuridad y desnudez de la cárcel de Toledo, los paisajes andaluces de la Peñuela, del Calvario, de los Mártires, en Granada. Hermosa y sonora soledad segoviana la de la ermita-cueva, en las peñas grajeras de este convento fundado por el Santo. Aquí se han consumado diálogos de amor y de fe; hasta ese último, conmovedor, que el Santo confiaba con estas palabras dichas al Señor que le ofrecía el premio de sus trabajos: “Señor, lo que quiero que me deis es trabajos que padecer por vos, y que sea yo menospreciado y tenido en poco”. Así hasta la consumación de su identificación con Cristo Crucificado y su pascua gozosa en Úbeda, cuando anunció que iba a cantar maitines al cielo.

7. Una de las cosas que más llaman la atención en los escritos de San Juan de la Cruz es la lucidez con que ha descrito el sufrimiento humano, cuando el alma es embestida por la tiniebla luminosa y purificadora de la fe.

Sus análisis asombran al filósofo, al teólogo y hasta al psicólogo. El Doctor Místico nos enseña la necesidad de una purificación pasiva, de una noche oscura que Dios provoca en el creyente, para que más pura sea su adhesión en fe, esperanza y amor. Sí, así es. La fuerza purificadora del alma humana viene de Dios mismo. Y Juan de la Cruz fue consciente, como pocos, de esta fuerza purificadora. Dios mismo purifica el alma hasta en los más profundos abismos de su ser, encendiendo en el hombre la llama de amor viva: su Espíritu.

El ha contemplado con una admirable hondura de fe, y desde su propia experiencia de la purificación de la fe, el misterio de Cristo Crucificado; hasta el vértice de su desamparo en la cruz, donde se nos ofrece, como él dice, como ejemplo y luz del hombre espiritual. Allí, el Hijo amado del Padre “fue necesitado de clamar diciendo: ¡Dios mío, Dios mío! por qué me has desamparado?

Lo cual fue el mayor desamparo sensitivamente que había tenido en su vida. Y así en él hizo la mayor obra que en toda su vida con milagros y obras había hecho, ni en la tierra ni en el cielo, que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios”.

8. El hombre moderno, no obstante sus conquistas, roza también en su experiencia personal y colectiva el abismo del abandono, la tentación del nihilismo, lo absurdo de tantos sufrimientos físicos, morales y espirituales. La noche oscura, la prueba que hace tocar el misterio del mal y exige la apertura de la fe, adquiere a veces dimensiones de época y proporciones colectivas.

También el cristiano y la misma Iglesia pueden sentirse identificados con el Cristo de San Juan de la Cruz, en el culmen de su dolor y de su abandono. Todos estos sufrimientos han sido asumidos por Cristo en su grito de dolor y en su confiada entrega al Padre. En la fe, la esperanza y el amor, la noche se convierte en día, el sufrimiento en gozo, la muerte en vida.

Juan de la Cruz, con su propia experiencia, nos invita a la confianza, a dejarnos purificar por Dios; en la fe esperanzada y amorosa, la noche empieza a conocer “los levantes de la aurora”; se hace luminosa como una noche de Pascua —“O vere beata nox!”, “¡Oh noche amable más que la alborada!”— y anuncia la resurrección y la victoria, la venida del Esposo que junta consigo y transforma al cristiano: “¡Oh noche que juntaste, Amado con amada, amada en el Amado transformada”.

¡Ojalá las noches oscuras que se ciernen sobre las conciencias individuales y sobre las colectividades de nuestro tiempo, sean vividas en fe pura; en esperanza “que tanto alcanza cuanto espera”; en amor llameante de la fuerza del Espíritu, para que se conviertan en jornadas luminosas para nuestra humanidad dolorida, en victoria del Resucitado que libera con el poder de su cruz!

9. Hemos recordado en la lectura del Evangelio las palabras del profeta Isaías, asumidas por Cristo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor”.

También el “santico de Fray Juan” —como decía la madre Teresa— fue, como Cristo, un pobre que evangelizó con inmenso gozo y amor a los pobres; y su doctrina es como una explicación de ese evangelio de la liberación de esclavitudes y opresiones del pecado, de la luminosidad de la fe que cura toda ceguera. Si la Iglesia lo venera como Doctor Místico desde el año 1926, es porque reconoce en él al gran maestro de la verdad viva acerca de Dios y del hombre.

La Subida del Monte y la Noche oscura culminan en la gozosa libertad de los hijos de Dios en la participación en la vida de Dios y en la comunión con la vida trinitaria. Sólo Dios puede liberar al hombre; éste sólo adquiere totalmente su dignidad y libertad, cuando experimenta en profundidad, como Juan de la Cruz indica, la gracia redentora y transformante de Cristo. La verdadera libertad del hombre es la comunión con Dios.

10. El texto del libro de la Sabiduría nos advertía: “Si pueden alcanzar tanta ciencia y son capaces de investigar el universo, ¿cómo no conocen más fácilmente al Señor de él?”. He aquí un noble desafío para el hombre contemporáneo que ha explorado los caminos del universo. Y he aquí la respuesta del místico, que desde la altura de Dios descubre la huella amorosa del Creador en sus criaturas y contempla anticipada la liberación de la creación.

Toda la creación, dice San Juan de la Cruz, está como bañada por la luz de la encarnación y de la resurrección: “En este levantamiento de la Encarnación de su Hijo y de la gloria de su Resurrección según la carne no solamente hermoseó el Padre las criaturas en parte, mas podremos decir que del todo las dejó vestidas de hermosura y dignidad”. El Dios que es “Hermosura” se refleja en sus criaturas.

En un abrazo cósmico que en Cristo une el cielo y la tierra, Juan de la Cruz ha podido expresar la plenitud de la vida cristiana: “No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo en quien me diste todo lo que quiero... Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes; los justos son míos, y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías, y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí”.

11. Queridos hermanos y hermanas: He querido rendir con mis palabras un homenaje de gratitud a San Juan de la Cruz, teólogo y místico, poeta y artista, “hombre celestial y divino” —como lo llamó Santa Teresa de Jesús—, amigo de los pobres y sabio director espiritual de las almas. El es el padre y maestro espiritual de todo el Carmelo Teresiano, el forjador de esa fe viva que brilla en los hijos más eximios del Carmelo: Teresa de Lisieux, Isabel de la Trinidad, Rafael Kalinowski, Edith Stein.

Pido a las hijas de Juan de la Cruz, las carmelitas descalzas, que sepan vivir las esencias contemplativas de ese amor puro que es eminentemente fecundo para la Iglesia. Recomiendo a sus hijas, las carmelitas descalzas, fieles custodias de este convento y animadoras de la espiritualidad carmelitana, consistente especialmente en la oración y mortificación y silencio del mundanal ruido por la salvación eterna de sus hermanos, tan propias de la orden y practicadas hasta el heroísmo por el Santo, les pido es fidelidad a su doctrina y la dedicación a la dirección espiritual de las almas que en sus diálogos con los creyentes vengan a visitarlas y a pedirlas su oración.

Y para terminar, como garantía de revitalización eclesial, dejo estas hermosas consignas de San Juan de la Cruz que tienen alcance universal: clarividencia en la inteligencia para vivir la fe: “Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por tanto sólo Dios es digno de él”. Valentía en la voluntad para ejercitar la caridad: “Donde no hay amor, ponga amor y sacará amor”. Una fe sólida e ilusionada, que mueva constantemente a amar de veras a Dios y al hombre; porque al final de la vida, “a la tarde te examinarán en el amor”.

Dios sea bendito, hermanas, que sea más conocido y amado por vuestra oración permanente, vuestra ofrenda de vida entera y vuestra caridad fraterna. Amén así sea.

MI ÚLTIMA LECCIÓN DE TEOLOGÍA ESPIRITUAL

LA EXPERIENCIA  DE DIOS EN SAN JUAN DE LA CRUZ

1.- SALUDOS

       Exmo y Rvdmo. Sr. Obispo, Sr. Rector y Superiores del Seminario, Sr. Director del Instituto Teológico, Sr. Deán de la Catedral, profesores del Seminario y seminaristas y queridas hermanas y hermanos, amigos todos:

       Quiero hablar de la experiencia de Dios en San Juan de la Cruz, porque para mí, como profesor de Teología Espiritual, es la verdadera experiencia de Dios posible en este mundo por la gracia y las virtudes teologales; hablar de experiencia de Dios en San Juan de la Cruz es hablar de la contemplación infusa, «medio adecuado» para llegar a ella según el Doctor Místico,  y hacia la cual  mira y se dirige el Santo desde la primera página de sus escritos; y hablar de la contemplación en San Juan de la Cruz es hablar de la oración personal, de la que el santo es maestro insuperable con Santa Teresa de Jesús, sobre todo, en las etapas más elevadas de la  unión y transformación en Dios, por la experiencia de la Santísima Trinidad en lo más profundo del alma. 

