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RETIRO ARCIPRESTAL DE ADVIENTO (CRISTO DE LAS BATALLAS, 15-12-12)

       INTRODUCCIÓN: QUERIDAS HERMANAS Y HERMANOS: Somos Iglesia de Cristo, del Arciprestazgo de Plasencia, reunidos en el nombre del Señor, para hacer este retiro espiritual de Adviento. Nos hemos retirado en oración para preparar la Navidad, el nacimiento del Hijo de Dios entre los hombres, entre nosotros.  Empecemos este retiro rezando a la Virgen, mejor dicho, cantando, porque el que canta reza dos veces, dice san Agustín.

       Del Verbo divino, la Virgen preñada- viene de camino ¿le daréis posada? Sí, ciertamente y por eso pedimos a la Virgen que nos ayude a vivir este adviento como Ella lo vivió, queremos que ella sea nuestro modelo porque ha sido la que mejor se ha preparado la Navidad, el nacimiento de su Hijo entre nosotros.

Se lo pedimos cantando: SANTA MARÍA DE LA ESPERANZA, MANTÉN EL RITMO DE NUESTRA ESPERA…

Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos. Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos, para iluminarnos del verdadero concepto de hombre, mujer, familia, matrimonio, sentido de vida humana. Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia en estos días y lo canta y reza con nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven pronto, Señor, que te esperamos.

COMENCEMOS ESTE SANTO RETIRO DE ADVIENTO INVOCANDO AL ESPÍRITU SANTO: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos…

MEDITACIÓN PRIMERA:

(Sentados)

Queridos hermanos, nosotros nos hemos reunido aquí esta tarde para decirle al Señor  Jesús: Cristo bendito, meditando y considerando el cariño y el amor con Tú viniste a nosotros y por nosotros y todos los hombres en la primera navidad del mundo, queremos devolverte ese cariño y decirte: creo, creemos totalmente en tu venida, en que nos amaste y te encarnaste por amor…Cristo Jesús, creo, creemos en tu amor y salvación y misterio, que no podemos abarcar, sólo creer y amar, creo en la Navidad de un Dios que ama al hombre y viene en su busca y que tanto necesitamos celebrar siempre, pero especialmente en estos tiempos de crisis de fe, estamos en el año de la fe, de esta falta de amor a tu persona, de esta apostasía silenciosa que se está dando dentro de la Iglesia, de este alejamiento poco a poco del Dios Amor,  y al alejarnos del Dios Amor nos estamos alejando del Amor, de la fuente de todo amor, divino y humano, del amor a Dios y a los hombres: familias más tristes, matrimonios rotos y más tristes, esposos y padres más tristes que no podrán celebrar la navidad unidos, donde no podrá haber auténtica navidad cristiana...

Nosotros, con nuestra presencia y oración aquí esta tarde, a la vez que te damos gracias por la fe, qué gozo tener fe, ser católico, conocerte y saber que Dios nos ama y sigue amando al hombre, porque esto es lo que creemos y celebramos principalmente en la navidad cristiana. Por eso nos hemos reunido en tu presencia esta tarde, porque nosotros queremos  prepararnos para que sea navidad cristiana en nosotros y en nuestras familias, verdadero encuentro de gozo y salvación para todos, también para el mundo entero, por eso rezaremos por todos, especialmente por esta España nuestra que se está  alejando de la fe y de tu amor y salvación, miles de hermanos, sobre todo hijos y nietos, que sin ti, sin Dios, no saben de dónde viene y a dónde van, viven sin sentido, en el nihilismo existencial, en carencia de plenitud de vida y amor.

Por eso nos hemos retirado a este pequeño desierto de oración, de encuentro personal contigo, Palabra y Eucaristía perfecta, con deseos  de meditar y comprender todo este misterio de la Encarnación, en este mundo donde los grandes medios de comunicación se empeñan en sustituir la verdadera Navidad por esperas y encuentros y navidades puramente paganas, puro consumismo.

Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por el mundo, las multinacionales y los medios, nosotros debemos recogernos en silencio de ruidos mundanos ahora para preparar y vivir este acontecimiento de fe y salvación, acogiendo la Palabra de Dios,  meditándola y orándola.

Para eso estamos reunidos aquí y no podemos dejar pasar esta oportunidad que el Señor nos ofrece para preparar la verdadera Navidad cristiana. Porque como cantamos en un villancico, aunque sobren champán y turrones, si tú no estás en nosotros, en nuestros corazones, en nuestras familias, no habrá navidad.

       Queridos hermanos ¿Por dónde vendrá Cristo en esta Navidad?  Si yo tengo que salir al encuentro de una persona, debo escoger el camino por donde él viene. ¿Por qué camino vino Cristo, qué camino eligió la Santísima Trinidad para que el Hijo viniera a salvarnos? ¿Qué tengo que hacer y cómo prepararme en este tiempo de adviento para que sea navidad en mi corazón, allanar los caminos como nos dice el profeta Isaías en las primeras lecturas de estos días, y Juan, el precursor, en los evangelios?

       Para lograr este fin, la Iglesia, en este tiempo de Adviento, pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el bautista, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Este adviento  queremos vivirlo con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen la llegada del Hijo salvador del mundo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

 

1.- MARÍA ESPERÓ A SU HIJO POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN: la Virgen está orando, orando mientras cosía o barría, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar;  así la sorprendió el ángel: Salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo.

Nosotros también, en este tiempo de adviento, debemos ponernos como ella en oración, en oración personal y comunitaria, también en oración litúrgica, la que se hace en nombre de la Iglesia y en la persona de Cristo, in nómine ecclesiae et in persona Christi, con el rezo de las I Vísperas del tercer domingo de Adviento, representado a la Iglesia entera, a todos cristianos, a los monjes, misioneros, religiosas, cristianos del mundo entero, con los ángeles y santos del cielo y tierra.

       La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo;  y siguió orando y dialogando con el ángel Gabriel¿Y cómo será eso pues no conozco varón? y en silencio siguió orando con el Padre y con el  Hijo, su hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo.

       La Navidad es un misterio de Amor Trinitario. “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo…”Si es Navidad es que Dios ama al hombre, no se olvida del hombre, es más, parece que Dios no puede ser feliz sin el hombre; la navidad es que Dios viene a salvar a los hombres para meternos en su mismo amor y felicidad trinitarios. Qué misterio. No existe nada, queridos hermanos, solo Dios y esta Dios infinito de belleza y amor y felicidad, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de felicidad y de vida y eternidad, piensa y decide en consejo trinitario crear otros seres para hacerlos semejantes a Él en felicidad de dicha y amor…  SI EXISTO, SI EXISTES, ES QUE DIOS ME AMA Y HA SOÑADO CONMIGO…. Este plan se rompió por el pecado de Adán…

        Orando estaba la Virgen cuando la Trinidad decidió comunicar este mensaje a la Virgen y vino el ángel en nombre de Dios y se lo comunicó y así orando descubrió este proyecto de amor inconcebible humanamente, porque es infinito de amor y orando largo ratos es como nosotros tenemos que descubrirlo porque es en ratos de silencio y oración  cuando Dios lo descubre a las almas. Y

Y así orando continuó la Virgen y empezó la primera Navidad del mundo y con Cristo Jesús naciendo en su seno se fue a visitar a su prima Isabel, recogida, no miró los parajes ni las montañas de Palestina, sólo al niño Dios que nacía en sus entrañas; y así llegó  hasta la casa de Isabel, que continuó este diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que proclamaremos luego en estas vísperas y que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre confirmándole que era verdad lo que nacía en su seno e inspirándole el magníficat porque era verdad que por eso todas las generaciones la proclamarían dichosa porque el Poderoso hizo obras grandes en ella.

       María nos invita a entrar en el Adviento por este camino de la oración para encontrarnos con su Hijo. Así descubrió ella el misterio, vio el camino que Dios le trazaba, lo fue comprendiendo, asimilando, transformándola en Madre de Dios. Qué misterio, Y todo por la oración. Como tiene que siempre en la Iglesia, en nosotros.

¿Oro yo todos los días, me encuentro con Dios y descubro su voluntad sobre mí en la oración diaria? ¿Me ayudo del evangelio, o le hablo y le cuento mis penas y alegrías todos los días?. Si quiero tener experiencia de Cristo que nace y viene a mí por amor en esta navidad y en cualquier momento de mi vida, necesito orar, mirarle con amor, que no es otra cosa oración mental sino trato de amistad estando… parece que santa Teresa hubiera hecho esta definición de oración mirando al Sagrario, porque allí está el que nos ama en navidad permanente y que vino para llevarnos a la amistad con Él y con los hombre.

 La oración es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento y la vida cristiana, el Nacimiento del Hijo de Dios en María y por María. Oración, oración, oración, si quiero ser cristiano verdadero, seguir a Cristo pisando sus huellas de vida y amor;  lo tengo repetido y superrepetido en libros y homilías y meditaciones: A MÍ QUE ME QUITE DIOS TODO, PUESTOS Y HONORES, HASTA LA MISMA FE, y si queréis hasta LA MISMA VIDA DE GRACIA, PERO QUE NO ME QUITEN LA ORACIÓN, EL ENCUENTRO DIARIO CON MI CRISTO…PORQUE AUNQUE ESTÉ EN PECADO, SI NO DEJO LA ORACIÓN…

La gran pobreza de la Iglesia, especialmente en su parte alta, será siempre la pobreza de oración. Sin oración no puede haber cristianismo, vida de fe y amor a Dios y a los hermanos, verdadera Navidad cristiana, encuentro con Cristo, aunque sobren villancicos, champán y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración. Sin ella, sin oración personal, y lógicamente también litúrgica, no puede haber encuentro de amor, navidad cristiana, vida de seguimiento de Cristo.

La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado, de donde nacen todos los demás, porque sin el espíritu de Cristo, no puedo hacer las acciones de Cristo, haremos acciones, pero no apostolado… sin mi no podéis haer nada... Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor.   Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo todos los días de mi vida a buscarme para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros, el mundo el que necesita de Él, para realizar el proyecto maravilloso de amor y felicidad eterna, que la Santísima Trinidad tiene  soñado y diseñado para cada uno de nosotros y del mundo entero y por lo cual existimos y es Navidad y permanece en navidad perpetua en el Sagrario.

       María está orando y hablando con Dios ha concebido al Hijo por obra del Espíritu Santo, ha encontrado el sentido de su vida y misión. Oró y escuchó a Dios y recibió de Él las respuestas a sus preguntas. Así nosotros, orando encontraremos a Cristo, la Navidad cristiana, el amor a los hermanos, el sentido de la vida, del matrimonio cristiano, de la familia, del perdón a las ofensas, del amor y la paz en el mundo. Orando, como nos dice el profeta Isaías en estos días, encontraremos en Cristo, en el niño que nace las fuerzas para preparar este encuentro con Cristo en la navidad: allanar montes de egoísmo y soberbia, enderezar lo torcido de falta de amor, caridad, murmuraciones de mi vida, levantarme de tanta comodidad sin dedicar a Dios el tiempo debido, la Eucaristía más frecuente, y el perdón a los hermanos. Si quiero de verdad celebrar la navidad cristiana, oración con María y como María.

Y como le tenemos aquí tan cerca, en el Sagrario, vamos a exponer al Señor en la Custodia santa, para que nos explique los motivos y sus sentimiento de amor al hombre, a cada uno de nosotros, cuando vino en nuestra búsqueda en la Navidad, mientras le cantamos: VEN, VEN, SEÑOR NO TARDES…

--- EXPOSICIÓN SENCILLA DEL SEÑOR EUCARISTÍA: VEN, VEN, SEÑOR, NO TARDES…

(((Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca.

Y esto es también lo que pretendo recordar ahora y meditar en este retiro de adviento: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que amarlo, encontrarlo, y para esto, lo primero, orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación de los textos sagrados, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan, sin decir palabra, diciéndoselo con sola nuestra presencia de amor, como Él nos lo dice todo y a todos desde el Sagrario, sin decir palabra, solo con su presencia, nos está diciendo: os amo, vengo a salvaros, a mostraros el camino verdadero de la felicidad,  de ser hombres, matrimonios, familias, doy mi vida por vosotros.

Por favor, más respeto, más adoración, más silencio ante Dios encarnado en un trozo de pan por amor extremo y extremado a todos nosotros, y sobre todo, fe, fe, fe y amor, creer de verdad que Dios me ama, y ha venido por mí, Él es Dios, yo pura criatura, todo de rodillas ante sus pies siempre))).

1. (Pasados diez minutos) REZO DE VÍSPERAS. RECEMOS AHORA LA ORACIÓN DE LAS I VÍSPERAS de este domingo III de Adviento. (Rezarlas como están compuestas en hoja aparte)

(SE REZAN LOS TRES SALMOS Y LA LECTURA BREVE… todos se sientan y DIGO:

2.- POR DONDE VENDRÁ CRISTO A NOSOTROS EN ESTA NAVIDAD: POR EL CAMINO DE LA FE COMO EN MARÍA: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.  El mundo, el hombre, todos nosotros necesitamos la fe para encontrarnos con Cristo. Sin fe, no hay encuentro con Dios. Este es problema del mundo actual y la misma Iglesia, de los bautizados entre los cuales hay un alejamiento de la fe, un vacío, una apostasía silenciosa de Dios, de Cristo, de la Iglesia, del evangelio.

       “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra de Dios por el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra elegida por madre… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… y mira que fue honrado, bueno, maravilloso, qué dirían de ella las gentes, la familia, embarazada antes de tiempo y encima sin ser de su marido que la abandonaría… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

       Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros, en las pruebas de la vida, en las pruebas y sufrimientos de la vida y en las pruebas directas de fe a las que no solo el mundo sino  a veces el mismo Espíritu Santo somete a las almas para purificarnos, para purificar en noches de fe y amor sus virtudes sobrenaturales, sobre todo la fe, pregúntenselo a s. Juan de la Cruz, cuya memoria celebramos ayer y qué lectura…  me pasma la ignorancia que hay de estas realidades, de estas etapas de oración afectiva, contemplativa… entre los mismos pastores y almas consagradas... recordad el escándalo que supuso hace poco años el libro publicado por el director espiritual de la Madre Teresa de Calcuta… muchos se escandalizaron, dijeron que la final había perdido la fe, el amor a Cristo,  se lo escuché yo mismo a una científica alemana por radio, a una psicóloga que lo sabía todo, pero era totalmente ignorante del camino de la fe, de la oración, de las noches de fe, precisamente sobre esta materia hice yo mi tesis doctoral…

Si tú, querida hermana, queridos hermano, dejas la oración o la fe, porque has dejado de sentir y gozar, quiere decir que ibas a la oración y creías porque te iba bien e ibas por propio egoísmo a la oración no por Dios, por agradar a Dios y porque Dios merece tu adoración, tiempo y tu amor, aunque tú no lo sientas, no sientas nada en temporadas y eso lo hace el Espíritu Santo para purificarnos de nuestros egoísmos, vanidades, soberbia.

Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, sobre todo en éxitos, hay que pasar largos ratos de fe seca, de oración aparentemente vacía, de Sagrario sin sentir nada, solo por fe,  porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades de la fe y la oración, si no las sentimos, y dudamos o dejamos la oración si no la sentimos, al querer apoyarnos sólo en nosotros mismos, en nuestros gustos o criterios y razones, y no en el Espíritu Santo, único director y santificador de nuestras vidas.  Para avanzar en la fe hay que pasar las noche de san Juan de la Cruz, que por eso escribió sus obras, por  el despiste que había entre las mismas almas religiosas y contempativas.

Y la única forma que Dios tiene para hacernos progresar y quitarnos esos fervores humanos y pasarlos a divinos o esos criterios por los que apoyamos la fe o la oración no en Dios sino en nosotros, en lo que yo discurro o comprendo, o en nuestro yo, y egoísmo, el único progreso en la fe y en la oración es la oscurida de la razón o sequedad de sentimientos para tenerla y apoyarla solo en Dios, no en lo que nosotros discurramos o sintamos. Creer es confiar sólo en Dios contra toda razón, motivo o evidencia humana.

Y cuando Dios quiere a un alma, la purifica por la noche oscura de la fe, del amor y de la esperanza cristianas, de las virtudes sobrenaturales, que son las únicas que nos unen a Dios. Nos quita a veces nuestros apoyos humanos para que nos apoyemos solo en Él, en su confianza y seguridad y no en lo que nosotros pensamos o imaginamos. Y así demostramos quienes creen sólo en Dios, solo Dios, abajo tú y tus razones y tus éxitos y tu vida.

Como en María, fue un cambio radical, un camino totalmente distinto al que ella había pensado… y sin ver nada… confió solo en Dios y nacer el niño fuera de cada, en pobreza y luego huir a Egipto y tener que seguir creyendo que era el Hijo de Dios… pero ella se fió y fue navidad: aquí está la esclava, hágase en mí según tu palabra. Qué pocos amigos tiene el Señor, ya lo dijo Teresa de Jesús, los sufrimientos… como tanto hermanos, que se alejan de Dios, de la Iglesia, porque mueren sus seres queridos, porque no triunfan, porque tienen enfermedades o pruebas de todo tipo y le echan la culpa de todo lo malo a Dios precisamente. Pero nosotros confiemos siempre en Dios, como María, ¿cómo obro, he obrado en mi vida,  cómo vivo yo las pruebas humanas y espirituales de mi vida? ¿Cómo es mi oración, mi fe, egoísta, buscándome a mi mismo o a Dios?

Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios. Hay pruebas duras en la vida, sobre todo en este tiempo de crisis, de increencia. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, es el Hijo de Dios, aunque muchos, incluso de los nuestros, hayan dejado de creer, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo o advientos y esperar de éxito o cargos o dinero y de lo que sea, que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros.

       Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta del los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, Dios, Evangelio…;

Es necesario que Dios venga de nuevo en la Navidad cristiana y creamos en ella, en que Dios nos ama y no se olvida del hombre, este mundo va perdiendo la fe en Dios, Dios existe, Dios existe, es nuestro Padre que nos envía por amor a su Hijo para hacer a todos hijos en el Hijos y meternos en su misma felicidad eterna y trinitaria. Si es navidad, tú eres eterno en el Hijo, ya no morirás nunca, tu vida es más que esta vida, porque ha venido el Hijo en persona para decírtelo y conseguirlo…

       Por eso, y para que sea navidad cristiana, necesitamos fe, estamos en el año de la fe, pidámosla para nosotros, sobre todo, para nuestros hijos y nietos, para los que se ha alejado de la Iglesia, de la salvación, del Amor de Dios. Que sea navidad en el mundo entero, en nuestras familias y para eso, lo primero de todo será la fe, fe en su Venida, en su Encarnación, en su nacimiento, en su presencia eucarística; si creo en Cristo, no puedo separar unas realidades de otras, tengo que creer en el Cristo completo.

       ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera, cómo creer que está aquí el Hijo de Dios, el Creador de cielo y tierra, el que nace por amor y no vengo entre semana a visitarle, a comulgarle, a ofrecer mi vida en la misa y desde ahí, salir contigo por los caminos de la vida a visitar a Isabel, a tantos y tantos hermanos solos, pobres, necesitados de todo tipo, de compañía y de ayuda y de cariño y de alimentos para que sea navidad.  Que como tú, yo sólo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como María, por una fe viva.

       Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y su Todo. Igual nosotros, sus hijos. La Navidad fundamentalmente es creer que Dios existe, y es verdad, y ama al hombre, sigue amando al hombre, que Dios nos se olvida del hombre, que Dios perdona al hombre, lo dicen algunos villancicos que ya cantan al niño muriendo en la cruz. Esta es la razón de navidad cristiana.

Hermanos, con la Virgen y por intercesión de la Virgen, pidamos al Señor que sea navidad en nosotros y en el mundo entero.

       La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, también nosotros, nuestros hijos y nietos, el mundo entero seremos felices, por todo se cumple, todo tiene sentido, por el nacimiento de Cristo en nosotros y en el mundo. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Que merezcamos su alabanza por haber creído en su venida de amor a este mundo.

       Con qué fe, sin ver nada claro por tu parte, solo fiada en la Palabra de Dios, María creyó y empezó a nacer el niño en su entrañas. Y no florecieron los jardines de su pueblo, ni nadie se enteró ni la felicitaron, ni pájaros cantaron… solo con fe aceptó el pan de Dios. Así nosotros.

CANTAMOS: LA VIRGEN SUEÑA CAMINOS, ESTÁ A LA ESPERA…     

Y ANTES DEL MAGNIFICAT:

¿POR DÓNDE VENDRÁ CRISTO ESTA NAVIDAD A NOSOTROS?

3.- POR EL CAMINO DEL AMOR, COMO  EN MARÍA. LO PROCLAMAMOS CON EL CANTO DE MARÍA, AL ESCUCHAR LA ALABANZA DE SU PRIMA ISABEL: DICHOSA TÚ QUE HAS CREIDO, PORQUE TODO LO QUE TE HA DICHO EL SEÑOR, SE CUMPLIRÁ.

       Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto.

5. POR ESO: REZO DEL MAGNIFICAT…PRECES Y ORACIÓN.

AYUDA PARA ORAR ANTE CRISTO EN LA CUSTODIA SANTA:

Queridos hermanos, qué gozo creer en Jesucristo Eucaristía, haberle conocido, estar aquí porque creemos en El y le amamos. Qué gozo creer, saber que Dios existe y nos ama, saber de dónde venimos y a dónde vamos.., muchos han perdido hoy el sentido de la vida. Si existo, es que Dios me ama.., me ha llamado a compartir una herencia de gozo con El...

Y como estamos en la presencia del Señor Eucaristía: Qué gozo saber que el Hijo ha venido en mi búsqueda en la Navidad, y viene todas las navidades para decir al hombre que dios le ama.... Este es el sentido de la Navidad y de la Eucaristía. La Eucaristía es una navidad permanente... estás aquí Señor, porque nos amas y vienes en nuestra búsqueda. Y el adviento es toda mi vida en la tierra, porque es un camino hacia el encuentro contigo y con la santísima Trinidad, con el Padre que me soñó, que me creó, que me dio la vida...

¡Qué gozo haberme encontrado con él, saber que no estay solo, que Él me acompaña, que mi vida tiene sentido! ¡Qué gozo saber que Alguien me ama, que si existo, es que Dios me ama, y en el Hijo encarnado en la Navidad, en el Hijo Eucaristía, navidad permanente, me ama hasta el extremo: hasta extremo del tiempo, hasta el extremo de! amor y de sus fuerzas, hasta el extremo de ser Dios y hacerse hombre, y venir en mi búsqueda, para abrirme las puertas de la eternidad y amor de mi Dios Trino y uno. ¡Qué gozo saber que se ha quedado para siempre conmigo en cada Sagrario de la tierra, con los brazos abiertos, en amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres!

¡Cómo no amarlo, adorarlo y comerlo! gritando y cantando y proclamando que Dios existe y nos ama, que la vida tiene sentido y es un privilegio existir, porque ya no moriremos nunca; que nuestra vida es más que esta vida y que este tiempo y este espacio; que soy eternidad, porque el Hijo de Dios se ha encarnado, es Navidad, me lo ganado con nacimiento, su muerte y resurrección, que se hace presente en la Eucaristía.

Cristo Eucaristía, ¡qué gozo haberte conocido por la fe, fe personal no meramente heredada, sobre todo, por la fe viva y experimentada en la oración personal y litúrgica, experimentar lo que creo, predico o celebro! ¡Qué gozo haberme encontrando contigo por la oración personal y eucarística: «Que no es otra cosa oración... sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Diríase que Sonta Teresa de Jesús escribió esta definición mirando al sagrario. Por eso, qué necesidad absoluta tiene la iglesia de todos los tiempos de tener sacerdotes y seminaristas santos por la oración eucarística, de religiosas  y cristianos que hayan subido hasta la cumbre del Tabor eucarístico, y puedan enseñar, no sólo teórica, sino vivencialmente este camino.

Señor, ¿por qué me amas tanto, por qué te humillas tanto, por qué te rebajas tanto?, qué puede dañe el hombre que Tú no tengas? No lo entiendo, sólo hay una explicación: «Habiendo amado a lo suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propio Hijo». ¡Gracias, Padre por tu amor extremo en el Hijo encamado y eucarístico por obra del Espíritu Santo! ¡Jesucristo, Hijo de Dios encamado primero en carne humana y ahora en la Eucaristía, nosotros creemos en Ti, nosotros confiamos en ti, Tú eres el Hijo de Dios.

TANTUM ERGO… BENDICIÓN, CANTO Y RESERVA

SALVE REGINA…

Ora pro nobis, sancta Dei genitrix,

Gratiam tuam quesumus, Domine, mentibus nostris infunde, ut qui angelo nunciante Cristi filii tui incarnationem cognovimus, per passionem ejus et crucem ad resurretionis gloriam perducamur. Per eundem Christum dominum..

LECTURA DE VISPERAS

RESPONSORIO BREVE

Y ANTES DEL MAGNIFICAT :

4.- POR EL CAMINO DEL AMOR AGRADECIDO, COMO MARÍA

       María expresó maravillosamente este sentimiento ante su prima Isabel con el canto del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1,46-47).

       Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto. Pero en estos días, como siempre, lo primero debe ser Dios. Y si alguien nos pregunta, tanto ahora en Navidad como en cualquier tiempo del año, ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios? Pues porque Él nos amó primero. Dios nos visita, se hace cercano, se hace hombre y viene a nosotros por amor y para que nos amemos y le amemos: “Porque Dios es Amor… En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó, y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,8.10). Qué claro lo vio Juan: Dios nos amó primero y, roto este amor por el pecado de Adán, Dios volvió a amar más intensamente al hombre, enviándonos a su propio Hijo para salvarnos.

5. POR ESO: REZO DEL MAGNIFICAT…

       Santa Catalina de Sena nos describe así todo el amor de Dios en la creación del hombre y, sobre todo, una vez caído, en la recreación, por el amor del Hijo amado: «Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, Padre Dios, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto...      A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. El fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. Él lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?     

LOS QUE SOÑÁIS Y ESPERÁIS LA BUENA NUEVA, ABRID LAS PUERTAS AL NIÑO, QUE ESTÁ MUY CERCA. EL SEÑOR CERCA ESTÁ, ÉL VIENE CON LA PAZ. EL SEÑOR CERCA ESTÁ, ÉL TRAE LA VERDAD.

Hace ya más de dos mil años que el ángel Gabriel transmitió a la hermosa Nazarena la noticia más luminosa y llena de gracia de la historia de la humanidad: que Dios no se olvidaba del hombre, que Dios ama al hombre, que Dios vendría en busca del hombre para que el hombre pudiera encontrarse con su Dios y Creador y vivir la historia de amor y amistad más hermosa que se pueda concebir, escribir y vivir: Dios se hace hombre para que el hombre pueda hacerse hijo de Dios, para que pueda llamarle Padre y vivir su misma felicidad y amistad; la segunda persona de la Santísima Trinidad vino a realizar por nosotros lo que nosotros no podíamos realizar.

       Este es el hecho más importante que ha ocurrido en este mundo; por eso toda la vida de la humanidad se mide por esta fecha, desde el nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo; y por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María» (Credo). Por la Palabra de Dios fueron hechas todas las cosas y esa misma “Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.   

       La Virgen, en el evangelio de este domingo, nos enseña cómo hay que esperar al Salvador, por donde viene el Señor:

       A) Por la oración. La Virgen está orando cuando la sorprende el ángel. Está orando mientras cosía o barría o hacía otra cualquier cosa, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar. Y en oración recibe el mensaje del ángel de parte de Dios: “Alégrate, llena de gracia… No temas…Darás a luz un hijo”. Ha empezado a verificarse la profecía de Isaías,14: la promesa mesiánica de un reino eterno, hecha a David por el profeta Natán, de parte de Dios y leída en la primera Lectura de este domingo. Y María sigue orando, hablando y preguntando a Dios por medio del ángel: “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”; es una simple constatación de su estado todavía célibe, aunque desposada o simple objeción del modo en que tiene que proceder ante este plan de Dios. Y la solución se la revela de parte de Dios el ángel: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”.

       Y María acepta el plan divino y ser madre del Hijo de Dios: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. De esta forma, al abrazar la voluntad de Dios se consagró totalmente a la persona y obra de su Hijo, sirviendo al misterio de redención. Cooperando así María no fue un instrumento meramente pasivo en las manos de Dios, sino que ayudó a la salvación de los hombres como Madre del Salvador con una fe y amor y obediencia totalmente personal y libre, que mantendrá fielmente toda su vida.

       María orando y hablando con Dios ha encontrado el sentido de su vida y misión. Oró y escuchó a Dios y recibió de Él las respuestas a sus preguntas. Pues bien, la contestación y respuesta de María debe convertirse en misión y programa para la comunidad cristiana, comunidad orante, que en la oración privada y pública debe recibir las respuestas de Dios sobre la vocación y la misión que tiene que cumplir en la tierra en el ministerio de la Salvación de los hombres. María, con su oración silenciosa fue más eficaz que todas las palabras.     

       B) Por la fe. Porque orando creyó con total certeza en la promesa de Dios, y creyó que era el Hijo de Dios quien nacía en sus entrañas, y vivió ya totalmente para Él en fe, porque en ese momento no florecieron los rosales de Nazaret, ni se oyeron cantos de ángeles ni se paró el sol… no paso nada extraordinario, tuvo que creer a palo seco y sufriendo incomprensiones de todo tipo, porque no anduvo dando explicaciones a nadie, si siquiera a su esposo José. Por eso paso lo que pasó con él.

       Luego, hecha templo y morada y tienda de la presencia de Dios en la tierra, primer sagrario del mundo y arca de la Alianza nueva y eterna, llena de esa fe y certeza con inmensa alegría,  preñada del Dios que la tomó por Madre, Esposa e hija especial en el Hijo Amado, sintiéndose plenamente habitada por la Santísima Trinidad, fue a visitar a su prima sin mirar aquellos paisajes hermosos de las montañas de Palestina, porque ya sólo vivía para el que nacía en sus entrañas; ya todo era silencio, contemplación del misterio, amor y compromiso y fidelidad, en medio de las incomprensiones de su familia, de José y de sus vecinos. Y no dio explicaciones ni se excusó ante nadie; dejó que Dios lo hiciera todo por ella, como Él y cuando Él quisiera.

       La oración todo lo alcanza, cantábamos al Corazón de Jesús, en mis años juveniles. En oración recibió María el mensaje; en oración vio el camino a seguir; con su actitud de escucha recibió luz y aclaración, resolvió sus dudas y encontró la fuerza para llevarlo a efecto en medio de duras pruebas. Por la oración recibió a Cristo en su seno, lo paseó por las montañas de Judea en su visita a Isabel y ya no se apartó de Él, ni en la cruz, cuando todos le dejaron y ella siguió creyendo que era el Hijo de Dios, el Salvador del mundo.

       Con su sí fue Navidad en el mundo. Dios tenía necesidad de ella, de una criatura totalmente dispuesta a seguir y cooperar con su plan de salvación en medio de dificultades; una criatura que no pusiera resistencia ni pegas al plan de Dios; una criatura que al contrario de Eva, obedeciera totalmente a la voluntad de Dios, para que recuperásemos por su obediencia lo que habíamos perdido por la  desobediencia de Eva: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra. “Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.

       C) Por el amor. Amor a la voluntad de Dios y amor a los hombres, a José y a su prima Isabel. El amor a Dios pasa por el amor a los hermanos. Primero hay que tener un corazón limpio de rencores y de pecados. En pecado, de cualquier clase que sea, no se puede celebrar la Navidad cristiana. Hay que vivir en gracia. Ella estaba llena de gracia. Si hay pecado Cristo no puede nacer dentro de nosotros. La Navidad es la fiesta del amor de Dios a los hombres y en correspondencia de los hombres a Dios y a los hermanos, porque si Cristo nace todo hombre es mi hermano. Hay que amar más. Hay que visitar a los amigos y necesitados como María a su prima Isabel para ayudarla. Hay que llenarse del amor que Cristo nos trae y que nos hace hermanos de la misma fe, gracia, esperanza y destino. Hay que comulgar y pasar ratos largos de oración ante Jesús Eucaristía, ante el Sagrario. Así será navidad en nuestro corazón, en nuestra vida. Es lo que pido al Señor en esta santa misa para vosotros y todos los vuestros. Feliz navidad en paz con Dios y los hombres.   

       1.- Primero, una actitud de fe. Este hecho de la venida del Señor debe despertar en el cristiano una actitud personal de fe, de creer personalmente en Dios, en el misterio de un Dios  personal que se hace hombre, en el amor de Dios que se encarna por el hombre. Si es Navidad es que Dios ama al hombre, viene en busca del hombre, es que Dios no se olvida del hombre; estos días de Adviento son para creer personalmente, pasar de la fe de la Iglesia a la individual, son día de orar y pedir esta fe para poder creer tanto amor.

       ¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre; ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?, has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

       Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. Y el creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más, porque esto es una enfermedad de amores y ansias infinitas, imposibles de contener y controlar; el creyente,  llagado de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, las razones y motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor.

       ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad!               

Y te has hecho igual a nosotros, te haces hombre porque nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Mirad la Navidad. La Navidad es que Dios que ama apasionadamente a los hombres. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

       2.- Segundo: Actitud de esperanza: esperanza dinámica, que no se queda de brazos cruzados; es una esperanza que sale al encuentro; un encuentro no se realiza si no hay deseo ardoroso de encuentro personal con Cristo, si no vamos y salimos al camino por donde viene la persona amada;  si no hay deseos de Cristo, si no hay aumento de fe y amor, no podemos encontrarnos con Él. Esta esperanza y vigilancia, alimentada por los profetas, especialmente por el profeta Isaías en las Primeras Lecturas de estos días, nos invitan a levantar la mirada hacia la salvación que nos viene de Yahvé, en cumplimiento de sus promesas.

       Cuando uno cree de verdad en alguien o en algo, lo busca, lo desea, le abre el camino. Primero hay que creer de verdad que Dios existe en ese niño que viene, que Dios sigue viniendo en mi busca, que Dios me ama. Y creer es lo mismo que pedir, pedir esta fe, aumento de fe, de luz, de creer de verdad y con el corazón lo que profesamos con los labios, con la mente, en el credo.

       Esta esperanza de la fe no se queda con los brazos cruzados; cuando uno espera, se prepara, lucha, quita obstáculos para la unión y el encuentro con la persona amada. Creo en la medida que me sacrifico por ella, que renuncio a cosas por ella. La esperanza teologal y cristiana es el culmen de la fe, la coronación de la fe y la perfección y la meta del amor. Se ama en la medida que se desea a la persona amada. El amor se expresa por la posesión y también por el deseo de la posesión. Si no hay adviento, si no hay espera, no puede haber Navidad cristiana porque no hay esperanza y deseos de amor y de encuentro con el Dios que viene.

       El mundo actual no espera a Cristo, no siente necesidad de Cristo. Por eso, no vive el Adviento cristiano, no siente necesidad de su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. El mundo actual tiene muchas esperas: espera ganar más dinero, tener más y más cosas que le llenen y le hagan ser más feliz, espera conquistar la técnica, los medios de producción, vivir más años… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos; pero son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias y salvar a este mundo: Jesucristo.   

       Y nosotros ¿esperamos al Señor? ¿Cómo decir que creemos en la Navidad, que amamos al Señor como Dios y Señor de mi vida, y no salir a su encuentro? ¿Qué fe y amor son esos que no me llevan a salir al encuentro del que viene en mi busca? ¡Si creyéramos de verdad! ¡Si nuestra fe y amor fueran verdaderos!

La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos las multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de regalos, viajes, de champán y turrones y esperamos muchas cosas menos al Señor? Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, sobre todo en nuestros feligreses, en nuestra familia, en nuestra juventud, para que las oriente, para que haga a este mundo más fraterno y habitable? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para prepararnos mejor así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

       Queridos hermanos: Hagamos un esfuerzo por captar este mensaje de esperanza y alegría que se renueva cada Adviento y que nos repiten las Lecturas de estos domingos. Porque estamos hoy viviendo una época de desesperanza y desilusión generalizada en lo social, moral, religioso, familiar… La Navidad próxima, en la que viene nuevamente el Enviado, el Señor Jesucristo, nos dice claramente que Dios no se olvida del hombre, de nosotros. Si hay Navidad cristiana,  el hombre tiene salvación, tiene un Redentor de todos sus pecados; si hay Navidad, Dios sigue amando al mundo, Dios no se olvida del hombre. Creamos y esperemos en Él contra toda desesperanza humana, sobre todas las esperanzas humanas consumistas. Hay que esperar únicamente la salvación en Jesucristo; el tiempo de Adviento nos invita a esperar al Salvador.

       3.- Tercero: Actitud de amor. Para vivir la Navidad necesitamos querer amar a Jesucristo. Y decir amar a Jesucristo es lo mismo que orar a Jesucristo: orar y amar se conjugan igual en relacion con Dios. En la oración se realiza el encuentro con Dios Amor. Es diálogo de amor, mirada de amor.

       Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

        La oración es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el Adviento cristiano. Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y reunión de familia y regalos y todo lo demás. Porque falta el protagonista, falta Cristo, que siempre viene y vendrá para las almas que le esperan. Y el camino esencial es la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica carece de alma, carece de “espíritu y verdad”.

       La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en Espíritu y Verdad”.

       Para demostrar esta afirmación bastaría leer la definición de Santa Teresa sobre la oración: «Que no es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama» (V 8,5). Parece como si la Santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

       Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

       Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos”; “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

       Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada.

       4.- Cuarto: Necesidad de la conversión. La liturgia de estos días nos invita a allanar y enderezar los caminos del encuentro. En este tiempo debemos convertirnos más a Dios: Convertir es dejar de mirar en una dirección para hacerlo en otra. Dios debe ser lo primero y absoluto de nuestra vida, todo lo demás, relativo: la conversión es para vivir mejor el «tanto en cuanto» ignaciano.

       El tiempo que nos separa de dicha meta debe ser aprovechado con solicitud. Nosotros ya caminamos hacia la última fase de la historia; debemos prepararnos con fe y esperanza, con obras de amor y conversión de las criaturas a Dios, preparando bien el examen de amor, la asignatura final, en la que todos debemos aprobar.

       Todo hombre tiene que encontrarse con Cristo glorioso; es el momento más trascendental de nuestra historia personal, hacia la cual  tenemos que caminar vigilantes, porque decidirá nuestra suerte eterna. Es el encuentro definitivo y trascendental de nuestra historia personal y eterna, que lo esperamos fiados del amor que Dios nos tiene, manifestado en la Navidad, donde Él sigue amando, perdonando y buscando al hombre para ese encuentro eterno de felicidad con Él, Dios Uno y Trino.       Frente al auge de la increencia, el desencanto de las utopías humanas vacías de vida y amor, frente a la corrupción y la caída de las ideologías que prometían la felicidad del hombre, oponiéndose a Dios, frente a las actitudes de un consumismo, caracterizado de una trivialidad sin compromisos de tipo moral o religioso, unido a la alergia del hombre actual a la reflexión y a las preguntas últimas, resumen de un hombre que quiere orientar su vida al margen de Dios, tomando él la iniciativa de decir qué es lo que está bien o mal en el orden moral, nosotros, los cristianos, debemos mirar a Dios que nos dijo que comiéramos de todos los frutos del paraíso del mundo, menos del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque saber lo que es bueno y malo, lo que es pecado o gracia, solo le corresponde a Dios.

       Tenemos que convertirnos a Dios y no convertir el mundo y sus criaturas en dioses, ídolos que adoramos y servimos. Tenemos que convertirnos de tanta idolatría. Por eso, el hombre moderno, queriéndose apropiar de esta propiedad esencial de Dios, ha caído en la corrupción y en la autodestrucción, matando al mismo hombre, a la misma vida, con el aborto y la eutanasia; ha matado el respeto absoluto al hombre, al amor que lo ha convertido en sexo todo, ha matado la humildad, la sencillez, el servicio, el amor desinteresado.

       El ateísmo ha matado a Dios en el corazón de muchos hombres y familias; sin Dios, no hay amor, amor duradero y para siempre entre esposos,  si no hay dinero, no hay ayuda para los ancianos y mayores, respeto a todo hombre por ser hijo de Dios. El mundo necesita convertirse, volver a Dios, mirar a Dios como lo único necesario, lo absoluto y primero de la vida y de la existencia del hombre sobre la tierra.

       Frente a los laboratorios de la inmoralidad, de la increencia, del laicismo militante que son la televisión y ciertos medios de comunicación social, no desesperemos y esperemos siempre en el Señor, porque vendrán nuevamente tiempos mejores, porque Dios no deja de enviar a su Ungido, porque nunca dejará de existir la Navidad Cristiana. Y si es Navidad es que Dios sigue amando y perdonando, buscando al hombre por amor gratuito. Dios no necesita del hombre; es el hombre el que necesita de Dios. Celebremos la Navidad. Se acerca nuestra liberación. Proclamemos esta buena nueva, la mejor noticia para este mundo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad”.

RETIRO DE ADVIENTO

(Plasencia, diciembre 2008)

       Queridos amigos: El domingo, por la noche, me llamó nuestro querido Delegado del Clero, D. Miguel Pérez, para decirme si podía dar este retiro de Plasencia, que pensaba darlo él personalmente como ya nos  lo había anunciado por carta, para presentarse como Delegado, pero que se lo impedía una consulta médica, no de cosas graves, en Salamanca.  Yo lo dije que bien y  aquí estoy, hermanos, para obedecerle y ayudaros en lo que pueda.

       Como todos sabemos, Adviento es celebrar la venida del Hijo de Dios  en la carne, por la potencia del Espíritu Santo, en el seno de la Virgen María, «pues si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles…La gracia que Eva nos arrebató, nos ha sido devuelta en María» (Cf. Pref. IV de Adv.).

       También es celebrar la futura venida de Cristo, al final de los tiempos, para revelar la plenitud de su obra que fue realizada «al venir por primera vez en la humildad de nuestra carne» (Cf. Pref. I de Adv.).Y de esta venida nos hablaba el evangelio del primer domingo de Adviento.

       Entre ambas manifestaciones se sitúa la Iglesia, que celebra al Mesías prometido que vino, y espera al Señor que vendrá. El tiempo de Adviento, en su estructura y textos litúrgicos actuales, prepara para ambas manifestaciones.

       Y para esto necesitamos orar, retirarnos al desierto como, Juan, el precursor, y como María que conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón. Por eso, nos retiramos esta mañana para orar  « Y encontrarnos así, cuando llegue velando en la oración y cantando su alabanza», (Cf Pref. II de Adv.), para que «podamos recibir los bienes prometidos que ahora en vigilante espera confiamos alcanzar (Cf Pref. I de Adv.).

       Entre ambas manifestaciones estamos nosotros, que celebramos al Mesías prometido que vino, y esperamos al Señor que vendrá. El tiempo de Adviento, en su estructura y textos litúrgicos actuales, prepara para ambas manifestaciones. Y esto es lo que haremos ahora en este retiro de desierto oracional, rezando y cantando con gozo y alegría la hora intermedia.

HORA INTERMEDIA

Canto de entrada

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Vendrá el Señor con la aurora, Él brillará en la mañana, pregonará la verdad. Vendrá el Señor con su fuerza, Él romperá las cadenas, Él nos dará la libertad.

Él estará a nuestro lado, Él guiará nuestros pasos, Él nos dará la Salvación. Nos limpiará del pecado, ya no seremos esclavos, Él nos dará la libertad.

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Visitará nuestras casas, nos llenará de esperanza, Él nos dará la Salvación. Compartirá nuestros cantos, todos seremos hermanos, El nos dará la libertad.

Caminará con nosotros, nunca estaremos ya solos, Él nos dará la salvación. Él cumplirá la promesa, y llevará nuestras penas, Él nos dará la libertad.

 VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

“Mirad a vuestro Dios que viene en persona... El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará el páramo y la estepa...”(Is 35,1-2).

-- Dios mío, ven en mi auxilio,

-- Señor, date prisa en socorrerme.

-- Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,

-- Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

(EL ALMA SEDIENTA DE DIOS: Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas).

1.- Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

(Salmo 64, 2-12)

 Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,

mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario

viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre.

 

1.- Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

2.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres”.

Oh Dios, tú mereces un himno en Sión,

y a ti se te cumplen los votos,

porque tú escuchas las súplicas.

A ti acude todo mortal,

a causa de sus culpas;

nuestros delitos nos abruman,

pero tú los perdonas.

Con portentos de justicia nos respondes,

Dios, salvador nuestro;

tú, esperanza del confín de la tierra

y del océano remoto.

Tú, que afianzas los montes con tu fuerza,

ceñido de poder;

tú que reprimes el estruendo del mar,

el estruendo de las olas

y el tumulto de los pueblos.

Los habitantes del extremo del orbe

se sobrecogen ante tus signos,

y a las puertas de la aurora y del ocaso

las llenas de júbilo.

Tú cuidas de la tierra, la riegas

y la enriqueces sin medida;

la acequia del Señor va llena de agua,

coronas el año con tus bienes.

Gloria al Padre.

 

2.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres”.

3.- Antífona: “María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.

Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.

La piedra que desecharon los arquitectos

es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

 

Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.

Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.

Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia

Gloria al Padre.

3.- Antífona: “María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”

LECTURA BREVE (Is 45,8)

“Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia”.

RESPONSORIO BREVE

-- Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor,

--  Su gloria aparecerá sobre ti.

Oración :

Señor, Dios todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, que va a nacer, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta Él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su salvación. Por Jesucristo Nuestro Señor.

Amén.

Canto final

LA VIRGEN SUEÑA CAMINOS, está a la espera; la Virgen sabe que el Niño está muy cerca. De Nazaret a Belén hay una senda; por ella van lo que creen en las promesas.

Los que soñáis y esperáis la buena nueva, abrid las puertas al niño, que está muy cerca. El Señor cerca está, Él viene con la paz. El Señor cerca está, Él trae la verdad.

EN ESTOS DÍAS DEL AÑO, el pueblo espera, que venga pronto el Mesías a nuestra tierra. En la ciudad de Belén, llama a las puertas, pregunta en las posadas y no hay respuesta.

Los que soñáis y esperáis la buena nueva, abrid las puertas al niño, que está muy cerca. El Señor cerca está, Él viene con la paz. El Señor cerca está, Él trae la verdad.

 

PRIMERA MEDITACIÓN

       QUERIDOS HERMANOS:       Estamos comenzando este tiempo santo de Adviento. Todos los tiempos son santos, porque deben servirnos para santificarnos, para unirnos y amar más a Dios y a los hombres. Pero este lo es especialmente, porque el tema central del Adviento es la espera del Señor, considerada bajo diversos aspectos. En primer lugar, la espera del Antiguo Testamento, encaminada hacia la venida del Mesías prometido. De ella hablan las profecías que la liturgia presenta estos días a la consideración de los fieles para despertar en ellos aquel profundo deseo y anhelo de Dios que vivió todo el Antiguo Testamento, especialmente los profetas, que se encargaron de parte de Dios, de mantener esta esperanza en el pueblo fiel.

       Una vez que vino el Mesías prometido, Jesucristo, terminó el Antiguo y empieza el Nuevo Testamento, con la realización de las promesas; llegan los tiempos nuevos y se colman todas las esperanzas. Y ahora, en esta etapa nueva que vive la Iglesia, debemos vivir y actualizar en nuestro corazón y en nuestra vida cristiana esta venida, mientras la historia de la humanidad se dirige a la última venida del Señor, a la parusía, a la venida gloriosa de Cristo, al final de los tiempos.

       Por eso, el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» del Hijo de Dios; y por otra, mira y hace que nos preparemos para la segunda venida, al final de los tiempos; y para que ésta se pueda realizar, es necesario esperarlo y recibirlo ahora, en diversas formas en las que llega a nosotros por la vida, por los sacramentos y por la Palabra.

       Y como me toca a mí esta mañana dirigir la Palabra, quisiera empezar con una oración a la Santísima Trinidad de San Hilario, cuya fiesta celebraremos el 14 de enero, y que viene en la Liturgia de la Horas del día.

       Pero antes, y porque hemos hablado de la última venida, quiero dar gracias a Dios y he rezado y me he encomendado para este retiro a nuestros hermanos sacerdotes muerto últimamente, que han realizado ya esta encuentro del último día; qué testimonios más maravillosos de fe, de amor a Cristo y de esperanza en Dios Padre nos habéis dado. Qué aceptación de la muerte y certeza del encuentro con Cristo gloriosos, qué gozo y seguridad nos dais.

       Este mes de noviembre varias veces y expresamente los he recordado y rezado con sus nombres en la Eucaristía. Ya no celebraréis el Adviento y la Navidad con nosotros, porque vivís la presencia del Padre que nos soñó y nos creó para una eternidad de gozo con Él en su misma esencia y esplendores divinos, del Hijo que vino en nuestra búsqueda para salvarnos y abrirnos las puertas de la eternidad, y del Espíritu Santo, el Dios Amor que nos funde en el abrazo y beso eterno del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en éxtasis infinito y eterno de fuego y esplendores del volcán divino y trinitario de bellezas eternamente reveladas entre esplendores siempre nuevos y deslumbrantes. La muerte para nosotros no es caer en el vacío o en la nada,  sino en los brazos ya abiertos de Dios.

       Y Con este recuerdo emocionado y trinitario a nuestros hermanos sacerdotes difuntos, empiezo ahora mi meditación con la oración de san Hilario:

PADRE SANTO, TE SERVIRÉ PREDICÁNDOTE

 «Yo tengo plena conciencia de que es a ti, Dios Padre omnipotente, a quien debo ofrecer la obra principal de mi vida, de tal suerte que todas mis palabras y pensamientos hablen de ti.

Y el mayor premio que puede reportarme esta facultad de hablar, que tú me has concedido, es el de servirte prodigándote a ti y demostrando al mundo, que lo ignora, o a los herejes, que lo niegan, lo que tú eres en realidad: Padre; Padre, a saber, del Dios unigénito.

Y, aunque es ésta mi única intención, es necesario para ello invocar el auxilio de tu misericordia, para que hinches con el soplo de tu Espíritu las velas de nuestra fe y nuestra confesión, extendidas para ir hacia ti, y nos impulses así en el camino de la predicación que hemos emprendido. Porque merece toda confianza aquel que nos ha prometido: “Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá”.

Somos pobres y, por esto, pedimos que remedies nuestra indigencia; nosotros ponemos nuestro esfuerzo tenaz en penetrar las palabras de tus profetas y apóstoles y llamamos con insistencia para que se nos abran las puertas de la comprensión de tus misterios; pero el darnos lo que pedimos, el hacerte encontradizo cuando te buscamos y el abrir cuando llamamos, eso depende de ti.

Cuando se trata de comprender las cosas que se refieren a ti, nos vemos como frenados por la pereza y torpeza inherentes a nuestra naturaleza y nos sentimos limitados por nuestra inevitable ignorancia y debilidad; pero el estudio de tus enseñanzas nos dispone para captar el sentido de las cosas divinas, y la sumisión de nuestra fe nos hace superar nuestras culpas naturales.

Confiamos, pues, que tú harás progresar nuestro tímido esfuerzo inicial y que, a medida que vayamos progresando, lo afianzarás, y que nos llamarás a compartir el espíritu de los profetas y apóstoles; de este modo, entenderemos sus palabras en el mismo sentido en que ellos las pronunciaron y penetraremos en el verdadero significado de su mensaje.

Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz que no nos apartemos de la verdad de la fe; haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre, y al único Señor Jesucristo, y que argumentamos ahora contra los herejes que esto niegan, podamos también celebrarte a ti como Dios en el que no hay unicidad de persona y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti».

(Del tratado de san Hilario, obispo, sobre la Trinidad (Libro 1,37-38: PL 10,48-49. Liturgia de las Horas: 14 de enero)

       QUERIDOS HERMANOS: Cuatro son los temas de los que me hubiera gustado hablar con cierta amplitud en este retiro de Adviento: del Adviento, por ser el tiempo litúrgico fuerte en que vivimos; de María, porque ella fue la primera que vivió este tiempo del espera del Hijo, y porque estamos en la novena de la Inmaculada que tantas emociones y recuerdos agradecidos nos trae; de Juan el Bautista, porque cuando llega el otoño y las hojas se caen de los árboles viene puntual a esta cita con su voz fuerte y tonante, invitándonos a la conversión, como profeta verdadero a quien no se le traba la lengua, cuando tiene que decir verdades que nos cuestan y hablarnos de conversión y de preparar los caminos del Señor; y San Pablo, porque soy estamos en el año paulino y es modelo para todos nosotros, apóstoles de Cristo.

       Pero como no es posible hablar de todos con amplitud, los tres primeros temas los fundo en uno, del cual hablaré en esta primera meditación, cuyo título sería TRARAR DE VIVIR EL ADVIENTO CON MARÍA.  Por escrito, en la mesa, y por si alguno quiere llevárselos a casa o meditarlos aquí,  pondré para meditar sobre la Virgen ya que estamos en su novena de la Inmaculada, unos testos hermosos de los Santos Padres sobre la Virgen en los misterios del adviento y la navidad. Sin imponer nada, repito para los que quieran. Así como una meditación sobre la Encarnación. Y Después de un largo silencio de esta meditación que estoy dando, tendremos la segunda meditación.  

       Y ahora ya, iniciada esta primera meditación del Adviento, quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo a mis feligreses: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, no será Navidad en nosotros; el Adviento ha sido tiempo inútil, no aprovechado, no vivido, no ha existido en nosotros, no ha habido espera y deseo del Señor. Lógicamente, el Señor ya está en nosotros, en nuestras vidas, pero si no aumenta su presencia en esta Navidad, por un adviento vivido con deseos de mayor unión, de experiencia de amor, no habrá servido para nada este tiempo, no habremos vivido el adviento cristiano.

       Cristo viene todos los años, litúrgica y sacramentalmente, a nuestro encuentro en este tiempo de Adviento, porque El vino en nuestra búsqueda, el Dios infinito en busca de su criatura, porque nos ama y quiere llenarnos de su belleza, hermosura, de su ser y existir divino y trinitario, pero si no salimos a esperarle, no puede haber encuentro de gracia y salvación con Él. La Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana. Y así lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad».

       Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos. Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos, para iluminarnos del verdadero concepto de hombre, mujer, familia, matrimonio, sentido de vida humana. Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia y lo canta y reza por nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven que te esperamos, ven pronto y no tarde más».

       Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como dije antes, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo. Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por la televisión y los medios, debemos recogernos en silencio de ruidos mundanos ahora para meditar los textos sagrados. Para eso estamos reunidos aquí y no podemos dejar pasar esta oportunidad que el Señor nos ofrece.

       ¿Por dónde vendrá Cristo esta Navidad?  Si yo tengo que salir al encuentro de una persona, si yo quiero llegar a Madrid, tengo que ir por una carretera distinta que si voy a Salamanca. ¿Por qué caminos tengo que esperar a Cristo en este tiempo de Adviento, para que nazca en mi corazón y para que aumente su presencia de amor?

       En este tiempo de Adviento la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

1.- POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO MARÍA

       La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo. Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte, confirmándole que era verdad todo lo que decía, ya que no estaba bien que tan niño empezara haciendo milagros; así que una parte del Magnificat se la debemos a Él, de la misma forma que todo pan eucarístico, el cuerpo eucarístico de Cristo tiene perfume, olor y sabor maría, por ser carne que viene de María.

       Por otra parte,  no sería bueno para nosotros, que tenemos que recorrer a veces este camino, con frecuencia duro y seco aparentemente de fe, esperanza y amor,  sin ver ni sentir nada, que es la oración. María nos invita a entrar en clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano. Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren chapám y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica, carece de alma, de experiencia, de vida, auque sea ex opere operato. Es que todo depende de la fe y amor personal con que viva y experimente la acción litúrgica.

       La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en espíritu y verdad”.

       Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

       Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan. Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

       Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, este nuevo encuentro litúrgico con Cristo, que especialmente por la Eucaristía hace presente todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado voy a besar, tocar y  venerar en cada sagrario, en cada pesebre, en cada imagen de Niño.«Ven, Señor, y no tardes».

El sacerdote sembrador de eternidades....

       La oración personal es la que me sirve de canal para recibir las gracias y los frutos de la oración litúrgica y es el principal apostolado del sacerdote y del Obispo. El principal. No lo afirmo yo, pongo textos de personas más autorizadas:

Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte,  ha vuelto a repetir e insistir en la necesidad de la oración y de escuelas de formación en esta materia tanto en parroquias como centros de formación, como el seminario. Y la razón es evidente. Si yo como formador o como párroco, no recorro este camino de oración hasta las alturas de la contemplación y de la oración de unión y transformación que es donde se ya la experiencia del Dios vivo, difícilmente podré conducir a mis feligreses hasta el Tabor. Y esto existe, Dios existe vivo, comunicativo, pero hay que vaciarse de tanto yo que impide vivir en mí, estoy tan lleno que no cabe ni Dios.

Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, cuando invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de apostolado, de vida apostólica, pero no de métodos y organigramas, donde expresamente nos dice «no hay una fórmula mágica que nos salva», «el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo», sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a Él por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía. No todas las acciones son apostolado. Sin el Espíritu de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo.

Primacía de la gracia

38.- En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15,5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5,5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitidie al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración.”

CARTA DE MAYO ÚLTIMO DE LA S. CONGREGACIÓN DEL CLERO

Con ocasión de la tradicional Jornada de oración por la santificación de los sacerdotes, que se celebra en la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús, quiero recordar la prioridad de la oración con respecto a la acción, en cuanto que de ella depende la eficacia del obrar. De la relación personal de cada uno con el Señor Jesús depende en gran medida la misión de la Iglesia. Por tanto, la misión debe alimentarse con la oración: «Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo» (Benedicto XVI, Deus caritas est, 37).

La oración y los pobres: (En vez de estar parados orando, a trabajar, hacer apostolado) Madre Teresa de Calcuta: “He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán».

«La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí».

Consejos del Papa a nuevos obispos

Discurso del 22 de septiembre


CIUDAD DEL VATICANO, martes, 9 octubre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI el 22 de septiembre en la residencia pontificia de Castel Gandolfo a 107 obispos nombrados en los últimos doce meses.

       El día de la ordenación episcopal, antes de la imposición de las manos, la Iglesia pide al candidato que asuma algunos compromisos, entre los cuales, además del de anunciar con fidelidad el Evangelio y custodiar la fe, se encuentra el de "perseverar en la oración a Dios todopoderoso por el bien de su pueblo santo". Hoy quiero reflexionar con vosotros precisamente sobre el carácter apostólico y pastoral de la oración del obispo.  El evangelista san Lucas escribe que Jesucristo escogió a los doce Apóstoles después de pasar toda la noche orando en el monte (cf. Lc 6, 12); y el evangelista san Marcos precisa que los Doce fueron elegidos para que "estuvieran con él y para enviarlos" (Mc 3, 14).

Al igual que los Apóstoles, también nosotros, queridos hermanos en el episcopado, en cuanto sus sucesores, estamos llamados ante todo a estar con Cristo, para conocerlo más profundamente y participar de su misterio de amor y de su relación llena de confianza con el Padre. En la oración íntima y personal, el obispo, como todos los fieles y más que ellos, está llamado a crecer en el espíritu filial con respecto a Dios, aprendiendo de Jesús mismo la familiaridad, la confianza y la fidelidad, actitudes propias de él en su relación con el Padre. Y los Apóstoles comprendieron muy bien que la escucha en la oración y el anuncio de lo que habían escuchado debían tener el primado sobre las muchas cosas que es preciso hacer, porque decidieron: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra" (Hch 6, 4). Este programa apostólico es sumamente actual. Hoy, en el ministerio de un obispo, los aspectos organizativos son absorbentes; los compromisos, múltiples; las necesidades, numerosas; pero en la vida de un sucesor de los Apóstoles el primer lugar debe estar reservado para Dios. Especialmente de este modo ayudamos a nuestros fieles.

2.- POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

       “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

       Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de demostrarlas o comprobarlas con la razón; y porque nos fiamos más de nuestros propios criterios que de lo que nos dicta la fe, dudamos de lo que Dios nos dice por el Evangelio, porque supera toda comprensión humana. Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero casi grande en su interior, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo en otros asuntos y esperas, que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros.

       Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta del gobierno y de los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, Dios, Evangelio…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta todo, porque le falta Dios. Y estamos todos más tristes, más solos: los matrimonios, los padres, los hijos, los amigos… nos falta Dios; es necesario que Dios nazca en los hombres, viva en los matrimonios, sea invitado y comensal diario en nuestros  hogares.

Necesitamos fe personal : iglesias vacías, rol estruido..sacramentos civiles.. HAN DESAPARECIDO LAS APOYATURAS

       Por eso, lo primero de todo será la fe, fe en su Venida, en su Encarnación, en su nacimiento, en su presencia eucarística; si creo en Cristo, no puedo separar unas realidades de otras, tengo que creer en el Cristo completo.

       ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo sólo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como María, por una fe viva.

       Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. La Navidad fundamentalmente es creer que Dios ama al hombre, sigue amando al hombre, sigue amando y perdonando a este mundo.

       La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumple, todo tiene sentido, todo nos prepara para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotros. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Que merezcamos su alabanza por haber creído en su venida de amor a este mundo.

       Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella. ¡Madre, enséñanos a esperarlo y recibirlo así!

3.- POR EL CAMINO DEL AMOR AGRADECIDO, COMO MARÍA

       María expresó maravillosamente este sentimiento ante su prima Isabel con el canto del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1,46-47).

       Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto. Pero en estos días, como siempre, lo primero debe ser Dios. Y si alguien nos pregunta, tanto ahora en Navidad como en cualquier tiempo del año, ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios? Pues porque Él nos amó primero. Dios nos visita, se hace cercano, se hace hombre y viene a nosotros por amor y para que nos amemos y le amemos: “Porque Dios es Amor… En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó, y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,8.10). Qué claro lo vio Juan: Dios nos amó primero y, roto este amor por el pecado de Adán, Dios volvió a amar más intensamente al hombre, enviándonos a su propio Hijo para salvarnos.

       Santa Catalina de Sena nos describe así todo el amor de Dios en la creación del hombre y, sobre todo, una vez caído, en la recreación, por el amor del Hijo amado: «Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, Padre Dios, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto...      A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. El fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. Él lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?

       Nosotros somos tu imagen, y tú eres la nuestra, gracias a la unión que realizaste en el hombre, al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de la carne de Adán. Y esto, ¿por qué? No por otra causa que por tu inefable amor. Por este inmenso amor es por el que suplico humildemente a tu Majestad, con todas las fuerzas de mi alma, que te apiades con toda tu generosidad de tus miserables criaturas» (Santa Catalina de Siena, Diálogo, Cap. 4).

       Esta debe ser una actitud fuerte en estos días: amor agradecido al Señor, que nos quiere salvar, que viene a nosotros, que viene desde su Felicidad infinita a complicar su vida por nosotros. Procuremos retirarnos a la oración, revisar nuestro comportamientos para con Él, corrijamos, enderecemos los caminos, salgamos a su encuentro, mirando a los hermanos.

Más frecuencia y más fervor en todo: oración, misas, comuniones, obras de caridad con los hermanos,  control de la soberbia y orgullo, porque Cristo se hizo pequeño, visitemos a los necesitados como María a su prima santa Isabel.

4.- POR EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN, COMO MARÍA

       “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”. Así respondió María al ángel, a la maternidad que le anunciaban, porque sus pensamientos y su planes no eran esos. Pero se convirtió totalmente a la voluntad y a los deseos de Dios, como nosotros tenemos que hacer en nuestras vidas, cuando sus planes no coincidan con los nuestros. Hemos de responder como María: “Aquí está el esclavo del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

       A veces estamos tan llenos de nuestro yo, de nuestros criterios, de nuestros planes… que no caben los de Dios, porque son contrarios y opuestos. El hombre, desde que existe, por impulso natural, tiende a amarse a sí mismo más que a Dios. El mandamiento de “amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, el hombre, por el pecado original, lo convierte en me amaré a mí mismo con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi ser…  Y esto es idolatría. Pero que uno la ve mucho dentro de la misma Iglesia, en los de arriba, muy arriba y en los de abajo. Dios no es lo absoluto de nuestra vida. En el centro de nuestro corazón nos entronizamos a nosotros mismos y nos damos culto idolátrico, de la mañana a la noche.

       Por esta razón, si queremos que Cristo aumente su presencia en esta Navidad dentro de nosotros, en nuestro corazón, en nuestro ser y existir, tenemos que destronar este <yo> del centro de nuestro corazón y de nuestra vida. Porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni su Evangelio, ni sus criterios, ni sus mandatos, ni su vida, ni su amor, ni sus sentimientos, no cabe ni Dios porque nosotros nos hemos constituido en dioses de nuestra vida. Por tanto, si queremos que Cristo nazca dentro de nosotros,  en nuestro corazón, en nuestra vida, tenemos que vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros criterios,  y de esos amores egoístas y consumistas, que nos invaden totalmente y nos vacían de Dios que es el Todo. Y ese es el vacío que siente el mundo actual, muchos hombres y mujeres, las familias estamos, los matrimonios, más solos y tristes, porque nos falta Dios, nos falta el amor, que es Dios. . Necesitamos que Dios llene nuestra vida, nuestro corazón; necesitamos la Navidad; pero la Navidad cristiana, porque, aunque Cristo naciese mil veces, si no nace dentro de nosotros, en nuestro corazón, no habrá Navidad; no habrá encuentro con Dios; todo habrá sido inútil, aunque sobren champán y turrones, no podremos tener Navidad.

       Y para eso, repito, es necesaria la conversión, el vaciarnos de nosotros mismos y de tantas cosas que impiden el nacimiento de Dios en nosotros. Hay que perdonar a todos, no puede haber soberbia y rencor en nuestro corazón para que Cristo pueda nacer; hay que ser generosos en tiempo y amor con los necesitados de tiempo, amor, de cuerpo y alma, con nuestros feligreses, familiares, amigos; hay que convertirse de la crítica continua a los hermanos a la comprensión,  a la aceptación, jamás criticar, no podemos criticar si queremos tener el corazón dispuesto para que nazca Cristo; la soberbia, la murmuración y la falta de caridad con los hermanos impiden este nacimiento. Todo debe ser buscado, rezado y realizado conforme a la voluntad de Dios, mediante una conversión sincera.

       Por eso, repito, que, unido a la fe, va el amor, la oración, la conversión... Estos tres verbos ORAR-AMAR-CONVERTIRSE tienen para mí casi el mismo significado y se conjugan igual y el orden tampoco altera el producto, pero siempre en línea de experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, que vuelve por la Liturgia Eucarística a repetir su historia y su nacimiento para nosotros.

       Orar es querer convertirse a Dios en  todas las cosas. La conversión debe durar toda la vida, porque siempre tendemos a ponernos y colocar nuestra voluntad y deseos delante de los de Dios, a amarnos más que a Dios, que debe ser lo primero y absoluto. Por eso, la conversión debe ser permanente y exige oración permanente. Y la oración, si verdaderamente lo es, debe ser permanente y debe ser y llevarnos a la conversión permanente. Porque si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente. 

       Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas. Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.“Dios es amor”, dice S. Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando San Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Y ese amor se ha hecho carne, se ha hecho hombre, y ese amor de Dios al hombre se llama Jesucristo, y esto es la Navidad cristiana, el misterio del Amor de Dios Encarnado.

       Si es Navidad en este año, quiere decir que Dios sigue amando al Hombre; si Dios nace, quiere decir que Dios no se olvida del hombre; si  Dios nace, el mundo tiene salvación, no debemos desesperar; si Dios nace, todo hombre es mi hermano y el hombre vale mucho, vale infinito, vale una eternidad. Somos más que este espacio y este tiempo, para eso ha nacido Jesucristo. Si Cristo nace, sí hay Navidad, Dios me ama, Dios me ama, Dios me ama: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn  3,17).

SEGUNDA MEDITACIÓN

(Comenzamos cantando el Rorate, coeli desuper)

Cuando, en la festividad de San Pedro del año 2007, me enteré de que el Papa Benedicto XVI había tomado la iniciativa de declarar «Año Paulino» desde el 29 junio del 2008 hasta el mismo día de junio del 2009, me alegré mucho. Lo hizo con estas palabras: «...me alegra anunciar oficialmente que al apóstol San Pablo dedicaremos un Año jubilar especial, del 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009, con ocasión del bimilenario de su nacimiento, que los historiadores sitúan entre los años 7 y 10 d.C. Este «Año Paulino» podrá celebrarse de modo privilegiado en Roma, donde desde hace veinte siglos se conserva bajo el altar papal de esta basílica el sarcófago que, según el parecer concorde de los expertos y según una incontrovertible tradición, conserva los restos del apóstol san Pablo».

Y daba estos motivos: «Queridos hermanos y hermanas: como en los inicios, también hoy Cristo necesita apóstoles dispuestos a sacrificarse. Necesita testigos y mártires como san Pablo: un tiempo perseguidor violento de los cristianos, cuando en el camino de Damasco cayó en tierra, cegado por la luz divina, se pasó sin vacilaciones al Crucificado y lo siguió sin volverse atrás. Vivió y trabajó por Cristo: por él sufrió y murió. Qué actual es su ejemplo!»

Considero que es una noticia muy oportuna y gratificante para toda la Iglesia de Cristo, tan ardientemente amada,  predicada y extendida por San Pablo «el Apóstol de los gentiles». Porque San Pablo es el apóstol por antonomasia. Mucho tenemos que aprender de él.

En realidad, para nosotros, especialmente los sacerdotes, todos los años son «Paulinos», porque recurrimos todos los días a sus escritos, a su ejemplo, a su testimonio, al «evangelio según San Pablo», tanto en la liturgia como en la lectura privada, para meditarlo, vivirlo y predicarlo: “Imitatores mei estote sicut et ego Christi: sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo” (1Cor11, 1)

Pablo quedó atrapado por el amor de Cristo, desde el encuentro dialogal y oracional con  “elSeñor resucitado”, en el camino de Damasco. Fue una gracia contemplativa-iluminativa “en el Espíritu de Cristo”, en el Espíritu Santo.

Pablo se lo debe todo a esta experiencia mística y transformativa en Cristo Resucitado, muerto en la cruz, en obediencia total, adorando al Padre, hasta dar la vida por nosotros: “me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20).

Ha visto y sentido a Cristo, todo su amor, toda su vida, más que si le hubiera visto con sus propios ojos de carne, porque lo ha visto en su espíritu, en su alma, por la contemplación y experiencia del Dios vivo, más fuerte que todas las apariciones externas; de una forma más potente, porque ha sido por revelación de amor en el Espíritu Santo; San Juan de la Cruz diría que ha quedado cegado como quien mira el sol de frente.  

Por este motivo, San Pablo se consideró siempre, desde ese momento, Apóstol total de Cristo y no tenía por qué envidiar a los Apóstoles que convivieron con Él. De suyo, lo amó más que muchos de ellos. Es más, los Apóstoles, como luego diré ampliamente, a pesar de haber convivido con Cristo y haberle visto resucitado, no perdieron los miedos ni quitaron los cerrojos de las ventanas y de las puertas del Cenáculo, hasta que vino el Espíritu Santo en Pentecostés, esto es, el mismo Cristo hecho fuego de Amor, hecho Espíritu Santo, que les quemó el corazón, y ya no pudieron resistir y dominar esta llama de amor viva en su espíritu, hecho un mismo fuego de Espíritu Santo con Cristo; tenían su mismo Amor Personal.

Gratuitamente el Señor se mostró a Pablo en la cumbre de la experiencia espiritual, contemplativa y pentecostal, que no necesita los ojos de la carne para ver, porque es revelación interior del Espíritu de Dios al espíritu humano; pero tan profunda, tan en éxtasis o salida de sí mismo para sumergirse en Dios, que la persona queda privada del uso temporal de los sentidos externos.

Como los místicos, cuando reciben estas primeras comunicaciones de Dios, porque no están adecuados los sentidos internos y externos a estas revelaciones de Dios, como explica ampliamente San Juan de la Cruz; porque nos son ellos lo que ven, actúan o fabrican pensamientos y sentimientos, son «revelaciones», es decir, son meramente pasivos, receptores, patógenos, sufrientes de la Palabra que contemplan en fuego de Amor encendido e infinito del Padre al Hijo-hijos, y de los hijos en el  Hijo, que le hace Padre, porque acepta todo su ser, su amor, su vida. Es el éxtasis, salir de uno mismo para sumergirse por el Hijo resucitado en el océano puro y quieto de la infinita eternidad y esencia divina.

El modo, la forma, llamémoslas como queramos, pero fue experiencia “en el Espíritu de Cristo resucitado”, como la de los Apóstoles en Pentecostés, yque a la mayoría de los místicos les lleva tiempo y purificaciones de formas diversas, y siempre para lo mismo: Para la experiencia de Dios.

A Pablo le vinieron después muchas de estas pruebas, purificaciones, purgaciones, en su vida espiritual y apostólica, producidas por la misma luz del Espíritu de Cristo, del Amor de Cristo, que a la vez que limpia el madero de su impurezas y humedades, lo enciende primero, lo inflama luego y lo transforma finalmente en llama de amor viva, como dice San Juan de la Cruz, de las almas que llegan a esta unión total con Cristo. Como le ha de pasar a todo apóstol verdadero si toma el único camino del apostolado que es Cristo “camino, verdad y vida”.

Todos hemos sido llamados por Cristo, como Pablo, para ser apóstoles, sacerdotes o cristianos verdaderos, y para serlo, el único camino es la oración; una oración que ha de pasar de ser inicialmente discursiva-meditativa a ser luego, aceptando purificaciones y muerte del yo hasta en su raíces, contemplativa y transformativa, por las noches y purificaciones pasivas, porque es la misma luz de Dios quien las produce, precisamente porque quiere quemar en nosotros todo nuestro yo para convertirlo en Cristo.

Y por eso, «para llegar al todo, para ser Todo, no quieras ser nada,  poseer nada; para ver el Todo, no ver nada, gozar nada» de lo nuestro, de lo humano, para llenarnos sólo de Dios, lo cual cuesta y es muy doloroso, porque Dios, para llenarnos totalmente de Él, nos tiene que vaciar de nosotros mismos. Y nosotros, ni sabemos ni podemos; por eso hay que ser patógenos, sufrientes del amor de Dios hasta las raíces de nuestro yo.

Así son las iluminaciones y revelaciones de Dios, como él las llama, porque la de Damasco sólo fue la primera, el inicio de esta comunicación “en Espíritu”. Ya hablaremos más ampliamente de estas purificaciones, sufrimientos internos y externos: “Cuando estaba de camino, sucedió que, al acercarse a Damasco, se vio de repente rodeado de una luz del cielo; y al caer a tierra, oyó una voz que decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El contestó: ¿Quién eres, Señor? Y El: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer. Los hombres que le acompañabas quedaron atónitos oyendo la voz, pero sin ver a nadie. Saulo se levantó de tierra, y con los ojos abiertos, nada veía. Lleváronle de la mano y le introdujeron en Damasco,  donde estuvo tres días sin ver y sin comer ni beber.

…Y el Señor a él (Ananías): Levántate y vete a la calle llamada Recta y busca en casa de Judas a Saulo de Tarso, que está orando”.

Realmente Pablo no cesó ya de estar unido a Cristo por la experiencia espiritual; y eso es oración. Cristo inició el diálogo de amor que es toda oración, Pablo la continuó y Ananías le encontró orando, en contemplación que es una oración muy subida,  más pasiva que activa, más patógena que meditativa, plenamente contemplativa: Pablo no veía, le tuvieron que llevar, seguía inundado de la luz mística...todo esto se parece mucho a los éxtasis, en que uno sale de sí mismo, vive sumergido en una luz que le inunda y él no domina ni sabe fabricar esas luces, verdades o sentimientos, sino que se siente inundado y dominado por la luz, visión, fuego del Dios vivo, que como todo fuego de amor, a la vez que calienta, ilumina: es la experiencia del Dios vivo; es el conocimiento por amor.

Por eso, no tiene nada de particular que los acompañantes no vieran a Cristo, no vieron a nadie, sólo oyeron. No es que no hubiera algo externo, como en los momentos de encuentro fuerte y vivencial que llamamos éxtasis, pero lo esencial e importante es lo interno, la comunicación del Espíritu de Dios al espíritu humano que queda desbordado, transfigurado, transformado, hasta tal punto, que al comunicarlas a los demás, a nosotros nos parecen apariciones externas, pero son “revelación” de Cristo resucitado por su Espíritu, Espíritu Santo. A los Apóstoles les dio más amor y certeza Pentecostés que todas las apariciones y signos y palabras de Cristo resucitado.

Desde ese momento, Pablo fue místico y apóstol, mejor dicho, apóstol místico, de aquí le vinieron todos los conocimientos y todo el fuego de su apostolado: Cristo “llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”—; porque primero es encontrarse con Cristo y hablar con Él en “revelación del Espíritu”,  como Pablo, y luego salir a predicar y hablar de Él a las gentes; primero es contemplar a Cristo en el Espíritu Santo que es luz de revelación y a la vez Fuego de Amor Personal de Dios, y luego, desde esa experiencia de amor comunicada en mi espíritu, que supera todas las apariciones externas posibles, predicar y trabajar desde ese fuego divino participado para que otros le amen; el apostolado, la caridad apostólica, las acciones de Cristo no se pueden hacer sin el Espíritu de Cristo, sin el Amor Personal de Cristo, sin Espíritu Santo. Sería apostolado de Cristo, sin Cristo.

Pero Espíritu de Cristo resucitado, pentecostal. Y ese sólo lo comunica el Señor “a los Apóstoles, reunidos con María, en oración”. Y ahí se le acabaron a los apóstoles todos los miedos y abrieron todas las puertas y cerrojos y empezaron a predicar y se alegraron de sufrir por el Señor, cosa que no hicieron antes, aún habiéndole visto resucitado en las apariciones, porque siguieron con las puertas cerradas; hasta que vino Cristo, no en palabras y signos externos, sino hecho fuego de Espíritu Santo a su espíritu.

Esto sólo lo da la experiencia de Dios ayer, y hoy y siempre, como en todos los llegan a esta unión vivencial con Dios. Ellos la tuvieron, y nosotros tratamos de explicarlo con diversos nombres. Pero la realidad está ahí y sigue estando presente en la vida de la Iglesia de todos los tiempos.

Lógicamente en Damasco empezó este encuentro, este camino de amistad personal de experiencia de Cristo vivo y resucitado, que tuvo que recorrer personalmente Pablo durante toda su vida, como todo apóstol, por esta unión contemplativa y transformativa con que el Espíritu de Cristo resucitado le había sorprendido gratuitamente.

Pablo, --como todos los apóstoles que quieran serlo “en Espíritu y Verdad”, en el Espíritu y la Verdad de Cristo glorioso y resucitado, Palabra de Dios pronunciada llena de Amor de Espíritu Santo por el Padre para todos nosotros nos habla siempre de este encuentro como “revelación”: “Dios tuvo a bien revelar a su Hijo en mí”.

Esa experiencia, que a la vez que revela, transforma, como el fuego quema el madero y lo convierte en llama de amor viva, es la experiencia mística, es la contemplación pasiva de San Juan de la Cruz, que nos convierte en patógenos, sufrientes del fuego de Dios, que, a la vez que ilumina, nos quema y purifica todos nuestros defectos y limitaciones. Y en la cumbre de esta unión, el apóstol Pablo, como tantos y tantos apóstoles que ha existido y existirán, puede exclamar: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi…”.