Quiero añadir en este aspecto que hablar de oración en San Juan de la Cruz es hablar de «contemplación infusa»,  «teología mística», «oración contemplativa», «noticia amorosa»,«ciencia infusa», «noche del sentido o del espíritu»,  denominaciones diversas de la misma realidad, que es la contemplación infusa o pasiva, por la que Dios se comunica al orante y el alma llega a la «unión perfecta con Dios»...

Para San Juan de la Cruz estos conceptos y realidades están tan unidos y entrelazados que no pueden separarse, a no ser que queramos tratar de cada uno específicamente. De todos ellos hablaremos, aunque brevemente.

Me alegra muchísimo terminar hoy mi última lección de Teología Espiritual con el mismo tema que los inicié en la Universidad  de Roma. Gloria y alabanza sean dadas a la Santísima Trinidad, que, por medio de mi Seminario, realidad tan querida y orada por mi, y en su representación, por los que rigen su marcha, Sr. Obispo, Superiores y Sr. Director del Instituto Teológico, han hecho posible mi despedida como profesor con esta última lección, dictándola en el lugar más amado, mi seminario; ante las personas más valoradas y queridas por mí, los seminaristas y los sacerdotes de Cristo; y ante una representación de hermanos de la parroquias, especialmente de San Pedro, a los que con dedicación total he entregado mi vida sacerdotal, en el nombre de mi Dios y Señor, Jesucristo, por el que fui llamado a la amistad total, que siento vivamente, sobre todo en ratos de oración y de liturgia sagrada, porque me ha seducido y conquistado, y quiero serlo todo para Él como Él primero fue y lo es todo para nosotros; Dios, oración, sacerdotes, seminario, parroquia, he aquí las realidades más queridas por mí, siempre en y desde ese orden de amor, de verdad y de gozo. Y todo, desde la oración personal que me llevó a descubrir todos estos misterios.

Al tratar hoy estos temas como profesor de Teología Espiritual, quisiera hacerlo lleno del fuego de mi maestro San Juan de la Cruz, que a la vez que escribe profunda y encendidamente de estos temas de la oración y de la unión con Dios, lo hace también lleno de deseos de contagiar su pasión por Dios en la oración contemplativa, único y esencial medio para la unión de amor, animándonos a todos, no solo a sus hermanos y hermanas Carmelitas, a recorrer este camino que nos lleva a la unión y amor total de Dios, y que le hace exclamar: «7. ¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (CB 39, 7).

Ésta introducción a la experiencia de Dios en San Juan de la Cruz pretende ser una lección de Teología Espiritual, de Mística Teología, que diría el Santo, diferenciándola de la Teología escolática; y quiere ser al mismo tiempo también una invitación a todos, a pedir a Dios y desear recorrer este camino esencial de encuentro con Él, por la oración contemplativa, que nos hace llegar al término de la fe y de la vida cristiana, a la experiencia del Dios vivo, fundamento, camino y meta de la vida y del apostolado cristiano que es llevar la almas hasta el encuentro con Dios vivo, sin quedarnos en las acciones o en zonas intermedias de la vida o apostolado.

La experiencia de Dios, en San Juan de la Cruz, se realiza por la oración contemplativa, donde llegamos a sentir el amor de Dios, su vida, su respiración dentro de nosotros, que es sabor dulce de amor en los labios y néctar en la garganta del beso de Amor en el Espíritu Santo, para el que fuimos soñados, contemplados y amados en la mente divina; y en consejo trinitario fuimos amados y preferidos y creados, tú has sido amado, yo he sido preferido, y Dios pronunció mi nombre, tu nombre, mi vida es más que esta vida, tú has sido creado para ser eternidad de felicidad en Dios, y a esta contemplación divina del diálogo eterno de belleza, hermosura, felicidad y amor entre los Tres, a este eterno amanecer de la luz y resplandores divinos, es a donde Dios quiere llevarnos, y el alma se introduce por la oración contemplativa. Y San Juan de la Cruz es maestro insuperable.

INTRODUCCIÓN

Cuando uno siente que Dios existe y es Verdad, que Cristo existe y es Verdad, que su Amor-Espíritu Santo existe y es verdad y esto se siente y se experimenta como Él lo siente y a veces lo vemos expresado en el evangelio de San Juan: “ Como el Padre me ama a mí, así os he amado yo; permaneced en mi amor; os he dicho estas cosas, para que mi alegría esté dentro de vosotros y vuestra alegría sea completa… Yo en ellos y tú en mí, y así el mundo reconozca que tú me has enviado y que los amas a ellos como me amas a mi”; fijaos bien, nos ama el Padre con el mismo amor de Espíritu Santo que ama al Hijo, y nos lo da por participación, por gracia, por las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, porque nosotros no podemos ni sabemos fabricar estas luces de contemplación de amor, de experiencias y sentimientos y amores infinitos y nos sentimos amados por el Padre en el Hijo, porque por la oración-conversión nos identificamos con Él hasta el punto de que el Padre no ve diferencias en el Hijo Amado y los hijos, porque estamos llenos de la misma luz del Verbo...

Cuando la simple criatura se ve y se siente amada y preferida singular y eternamente por Dios, más amada por Él que por uno mismo, --me ama más que yo me amo y me pueda amar y me ha querido crear para amarme así y para que lo ame igualmente-- y esto verdad y lo siento y no es pura teoría, es carne de mi carne y me amará así ahora y siempre, --qué confianza, qué seguridad, qué gozo, Dios mío, penetra todo mi ser y lo domina y lo eleva y lo consume...-- recibiendo en mi alma el beso de su mismo Amor eterno e infinito, que es su Espíritu Santo, recibido por su gracia, pronunciando mi propio nombre en su Palabra llena de Amor de su mismo Espíritu, Palabra pronunciada luego en carne humana…

Dice San Juan de la Cruz: el Padre, desde toda la eternidad, no ha tenido tiempo más que para pronunciar una sola Palabra y en ella nos lo dijo todo, y la pronunció en silencio, es decir, en oración, en diálogo de amor sin ruido ni gesto, contemplándose en su infinito Ser por sí mismo en Verdad y Vida infinita, y así debe ser escuchada, en el silencio de la oración, en la misma Palabra del Padre pronunciada llena de amor para nosotros.

Cuando Dios personalmente pronuncia para ti esta misma Palabra llena de luz y hermosura y verdad y belleza en la oración personal, de tú a tú,  en un TÚ, persona divina, «inmenso Padre», trascendentemente cercano, «divinamente» comunicativo, y en un yo que, porque naciendo de este TÚ y avanzando en creciente dinamismo hacia Él, se percibe, padece y goza, como una «pretensión» infinita incolmable de Dios, el diálogo se ha hecho Trinidad, la amistad se ha hecho beso trinitario, la intimidad se ha hecho, fundido en esencia divina, en el Ser Infinito del Dios Trino y Uno.

«Si el hombre busca a Dios, más le busca su Amado a él», repite San Juan de la Cruz. Entre personas anda el juego: Dios y el hombre, en mutua gravitación amorosa, llenan todo el escenario de la experiencia de Dios sanjuanista y dan peso y sustancia a su palabra de maestro de la fe. Urgencia de encuentro, de plenitud en la donación divina, en la acogida-donación humana. Y esto lo define el Doctor Místico como vida teologal: de Dios a nosotros —Dios en fe—, y de nosotros a Dios, «sin otra luz y guía, que la que en el corazón ardía»: la oración contemplativa.

El Doctor Místico, contemplativo por gracia y por voluntad, --llamada y respuesta--, centra la vida teologal y la conecta, como maestro, únicamente a la oración-contemplación. Así, la oración, por vivencia teologal, está abierta a la contemplación, en la que el protagonismo siempre es de Dios, y no de las criaturas, que ni saben ni entienden ni abarcan ni comprenden estas realidades del Amor divino, y Dios las irá preparando e ilustrando según su capacidad y su aceptación.

Lejos de cualquier contemplación «platónica», teórica, que el sujeto puede fabricarse, y vivir luego al margen de lo contemplado, la que San Juan de la Cruz enseña, es comunión de vida, inmersión del creyente en el mundo de Dios, mundo de relación gratuita, y en el mundo de la Iglesia, de la liturgia y del apostolado, pero visión distinta, porque se hace desde la misma visión de Dios, es decir, viviendo y experimentando lo que Dios siente y piensa y vive de sus mismo Ser y Existir Divino con su mismo Amor de  Espíritu Santo.

No es liturgia, apostolado, evangelio, amor a Dios y al prójimo, como yo lo puedo fabricar con la gracia de Dios por la oración, y que es bueno, y mucho menos, si uno lo programa o lo hace sin oración y unión permanente con Cristo, porque son liturgia, apostolado nuestro, puramente humano, sin el Espíritu de Cristo.  

La oración contemplativa en San Juan de la Cruz  no es contemplación separada de la vida, ni puramente intelectual ni fabricada por manos humanas; la contemplación pasiva de San Juan de la Cruz es obra de Dios en el alma y está hecha de la misma vida de Dios metida en la misma vida y ser del orante, en la misma sustancia del alma, como el Santo gusta repetir, sentida y vivida y experimentada, y desde esa experiencia y vida, gozada y sumergida en la misma esencia divina por participación de la gracia, que Dios mismo obra en el alma.

Por eso, para él, la oración es el fundamento de toda la vida cristiana, es la misma vida cristiana; todo está cimentado y se alimenta y tiende como meta y cumbre a la unión con Dios; y no hay oposición entre liturgia «centro y culmen de toda la vida cristiana» como nos dice el Vaticano II  y oración personal, sino mutua ayuda y complemento; porque la liturgia, que esencialmente es «opus Trinitatis», es la provocación de Dios al creyente con sus dichos y hechos de amor, presencializados en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, que hace presente “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo…”

La liturgia es la acción de Dios y la provocación de amor del Padre al hombre por el Hijo en el Espíritu Santo, que siempre exige y pide la aceptación del celebrante y participantes por la misma oración litúrgica, que acepta y responde a los hechos salvadores y palabras hechos presentes por los ritos sagrados. La liturgia del Padre pide la repuesta de la Iglesia, que devuelve al Dios Trino y Uno la respuesta de amor personal y comunitaria por el pontífice, el sacerdote, puente de unión entre las dos orillas; entre la orilla divina, que nos trae de Dios su Salvación, que retorna aceptada desde la orilla humana, como repuesta de amor, hasta el trono de Dios y siempre por el mismo puente. De ahí la tremenda importancia de la santidad sacerdotal, de la mayor unión posible con Dios para que llegue hasta nosotros más abundancia de aguas divina. En la liturgia la iniciativa siempre es de Dios, pero no es completa, no es lo que Dios quiere y busca,  si no hay respuesta de fe y amor del hombre. Y eso es por la liturgia asimilada por la oración personal o por la oración personal hecha liturgia; pero siempre oración; por eso, la liturgia más importante es la Oración o Plegaria Eucarística.  

La oración contemplativa se nos muestra unida sustancialmente a la liturgia, a la vida, al apostolado, formando unidad en el creyente. Y en esta materia, San Juan de la Cruz nos dirá que su palabra quiere ser  «sustancial y sólida». Por eso, qué cariño, qué certeza, qué seguridad, qué necesidad tengo de esta oración, de este camino, de este encuentro, de esta unión, de este abrazo, de esta amistad, de esta comunicación, de este estar con Él y en Él, de este tratar de amar a Dios sobre todas las cosas que es la oración, y «que no es otra cosa sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama», como la define Santa Teresa de Jesús desde su experiencia de oración.

La oración contemplativa personal, comunitaria o litúrgica, siempre nos hace entrar, como los exploradores enviados por Moisés, en la tierra prometida por Dios para volver cargados de los frutos que Dios nos ha preparado, y  el explorador contemplativo,  que ha visto y sentido todo esto, pero de verdad, no sólo por teología, o de oídas o teóricamente, sino por la experiencia del Dios vivo, vuelve siempre de esa oración cargado de gozo, de dones de santidad y de deseos de volver pero con los hermanos. He ahí  la esencia del cristianismo.

He aquí la clave del apostolado sacerdotal o del sacerdote apostólico, del fin y meta de todo apostolado, de la liturgia, de la oración sanjuanista, hasta el punto de que todos los cristianos, al escuchar la Palabra, celebrar los misterios, vivir la vida de gracia y de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, puedan decir del misterio de Dios como los paisanos de la samaritana: “Ya no creemos por lo que tú nos dicho; nosotros mismos lo hemos oído y estamos convencidos de que éste es de verdad el salvador del mundo” (Jn 4, 42). Ya antes Jesús había profetizado en este mismo diálogo con la Samaritana: “Pero llega la hora, y en ella estamos, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y Verdad. Porque así son los adoradores que el Padre quiere. Dios es Espíritu y sus adoradores han de adorarlo en Espíritu y Verdad” (v. 23).

 Quisiera que cada uno de los creyente, pudiera decir a Dios, al Cristo vivo, vivo y resucitado de la Eucaristía, como Job: “Hasta ahora hablaba de ti de oídas, ahora te han visto mis propios ojos”( Job 42, 5).  En los textos de San Juan, cuando salen «espíritu y verdad», siempre los pongo en mayúscula, porque para mí se refieren al Verbo de Dios, que es la Verdad, y al Espíritu Santo, que es el Espíritu del Dios Amor, como nos dirá San Juan en otro texto hermosísimo: “Dios es Amor…, en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó primero”(1Jn 4. 10).

En todo lo relacionado con Dios, una cosa es creer, otra celebrar y otra, vivir; vivir la fe, la esperanza y el amor, la experiencia del Dios vivo, esa es la “verdad completa”,  de la que nos habla el Señor en el evangelio de Juan. Y para llegar a la “verdad completa” nosotros, como los Apóstoles, tenemos que tener el Espíritu de Cristo,  tenemos que recibir el Espíritu Santo. Y para recibirlo hay que estar “en oración con María la madre de Jesús”. Pero en una oración que nos lleve a la “verdad completa”, porque no vale cualquier oración. Los Apóstoles habían orado muchas veces, incluso con el Señor, pero esa oración no le llevó a la “verdad completa”. Para llegar a ella, que es la experiencia de Cristo vivo pero en nuestro espíritu, en mi misma carne y sangre, dice San Juan de la Cruz, y es el mejor maestro de oración, hay que llegar a etapas un poco más elevadas de oración, hay que llegar a la oración contemplativa. Y cuando se tiene esta vivencia de Dios, es cuando se llega a «la verdad completa».

Los Apóstoles han escuchado al Señor durante tres años, han visto sus milagros y han escuchado sus palabras salvadoras, llenas de amor, pero no han llegado a la “verdad completa”, porque todo se ha quedado en la mente y muy poco ha llegado al corazón; los Apóstoles le han visto resucitado con sus propios ojos de carne, han celebrados la Eucaristía con Él, le han tocado y palpado material y externamente con sus propias manos, y siguen con miedo, con las puertas cerradas por miedo a los judíos; viene el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, es decir, que es Cristo mismo, el mismo Cristo, pero no hecho palabra ni milagros ni siquiera pan consagrado en las misma Eucaristías que celebró con ellos después de resucitado,  sino el mismo Cristo hecho fuego, llama de amor viva que les invade por dentro y les quema y lo sienten y experimentan en su espíritu, y ya no pueden contenerse y lo comprenden todo, como los dos discípulos de Emaús, pero no con conocimiento discursivo o experiencia externa, sino con vivencia interna llena de fuego: “Ardía nuestro corazón”, como así he titulado a mis tres ciclos de homilias, y entonces es cuando llegan a la “verdad completa” que Jesús les había prometido, y abrieron las puertas y se acabaron los miedos y sin programar mucho lo que tenían que decir o hacer, pero llenos del Espíritu de Cristo, pero en mayúscula, el Espíritu Santo, Pedro empezó a predicar y todos entendieron y se convirtieron tres mil de toda lengua, raza y nación, como el Señor los había prometido: “Porque os he dicho estas cosas os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no viene a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy os lo enviaré… Él os llevará la verdad completa”.

Qué necesidad tenemos, tiene el mundo de la experiencia de Dios. Este mundo ateo, materialista y vacío de lo trascendente. Es el mejor apostolado, la mejor gracia que podemos comunicarle. Ser, como dijo Juan Pablo II, no sólo predicadores, sino testigos de lo que predicamos y celebramos. De esto hablo ampliamente en un artículo que me ha publicado la Revista Teológica Sacerdotal Surge, de la Universidad de Vitoria, en su último número mayo-junio 2006: Retos del Sacerdote moderno, que a su vez es un resumen de una parte de mi libro: Tentaciones y retos del Sacerdote actual.

Y cuando digo oración de unión con Dios, de oración contemplativa,  en San Juan de  la Cruz nunca la separemos de oración de purgación y conversión, de purificación y noche del sentido y del espíritu, que limpian los sentidos y el espíritu en sus mismas raíces, entres sufrimientos y dolores de muerte del yo humano para unirse a yo divino y que las almas no podrían soportar sin una ayuda especial de Dios.