Pablo, como todo orante verdadero, mantuvo y consumó toda su vida en Cristo vivo y resucitado, meditante la fe, la esperanza y caridad, virtudes sobrenaturales que, como dice San Juan de la Cruz, nos unen directamente con Dios y nos van transformando en Él, pasando por las noches y purificaciones pasivas del espíritu.

En esa oración contemplativa y unitiva, que es la etapa más elevada de la oración pasiva, Pablo fue comprendiendo la revelación primera, completada cada día por la vida oracional, eucarística y pastoral. Ahí comprendió la vocación a la amistad y al apostolado, descubriendo la unidad de Cristo con su Iglesia: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?  ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús, a quien tú persigues”(Hch 9,5). El encuentro, el diálogo –eso es la oración personal-le hizo apóstol de Cristo.

Cristo “amó  a la Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5,25). Cristo que “se ha entregado a la muerte” y ha conquistado a su Iglesia por amor, nos ha conquistado a cada uno de nosotros, que formamos la Iglesia, a precio de su sangre (Hch 20,28). Y desde que “me amó y se entregó por mí”, cada uno se hace responsable de comunicar a otros esta misma declaración de amor y responder al amor de Cristo con la propia entrega.

Pablo es un enamorado de Cristo y, por tanto, de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia. En este misterio de Cristo, prolongado en el hermano a través del espacio y del tiempo, Pablo encontró su razón de ser como apóstol. Es verdad que tuvo que sufrir de la misma Iglesia y no sólo por ella; pero en ese sufrimiento, transformado en amor, encontró la fecundidad apostólica (Cfr. Gál 4,19).

Pablo sigue siendo hoy una realidad posible en los innumerables apóstoles y misioneros, casi siempre anónimos, que gastan su vida para extender el Reino de Dios. Pocas veces aparecen en la publicidad. Muchas veces viven junto a nosotros o nos cruzamos en nuestro caminar, sin que nos demos cuenta. Siempre trabajan enamorados de Cristo y de su Iglesia, que debe ser una realidad visible en cada comunidad humana. Saben desaparecer para que aparezca el Señor. Él es su único tesoro: “Para mí la vida es Cristo”.

En la carta apostólica Novo millennio ineunte, Juan Pablo II quiso señalar «como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales» (n. 29) para el Tercer Milenio. Entre ellas destacaba la primacía de la pastoral de la santidad (n. 30) y de la oración (n. 32), lo cual «sólo se puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios» (n. 39). Juan Pablo II añadía: «Hace falta —añadía—, consolidar y profundizar esta orientación (...), que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia» (ib).

Para responder a esta indicación, de urgente actualidad, sabiendo que es mucho lo que se publica sobre los aspectos bíblicos, teológicos y morales de San Pablo, me ha parecido oportuno escribir este libro, que quiere ser una ayuda para la lectio, meditatio, oratio et contemplatio desde las cartas de San Pablo, es decir, meditar sobre la espiritualidad de San Pablo, sobre su unión y experiencia mística de Dios en Cristo, que tanto inspiró y ayudó a muchos de nuestros santos y místicos, sin olvidar los otros aspectos. Puede ser así también una forma de alimento y ayuda para nuestro espíritu, para nuestra oración y meditación, para “vivir en Cristo”. «Se trata de las palabras mismas del Señor; “Buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá” (Mt 7,7).Buscad leyendo, encontraréis meditando; llamad orando, entraréis contemplando. La lectura lleva el alimento a la boca, la meditación lo mastica y lo tritura. La oración lo saboreas y la contemplación es ese sabor mismo que llena de gozo y sacia al alma”(Guigo II el cartujano)

A San Pablo se le considera demasiadas veces sólo bajo el aspecto de teólogo profundo, cuyos textos no dejan nunca de suscitar investigaciones, discusiones y controversias. Sin embargo, San Pablo es ante todo un hombre vivo, ardiente, espiritual, místico, transformado por el amor de Cristo; hombre de mucho carácter, como Pedro, a pesar de que la gracia divina y el “tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil 2, 5) le ha convertido e impuesto sus exigencias de amor, con el fin de obtener de él una extraordinaria fecundidad espiritual y apostólica, identificada en todo con Cristo.

Es precisamente su vocación y conversión lo que le convierten para todos nosotros en un ejemplo a seguir para imitar a Cristo, único modelo del creyente cristiano. Éste es el sentido que San Pablo da a sus palabras: “Imitatores mei estote…” (1 Cor 11, 1).

Y es que Pablo, como todo verdadero apóstol, se ha identificado y transparenta al Buen Pastor. No conoce ni quiere conocer nada más que a Jesucristo. Desde un encuentro inicial con Él se embarcó para toda la vida en una aventura hacia el infinito, aunque siempre sintió la debilidad del barro quebradizo: “Yo soy carnal, vendido al pecado... Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago... Veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom 7, 14-24), pero no cejó en su decisión de entrega, que tiende a ser total como todo verdadero amor: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.

Por eso precisamente se convierte en un modelo posible y alcanzable, a pesar de la altura y sublimidad de su vida y santidad, de su unión con Cristo, para todos los apóstoles de todos los tiempos.

El enamoramiento es así cuando es verdadero. La experiencia de encuentro con Cristo es irrepetible, es verdad; pero se convierte en mordiente para que otros realicen su propia experiencia de fe, esperanza y caridad, como proceso de una relación amorosa con Cristo, que siempre será personal, renovada todos los días, por la oración personal y la Eucaristía, que tiende a pensar, sentir y amar como Cristo: “Para mí la vida es Cristo”. ¡Quién pudiera decirlo como Pablo!

Sólo Jesucristo vivo y resucitado es  el modelo perfecto y la Palabra de salvación dada por el Padre a todos los hombres. Aquí es donde Pablo se convierte en una ayuda y guía privilegiado para todos los cristianos, no sólo para los de sus comunidades, que quieran llegar a estas cumbres de transformación en Cristo por la oración y la caridad apostólica, emanada y alimentada siempre por esta oración unitiva y contemplativa.

Esta vida, tanto contemplativa como apostólica, es don de Dios, que el Señor da a todo apóstol y que reclama nuestra colaboración. A todos nos ama así el Señor, y de la misma forma y para los mismos fines.  Por esto es un milagro posible, a pesar de nuestro barro, que ya ha sido realidad de amistad y apostolado en Pablo y lo sigue siendo en innumerables apóstoles más débiles que nosotros y que la lectura de este libro pretende y pide al Señor de corazón para todos sus lectores.

El punto de apoyo y de partida sigue siendo el mismo, y el mismo Cristo: “Me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20). Esto es lo que quiero dejar bien claro desde el comienzo de este libro. Pablo, desde el momento en que toma conciencia de que “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” se interpela y se pregunta: ¿para qué empeñarse en vivir solo, con mis propios proyectos y criterios, si es Cristo quien quiere vivir por amor su misma vida en mí y desgastarse por la salvación de todos los hombres? Prestémosle nuestra humanidad, hagámosle presente, seamos sacramento de su presencia, mediante la recepción del bautismo y del orden sacerdotal, para que Cristo Resucitado, en nuestra humanidad prestada, pueda seguir amando, predicando, salvando. Nuestro compromiso de amor a los hermanos le pertenece a Cristo, que es el único salvador, enviado por el Padre, para hacernos a todos hijos en el Hijo. Cristo me ha llamado para vivir todo esto, toda mi vida, desde la mañana a la noche, en unión de amistad y actividad con Él.

Por eso, este pobre cura, con el tiempo, cambió la primera palabra o saludo que le dirigía al Señor cuando sonaba por las mañanas el despertador; como te habían inculcado tanto el “gastarse y desgastarse por Cristo”, que algunos habían puesto como lema en la estampa de su primera misa, durante años, digo, en la juventud del sacerdocio recién estrenado, le saludaba así al Señor: ¿Qué puedo hacer por ti hoy, Señor?

Luego descubrió por la vida y sobre todo por la oración, en la meditación de sus fracasos y de trabajar en pobreza y soledad en el apostolado, por no haber comprendido la caridad pastoral, y que el sacerdote, por el sacramento del Orden, se convierte en Presencia Sacramental de Cristo, al modo eucarístico, luego comprendió lo de Pablo: “No soy yo, es Cristo quien vive en mí”; por eso ahora todas las mañanas le saludo: ¿Señor, qué podemos hacer juntos, sufrir juntos, amar juntos esta jornada?

Considero y llamo con frecuencia a las cartas de San Pablo «evangelio según San Pablo» porque son para la Iglesia «buena noticia»; la mejor buena noticia sobre Cristo, el Señor. Es lo que más admiro de Pablo y uno de los motivos, si no el principal, por el que me animé a escribir algo sobre el Apóstol.

He de confesar mi admiración y amistad con los Apóstoles Juan y Pablo por sus vidas y sus escritos. Tienen experiencia de Dios en Cristo por el Espíritu y expresan en sus escritos lo que viven en el “Espíritu”. Son contemplativos.

Todos los autores están de acuerdo de que en el NT las alusiones más explícitas a una actividad contemplativa se encuentran en las cartas de San Pablo. La palabra misma de contemplación no aparece en sus escritos, pero encontramos su noción y notas constitutivas en  los términos de “conocimiento espiritual”, “vida en el Espíritu”, “vivir en el Espíritu”, “dejarse guiar por el Espíritu”,  “en el Espíritu de Cristo”.

Tengo que decir que mi relación con Pablo viene ya de una larga amistad que nació de la lectura de sus cartas y textos tan hermosos, comentados en mis tiempos de juventud por autores muy profundos de la Gregoriana, S. Lyonnet, I. de la Poterie, Albert Vanhoye, Jean Galot… entre otros que asímismo leí y escuché, como a nuestro D. Eutimio en sus fervorosas pláticas y meditaciones; también algunos superiores que venían entonces de Salamanca, donde había un fuerte movimiento paulino promovido por algunos profesores, especialmente un profesor de Historia de la Iglesia. 

En mi biblioteca hay libros sobre San Pablo de hace más de cincuenta años y subrayados; quiere decir que ya los leía en el Seminario. Como leí también a  San Juan, a algunos Padres de la Iglesia, sobre todo Orientales sobre el Espíritu Santo, como San Juan de la Cruz, santa Teresa, Sor Isabel de la Trinidad, Santa Teresita...el misionero jesuita de ALASKA P. Llorente, con su revista misional, San Bernardo en su comentario al Cantar de los Cantares, Garrigou-Lagrange y algunos otros autores que fueron muy leídos por mí y compañeros en aquellos tiempos juveniles e indudablemente creo que influyeron en mi formación.

En los seminarios había clima de estudio y santidad: que si los grupos misionales, de oración, liturgia, que si San Francisco de Asís y los pobres y hacer penitencias y pasar frío y hambre, que si ir a misiones… qué cantidad de valores que espero que sigan. Todo era entusiasmarse con Cristo y seguir sus huellas, especialmente por el camino de San Pablo y otros seguidores entusiastas.

¡Cuánto y qué singularmente amó Pablo a Cristo! ¡Con qué hambre de Él caminaba por la vida, qué nostalgia de su Cristo resucitado! ¡Qué deseos de comulgar con sus mismos sentimientos, vivir su misma vida, su mismo amor!  ¡Cuánta pasión de amor contagia por Jesucristo su Señor y qué fascinación por su misterio de Salvación: su pasión y muerte: “Para mí la vida es Cristo”, “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”, “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”, “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del hijo de Dios que me amó y se entregó por mi…”

El Apóstol se hace complemento de Cristo, su “olor’’ o su signo personal, “porque (Cristo) vive en mí” y le presta a Cristo su humanidad para que siga actuando, predicando, salvando (2 Cor 2, 15). Así puede completar lo que falta a los sufrimientos de Cristo (Col 1, 24). La respuesta de amor, por parte del apóstol, ya no puede ser otra que la de amar a Cristo haciéndole amar y llenando todo el cosmos de evangelio.

Es una vida sostenida y urgida constantemente por el amor: “Cáritas enim Christi urget nos: nos apremia el amor de Cristo” (2 Cor 5, 14). Este enamoramiento es siempre posible gracias al mismo Cristo, que se hace encontradizo y que deja oír su voz: “Estoy contigo” (Hch 18,10).

El apóstol se descubre a sí mismo, profundizando en su identidad, cuando se siente cada vez más salvado y redimido (1 Tim 1, 15). Esta toma de conciencia es la rampa de lanzamiento para la misión de ser asociado a la obra redentora de Cristo, que debe llegar a todas las gentes (Ef 3, 8 ss).

Leer a San Pablo es hacerse contemporáneo suyo, es estar sentado en torno a una mesa con otros hermanos, viéndole y escuchándole, como si le estuviéramos tocando, sintiéndole hablar, gesticular,  alegrándonos con su voz de hombre pequeño de estatura pero vibrante, encendida, tonante, fuerte y sin morderse la lengua; es descubrir lo que hizo, lo que ha hecho estos últimos años, los movimientos que ha inspirado, las vidas que ha iluminado y sostenido,  porque sus escritos son su vida, lo que amaba, lo que hacía, su carácter, su intimidad, su palabra viva.

Es sumergirse unas veces en el Dios Trinitario para contemplar todo su misterio de salvación y predilección sobre cada uno de nosotros: “Bendito sea Dios, padre de nuestro Señor Jesucristo y Dios de todo consuelo, Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo,  para que fuéramos santos e irreprochables por el amor... Él nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos… para alabanza de su gloria…”; otras veces es darse totalmente por Cristo y con Cristo a los hermanos: “ Me debo a todos, tanto a los griegos como a los bárbaros, tanto a los sabios como a los ignorantes” (Rom 1, 14); “mi preocupación de cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2Cor 11,28) “¡Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Gál 4,19). Otras veces es discutir por el bien de la Iglesia con los mismos Apóstoles: Jerusalén, Antioquía, o también sentirse humillado y perseguido por los de su misma razón y religión y en ocasiones por los mismos cristianos que le despreciaban porque ellos se sentían de Cefas, de Apolo…

El celo del Buen Pastor, vivido como Pablo, será siempre una pauta posible y actual, especialmente en una época, como la nuestra, llena de paganismo y desconocimiento de Cristo y de su mensaje; un mundo laico y ateo, en el que, para hablar, se nos pide como a Pablo nuestras credenciales, que digamos cuál es nuestra experiencia de Cristo vivo, nuestro encuentro con el Cristo resucitado que predicamos; y nosotros debemos responder con Pablo: “Así llevados de nuestro amor por vosotros, queremos no sólo daros el evangelio de Dios, sino aún nuestras propias vidas; tan amados vinisteis a sernos” (1 Tes 2,8).

 La mayoría de los apóstoles o de los «pablos» de hoy seguirán en el anonimato.La figura del apóstol o del misionero es de barro. Pero siempre es un hombre que vive de la fe, esperanza y caridad, apoyado ciertamente en Quien no le olvida y  que le sigue trazando un programa de vida: “Llamó a los que quiso”, “Venid”..., “Id”..., “Estaré con vosotros”. Y este apóstol de todos los tiempos hace presente nuevamente la entrega de Pablo y su primer “si” del encuentro con Cristo, repitiendo entusiasmado con el Apóstol: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4,13).

Por esto, en su trabajo de sol a sol y sin «fines de semana», sin aplausos y reconocimientos públicos por parte incluso de aquellos por los cuales “esta desgastando su vida”, no siente complejo de inferioridad o fracaso frente a superiores o compañeros que consiguieron puestos y honores, porque su vida “está escondida por Cristo en Dios” “y queremos daros no sólo el evangelio de Dios, sino aún nuestras propias vidas” (1Tes 2, 8).

El apóstol, al estilo de Pablo, hoy como siempre, se sentirá enamorado de Cristo, por una oración intensa y una Eucaristía vivida en entrega y oblación total por Cristo al Padre y a los hermanos, y seguirá trabajando con amor extremo, hasta dar la vida con Cristo,  con el mismo amor del Pastor Supremo de almas, eternidades que Dios le ha confiado, porque “no busco vuestros bienes, sino a vosotros… Yo de muy buena gana me gastaré y me desgastaré por vuestras almas, aunque, amándoos con mayor amor, sea menos amado de vosotros” (2Cor 12, 14-14), “quiero entregaros no solo el evangelio sino hasta mi propia vida”.

Los apóstoles de todos los tiempos sienten una afinidad especial con la vida y doctrina de Pablo. En realidad no es principalmente Pablo quien les atrae, sino Cristo predicado y vivido por él. Uno de estos apóstoles decía: «Sermón en que no se predique a Pablo o a Cristo crucificado, no me gusta» (San Juan de Ávila).

Ese Pablo de hoy, que trabaja escondido en los signos pobres de Iglesia, al servicio de los hermanos más pobres y olvidados, atendiendo a muchas iglesias y comunidades de pueblos pequeños de mi Extremadura, necesita, como Saulo de Tarso, el sostén de una oración eclesial comprometida y el afecto manifiesto de los suyos, especialmente del Obispo y de sus compañeros de camino y de trabajo (Ef 6,19-20; 2 Tes 3,1).

Pablo es hoy el apóstol que sigue evangelizando sin rebajas en la entrega y sin fronteras en la misión, con el convencimiento de que su vida es fecunda y portadora de Cristo resucitado. De este Pablo de hoy y de todos los tiempos, decía el Pablo de ayer: “Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el bien” (Rom 10,15; Is 52,7). En esta acción evangelizadora, Pablo desaparece, para dejar paso a Cristo.

Es hermoso haber vivido para dejar una sola huella imborrable de evangelio, y haber colaborado, de este modo, a hacer un mundo más humano, restaurado en Cristo. Vale la pena haber gastado la existencia, día a día, momento a momento, para dar a conocer a todas las gentes, sin fronteras, el misterio de Cristo, es decir, los planes salvíficos de Dios Amor sobre el hombre redimido por Cristo.

El apóstol sabe muy bien que el amor de Cristo le exige también vivir en este «gozo pascual» de muerte y resurrección, de caídas y levantarse todos los días, a pesar de todas las deficiencias. En nuestra vida, que sigue siendo aparentemente anodina, Jesús pone su propia existencia y la convierte en fecundidad. Nuestras manos callosas y aparentemente vacías, las toma Jesús en las suyas y las convierte en manos de sembrador. Sólo nos exige que confiemos y que continuemos la labor de seguir echando las redes y sembrando la paz, mirando “al más allá” de la “restauración de todas las cosas en Cristo” (Ef 1,10).

Para ellos y para mí mismo, como ayuda y alimento espiritual para el camino, me he atrevido a escribir estas reflexiones que abarcan las diversas facetas del apóstol de Cristo.

No puedo negar mi prisma pastoral y sacerdotal, que invade toda mi vida, como la de Pablo y otros muchos  hermanos sacerdotes, porque el buen “olor” de Pablo invade gran parte de la Iglesia de Cristo, que ha sido “llamada y elegida” a predicar a Cristo, ya desde el bautismo, sobre todo por el sacramento del Orden sacerdotal, que nos hace y nos convierte a todos los bautizados y Ordenados en misioneros y apóstoles para el anuncio del evangelio y el ministerio de los hermanos.

Los textos de San Pablo hablan por sí mismos. En realidad, es el mismo Cristo quien habla por ellos, como habla a través de cualquier texto inspirado de la Sagrada Escritura. Pero en los textos paulinos es como si Jesús, que vive en el corazón de cada apóstol, suscitara unas resonancias indecibles, que las capta principalmente quien sintió la llamada apostólica como declaración de amor.

Y entonces el corazón de todo apóstol revive, reestrena su «sí», profundiza en su experiencia existencial del amor de Cristo. La vida del apóstol tiene sentido porque se orienta solamente a amar a Cristo y hacerle amar. En su donación a los hermanos deja transparentar que “Jesús vive” (Hch 25,19). Esa transparencia es posible cuando intenta seriamente hacer realidad todos los días el lema paulino: “Mi vida es Cristo” (Flp 1,21).

En otras ocasiones invierte los términos y escribe que “Cristo está en nosotros”; “vosotros” (Rom 8, 10; 2 Cor 13, 5) o “en mí” (Gal 2, 20). Esta compenetración mutua entre Cristo y el cristiano, característica de la enseñanza de Pablo, completa su reflexión sobre la fe. La fe, de hecho, si bien nos une íntimamente a Cristo, subraya la distinción entre nosotros y Él.

Pero, según Pablo, la vida del cristiano tiene también un elemento que podríamos llamar «místico», pues comporta morir y vivir en Cristo y Cristo en nosotros. En este sentido, el apóstol llega a calificar nuestros sufrimientos como los “sufrimientos de Cristo en nosotros” (2 Cor 1, 5), de manera que “llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Cor 4, 10).

Todo esto tenemos que aplicarlo a nuestra vida cotidiana siguiendo el ejemplo de Pablo que vivió siempre con este gran horizonte espiritual. De hecho, lo que somos como cristianos sólo se lo debemos a Él y a su gracia. Dado que nada ni nadie puede tomar su lugar, es necesario por tanto que a nada ni a nadie rindamos el homenaje que le rendimos a Él. Ningún ídolo ni becerro de oro tiene que contaminar nuestro universo espiritual, de lo contrario en vez de gozar de la libertad alcanzada volveremos a caer en una forma de esclavitud humillante.

Por otra parte, nuestra radical pertenencia a Cristo y el hecho de que “estamos en El” tiene que infundirnos una actitud de total confianza y de inmensa alegría.

En definitiva, tenemos que exclamar con San Pablo: “Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?” (Rom 8, 31), y la respuesta es que nada ni nadie “podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom 8, 39). Nuestra vida cristiana, por tanto, se basa en la roca más estable y segura que puede imaginarse. De ella sacamos toda nuestra energía, como escribe precisamente el Apóstol: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4,13).

Afrontemos por tanto nuestra existencia, con sus alegrías y dolores, apoyados por estos grandes sentimientos que Pablo nos ofrece. Haciendo esta experiencia, podemos comprender que es verdad lo que el mismo apóstol escribe: “yo sé bien en quien tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día”, es decir, hasta el día definitivo (2 Tim 1. 12) de nuestro encuentro con Cristo.

San Pablo, en su vida y en sus escritos, me atrae y me lleva directamente a Cristo, porque vivía lo que decía y hacía: “no quiero saber más que mi Cristo, y éste crucificado”; no era un teólogo teórico o apóstol profesional, sin experiencia de lo que predicaba o hacía, era un testigo que hablaba y hacía lo que vivía y sufría. ¡Qué necesidad tiene siempre la Iglesia de la vivencia de Dios, de no quedarnos en zonas intermedias de vivencias y apostolado, porque no nunca llegamos a la meta: amistad vivencial con Cristo, experiencia del Dios vivo. Y no llegamos, porque ni los mismos apostolados tienen este objetivo.

San Pablo, de la mañana a la noche, en cualquier oración o actividad de su vida, en el horizonte y como dando luz y vida a todo, siempre tenía al Señor Jesucristo. Y esto le salía del alma, porque lo vivía, lo experimentaba en su corazón, en su espíritu las palabras de Cristo: “Yo soy la vid, vosotros, los sarmientos; como el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid, así también vosotros…”, “sin mi no podéis hacer nada…“Llamó a los que quiso para que estuvieran con él y enviarlos a predicar”: el estar con Él, hablar, sentirlo, es condición indispensable para ser apóstol de Cristo, para que el apostolado no se haga sin Cristo; todos decimos:«nadie da lo que no tiene»; San Pablo lo dijo claramente: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.

Precisamente para mí, en San Pablo, como en todos los apóstoles que han existido y existirán, todo arranca de la experiencia de Cristo por el Espíritu Santo, de la experiencia y vivencia pentecostal, que los apóstoles la tuvieron en el Cenáculo reunidos con María, la madre de Jesús;

Pablo la tuvo por la revelación de Cristo en su caída del caballo, que no fue una revelación o experiencia puramente exterior, sino interior, fundamentalmente espiritual, en el Espíritu de Cristo,  que luego cultivó toda su vida mediante una oración transformativa, unitiva, mística, permanente, primero en Arabia durante dos años  y luego en Tarso, donde le buscó Bernabé.

¡Santo apóstol de Cristo, que ahora vives en el cielo con tu Cristo y nuestro Cristo, porque “he completado mi carrera”, reza y pide por nosotros, apóstoles del mismo Señor Jesucristo, para que amándole totalmente como tú, pisemos tus mismas huellas de entrega y amor total a Dios y a los hermanos! ¡Qué necesidad tiene la Iglesia de todos los tiempos, pero sobre todo, en los actuales, de santos apóstoles,  sacerdotes y  seglares, como tú!

       Me alegra terminar la presentación de mi libro con estas hermosas palabras de San Agustín: «Avanza conmigo si tienes las mismas certezas. Indaga conmigo si tienes las mismas dudas. Donde reconozcas tu error, vente conmigo. Donde reconozcas el mío, llévame contigo. Marchemos con paso igual por la senda de la caridad buscando juntos a Aquel de quien está escrito: “Buscad siempre su rostro” (Tratado sobre la Trinidad 1,3, 5).

TERCERA MEDITACIÓN

(La puse escrita sobre una mesa para los que quisieran leerla)

IMPLICACIONES ESPIRITUALES DE LA ENCARNACIÓN

       QUERIDOS HERMANOS: La Navidad nos enseña muchas cosas a todos los que hemos tenido la predilección y el gozo de creer y encontrarnos con Jesucristo. Tiene para nosotros ricas y variadas implicaciones. Nos exige también algunos comportamientos a los que hemos sido enriquecidos con su luz y su misterio.

1.-  NECESIDAD DE ORAR PARA COMPRENDER LA NAVIDAD.

       ¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre -- ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?—has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

       Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. Y el creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más, porque esto es una enfermedad de amores y ansias infinitas, imposibles de contener y controlar; el creyente,  llagado de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, razones, motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor.

       ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad! Tú nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Mirad la Navidad. Es Dios que ama apasionadamente a los hombres. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

       Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

       La Encarnación, la Navidad es Cristo hecho hombre; la Eucaristía es Cristo hecho un poco de pan por el mismo amor de la Navidad; el mismo Cristo, la misma carne, el mismo amor que le llevó a encarnarse y dar su vida por mí. Yo sé, Señor, que eso no se comprende, no se puede comprender, si no se vive. Por eso te pido amor. Solo amor. El amor conoce los objetos por contacto, por hacerse llama con la persona amada, por unión y “noticia amorosa,” “contemplación de amor”. Por eso necesito oración para pedirte amor, hablarte de amor y comprenderte “en llama de amor viva, que hiere de mi alma, en el más profundo centro”.

       La oración es la experiencia de la fe. Sin oración, sin ratos de silencio, contemplando a Dios, hecho hombre por amor extremo, no se puede comprender nada o muy poco de la Navidad. Para comprender estas cosas del amor infinito de mi Dios Trino y Uno: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito,” necesito entrar dentro de la intimidad de mi Dios Tri-Unidad, que es Amor, y sorprenderlos en Consejo trinitario, cuando decidieron amarme de estar manera, amar a los hombres por el Hijo hasta el extremo de hacerse uno totalmente igual a los que amaba y buscaba. Necesito ver el rostro del Padre entristecido por el pecado de Adán y por la amistad perdida con el hombre, con el que quería pasear en el paraíso todas las tardes de la vida y que ya no podría entrar dentro de sí mismo, en su misma felicidad esencial y trinitaria, para la que fue creado, por el pecado de Adán, que nos llevó fuera del paraíso de su amor y compañía. Aquella vez no fuimos dignos y fuimos echados del paraíso de su amistad.

       Sin amor, sin noticia amorosa de Dios, sin oración, al menos afectiva, mejor, oración contemplativa o contemplación infusa sanjuanista, no se puede comprender el misterio, los misterios que estamos celebrando estos días. En ratos de soledad y oración y contemplación ante el Sagrario quiero alabar, bendecir y glorificar al Hijo de Dios por haberme amado hasta este extremo y por haber aceptado todas las consecuencias de su Encarnación. Quiero corresponderle con mi amor, quiero amarle tanto que no se arrepienta de lo que hizo; quiero agradecerle a mi Dios este modo de existir con presencia de Amigo entre los hombres en la humanidad de Jesús de Nazaret. Quiero proclamar con memoria agradecida algo que excede toda consideración racional: que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es Dios de una manera humana y, al mismo tiempo, es hombre de una manera divina.

       2.-  La Encarnación es: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Dios asume lo humano y, al asumirlo, lo santifica y lo dignifica tanto que nos hace hijos en el Hijo. Si Dios ha asumido lo humano, yo no debo rechazarlo, debo confiar en el hombre y trabajar para redimirlo y santificarlo, como lo hizo Jesús de Nazaret.  Me debo alegrar de existir como hombre, de haber sido elegido hombre, y no planta, animal o cosa,  para ser eterno con Él en su felicidad eterna. Si existo, es que Dios me ama. Ha pensado en mí y con un beso de su amor me ha dado la existencia humana, como paso, para la participación divina. Ya no dejaré de existir. Si existo es que Dios me ha preferido a millones y millones de seres. Si existo es que yo valgo mucho para mi Dios, porque ha enviado a su Hijo para decírmelo y comunicármelo con su misma presencia humana de Dios amigo del hombre. Si existo y creo,  es que Dios tiene un proyecto de eternidad sobre mí que ya no acabará nunca. Tengo que creer en la Palabra de Dios. Sí, creo en la Encarnación, en la Navidad. Qué tesoro, qué riqueza es la fe; vaya suerte, la mejor lotería de mi vida. Primero, existir es una predilección de Dios. Segundo, creer, poder conocerle y amarle, haberme encontrado con este Dios tan bueno, que es Amor, todo amor, y me tiene que amar, aunque yo no le ame, porque si deja de amarme, de amar, se muere, porque su esencia es amar siempre, y si deja de amar, deja de existir. Por eso vino en mi busca y se hizo pequeño, para que yo no me asuste, para que pueda cogerle en mis brazos y besarle. No me gustan mucho los niños, quizás por la falta de costumbre,  pero ese Niño Dios me recrea y enamora, me lo como de besos y de abrazos.

       Por tanto, debo y quiero asumir como Él lo humano, al hombre, amar a todos los hombres; debo aceptarlos con sus deficiencias y limitaciones, debo amar mi cuerpo, mi alma, mis sentidos, mi forma humana concreta de ser, porque Dios mismo la ha asumido; tengo que hacer las paces con mi espíritu y mi cuerpo y cuidarlos, como instrumentos de la salvación de Dios. Tengo que amarme más, amar mis ojos, mis manos, mis pies… Dios asumió todo lo humano en Jesús, desde su mismo nacimiento, infancia, juventud, muerte...

       3.- La Encarnación es: “Dios, tanto amó al mundo que entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna” Si Dios se encarna, el hombre vale mucho para Dios, vale infinito, vale toda la vida y la sangre de su Hijo, a quien entregó (traicionó) por amor al hombre. Si Dios se encarna, la eternidad se ha metido como una cuña en el tiempo. Si Dios se encarna, Dios ama al hombre y el hombre tiene vida eterna.

        ¿De qué vale todo el esfuerzo de Dios si el hombre, si el cristiano, no cree este misterio, no lo valora, no lo ama, no lo imita? ¿Sería mucho pedir que, como prueba de que creemos este misterio, pasáramos ratos largos de oración ante su misterio de  Encarnación continuada y permanente que es la Eucaristía? ¿Sería mucho pedir que adorásemos tanto amor en ratos de alabanza y acciones de gracias?  ¿Sería mucho pedir que confesásemos y comulgásemos con todo el fervor posible estos días, diciéndole cosas de amor al Niño, “Verbo de Dios hecho carne”?  Sería lo que Él más agradeciese, porque en estas navidades tan paganas que nos hemos montado, con tantos turrones, loterías, comidas familiares y demás, no hay tiempo a veces para el autor de la Navidad, para decirle simplemente ¡gracias! Y todos sabemos que, aunque sobren champán y turrones, si no nos encontramos con Cristo, no podrá haber Navidad.

       Muchos hombres ya no saben quién es Cristo, por eso tampoco saben de qué va la Navidad; saben, barruntan que hay que estar alegres, pero ignoran el motivo; la televisión y los periódicos y los grandes almacenes se han encargado de ello y nosotros tampoco nos hemos esforzado mucho en instruirlos y formarlos; los medios jamás dicen nacimiento de Jesucristo, y menos, del Hijo de Dios, y da pena. Y Jesús Eucaristía, esperando este reconocimiento, está tan solo a veces, que con que haya alguien que se pare un poco y le dirija una mirada de cariño o de fe en el Sagrario, se da por entero, se entrega totalmente, es que es un crío, un niño, espera cariño, una mirada de amor: ¡pero si es el Dios infinito, que se ha hecho un niño por mí, para que le coja y le bese! Lo está deseando, pero si ha venido para eso. Por favor, hermanos, un poco de sensibilidad, de misericordia, de limosna de amor al Dios grande que se hizo pequeño.

       Nosotros, en ese Niño, adoramos y celebramos el amor apasionado de un Dios por el hombre, desde la gratuidad, desde la iniciativa divina. Lo dice muy claro S. Juan en su primera Carta: “Porque Dios es amor… Y el amor que Dios nos tiene se ha manifestado en que Dios envió al mundo a su Hijo Unigénito, para que vivamos por Él. En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él no amó y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

       4.- En la persona de su Hijo, el Padre nos manifiesta y revela al Amado desde el amanecer de la Trinidad, nos entrega todo su amor de Padre, que le llena de gozo eterno, porque el Hijo, con la potencia de su Amor Personal, que es Espíritu Santo, le acepta eternamente como Padre y le hace Padre por aceptar ser su Hijo desde la aurora de la Tri-Unidad, y el Padre nos lo entrega todo en el Hijo y nos hace hijos suyos. El Verbo, hecho carne primero, y luego pan de Eucaristía, es la presencia del amor de Dios Trinidad, que ahora continúa en el Sagrario, como  Encarnación continuada del Amor Trinitario: del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo, Amor Personal del Padre al Hijo, y Amor Personal del Hijo al Padre, que los hace Padre e Hijo en el mismo Amor esencial, que es el Espíritu Santo. Todo es por la potencia de Amor del Espíritu Santo. Por eso, la esencia de Dios es el Amor: “Porque Dios es Amor”  nos dice San Juan.

       La presencia de Dios en Jesús de Nazaret es el lugar privilegiado y propio de su presencia en el mundo y en la historia. La encarnación revela al hombre  su capacidad de divinización, de <Verbalización>, de santificación o unión e identificación posible con Dios. La humanidad de Cristo es la meta de todo hombre, porque es la propia de un hombre que ha encontrado plenamente a Dios. Por eso es la <recapitulación> de todo lo creado. Este es el admirable intercambio <oh admirabile commercium>, de que nos hablan los Santos Padres. Que consiste en que el Hijo de Dios se hace hijo del hombre para que los hombres nos hagamos hijos de Dios.

       El hombre queda así elevado en su ser y trasladado a la órbita de lo divino. Si Dios quiere este intercambio maravilloso, la vida cristiana, nosotros debemos esforzarnos por hacernos dignos hijos suyos en el Hijo y realizar así su proyecto amado desde toda la eternidad en el Consejo Trinitario. Si Dios viene en mi busca con presencia de amigo, yo debo encontrar esta presencia en Jesús de Nazaret en el Evangelio, pero especialmente en su presencia de amistad permanentemente ofrecida en el Sagrario.

       En la Encarnación del Verbo ha sido Dios en la persona de su Hijo Unigénito el que ha venido en busca nuestra, el que ha salido a nuestro encuentro, nos ha hablado, salvado, iluminado, amado… La religión, la fe, ha partido de Dios y ya no es buscar a tientas, sino que tiene que ser una respuesta personal a un Dios que se me ha revelado y manifestado concretamente en Jesús de Nazaret. En su persona es como el Hombre puede mejor responder a esta revelación del Padre por la religión, por la fe y el amor: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar” Sólo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo saben de la Navidad; sólo ellos nos la pueden explicar. Por eso necesitamos orar.

       5.- La Encarnación nos invita a experimentar el amor misericordioso del Padre, que se ha entrañado sin límites con el hombre, superando todas las fronteras, por amor al hombre, en Jesús de Nazaret. El creyente ya no puede sentirse solo y abandonado a una suerte incierta. Aunque no lo comprenda a veces, aunque le supere, aunque el dolor y las circunstancias le atenacen por los cinco costados, aunque todos le fallen, Dios ya no puede abandonarle, porque se ha hecho presencia irreversible de Amistad Divina, se ha hecho hombre misericordioso y entrañable en el seno de la dulce Nazarena, Virgen guapa, Madre del alma ¡cuánto te quiero! ¡Cuánto me quieres! ¡Gracias, Madre, por haberme dado a tu hijo, por haber parido a Jesús de Nazaret!

       Queridos hermanos: El Dios Trino y Uno, al entregarnos al Hijo amado en carne humana, se ha unido en fidelidad perpetua con el destino del hombre, con cada uno de nosotros. Nuestro ser y existir es creerlo, orarlo, amarlo, agradecerlo, vivirlo, no sentirse nunca solos, ser misericordiosos con todos, como Él lo fue con todos nosotros. Amén.

TEXTOS DE LOS SANTOS PADRES  SOBRE MARÍA

       Desde los primeros tiempos del cristianismo los creyentes escrutaron, maravillados, esta frase sencilla y deslumbradora del Apóstol, sobre Cristo “nacido de una mujer”, que explicita, por decirlo así, la solemne afirmación del Prólogo de San Juan: “Y el Verbo se hizo carne”.

       Procuraron penetrar en el misterio de aquella mujer que suministró su carne al Verbo de Dios, de aquella creatura que llevó en su seno al Creador. En esta meditación orante y admirada, que no nacía de una simple curiosidad sino del amor, la Iglesia se preguntó una y otra vez: ¿Quién es esta mujer, mencionada junto al Salvador en los pasajes más decisivos de la Sagrada Escritura? ¿Quién es esta mujer cuya victoria sobre el demonio se predice desde las primeras páginas (cf. Gén 3, 15), en el momento más sombrío de la historia humana,  y cuya dignidad insigne atestiguan los escritores sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento? ¿Por qué un Arcángel saluda a esta mujer con profunda admiración en nombre de Dios y la llama la llena de gracia? ¿Por qué Isabel la saluda en el colmo del asombro como Madre de mi Señor, bendita entre todas las mujeres, a quien el vidente del Apocalipsis contempla revestida de sol, con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas?

       Los escritos marianos de los Padres constituyen un filón valiosísimo para cuantos desean conocer verdaderamente a la Virgen. ¿Por qué? En primer lugar, porque son un reflejo de la palabra misma de Dios, de la que los Padres se alimentaban constantemente, y gracias a la cual lograron un perfecto equilibrio entre doctrina y piedad. En efecto, el gran amor que profesaban a María nunca los hizo olvidar su condición de creatura, y en las exultantes alabanzas que tributaron a la Madre de Dios, Reina y Señora de todo lo creado, evitaron cuidadosamente toda exageración que pudiera inducir a error.

       Los Padres, al fomentar entre sus fieles —mediante una recta doctrina— la veneración y la piedad hacia la Virgen, contribuyeron a que esa piedad se desarrollara «en armónica subordinación al culto de Cristo...en torno a Él como su natural y necesario punto de referencia» (Marialis cultus, introducción).

SAN EFRÉN

       San Efrén, diácono de la Iglesia en Siria, nació en Nisibis, en la Mesopotamia septentrional a comienzos del siglo IV, probablemente en el 306. A los 18 años recibió el bautismo y se dedicó a la oración y al estudio, viviendo del propio trabajo, en Edesa., como empleado en un baño público.

       En el 338 Nisibis fue atacada por Sapor II, rey de los Persas, y Efrén acudió en su ayuda y desplegó una actividad infatigable para alentar y aconsejar a sus habitantes.   En el 363, el emperador Joviniano firmó un tratado de paz con los persas y les entregó Nisibis, San Efrén, con la mayor parte de los cristianos de esta ciudad, emigró a tierras del Imperio Romano. Se retiró a Edesa, donde murió diez años más tarde, tras haber dedicado todo ese tiempo a la penitencia y a la contemplación y a la predicación.

       San Efrén ocupa un lugar privilegiado entre los Santos Padres tanto por la abundancia de sus escritos como por la autoridad de su doctrina. Benedicto XV lo declaró doctor de la Iglesia en 1920. La tradición nos lo recuerda como un hombre austero. El medio usado por San Efrén para la divulgación de la verdad cristiana es sobre todo la poesía, por lo cual con razón se le ha definido <<la cítara (o el arpa) del Espíritu Santo>>.
       Prueba de ello es que muchos de sus himnos forman parte de diversas liturgias orientales desde el siglo V. Gracias a esto se ha conservado gran parte de su ingente obra, tanto en su idioma original, el sirio, como en traducciones griegas, que empezaron a proliferar ya en los últimos años de su vida.

       Efrén es también el poeta de la Virgen, a la que dirigió 20 himnos y a quien se dirigía con expresiones de tierna devoción, como ahora veremos en alguno de ellos.

Madre admirable

(Himno a la Virgen María)

       La Virgen me invita a cantar el misterio que yo contemplo con admiración. Hijo de Dios, dame tu don admirable, haz que temple mi lira, y que consiga detallar la imagen completamente bella de la Madre bien amada.

       La Virgen María da al mundo a su Hijo quedando virgen, amamanta al que alimenta a las naciones, y en su casto regazo sostiene al que mantiene el universo. Ella es Virgen y es Madre, ¿qué no es?

       Santa de cuerpo, completamente hermosa de alma, pura de espíritu, sincera de inteligencia, perfecta de sentimientos, casta, fiel, pura de corazón, leal, posee todas las virtudes.

       Que en María se alegre toda la estirpe de las vírgenes, pues una de entre ellas ha alumbrado al que sostiene toda la creación, al que ha liberado al género humano que gemía en la esclavitud.

       Que en María se alegre el anciano Adán, herido por la serpiente. María da a Adán una descendencia que le permite aplastar a la serpiente maldita, y le sana de su herida mortal.      Que los sacerdotes se alegren en la Virgen bendita. Ella ha dado al mundo el Sacerdote Eterno que es al mismo tiempo Víctima. Él ha puesto fin a los antiguos sacrificios, habiéndose hecho la Víctima que apacigua al Padre.      Que en María se alegren todos los profetas. En Ella se han cumplido sus visiones, se han realizado sus profecías, se han confirmado sus oráculos.  Que en María se gocen todos los patriarcas. Así como Ella ha recibido la bendición que les fue prometida, así Ella les ha hecho perfectos en su Hijo. Por Él los profetas, justos y sacerdotes, se han encontrado purificados.En lugar del fruto amargo cogido por Eva del árbol fatal, María ha dado a los hombres un fruto lleno de dulzura. Y he aquí que el mundo entero se deleita por el fruto de María.       El árbol de la vida, oculto en medio del Paraíso, ha surgido en María y ha extendido su sombra sobre el universo, ha esparcido sus frutos, tanto sobre los pueblos más lejanos como sobre los más próximos.  María ha tejido un vestido de gloria y lo ha dado a nuestro primer padre. Él había escondido su desnudez entre los árboles, y es ahora investido de pudor, de virtud y de belleza.   Eva y la serpiente habían cavado una trampa, y Adán había caído en ella; María y su real Hijo se han inclinado y le han sacado del abismo.

La Anunciación de la Virgen

(Himno por el Nacimiento de Cristo)

       «Volved la mirada a María. Cuando Gabriel entró en su aposento y comenzó a hablarle, Ella preguntó: “¿cómo se hará esto?” (Lc 1, 34). El siervo del Espíritu Santo le respondió diciendo: “para Dios nada es imposible” (Lc 1, 37). Y Ella, creyendo firmemente en aquello que había oído, dijo: “he aquí la esclava del Señor” (Lc 1, 38). Y al instante descendió el Verbo sobre Ella, entró en Ella y en Ella hizo morada, sin que nada advirtiese. Lo concibió sin detrimento de su virginidad, y en su seno se hizo niño, mientras el mundo entero estaba lleno de Él...

       Cuando oigas hablar del nacimiento de Dios, guarda silencio: que el anuncio de Gabriel quede impreso en tu espíritu. Nada es difícil para esa excelsa Majestad que, por nosotros, se ha abajado a nacer entre nosotros y de nosotros.

       Hoy María es para nosotros un cielo, porque nos trae a Dios. El Altísimo se ha anonadado y en Ella ha hecho mansión; se ha hecho pequeño en la Virgen para hacernos grandes... En María se han cumplido las sentencias de los profetas y de los justos. De Ella ha surgido para nosotros la luz y han desaparecido las tinieblas del paganismo.

       María tiene muchos nombres, y es para mí un gran gozo llamarla con ellos. Es la fortaleza donde habita el poderoso Rey de reyes; mas no salió de allí igual que entró: en Ella se revistió de carne, y así salió. Es también un nuevo cielo, porque allí vive el Rey de reyes; allí entró y luego salió vestido a semejanza del mundo exterior...

       Adán y Eva, con el pecado, trajeron la muerte al mundo; pero el Señor del mundo nos ha dado en María una nueva vida. El Maligno, por obra de la serpiente, vertió el veneno en el oído de Eva; el Benigno, en cambio, se abajó en su misericordia y, a través del oído, penetró en María. Por la misma puerta por donde entró la muerte, ha entrado también la Vida que ha matado a la muerte. Y los brazos de María han llevado a Aquél a quien sostienen los querubines; ese Dios a quien el universo no puede abarcar, ha sido abrazado por María.

       El Rey ante quien tiemblan los ángeles, criaturas espirituales, yace en el regazo de la Virgen, que lo acaricia como a un niño. El cielo es el trono de su majestad, y Él se sienta en las rodillas de María. La tierra es el escabel de sus pies y Él brinca sobre ella infantilmente. Su mano extendida señala la medida del polvo, y sobre el polvo juguetea como un chiquillo.

       Feliz Adán, que en el nacimiento de Cristo has encontrado la gloria que habías perdido. ¿Se ha visto alguna vez que el barro sirva de vestido al alfarero? ¿Quién ha visto al fuego envuelto en pañales? A todo eso se ha rebajado Dios por amor del hombre. Así se ha humillado el Señor por amor de su siervo, que se había ensalzado neciamente y, por consejo del Maligno homicida, había pisoteado el mandamiento divino. El Autor del mandamiento se humilló para levantarnos.  Demos gracias a la divina misericordia, que se ha abajado sobre los habitantes de la tierra a fin de que el mundo enfermo fuera curado por el Médico divino. La alabanza para Él y al Padre que lo ha enviado; y alabanza al Espíritu Santo, por todos los siglos sin fin».

Eva y María

(Carmen 18, 1)

       Oh cítara mía, inventa nuevos motivos de alabanza a María Virgen. Levanta tu voz y canta la maternidad enteramente maravillosa de esta virgen, hija de David, que llevó la vida al mundo.

       Quien la ama, la admira. El curioso se llena de vergüenza y calla. No se atreve a preguntarse cómo una madre da a luz y conserva su virginidad. Y aunque es muy difícil de explicar, los incrédulos no osarán indagar sobre su Hijo.

       Su Hijo aplastó la serpiente maldita y destrozó su cabeza. Curó a Eva del veneno que el dragón homicida, por medio del engaño, le había inyectado, arrastrándola a la muerte.

       Aquél que es eterno fue llamado el nuevo Adán, porque habitó en las entrañas de la hija de David y en Ella, sin semilla y sin dolor, se hizo hombre. ¡Bendito sea por siempre su nombre!

       El árbol de la vida, que creció en medio del Paraíso, no dio al hombre un fruto que lo vivificase. El árbol nacido del seno de María se dio a sí mismo en favor del hombre y le donó la vida.

        El Verbo del Señor descendió de su trono; se llegó a una joven y habitó en ella. Ella lo concibió y lo dio a la luz. Es grande el misterio de la Virgen purísima: supera toda alabanza.       Eva en el Edén se convirtió en rea del pecado. La serpiente malvada escribió, firmó y selló la sentencia por la cual sus descendientes, al nacer, venían heridos por la muerte.

       Eva llegó a ser rea del pecado, pero el débito pasó a María, para que la hija pagase las deudas de la madre y borrase la sentencia que habían transmitido sus gemidos a todas las generaciones.

       Los hombres terrenales multiplicaron las maldiciones y las espinas que ahogaban la tierra. Introdujeron la muerte. El Hijo de María llenó el orbe de vida y paz.

       Los hombres terrenales sumergieron el mundo de enfermedades y dolores. Abrieron la puerta para que la muerte entrase y pasease por el orbe. El Hijo de María tomó sobre su persona los dolores del mundo, para salvarlo.

       María es manantial límpido, sin aguas turbias. Ella acoge en su seno el río de la vida, que con su agua irrigó el mundo y vivificó a los muertos.       Eres santuario inmaculado en el que moró el Dios rey de los siglos. En ti por un gran prodigio se obró el misterio por el cual Dios se hizo hombre y un hombre fue llamado Hijo por el Padre.   Bendita, tú, María, hija de David, y bendito el fruto que nos has dado ¡Bendito el Padre que nos envió a su Hijo para nuestra salvación, y bendito el Espíritu Paráclito que nos manifestó su misterio! Sea bendito su nombre.

La canción de cuna de María

(Himno, 18, 1-23)

       He mirado asombrado a María que amamanta a Aquél que nutre a todos los pueblos, pero que se ha hecho niño. Habitó en el seno de una muchacha, Aquél que llena de sí el mundo...

       Un gran sol se ha recogido y escondido en una nube espléndida. Una adolescente ha llegado a ser la Madre de Aquél que ha creado al hombre y al mundo.

       Ella llevaba un niño, lo acariciaba, lo abrazaba, lo mimaba con las más hermosas palabras y lo adoraba diciéndole: Maestro mío, dime que te abrace.

       Ya que eres mi Hijo, te acunaré con mis cantinelas porque soy tu Madre. Hijo mío, te he engendrado, pero Tú eres más antiguo que yo; Señor mío, te he llevado en el seno, pero Tú me sostienes en pie.

       Mi mente está turbada por el temor, concédeme la fuerza para alabarte. No sé explicar cómo estás callado, cuando sé que en Ti retumban los truenos.

       Has nacido de mí como un pequeño, pero eres fuerte como un gigante; eres el Admirable, como te llamó Isaías cuando profetizó sobre Ti.

       He aquí que Tú estás conmigo, y sin embargo estás enteramente escondido en tu Padre. Las alturas del cielo están llenas de tu majestad, y no obstante mi seno no ha sido demasiado pequeño para Ti.

       Tu Casa está en mí y en los cielos. Te alabaré con los cielos. Las criaturas celestes me miran con admiración y me llaman Bendita.

       ¡Cuánto más venerada es la Madre del Rey que su trono! Te bendeciré, Señor, porque has querido que fuese tu Madre; te celebraré con hermosas canciones.

       Oh gigante que sostienes la tierra y has querido que ella te sostenga, Bendito seas. Gloria a Ti, oh Rico, que te has hecho Hijo de una pobre.

       Mi magnificat sea para Ti, que eres más antiguo que todos, y sin embargo, hecho niño, descendiste a mí. Siéntate sobre mis rodillas; a pesar de que sobre Ti está suspendido el mundo, las más altas cumbres y los abismos más profundos...

       Tú estás conmigo, y todos los coros angélicos te adoran. Mientras te estrecho entre mis brazos, eres llevado por los querubines.

       Los cielos están llenos de tu gloria, y sin embargo las entrañas de una hija de la tierra te aguantan por entero. Vives en el fuego entre las criaturas celestes, y no quemas a las terrestres.

       Los serafines te proclaman tres veces Santo: ¿qué más podré decirte, Señor? Los querubines te bendicen temblando, ¿cómo puedes ser honrado por mis canciones?

       Descubra su rostro y se alegre contigo la antigua Eva, porque has arrojado fuera su vergüenza; oiga la palabra llena de paz, porque una hija suya ha pagado su deuda.

       La serpiente, que la sedujo, ha sido aplastada por Ti, brote que has nacido de mi seno. El querubín y su espada por Ti han sido quitados, para que Adán pueda regresar al paraíso, del cual había sido expulsado.

       Eva y Adán recurran a Ti y cojan de mí el fruto de la vida: por ti recobrará la dulzura aquella boca suya, que el fruto prohibido había vuelto amarga.  Los siervos expulsados vuelvan a través de Ti, para que puedan obtener los bienes de los cuales habían sido despojados. Serás para ellos un traje de gloria, para cubrir su desnudez.

1. PABLO, “APÓSTOL POR VOLUNTAD DE DIOS” (2Cor 1,1)

“Para mí la vida es Cristo”, “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”, “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”

San Pablo es un enamorado de Cristo. Esto es lo que más me atrae de su persona y de su vida. Y esto es lo que yo pretendo para mí y para todos. Siguiendo a Pablo me gustaría amar más a Cristo y hacer que otros le amen, y de esta forma “gastar” mi vida por el Señor, por el evangelio y por la Iglesia, como escribe Pablo a Timoteo: “No descuides la gracia que posees, que te fue conferida por una intervención profética con la imposición de manos de los presbíteros” (1Tim 4,14).

Pablo, llamado por el mismo Señor (Kyrios), por “por el que murió y resucito por todos” (2Cor 5,15), a ser apóstol, se entregó de tal forma a su misión, que, hoy y desde siempre, ha sido el prototipo de los llamados y enviados; por eso es llamado por todos, «el apóstol», por antonomasia.  Brilla como una estrella de primera magnitud en la historia de la Iglesia, y no sólo en la de los orígenes, como he dicho, sino en la de todos los tiempos.

San Juan Crisóstomo lo exalta como personaje superior incluso a muchos ángeles y arcángeles (cf. Panegírico 7, 3). Otros le han llamado el «decimotercer apóstol» y realmente él insiste mucho en el hecho de ser un auténtico apóstol, habiendo sido llamado por el Resucitado, o incluso «el primero después del Único».

Ciertamente, después de Jesús, él es el personaje de los orígenes del que más estamos informados. De hecho, no sólo contamos con la narración que hace de él Lucas en los Hechos de los Apóstoles, sino también de un grupo de cartas que provienen directamente de su mano y que sin intermediarios nos revelan su personalidad y pensamiento. Después de Cristo, para mí, ha sido sobre el que más se ha estudiado y hablado.

Lucas nos informa que su nombre original era Saulo (cf. Hch 7, 58; 8, 1 etc.), en hebreo Saúl (cf. Hch 9, 14.17; 22, 7.13; 26, 14).Pablo nació en la ciudad helenística de Tarso de Cilicia (Hch 22,3). La fecha de su nacimiento nos es desconocida. Sus padres eran judíos que remontaban su ascendencia hasta la tribu de Benjamín (Rom 11,1). Desde su nacimiento disfrutó de la condición de ciudadano romano. Tanto el ambiente helenístico como la herencia judía de su familia dejaron sus huellas en el joven Pablo. Por eso conocía el griego como lo revela en sus cartas. 

Pablo se mostraba satisfecho de ser “judío” (Hch 21,39; 22,3), “israelita” (2 Cor 11,22; Rom 11,1), “hebreo, nacido de hebreos... y en cuanto a la Ley, fariseo” (Flp 3,6; Hch 23,6). “Viví como fariseo, de conformidad con el partido más estricto de nuestra religión” (Hch 26,5; Gál 1,14). Más aún: fue “educado a los pies de Gamaliel” (Hch 22,3); se refiere a Gamaliel  el Viejo, cuyo apogeo en Jerusalén se sitúa en los años 20-50. La primera educación de Pablo se realizaría en su mayor parte en la misma Jerusalén: “Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, criado en esta ciudad (Jerusalén)y educado a los pies de Gamaliel” (Hch 22,3). Ello implicaría que en realidad la lengua materna de Pablo era el arameo y que su manera de pensar era semítica. Acerca de esta tesis hay mucho que decir, pero lo cierto es que no explica satisfactoriamente las importantes muestras de cultura y mentalidad helenísticas que aparecen en Pablo.

La educación de Pablo a los pies de Gamaliel sugiere que se preparaba para ser rabino. Según J. Jeremías, cuando Pablo se convirtió no era simplemente un discípulo rabínico, sino un maestro reconocido, con capacidad para formular decisiones legales. Es la categoría que se le presupone por el papel que desempeñaba cuando marchó a Damasco (Hch 9,1-2; 22,5; 26,12); semejante autoridad sólo podía conferirse a una persona cualificada. Ello parece confirmarse por el voto de Pablo contra los cristianos (Hch 26,10), al parecer como miembro del sanedrín. De todo ello saca J. Jeremías la conclusión de que Pablo era de mediana edad cuando se convirtió, pues se requería haber cumplido los cuarenta años para la designación de rabino. Otros no opinan así. Pero estas cosas y parecidas no son mi cometido.

Pablo era, por tanto, un judío de la diáspora, dado que la ciudad de Tarso se sitúa entre Anatolia y Siria, que había ido muy pronto a Jerusalén para estudiar a fondo la Ley mosaica a los pies del gran rabino. Había aprendido también un trabajo manual,  la fabricación de tiendas (Hch 18, 3), que más arde le permitirá sustentarse personalmente sin ser de peso para las Iglesias (Hch 20, 34; 1 Cor 4, 12; 2 Cor 12, 13- 14).

Para él fue decisivo conocer la comunidad de quienes se profesaban discípulos de Jesús. Por ellos tuvo noticia de una nueva fe, un nuevo «camino», como se decía, que no ponía en el centro la Ley de Dios, sino la persona de Jesús, crucificado y resucitado, a quien se le atribuía la remisión de los pecados.

Como judío celoso, consideraba este mensaje inaceptable, es más, escandaloso, y sintió el deber de perseguir a los seguidores de Cristo incluso fuera de Jerusalén. Precisamente, en el camino hacia Damasco, a inicios de los años treinta, Saulo, según sus palabras, fue “alcanzado por Cristo Jesús” (Flp 3, 12).

Este fue el hecho fundamental de su vida que marcó todo su ser y existir posterior. Mientras Lucas cuenta el hecho con abundancia de detalles –la manera en que la luz del Resucitado le alcanzó, cambiando fundamentalmente toda su vida--, en sus cartas él va directamente a lo esencial y habla no sólo de una visión (1 Cor 9, 1), sino de una iluminación (2 Cor 4, 6) y sobre todo de una revelación y una vocación en el encuentro con el Resucitado (Gal 1, 15-16). Esto es muy importante, porque se trata de una experiencia muy iluminativa, unitiva y transformativa de Dios  en su espíritu, percibida y realizada más en su alma que en su cuerpo. De hecho externamente los acompañantes no vieron nada, sólo la luz reflejo de la luz interna de Cristo Resucitado.

Por eso, Pablo se definirá explícitamente “apóstol por vocación” (Rom 1, 1; 1 Cor 1, 1) o “apóstol por voluntad de Dios” (2 Cor 1, 1; Ef 1, 1; Col 1, 1), como queriendo subrayar que su conversión no era el resultado de pensamientos o reflexiones personales, sino el fruto de una intervención divina, de una gracia divina imprevisible e inesperada, recibida pasivamente, convertido así en patógeno, sufriente de la luz y visión mística de Cristo.

A partir de entonces, todo lo que antes constituía para él “ganancia”, se convirtió paradójicamente, según sus palabras, “en pérdida y basura” (Flp 3, 7-10). Y desde aquel momento puso todas sus energías al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio. Su existencia se convertirá en la de un apóstol que quiere “hacerse todo a todos” (1 Cor 9, 22), sin reservas.

Y de todo esto se deriva una lección muy importante para nosotros: lo que cuenta es poner en el centro de la propia vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad se caracterice esencialmente por el encuentro, la comunión con Cristo y su Palabra. Bajo su luz, cualquier otro valor debe ser purificado de posibles escorias o adherencia extraña. Y siempre «por Cristo, con Él y en Él,» encontrado, fortalecido y realizado en la oración personal, en la Eucaristía y en la Caridad pastoral. Así nos hacemos cristianos, seguidores y semejantes a Cristo.

Fue precisamente en la Iglesia de Antioquia de Siria, punto de partida de sus viajes, donde por primera vez el evangelio fue anunciado a los griegos y donde fue acuñado también el nombre de “cristianos” (Hch 11, 20.26), es decir, creyentes en Cristo. Desde allí tomó rumbo en un primer momento hacia Chipre después en diferentes ocasiones hacia regiones de Asia Menor (Pisidia, Licaonia, Galacia), y después a las de Europa (Macedonia, Grecia). Más reveladoras fueron las ciudades de Éfeso, Filipos, Tesalónica, Corinto, sin olvidar tampoco Berea, Atenas y Mileto.

En el apostolado de Pablo no faltaron dificultades, que él afrontó con valentía por amor a Cristo, como nos repite frecuentemente en sus cartas. Él mismo recuerda que tuvo “que soportar trabajos, cárceles, azotes; peligros de muerte, muchas veces... Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufrague... Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores: peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: “la preocupación por todas las Iglesias” (2 Cor 11, 23).

En un pasaje de la carta a los Romanos (cf. 15, 24.28) se refleja su propósito de llegar hasta los confines de la tierra entonces conocida, para anunciar el evangelio por doquier, por lo tanto, hasta España, «finis terrae» de Occidente,

¿Cómo no admirar a un hombre así? ¿Cómo no dar gracias al Señor por habernos dado un apóstol de esta talla? Está claro que no hubiera podido afrontar situaciones tan difíciles, y a veces tan desesperadas, si no hubiera tenido una razón de valor absoluto a la que no podía haber límites. Para Pablo, esta razón, lo sabemos, es Jesucristo, de quien escribe: “Cáritas Chisti urget nos…el amor de Cristo nos apremia...” “Murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5, 14-15).

De hecho, el apóstol ofrecerá el testimonio supremo de su sangre bajo el emperador Nerón, en Roma, donde se conservan y veneramos sus restos mortales. Últimamente han descubierto su tumba en la basílica de San Pablo extramuros de Roma. Ha sido visitada por Benedicto XVI. El papa Clemente Romano, en los últimos años del siglo I, escribió: «Por celos y discordia, Pablo se vio obligado a mostrarnos cómo se consigue el premio de la paciencia... Después de haber predicado la justicia a todos en el mundo, y después de haber llegado hasta los últimos confines de Occidente, soporto el martirio ante los gobernantes; de este modo se fue de este mundo y alcanzó el lugar santo, convertido de este modo en el más grande modelo de perseverancia» (A los Corintios 5).

(Cfr BENEDICTO XVI, Catequesis 25-10-2006).

Martes, 15 Febrero 2022 10:06

RETIRO ESPIRITUAL CON LA VIRGEN

RETIRO ESPIRITUAL CON LA VIRGEN

 

Canto: Ven, ven, Señor, no tardes…

LECTURA de la primera carta de san Pablo a los Tesalonicenses

Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros. No extingáis el Espíritu; no despreciéis las profecías; examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos de todo género de mal. Que Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Él que os llama y es Él quien lo hará (1Ts 5,16-24)

Queridos hermanos: El pasaje que acabamos de escuchar ha sido tomado de la 1ª carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses; recoge tres enseñanzas principales que quiero meditar brevemente con vosotros ante la Presencia de Cristo Eucaristía: todas son dadas en ambiente de oración y para la oración: la primera consigna que nos da san Pablo es que lo creyentes en Cristo debemos estar siempre: “Estad siempre alegres.  Y en otra de sus cartas nos dirá: Gaudete, iterum dico, gaudete, modestía vestra nota sit ómnibus homínibus…

Como aparece en otros pasajes de la carta, no se trata de una alegría meramente externa y transitoria, sino de esa alegría profunda y "teologal" que nace de la conciencia de las gracias de Dios recibidas, entre las cuales destaca la de la elección a formar parte de esta su iglesia, mediante la fe y el conocimiento del Señor Jesucristo. Una elección y llamada que ha sido acogida en la fe. Alegría también motivada por la experiencia de la acción del Espíritu Santo; alegría de perseverar en la esperanza y de amarse fraternalmente.

Queridos hermanos, qué gozo creer en Jesucristo, haberle conocido, estar aquí porque creemos en Él y le amamos. Qué gozo creer, saber que Dios existe y nos ama, saber de dónde venimos y a dónde vamos… muchos han perdido hoy el sentido de la vida. Si existo, es que Dios me ama… me ha llamado a compartir una herencia de gozo con Él…

Y como estamos en la presencia del Señor Eucaristía: Qué gozo saber que el Hijo ha venido en mi búsqueda en la Navidad, y viene todas las navidiades para decir al hombre que dios le ama…. Este es el sentido de la Navidad y de la Eucaristía. La Eucaristía es una navidad permanente… estás aquí Señor, porque nos amas y vienes en nuestra búsqueda. Y el adviento es toda mi vida en la tierra, porque es un camino hacia el encuentro contigo y con la santísima  Trinidad, con el Padre que me soñó, que me creó, que me dio la vida…

La segunda y la tercera consigna que nos da san Pablo en su carta corresponden a actitudes que deben acompañar nuestra oración: ésta debe ser, por una parte, constante y sin interrupción, y por otra, llena de acción de gracias. Dice san Pablo a los Tesalonicenses:Orad constantemente" para terminar con una oración final del apóstolQue Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Él que os llama y es Él quien lo hará (1Ts 5,16-24)

         ¿Por dónde vendrá Cristo esta Navidad a nosotros y a todos los creyentes? Por la oración. En este tiempo de Adviento la Iglesia pone a nuestra consideración, para ayudarnos en la oración, diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen, entre todos, y los dos, por la oración: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

1.- POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO MARÍA

         La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo. Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte, confirmándole que era verdad todo lo que decía, ya que no estaba bien que tan niño empezara haciendo milagros; así que una parte del Magnificat se la debemos a Él, de la misma forma que todo pan eucarístico, el cuerpo eucarístico de Cristo tiene perfume, olor y sabor maría, por ser carne que viene de María.

         Por otra parte,  no sería bueno para nosotros, que tenemos que recorrer a veces este camino, con frecuencia duro y seco aparentemente de fe, esperanza y amor,  sin ver ni sentir nada, que es la oración. María nos invita a entrar en clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano. Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren champám y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración.

         La gran pobreza de la Iglesia será siempre pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en espíritu y verdad”.

         Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

         Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan. Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

         Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, este nuevo encuentro litúrgico con Cristo, que especialmente por la Eucaristía hace presente todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado voy a besar, tocar y  venerar en cada sagrario, en cada pesebre, en cada imagen de Niño.«Ven, Señor, y no tardes».

         ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo sólo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como María, por una fe viva.

         La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumple, todo tiene sentido, todo nos prepara para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotros. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Que merezcamos su alabanza por haber creído en su venida de amor a este mundo.

         Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella. ¡Madre, enséñanos a esperarlo y recibirlo así!

LA MAYOR PARTE DE ESTAS MEDITACIONES ESTÁN TOMADAS DEL LIBRO DEL P. ANTONINO ORAA, S.J. titulado Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, Editorial Razón y Fe, Madrid1960, excepto algunas que son mías y de otros autores jesuitas.

INTRODUCCIÓN

CÓMO EMPEZAR A ORAR

Mi experiencia personal y pastoral, lo que he visto en mí mismo y en las personas a las que he acompañado en este camino de la oración, es que es muy personal, no hay reglas fijas en el   modo, pero sí en la intención; desde Él primer kilómetro, más que cualquier método,  hay que procurar que las actitudes de amar, orar y convertirse estén firmes y decididas y se luche desde Él primer día; lo repetiré siempre, estos tres verbos amar, orar y convertirse conjugan igual: quiero o estoy decidido a amar a Dios, en el   mismo momento quiero orar y quiero convertirme a Dios, vivir para Él ; quiero  orar, quiero convertirme; me canso de convertirme, me he cansado de orar y amar más a Dios.

       Para empezar, para iniciarse en este camino de la oración, del «encuentro de amistad» con Cristo, lo ordinario es necesitar de la lectura para provocar el diálogo; si a uno le sale espontáneo, lleva mucho adelantado en amor y en oración: hay que leer meditando, orando, o meditar leyendo, hay que leer al principio, se necesita y ayuda mucho la lectura, principalmente de la Palabra de Dios; es el camino ya señalado desde antiguo: lectio, meditatio, oratio, contemplatio.

También pueden ayudar libros de santos, de orantes, libros que ayuden a la lectura espiritual meditada, que aprendas a situarte al alcance de la Palabra de Dios, a darla vueltas en el   corazón, a dejarte interpelar y poseer por ella, a levantar la mirada y mirar al Sagrario y consultar con el Jefe lo que estás meditando y preguntarle y pedirle y... lo que se te ocurra en relación con Él; y Cristo Eucaristía, que siempre nos está esperando en amistad permanente con los brazos abiertos, con solo su presencia o por su Espíritu, el mejor director de meditaciones y oración, te dirá y sugerirá muchas cosas en deseos de amistad. Y te digo Sagrario, porque toda mi vida, desde que empecé, lo hice así.

No entendí nunca la oración en la habitación; pero sí la lectura espiritual, porque teniendo al Señor tan cerca y tan deseoso de amistad, la oración siempre es más fácil y directa, basta mirar; y esto, estando alegre o triste, con problemas y sin ellos, la oración sale infinitamente mejor y más cercana y amorosa y vital en su presencia eucarística; es lógico, estás junto al Amigo, junto a Cristo, junto al Hijo, junto a la Canción de Amor donde Él Padre nos dice todos su proyectos de amor a cada uno; estamos junto a «la fuente que mana y corre, aunque es de noche» esto es, por la fe.  

       Cuando vayas a la oración, entra dentro de ti: “Cuando vayas a orar, entra en tu habitación y cierra la puerta, porque tu Padre está en lo más secreto” (Mt. 6, 6); no uses más de un párrafo cada vez; medita cada frase, cada palabra, cada pensamiento. La habitación más secreta que tiene el hombre es su propio interior, mente y corazón, hay que pasarlo todo desde la inteligencia al corazón. Lo oración es cuestión de amor, más que de entendimiento. No es para teólogos que quieren saber más, sino para personas que quieren amar más. Por su forma de ser, muchos son incapaces de entrar en esta habitación, o discurrir mucho, pero todos pueden amar.

       Intenta, para la oración personal, apartarte de otras personas; hasta físicamente; desde luego mentalmente. Esto no es quererlas mal. Lo hacemos muchas veces cuando queremos hablar con alguien sin que nadie nos moleste. Nos retiramos al desierto a orar y amar y dialogar con Dios; Dios es lo más importante en ese momento.

       Busca también un ambiente lo más sereno que puedas, sin ruidos, sin objetos que te distraigan. ¿No haces esto mismo si pretendes estudiar en serio? Dios es más importante que una asignatura.

       Intenta concentrarte. Concentrarse quiere decir dirigir toda tu atención hacia el centro de ti mismo, que es donde Dios está. Los primeros momentos de la oración son para esto. No perderás el tiempo si te concentras. Tendrás que cortar otros pensamientos. Hazlo con decisión y valentía. Tampoco asustarse si algunos días no se van. Pero tú a luchar para que sea sólo Dios, sólo Dios. Y entonces, hasta las distracciones no estorban; por eso no te impacientes.

Ten en cuenta que la oración no puede arrancar con el motor frío. Y el motor está frío hasta que tú no seas plenamente consciente de la presencia en tu interior del Padre que te ama, de Jesús tu amigo, del Espíritu que quiere madurarte y enseñarte a orar.

       Después de una invocación al Espíritu Santo, o de alguna oración que te guste, empiezas leyendo el Evangelio, oyendo la Palabra. Es Dios el primero que inicia el diálogo; y las leyes de la oración, que son las leyes del diálogo, exigen que se respete este orden.

       Por lo tanto, primero leer y escuchar la Palabra,  luego meditarla y orarla, invocarla, pedir, suplicar y tomar alguna decisión; y si te distraes, no pasa nada, vuelves a donde estabas y  a seguir. Léela despacio; cuantas veces necesites para entender la Palabra de Dios y darte cuenta de su alcance. Párate y déjate impresionar por lo que te llama la atención y te gusta.
       Y finalmente, en toda oración, hay que responder a Dios. Responde como tú creas que debes responder. Y este orden no es fijo; lo pongo para que te des una idea; pero lo último a veces será lo primero. Y siempre un pequeño compromiso, propósito. No termines tu oración sin dar tu propia respuesta o hacer tuya alguna de las que ves escritas y te cuadran. No lo olvides: el evangelio, el libro es ayuda y sólo ayuda, pero él no ora. Eres tú quien ha de orar.

       Cuando quieras terminar tu oración puedes hacerlo recitando despacio alguna de las oraciones que sabes y que en ese momento te dé especial devoción: Padrenuestro, Ave María, Alma de Cristo... Aquí, con el tiempo, irás cambiando, quitando, añadiendo...

       Sé fiel a la duración que te has marcado para tu oración: un cuarto de hora como mínimo; luego, veinte, hasta llegar a los treinta. De ahí para adelante, lo que el Espíritu Santo te inspire. No los acortes por nada del mundo. El ideal, una hora; seguida, o media por la mañana y luego otra media hora por la tarde o noche. No andes mordisqueando el tiempo que dedicas a tratar con Dios.

       Sé fiel cada día a tu tiempo de oración. Oración diaria, pase lo que pase. Este es el compromiso más serio. Yo hice este propósito, y algún día me tocó hacer oración a las dos de la mañana cuando venía de cenar con las familias. Sólo así progresarás. Si un día haces y otro no, pierdes en un día lo que ganas en otro y siempre te encontrarás en el   mismo punto de inmadurez y con una insatisfacción constante dentro de ti. Y no avanzarás en el   amor a Dios que debe ser lo primero.

       Si logras cumplir este propósito, llegarás a ser una persona profunda y reflexiva. Nunca dejes la oración para cuando tengas tiempo, porque entonces muchos días no tendrás tiempo, porque te engañará el demonio, que teme a los hombres de oración, todos los santos que ha habido y habrá fueron hombres de oración, y luego han sido los que más han trabajado por Dios y los hermanos.

       Y nada más. Todos los consejos sobran al que se pone a hacer la experiencia y llega a entender por sí mismo de qué se trata. También sobran para los que no quieren hacer la experiencia.     

1ª MEDITACIÓN

LA ENCARNACIÓN DE JESÚS, HIJO DE DIOS Y DE MARÍA

 “Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

Y entrando, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. 

El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el   seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. 

María respondió al ángel:¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.

Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Y el ángel dejándola se fue” (Lc 1,26-38).

El ángel llevaba forma de palabra interior, que Dios pronunciaba en el   corazón de María. Y esta palabra era  Jesús.

       Por entonces, Jesús sólo había nacido del Padre antes de todos los siglos  en el   seno de la Santísima Trinidad. Pero aún no había nacido de mujer. Pero ya había sido soñado en el   seno trinitario como segundo proyecto de Salvación, ya que Adán había estropeado el primero. Y necesita el seno de una madre. Por eso llamaba al corazón de María, porque quería ser hombre, y pedía a una de nuestras mujeres la carne y la sangre de los hijos de Adán.

       Lo que decía esta palabra de Dios, por el ángel Gabriel, al corazón de María era más o menos esto: ¿Quieres realizar tu vida sin Jesús, o escoges realizarla por Cristo, con Él y en el ? Y si quieres realizar tu vida en Cristo, ¿aceptas no realizarte tú, sino que prefieres que Él se realice en ti? Dicho de otro modo, ¿aceptas que tu propia realización sea la realización de Él en ti? Y si escoges que Él se realice en ti, ¿quieres dejarte totalmente y darte totalmente? ¿Estás dispuesta a dejar sus planes y colaborar activamente a sus planes de salvación?

       María es la última de las doncellas de Israel. No pertenecía ni a la clase intelectual, ni a la clase sacerdotal, ni a la clase adinerada. María era de las personas que no contaban para engrandecer a su pueblo. Ella era mujer y virgen. Como mujer, lo único que podía hacer era concebir y dar a luz muchos hijos que aumentaran el número de israelitas. Pero como virgen perpetua que había decidido ser, no podría hacer esta aportación a su pueblo... Por eso podía ser mirada, y no sin razón, como un ser inútil para su nación, al no poder aportar nada para el engrandecimiento de su pueblo.

       Pero la gente quizá olvidaba que la mayor riqueza del pueblo no eran los hijos, sino la Palabra de Dios. El pueblo de Israel no debía estar formado únicamente de personas capaces de trabajar con sus manos en los campos, o hábiles y fuertes para manejar la espada, sino ante todo de corazones abiertos a la escucha de la Palabra de Dios. Y en este punto, María podía aportar mucho ciertamente a su pueblo. Ella era toda oídos a esta Palabra de Dios. Ella era el oído de la humanidad entera.

       Y ¿qué es lo que escuchaba?: Lo que Dios quería decir a todos y a cada uno de los hombres: no era sólo la carne y la sangre de una mujer lo que quería tomar el Verbo. Era también, y, sobre todo, tomar en el  la a toda la humanidad,  a todo lo humano que en realidad Dios quería salvar. Y para salvarlo pretendía unirse a cada hombre y que cada hombre se uniese libremente al Verbo de Dios para entrar a tomar parte en la misma vida divina por la gracia.

       Señor, tengo que ser consciente de que también a mí me hablas al corazón. Vivo tan superficialmente mi vida, que pocas veces me hallo en lo más profundo de mi yo, y por eso no te oigo. Pero cuando entro un poco dentro de mí, caigo en la cuenta de que me hablas y que tus palabras me hacen la misma proposición que a María. Tu presencia aquí, en la Eucaristía, me demuestra lo serio que te has tomado mi salvación. Quieres hacerla como amigo.

       Voy entendiendo, porque me lo dices Tú, que el núcleo del cristianismo está en si intento prevalecer yo o si quiero que Cristo prevalezca en mí; si intento vivir yo, o si quiero que Cristo viva en mí; si quiero realizarme yo sin Cristo, o si quiero realizarme en Cristo. He aquí la gran disyuntiva ante la cual me encuentro siempre.

       El día de mi bautismo opté por Cristo y dije que renunciaba a ser yo para que Cristo fuese en mí. Lo dije entonces, es cierto. Pero ¡qué fácilmente lo dije...! ¡Cuántas veces lo he desdicho...!

       Tu Palabra, sin embargo, me sigue acosando; en cada situación, en cada momento me interroga: ¿quieres ser a imagen de Adán, el hombre egoísta, autosuficiente, irresponsable... o quieres ser a imagen de Cristo, el hombre que ama, el hombre para los demás, el hombre dependiente del Padre...?

       Yo leo en tu apóstol Pablo, y lo creo, que Tú, oh Padre, nos has predestinado a reproducir la imagen de tu hijo Jesús, para que El sea el primogénito entre muchos hermanos (Rom. 8, 29). Yo creo que Tú, Cristo Eucaristía eres la Canción de Amor hasta el extremo en la que el Padre me canta y me dice todo su proyecto con Amor de Espíritu Santo. Tú eres la Palabra en la que todos los días, desde Él Sagrario, la Santísima Trinidad me dice que ha soñado conmigo para una eternidad de gozo y roto este primer proyecto, ha sido enviado el Hijo con Amor de Espíritu Santo para recrear este proyecto de una forma admirable y permanente mediante el sacramento y misterio de la Eucaristía como memorial, comunión y presencia. Y pues es llamada tuya, oh Padre, yo quiero estar atento a ella, como tu sierva María. Y recibirla como Ella. Yo quiero tener profundidad suficiente, como ella, para oír tu palabra, vivir de ella y enriquecer a los demás con ella.

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“ENVIO DIOS AL ÁNGEL GABRIEL... A UNA VIRGEN  LLAMADA MARIA...ELLA SE PREGUNTABA QUÉ SALUDO ERA AQUEL”  (Lc 1, 29)


       María no se deja paralizar por el miedo. En el   miedo, por desgracia, se han ahogado muchas respuestas a las llamadas de Dios. Ella intenta penetrar qué es lo que la Palabra de Dios contiene para ella. Sin duda que toda Palabra de Dios contiene algo bueno para el hombre, porque Dios no dice palabras sin ton ni son, como nosotros. Dios, en todo lo que dice y hace, busca el bien del hombre.

       Cuando Dios habla al hombre, no es para aterrorizarle, sino para buscar su bien. Lo que ha de hacer el hombre es encontrar cuál es y dónde está el bien que Dios pretende hacerle al dirigirle su palabra. Esto es exactamente lo que hace María: discurrir sobre la significación de la Palabra de Dios.     

¿Qué cosas pudo descubrir María con su reflexión?

       1. Que Dios ama, que Dios busca el bien del hombre. Este es, sin duda, el núcleo más íntimo y claro de su experiencia de Dios: “has hallado gracia a los ojos de Dios”, estás llena de gracia, Dios te mira con buenos ojos, y esa mirada de Dios es creadora y por eso te llena de dones.

       Ella, la pequeña por su condición de mujer, la marginada por la ofrenda hecha de su virginidad, la sin relieve por sus condiciones sociales y culturales, ella era querida y amada por Dios. Dios se complacía en la entrega que de sí misma ella había hecho. Dios miraba con cariño lo que los demás miraban con indiferencia o con desprecio.

       2. Que Dios quería acudir a esta criatura vaciada de sí que era ella, para llenarla con su don. Y el don de Dios no es cualquier cosa; es ni más ni menos lo que Dios más ama, lo único que puede amar: el Hijo de las complacencias.

       Años más tarde escribirá el evangelista Juan: “tanto amó Dios al mundo que entregó su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el ”. Pero mucho antes de que lo escribiera Juan, lo ha experimentado María: Dios ha amado tanto a ella que le ha dado, a ella, la primera de todos, su propio Hijo. Y se lo ha dado, no ya formado, sino para que se formase de ella, para que, además de ser el hijo del Padre y de haber nacido de Dios, fuera hijo de ella y naciese de ella.

       3. Que esto es la salvación. Pero sólo el comienzo; porque el Hijo de Dios no viene sólo para Ella, sino que viene en busca de todos los hombres para llevarlos a la salvación. Y esta es tu razón de tu presencia en el Sagrario, hasta el final de los tiempos, de tus fuerzas, de tu amor extremo.

Por eso, no es dado a ella en exclusiva, no. Es dado por ella y a través de ella al mundo, a la humanidad, a cada hombre, al que cree y al que no cree, al que quiere amar a los demás y al que se empeña en odiar, al que se siente satisfecho de sí mismo y al que siente hambre y sed de salvación, al egoísta, al adúltero, al ladrón, al atracador, al viejecito, al analfabeto, al  niño, a la viuda, al publicano, al enfermo.

       Tenía que ser así para que el nuevo hombre pudiese llamarse JESÚS. Porque Jesús quiere decir Dios Salvador. Y Dios, puesto a salvar, tendría que salvar todo lo que había perecido, que era sencillamente todo.

       Dios quería salvar en Jesús y por Jesús. Y por eso ese Jesús que estaba llamando a la puerta del corazón de María tendría que ser a través de ella, de todos y para todos. Y esta es la razón de su presencia ahora en el   Sagrario, cumpliendo el proyecto del Padre, que lo ha hecho su propio proyectos “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad… mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado… yo para eso he venido al mundo, para ser testigo de la Verdad”.

 
       4. Que este Jesús, que era de todos y para todos, no sería de nadie hasta que cada hombre no repitiera el mismo proceso obrado en María. Jesús llamaría el corazón de cada hombre, y pediría ser aceptado. Jesús se ofrecería a sí mismo como don. La Eucaristía es Cristo dándose, entregándose en amistad y amor y salvación a todos nosotros.

Y desde Él Sagrario, Jesús propondrá a cada hombre lo mismo que le estaba proponiendo a ella: que cada hombre renuncie a sí mismo para realizarse en Cristo, para que Cristo pudiera vivir en el : “el que me coma vivirá por mí”. Pero Jesús no se impondría a la fuerza a nadie. El es un don ofrecido. Él está aquí en el   Sagrario, con los brazos abiertos, en amistad permanente para todos los hombres. Para hacer realidad esta amistad, siempre sería necesaria una voluntad humana que le convirtiese en don aceptado. Pero cuando tú le entregues tus brazos, Él ya tenía los suyos abiertos.

       Cuantos recibieran a este Jesús nacerían como hombres nuevos, con una vida nueva. Con ellos se formaría la familia de hijos de Dios, hijos en el   Hijo, sobre todo, por el pan eucarístico: “yo soy el pan de vida, el que coma de es te pan vivirá eternamente”, es la nueva vida que nos trae por la Encarnación y se prolonga por la Eucaristía.

Y en medio de esta familia de hijos de Dios, ella, María, la hermosa nazarena, se encontraba con el papel de ser la iniciadora de este proceso... el primer eslabón de una cadena de encarnaciones que Jesús intentaba hacer en cada uno de los hombres. Por eso mismo, su llamada a vincularse con Jesús era el modelo de llamada a todo hombre. Y también su respuesta sería el modelo de respuesta de todo hombre a Jesús.


       5.- María intuía que su papel en medio de este plan de salvación era la maternidad. Caía en la cuenta de que Dios la había preparado para ser madre por medio de la virginidad. Y como se trataba de obra de Dios, sería una maternidad innumerable, como la que Dios había prometido a Abraham. Ella tendría que quedar constituida “madre de todos los vivientes”, como otra Eva (Gen. 3, 20), su descendencia sería como las estrellas del cielo (Gen. 15, 5). Por eso, el cuerpo eucarístico de Cristo es el cuerpo y la sangre recibida de María. Tiene perfume y aroma mariano. Viene de María.

       Pero vivientes no significaba ya la vida recibida de Eva, sino la nueva vida que estaba llamando al seno de María. María discurría, desentrañaba el contenido de la Palabra que Dios le estaba dirigiendo. Caía también en la cuenta de que, si aceptaba, sería para seguir la suerte de Jesús. Eso era precisamente lo que en el   fondo decía la Palabra de Dios, eso era lo que significaba recibir a Jesús: recibir todo lo nuevo que Jesús traía al hombre.

       Oh, María, tú has abierto una nueva época en la historia de la humanidad. Tú, con tu reflexión profunda, en la cual se mueve tu vida, descubres que Dios te dice algo en los deseos que brotan en tu corazón. Tú descubres que tú eres pieza, al mismo tiempo necesaria, y libre, para que los planes de salvación sobre la humanidad vayan adelante. Tú descubres que tu grandeza está en renunciar a tus propios planes y en incorporarte a los planes de Dios. Tú has descubierto, la primera de todos, hasta qué punto Dios ama a los hombres, pues quiere entregarles su Hijo, «el  muy querido». Tú has descubierto que toda la humanidad está vinculada a ti, porque toda la humanidad está llamada a salvar con Jesús, redimir con Jesús. Tú te has percatado de tu puesto maternal para con esa humanidad, que todavía no se ha dado cuenta de que Dios la ama porque le entrega su hijo.

       Todas las llamadas de Dios son grandes, también la mía. Porque a mí también Dios me está pidiendo colaboración para salvar a todos los hombres. Porque a mí Dios me está señalando un puesto en la humanidad y me dice que sea el hermano de todos los hombres. Porque a mí Dios quiere entregarme su propio Hijo para que por medio de mi llegue a los demás. Porque por medio de ese Jesús, hecho carne en María y pan de Eucaristía en el   Sagrario, Dios quiere salvar y regenerar en Jesús todo lo malo que hay en mí y en el   mundo.

       Soy un inconsciente que sólo pienso en mí mismo, en divertirme y pasarlo bien, sin esfuerzo de virtud y caridad. Y como no reflexiono, no caigo en la cuenta de que el camino de mi propia realización y el camino de la realización de un mundo mejor, me lo está ofreciendo Dios, si de verdad quiero aceptar a Jesús y unir mi vida a la suya. María, ayúdame a dar profundidad a mi vida.

Que mi vida no sea el continuo mariposear de capricho en capricho, como acostumbro, sino que sea el resultado de una reflexión seria sobre la Palabra de Dios, que me llama, y de una opción libre y consciente que yo debo hacer ante esa Palabra que se me ha dirigido... Esa palabra que es Jesús mismo, el que está en el   Sagrario, esperando desde siempre mi respuesta. Para eso está ahí, con lo brazos abiertos para abrazarme y llenarme de su amor.

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“NO TENGAS MIEDO, MARIA”(Lc. 1, 29)

       Jesús llamaba al primer corazón humano para encarnarse en él. Y como nadie todavía tenía experiencia de Jesús hecho hombre, María se asustó. ¿Por qué se asustó? He aquí algunos posibles aspectos de su miedo y de todo miedo humano ante una llamada de Dios:


       1. María comenzó a comprender que aquí daba comienzo algo serio y decisivo para su vida. Su vida, y lo mismo cualquier otra vida, no era un juego para divertirse y tomárselo a broma, no. Ella se dio cuenta de que la Palabra de Dios iba a cambiar su existencia y también el rumbo de las cosas en el   mundo, aunque todavía ignoraba el cómo.

       Ante la presencia de algo que decide nuestra vida y la de los demás, cualquier persona de mediana responsabilidad se siente sobrecogida. Y María era una mujer ciertamente joven, pero de una responsabilidad sobrecogedora.


       2. Era una experiencia nueva y desconocida de Dios. Cuando Dios comienza a dejarse sentir cercano, esta misma cercanía de Dios produce en el   hombre un sentimiento de recelo ante la nueva experiencia hasta entonces desconocida. ¿Qué es esto que me está pasando?, ¿en dónde me estoy metiendo?, son preguntas que no cesa de hacerse el que ha recibido la experiencia de Dios.

       3. Mecanismo de defensa también. Este mecanismo actúa cuando la persona humana advierte que el campo de su vida, sobre el cual ella es dueña y señora con sus decisiones libres, ha sido invadido por alguien que, sin quitar la libertad, llama poderosamente hacia un rumbo determinado... Y la pobre persona humana se defiende diciendo estas o parecidas excusas: « y por qué a mí entre tantos ¿no había nadie más que yo?»

       4. Sentimiento de incapacidad: «Yo no valgo para eso, voy a hacerlo muy mal...». Sí; el hombre medianamente consciente sabe, o cree saber, qué es lo que puede realizar con éxito, y qué puede ser un fracaso. Instintivamente tiende a moverse dentro del círculo de sus posibilidades. Rehúye arriesgarse a hacer el ridículo, a hacerlo mal, a moverse en un terreno inseguro, cuyos recursos él no domina.

       5. Repugnancia a la desaparición del «yo». María tiene su propia personalidad con su sentido normal de estima y pervivencia. Se le pide que ese yo se realice no independientemente, sino en Jesús, que se abra hacia ese ser, todavía desconocido, que es Jesús, para que sea Jesús quien se realice en el  la. Vivir en otro y de otro, y que otro viva en mí.

       Señor, quiero hacer ante ti una lista de mis miedos. Porque soy de carne, y el miedo se agarra siempre al corazón humano. Me amo mucho a mí mismo y me prefiero muchas veces a tus planes. Casi puedo definir mi vida, más que, como una búsqueda del bien, una huida de lo que a mí me no me gusta o me cuesta y por eso me parece malo. Así es mi vida, Señor: huir y huir .por miedo...

       Me da miedo el que Tú te dirijas a mí y me pidas vivir con ciertas exigencias, exigencias que son, por otra parte, de lo más razonables. Por eso huyo de la reflexión y de encontrarme con tu palabra a nivel profundo. Por eso busco llenarme de cosas superficiales que me entretienen. En realidad, no las busco por lo que valen; las busco porque me ayudan a luir.

       Me da miedo el tomar una decisión que comprometa mi vida, porque sé que, si lo hago en serio, me corto la retirada; y el no tener retirada me da miedo. Me da miedo el vivir con totalidad esta actitud, porque se vive más cómodamente a medias tintas.

       Me da miedo la verdad y comprobar que mi vida en realidad es una vida llena de mediocridades. Y por otra parte, me da miedo que esa mediocridad pueda ser, y de hecho sea, la tónica de mi vida.

       Me da miedo entregar mi libertad. No quisiera yo perder la dirección de mi vida. Dejarla en tus manos, aunque sean manos de Padre, me da miedo, lo confieso.

       Me da miedo hacerlo mal, el que puedan reírse de mí. Yo mismo me avergüenzo de hacerlo mal ante mí mismo, porque en el   fondo me gusta autocomplacerme. Por eso pienso muchas veces que sería mejor no emprender nunca aquello de cuyo éxito no estoy totalmente seguro. Por eso pienso muchas veces que es preferible vivir mi medianía que intentar hacer lo heroico. Porque me da miedo hacer el ridículo...

       Me da miedo lo que pueda pasar en el   futuro: ¿me cansaré? ¿Perseveraré?

       Me da miedo vivir fiado de Ti. Sé que buscas mi bien, pero experimento el miedo del paracaidista que se arroja al vacío fiado solamente en su paracaídas: ¿funcionará? ¿Fallará? ¿Funcionarás Tú según mis egoísmos?

       Me da miedo el tener que renunciarme a mí mismo. Se vive tan bien haciendo lo que uno quiere. Me da miedo porque me parece que es aniquilarme y que así me estropeo. Y no me doy cuenta de que lo que de verdad me estropea soy yo mismo, mis caprichos, mis veleidades, mis concesiones.

       Me das miedo, Tú, Jesús Eucaristía, en tu presencia silenciosa, amándome hasta dar la vida, sin reconocimientos por parte de muchos por lo que moriste y permaneces ahí en silencio, sin imponerte y esperando ser conocido.

       Me das miedo cuando desde Él Sagrario me llamas y me invitas a seguirte con amor extremo hasta el fín;  cuando llamas a mi corazón. Sé que vienes por mi bien, pero sé que tu voz es sincera y me enfrenta con la necesidad de extirpar mi egoísmo, sobre el cual he montado mi vida. Es exactamente el miedo que tengo ante el cirujano. Estoy cierto de que él busca, con el bisturí en la mano, mi salud, pero yo le tiemblo.

       Me dan miedo el dolor y la humillación, y la obediencia, y las enfermedades, y la pobreza. Y así puedo continuar indefinidamente la lista de mis miedos... Soy en esencia un ser medroso: unas veces inhibido por el miedo, y otras veces impulsado por él. El miedo no me deja ser persona, me ha reducido a un perpetuo fugitivo.

       Tú, Señor, te acercas a mi como a María, y me repites: “No temas... el Señor está contigo”... Probablemente pienso que todo he de hacerlo yo solo. Por eso me entra el miedo. Quiero oír de Ti esa palabra una y otra vez: «No temas; Yo, el Señor, estoy contigo aquí tan cerca, en el   Sagrario, todos los días.

       Yo, que te amo, estoy contigo en todos los sagrarios de la tierra. Yo, que te llamo, estoy contigo para ayudarte. Yo, que te envío, estoy contigo. Yo, que sé lo que tú puedes, estoy contigo. Yo, que todo lo puedo, estoy contigo. No temas, puedes venir a estar conmigo siempre que quieres».

Jesús, repíteme una y otra vez estas palabras, porque no seré hombre libre hasta que no me libre de mis miedos, de mis complejos, de mis recelos, de mis pesimismos, de mis derrotismos, del desaliento que me producen mis fracasos... Que oiga muchas veces tu voz que me repite: «No temas, Yo estoy contigo!».


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“EL ESPIRITU SANTO VENDRÁ SOBRE TI”(Lc. 1, 35)

 
       Hay que volver a leer más despacio el capítulo del miedo. Cuando al hombre se le propone algo que supera sus fuerzas, algo que no sabe cómo hay que hacer... el hombre queda frenado hasta que sepa que la cosa va a resultar, o hasta que haya encontrado una solución a los puntos difíciles.

       María ha entendido lo que Dios le pide, pero no entiende cómo va a realizarse esta encarnación del Verbo de Dios en su vientre después que ella ha ofrecido a Dios su virginidad. Si ella la ha ofrecido es porque pensaba que Dios se lo pedía, y no puede pensar que Dios juegue con ella y ahora diga NO a lo que antes dijo que SI. «¿Seré madre sin ser virgen? No puede ser; Dios me ha pedido mi virginidad para algo... «¿Seré virgen sin ser madre?» Tampoco puede ser, porque lo que precisamente Dios me está pidiendo ahora es la maternidad. Si Dios pide mi virginidad y pide también mi maternidad, yo me encuentro sin salida; no sé qué hacer.»

Volvamos al capítulo de los miedos y veamos si no hay razón para repetir: «esto es un lío... ¿por qué no dice Dios las cosas claras desde Él principio’? ¿Por qué tenía que pasarme esto a mi?..».

       María escapa de esta tenaza de miedo que intenta paralizarla, por la fe en Dios Todopoderoso. El Dios en el   cual ella creía era un Dios que había creado el cielo y la tierra. Un Dios que había separado la luz de las tinieblas, y el agua de la tierra seca.

       El Dios en el   cual creía ella era el Dios de Abraham, capaz de dar descendencia numerosa como las arenas del mar y las estrellas del cielo a un matrimonio de ancianos estériles.

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de Moisés. El Dios que enviaba al tartamudo a hablar con el Faraón para salvar a su pueblo. El Dios que separó las aguas del mar y permitió salir por lo seco a su pueblo. El Dios que condujo a su pueblo por el desierto... El Dios que dio tierra a los desheredados que no tenían tierra.

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de los profetas: el Dios que escogía hombres tímidos y que, después de hacerles experimentar quién era El, colocaba sus palabras en la boca de ellos y su valentía en el   corazón de ellos para que anunciaran con intrepidez el mensaje comunicado, y aguantaran impávidamente como una columna de bronce las críticas de los demás (Jer. 1).

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de Ana, madre de Samuel: “El Dios que da a la estéril siete hijos mientras la madre de muchos queda baldía... el Dios que da la muerte y la vida, que hunde hasta el abismo y saca de él... el Dios que levanta de la basura al pobre y le hace sentar con los príncipes de su pueblo.., el Dios ante el cual los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan...” (1 Sam. 2, 1-10).

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de David, el Dios que había prometido al anciano rey que su dinastía permanecería firme siempre en el   trono de Israel (2 Sam. 7). Y por si fuera poco, una nueva señal en la línea de las anteriores: Isabel, su pariente, la estéril, la anciana, ha concebido un hijo. Sí, también creía María en el   Dios de Isabel, el Dios que da la pobreza y la riqueza, la esterilidad y la fecundidad. ¿No podría ese Dios dar también la virginidad y la maternidad?

       El Dios en el   cual creía María no era como los dioses de los gentiles. Esos eran ídolos: “tienen boca y no hablan... tienen ojos y no ven.., tienen orejas y no oyen... tienen nariz y no huelen... tienen manos y no tocan... tienen pies y no andan... no tiene voz su garganta” (Sal. 115). Esos no son dioses: Las fuerzas humanas no son dioses... el poder humano no es Dios... “Nuestro Dios está en el   cielo y lo que quiere lo hace”. Este sí que es el Dios verdadero, el que es capaz de hacer lo que quiere y llevar adelante sus planes de salvación...

Y María podría seguir recitando el salmo que sin duda, tantas veces habría rezado con los demás en la sinagoga, pero cuyo sentido profundo iba comprendiendo ahora: “Israel confía en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. La casa de Aarón confía en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. Los fieles del Señor confían en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. Que el Señor os acreciente a vosotros y a vuestros hijos” (Sal. 115).

       La fe de María la ha llevado a una conclusión: PARA DIOS NO HAY NADA IMPOSIBLE. Era la misma conclusión a la que había llegado Abraham: “Es que hay algo imposible para Yahvé?” (Gen. 18, 14). Es la misa conclusión a que han de llegar los que tienen fe y quieren vivirla.

       Porque la llamada que Dios hace a María y la que hace a todo hombre no pueden realizarse con fuerzas humanas. De ser así, Dios llamaría a pocos, a los mejores. Dios tendría que hacer una selección muy rigurosa de sus colaboradores.

       Pero Dios, el Dios verdadero, no es así. Dios se ha manifestado a lo largo de la historia llamando al tartamudo, al tímido, al anciano, a la estéril, al hambriento. Porque las actuaciones de Dios son para desplegar la fortaleza de su brazo y dejar campo abierto a su poder. Quiero creer en ti Señor, como creyó María.

       Creo, como ella, que eres Tú el que me hablas. Creo que me llamas. Creo que quieres unirte a mí, que quieres vivir dentro de mí y que me admites a vivir en Ti y contigo. Creo que en esto está la salvación. Creo que en mi colaboración a tus planes está la salvación de los demás.

       Que soy débil, que soy inútil, que tengo resistencias serias a tu voluntad, que soy un superficial, que rehúyo comprometerme, que no quiero quemar mis naves, que no valgo...etc, todo eso me lo sé de sobra. Para ello no necesito tener fe, porque lo experimento y palpo en cada momento.

       Pero precisamente porque soy así necesito la fe de María. Porque tengo que dar un salto que supera mis fuerzas, porque tengo que vivir en un plano donde no se ve ni se palpa nada; porque soy llamado para realizar algo que me parece incompatible, y lo es, con mi incapacidad.

María, quiero felicitarte con Isabel, por tu fe: “Bendita tú, que has creído”. Bendita tú, porque has tenido fe, porque has creído que Dios te hablaba. Bendita tú, porque has creído que te hablaba para hacerse hombre en ti. Bendita tú, porque pensabas que Dios te llamaba a salvar a los hombres. Bendita tú, porque no preguntaste nada más que lo necesario para saber lo que tenias que hacer. Bendita tú, porque no dudaste del poder de Dios. Sí, bendita y mil veces bendita tú.

A mí, que intento seguir torpemente tus pasos, ayúdame a superar mis desconfianzas, mis complejos, mis cobardías, mis reticencias, mis retraimientos. Y también ayúdame a superar mis suficiencias y la confianza en mis cualidades humanas y mi creencia de que soy algo y valgo para mucho.

       Señor, como tu sierva María, quiero poner mi inutilidad bajo tu poder para colaborar a tus planes de salvación en la medida y en el   puesto a que soy llamado por Tí.

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“AQUÍ ESTA LA ESCLAVA DEL SEÑOR: HÁGASE EN MI SEGÚN TU PALABRA” (Lc. 1, 38)


       En el   corazón de María, donde había tenido lugar el diálogo profundo con Dios, se hizo la entrega a Dios. Y nadie se enteró. No hubo fotógrafos para tomar instantáneas de la ceremonia, ni grabaciones en directo para las emisoras, ni periodistas que lo diesen a la publicidad. Dios no hace obras sensacionales, pero sí hace obras maravillosas.

Una gota de agua es una maravilla, pero sólo cuando se mira con el microscopio. Una hoja de cualquier árbol es otra maravilla, pero luce menos que una bengala o un anuncio luminoso, que causan sensación. Nadie se enteró. Pero allí había comenzado a cambiar el mundo.

       ¿Qué había pasado? El Verbo era ya carne de nuestra carne y había comenzado su carrera humana partiendo desde Él punto cero, como todo ser humano que comienza esta carrera de la vida.

       Una mujer estaba haciendo expedito el camino al Verbo de Dios para que pudiera vivir con los hombres, sus hermanos. Una mujer le estaba dando manos de hombre para que pudiera trabajar y ganarse la vida como sus hermanos, y también para que pudiera abrazar a sus hermanos los hombres y tocar sus llagas y sus enfermedades.

       Una mujer le estaba dando ojos de hombre para que pudiera mirar las cosas que ven los hombres: los pájaros, las flores, el odio, al amor, los amigos y los enemigos. Una mujer le estaba proporcionando al Verbo de Dios unos labios para dar la paz, para decir palabras de ánimo, para llamar a los hombres a su seguimiento, para expulsar los demonios, para curar a los enfermos con sólo su palabra.

       Una mujer le estaba formando un corazón para compadecerse de la gente, para amar a las personas, para sacrificarse. Una mujer le estaba formando un cuerpo con el cual pudiera cansarse, y tener hambre, y sed, y morir, y resucitar por todos; un cuerpo que pudiera ser también pan que con nuestras manos pudiéramos llevar a la boca para recibir la vida de Dios.

       Una mujer estaba abriendo el camino para que en cada hombre, bueno o malo, culto o analfabeto, el Verbo de Dios pudiera vivir. Lo que por el bautismo iba a realizarse en cada hombre; lo que en la Eucaristía iba a realizarse en plenitud: “yo soy el pan de la vida, si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros… mi carne es verdadera comida… quien me come, vivirá en mí y yo en el”, había comenzado a ser posible en una mujer. Y todo esto, en silencio, sin ruido, sin aspavientos. Porque los hombres nos movemos siempre a nivel de apariencias. Pero Dios se mueve siempre a nivel de corazones, a nivel de profundidad.

       La reflexión que ha hecho la Iglesia en el   Concilio Vaticano II destaca que María no se contentó con dejar actuar a Dios. Su actuación no consistió únicamente en dar permiso a Dios para atravesar su puerta, sino que ella hizo todo cuanto pudo para lograr que Dios entrase por ella.

       No permitió solamente que se hiciese en ella la Palabra de Dios, sino que se brindó a realizarla ella misma. Porque la Palabra de Dios nunca se hace carne ella sola. Se hace carne solamente cuando han coincidido dos voluntades, la de Dios y la del hombre, para querer lo mismo, y cuando cada una de las voluntades ha aportado de su parte cuanto puede.

       Dios no es un ladrón que a la fuerza intenta arrebatarnos lo nuestro. Dios no se acerca al hombre para quitar nada, sino para enriquecer. Pero tampoco enriquece con su don, si el hombre no quiere positivamente recibirlo y está dispuesto a trabajar por recibirlo.

       Por eso, la colaboración activa indaga, pregunta, se interesa por los planes de Dios, intenta conocerlos. Pero no por curiosidad, sino para hacer lo que haya que hacer. La colaboración activa no se echa atrás ante lo imposible, no. Da el paso en la te hacia eso imposible.

La colaboración activa quiere positivamente lo que Dios quiere, se sacrifica voluntariamente lo que sea preciso. Esta colaboración activa es la línea que escoge María para actuar a lo largo de toda su vida. Para ella, el hágase equivale a un yo deseo que así haga la Palabra de Dios, me encantaría colaborar con la Palabra de Dios, ojala no sea yo obstáculo, haré lo que esté en mi mano para que así sea.

       Quiero creer, Señor, que todo acto hecho en Cristo por Él y en el  es salvador. Se nos escapa el dónde, el cuándo y el cómo, pero quiero creer que sirve para la salvación de mis hermanos. Por eso mi vida tiene un sentido, y cuanto hago tiene un sentido: JESÚS.

       Cuando el ángel se volvió al cielo, María siguió haciendo lo mismo de antes, pero lo hace ya en Cristo y por Cristo, y Jesús en el  la y por ella. De este modo se había convertido en corredentora que aportaba toda su actividad a los planes de salvación de Dios.

       No quiero, Señor, hacer o dejar de hacer porque hacen o no hacen los demás. Yo quiero hacer lo que debo. Yo quiero responder a mi llamada personal diciendo como María mi hágase: haré lo que mi Dios, en el   cual creo, espera de mí. Intentaré con todas mis fuerzas colaborar a los planes de salvación que Él me vaya revelando. Señor, voy entendiendo que decir un SI a tu Palabra es algo difícil, pero que de verdad me salva y salva a los demás.

Yo sé que cuando te digo un SI, nadie va a enterarse ni alabarme, nadie va a publicarlo, ni falta que hace. Pero estoy convencido que cuando hago eso, la historia realizada en María se repite en mí: soy puerta que se abre para que Tú entres al mundo de nuevo. Y si Tú entras de nuevo en el   mundo, siempre es con el mismo fin: «por nosotros los hombres y nuestra salvación». No sólo por mi salvación, sino también por la salvación de todos.

       María cambió el mundo, pero ella no lo vio. María fue la primera que comenzó a llevar a Dios en sus entrañas, pero ella siguió siendo la misma para los demás, no florecieron los rosales de la casa ni los que trabajaban en los campos vieron bajar el Misterio a su seno, ella tampoco, pero lo sintió. Pero ella había creído y el Verbo empezó a ser en su seno.

       Más tarde, Jesús trabajará y sudará por los hombres y nadie lo sabrá ni lo agradecerá. Dará voluntariamente su vida por todos, y los hombres seguirán sin enterarse. Estamos ante un misterio de fe, y yo, con mi impaciencia, quiero hacer cosas y cosas y constatar inmediatamente sus resultados.

Ella siempre creyó que su hijo era Hijo de Dios y permaneció junto a Él en la cruz, cuando todos le abandonaron, menos Juan que había celebrado la primera Eucaristía reclinando su cabeza sobre su pecho y había sentido todos los latidos de la divinidad, llena de Amor de Espíritu Santo a los hombres.

       Quiero creer, Señor, como María y hacerme esclavo de tu Palabra. Quiero decir que sí, como tú, María, porque ninguno de estos sí dados a Dios se pierden. Todos son salvadores, y hay que fiarse siempre de Dios, aunque nada externo cambie, aunque no sepamos cómo, ni cuándo, ni dónde Dios lo cumplirá, pero son salvadores, porque el Verbo de Dios se hace hombre por salvarnos en el   sí de sus hermanos.

Martes, 15 Febrero 2022 09:53

(VSTEV) RETIRO ESPIRITUAL DE ADVIENTO

(VSTEV) RETIRO ESPIRITUAL DE ADVIENTO

(Cristo de las Batallas, 12 diciembre 2009)

         1. REZO DE VÍSPERAS

         Somos Iglesia de Cristo, del Arciprestazgo de Plasencia, reunidos en el nombre del Señor, para hacer este retiro espiritual de Adviento. Nos hemos retirado en oración para preparar la Navidad, el nacimiento del Hijo de Dios entre los hombres, entre nosotros.  Empecemos este retiro rezando la oración oficial de la Iglesia, la que hacemos todos juntos como Iglesia sacerdotal y cuerpo de Cristo, oración litúrgica y comunitaria.

Del Verbo divino, la Virgen preñada- viene decamino ¿le daréis posada? Sí, ciertamente y por eso nos hemos reunido en oración, en retiro y desierto espiritual para hacer este retiro de Adviento. Pedimos a la Virgen que nos ayude a vivir este adviento como Ella lo vivió, fue la que mejor se ha preparado para la Navidad.

Se lo pedimos cantando: SANTA MARÍA DE LA ESPERANZA, MANTÉN EL RITMO DE NUESTRA ESPERA

                              MEDITACIÓN PRIMERA

QUERIDAS HERMANAS Y HERMANOS: En esta primera meditación quiero hacer y responder brevemente a tres preguntas:

1ª ¿Cuál es el origen de la Navidad cristiana?

El amor de Dios.

A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada,  solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe en su mismo Serse infinito, fuera del antes y después, fuera del tiempo. Hubo un tiempo infinito, que no es tiempo sino eternidad, en que no existía nada, sólo Dios en sí mismo, en su eternidad de ser y felicidad infinitas.

Y este Dios, que por su mismo ser infinito es inteligencia, fuerza, poder.... cuando S. Juan quiere definirlo en una sola palabra, nos dice: “Dios es amor”, su esencia es amar,  y si dejara de amar, dejaría de existir. Podía decir San Juan también que Dios es fuerza infinita, inteligencia infinita, porque lo es, pero él prefiere definirlo así para nosotros: Dios es Amor.

Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo...piensa en otros seres posibles para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad, piensa en el hombre, en ti, en mí. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es  y subsiste, piensa desde toda la eternidad en  crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él  y por Él y como Él.

San Juan, en su primera carta, lo expresa así, completando el texto anteriormente citado: “Dios es amor...  en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Dios nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

Por eso, en esto del ser y del amor y de existir, la iniciativa siempre es de Dios. El hombre, cualquier criatura, cuando mira hacia  Dios, se encuentra con una mirada que le ha estado mirando con amor desde siempre, desde toda la eternidad. Esto es lo que descubren los místicos, las almas de oración profunda cuando llegan hasta Dios por la oración. Todo amor y toda existencia en el hombre, es reflejo del amor de Dios. No existía nada, solo Dios. Todo ser y amor tiene su origen en Dios.

Y todo esto lo empezó Dios a realizar en nuestros primeros padres: Adán y Eva, y los creó en un paraíso, donde Él bajaba todas las tardes a hablar con ellos hasta que llegara el tiempo de la eternidad. Y así sería en todos los hombres nacidos de este primer proyecto de amor de Dios. Dios nos amó primero en sí mismo, en el seno trinitario; Él nos soñó desde toda la eternidad para vivir en su misma esencia y felicidad infinita y nos creó en el sí de amor de nuestros padres y ya no dejaremos de existir porque somos eternos. Pero ya sabemos la historia. El demonio disfrazado de serpiente engañó al hombre y destrozó este primer proyecto de amor. Y esto no es imaginación mía, lo dice la primera página de la Biblia y lo confirma también san Pablo en un himno maravilloso de la carta a los Efesios: Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, porque Cristo es el Verbo, la inteligencia, la idea de Dios y en ella el Padre no ve y ama con amor de hijos en el Hijo por su Amor Infinito que el Espíritu Santo.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 3-6. 11-12

“Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de creación el mundo, para que fuésemos santos
e irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya, a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.
Por su medio hemos heredado también nosotros.
A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad.
Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria”.

Queridos hermanos: Todo esto es verdad, es la Verdad de Dios que es su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Palabra, canción de amor en la que el Padre no ha dicho y cantado todo lo que nos ama con amor eterno de Espíritu Santo. Y apoyado en esa Palabra, que es Cristo, que nos ha revelado todo este misterio de amor con su nacimiento, con su venida a la tierra, podemos saber, creer, y, sobre todo, gozar, experimentar lo que os voy a decir de una forma más vulgar y sencilla.

MEDITEMOS:  

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA. Dios me amó primero, como nos dice san Juan. Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en  una eternidad dichosa,  que ya no acabará nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora.“En el principio ya existía la Palabra... (La Palabra es el Hijo)nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3). Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mí. El salmo 138, 13-16, lo expresa maravillosamente: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son  admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero. ¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto!”.

SI EXISTO, SI TU EXISTES, ES QUE DIOS  ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mi y me ha preferido...Yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Que bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que El fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3).

         Es un privilegio el existir. Expresa que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser hombre, mujer. !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado». (G. Marcel).

SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite, Dios es infinito en su ser y amor y felicidad. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida, porque  nos ama y esto le hace feliz.

Con qué respeto, con qué cariño  tenemos que mirarnos unos a otros... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean, vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios. Y a la luz de esto tú mira ahora el aborto, y otras leyes actuales. Son contrarias totalmente al proyecto y concepto de Dios sobre el hombre, sobre la vida, sobre el hermano.

SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ, a ser amado y amar por el Dios Trino y Uno; este es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que desean morirse para estar con Dios, pero porque lo viven y lo experimentan realmente, se le impone esta vivencia de la vida y existencia de Dios: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros”

2ª Pregunta que quiero hacer con vosotros: ¿Por qué existe la Navidad cristiana, la venida salvadora del Hijo de Dios a este mundo, entre nosotros, los hombres?

Cito nuevamente el texto de san Juan: “Dios es amor...  en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Dios nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

La respuesta a la primera pregunta está “en que Dios nos amó primero”.  La respuesta a la segunda pregunta: ¿Por qué existe la Navidad?  Está: “y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.  El primer proyecto de eternidad feliz con Dios eternamente se destrozó con el pecado de nuestros primeros padres; entonces Dios quiso recrearlo o hacer una segunda creación enviándonos a su propio Hijo, que nació en Belén de la Virgen María. En la misma caída por el pecado Dios nos promete la segunda recreación. Todo el A.T. es una renovación de esta promesa por medio de los profetas, por eso los leemos tanto en este tiempo de adviento hasta que llega el Enviado, el Nuevo Testamento, que es Cristo:

Establezco hostilidades entre tu estirpe y la de la mujer

Lectura del libro del Génesis 3, 9-15. 20

Después que Adán comió del árbol, el Señor llamó al hombre:
- «¿Dónde estás?»
Él contestó:
- «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.»
El Señor le replicó:
- «¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer?»
Adán respondió:
- «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto, y comí.»
El Señor dijo a la mujer:
- «¿Qué es lo que has hecho?» Ella respondió:
- «La serpiente me engañó, y comí.»
El Señor Dios dijo a la serpiente:
- «Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo: te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón. »


         Esta historia que provocó la Navidad cristiana, porque fue la reacción de un Dios Amor que no dejó al hombre caído, es la historia actual de España que tiene que obligarnos a nosotros a provocar el amor Dios para que colaboremos con Él en que las serpientes de los políticos no destruyan la fe cristiana, el cristianismo, el sentido cristiano del hombre y la mujer, del matrimonio, de los hijos... los políticos actuales, algunos, los que mandan ahora, quitan los crucifijos, la enseñanza religiosa, el concepto que Dios tiene del hombre, de los hijos, del matrimonio y ponen e imponen leyes que van contra Dios, el evangelio: separaciones, divorcios, abortos, eutanasias, y al quedarnos sin Dios, nos estamos quedando sin amor y al quedarnos sin amor estamos todos más tristes: las familias más tristes, los hijos más tristes, los vecinos que se quieren y se ayudan ya no existen, no nos queremos, domina el maligno en nosotros sobre el amor de Dios.

         - «Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo: te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón. » España ahora se está arrastrando por el fango de la corrupción moral, por el fango de pecados horribles en el vientre materno, y estamos comiendo mierda y suciedad repugnantes de abortos, separaciones, pecados de la carne, se ha matado la conciencia, la moral, no digamos la moral cristiana, el evangelio de Cristo, por personas incluso que dicen amar a Cristo, qué hipocresía manifiesta, qué incoherencia... tenemos que reaccionar, ayudar a nuestros pastores, a Cristo para que la vida, el amor matrimonial para siempre entre hombre y mujer, no entre mujeres y hombres sea respetado... Si es que creemos y amamos a Cristo.

         Esta Navidad debe ser una toma de conciencia, como Adán y Eva, de que nos estamos quedando desnudos, fríos, sin belleza de amor y amistad, sin trascendencia y eternidad; la Navidad nos hace pensar en el primer pecado provocado porque el hombre no quiso cumplir los mandamientos de Dios y quiso él personalmente comer del árbol del bien y del mal, decir lo que está bien y mal; la navidad nos recuerda cómo fue provocada por el amor de Dios ante el pecado del hombre de entonces y de todos los tiempos y nos dice que Dios sigue amando y perdonando al hombre; nos tiene que hacer volver y vivir con más fuerza los mandamientos del amor a Dios y a los hermanos, de no dejarnos seducir por las serpientes actuales, los enemigos de Dios y del hombre actuales disfrazados de políticos y artistas y cantamañanas televisivos que no quieren aceptar a Dios ni a Jesucristo ni el evangelio,  que condena sus vidas y pecados, y los políticos nos incitan a creernos igual a Dios, seréis como dioses, si no le obedecéis, y nos dejan  desnudos de Dios, de amor, felicidad, nos sentimos solos en medio de la multitud de los hombres, escondidos en el mundo sintiendo vergüenza de confesarnos y manifestarnos como católicos ante el mundo. Esta España nuestra está perdiendo la conciencia, la moral, el evangelio, la ley natural impuesta por Dios en las criaturas, no digamos la moral cristiana,  y con ella el amor de Cristo, el evangelio, el amor a los hermanos, como Él lo mandó

3ª Pregunta: ¿Qué nos dice o enseña a todos nosotros, los creyentes, la Navidad, cómo debemos nosotros celebrar la Navidad Cristiana?

" Díjoles el ángel: os anuncio una gran alegría que es para todo el mundo: os ha nacido un salvador, que es Cristo el Señor.

 SI DIOS NACE ENTRE NOSOTROS, YA ES   NAVIDAD. SI DIOS NACE Y ES NAVIDAD, DIOS NO SE OLVIDA DEL HOMBRE. SI DIOS NACE Y ES NAVIDAD, DIOS SIGUE AMANDO AL HOMBRE. SI DIOS NACE Y EXISTE LA NAVIDAD, LA VIDA TIENE SENTIDO Y EL HOBRE TIENE SALVACION. SI DIOS NACE Y ES NAVIDAD, TODO HOMBRE ES MI HERMANO. SI DIOS NACE, EL HOMBRE SE HACE ETERNO.

  "Tanto amó Dios al mundo, que le entrego su propio Hijo, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.”

Si es Navidad este año Y HABRÁ NAVIDAD, quiere decir que Dios sigue amando al Hombre; si Dios nace, quiere decir que Dios no se olvida del hombre; si  Dios nace, el mundo tiene salvación, no debemos desesperar; si Dios nace, todo hombre es mi hermano y el hombre vale mucho, vale infinito, vale una eternidad. Somos más que este espacio y este tiempo, para eso ha nacido Jesucristo, PARA DECIRNOS ESTO Y REALIZAR ESTE PROYECTO PROMETIDO POR EL PADRE. Si Cristo nace, sí hay Navidad, Dios me ama, Dios me ama, Dios me ama: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn  3,17).

Hermanos y hermanas, creamos, creamos en la Navidad, creamos en Cristo, preparemos la auténtica navidad cristiana, que es Cristo, oración, vida de amor y fraternidad familiar, vecinos, enfermos, recemos, confesemos nuestros pecados y comulguemos con la vida y el amor de Cristo.

La navidad nos enseña que Dios no se olvida del hombre, que Dios ama al hombre, que Dios perdona al hombre. La navidad nos hace

1.- Constatar la grandeza de existir y ser hombre,  y convencerme de que existo por y para amar y ser feliz en Dios, para valorarme y autoestimarme. Valorar también a los demás, sean como sean, porque son un proyecto eterno de amor de Dios. Amar a todos los hombres, interesarme por su salvación, especialmente mis hijos, porque la vida en Dios es más que esta vida, es la eternida. Si es Navidad Dios sigue amando al hombre y salvándolo. Tengo que vivir y hablar a los míos, a mi gente, a todos, lo que es la Navidad cristiana, fiesta del amor y del perdón y de la salvación de Dios.

         2.- Sentirme amado por Dios en la Navidad, por ese niño Dios que nace que viene a mi encuentro para abrirme las puertas del cielo, de la felicidad en Dios. Aquí radica la felicidad del hombre. Todo  hombre es feliz cuando se siente amado, y  es así porque esta es la esencia y manera de ser de Dios y  nosotros estamos creados por Él a su imagen y semejanza.  No podemos vivir, ser felices, sin sentirnos amados. Dios nos ama. Amemos y sintámonos amados: Esposos, hijos, familiares, vecinos, necesitados, enfermos, centros de ancianos, personas olvidadas... En la navidad y por la navidad sintámonos amados por Dios y desde este amor, amemos a todos.

CANTO: De rodillas, Señor, ante el Sagrario, que guarda cuanto queda de amor y de unidad...

EXPOSICIÓN DEL SEÑOR

ORACIÓN DEL AÑO SANTO SACERDOTAL Y BERZOCANIEGO

SEGUNDA MEDITACIÓN

LA NAVIDAD

         En esta meditación responderé a una cuarta pregunta: ¿cómo preparar la Navidad, cómo vivir el adviento cristiano, por dónde vendrá Cristo en esta Navidad? Pues como en la primera navidad: vendrá por la Virgen, pero por María en oración como la sorprendió el arcángel Gabriel cuando la dio la noticia de parte de Dios y con su fiat, dicho desde el diálogo con la palabra de Dios que le trajo Gabriel, empezó la Navidad en su vientre por la potencia de Amor de Dios, que es el Espíritu Santo y orando continuó ya siempre con el Hijo de Dios, el Verbo de Dios que nacía en sus entrañas.

         HERMANOS Y HERMANAS, TRATEMOS DE VIVIR EL ADVIENTO EN ORACIÓN CON MARÍA Y COMO MARÍA, QUE ES EL ÚNICO CAMINO VERDADERO Y EFICAZ. Y ORAR ES AMAR Y CONVERTIRSE  A CRISTO, ES CREER Y VIVIR PARA CRISTO COMO MARÍA LE AMÓ Y ESPERÓ Y VIVIÓ.

         Porque como repito muchas veces en estos días: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón por un más grande amor, todo habrá sido inútil, no será Navidad en nosotros; hay que orar la navidad, hay que meditar la navidad en este tiempo de espera, de adviento: el Adviento será tiempo inútil, no aprovechado, no vivido, no ha existido en nosotros, si no ha habido espera amorosa en ratos de oración, de meditación, de lectura espiritual, , si no aumenta su presencia en nosotros por el deseo del Señor y trato de amistad de oración eucarística, ante el Sagrario, misa y comunión eucarística de amor, por un adviento vivido con deseos de mayor unión con Cristo, de experiencia de amor por la oración afectiva; si no hay oración personal, no basta la oficial, no habremos vivido el adviento cristiano.

CRISTO VENDRÁ A NOSOTROS EN ESTA NAVIDAD POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO EN MARÍA

         La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por obra y potencia de amor del Espíritu Santo. Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplándole en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas y parajes de Palestina sin mirarlos, porque Ella ya solo miraba y contemplaba el paisaje y la hermosura de ese niño que nacía en sus entrañas. Y encontrando a Isabel, continuó en oración dialogada con su prima, en diálogo de fe y esperanza, que  remató con la oración de alabanza del Magnificat “proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra...”, Magnificat que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría y gozo filial, de amor de Espíritu Santo a su Madre para que lo pronunciara fuerte y convencida, confirmándole que era verdad todo lo que decía y proclamaba, ya que no estaba bien que hiciera milagros antes de salir de su vientre; así que una parte del Magnificat se la debemos a Él y otra a María, de la misma forma que el pan eucarístico, que es también cuerpo y sangre de María, se lo debemos a María; por eso, el pan eucarístico, el cuerpo eucarístico de Cristo tiene perfume, olor y sabor de María, de carne y sangre de María, de la madre, como vuestros hijos tienen vuestra sangre y carne y ojos y ...

         Queridos hermanas y hermanos, a vosotros, almas creyentes y cultivadas, no os basta cantar villancicos y hacer Belenes en casa o en la parroquia; tenéis que orar, mirar a Cristo orando, pasar ratos de silencio meditativo ante Él como María. Para vosotros, ya iniciadas en la fe, sin oración meditativa, afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, no hay encuentro de amor con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren champán y haya reunión y cena familiar. Cristo siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración, como María y todos los santos que han existido y existirán, como vosotros. No basta ser cristianos, hay que orar, hacer oración personal. Estos días de Adviento y los de Navidad son para orar mucho, para pasar en silencio del mundo y de las cosas muchos ratos con Cristo Eucaristía.

         Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremo, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sin decir palabra, sigue diciéndonos a todos nosotros con su sola presencia: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.  Pero esto sólo se puede escuchar y sentir y vivir y gozar por la oración, por ratos de contemplación afectiva ante el Cristo de nuestros sagrarios, a veces un trasto más de la Iglesia sin ser amado y creído y adorado.

1.-  NECESIDAD DE ORAR PARA COMPRENDER LA NAVIDAD.

         ¡Dios mío, Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre -- ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?—has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

         Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. El creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más para amar más, porque esta enfermedad de amores y ansias infinitas de Dios ya no se cura sino con ratos de oración y de amor en su presencia; es imposible de contener y controlar esta corriente impetuosa y viva de amor; el alma creyente,  llagada de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, razones, motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor. (Decir una jaculatoria eucarística mía)

         ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad! Tú nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Que es verdad la eternidad, que Cristo está aquí en el pan, el mismo Hijo de Dios, creador de todas las cosas, qué gozo, que suerte ser católico, creer, amar a Cristo. Mirad la Navidad:  Es Dios amando apasionadamente a los hombres, que viene en nuestra búsqueda para abrirnos las puertas de la amistad y eternidad con Dios. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

         Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estas cosas, estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

         La Encarnación, la Navidad es Cristo hecho hombre; la Eucaristía es Cristo hecho un poco de pan por el mismo amor de la Navidad; el mismo Cristo, la misma carne, el mismo amor que le llevó a encarnarse y dar su vida por mí. Yo sé, Señor, que eso no se comprende, no se puede comprender, hasta que no se vive. Por eso te pido amor. Solo amor. El amor conoce los objetos por contacto, por hacerse llama de fuego y amor con la persona amada, por unión y <noticia amorosa>, <contemplación de amor>. Por eso necesito oración para pedirte amor, hablarte de amor y con amor y comprenderte <en llama de amor viva, que hiere de mi alma, en el más profundo centro... pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro>.

         La oración es la experiencia de la fe. Sin oración, sin ratos de silencio, de oración junto al Sagrario, contemplando a Dios, hecho hombre por amor extremo, no se puede comprender nada o muy poco de la Navidad. Para comprender estas cosas del amor infinito de mi Dios Trino y Uno: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito,” necesito entrar dentro de la intimidad de mi Dios Tri-Unidad, que es Amor, y sorprenderlos en Consejo trinitario, cuando decidieron amarme de estar manera, amar a los hombres por el Hijo hasta el extremo de hacerse uno totalmente igual a los que amaba y buscaba.

         Necesito ver el rostro del Padre entristecido por el pecado de Adán y por la amistad perdida con el hombre, con el que quería pasear en el paraíso todas las tardes de la vida y que ya no podría entrar dentro de sí mismo, en su misma felicidad esencial y trinitaria, para la que fue creado, por el pecado de Adán, que nos llevó fuera del paraíso de su amor y compañía. Aquella vez no fuimos dignos y fuimos echados del paraíso de su amistad. Por la oración eucarística puedo oír al Hijo que viendo al Padre entristecido en el seno trinitario por el pecado que impedía a sus hombres creados para la felicidad eterna... le dijo: Padre, no quieres ofrendas y sacrificios...

         Sin amor, sin noticia amorosa de Dios, sin oración, al menos afectiva, mejor, oración contemplativa, no se puede comprender el misterio, los misterios que vamos a celebrar estos días. En ratos de soledad y oración y contemplación ante el Sagrario quiero alabar, bendecir y glorificar al Hijo de Dios por haberme amado hasta este extremo y por haber aceptado todas las consecuencias de su Encarnación. Quiero corresponderle con mi amor, quiero amarle tanto que no se arrepienta de lo que hizo; quiero agradecerle a mi Dios este modo de existir con presencia de Amigo entre los hombres en la humanidad de Jesús de Nazaret. Quiero proclamar con memoria agradecida algo que excede toda consideración racional: que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es Dios de una manera humana y, al mismo tiempo, es hombre de una manera divina.

2.- CRISTO VENDRÁ POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN CONVERSIÓN, COMO EN  MARÍA

         “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”.Así respondió María al ángel, a la maternidad que le anunciaban, porque sus pensamientos y su planes no eran esos. Pero se convirtió totalmente a la voluntad y a los deseos de Dios, como nosotros tenemos que hacer en nuestras vidas, cuando sus planes no coincidan con los nuestros. Hemos de responder como María: “Aquí está el esclavo/a del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

          “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

         Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de demostrarlas o comprobarlas con la razón; y porque nos fiamos más de nuestros propios criterios que de lo que Dios nos habla. Y Dios supera todas nuestras capacidades de comprender y de amar.

         Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano,  y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas; es el rechazo de la conversión que Dios exige para podamos captar y vivir y comprender sus planes de amor total y gratuito. Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión de nuestra soberbia, egoísmos, criterios, actitudes de comodidad e individualista, nos obliga a la caridad fraterna, a la humildad como Cristo que dijo aprended de mí, no a realizar milagros ni grandes cosas, sino aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. Y siendo Dios, se hizo hombre, se hizo pequeño por amor al hombre. El amor le convirtió en hombre y a los hombres nos convierte en hijos  de Dios.

Necesidad de la conversión.

La liturgia de estos días nos invita a allanar y enderezar los caminos del encuentro. En este tiempo debemos convertirnos más a Dios: Convertir es dejar de mirar en una dirección para hacerlo en otra. Dios debe ser lo primero y absoluto de nuestra vida, todo lo demás, relativo:Tenemos que convertirnos a Dios y no convertir el mundo y sus criaturas en dioses, ídolos que adoramos y servimos. Tenemos que convertirnos de tanta idolatría.

El ateísmo ha matado a Dios en el corazón de muchos hombres y familias; sin Dios, no hay amor, amor duradero y para siempre entre esposos,  no hay ayuda para los ancianos y mayores, que no nos pueden dar nada, no hay respeto a todo hombre por ser hijo de Dios. El mundo necesita convertirse, volver a Dios, mirar a Dios como lo único necesario, lo absoluto y primero de la vida y de la existencia del hombre sobre la tierra.

         Frente a los laboratorios de la inmoralidad, de la increencia, del laicismo militante que son la televisión y ciertos medios de comunicación social actualmente, no desesperemos y esperemos siempre en el Señor, porque vendrán nuevamente tiempos mejores, porque Dios no deja de enviar a su Ungido, porque nunca dejará de existir la Navidad Cristiana.

         Y si hay Navidad es que Dios sigue amando y perdonando al hombre, sigue buscando al hombre por amor gratuito. Dios no necesita del hombre; es el hombre el que necesita de Dios. Por eso él viene en nuestra búsqueda, por eso, la Navidad. Celebremos la Navidad. Se acerca nuestra liberación. Proclamemos esta buena nueva, la mejor noticia para este mundo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad”.

         Y dijo Dios: Habrá salvación y eternidad para los hombres, enviaré a mi Hijo para una segunda creación y habrá Navidad, unión entre Dios y los hombres; vamos a ver si ahora se resiste el corazón de los hombres, vamos a ver si ahora puede haber alguno que dude de mi amor. Dijo nuestro Dios infinito, en consejo trinitario: vamos a manifestar nuestra predilección y amor por el hombre de una manera tan clara e irresistible, que el hombre no tendrá más remedio que rendirse ante nuestro amor, porque los hará a todos los hombres hijos de vida y felicidad  eterna en el Hijo; diré palabras tan tiernas y estremecedoras, les daré pruebas de mi amor tan manifiesto y extremo, con signos tan palpables de mi entrega y deseos de amistad, les haré gestos tan evidentes de mi amor loco y gratuito por el hombre, que los hombres no tendrán más remedio que creer en nuestro amor, amarnos y entrar en la amistad trinitaria, el máximo gozo del que pueden participar.   

Vamos a ver:

         -- Tú, querido hombre, eres tremendamente celoso de tu dignidad humana, de tu puesto social, de tus conquistas, de tus cargo y honores; pues bien, yo, aunque soy Dios, y no necesito nada del hombre, me haré hombre para salvar a la humanida de todas su limitaciones y hacerla heredera de Dios; superaré la distancia entre criatura y Dios.

         -- Tú te pasas toda la vida buscando grandezas, honores, títulos, puestos elevados… pues bien, yo me rebajo, los pierdo todos por tí, y de Dios me hago criatura para conquistarte y hacerte divino, hijo verdadero de Dios.

         -- Tú, querido hombre, buscas la felicidad a toda costa; quieres ser feliz. Pues bien, yo que soy la felicidad infinita, la dejo en el cielo y acepto tu humanidad débil y vengo a la tierra a ofrecerte la felicidad y la amistad esencial de mi Padre en el mismo Espíritu Santo, se la ofrezco a todos los hombres de buena voluntad; y para eso estoy dispuesto a sufrir lo inaudito y sé lo que me espera y lo hago gozoso únicamente para que tú seas feliz. Yo sufriré lo indecible para que tú sea feliz.

         -- Tú no quieres morir, tú buscas ser feliz, vivir siempre, ser eterno como Dios; pues bien, yo me hago tiempo para comunicarte mi eternidad; yo vengo a morir por el hombre para que tú vivas siempre y seas eterno.

         Y vamos a ver ahora si, al hacerme hombre y niño indefenso, ese corazón del hombre es capaz de vibrar, de amarme, de agradecerme todo el bien que le traigo; vamos  a ver si es capaz de resistirse a mi amor, vamos a ver si tiene corazón para mí…Y como el enamorado que no repara en su entrega, cuando verdaderamente siente la pasión de amor por su amada, el Hijo de Dios infinito se lanza a esta conquista y viene a la tierra. Yo iré y le hablaré al hombre en su corazón, ese corazón que ha sido tan duro para mí y empezará a sentir mi amor; cambiaré ese corazón tan sensible para los afectos puramente terrenos y los placeres mundanos y le hablaré con palabras tan dulces y gestos tan llenos de amor que no podrá resistirse.

         Queridos hermanos: Y ¿cuál es nuestra respuesta? ¿Cuál ha sido la respuesta del hombre? ¿Cuál es nuestra respuesta a tanto amor de Dios? Que responda cada uno por sí mismo… Cómo vamos a hablar de respuestas cuando muchos de los cristianos ni vienen a misa estos días para agradecérselo, ni confiesan ni comulgan estos días para amar y abrazar a Jesús, todo amor y ternura por nosotros, ni tienen una oración ni un gesto ni una mirada de amor… No hay ni respeto al misterio, que en muchos escaparates han profanado con cerditos puestos en la cuna en lugar de un niño. Y otros muchos tienen una navidad pagana, llena de champán y turrones, pero ausente de amor y admiración y adoración por el Niño que nos nace; una navidad sin Dios.

         Queridos hermanos, que al menos nosotros no le fallemos a Cristo, que comprendamos su amor, que nos acerquemos a recibirlo bien dispuestos en cuerpo y alma, que no te quedes en los turrones y villancicos, sino que pases a una oración y comunión fervorosas, que vayas a la busca del Dios que viene a buscarte. Te busca a ti, a ti en concreto, a cada uno en particular, no en serie. Éste es el sentido de la Navidad para cada uno de nosotros; éste debe ser nuestro anhelo y la celebración de este misterio: el encuentro personal con Jesucristo, Hijo de Dios Encarnado. Nuestra respuesta será: Dios me busca y yo quiero encontrarme con Él; porque en la Navidad Cristo busca el encuentro personal y afectivo con cada uno de nosotros. Navidad es caer de rodillas ante el Niño y decir: creo, creo y amo y espero.

         Creo que este Niño es la revelación del amor de Dios, su  Palabra de ternura infinita, pronunciada para nosotros, reveladora de todo lo que el Padre nos quiere decir, de todo lo que me ama y me quiere; Jesucristo Niño es la revelación de su Palabra llena de amor para mí. Y yo amo esta manifestación, esta Palabra de amor pronunciada por el Padre para mí. Y espero, espero totalmente, confiado en su verdad y amor.

Por ser Navidad, espero, deseo y quiero vivir en paz con Dios y los hermanos; me esforzaré por agradar y complacer a este Niño y quiero ser la felicidad de este Niño y hacer felices a los que conviven conmigo; por ser Navidad quiero acordarme de los más necesitados y tener espacios para la oración y la contemplación de este Niño, que es el Amor de Dios hecho carne humana; por ser Navidad y para que sea Navidad verdaderamente en mi alma, en mi corazón, quiero tener largos ratos de silencio y oración, de diálogos de amor, de preguntarle por tanto amor como me tiene y me manifiesta en la Encarnación y en la Navidad.

CANTO: Te adoro, Sagrada Hostia....

BENDICIÓN DEL SANTÍSIMO

RESERVA

COMUNIÓN EUCARÍSTICA:

<<Sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida...>>

  • Le diste el pan del cielo
  • Que contiene en sí todo deleite

Oración: Oh Dios que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión...

 

Martes, 15 Febrero 2022 09:47

HOMILÍA DE ADVIENTO

HOMILÍA DE ADVIENTO

Queridos hermanos: Estamos en el segundo domingo de Adviento. Adviento es una palabra contrata que viene de advenimiento. Todo advenimiento, toda espera de alguien que viene supone una persona o acontecimiento que se acerca y por otra parte personas que salen a recibirlo. Si uno de los dos elementos falla, no hay advenimiento, no hay encuentro. Por eso es tan importante este tiempo litúrgico del Adviento cristiano, de la Navidad, porque aunque Cristo naciese mil veces si no hay encuentro personal de fe y de amor, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil. Aunque sobren felicitaciones, regalos, champán y turrones, no habrá navidad cristiana.
Como se trata de un encuentro, nos preguntamos: ¿por dónde vendrá Cristo esta Navidad?

POR EL CAMINO DE LA FE:

1).- “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas.., por qué ella y no otra... ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio.., qué iba a creer su esposo... qué diría la familia... ¿Y cómo será eso si no conozco varón? Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó solamente en la palabra de Dios que se encarnaba en ella, sin apoyaturas de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros.

   2).- Señor, yo creo en la Navidad cristiana. Yo creo que tú me has amado desde toda la eternidad, a mí en concreto, en particular. Si existo es que Tú me amas, me has tenido en tu mente y has pensado en mí, me has llamado a ser feliz en tu misma felicidad trinitaria y eterna y cuando este proyecto se rompió por el pecado de nuestros primeros padres, no nos abandonaste.., sino que tu Hijo, viéndote entristecido te dijo: Padre, aquí estoy yo para hacer tu voluntad…etc

3).- Por eso la Navidad es que Dios ama al hombre, viene en busca del hombre, es que Dios no se olvida del hombre; si es Navidad es que Dios sigue amando al hombre, la vida tiene sentido, sentido divino y trascendente, la Eternidad se hace tiempo para que el tiempo del hombres sea eternidad en el niño que nace. Por eso estos días de Adviento son para creer y vivir personalmente estos misterios de Dios, pasar de la fe heredada a la fe personal, son día de orar y pedir esta fe para poder creer tanto amor.

¡Dios eterno! creo, creo, creo. Y me alegro de que existas y seas tan grande, tan infinito de vida y amor. Dios existe y nos ama. Eso es Navidad.

Por eso estos días de Adviento son para creer y vivir personalmente estos misterios de Dios, pasar de la fe heredada a la fe personal, son día de orar y pedir esta fe para poder creer tanto amor.

¡Dios eterno! creo, creo, creo. Y me alegro de que existas y seas tan grande, tan infinito de vida y amor. Dios existe y nos ama. Eso es Navidad.

JUAN EL BAUTISTA.

Queridos hermanos: todos los años, cuando el otoño está avanzado y se acerca el invierno, cuando se caen las hojas de los árboles y los pájaros de nuestra tierra tan fría emigran a regiones más cálidas, viene Juan el Bautista a enderezar los caminos de encuentro con Cristo en la Navidad. Siempre me ha impresionado la figura frágil, pero a la vez recia, de este profeta de todos los tiempos, obstinado, recalcitrante, capaz de hablar a los poderosos religiosos y políticos de su tiempo, sin que se le trabe la lengua. Juan es como el cristal, transparente pero cortante:

Juan llega puntual cada año, viene a cumplir su misión de ser el precursor que nos anuncia y prepara para las fiestas que se acercan, para que verdaderamente sean Navidad cristiana, un encuentro de gracia y salvación con Jesucristo Salvador, mediante la fe, la conversión y la oración.

2.- Impresiona oír la voz tonante de Juan porque, en estos tiempos de consumismo, se atreve todavía a hablarnos de austeridad, de penitencia, de caminos que hay que enderezar y de valles que hay que rellenar.

3.-  Juan es un profeta, un profeta verdadero, no un profeta palaciego, oficialista, de esos que predican más mirando al aplauso de los poderosos o de la multitud que el bien y la salvación de los oyentes. Juan no es un profeta recio, exigente, verdadero, sobrecogedor, que lo arriesga todo por la misión que se le ha confiado, sin cansarse, sin desanimarse, hasta dar la vida.

4.- La Iglesia necesita profetas verdaderos como Juan, sacerdotes profetas, padres profetas, profesionales profetas, cristianos profetas que hablen abiertamñetne de su fe y no e averguencen ante los amigos, los vecinos, lo compañeros de trabajo,  que hablen mirando sólo a Dios, sin que se les trabe la lengua y busquen honores y cargos.

5.- “Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”. Es que el oficio de profeta verdadero no da para más.

Y acudía a El toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán. Es el premio del profeta de Dios.

CONVERSIÓN:

Juan predica la conversión, la conversión es querer amar a Dios sobre todas las cosas; y para- amar a Dios sobre todas las cosas lo primero es hablar con él siempre todos los días para recibir la gracia de preferirle a Él a nosotros mismos. Porque yo me amo tanto a mí mismo que me prefiero a Dios. Este es el pecado original. Por eso no olvidéis esto: Los verbos amar a Dios, orar y convertirse a Dios se conjugan igual. Y da lo mismo poner uno antes y otros después. Siempre se necesitan, tienen que estar juntos. Quiero amar a Dios, PORQUE NO LO NECESITO. Juan era el hombre del desierto, una voz que clama en el desierto, vivía en la soledad de la oración para convertirse y llenamos a todos de Dios. San Juan Bautista, el mayor de los nacidos de mujer, danos muchos y santos profetas. Los necesita la Iglesia de Cristo.-

         Adviento de cada día: al levantarme: teniendo a Dios en el fondo de todo mi vivir, decirle: qué puedo hacer por Dios; mejor decir a Cristo, qué podemos hacer juntos? Todos los días, siempre esperando a Dios a través de todos los acontecimientos, siempre esperándole… Adviento de cada día que nos prepara para el último, para el final de nuestros días, para el día de nuestro encuentro eterno en nuestra muerte del tiempo.

LA ORACION O ADORACION EUCARISTICA

 (TOMADO DE CONCEPCION GONZALEZ: LA  ADORACION EUCARISTICA.)

LA FE CATOLICA en la presencia real y substancial de Nuestro Señor Jesucristo bajo las apariencias sacramentales del pan y del vino eucarísticos tiene como consecuencia la adoracion de este misterio, objeto primordial y sentido de la Adoracion Nocturna. Para legitimar esta adoración ante el Santísimo Sacramento, a la vez que afirmar que la oración ante Jesús Sacramentado es el modo supremo y cumbre de toda oración, quiero, en primer lugar, explicar un poco desde la teologia bíblica y litúrgica este misterio, para que la Presencia Eucarística del Señor sea más valorada y vivida por los que nos sentimos verdaderamente  privilegiados al haber vivido siempre junto al Señor, confidente y amigo de toda la vida.

"¡Oh eterno Padre, exclama S. Teresa, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras! ¡Es posible que tu renura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos! ¿ Por qué ha de ser todo nuestor bien a su costa? ¿No ha de haber  quien hable por este amantísimo cordero? Si tu Hijo no dejó nada de hacer para darno a nosotros, pobres pecadores un don tan grande como el de la Eucaristía, no permitas, oh Señor, que sea tan mal tratado. El se quedó entre nosotros de un modo tan admirable...."

Y aquí el alma de Teresa se extasía... Ya sabéis que la mayor parte de sus revelaciones o visiones: "me dijo el Señor, ví al Señor... " las tuvo Teresa después de haber comulgado o en la presencia del Señor Eucaristía. Por esto, cuando Teresa define la oración mental parece que la define como oracion eucarística, como si estuviera mirando al Sagrario: "Que no es otra cosa oración mental sino estar a solas, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama."

Todas las liturgias orientales y occidentales rodean la consgración del pan y del vino, junto con la epíclesis y la anánmesis (explicarlo) de signos externos de adoración. Y el Concilio Tridentino recuerda que, si bien la eucaristía ha sido instituida por Cristo "ut suñmatur", estoes, para ser recibida como alimento, esto no quita en absoluto la legitimidad y la coherencia de la adoración u oración eucarística. El mismo Vaticano II insiste en esta línea en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, cuando dice

En los últimos siglos, la adoración eucarística ha constituido una de las formas de oración más queridas por los cristianos en la Iglesia Católica. Iniciativas cono la promoción de la "visita al Santísimo Sacramento", la Adoración Nocturna, la Adoracion Perpetu, la Cuarenta Horas...ertc. se han multiplicado y san constuido una especia de constelación de prácticas devocionales que tendría su centro en la celebración del Corpus Christi.

Junto a estas prácticas del pueblo cristiano, otra serie de iniciativas ha surgido con fuerza: las cogragaciones religiosa que, como elemento fundacional y fundamental de su forma de vida y carisma religioso, dedican una gran parte de su tiempo a la Adoración del Santísimo Sacramento.

El sacerdocio católico dice relación directa y esencial a la Eucaristía. Sin sacerdotes no hay Misterio Eucarístico. Por eso, cuando un sacerdote habla de esta presencia, lo hace desde la teología y liturgía, pero también desde la propia experiencia de tocar y vivir esta realidad maravillosa. Sinceramente es tanto lo que debo a esta presencia eucarìstica del Señor, a Jesús sacramentado bajo el pan y el vino, confidente y amigo, que quisiera compartir con vosotros  un poco mi gozo y alegría, desde la humildad, desde reconocimiento de quien se siente agraciado y agradecido a esta presencia, pero a la vez deudor, limitado, necisitado de su fuerza y ayuda.

La renovación litùrgica ha tenido como consecuencia restablecer en su identidad propia los diversos momentos de la eucaristía; si se quiere, podemos decir, que ha reequilibrado los acentos y los tres aspectos principales de la Eucaristía como sacrificio, la Eucarístía como comunión y la Eucarístia como presencia. Y así, por ejemplo, ya no se da aquel desfase de hacer primero la Exposición del Señor, para lo cual había que haber celebrado en privado la misa, y luego al final de la Adoración Nocturna, con la llegada del día, celebrar la santa misa y despedirnos. Algunos de la antiguos adoradores hemos conocido este desequilibrio. Al principio, este reequilibrio ha podido parecerle a alquien una pérdida de sentido de la adoración. Es evidente que tal impresión no tiene ningún fundamento teologico ni pastoral, y para que todos nos convenzamos de ello, conviene dar unas pequeñas nociones de estos tres momentos de la Eucaristía para que cada uno tenga su estimación y su sitio en la piedad cristiana. Veremos así la continuidad entre la celebración eucarística, en la cual hallamos la presencia sacramental del misterio de adoración y de alabanza de Cristo al Padre, que es su Pascua, la santa misa, que luego comulgamos y como nos gusta tanto y el tiempo ha sido breve, lo seguimos celebrando y comiendo y remeditando y dialogando prolongando ante ese mismo Jesucristo que ha muerto y hemos comulgado, y que está

"lleno de gracia y verdad", como nos dice S. Juan.(Jn.1,14)

El Papa Juan Pablo II, con fecha del 4 de diciembre del 1988, ha publicado la carta apostólica "Han pasado venticinco años" para conmemorar el aniversario de la Constitucion Sacrosantum Concilium. En uno de su párrafos dice así:

"Puesto que la lturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo, es necesario mantener constantemente viva la alfirmación del discípulo ante la presencia misteriosa de Cristo: "¡Es el Señor"!(Jn.21,7) Nada de lo que hacemos en la liturgia puede aparecer como más importante que lo invisible, pero realmente, Cristo hace por obra del Espíritu Santo. La fe vivificada por la caridad, la adoración, la alabanza al Padre y el silencio de la contemplación serán siempre los primeros objetivos a alcanzar para una pastoral litúrgica y sacramental." (nº 10)

Todo esto y más afirma el Adorador Nocturno, cualquier orante de la Presencia Eucarística de Cristo en el pan consagrado: "Es el Señor, sigue ofrecíendose al Padre por la salvación de los hombres, me invita a que comulgue con su vida y actitudes, quiero permanecer en silencio, adoración y alabanza al Padre en favor de mis hermanos, los hombres." Esta sería como la espiritualidad del Adorador Nocturno o Diurno. Entendiendo y viendo esto en nuestros adoradores, todos nos sentimos más animados para acercarnos al Señor vivo, vivo y resucitado, os lo digo yo, en el Sagrario. Tratazlo bien.

LA ADORACION.

La adoración es una actitud religiosa del hombre frente a Dios grande y santo que manifiesta su dependencia total de El y se expresa través de ciertos gestos y palabras.

En la economía de la nueva alianza la adoración de Dios tiene como centro, origen y modelo el misterio pascual de Cristo, que constituye a su vez el centro de la liturgiay de la vida cristiana.

La adoración del Padre, el reconcimiento de su santidad, de su señoría absoluto sobre la propia vida y sobre el mundo, ha sido ciertamente el móvil, la razón propulsora de toda la existencia de Cristo Jesús.

Pero así como la vida terrena de Cristo culminó en el misterio de su muerte y resurrección, así este misterio pascual se convierte en el supremo acto de adoración al Padre por el Espíritu; la adoración más perfecta, la única. "Todo honor y toda gloria" que la Iglesia quiera tributar a Dios, tendrá que pasar "por Cristo, con El y El..."

JESUS, ADORADOR DEL PADRE EN LA OBEDIENCIA HASTA LA MUERTE

La carta a los Hebreos pone en boca del Hijo de Dios, "al entrar en este mundo" las palabras del samo 40,7-9, en las que Cristo expresa su voluntad de adhesiòn plena y radical al proyecto del Padre: "No has querido sacrificios ni ofrendas, pero en su lugar me has formado un cuerpo..... No te han agradado los holocasutos ni los sacrificios por el pecado. Entonces dije: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad, como en el libro está escrito de mì." (Heb.10,5-7)

Jesús "leerá" los hechos de su vida y de su muerte en la òptica de las Escrituras, que tendrán el El su cumplimiento. En efecto, Jesús descubre en la Escritura la presencia del Dios de amor, el Padre, que lleva adelante su plan de salvación según su voluntad. Ante esa voluntad del Padre, Cristo, el Hijo, vive una actitud de absoluta sumisión y obediencia a todo el proyecto divino sobre su vida. Y esta actitud la vivió en todo momento.

Ante el tentador, proclama sin ambages, que sólo Dios es digno de adoración verdadera: "Retírate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto."(Mt.4,10) La inmediata respuesta a la propuesta del diablo demuestra la verdad en la vida y en conciencia de Jesús: sólo Dios es importante; sólo Dios es Dios. Ante El sólo debe postrarse el hombre.

La fidelidad de toda la vida de Jesús al Padre y a la misiòn que le ha confiado(cf.Jn.17,4) tiene su momento culminante en la aceptación voluntaria de su pasión y muerte aceptada ...." para que el mundo conozca que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha ordenado". (Jn.14,30.31)

En efecto, Cristo no aceptó la muerte de forma pasiva, sino que consintió en ella con plena libertad.(Jn.10,17) A sus ojos, la muerte no es algo fatal, como si Dios la hubiese querido directamente; es necesaria para Jesús como inevitable conscuencia de su fidelidad a Dios y a los hombres. La muerte, par Cristo, es la coronación de una vida de fidelidad plena a Dios y de solidaridad con el hombre. El tiene conciencia de que el Padre le pide que persevera hasta el extremo en la misión que le confió. Y, como Hijo, se adhiere con amor al proyecto del Padre y acepta la muerte como el camino de la fidelidad radical.

El Padre había dispuesto que el Hijo se pareceiese en todo  a los hombres menos en el pecado. (cf.Heb 2,17) Y en este proyecto entraba el que Cristo, a gravés del sufrimiiento, conociese el valor  de la obedicneicay la sumisión al Padre. Jesús prende, pues la obediencia filial mediante una educación dolorsa: la sufrida expreiencia de la sumisión al Padre. Y con su obediencia, Cristo se opuso a la desobediencia del primer hombre.(Cf.Rom.5,19) y a la de los esraelitas(3,4-7) Pero esta fidelidad al proyecto del Padre no le resultó espontánea ni fácil a Cristo.

En el Huerto de los Olivos confiesa el deseo más profundo de la naturaleza humana: el de no morir y mucho menos de una muerte cruel y violenta. En la narración de los Señópticos(Mt.26,36-47; Mc.14,32-42 y Lc.22,40-45) aparece la profunda realidad de la laceración estridente que produe en Jesús el conflicto entre el institnto vital y la voluntad de permanecer fiel al Padre hasta el final. Y así, "aunque era hijo, en el sufrimiento aprendió a obedecer." (Heb.5,8) El autor de la crarta a los Hebreos subraya con fuerza cuánto le ha costado a Cristo esta obediencia: "El, en los dís de su vida mortal, presentó con gran clamor y lágrimas oraciones y súñplicas al que podía salvarle de la muete..." (5,7)

" Todo el ser huamano de Cristo se había visto comprometido en esta ofrenda suplicante, hecha con un respeto profundo a Dios y el resultado de ello había sido la sumisión a la acción transformadora de Dios a través de los padecimientos." (VANHOYE A. : SACERDOTES ANTIGUOS, SACERDOTE NUEVO SEGÚN EL N.T.,pag.206)

Humanamente, Jesús no puede comprender la muerte, que parece la negación misma de su obra de instauración del reino de Dios. El rechazo por parte de los hombres, el comportamiento de los mismos discípulos ante su agonía y pasión, sumergen a Cristo en una espantosa soledad; toca con sus propias manos la profundidas del fracaso más absurdo. Sin embargo, incluso ante la oscuridad más desoladora, Jesús sigue repitienco la oración dirigida con inmensa angustia y ternura al que es "Abb- Padre."

Comenta con viveza A. Vanhoye: "Loa acontecimientos trágicos que ponían en cuestión toda la obra de Jesús, su misiòn y su personalidad misma, esos episodios que amenazaban tragárselo por entero en la muerte, provocaron en él una oracion intensa, que constituyó una ofrenda sacerdotal."

La obediencia radical de Cristo al Padre es la ctitud que <Pablo evidencia con fuerza en himno cristologico de Filipenses 2,6-11, sobre todo el versículo 8: "Se humillò a sí mismo haciéndose obediente hasta la muete y muerte de cruz" " se anonadóa" para soñmeterse toatlamente la proyecto  del Padre hasta las consecuencias extr3mas : la muerte y muerte de cruz.

La carta a los Hebreos y el himno cristiologico  de la carta a los Filipenses viene, pues, a decri una cos sola: si la muerte de Cristo produjo el florecimento de una vida nueva y lo llevó a la glorificación plena en la resurrección y ascensión, esporque fue un acto de obediencia filial a Dios y de solidaridad con los hombres. Por el Espiritu Cristo ofrece al Padre la verdadera adoración, ofreciéndose a sí mismo en sacrificio.

Esta Salvación es permanente, porqeu su sacerdocio es eterno en contraposición al del A.T.Porque Jesús posee un sacerdocio perpetuo, ejerce continuamente su ministerio sacerdotal: " estando siempre vivo para intrceder en favor de aquellos que por él se acercan a Dios." (Heb.7,25) Cristo está en el cielo junta al Padre y ejerciendo su mediación sacerdotal en favor de sus hermanos. La cicatrices gloñriosas de su pasión son seguramente un intercesión permanenete ante el Pare y una súlpica omnipotente, ofreciendo el fruto de su obediencia adorante. De todo esto resulta que "la ofrenda de Cristo- elemento esencial de una inmolación para que sea sacrifico- no se concluyó en el Calvario, sino que permanece inmutable en el cielo. El sacerdote eterno conserva para siempre su voluntad de oblación. Sigue, pues, ejerciendo su sacerdocio. Es decir, la redención está siempre en acto.

EL CRISTIANO, ADORADOR EN ESPIRITU Y EN VERDAD.