Para el santo, en relación con Dios, orar, amar y convertirse se conjugan igual. Si dejo de amar, dejo de orar y convertirme. Y si dejo de convertirme, dejo de orar y amar. Y esto es necesario no olvidarlo jamás en la  vida cristiana. Por eso la vida mística, la experiencia de Dios, la oración permanente exige conversión permanente, que dura toda la vida. Si el alma deja de convertirse, que es lo mismo que dejar de amar, deja también de orar, porque para vivir la vida a su modo se basta a sí mismo; sólo necesitamos la oración cuando queremos vivir como Cristo, como cristianos, al modo de Cristo, entonces necesito de Él, de encontrarme con Él todos los días por la oración permanente que me lleva a la conversión-unión permanente.

Y ésta es la causa principal del abandono de la oración, del aburrimiento que sentimos a veces en los ratos de meditación, de no pasar ratos largos y gozosos ante el Señor, de no llegar a vivir la Eucaristía; esta es lógicamente la causa de  no sentir su necesidad, de la oración y de la Eucaristía, estando tan necesitados. Nos cuesta convertirnos. Y esta es la causa de que no se avance en la vida espiritual. El principal impedimento. Nada de técnicas ni posturas, o respirar de una forma y otra;  en la oración, como en el amor a Dios, no se avanza si no hay conversión.

Cualquiera que haya leído a San Juan de la Cruz habrá quedado muy impresionado y hasta un poco asustado de las descripciones tan abundantes y plásticas que hace de oscuridad, sufrimientos de conversión y demás pruebas de esta noche del alma.  

A lo largo de toda la Noche, el Doctor Místico no cesa de hablarnos de tinieblas, desnudez, abandonos, sentimientos de la propia nada y miseria, sentimiento de estar alejado de Dios, imposibilidad absoluta para orar y meditar, sequedades y negaciones y oscuridades interiores..., y, por otra parte, pérdida de amigos, críticas, calumnias y murmuraciones, incomprensiones, humillaciones y padecimientos exteriores de todo tipo, con enfermedades y sufrimientos físicos y psíquicos,  hasta parecer que va a morir.

La intensidad de estos dolores es tan grande que el Santo no duda en compararlos repetidas veces a los del Purgatorio: «En esto humilla Dios mucho al alma para ensalzarla mucho después y si Él no ordenase que estos sentimientos, cuando se avivan en el alma, se adormeciesen presto, moriría muy en breves días; mas son interpolados los ratos en que se sienten su íntima viveza. La cual algunas veces se siente tan al vivo, que le parece al alma que ve abierto el infierno y la perdición. Porque estos son los que de veras “descienden al infierno viviendo,” (Ps 54,16), pues aquí se purgan de manera que allí. Y por eso, el alma, que por aquí pasa o no entra en aquel lugar, o se detiene allí muy poco, porque aprovecha más aquí una hora que muchas allí» (N2, 6,5).

No paso a describir esta parte de los sufrimientos porque aquí trato más bien de la experiencia gozosa de Dios. En alguna parte he tratado este tema abundantemente, dando  explicación espiritual y psicológica de los mismos, para hacerlos más comprensibles y para que no nos asustemos ante todo tipo de purificaciones y humillaciones y sufrimientos, que nos son necesarios, porque de todo se sirve el Señor para demostrarnos que sólo debemos buscarle a Él, no sus dones, que nos hacen egoístas. Es la renuncia total a todo por conseguir el todo, pero no teóricamente, sino de verdad. Los modos es lo de menos.

       Me sorprende en este aspecto San Juan del Cruz, que dice muchas veces en sus escritos, sobre todo en la Subida al Monte Carmelo, que nos va a hablar de oración y luego escribe los tres libros de la Subida como los dos de la Noche y se los pasa hablando  de las purificaciones, purgaciones, de mortificaciones del yo, de sus criterios, de sus afectos desordenados, de las potencias del alma, memoria, entendimiento y voluntad, de las nadas… para llegar al todo.  

Por todo lo cual, para nosotros, no tiene ninguna duda, de que San Juan de la Cruz como santo, como doctor y como místico, puede ser propuesto como modelo y debe ser escuchado como maestro en este aspecto esencial de la condición humana que es la experiencia de Dios. (Martín Velasco, LA EXPERIENCIA CRISTIANA DE DIOS. Madrid 1995).

San Juan de la Cruz puede ser un testigo indiscutible de la profundidad del hombre y de la necesidad de Dios a una generación como la nuestra, culturalmente secularizada, pero ávida de lo sagrado, con deseos de experiencia y contacto con Dios. Por eso San Juan de la Cruz sigue actual como lo son los doctores de la Iglesia, es decir, aquellos teólogos cuya doctrina es reconocida por la Iglesia como capaz de iluminar a las sucesivas generaciones de cristianos, que quieran caminar a la unión y amor total y transformante en Dios. S. Juan de la Cruz es además místico, es decir, una persona que ha realizado una forma particularmente intensa, profunda e inmediata de experiencia de Dios.

LA CONTEMPLACIÓN EN SAN JUAN DE LA CRUZ

San Juan de la Cruz, contemplativo por gracia y por voluntad propia —llamada y respuesta—, centra la vida teologal, la conecta únicamente, como maestro, a la oración-contemplación. La contemplación será siempre vida, comunión de vida con Dios; por eso, la oración entra así en la vida del cristiano de la mano de las virtudes teologales, como algo central y enraizado en el ser cristiano. Y será la expresión vibrante, en anchura y profundidad, de la vida del seguidor de Jesús, para vivir la vida de Cristo, con sus mismos sentimientos y actitudes. La oración será siempre expresión, «medida», termómetro de la vida teologal del cristiano y, por tanto, de santidad, de unión afectiva y efectiva con Cristo, de su expresión en apostolado verdadero.

Sobre esta base y estructura teologal se asienta la palabra sanjuanista sobre la oración contemplación. Y la oración contemplativa no será sino la mayor abundancia de fe, esperanza y caridad que Dios puede infundir en un alma. Y sobre ella están escritas las páginas que siguen. Para ello, me parece oportuno empezar con una visión panorámica de la vida espiritual según San Juan de la Cruz, que acepta las etapas y terminología clásica, pero dándole algunos matices personales, sobe todo en la contemplación.

BREVE DESCRIPCIÓN DE LAS ETAPAS DE ORACIÓN EN  SAN JUAN DE LA CRUZ.

El análisis de las obras del Santo revela claramente las etapas principales que jalonan el itinerario espiritual. En el ARGUMENTO del Cántico Espiritual B dice el Santo, antes de comentar la primera estrofa:

«1. El orden que llevan estas canciones es desde que un alma comienza a servir a Dios hasta que llega a el último estado de perfección, que es matrimonio espiritual; y así en ellas se tocan los tres estados o vías de ejercicio espiritual por las cuales pasa el alma hasta llegar al dicho estadio, que son purgativa, iluminativa y unitiva, y se declaran acerca de cada una algunas propiedades y efectos de ella».

       El segundo número del mismo «Argumento» precisa la correspondencia de esta nomenclatura con la terminología de principiantes, aprovechados y perfectos:

»El principio de ellas trata de los principiantes, que es la vía purgativa. Las de más adelante tratan de los aprovechados… y ésta es la vía iluminativa (de la contemplación).

Después de éstas, las que siguen tratan de la vía unitiva, que es la de los perfectos, (contemplación unitiva) donde se hace el matrimonio espiritual. La cual vía unitiva y de perfectos se sigue a la Iluminativa, que es de los aprovechados” (CB, Argumento, 2).

Del texto se deduce la clara equivalencia de estados y vías y grados de oración:

Mirando a los estados de los orantes nos encontramos:

     Estados:

  • principiantes
  • aprovechados
  • perfectos

Mirando el camino o las vías:

     Vías:

  • purgativa
  • iluminativa
  • unitiva

Mirando los grados de oración:

      Oración:

      meditación

      contemplación inicial      

      contemplación perfecta o unitiva.

Y mirando a las noches tendríamos:

activa del sentido

noche pasiva del sentido, intermedio de calma con noche activa del espíritu y         comienzo de pasiva del espíritu.

final de noche pasiva del espíritu. 

Y la correlación de los estados y vías sería la siguiente

ESTADOS             VÍAS           NOCHES                    ORACIÓN

Principiantes      purgativa    activa del sentido       meditación

aprovechados    iluminativa  pasiva del sentido      contemplación-

perfectos           unitiva-       activa del espíritu      inicial

                                                                          contemplación-

                                                                           unitiva

BREVE EXPLICACIÓN DE LOS ESTADOS Y VÍAS.

A) LOS ESTADOS.

a) Principiantes.

Este estado es tal vez el más pormenorizado en las obras del Santo. A más de la parte que le corresponde en la repartición temática, lo toma frecuentemente como punto de referencia para indicar las diferencias que median entre éstos y los aprovechados y perfectos. Bajo este aspecto, el estado de principiante empieza  en esa fase que en teología espiritual se ha llamado segunda conversión, en virtud de la resolución eficaz del sujeto de servir de lleno y de verdad al Señor.