Como la vida de Cristo, el Hijo, así la vida de los cristianos, los hijos en el Hijo, ha de estar toda ella en referencia al Padre por el Espìritu. A través de la fe y del bautismo, los cristianos, por el Espìritu, somos insertos en Cristo, en su ritm pascual. Y presisamente porque somos insertos en él, no sólo aprendemos de Jesús cómo hay que adorar, sino que efectivamente adoramos en Cristo mismo. Nuestra adoración no puede ser sino la adoración del Hijo. De tal forma, el culto cristiano, cuando es verdadero, compromete radicamente al hombre entero en su comunión con la obediencia y el amor existencial de Cristo al Padre y a los hombres. Y esto no por una actitud moral de imitacion sino en virtud de nuestra insercion sacramental en Cristo, que nos hace, en la raiz de nuestro ser, y no solo en nuestro comportamiento, adoradores del Padre en Cristo, continuadores en el tiempo de la obediencia del Hijo.

2.-LA EUCARISTIA, SACRAMENTO DE LA "ADORACION"-SACRIFICIO DE CRISTO AL PADRE.

La Eucaristía, la ser memorial de todo el misterio de Cristo, pero especialmente de su pasiòn, muerte y resurrecciòn, es el sacramento de la Aoraciòn-sacrifico de Cristo al Padre en favor de los hombres. Participar en la Eucaristia es tener parte tambièn en esta actitud fundamental de Cristo al Padre. La clave de la lectura de la paradoja de la pasiòn y muerte de Jesús no está en la corteza exterior de los acontecimientos, sino en las actitudes interiores que animaron a Cristo: la obediencia y docilidad total a Dios y el amor fraternal los hombres. Actitudes éstas que crecieron en un ámbito constante de oraciòn. El sacrificio de cristo, como toda su existencia, nace y se consume en la oraciòn. El autor de la Carta a los Hebreos pone en los labios de Cirsot una oraciòn sálmica y presenta la pasiòn de Crito a lavez cono una oracióny una ofrenda.

Y muere orando. Comenta Leòn-Dufour X.(JESUS Y PABLO ANTE LA MUERTE) " En este momento dramàtico, por vez primera y ùnica en los evangelios, Jesùs llama a Yave´Dios, nño Padre. Todo ocurre como si, en quella hora últiima, la experiencia de filiación cediera a la de criatura... Jesús grita su angustia, pero en forma de diálogo: proclama aún su confianza -Dios mìo- la certeza de que su Dios está presente a pesar de todas las apariencias... Aunque Dios parezca ignorar a Jesús, la realciòn subisste. Precisamente en esa tension está el mksterio de esta última palabra de Jesús."

3.- LA EUCARISTIA, SACRAMENTO DE LA ADORACION SACRIFICIO DE LA IGLESIA.

La Eucaristia es a la vez sacramento del sacrifico de Cristi y de la Iglesia. Porque el sacrificio de Cristo atrae a su esfera a la Iglesia y la transforma, haciéndola cada vez màs comunidad de culto que se ofrece y es ofrecida por Cristo al Padre.ç

La Iglesia, al celebrar la eucaristía, desde siempre, ha querido cumplir el mandato de Jesús: "Haced esto en memoria mìa" (1Cor. 11,24-25) Por explícito mandato de Cristo los discípulos tiene que hacer lo que él hizo en la Cena de despedida con los suyos. El "esto" a que se refiere Cristo va más allá del simple rito, aún estando incluido en lo que se cotenìa en aquel rito.

Para comprender el profundo contenido de ese "esto" hay que tener presente todo lo que hemos dicho hasta ahora.

En la eucaristía, haciendo anámnesis del acontecimiento pascual de Cristo, la Iglesia, con Cristo y por Cristo, ofrece su propio sacrificio. Porque tambièn los discípulos de Jesús están llamados a hacer de la propia vida un sacrificio, en la adhesiòn total al proyecto de Dios. La alabanza, el sufrimiento y el sacrificio de la propia vida, en obediencia a la voluntad del Padre, serán el verdadero sacrificio de los seguidores de Cristo, como lo fueron de su Maestro y Señor.

Cristo no realizó en la última cena un simple gesto ritual, sino que anticipò en los signos del pan y del vino al Padre por la salvaciòn de los hombres. Ofreció el sacrificio de "eucaristía", de acciòn de gracias como anticipo de la futura resurrecciòn y leberación definitiva de la muerte. A través del pan y del vino, el discìpulo se ofrece a sí mismo, dispuesto a que Cristo diga sobre su cuerpo y sobre su vida entera: "Esto es mi cuerpo entregado... ésta es mi sangra derramada..." De tal forma, el sacrificio de la Iglesia viene integrado en el mismo sacrificio de Cristo, "para completar lo que falta a la Pasión de Cristo." /1Col 1,24) Por medio del signo sacramental, el sacrificio espiritual de la Iglesia se identifica y llaga a formar una cosa soba con el sacrifico del Señor.

El discípulo, la Iglesia, renuevan así, en sí mismos y no solo en el pan y en el vino, el sacrificio de su vida, que se ofrece en plena disponibilidad al proyecto del Padre para salvaciòn de los hombres.

Se hace realida plena la eucaristía como sacramento de la "adoración-sacrificio de Cristo y de la Iglesia. Se trata de un único sacrificio que une inseperablemente la adoracion de Cristo al Padre y la adoración del cristiano, de la Iglesia, "en espìritu y en verdad." Como Cristo se ofrecio a sí mismo en virtud de su sacrificio espiritual de adhesiòn plena a la voluntad del Padre, así la Iglesia. Y esto "por Cristo, con El y en El..." es decir, la ofrenda de la Iglesia pasa por la intercesiòn del Sumo Sacerdote. El acto supremo del sacerdocio de Cristo tiende integrarnos en el ejercicio de un sacerdocio participado; por eso, la misa es el vínculo sacramental de la inmolacion cruenta de Cristo con los sacrificios espirituales de su cuerpo mìstico.

Con la eucaristiìa se llega a la perfecciòn del culto,mediante una celebración litùrgica, en la que reacordamos el acto salvífico de Cristo y , por su medio, la irrupción pascual del señorío real de Dios en la hsitoria a través del sacramento de la Iglesia.

LA PRESENCIA DEL MISTERIO PASCUAL EN LA EUCARISTIA FUNDAMENTA LA ADORACION A CRISTO JESUS.

La presencia de Cristo en la Iglesia y en el mundo se hace "presencia real" por antonomasia, sacramento permanente en el misterio eucarístico. De esta presencia ha tenido conciencia clara la Eglesia de siempre.

En efecto, aunque en los primero siglos de la era cristiana no se hablase de "presencia real" ni hubiese ritos especiales de culta a la eucaristía fuera dela misa, sin embargo es evidente la fe los cristianos en la realidad del cuerpo y de la sangre de Cristo. Ellos saben bien que lo que comen y beben en la celebración eucarística "no son pan y bebida comùn... les han enseñado que, después de que ha sido dicha la eucaristía sobre el pan y el vino, oración que viene de Cristo, el pan es carne y el vino es sangre de Jesús." (San Justino, APOLOGIA,1,66)

La teologìa de la "presencia" no parece que haya sido elaborada de modo sistemático durante los primeros siglos: estaba entonces simplemente calcada sobre las f´romulas de la institución. Pero imposible que, a la larga, la fe de la Iglesia no se fijase en las "especies scramentales", que permanecían despues de la soversión eucar´stica y que se consevaban parala comunión delos enfermos. Esta atención fue dando origen a un leguaje nuevo. Mientras se seguìa afirmando que la eucaristía es cuerpo y sangre de Cristo, se añadía que las especies del pan y del vino son "imagen, símbolo, misterio, sacramento" del miso cuerpo y de la misma sangre de Cristo. Este lenguaje es familiar al teologìa de los Padre, como expresión relativa a todo el mundo sacramental y no sòlo a la eucaristía.

La eucaristía es la celebraciòn del misterio pascual de Cristo, su paso de este mundo al Padre. Es éste el "acontecimiento" central que la eucaristía renueva y representa: es decir, que hace continuamente presnte a través de los siglos.

Por medio del pan y del vino, Cristo se hace presente en la totalidad de su misterio y en el momentos uulminante de la muerte y de la resurrecciòn. Esto lo comprendió la Iglesia desde sus orígenes. Pablo, al narrar la instituciòn de la eucaristía, afirma. "Siempre que coméis este pan y bebéis este cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva." 1Cor. 11,26)La Eucaristía es, pues, memoria permanente del acontecimiento salvìfico por excelencia: la inmolación de cristio, triumfante ante el trono del Padre. Desde los comienzos de la historia cristiana, la plegaria eucarística evidenciará esta fe de la Iglesia al hacer memoria conjuntamente de la muerte-resurrecciòn de Cristo(Cf. por ejemplo, la Traditio Apostolica de Hipólito)

La misma eucaristía "celebrada por una traciciòn apostólica que tiene su origen del mismo día de la resurrección de Cristo... cada ocho días, en el día llamado con razón "día del Señor" o "Domingo".. (SC.106) quiere ser momorial y testimonio perenne de la resurreccion del Señor. Es el sacramento de la resurreccioon de Cristo entre sus discípulos, tal como l señala Lucas en el relato de los discípulos de Emaús, cuando el Señor se manifieiesta a los dos "en la fracciòn del pan"(Lc.24,35) Si Cristo se ofrece, necesita estar presente. Porque "la eucaristía no es simplemente una referencia a la persona de Cristo, sino su misma persona viviente, operante, orientada al Padre y en donaciòn salvìfica para los hombres con la fuerza de su resurrecciòn comunicadora del Espíritu."

La Eucaristía es, pues, el Cristo pascual presente entre nosotros. El Cristo en su actual existencia celestial de resucitado, sobre quien la muerte no tiene ya señorío(Rom 6,9) El se hace sacramentalmente presente por medio del pan y del vino. La eucaristía es la presencia de Cristo en su forma de existencia actual a la derecha del Padre: resucitado y glorioso, intercediendo como sumo sacerdote por sus hermanos los hombres.

Así como las mujeres que "el primer día de la semana fueron a embalsamar el cuerpo de Jesús" tuvieron que dar el salto de la fe del Cristo histórico al Cristo pascual, al Cristo glorioso y transfigurado, de la misma manera la Iglesia está llamada a pasar cada día de lo que ven sus ojos, de lo que tocan susmanos_ los signos del pan y del vino- a la fe en la presencia verdadera del Cristo resucitado. Naturalmente, el salto de la fe no es fácil. El, con sus apariciones tomó la iniciativa. Ahora tambien. Y este reconocimiento, la adoraciòn del Señor, en las apariciones y en la eucaristía, transforma a las mujeres, a los discipulos y a la Iglesia en anunciadores del gran evento salvífoco destinado a salvar a todos los hombres. Porque la Eucaristía es Cristo transfigurado que renueva sus apariciones en nuestro mundo terrno: "es una forma permanente de la aparición pascual. Es la fidelidad de Jesús a la promesa hecha a sus discípulo: "Volveré a vosotros... volveré a veros y vuestro corazón se alegrará y nadie podra´quitaros vuestra alegría." (Jn.14,18.28) Por eso los creyentes verdaderos de todos los tiempos no pueden vivir sin Eucaristía. "sine dominica non possumus..." Los primeros cristianos vivían en el gozo de renoñvar el encuentro con el Señor resucitado. Así la eucaristia es la pascua de Cristo y el cuerpo entregado del resucitado se hace cuerpo eucarístico y transmite al creyente la misma vida de Dios, la energía de su ser, la luz de su gloria. La eucaristia es, por lo tanto, plenamente el sacramento del Cristo Pascual, del Cristo que se hace presente en la Iglesia en el misterio de su muerte y resurrecciòn.

LA PRESENCIA EUCARISTICA NO ES EL FIN PRIMERO DE SU INSTITUCION

El Vaticano II y los documentos posteriores sobre el misterio eucarístico, al colocar la celebración eucarística como "origen y fin del culto que se le celebra fuera de la misa" EM3) y, en la celebración, la comuniòn como la participalción más perecta(SC55) han que rido volver a la lìnea seguida por el Nuevo Testamento y por la patrística. Ha  sido ésta como la coronación de los esfuerzos de muchos teólogos y del movimiento litúrgico que urgían el desplazamiento de acento insistiendo en lo que los escolásticos llamaban la "res sacramenti"; desplazamientos que repercute en la misma concepción de la presencia eucarística como presencia interpersonal de Cristo en el corazón de los fieles, en la comunidad cristiana, presencia de persona a persona. La presencia eucarística no está aislada. Ya no decimos simplemente "el Señor está aquí" sin preguntarnos a la vez por quièn y por qué esta presente. El Cristo glorioso, presente a través de la sacramentalidad del pan consagrado, quiere entrar en comunión profunda y transformante con el que le adora y le recibe en sí.

Cristo está presente como presencia ofrecida "praesentia oblata" que debe ser aceptada por el fiel. Y sólo cuando es aceptada, la presencia ofrecida se hace  "presencia recíproca": Este es el fín de la Eucaristía. La presencia continúa  su ofrenda al Padre y nosotros, por la presencia, entramos en comunión interpersonal profunda con la identidad misma de Jesucristo que entrega su vida por nosotros.

CONSECUENCIAS PARA LA ADORACIÓN EUCARISTICA

Los fines por los que dicha "presencia real" de Cristo se conserva en el tabernáculo son expresados de forma clara por el Ritual de la sagrada comunión y del culto del misterio eucarístico fuera de la misa en estos términos: QRin primario y primordial es la administración del Viático; los fines secundarios son la distribución de la comunión fuera de la misa y la adoración de Nuestro Señor Jesucristo presente en el Sacramento." (5)

En el Tabernáculo, en la hostia consagrada, Cristo está presente realmente por el misterio de la trnsustanciación. La fe en su presencia urge y fudamenta la adoraciópn del creyente, de la Iglesia, a Cristo Señor.

El enfoque de la "presencia Real" como "presencia ofrecida", destinada a transformarse en "presencia interpersonal", comporta innegable consecuencias para la adoración eucarística, dentro y fuera de la celebraciòn.

Por la fuerza del Espíritu Santo, el Cristo pascual está presente en la eucaristía, no como en un trono, sino como víctiam pascual que se nos ofrece para que participemaos en le scarificio de la nueva alianza, que es vida para todos nosotros.

La meta de la presencia real y de la sonsiguiente aodración es siempre la participación en el sacrificio existencia de Cristo, la comunión con El, con sus actitudes de obedicencia y adoración al Padre, por el Espíritu.

La adoración eucarística uténtica es adoración "en espíritu y en verdad" y, por consiguiente, comunión con la misma adoración de Cristo al Padre, al tiempo que es adoración al mismo Cristo presente en su misterio pascual, misterio de adoración.

El la carta a los obispos de la IGlesia sobre el misterio y culto de la eucaristía,"dominicae coeneae" Juan Pablo II afirma: "Tal culto está dirigido a Dios Padre por medio de Jesucirsto en el Esñiíritu ´Santo" Y prosigue>:

"Se dirige también el el Espìritu Santo a aquel Jijo encarnadao, según la econñomía de la salvación, sobre todo en aquel momento de entrega suprema y de abandono total de sí mismo, al que se refieren als palabras pronunicadas en el cenáculo: "esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros.....", "Este es el cáliz de mis sangre... que será derramada por vosotros.."

Al proclamar a la vez su resurrección, abrazamos en el mismo actos de veneración a Cristo resucitado y florificado 2a la derecha del Padre" así mo la perspectiva de su "Venida con gloria". Sin embargo, es su anonadamiento voluntario, agradable al Padre y florificado con la resurrección, lo que, al ser celebrado sacramentalmente junto con la resurrecciòn, nos lleva a la adoración del Redentor que se "humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz." (nº3)

Esta adoración no es fín en si misma. Tiende a la comunioon con Cristo en su misterio pascual de muerte y resurrección. Comunións que tiene por fin nuestra plena configuración con Cristo, hasta el punto indicado por Pablo en la carta a los Gálatas: "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí".(2,20) Entonces será cuando la adoración eucarística se convertira de veras en la adoraciòn transforadora en Cristo, santificadora en la actitudes sentimientos en Cristo, en adoración en Cristo, adoración "en espíritu y en verdad2, anticipolo de la presncia yde la adoración escatológica en el cielo. (S. Teresa, S. Juan de la Cruz, Teresa de Calcuta...)

Todo esto será posible por "obra del Espíritu SAnto." El Espíritu que la Iglesia invoca en la plegaria eucarística sobre los dones del pan y del vino para transformaarlos en "sacramento" del cuerpo y de la sangre de Cristo, y sobre la comunidad participante en la misma celebración de la eucaristia, para que "llenos del Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espìritu." (Ple.Eu.III)

Es siempre el Espíritu el que introduce en el misterio de Cristo, el que nos lo hace reconocer como nuestro Dios y Señor(cf.1-Cor.12,3) y el que , en consecuencia, nos empuja a postrarnos y a adorarle.

"La acción del Espíritu Santo permite comprender en qué cosiste la presencia real de cristo entre nosotros al final de su pascua, aunque esta presencia desborde infinitamente lo que la relfexioon teoógica puede expresar. Se trata, en todo caso, de una presencia espiritual, un preencia hecha pisoble en toda su realidad por el Espíritu -Santo. Esta presencai es la del SEñor glorificado con su cuerpo: su cuerpo de hombre, nacido de la Virgen María, pero convertido por el poder el Espíritu en cuerpo transfigurado; no ya cuerpo psíquico, sino cuerpo pneumático! 1-Cor.15,45-49).. un cuerpo vínculo de la comunión definitiva entre Dios y los hombres." (Congreso Eu. de Lourdes)

LA ADORACION EUCARISTICA FUERA DE LA MISA

Aunque cuando hablamos de "adoración eucarística" estamos acostumbrados a referirnos al culto fuera de la misa, "la adoraciòn tiene que impreganar ya la participaciòn en el sacrifico y en la comunión. Desde el momento enque se hace presente en el altgar del sacrifico, el Salvador pide que se le adore. Sin esta adoración, el sacrificio no podría ser reconocido en su sublimidad y el ganquete de comuniòn no podrá adquirir todo su valor.... El autèntico culto de la presencia eucarística no se puede concebir sino en íntima relación con la misa." (Galot)

recismente esta adoración en la misa la que suscita los verdaderos adoradores en espíritu y en verdad. De este anonadamiento y obediencia de Cristo en la celebraciòn eucarística aprendemos a someternos y a adorar al Padre, en Cristo, con sus mismas actitudes: en la celebración y fuera de ella.

Por esto, todo culto eucarístico está intimamente vinculado con la celebración de la eucaristía y es importante que sea viva en conexión y como prologación de la celebración misma. Nunca será un sustitutvo de la celebración eucarística; el sacramento prologa la presencia del Señor y su sacrificio, suscita el deseo de la plena comunion sacramentl, actualiza y profundiza la gracia de la participación litúrgica.

Todo esto nos lleva a afirmar que la adoración eucarística no es tanto un" momento extracelebrativo" cuanto la actitud que correspond a todo acercamiento a la eucaristía, partiendo del momento de la misma celebración.

La adoración, que por circunstancias históricas se desarrolló en occidnete sobre todos a partir de la edad media fuera de la misa, subrayando mucho más el elemento de la presencia que el de la celebración, está profundamente arraigada en la celebración eucarística, como testimonian los gestos de inclinación y de genuflexión que en ella se hacen.

Si se pierde el sentido de adoración en el interior de la celebración, dificilmente se concontrará justificaciòn para promorverla  fuera de ella. En Occidente como en Oriente la adoración de la Eucaristía ha nacido en la celebración misma y en ella está arraigada.

La Eucaristía presente en el tabernáculo es un testimonio de que allì se ha celebrado la divina liturgia, el memorial del Señor. Este memorial quedará siempre como centro del culto cristiano; en él, el mismo Cristo se hace nuestro mediador y, através de nosotros, su cuerpo, expresa al Padre su adoración filial.

La Iglesia se une a esta adoración de Cristo en el corazón mismo de la liturgia sacrificial.

Todos los demás actos, momentos de adoración y contemlación, ha de ser considerados como derivación de la adoración central en el sacrificio y como preparación al mismo. Porque la adoración eucaristica, vista en su autentica línea y perspectiva, es una puesta en acto de la espiritualidad que tiene su origen en el sacrificio de la eucaristia.

No siempre fué así y ya hemos expresado alguna vez la exageraciones o desenfoques cel culto eucarístico dentro incluso de la misma Adoración Nocturna, donde la Presencia llegó en algùn caso a tener- por lo menos en las formas externas y no siempre sólo en ellas- una importancia y relieve superior a la misma celebración litúrgica. (Que lo recuerden los antiguos adoradores..) Por eso, la celebración del memorial de Cristo en la eucaristica debe ser la clave de la lectura de la eucaristia como misa, como comunión y como presencia. De este modo, la adoración eucarística debe convertirse en una mistagogia del misterio pascual celebrado, corazón de todos los aspectos de la Eucaristía. El "sacramentum permanens" es una mistagogia de cuanto se ha celebrado, la ocasión permanente de crear en el cristiano adorador las mejores disposiciones para celebrar el Memorial del Señor, para recibir el fruto más pleno de comunión e identificación con Cristo,a quien tiende la comunión en el sacrificio.(EM50)

Se comprende así el sentido de la adoracón de la eucaristía fuera de la misa en la tradicion católica.El pan consagrado se conserva en el tabernáculo "para extensión de la gracia del sacrificio." (EM3) Esta extensión se realiza principalmente por la Comunión y por la adoración de la Humanidad muerta y glorificada del Señor, realizada aen la misa. Por eso su presencia eucarística no es estática sino dinámica en dos sentidos: que cristo sigue ofreciendose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda. Así es como el cristiano tiene una ocasión más y permanente para entrear realmente en el interior de la plenitud de la Pascua.

La eucaristiía en efecto, no se agota en la celebración de lamisa, aunque esta sea su expresdión central, auque la centralidad de la misma pide que todo haga referencia a ella.

Por eso, teologicamente hablando es absurdo concebir la presencia eucarística como un absoluto en sí sin una relación esencia al sacrificio eucaristico del cual depende en su nacer y en las actitudes que le deben acompañar, que por esto mismo será siempre de victimación, obediencia y ofrenda con Jesús.. un cuerpo entregado y una sangre derramada...

La liturgia que recibió un indudable enriquecimiento con las diversas formas de culto y adoración eucarísticas, debe purificarlas y centrarlas. Es la mejor formas de enriquecerlas a su vez. Porque la adoración eucarística, en contemplación adorante, asimila entonces y se enriquece con los frutos de la celebración del memorial y de la pascua del Señor, para entrar así, a nivel tanto de conocimiento como de vida, en la plenitud de la riqueza del misterio eucarístico.

Entonces la oración ante la Eucaristía no se sitúa en el plano liturgico-sacramental, sino en el de la oración cristiana.

( Exponer aquí las cuatro actitudes fundamentales de la espritualidad de la misa que tengo ya eleboradas.)

LA ADORACION EUCARISTICA ORACION EN CRISTO

La adoración de Cristo presente en la eucaristia nace en la celebracion eucarística, de la que es verdaderamistagogia y tiende a la comunión con Cristo.

"La exposión de la santísima eucaristía, sea en el copón sea en la custodia, lleva a los fieles a reconocer en ella la marvillosa presencia de Cristo y les invita a la comunión de corazón con El. Así fomenta muy bien el culto en espìritu y en verdad que le es debido."(EM60)

A esta comunión hace referencia el número siguiente del Eucharisticum Mysterium, de paso, mientras prohíbe la celebración de la misa ante el Santísimo expuesto: ".. la celebración del misterio eucarístico incluye de una manera más perfecta aquella comunión interna a la cual pretende llevar a los fieles la exposión..." (EM.61)

Queda claro,pues, quela presencia está finalizada a la participación en la vida de Jesús. Participación que incluye el dinamismo de la presncia, pero situándle dinámicamente, y no como un dato aislado y estático.

Esta comunion de vida con cristo, como fruto de la adoración eucarística, pone de relieve la condición de que en la adoración de la eucaristiía han de prevalecer las actitudes propias de la plegaria eucarística: acción de gracias, oferta de la vid, intercesión por la salvación de los hombres.... esta comunión de vidahace que Cristo comprometa a los que están ante él en sus mismas actitudes hacie el >Padre por el don de su espiritu.

LA ADORACION ES MISTAGOGIA DE LA CELEBRACION EUCARISTICA NO TANTO PORQUE REPITA LAS FORMAS PROPIAS DE ELLA(COSA NO SIMRPE POSIBLE NI CORRESTA>) CUANTO PORQUE INTENTA HACER VIVIR LA ACTITUDES PROPIAS DE cRISTO EN LA ACCIÓN EUCARISTICA. SON ESTAS ACTITUDES LAS QUE CREAN Y CARATERIZAN EN PROFUNDIDAS UNA ESPIRITUALIDAD EUCARISTICO-LITURGICA. nO SIEMPRE SERÁ OPORTUNO INSERIR EL CULTO EUCARISTICO EN EL ESQUEMA LITURGICO DE LA CELEBRACIÒN, PERO SIEMPRE SERÁ NECESARIO CULTIVAR LAS ACTITUDES QUE SE EXPRESAN EN LA PLEGARIA EUCARISTICA.

Esta es la relaciòn lógica entre celebración y culto eucaristico. Se trata de hacer nuestras las actitudes y los sentimientos de Cristo y de sintonizar con ellos.

Es claramente esta la finalidad por la ue la Iglesia, "apelando a sus derechos de esposa.. ha decidido conservar el cuerpo del señor ante ella, incluso fuera de la misa, para prolongar la comunión orante."  Es como una presencia intermedia entre la terrestre y la celeste.. es Cristo que baja desde la casa eterna del cielo, como anticipo y se hace presnte en la comunidad de la tierra. La Iglesia acoge esta presencia que la visita...Somos uno con Cristo, insertos en el ritmo de su misterio pascual, no tanto ni solo a nivel de imitación, sino de realidad sacramental ontologica. Es una experiencia privilegiada de una comunión profunda con Cristo.

Porque en la adoración naturalmente, la relación, el diálogo no se establecen con la hostia, con el sagrario. La hostia sagrda mediatiza locliza la presncia y la hace visible, aunque sea bajo el velo del pan que a la vez que revela encubre tambien esa presencia.La oración eucarística es comunión, encuentro personal con Cristo, verdadero término de la presencia a través de los síbolos del pan y del vino.

Por esta razón "es necesario que toda práctica eucar´stica que quiera ponernos en contacto con Cristo parta siempre de una volunta de sintonizar con los sentimientos de Cristo: porfudización del misterio de la redención, en el momento exremo de anonadamiento voluntario del hombre-Dios; profundizaci´n de aspecto de intercesión, que Cristo presente en el sagrario sigue realizando; profundización de la presencia real en el sagrario, per en relación con el altar."

Con su presencia eucaristica yo me hago contemporáneo de Cristo. Ella me hable de la actualidad de Cristo en mi historia personal, pronuncia para mí su evangelio y me hago presente a su misterio pascual de muerte y resurrección. Cristo, que vive resucitado y glorioso a la derecha del Padre, permanece en el sacramento a través del tiempo y del espacio de la Iglesia, para asociarla a su oración y a su sacrificio.

LA ORACION EUCARISTICA NUNCA  ES INDIVIDUALISTA

El número 90 del Ritual de la Sagrada Comuniòn y del culto a la eucaristía fuera de la misa habla de la adoración comunitaria y de sus beneficios, y al final sostiene también la oportunidad-muy digna de alabanza, segùn el texto- de conservar la adoración eucarística individual, en la que uno o dos miembros se turnan.

Y dice: "También de esta forma, según las normas del Instituto aprobado por la Iglesia, ellos adoran y ruegan a Cristo, el Señor, en el sacramento, en nombre de toda la comunidad y de la IGlesia.

Ningún acto del cristiano tiene un valor exclusivamente individual: somos "Cuerpo de Cristo y sus miembros cada uno por su parte" 1Cor12,27) Y vivimos en la comunión de los santos, por la que el bien y el mal de los unos repercute sobre los otros.Cristo Eucaristia es obediencia al Padre hasta la muerte por los hermanos, que, según la carta a los Hebreos, ahora vivo y resucitado ejerce como sumo sacerdote ante el trono del Padre,mostrándele las cicratices gloriosas de su pasión e intercediendo así en favor nuestro.

Nuestra adoración, adoración en espíritu y en verdad, tanto en la celebración como fuera de ella, para que sea acepta al Padre, tiene que ser ofrecida "por Cristo, con Cristo y en Cristo". El adorador cristiano debe sintonizar con los sentimientos y las actitudes de Cristo; y estos sentimientos serán siempre fundamentalmente la glorificación de dios y la salvación de los hombres, las finalidades de la encarnación y del misterio pascual.

He aquí por qué el quiere "Adorar al Padre en espiritu y en verdad" ha de levantar ente todo la mirada al Padre, en un pleno reconcimiento de su santidad, de su señorio absoluto sobre todi, y al mismo tiempo ha de dilatar el ánimo intercediendo, reparando adorando en Cristo por sus hermanos.

Cristo, el hombre plenamente solidario con todos los hombres, conforme al mensaje de la carta a los Hebreos, nos introduce, como sumo sacerdote, en su misma adoración e intercesión y da, por consiguiente, a nuestra aodración las dimensiones universales de su oración y ofrecimiento.

El adorador no se encierra en su intimismo individulaista sino que identificándose con Cristo se abre a toda la Iglesia y al mundo entero: adora y da gracias como El, intercede y repara como El.

LA ADORACION NOCTURNA ES MAS QUE LA SIMPLE DEVOCION EUCARISTICA.

ES UN APOSTOLADO QUE OS HA SIDO CONFIADO PARA QUE PENSEIS EN TODA LA IGLESIA Y EN TODOS LOS HOMBRE CON CRISTO Y EN CRISTO, OFRECIENDOADORACIÓN Y ACCIÓN DE GRACIAS, REPARANDO Y SUPLICANDO POR TODOS LOS HERMANOS."

Un adorador eucaristico tien que tener muy presente su parroquia, los niños de primera comunión, todos los jovenes, los matrimonios, las familias, los que sufren, las misiones, los enfermos, la escuela, la televisiòn y la prensa que tanto daño hacen, todos los meidios de comunicación, las vocaciones , los sacerdotes... Mientra un adorador esta orando los fruto de su oracioon se tiene que extender al mundo entero. Y así a la vez que evita todo individualismo  evita también toda dicotocmì entre oración y vida, porque  vivirá la oración con las actitudes de Cristo, con las finalidades de su pasión y muerte, de su Encarnación:glorificación del Padr y salvación de loshombres. Y así Adoración e Intercesión se complementan.

Y esto hay que decirlo a la gente, en la parroquia.... Por la noche no pienso en mi ni en mi familia tan solo, pienso en todo el pueblo , en la parroquia, en la diócesis.... Y así surgiran adoradores...y sera maa estimada vuestra oración, más valorada.

Y saldréis de la oscuridad a la luz, y del individualsimo a la intercesión por todos... y el mundo os valorará. Y seréis aprecidados y mejor conocidos... y vendran otros a orar con vosotros... siempre que esto esté bien acentuado, asimilado y cultivado en vuestros turnos de vela.  Y así no es que yo me santifico... no es queyo..oro, sino que yo oro con Cristo y en mi ora su Espíritu por todo el pueblo. Y en ese momento yo soy ciudadano del mundo, auqnue este solo ante el SAntísimo.

Y el Seminario dira´que receis... y las parroquias diran que tengais presente a los hiños y jovenes.... y los parroquianos, al conoceron¡s mejor os encomedanran su necesidades espritiuales ymateriales...

LA ADORACION EUCARISTICA ANTICIPO DE LA ADORACIÓN ESCATOLIGICA:ANTICIPO DEL CIELO: LOS SANTOS.

Quizás un fallo es hablar de la eucaristia como un anticipo del cielo, como fue para muchos santos y santas, pero olvidando que antes hay que recorrer todo el camino de inmolación y muerte de nuestro yo, de nuestra pascua del pecado a la vida nueva.

¿Por que el mismo que sacia a los bienavanturados en el cielo no me sacia a mí? Ha faltado pedagogia y mistagogia y propedeutica eucaristica. Sin embargo, la adoración eucaristica debiera ser un anticipo del cielo.

Jesús Castellano dice en el nuevo diccionario de Liturgia: "La comunidad apostolica entendió la eucaristía, a la luz de las palabras y de los gestos de Jesús, como un memorial que representa y sintetiz todo el misterio de Cristo, como recapitulación de la historia de la salvación y como prensa de los bienes futuros que esperamos y que se nos daran  con sus con su segunda venida...La eucaristia remite al banquete escatologico, los anticipa en la fe y lo hace deseable en la esperanza."(664)

Esta orientación escatológica ha sido fuertemente subrayada por S. Pablo: "Cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz anunciais la muerte del Señor hasta que vuelva" (1Cor.11,26)

Lo expresamos después de la consagración: " Anunciamos tu muerte..  Entre la resurrección y la venida gloriosa al final de los tiempos, tenemos la eucaristía, como memorial y anticipación, como presencia cierta de Dios con nosotros y como deseo ardiente de su venida definitiva.

La Iglesia del Vaticano II ha expresado con fuerza la misma tensión, especialmente el el número 8 de la Constitución sobre la liturgia: "En la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero.(Ap.21,2; Col.3,1; Heb8,2); cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial...(cf. también LG.48-51)

El aspecto eucarístico más evidente en el cielo sará el de la adoraión. Allí no necesitaremos signo y símbolos, la presencia de Cristo no estará mediatizada por el pan y el vino: nuestra adoración se dirigirá directamente "al que está sentado en tron y al Cordero" (Ap.5,13)

Ya no habrá renovación del sacrificio sino un 9ninterrumpida alabanza y adoración: " repiten sin descanso día y nñoche: "Santo, santo, santo Señor Dios todopoderoso. Aquel que era, que es y que va a venir".(Ap.4,8)

En definitiva, en el pan y en el vino adoramos al Cristo glorioso. Este pan y este vino están ahí como testimonios del cielo nuevo y de la tierra nueva, ya que lo que ha sucedido en ellos es precisamente fruto de estafuerza escatológica.

La presencia del Señor en la eucaristia recuerda el "futurae gloriae nobis pignus datur: la escaristia es la prenda de nuestra gloria definitiva en el cielo. Es la realizaciòn de la promesa de Jesús: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitará en el ´ltimo día."(Jn.6,54)

Los Padres de la Iglesia insistían mucho más de los que lo hacemos nosotros, en la relación entre la eucaristía y la resurrección de los muertos. Citamos  entre otros un hermosos texto de San Irineo: "Nuestros cuerpos, meced a la participación en la eucaristía, ya no son son corruptibles, pues poseen la esperanza de la resurrección para la eternidad."

Y dijimos que la motivaciòn fundamental de la reserva eucaristica es el Viático: alimento para la vida eterna.Es junto, por esto razón, que la adoración eucarística, en continuidad con la celebración, posea en común con ésta el aire "celebrativo" de la fiesta: El Señor resucitado, que ha vencido definitivamente las barreras de la muerte y que las vence en todo cristiano, sobre todo en el momento del "tránsito" nos da la alegría escatológica, la alegría que tanto caracterizaba a las comunidades primitivas.(He.2,46)

La adoración eucarística anticipa, pues, la adoración escatolígica descritapor Juan en el Apocalipsis. Es figura de la adoracioon de toda la humanidad redimida en unión con los ángeles al final de los tiempos, en el cántico de la perfecta alabanza.Y por eso ya nos entrenamos cantando aquí abajo el mismo canto: SANTO, SANTO, SANTO.

FRENTE A TU ALTAR, SEÑOR, EMOCIONADO

VEO HACI EL CIELO EL CALIZ LEVANTAR.

FRENTE A TU ALTAR, SEÑOR, ANONADADO

HE VISTO EL PAN Y VINO COSAGRAR.

 

FRENTE A TU ALTAR, SEÑOR, HUMILDEMENTE

HA BAJADO HASTA MI TU ETERNIDAD.

FRENTE A TU ALTAR, SEÑOR, HE COMPRENDIDO

EL MILAGRO CONSTANTE DE TU AMOR.

 

¡QUERER TU QUE MI BARRO ESTA CONTIGO

HACIENDO TEMPLO A QUIEN TE HA OFENDIDO!

¡LLORANDO ESTOY FRENTE A TU ALTAR, SEÑOR!

(TANTO OLVIDOS, INDIFERENCIAS, RUTINAS INCREYENTES.. LLORANDO ESTOY FRENTE A TU ALTAR, SEÑOR)

 

RETIROS ESPIRITUALES A SEMINARISTAS VALLADOLID

MEDITACIONES

PARA INTRODUCCIONES O PUNTOS BREVES DE ORACIÓN EUCARÍSTICA:

1) 5. En el Sagrario está el mismo Cristo que curó a los ciegos y leprosos del Evangelio

QUERIDOS HERMANOS: Nos hemos reunido aquí esta tarde  para venerar, adorar y agradecer la presencia eucarística de Jesucristo, nuestro Dios y Señor. Este Cristo, ahora viviente en la Hostia santa, es el mismo Cristo del evangelio, que ya permanece en nuestros Sagrarios hasta el final de los tiempos, para atender nuestros ruegos y atender a nuestras necesidades. No está estático, muerto, sino vivo y resucitado, renovando toda nuestra vida espiritual de amor a Dios y a los hermanos, y ayudándonos en todos nuestros problemas.

       Queridos hermanos: Está con nosotros aquí y ahora, en esta Hostia santa, el cuerpo que se dejó tocar por un inmundo y un apestado de aquellos tiempos. Mirad cómo lo dice el evangelista: se acercan a una aldea Jesús y bastante gente, mujeres, hombres y niños, una pequeña multitud. De pronto se oye un grito, un lamento. Es alguien que pide socorro desde un basurero. No se ve a nadie. La gente aprieta el paso para pasar cuanto antes de aquel mal olor. Mezclado entre la basura aparece un leproso… La gente huye con las narices tapadas, es un maldito, un castigado por la justicia de Dios. Nadie le puede tocar. Quien le toque queda impuro y debe ser purificado por el sacerdote. Jesús, el que está aquí con nosotros en el Sagrario, es el único que se para, lo mira con amor y se acerca y lo toca; es el mismo evangelista el que nos lo cuenta sorprendido: “En esto, un leproso se acercó y se postró ante él, diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra” (Mt 8,1-4). Y el leproso ha quedado curado, pero Jesús ha quedado manchado según la Ley de Moisés. Sin embargo, Jesús no va al templo para purificarse, porque Él es más que el templo de la antigua ley. Jesús lo ha hecho todo por amor, que es la nueva ley del evangelio, y lo ha hecho espontáneamente, no ha podido contenerse, no ha podido reprimir su compasión. Es así su corazón, el corazón eucarístico de Jesús. Miremos y contemplemos ahora a este mismo Jesús en la Hostia santa que adoramos y comulgamos. Es el mismo con el mismo amor de entonces, la misma compasión, los mismos sentimientos. Mirémosle despacio, con mirada fija de amor.

***

       Ahora es en Jericó, la ciudad de las palmeras. Otra vez la gente entusiasmada como siempre, no dejándole caminar ni comer ni descansar. Otra vez un grito desde la orilla del camino. Esta vez la gente no corre, pero le quiere hacer callar. Pero esta vez, como la otra vez y como siempre, Jesús lo ha oído y se para y hace que se pare toda la gente: “Cuando salían de Jericó, le siguió una gran muchedumbre. En esto, dos ciegos que estaban sentados, junto al camino, la enterarse que Jesús pasaba, se pusieron a gritar: «¡Señor, ten compasión de nosotros, Hijo de David¡». La gente les increpó para que se callaran, pero ellos gritaron más fuerte: «¡Señor, ten compasión de nosotros!». Entonces Jesús se detuvo, los llamó y dijo: «¿Qué quereis que os haga?» Dícenle: «¡Señor, que se abran nuestros ojos!» Movido a compasión, Jesús tocó sus ojos, y al instante recobraron la vista; y le siguieron”.  Ante los necesitados, Jesús nunca huye, Él siempre escucha:“Señor, que veamos”. Y aquellos ciegos vieron y lo siguieron, porque sus ojos ya no querían dejar de ver a la persona más buena y comprensiva del mundo. Y es que no lo puede remediar. Es así su corazón, el corazón de Jesús. Y ese corazón está aquí en el pan consagrado, en nuestros Sagrarios.

***

       Ahora es en Naím. Se encuentra un cortejo fúnebre con una madre viuda, llorando a su hijo muerto, a quien va enterrar. Aquí nadie grita ni llama al maestro, porque van muy apenados y nadie, ni la misma madre, se ha dado cuenta de que pasa por allí el Maestro ni sospecha que Jesús pueda prestarle alguna ayuda. Pero Él, sin que nadie le pida nada, se ha anticipado personalmente. Dice el evangelista Lucas: “El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: No llores. Luego se acercó, tocó el féretro, los que lo llevaban se detuvieron; Él dijo: «Joven, yo te lo mando, levántate». Y se lo entrego a su madre”. Con su poder divino lo resucitó y nos demuestra que debemos fiarnos de su palabra: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”.  Nosotros resucitaremos. Con su muerte y resurrección nos ha ganado la resurrección y la vida eterna para todos. Y ese Jesús está aquí. Y tiene los mismos sentimientos de siempre. Y nos ama y se compadece de todos. Y no lo puede remediar, es así su corazón, el corazón eucarístico de Jesús.

***

       Y lo mismo pasó con su amigo Lázaro. En aquella ocasión dicen los evangelios que se emocionó y lloró. Es que siente de verdad nuestros problemas y angustias. Le dió pena de sus amigas Marta y María, que se habían quedado solas, sin su hermano. Fueron a la tumba y allí lloró lágrimas de amor verdadero. Nos lo dicen testigos que lo vieron. Y Lázaro resucitó por su palabra todopoderosa. Y luego todos lloraron de alegría. Y nosotros también lloramos de emoción, de saber que es el mismo, que está aquí con nosotros, que nos ama así, como nadie puede amar, porque así lo ha querido Él, que es Dios y todo lo puede, y le hace feliz amarnos así. Y éste es el camino de amor, misericordia y perdón que Él ha escogido para encontrarse con nosotros, para relacionarse con el hombre. Y Él es Dios, es decir, no nos necesita. Todo lo hace gratuitamente. Su corazón es así. No lo puede remediar. Así es el corazón eucarístico de Jesús.

       Y tenía razón Marta, cuando el Señor le preguntó: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo»” (Jn 11,25-27). Ella no se anduvo con preguntas de cómo podía ser esto, ella le dijo: Mira, Señor, déjame de complicaciones, yo no sé cómo ni cuándo será eso, yo creo que Tú eres el Hijo de Dios y basta. Tú lo puedes todo. Y nosotros ante su presencia en el Sagrario decimos lo mismo: Yo no sé cómo puede ser o hacerse esto… Yo sólo sé que Tú eres el Hijo de Dios y Tú lo puedes todo y estás aquí.

2).- 3.1 EL GOZO DE SER SACERDOTE <Ante la santa Custodia>

Para introducciones:

       Queridos amigos:

       ¡Qué gozo ser sacerdote de Cristo! ¡Qué gozo saber que el Padre  nos soñó y nos creó para ser sacerdotes “in laudem gloriae ejus”, para  alabanza de su gloria, en el Hijo hecho hombre, Sacerdote Único del Altísimo, para una eternidad de felicidad pontifical con Él, quiero decir, como pontífices, como puentes entre el cielo y la tierra, como puentes en el Puente-Pontífice en la tierra y en el cielo de Dios a los hombres y de los hombres hasta Dios,  en el mismo ser y existir sacerdotal del Sacerdote ya triunfante y glorioso, “Cordero degollado ante el trono de Dios, intercediendo por todos” .

       ¡Qué gozo ser prolongación en el tiempo y en la eternidad, ante el trono del Padre, aclamado por los ancianos y los santos, del Hijo que, viendo al Padre entristecido por el pecado de Adán que nos impedía ser hijos y herederos de su misma felicidad, le dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”; y vino en nuestra búsqueda para abrirnos a todos los hombres las puertas de la eternidad y felicidad con Dios, y fue consagrado y ungido  Sacerdote del Altísimo “por obra del Espíritu Santo” en el seno de María, Madre sacerdotal de Cristo, y nos escogió a nosotros para vivir y existir y actuar siempre en Él y como Él, para hacernos en Él y con Él canales de gracia y salvación para los hombres y de amistad y amor divino por ese mismo Beso y Abrazo de Espíritu Santo en la Trinidad Divina!

       ¡Que gozo más grande haber sido elegido, preferido entre millones de hombres para ser y existir en Él, porque el pronunció mi nombre con amor de Espíritu Santo y en el día de mi ordenación sacerdotal me besó, me ungió, me consagró con su mismo Espíritu, Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, y me unió y me identificó con su ser y existir sacerdotal por la potencia de Amor de su mismo Espíritu, y se encarnó en mí y yo le presté mi humanidad para que siguiera amando, perdonando, consagrando, ya que Él resucitado y celeste, está fuera ya del tiempo y del espacio y necesita la humanidad supletoria de otros hombres para seguir salvando a nuestros hermanos, los hombres! El sacerdote es otro Cristo, es Cristo encarnado en el barro de otros hombres.

       ¡Qué gozo ser otro Cristo, presencia sacramental de Cristo, el ser y la persona más bella, amable, maravillosa, amiga, delicada, entrañable, pero de verdad que existe y se puede ver y tocar, prolongación de su ser y existir sacerdotal, poseer «exousia», actuar «in persona Christi», prolongación sacramental de su Salvación.

       Soy otro Cristo, lleno de divinidad y misterios divinos, que he de ir descubriendo en mi trato e intimidad con Él, en la celebración o adoración eucarística y en la oración, cavernas y minas de misterios deslumbrantes, embriagadores e inabarcables, llenos de amor y felicidad y éxtasis ya en la tierra, sí, es verdad, humanidad prestada, corazón y vida prestada para siempre, pies y manos prestadas eternamente, también en el cielo, y lo quiero ser y me esforzaré de tal forma ya en la tierra, que el Padre no encuentre diferencias entre el Hijo amado y los hijos, entre el Hijo Sacerdote y los hijos sacerdotes; quiero ser, como Él, un cheque de salvación eterna para mis hermanos los hombres firmado por el Padre en el mismo y Único Sacerdote, Cristo Jesús, Hijo de Dios, nacido de mi hermosa nazarena, Virgen bella, madre sacerdotal, María, que le dio el ser y existir sacerdotal, porque le dio la humanidad que rompió el cheque de la deuda que teníamos contraída desde nuestros primeros padres y a esta humanidad el Espíritu Santo unió la Divinidad y le hizo sacerdote-mediador-puente, por el beso de Amor de Espíritu Santo del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en la humanidad formada en y por María!

       En el sacramento del Orden, por la unción de Amor del Espíritu Santo, Dios Amor, Abrazo y Beso del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, nos une a Jesucristo,  Único Sacerdote del Altísimo,  identificándonos en su mismo ser y existir sacerdotal, hasta tal punto que el Padre acepta nuestro sacrificio eucarístico, como realmente es, esto es, ofrecido por su Sacerdote Único identificado con los hijos sacerdotes y elegidos sacerdote por el mismo Padre; el Padre, la Trinidad no ve diferencias entre Cristo y los otros «cristos» que le han prestado su humanidad para que sea Él el que pueda seguir salvando, ya que es el único sacerdote, el único pontífice, con el cual nos identificamos, el único puente entre lo humano y lo divino, por donde nos vienen todos los bienes de la Salvación a los hombres, y por donde suben todas nuestras súplicas y alabanzas al Padre. Sentir y experimentar esto en la oración, en la santa misa, en el apostolado es el gozo más grande que existe en la tierra. Es el cielo en la tierra.

       Por eso oirás decir con toda naturalidad y verdad al sacerdote en las celebraciones sacramentales: “Yo te perdono..., este es mi cuerpo, esta es mi sangre”,  pero no es la sangre o el cuerpo de Gonzalo, Juan o de Antonio... sino el de Cristo que sigue perdonando y consagrando a través de nuestras humanidades prestadas eternamente. Es que realmente somos y celebramos in persona Christi, que no significa en vez o en lugar de Cristo, sino que el sacerdote hace presente la persona de Cristo y todo su misterio de Salvación por el carácter, carisma o gracia sacerdotal, don dinámico permanente, no meramente estático, de sacramento.

       ¡Qué maravilloso y bello y deslumbrante volcán   salido del Corazón de Cristo Sacerdote en explosiones continuas y eternas llenas de verdades y resplandores y misterios es ser sacerdote, estar identificados eternamente con el Único Sacerdote del Altísimo, Cristo, que por su Divinidad encarnada, por ser Hijo, nos sumerge en el Océano divino del Ser y la Hermosura divina trinitaria! ¡Qué grandeza, qué confianza, qué privilegio el que nos haya hecho en Él y por Él puente de salvación de la humanidad creada entre la misma Trinidad y los hombres! Es que realmente somos otros Cristos, tocamos lo divino, tocamos la esencia divina, el fuego del  “Dios Amor”, superamos todo lo creado, nuestras manos tocan la eternidad, lo trascendente, lo que no tienen fin, porque somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades y realidades eternas, que superan este espacio y este tiempo, son infinitas, son divinas y durarán siempre.

       Y al mismo tiempo y desde esta perspectiva, ¡Qué responsabilidad más tremenda! ¡Qué misterio más grave e infinito de salvación o condenación eterna estamos llamados a sembrar y cultivar los sacerdotes! Porque todo es verdad, Dios existe y nos espera, espera a todos los hombres, es la Verdad de Jesucristo Sacerdote y Víctima en Getsemaní, en el Huerto de los Olivos, donde Cristo no siente la Divinidad, se encuentra solo en su humanidad sin sentir como hasta ese momento al Hijo que la habita   -- tiene que ser así para poder sufrir--, está olvidado del Padre porque el Padre está gozoso y pensando en los hijos que le van a venir por el Hijo que se entrega para su salvación: ¡Cristo! ¿Dónde está tu Padre? ¿No dijo que Tú eras su Hijo amado? ¿Es que se avergüenza de Ti, es que ya no te quiere...? ¿Qué pasa en cada misa, en cada memorial de tu pasión y muerte? Pasa que el Padre está tan gozoso de los hijos, de todos sus hijos del mundo entero que Tú le vas a dar, que se olvida, la Divinidad te ha dejado sólo en la pasión para que puedas sufrir y salvarnos: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo...” Y esto lo hace presente el sacerdote en cada misa, en la única que fue celebrada proféticamente por Cristo en la Última Cena antes del Viernes Santo y ahora se hace presente en memorial. Qué misterio, qué grandeza ser sacerdote. Qué responsabilidad también con sabor de eternidad, de vida que no tiene fin, de ese siempre, siempre, siempre para el que todo hombre ha sido soñado por Dios y  que yo sacerdote, aunque los hombres no lo crean, no lo piensen, no lo vivan, tengo que cultivarlo. Soy realmente totalmente distinto al puramente hombre, soy prolongación y sentimientos y  misión y vida y salvación del mismo Hijo de Dios, de Jesucristo Único Salvador y Sacerdote del mundo y de los hombres.

3. 2 CRISTO SACERDOTE ME DIJO: VOSOTROS, LOS SACERDOTES, SOIS MI CORAZÓN Y MI VIDA, MIS MANOS Y MIS PIES...

       Estamos celebrando el Año Sacerdotal; hace unos días, en mi oración personal, me atreví a dirigir una pregunta atrevida a Cristo, Eucaristía perfecta y Sacerdote del Altísimo; fue así: Cristo, amigo del alma y confidente, nosotros, los sacerdotes, te decimos todos los días lo que tú eres para nosotros, y veo que te agrada, porque nos lo demuestras con afectos y gozos que nos comunicas en los ratos de oración, en la santa misa, en el trabajo apostólico ¡qué gozo a veces en misas parroquiales con adultos, niños, jóvenes, qué alegría en los grupos de oración, de catecúmenos, qué gloria y alabanza del mismo Padre sentidas en lo hondo del corazón; yo, ahora, Cristo Sacerdote, en nombre de todos los sacerdotes, quiero preguntarte  a Ti: ¿qué soy yo, qué somos nosotros, los sacerdotes para ti? te lo pregunto con motivo del Año Sacerdotal y de mis bodas de oro sacerdotales que voy a celebrar este año, si Tú lo quieres.

       Y esta fue su respuesta, pero a borbotones y con palabras llenas de fuego quemante, en llama de amor viva: vosotros, los sacerdotes, sois mi corazón y mi vida, mi amor y entrega total; queridos sacerdotes, querido sacerdote, tú eres mi corazón y mi amor y toda mi vida, todo mi ser y existir;  tú eres mi adoración y alabanza al Padre y mi pontífice, puente y mediador de salvación y de los dones de la gracia y vida divina para nuestros hermanos, los hombres; tú eres mis manos y mis pies, tú eres mi existencia y mi palabra, mi perdón y misericordia encarna, mi amor y mi ser y existir encarnado en tu humanidad prestada; tú, querido sacerdote, todo sacerdote, eres y vives mi sacerdocio y salvación hecha carne en la humanidad de otros hombres, por eso, sin ti no sé ni puedo vivir, es más,  ni quiero vivir; no me imagino la vida y eternidad ya sin ti, te he soñado en el seno del Padre y te he elegido y con un beso de Amor de Espíritu Santo te ungí y consagré sacerdote, sacerdote in aeternum de mi corazón, de mi alma; para eso te elegí y te llamé por tu nombre y te preferí entre millones de hombres, te necesito para ser feliz y dar gloria y adoración y alabanza y hacer feliz al Dios Trino y Uno, sé que no lo comprendes ahora, pero si tú no me das tu amor y tus manos para consagrar y perdonar y bautizar..., yo no las tendré nunca...; lo tendré todo, pero me faltará tu amor, tu persona que tanto amo y tú no puedes pensar lo que he soñado contigo para una eternidad, me faltará tu vida “in laudem gloriae ejus”, porque contigo y en tu sacerdocio santo y eterno quiero ejercer ante el Padre eternamente la alabanza de su gloria; tú serás mi sacerdote eternamente, te necesito, tu amistad e identidad sacerdotal no acabará nunca jamás, no morirá jamás,  nunca, tu sacerdocio es el mío, está dicho y escrito en el Apocalipsis, tú conmigo glorificarás a Dios Trino con la salvación del mundo y reuniéndolo para toda eternidad ante su presencia porque eres en mí  “el cordero degollado ante el trono del Padre..que está eternamente ante el” y lo seguirás ejerciendo como adoración y alabanza y glorificación eternamente: “Tu eres sacerdote eternamente...” no sólo en la tierra, y siempre “in laudem gloriae ejus”.

       Y esto me lo dijo para todos los  sacerdotes del mundo, especialmente para ti, sacerdote que sufres, o eres perseguido, o no valorado por los tuyos, o nadie se acuerda de ti, olvidado en países de misión, ignorado, nunca mencionado, siempre en el último escalón, o eres anciano, o estás agotado y enfermo o... vives en los rincones más olvidados del mundo; me lo dijo el Señor Jesucristo, el Único Sacerdote del Altísimo, Canción de Amor cantada por el Padre para todos los hombres, especialmente los sacerdotes, con Amor de Espíritu Santo en la que nos dice todo lo que nos ama: “Tu eres mi hijo amado” “Dios es Amor... en esto consiste el amor... en que Él nos amó primero...”en el Hijo Único Sacerdote, y que todo creyente, todo sacerdote puede escuchar «en música callada» de oración silenciosa en cualquier sagrario de la tierra, donde eternamente el Padre nos canta su proyecto de Amor Eterno en su Palabra, única, una sola Palabra en la que nos ha dicho todo su Amor, y siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo

       Padre eterno, ¡Qué maravilla de Padre, qué gozo y alegría de que existas, y seas tan grande, tan padre, tan bueno y bondadoso, me alegro de que existas y de haberte conocido, me alegra llamarte Padre y amarte! ¡Qué proyecto más divino has programado para tu Hijo, para tus hijos en el Hijo, los hombres, para tus hijos sacerdotes en la Único Hijo Sacerdote!

       Querido hermano sacerdote, todo lo que está escrito es palabra y mensaje de Dios para ti. Te lo dice por mi palabra con un abrazo muy grande para todos los sacerdotes del mundo entero, porque somos los hijos muy amados en el Hijo,  Único Sacerdote del Altísimo, con el que todos estamos identificados por el sacramento del Orden.

MEDITACION

TERCERA PARTE

LA ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA: VIVENCIAS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA.

La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva. Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la Eucaristía hay que vivirlos como prolongación de la santa Eucaristía y  de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado.

3. 1. Por la Adoración Eucarística aprendemos y asimilamos los sentimientos de Cristo ofrecidos en la misa

       Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna que debe transformarnos a nosotros en una adoración perpetua al Padre, como Cristo, adorándole, en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida y consumar el sacrificio perfectos de toda nuestra vida. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva.

       Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la Eucaristía, participar en la Eucaristía, adorar la Eucaristía.

       Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: “El Señor está ahí y nos llama”, ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí.

       Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo –“los limpios de corazón verán a Dios”- y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total de vida, para que la Eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra ser y existir, no en puro conocimiento o teología o liturgia ritual sin sentir la irrupción de Dios en el tiempo, en los ritos, en el pan consagrado, en nuestras vidas.

       No olvidemos que la Eucaristía se comprende hasta que no se vive, y se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la adoración del único y verdadero Dios, destronando nuestros ídolos, el yo personal, imitando a un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, en obediencia y adoración, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad,  le costó y no lo comprendía.

       Desde su presencia eucarística, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...”  y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre  si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”

        Y éste ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una Eucaristía por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

       Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda.

       La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia, en una catequesis y vivencia permanente del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él.

       La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos y sacramentales de la Eucaristía celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él. Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, “apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la Eucaristía, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle toda la pascua realizada por nosotros y para nosotros.

       Por esta causa, una vez celebrada la Eucaristía, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para poner mojones de este camino de diálogo personal, de oración, de contemplación, de adoración y encuentro personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa; es una especie de mistagogia o iniciación a ser adorador de Jesucristo Eucaristía

3. 2 La presencia eucarística de Cristo nos enseña a recordar y vivir su vida,   haciéndola presente: “y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mi”.

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).

3.3. Un primer sentimiento: Yo también quiero obedecer al Padre hasta la muerte.

       Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo Eucaristía, también yo quiero obedecer al Padre, como Tú, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que el Padre disponga de mi vida, según su voluntad.

       Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También  yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego  a Ti; Señor, ayúdame, lo  espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, me cuesta poner de rodillas mi vida ante ti, y mira que lo pretendo, pero vuelvo a adorarme, yo quiero adorarte sólo a ti, porque tú eres Dios, yo soy pura criatura, pero yo no puedo si Tú no me enseñas y me das fuerzas... por eso he vuelto esta noche para estar contigo y que me ayudes. Y aquí, en la presencia del Señor, uno analiza su vida, sus fallos, sus aciertos, cómo va la vivencia de la Eucaristía, como misa, comunión, presencia, qué ratos pasa junto al Sagrario...Y pide y llora y reza y le cuenta sus penas y alegrías y las de los suyos y de su parroquia y la catequesis...etc.

3. 4. Un segundo sentimiento: Señor, quiero hacerme ofrenda contigo al Padre                                                                                                                 

Lo expresa así el Vaticano II: «Los fieles...participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella» (la LG.5).

       La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda, de la misa. El diálogo podía escoger esta vereda: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir sólo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de  gloria de la Santísima Trinidad, in laudem gloriae Ejus.

       Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré  consagrado, ya no me pertenezco, ya soy una cosa contigo, seré sacerdote y víctima de mi ofrenda, y cuando salga a la calle, como ya no me pertenezco sino que he quedado consagrado contigo,  quiero vivir sólo contigo para los intereses del Padre, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la Eucaristía: San Pablo: “ es Cristo quien vive en mí...”

       Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tienes ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado, ocupar el segundo puesto, soportar la envidia, las críticas injustas... “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo pero no soy yo...”.

       Tu humanidad ya no es temporal; pero conservas totalmente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío, pero ya sabes que soy débil,  necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu Eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

       Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mí. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mí... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegraos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Porque el Señor escucha a sus pobres” (Sal 69).

3. 5. Otro  sentimiento: “Acordaos de mi”: Señor, quiero acordarme...

Otro sentimiento que no puede faltar al adorarlo en su presencia eucarística está motivado por las palabras de Cristo: “Cuando hagáis esto, acordaos de mí...” Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística, me quiero acordar de toda tu vida, de tu Encarnación hasta  tu Ascensión, de toda tu Palabra, de todo el evangelio, pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos... cuánto me amas, cuánto nos deseas, nos regalas...“Éste es mi cuerpo, Ésta mi sangre derramada por vosotros...”

       Con qué fervor quiero celebrar la Eucaristía, comulgar con tus sentimientos, imitarlos y vivirlos ahora por la oración ante tu presencia; Señor, por qué me amas tanto, por qué te rebajas tanto, por qué me buscas tanto, porqué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Ti, Cristo, yo valgo mucho para el Padre: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo...”, ellos me valoran más que todos los hombres, valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí... te amo, te amo, te amo... Tu amor me basta.

       Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado,  yo, tan rutinario, tan limitado, siempre  tan egoísta, soy pura criatura, y Tú eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tú el Todo y  yo la nada. Si es mi  amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, qué honor para una simple criatura que el Dios infinito busque su amor. Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero.

3. 6.  En el “acordaos de mí”..., entra el amor de Cristo a los hermanos

Debe entrar también el amor a los hermanos, -no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

       Sí, Cristo, quiero acordarme  ahora de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

       “Acordaos de mí…”: Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de Tí y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así, arrodillándome, lavando los pies de mis hermanos, dándome en comida de amor como Tú, pisando luego tus mismas huellas hasta la muerte en cruz...

       Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Tí y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Tí pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida.

       Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de lo otros, pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor.

       Cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y Tú... siempre olvidar y perdonar,  olvidar y amar, yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede  haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como Tú, amando, perdonando, olvidando...“Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso  estoy aquí,  comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

       “Acordaos de mí...”El Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la santa Eucaristía, es el que realiza la presencia sacramental de Cristo en el pan consagrado, como una continuación de la Encarnación del Verbo en el seno de María. Toda la vida de la Iglesia, todos los sacramentos se realizan por la potencia del Espíritu Santo. 

       Y ese mismo Espíritu, Memoria de la Iglesia, cuando estamos en la presencia del Pan que ha consagrado y sabe que el Padre soñó para morada y amistad con los hombres, como tienda de su presencia, de la santa y una Trinidad, ese mismo Espíritu que es la Vida y Amor de mi Dios Trino y Uno, cuando decidieron en consejo trinitario esta presencia tan total y real de la Eucaristía, es el mismo que nos lo recuerda ahora y abre nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestro corazón, para que comprendamos las Escrituras y comprendamos a un Dios Padre, que nos soñó y nos creó para una eternidad de gozo con Él, a un Hijo que vino en nuestra búsqueda y nos salvó y no abrió las puertas del cielo, al Espíritu de amor que les une y nos une con Él en su mismo Fuego y Potencia de Amor Personal con que lo ideó y lo llevó y sigue llevando a efecto en un hombre divino, Jesús de Nazaret: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

       ¡Jesús, qué grande eres, qué tesoros encierras dentro de la Hostia santa, cómo te quiero! Ahora comprendo un poco por qué dijiste, después de realizar el misterio eucarístico: “Acordaos de mí...”, me acuerdo, me acuerdo de ti, te adoro y te amo aquí presente.

       ¡Cristo bendito! no sé cómo puede uno correr en la celebración de la Eucaristía o aburrirse en la Adoración Eucarística cuando hay tanto que recordar y pensar y vivir y amar y quemarse y adorar y descubrir y vivir tantas y tantas cosas, tantos y tantos misterios y misterios... galerías y galerías de minas y cavernas de la infinita esencia de Dios, como dice San Juan de la Cruz: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

3. 7.  Yo también, como Juan, quiero reclinar mi cabeza sobre tu corazón eucarístico…

Quiero aprenderlo todo en la Eucaristía, de la Eucaristía  reclinando mi cabeza en el corazón del  Amado, de mi Cristo,  sintiendo los latidos de su corazón, escuchando directamente de Él palabras de amor, las mismas de entonces y de ahora, que sigue hablándome en cada Eucaristía. En definitiva, ¿no es la Eucaristía también oración y plegaria eucarística? ¿No es la plegaria eucarística  lo más importante de la Eucaristía, la que realiza el misterio?

       Para comprender un poco todo lo que encierra el “acordaos de mí” necesitamos una eternidad, y sólo para empezar a comprenderlo, porque el amor de Dios no tiene fín. Por eso, y lo tengo bien estudiado, en la oración sanjuanista, cuanto más elevada es, menos se habla y más se ama, y al final, sólo se ama y se siente uno amado por el mismo Dios infinito y trinitario.

       Por eso el alma enamorada dirá: “Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que solo en amar es mi ejercicio...” Se acabaron los signos y los trabajos de ritos y las apariencias del pan porque hemos llegado al corazón de la liturgia que es Cristo, que viene a nosotros, hemos llegado al corazón mismo de lo celebrado y significado, todo lo demás fueron medios para el encuentro de salvación; ¡qué infinita, qué hermosa, qué rica, qué profunda es la liturgia católica, siempre que trascendamos el rito, siempre que se rasgue el velo del templo, el  velo de los signos! ¡cuántas cavernas, descubrimientos y sorpresas infinitas y continuas nos reserva!

       Para mí liturgia y  vida y  oración todo es lo mismo en el fondo, la liturgia es oración y vida, y la vida y la oración es liturgia.  Parece que las ceremonias son normas, ritos, gestos externos de la Eucaristía, pero la verdad es que todo va preñado de presencia, amor y vida de Cristo y de Trinidad. Hasta aquí quiere mi madre la Iglesia que llegue cuando celebro la Eucaristía; por la liturgia sagrada Dios irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre y llenarlo de su amor y salvación.

       Yo quisiera ayudarme de las mediaciones y amar la liturgia, como Teresa de Jesús, porque en el corazón del rito me encuentro con el cordero degollado delante del trono de Dios, pero no quedar atrapado por los signos y las mediaciones o convertirlas en fin y andar de acá para allá con más movimientos. Yo sólo las hago para encontrarme al Amado, su vida y salvación, la gloria de mi Dios, sin quedarme en ellas, sino caminos para llegar a la Trinidad que irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre. Y cuando por el rito llego al corazón de la liturgia: «Entréme donde no supe y quedéme no sabiendo, toda sciencia trascendiendo.

Yo no supe dónde entraba, pero, cuando allí me vi, sin saber dónde me estaba, grandes cosas entendí; no diré lo que sentí, que me quedé no sabiendo, toda sciencia trascendiendo».

       En cada Eucaristía, en cada comunión, en cada sagrario Cristo sigue diciéndonos:“Acordaos de mí...,” de las ilusiones que el Padre puso en mí, soy su Hijo amado, el predilecto, no sabéis lo que me ama y las cosas y palabras que me dice con amor, en canción de Amor Personal y Eterno, me lo ha dicho todo y totalmente lo que es y me ama con una Palabra llena de Amor Personal al darme su paternidad y aceptar yo con el mismo Amor Personal ser su Hijo y el Padre te quiere hijo en mí, en el Hijo con esa misma potencia infinita de amor de Espíritu Santo me comunica y engendra; con qué pasión de Padre te la entrega y con qué pasión de amor de Hijo tú la recibes en Mí, no sabéis todo lo  que me dice en canciones y éxtasis de amores eternos, lo que esto significa para mí y y para ti que yo quiero comunicároslo y compartirlo como amigo con vosotros; acordaos del Fuego de mi Dios, que ha depositado en mi corazón para vosotros, su mismo Fuego y Gozo y Espíritu. La Eucaristía es el cielo en la tierra, la morada de la Trinidad para los que han llegado a estas alturas, a esta unión de oración mística, unitiva, contemplativa, transformativa.

        “Acordaos de mí”, de mi emoción, de mi ternura personal por vosotros, de mi amor vivo, vivo y real y verdadero que ahora siento por vosotros en este pan, por fuera pan, por dentro mi persona amándoos hasta el extremo, en espera silenciosa, humilde, pero quemante por vosotros, deseándoos a todos para el abrazo de amistad, para el beso personal para el que fuisteis creados y el Padre me ha dado para vosotros, tantas y tantas cosas que uno va aprendiendo luego en la Eucaristía y ante el sagrario, porque si el Espíritu Santo es la memoria del Padre y de la Iglesia, el sagrario es la memoria de Jesucristo entero y completo, desde el seno del Padre hasta Pentecostés.

       “Acordaos de mí”, digo yo que si esta memoria del Espíritu Santo, este recuerdo, no será la causa de que todos los santos de todos los tiempos y tantas y tantas personas, verdaderamente celebrantes de ahora mismo, hayan celebrado  y sigan haciéndolo despacio, recogidos, contemplando, como si ya estuvieran en la eternidad, “recordando” por el Espíritu de Cristo lo que hay dentro del pan y de la Eucaristía y de la Eucaristía y de las acciones litúrgicas tan preñadas como están de recuerdos y realidades  presentes y tan hermosas del Señor, viviendo más de lo que hay dentro que de su exterioridad, cosa que nunca debe preocupar a algunos más que el contenido, que es, en definitiva, el fín y la razón de ser de las mismas.

       “Acordaos de mí”; recordando a Jesucristo, lo que dijo, lo que hace presente, lo que Él deseó ardientemente, lo que soñó de amistad con nosotros y ahora ya gozoso y consumado y resucitado, puede realizarlo con cada uno de los participantes... el abrazo y el pacto de alianza nueva y eterna de amistad que firma en cada Eucaristía, aunque le haya ofendido y olvidado hasta lo indecible, lo que te sientes amado, querido, perdonado por Él en cada Eucaristía, en cada comunión, digo yo... pregunto si esto no

necesita otro ritmo o deba tenerse más en cuenta.... como canta San Juan de la Cruz:

 

«Qué bien se yo la fuente que mana y corre,

aunque es de noche. (A oscuras de los sentidos, sólo por la fe)

Aquesta eterna fonte está escondida,

en este vivo pan por darnos vida,

aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas

Y de esta agua se hartan, aunque oscuras,

Porque es de noche.

Aquesta viva fuente que deseo,

En este pan de vida yo la veo,

Aunque es de noche»

 

       Quiero terminar esta reflexión invitándoos a todos a dirigir una mirada llena de amor y agradecimiento a Cristo esperando nuestra presencia y amistad en todos los sagrarios de la tierra y por el cual nos vienen todas las gracias de la salvación:

       Jesucristo, Eucaristía perfecta de obediencia, adoración y alabanza al Padre y sacerdote único del Altísimo: Tú lo has dado todo por nosotros con amor extremo hasta dar la vida y quedarte siempre en el sagrario; también nosotros queremos darlo todo por Ti y ser siempre tuyos, porque para nosotros Tú lo eres todo, queremos que lo seas todo.

 

JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CREEMOS EN TI.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CONFIAMOS EN TI

¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS!

 

Y como el que canta reza dos veces, según nos dice S. Agustín, nosotros lo hacemos así adorando al Señor Eucaristía:

 

No adoréis a nadie, a nadie más que a Él, (bis).

No adoréis a nadie, a nadie más,

no adoréis a nadie, a nadie más,

no adoréis a nadie, a nadie más que a Él.

 

No miréis a nadie, a nadie más que a Él (bis).

No miréis a nadie, a nadie más…

 

LA EUCARISTÍA COMO MEMORIAL

Toda la liturgia, especialmente la Eucarística, no es un mero recuerdo de la Última Cena, sino que es memorial, que hace presente en sacramento--misterio toda la vida de Cristo, a Cristo entero y completo, especialmente su pasión, muerte y resurrección, “de una vez para siempre”, como nos dice San Pablo en la carta a los Hebreos,   superando los límites de espacio y tiempo, porque el hecho ya está eternizado, es siempre el mismo, en presente eterno y total y permanente en la presencia del cordero degollado ante el trono del Padre.

       Es como si en cada misa, Cristo, El Señor, especialmente en la consagración del pan y del vino, cortara con unas tijeras divinas, no solo el hecho evocado sino toda su vida hecha ofrenda agradable y satisfactoria al Padre. Es que cada vez que un sacerdote pronuncia las palabras de la consagración, mejor dicho, hace de ministro sacerdotal porque el único sacerdote es Cristo haciendo presente toda su vida que fue ofrenda al Padre por la salvación de los hombre desde su Encarnación hasta Ascensión al Cielo, haciéndola así contemporánea a los testigos presentes, los adoradores o fieles,  es Cristo quien por el ministerio sacerdotal de los presbíteros consagra y presencializa toda su vida, palabra, pasión y muerte y resurrección, dando así la oportunidad a los hombres de todos los tiempos de ser testigos y beneficiarios del su misterio salvador, de su persona, de su amor, de su intimidad, de rozarlo y tocarlo...

 Así que muchas veces le digo a nuestro Cristo cuando consagra su pan de vida: Cristo bendito, este pan tiene aroma de Pascua, olor y sabor del pan de tus manos en el Jueves santo, ya eternizado y hecho memorial, siento tus manos temblorosas, tu emoción y sentimientos que estás haciendo presentes, que me estrechan para decirme: tus pecados están perdonados, y los de mi pueblo y estrechamos la mano y la siento, haciendo un pacto eterno de perdón y alianza eterna de amistad como Moisés en el Monte Sinaí, como en los tratos de nuestra gente, de nuestros padres en tiempos pasados.

Siento vivo, como si se acabara de dármelo, su abrazo, el reclinar de Juan sobre su pecho, amigo adorado, con aroma y perfume de Pascua. Oigo a Cristo que nos dice al consagrar: os amo, doy mi vida por vosotros... y vuelvo a escuchar la despedida y oración sacerdotal completa de la Última Cena.

Queridos amigos,  la irreversibilidad de las cosas temporales queda superada por el poder de Dios, que es en sí eternidad encarnada en el tiempo. La misa no es mero recuerdo, es memorial que hace presente todo el misterio. Aquel que es para siempre la Palabra, la biblioteca inagotable del Padre y de la Iglesia, su archivo inviolable  condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: "acordaos de mí," de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas...

Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. No hay liturgia verdadera, irrupción de Dios en el tiempo para tocar, salvar y transformar al hombre. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel:"Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: "Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy." Lo comí y fue en mi boca dulce como miel" (Ez.3, 1-3).

Los que tienen esta experiencia, los que no sólo creen sino que viven y sienten lo que creen y celebran en este misterio, los testigos, los sarmientos totalmente unidos a la vid, que debemos ser todos, los místicos, san Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios el mejor camino es la oración, y la oración es amor más que razón y teología, porque ésta no puede abarcarle, pero por  el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con él y me fundo en una sola realidad en llamas con el. Esto es la liturgia, o tenía que ser, no correr de acá para allá, pura exterioridad sin entrar en el corazón de los signos y encontrarse con Cristo resucitado y glorioso que ha irrumpido en el tiempo para estar con nosotros, para celebrar con nosotros sus misterios, para salvarnos y ser nuestro camino, verdad   y vida de amigo.

Todo esto los místicos lo experimentan por el amor, pero todos hemos sido llamados a la mística, a la santidad, a la unión vital de los sarmientos con Cristo vid de vida, a sentir este amor, todos estamos llamados a la experiencia de la Eucaristía, a vivir lo que celebramos, eso es ser sanctus, unión total del sarmiento con la vid hasta sentir cómo la savia corre a través de nosotros a los racimos de nuestras parroquias. Para eso se quedó Cristo en el pan: “Vosotros sois mis amigos”, a vosotros no os llamo siervos, porque un siervo no sabe lo que hace su Señor, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha dado mi Padre, os lo he dado a conocer”.

       A Cristo, como a los sacramentos o el evangelio, no se les  comprenden hasta que no se viven. Este será siempre el trabajo de la Iglesia y de cada creyente, que se convierte en problema para todo seguidor y discípulo de Cristo, sea cura, fraile o monja o bautizado, al necesitar permanentemente la conversión, la transformación de su vida en Cristo, en el Cristo que contemplamos y adoramos y comulgamos, y esto supone siempre cruz, sufrimiento de una vida que quiere ser suya, humillaciones soportadas en amor, segundos puestos, envidias perdonadas y reaccionar siempre ante las críticas o incomprensiones perdonando, amando por Cristo que va morando y viviendo cada día más su misma vida en nosotros.

       A mí me gustaría que se hablase más de estas realidades esenciales de nuestra fe en Cristo en nuestras reuniones, charlas, predicaciones, formación permanente. Aunque resulte duro y antipático escucharlas porque resulta mucho más vivirlas. Y al vivir más estos sentimientos de Cristo en mí, voy teniendo cada día más vivencia y experiencia de su persona y amor como realidad y no solo como idea o teología. Y me convierto en explorador de la tierra prometida, y voy subiendo con esfuerzo por el monte Tabor hasta verle transfigurado y poder decir con total verdad y convencimiento y vivencia: qué bien se está aquí adorando, contemplando a mi Cristo, Verbo de Dios y Hermosura del Padre y Amigo y Redentor de los hombres.

1.3. El mejor camino para encontrar a Cristo Eucaristía es la oración, hablar con Él: «Que no es otra cosa oración... tratando muchas veces a solas...»

Hasta aquí hay que llegar desde la fe heredada para hacerla personal; ya no creo por lo que otros me han dicho y enseñado, aunque sean mis padres, los catequistas, lo teólogos, sino por lo que yo he visto y palpado; hasta aquí hay que llegar desde un conocimiento puramente teórico, como el de todos, que no es vivo y directo y personal; por eso los primeros pasos de la oración, la oración meditativa, reflexiva, coger el evangelio y meditarlo, es costoso, me distraigo hasta que empieza escuchar directamente al Señor en oración afectiva, donde sin pensar mucho directamente hablo con Él, mejor, El empieza a decirme lo que tengo que corregir para ser seguidor suyo y ya hay encuentro personal, trato de amistad con el que me ama, para luego avanzando en la oración afectiva, durante años y según la generosidad de las almas, llego a la contemplativa, que muchos no llegamos, en la que ya no necesito libros para amarle y hablarle, es más, me aburren. Ya los abandono para toda mi vida como medio para encontrarme con Él. Vamos este es el camino que he visto en algunos feligreses míos. Me gustaría que fueran más.

       Por eso, si Cristo me aburre, si no he llegado a la oración afectiva, al diálogo y encuentro personal de hablarle de tú a tu, en lugar de Oh Señor, Oh Dios, si no he pasado de la oración heredada, de lo que me han dicho de Él a la oración personal, a lo que yo voy descubriendo y amando...si el sagrario no me dice nada o poco, cómo voy a entusiasmar a mi gente con Él, cómo voy a enseñar el camino del encuentro, cómo voy a enseñar a descubrirlo y adorarlo, si a mi personalmente  me aburre y no me ven pasar ratos junto a Él, cómo puedo conducirlos hasta Él, cómo decir que ahí está Dios, el Señor y Creador y Salvador del mundo, el principio y fin de todo cuanto existe y paso junto a Él como si el Sagrario estuviera vacío,  y después de la misa, o antes, hablo y me porto en la Iglesia como si Él no estuviera allí.

       El Cristo del Evangelio, que vino en nuestra búsqueda, está tan deseoso de nuestra amistad y a veces tan abandonado en algunos sagrarios, tan deseoso de encuentro de amistad, que se entrega por nada: por un simple gesto, por una mirada de amor. Y así empieza una amistad que no terminará ya  nunca, es eterna. Cómo me gustaría que se hablase más de este camino, de la oración propiamente eucarística, mira que los últimos papas y documentos hablan con entusiasmo hasta la saciedad de este dirigir las almas a Dios por la oración-conversión eucarística.

       Muchas acciones, y más acciones y dinámicas en nuestros apostolados, pero no todas las acciones son apostolado si no las hacemos con el Espíritu de Cristo. Muchas acciones a veces, pero pocas llegan hasta Cristo, hasta su persona, se quedan en zonas intermedias. Hablamos mucho de verdades y poco de personas divinas, término de todo apostolado. Sin embargo, en la adoración eucarística están juntos el camino y el término de toda nuestra actividad apostólica: adoración y Eucaristía; llevar las almas a Dios era la definición antes del sacerdocio y apostolado sacerdotal.

       Y orar es hablar con Cristo. Por eso, S. Teresa, S. Juan de la Cruz, madre Teresa de Calcuta, cualquiera que hace oración sabe que todo el negocio está no en pensar mucho sino en amar mucho. La oración es cuestión de amar, de querer amar más a Dios. Este camino hasta la experiencia de lo que creemos o celebramos  es la mística. Conocer y amar a Cristo, no por contemplación de ideas o teologías sino por vivencia, por sentirme realmente habitado por Él: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a Él y viviremos en Él”.  Y entonces se van acabando las dudas, y las noches, hasta desear sufrir por Cristo como Pablo: “Estoy crucificado, vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mí”; esta es la única razón de la adoración, de la comunión y de la misa;  esta será siempre la razón de ser de la Iglesia, de los sacramentos, de nuestro ser y existir como bautizados o sacerdotes, sobre todo como adoradores eucarísticos, llegar a ser testigo de lo que creemos, de lo que celebramos, lo he repetido muchas veces. Nos lo están repitiendo continuamente los Papas y la mayor parte de los documentos de la Iglesia: qué cantidad de ellos insistiendo continuamente en la Adoración Eucarística.

       Cómo puedo yo, Gonzalo, aunque sea sacerdote,  cómo yo adorador o adoradora nocturna, cómo voy entusiasmar a mi gente con Cristo Eucaristía si a mí personalmente me aburre y no me ven junto a El todos los días. La gente dirá: Si eso fuera verdad, se comería el Sagrario. Tengo que tener cuidado en no convertirme en un profesional de la Eucaristía, que la predico o trato como si fuera una cosa o un sistema filosófico de verdades, puramente teórico, pero no Cristo en persona, a quien hablo, trato y me tiene enamorado y seducido porque lo siento y lo vivo. 

1.4. Orar, amar y convertirse dicen lo mismo y se conjugan igual.

Para eso, sólo conozco un camino, un único camino, y estoy tan convencido de ello, que algunas veces le digo al Señor, quítame la gracia, humíllame, quítame hasta la fe, pero jamás me quites la oración-conversión, el encuentro diario contigo en el amor, porque aunque esté en el éxtasis, si dejo la oración-conversión, terminaré en el llano de la mediocridad y caeré en el cumplo y miento, en lo puramente profesional y me faltará el entusiasmo y el convencimiento de mi Cristo vivo y resucitado.

       Pero aunque esté en pecado o con fe muerta, si hago oración-conversión, dejaré el pecado, la mediocridad y por la oración, sobre todo eucarística, llegaré a sentirlo vivo y presente en mi corazón. Realmente  todo se debo a la oración, a mi encuentro diario con Cristo Eucaristía, en gracia o en pecado, en noches de fe o en resplandores de Tabor.

Y este camino de la oración, como he dicho, tiene tres nombres, que se conjugan igual, y da lo mismo el orden en que se pongan: amar, orar y convertirse; quiero amar, quiero orar y convertirme; me canso de orar, me he cansado de amar y convertirme; quiero convertirme, quiero amar y estar con el Señor. Y así es cómo ve voy vaciando de mí y llenando de Él, de su vida y sentimientos y amor a los demás y siento así su gozo y perfume y aliento y abrazo y perdón hasta decirle  estáte, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte y cuando decidas irte, llévame, Señor, contigo, porque el pensar que te irás me causa un terrible miedo... y si lo siento muy vivo... puedo hasta decirle: que muero porque no muero. No lo considero nada extraordinario. Esto es para todos, todos hemos sido llamados a esta unión de amistad, a la santidad, a la unión vital y total con Cristo. Pero vamos a ver, hermanos, ¿Cristo está vivo no está, está en el pan consagrado o no está...? En mi parroquia tengo almas contemplativas y místicas, que han llegado a estas vivencias. Pero siempre por la conversión de su vida en la de Cristo.  

Amar, orar y convertirse es el único camino. Preguntárselo a los santos de todos los tiempos. Y nos hay excepciones. Luego se dedicarían a los pobres o a los ricos, a la vida activa o contemplativa, serán obispos o simples bautizado, pero el camino único para todos será la oración-conversión, la oración-vida: que no es otra cosa... ¡Cuánto me gustaría que se hablase más de todo esto! “El que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo... no podéis servir a dos señores... convertíos y creed el evangelio”. La conversión es imprescindible para entrar en el reino de Dios, en la amistad con la Trinidad. La no conversión, el cansarnos de poner la cruz en nuestros sentidos, mente, corazón, porque cuesta, el terminar abandonando la conversión permanente que debe durar toda la vida porque tenemos el pecado original metido en nosotros es la causa de la falta de santidad en nuestras vidas, y lógicamente, de la falta de experiencia de lo que creemos y celebramos, porque nuestro yo le impide a Cristo entrar dentro de nosotros. Por eso nos estancamos en la vida de unión con Dios y abandonamos la oración verdadera, que lleva a vivir en Cristo; y así la oración tanto personal como litúrgica no es encuentro con Cristo sino con nosotros mismos, puro subjetivismo, donde nos encontramos solos y por eso no nos dice nada y nos aburrimos.   

1.5. POR ESO, LA EUCARISTÍA ES LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO. Precisamente este es el título del primer libro que escribí sobre la Eucaristía. En la introducción decía: Todos  sabemos, por clásica, la definición de Santa Teresa sobre oración: «No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5). Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo.

Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo Eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

La Eucaristía no es una tesis teológica, es una persona, una persona viva, es Cristo en persona, es el Verbo, la Hermosura del Padre, Palabra de su Amor que el Padre canta y pronuncia al Hijo en canción eterna de amor cuyo eco llega a la tierra en carne humana por el mismo Espíritu de un Padre que me quiere hijo en el Hijo, que soñó conmigo desde toda la eternidad, me creó para una eternidad de amor y felicidad con Él y me dio la vida en el sí de mis padres, y este Hijo viéndole al Padre entristecido porque este primer proyecto de amor se había roto por el hombre, le dice: “Padre, aquí estoy para hacer tu voluntad...”, y viene en mi búsqueda y se hace primero hombre y luego un poco de pan para salvarme y quererme cerca, ser mi amigo, para perpetuar su Palabra, Salvación y Alianza y pacto eterno de amistad con los hombres, pero siempre y únicamente en su Espíritu de Amor, en ese mismo amor con que el Padre le ama al Hijo y el Hijo, aceptando su Espíritu de Amor le hace Padre, en el mismo Amor, no hay otro y en ese amor con que Dios me ama por su Hijo tengo que entrar yo, y para eso tengo que sacrificar, ser sacerdote y víctima y ofrenda de mi amor a mí mismo, a mi yo, para poderle amar con el amor con que El me ama  que es amor de Espíritu Santo, Amor de Pentecostés que les hizo a los Apóstoles abrir los cerrojos y las puerta cerradas por miedo a los judíos, aunque le habían visto resucitado y en apariciones a Cristo, pero hasta que no llega este mismo Cristo hecho fuego de Espíritu Santo, hecho llama de amor viva, estando en oración con María la madre de Jesús, no sienten esa vivencia que ya no pueden callar, aunque quieran, aunque los maten y los llevará hasta la muerte por Cristo, como a los Apóstoles, porque es ya el amor infinito de Cristo en ellos dando la vida por los hermanos.

Pienso que la causa principal de no aumentar el número de Adoradores y de rutina y cansancio posibles está ciertamente hoy en la falta de fe eucarística del pueblo cristiano, pero también en la falta de entusiasmo y experiencia en nosotros, al no valorar ni comprender ni vivir ni ser testigos de todo este misterio de salvación y redención y amistad que hay en el Cristo vivo, vivo de nuestras eucaristías, hecho sacramento de perdón y amistad permanentemente ofrecida desde nuestros sagrarios, que merece toda nuestra admiración como se lo manifestaban las multitudes en Palestina, atraídas por su Verdad y Dulzura y Belleza, Hermosura del Hijo Único de Dios, que vino en nuestra búsqueda por puro amor, porque Él es Dios y no podemos darle nada que Él no tenga, excepto nuestro amor. 

 Copiado de mi libro: PARA TRATAR DE AMISTAD….

Hacer de estos puntos una meditación:

4. La Eucaristía, la mejor escuela  de vida cristiana

Ahora tenemos muchas escuelas y universidades; incluso en las parroquias tenemos muchas clases de biblia, de teología, de liturgia... nuestras madres y nuestros padres no tuvieron más escuela que el Sagrario y punto. Allí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos. Allí escucharon y seguimos nosotros escuchando a Jesús que nos dice: “sígueme”, “amáos los unos a los otros como yo os he amado”,“no podéis servir a dos señores, no podéis servir a Dios y al dinero” “.venid y os haré pescadores de hombres”,“vosotros sois mis amigos”, “no tengáis miedo, yo he vencido al mundo”, “ sin mí no podéis hacer nada, yo soy la vid, vosotros , los sarmientos, el sarmiento no puede llevar fruto si no está unido a la vid...”   

¿Y qué pasa cuando yo escucho del Señor estas palabras? Pues que si no aguanto estas  enseñanzas, estas exigencias, este diálogo personal con El, porque me cuesta, porque no quiero convertirme, porque no quiero renunciar a mis bienes, me marcho para que no pueda echarme en cara mi falta de fe en El, mi falta de generosidad en seguirle, para que no me señale con el dedo mis defectos.... y así estaré distanciado respecto a su presencia eucarística durante toda mi vida, con las consiguientes consecuencias negativas que esta postura llevará consigo. Podré incluso, tratar de legitimar mi postura, diciendo que Cristo está en muchos sitios, está en la Palabra, en los hermanos...que es muy cómodo quedarse en la iglesia, que más apostolado y menos quedarse de brazos cruzados,  pero en el fondo es que no aguanto su presencia eucarística que me señala mis defectos y me invita a seguirle: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”.

MEDIOCRIDAD, NO.-Y  me pregunto cómo podré yo luego entusiasmar a la gente  con Cristo, predicar que el Señor es Dios, el bien absoluto y primero de la vida, por el cual hay que venderlo todo...si yo no lo practico ni sé cómo se hace. Creo que esta es la causa principal de la pobreza espiritual de los cristianos y de que muchas partes importantes del evangelio no se prediquen, porque no se viven y se conocen por la propia experiencia. Si el Señor empieza a exigirme en la oración, en el diálogo personal con El, y yo no quiero convertirme, poco a poco me iré alejando de este trato de amistad  para no escucharlo, aunque las formas externas las guardaré toda la vida, es decir, seguiré  comulgando, rezando, haciendo otras cosas, incluso más llamativas, también en mi apostolado, pero he firmado mi mediocridad  cristiana, sacerdotal, apostólica...

Al alejarme cada día más del Sagrario, me alejo a la vez de la oración , y, aunque Jesús a voces me esté llamando todos los días, porque me quiere ayudar, terminaré por no oírle y todo se convertirá en pura rutina y así será toda mi vida espiritual y religiosa. Y esto es más claro que el agua:  si Cristo en persona me aburre en la oración, cómo podré  entusiasmar a los demás con El, no se qué apostolado pueda hacer por él, cómo contagiaré deseos de El, ni sé  como podré enseñar a los demás el camino de la oración, cómo podré  ser guía de los hermanos en este camino de encuentro con El. Naturalmente  hablaré de oración y de amistad con Cristo, de organigramas y apostolado,  pero teóricamente, como lo hacen otros muchos en la Iglesia de Dios.

Esta es la causa de que no toda actividad ni todo apostolado, tanto de seglares como de los sacerdotes, sea verdadero apostolado, para el cual, según Cristo, hay que estar unidos a El, como los sarmientos a la vid única y verdadera,  para poder dar fruto. Y a veces este canal, que tiene que llevar al cuerpo de la Iglesia el agua que salta hasta la vida eterna o la vena que debe llevar la sangre desde el corazón salvador de Cristo hasta las partes más necesitadas del cuerpo místico, esta vena y este canal, que soy yo y cada cristiano, está tan obstruido por las imperfecciones que  apenas llevamos unas gotas o casi nada de sangre para poder vitalizar y regar las partes del cuerpo afectadas por parálisis espiritual. Así que zonas importantes de la Iglesia, de arriba y de abajo, siguen negras e infartadas, sin vida espiritual ni amor y servicio verdaderos a Dios y a los hermanos.        Porque mal es que este canal obstruido sea un seglar, un catequista, un miembro de nuestros grupos o una madre, con la necesidad que tenemos de madres cristianas, porque con ellas casi no necesitamos ni curas; lo más grave y dañino es si somos sacerdotes. Menos mal que la gran mayoría de la Iglesia está conectada a la vid, que es Cristo Eucaristía. Aquí es donde está la fuente que mana y corre, aunque es de noche, es decir, por la fe, como nos dice San Juan de la Cruz.  Por favor, no pongamos la eficacia apostólica, la fuerza de la acción evangelizadora y misionera en los organigramas o programaciones, donde, como nos ha dicho el Papa en la Carta Apostólica NMI ya está todo dicho, sino en la raíz de todo apostolado y vida cristiana: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos... todo sarmiento que no está unido a la vid, no puede dar fruto...”.

CARA A CARA CON CRISTO.

Por eso, este encuentro eucarístico, la oración personal, este cara a cara personal y directo con Cristo es fundamental para nuestra vida espiritual. Añadiría que, aunque todos sabemos que la eucaristía como sacrificio es el fundamento, sin embargo la eucaristía como presencia tiene unos matices que nos descubre y pone más en evidencia la realidad de nuestra relación con Cristo. Porque en las eucaristías tenemos la asamblea, los cantos, las lecturas,  respondemos y nos damos la paz, nos saludamos, escuchamos al sacerdote.... pero con tanto movimiento a lo mejor salimos de la iglesia, sin haber escuchado a Cristo, es más, sin haberle incluso saludado personalmente.

       Sin embargo, en la oración personal, ante el Sagrario, no hay intermediarios ni distracciones,  es un diálogo a pecho descubierto, de tú a tú con Jesús, que me habla, me enfervoriza o tal vez, si El lo cree necesario, me echa en cara mi mediocridad, mi falta de entrega, que me dice:  no estoy de acuerdo en esto y esto, corrige esta forma de ser o actuar.... y claro, allí, solos ante El en el Sagrario, no hay escapatoria de cantos o respuestas de la  misa, allí es uno el que tiene que dar la respuesta, y no las hay litúrgicas oficiales; por eso,  si no estoy dispuesto a cambiar, no aguanto este trato directo con Cristo Eucaristía y dejo la visita diaria. ¿Cómo buscarle en otras presencias cuando allí es donde está más plena y realmente presente?

Si aguanto el cara a cara, cayendo y levantándome todos los días, aunque tarde años, encontraré en su presencia eucarística  luz, consuelo, gozo, que nada ni nadie podrán quitarme y me comeré a los niños, a los jóvenes, a los enfermos, quemaré de amor verdadero y seguimiento de Cristo allí donde trabaje y me encuentre, lo contagiaré todo de amor y seguimiento de El, llegaré a la unión afectiva y efectiva, oracional y apostólica con El. Y esto se llama santidad y para esto es la oración eucarística, porque  la oración es el   alma de todo apostolado, como se titulaba un  libro de mi juventud. Y a esto nos invita el Señor desde su presencia eucarística y para esto se ha quedado tan cerca de nosotros.

31.  Jesucristo Eucaristía, el mejor maestro de oración

Para ayudarnos en este camino de oración, ningún maestro mejor, ninguna ayuda mejor que Jesús Eucaristía. Por la oración, que nos hace encontrarnos con Él y con su palabra y evangelio, vamos cambiando nuestra mente y nuestro espíritu por el suyo:“Pues el hombre natural no comprende las realidades que vienen del Espíritu de Dios; son necedad para él y no puede comprenderlas porque deben juzgarse espiritualmente. Por el contrario, el hombre espiritual lo comprende, sin que él pueda ser comprendido por nadie. Porque “¿quién conoció la mente del Señor de manera que pueda instruirle?” (Is 40,3). Sin embargo, nosotros poseemos la mente de Cristo” (1Cor 2,16-18).

       Queridos hermanos, no podemos hacer las obras de Cristo sin el espíritu de Cristo. Y para eso, tenemos que unirnos a Él, como los sarmientos a la vid. Si no estamos unidos a Cristo como el sarmiento a la vid, la savia irá por un sarmiento lleno de obstáculos, por una vena sanguínea tan obstruida por nuestros  defectos y pecados, que apenas puede llevar sangre y salvación de Cristo al cuerpo de tu parroquia, de tu familia, de tu grupo, de tu  apostolado. Sin unión vital y fuerte con Cristo, poco a poco tu cuerpo apenas recibirá la vida de Cristo e irá debilitándose tu perfección y santidad evangélica.  No podemos hacer las obras de Cristo sin el amor y el fuego de Cristo. Y para llenarnos de su Espíritu, primero tenermos que vaciarnos de todo lo nuestro.

       El primer apostolado es cumplir la voluntad del Padre, como Cristo:“Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra” (Jn 4,34), o con S. Pablo: “Porque la  voluntad de Dios es vuestra santificación” (1Tes 4,3). El apostolado primero y más esencial de todos los cristianos es ser santos, es estar y vivir unidos a Dios, y para ese apostolado, la oración es lo primero y esencial. Lo ha dicho muy claro el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica NMI Por esta razón, la oración ha de ser siempre el corazón y el alma de todo apostolado. Así es como definíamos antes al apostolado: llevar las almas a Dios.

       Desde el momento en que renunciamos a la oración permanente, lógicamente se perderá la eficacia principal de nuestro apostolado,  porque Cristo lo dijo muy claro y muy serio en el evangelio: “Yo soy la vid verdadera y mi padre es el viñador. Todo sarmiento que en mi no lleve fruto, lo cortará; y todo el que de fruto, lo podará, para que de mas fruto... como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mi. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mi no podéis hacer nada” (Jn 15 1-5).

       Y así es sencillamente la  vida de muchos cristianos, sacerdotes, religiosos, que, al no estar unidos a Él con toda la intensidad y unión, que el Señor quiere, lógicamente no podrán producir los frutos para los que fuimos elegidos por Él. )De dónde les ha venido a todos los santos, así como a tantos apóstoles,  obispos, sacerdotes, hombres y mujeres cristianas, religiosos/as, padres y madres de familia, misioneros y catequistas, que han existido y existirán, su eficacia apostólica y su entusiasmo por Cristo? De la oración, de la experiencia de Dios, de constatar que Cristo existe y es verdad y vive y sentirlo y palparlo, no meramente estudiarlo, aprenderlo  o creerlo, como verdad. Esta fe vale para salvarnos, pero no para contagiar pasión por Cristo.

        ¿Por qué los Apóstoles permanecieron en el Cenáculo, llenos de miedo, con las puertas cerradas, antes de verle a Cristo resucitado? ¿Por qué incluso, cuando Cristo se les apareció y les mostró sus manos y sus pies traspasados por los clavos, permanecieron todavía encerrados y con miedo? ¿Es que no habían constatado que había resucitado, que estaba en el Padre, que tenía poder para resucitar y resucitarnos? ¿Por qué el día de Pentecostés abrieron las puertas y predicaron abiertamente y se alegraron de poder sufrir por Cristo? Porque ese día lo sintieron dentro, lo vivieron, y eso vale más que todo lo que vieron sus ojos en los tres años de Palestina e incluso en la mismas apariciones de resucitado.

       En el día de Pentecostés vino Cristo todo hecho fuego y llama de Espíritu Santo a sus corazones, no por experiencia puramente externa de aparición corporal; sino con presencia y fuerza de Espíritu quemante, sin mediaciones exteriores o de carne; sino hecho «llama de amor viva» y esto les quemó y abrasó las entrañas, el cuerpo y el alma; y esto no se puede sufrir sin comunicarlo. Y entonces sí que quitaron los cerrojos y abrieron las puertas y predicaron abiertamente y perdieron el miedo a morir y todos, aunque eran de diversas lenguas, entendieron la lengua universal del amor.

       “María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. Ahí es donde nuestra hermosa nazaretana, nuestra Virgen guapa aprendió a conocer a su hijo Jesucristo y todo su misterio, y lo guardaba y lo amaba y lo llenaba con su amor, pero a oscuras, por la fe, y así lo fue conociendo, «concibiendo antes en su corazón que en su cuerpo», hasta quedarse sola con Él en el Calvario.

        Pablo no conoció al Cristo histórico, no le vio, no habló con Él en su etapa terrena. Y ¿qué pasó? Pues que para mí y para mucha gente le amó más que otros apóstoles que lo vieron físicamente. Él lo vio en vivencia y experiencia mística, espiritual, sintiéndolo dentro, vivo y resucitado sin mediaciones de carne; sino de Espíritu a espíritu. De ahí le vino toda su sabiduría de Cristo, todo su amor a Cristo, toda su vida en Cristo hasta poder decir: “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”, “Para mí la vida es Cristo”. Este Cristo, fuego de vivencia y Pentecostés personal lo derribó del caballo y le hizo cambiar de dirección, convertirse del camino que llevaba, transformarse por dentro con  amor de Espíritu Santo. Nos los dice él mismo: “Yo sé de un cristiano, que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo? Dios lo sabe. Lo cierto es que ese hombre fue arrebatado al paraíso y oyó palabras arcanas que un hombre no es capaz de repetir, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo?, Dios los sabe” (2Cor 12,2-4).

       Esta experiencia mística, esta contemplación infusa, vale más que cien apariciones externas del Señor. Tengo amigos, con tal certeza y seguridad y fuego de Cristo, que si se apareciese fuera de la Iglesia, permanecerían ante el Sagrario o en la misa o en el trabajo, porque esta manifestación, que reciben todos los días del Señor por la oración, no aumentaría ni una milésima su fe y amor vivenciales, más quemantes y convincentes que todas las manifestaciones externas. La mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza de vida mística, de experiencia y vivencia de Eucaristía. Y lo peor es que hoy está tan generalizada esta pobreza, tanto arriba como abajo, que resulta difícil encontrar personas que hablen encendidamente de la persona de Cristo, de su presencia y misterio, y los escritos místicos y exigentes ordinariamente no son éxitos editoriales ni de revistas.

       Repito: la mayor pobreza de la iglesia, la más grave y destructora de vida cristiana es y será siempre la pobreza de vida mística, de vivencia de Dios, de deseos de santidad, de oración, de transformación en Cristo:“Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo...,” pero conocimiento vivencial, de Espíritu Santo a espíritu humano, o si quieres, comunicado e injertado en el alma por el Espíritu Santo, fuego, alma y vida de nuestro Dios Trino y Uno.

       El Sagrario es Jesucristo en amistad y salvación permanentemente ofrecidas al mundo, a los hombres. Por medio de su presencia eucarística, el Señor prolonga esta tarea de evangelización, de amistad, dando así su vida por nosotros en entrega sacrificial,  invitándonos, por medio de la oración y el diálogo eucarístico,  a participar de su pasión de amor por el  Padre y por los hombres. Y nos lo dice de muchas maneras:  desde su presencia humilde y silenciosa en el Sagrario, paciente de nuestros silencios y olvidos, o también a gritos, desde su entrega total en la celebración eucarística, desde el evangelio proclamado en la misa, desde la palabra profética de nuestros sacerdotes, desde la comunión para que vivamos su misma vida –“El que me come vivirá por mí”,- desde su presencia testimonial en todos los Sagrarios de la tierra.

       Precisamente, para poder llenarnos de sus gracias y de su amor, necesita vaciarnos del nuestro, para llenarnos de Él mismo, Verbo, Palabra, Gracia   y Hermosura del Padre, hasta la amistad transformante de vivir su misma vida. 

       Nuestro amor es <ego> y sólo Dios puede darnos el amor con que Él se ama y nos ama, un amor que empieza, nos arrastra y finaliza  en Dios Uno y Trino; ese amor que es  la vida de Dios, del que participamos por la gracia; ese amor de Dios que pasa  necesariamente por el amor verdadero a los hermanos y si no nos lleva, entonces no es verdadero amor venido de la vida de Dios: “El Padre y yo somos uno...”; “el que me ama, vivirá por mí...”; “ Carísimos, todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por Él...” (1Jn 4,7-10).

       Todos y cada uno de nosotros, desde que somos engendrados en el seno de nuestra madre, nos queremos infinitamente, sin límites, a nosotros mismos, más que a nuestra madre, más que a Dios, y por esta inclinación original, si es necesario que la madre muera, para que el niño viva, si es necesario que la gloria de Dios quede pisoteada para que yo viva según mis antojos, para que yo consiga mi placer, mi voluntad, mi comodidad,  pues que los demás mueran y que Dios se quede en segundo lugar, porque yo me quiero sobre todas las cosas y personas y sobre  mismo Dios. Y esto es así, aunque uno sea sacerdote, obispo, religioso, consagrado o bautizado, por el mero hecho de ser pura criatura, porque somos así, por el pecado original, desde nuestro nacimiento. Y si no nos convertimos, permanecemos así toda la vida. Y esto es más grave cuanto más alto es el lugar que ocupa uno en la construcción del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.

       Hay demasiados profetas palaciegos en la misma Iglesia de Cristo. Faltan padres, madres, profesionales cristianos y profetas, sacerdotes como Cristo que busquen primero la gloria de Dios y la santificación verdadera de los hermanos. Jeremías se quejó de esto ante el Dios, que lo elegía para estas misiones tan exigentes. El temor a sufrir, a ser censurado, rechazado, no escalar puestos, perder popularidad, hace que los profetas no hablen y silencien el mensaje de Dios: “La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: no me acordaré de él, no hablaré más en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía” (Jr 20,7-9).

       El profeta de Dios corregirá, aunque le cueste la vida. Así lo hizo Jesús, aunque sabía que esto le llevaría a la muerte (cfr. Jn 2,13-17). Por eso, este cambio, esta conversión sólo  puede hacerla Dios, porque nosotros estamos totalmente infectados del yo egoísta y hasta en las cosas buenas que hacemos, el egoísmo, la vanidad, la soberbia nos acompañan como la sombra al cuerpo.

       «La paz de la oración consiste en sentirse lleno de Dios, plenificado por Dios en el propio ser y, al mismo tiempo, completamente vacío de sí mismo, a fin de que Él sea todo en todas las cosas. Todo en mi nada. En la oración debemos imitar a la Madre, que se vación de voluntad -pobreza radical-    propia para llenarse del Verbo de Dios por la potencia del Espíritu Santo. Sin vacío interior de criterios y voluntad propia,  no hay oración; pero ese vacío y esa plenitud sólo la puede hacer la acción del Espíritu Santo. Porque orar es tomar conciencia de mi nada ante quien lo es todo. Porque orar es disponerme a que Él me llene, me fecunde, me penetre, hasta que sea una sola cosa con Él. Como María Virgen: alumbradora de Dios en su propia carne, pues para Dios nada hay imposible. Vacío es pobreza. Pero pobreza asumida y ofrecida en la alegría. Nadie más alegre ante los hombres que el que se siente pobre ante  Dios. Cuanto menos sea yo desde mí  mismo, desde mi voluntad de poder, tanto más seré  yo mismo de Él y para los demás. Donde no hay pobreza no hay oración, porque el humano (hombre o mujer) que quiere hacerse a sí mismo, no deja lugar dentro de sí, de su existencia, de su psiquismo a la acción creadora y recreadora del Espíritu». (ANTONIO LÓPEZ BAEZA: Un Dios locamente enamorado de tí, Sal Terrae, 2002, pag. 93-4)

        Pablo es un libro abierto sobre su conversión interior de actitudes y sentimientos hasta configurarse con Cristo: en un primer momento dice:“¿Quién me liberará de este cuerpo de pecado...? He rogado a Dios que me quite esta mordedura de Satanás... te basta mi gracia…”  Es consciente de su pecado y quiere librarse de él. En un segundo momento percibe que para esto debe mortificar y crucificarse con Cristo. Sólo así puede vivir en Cristo: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi...” Finalmente experimenta que solo así se llega a la unión total de sentimientos y vida y apostolado con su Señor: “Libenter gaudebo in infirmitatibus meis...”  Ya no se queja de las pruebas y renuncias sino que “me alegro con grande gozo en mis debilidades para que habite plenamente en mí la fuerza de Cristo”. “No quiero saber más que de mi Cristo y este crucificado”; “En lo que a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo  en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo”. Y está tan seguro del amor de Cristo, que, aun en medio de las mayores purificaciones y sufrimientos, exclama en voz alta, para que todos le oigamos y no nos acobardemos ni nos echemos para atrás en las pruebas que nos vendrán necesariamente en este camino de identificación con Cristo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Más en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni muerte, ni la vida, ni lo presente ni lo futuro... ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8,35-39). Pablo también fue profeta verdadero. Por eso fue perseguido fuera y dentro de la misma Iglesia. Y le echó en cara a Pedro su cobardía en Antioquía, porque  comía o no de ciertos alimentos según los que estuvieran presentes.

32. Breve itinerario de oración eucarística

El camino de la oración ya está descubierto y es elemental en su estructura; aunque cada uno tiene que recorrerlo personalmente. No olvidar jamás que orar es amar y amar es orar, que en la vida cristiana estos dos verbos se conjugan  igual. Estoy convencido, por teoría y experiencia, de que el que quiere orar, ese ya está orando. Nunca mejor dicho que querer es poder, porque este querer es ya la mejor gracia de Dios.

       La dificultad en orar está principalmente en que uno no está convencido de su importancia y puede considerar la oración una más de las diversas formas de la piedad  cristiana; además, como cuesta al principio coger este camino de amar a Dios sobre todas las cosas, lo cual supone renuncia y conversión, uno cree poder sustituirla con otras prácticas piadosas. Lo primero, pues, que hemos de tener presente, como hemos dicho ya tantas veces, será pedir la fe y el amor que nos unen a Dios, y no pueden ser fabricados por nosotros.

       La oración nunca será un camino difícil sino costoso, como cualquier camino que lleva a la cima de la montaña, sobre todo, en los comienzos. El camino es facilísimo: querer amar a Dios sobre todas las cosas. “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, solo a Él darás culto” (Mt. 4,10). Por lo tanto, abajo todos los ídolos, el primero, nuestro yo. Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios con estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22,37). Pero esto cuesta muchísimo, sobre todo al principio, porque entonces no se tienen los ojos limpios para ver a Dios, no se sienten estos deseos con fuerza, no se tiene la fe y el amor y una esperanza de Dios suficientes para ir en su busca, empezando por renunciar al cariño y la ternura que nos tenemos. Este preferirnos a Dios ha hecho que nuestra  fe sea seca, teórica, puramente heredada y ha de ser precisamente, por esos ratos de oración eucarística, cuando empiece a hacerse personal, a creer no por lo que otros me han dicho; sino por lo que yo voy descubriendo; y eso ya no habrá quien te lo quite.

       Es costosa la oración, sobre todo al comienzo, hasta coger el camino de la conversión, porque la persona, sin ser consciente, achaca, a las circunstancias de la oración o sus métodos, la sequedad de la misma, siendo así que en realidad la aridez y el cansancio vienen de que hay que empezar a ser más humildes, a perdonar de verdad, a convertirnos a Dios, para amarle más que a nosotros mismos y esto, si no hay gracias de Dios especiales, que se lo hagan ver y descubrir y para eso es la oración, imposibilita la oración de ahora y de siempre. 

       Por eso, al hablar de oración a principiantes, es más sencillo y pedagógico y conveniente hablarles desde el principio, de  que se trata de un camino de conversión a Dios, camino exigente, y que por y para eso necesitamos hablar continuamente con Él, para pedirle luz y fuerzas. La dificultad en la oración, en el encuentro con el Señor, en descubrir su presencia y figura y amor y amistad  está en que no queremos convertirnos; y esta dificultad conviene que sea descubierta, sobre todo, al principio, por el mismo orante o por las personas que lo dirigen, para descubrir la razón de su sequedad y  distracciones y no ponerla sólo en los métodos y técnicas de la oración. Algunos cristianos, por desgracia, no saben de qué va la oración personal, qué lleva consigo y otros hablamos con frecuencia de ello, pero no hemos emprendido de verdad el camino o lo hemos abandonado y estamos ya instalados en nuestros defectos y pecados, aunque sean veniales, pero que nos instalan también en la lejanía de Dios e impiden la verdadera oración, que no lleva a la verdadera santidad y al  encuentro pleno y permanente con el Señor. 

       Sin conversión no hay oración y sin oración no hay vivencia y experiencia de Dios, ni amor verdadero a los hermanos, ni entrega, ni liturgia vivida, ni gozo del Señor ni santidad ni nada verdaderamente importante en la vida cristiana ni verdadero apostolado que lleve a los hombres al amor y conocimiento vital de Dios; sino acciones, programaciones, organigramas que llevan a dimensiones poco trascendentes y perpendiculares y poco elevadas de fe y amor cristianos, donde muchas veces es hacer por hacer, para sentirse útil, en apostolado puramente horizontal; pero donde la gloria del Padre ni es descubierta, ni buscada ni siquiera mencionada, porque no se vive ni se siente, y Jesucristo no es verdaderamente buscado y amado como salvador y sentido total de nuestras vidas. Son acciones de un “sacerdocio  puramente técnico y profesional”, acciones de Iglesia sin el corazón de la Iglesia, que es el amor a Cristo; acciones de Cristo sin el espíritu de Cristo, porque el sarmiento no está unido a la vid.

       La oración, desde el primer día, es amor a Dios: «Que no es otra cosa oración mental, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Por eso, desde el primer metro o kilómetro ¡abajo los ídolos! especialmente el yo que tenemos entronizado en el altar de nuestro corazón.

       Y cuando, pasado algún tiempo, años tal vez, los que Dios quiera, y ya plenamente iniciados y comprometidos,  lleguen las noches de fe, las terribles purificaciones de nuestra fe, esperanza y caridad, porque Tú, Señor, para prepararnos plenamente a tu amor sobre todas las cosas, lo exiges todo, danos la gracia de tener personas que no ayuden y nos orienten. En estas etapas, que son sucesivas y variadas en intensidad y tiempo, según el Espíritu Santo crea oportuno purificar y según sus planes de unión,  ni la misma liturgia ni  los evangelios  dan luz ni consuelo, porque Dios lo exige todo y viene la duda <metódica> puesta por Dios en el alma para conducirnos a esa meta: ¿Será verdad Cristo? ¿Cómo puedo quedarme sin fe, sin ver ni sentir nada, por qué seguir...? ¿No debe ser todo razonable, prudente, sin extremismos de ninguna clase? ¿Habrá sido todo pura  imaginación, por qué no aceptar otros consejos y caminos? ¿Cómo entregar la propia vida, la misma vida en amor total y para siempre, las propias seguridades sin ninguna seguridad de que Él está en la otra orilla...? ¿Será verdad todo lo que creo, será verdad que Cristo vive, que es Dios, cómo dejar estas cosas de la vida  que tengo y toco y me sostienen vital y afectivamente por una persona que no veo ni toco ni siento, y menos en un trozo de pan, cómo puede existir una persona que ya no veo en la oración, en el evangelio, en la relación personal que antes tenía y creía...? ¿Será verdad? ¿Dónde apoyarme para ello? ¿Quién me lo puede asegurar? Con lo feliz que era hasta ahora, con el gozo que sentía en mis misas y comuniones anteriores, con deseos de seguirle hasta la muerte, con ratos de horas y horas de oración y hasta noches enteras en unión y felicidad plena, ¿qué me pasa? ¿qué está pasando dentro de mí?

       En estas etapas, que pueden durar meses y años,  el alma va madurando en la fe, esperanza y caridad, virtudes teologales que nos unen directamente con Dios, y sin ella ser consciente, se va llenando de la misma luz y fuerza de Dios; su fe, va recibiendo de Dios más luz, luz vivísima y sin imperfecciones de apoyos de criaturas,  y va  entrando en este camino, donde el Espíritu Santo es la única luz, guía, camino y director espiritual.

       La causa de todo esto es una influencia y presencia especial de Dios en el alma, llamada por San Juan de la Cruz contemplación infusa, que, a la vez que ilumina, purifica al alma con su luz intensísima, y la fortalece en aparente debilidad y poco a poco ya no soy yo el que lleva la batuta de la conversión, porque me corregía lo que me daba la gana y muchos campos ni los tocaba y en otros me quedaba muy superficial. Ahora es el Espíritu Santo, porque me ama infinitamente, el que me purifica como debe ser y yo debo confiar en Él sobre el dolor y las dudas y la soledad y las sospechas que provocan tanta purificación y conversión.

       Es que Dios es Dios y no sabe amar de otra forma que entregándose y dándose todo entero. Así es que me tengo que vaciar todo entero de mis criterios, afectos y demás totalmente, para que Él pueda llenarme. Luego, cuando haya pasado la prueba, podré decir con San Pablo: “Pero lo que tenía por ganancia, lo considero ahora por Cristo como pérdida, y aún todo lo tengo por pérdida comparado con el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo he sacrificado y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en Él... por la justicia...  que se funda en la fe y nos vienen de la fe en Cristo”.

       San Juan de la Cruz, el maestro de las noches purificatorias, nos dirá que la contemplación, la oración vivencial, la experiencia de Dios «es una influencia de Dios en el alma que la purga de sus ignorancias e imperfecciones habituales, naturales y espirituales, que llaman los contemplativos contemplación infusa o mística teología, en que de secreto enseña Dios al alma y la instruye en perfección de amor, sin ella hacer nada ni entender cómo es ésta contemplación infusa» (N II 5,1).

       Tan en secreto lo hace Dios, que el alma no se entera de qué va esto y qué le está pasando; es más, lo único que piensa y le hace sufrir infinitamente, es que vive y está convencida de  que ha perdido la fe, a Dios, a Cristo, la misma salvación, y que ya no tiene sentido su vida. No digamos si está en un seminario o en un noviciado ¡piensa que se ha equivocado, que tiene que salirse...! ¡Qué sufrimientos de infierno y soledad! ¡Dios mío! pero ¿cómo hace sufrir tanto? Ahora, Cristo, barrunto un poco lo tuyo de Getsemaní.

       Y es que los cristianos no nos damos cuenta de que Dios es verdad, es la Verdad y exige de verdad para que siempre vivamos de verdad en Él y por Él y vivamos de Él, que es la única Verdad y nunca dudemos de su Verdad, presencia y amor. La fe se mide por la capacidad que tengo de renunciar a cosas por Él. Renuncio a mucho por Él, creo mucho en Él y le amo mucho. Renuncio a poco por Él, creo poco en Él y le amo poco. Renuncio a todo por Él,  creo totalmente en Él, le amo sobre todas las cosas; no soy capaz de renunciar a nada por Él, no creo nada ni le amo nada; aunque predique y diga todos los días misa. Sería bueno que nos preguntásemos a estas alturas:    ¿a qué cosas estoy renunciando por Él? Pues… eso es lo que le amo.

       San Juan de la Cruz llama a estas renuncias o purgaciones la noche del alma y del cuerpo y del sentido y de las potencias: entendimiento, memoria y voluntad.

       «Por tres causas podemos decir que se llama Noche este tránsito que hace el alma a la unión con Dios. La primera, por parte del término de donde el alma sale, porque ha de ir careciendo el apetito del gusto de todas las cosas del mundo que poseía, en negación de ellas; la cual negación y carencia es como noche para todos los sentidos del hombre.

       La segunda, por parte del medio o camino por donde ha de ir el alma a esta unión, lo cual es la fe, que es también oscura para el entendimiento, como noche. La tercera, por parte del término a donde va, que es Dios, el cual ni más ni menos es noche oscura para el alma en esta vida» (S I 2,1).

       Cuando una persona lee por vez primera a San Juan de la Cruz, si  no tiene alguien que le aconseje, empieza lógicamente por el principio, tal y como vienen en sus Obras Completas: la Subida, la Noche...Y esto asusta y cuesta mucho esfuerzo, porque asustan  tanta negación, tanta cruz, tanto vacío… ponen la carne de gallina; se encoge uno ante tanta negación; aunque siempre hay algo que atrae. Cuando se llega al Cántico y a la Llama de amor viva, uno se entusiasma, se enfervoriza, aunque no entiende muchas cosas  de lo que pasa en esas alturas. Pero la verdad que la lectura de esas páginas, encendidas de fuego y luz, gustan y enamoran, contagian fuego y entusiasmo por Dios, por Cristo, por la Santísima Trinidad. ¿Hacemos una prueba? Pues sí. Vamos a mirar ahora un poco al final de este camino de purificación y conversión para llenarnos de esperanza, de deseos de quemarnos del mismo fuego de Dios, de convertirnos en llama de amor viva y trinitaria. Hablemos de los frutos de la unión con Dios por la oración-conversión.

       Habla aquí el Doctor Místico de la transformación total, substancial en Dios: «De donde como Dios se le está dando con libre y graciosa voluntad, así también ella, teniendo la voluntad más libre y generosa cuanto más unida en Dios, está dando a Dios al mismo Dios en Dios, y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios. Porque allí ve el alma que verdaderamente Dios es suyo y que ella le posee con posesión hereditaria, con propiedad de derecho, como hijo de Dios adoptivo, por la gracia que Dios le hizo de dársele a sí mismo y que, como cosa suya, lo puede dar y comunicar a quien ella quisiera de voluntad, y así ella dále a su querido, que es el mismo Dios que se le dio a ella, en lo cual paga ella a Dios todo lo que le debe, por cuanto de voluntad le da otro tanto como de Él recibe».

       «Y porque en esta dádiva que hace el alma a Dios le da al Espíritu Santo como cosa suya con entrega voluntaria, para que en Él se ame como Él merece, tiene el alma inestimable deleite y fruición; porque ve que da ella a Dios cosa suya propia que cuadra a Dios según su infinito ser».

       «Que aunque es verdad que el alma no puede de nuevo dar al mismo Dios a Sí mismo, pues El en Sí siempre se es Él mismo; pero el alma de suyo perfecta y verdaderamente lo hace, dando todo lo que Él le había dado para pagar el amor, que es dar tanto como le dan. Y Dios se paga con aquella dádiva del alma, que con menos no se pagaría, y la toma Dios con agradecimiento, como cosa que de suyo le da el alma, y en esa misma dádiva ama el alma también como de  nuevo. Y así entre Dios y el alma, está actualmente formado un amor recíproco en conformidad de la unión y entrega matrimonial, en que los bienes de entrambos, que son la divina esencia, poseyéndolos cada uno libremente por razón de la entrega voluntaria del uno al otro, los poseen entrambos juntos diciendo el uno al otro lo que el Hijo de Dios dijo al Padre por San Juan, es a saber: “Et mea omnia tua sunt, et tua mea sunt, et clarificatus sum in eis” (Jn 17,10); esto es: “Todos mis bienes son tuyos y tus bienes míos y clarificado estoy en ellos”. “Lo cual en la otra vida es sin intermisión en la fruición perfecta; pero en este estado de unión, acaece cuando Dios ejercita en el alma este acto de la transformación».

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29. Orar es querer convertirse a Dios sobre todas las cosas. Para esto, la visita al Santísimo es el mejor ejercicio, en el mejor gimnasio

Y, si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es igual a convertirse, automáticamente orar es querer convertirse a Dios sobre todas las cosas, incluso sobre el propio yo y la propia vida, que deben morir para que vivamos en plenitud la vida de Dios. Trabajo le costó ya a Jesús: “Padre, si es posible pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Y por su muerte, el Padre nos llevó a todos con Él a la resurrección y a la nueva vida de gracia, de hijos perfectos en el Hijo.

Hay que sacrificar el propio yo, hay que adorar a Dios con amor extremo hasta dar la vida, tenemos que obedecer a Dios, que nos quiere totalmente para sí, que quiere que le amemos con todo el corazón, con todas las fuerzas, con todo nuestro ser. Para obedecer así, como Cristo hizo, con amor extremo, tenemos que morir a todo lo que nos impida amar totalmente a Dios, como lo primero y lo absoluto de nuestra vida.

Por eso, sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Ésta es la dificultad máxima para orar en cristiano, -prescindo de otras religiones,- y la causa principal de que se ore tampoco en el pueblo cristiano y la causa principal del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas. La Eucaristía es el mejor gimnasio para este ejercicio, porque es el mejor ambiente, el mejor ejemplo y el mejor modelo de amor y entrega a Dios y a los hombres, y, por eso mismo, Jesucristo, en el Sagrario, se convierte en el mejor entrenador para esta tabla de gimnasia diaria y permanente de amor a Dios y a los hombres, desde su presencia inmolada y sacrificada.

       Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita, nos pide y exige la conversión; aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos; porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.

“Dios es amor”,dice San Juan, su esencia es amar y amarse en su serse acto eterno de amar y ser amado; “Dios es amor”, su esencia es amar; y, si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad; pero no, cuando San Juan no quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor. Su esencia es amar y no puede dejar de amar y amarse así, porque dejaría de existir. Así que está condenado a amarnos siempre, aunque seamos pecadores y desagradecidos, porque si no dejaría de existir, dejaría de amarse.

       Y, como estamos hechos a su imagen y semejanza, nosotros estamos hechos por amor y para amar; pero el pecado nos ha herido y ha puesto el centro de este amor en nosotros mismos y no en Dios. Así que tenemos que participar de su amor por la gracia para poder amarnos y amarle como Él se ama y nos ama. Porque por su misma naturaleza, que nosotros participamos por gracia, Dios no puede amar de otra forma, porque dejaría de ser y existir, dejaría de ser Dios. Y este amor es a la vez su felicidad y la nuestra, a la que Él gratuitamente, en razón de su amarse tan infinitamente a sí mismo, nos invita, porque estamos hechos a su imagen y semejanza por creación y, sobre todo, por recreación en el Hijo Amado, Imagen perfecta de sí mismo, que nos hace partícipes de su misma vida, de su mismo ser y existir, por participación gratuita de su mismo amor a sí mismo.“Lo que era desde el principio... porque la vida se ha manifestado..., os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó, a fin de que viváis también en comunión con nosotros. Y esta comunión nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1Jn 1-4).

       Este es el gran tesoro que llevamos con nosotros mismos, la lotería que no ha tocado a todos los hombres por el hecho de existir. Si existimos, hemos sido llamados por Él para ser sus hijos adoptivos, y Dios nos pertenece, es nuestra herencia, tengo derecho a exigírsela: Dios, tu me perteneces. Esto es algo inconcebible para nosotros, porque hemos sido convocados de la nada por puro amor infinito de Dios, que no necesita de nada ni de nadie para existir y ser feliz y crea al hombre por pura gratuidad, para hacerle partícipe de su misma vida, amor, felicidad, eternidad: “Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos... Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3,1-3).

       Esta es la gran suerte de esta especie animal, tal vez más imperfecta que otras en sus genomas o evolución; pero que, cuando Dios quiso, la amó con predilección en su inteligencia infinita y con un beso de amor le dio la suerte y el privilegio de fundirse eternamente en su mismo amor y felicidad. Y esta es la gran evolución sobrenatural, que a todos nos interesa. La otra, la natural del «homo ereptus», «habilis», «sapiens» «nehardentalensis», «cromaionensis», «australopithecus», que apareció, -dicen,- hace cuatro millones de años, aunque ahora con el recién descubierto homínido del Chad, parece que los expertos opinan que apareció hace seis millones de años..., total, dos millones de años más, poca cosa dos millones, que  estudien los científicos, a los que les importa poco echar millones y millones de años entre una etapa y otra;  todavía no están seguros de cómo Dios la ha dirigido, aunque algunos, al ir descubriéndola, parece como si fueran creándola, y al no querer aceptar por principio al Creador del principio,  digan que todo, con millones y millones de combinaciones, se hizo por casualidad. Y en definitiva, millones más, millones menos, todo es nada comparado con lo que nos espera y ya ha comenzado: la  eternidad en Dios.

       La casualidad necesita elementos previos, sólo Dios es origen sin origen, tanto en lo natural como en lo sobrenatural.  Ellos que descubran el modo y admiren al Creador Primero, pero que no llamen casualidad a Dios. Millones y millones de combinaciones y todo, por casualidad ¡Qué trabajo por no llamar a las cosas por su nombre y aceptar al Dios grande y providente y todo amor generoso e infinito para el hombre, que nos desborda en el principio, en el medio y al fin de la Historia de Salvación! ¿Para qué trabajar y estudiar, para qué la ciencia, los programas, los laboratorios, si todo es por casualidad o existen sin un principio causal? No sé para qué la gente trabaja y programa si todo, por los menos, los má complicado y complejo que existe, que es el hombre, existe por casualidad.

       A mí solo me interesa, que he sido elegido para vivir eternamente con Dios. Mi Dios Trino y Uno ha enviado a su mismo Hijo para decírmelo y este Hijo me merece toda confianza por su vida, doctrina, milagros, muerte y resurrección. Por otra parte, ésta es la gran locura del hombre, su gran tragedia, si la pierde, la mayor pérdida que puede sufrir; si no la descubre por la revelación del mismo Dios. Y esta es, a la vez y por lo mismo, la gran responsabilidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes, si se despistan por otros caminos que no llevan a descubrirla, predicarla, comunicarla por la Palabra hecha carne y por los sacramentos, si nos quedamos en organigramas, en programaciones y acciones pastorales siempre horizontales sin la dirección de trascendencia y eternidad; sacramentos que se quedan y se celebran en el signo; pero que no llegan a lo significado; que no llevan hasta Dios ni llegan hasta la eternidad sino sólo atienden al tiempo que pasa; reuniones, programaciones  y celebraciones que no son apostolado, si se quedan en mirar y celebrar  más al rostro transitorio de lo que hacemos o celebramos, que al alma, al espíritu, a la parte eterna, trascendente y definitiva de lo que contienen, del evangelio, del mensaje, de la liturgia; actividades y sacramentos, que en la forma de ser celebrados, miran más al apostolado transitorio que al transcendente, hasta el que todo debe dirigirse, buscando  la gloria de Dios y la salvación eterna del hombre: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque me voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros. Pues, para donde yo voy, ya sabéis el camino” (Jn 11,24).

       Porque da la sensación a veces de que Dios no está vivo ni debemos buscarle para amarle y darle gloria viva; sino como pura terminología. No se busca la gloria directa, la alabanza a Dios. Se ha perdido la orientación trascendente de la Iglesia y de su acción apostólica, que pasa también por la encarnación y lo humano, para dirigirlo y finalizarlo todo hacia lo divino, hacia Dios. Da la sensación de que lo humano, la encarnación, ciertamente necesaria, pero nunca fin principal y menos exclusivo de la evangelización, es lo que más preocupa en nuestras reuniones pastorales y hasta en la misma administración de los sacramentos, donde trabajamos y nos fatigamos en añadir ritos y ceremonias, incluso a la misma Eucaristía, como si no fuera completísima en sí misma, y de lo esencial hablamos poco y  nos preocupa menos.

       Y esto produce gran pobreza pastoral, cuando vemos, incluso a nuestra Iglesia y a sus ministros, más preocupados por los medios de apostolado que por el fín, más preocupados y ocupados por agradar a los hombres en la celebración de los mismos sacramentos que de buscar la verdadera eficacia sobrenatural y transcendente de los mismos así como de toda  evangelización y apostolado. En conseguir esta finalidad eterna está la gloria de Dios. «La gloria de Dios es que el hombre viva... y la vida del hombre es la visión intuitiva de Dios» (San Ireneo).

        ¡Señor, que este niño que bautizo, que estos niños que hoy te reciben por vez primera, que estos adultos que celebran estos sacramentos, lleguen al puerto de tu amor eterno, que estos sacramentos, que esta celebración que estamos haciendo les ayude a su salvación eterna y definitiva, a conocerte y amarte más como único fin de su vida, más que simplemente  resulte divertida. Señor, que te reciban bien, que se salven eternamente, que ninguno se pierda, que tú eres Dios y lo único que importa, por encima de tantas ceremonias que a veces despistan de lo esencial!        Queridos amigos, éste es el misterio de la Iglesia, su única razón de existir, su único y esencial sentido, éste es el misterio de Cristo, el Hijo Amado del Padre, que fue enviado para hacernos partícipes de la misma felicidad del Dios Trino y Uno. Esto es lo único que vale, que existe. Lo demás es como si no existiera. Él es el pan de la vida eterna, de nuestra felicidad eterna, nuestra eternidad, nuestra suerte de existir, nuestro cielo en la tierra,  Él es el pan de la vida eterna, “El que coma de este pan vivirá eternamente”. A la luz de esto hay que leer todo el capítulo sexto de San Juan sobre el pan de vida eterna, el pan de Dios, el pan de la eternidad: “Les contestó Jesús y les dijo: vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece sino el que permanece hasta la vida eterna” (Jn 6,26).Toda la pastoral, todos los sacramentos, especialmente la Eucaristía, deben conducirnos hasta Cristo, “pan del cielo, pan de vida eterna”, hasta el encuentro con Él. De otra forma, el apostolado y los mismos sacramentos no cumplirán su fin: hacer uno en Cristo-Verbo amado eternamente por el Padre en fuego de Espíritu Santo.

       Estamos destinados, ya en la tierra, comiendo este pan de eternidad, a sumergirnos en este amor, porque Dios no puede amar de otra manera.Y esto es lo que nos ha encargado, y esto es el apostolado, el mismo encargo que el Hijo ha recibido del Padre. “Como el Padre me ha enviado así os envío yo” (Jn 20,21).“Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: que yo no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga la vida eterna y yo le resucitaré en el último día” (Jn  6,38-40).“El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo, y vivo yo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí” (Jn 6,51). Nos lo dice el Señor, nos lo dice San Juan, os lo digo yo... (perdonad mi atrevimiento, pero es que estoy totalmente convencido) Dios nos ama gratuitamente, por puro amor, y nos ha creado para vivir con Él eternamente felices en su infinito  abrazo y beso y amor Trinitario. 

       Pablo lo describe así: “Enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para vuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este siglo la han conocido; pues, si la hubieren conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino como está escrito: ni el  ojó vió, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu” (1Cor 2,7-10). ¿Qué tiene que ver el mundo entero, todos los cargos, éxitos, carreras, dineros, todo lo bueno del mundo comparado con lo que nos espera y que ya podemos empezar a gustar en Jesucristo Eucaristía?

       Es que Dios es así, su corazón trinitario, por ser Tri-Unidad, Unidad de Tres  es así... amar y ser amado; no  puede ser y existir de otra manera. Nuestro Dios es un Dios Trinitario, no es un Dios solitario, aislado, es Tri-unidad, es familia. Y el hombre es un capricho de Dios y solo Él puede descubrirnos lo que ha soñado para el hombre. Cuando se descubre, y uno se siente amado por Dios, eso es el éxtasis, la mística, la experiencia de Dios, el sueño de amor de los místicos, la transformación en Dios, sentirse amados por el mismo Dios Trinidad en unidad esencial y relacional con ellos por participación de su mismo amor esencial y eterno. Y en esto consiste la felicidad eterna, la misma de Dios en tres personas que se aman infinitamente y que es verdad y que existe y que uno puede empezar a gustar en este mundo y se acabaron entonces las crisis de esperanza y afectividad y soledad y todo. Bueno, hasta que Dios quiera, porque esto parece que no se acaba del todo nunca, aunque de forma muy distinta. Y eso es la vivencia del misterio de Dios, la experiencia de la Eucaristía, la mística cristiana, la mística de San Juan: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”; la de Pablo: “deseo morir para estar con Cristo..., para mí la vida es Cristo”; la de San Juan de la Cruz, santa Teresa, santa Catalina de Siena, San Juan de Avila, Ignacio de Loyola, Teresita, Isabel de la Trinidad, Teresa de Calcuta... la de todos los santos de ayer y de hoy y de siempre.

       Por la vida de gracia en plenitud de participación de la vida divina trinitaria posible en este mundo y por la oración, que es conocimiento por amor, el alma vive el misterio trinitario. La meta de sus atrevidas aspiraciones es «llegar a la consumación de amor de Dios, que es venir a amar a Dios con la pureza y perfección que ella es amada de él, para pagarse en esto a la vez». (Can B 38,2).

       Estoy seguro de que a estas alturas algún lector estará diciéndose dentro de sí: todo esto está bien; pero ¿qué tiene que ver todo lo del amor y felicidad de Dios con el tema de la oración que estamos tratando? Y le respondo: pues muy sencillo, trato de esto porque ésta es la única razón de la oración y de mi existencia y del cristianismo y de la Encarnación y de la Eucaristía. La oración no tiene otra  finalidad que la de hacernos amigos de Dios y llevarnos a este amor de Dios que es nuestra felicidad, y el camino es la oración, que nos llena de Trinidad y de cielo: «Porque no sería una verdadera y total transformación si no se transformarse el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado…, con aquella su aspiración divina muy subidamente levante el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella le aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo» (Can B 39, 6).

       ¡Oh Dios te amo, te amo, te amo! ¡qué grande, qué infinito, qué inconcebible eres! No podemos comprenderte, solo desde el amor podemos unirnos a Ti y tocarte un poco y conocerte y saber que existes para amarte y amarnos, que existimos para hacernos felices con tu misma felicidad, pero no por ideas o conocimientos; ino por contagio, por toque personal, por quemaduras de tu amor. ¡Qué lejos se queda la inteligencia, la teología de tus misterios, tantas cosas que están bien y son verdad, pero se quedan tan lejos...!

« JESÚS, TE AMO »

Jesús, te amo, ahora como siempre, como en mis años primeros, como en mi primera comunión, donde tan cerca te sentí como sacerdote y amigo, invitándome a seguirte, desde el corazón sacerdotal de mi madre Graciana, que estaba en el banco, a mi lado, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, 29 de junio 1946; me siento feliz contigo, sin los fulgores de aquella juventud primera, pero con la entrega incondicional de una vida cargada de caricias y misterios, de ciencia teologal en mis últimos años de seminario, pero sobre todo, de sabor, de <sapientia>, de sabiduría teologal de aquellos <scholium> de los textos de Lercher y meditaciones de D. Eutimio, que aún conservo, y de vivencias eucarísticas, ante el Sagrario de mi seminario, acompañado por aquellos superiores santos y amigos verdaderos del seminario, escuela de perfección y santidad sacerdotal, que buen curso, hombres de oración y Eucaristía, sellada finalmente por la gracia y el carácter del sacramento sacerdotal. 

Te amo, Jesús, con todo mi corazón y con todas mis fuerzas; sabes que has llegado a ser ya el centro de toda mi vida, de todo mi ser y existir sacerdotal, la respiración de mi corazón, operado y rejuvenecido, caminando hacia los 78 años y 54 de ministerio sacerdotal, enamorado y felicísimo.

Te amo, Jesús, porque eres el Todo que apetezco y la única razón de mi ser y existir. Ya no sé vivir sin Ti, sin sentir los latidos de tu corazón sacerdotal, como Juan en la Última Cena, sobre todo, cuando haces presente tu vida, muerte y resurrección por medio de mi humanidad prestada, o en ratos de sagrario, apoyado en tu pecho; ya no sé vivir sin la vibración de tu Amor, Amor de Espíritu Santo, Beso y Abrazo de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en el  que me siento besado y abrazado, centrado sólo y siempre por este Amor tuyo en la búsqueda de la gloria de mi Dios Trinidad, “in laudem gloriae ejus”, y la salvación de mis hermanos, los hombres, a los que tanto amo y quiero con tu mismo amor, el que me das en ratos de sagrario y eucaristía, que a veces tanto siento, sobre todo, por los que Tú me has dado, y  por los que viven alejados de Ti y de tu Iglesia.

Deseo y te pido entregarme a tu Iglesia santa con Amor sacerdotal y apostólico de Pentecostés, en nostalgia infinita de encuentro pleno y total, porque ya vivir mi vida es querer vivir tu misma vida “del Cordero degollado ante el trono de Dios... que quita los pecados del mundo” intercediendo siempre ante el Padre por la salvación del mundo, de mis hermanos, todos los hombres.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador de los hombres, la verdad es que es un privilegio haberte “conocido” en “ Eucaristía-Última Cena y en ratos de oración-Sagrario, estando y viviendo junto a Ti; tenerte tan cerca en el Sagrario-Cielo, tener mi tienda junto a la tuya, ser tu vecino y poder encontrarte siempre que quiera y te necesite.

Jesucristo Eucaristía y Sacerdote único del Altísimo, yo necesito tu cercanía penetrante, tu sonrisa insinuante, tu mirada amorosa, que me muestra los caminos, a veces duros y sufrientes, <<en soledad y llanto>>, de mi marcha hasta el encuentro definitivo contigo, cumpliendo tu voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida, para vivir eternamente en la gloria del Padre.

Jesús, amigo del alma, Tú eres el centro de mi vivir, Tu eres la alegría de mi corazón enamorado, la plenitud del amor de mi pecho, de mi abrazo siempre anhelante  de reposar abrazado a Ti mediante la contemplación de tu alma sacerdotal ¡qué nostalgia de mi Dios todo el día, qué hambre de Ti, de tu rostro penetrado de infinitos resplandores, otras veces crucificado y coronado de las espinas por nuestras faltas de amor y correspondencia, por las ausencias  de amor del amigo, que no tiene ratos de amistad y oración personal y diálogo afectivo contigo, sino meramente ritual y oficialista, lo obligado, a veces en vida distante, paralela, seca, árida y sin cariño.

Jesucristo Eucaristía, quiero verte para tener la luz del camino, de la verdad y de la vida. Quiero adorarte para cumplir la voluntad del Padre, como Tú, hasta dar la vida; quiero comulgarte para que vivas en mí tu misma vida, tu mismo amor, tus mismos sentimientos, tu misma entrega de amor total al Padre  por amor a los hombres.

Tú sabes, Jesús de mi Sagrario, cómo y cuánto te necesito, y cómo y cuánto te busco, y cómo y cuánto te echo de menos, y cómo y cuánto te llamo, ¡y cómo y cuánto te reclamo en las noches de terrible soledad y desolación, cuando no te encuentro, cuando te llamo y me siento solo y abandonado, sin Tí...en noches de Getsemaní!

Por eso, quiero amarte en amores de entrega, de renuncias, de deseos y sufrimientos, y en lágrimas también de amor por los que no te aman, no te buscan, por los que se han alejado del Padre, Origen y Proyecto de Amor, y al alejarse del Dios-Amor, se han alejado de la felicidad y del sentido de la vida que tú nos diste y se han quedado tristes: familias tristes, matrimonios tristes, hijos tristes, feligreses tristes, ya no hay vecinos y amigos…como en mis primeros años sacerdotales.

Tú eres mi todo, y en Ti y por Ti todas las cosas, para mí, tienen su fuerza, su sentido y su razón de ser. Buscar en Ti y en todos cuantos me encomendaste el hacer tu voluntad, que es la gloria del Padre y la salvación de los hombres; esta es la única exigencia de mi corazón sacerdotal, enamorado y consagrado, en entrega total e incondicional de amor, desde mi juventud sacerdotal a los 23 años, hasta el momento presente, 77, con 54 años de sacerdocio, todo en historia de amor, con pecados y fallos, pero siempre superados por tu amor, levantándome siempre con tu ayuda y esforzándome por hacer todo lo que Tú me pedías y me pides, cayendo, levantándome, siempre levantándome con tu gracia y por tu amor.

Mi existir, mi vivir, mi callar, mi sufrir, mi luchar, mi esperar y aun mi morir, es sólo amor sacerdotal al Jesús que viene lleno de amor y salvación en la consagración de mis misas, presencia permanente de tu eterna y única misa, única eucaristía, de mi entrega sacrificial y victimal permanente y renovada en Ti y por Ti y contigo, único sacerdote y víctima agradable al Padre. 

Y porque te amo y quiero amarte, estoy dispuesto, con tu ayuda, a seguirte siempre, y aun a esperarte, en ratos de cielo de Sagrario o de soledades y sufrimientos de Getsemaní, si así me lo pidieras y realizaras en noches oscuras de fe y amor de mi alma, por una mayor purificación de mis defectos y pecados y por la salvación de mis hermanos, los hombres, especialmente de los que me has encomendado en mi parroquia y diócesis. Yo quiero ser totalmente tuyo y permanecer unido a Ti, único Sacerdote de Altísimo, en la tierra y en el cielo, implorando contigo la misericordia divina para este mundo nuestro que se ha alejado tanto del Padre, para mi amada Diócesis de Plasencia, su obispo, sus sacerdotes, especialmente los más abandonados o desconsolados, y por mi amadísima parroquia de san Pedro y Cristo de las Batallas.

Desde el seminario, comprendí claramente lo que me pedías: que mi vida sólo tenía sentido prestándote mi humanidad para que Tú siguieras cumpliendo el mandato del Padre, encarnándote en la humanidad de otros hombres, los sacerdotes, para salvar a todos tus hermanos, los hombres, y llenarnos con la plenitud de tu vida trinitaria.

Me gusta y quiero terminar la vocación de mi peregrinar sacerdotal, agotado por una vida cargada de trabajos y entregada a la salvación del mundo para la gloria de la Santísima Trinidad, entre días claros y noches obscuras de fe, esperanza y amor, junto a Ti, vividos en etapas prolongadas de Tabor, de resplandores de Gloria, y también de noches y días desoladores de Getsemaní, y también, como la tuya, en momentos y años juveniles, a veces sufrientes y cargados de envidias, incomprensiones y desprecios.

Por eso, desde lo más profundo de mi ser, en lo más hondo de mi alma,  a veces en largas noches de obscuridades de sentido y espíritu, a veces en  nostalgias irresistibles de encuentro definitivo contigo, <<que muero porque no muero…>> solo ansío y necesito para ser feliz estar contigo, donde Tú quieras, como Tú quieras, pero siempre contigo; Jesús Eucaristía, siempre contigo; vivir junto a Ti, teniendo mi tienda junto a la tuya, siendo tu vecino.

Te amo, Jesús Eucaristía, siempre ofreciendo tu vida y tu muerte y resurrección al Padre en oración y oblación perenne, en eucaristía perfecta de petición y acción de gracias por tus hermanos, los hombres. Me gusta escucharte, recibirte, entrar dentro de tu pecho dolorido, como Juan, y saber que estás herido en amor, de tanto amarnos y amarme.

He visto que nos buscas a todos, jadeante, por todos los caminos de la vida, especialmente a tus sacerdotes ¡cómo nos amas! y que nos quieres confidentes, descansando en tu alma siempre amante, y penetrando agudamente en nosotros en <<música callada>>, sin sonidos externos, diciéndonos infinitas cosas sin palabras, con solo tu presencia eucarística, en silencio penetrante, con solo mirarte.

Y así explicas a las almas, en ratos de sagrario, tus divinos secretos. Y así has conseguido en tu parroquia de san Pedro, descubrir tu rostro y hermosura, tu Tesoro eucarístico, a muchas almas, que han corrido a vender todas sus posesiones de defectos y pecados para comprarte a Ti solo, divino Tesoro: <<quedéme y olvídeme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo, y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado…>>  <<qué bien se yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta eterna fonte está escondida, en este  vivo pan por darnos vida, aunque es de noche… Aquí se está llamando a las criaturas, y de este pan de hartan aunque a oscuras, porque es de noche…>>.

Almas verdaderamente santas, que no serán canonizadas, pero que Tú las tienes rendidas a tus plantas. Es uno de mis mayores gozos sacerdotales, haber conducido hasta Ti almas místicas, que te sienten y está enamoradas de Ti. Han aprendido y aceptado venderlo todo para comprarte a Ti en amor total, purificarse de todo, vaciarse de todo, para llenarse solo de Ti, del Todo, que eres Tú, nuestro Dios y Señor, uniéndose a ti y sacrificando o viviendo tu misa, tu sacrificio, en ofertorio y consagración verdadera, convertidas en tu Cuerpo como el pan y el vino consagrados, y todo a veces en fe oscura de Calvario, en largas noches de sufrimientos, humillaciones, obscuridades, en la nada de afecto y reconocimiento, olvidado y abandonado por los suyos como Tú en la cruz, sintiendo solo la compañía del respirar doloroso y angustiado de nuestra Madre, María, siempre junto a sus hijos, sin abandonarlos, en pasión prolongada y muerte total del yo, en entrega total a los hermanos, sin reconocimiento y amor, sin testigos, entre incomprensiones, olvidos, envidias... lanzándose al abismo del vacío de todo lo humano, en inmolación total, para llegar a la resurrección contigo en eucaristías de muerte y resurrección contigo, a la vida nueva de amor verdadero y total a Dios, y por Dios, de amor verdadero a los hermanos en Ti, por Ti y como Tu. Otras veces, en el esplendor y gozo del Tabor, que pasadas las pruebas necesarias de purificación y transformación en tu Luz de gracia y Tabor, luego ya se prolongan sin fin.

He tenido el gozo de conocer almas verdaderamente santas que no serán canonizadas en la tierra, pero que ya lo están por la Santísima Trinidad en el templo de su Gloria.

Y todo esto conseguido principalmente por el camino de la oración contemplativa, silenciosa, de eucaristías con la cabeza reclinada en tu pecho ¡Todo se lo deben a la oración, a la oración personal o encuentro personal contigo, especialmente en la Eucaristía, en la misa y en ratos de Sagrario. Porque sin esta mirada o diálogo personal contigo, Sacerdote Único, todo creyente, incluso yo, sacerdote, ya lo expliqué largamente en uno de mis libros, sin diálogo personal contigo mientras celebro o participo en la misa, soy un profesional de lo sagrado; la misa es puro rito, sin encontrarte a Ti, ni sentir tu amor extremo sacerdotal y victimal; sin diálogo contigo, sin oración personal, sin deseos de victimarse contigo y sacrificar la carne de pecado contigo, no hay encuentro personal con Cristo ni en la misa, ni en el Sagrario ni en la liturgia ni en los hermanos ni en apostolado ni en nada… Yo, Señor, soy un torpe e inculto, porque no te encuentro en el apostolado si no te llevo conmigo, si antes no te he encontrado en la oración, sobre todo ante el Sagrario. Es que no sé darte a los demás si primero no te he encontrado. Y eres Tú, encontrado en amor, el que me empujas, me llevas con tu amor a los demás. Porque eso lo digo claro y alto para que todos me entiendan; el Sagrario no es un trasto más de la Iglesia, aunque se le pongan muchas flores y adornos; el Sagrario es una persona, eres Tú, Cristo en persona, esperándonos en diálogo de amor y amistad ¡Todo se lo debo al Sagrario en oración personal y conversión permanentes!

Tú, Cristo del Sagrario, Jesús del alma, quiero que seas el único Dios de mi vida, ¡Abajo todos los ídolos! mi yo a quien tanto quiero y doy culto todos los días idolátricamente ¡qué cariño y amores me tengo! hasta tres horas después de mi muerte no estaré convencido de que haya muerto mi yo, qué cariño nos tenemos, qué cuidados y ternura  nos damos, cómo nos buscamos de la mañana a la noche, en todo, hasta en la cosas sagradas, y muchos, aunque sean cardenales, obispos, sacerdotes y estén consagrados a Ti, no se dan cuenta, o si se dan cuenta, qué poco luchamos para matar el yo y que sea Cristo el que habite en nosotros y a quien prestemos nuestra humanidad, corazón, sentidos; matar este yo, ni sé ni puedo, solo el fuego de Amor del Espíritu Santo puede descubrirlo y quemarlo… solo el Espíritu Santo, la llama encendida del Amor divino puede  quemarlo todo y quemarme de amor a Ti: << ¡oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en su más profundo centro… rompe la tela de este dulce encuentro>>.

Quiero que Tú seas el único Dios y Señor de mi vida, dulce Dueño mío, que me inundas, me habitas y me posees totalmente ya, vaciándome de todo lo mío: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada e él”; matado mi yo por  las purificaciones del alma llevadas a cabo por tu Amor al Padre y a nosotros, Espíritu Santo, en luz y fulgores que, a la vez que iluminan, queman y limpian y purifican, cual volcán en llamaradas eternas de resplandores de misterios y de saberes y sabores infinitos que no pueden expresarse en palabras, sólo en sueños de amor: << quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado...>> ¡Gemidos de eternidad, de amores encendidos, <<Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura…>> <<oh llama de amor viva… rompe la tela de este dulce encuentro…>> encuentro eterno de cielo empezado ya en la tierra, que <<barrunto>> escucho sin palabras, en silencio de oración, en <<música callada…>>

Y estando en tu presencia eucarística, <estate, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte>, ¡cuánto he aprendido en nada de tiempo y de estudio ni de  teología, y sin libros ni reuniones “pastorales”, cuánto he comprendido y penetrado, más que en todos mis estudios y títulos universitarios! ¡Cuánta belleza y hermosura de esencia de Amor de mi Dios Trino y Uno he descubierto y gozado en el pan Eucarístico, en Jesucristo Eucaristía en ratos de Sagrario en silencio de todo! Qué claro y gozoso he visto que Tú, Padre, Abba-Papá bueno de cielo y tierra, Principio de todo, qué claro he visto y gozado que Tú has soñado conmigo: si existo, es que me has amado y soñado desde toda la eternidad y con un beso de amor de Padre me has dado la existencia en al amor de mis padres. “Abba”, Papá bueno del cielo y tierra, te doy gracias porque me creaste:.

Me has revelado, he comprendido que si existo, es que me has preferido a millones y millones de seres que no existirán y me has señalado con tu dedo,  creador de vida y felicidad eterna. Yo soy más guapo para ti y tienes deseos de abrazarme eternamente como hijo en el Hijo, con tu mismo Amor de Espíritu Santo.

Si existo, soy un cheque firmado y avalado por la sangre del Hijo muerto y resucitado por la potencia de Amor del Santo Espíritu; y he sido elegido  por creación y redención para vivir eternamente en la misma felicidad de Dios Trino y Uno. Y me besarás eternamente en el mismo beso infinito de amor a tu Hijo, sacerdote único del Altísimo, con el cual me identificaste y consagraste por Amor de Espíritu Santo. Soy eternamente sacerdote en tu Hijo Jesucristo, Único y eterno Sacerdote.

Padre bueno de cielo y tierra, te pido que venga a nosotros tu reino de Santidad, Verdad y Amor;  que se haga tu voluntad de salvación universal de todos los hombres; que cumplamos tu deseo revelado en tu Palabra hecha carne: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”;  danos muchos y santos predicadores de tu reino  que prolonguen la misión que confiaste a tu Hijo Encarnado, Sacerdote Único del Altísimo y Eucaristía perfecta.

       Jesucristo Eucaristía, muchas veces no correspondido en amor y amistad por nosotros, incluso sacerdotes; Tú eres amor apasionado y extremo, en presencia humilde y callada de Sagrario, pidiendo  el amor de tus criaturas. Si de esta forma tan extrema y humillante nos pides amor, Cristo amado, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te pregunto:¿Por qué nos buscas así, humillándote tanto? ¿Es que no puedes ser feliz sin el amor de tus criaturas? ¿Es que necesitas mi amor? Me estás demostrando claramente  que sí… y Tú eres Dios y no quieres ser feliz sin tus criaturas y por eso te has rebajado y humillado tanto, hasta dar la vida, hasta clavarte en la cruz, hasta quedarte hasta el final de los tiempos en todos los sagrarios de la tierra sabiendo que muchos no te buscarían ni te agradecerían tu amor eucarístico hasta el extremo de tu amor y de los tiempos… y todo y tanto por mi, por nosotros... ¡Dios infinito, no te comprendo! No comprendo que no quieras ser feliz sin mí, un cielo eterno sin mí, sin tus criaturas creadas para un amor y amistad y abrazo de felicidad eterna en abrazo trinitario del Padre, por el Hijo con amor de Espíritu Santo… No lo entiendo. No entiendo que siendo Dios y teniéndolo todo, necesites de tus criaturas para cumplir tus deseos de felicidad eterna y por ellas hayas venido en su busca y hayas sufrido y muerto por todos los hombres para que tengamos felicidad eterna contigo.

¡Cristo Eucaristía, eres presencia de Dios permanente incompresible e incomprendida por tu exceso de amor, por tu amor extremo hasta dar la vida por mí, por todos, siendo Dios y haciéndote hombre para poder sufrir y morir… ¡Cristo bendito, que no te comprendo! ¡O es que nos amas como si fuéramos seres divinos, porque nos has soñado el Padre para ser divinos en Ti y por Ti, verdaderos hijos del mismo Padre con su mismo amor de Espíritu santo! Pues así es: el Padre nos ha soñado como hijos eternos y divinizados en el Hijo que vino a decírnoslo y realizarlo mediante su Encarnación, Muerte y Resurreción-Transformación en eternidades de Luz Divina, siempre con Amor de los Tres, Amor de Espíritu Santo.

Señor Jesucristo, Sacerdote y Único Salvador de los hombres, que todos los hombres se salven y lleguen por tu vida de gracia a la gloria y alabanza eterna de la Trinidad, participación en la tierra de la vida divina, a la plenitud divina para la que nos has soñado; yo, como sacerdote, a este proyecto quiero dedicar mi vida y todo mi ser y existir; yo solo creo, espero y amo y adoro a mi Dios Trino y Uno: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí, para establecerme en Vos, tranquilo y sereno como si mi lama ya estuviese en la Eternidad”.

Y a veces la deseo tanto, tanto, que quiero olvidarme de mi y todo lo creado “para establecerme en Vos, tranquilo y sereno, como si mi alma ya estuviese en la eternidad; Cristo Jesús, yo como san Pablo, pero de verdad, Tú lo sabes y me oyes decirlo muchas veces: añoro, deseo el encuentro total y eterno contigo, tu abrazo de Dios y hombre sacerdote y amigo, te lo dije cuando me operaron de corazón, que perdiste una ocasión estupenda.

Señor, haz que al menos nosotros, tus sacerdotes, que tenemos que predicar, convencer y llevar hasta Ti a nuestros hermanos, los hombres, haz que reparemos con nuestra presencia de amor y de oración diaria y prolongada los olvidos de aquellos que no te miran, que no pasan ratos de amor junto a ti, que predican de ti sin haber hablado contigo en el Sagrario, sólo con el conocimiento frío de la ciencia teológica. Todos los días, en nuestra parroquia, ante la Custodia Santa, antes de Laudes, rezamos por la santidad de los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, seminaristas, por nuestro seminario y sus vocaciones.

Jesucristo, Eucaristía divina, Templo, Sagrario, Morada y Misterio de mi Dios Trino y Uno ¡Tú me amas...yo te amo...! Quisiera en ratos de amor apagar los gemidos de tu corazón herido y tu alma lacerada. ¡Me hiciste  confidente de tus misterios de amor, especialmente para tus escogidos, tus sacerdotes, contándome cuanto encierras en peticiones de gracias y cariño para los tuyos! Ya lo he proclamado en todos mis libros y predicaciones. Y he tenido que sufrir por ello ¡Cuánto supe en un instante junto a Ti! ¡Supe también allí, cuánto amas y deseas la compañía y la amistad personal de tus sacerdotes y seminaristas y almas consagradas. Me diste en la parroquia el consuelo de  almas enamoradas, limpias y entregadas por tus sacerdotes, por tu seminario, por las vocaciones.