El principiante ha superado la situación de instalamiento  y ha comenzado una seria conversión porque quiere amar a Dios sobre todas las cosas. Su alimento es la meditación; se afana por avanzar en la virtud; aparece inmerso en el sabor del primer fervor espiritual al mismo tiempo que se manifesta lleno de imperfecciones. El análisis pormenorizado, aunque no exhaustivo (IN, 7, 5), de las «propiedades de los principiantes» ocupa los siete primeros capítulos de la Noche:

«1. Acerca también de los otros [dos] vicios, que son envidia y acidia espiritual, no dejan estos principiantes de tener hartas imperfecciones. Porque acerca de la envidia muchos déstos suelen tener movimientos de pesarle[s] del bien espiritual de los otros, dándoles alguna pena sensible que les lleven ventaja en este camino, y no querrían verlos alabar; porque se entristecen de las virtudes ajenas, y a veces no lo pueden sufrir sin decir ellos lo contrario, deshaciendo aquellas alabanzas como pueden, y les crece (como dicen) el ojo no hacerse con ellos otro tanto, porque querrían ellos ser preferidos en todo. Todo lo cual es muy contrario a la caridad, la cual, como dice san Pablo, se goza de la verdad (I Cor 13,6), y, si alguna envidia [tiene, es envidia] santa, pesándole de no tener las virtudes del otro, con gozo de que el otro las tenga, y holgándose de que todos le lleven la ventaja por que sirvan a Dios, ya que él está tan falto en ello.

2. También acerca de la acidia espiritual suelen tener tedio en las cosas que son más espirituales y huyen dellas, como son aquellas que contradicen al gusto sensible… y si una vez no hallaron en la oración la satisfacción que pedía sus gusto (porque conviene que se le quite Dios para probarlos), no querrían volver a ella, o a veces la dejan o van de mala gana.

3. Y muchos déstos querrían que quisiese Dios lo que ellos quieren, y se entristecen de querer lo que quiere Dios, con repugnancia de acomodar su voluntad a la de Dios; de donde les nace que muchas veces en lo que ellos no hallan su voluntad y gusto piensen que no es voluntad de Dios, y que, por el contrario cuando ellos la satisfacen crean que Dios se satisface, midiendo Dios consigo, y no a sí mismos con Dios; siendo muy al contrario lo que El mismo enseñó en el Evangelio, diciendo que el que perdiese su voluntad por El  ése la ganaría y el que la quisiese ganar ése la perdería (Mt.16,25)

4. Estas imperfecciones baste aquí haber referido de las muchas en que viven los deste primer estado de principiantes, para que se vea cuánta sea la necesidad que tienen de que Dios los ponga en estado de aprovechados; que se hace entrándolos en la noche oscura que ahora decimos, donde, destetándolos Dios de los pechos destos gustos y sabores en puras sequedades y tinieblas inferiores (digo interiores), les quita todas estas impertinencias y niñerías y hace ganar las virtudes por medios muy diferentes. Porque, por más que el principiante en mortificar en sí ejercite todas estas sus acciones y pasiones, nunca del todo ni con mucho puede hasta que Dios [lo hace en él, habiéndose él] pasivamente, por medio de la purgación de la dicha noche».

Vemos, pues, cómo el mismo trato con Dios del principiante es egoísta, vive pendiente de yo, le da culto de la mañana a la noche, incluso en las cosas de Dios. La meditación es la nota fundante de este estado y es obra del sentido natural del hombre, que llama San Juan de la Cruz a discurso del sujeto.

b) Aprovechados.

El paso del estado de principiantes al de aprovechados es el tránsito de la vida del sentido a la del espíritu (IN 10, 1, 2), de la oración meditativa, a través de formas, imágenes, y noticias particulares, a la idea general y simple de la contemplación del misterio de Dios, de la visión total de Cristo, sin meditar en una parte o evangelio. El cambio no es brusco; se efectúa paulatinamente y el Santo nos ha dejado detalladas descripciones del comienzo de la contemplación:

 «1. En esta noche oscura comienzan a entrar las almas cuando Dios las va sacando de estado de principiantes, que es de los que meditan en el camino espiritual, y las comienza a poner en el de los aprovechantes, que es ya el de los contemplativos, para que, pasando por aquí, lleguen al estado de los perfectos, que es el de la divina unión del alma con Dios (N 1,1, 1)». 

Y continúa el santo:

«1. En el tiempo, pues, de las sequedades de esta Noche sensitiva --en la cual hace Dios el trueque que habemos dicho arriba sacando el alma de la vida del sentido a la del espíritu, que es de la meditación a contemplación, donde ya no hay poder obrar ni discurrir en las cosas de Dios el alma con sus potencias, como queda dicho--, padecen los espirituales grandes penas, por el recelo que tienen de que van perdidos en el camino, pensando que se les [ha] acabado el bien espiritual y que los ha dejado Dios, pues no hallan arrimo ninguno [ni gusto con cosa buena.

2. Estos en este tiempo, si no hay quien los entienda, vuelven atrás, dejando el camino [o] aflojando, por las muchas diligencias que ponen de ir por el [primer] camino de meditación y discurso, fatigando y trabajando demasiadamente el natural, imaginando que queda por su negligencia o pecados. Lo cual les es excusado, porque los lleva ya Dios por otro camino, que es de contemplación, diferentísimo del primero, porque el uno es de meditación y discurso, y el otro no cae en imaginación ni discurso».

2. Tal es (como habemos dicho) la noche y purgación del sentido en el alma; la cual, en los que después han de entrar en la otra más grave del espíritu para pasar a la divina unión de amor (porque no todos, sino los menos, pasan ordinariamente) suele ir acompañada con graves trabajos y tentaciones sensitivas que duran mucho tiempo, aunque en unos más que en otros».

       c).- perfectos.

En Llama describe así el Doctor místico este estado de perfección:

 « Esta llama de amor es…el Espíritu Santo, al cual siente ya el alma en sí, no sólo como fuego que la tiene consumada y transformada en suave amor, sino como fuego que, demás de eso, arde en ella …Y ésta es la operación del Espíritu Santo en el alma transformada en amor, que los actos que hace interiores es llamear, que son inflamaciones de amor, en que, unida la voluntad del alma ama subidísimamente, hecha un amor con aquella llama. Y así estos actos de amor del alma son preciosísimos, y merece más en uno y vale más que cuanto había hecho en toda su vida sin esta transformación, por más que ello fuese (Ll 1, 3).

En conclusión, el estado de principiantes, caracterizado por la actividad sensible de la meditación y por el esfuerzo activo del alma, dura hasta el momento en que aparece la contemplación infusa o la noche pasiva del sentido, en que es Dios el que obra en el alma y ésta sólo tiene que aceptar y recibir la «noticia amorosa», dejándose purificar por su luz y fuego.

De esta forma, la contemplación  inicia el estado de aprovechados, donde Dios purifica el sentido y el entendimiento, memoria y voluntad natural, para pasar luego de un breve descanso, a la noche pasiva del espíritu, donde directamente, «por esta influencia de Dios en el alma» que los espirituales llaman contemplación,  Dios purifica, ilumina y quema, como el fuego al madero, todas las imperfecciones del alma, pero hasta sus raíces, en la misma sustancia del sujeto, en su misma esencia mediante el fuego de la contemplación; en esta noche pasiva del espíritu el alma se purifica de todo y del todo, para pasar, terminada la noche, al gozo y experiencia del Dios vivo, de la Santísima Trinidad. La noche pasiva del espíritu finaliza en la unión perfecta o matrimonio espiritual. Y a partir de este instante el alma vive en el estado perfecto o de transformación, en el cual no faltarán sufrimientos y purgas exteriores, pero que son superadas fácilmente por la unión de luz y amor que tiene habitualmente con Dios.

B) Las vías.

Después de lo afirmado sobre los estados, ya se entiende mejor la fácil  correlación que éstos guardan con las clásicas vías purgativa, iluminativa y unitiva.  Las afirmaciones del Santo son decisivas, como hemos indicado antes, en el Argumento del Cántico.

a) Purgativa

La vía purgativa corresponde al estado de principiantes e incluye todos sus aspectos, como lo hemos visto descrito antes por el mismo santo. Noche, como ya he repetido, en San Juan de la Cruz es sinónimo de purificar, limpiar, negarse a sí mismo, convertirse  a Dios, mortificar los sentido y el espíritu. Es el comienzo de esta purgación con la ayuda la oración meditativa. Y es noche activa porque la realiza el sujeto con la ayuda de Dios. No es pasiva, en que es Dios quien la realiza, con la ayuda del sujeto, que la acepta y la sufre, es patógeno, sufriente de la acción de Dios.

b) Iluminativa.