          Sacerdote, seminarista de Cristo, alma Consagrada, cualquiera que seas, llena tu vocación y tu vida de amor a Cristo Sacerdote y Eucaristía perfecta de sacrificio, alabanza y adoración al Padre. Escucha sus palabras, sus anhelos, sus locuras de amor al mundo y a los hombres en ratos de Sagrario; principalmente en ratos de oración-conversión-amor a Dios sobre todas las cosas; y trata de darle a los demás por los medios que Él mismo te descubra, Querer amar a Dios es buscarle en la oración que te lleva a la conversión de toda tu vida al amor del Padre por Jesús Eucaristía. Estas tres palabras significan lo mismo y siempre están unidas, si son verdaderas: oración, conversión y amor a Dios sobre todas las cosas.

¡Sacerdote de Cristo, bautizados y consagrados en Cristo y a Cristo, queridos hermanos todos, amados y soñados por el Padre Dios para una eternidad de gozo en Él, llena tu vocación y tu vida del vivir de Dios, de su gracia y de su amor y dalo a las almas, dedica tu vida a darlo a los hombres que son eternidades, eternidades, eternidades creadas por nuestro Dios Trinidad para fundirlas para siempre, para siempre, para siempre, eternamente, en el Abrazo de Amor de nuestro Dios Trino y Uno,  entre fulgores y resplandores eternos del Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, Espíritu Santo, Beso de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, con María, presencia maternal de Dios Padre en la tierra para con su Hijo, Único Sacerdote y Salvador de los hombres, y para con sus hijos sacerdotes, otros Cristos, consagrados, en el día de su Ordenación, con el mismo Amor de Espíritu Santo, como encarnaciones o prolongaciones y humanidades prestadas al Hijo del Eterno Padre, para que el Único Sacerdote continúe el misterio de salvación confiado por el Padre, junto a María, en vida y muerte, hasta el final de los tiempos y en vida eterna: ¡Semper vivens in Trinitate, cum Maria, in vitam aeternam! ¡Siempre viviendo en Trinidad, con María, hasta la vida eterna.

¡Señor Jesucristo, Único Sacerdote del Altísimo, danos muchos y santos sacerdotes semejantes a Tí!

¡Hermanos: “Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies!”.

       ¡María, hermosa nazarena, Virgen bella, Madre sacerdotal, danos muchos y santos sacerdotes como tu Hijo, Eterno y Único sacerdote del Altísimo.

Santidad Cristocéntria del Sacerdote

Mons. Juan Esquerda Bifet

Director espiritual del Seminario de Roma

Introducción: Línea cristocéntrica de la santidad del sacerdote, exigencia, posibilidad y ministerio

El título de nuestra reflexión (“santidad cristocéntrica del sacerdote”) nos sitúa en una actitud relacional con Cristo Resucitado, siempre presente en nuestro caminar histórico y eclesial. Si decimos “santidad”, nos referimos al deseo profundo de Cristo de ver en nosotros su expresión, su signo personal, su transparencia: “He sido glorificado en ellos... Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad... Yo por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad” (Jn 1 7, 10.17.19). La dimensión cristocéntrica o cristológica es connatural a la santidad cristiana y sacerdotal.

Ser sacerdote y, al mismo tiempo, no ser o no desear ser santo, seria una contradicción teológica, puesto que el ser y el obrar sacerdotal, como participación y prolongación del ser y del obrar de Cristo, comportan la vivencia de lo que somos y de lo que hacemos. Esta santidad sacerdotal es posible. (“Imitamini quod tractatis” (imitad lo que hacéis), es la expresión que ahora se encuentra en el texto de la alocución de la ordenación presbiteral cuando el obispo explica “la función de santificar en nombre de Cristo”. Según Santo Tomás de Aquino, “la Ordenación sagrada presupone la santidad” (cfr. II-II, q. 1 89, a. 1, ad 3), para poder servir dignamente al cuerpo eucarístico y al cuerpo místico de Cristo (cfr. SupI. q.36, a.2, ad 1) y para guiar a otros por el camino de a santidad).

La “santidad” hace referencia a la realidad divina, porque sólo Dios es el “tres veces Santo” (Is 6,3), el Trascendente, Dios Amor. Jesús es la expresión personal del Padre (cfr. Jn 1 4,9). Los cristianos estamos llamados a ser “expresión” de Cristo, “hi¡os en el Hijo” (Ef 1 ,5; cfr. GS 22).

Nosotros, sacerdotes, ministros ordenados, somos la expresión o signo personal y sacramental de Jesús Sacerdote y Buen Pastor. La santidad tiene sentido “relacional”, de pertenecer afectiva y efectivamente a aquél que por excelencia es el Santo. Somos “servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Cor 4,1). El sacerdote ministro es “hombre de Dios” (lTim 6,11).

La “santidad” del sacerdote tiene, pues, dimensión cristocéntrica o cristológica. Precisamente por ello tiene también dimensión trinitaria, pneumatológica, eclesiológica y antropológica. La dimensión cristológica de la santidad sacerdotal es, consecuentemente, mariana, contemplativa y misionera. Se trata, pues, un cristocentrismo inclusivo, no excluyente, puesto que queda abierto a todas las dimensiones teológicas, pastorales y espirituales. Por el “carácter” o gracia permanente del Espíritu Santo, recibida en el sacramento del Orden, participamos de la unción sacerdotal de Cristo (enviado por el Padre y el Espíritu), prolongamos su misma misión en la Iglesia y en el mundo, y, en consecuencia, estamos llamados a vivir en sintonía con las mismas vivencias de Cristo.

Con esta perspectiva cristológica, hablar de santidad no es, Dues, hablar de un peso, sino de una declaración de amor, experimentada y aceptada afectiva y responsablemente. Debemos y podemos ser santos y ayudar a otros a ser santos, por lo que somos y por lo que hacemos, es decir, por la participación en la consagración de Cristo y por la prolongación de su misma misión. Cristo nos ha elegido por su propia iniciativa amorosa (cfr. Jn 15,16) y, consecuentemente, nos ha capacitado para poder responder con coherencia a este mismo amor. Nuestra vida está llamada a la santidad y es, al mismo tiempo, ministerio de santidad. Somos forjadores de santos. (El “carácter” sacerdotal del sacramento del Orden exige santidad, por el hecho de poder obrar en nombre de Cristo; la gracia sacramental comunica la posibilidad de ser santos, es decir, de ser coherentes con lo que somos y hacemos).

Decidirse a ser “santos” no significa más que comprometerse a ser coherentes con la exigencia de relación personal con Cristo, que incluye el compartir su misma vida, imitarle, transformarse en él, hacerle conocer y amar. Ello equivale a “mantener la mirada fija en Cristo” (Carta del Jueves Santo 2004, n.5), para poder pensar, sentir, amar, obrar como él. “La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales” (PDV 1 2). Esta santidad es posible.

1. Llamados a ser transparencia de la vida y de las vivencias de Cristo Buen Pastor

La dimensión cristocéntrica de la santidad sacerdotal nos sitúa en una profunda relación de amistad con Cristo. Hemos sido llamados por iniciativa suya (cfr. Jn 15,16). Nos ha llamado uno a uno, por el propio “nombre”, para poder participar en su mismo ser de Sacerdote-Víctima, Pastor, Esposo, Cabeza y Siervo. (Son los títulos bíblicos que usa y explico PO nn. 1-3 y PDV cap.II (ver nn.20- 22).

       Esta dimensión cristocéntrica ayuda a entrar en la dinámica interna de la propia identidad: estamos llamados para un encuentro que se convierte en relación profunda, se concreta en seguimiento para compartir su mismo estilo de vida, se vive en fraternidad (comunión) con los otros llamados y orienta toda la existencia a la misión. Así, pues, en esta santidad van incluidos todos los aspectos de la vocación: encuentro, seguimiento, fraternidad y misión evangelizadora.

       La dinámica relacional se basa en una realidad ontológica: participamos en su ser (consagración), prolongamos su obrar (misión) y vivimos en sintonía con sus mismos sentimientos y actitudes, según la expresión paulina: “Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil 2,5).

       Sin el deseo de corresponder vivencialmente a esta relación con Cristo, no se podría captar la dinámica apostólica y sacerdotal que incluye el “encuentro” y la “misión”. Nos ha llamado para “estar con él” y para enviarnos a “predicar” (Mc 3,1 4-1 5).

       Si se quiere hablar de la “identidad” o de la propia razón de ser, ello equivale a encontrar el sentido de la propia existencia vocacional. Es relativamente fácil hacer elucubraciones sobre la identidad. Pero a la luz del evangelio, aparece claramente que se trata de la vivencia de lo que somos y hacemos: “Vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio” (Jn 15,27). Cuando a Juan Bautista le preguntaron sobre su “identidad”, no cayó en la trampa de responder con elucubraciones y teorías, sino que indicó una persona que daba sentido a su existencia y a su obrar: “Yo soy la voz... En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis” (in 1 ,23.26).

       Muchas cuestiones cristianas, que parecen problemáticas, dejan de serlo cuando se afrontan desde un “conocimiento de Cristo vivido personalmente” (VS 88). Hablar de santidad sacerdotal, sin partir de la propia experiencia de encuentro y seguimiento de Cristo, es abocarse al fracaso o a discusiones es- tériles. La santidad sacerdotal sólo se capta desde la persona de Cristo profundamente amada y vivida: “Si alguno me ama... yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21).

       Desde esta perspectiva vivencia1, que no excluye, sino que necesita el apoyo de la reflexión teológica sistemática, la palabra “santidad” pasa a ser una realidad de gracia que forma pcirte del proceso de configuración con Cristo. Cuando uno se sabe amado por Cristo, lo quiere amar y hacerlo amar. Es decir, quiere entregarse con totalidad al camino de santidad y de misión. (Un brahmán convertido (que después fue sacerdote y misionero), me describía su conversión recordando su experiencia de encuentro con Cristo. Visitando la capilla del hospital, donde él era director, se encontró ante lo imagen del cruciFiio y oyó en su corazón: “Me amó”. Enseguida sacó esta consecuencia: “Si él me ama, yo le quiero amor y hacerle amar”...).

       La decisión de ser “santos” es la respuesta a la declaración de amor por parte de Cristo: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor” (Jn 1 5,9). Para discernir si uno avanza decididamente por este camino de santidad, podrían tomarse tres líneas de fuerza: No sentirse nunca solos (cfr. Mt 28,20), no dudar de su amor (cfr. Jn 1 5,9), no anteponer nada a Cristo. (Cfr. S. Benito, Regla, 4,31; 72, 11).

       Los matices de nuestra santidad, en su dimensión cristocéntrica o cristológica, dicen relación con cada uno de los títulos bíblicos de Cristo (que hemos recordado antes) y, consiguientemente, urgen al sacerdote a la vivencia de sus ministerios, como expresión de su “caridad pastoral”, es decir, como vivencia de la misma caridad del Buen Pastor. En este sentido, el concilio Vaticano II resume la santidad sacerdotal con esta perspectiva: “Los presbíteros conseguirán propiamente la santidad ejerciendo su triple función sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo” (PO 1 3).

       Se trata de transparentar a Cristo en el momento de anunciarle, celebrarle, prolongarle... Toda la acción pastoral es eminentemente cristológica y es también una urgencia y una posibilidad de ser santos. Anunciamos a Cristo, lo hacemos presente y lo comunicamos a los demás, viviendo lo que somos y lo que hacemos. La dimensión cristológica de la santidad sacerdotal es, pues, de línea profética (anunciar a Cristo), litúrgica (hacer presente a Cristo), diaconal (servir a Cristo en los hermanos).

El modelo apostólico de los Doce, es el punto de referencia obligado de la santidad sacerdotal, como algo específico. Es la “Vida Apostólica”, es decir, el seguimiento radical de Cristo Buen Pastor, a ejemplo de los Apóstoles. Quienes somos sucesores de los Apóstoles (aunque en grado distinto), estamos llamados a vivir esta referencia evangélica. (Pastores dabo vobis indica la “Vida Apostólica” como punto de referencia de 1o santidad sacerdotal, siempre como imitación de la vida del Buen Pastor y según el estilo de los Apóstoles (cfr. PDV 15-16, 42, 60, etc.). Explico estos contenidos y ofrezco bibliografía, en: Signos del Ruen Pastor, espiritualidad y misión sacerdotal (Bogotá, CELAM, 2002) cap. V (ser signo transparente del Buen Pastor). Trod. en italiano (Spiritualitá sacerdotale...) e inglés (Priestly Spiritualiiy...): Pontificia Universidad Urbaniana, Roma. Resumen en francés: Signe du Bon Pasteur. Spiritualité sacerdotale missionnaire (Rome, Pont. Univ. Urbaniana, 1994).

La “Vida Apostólica” o “Apostolica vivendi forma”, que resume el estilo de vida de los Apóstoles, se concreta en el seguimiento evangélico (cfr. Mt 1 9,27), la fraternidad o vida comunitana (cfr. Lc 10,2) y la misión (cfr. Jn 20,21; Mt 28,1 9-20). (Las líneas de esta Vida Apostólica, eminentemente evangélica, se podrían resumir en las siguientes: 1: Elección, vocación, por iniciotiva de Cristo (cfr. Mt 10,lss; Lc 6, 1 2ss; Mc 3,1 3ss; Jn 13,18; 15,1 4ss). 2: “Sequela Christi” o seguimiento evangélico (cfr. Mt 4,l9ss; 19, 21-27; Mc 10,35ss); 3: Caridad del Buen Pastor (dr. Jn 10; Hech 20,l7ss; lPe 5,lss), 4: Misión de totalidad y de universalismo (cfr. Mt 28,1 8ss; Mc 16,1 5ss; Hech 1 ,8; in 20,21; PO 10). Comunión fraterna (cfr. Lc 10,1; Jn 13,34.35; 17,21-23). ó: Eucaristía, centro e fuente de la evangelización (cfr. Lc 22,19-20; iCor 1 1,23ss; Jn 6,35ss). 7: Sintonía con la oración sacerdotal de Cristo (cfr. Jn 17; Mt 11 ,25ss; Lc 10,21 ss). Al servicio de la Iglesia esposa (cfr. 2Cor 11,2; Ef 5,25-27; Jn 17,23; 1Tim 4,14: “gracia” permanente). Con María, “la Madre de Jesús” (cfr. Jn 19,25-27; Hech 1,14; Gal 4,4-19).

El camino de la santidad sacerdotal se recorre dejándose conquistar por el amor de Cristo, a ejemplo de 5. Pablo: “No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí... vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2,20). Y es este mismo amor el que urge a la misión: “El amor de Cristo me apremia” (2Cor 5,14).

El cristocentrismo de San Pablo arranca de la fe como encuentro con Cristo, “el Hijo de Dios” (Hech 9,20), “el Salvador” (Tit 1 ,3), quien “fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación” (Rom 4,25). Cristo “vive” (Hech 25,1 9) y habita en el creyente (cfr. Fil 1 ,21), comunicándole la fuerza del Espíritu que le hace hijo de Dios (cfr. Gal 4,4-7; Rom 8,14-17). Por el bautismo, el cristiano queda configurado con Cristo (cfr. Rom 6,1-5). Pablo vive de esta fe. Desde su encuentro inicial con el Señor, Pablo aprendió que Cristo vive en todo ser humano y, de modo especial, en su comunidad eclesial, a la que él describe como “cuerpo” o expresión de Cristo (cfr. 1 Cor 1 2,26-27), “esposa” o consorte (cfr. Ef 5,25-27; 2Cor 11 ,2) y “madre” fecunda de Cristo (cfr. Gal 4,19.26).

Las renuncias sacerdotales quedan resumidas en la expresión de San Pedro: “Lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mt 1 9,27). La renuncia total no sería posible ni tendría sentido, sin el “seguimiento” como encuentro y amistad. La “soledad llena de Dios” (de que hablaba Pablo VI en la enc. Sacerdotalis Coelibatus), es, para el sacerdote ministro, el redes- cubrimiento de una presencia y de un amor más hermoso y profundo: “No tengas miedo ... porque yo estoy contigo” (Hech 18,910). (Habría reflexionar sobre la realidad virginidad de María y de José, que les permitió descubrir en Cristo una predilección singular hacia ellos, abierta siempre a toda la humanidad y a cada ser humano en particular, de modo irrepetible. La vida sacerdotal centrada en Cristo, se resume en la imitación de su mirada hacia los hermanos, descubriendo en ellos una historia de amor esponsal y eterno. Todos ocupamos un lugar privilegiado en el Corazón de Cristo).

Cristo nos lleva en su corazón, desde el primer momento de su ser en cuanto hombre. Si el misterio del hombre sólo se des- cifra en el misterio Cristo, cada ser humano tiene en su propia vida huellas de ese amor: “En realidad, el misterio del hombre s6lo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (GS 22). En esta perspectiva antropológico-cristiana, a la luz de la Encarnaci6n, el sacerdote ministro se siente interpelado por unas vivencias de Cristo, que amó a “ios suyos” (Jn 1 3,1) y los presentó cariñosamente ante el Padre: “los que tú me has dado” (Jn 1 7,2ss), “los has amado como a mí” (Jn 17,23).

La llamada apostólica (“venid”, “sígueme”) trae consigo relación, imitación y configuración con Cristo. Si uno quiere ser consecuente con esta actitud relacional comprometida, que llamamos “santidad” (como trasunto de la caridad del Buen Pastor y, así mismo, reflejo de Dios Amor), en todas las circunstancias de su vida encontrará huellas de una presencia que sobrepasa el sentimiento de ausencia: “Estaré con vosotros” (Mt 28,20). El decreto Presbyterorm Ordinis recuerda esta presencia, que es fuente de santidad y de gozo pascual: “Los presbíteros nunca están solos en su trabajo” (PO 22). (Puede aplicarse a todo apóstol y especialmente a todo sacerdote, esta afirmación de la encíclica misionera de Juan Pablo II: “Precisamente porque es « enviado », el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida... Cristo lo espera en el corazón de cada hombre” (RMi 88).

La dimensión cristológica de la santidad es, por ello mismo, dimensión eucarística. “Hemos nacido de la Eucaristía... El sacerdocio ministerial tiene su origen, vive, actúa y da frutos «de Eucharistia»... No hay Eucaristía sin sacerdocio, como no existe sacerdocio sin Eucaristía” (Carta del Jueves Santo, 2004, n.2).

Para garantizar la dimensión cristológica de la santidad sacerdotal, es necesario relacionarla con la dimensión mariana. Cristo Sacerdote y Buen Pastor no es una abstracción, sino que ha nacido de María Virgen y la ha asociado a su obra redentora. María, Madre de Cristo Sacerdote y Madre nuestra, ve en cada uno de nosotros un “Jesús viviente” (según la expresión de 5. Juan Eudes), es decir con palabras del concilio, “instrumentos vivos de Cristo Sacerdote” PO 1 2), que quieren vivir “en comunión de vida” con ella como el discípulo amado (cfr. RMa 45, nota 1 30). Necesitamos vivir nuestra dimensión sacerdotal cristológica “en J1i escuela de María Santísima” (Carta del Jueves Santo, 2004, n.7). (Encuentro Internacional. Sobre la espiritualidad sacerdotal mariana, he resumido contenidos y bibliografía en: María en la espiritualidad sacedotal: Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid, Paulinas 1988, 1799-1804. (Sacerdoti) Maria ne¡la spiritualitó sacerdotale: Nuovo Dizionario di Mariologia, Paoline 1 985, 1 237- 1242. Ver también: G. CALVO, La espiritualidad mariana del sacerdote en Juan Pablo II: ComposteNanum 33 (1988) 205-224.).

La dimensión cristológica de la santidad sacerdotal incluye el amor leal, sincero e incondicional a la Iglesia. Es, pues, dimensión eclesiológica. El apóstol Pablo, al invitarnos a configurarnos con Cristo, nos insta a vivir de sus mismos sentimientos (cfr. Fil 2,5) y de sus mismos amores: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Ef 5,25). “Para todo misionero y toda comunidad la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia” (RMi 89).

2. Llamados a ser maestros y forjadores de santos, enamorados de Cristo

Nuestra llamada a la santidad incluye el compromiso ministerial de ayudar a los fieles a emprender el mismo itinerario de santificación. Se trata del “ministerio y función de enseñar, de santificar y de apacentar la grey de Dios” (PO 7), como colaboradores de los obispos. Por esto, “la perspectiva en la que debe situarse el camino patoral es el de la santidad!” (NMi 30). La dimensión cristocéntrica de la santidad se concreta necesariamente en dimensión eclesiológica.

En realidad, de la santidad de los sacerdotes depende, en gran parte la santidad, renovación y misionariedad de toda la comunidad eclesial. Así lo afirma el concilio Vaticano II: “Este Sagrado Concilio, para conseguir sus propósitos pastorales de renovación interna de la Iglesia, de difusión del Evangelio por todo el mundo y de diálogo con el mundo actual, exhorte vehementemente a todos los sacerdotes a que, usando los medios oportunos recomendados por la Iglesia, se esfuercen siempre hacia una mayor santidad, con la que de día en día se conviertan en ministros más aptos para el servicio de todo el Pueblo de Dios” (PO 1 2).

Toda la acción pastoral tiende a construir la comunidad eclesial como reflejo de la Trinidad, por un proceso de unificación del corazón según el amor, que hace posible llegar a ser “un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32). Entonces, se construye la Iglesia como “misterio”, es decir, como pueblo “congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4). Es misterio de comunión misionera. “La santidad se ha manifestado más que nunca como la dimensión que expresa mejor el misterio de la Iglesia. Mensaje elocuente que no necesita palabras, la santidad representa al vivo el rostro de Cristo” (NMi 7)

La acción ministerial profética, litúrgica y diaconal, además de ser el medio y el lugar privilegiado de la propia santificación, es la palestra para orientar a toda la comunidad eclesial por el camino de la santidad. Los ministerios son servicios que construyen una escuela de santidad y de comunión eclesial. Somos llamados a ser moldeadores de santos.

Nuestra vida sacerdotal se puede resumir en la acción ministerial eucarística: “Esto es mi cuerpo... ésta es mi sangre” (Mt 26,26.28). En este momento obramos en nombre de Cristo y nos transformamos en él. Pero esta acción ministerial eucarística incluye el anuncio (profetismo) y la comunión (diaconía). Es más, la eficacia de las palabras del Señor no sólo llega hasta lo más hondo de nuestro ser, transformándolo, sino que también va pasando a toda la Iglesia y a toda la humanidad.

A la luz de este servicio ministerial (en relación con el cuerpo eucarístico y con el cuerpo místico de Cristo), todo se puede reducir la urgencia de ser santos y hacer santos, como consecuencia del mandato eucarístico: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19; 1 Cor 11 ,24). Es la tarea de anunciar, celebrar y comunicar a Cristo. La transformación eucarística del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, penetra el ser y el obrar sacerdotal, para pasar a la Iglesia y a la humanidad entera. El encargo de Cristo a los sacerdotes pone “el cuño eucarístico en su misión” (Carta del Jueves Santo, 2004, n.3). Por la Eucaristía, somos forjadores de santos. ( In persona Christi quiere decir más que «en nombre», o también, «en vez» de Cristo. In persona: es decir, en la identificación específica, sacramental con el sumo y eterno Sacerdote” (enc. Ecclesia de Eucharistia n.29).

La entrega apostólica de Pablo tiene esta característica de “completar” a Cristo por amor a su Iglesia (cfr. Col 1 ,24), y de preocuparse “por todas las Iglesias” (2Cor 11 ,28). En la doctrina paulina, la vocación cristiana es elección en Cristo (cfr. Ef 1 ,3), para ser “gloria” o expresión suya por una vida santa (Ef 1 ,4-9), comprometida en la misión de “recapitular todas las cosas en Cristo” (Ef 1 ,1 0) y marcada con “el sello del Espíritu” (Ef 1 ,1 3). Es vida unida a la oblación de Cristo (cfr. Fil 2,5-1 1), por participar en el sacrificio eucarístico que hace presente la oblación del Señor, “hasta que vuelva” (cfr. 1 Cor 11 ,23-26). Pablo es forjador de santos (cfr. Gal 4,1 9). (Cfr. F. PÁSTOR RÁMOS, Pablo, un seducido por Cristo (Estella, Verbo Divino,  993). El tema paulino es profundo y ejemplar en su encuentro sacerdotal con Cristo.)

El sentido esponsal del ministerio tiende a construir la Iglesia santa, como esposa de Cristo, santificada por su amor esponsal: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada” (Ef 5,25-27).

Hacer santa a la comunidad eclesial, equivale a hacerla misionera y ‘‘madre”, es decir, instrumento de vida en Cristo para los demás. Entonces la Iglesia “ejerce por la caridad, por la oración, por el ejemplo y por las obras de penitencia una verdadera maternidad respecto a las almas que debe llevar a Cristo” (PO 6).

Si se anuncia la Palabra, es para llamar a un actitud de escucha, de conversión y de respuesta generosa por parte de los creyentes. La predicación de la Palabra congrega al pueblo de Dios para construirlo en la caridad. Por esta predicación, se tiende a “invitar a todos instantemente a la conversión y a la santidad” (PO 4).

La celebración de la Eucaristía y de los sacramentos en general, en el ámbito del año litúrgico, es una llamada a todos los fieles para hacer de su vida una oblación en unión con Cristo: “De esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismo, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con El” (PO 5).

La acción ministerial de orientar, animar y regir a la comunidad, siempre con espíritu de servicio, tiene el objetivo de “que cada uno de los fieles sea conducido en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el Evangelio, a la caridad sincera y diligente y a la libertad con que Cristo nos liberó” (PO 6).

En los tres ministerios se tiende a formar a Cristo en los creyentes, por un proceso de santificación que es transformación de criterios, escala de valores y actitudes, en vistas a relacionar- se con Cristo, imitarle y transformarse en él. Así resume San Pablo su actuación santificadora: “jHijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Gal 4,1 9); “celoso estoy de vosotros con el celo de Dios, pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo” (2Cor 11 ,2).

Nuestro ministerio consiste en ser “instrumentos vivos de Cristo Sacerdote” (PO 1 2). Por ello mismo, somos servidores de una Iglesia llamada a la santidad. El capítulo quinto de la Lumen Gentium es una pauta para el itinerario de santificación:

existe una llamada universal de la Iglesia a la santidad (LG 39- 42), que consiste en la “perfección de la caridad”, y que se realiza en la vida cotidiana según el propio estado de vida, usando los medios adecuados para conseguir este objetivo (LG cap.VI, nn.39-42). Así, pues, “todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (LG 40).

El bautismo es, por su misma naturaleza, una llamada y una posibilidad de santidad: pensar, sentir, amar y obrar como Cristo. “El bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu” (NMi 31). El compromiso fundamental de quien se bautiza consiste en la decisión de hacerse santo por “el camino del Sermón de la Montaña: « Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial » (Mt 5,48)” (NMi 31).

La experiencia del propio encuentro personal con Cristo y del seguimiento evangélico, según la pauta de las bienaventuranzas, es la mejor preparación para poder acompañar a otros por el mismo camino de santificación, que, como hemos indicado, es camino de relación con Cristo, imitación y transformación en él. El sacerdote es maestro de contemplación, de perfección, de comunión y de misión.

El tema de la santidad sacerdotal en su dimensión cristocéntrica, aparece en todas las figuras sacerdotales de la historia. Estos santos sacerdotes fueron maestros y modelos de santidad sacerdotal y cristiana. Algunos santos sacerdotes han dejado escritos sobre la vida y ministerio del sacerdote. En su primera carta del Jueves Santo (1 979), Juan Pablo II invita a inspirarse en las figuras sacerdotales de la historia: “Esforzaos en ser los maestros de la pastoral. Ha habido ya muchos en la historia de la Iglesia. ¿Es necesario citarlos? Nos siguen hablando a cada uno de nosotros, por ejemplo, San Vicente de Paúl, San Juan de Avila, el Santo Cura de Ars, San Juan Bosco, Beato (ahora ya santo) San Maximiliano Kolbe y tantos otros. Cada uno de ellos era distinto de los otros, era él mismo, era hijo de su época y estaba al día con respecto a su tiempo. Pero «el estar al día» era una respuesta original al Evangelio, una respuesta necesaria para aquellos tiempos, era la respuesta de la santidad y del celo”. (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo de 1979, n. 6. Sería necesario empaparse de los escritos sacerdotales de todo la historia, especialmente de época patrística: San Ignacio de Antioquía (“Cartas), San Juan Crisótomo (“Libro sobre el sacerdocio”), San Ambrosio (“De Officiis ministrorum”), San Gregorio Magno (“Regula Postoralis”), Son Isidoro de Sevilla (“De ecciesiasticis officiis”); en época de Trento: San Juan de Avila (“Pláticas a sacerdotes”, “Tratado sobre el sacerdocio”), San Carlos Borromeo, San Juan de Ribera, etc. Ver figuras y escritos de cada época histórica, en: Teología de la Espiritualidad Sacerdotal, o.c., cap.IX (síntesis histórico); Signos del Buen Pastor, o.c., cap.X (síntesis y evolución histórica) (trad. italiano, inglés).

3. Algunas connotaciones sobre la santidad sacerdotal en el inicio del tercer milenio

La santidad constituye el “fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio” (NMi 31). Esta afirmación de Juan Pablo II es un reto para la vida y ministerio sacerdotal. Estamos llamados a ser santos y a construir comunidades como escuela de santidad y comunión.

En una sociedad “icónica”, que pide signos, se necesita construir una Iglesia que transparente las bienaventuranzas como “autorretrato de Cristo” (VS 1 6). Efectivamente, “el hombre contemporáneo cree más en los testigos que en los maestros... el testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de misión” (RMi 42). Quienes hoy se sienten llamados a la fe cristiana, manifiestan “el deseo de encontrar en la Iglesia el Evangelio vivido” (RMi 47).

Urge, pues, presentar la figura del sacerdote como expresión de la vida del Buen Pastor. San Pablo se consideraba “olor de Cristo” (2 Cor, 2,15). El Señor nos describe como su “expresión” o su “gloria”: “He sido glorificado en ellos” (Jn 17,10). Nuestra identidad sacerdotal consiste en ser “prolongación visible y signo sacramental de Cristo” Sacerdote y Buen Pastor (PDV 1 6). (La expresión “signo” se repite con frecuencia en PDV (cfr. nn.12, 15-16, 22, 42-43, 49). Tiene la connotación de “socramentolidad”, en el contexto de Iglesia “sacramento”: signo transparente y portador. Indica la transparencia que refleja el propio ser y vivencia, y que se convierte en instrumento eficaz “La misión de la Iglesia, al igual que la de Jesús, es obra de Dios o, como dice a menudo Lucas, obra del Espíritu. Después de la resurrección y ascensión de Jesús, los Apóstoles viven una profunda experiencia que los transforma: Pentecostés. La venida del Espíritu Santo los convierte en testigos o profetas (cfr. Hech 1, 8; 2, 1 7- 1 8), infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima” (RMi 24) de santificación y de evangelización).

No se trata de un signo meramente externo, sino de una realidad ontológica (transformación en Cristo), que necesariamente tiene que manifestarse en el testimonio. Al mismo tiempo, esta realidad se hace vivencia personal y comunitaria, para poder decir como San Pedro el día de Pentecostés y repetidamente en sus discursos: “Nosotros somos testigos” (Hech 2,32; 3,15; 5,32; 10,39). Es, pues, relación, imitación, transformación en Cristo, que se convierte en su transparencia.

El mundo de hoy pide testigos de la experiencia de Dios (cfr. EN 76; RMi 91). Todo apóstol y de modo especial el sacerdote, debe poder decir como San Juan: “Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos” (lJn 1,3). El Espíritu Santo, recibido especialmente el día de ordenación, capacita para transmitir a los emas a propia experiencia de Jesús. (“La misión de la Iglesia, al gual que la de Jesús, es obra de Dios o, como dice a menudo Lucas, obra del Espíritu. Después de la resurrección y ascensión de Jesús, los Apóstoles viven una profunda experiencia que los transforma: Pentecostés. La venida del Espíritu Santo los convierte en testigos o profetas (dr. Hech 1, 8; 2, 1 7-1 8), infundiéndoles una serena audacia que les impulso a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima “(RMi 24).

El inicio del tercer milenio es una invitación acuciante a ser signos transparentes y eficaces del Buen Pastor. La Palabra, la Eucaristía, los sacramentos y la acción pastoral, nos moldean como expresión de Cristo y como signos santificadores.

Según mi experiencia de encuentros sacerdotales en diversos latitudes y culturas, he llegado a la convicción de que en estos años del inicio del tercer milenio, puede tener lugar un resurgir sacerdotal si se redescubren los enormes tesoros doctrinales de los documentos conciliares y postconciliares (que, a su vez, recogen una historia milenaria de gracia). El día en que todo neo-sacerdote haya leído y se haya formado en estos documentos, ciertamente habrá una gran renovación de vida y de vocaciones sacerdotales, por el hecho de haber redescubierto “un tesoro escondido”, como es la “mística” de la propia espiritualidad sacerdotal específica.  (Son todavía pocos los que se ordenan sacerdotes habiendo estudiado (o le- ¡do) estos documentos. Es necesario hacer una relectura de Presbyterorum Ordinis, en relación con Pastores dabo vobis y otros documentos (las Cartas del Jueves Santo, el Directorio, etc.). Entonces se descubre el propio ser como participación en el ser o consagración de Cristo (PO 1-3; PDV cap.II; Directorio cap.I), para prolongar su misma misión (PO 4-6; PDV cap.ll, Directorio cap.ll), en comu nión de Iglesia (concretada también en el propio Presbiterio: PO 7-9; PDV 31, 74; Directorio 25-28), que exige y hace posible la santidad sacerdotal como “caridad pastoral” (PO 12-14; PDV cap.III; Directorio 43-56), concretada en las virtudes del Buen Pastor (PO 15-17; PDV 27-30; Directorio 57-67), sin olvidar los medios concretos y la formación permanente (PO 18-21; PDV cap.VI; Directorio cap.III). Hay que añadir ia exhortación apostólica Pastores Gregis (2003), así como el Directorio (2004) para el ministerio pastoral de los Obispos).

Juan Pablo II pide elaborar un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio, que abarque todas estas facetas (cfr. PDV 79). Sólo siendo fieles al proceso de santidad, llegaremos a ser sacerdotes para una nueva evangelización (cfr. PDV 2, 9-10, 17, 47, 51, 82. Directorio 98). (Presento las motivaciones y posibilidades de este proyecto en: Ideario, objetivos y medios para un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio: Sacrum Ministerium 1(1995)175-186. Ver también: J.T. SÁNCHEZ, Los sacerdotes protagonistas de la Evangelización, en: (Pontificia Comisión para Ámérica Latina), Evangelizadores, Obispos, sacerdotes y diáconos, religiosos y religiosas, laicos (Lib. Edit. Vaticana 1996) 101-1 10. Una buena base para un proyecto de vida en el Presbiterio: Proposta di vita spirituale per i presbiteri diocesani (Bologna, EDB, 2003).

Cuando el Papa nos recuerda a los sacerdotes las líneas de nuestra santidad, nos indica la relación entre la consagración y la misión como binomio inseparable: “La consagración es para la misión” (PDV 24).

Se podría hablar del “carisma” apostólico y sacerdotal de Juan Pablo II, concretado en la dinámica evangélica: del encuentro, a la misión. Me parece que esta es la clave para entender sus documentos, a partir del primer momento de su pontificado, cuando dijo: “Abrid las puertas a Cristo”. Sus encíclicas, exhortaciones apostólicas, cartas del Jueves Santo y mensajes, ofrecen la armonía entre la consagración (como entrega totalizante a los planes de Dios) y la misión (como cercanía al hombre y a la realidad concreta). Pero esta dinámica es relacional: del encuentro con Cristo, se pasa al seguimiento de Cristo y al anuncio de Cristo. (Estudié y resumí los documentos del Papa, bajo esta perspectiva, en: El carisma misionero de Juan Pablo II: De la experiencia de encuentro con Cristo o la misión: Osservatore Romano (esp.), 17.7.2001, pp.8-1 1. También en: Juan Pablo II, el carisma del encuentro con Cristo para la Misión: Omnis Terra n.321 (2002) 234-248; Jean Paul II: le charisme de la rencontre avec le Christ pour la mission: Omnis Terra (fr.) n.383 (2002)234-248; John Paul II, the Charisma of the encounter with Christ for Mission: Omnis Terra (Ing.) n.328 (2002) 233-247.)

Las cartas del Jueves Santo (desde 1 979 hasta 2004) son una herencia apostólica, a modo de testamento sacerdotal de Juan Pablo II, que podrían resumirse en la letanía dirigida a Cristo Sacerdote, en que se pide “Pastores según su Corazón”(Letanía, citada en Carta del Jueves Santo 2004, n.7).

Las cinco Exhortaciones Apostólicas Postsinodaies continentales son una llamada a la santidad, que se concreta en un proceso de pastoral “inculturalizada”, en las circunstancias históricas y geográficas. A esta tarea de santificación estamos llamados especialmente los sacerdotes. Es la primera vez en la historia, que se recoge la aportación de todas las Iglesias de esta manera tan concreta, como es la celebración de unos Sínodos Episcopales (continentales) con sus respectivas Exhortaciones Postsinodales. (“Hoy son decisivos los signos de la santidad: ésta es un requisito previo esencial para una auténtica evangelización capaz de dar de nuevo esperanza. Hacen falta testimonios fuertes, personales y comunitarios, de vida nueva en Cristo. En efecto, no basta ofrecer la verdad y la gracia a través de la proclamación de la Palabra y la celebración de los Sacramentos; es necesario que sean acogidas y vividas en cada circunstancia concreta, en el modo de ser de los cristianos y de las comunidades eclesiales. Este es uno de los retos más grandes que tiene la Iglesia en Europa al principio del nuevo milenio” (Ecciesia in Europa 491. “Fruto de la conversión realizada por el Evangelio es la santidad de tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo. No sólo de los que así han sido proclamados oficialmente por la Iglesia, sino también de los que, con sencillez y en la existencia cotidiana, han dado testimonio de su fidelidad a Cristo” (ibídem, 141. Ver llamados semejantes en: Ecciesia in America 30-3 1 (vocación universal a la santidad, Jesús el único camino para la santidad); Ecclesia in Africa 1 36; Ecclesia in Oceanía 30.)

Especialmente es acuciante, en estas Exhortaciones continentales, la llamada a la santidad respecto a los sacerdotes y personas consagradas: “Por el sacramento del Orden, que los con- figura a Cristo Cabeza y Pastor, los Obispos y sacerdotes tienen que conformar toda su vida y su acción con Jesús” (Ecclesia in Europa 34)23. “Europa necesita siempre la santidad, la profecía, la actividad evangelizadora y de servicio de las personas consagradas” (ibidem, 37).

La propia identidad sacerdotal podrá ser comprendida y asimilada, si se vive como signo personal y sacramental del Buen Pastor, reconociendo que se tiene una espiritualidad sacerdotal específica entusiasmante. Es el gozo de ser y sentirse signo de Cristo, aquí y ahora, con el propio Obispo, en la propia Iglesia particular, en el propio Presbiterio, al servicio de la Iglesia local y universal, inspirándose en las figuras sacerdotales de la historia y también, cuando uno se siente llamado, haciendo referencia a carismas particulares más concretos de vida religiosa o asociativa.

La diocesaneidad incluye toda esta historia de gracia, que es una herencia apostólica. Sin la relación personal y comunitaria con Cristo Sacerdote y Buen Pastor, la espiritualidad sacerdotal diocesana no encontraría su propia pista de aterrizaje. Se es sacerdote, signo del Buen Pastor, en el aquí y ahora de la propia Iglesia particular, presidida siempre por un sucesor de los Apóstoles (en comunión con el Sumo Pontífice y la Colegialidad Episcopal), quien concreta para sus sacerdotes las líneas evangélicas del seguimiento de Cristo. (En la exhortación apostólica postsinodal Pastores Gregis”, se subraya la necesidad de que el Obispo asuma la propia responsabilidad en el fomento de la espiritualidad de sus sacerdotes; ver especialmente nn.47-48. El Directorio para el ministerio pastoral de los obispos indica la mismas líneas: nn 75-83).

Una línea característica de la espiritualidad cristiana y sacerdotal en el inicio del tercer milenio, es la esperanza, que presupone la fe y se tiene que concretar en la caridad. Hoy es posible ser santos y apóstoles. Es posible evangelizar en las situaciones nuevas, porque tenemos gracias nuevas. Pero se necesitan apóstoles renovados. (Los últimos documentos de Juan Pablo II trazan marcadamente esta línea de esperanza. A los apóstoles “les anima la esperanza” (RMi 24). Basta leer las Exhortaciones Apostólicas Postsinodales, donde se alienta a afrontar las nuevas situaciones siguiendo los signos positivos de la acción providencial de Dios. También en Novo Millennio Ineunte, donde se insta a profundizar el misterio de la Encarnación como “signo de genuina esperanza” (NMi 4). La historia de cada creyente es “una historia de encuentro con Cristo... en el diálogo con él reemprende su camino de esperanza” (NMi 8). “Nos anima la esperanza de estar guiados por la presencia de Cristo resucitado y por la fuerza inagotable de su Espíritu, capaz de sorpresas siempre nuevas” (NMi 12). “¡Duc in altum! ¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo” (NMi 58).

En la espiritualidad y santidad sacerdotal, este tono de esperanza se traduce en “gozo pascual” (PO 11). La vida del apóstol refleja el gozo pascual, también en los momentos de dificultad, dando testimonio de la esperanza cristiana: “El misionero es el hombre de las Bienaventuranzas... Viviendo las Bienaventuranzas el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido” (RMi 91). Es el gozo de hacer “pasar” o de transformar el sufrimiento en amor de donación, como herencia que nos ha dejado Jesús en la última cena (cfr. Jn 1 5, 11; 17, 1 3).

Conclusiones

La santidad sacerdotal es esencialmente de dimensión cristológica, que, por ello mismo, se abre a la dimensión trinitaria, pneumatológica, eclesiológica y antropológica. Precisamente la caridad pastoral, como trasunto de la vida del Buen Pastor, tiene esta orientación hacia los planes del Padre (cfr. Jn 10,1 8) y sigue las pautas de la acción del Espíritu Santo (cfr. Lc 1 0,1 .1 4.1 8): “A Jesús de Nazaret, Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y pasó haciendo el bien” (Hech 1 0,38).

La consagración sacerdotal del ministro ordenado, por ser participación en la consagración sacerdotal de Cristo para prolongar su misma misión, enraíza en el ámbito del misterio de la Encarnación del Verbo: “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (GS 22).

Por ser signo personal y comunitario de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, los sacerdotes somos expresión de su amor para con todos y cada uno de los redimidos. El contacto del sacerdote con cualquier ser humano, debe ser un anuncio y testimonio de ese amor, para que todos se sientan amados por Cristo y capacitados para amarle a él y, con él, a todos los demás hermanos. La vida sacerdotal es una invitación misionera y vivencia1, como expresión testimonial de este anuncio: Dios te ama, Cristo ha venido por ti.

La dimensión cristológica de la santidad sacerdotal hace recordar la realidad del “martirio”, como parte integrante del “kerigma” o primer anuncio. Hemos sido elegidos para ser “testigos” (“mártires”) del crucificado y resucitado: “Nosotros somos testigos” (Hech 2,32), “y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le obedecen” (Hech 5,32). El recuerdo de la figura sacerdotal del mártir San Maximiliano Kolbe, indica esta línea de caridad pastoral oblativa. (Un sacerdote mártir de mi diócesis (Lleida), durante la persecución del año 1936 en España, al ser fusilado todavía estaba con vida y recitaba el “Credo”; al acercorse el verdugo para rematarle con el tiro de gracia, pidió que le dejaran terminar la profesión de fe...).

El “gozo pascual” (PO 11) puede resumir todos los contenidos de la dimensión cristocéntrica de la santidad sacerdotal. En realidad, es el gozo de las “bienaventuranzas” y del “Magníficat”, por el hecho de saberse amado por Cristo y potenciado para amarle y hacerle amar. Es participación en el mismo gozo de Cristo (cfr. Lc 10,21). Es el gozo que nos dejó el Señor como herencia (Jn 15,11; 16,22.24; 17,13). Ese1 gozo que nace del encuentro permanente con él. Cuando, en el Cenáculo, los Ápóstoles eligieron a Matías, resumieron la pauta de una vida sacerdotal y apostólica: uno que hubiera estado con el Señor, para ser testigo gozoso de su resurrección (cfr. Hech 1 ,22). Es el gozo de Pablo: “Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas mis tribulaciones” (2Cor 7,4).

La dimensión cristocéntrica o cristológica de la santidad sacerdotal se traduce en:

- Declaración mutua de amor, como elección y llamada:

“Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor” (Jn 1 5,9); “Yo os he elegido a vosotros” (Jn 15,16); “vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2,20).

- Relación de encuentro, amistad, intimidad, contemplación:

“Estuvieron con él” (Jn 1 ,39); “instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar” (Mc 3,14-15); “vosotros sois mis amigos” (Jn 1 5,14); “estaré con vosotros” (Mt 28,20); “mi vida es Cristo” (Fil 1,21 ).

- Relación de pertenencia:

“Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 1 3,1); “Padre... los que tú me has dado”... (Jn 1 7,9ss); “no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20).

- Relación de transparencia y misión:

“Vosotros daréis testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Jn 1 5,27); “el Espíritu.., me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros” (Jn 1 6,14); “Padre... he sido glorificado en ellos (son mi expresión)” (Jn 1 7,10); “Como el me envió, también yo os envío” (Jn 20,21 )...; “el amor de Cristo me apremia” (2Cor 5,14).

A la luz de la presencia de Cristo Resucitado, que sigue acompañando a “los suyos” (Jn 1 3,1), se llega a unas actitudes que podríamos llamar de sabiduría y de sentido común cristiano y sacerdotal, y que constituyen la señal para saber si uno camina seriamente por el camino de la santidad en dimensión cristológica. La vivencia de nuestra realidad de participar en el ser de Cristo y de prolongar su misión, se podría concretar así:

- No dudar del amor de Cristo:

Mons. Francisco Xavier Nguyen van Thuan, arzobispo de Saigón, estuvo 1 3 años en la cárcel Saigón. En los primeros días del duro cautiverio, sintiéndose desánimo por su aparente inutilidad, supo discernir la voz del Señor en su corazón: “Te quiero a ti, no tus cosas”.

- No sentirse nunca solos:

Mons. Tang, obispo de Cantón estuvo 22 años en la cárcel. Cuando llegó a Roma y resumió los sufrimientos pasados en aquella soledad. Al preguntarle por los razones que le ayudaron a perseverar, respondió: “Cristo no abandona”. (29 Santa Teresa invita a “traerle siempre consigo”, porque “con tan buen amigo presente, todo se puede sufrir” (Vida, 22,6).

- No poder prescindir de él:

Pablo, en la cárcel de Roma: “En mi primera defensa nadie me asistió, antes bien todos me desampararon... Pero el Señor me asistió y me dio fuerzas” (2Tim, 4,1 6-1 7).

- No anteponer nada a él

“En los enamorados la herida de uno es de entrambos, y un mismo sentimiento tienen los dos” (S. Juan de la Cruz, Cántico B, canc. 30, n.9)

Nuestro modo de orar se puede realizar con sólo “mantener la mirada fija en Cristo” (Carta del Jueves Santo 2004, n.5). Es-

te encuentro vivencia1 y diario con Cristo, en la Eucaristía, en la

Escritura y en ios hermanos, da sentido a la vida sacerdotal; pero tiene que ser encuentro de amor apasionado que se convierta en anuncio apasionado. Nuestra identidad se demuestra en vivir y hacer vivir la presencia de Cristo resucitado en la Iglesia y en el mundo. Es un “asombro eucarístico” que suscita vocaciones sacerdotales (cfr. Carta del Jueves Santo 1004, n.5), porque entonces los ¡óvenes en nosotros “intuyen la llamada de un amor más grande” (ibídem, n.6).

La relación personal con Cristo, que es fuente de misión, se moldea “en comunión de vida” con María (cfr. RMa 45, nota 1 30). Es “comunión vital con Jesús a través del Corazón de su Madre” (Rosarium Virginis Mariae 2). En el Corazón de María, Madre de Cristo Sacerdote y Madre nuestra, se puede auscultar el eco de todo el evangelio (cfr. Lc 2,1 9.51).

María nos acompaña en todas nuestras celebraciones eucarísticas y en todo nuestro ministerio. Ella sigue siendo el don de Cristo a todos sus fieles y, de modo particular, a sus ministros. “Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros —a ejemplo de Juan— a quien una vez nos fue entregada como Madre” (Ecciesia de Eucharistia, n.57). Podemos unirnos a “los sentimientos de María”, cuando ella escucha de nuestros labios las palabras de la consagración (“mi cuerpo y mi sangre”) (cfr. Ibídem, n 56).

Con el correr de los años de nuestro sacerdocio, podemos tener la sensación, en algún momento, de sentirnos con las “manos vacías”; pero el ejemplo de Sta. Teresa de Lisieux es entusiasmante, cuando dice al Señor: “Pon tus manos en las mías y ya no están vacías”. Por mi parte, he de decir que en mis cincuenta años de sacerdocio (1954-2004), no me he arrepentido nunca del primer encuentro con Cristo cuando empecé a sentir la vocación sacerdotal. La vida sacerdotal es siempre una historia de gracia y de misericordia. Es vida que intenta gastarse con gozo, para amor y hacer amar a Cristo. A veces, he tenido la impresión de ser “un estropajo” inútil. Pero el encuentro personal con Cristo, renovado diariamente en la Eucaristía y en su Evangelio, me ha hecho sentir en el corazón sus palabras alentadoras: “Este estropalo es mío”, lavado con mi sangre redentora (cfr. Ap 7,14)...

MEDITACIONES TOMADAS DE MI LIBRO: SAN PABLO, EL APÓSTOL DE CRISTO

1

ELEGIDO POR CRISTO

1. “Pablo, esclavo de Jesucristo, apóstol por vocación, escogido para (anunciar) el evangelio de Dios” (Rom 1, 1).

“Pero cuando plugo al que me segregó desde el seno de mi madre, y me llamó por su gracia, para revelar en mí a su Hijo, anunciándole a los gentiles, al instante, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre, no subí a Jerusalén a los apóstoles que eran antes de mí, sino que partí para la Arabia y de nuevo volví a Damasco. Luego, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, a cuyo lado permanecí quince días. A ningún otro de los apóstoles vi, si no fue a Santiago, el hermano del Señor. En esto que os escribo  (declaro)ante Dios que no miento” (Gal, 1, 15-20)

Estos dos textos de las cartas de San Pablo nos permiten ver cómo el Apóstol se sentía totalmente elegido y llamado por Cristo para la misión de anunciar el evangelio a todas las gentes. Como luego veremos, Pablo no admite dudas ni otras interpretaciones por parte de algunos miembros de la Iglesia de la Galacia.

San Pablo se denomina a sí mismo “apóstol por vocación” (Rom 1, 1), llamado por Dios. Y se refiere a una llamada personal, a la que alude con cierta frecuencia, por la que Cristo viene en busca nuestra. Si podemos ser apóstoles, es porque Dios nos llama.

Aunque a primera vista pueda parecer sorprendente, el pensar que es Dios quien toma la iniciativa, es fuente de optimismo. Incluso el ser conscientes de nuestra debilidad y miseria puede convertirse en un motivo más de confianza, porque Dios ha escogido lo más débil (1 Cor 1, 27).

Y esta conciencia de nuestra debilidad se hace más viva si miramos en torno a nosotros: amigos, compañeros, personas que con mayor capacidad y mejores cualidades que las nuestras no han sido elegidas. Dios no nos ha elegido porque éramos fuertes, sino por ser débiles. Un artista recibe tanta mayor gloria, dice santo Tomás, cuanto más frágil y miserable es la materia con la que hace su obra de arte. De la misma manera, nuestra miseria engrandece la obra que Dios realiza en nosotros.

“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo soy el que os he elegido a vosotros”(Jn 15, 16). En esta realidad de la elección divina encontramos nuestra fuerza. Pero al mismo tiempo que son fuente de ánimo, estas palabras de Cristo entrañan la necesidad de una respuesta. El nos ha elegido y tiene derecho a exigir lo que quiera.

Nuestra situación se asemeja tal vez a la del profeta Jeremías, a quien alude San Pablo en el lugar que hemos citado de su carta a los fieles de Galacia. La alusión es clara y pone en evidencia cómo San Pablo ve su vocación como una continuación de la vocación del pasaje de su carta a los Gálatas, paralelo al citado: “Pablo, apóstol no por parte de los hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y por Dios Padre que lo resucitó de entre los muertos” (Gal 1, 1).

Como vemos, esta llamada no proviene de los hombres ni tiene por intermediario hombre alguno. Es Cristo quien me llama directamente, y Dios Padre que, mostrando su poder, le resucitó de entre los muertos.

Es verdad que nosotros ordinariamente no hemos sido llamados tan singularmente como Pablo y por eso, a veces y algunos, no tenemos la misma evidencia que tuvo San Pablo de esta llamada directa de Dios, pero no por ello deja de ser cierto que también nosotros somos llamados por Cristo y por Dios Padre y tenemos nuestras certezas y signos claros de llamada y predilección. Los modos son diversos. Pero Pablo nos da la certeza de que hemos sido llamados.

Dice Jeremías: “Y el Señor me habló diciendo: antes que yo te formara en el seno materno te conocí; y antes de que tú nacieras te santifiqué y te destiné para profeta entre las naciones. A lo que dije yo: ¡Ah, ah! ¡Señor, Dios! ¡Ah!, bien veis vos que yo no sé hablar, porque soy un jovenzuelo. Y me replicó el Señor: no digas soy un jovenzuelo, porque tú ejecutarás todas las cosas para las cuales te comisione y todo cuanto te encomiende que digas, lo dirás. No temas la presencia de aquellos, porque contigo estoy yo para sacarte de cualquier embarazo, dice el Señor” (Jer 1, 4-8).

Quizá también nosotros sintamos esta duda de Jeremías, viendo nuestra incapacidad. Pero Dios afirma que Él sabe lo que se hace. Él nos ha llamado y está con nosotros. Nuestra actitud fundamental puede ser ésta: ser conscientes de nuestra incapacidad y nuestra miseria, para que así podamos recibir la llamada como una gracia y no como un derecho adquirido.

Alude después el apóstol a su elección en el camino de Damasco: “...desde el vientre de mi madre me separó y me llamó con su gracia” (Gal 1, 15). Estas palabras valen para todo apóstol, para todo sacerdote. Dios nos ha elegido antes de nacer, porque su amor es eterno y la llamada divina no depende de nuestros méritos o cualidades, sino exclusivamente de su amor. Es una llamada enteramente gratuita ¿Qué le podemos dar nosotros a Dios que Él no tenga? Si existo es que Dios me ama y me ha llamado a compartir su misma felicidad. Mi vida es más que esta vida. Y sobre esta llamada de amor para existir, por pura benevolencia, porque me ha querido y preferido a otros seres que no existirán, por Cristo, me ha llamado a comunicar a los hermanos y al mundo este misterio de salvación realizado en el Hijo Amado, por su cruz y resurrección.

“Para esto en todo momento rogamos por vosotros, para que Dios os haga dignos de la vocación, y con toda eficacia cumpla su bondadoso beneplácito, y la obra de vuestra fe, y el nombre de nuestro Señor Jesús sea g1orificado en vosotros y vosotros en Él, según la gracia de Dios y del Señor Jesucristo”(2Tel 1, 11-12). Éste es el motivo y el objeto principal siempre de Pablo en su oración por los elegidos por vocación, por llamada especial del Señor para que Dios sea glorificado.

El evangelio según san Marcos pone de relieve esta idea de la gratuidad cuando narra la vocación de los apóstoles: Jesucristo llamó “a los que quiso” (Mc 3, 13-15). Esta primera idea nos exige, dada su importancia, una reflexión atenta: no somos nosotros quienes avanzamos hacia el sacerdocio, sino que somos “llamados”. Saber esto, creerlo de verdad, y Dios quiera que por experiencia viva de oración unitiva y contemplativa, como Pablo, hace privilegiados y felices a los que lo sienten y viven.

“Al caer a tierra, oyó una voz que decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El contestó: ¿Quién eres, Señor?...Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer”(Hch 9,4-6).

“Pero cuando plugo al que me segregó desde el seno de mi madre, y me llamó por su gracia, para revelar en mí a su Hijo, anunciándole a los gentiles, al instante, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre, subí a Jerusalén a los apóstoles que eran antes de mí, sino que partí para la Arabia y de nuevo volví a Damasco” (Gal 1, 15-17).

San Lucas, en su evangelio, observa que antes de elegir a los doce, Cristo “se retiró a orar en un monte y pasó toda la noche haciendo oración a Dios” (Lc 6, 12). Comentando este pasaje, San Ambrosio explica que «el Señor hace oración no para rogar por sí mismo, sino para interceder en favor mío».

También nosotros nos retiramos en esta ocasión, buscamos el silencio y oramos a Dios Padre. Y consuela pensar que Cristo no sólo rezó entonces en favor nuestro, sino que sigue orando continuamente, “siempre viviente para interceder por ellos” (Hbr 7, 25) Nuestra oración consiste, pues, en unirnos estrechamente a la de Cristo, que intercede siempre por nosotros. En el responsorio breve de las Vísperas de Pastores rezamos y confesamos esta verdad: «Éste es el que ama a sus hermanos, * El que ora mucho por su pueblo. Este es el que ora mucho por sus hermanos: El que entregó su vida por sus hermanos.

Esta oración intercesora de Cristo, de la Virgen y de los santos en favor nuestro debe dar luz y consolar nuestra posible aridez interior. Él es nuestra certeza y garantía: “Como mi Padre me ha enviado, así os envío yo a vosotros” (Jn 20, 21). Nuestra misión es una prolongación de la obra y de la misión salvífica de Cristo. Somos humanidad supletoria de Cristo, prestada por amor y por el sacramento del Orden, para que siga salvando, predicando, actuando.

A lo largo de toda esta reflexión, surge imperiosa una pregunta: ¿para qué nos llama Cristo? La respuesta la encontramos en el evangelio según San Marcos. Cristo llamó a los apóstoles “para tenerlos consigo y enviarlos a predicar” (Mc 3, 14). Lo primero es estar con el Señor, hablar con Él, la amistad, luego vendrá el salir a predicar; primero amar a Cristo; luego hacer que otros le conozcan y le amen, y eso es apostolado verdadero, pero siempre con Cristo.

Hemos sido elegidos “para (predicar) el evangelio de Dios” (Rom 1, 1). Este es nuestro cometido primordial: anunciar la buena nueva, la noticia esperada. Cuando el Concilio Vaticano II habla de las funciones de los presbíteros, nos dice: «Los presbíteros, como cooperadores que son de los obispos, tienen por deber primero el de anunciar a todos el evangelio de Dios, de forma que, cumpliendo el mandato del Señor: marchad por el mundo entero y llevad la buena nueva a toda criatura, formen y acrecienten el pueblo de Dios» (PO 4).

 Los hombres esperan esta buena nueva y se desilusionan cuando no les anunciamos la auténtica noticia. Pero hay que llevarla dentro, vivirla, para poder propagarla, para que incluso la vida del predicador sea un anuncio auténtico de esta buena nueva. Para esto se requiere que el predicador sea antes testigo de lo que predica, por el encuentro con Cristo en la oración,.

También San Marcos nos expone claramente esta idea. Dice que Jesucristo escogió a los apóstoles para que estuvieran con Él y para “enviarlos a predicar” (Mc 3, 14). Y volviendo a San Pablo, vemos que dice abiertamente: “Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio” (1 Cor 1, 17).

El sacerdote no es un simple administrador de sacramentos, sino que, en primer lugar, es un mensajero que anuncia la palabra divina: “Los Apóstoles anunciaban el evangelio de Cristo, y los que creían, se bautizaban y entraban a formar parte de la Iglesia”. La Iglesia actual, ante el desconocimiento de Cristo y su gracia en los que piden los sacramentos, a veces ignorantes y no practicantes, debe guardar este orden en la administración de los mismos, sobre todo, de la iniciación cristiana. Para ello, debe conocer profundamente a Cristo, estudiar y, sobre todo, amar personalmente a Cristo para poder dar un testimonio evangélico de Él.

No basta conocer a Cristo externamente, teóricamente, y lo mismo su evangelio; para conocer verdaderamente a Cristo y su evangelio, primero hay que vivirlos. Es necesario que contemplemos sus obras, penetremos su sentido y tratemos de vivirlo.  Los llama para que sean sus testigos, y ser testigos supone «haber visto, conocer por experiencia». Por este motivo, San Pablo, profundizando en la misma idea, pone como fin primero de la llamada de Dios “revelarme a su Hijo” (Gal 1, 16).

Este aspecto es esencial para la vocación; es la misma vocación esencialmente. Se es apóstol en cuanto que se ha recibido una revelación. Por consiguiente, todo apóstol, todo sacerdote, en tanto será verdadero apóstol, en cuanto haya recibido una revelación personal, no sólo por la ciencia, sino ante todo por el contacto directo y vital con Dios. De lo contrario, el sacerdote será una especie de profesor mediocre que aprende una lección y la repite de memoria, pero no un testigo.

Para poder hablar de Cristo hay que vivir con Él, asimilar su bondad, su humildad, su paciencia; es más, hay que vivir como Él, porque el testimonio no consiste únicamente en la palabra, sino que exige también obras. Es esta revelación la que debemos buscar todas las mañanas al empezar el día.

Nos interesa, en tercer lugar, examinar la naturaleza de esta misión. Siguiendo el pensamiento de San Pablo, vemos que nos dice: “para que yo predicase a las naciones” (Gal 1, 16). Esta es, pues, la misión del sacerdote: anunciar. San Marcos termina su narración enumerando a los doce que eligió Jesucristo: “Simón, a quien puso el nombre de Pedro...” Este cambio de nombre tiene una gran importancia. En el pensamiento semita, el nombre designa toda la persona. Y cambiar de nombre significa, de algún modo, un cambio en la persona. Y cuando quiso llamar a Pedro para presidir a su Iglesia: “Pedro, me amas más que estos…”, “apacienta mis ovejas”: el amor a Cristo es condición indispensable para el apostolado, es la garantía para hacer en nombre de Cristo su ministerio. La Iglesia debiera imitar más a Cristo en este aspecto. Cuando envía o elige, mirar más el amor a Cristo que otras realidades a veces puramente humanas. Así no puede marchar como Cristo quiere y la instituyó.

Por medio de la ordenación, Cristo opera este cambio en la persona del sacerdote. Él tiene la potestad de operar tal cambio, de cambiar nuestra humanidad por la suya, por una nueva encarnación sacramental, que nos convierte en otros Cristos. 

San Marcos añade: “Dándoles potestad de curar enfermedades y de expeler demonios”. También nosotros, los sacerdotes de hoy, tenemos la potestad de expulsar a los demonios. Todo hombre que comete un pecado lleva el demonio dentro. Y uno de los momentos más emocionantes en la vida del sacerdote es cuando da la absolución a un penitente.

“Luego, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, a cuyo lado permanecí quince días. A ningún otro de los apóstoles vi, si no fue a Santiago, el hermano del Señor. En esto que os escribo, (os declaro) ante Dios que no miento. En seguida vine a las regiones de Siria y de Cilicia, y era, por tanto, personalmente desconocido para las iglesias de Cristo en Judea. Sólo oían decir: «El que en otro tiempo nos perseguía, ahora anuncia la fe que antes pretendía destruir». Y glorificaban a Dios en mí”.

Con los textos paulinos podríamos hacer una biografía de muchos apóstoles de hoy que son, a pesar de sus limitaciones, un signo personal de Cristo. El celo del Buen Pastor, vivido al estilo de Pablo, será siempre una pauta posible y actual, especialmente para la evangelización del mundo. Un modelo de evangelizador, como el apóstol San Pablo, que escribía a los cristianos de Tesalónica estas palabras, que son todo un programa para nosotros: “Así llevados de nuestro amor por vosotros, queremos no sólo daros el evangelio de Dios, sino aún nuestras propias vidas; tan amados vinisteis a sernos’ (1 Tes 2,8)”

Como podemos ver, los textos de Pablo hablan por sí mismos. En realidad, es el mismo Cristo quien habla en ellos, como habla a través de cualquier texto inspirado de la Sagrada Escritura. Pero en los textos paulinos es como si Jesús, que vive en el corazón de cada apóstol, suscitara unas notas y resonancias más personales, indecibles, que sólo las puede captar o  principalmente, quien sintió la llamada apostólica como declaración de amor.

Y «entonces el corazón de todo apóstol revive, reestrena su “sí”, profundiza en su “experiencia existencial” del amor de Cristo» (Juan Pablo II, Bula Abrid las puertas al Redentor 3). La vida del apóstol tiene sentido porque se orienta solamente a amar a Cristo y hacerle amar. En su donación a los hermanos deja transparentar que “Jesús vive” (Hch 25,19). Esa transparencia es posible cuando intenta seriamente hacer realidad todos los días la divisa paulina: “Mi vida es Cristo” (Flp 1,21).

OTROS TEXTOS DE MEDITACIÓN

«Mi palabra y mi predicación no se fundaron en persuasión de sabiduría, sino en demostración de espíritu y de fuerza, para que vuestra fe no se enraizase en sabiduría humana, sino en el poder de Dios. Sin embargo, tratamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de la sabiduría de este mundo, ni de los príncipes de este mundo, que están en camino de destrucción, sino que tratamos de una misteriosa sabiduría de Dios, oculta hasta ahora, la cual Dios había predestinado antes de los siglos para gloria nuestra...»(1Cor 2,4-7).

“…partícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio, del cual he sido constituido ministro por el don de la gracia de Dios, que me ha sido concedida según la eficacia de su poder. A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia; Evangelizar a los gentiles la insondable riqueza que es Cristo”(Ef 3,6-9).

2

EL AMOR DE CRISTO

2. “Caritas Christi urget nos”: "nos apremia el amor de Cristo” (2Cor 5,14).

       “¡Hijos míos, por los que sufro otra vez dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros! (Gal 19, 4).

“Quiero, en efecto, que sepáis cuán grandes angustias sufro por vosotros y por los de Laodicea y por cuantos no me han visto personalmente, a fin de que sean consolados sus corazones unidos en el amor y enriquecidos con plena inteligencia para conocer el misterio de Dios, que es Cristo, en quien están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia”(Col 2,1-3).

El primer texto citado, tomado del final del capítulo quinto, es el argumento principal de toda la carta y de la defensa que él hace de su apostolado, tratando de convencer a los corintios de la sinceridad de sus intenciones apostólicas, poniendo por testigos a Dios y a ellos mismos. Con esta verdad afirmada llega a la fuente y fundamento de todo apostolado, a la vez que revela el secreto de su vida apostólica: “El amor de Cristo nos urge”.

Esta afirmación parece a primera vista que expone una verdad elemental y corriente. Sin embargo, meditada y reflexionada en cada una de sus palabras, encierra una altísima doctrina y experiencia apostólica.

Toda la carta expone la genuina naturaleza del apostolado cristiano, que se basa fundamentalmente en el amor de Cristo, válida para todos los tiempos, pero más necesaria en los actuales por la falta de amor verdadero, en razón del consumismo, relativismo y materialismo reinante.

Aunque San Pablo dirige estas palabras a su propia persona, sin embargo, por el motivo que lo hace, ser apóstol de Cristo, también pueden y deben ser interpretadas en relación con todos los apóstoles y todo cristiano de todos los tiempos. Porque el cristianismo es fundamentalmente amar y hacer amar a una persona: Jesucristo. El apóstol debe ser impulsado siempre por el amor a Cristo.

Esta caridad, este amor no es otro que el mismo Amor del Padre con el que nos ama a todos los hombres, por el que envía su Hijo al mundo, por el que Cristo se encarna y da “su vida en rescate por todos”. San Pablo nos enseña concretamente en qué condiciones debemos ejercer nuestro apostolado y tener plena confianza en Cristo en razón del amor que nos tiene.

Para investigar todo el contenido de esta frase, es conveniente que, antes de hacerlo, nos preguntemos dos cosas: primero: qué pretende decirnos el Apóstol cuando nos habla de la caridad de Cristo; segundo: qué significa para él “urget nos”: nos apremia, nos urge, nos aprieta.

Establecidas estas aclaraciones podremos llegar más fácilmente a conclusiones de orden práctico y espiritual. Y pido disculpas por si me salen espontáneamente estas citas en latín, pero es que así las oí y aprendí en mi juventud y así las medité y las prediqué, incluso en sermones al pueblo, porque en mi tiempo era todavía costumbre, que luego desapareció,  decir el texto en latín, y luego explicarlo en la homilía o sermón.

 Por lo que respecta al término “caritas” todos saben que se emplea ordinariamente cuando se refiere al amor de Dios o de Cristo, y corresponde al griego “ágape”. Qué bella y ampliamente lo ha expresado Benedicto XVI en su primera encíclica Dios es Amor (o Theòs ágape estín). Y en la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo la Persona Amor, el Amor Personal de Dios.

San Pablo en todas sus cartas pone de relieve la necesidad de tener el Espíritu de Cristo para poder amar, orar, santificar a los hermanos. En la carta a los Gálatas, es el Espíritu el que ora en los cristianos. En los Romanos, se atribuye al Espíritu la capacidad para poder decir “Abba, Padre” (Rom 5, 15). El Espíritu nos comunica el poder invocar el nombre del Señor y de expresar nuestra fe en Él: “Nadie puede decir <Jesús es el Señor> sino en el Espíritu Santo” (1Cor 1,23).

Y este es el sentido de “ágape-caritas”, no porque el Apóstol ignore o no hable de nuestro amor a Dios y a Cristo, sino porque el término “ágape”, lo emplea para designar el mismo amor de Dios o de Cristo directamente a nosotros, como aparece claramente en la carta a los Romanos que tomamos como ejemplo: “Cáritas Dei (óti e ágape tou Theou) diffusa est in cordibus nostris per Spiritum Sanctum qui datus est nobis”: “El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5). Y el sentido del texto se aclara en el momento sin ninguna ambigüedad: “commendat autem suam caritatem Deus in nos… “Dios nos demuestra su caridad hacia nosotros en que, siendo nosotros pecadores… siendo enemigos (v.10), Cristo ha dado su vida por nosotros” (v 8).

Este amor de Dios y de Cristo es sumamente gratuito, o como decimos vulgarmente, es totalmente desinteresado; en él se funda la esperanza cristiana y por eso “no seremos confundidos”.

Esta es la caridad de Cristo que celebra el Apóstol  en el capítulo octavo de la misma carta, únicos sitios en los que nos habla del amor de Cristo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? (Rom 8, 35). Con ello el Apóstol nos quiere demostrar que no hay ningún obstáculo en el mundo que no podamos superar con el amor de Cristo; a todos los superaremos “supervincimus” (ipernikomen) (v37), no con las fuerzas justas, sino sobradas, abundantemente:

“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Mas en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. Porque persuadido estoy que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios(manifestado) en Cristo Jesús, nuestro Señor” (v. 35.36.38).

Y esta caridad de Cristo es la que Él nos tiene, no la que nosotros le tenemos. Porque la nuestra es distinta a la suya, no es segura ni fuerte, somos humanos, no tenemos confianza en nosotros mismos; somos simples criaturas. Pero el amor de Dios, la caridad de Cristo no tiene límites ni barreras y viene a nosotros y ya amamos con su mismo amor, con Amor de Espíritu Santo.

El Padre nos vio y “amó primero” en su Verbo y nos predestina y llama a la existencia y al sacerdocio en  Cristo porque nos ama en Cristo, a quien nos contempla unidos como miembros a su cabeza, como hermanos menores al primogénito. Así que el amor eterno del Padre y el amor de Cristo es el fundamento de nuestra esperanza.

Por eso debemos estar totalmente seguros, porque no dependemos de nosotros. Nuestra salvación está en las manos de Dios, de nuestro Cristo. Qué seguridad, qué confianza nos debe dar. Fiémonos totalmente de Dios, de nuestro Cristo. Dejémonos atrapar por su amor, que es infinito, el mismo Amor de Dios, que es Espíritu Santo: “pero Dios probó su amor nosotros en que, siendo pecadores, murió Cristo por nosotros. Con más razón, pues, justificados ahora por sangre, seremos por Él salvos de la ira; porque si, siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, reconciliados ya, seremos salvos en su vida. Y no sólo reconciliados, sino que nos gloriamos en Dios por nuestro Señor Jesucristo, por quien recibimos ahora 1a reconciliación” (Rom 5, 9-11).

       “Cáritas Dei urget nos”, este amor a Dios nos impulsa al amor de los hermanos hasta dar la vida por ellos como Cristo. Así lo sentía San Pablo, así debemos vivirlo también nosotros en todos nuestros feligreses, aún en los que nos persiguen y son ingratos, a ejemplo de Pablo, que sentía dolores de parto hasta formar en ellos a Cristo: “¡Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros!” (Gal 5, 19).

       Esta caridad apostólica debe extenderse en todo el ministerio pastoral y sacerdotal, como participación en nosotros del mismo  amor apostólico de Cristo, como manifestación de su amor agapetónico.

       El concilio Vaticano II lo ha expresado muy bien: «en sus comienzos, la santa Iglesia, uniendo el “ágape” a la cena eucarística, se manifestaba toda entera unida en torno a Cristo por el vínculo de la caridad; así en todo tiempo se hace reconocer por este distintivo del amor» (AS. 8)

«Así, desempeñando el oficio de buen pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral hallarán el vínculo de la perfección sacerdotal, que reduzca a unida su vida y acción. Esta caridad pastoral fluye ciertamente, sobre todo, del sacrificio eucarístico, que es, por ello, centro y raíz de toda la vida del presbítero» (PO.14).

Pablo entendía la caridad apostólica como verdadero amor a Cristo porque su ministerio lo entendía como ministerio de Cristo, a quien prestaba su persona, y así él actuaba en “lugar de Cristo”, “a favor de Cristo”. Pablo actuaba siempre en el Espíritu de Cristo que es Espíritu Santo, porque el apóstol obra siempre en virtud de Cristo, que es el que salva y ha muerto por todos; él hacia su apostolado siempre con el Espíritu de Cristo: “La caridad de Cristo nos constriñe, persuadidos como estamos de que si uno murió por todos, luego todos son muertos; y murió por todos para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que por ellos murió y resucitó. De manera que desde ahora a nadie conocemos según la carne; y aún a Cristo, si le conocimos según la carne, ahora no lo conocemos así. De suerte que el que es de Cristo se ha hecho criatura nueva, y lo viejo pasó, se ha hecho nuevo. Mas todo esto viene de Dios, que por Cristo nos ha reconciliado consigo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación. Porque, a la verdad, Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo y no imputándole sus delitos, y puso en nuestras manos la palabra de reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros. Por Cristo os rogamos: Reconciliaos con Dios. A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros para que en El fuéramos justicia de Dios” (2Cor 14-21).

Y este es el mismo concepto de apostolado que Pablo nos expone en su carta a los Colosenses , donde Pablo declara: “Me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es  la Iglesia, de la que soy ministro en virtud de la dispensación divina a mí confiada en beneficio vuestro, para llevar a cabo la predicación de la palabra de Dios, el misterio escondido desde los siglos y desde las generaciones y ahora manifestado a sus santos, a quienes de entre los gentiles quiso Dios dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio. Este, que es el mismo Cristo en medio de vosotros, es la esperanza de la gloria, a quien anunciamos, amonestando a todos los hombres e instruyéndolos en toda sabiduría a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo, por lo cual me fatigo luchando con su eficacia, que obra poderosamente en mí” ( Col 1, 24-29).

Vemos claro en San Pablo,  lo que todos nosotros tenemos también que vivir y realizar, a saber, que la actualización de la gracia de Cristo en las almas exige muchos trabajos y penalidades de parte del Apóstol y de los demás ministros del Evangelio.

Aquí nos indica Pablo el gran misterio de nuestra unión sacramental y sacerdotal con Cristo Salvador a su obra redentora. Unidos por la fe y la caridad con el Salvador, colaboramos con Él en la actualización de su gracia capital, o sea en la aplicación de la gracia a las almas, meditante la caridad apostólica, la oración y el sacrificio con Cristo. Esta debe ser la tensión continua del sacerdote en su vida apostólica. Debemos unirnos a Cristo en su oración sacerdotal: “Padre, yo te he glorificado sobre la tierra llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar” (Jn 17,4).

“Porque sé que esto me servirá para conseguir la salvación, gracias a vuestra oración y a la donación del Espíritu de Jesucristo. Conforme a mi anhelante esperanza, en nada seré defraudado, sino que con toda seguridad, ahora como siempre, Cristo será ensalzado en mi cuerpo, sea para mi vida, sea para mi muerte. Pues para mí la vida es Cristo, y el morir es una ganancia. Pero como el continuar viviendo significa para mí una labor fecunda, no sé qué elegir. Me hallo presionado por ambos lados: por uno, deseo partir para estar con Cristo, lo que es preferible con mucho para mí; mas, por otro, permanecer en esta vida es necesario para vosotros”(Fil 1,1 8-24).

3

CRISTO CRUCIFICADO

3. “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientas vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entrego por mí”  (Gal 2, 19-20)

“...como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua en virtud de la palabra”(Ef 5,  25).

 “dilexit me y tradidit semetipsum pro me…  (Cristo)me amó y se entregó por mí”(Gal 2, 20).

San Pablo está impresionado por la muerte de Cristo en la cruz por “amor-caritas-ágape”. San Pablo se sintió fascinado por el misterio de la cruz de Jesús. Antes de su conversión, la consideraba un escándalo intolerable, pero después de su encuentro con Cristo en el camino de Damasco, comprendió que era un misterio de amor: “El Hijo de Dios... me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). Y ahora “por él he sacrificado todas las cosas... De esta manera conoceré a Cristo y experimentaré el poder de su resurrección y compartiré sus padecimientos y moriré su muerte, para alcanzar así la resurrección de entre los muertos” (Flp 3,10).

Cristo crucificado, enviado por el Padre como redención de nuestros pecados, es un misterio que le habla a Pablo muy claramente de esta predilección de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en el corazón de Dios y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne, especialmente por la pasión, muerte y resurrección del Señor. “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2, 19-20). 

San Juan, que estuvo junto a Cristo en la cruz, resumió  todo este misterio de dolor y de entrega en estas palabras: “Tanto amó Dios al hombre, que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta este extremo, porque para él “entregó” tiene sabor de “traicionó”.

Y realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, que es  su pasión y muerte, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por San Pablo como plenitud de amor y totalidad de entrega dolorosa y extrema. Al contemplar a Cristo doliente y torturado,  no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”. Por eso, S. Pablo, que lo considera “todo basura y estiércol, comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...”