La vía iluminativa equivale al estado de aprovechados. El Cántico la llama también vía contemplativa (CB 22, 3), ya que se entra en ella por medio de la contemplación, que es luz de llama ardiente, que a la vez que ilumina, purifica las raíces del yo, causa del culto idolátrico que nos damos a nosotros mismos, de la mañana a la noche, de nuestro preferirnos a Dios, esto es, del pecado original, raíz y origen de todos nuestros pecados. No hay página del Santo donde no aparezca, bajo una forma u otra, contemplación como luz y purgación o purificación o alguno de sus derivados. De ahí que el Santo llame vía iluminativa al estado de aprovechados (CB Arg., 2).

c).- Vía unitiva

Es la última  y corresponde al estado de  perfectos. La vía unitiva está cimentada en la contemplación unitiva o transformativa. Hemos pasado de la contemplación inicial de los aprovechados y la noche pasiva del espíritu ha purificado y preparado totalmente al alma para la unión con Dios. Como he dicho varias veces las vías corren paralelas a los estados. Los perfectos llegan al cenit posible en esta vida de la contemplación o experiencia de Dios, es el mayor grado de de intimidad, de beso y abrazo de Dios que se puede conseguir en esta vida, al menos para San Juan de la Cruz.

C) Las noches.

       Repito nuevamente que noche  o noche oscura es la metáfora que emplea San Juan de la Cruz para hablarnos de negación, privación o purificación, mortificación o purgación de los sentidos o del espíritu; activa o pasiva, según lleve la iniciativa el sujeto o directamente Dios por la contemplación.

De la noche activa del sentido o mortificación de los sentidos trata San Juan de la Cruz en el libro primero de la Subida al Monte Carmelo; en el libro segundo trata de la noche activa del espíritu, en concreto de la purificación del entendimiento; y en el libro tercero continúa la noche activa del espíritu con la purificación de la memoria y de la voluntad.  No aconsejaría nunca empezar la lectura de San Juan de la Cruz por estos libros de la Subida, porque son un poco duros, insistentes en la necesidad de la mortificación para unirnos a Dios, Verdad y Amor infinito; aconsejaría empezar por el Cántico Espiritual o Llama de amor viva, que auque uno no los entiende perfectamente, le encienden el corazón y el deseo de Dios y de oración para querer llegar a esas alturas de amor total a Dios, para el que existimos y hemos sido creados para una eternidad de unión esencial y de gozo con Él.

La Noche Oscura la describe en dos libros; en el primero trata de noche pasiva del sentido; el sujeto se ha mortificado todo lo que Dios le ha pedido y él ha podido meditando; entonces viene Dios a ayudarle, haciéndole subir más arriba en su conocimiento y amor; esto lleva consigo una mayor y más profunda mortificación de los sentidos y es Dios el que lo hace directamente por la contemplación que le infunde, que al ser fuego, es luz que le hace ver las raíces del yo, y a la vez le quema estos hábitos malo y simultáneamente es fuego que da fuerza de amor para soportar toda esta purificación.

Esto sucede con mayor intensidad en la noche pasiva del espíritu, de la cual trata el Doctor Místico en el libro segundo de la Noche, donde Dios llega con su fuego de contemplación purificante hasta las raíces del espíritu, la muerte mística del yo, sirviéndose de pruebas internas y externas, hasta la misma sustancia del alma, que al quedar preparada y limpia de imperfecciones egoístas, se siente ya totalmente habitada por el mismo Dios, por la gloria y la luz y la experiencia de la Santísima Trinidad, mediante el esplendor de la contemplación luminosa y unitiva: «¡Oh noche que guiaste! ¡oh noche amable más que la alborada!; ¡oh noche que juntaste, amado con amada, amada en el amado transformada!»

En resumen, según la letra de este texto, tenemos los períodos siguientes en relación con la oración:

— meditación, principiantes, vía purgativa

— principios de contemplación, aprovechados, vía iluminativa,

— contemplación unitiva, perfectos, vía unitiva: desposorio  y matrimonio espiritual.

LA MEDITACION EN SAN JUAN DE LA CRUZ

Alguno que leyera superficialmente a San Juan de la Cruz podría escandalizarse de lo que afirma de la meditación, de la oración por discurso meditativo, porque habla de ella como de oración imperfecta y que el orante no debe conformarse con ella y es causa de males para el alma, porque el sujeto piensa que ha llegado a la perfección del amor a Dios y a los hermanos, que en esta vida se puede llegar.

Por eso el Santo se alarga mucho en la descripción de los defectos de los principiantes, que son lo que van por la meditación o discurso natural, como él dice. Y la razón está en que él quiere conducirnos a todos a la unión perfecta con Dios que sólo se consigue por la contemplación infusa. Porque para el Santo la oración es la que marca la vida, está profundamente adherida a la vida del creyente, es la vida del cristiano; la oración marca la vida, y la vida marca la oración, oración y vida están siempre unidas en San Juan de la Cruz. Y en los grandes orantes de todos los tiempos. Es la prueba de su autenticidad.

Como estamos viendo, para él, la oración, como la vida, es una historia, un proceso con etapas bien definidas, según el mayor o menor protagonismo de cada uno de los agentes, el hombre o Dios, o según el modo natural o sobrenatural, respectivamente, que adopta el caminante. Y en este proceso, la meditación ocupa el estado más elemental y primero, es el comienzo de una historia de amor con Dios que debe terminar en la unión y transformación total con Él por la contemplación.

       La primera forma de orar, la meditación, cubre un corto período, o debe cubrir un breve periodo, según el Doctor místico y él la pone como camino de los principiantes. La segunda, la contemplación, que es el motivo de todos sus escritos,  se alarga en sucesivos tiempos de purificación y de sosiego, hasta la plenitud de comunión.

San Juan de la Cruz, por este motivo, habla poco de la meditación y nunca de propósito, sistemáticamente, o para indicar el camino o las dificultades de la misma. Pero dice lo sustancial y con precisión. Y lo hace porque es clara su intención de no escribir de lo que «hay mucho escrito» y hay «abundante doctrina» como él dice repetidas veces en sus escritos. Y si ve necesario o conveniente hacerlo, lo hace con brevedad, más por mostrar el desarrollo, la prehistoria de las etapas de la vida espiritual. Dice en el Cántico espiritual: 

«Por tanto seré bien breve; aunque no podrá ser menos de alargarme en algunas partes donde lo pidiere la materia y donde se ofreciere ocasión de tratar y declarar algunos puntos y efectos de oración, que, por tocarse en las Canciones muchos, no podrá ser menos de tratar algunos; pero, dejando los más comunes, notaré brevemente los más extraordinarios que pasan por los que han pasado con el favor de Dios de principiantes. Y esto por dos cosas:

la una, porque para los principiantes hay muchas cosas escritas; la otra, porque en ello hablo con V. R. por su mandado, a la cual nuestro Señor ha hecho merced de haberla sacado de esos principios y llevádola más adentro en el seno de su amor divino; y así espero que, aunque se escriben aquí algunos puntos de Teología escolástica acerca de el trato interior de el alma con su Dios, no será en vano haber hablado algo a lo puro de el espíritu en tal manera, pues aunque a V. R. le falte el ejercicio de Teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no la falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben mas juntamente se gustan» (C 1, 3).

Él quiere tratar de la unión perfecta con Dios, que es lo único que le importa y le enciende y quiere encender en todos los que le escuchen y lean. Podía aducir infinidad de textos; voy a escoger éste del libro primero de la Subida:

« Para escribir esto me ha movido no la posibilidad que veo en mí para cosa tan ardua, sino la confianza que en el Señor tengo de que ayudará a decir algo, por la mucha necesidad que tienen muchas almas, las cuales comenzando el camino de la virtud, y queriéndolas nuestro Señor poner en esta noche oscura para que por ella pasen a la divina unión, ellas no pasan adelante; a veces por no querer entrar o dejarse entrar en ella, a veces por no se entender y faltarles guías idóneas y despiertas que las guíen hasta la cumbre (1S 1, 3)».

       1. Qué es meditar

El santo, en clave oracional, identifica a los principiantes con los que meditan. La meditación es la primera forma de tratar con Dios en la oración. Forma pasajera y transitoria, como lo es el estado espiritual que caracteriza. «El estado de principiantes, que es de los que meditan en el camino espiritual» (1N 1,1). Y en Llama: «el estado y ejercicio de principiantes es de meditar y hacer actos y ejercicios discursivos» (3,32).