 A los corintios, precisamente para poner remedio a las divisiones que empezaban a insinuarse en Corinto, Pablo les habla del poder paradójico de la cruz de Cristo. Les dice:«Mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos. Mas para los que han sido llamados, sean judíos o griegos, se trata de un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1 Cor 1, 22-24): Cristo crucificado es fuerza y sabiduría de Dios. Más adelante, al comienzo del segundo capítulo les dice:“Cuando vine a vuestra ciudad para anunciaros el designio de Dios, no lo hice con alardes de elocuencia o de sabiduría. Pues nunca entre vosotros me he preciado de conocer otra cosa sino a Jesucristo, y a éste crucificado» (1 Cor 2,1-2). Pablo no pretendía conocer otra cosa que a Cristo crucificado.

¿Para qué serviría predicar otro mensaje que no fuera el de Cristo crucificado? No valdría la pena.La vida se arriesga sólo por el evangelio, que se concreta en las bienaventuranzas y en el mandamiento del amor. Se predica el amor de un Dios que nos da todo lo que tiene e incluso a sí mismo, y que precisamente por ello nos quiere hacer imagen viviente de su amor. No se predica, pues, una teoría de moda ni la propia opinión; hacerlo así sería predicar un mesianismo ilusorio, porque sería predicarse a sí mismo.

Pablo predicaba la “locura” de la cruz. Es la misma experiencia de Dios Amor en Cristo: “Por el gran amor con que nos amó... nos dio vida por Cristo” (Ef 2,4-5). Un cristianismo sin cruz sería un absurdo, una cisterna vacía. Es Cristo crucificado, y no otro, quien ha conquistado el corazón del apóstol. Aquella mirada de enamorado “redentor”, que muere dando la vida, ya no se podrá olvidar jamás. Sus últimas palabras y su corazón abierto para comunicar el Espíritu Santo son su testamento, dejado ahora bajo signos eclesiales.

Aunque, en un primer momento, el mundo rechace la cruz, en realidad no puede prescindir del crucificado, puesto que no puede prescindir del amor de donación total, del amor “ágape”, en que ha sido salvado y redimido. La cruz es el camino para transformar toda dificultad y toda tribulación en una nueva posibilidad de servir y de amar. La esperanza de una plena restauración de todas las cosas en Cristo pasa por la cruz.Toda la vida del apóstol, por ser vida de caridad pastoral, es una proclamación de la muerte del Señor, en una espera activa y responsable de la restauración de todas las cosas en Él.

Esta proclamación tiene lugar principalmente en la celebración eucarística. Después de haber anunciado el mensaje de Jesús en el kerigma, el sacerdote lo hace presente en el misterio y sacrificio de su muerte y resurrección, en la Eucaristía, en la  que el sacerdote se hace víctima agradable al Padre, en obediencia total, como Cristo, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Es la sabiduría de la cruz: Dios Amor, que nos ha amado hasta darnos a su Hijo y hacernos participar por su resurrección, de su filiación divina, por una vida nueva en el Espíritu.

Cristo crucificado es, para el apóstol, sabiduría, luz, fuerza y razón de ser. Es la máxima expresión del amor: “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20); “amó a la Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5,25). En Cristo crucificado, amigo íntimo, el apóstol encuentra siempre el modo de rehacerse y comenzar de nuevo: ¿Qué ha hecho Cristo por mí? ¿Qué he hecho yo por él? ¿Qué debo hacer por él? (Ejercicios de San Ignacio).

En Cristo crucificado, la vida se hace coherente, porque se aprende a amar a todos. Es la libertad de amar como Cristo y de vivir crucificado con Él. Esa es la identidad del apóstol, que no admite dudas teóricas y  estériles. Es la ciencia del corazón, que se aprende en la intimidad con Cristo. La propia debilidad no es un estorbo cuando se deja que Cristo sea el protagonista y consorte de nuestra vida. De esta debilidad se aprende humildad, comprensión, confianza, generosidad, celo apostólico. Es decir, el Buen Pastor, que muere en la cruz, contagia a su apóstol de la actitud de misericordia y de amor de totalidad y de fortaleza en la debilidad: “Virtus in infirmitate perficitur”.

De ahí, que para Pablo: “cáritas Dei urget nos”; yeste amor de Cristo le quema, le urge, le empuja, le impele a amar y trabajar por Cristo; y  a nosotros también, esta manifestación del amor de Dios por Cristo su Hijo crucificado, nos impresiona y nos mueve a amarle de la misma forma, hasta dar la vida, si es necesario, como canta el poeta: «No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte… Tú me mueves, Señor, muéveme el verte, clavado en esa cruz y escarnecido…».

Este amor impresionante de Cristo que le llevó a Cristo a dar su vida por nosotros en la cruz, como hemos visto en la carta a los Romanos, es totalmente gratuito, no tenemos ningún derecho a exigirlo;  Dios por su Hijo nos la ha donado sin méritos por nuestra parte, más, estando en pecado y habiéndole ofendido.

Y ¿por qué hace Dios estos misterios? ¿Por qué obra así en relación con el hombre?: “Porque Dios es Amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él no amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4, 8.10).

Qué impresionantes son estos dos Apóstoles, qué unidos están en el misterio de Dios. Cómo lo vivieron y que bien lo expresaron. Para Juan y para Pablo esto del amor de Dios está clarísimo: Dios nos amó primero, y nosotros tenemos que amar con ese mismo amor. Yo también porque amo, me tengo que entregar  a Dios con ese mismo amor que es Espíritu Santo, la persona y el Dios Amor. Yo no puedo amar a Dios si Él no me ama primero y me capacita para amarle con su mismo amor; yo no tengo fuerza y poder, yo no le puedo amar con otro amor que no sea con el que Él me regala y me da para que le pueda amar. Yo no puedo fabricar ese amor, el amor puramente humano no puede llegar al Dios infinito y alegrarle y rozarle  El primero no me lo da, me hace partícipe de él por gracia.

La mayor prueba del amor del Padre y del  Cristo a los hombres está en que “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él” (Jn 3,16). No tiene nada de particular que San Pablo luego añadiera o lo explicara así: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado”. Y San Juan: “Como amase a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo”, hasta el extremo del tiempo, de sus fuerzas y de su amor, siempre nos amó así: hasta la consumación del amor, porque Él mismo había dicho por medio de Juan: “nadie ama más que el que da la vida por sus amigos”, por los que ama. Ya no es posible que nos ame más, ya que nos ha amado hasta el final de la vida y del amor.

Por eso, San Juan parece insinuar lo mismo que Pablo cuando pone en los labios del Señor en la cruz su última palabra: “consumatum est”, se tradujo en griego con la misma raíz del mismo término empleado por Pablo al decir “hasta el fin”: «telos, teleïn».

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora. Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros.  “Tanto amó Dios al hombre que entregó  a su propio Hijo”.

Porque  no hay justicia. No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios ha hecho por levantarlos. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo redentor, su propio Hijo, para el ángel no hubo redentor. Por qué para nosotros sí y para ellos no. Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí.... es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al hombre, que entregó…” (traicionó…).  Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del amor del Padre y del Hijo: “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” y  Cristo la dio por todos nosotros.

Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre, viéndole caído y alejado para siempre de su proyecto de felicidad,  entra dentro de sí mismo, y mirando todo su ser, que es amor también misericordioso, y toda su sabiduría y todo su poder, descubre un nuevo proyecto de salvación, que a nosotros nos escandaliza, porque en él abandona a su propio Hijo, prefirió en ese momento el amor a los hombres al de su Hijo.

No tiene nada de particular que la Iglesia, al celebrar este misterio en su liturgia, lo exprese admirativamente casi con una blasfemia:«Oh felix culpa... oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal Salvador». Esto es blasfemo, la liturgia ha perdido la cabeza,  oh feliz pecado, pero cómo puede decir esto, dónde está la prudencia y la moderación de las palabras sagradas, llamar cosa buena al pecado, oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal salvador, un proyecto de amor todavía más lleno de amor y condescendencia divina y plenitud que el primero.

       Cuando S. Pablo lo describe, parece que estuviera en esos momentos dentro del consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice S. Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y nos lo revela a nosotros. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y Revelación llena de Amor de su mismo Espíritu, es Palabra ungida de Espíritu Santo, es Jesucristo, la explosión del amor de Dios a los hombres. En Él nos dice: os amo, os amo hasta la locura, hasta el extremo, hasta perder la cabeza. Y esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley” ( Gal 4,4). “Y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención  por su sangre...” (Ef 1,3-7).

Para S. Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz: «Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado».

Cuando en los días de la Semana Santa, leo la Pasión o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver pasar a Cristo junto a mí, escupido, abofeteado, triturado... Y siempre pregunto lo mismo: por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto escarnio... Fue necesario para que el hombre nunca pueda dudar de la verdad del amor de Dios. No los ha dicho antes S. Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

Este amor de Cristo nos debe mover, como a San Pablo, a entregarnos totalmente a Dios y a los hermanos. Por eso, cuando miro al Sagrario y el Señor me explica todo lo que me amó y sufrió por mí y por todos, desde la Encarnación hasta su Resurrección, yo sólo veo una cosa: amor, amor loco de Dios al hombre.  Jesucristo, la Eucaristía, Jesucristo Eucaristía es Dios personalmente amando locamente a los hombres.

Este es el único sentido de su vida, desde la Encarnación hasta la muerte y la resurrección. Y en su nacimiento y en su cuna no veo ni mula ni buey ni pastores... sólo amor, infinito amor que se hace tiempo y espacio y criatura por nosotros...“ Siendo Dios... se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado...”; en el Cristo polvoriento y jadeante de los caminos de Palestina, que no tiene tiempo a veces ni para comer ni descansar, en el Cristo de la Samaritana, a la que va  a buscar y se sienta agotado junto al pozo porque tiene sed de su alma, en el Cristo de la adúltera, de Zaqueo... sólo veo amor; y como aquel es el mismo Cristo del sagrario, en el sagrario sólo veo amor, amor extremo, apasionado, ofreciéndose sin imponerse, hasta dar la vida en silencio y olvidos,  sólo amor.

Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos y otras personas, tan sentido en las penas  propias y ajenas, no  se va a conmover ante el amor tan «lastimado» de Dios, de mi Cristo... tan duro va a ser para su Dios  Señor y tan sensible para los amores humanos. Dios mío, pero quién y qué soy yo, qué es el hombre, para que le busques de esta manera; qué puede darte el hombre que Tú  no tengas, qué buscas en mí, qué ves en nosotros para buscarnos así... no lo comprendo, no me entra en la cabeza. Cristo, quiero amarte, amarte de verdad, ser todo y sólo tuyo, porque nadie me ha amado como Tú. Ayúdame. Aumenta mi fe, mi amor, mi deseo de Tí.  Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.

4

LA EUCARISTÍA

 

4. “Yo he recibido una tradición que procede del Señor… que el Señor Jesús en la noche en que iban a entregarlo…”

  “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia”(Col 1, 20).

Lo que es para mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gal 6,14).

 Este debe ser para nosotros el sentido pleno de los sufrimientos de Cristo; aquí radica el amor y la espiritualidad de San Pablo: “Tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús”, así vivía él este amor a Cristo, la unión con Cristo en su vida y apostolado; así vivía y comulgaba con el amor, la pasión y los sentimientos de Cristo Jesús  en la Eucaristía, donde se hacen presentes para que comulguemos con ellos, y así, nosotros, desde la Eucaristía, tenemos que vivir nuestro amor a Cristo y a los hermanos en la oración litúrgica y personal y en la caridad apostólica del apostolado en Cristo y por Cristo: “Porque yo he recibido del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que fue entregado, tomó el pan  y, después de dar gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en memoria mía. Y asimismo, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: Este es el cáliz de la Nueva Alianza en mi sangre; cuantas veces lo bebáis, haced esto en memoria mía. Pues cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que El venga. Así, pues, quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor.  Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación” (1Cor 10, 23-29).

La santa Eucaristía hace presente todo el misterio de Cristo, especialmente su pasión, muerte y resurrección. Celebrar la Eucaristía “en Espíritu y Verdad” es identificarse con los mismos sentimientos de Cristo, con Él que es la Verdad del Padre y con el Espíritu Santo, que es el Amor Personal del Padre y del Hijo, porque en la Eucaristía están manifiestos y presentes. Por eso, en la santa misa, comunión y presencia eucarística debemos renovar diariamente nuestro amor de caridad y unirnos con Cristo, único y sumo sacerdote, en su oblación al Padre, adorándole, con amor extremo como Cristo, en obediencia total hasta entregar la vida por la gloria de Dios y la salvación de los hermanos.

El sacerdote, siguiendo las huellas de Cristo y sus palabras, no debe olvidar “que no ha venido a ser servido sino a servir, a dar su vida en rescate de muchos”. El sacrificio de Cristo en la cruz, anticipado en la Última Cena y presencializado como memorial en cada Eucaristía,  por la invocación y potencia del Espíritu Santo, es un sacrificio perfecto de alabanza, adoración, satisfacción, impetración y obediencia al Padre, que no necesita  ningún otro complemento y ayuda. Es la vida y la muerte de Cristo, es todo su misterio salvador, es Cristo entero y completo.

Por eso, según la carta a los Hebreos, se ofreció “de una vez para siempre” (Hbr 7,8), porque es completo en su eficacia,  y no como los del Antiguo Testamento, que necesitaban ser continuamente repetidos. Sin embargo, nosotros vamos a hablar ahora de celebrar la Eucaristía como sacrificio completo, no por parte de Cristo, que siempre lo es, como acabamos de decir, sino por parte nuestra, que podemos participar más o menos plenamente en sus gracias y beneficios, identificarnos más o menos plenamente con los sentimientos y actitudes de Cristo.

       Hay  muchas formas de participar en la santa Eucaristía, en el sacrificio de Cristo, por parte de la Iglesia, del sacerdote y de los fieles. Nosotros debemos buscar una participación espiritual que nos identifique con Cristo haciéndonos víctima y ofrenda agradable con Él al Padre: “Haced esto en memoria mía... el que me come vivirá por mí... las palabras que yo os he hablado son espíritu y  vida...”; Jesús quiere una participación “en espíritu y verdad”,  Pneumatológica, en Espíritu Santo, tal como Él la  celebró, con sus mismos sentimientos y actitudes, que supere  la celebración meramente ritual o externa. La participación ritual, como su mismo nombre indica, consiste en cumplir los ritos de la Eucaristía, especialmente los de la consagración y así la Eucaristía se realiza plenamente en sí misma, presencializando todo el misterio de Cristo por el ministerio del sacerdote.

La participación espiritual, hecha con fuego y amor de Espíritu Santo, es la asimilación y participación personal y pneumatológica del misterio, que trata de conseguir la mayor unión con los sentimientos de Cristo, y de esta forma la mayor asimilación y participación personal en el misterio por parte del sacerdote y de los participantes conscientes y activos. Es una apropiación más personal y objetiva del espíritu de la santa Eucaristía.

La participación ritual se consigue por la sola  ejecución de los gestos y de las palabras requeridas para el signo sacramental, haciendo presente sobre el altar lo que significan estos gestos y palabras, esto es, de convertir el pan y el vino consagrados en una ofrenda del sacrificio de Cristo por parte de toda la Iglesia, independientemente de los sentimientos personales del sacerdote oferente y de la comunidad. Aunque el sacerdote celebre distraído y los fieles no tuviesen atención o  devoción alguna Cristo no fallaría en su ofrenda, que sería eficaz para el Padre y la Iglesia, conservando todo su valor teológico y fundamental para Cristo y el Padre, que llevaría consigo la aplicación de los méritos del calvario por medio de la ofrenda del altar, prescindiendo de la santidad del sacerdote o de los oferentes.

       Sin embargo, la Iglesia no se conforma con esta participación ritual y nos pide a todos una participación «consciente y activa», por medio de gestos y palabras, que deben llevarnos a todos los presentes a una participación más profunda, “en espíritu y verdad”, con identificación total con los sentimientos del amor extremo, adoración, actitudes y  entrega de Cristo al Padre y a los hombres. La participación espiritual nos llevará a una experiencia más personal del  sacrificio de Cristo, asimilando por la gracia los sentimientos del Señor en su vida y en su sacrificio.

Y ésta es la participación plena, que nos piden Cristo y la Iglesia: «Los fieles, participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella» (LG 11); «...por el ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo» (PO 2).

       El Vaticano II lo expresa así: «La santa Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma, y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano»,“linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido” (1Ptr, 2,9; cfr 2,4-5) (SC 14). «Los pastores de almas deben vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también para que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente» (SC 11). «...la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe (Eucaristía) como extraños y mudos espectadores, sino que participen consciente, piadosa y activamente en la acción  sagrada»  (SC 48).   

       Con estos términos, la liturgia de la Iglesia pretende llévanos a participar en plenitud de los fines y frutos  abundantes del misterio eucarístico mediante una  participación plenamente espiritual, en el mismo Espíritu de Cristo, no sólo en sus gestos y palabras.

       Los fieles también son llamados a compartir con el sacerdote la actitud de ofrenda personal. Hay una ofrenda que sólo cada uno de ellos puede y debe realizar, porque cada hombre dispone de sí mismo y nadie puede sustituir a los otros en esta ofrenda de sí mismo. Cada uno desempaña por tanto un papel esencial, cuando asiste y participa en la Eucaristía: presentar en unión con Cristo la ofrenda de su propia persona al Padre.

Esta ofrenda puede realizarse de diversas maneras, y formularse de distintas formas, por ser precisamente personal, pero está claro que no consistirá nunca en los meros ritos o gestos o palabras sino  que a través de lo que dicen y significan han de entrar en el espíritu y verdad de la Eucaristía con  su cuerpo y su alma, su espíritu y su carne, su ser interior y exterior, con todo su ser y existir.

Esto es lo que lleva consigo la celebración litúrgica, esta es su esencia y finalidad, así es cómo la liturgia de la Eucaristía alcanza su objetivo, no cuando simplemente asegura una participación exterior correcta, digna y piadosa a las oraciones y ceremonias sino cuando suscita en el corazón de los cristianos una auténtica entrega de sí mismos.

En cada Eucaristía los cristianos son invitados por Cristo a <acordarse> de Él y de sus sentimientos para ofrecerse con Él.

       Por eso, cada Eucaristía debe ser un estímulo para renovarse en el amor a Dios y al prójimo, en medio de las pruebas y dificultades de la vida, de las cruces y sufrimientos y humillaciones, de los fallos y pecados permanentes contra esta obediencia a la voluntad del Padre y entrega a los hermanos. La santa Eucaristía nos hace aceptar estas pruebas y sufrimiento aunque sean injustos, maliciosos y de verdadera agonía como en Cristo hasta el punto de tener que decir muchas veces:“Padre, si es posible pase de mí este cáliz…”, o lleguemos a pensar que Dios no se preocupa de nosotros y nos tiene abandonados, porque no sentimos su presencia: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado...?”

       La santa  Eucaristía nos ayuda a superar las pruebas de todo tipo, uniéndonos al sacrificio de Cristo y se convierte así en la mejor y más abundante fuente de gracia, perdón, amor y generosidad, aunque a veces es a oscuras y sin arrimo alguno de consuelo aparente divino.

El Espíritu Santo, espíritu y alma de la Eucaristía, nos ayuda como a Cristo a soportarlo y ofrecerlo todo,  a ser pacientes y obedientes y  pasar por la pasión y la cruz para llegar a la resurrección y la nueva vida. En la santa Eucaristía los cristianos encuentran un estímulo y  ocasión de ofrecer su pasión y muerte al Padre que nos la acepta siempre en la del Hijo Amado. Haciéndolo así, los sufrimientos se soportan mejor con su ayuda y  suben como homenaje a Dios y llegan hasta Él como ofrenda por la salvación de nuestros hermanos.

       Así es cómo la vida cristiana tiene que convertirse en una Eucaristía; hay que «eucaristizar la vida». El cristianismo es una Eucaristía, es un esfuerzo de la mañana a la noche de vivir como Cristo, de hacer de la propia vida una ofrenda agradable a Dios y a los hombres, nuestros hermanos, quitando y matando en nosotros toda soberbia, avaricia, lujuria, todo pecado contra el amor a Dios y a los hermanos, comulgando con el corazón y el alma, con los sentimientos y actitudes de Cristo; es la Eucaristía que continuamos celebrando permanentemente en nuestra vida, después de haberla celebrado con Cristo sobre el altar.

       Ésta es la espiritualidad de San Pablo, así vivía él la Eucaristía: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y  mientras vivo en esta carne  vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 20). “Lo que es para mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gal 6,14).“No quiero saber más que de Cristo y éste, crucificado...”; “Para mí la vida es Cristo”.

La Eucaristía es el centro y culmen de toda la vida cristiana. De la Eucaristía como misa y sacrificio deriva toda la espiritualidad eucarística como comunión y presencia. En la comunión eucarística,  Jesús quiere comunicarnos su vida, su mismo amor al Padre y a los hombres,  sus mismos sentimientos y actitudes.

       Lo importante es que cada comunión eucarística aumente mi hambre de Él, de la pureza de su alma, del fuego de su corazón, del amor abrasado a los hombres, del deseo infinito del Padre, que Él tenía. Qué adelantamos con que se acerquen personas en ayuno corporal si sus almas están sin hambre de Eucaristía, tan repletas de cosas y deseos materiales que no cabe Jesús en su corazón. Cristo quiere ser comido por almas hambrientas de unión de vida con Él, de santidad, de pureza, de generosidad, de entrega a los demás, con hambre de Dios y sed de lo Infinito. Pero si el corazón no ama, no quiere amar, para qué queremos los ayunos...

       Comulgar con una persona es querer vivir su misma vida, tener sus mismos sentimientos y deseos, querer tener sus mismas maneras de ser y de existir. Comulgar no es abrir la boca y recibir la sagrada forma y rezar dos oraciones de memoria,  sin hablarle, sin entrar en diálogo y revisión de vida con Él, sin decirle si estamos tristes o alegres y por qué... Esto es una comunión rutinaria, puro rito, con la que nunca llegamos a entrar en amistad con el que viene a nosotros en la hostia santa para amarnos y llenarnos de sus sentimientos de certeza y paz y gozo, para darnos su misma vida. Y luego algunas personas se quejan de que no sienten, no gustan a Jesús.

TEXTOS PARA MEDITAR

“Para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Mientras vivimos estamos siempre entregados a la muerte por amor de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne mortal”(2Cor 4, 11-12).

“Y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y la vida mortal que llevo ahora la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).

“Pues para mí la vida es Cristo, y el morir una ganancia” (Fil 1,21).

“Si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo esté muerto por el pecado, el Espíritu es vida a causa de la justicia. Si el espíritu de quien resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que habita en vosotros”(Rom 8,10-12).

“…de que en mí habla Cristo, el cual no se muestra débil con vosotros, sino fuerte. Y aunque fue crucificado en razón de su flaqueza, vive en virtud del poder de Dios. También nosotros somos débiles en él, pero viviremos con él por el poder de Dios para con vosotros. Examinaos a vosotros mismos para ver si permanecéis en la fe, someteos a prueba vosotros mismos. ¿O es que no conocéis que Jesucristo está en vosotros?, a no ser que seáis descalificados”(2Cor 13,2-5).

“No os acomodéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de vuestra mente, para que sepáis distinguir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo grato, lo perfecto”(Rom 12,2).

 

“Todos nosotros, a cara descubierta, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y nos vamos transformando en esta imagen cada vez más radiante, por la acción del Señor, que es Espíritu”((2Cor 3,18).

“De suerte que quien está en Cristo es una nueva creación: lo viejo ha pasado, todo es nuevo”(2Cor 5,17).

“Mas revestíos de Jesucristo, el Señor, y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias”(Rom 13,14).

5

CONTEMPLACIÓN DE LA CRUZ

5. “Nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado” (1 Cor 2, 2; Gal 3, 1).

“Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía -la de la Ley-, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe” (Fil 3, 8-10)

 “Porque la palabra de la cruz es locura para los que están en vías de perdición, mas para nosotros, que estamos en el camino de la salvación, es el poder de Dios”(1Cor 1,18).

“Pues Dios no nos ha destinado a la ira sino a la posesión de la salvación por Jesucristo, nuestro Señor, que murió por nosotros para que, ya vivos ya muertos, vivamos juntamente con él. Por esto, consolaos mutuamente y edificaos unos a otros, como ya lo hacéis”(l Tes 5,9-11).

 

Esta insistencia de Pablo en mirar a Cristo crucificado, podíamos formularla con estas palabras de San Juan de la Cruz: «Estarse amando al Amado». San Juan Evangelista, que tanto se parece a Pablo en la experiencia mística del misterio de Cristo, nos dice que en la Última Cena la pasó reclinado en el regazo de Cristo. Así hay que contemplar al Crucificado. Así hay que dejarse mirar por el Crucificado.

¿Por qué este entusiasmo de Pablo por el Crucificado hasta considerarlo todo basura y superficialidad de amor comparado con Él? Porque, cuando tiene uno esta imagen del amor total y extremo de Cristo y se pone delante de Él, y le mira y le mira y ve a Cristo que te mira… es muy hermoso mirar que me mira.

Si eso lo hacemos sin prisas ¡nos dice tantas cosas mirándonos!: “me amó y se entregó por mí” Uno está así, ve que le mira, y ¡le dice tantas cosas!; se establece un verdadero dialogo de miradas, de amor, de gratitudes, de adoración. Un coloquio puede ser con palabras (yo le digo y Él me dice) o con los ojos... ¡mirando me dice tanto! O con amor… Dice Santa Teresa: «Representar ese paso de la Pasión de Jesús y mirar que me mira».

San Agustín habla en cierta ocasión del ladrón clavado junto a Cristo y que se convirtió al amor y por el amor de Cristo en el Calvario, y se admira leyendo el texto evangélico de aquel cambio que se realiza en el corazón de aquel malhechor. Era malhechor y asesino. Había reconocido que era justo que le mataran por los crímenes que había cometido. Y de repente cambia y se refugia en el Señor que estaba crucificado con él, y le dice: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino”.

Ante esta fe, el gran Agustín le aplica al ladrón  estas palabras de amor y  le pregunta al ladrón: «Pero ¿quién te ha mostrado tanta fe, para que creas que Éste va a llegar a su reino, a vivir en un reino más allá de la muerte? ¿Quién te ha enseñado tanta confianza, tanto amor como para abandonarte en Él?» Y pone en boca del ladrón esta respuesta preciosa: «No, no he leído las Escrituras, ni escuchado a los maestros, pero Jesús me ha mirado y en esa mirada me lo ha dicho todo». Como a Pablo: “No quiero saber más que de mi Cristo, y éste, crucificado”. No debemos extrañarnos, pues, de este entusiasmo y fervor de Pablo por su Señor crucificado y resucitado, que le ha salido al encuentro, como amigo, para hacerle totalmente suyo, siendo enemigo.

Es así siempre cuando uno se siente mirado por Jesús. Y nos suele mirar a todos en esa imagen del Crucificado. Porque no es simplemente una imagen, es que hay ahí una acción de la gracia que nos toca el corazón. Solemos decir tantas veces: «Esa imagen ¡me dice tanto!». Cuando yo miro, ese Cristo Crucificado me conmueve, no puedo aguantar la mirada de ese Cristo Crucificado. Es mirar que me mira: para que Él me mire, yo le tengo que mirar, y, cuando yo le miro, Él me mira y en esa mirada me dice tanto...

Cuando yo miro, ese Cristo crucificado me conmueve, me dice tantas cosas, me sugiere tanto amor, tanta entrega, tanto amor gratuito y sin egoísmos: “me amó y se entregó por mí”: «mira cómo te he amado, cómo te sigo amando, cómo quise decirte en gestos mi amor: “Nadie ama más que aquel que da la vida por el amado”.

Porque el crucifijo no es un mero recuerdo de lo que pasó hace tres mil años, sino que el crucifijo es algo que pasa ahora. ¿En qué sentido? ¿Es que ahora a Cristo le crucifican? No en ese sentido, claro. Pero fijaos bien: nosotros, en el crucifijo, no veneramos el dolor o el sufrimiento. La Iglesia no es dolorista, no quiere que nosotros veneremos el sufrimiento por el sufrimiento. Por tanto lo que veneramos en Cristo Crucificado no es el dolor, lo que veneramos es el amor que da la vida; eso es lo que nos impresiona. Y el amor con que muere, como decía Lope de Vega: «Que no es el Amor el muerto, Vos sois el muerto de amor, Que si la lanza, mi Dios, El corazón pudo herir, No pudo el amor morir, Que es tan vida como Vos».

       Hay un momento de la pasión de Cristo, que me impresiona fuertemente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre por el hombre y que San Juan expresa maravillosamente en las palabras:"Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo". Porque no hay que olvidar este texto, esta contemplación de San Juan, donde él ve en la muerte de Cristo, no sólo su amor, sino el amor del Padre. La redención por la muerte en cruz del hijo es un misterio de amor del Padre y del Hijo.

Lo vemos en Getsemaní. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado,  siente solo su humanidad en “la hora” elegida por el proyecto del Padre según S. Juan, no  siente ni barrunta su ser divino... es un misterio. Y en aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz...” Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta, no hay ni una palabra de ayuda, de consuelo,  una explicación para Él.  Cristo, qué pasa aquí. Cristo, dónde está tu Padre, no era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos, no decías Tú que te quería, no dijo Él que Tú eras su Hijo amado... dónde está su amor al Hijo… No te fiabas totalmente de Él... qué ha ocurrido… Es que ya no eres su Hijo, es que se avergüenza de Ti...Padre Dios, eres injusto con tu Hijo, es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu Hijo amado en el que tenías todas tus complacencias... qué pasa, hermanos, cómo explicar este misterio... El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos, que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos  por el Hijo y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.  Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el sagrario, quiero decir con S. Pablo desde   lo más profundo de mi corazón: "Me amó y se entregó por mi"; "No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado”.

Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: pero qué es el hombre, qué será el hombre para Dios, qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre; qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor... Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre. Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta este extremo para buscar el amor del hombre.

¡Dios mío! no te comprendo, no te abarco y sólo me queda una respuesta, es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje. Te pregunto,  Señor, ¿es que me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que sin él no serias infinitamente feliz? “Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito? “Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz? Padre bueno,  que Tú hayas decidido en consejo con los Tres no querer ser feliz sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que Tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Tí; comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, lo veo pero bueno... no me entra en la cabeza, pero es que viendo lo que has hecho por el hombre es como decirnos que mis Tres, el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre, es como cambiar toda la teología donde Dios no necesita del hombre para nada, al menos así me lo enseñaron a mi, pero ahora veo por amor, que Dios también necesita del hombre, al menos lo parece por su forma de amar y buscarlo... y esto es herejía teológica, aunque no mística, tal y como yo la siento y la gozo y me extasía. Bueno, debe ser que me pase como a San Pablo, cuando se metió en la profundidad de Dios que le subió a los cielos de su gloria y empezó a “desvariar”.

Señor, dime qué soy yo para Tí, qué es el hombre para tu Padre, para Dios Trino y Uno, que os llevó hasta esos extremos: “Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios... se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres;  y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).

Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el sagrario, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido, Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan, Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a Él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.                                    

Señor, si tú me predicas y me pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso y si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mi cargos y honores... solo quiero ser de un Dios que ama así. Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado.... pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas... ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde, no me hagas caso... hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo amar. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.

Hermano, cuánto vale un hombre, cuanto vales tú. Qué tremenda y casi infinita se ve desde aquí la responsabilidad de los sacerdotes, cultivadores de eternidades, qué terror cuando uno ve a Cristo cumplir tan dolorosamente la voluntad cruel y tremenda del Padre, que le hace pasar por la muerte, por tanto sufrimiento para llevar por gracia la misma vida divina y trinitaria a los nuevos hijos, y si hijos, también herederos. Podemos decir y exigir: Dios me pertenece, porque Él lo ha querido así. Bendito y Alabado y Adorado sea por los siglos infinitos amén.

 Qué ignorancia sobrenatural y falta de ardor apostólico a veces en nosotros,  sacerdotes,  que no sabemos de qué va este negocio, porque no sabemos lo que vale un alma, que no trabajamos hasta la extenuación como Cristo hizo y nos dio ejemplo, no sudamos ni nos esforzamos  todo lo que debiéramos  o nos dedicamos al apostolado, pero olvidando  lo fundamental y  primero del envío divino, que son las eternidades de los hombres, el sentido y orientación trascendente de toda acción apostólica, quedándonos a veces en ritos y ceremonias pasajeras que no llevan a lo esencial: Dios y la salvación eterna, no meramente terrena y humana. Un sacerdote no puede perder jamás el sentido de eternidad y debe dirigirse siempre hacia los bienes últimos y escatológicos, mediante la virtud de la esperanza, que es el cenit y la meta de la fe y el amor, porque la esperanza nos dice si son verdaderas y sinceras la fe y el amor que decimos tener a Dios, ya que una fe y un amor que no desean y buscan el encuentro con Dios, aunque sea pasando por la misma muerte, poca fe y poco amor y deseo de Dios son, si me da miedo o no quiero encontrarme con el Dios creído por la fe y  amado por la virtud de la caridad. La virtud de la esperanza sobrenatural criba y me dice la verdad de la fe y del amor.

Para esto, esencialmente para esto, vino Cristo, y si multiplicó panes y solucionó problemas humanos, lo hizo, pero no fue esto para lo que vino y se encarnó ni es lo primero de su misión por parte del Padre. A los sacerdotes nos tienen que doler más las eternidades de los hombres, creados por Dios para Dios, y vivimos más ocupados y preocupados por otros asuntos pastorales que son transitorios; qué pena que duela tan poco y apenas salga en nuestras conversaciones la salvación última,  la eternidad de nuestros  hermanos, porque precisamente olvidamos su precio, que es toda la sangre de Cristo, por no vivirlo, como Él, en nuestra propia carne: un alma vale infinito, vale toda la sangre de Cristo, vale tanto como Dios, porque tuvo que venir a buscarte Dios a la tierra y se hizo pequeño y niño y hasta un trozo de pan para encontrarnos y salvarnos.  ¿De qué le sirve a un hombre ganar  el mundo entero, si pierde su vida? “O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Mt 16 26-7).

Cuando un sacerdote sabe lo que vale un alma para Dios, siente pavor y sudor de sangre, no se despista jamás de lo esencial, del verdadero apostolado, son profetas dispuestos a hablar claro a los poderes políticos y religiosos y están dispuestos a ser corredentores con Cristo, jugándose la vida a esta baza de Dios, aunque sin nimbos de gloria ni de cargos ni poder, ni reflejos de perfección ni santidad, muriendo como Cristo, a veces incomprendido por los suyos.

Pero a estos sacerdotes, como a Cristo, como al Padre, le duelen las almas de los hombres, es lo único que les duele y que buscan y que cultivan, sin perderse en  otras cosas, las añadiduras del mundo y de sus complacencias puramente humanas, porque las sienten en sus entrañas, sobre todo, cuando comprenden que han de pasar por incomprensiones de los mismos hermanos, para llevarlas hasta lo único que importa y por lo cual vino Cristo y para lo cual nos ordenó ir por el mundo y ser su prolongación sacramental: la salvación eterna, sin quedarnos en los medios y en otros pasos, que ciertamente hay que dar, como apoyos humanos, como ley de encarnación, pero que no son la finalidad última y permanente del envío y de la misión del verdadero apostolado de Cristo. “Vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna”(Jn 6,26). Todo hay que orientarlo hacia Dios, hacia la vida eterna con Dios, para la cual hemos sido creados.

Y esto no son invenciones nuestras. Ha sido Dios Trino y Uno, quien lo ha pensado; ha sido el Hijo, quien lo ha ejecutado; ha sido el Espíritu Santo, quien lo ha movido todo por amor, así consta en la Sagrada Escritura, que es Historia de Salvación: ha sido Dios quien ha puesto el precio del hombre y quien lo ha pagado. Y todo por tí y por mí y por todos los hombres. Y esta es la tarea esencial de la Iglesia, de la evangelización, la esencia irrenunciable del mensaje cristiano, lo que hay que predicar siempre y en toda ocasión, frente al materialismo reinante, que destruye la identidad cristiana, para que no se olvide, para que no perdamos el sentido y la razón esencial de la Iglesia, del evangelio, de los sacramentos, que  son principalmente  para conservar y alimentar ya desde ahora la vida nueva,  para ser eternidades de Dios, encarnadas en el mundo, que esperan su manifestación gloriosa.«Oh Dios misericordioso y eterno... concédenos pasar a través de los bienes pasajeros de este mundo sin perder los eternos y definitivos del cielo”, rezamos en la liturgia.

Por eso, hay que estar muy atentos y en continua revisión del fín último de todo: «llevar las almas a Dios», como decían los antiguos, para no quedarse o pararse en otras tareas intermedias, que si hay que hacerlas, porque otros no las hagan, las haremos, pero no constituyen la razón de nuestra misión sacerdotal, como prolongación sacramental de Cristo y su apostolado.

La Iglesia es y tiene también  dimensión caritativa, enseñar al que no sabe, dar de comer a los hambrientos, desde el amor del Padre que nos ama como hijos y quiere que nos ocupemos de todo y de todos, pero con cierto orden y preferencias en cuanto a la intención, causa final, aunque lo inmediato tengan que ser otros servicios... como Cristo, que curó y dio de comer, pero fue enviado por el Padre para predicar la buena noticia, esta fue la razón de su envío y misión. Y así el sacerdote, si hay que curar y dar de comer, se hace orientándolo todo a la predicación y vivencia del evangelio, por lo tanto no es su misión primera y menos exclusiva:“Id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado... les acompañarán estos signos... impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos. Ellos se fueron y proclamaron el evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban” (Mc16, 15-20).

Los sacerdotes tenemos que atender a las necesidades inmediatas materiales de los hermanos, pero no es nuestra misión primera y menos exclusiva,  ni lo son los derechos humanos ni la reforma de las estructuras... sino predicar el evangelio, el mandato nuevo y la salvación a todos los hombres, santificarlos y desde aquí, cambiar las estructuras y defender los derechos humanos, y hacer hospitales y dar de comer a los hambrientos, si es necesario y  otros no lo hacen. Nosotros debiéramos formar a nuestros cristianos seglares para que lo hagan. Pero insisto que lo fundamental es «La gloria de Dios es que el hombre viva. Y la vida de los hombres es la visión de Dios» (San Ireneo).  Gloria y alabanza sean dadas por  ello a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu  Santo,  que nos han llamado a esta intimidad con ellos y a vivir su misma vida.

Dios me ama, me ama, me ama...  y qué me importan  entonces todos los demás amores, riquezas, tesoros..., qué importa incluso que yo no sea importante para nadie, si lo soy para Dios; qué importa la misma muerte, si no existe. Voy por todo esto a amarle y a dedicarme más a Él, a entregarme totalmente a Él, máxime cuando quedándome en nada de nada, me encuentro con el TODO de todo, que es Él.

Me gustaría terminar con unas palabras de San Juan de la Cruz, extasiado ante el misterio del amor divino: «Y cómo esto sea no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice San Juan diciendo: Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste, es a saber que tengan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: no ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en Mí. Que todos ellos sean una misma cosa de la manera que Tú, Padre, estás en Mí, y yo en  ti; así ellos en nosotros sean una misma cosa. Y yo la claridad que me has dado he dado a ellos, para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y Tú en mí  porque sean perfectos en uno; porque conozca el mundo que Tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo...» (Can B 39,5).

«¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis?. Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables, y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (Can B, 39.7).

Concluyo con S. Juan: “Dios es amor”. Todavía más simple, con palabras de Jesús:“el Padre os ama”. Repetidlas muchas veces. Creed y confiad plenamente en ellas. El Padre me ama. Dios  me ama y nadie podrá quitarme esta verdad de mi vida.

«Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio: ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio» (C B 28) Y comenta así esta canción San Juan de la Cruz: «Adviertan , pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que  de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de este tiempo en estarse con Dios en oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ellas; porque de otra manera todo es martillar y hace poco más que nada, y a veces nada, y aún a veces daño. Porque Dios os libre que se comience a perder la sal (Mt 5,13), que, aunque más parezca hace algo por fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios» (C b 28, 3).

Perdámonos ahora unos momentos en el amor de Dios. Aquí, en ese trozo de pan, por fuera pan, por dentro Cristo,  está encerrado todo este misterio del amor de Dios Uno y Trino. Que Él nos lo explique. El sagrario es Jesucristo vivo y resucitado, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a los hombres. Está aquí la Revelación del Amor del Padre, el Enviado, vivo y resucitado, confidente y amigo. Para Ti, Señor, mi abrazo y mi beso más fuerte; y desde aquí, a todos los hombres, mis hermanos, sobre todo a los más necesitados de tu salvación.

TEXTOS PARA LA MEDITACIÓN

“Porque si afirmas con tu boca que Jesús es el Señor y si crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para la justicia y con la boca se manifiesta para la salvación. Pues dice la Escritura: <Quien pone su confianza en él no será defraudado>. No hay, pues, distinción entre judío y griego. Porque uno mismo es el Señor de todos, magnánimo con todos cuantos le invocan. En efecto, todo el que invoque el nombre del Señor será salvo”(Rom 10,9-13).

“Por eso lo soporto todo por amor a los elegidos, para que consigan la salvación que nos trae Cristo Jesús y la gloria eterna. Es verdadera esta afirmación: Si hemos muerto con él, viviremos con él; si nos mantenemos firmes, reinaremos con él; si le negamos, también él nos negará: si le somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo”(2Tim 2,10-13).

“Pero cuando apareció la misericordia de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, no nos salvó en virtud de nuestras buenas obras, sino por pura misericordia suya, mediante el baño de regeneración y renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con profusión por Jesucristo nuestro Salvador para que purificados por su gracia, obtengamos la esperanza de poseer en herencia la vida eterna”(Tit 3, 4-7).

“Si somos hijos, también herederos: Herederos de Dios y coherederos de Cristo, con tal que padezcamos con él para ser glorificados con él”(Rom 8,14-17).

15

AMOR, CARIDAD

15. “Y aunque repartiera todos mis bienes a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas (el colmo de la generosidad), si no tengo amor, de nada me sirve” (1 Cor 13, 3)

“Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, la mayor de todas, el amor”(1Cor 13,13)

 “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos suyos muy queridos. Y haced del amor la norma de vuestra vida, a imitación de Cristo que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros” (Efe 5,1-2)

“Por este motivo, yo, Pablo, el prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles..., pido al Dios Padre que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, y arraigados y fundados en el amor, podáis comprender en unión con todos los santos cuál es la anchura y longitud, la profundidad y altura y conocer el amor de Cristo, que supera toda ciencia, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios» (Ef 3,1.17-20).

Dejándonos guiar por San Pablo vamos a profundizar meditativamente en su concepto de amor a Cristo, pidiéndole al santo Apóstol que con la gracia de Cristo seamos capaces de vivir ese amor como él lo vivió y predicó hasta el punto de poder decir como él: “Para mí la vida es Cristo”.

Hemos visto cómo todo cambió en su vida desde que se encontró con el Señor en el camino de Damasco. El encuentro y la vivencia de Cristo por una experiencia de amor mística, contemplativa, San Juan de la Cruz añadiría, unitiva y transformativa, le llevó a conformar toda su vida, sus afectos y sus criterios, su “carne” y “hombre de pecado” al hombre “espiritual” según el Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo, del cual Pablo habla y conoce su acción en la Iglesia y en él continuamente.

Este encuentro, por el cual conoció mística y espiritualmente a Cristo resucitado, no históricamente como los otros Apóstoles le habían conocido en Nazaret antes de llegar a Pentecostés, fue el arranque de su conversión. Este encuentro por el Espíritu Santo, por el Amor Personal de la Trinidad, fue su Pentecostés, y su amor y valentía en seguir y predicar a Cristo tuvo ya las mismas características fundamentales que tuvo también el Pentecostés apostólico sobre todos los Apóstoles, la venida del Espíritu Santo prometido por Cristo para llevarlos a todos a la “verdad completa”.

La revelación de Cristo a Pablo supuso un cambio radical en sus perspectivas y en su sistema de valores también personales, ya que le hizo pasar de la ley a la fe, es decir, de una preocupación por la perfección personal mediante la observancia de la ley de Moisés, a una actitud de adhesión a la persona de Cristo: ya no le importaba buscar la justicia que procede de la ley, sino la que procede de la fe en Cristo: le importaba conocerle a él.

Al tratarse de la adhesión a una persona, la fe está estrictamente ligada al amor. La conversión cristiana es, al mismo tiempo una conversión a la fe y al amor. La fe es ya amar y aceptar a Dios en mi vida, porque creo que Él es lo primero y absoluto de mi existencia; la fe me dice que Dios debe ser amado sobre todas las cosas, si es creer en el Dios de Jesucristo. Y esa fe en Cristo nos lleva a acoger con amor agradecido el don gratuito de Dios, su Padre, creador del proyecto de la Salvación.

El creyente es invitado a acoger este dinamismo de una manera activa; lo dice claramente Efesios 5,1-2: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos suyos muy queridos —ágapetoi—. Y haced del amor la norma de vuestra vida, a imitación de Cristo que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros”.

Esto está clarísimo en todos los místicos y en todos nosotros si hacemos oración cristiana. Dice San Juan de la Cruz: «Pero, hablando ahora algo más sustancialmente de esta escala de la contemplación secreta, diremos que la propiedad principal por que aquí se llama escala, es porque la contemplación es ciencia de amor, lo cual, como habemos dicho, es noticia infusa de Dios amorosa, que juntamente va ilustrando y enamorando el alma, hasta subirla de grado en grado hasta Dios, su Creador; porque sólo el amor es el que une y junta al alma con Dios (N II, 5).

Para Santa Teresa de Jesús el amor tiene absoluta primacía en la oración. También aquí hay que decir que, por ser encuentro de amor, la oración es encuentro en la verdad. Sólo amándonos las personas nos patentizamos mutuamente la verdad que somos. Se plantea Teresa directamente dónde se halla «la sustancia de la perfecta oración». Y contra el parecer de algunos que creen que «está todo el negocio en el pensamiento», ella se inclina decididamente a pensar que «el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho».

 Del mismo modo, y en idéntico contexto, había escrito en Moradas: «Para aprovechar mucho en este camino y subir a las moradas que deseamos, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho» Esto está deslumbradamente claro. Teresa argumentará que «no todas las imaginaciones son hábiles de su natural para esto (meditar mucho, discurrir), mas todas las almas lo son para amar»

Afirmada la principalidad del amor en la oración Teresiana, hay algo más: La oración, recordaba más arriba, es el movimiento de la persona hacia la Persona. Atención amorosa, absorbente al Otro. Aquí introduce Teresa el matiz al que me refiero ahora: atención y concentración en el amor que me tiene. Orar es descubrirse amado. Contemplar a un Dios que me ama. Al hombre se le abre el camino de la oración y acelera su marcha por él en la medida que se sabe amado por Dios.

El elemento lo considera de tanta importancia que lo introduce en la definición. «Tratamos a solas» «con quien sabemos nos ama». Elemento esencial y configurante: Dios nos ama. Sin forzar las cosas lo más mínimo, sin caer en reducciones simplistas, puede decirse que la oración es el progresivo descubrimiento, la experiencia viva de que Dios nos ama.

El amor es el que motiva siempre nuestro acercamiento a Dios y que tratemos asiduamente de amistad con Él. Es este amor el que vence todas las resistencias que nacen de nuestra condición de pecadores y que bloquean y hacen abortar la amistad. «Viendo lo mucho que os ama pasáis por esta pena de estar mucho con quien es tan diferente de Vos»

Quisiera añadir, ya que ha salido este tema de la mística y San Pablo, que todos los místicos bebieron abundantemente en el Apóstol. El encuentro del Doctor Místico con San Pablo, «el mayor de todos los místicos, según L. CERFAUX,  acontece en el doble camino del conocimiento y de la vida  del Apóstol, esto es, en lo que San Pablo vive y en la doctrina que enseña.

La amistad entre San Pablo y San Juan de la Cruz se apoya  en una relación interpersonal en la que Juan sondea hechos y sentimientos vivenciales de Pablo a quien considera el mejor ejemplo de «predicador consecuente» con la verdad revelada (S 3,45, 3-4) y modelo de «maestro de espíritu que se hace todo a todos» (CB 3,59). Pablo expone encendidamente sus sentimientos y narra hechos vivenciales y místicos, que reflejan su amor a Cristo y su sentirse amado por Cristo.

Por eso fray Juan lo caracteriza como «siervo de Cristo» (CB 1,7), «mi apóstol» por antonomasia» (S 2, 22,6), «fuerte en el espíritu» (S 2, 24,3), tipo «perfecto» de cristiano (CB 22,6), yuxtapuesto en sus pruebas a la misma Virgen Maria (CB 20-21,10). Y capta sus «penas» íntimas (S 2,18, 8), sus «deseos» (C 11,9), sus «sentimientos» (LIB 2,14) y sus «gemidos» cuando escribe a las iglesias. Sabe que ha recibido la revelación directamente de Dios y que no obstante la compulsa con «la tradición apostólica» «Cosa, pues, notable parece, Pablo!» (S1 2; 22,12).

San Pablo, ya desde su carta más antigua, insiste en esta orientación de la vida cristiana, invitando a los tesalonicenses a que sobreabunden en el amor. Precisamente esta palabra, “sobreabundar”, es característica de San Pablo. Éste expresa su invitación en forma de augurio cuando dice a los tesalonicenses, al final del tercer capítulo: “¡Que el Señor os haga crecer y sobreabundar en un amor de unos hacia otros y hacia todos, tan grande como el que nosotros sentimos por vosotros!”.

El término utilizado para expresar la palabra «amor» es ágape, que significa «amor generoso», que nosotros traducimos por «caridad». La palabra «amor» en nuestro idioma, como en otros, es tremendamente ambigua, puede indicar una pasión posesiva que busca la propia satisfacción, y no sólo en lo sexual, sino en todo deseo de nuestro yo, y eso no es verdadero amor. El griego distinguía cuidadosamente entre «eros» que es el yo en su pasión por poseer a las cosas y a las personas para su propia satisfacción --nuestro idioma encontramos este término en las palabras «erotismo», «erótico», etc--, y el «ágape» que es amor generoso, gratuito, buscando el bien de la persona amada y en él, el nuestro. El Nuevo Testamento jamás utiliza la palabra «eros», la ignora por completo, e invita a rechazar todos los deseos egoístas, que la Vulgata traduce por concupiscentes.

Hay una contraposición total entre el movimiento del amor, que es sacrificado, generoso, y el movimiento del deseo, de la codicia, de la concupiscencia. San Pablo nos invita continuamente a acoger en nosotros el amor generoso que procede de Dios y que nos empuja hacia los demás. Este amor generoso tiende hacia una constante superación. San Pablo lo explica utilizando dos verbos dinámicos: “Que el Señor os haga crecer y sobreabundar en un amor de unos hacia otros”.

El papa Benedicto XVI lo ha expresado muy bien en su primera encíclica  Deus Caritas est, Dios es amor: «Digamos de antemano que el Antiguo Testamento griego usa sólo dos veces la palabra eros, mientras que el Nuevo Testamento nunca la emplea…  Este relegar la palabra eros, junto con la nueva concepción del amor que se expresa con la palabra ágape, denota sin duda algo esencial en la novedad del cristianismo, precisamente en su modo de entender el amor… 

En la narración de la escalera de Jacob, los Padres han visto simbolizada de varias maneras esta relación insuperable entre ascenso y descenso, entre el eros que busca a Dios y el ágape que transmite el don recibido. En este texto bíblico se relata cómo el patriarca Jacob, en sueños  vio una escalera apoyada en la piedra que le servía de cabezal, que llegaba hasta el cielo y por la cual subían y bajaban los ángeles de Dios (Cfr Gn 28, 12; 1Jn 1,51)

Impresiona particularmente la interpretación que da el Papa Gregorio Magno de esta visión en su Regla pastoral. El pastor bueno, dice, debe estar anclado en la contemplación. En efecto, sólo de este modo le será posible captar las necesidades de los demás en lo más profundo de su ser, para hacerlas suyas: «per pietatis viscera in se infirmitates caeterorum transferant».

 En este contexto, San Gregorio menciona a San Pablo, que fue arrebatado hasta el tercer cielo, hasta los más grandes misterios de Dios y, precisamente por eso, al descender, es capaz de hacerse todo para todos (cf. 2 Cor 12, 2-4; 1 Cor 9, 22). También pone el ejemplo de Moisés, que entra y sale del tabernáculo, en diálogo con Dios, para poder de este modo, partiendo de Él, estar a disposición de su pueblo. «Dentro (del tabernáculo) se extasía en la contemplación, fuera (del tabernáculo) se ve apremiado por los asuntos de los afligidos: intus contemplatione rapitur, foris infirmantium negotiis urgetur» II, 5: Sch 381,196) (Deus caritas est, 5ª-5b).

Pablo, en 1 Tes 4,1, en el capítulo siguiente, inmediatamente después de este augurio, se pone a exhortar a sus nuevos fieles diciendo: “Os rogamos y os exhortamos en el nombre de Jesús, el Señor... a que andéis según lo que de nosotros habéis recibido acerca del modo en que habéis de andar y agradar a Dios, como andáis ya, para adelantar cada vez más” Como vemos, Pablo, para hablar del comportamiento, emplea un verbo dinámico, “andéis, andar, para adelantar  más”.

En qué hay que “andar y adelantar más” según Pablo, lo observamos en los vv. 9-10: “Sobre el amor fraterno (Perí dé tes filadelfías) no tenéis necesidad de que os diga nada por escrito, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios a amaros los unos a los otros. Y así lo practicáis con todos los hermanos que residen en Macedonia. Sin embargo, hermanos, os exhortamos a que progreséis más y más”. Es la tercera vez que encontramos esta expresión característica de Pablo, que quiere que el amor sobreabunde. Pablo quiere que todos vivan el amor fraterno, la «filadelfia», porque los cristianos ya son hermanos y hermanas, ya que todos son hijos de Dios en el Hijo Unigénito Cristo: hijos adoptivos que tienen en Dios una relación muy tierna y muy fuerte de cariño fraterno.

El Apóstol empieza con una constatación muy positiva: su discurso no es moralizante, no dice: «Insisto en vuestros deberes, tenéis que..»; al contrario, empieza siempre por reconocer que Dios ha concedido el don del amor, y que lo único que debemos hacer nosotros es favorecer su desarrollo y crecimiento: “Sobre el amor fraterno no tenéis necesidad de que os diga nada por escrito, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios a amaros los unos a los otros”; dice literalmente: “Sois theodidaktoi” (autoi gar imeis theodidactoí este), una sola palabra que significa “enseñados por Dios”, en el amor generoso de los unos a los otros.

Este es el cumplimiento de la Nueva Alianza desde la perspectiva cristiana. Y así lo encontramos en Pablo, como rasgo peculiar de este nuevo pacto de amor de Dios con los hombres por Cristo: “Dios ha derramado su amor en nuestros corazones” (Rom 5,3). Es decir: Dios os ha enseñado a amar, y vosotros lo hacéis precisamente porque la enseñanza de Dios es eficaz; ésta es la diferencia entre la Antigua y la Nueva Alianza.

La Antigua Alianza es una ley externa, escrita en piedra: no cambia nada en el corazón humano; por el contrario, la Nueva Alianza es una acción directa de Dios en el corazón de cada uno. Si no nos resistimos, seremos morada del amor de Dios y ese amor de Dios no empujará a amar a los hermanos como Dios los ama; si Él no nos da su amor, no podemos amar así y amaremos siempre con el nuestro, que es egoísta: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y haremos morada en él”.

Empujados al amor por el mismo Dios que está dentro de nosotros. Jesús mete su corazón en el nuestro, para impulsarnos a amar: “Y así lo practicáis con todos los hermanos que residen en Macedonia. Sin embargo hermanos --dice Pablo--, os exhortamos a que progreséis más y más”. El hecho de que Dios actúe no significa que tengamos que ser pasivos, dejando que Dios lo haga todo: si Dios actúa, estamos invitados a actuar nosotros unidos a Él.

Y la relación del amor con otros dones y carismas del Espíritu, Pablo, en 1 Corintios 14,1, expresa su postura, diciendo: “Buscad, pues, el amor”; lo cual es como decir: podéis aspirar también a los dones del espíritu, pero buscad el amor. Al final del capítulo 12, dice: “Aspirad a los carismas más valiosos. Pero aún, os voy a mostrar un camino que los supera a todos”. Y da comienzo a un ataque frontal contra los carismas más apreciados: “Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como campana que suena o címbalo que retiñe”. ¡Vaya ducha de agua fría para quienes tenían en tanta estima el don de lenguas! Pablo les dice que sin el amor este don no vale nada. Hace una comparación no con la melodía que se pudiera sacar de un instrumento musical, sino con el sonido sordo de una campana, o con el tintineo de un platillo.

En el versículo 2, continúa:“Y aunque tuviera el don de hablar en nombre de Dios (el otro don más apreciado) y conociera todos los misterios y toda la ciencia; y aunque mi fe fuera tan grande como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy”. Podéis percibir aquí una primera subida de la frase, y después una bajada brusca, cuando dice: “nada soy”.

Finalmente, viene un tercer ejemplo, una acción absolutamente generosa, una acción profética, otro carisma: “Y aunque repartiera todos mis bienes a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas (el colmo de la generosidad), si no tengo amor, de nada me sirve” (1 Cor 13,3). Pablo nos da aquí una enseñanza fundamental sobre la escala de valores que debemos tener: ¿qué es lo que tenemos que apreciar? Tenemos que apreciar el amor.

En otro pasaje dice: “El saber envanece; sólo el amor es de veras provechoso” (1Cor 8,1).Y Pablo hace el elogio del amor generoso y paciente:“El amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo ni jactancia. No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta”.

Es la descripción de un corazón manso y humilde, un ideal que no parecía atraer mucho a los corintios. Efectivamente, la ambición humana no va por este camino. Pero San Pablo nos dice que el verdadero valor se encuentra allí, y que si queremos tener una relación auténtica con Cristo y con Dios, tenemos que seguir este camino, y ningún otro.

Podemos tener extraordinarias carreras, producir obras impresionantes, pero todo eso no cuenta... Lo que cuenta es el amor, el amor paciente el amor desinteresado, el amor que no tiene en cuenta el mal, el amor manso y humilde, el amor-ágape.

Y esta mentalidad de la primacía del amor sobre los dones y carismas recibidos del Señor, vuelve Pablo a exponerla cuando nos habla de las virtudes teologales que nos unen a Dios. Las tres son virtudes necesarias y fundamentales de la vida cristiana, que consiste en la unión con Dios, por medio de Cristo, en la fe, en la esperanza y en la caridad. En cada momento de la vida cristiana tenemos que vivir en la fe, la esperanza y la caridad; jamás podemos renunciar a una de estas virtudes teologales que precisamente constituyen nuestra unión con Dios. Pero Pablo concluye que la más grande de todas es la caridad:

“Ahora vemos por un espejo y obscuramente, pero entonces veremos cara a cara. Al presente conozco sólo parcialmente, pero entonces conocerá como soy conocido. Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza, la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad”.

Pablo demuestra, por tanto, que es este amor el que perdura: “El amor no pasa jamás. Desaparecerá el don de hablar en nombre de Dios, cesará el don de expresarse en un lenguaje misterioso, y desaparecerá también el don del conocimiento profundo”.

Esta última afirmación de Pablo es fundamental en la vida cristiana: el valor más grande es el amor generoso, que Dios nos comunica, y que nosotros debemos recibir con inmenso agradecimiento porque es lo que más vale. Con ese amor que Dios nos comunica, como es una participación del Amor con que Él se ama en el Espíritu Santo, es con el único con que nosotros podemos amarle como Él se ama y eso no es posible si Él no nos lo comunica por su mismo Espíritu: “Si alguno me ama, mi Padre le amará…”

La nueva alianza consiste precisamente en la unión con Cristo por el amor, para vivir cada vez más en el amor generoso que Él nos tiene, el don más elevado, el más hermoso, el don que nos pone en la dignidad más alta, porque verdaderamente nos une con el mismo Dios; nos lo dice San Juan: “Dios es amor”… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Dios nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4, 7-8); “y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él” (1 Jn 4,16).

17

IMITACIÓN DE CRISTO

17. 1.“Imitatores mei estote sicut et ego Christi: sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo”(1Cor11, 1)

       “Os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, recibiendo la palabra con gozo en el Espíritu Santo aún en medio de grandes tribulaciones, hasta venir a ser ejemplo para todos los fieles de Macedonia y de Acaya” (1Tel 1, 6)

“Para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Mientras vivimos estamos siempre entregados a la muerte por amor de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne mortal”(2Cor 4, 11-12)

Evidentemente no podemos negar que en las cartas de San Pablo encontramos la palabra imitar. La usa repetidas veces. Cuando San Pablo escribe: “imitatores mei estote sicut et ego Christi: sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo” (1Cor 11, 1), quiere decir «obedeced por la fe a la Palabra de Dios y seguid a Cristo, amadle y cumplid su voluntad por amor, como yo le amo y le sigo, obedecedme a mí que os trasmito la Palabra de Dios, como yo también le obedezco». Por seguir a Cristo entendemos, sobre todo, creer en Él, obedecer y seguir su palabra y por el amor, hacer nuestra su justicia y santidad.

La idea de una comunión de vida y de destino con Cristo está presente en los Sinópticos y, mucho antes, en San Juan, que se sirve, de un modo maravilloso, de un doble registro en el sentido musical del término: el uno, histórico; el otro, místico.

En San Pablo, sin embargo, esta idea de comunión de vida y de destino con Cristo está enteramente desarrollada en clave mística. San Pablo no usa jamás el verbo «seguir», a diferencia de los sinópticos y del cuarto evangelio, en el cual el seguimiento  expresaba fundamentalmente el estado propio y el carácter específico del discípulo que quería seguir y pisar las huellas de Cristo; es más, parece que San Pablo no usó ni siquiera el término discípulo.

Él mismo no se presenta como discípulo (mathetés), sino como siervo (doulos) de Cristo: “Paulus, servus (doulos) Iesu Christi, vocatus Apostolus in Evangelium Dei: Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado al apostolado, elegido para predicar el evangelio de Dios” (Rom 1, 1). Pablo no ha conocido personalmente a Jesús durante su vida terrena y no lo ha seguido en los caminos de Palestina; no ha sido tampoco discípulo en el sentido estricto del término. Esto explica por qué los términos seguir y discípulo no pertenecen a su vocabulario.

Él usa, sin embargo, la terminología de la imitación, con el verbo imitar, en griego «miméomai», y el adjetivo imitador, en griego, «mimetés». Pero la desaparición, en San Pablo, del vocabulario de secuela o seguimiento sustituido por imitación, no es, tal vez, un hecho puramente casual, sino todo un proceso intelectual explicable con una lógica interna.

El seguimiento, en el sentido primitivo, implicaba una vida en común con el Jesús histórico. Ahora ya, en el momento pospacual en que estamos, esta proximidad histórica, que lleva consigo el seguimiento, no es posible. Los creyentes de hoy no pueden tener con Jesús los contactos precisamente iguales a los que vivieron con Él antes de la Pascua.

Hoy vivimos en la fe en relación con el Señor (Kyrios), resucitado y glorificado. La cercanía corporal cede el puesto a una relación distinta, más espiritual. Entre Cristo y el creyente se crea otra comunidad de vida, basada en una oscura pero íntima y espiritual experiencia de fe por el Espíritu, que podemos llamar a falta de un término mejor: mística.

Se puede, sin embargo, en este tiempo de fe en que vivimos, emplear los términos de secuela y seguimiento, en un sentido figurado y metafórico, como lo hacen los cuatro evangelios, de modo discreto y concertado. Es un sentido que conserva toda su validez y su fuerza de atracción y belleza, pero sabiendo que ya no es posible, en concreto y en sentido propio y estricto, realizar el seguimiento histórico, porque Cristo ya sólo es objeto de nuestra fe, no siendo posible verlo en el tiempo y en el espacio y poder seguirlo materialmente.

Por todo esto, el término evangélico “sígueme” hay que interpretarlo en términos nuevos. La idea de imitación podía aquí encontrar una aplicación útil. San Pablo encontró los medios conceptuales y semánticos aptos para este propósito en el ambiente cultural de la lengua griega y en el ambiente helenístico en que vivía y del cual hemos hablado al comienzo.

Como hemos dicho repetidas veces, San Pablo es un personaje culturalmente muy complejo, porque él se declara hebreo, hijo de hebreos, fariseo según la Ley (cfr Fil 3, 5), nacido y crecido en Tarso de Cilicia, una ciudad de origen fenicio, pero totalmente helenizada; habla el griego como un griego; lo escribe como un hombre culto que domina el uso de la propia lengua; tiene, sin embargo, ciudadanía romana y se vale de ella como aval de su libertad como vemos en Hch 22, 25-29.

La terminología de la imitación se encuentra ocho veces en las cartas de San Pablo y dos veces en la carta a los Hebreos, que fue redactada por un colaborador suyo. Analizaremos otros textos también de San Pablo, que sin usar explícitamente el vocabulario de la palabra imitación, nos proponen a Cristo como modelo y lo presentan ante nosotros como digno de ser imitado.

       Pablo concibe la vida cristiana como una progresiva configuración del creyente con la imagen de Cristo crucificado, que ha pasado por la pasión y la muerte en cruz, ha resucitado y ahora está glorificado y sentado a la derecha del Padre. En la segunda a los corintios escribe:“Todos nosotros, a cara descubierta, reflejamos como espejos la gloria del Señor y nos trasformamos en la misma imagen, de gloria en gloria, como movidos por el espíritu del Señor” (2 Cor 3,18).

De esto nos podría decir mucho San Juan de la Cruz.  Para él, el alma que por la oración ha subido por la montaña de la contemplación, se trasfigura y refleja, al contemplarle, la gloria de Cristo, como un espejo o el agua cristalina refleja el rostro de quien la mira y contempla o los rayos del sol: «¡Oh cristalina fuente, si en esos tus semblantes  plateados, formases de repente, los ojos deseados, que tengo en mis entrañas dibujados!» Así expresa San Juan de la Cruz los sentimientos del alma que se ha purificado por las noches pasivas del espíritu de todo lo que no es Dios y ya lo único que quiere es vivir la experiencia de Dios Uno y Trino en su alma que refleja la belleza y la hermosura de Dios. El alma se siente habitada por la Santísima Trinidad: “si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada (de amor) en él”.

Para San Pablo, como el espejo llega a ser de algún modo la imagen del sol que refleja o de la persona que se mira en él, así también el cristiano es trasformado en una imagen de Cristo, de ese sol de verdad y justicia cada vez más perfecta, y del cual refleja la gloria divina. Es toda la doctrina de San Juan de la Cruz sobre la transformación del alma. Ellos, los místicos, lo han vivido en plenitud, han llegado a la trasformación en Cristo por la oración contemplativa y unitiva.

Es el proceso que ha seguido en su evolución espiritual San Pablo, cuando no comprendía que queriendo amar y trabajar por Cristo totalmente, encontrara tantas oscuridades internas y externas, el ángel de Santanás y rogaba a Dios que se lo quitara: “Por tres veces he rogado que me quite…” El Señor le ha respondido: “Te basta mi gracia”.

Luego avanzando en la noche, como dice San Juan de la Cruz, el alma, purificada un poco más por esa misma luz y contemplación divina, que a la vez que la ilumina de forma para ella desconocida, distinta a las anteriores comunicaciones, le va también quemando las imperfecciones y las actitudes de pecado, como el fuego al madero, el alma, repito, empieza a ver y sentir y seguir a Cristo de otra manera más divina, más llena de la gracia de Dios, de la misma vida y luz de Dios, y dirá con San Pablo: “Virtus in infirmitate perficitur”.

Empieza a gozarse ya en esta nueva unión con Dios porque es más vivencial, más espiritual, más en el Amor, en el Espíritu Santo. Hasta que totalmente purificada, hasta los límites que Dios quiera llevarla,  dirá el alma con San Juan de la Cruz: «Quedeme y olvideme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejeme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado». San Pablo dijo: “Libenter gaudebo in infirmitatibus meis ut inhabitet in me virtus (la gracia) Christi: me alegraré en mis debildades para que habite así en mi la fuerza de Cristo”, “para mí la vida es Cristo” “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”.

Este proceso de configuración ha estado preordenado por Dios, que nos ha predestinado a ser conformes a la imagen de su Hijo, porque de esta forma sea el primogénito de muchos hermanos (Cfr Rom 8, 29). Ahora bien, no se trata, como he dicho, de una configuración puramente extrínseca; de una semejanza aplicada a lo externo del hombre, sino interna, del espíritu. De hecho tal conformación implica una participación total, íntima, espiritual, vivencial de Cristo que vive en el alma del santo apóstol los grandes acontecimientos salvíficos. En la historia de la Iglesia esto es muy frecuente. Los místicos todos han llegado a estas vivencias y nos han revelado y nos seguirán revelando grandes misterios de la historia de Cristo.

Para esto, según San Pablo, debemos participar en los sufrimientos de Cristo y en su muerte para poder así participar de su gloria. Y con esto, sin pretenderlo, nos estamos  sumergiendo en toda la mística católica: Pablo, Juan, Francisco, Catalina de Siena, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, sor Isabel de la Trinidad, Madre Teresa de Calcuta, de la que precisamente esta mañana, y pienso en la providencia de Dios, una señora, escandalizada, me ha comunicado que por la radio han dicho que murió dudando de la existencia del cielo, de Dios, que el locutor dijo que murió sin fe. Se están refiriendo a unos escritos que fueron publicados hace poco tiempo por el Postulador de la causa de canonización, impresionado de estos sufrimientos internos y espirituales. Es la noche del espíritu descrita por San Juan de la Cruz. 

Es bien conocido, por otra parte, el uso que San Pablo hace de ciertos neologismos formados con la preposición con, en griego, «syn», colocado en castellano unas veces antes de la palabra, otras después: sufrir con, estar crucificados con, morir, consepultados, resucitados con, convivir, sentados en el cielo con…etc. Este uso describe de forma experiencial y vital la unión y la trasformación del creyente en Cristo.

Es lo que San Juan de la Cruz dice de la oración contemplativa, unitiva o trasformativa. Conviene notar que San Pablo reserva esta experiencia con Cristo a los hechos, que constituyen, según su vivencia personal, la esencia de la Redención, a saber, la pasión, la crucifixión, la muerte, la sepultura, la resurrección y la glorificación.

Y el sacramento fundamental, por excelencia, de nuestra configuración con Cristo, es el bautismo. Qué bien desarrolla esta doctrina espiritual Sor Isabel de la Trinidad. Vive totalmente la espiritualidad del Bautismo, que nos ha configurado con Cristo. Por el bautismo, de hecho, somos configurados con Cristo, en una muerte semejante a la suya, para ser luego unidos a Él por una resurrección semejante también a la suya (Cfr Rom 6, 5). Mediante la acción sacramental, por el Espíritu Santo, se realiza una misteriosa trasformación en el ser mismo del creyente, pasando por la inmersión en el agua, muerte y sepultura de Cristo, a la nueva vida del Resucitado, saliendo de la sepultura del pecado y de la muerte, como indica el mismo ritual, que a veces cambio un poco, porque eso de morir en el bautismo la gente no lo entiende.

Esta resurrección será plena en la manifestación de Cristo del último día. Y esta configuración sacramental con Cristo se realiza y completa luego en la vida del creyente que se ha bautizado, mediante la configuración e imitación moral y espiritual de Cristo. Qué bien lo viven los místicos: Sor Isabel de la Trinidad.

SACERDOS 2: LA SEGUNDA PARTE HASTA EL Nº 5 INCLUSIVE ES MUY INTERESANTE. VOY A COPIAR EL Nº 5 PRIMERO, Y PONGO EL RESTO A CONTINUACIÓN

– 5 – IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN EUCARÍSTICA PARA LA VIDA Y EL MINISTERIO SACERDOTAL

“Adoro te devote, latens Deitas...” Te adoro devotamente, oculta Divinidad... Queridos hermanos y amigos sacerdotes del arciprestazgo, nuestra primera mirada sea para el Señor, presente en medio de nosotros, bajo el signo sencillo, pero viviente del pan consagrado. Jesús, Sacerdote y Pastor supremo, te adoramos devotamente en este pan consagrado. Toda nuestra vida y nuestro corazón ante Ti se inclinan y arrodillan, porque quien te contempla con fe, se extasía y desfallece de amor.

Como estoy ante muy buenos latinistas, -en nuestro tiempo se estudiaba y se sabía mucho latín,- tengo que advertir que la traducción del himno es libre, pero así expreso mejor nuestros sentimientos de admiración sacerdotal ante este misterio de amor de Jesús hacia los hombres, sus hermanos. Nos amó hasta el extremo del tiempo y del espacio, hasta el extremo del amor y de sus fuerzas: “Yo estaré siempre con vosotros hasta el final de los tiempos”. Ordinariamente comentamos esta promesa del Señor en la vertiente que mira hacia Él, es decir, su amor extremo y deseo de permanecer junto a nosotros. Pero me gustaría también que fuera nuestra respuesta en relación con Él: Señor, nosotros estaremos siempre contigo en respuesta de amor ante tu presencia sacramentada en la Eucaristía.

Si el Señor se queda, es de amigos corresponder a su presencia eucarística, porque el sagrario para nosotros no es un objeto más de la iglesia ni su imagen, es Cristo en persona, vivo y resucitado, con toda su vida y hechos salvadores para nuestras parroquias y para nuestra vida y apostolado.

Por eso me atrevo a deciros, que todos los creyentes, pero especialmente nosotros, los sacerdotes, que además servimos de ejemplo para nuestros feligreses, tenemos que vigilar mucho nuestro comportamiento con el sagrario, es decir, con Jesucristo vivo y en persona, con su presencia eucarística, pues nos jugamos toda nuestra vida personal y apostólica en relación con Él, porque Jesucristo Eucaristía no es una parte del evangelio, de la salvación, de la liturgia o de la teología, es todo el evangelio, toda la salvación, Cristo entero y completo, Dios y hombre verdadero, es la vid, de la cual todos nosotros somos sarmientos.

Repito que hay que tener mucho cuidado con nuestro comportamiento con la Eucaristía. Pongamos un ejemplo: si después de la Eucaristía, hablo y me comporto en la iglesia, como si Él no estuviera allí, como si estuviera en un salón, entonces me cargo todo lo que he celebrado y predicado, porque este comportamiento lo destroza y pisotea y no soy coherente con la verdad celebrada y predicada, que es Cristo, que permanece vivo, vivo y resucitado para ayudarnos en todo. Estas cosas que se refieren al Señor, sobre todo, a la Eucaristía, hay que decirlas con mucha humildad, porque hay que decirlas también con mucha verdad y esto no es siempre agradable. En estos momentos estamos en su presencia y no podemos engañarle ni engañarnos, no puedo ni debo, porque os quiero y deseo deciros verdades a veces un poco desagradables, lo cual es doloroso, máxime siendo uno también pecador, necesitado de perdón y comprensión.

Queridos hermanos, es tanto lo que me gusta estar en oración con vosotros y tantísimo lo que debo a esta presencia de Jesús sacramentado, confidente y amigo, que me lanzo sin reparar mucho cómo pueda hacerlo ni a dónde llegar. Todo quiere ir con amor, con verdad, con humildad, actitudes propias del que se siente agradecido pero a la vez, deudor, ahora y más tarde y siempre a su presencia eucarística. Deudor es traducción de limitado en cualidades y amor, finito en perfecciones, pecador en activo. Pero esto no me impide hablar de Él y de su presencia eucarística aunque sea deficitario ante ella.

Dice el Vaticano II, en el Decreto sobre el Ministerio y Vida de los Presbíteros: “Pero los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía y hacia ella se ordenan. Pues en la sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo, que, por su carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da la vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con Él. Por lo cual, la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización...La casa de oración en que se celebra y se guarda la sagrada Eucaristía y se reúnen los fieles, y en la que se adora para auxilio y solaz de los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el ara sacrificial, debe estar limpia y dispuesta para la oración y para las funciones sagradas. En ella son invitados los pastores y los fieles a responder con gratitud a la dádiva de quien...” (PO 5).

Ante esta doctrina teológica y litúrgica, tan clara del Concilio, nosotros debemos preguntarnos cómo la estamos viviendo, si verdaderamente Cristo Eucaristía es el centro de nuestra vida personal y apostólica, hacia dónde está orientado nuestro apostolado, a dónde apuntamos y queremos llegar. Porque hasta dónde llegaron los mejores Apóstoles y ministros y cristianos que ha tenido la Iglesia, cómo vivieron, trabajaron y recibieron fuerzas para el camino, sí lo sabemos por sus vidas, su apostolado y sus escritos. Ni un sólo apóstol fervoroso, ni un sólo santo que no fuera eucarístico. Ni uno sólo que no haya sentido necesidad de Eucaristía, de oración eucarística, que no la haya vivido y amado, ni uno solo. Aquí lo aprendieron todo. Y de aquí sacaron la luz y la fuerza necesarias para desarrollar luego su actividad o el carisma propio de cada uno, muy diversos unos de otros, pero todos bebieron en la fuente de la Eucaristía, que mana y corre siempre abundantemente, “aunque es de noche”, aunque tiene que ser por la fe. Todos pusieron allí su tienda, el centro de sus miradas, pasando todos los días largos ratos con Él, primero en fe seca, como he dicho, a palo seco, sin sentir gran cosa, luego poco a poco pasaron de acompañar al Señor a sentirse acompañados, ayudados, fortalecidos, una veces rezando, otras leyendo, otras meditando con libros o sin libros, en oración discursiva, mental, avanzando siempre en amistad personal, otras, más avanzados, dialogando, “tratando a solas”, trato de amistad, oración afectiva, luego con una mirada simple de fe, con ojos contemplativos, silencio, quietud, simple mirada, recogimientos de potencias, una etapa importante, se acabó la necesidad del libro para meditar y empieza el tú a tú, simple mirada de amor y de fe, “noticia amorosa” de Dios, “ciencia infusa”, “contemplación de amor”.

Señor, ahora empiezo a creer de verdad en Ti, a sentir tu presencia y ayuda, ahora sí que sé que eres verdad y vives de verdad y estás aquí de verdad para mí, no solo como objeto de fe sino también de mi amor y felicidad. Hasta ahora he vivido de fe heredada, estudiada, examinada y aprobada, que era cosa buena y estaba bien, pero no me llenaba, porque muchas veces era puro contenido teórico; ahora, Señor, te siento viviente, por eso me sale espontáneo el diálogo contigo, ya no digo Dios, el Señor, es decir, no te trato de Ud, sino de tú a tú, de amigo a amigo, mi fe es mía, es personal y viva y afectiva, lo que yo veo y contemplo, no puramente heredada, me sale el diálogo y la relación directa contigo. Te quiero, Señor, y te quiero tanto que deseo voluntariamente atarme a la sombra de tu santuario, para permanecer siempre junto a ti, mi mejor amigo.

Ahora empiezo a comprender este misterio, todo el evangelio, pasajes y hechos que había entendido de una forma determinada hasta ahora, ya los comprendo totalmente de una forma diferente, porque tu Espíritu me lleva hasta “la verdad completa”; ahora todo el evangelio me parece distinto, es que he empezado a vivirlo y gustarlo de otra forma. Ahora, Señor, es que te escucho perfectamente lo que me dices desde tu presencia eucarística sobre tu persona, tu manera de ser y amar, sobre tu vida, sobre el evangelio, ahora lo comprendo todo y me entusiasma porque lo veo realizado en la Eucaristía y esto me da fuerzas y me mete fuego en el alma para vivirlo y predicarlo. Realmente tu persona, tus misterios, tu evangelio no se comprenden hasta que no se viven.