En la primera y más detallada descripción que el santo hace de la meditación la presenta vinculada a los «dos sentidos corporales interiores, que se llaman imaginativa y fantasía», o «potencias»: «A estas dos potencias pertenece la meditación, que es acto discursivo por medio de imágenes, formas y figuras, fabricadas e imaginadas por los dichos sentidos»

Cuando se produce la crisis de esta forma de oración «ya no puede discurrir en el sentido de la imaginación» (1N 9,8). Contraponiéndola a la contemplación aparece el mismo enfoque: hay «otro (manjar) más delicado y más interior y menos sensible», la contemplación, «que no consiste en trabajar con la imaginación», que es la meditación (2S 12,6).,8; 3S 2,1.

Por lo tanto es obra del hombre, la iniciativa es del orante, siempre con a ayuda de Dios. Pero cuando se trata de contemplación, de oración contemplativa, la iniciativa es de Dios y el hombre debe dejarse guiar, purificar, amar por Dios, como él se ama y quiere amarnos.

2. Finalidad de la meditación

Y, sin embargo, la meditación, en su transitoriedad y corta capacidad de «hacer hombres espirituales», tiene su importancia. Y sus logros son positivos. Las formulaciones sanjuanistas son escuetas y coincidentes, breves, sin ulterior desarrollo. No le interesa. Otea otros horizontes, otros caminos, en los que todo eso se da con más abundancia y mayor seguridad, y tiene prisa de conducir al orante hasta ellos y por ellos.

Por la meditación se saca «alguna noticia y ardor de Dios» (2S 14,2). Nos adentra en el desenvolvimiento de la verdad, nos entrega alguna parcela del misterio de Dios y desvela nuestra vocación a la comunión con Él. Así insistirá el santo en que la meditación discursiva es necesaria al principiante«para ir enamorando y cebando el alma por el sentido» (2S, 12, 5).

       Por la meditación, pues, se va centrando la vida en Dios, recogiendo el espíritu, interiorizando el trato, interesando a la persona por Dios y los valores espirituales, mortificando sus pasiones y defectos, el hombre viejo, curando la dispersión psicológico-afectiva, anímica, dando a la persona arraigo y contenido, peso de verdad y de amor.

Pero lo que el santo busca, la pasión sanjuanista de «sólo Dios», eso no es alcanzable por la meditación; hay que trascender todo cuanto el hombre puede llegar a alcanzar de él: conceptos, experiencias, sabor amoroso en la voluntad, para acostumbrarse al modo divino que le viene por la contemplación.

       Las limitaciones o imperfecciones que el Santo ve en la meditación viene de que ésta no tiene profundidad de luz y amor y fuerza para quitar la voluntad posesiva con que la persona se sitúa frente al yo, y que, en síntesis, podemos reducir a estos rasgos:

1.- Que piensen que siempre ha de ser así (2S 12,5.6; 17,6; Ll 2,14), eternizando los medios de por sí transitorios.

2.- Que se queden en los objetos sensibles y en el gusto y sabor que provocan los medios, que se convierten en fín, en lugar de seguir caminando hasta la cima del monte Carmelo, del monte Tabor de la oración hasta llegar a la experiencia o contemplación de Cristo, “Esplendor de la gloria del Padre”,  que supera todo lo que el sujeto pueda ver, sentir y unirse a Dios activamente por la meditación.

3.- De los que quieren «andar al sabor sensitivo», habla el santo, como de eternos nómadas, sin arraigo, inconstantes en la realización de la amistad con Dios. «Este apetito les causa muchas variedades..., se les acaba la vida en mudanzas...». (3S 41,2)

LA CONTEMPLACIÓN EN SAN JUAN DE LA CRUZ

EL PASO A LA CONTEMPLACIÓN

Es un momento particularmente importante, crítico, decisivo, que requiere cuidadosa atención porque está en juego, en buena medida, su suerte futura. Por eso Juan de la Cruz ha vuelto sobre ese momento, con detenimiento, en tres de sus grandes obras: Subida, Noche y Llama. Maestro para tiempos de crisis, el Doctor Místico nos entrega aquí su «palabra sustancial y sólida», palabra de hombre experimentado y de teólogo y pensador clarividente.

Ni que decir tiene que la crisis, directamente presentada en el campo de la oración, alcanza a toda la persona en su condición de creyente. Es una crisis teologal que afecta al ser y vida del creyente.

1. La crisis

«En esta noche oscura comienzan a entrar las almas cuando Dios las va sacando del estado de principiantes, que son los que meditan en el camino espiritual, y las comienza a poner en el de los aprovechantes, que es ya el de los contemplativos» (1N 1,1). Final del estado de principiantes.

2. La contemplación

En la segunda jornada del camino de oración, la contemplación viene presentada como «vía del espíritu» que caracteriza a los «aprovechados». «En este estado de contemplación, que es cuando sale del discurso y entra en el estado de aprovechados» (1N 9,7); esta contemplación inicial, «principio de oscura y seca contemplación», la llama el santo «infusa o pasiva».

Voy a seguir de cerca la exposición sanjuanista distinguiendo los dos tiempos que él señala: contemplación inicial y contemplación perfecta. La contemplación es camino, vida en ejercicio, con un principio, un término y un proceso entre los dos extremos. La definen unos rasgos que avanzarán en progresión afirmativa, hasta la unión, habiendo pasado por los dos «momentos» o pruebas presentados por Juan de la Cruz como «noche pasiva del sentido y del espíritu».

Una definición amplia de contemplación nos la ofrece el Santo al final de Cántico: «La contemplación es oscura, que, por eso, la llaman por otro nombre mística teología, que quiere decir sabiduría de Dios secreta o escondida, en la cual, sin ruido de palabras y sin ayuda de algún sentido corporal ni espiritual..., enseña Dios ocultísimamente al alma sin ella saber cómo» (C 39, 12). «Contemplación no es otra cosa que infusión secreta, pacífica y amorosa de Dios que... inflama al alma en espíritu de amor». Se destacan, pues, tres puntos: es pasiva o Dios la infunde; obrando en el espíritu directamente, y «enseñando» y «enamorando» al mismo tiempo.

La contemplación es pasiva, no es producto del orante. Dios es el agente y obrero de la contemplación. Sólo él. «Sólo Dios es agente» (Ll 3,44); «Dios es el obrero» (ib., 67); «El es el artífice sobrenatural» (47). La contemplación añade el Santo es «noticia y amor junto, esto es, noticia amorosa» (Ll 3,33), siempre comunicando Dios «luz y amor justamente, que es noticia sobrenatural amorosa» (ib., 49),de contemplación.

Por lo tanto, aunque es pasiva, no hay ociosidad o suspensión de la actividad de las potencias, todo lo contrario, suma actividad, lo que ocurre que al ser realizada y provocada por Dios en el alma, su actitud debe ser pasiva de aceptar la iluminación de Dios para que Dios la llene de su luz, que es dolorosa para el alma, porque la tiene que disponer al modo divino, y esto supone los sufrimientos y purgaciones de la noche pasiva del espíritu, donde Dios llega hasta la raíz con esta luz divina de contemplación, que a la vez que ilumina, como el fuego, quema todos los defectos, toda la humedad y suciedad del madero hasta convertirlo todo y entero en llama de amor viva, fundida en un sola realidad en llamas con el fuego de Dios, el Espíritu Santo. Y eso es la noche pasiva del espíritu y la contemplación unitiva o  transformativa.

3. Las tres señales

Las tres señales que marcan el paso de la meditación a la contemplación inicial son: 1. Imposibilidad de meditar (13,2; 14,1-4). 2. Desgana afectiva generalizada (13,3; 14,5).

3. Solicitud penosa de no servir a Dios (3-7) o deseo de estar a solas con atención amorosa (13,4; 14,6-14).

1ª.- La meditación imposible

Fácil de comprender que sea la primera señal que salta a la conciencia del orante. San Juan de la Cruz empieza marcando los tiempos con precisión: ve que «ya no puede meditar... ni gustar de ello como antes» (2S 13,2) y esto porque «en cierta manera se le ha dado al alma todo el bien espiritual que había de hallar en las cosas de Dios por vía de la meditación y discurso» (2S 14,1).

Y en segundo lugar, en íntima conexión temporal y vivencial, Dios comienza a comunicarse por otro medio: el del acto sencillo de la contemplación. «Por lo cual, en poniéndose en oración, ya, como quien tiene allegada el agua, bebe sin trabajo en suavidad, sin ser necesario sacarla por los arcaduces de las pesadas consideraciones y formas y figuras» (2S 14,2).

2º.- Enajenación afectiva de todo

Ya lo hemos dicho anteriormente. Dios debe ser Dios, el único Dios a quien servir y dar culto, abajo todos los ídolos. Dios empieza a exigírselo al alma en mayor profundidad.

3.- Solicitud de Dios y advertencia general amorosa

Esta misma luz general o contemplativa que le ilumina con mayor intensidad en los misterios de Dios, le ilumina y descubre con mayor claridad sus defectos y le mete fuego en el alma para dejarse purificar,  pero a la vez le da un calor, un amor, unas ansias de Dios más fuertes y profundas. O, dicho de otro modo, la verdad de esta purificación se revela en el deseo y cuidado, solicitud y gana de servir a Dios que pone en quien la padece, y esto sin soporte ya del gusto sensible de la meditación.

«Sencilla contemplación»

Así la introduce el santo: «Ordinariamente, junto con esta sequedad y vacío que hace al sentido, (la purgación contemplativa) da al alma inclinación y ganas de estarse a solas y en quietud, sin poder pensar cosa particular ni tener ganas de pensarla» (1N 9,6). «Contemplación infusa con que Dios de suyo anda apacentando y reficionando al alma, sin discurso ni ayuda activa de la misma alma» (1N 14,1).

NOCHE PASIVA DEL ESPÍRITU

Vendría ahora la descripción de la noche pasiva del espíritu, la más terrible y dolorosa purificación que prepara al alma para la unión y transformación total y plena posible en esta vida con Dios. De ella no hablaré, porque no tengo tiempo, y porque es la misma contemplación anterior de la noche del sentido, pero que ahora  ilumina para purificar hasta las raíces, hasta la sustancia del yo, como ya he explicado; por eso todo, tanto el sufrimiento como el gozo es lo más profundo que se pueda experimentar en esta vida. Si alguno tiene interés en saber más de esta noche del espíritu, aquí en estos folios lo tengo más ampliamente descrito, sobre todo, en las purificaciones pasivas de la fe, esperanza y caridad.  Os lo puedo prestar.

CONTEMPLACIÓN UNITIVA

Para terminar, me interesa iniciar la lectura de los frutos de la vida contemplativa y unitiva. Sólo quiero asomarme por la ventana de San Juan de la Cruz a esa íntima unión con Dios donde el alma se siente habitada e inundada de la gloria del Dios Trino y Uno, hasta el punto de poder decir: «Pues ya si en el ejido, de hoy más no fuere vista ni hallada, diréis que me he perdido, que, andando enamorada, me hice perdidiza y fue ganada; o «ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio».

Yo quiero terminar mi última lección de Teología Espiritual con los fuegos y esplendores de Llama de Amor viva de San Juan de la Cruz, que de tal manera tengan eco en nuestros corazones, que nos animemos todos  a desear esta alturas de unión con Dios, única razón de nuestra existencia; fuimos creados por amor y para el amor total de Dios y esto es para lo que Cristo vino y no amó hasta el extremo; y esta es la razón primera y última del cristianismo y de la Iglesia y del apostolado: llegar a amar a Dios y a los hermanos, como El nos ama, con su mismo amor de Espíritu Santo: Dios es amor, nos dice San Juan. Dios es amor y si dejara de amar, dejaría de existir. Y nosotros hemos sido soñados, amados y preferidos por Dios, para este amor esencial trinitario sobre otros muchos seres no que no existirán. Esto no hay que olvidarlo nunca para no quedarnos en nuestra vida personal en horizontalismos o zonas intermedias de verticalidad.

Y quiero que esta sea mi última lección oficial así, en mi amado seminario, en compañía de los que más quiero, añadiendo en espíritu a mi familia, quiero que uno de los mayores enamorados y contemplativos de los esplendores de luz y de amor divinos haga resonar su palabra, llama de amor viva, en estos muros ¡qué vivencias más fuertes y vivas, casi recién estrenadas, guardo! Y esta palabra de luz quiere ser también acción de gracias a los que tantas veces recuerdo, desde mis padres, pasando por mis educadores y superiores, hasta los que en vida sacerdotal me acompañaron y me ayudan como vosotros ahora presentes.

Yo voy a iniciar un poco esta lectura del Cántico espiritual y Llama de amor viva, pero os invito a que la continuemos luego en nuestros ratos de oración y lectura espiritual. Sería el mejor fruto de esta lección que tan atentamente habéis escuchado, sobre todo, en estos tiempos de ateismo y secularismo, en que tanto la necesitamos, como expongo en un libro ya en prensa que titulo: La experiencia de Dios meta y cumbre de la vida y del apostolado cristianos.

Karl Rahner, de los mejores teólogos del siglo XX, con voz profética nos dijo: “La nota primera y más importante que ha de caracterizar a la espiritualidad del futuro es la relación personal e inmediata con Dios.... porque vivimos en una época que habla del Dios lejano y silencioso, que aun en obras teológica escritas por cristianos se habla de la “muerte de Dios”. Solamente para aclarar el sentido de lo que se va diciendo y aún a conciencia del descrédito de la palabra “mística” - que bien entendida no implica contraposición alguna con la fe en el Espíritu Santo sino que se identifica con ella- cabría decir que el cristiano del futuro o será un “místico” es decir, una persona que ha “experimentado algo” o no será cristiano.

Tengo escrito en uno de mis libros: «Cuando una persona lee a  Juan de la Cruz, si no tiene alguien que le aconseje, empieza lógicamente por el principio, tal y como vienen en sus Obras Completas: la Subida al Monte Carmelo, la Noche... y esto asusta y cuesta mucho esfuerzo, porque asustan tanta negación, tanta cruz, tanto vacío, ponen la carne de gallina, se encoge uno ante tanta negación, aunque siempre hay algo que atrae. Cuando se llega al Cántico y a la Llama de amor viva... uno se entusiasma, se enfervoriza, aunque no entiende muchas cosas de lo que pasa en esas alturas. Pero la verdad es que la lectura de esas páginas, encendidas de fuego y luz, gustan y enamoran, contagian fuego y entusiasmo por Dios, por Cristo, por la Santísima Trinidad. ¿Hacemos una prueba? Pues sí, vamos a mirar ahora un poco al final de este camino de purificación y conversión para llenarnos de esperanza, de deseos de quemarnos del mismo fuego de Dios, de convertirnos en llama de amor viva y trinitaria.

Oigamos al Místico Doctor hablarnos de los frutos de la unión  y transformación total, substancial en Dios:

«Porque no sería una verdadera y total transformación si no se transformarse el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado... con aquella su aspiración divina muy subidamente levante el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella le aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo» (Can B 39, 6).

«Y esta tal aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí, le es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite, que no hay decirlo por lengua mortal, ni el entendimiento humano en cuanto tal puede alcanzar algo de ello; porque aun lo que en esta transformación temporal pasa cerca de esta comunicación en el alma no se puede hablar, porque el alma, unida y transformada en Dios, aspira en Dios a Dios la misma aspiración divina que Dios, estando ella en él transformada, aspira en sí mismo a ella.

       Y en la transformación que el alma tiene en esta vida, pasa esta misma aspiración de Dios al alma y del alma a Dios con mucha frecuencia, con subidísimo deleite de amor en el alma, aunque no en revelado y manifiesto grado, como en la otra vida. Porque esto es lo que entiendo quiso decir san Pablo (Gal 4, 6), cuando dijo: Por cuanto sois hijos de Dios, envió Dios en vuestros corazones el espíritu de su Hijo, clamando al Padre. Lo cual en los beatíficos de la otra vida y en los perfectos de ésta es en las dichas maneras.

       Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado; porque dado que Dios le haga merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, ¿qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad, pero por modo comunicado y participado, obrándolo Dios en la misma alma? Porque esto es estar transformada en las tres Personas en potencia y sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios, y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza (Gn 1, 26)” (CB 39, 3-6).

Y cuando el alma llega a estas alturas y siente todo esto con amor vivo, puede exclamar: «Y si a las obras mías no esperas, ¿qué esperas, clementísimo Señor mío?; ¿por qué tardas? Porque si, en fin, ha de ser gracia y misericordia la que en tu Hijo te pido, toma mi cornadillo, pues le quieres, y dame este bien, pues que tú también lo quieres.

¿Cómo se levantará a ti el hombre, engendrado y criado en bajezas, si no le levantas tú, Señor, con la mano que le hiciste?

No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero. Por eso me holgaré que no te tardarás si yo espero.

¿Con qué dilaciones esperas, pues desde luego puedes amar a Dios en tu corazón? Míos son los cielos y mía la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en migajas que se caen de la mesa de tu Padre.

Sal fuera y gloríate en tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón» (Dichos 1, 26-27).

Y como las vivencias con Dios son inefables, mejor expresarlas en símbolos y poesía que expresan lo inexpresable:

NOCHE OSCURA

5. ¡Oh noche que guiaste!;

¡oh noche amable más que la alborada!;

¡oh noche que juntaste

Amado con amada,

amada en el Amado transformada!

8. Quedéme y olvidéme,

 el rostro recliné sobre el Amado;

 cesó todo y dejéme,

 dejando mi cuidado

 entre las azucenas olvidado.

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