Santa Teresa, refiriéndose a la etapa de su vida en que no se entregó totalmente a Dios, elogia sus ratos de oración, donde al estar delante de Dios, sentía cómo Dios la corregía: “...porque, puesto que siempre estamos delante de Dios, paréceme a mí es de otra manera los que tratan de oración, porque están viendo que los mira; que los demás podrá ser estén algunos días que aun no se acuerden que los ve Dios. Verdad es que, en estos años, hubo muchos meses -y creo que alguna vez año- que me guardaba de ofender al Señor y me daba mucho a la oración, y hacía algunas y hasta diligencias para no le venir a ofender”27 La presencia de Dios en la oración, máxime si es tan cercana, como la presencia eucarística, no se aguanta, si uno no está dispuesto a convertirse.

Señor, qué alegría sentirte como amigo, para eso instituiste este sacramento, no quiero dejarte jamás, y unas veces me enciendo en tu amor y te prometo no apartarme jamás de la sombra de tu santuario; otras veces, me corriges y empiezas a decirme mis defectos: quita esa soberbia, ese buscarte que tienes tan dentro, y salgo decidido a ponerlo en práctica con tu ayuda; otras veces me siento de repente lleno de tus sentimientos y actitudes y quiero amar a todos, perdonarlo todo y así van pasando los días y cada vez más juntos:“Tú en mí y yo en ti, que seamos uno, como el Padre está en mí y yo en el Padre”.

Otras veces, por el contrario, todo se viene abajo y soy yo el que digo: Señor, ayúdame, he vuelto a caer otra vez en el pecado, de cualquier clase que sea, y cómo se siente el perdón y la misericordia del Señor, cómo le vemos a Cristo salir del sagrario y acercarse y arrodillarse y lavar nuestros pies, nuestros pecados y oigo su voz: “Vete en paz, yo no te condeno”, y qué alegría siente uno, porque siente verdaderamente el abrazo y el beso de Cristo: “El padre lo besó y abrazó y dijo...”, sentir todo esto y saber que del pecado de ahora y de siempre no queda ni rastro en mi alma y menos en el corazón y la memoria de Dios. Y entonces es cuando por amar y sentir el amor de Cristo, uno empieza a tratar de no pecar y corregirse más por no querer disgustarle y no romper el amor y la unión con Él que por otros motivos.

¡Cuánta soberbia a veces en nuestras tristezas por los pecados, en nuestros arrepentimientos llenos de depresión por no reconocernos débiles y pecadores, por lo que somos y de donde no podemos salir con nuestras propias fuerzas sino con la ayuda de Dios! ¡Cuánto dolor o amargura soberbia! Nos parecemos al fariseo, deseamos apoyarnos en nosotros, en una vida limpia para acercarnos a Dios mirándole como de igual a igual, sin tener necesidad siempre de su gracia y ayuda, como si no le debiéramos nada y no fuéramos simples criaturas. Nuestro deseo debe ser ofrecer a Dios una vida limpia, pero si caemos, Él siempre nos sigue amando y perdonando, siempre nos lava de nuestros pecados. Que sólo Dios es Dios, y todos los demás estamos necesitados de su gracia y de su perdón, de la conversión permanente, en la que los pecados prácticamente no nos alejan de Dios porque no los queremos cometer, no queremos pecar, pero “el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. ¿Hasta qué punto puede pecar uno que no quiere pecar?

Siendo humildes y verdaderos hijos, ni el mismo pecado puede separarnos de Dios, si nosotros no queremos pecar, nada ni nadie nos puede separar del amor de Cristo, si vivimos en conversión sincera y permanente, si no queremos pecar e instalarnos en el pecado, en la lejanía de Dios: “Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿la aflicción? la angustia?¿la persecución?,¿el hambre?¿la desnudez? ¿el peligro?¿la espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado” (Rm 8, 35.37). Por el contrario, cuando uno no vive en esta dinámica de conversión permanente, se le olvidan hasta los medios sobrenaturales, que debe emplear y aconsejar para salir de su mediocridad espiritual. Y si un sacerdote no sabe dirigirse a sí mismo, no sé cómo podrá hacerlo con los demás. Y esto lo comprueba la experiencia.

Hay que decirlo claro, aunque duela: no hago oración, me aburre Cristo, rehuyo el trato personal con Él, no puedo trabajar con entusiasmo por Él, no puedo predicarlo con entusiasmo. Lo peor es si esto se da en los que tienen misión de formar o dirigir a otros hermanos. Las consecuencias son funestas para la diócesis, sobre todo, si se mantiene durante años y años, porque, al no vivir esta experiencia de amistad con Cristo, este deseo de santidad, no vivir este camino de la oración, no lo pueden inculcar ni pueden entusiasmar con Él y a sufrir en silencio, viendo instituciones esenciales para una diócesis que no marchan bien por ignorancia de las cosas espirituales de parte de los responsables; sólo te queda el rezar para que Dios haga un milagro y supla tantas deficiencias, porque si hablas o te interesas por ello, estás “faltando a la caridad...”

No puedo producir frutos de santidad, si no permanezco unido a Cristo. Lo ha dicho bien claro Él: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto... Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis y se os dará. En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seréis discípulos míos” (Jn 15,1-8).

Hace mucho tiempo que no me predican este evangelio. En mi seminario sí me lo predicaron muchas veces y a todos los de mi generación. El apostolado, en definitiva, consiste en que Cristo sea conocido y amado y seguido como único Salvador del mundo y de los hombres. Cómo hacerlo si yo personalmente no me siento salvado, no me siento unido y entusiasmado con Cristo, si fallo en mi oración personal con Él.

Meditemos aquí, hermanos, en la presencia del Señor, en la sinceridad de nuestro apostolado. Seamos coherentes. Mi oración personal, sobre todo, eucarística, es el sacramento de mi unión con el Señor y por eso mismo se convierte a la vez en un termómetro que mide mi unión, mi santidad, mi eficacia apostólica, mi entusiasmo por Él: “Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”. Primero es “estar con Él”, lógico, luego: “enviarlos a predicar”. Antes de salir a predicar, el apóstol debe compartir la comunión de ideales y sentimientos y orientaciones con el Señor que le envía. Y todos los Apóstoles que ha habido y habrá espontáneamente vendrán a la Eucaristía para recibir orientación, fuerza, consuelo, apoyo, rectificación, nuevo envío.

El sacerdote tiene la dimensión profética y debe ser profeta de Cristo, porque ha sido llamado a hablar en lugar de Cristo. Pero además está llamado a ser su testigo y para eso debe saber y haber visto y experimentado lo que dice. Uno no puede ser testigo de Cristo, si no lo ha visto y sentido en su corazón y en su vida. Juan Bautista fue profeta,“la voz que clama en el desierto, preparar el camino del Señor” (Jn 1,24), pero también testigo en el mismo vientre de su madre, donde sintió la presencia del Mesías: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo para dar testimonio de la luz, para que por Él todos vinieran a la fe” (Jn 1,6-8).

El presbítero, tanto en su dimensión profética como sacerdotal, tiene que sustituir a Cristo, es un sustituto de Cristo en la proclamación de la Palabra y en la celebración de sus misterios, y esto le exige y le obliga, al hacerlo “in persona Christi”, vibrar y vivir la vida y los mismos sentimientos de Cristo. El profeta no tiene mensaje propio sino que debe estar siempre a la escucha del que le envía para transmitir su mensaje. Y para todo esto, para ser testigos de la Palabra y del amor y de la Salvación de Cristo, no basta saber unas cuantas ideas y convertirse en un teórico de la vida y del evangelio de Cristo. El haber convivido con Él íntimamente durante largo tiempo, con trato diario, personal y confidente, es condición indispensable para conocerle y predicarlo. Y esta convivencia íntima con el amigo no puede interrumpirse nunca a no ser que se rompa la amistad.

Como dije antes, estar con el amigo y amarlo y seguirlo se conjugan igual y con que una de estas condiciones no se dé, me da igual cuál sea, el nudo se rompe: si no oro, no amo-convierto-vivo como Él; si me canso de orar, me canso de amar- convertirme a Él-vivir como Él; por otra parte, si cambio el lugar de estos verbos, todo sigue igual: por ejemplo, si no amo, si no me convierto, no oro, y si me canso de amar y convertirme, me canso de orar y ya se acabó la vida espiritual, al menos, la fervorosa. Y en afirmativo, todo también es verdad: si oro, amo y me convierto; si amo, también oro y me convierto y si vivo en una dinámica de conversión permanente, es porque oro y amo.

Por eso, y no hay que escandalizarse, es natural que a veces no estemos de acuerdo en programaciones pastorales de conjunto, en la forma de administrar los sacramentos, cuando estas no llevan hasta donde deben ir. Cada uno tiene el apostolado conforme al concepto de Iglesia-parroquia que tiene, y cada uno tiene el concepto de Iglesia-parroquia-apostolado conforme al conocimiento y vivencia que tiene de Cristo, porque la Eclesiología es Cristología en acción, la Iglesia es el Cuerpo de Cristo en el tiempo, y cada uno, en definitiva, tiene el concepto de Cristo y de Cristología y de Eclesiología que vive, no el que aprendió en Teología, porque lo que aprendió en la Teología, si no se vive, termina olvidándose, como lo demuestra la vida y la experiencia de la Iglesia: realmente creemos lo que vivimos y vivimos lo que creemos. Se puede tener un doctorado en Cristología y vivir sin Cristo. Este conocimiento de Cristo por amor se consigue principalmente en ratos de oración eucarística. De aquí la necesidad, tantas veces repetida por el Señor, por el Magisterio de la Iglesia, por los verdaderos apóstoles de todos los tiempos de que los obispos y sacerdotes y los responsables del pastoreo de la Iglesia sean hombres de oración, aspiren a la santidad, cuyo camino principal es la oración».

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Al transcribir esta meditación en el verano del 2001, me encontré con un texto de la Clausura del Congreso Eucarístico Nacional de Santiago, que paso gustoso a copiar:

“Aprender esta donación libérrima de uno mismo es imposible sin la contemplación del misterio eucarístico, que se prolonga, una vez celebrada la Eucaristía, en la adoración y en otras formas de piedad eucarística, que han sostenido y sostienen la vida cristiana de tantos seguidores de Jesús. La oración ante la Eucaristía, reservada o expuesta solemnemente, es el acto de fe más sencillo y auténtico en la presencia del Señor resucitado en medio de nosotros. Es la confesión humilde de que el Verbo se ha hecho carne, y pan, para saciar a su pueblo con la certeza de su compañía. Es la fe hecha adoración y silencio.

Una comunidad cristiana que perdiera la piedad eucarística, expresada de modo eminente en la adoración, se alejaría progresivamente de las fuentes de su propio vivir. La presencia real, substancial de Cristo en las especies consagradas es memoria viva y actual de su misterio pascual, señal de la cercanía de su amor “crucificado” y “glorioso”, de su Corazón abierto a las necesidades del hombre pobre y pecador, certeza de su compañía hasta el final de los tiempos y promesa ya cumplida de que la posesión del Reino de los cielos se inicia aquí, cuando nos sentamos a la mesa del banquete eucarístico.

Iniciar a los niños, jóvenes y adultos en el aprecio de la presencia real de Cristo en nuestros tabernáculos, en la “visita al Santísimo”, no es un elemento secundario de la fe y vida cristiana, del que se puede prescindir sin riesgo para la integridad de las mismas; es una exigencia elemental que brota del aprecio a la plena verdad de la fe que constituye el sacramento: ¡Dios está aquí, venid, adorémosle! Es el test que determina si una comunidad cristiana reconoce que la resurrección de Cristo, cúlmen de la Pascua nueva y eterna, tiene, en la Eucaristía, la concreción sacramental inmediata, como aparece en el relato de Emaús.

Recuperar la piedad eucarística no es sólo una exigencia de la fe en la presencia real de Cristo, sacerdote y víctima, en el pan consagrado, alimento de inmortalidad; es también, exigencia de una evangelización que quiera ser fecunda según el estilo de vida evangélico. ¿No sería obligado preguntarse en esta ocasión solemnísima, si la esterilidad de muchos planteamientos pastorales y la desproporción entre muchos esfuerzos, sin duda generosos, y los escasos resultados que obtenemos, no se debe en gran parte a la escasa dosis de contemplación y de adoración ante el Señor en la Eucaristía? Es ahí donde el discípulo bebe el celo del maestro por la salvación de los hombres; donde declina sus juicios para aceptar la sabiduría de la cruz; donde desconfía de sí para someterse a la enseñanza de quien es la Verdad; donde somete al querer del Señor lo que conviene o no hacer en su Iglesia; donde examina sus fracasos; recompone sus fuerzas y aprende a morir para que otros vivan. Adorar al Señor es asegurar nuestra condición de siervos y reconocer que ni“el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que hace crecer” (1Cor 3,7). Adorar a Cristo es garantizar a la Iglesia y a los hombres que el apostolado es, antes de obra humana, iniciativa de Dios que, al enviar a su Hijo al mundo, nos dio al Apóstol y Sacerdote de nuestra fe.”

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Queridos hermanos sacerdotes, qué claro y evangélico es este texto del Congreso Eucarístico que acabo de transcribir. Por todo esto qué necesario es que el apóstol vuelva con frecuencia a estar con Jesús para comprobar la autenticidad y la continuidad de la entrega primera. Fuera de ese trato personal e íntimo con el Señor no tienen valor ninguno ni las genialidades apostólicas ni la perfección técnica de los programas pastorales. Si la Eucaristía es el centro y culmen de toda la vida apostólica de la Iglesia, ¿cómo prescindir prácticamente de ella en mi vida personal? ¿cómo podrá estar centrado mi apostolado, cómo entusiasmar a mi gente, a mi parroquia con la Eucaristía, con Jesucristo, con su mensaje, cómo hacer que la valoren y la amen, si yo personalmente no la valoro en mi vida? ¿De qué vale que la Eucaristía sea teológica y vitalmente centro y cúlmen de toda la vida de la Iglesia, si al no serlo para mí, impido que lo sea para mi gente? Entonces ¿qué les estoy dando, enseñando a mis feligreses? Si creyéramos de verdad lo que creemos, si mi fe estuviera en vela y despierta, me encontraría con Él y cenaríamos juntos la cena de la amistad eucarística y encontraría el sentido pleno a mi vida sacerdotal y apostólica.

Durante siglos, muchos cristianos no tuvieron otra escuela de teología o de formación o de agentes pastorales, como ahora decimos, no tuvieron otro camino para conocer a Cristo y su evangelio, otro fundamento de su apostolado, otra revelación que el sagrario de su pueblo. Allí lo aprendieron y lo siguen aprendiendo todo sobre Cristo, sobre el evangelio, sobre la vida cristiana y apostólica, allí aprendieron humildad, servicio, perdón, entusiasmo por Cristo, hasta el punto de contagiarnos a nosotros, porque la fe y el amor a Cristo se comunican por contagio, por testimonio y vivencia, porque cuando es pura enseñanza teórica, no llega a la vida, al corazón; allí lo aprendieron directamente todo y únicamente de Cristo, en sus ratos de silencio y oración ante el sagrario. Y luego escucharemos a San Ignacio en los Ejercicios Espirituales: “Que no el mucho saber harta y satisface al ánima sino el sentir y gustar de las cosas internamente...” Sentir a Cristo, gustar a Cristo cuesta mucho, hay que dejar afectos, hay que purificar, hay que pasar noches y purificaciones del sentido y del espíritu, que nos vacían de nosotros mismos, de nuestros criterios y sentidos para llenarnos de Cristo.

Queridos amigos, por todo esto y por muchas más cosas, la Eucaristía es la mejor escuela de oración, santidad y apostolado, es la mejor escuela de formación permanente de los sacerdotes y de todos los cristianos. Junto al sagrario se van aprendiendo muchas cosas del Padre, de su amor a los hombres, de su entrega al mundo por el envío de su Hijo, de las razones últimas de la encarnación de Cristo, de su sacerdocio y el nuestro, del apostolado, de la conversión, de la paciencia de Dios, de la misericordia de Dios ante el olvido de los hombres...

Y cuando se vive en esta actitud de adoración permanente eucarística, aunque haya fallos, porque somos limitados y finitos, no pasa nada, absolutamente nada, si tú has descubierto el amor del Padre entregando al Hijo por ti, desde cualquier sagrario, porque ese Dios y ese Hijo son verdaderamente Padre comprensivo y amigo del alma que te quieren de verdad, porque Él sabe bien este oficio y te pone sobre sus hombros y se atreve a cantar una canción de amor mientras te lleva al redil de su corazón o, como Padre del hijo pródigo, no te deja echar el rollo que todos nos preparamos para excusarnos de nuestros pecados y debilidades, porque solo le interesas Tú.

Una de las cosas por las que más he necesitado de la Eucaristía es por la misericordia de Cristo, la he necesitado tanto, tanto... y la sigo necesitando, soy pecador en activo, no jubilado. Allí he vuelto a sentir su abrazo, a escuchar su palabra: “te perdono…preparad la cena, los zapatos nuevos, el vestido nuevo... sígueme... vete en paz, te envío como yo he sido enviado, no tengáis miedo, yo he vencido al mundo... estaré con vosotros hasta el final...” Él siempre me ha perdonado, siempre me ha abrazado, nunca me ha negado su misericordia. Eso sí, siempre hay que levantarse, conversión permanente, reemprender la marcha; si esto falla, no hay nada, si uno deja de convertirse le sobra todo, la Eucaristía, la oración, la gracia, los sacramentos, le sobra hasta Dios, porque para vivir como vivimos muchas veces, nos bastamos a nosotros mismos.

Queridos hermanos, cuánta teología, cuánta liturgia, cuán- to apostolado y eficacia apostólica hay en un sacerdote de rodillas o sentado junto al sagrario media hora o veinte minutos todos los días. Está diciendo que Cristo ha resucitado y está con nosotros; si ha resucitado, todo lo que dijo e hizo es verdad, es verdad todo lo que sabe de Cristo y de la Iglesia, todo lo que estudió, es verdad toda su vida, todo su sacerdocio y su apostolado. Junto a Cristo Eucaristía, todo su ser y actuar sacerdotal adquiere luz, fuerza, verdad y autenticidad; está diciendo que cree todo el evangelio, las partes que cuestan y las que no cuestan, que cree en la Eucaristía y lo que permanece después de la Eucaristía, lo que hacen sus manos sacerdotales, que cree, venera y adora a Cristo y todo su misterio, todo lo que ha hecho y ha dicho Cristo. ¡Qué maravilla ser sacerdote! No os sorprendáis de que almas santas, de fe muy viva, hayan sentido y vivido y expresado su emoción respecto al sacerdocio, besando incluso sus pisadas, como testimonio de su amor y devoción.

Empezó el mismo Jesús exagerando su grandeza, en la misma noche de la institución, postrándose humildemente de rodillas ante los Apóstoles y los futuros sacerdotes, para lavarles los pies y el corazón y todo su ser para poder recibir este sacramento: “les dijo: ya no os llamaré siervos, os llamo amigos, porque un siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha dicho mi Padre os lo he dado a conocer...” (Jn 15,14). Y eso se lo sigue diciendo el Señor a todos y cada uno de los sacerdotes, a los que elige y consagra por la fuerza de su Espíritu, que es Espíritu Santo, para que sean presencia y prolongación sacramental de su Persona, de su Palabra, de su Salvación y de su Misión.

Es grande ser sacerdote por la proximidad a Dios, por la identificación con la persona y el misterio de Cristo, por la continuidad de su tarea, por la eficacia de su poder: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”; por la grandeza de su misericordia: “Yo te absuelvo de tus pecados”, “yo te perdono”;por la abundancia de gracias que reparte: “yo te bautizo” “El cuerpo de Cristo”. El sacerdote es sembrador de eternidades, cultivador de bienes eternos, recolector de las vidas eternas de los hijos de Dios, a los que introduce ya en la tierra en la amistad con el Dios Trino y Uno.

¡Qué grande es ser sacerdote! ¡Qué grande y eficaz es el sacerdote junto al Sagrario! ¡Qué apostolado más pleno y total! ¡Cómo sube de precio y de calidad su ser y existir junto al Señor! ¡Cómo se transparentan y se clarifican y se verifican las vidas, las teorías, las actitudes y sentimientos sacerdotales para con Cristo y la Iglesia y los hermanos! Realmente Cristo Eucaristía y nuestra vida de amistad con Él habla, dice muy claro de nuestra fe y amor a Él y a su Iglesia La vida eucarística, lo afirma el Vaticano II, es centro y quicio, es decir, centra y descentra, dice si están centradas o descentradas nuestras vidas cristiana, si estamos centrados o desquiciados sacerdotalmente.

Por eso, os invito, hermanos, a volver junto al sagrario. Hay que recuperar la catequesis del sagrario, de la presencia real y permanente de Cristo, hecho pan de vida permanente para los hombres. Y con el sagrario hay que recuperar la oración reposada y el silencio, la alabanza y la acción de gracias, la petición y la súplica inmediata ante el Señor, la conversación diaria con el Amigo. Y entonces, a más horas de sagrario, tendríamos más vitalidad de nuestra fe y de nuestro amor y de nuestros feligreses.

Es necesario revisar nuestra relación con la Eucaristía para potenciar y recobrar nuestra vida sacerdotal. Y qué pasaría, hermanos, si todo nuestro arciprestazgo, si nuestra diócesis, si todas las diócesis del mundo se comprometiera a pasar un rato ante el Sagrario todos los días? ¿Qué efectos personales, comunitarios y apostólicos produciría? ¿Qué movimientos sacerdotales, qué vitalidad, qué renovación se originaría? Y si estamos todos convencidos de la verdad y de la importancia de la Eucaristía para nosotros y para nuestro apostolado, ¿por qué no lo hacemos?

Dice Juan Pablo II: “Los sacerdotes no podrán realizarse plenamente, si la Eucaristía no es para ellos el centro de su vida. Devoción eucarística descuidada y sin amor, sacerdocio flojo, más aún, en peligro”. Si uno se pasa ratos junto al sagrario todos los días, primero va almacenando ese calor, y un día, tanto calor almacenado, se prende y se hace fuego y vivencia de Cristo. Lo dice mejor Santa Teresa: “Es como llegarnos al fuego, que aunque le haya muy grande, si estáis desviados y escondéis la mano, mal os podéis calentar, aunque todavía da más calor que no estar a donde no hay fuego. Mas otra cosa es querernos llegar a Él, que si el alma está dispuesta - digo con deseo de perder el frío- y si está allá un rato, queda para muchas horas en calor28”.

El que contempla Eucaristía, se hace Eucaristía, pascua, sacrificio redentor, pasa a su parroquia de mediocre a fervorosa, se hace ofrenda y queda consagrado a la voluntad del Padre que le hará pasar por la pasión y muerte para llevarle a la resurrección, a la vida nueva. Y con él, va su parroquia. Es la pascua nueva y eterna, la nueva alianza en la sangre de Cristo.

El que contempla Eucaristía se hace Eucaristía, comunión, amor fraterno, corrección fraterna, lavatorio de los pies, servicio gratuito, generosidad, porque comulga a Cristo, no solamente lo come, y al comerlo, siente que todos somos el mismo cuerpo de Cristo, porque comemos el mismo pan.

El que contempla la Eucaristía descubre que es presencia y amistad y salvación de Cristo permanentemente ofrecidas al hombre, sin imponerse, ayudándonos siempre con humildad, en silencio ante los desprecios, lleno de generosidad y fidelidad, enseñándonos continuamente amor gratuito y desinteresado, total, sin encontrar a veces, muchas veces, agradecimiento y reconocimiento por parte de algunos.

El que contempla la Eucaristía se hace Eucaristía perfecta, cada día más, y encuentra la puerta de la eternidad y del cielo, porque el cielo es Dios y Dios está en Jesucristo dentro del pan consagrado. En la Eucaristía se hacen presentes los bienes escatológicos: Cristo vivo, vivo y resucitado y celeste, “cordero degollado ante el trono de Dios”, “sentado a su derecha” “que intercede por todos ante el Padre” “llega el último día” “el día del Señor”: “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús” “et futurae gloriae pignus datur” y la escatología y los bienes últimos ya han empezado por Jesucristo Eucaristía.

Por la Eucaristía, «Cristo ha resucitado y vive con nosotros», como puse después del Concilio en un letrero de hierro forjado en el Cenáculo de San Pedro,. Y luego en la misma puerta del Cenáculo: “Ninguna comunidad cristiana se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la santísima Eucaristía”.

Esta presencia del Señor se siente a veces tan cercana, que notas su mano sobre ti, como si la sacara del sagrario para decirte palabras de amor y de misericordia y de ternura... y uno cae emocionado de rodillas: Oye, sacerdote mío, un poco de calma, tienes tiempo para todos y para tus cosas, pero no para mí, yo me he quedado aquí para ser tu amigo, para ayudarte en tu vida y apostolado, sin mí no puedes hacer nada; mira, estoy aquí, porque yo no me olvido de ti, te lo estoy diciendo con mi presencia, pero te lo diría mejor aún, si tuvieras un poco de tiempo para escucharme; ten un poco de tiempo para mí, créeme, lo necesito porque te amo como tu no comprendes; me gustaría dialogar contigo para decirte tantas cosas...

Y como la Eucaristía no es solo palabra de Cristo, sino evangelio puesto en acción y vivo y viviente y visualizado ante la mirada de todos los creyentes, lleno de humildad y entrega y amor, uno, al contemplarla, se ve egoísta, envidioso, soberbio. Porque allí vemos a Cristo perdonando en silencio, lavando todavía los pies sucios de sus discípulos, dando la vida por todos, enseñándonos y viviendo amor total y gratuito, en humildad y perdón permanente de olvidos y desprecios. Se queda buscando sólo nuestro bien, sólo con su presencia nos está diciendo os amo, os amo... Quien se pare y hable con Él terminará aprendiendo y viviendo y practicando todas estas virtudes suyas. La experiencia de los santos y de los menos santos, de todos sus amigos, lo demuestra.

Hay que volver al sagrario, hay que potenciar y dirigir esta marcha de toda la parroquia, con el sacerdote al frente, hacia la mayor y más abundante fuente de vida y gracia cristiana que existe: “Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta eterna fonte está escondida, en este pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas, y de este agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche. Aquesta eterna fonte que deseo, en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche” (San Juan de la Cruz).

             LA SAMARITANA

 

             Cuando iba al pozo por agua,

             a la vera del brocal,

             hallé a mi dicha sentada.

 

             - ¡Ay, samaritana mía,

             si tú me dieras del agua,

             que bebiste aquel día!

            

             - Toma el cántaro y ve al pozo,

             no me pidas a mí el agua,

             que a la vera del brocal,

             la Dicha sigue sentada.

                           (José María Pemán).

 

“Sacaréis agua con gozo de la fuente de la salvación...”dijo el profeta. Que así sea para todos nosotros y para todos los creyentes. Que todos vayamos al sagrario, fuente de la Salvación. La fuente es Cristo; el camino, hasta la fuente, es la oración, y la luz que nos debe guiar es la fe, el amor y la esperanza, virtudes que nos unen directamente con Dios. ¡ES EL SEÑOR!

EUCARISTÍA DIVINA, presente en el pan consagrado ¡Cómo te deseo! ¡Cómo te busco! ¡Con qué hambre de tí camino por la vida! Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y no son míos, porque yo no los sé fabricar ni todo esto que siento.¡Qué nostalgia de mi Dios todo el día! ¡Necesito verte para tener la luz del “Camino, la Verdad y la Vida”. Necesito comerte, para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor, para no morir de deseos de vida y de cielo, que eres Tú. Y en tu entrega eucarística quiero hacerme contigo una ofrenda agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero comerte para ser asimilado por Ti, y entrar así, totalmente identificado con el Amado, en la misma Vida y Amor y Felicidad divina de mis Tres, por la potencia de su mismo Amor Personal, que es Espíritu Santo. AMÉN.

BREVE ITINERARIO DE LA ORACIÓN: MEDITATIVA, AFECTIVA Y CONTEMPLATIVA

Repito y lo hago por tratarse del CAMINO más importante de la vida cristiana y espiritual, principio y motor de la santidad de la Iglesia y de los cristianos. Para orar, puede servirte la lectura espiritual de buenos libros, sobre todo, hecha en la presencia eucarística del Señor; la vida de algún santo que hable de su propia experiencia de Dios, y desde luego, insustituible, el Evangelio, que es lo que a ti, personalmente, te dice Cristo Eucaristía en ese momento; al principio, tal vez escuchado, meditado y orado por otros, luego ya directamente por tí; puedes también escribir lo que se te ocurra ante Jesucristo, recitar los salmos que te gusten y meditarlos, repetir los versículos que más te gusten, responsorios preciosos de las Horas... Pero la ciencia y la experiencia en este tema, de lo que uno ha visto y leído en santos como Juan de Ávila, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús, Isabel de la Trinidad, Carlos de Foucauld... he llegado a la conclusión de que no se trata de descubrir un camino misterioso que pocos han descubierto y tengo que buscarlo hasta dar con él.

El camino de la oración ya está descubierto y es elemental en su estructura, aunque cada uno tiene que recorrerlo personalmente: no olvidar jamás que orar es amar y amar es orar, y que en la vida cristiana estos dos verbos se conjugan igual. Estoy convencido, por teoría y experiencia, de que el que quiere orar, ese ya está orando. Nunca mejor dicho que querer es poder, porque este querer es ya la mejor gracia de Dios. La dificultad en orar está principalmente en que uno no está convencido de su importancia y puede considerarla una más de las diversas formas de la piedad cristiana; además, como cuesta al principio coger este camino de amar a Dios sobre todas las cosas, lo cual supone renuncia y conversión, uno cree poder sustituirla con otras prácticas piadosas. Lo primero, pues, que hemos de tener presente, como hemos dicho ya tantas veces, será pedir la fe y el amor que nos unen a Dios, y no pueden ser fabricados por nosotros.

La oración nunca será un camino difícil sino costoso, como cualquier camino que lleva a la cima de la montaña, sobre todo, en los comienzos. El camino es facilísimo: querer amar a Dios sobre todas las cosas. “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, solo a El darás culto” (Mt 4,10). Por lo tanto, abajo todos los ídolos, el primero, nuestro yo. Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios con estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22,37). Pero esto cuesta muchísimo, sobre todo al principio, porque entonces no se tienen los ojos limpios para ver a Dios, no se sienten estos deseos con fuerza, no se tiene la fe y el amor y una esperanza de Dios suficientes para ir en su busca, empezando por renunciar al cariño y la ternura que nos tenemos. Este preferirnos a nosotros antes que a Dios ha hecho que nuestra fe sea seca, teórica, puramente heredada y ha de ser precisamente por esos ratos de oración eucarística, cuando empiece a hacerse personal, a creer no por lo que otros me han dicho sino por lo que yo voy descubriendo y eso ya no habrá quien te lo quite.

Es costosa la oración, sobre todo al comienzo, hasta coger el camino de la conversión, porque la persona, sin ser consciente, achaca la sequedad de la misma a las circunstancias de la oración o sus métodos, siendo así que en realidad la aridez y el cansancio vienen de que hay que empezar a ser más humildes, a perdonar de verdad, a convertirnos a Dios, para amarle más que a nosotros mismos y esto, si no hay gracias de Dios especiales, que se lo hagan ver y descubrir y para eso es la oración, imposibilita la oración de ahora y de siempre y de todos los siglos. Por eso, al hablar de oración a principiantes, es más sencillo y pedagógico y conveniente hablarles desde el principio, de que se trata de un camino de conversión a Dios, camino exigente, y que por y para eso necesitamos hablar continuamente con Él, para pedirle luz y fuerzas.

La dificultad en la oración, en el encuentro con el Señor, en descubrir su presencia y figura y amor y amistad está en que no queremos convertirnos, y esta dificultad conviene que sea descubierta, sobre todo al principio, por el mismo principiante o por personas experimentadas, para descubrir la razón de la sequedad y las distracciones y no ponerla sólo en los métodos y técnicas de la oración.

Algunos cristianos, por desgracia, no saben de qué va la oración personal, qué lleva consigo y otros hablamos con frecuencia de ello, pero no hemos emprendido de verdad el camino o lo hemos abandonado y estamos ya instalados en nuestros defectos y pecados, aunque sean veniales, pero que nos instalan también para toda la vida en la lejanía próxima de Dios, que nos impiden la unión total y transformadora en Él, esto es, impiden la oración contemplativa y unitiva, que nos llevaría a la santidad y al encuentro pleno y permanente con el Señor, y en negativo nos convierten en mediocres espirituales y consecuentemente nos llevan a la mediocridad pastoral y apostólica. ¿Cómo entusiasmar a los hermanos con un Cristo que nos aburre personalmente?

Sin conversión no hay oración y sin oración no hay vivencia y experiencia de Dios, ni amor verdadero a los hermanos, ni entrega, ni liturgia vivida, ni gozo del Señor ni santidad ni nada verdaderamente importante en la vida cristiana ni verdadero apostolado que lleve a los hombres al amor y conocimiento vital de Dios, sino acciones, programaciones, organigramas que llevan a dimensiones poco trascendentes y perpendiculares y menos llenas y elevadas de fe y amor cristianos, donde muchas veces es hacer por hacer, para sentirse útil, en apostolado puramente horizontal, pero donde la gloria del Padre ni es descubierta, ni buscada ni siquiera mencionada, porque no se vive ni se siente, y Jesucristo no es verdaderamente buscado y amado como salvador y sentido total de nuestras vidas y la salvación eterna, el “sólo una cosa es necesaria, la salvación eterna” no es buscada como motor principal de todo apostolado; son acciones de un “sacerdocio puramente técnico y profesional”, acciones de Iglesia sin el corazón de la Iglesia, que es el amor a Cristo; acciones de Cristo sin el espíritu de Cristo, porque “el sarmiento no está unido a la vid...”

La oración, desde el primer día, es amor a Dios, querer amar a Dios: “Que no es otra cosa oración mental, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama”. Por eso, desde el primer instante y kilómetro ¡abajo los ídolos! especialmente el yo que tenemos entronizado en el altar de nuestro corazón. Y este cambio, que ha de durar toda la vida, es duro y cruel y despiadado contra uno mismo, sobre todo al principio, en que estamos incapacitados para amar así, por no sentir el amor de Dios más vivamente, precisamente por esos mismos defectos, y cuesta derramar las primeras gotas de sangre, porque nos tenemos un cariño loco y apasionado.

Y cuando, pasado algún tiempo, años tal vez, los que Dios quiera, y ya plenamente iniciados y comprometidos, lleguen las noches de fe, esperanza y caridad, las terribles purificaciones de las virtudes teologales que nos unen directamente con Dios y que Dios quiere purificarnos para disponernos a una unión total, porque Tú, Señor, para prepararnos plenamente a tu amor sobre todas las cosas, lo exiges todo: personas, criterios propios, afectos, dinero, seguridad, cargos, honores..., cuando el entendimiento quiere ver y tener certezas propias, porque es mucho lo que le exiges y le cuesta creer en tu palabra, obedecerte y aguantar tanta exigencia, y quiere probarlo todo y razonar todo antes de entregarte todo: resulta que tu persona, tu presencia, tu evangelio, tus palabras y exigencias, hasta entonces tan claras y que no teníamos inconveniente en admitir y meditar y predicar, porque eran más teóricas que vivenciales, pero nos molestaban poco o casi nada, porque no nos las aplicábamos a nosotros mismos, ahora, al querer Tú, Dios mío, querer unirme más a Ti, disponernos a una unión más perfecta y plena contigo... cuando exiges todo, porque quieres llenarlo todo con tu amor, y el alma, para eso, debe vaciarse de todo, porque Tú quieres que te ame con todo mi corazón y con toda mi alma y con todo mi ser... entonces nada valen los conocimientos adquiridos, ni la teología, ni la fe heredada, ni la experiencia anterior, que quedan obnubiladas, y mucho menos echar mano de exégesis o psicologías... entonces, en ese momento largo y trágico, que parece no acabará nunca, porque es mucho paradójicamente lo que el alma te desea y te ama en esa noche, sin ser consciente de ello, la última palabra, el último apoyo es creer sin apoyos y lanzarse a tus brazos sin saber que existen, porque no se ven ni sienten, porque Tú sólo quieres que me fíe y me apoye en Tí, hasta el olvido y negación de todo lo mío, de todo apoyo humano y posible, racional y científico, afectivo y familiar, y quedar el horizonte limpio de todo y de todos, sólo Tú, sólo Tú, sin arrimos de criatura alguna.

En estas etapas, que son sucesivas y variadas en intensidad y tiempo, según el Espíritu Santo crea oportuno purificar y según sus planes de unión, ni la misma liturgia ni los evangelios dan luz ni consuelo, porque Dios lo exige todo y viene la “duda metódica” puesta por Dios en el alma para conducirnos a esa meta: ¿Será verdad Cristo? ¿Cómo puedo quedarme sin fe, sin ver ni sentir nada? ¿Para qué seguir? ¿No debe ser todo razonable, prudente, sin extremismos de ninguna clase? ¿Habrá sido todo pura imaginación? ¿Por qué no aceptar otros consejos y caminos? ¿Cómo entregar la propia vida, la misma vida en amor total y para siempre, las propias seguridades sin ninguna seguridad de que Él está en la otra orilla...? ¿Será verdad todo lo que creo, será verdad que Cristo vive, que es Dios, cómo dejar estas cosas de la vida que tengo y toco y me sostienen vital y afectivamente por una persona que no veo ni toco ni siento, y menos en un trozo de pan, cómo puede existir una persona que ya no veo en la oración, en el evangelio, en la relación personal que antes tenía y creía...? ¿Será verdad? ¿Dónde apoyarme para ello? ¿Quién me lo puede asegurar? Con lo feliz que era hasta ahora, con el gozo que sentía en mis misas y comuniones anteriores, con deseos de seguirle hasta la muerte, con ratos de horas y horas de oración y hasta noches enteras en unión y felicidad plena... qué me pasa... qué está pasando dentro de mí...

En estas etapas, ordinariamente intermitentes, que pueden durar meses y años, porque el alma no podría resistirla muchos años seguidos, el alma va madurando en la fe, esperanza y caridad, virtudes teologales que nos unen directamente con Dios, y sin ella ser consciente, se va llenando de la misma luz y fuerza de Dios; su fe, va recibiendo de Dios más luz, luz vivísima y sin imperfecciones de apoyos de criaturas, va entrando en este camino, donde el Espíritu Santo es la única luz, guía, camino y director espiritual.

La causa de todo esto es una influencia y presencia especial de Dios en el alma, llamada por San Juan de la Cruz contemplación infusa, que a la vez que ilumina, purifica al alma con su luz intensísima, y la fortalece en aparente debilidad y poco a poco ya no soy yo el que lleva la batuta de la conversión, porque me corregía lo que me daba la gana y muchos campos ni los tocaba y en otros me quedaba muy superficial... ahora es el Espíritu Santo, porque me ama infinito, el que me purifica como debe ser y yo debo confiar en Él sobre el dolor y las dudas y la soledad y las sospechas que provocan tanta purificación y conversión.

Es que Dios es Dios y no sabe amar de otra forma que entregándose y dándose todo entero; así es que me tengo que vaciar todo entero de mis criterios, afectos, ilusiones, esperanzas y demás totalmente, para que Él pueda llenarme. Luego, cuando haya pasado la prueba, podré decir con San Pablo: “Pero lo que tenía por ganancia, lo considero ahora por Cristo como pérdida, y aún todo lo tengo por pérdida comparado con el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo he sacrificado y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en Él... por la justicia.. que se funda en la fe y nos viene de la fe en Cristo”.

San Juan de la Cruz, el maestro de las noches purificatorias, nos dirá que la contemplación, la oración vivencial, la experiencia de Dios Aes una influencia de Dios en el alma que la purga de sus ignorancias e imperfecciones habituales, naturales y espirituales, que llaman los contemplativos contemplación infusa o mística teología, en que de secreto enseña Dios al alma y la instruye en perfección de amor, sin ella hacer nada ni entender cómo es ésta contemplación infusa”29.

Tan en secreto lo hace Dios, que el alma no se entera de qué va esto y qué le está pasando, es más, lo único que piensa y le hace sufrir infinito, es que vive y está convencida de que ha perdido la fe, a Dios, a Cristo, la misma salvación, y que ya no tiene sentido su vida, no digamos si está en un seminario o en un noviciado, piensa que se ha equivocado, que tiene que salirse... ¡Qué sufrimientos de purgatorio, de verdadero infierno!¡qué soledad! ¡Dios mío! ¿pero cómo permites sufrir tanto? Ahora, Cristo, barrunto un poco lo tuyo de Getsemaní.

Y es que los cristianos no nos damos cuenta de que Dios es verdad, es la Verdad y exige de verdad para que siempre vivamos de verdad en Él y por Él y vivamos de Él, que es la única Verdad y nunca dudemos de su Verdad, presencia y amor. La fe y el amor a Él van en relación directa con lo que estoy dispuesto a renunciar por Él, a vaciarme por Él. Por eso, conviene no olvidar que creer en Dios, para no engañarse y engañarnos, es estar dispuestos a renunciar a todo y a todos y hasta a nosotros mismos, por Él. La fe se mide por la capacidad que tengo de renunciar a cosas por Él. Renuncio a mucho por Él, creo mucho en Él y le amo mucho; renuncio a poco, creo poco en Él y le amo poco. Renuncio a todo por Él, creo totalmente en Él, le amo sobre todas las cosas; no renuncio a nada, no creo nada ni le amo nada, aunque predique y diga todos los días misa. Pregúntate ahora mismo: ¿A qué cosas estoy renunciando ahora mismo por Cristo? Pues eso es lo que le amo, esa es la medida de mi amor.

Por eso, en cuanto el evangelio, Jesucristo, la Eucaristía nos empiezan a exigir para vivirlos, entonces mi yo tratará de buscar apoyos y razones y excusas para rechazar y retardar durante toda su vida esa entrega, y hay muchos que no llegan a hacerla, la harán en el purgatorio, pero como Dios es como es, y soy yo el que tiene que cambiar, y Dios quiere que el único fundamento de la vida de los cristianos sea Él, por ser quien es y porque además no puede amar de otra forma sino en sí y por sí mismo y esto es lo que me quiere comunicar y no puede haber otro, porque todo lo que no es Él, no es total, ni eterno, ni esencial, ni puede llenar... entonces resulta que todo se oscurece como luz para la inteligencia y como apoyo afectivo para la voluntad y como anhelo para la esperanza y es la noche, la noche del alma y del cuerpo y del sentido y de las potencias: entendimiento, memoria y voluntad.

“Por tres causas podemos decir que se llama Noche este tránsito que hace el alma a la unión con Dios. La primera, por parte del término de donde el alma sale, porque ha de ir careciendo el apetito del gusto de todas las cosas del mundo que poseía, en negación de ellas; la cual negación y carencia es como noche para todos los sentidos del hombre.

La segunda, por parte del medio o camino por donde ha de ir el alma a esta unión, lo cual es la fe, que es también oscura para el entendimiento, como noche. La tercera, por parte del término a donde va, que es Dios, el cual ni más ni menos es noche oscura para el alma en esta vida”30.

Es buscar razones y no ver nada, porque Dios quiere que el alma no tenga otro fundamento que no sea Él, y es llegar a lo esencial de la vida, del ser y existir...y entonces todo ha de ser purificado y dispuesto para una relación muy íntima con la Santísima Trinidad; si es malo, destruirlo, y si es bueno, purificarlo y disponerlo, como el madero por el fuego, para una unión más perfecta, más pura: antes de arder y convertirse en llama, el madero, dice San Juan de la Cruz, debe ser oscurecido primero por el mismo fuego, luego calentarse y, finalmente, arder y convertirse en llama de amor viva, pura ascua sin diferencia posible ya del fuego: Dios y alma para siempre unidos por el Amor Personal de la Santísima. Trinidad, el Espíritu Santo, Beso y Abrazo eterno entre el Padre y el Hijo.

Es la noche de nuestra fe, esperanza y amor: virtudes y operaciones sobrenaturales, que, al no sentirse en el corazón, no nos ayudan aparentemente nada, es como si ya no existieran para nosotros; además, tenemos que dejar las criaturas, que entonces resultan más necesarias, por la ausencia aparente de Dios, a quien sentíamos y nos habíamos entregado, pero ahora no lo vemos, no lo sentimos, no existe; por otra parte y al mismo tiempo y con el mismo sentimiento, aunque nos diesen todos los placeres de las criaturas y del mundo, tampoco los querríamos, los escupiríamos, porque estamos hechos ya al sabor de Dios, al gusto y plenitud del Todo, aunque sea oscuro... total, que es un lío para la pobre alma, que lo único que tiene que hacer es aguantar, confiar y no hacer nada, y digo yo que también el demonio mete la pata y a veces se complican más las cosas.

Esta situación ya durísima, se hace imposible, cuando además de la oscuridad de la fe, el amor y la esperanza, viene la noche de la vida y nos visita el dolor moral, familiar o físico, la persecución injusta y envidiosa, la calumnia, los desprecios sin fundamento alguno..., cuando no se comprenden noticias y acontecimientos del mundo, de tu misma Iglesia... de los mismos elegidos... cuando uno creía que lo tenia todo claro, y viene la muerte de nuestros afectos carnales que quieren preferirse e imponerse a tu amor, de nuestras pretensiones de tierra convertidas en nuestra esperanza y objeto de deseo por encima de Ti, que debes ser nuestra única esperanza, cuando llegue la hora de morir a mi yo que tanto se ama y se busca continuamente por encima de tu amor y que debe morir, si quiero de verdad llegar a ti, échanos una mano, Señor, que te veamos salir del sagrario para ayudarnos y sostenernos, porque somos débiles y pobres, necesitados siempre de tu ayuda ¡no me dejes, Madre mía! Señor, que la lucha es dura y larga la noche, es Getsemaní, Tú lo sabes bien, Señor, es morir sin testigos ni comprensión, como Tú, sin que nadie sepa que estás muriendo, sin compañía sensible de Dios y de los hombres, sin testigos de tu esfuerzo, sino por el contrario, la incomprensión, la mentira, la envidia, la persecución injustificada y sin motivos... que entonces, Señor, veamos que sales del sagrario y nos acompañas por el camino de nuestro calvario hasta la muerte del yo para resucitar contigo a una fe luminosa, encendida, a la vida nueva de amistad y experiencia gozosa de tu presencia y amor y de la Trinidad que nos habita.

Es el Espíritu Santo el que iluminará purificando, unas veces más, otras menos, durante años, apretando según sus planes que nosotros ni entendemos ni comprendemos en particular, sólo después de pasado y en general, porque en cada uno es distinto, pero que para todos se convierte en purificación, más o menos dolorosa en tiempo e intensidad, según los proyectos de Dios y la generosidad de las almas.

Por aquí hay que pasar, para identificarnos, para transformarnos en Cristo, muerto y resucitado:“Todos nosotros, a cara descubierta, reflejamos como espejos la gloria del Señor y nos vamos transformando en la misma imagen de gloria, movidos por el Espíritu Santo” (2Cor 3,18). Es la gran paradoja de esta etapa de la vida espiritual: porque es precisamente el exceso de presencia y luz divina la que provoca en el alma el sentimiento de ceguedad y ausencia aparente de Dios: por deslumbramiento, por exceso de luz directa de Dios, sin medición de libros, reflexiones personales, meditación... es luz directa del rayo del Sol Dios. San Juan de la Cruz es el maestro: AY que esta oscura contemplación también le sea al alma penosa a los principios está claro; porque como esta divina contemplación infusa tiene muchas excelencias en extremo buenas y el alma, que las recibe, por no estar purgada, tiene muchas miserias, también en extremos malas, de ahí es que no pudiendo dos contrarios caber en el sujeto del alma, de necesidad hayan de penar los unos contra los otros, para razón de la purgación que de las imperfecciones del alma por esta contemplación se hace”31.

Que nadie se asuste, el Dios que nos mete en la noche de la purificación, del dolor, de la muerte al yo y a nuestros ídolos adorados de vanidad, soberbia, amor propio, estimación... es un Dios todo amor, que no nos abandona sino todo lo contrario, viéndose tan lleno de amor y felicidad nos quiere llenar totalmente de Él. Jamás nos abandona, no quiere el dolor por el dolor, sino el suficiente y necesario que lleva consigo el vaciarnos y poder habitarnos totalmente. Lo asegura S. Pablo:“Muy a gusto, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo” (2Cor. 8,1).

Quizás algún lector, al llegar a este punto, coja un poco de miedo o piense que exagero. Prefiero esto segundo, porque como Dios le meta por aquí, ya no podrá echarse para atrás, como les ha pasado a todos los santos, desde San Pablo y San Juan hasta la madre Teresa de Calcuta, de la cual se ha publicado un libro sobre estas etapas de su vida, que prácticamente han durado toda su existencia. Porque el alma, aunque se lo explicaran todo y claro, no comprendería nada en esos momentos, en los que no hay luz ni consuelo alguno, y parece que Dios no tiene piedad de la criatura, como en Getsemaní, con su Hijo...Pero por aquí hay que pasar para poner solo en Dios nuestro apoyo y nuestro ser y existir. El alma, a pesar de todo, tendrá fuerzas para decir con Cristo: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya...

Uno no comprende muchas cosas dolorosas del evangelio, de la vida de Cristo, de la vida de los santos, de muchos hombres y mujeres, que he conocido y que no serán canonizados, pero que son para mí verdaderos santos... en concreto, no entiendo por qué Jesús tuvo que sufrir tanto, por qué tanto dolor en el mundo, en los elegidos de Dios...por qué nos amó tanto, qué necesidad tiene de nuestro amor, qué le podemos dar los hombres que Él no tenga... tendremos que esperar al cielo para que Dios nos explique todo esto. Fue y es y será todo por amor. Un amor que le hizo pasar a su propio Hijo por la pasión y la muerte para llevarle a la resurrección y la vida, y que a nosotros nos injerta desde el bautismo en la muerte de Cristo para llevarnos a la unión total y transformante con Él.

Es la luz de la resurrección la que desde el principio está empujándonos a la muerte y en esos momentos de nada ver y sentir es cuando está logrando su fín, destruir para vivir en la nueva luz del Resucitado, de participación en los bienes escatológicos ya en la carne mortal y finita que no aguanta los bienes infinitos y últimos que se están haciendo ya presentes: “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven, Señor Jesús...” En esos momentos es cuando más resurrección está entrando en el alma, y esa luz viva de Verbo eterno, de la Luz y Esplendor de la gloria del Padre, Cristo Glorioso y Celeste es la que provoca esa oscuridad y esa muerte, porque el gozo único y el cielo único es la carne de Cristo purificada en el fuego de la pasión salvadora y asumida por el Verbo, hecha ya Verbo y Palabra Salvadora de Dios y sentada con los purificados a la derecha del Padre.

Es el purgatorio anticipado, como dice San Juan de la Cruz. Precisamente quiero terminar este tema con la introducción a la SUBIDA DEL MONTE CARMELO: “Trata de cómo podrá el alma disponerse para llegar en breve a la divina unión. Da avisos y doctrina, así a los principiantes como a los aprovechados, muy provechosa para que sepan desembarazarse de todo lo temporal y no embarazarse con lo espiritual y quedar en la suma desnudez y libertad de espíritu, cual se requiere para la divina unión”.

Cuando una persona lee a San Juan de la Cruz, si no tiene alguien que le aconseje, empieza lógicamente por el principio, tal y como vienen en sus Obras Completas: la Subida, la Noche... y esto asusta y cuesta mucho esfuerzo y aburre, porque asustan tanta negación, tanta cruz, tanto vacío, ponen la carne de gallina, se encoge uno ante tanta negación, aunque siempre hay algo que atrae. Por eso aconsejo empezar por el Cántico Espiritual y Llama de amor viva, aunque no se entiendan, pero inflaman. Es más, San Juan, desde el principio de sus obras, nos quiere hablar de la unión con Dios, pero como está tan convencido de que ésta solo llega después de la conversión y la purificación, pues resulta que, sin querer, por estar totalmente convencido de la conversión y purgaciones voluntarias primero y luego pasivas, nos las describe largo y tendido en la Subida al Monte Carmelo y las Noches. Así que cuando se llega al Cántico y a la Llama de amor viva... uno se entusiasma, se enfervoriza, aunque no entiende muchas cosas de lo que pasa en esas alturas. Pero la verdad es que la lectura de esas páginas, encendidas de fuego y luz, entusiasman, gustan y enamoran, contagian fuego y entusiasmo por la oración, que nos llena de Dios, de Cristo, de la Santísima Trinidad. ¿Hacemos una prueba? Pues sí, vamos a mirar ahora un poco al final de este camino de purificación y conversión para llenarnos de esperanza, de deseos de quemarnos del mismo fuego de Dios, de convertirnos en llama de amor viva y trinitaria. Hablemos de los frutos de la unión con Dios por la oración-conversión.

Habla aquí el Doctor Místico de la transformación total, substancial en Dios: “De donde como Dios se le está dando con libre y graciosa voluntad, así también ella, teniendo la voluntad más libre y generosa cuanto más unida en Dios, está dando a Dios al mismo Dios en Dios , y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios. Porque allí ve el alma que verdaderamente Dios es suyo y que ella le posee con posesión hereditaria, con propiedad de derecho, como hijo de Dios adoptivo, por la gracia que Dios le hizo de dársele a sí mismo y que, como cosa suya, lo puede dar y comunicar a quien ella quisiera de voluntad, y así ella dale a su querido, que es el mismo Dios que se le dio a ella, en lo cual paga ella a Dios todo lo que le debe, por cuanto de voluntad le da otro tanto como de Él recibe”.

“Y porque en esta dádiva que hace el alma a Dios le da al Espíritu Santo como cosa suya con entrega voluntaria, para que en El se ame como El merece, tiene el alma inestimable deleite y fruición; porque ve que da ella a Dios cosa suya propia que cuadra a Dios según su infinito ser”.

“Que aunque es verdad que el alma no puede de nuevo dar al mismo Dios a Sí mismo, pues Él en Sí siempre se es Él mismo; pero el alma de suyo perfecta y verdaderamente lo hace, dando todo lo que Él le había dado para pagar el amor, que es dar tanto como le dan. Y Dios se paga con aquella dádiva del alma, que con menos no se pagaría, y la toma Dios con agradecimiento, como cosa que de suyo le da el alma, y en esa misma dádiva ama el alma también como de nuevo. Y así entre Dios y el alma, está actualmente formado un amor recíproco en conformidad de la unión y entrega matrimonial, en que los bienes de entrambos, que son la divina esencia, poseyéndolos cada uno libremente por razón de la entrega voluntaria del uno al otro, los poseen entrambos juntos diciendo el uno al otro lo que el Hijo de Dios dijo al Padre por San Juan, es a saber: “Et mea omnia tua sunt, et tua mea sunt, et clarificatus sum in eis”(Jn 17,10); esto es: “Todos mis bienes son tuyos y tus bienes míos y clarificado estoy en ellos”.

“Lo cual en la otra vida es sin intermisión en la fruición perfecta; pero en este estado de unión, acaece cuando Dios ejercita en el alma este acto de la transformación”.

“Esta es la gran satisfacción y contento del alma, ver que da a Dios más que ella en sí es y vale, con aquella misma luz divina y calor divino que se lo da: lo cual en la otra vida es por medio de la lumbre de gloria, y en ésta por medio de la fe ilustradísima. De esta manera las profundas cavernas del sentido, con extraños primores, calor y luz dan junto a su querido; junto dice, porque junta es la comunicación del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en el alma, que son luz y fuego de amor en ella”32.

SEGUNDA PARTE

SACERDOTE, DISCÍPULO Y MAESTRO DE ORACIÓN

NECESIDAD DE LA ORACIÓN EN EL SACERDOTE PARA REALIZARSE PLENAMENTE EN SU SER Y EXISTIR SACERDOTAL

Queridos hermanos, todos necesitamos del desierto en nuestras vidas. Hasta el mismo Cristo lo necesitó y no lo hizo para darnos ejemplo. Los evangelios nos aseguran que Cristo se retiraba por las noches a orar: “Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo” (Mt 14,23); también nos dicen cómo se retiró a orar al comienzo de su vida pública para descubrir y poder vencer las falsas concepciones del Reino de Dios, que sus contemporáneos tenían en relación con el Mesías prometido y con su mensaje; necesitó la soledad y el silencio de las criaturas para orar y predicar el Reino de Dios, para no retroceder y acobardarse ante las dificultades, para no desviarse por la tentación de mesianismos puramente terrenos, consumistas y temporalistas, a los que el mundo quiere siempre reducirlo todo, hasta el mismo evangelio y el Reino de Dios sobre la tierra.

La Iglesia y los cristianos tendremos siempre esa tentación. Por eso necesitamos rezar bien el tercero de los misterios luminosos del santo Rosario: La predicación del reino de Dios por la conversión.

Nosotros y todos los seguidores de Cristo siempre necesitaremos de la soledad y del desierto para encontrarnos con Dios y con nosotros mismos, y de esta forma, lejos de influencias mundanas de criterios y concepciones falsas, poder descubrir las verdaderas razones de nuestro vivir cristiano y tener el gozo de encontrarnos a solas con Él, con el Eterno, el Infinito, el Trascendente y perdernos por algún tiempo en la inmensidad del Absoluto.

Para la mentalidad bíblica el desierto nunca es un término, sino un lugar de paso, como en el caso de Elías: “Y levantándose, comió y bebió; y con la fuerza de aquel manjar caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Orbe” (1Re 19,8).

El desierto fue el camino del éxodo del pueblo judío desde la esclavitud hasta la libertad de la tierra prometida: “Acuérdate, Israel, del camino que Yavéh te ha hecho andar durante cuarenta años a través del desierto con el fin de humillarte, probarte y conocer los sentimientos de tu corazón y ver si guardabas o no sus mandamientos. Te ha humillado y te ha hecho sentir hambre para alimentarte luego con el maná, desconocido de tus mayores, para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre, sino de cuanto procede de la boca de Yavéh. Tus vestidos no se gastaron sobre ti, ni se hincharon tus pies durante esos cuarenta años. Reconoce, pues, en tu corazón que Yavéh, tu Dios, te corrige a la manera como un padre lo hace con su hijo. Guarda los mandamientos de Yavéh, tu Dios, sigue sus caminos y profésale temor” (Ex 18,2-6).

En la vida de Jesús el desierto es un período de preparación inmediata a su ministerio público: “Al punto el Espíritu lo empujó hacia el desierto. Y estuvo en él durante cuarenta días, siendo tentado por Satanás, y vivía entre las fieras, pero los ángeles le servían” (Mc 1,12).

Es también una evasión frente al acoso de las turbas: “Y Él les dijo: “Venid también vosotros a un lugar apartado en el desierto, y descansad un poco” (Mc 6,31). Es un ambiente propicio para la oración: “Una vez que despidió al pueblo, subió al monte a solas para orar” (Mt 14,23); y para la meditación prolongada: “Por aquellos días fue Jesús a la montaña para orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando llegó el día, llamó a sus discípulos y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles” (Lc 6,12).

El desierto, en fin, es un manantial donde saciar la sed de verse a solas con el Padre: “Quedaos aquí mientras voy a orar... Y adelantándose El un poco, cayó en tierra y rogaba: ¡Abba, Padre!” (Mc 14,32-35). Si Jesús y los profetas y los hombres de Dios se retiraron con frecuencia al desierto para descubrir y seguir su voluntad, es lógico que nosotros también lo hagamos.

Retirarse al desierto no es sólo ir allí materialmente. Para muchos podría ser un lujo. Se trata de hacer un poco de desierto en la propia vida. Hacer el desiertointerior significa retirarse a solas con Dios en la oración personal, habituarse a la autonomía personal, a encerrarse con los propios pensamientos y sentimientos, sin testigos ajenos, para meditar, reflexionar, discernir, potenciar y seguir la voz del Señor.

Hacer el desierto significa dedicar periódicamente tiempo largo a la oración; significa subir a una montaña solitaria; significa levantarse de noche para orar. En fin, hacer el desierto no significa otra cosa que obedecer a Dios. Porque existe un mandamiento —sin duda el más olvidado, especialmente por quienes se dicen «comprometidos», por los militantes, los sacerdotes y también los obispos…— que nos manda interrumpir el trabajo, desprendernos de nuestros compromisos y aceptar cierta inactividad en beneficio de la contemplación.

No temáis que la comunidad sufra algún daño a causa de vuestro aislamiento momentáneo. No temáis que disminuya vuestro amor por el prójimo; sino todo lo contrario, al aumentar vuestra relación y amor personal con Dios, como todo amor verdadero a Dios pasa por el amor a los hermanos, ya se encargará Dios mismo de que revisemos y potenciemos nuestro amor a los hermanos y todo nuestro apostolado. Sólo un amor intenso y personal a Dios puede sostener y conservar la caridad a los hermanos en toda su frescura y lozanía divinas.

Por eso negar el desierto implica negar la dimensión espiritual, el contacto con Dios, la necesidad de la oración personal prolongada, el trato cara a cara con Dios y con nosotros mismos sin otras mediaciones, la dimensión vertical de la existencia propiamente cristiana.

La gran conquista hecha en nuestros días por la comunidad y el cristianismo comunitario en la vida cristiana, a saber, la superación del individualismo litúrgico y oracional precedente, el gozo de orar en común en el marco de una liturgia renovada, no puede ser en detrimento de la oración personal que debe ser fuente, marco y jugo transformador de toda gracia y experiencia y celebración litúrgica y comunitaria.

La oración y la experiencia personal de Dios es la única que puede llevarnos a la plena madurez de la unión con Dios, a la santidad, la vivencia de lo que celebramos y vivimos en la liturgia, a la contemplación de los misterios celebrados. No quisiera, por último, que la obediencia a esta palabra de Jesús “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt18,20), nos hiciese olvidar esta otra palabra también suya: “Cuando ores entra en tu habitación y, habiendo cerrado la puerta, ora a tu Padre que está presente en el secreto” (Mi 6,6), potenciadas con su mismo comportamiento, especialmente en aquellos momentos de su vida, en que, para realizar mejor las obras del Padre y amar más y mejor a los hermanos, se retira por las noches o en medio de la multitud, al desierto de la oración.

– 2 –

NECESIDAD DE LA ORACIÓN EN EL SACERDOTE PARA HACER LAS

ACCIONES DE CRISTO. LA ORACIÓN, ACCIÓN FUNDAMENTAL, PRIMERA Y ESENCIAL DE TODO APOSTOLADO

He formulado así este apartado, porque seguimos con un concepto anticuado y parcial de apostolado, que hace que sea inútil tanto trabajo y acciones llamadas apostólicas, porque el “sin mí no podéis hacer nada”, “yo soy la vid, vosotros los sarmientos, o “venid vosotros a un sitio aparte”, no cuenta para nada o casi nada, y sólo programamos acciones y más acciones, sin mirar el espíritu con el que tenemos que hacerlas, que es el mismo espíritu de Cristo, del cual yo soy sacramento y transparencia.

Para hacer las acciones verdaderamente apostólicas, que son acciones de Cristo, necesitamos a Cristo, el espíritu de Cristo, los sentimientos de Cristo, de los cuales yo sacerdote tengo que ser humanidad supletoria, pero el fuego y los sentimientos son los suyos; la humanidad es mía y el espíritu es el de Cristo, el Espíritu Santo; y la fuente principal para tener su misma vida y su mismo Espíritu Santo es la oración y la Eucaristía, la oración eucarística; beber de este espíritu, de esta fuente, es la oración; lo ha dicho y realizado en su vida Cristo; lo ha dicho infinidad de veces el Papa Juan Pablo II; lo han dicho y testimoniado todos los santos, todos los verdaderos apóstoles que han existido y existirán y nada… seguimos con un concepto rancio y anticuado de apostolado de pensar que apostolados son principalmente acciones y de esto es de lo que se habla únicamente en las reuniones y programaciones, en los grupos, entre los sacerdotes; pocos se atreven a insistir en el alma, corazón y espíritu de todo apostolado que es la oración.

El cristiano, sobre todo si es sacerdote, debe ser, como el mismo Cristo, hombre de oración, discípulo y maestro de oración. Esta es su verdadera identidad. Lo ha dicho muy claro el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, que cito repetidas veces en este libro. Por otra parte, basta abrir el evangelio para ver y convencerse de que Jesús es un hombre de oración: comienza su vida pública con cuarenta días en el desierto; se levanta muy de madrugada cuando todavía no ha salido el sol, para orar en descampado; pasa la noche en oración antes de elegir a los Doce; ora después del milagro de los panes y los peces, retirándose solo, al monte; ora antes de enseñar a sus discípulos a orar; ora antes de la Transfiguración; ora antes de realizar cualquier milagro; ora en la Última Cena para confiar al Padre su futuro y el de su Iglesia. En la oración de Getsemaní se entrega por completo a la voluntad del Padre. En la cruz le dirige las últimas invocaciones, llenas de angustia y de confianza.

Por todo lo cual, para ayudarnos en este camino de oración y conversión permanente, ningún maestro mejor, ninguna ayuda mejor que Jesús. Por la oración, que nos hace encontrarnos con Él y con su palabra y Evangelio, vamos cambiando nuestra mente y nuestro espíritu por el suyo:“Pues el hombre natural no comprende las realidades que vienen del Espíritu de Dios; son necedad para él y no puede comprenderlas porque deben juzgarse espiritualmente. Por el contrario, el hombre espiritual lo comprende, sin que él pueda ser comprendido por nadie. Porque “¿quién conoció la mente del Señor de manera que pueda instruirle?” (Is 40,3). “Sin embargo, nosotros poseemos la mente de Cristo” (1Cor 2,16-18).

Es aquí, en la oración de conversión, donde nos jugamos toda nuestra vida espiritual, sacerdotal, cristiana, el apostolado... todo nuestro ser y existir, desde el Papa hasta el último creyente, todos los bautizados en Cristo: o descubres al Señor en la Eucaristía y empiezas a amarle, es decir, a convertirte a Él o no quieres convertirte a Él y pronto empezarás a dejar la oración porque te resulta duro estar delante de Él sin querer corregirte de tus defectos; además, no tendría sentido contemplarle, escucharle, para hacer luego lo contrario de lo que Él te pide o enseña desde la oración y desde su misma presencia eucarística; igualmente la santa Misa no tendrá vida y sentido espiritual para nosotros, si no queremos ofrecernos con Él en adoración a la voluntad del Padre, que es nuestra santificación y menos sentido tendrá la comunión, donde Cristo viene para vivir su vida en nosotros y salvar así actualmente a sus hermanos los hombres, por medio de nuestra humanidad prestada.

Queridos hermanos, no podemos hacer las obras de Cristo sin el amor y el espíritu de Cristo. Si no nos convertimos, si no estamos unidos a Cristo como el sarmiento a la vid, la savia irá por un sarmiento lleno de obstáculos, por una vena sanguínea tan obstruida por nuestros defectos y pecados, que apenas puede llevar sangre y salvación de Cristo al cuerpo de tu parroquia, de tu familia, de tu grupo, de tu apostolado. Sin unión vital y fuerte con Cristo, poco a poco tu cuerpo apenas recibirá la vida de Cristo e irá debilitándose tu fuego y santidad evangélica. No podemos hacer las obras de Cristo sin el espíritu de Cristo. Y para llenarnos de su Espíritu, Espíritu Santo, antes hay que vaciarse. Es lógico. No hay otra posibilidad ni nunca ha existido ni existirá, sin unión con Dios. En esto están de acuerdo todos los santos.

Ahora bien, a nadie le gusta que le señalen con el dedo, que le descubran sus pecados y ésta es la razón de la dificultad de toda oración, especialmente de la oración eucarística ante el Señor, que nos quiere totalmente llenar de su amor, y nosotros preferimos seguir llenos de nuestros defectos, de nuestro amor propio, del total e inmenso amor que nos tenemos y por eso no la aguantamos. Y así nos va. Y así le va a la Iglesia. Y así también a los organigramas y acciones, que llamamos apostolado, pero que son puras acciones nuestras, muchas veces acciones puramente humanas, vacías del Espíritu de Cristo: “Si el sarmiento no está unido a la vid, no puede dar fruto”.

El primer apostolado es cumplir la voluntad del Padre, como Cristo:“Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra” (Jn 4,34), o con San Pablo: “Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación” (1Tes 4,3). El apostolado primero y más esencial de todos es ser santos, es estar y vivir unidos a Dios, y para ese apostolado, la oración es lo primero y esencial. Lo ha dicho muy claro el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica NMI.

Y lamento enormemente cómo esto se sigue ignorando en Sínodos y reuniones arciprestales y pastorales, donde seguimos con un concepto rancio de apostolado, anticuado, identificado con actividades con los hermanos más que en la actividad primera y esencial con Dios, para recibir su Espíritu, la fuerza y la vida de todo lo que hagamos; y esta actividad primera con Dios se llama oración, encuentro con Él, “contemplata aliis tradere” (predicar lo que habéis contemplado), “venid vosotros a un sitio aparte, “para hablar a los hombres de Dios, primero es hablar con Dios”, que debe ser el fundamento de todos los apostolados cristianos, porque nos une directamente con la fuente de todo apostolado, que es Cristo. Hacia Él tienen que ir dirigidos todos nuestros pasos, cosa imposible si no oramos nosotros. Y por esta razón, la oración ha de ser siempre el corazón y el alma de todo apostolado.

Hay muchos apostolados sin Cristo, aunque se guarden las formas; y para empezar bien, para orar, es absolutamente necesario vivir en conversión continua. Ya he repetido que para mí estos tres verbos: amar, orar y convertirse se conjugan exactamente igual; sin conversión, no podemos llegar al amor personal de Cristo y sin amor personal a Cristo, puede haber acciones, muy bien programadas, muy llamativas, pero no son apostolado, porque no se hacen con Cristo en el corazón y en la vida. Así es cómo definíamos antes al apostolado: llevar las almas a Dios. Ahora, la verdad es que no sé a dónde las queremos llevar muchas veces, incluso en los mismos sacramentos, por la forma de celebrarlos, y he visto algunos programas de apostolado donde no aparece ni el nombre de Jesucristo, santidad...

Desde el momento en que renunciamos a la conversión permanente, nos hemos cargado la parte principal de nuestro sacerdocio como sacramento de Cristo, prolongación de Cristo, humanidad supletoria de Cristo, porque no podremos llegar a una amistad sincera y vivencial con Él y lógicamente se perderá la eficacia principal de nuestro apostolado.

Cristo no lo pudo decir más claro, pero en las programaciones pastorales se ignora con mucha frecuencia: “Yo soy la vid verdadera y mi padre es el viñador. Todo sarmiento que en mi no lleve fruto, lo cortará; y todo el que de fruto, lo podará, para que de mas fruto... como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mi. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en el, ese da mucho fruto, porque sin mi no podéis hacer nada” (Jn 15,1-5).

Si no se llega a esta unión con el único Sacerdote y Apóstol y Salvador que existe, tendrás que sustituirlo por otros sacerdocios, apostolados y salvaciones... sencillamente porque no has querido que Dios te limpie del amor idolátrico que te tienes y así, aunque llegues a altos cargos y demás... estarás tan lleno de ti mismo que en tu corazón no cabe Cristo, al menos en la plenitud que Él quiere y para la que te ha llamado. Pero eso sí, esto no es impedimento para que seas buena persona, tolerante, muy comprensivo..., pero de hablar y actuar claro y encendido y eficazmente en Cristo, nada de nada; y no soy yo, lo ha dicho Cristo: trabajarás más mirando tu gloria que la de Dios, sencillamente porque pescar sin Cristo es trabajo inútil y las redes no se llenan de peces, de eficacia apostólica.

Y así es sencillamente la vida de muchos cristianos, sacerdotes, religiosos, que, al no estar unidos a Él con toda la intensidad y unión que el Señor quiere, lógicamente no podrán producir los frutos para los que fuimos elegidos por Él. ¿De dónde les ha venido a todos los santos, así como a tantos apóstoles, obispos, sacerdotes, hombres y mujeres cristianas, religiosos/as, padres y madres de familia, misioneros y catequistas, que han existido y existirán, su eficacia apostólica y su entusiasmo por Cristo? De la experiencia de Dios, de constatar que Cristo existe y es verdad y vive y sentirlo y palparlo... no meramente estudiarlo, aprenderlo o creerlo como si fuera verdad o predicar las verdades cristianas como si se tratase de un sistema filosófico, pero no personas vivas con las cuales se habla y se convive y es verdad que nos llenan y nos hacen felices. El cristianismo como verdad de fe vale para salvarse, pero no para contagiar pasión por Cristo.

¿Por qué los Apóstoles permanecieron en el Cenáculo, llenos de miedo, con las puertas cerradas, antes de verle a Cristo resucitado? ¿Por qué incluso, cuando Cristo se les apareció y les mostró sus manos y sus pies traspasados por los clavos, permanecieron todavía encerrados y con miedo? ¿Es que no habían constatado que había resucitado, que estaba en el Padre, que tenía poder para resucitar y resucitarnos? ¿Por qué el día de Pentecostés abrieron las puertas y predicaron abiertamente y se alegraron de poder sufrir por Cristo? Porque ese día lo sintieron dentro, Cristo vino como hecho fuego, como llama ardiente en su corazón, y eso vale más que todo lo que vieron sus ojos de carne en los tres años de Palestina e incluso en las mismas apariciones de resucitado.

En el día de Pentecostés vino Cristo todo hecho fuego y llama de Espíritu Santo a sus corazones, no como experiencia puramente externa de aparición corporal, sino con presencia y fuerza de Espíritu quemante, sin mediaciones exteriores o de carne, sino hecho “llama de amor viva”, y esto les quemó y abrasó las entrañas, el cuerpo y el alma y esto no se puede sufrir sin comunicarlo.

“María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. Ahí es donde nuestra hermosa Nazarena, la Virgen bella aprendió a conocer a su hijo Jesucristo y todo su misterio, y lo guardaba y lo amaba y lo llenaba con su amor, pero a oscuras, por la oración, la meditación de todo lo que veía y oía, más por lo interior que por lo exterior, y así lo fue conociendo, “concibiendo a su hijo antes en su corazón que en su cuerpo”.

Pablo no conoció al Cristo histórico, no le vio, no habló con Él, en su etapa terrena. Y ¿qué pasó? Pues que para mí y para mucha gente le amó más que otros apóstoles que lo vieron físicamente. Él lo vio en vivencia y experiencia mística, espiritual, sintiéndolo dentro, vivo y resucitado sin mediaciones de carne, sino de espíritu a espíritu. De ahí le vino toda su sabiduría de Cristo, todo su amor a Cristo, toda su vida en Cristo hasta decir. “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”; “Para mí la vida es Cristo”.

Este Cristo, fuego de vivencia y Pentecostés personal lo derribó del caballo y le hizo cambiar de dirección, convertirse del camino que llevaba, transformarse por dentro con amor de Espíritu Santo. Nos los dice Él mismo: “Yo sé de un cristiano, que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo? Dios lo sabe. Lo cierto es que ese hombre fue arrebatado al paraíso y oyó palabras arcanas que un hombre no es capaz de repetir, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo?, Dios los sabe” (2Cor 12,2-4).

Esta experiencia mística, esta contemplación infusa, vale más que cien apariciones externas del Señor. Tengo amigos, con tal certeza y seguridad y fuego de Cristo, que si se apareciese fuera de la Iglesia, permanecerían ante el Sagrario o en la misa o en el trabajo, porque esta manifestación, que reciben todos los días del Señor por la oración, no aumentaría ni una milésima su fe y amor vivenciales, más quemantes y convincentes que todas las manifestaciones externas.

La mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza mística. Y lo peor es que hoy está tan generalizada esta pobreza, tanto arriba como abajo, que resulta difícil encontrar personas que hablen encendidamente de Dios, del Padre, del Espíritu Santo, de la persona de Cristo, del Sagrario, de la oración, de su presencia y misterio, y los escritos espirituales verdaderos y exigentes ordinariamente no son éxitos editoriales ni de revistas.

Repito: la mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza de vida mística, de vivencia de Dios, de deseos de santidad, de oración, de transformación en Cristo:“Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.” “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo...”, pero conocimiento vivencial, de Espíritu a espíritu, o si quieres, comunicado por el Espíritu Santo, fuego, alma y vida de Dios Trino y Uno.

Todos y cada uno de nosotros, desde que somos engendrados en el seno de nuestra madre, nos queremos infinito a nosotros mismos, más que a nuestra madre, más que a Dios, y si no nos convertimos y matamos este yo, permanecemos siempre llenos y dominados por nuestro amor propio, incluso en muchas cosas que hacemos en nombre de Dios. Por eso, sin oración no hay conversión y sin conversión no puede haber unión con Cristo, y sin unión con Cristo, no podemos hacer las acciones de Cristo, no podemos llevar las almas a Cristo, aunque hagamos cosas muy lindas y llamativas, porque estamos llenos de nosotros mismos y no cabe Cristo en nuestro corazón y sin amor a Cristo sobre el amor propio, algo haremos, pero muy bajito de amor a Cristo.

Por otra parte, si alguno trata de expresarnos defectos o deficiencias apostólicas que observa, aunque sea con toda la delicadeza y prudencia del mundo, qué difícil escucharle y valorarlo y tenerlo junto a nosotros y darle confianza; así que para escalar puestos, a cualquier nivel que sea, ya sabemos todos lo que tenemos que hacer: dar la razón en todo al superior de turno y silenciar todos sus fallos, aunque la vida apostólica no avance, el seminario esté bajo mínimos y los sacerdotes ni hablen ni entiendan de santidad y perfección en el amor a Dios.

Hay demasiados profetas palaciegos en la misma Iglesia de Cristo, dentro y fuera del templo, más preocupados por agradar a los hombres y buscar la propia gloria que la de Dios, que la verdadera verdad y eficacia del evangelio. Jeremías se quejó de esto ante Dios, que lo elegía para estas misiones tan exigentes; el temor a sufrir, a ser censurado, rechazado, no escalar puestos, perder popularidad, ser tachado de intransigente, no justificará nunca nuestro silencio o falsa prudencia.“La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: no me acordaré de el, no hablaré más en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía” (Jr 20,7-9).

El profeta de Dios corregirá, aunque le cueste la vida. Así lo hizo Jesús, aunque sabía que esto le llevaría a la muerte. No se puede hablar tan claro a los poderosos, sean políticos, económicos o religiosos. Él lo sabía y los profetizó, les habló en nombre de Dios. Y ya sabemos lo que le pasó por hablarles así. Hoy y siempre seguirá pasando y repitiéndose su historia en otros hermanos. Lo natural es evitar ser perseguidos y ocupar así los últimos puestos.

Así que por estos y otros motivos, porque la santidad es siempre costosa en sí misma por la muerte del yo que exige y porque además resulta difícil hablar y ser testigos del evangelio en todos los tiempos, los profetas del Dios vivo y verdadero, en ciertas épocas de la historia, los echamos mucho de menos, quizás cuando son más necesarios, o no los colocamos en alto y en los púlpitos elevados para que se les oiga. Y eso que todos hemos sido enviados desde el santo bautismo a predicar y ser testigos de la Verdad.

Por eso escasean los profetas a ejemplo de Cristo, del Bautista, de Pablo, los verdaderos y evangélicos profetas que nos hablen en nombre de Dios y nos echen en cara nuestras actitudes y criterios defectuosos; y si lo haces, pierdes amigos y popularidad; primero, porque hay que estar muy limpios, y segundo, porque hay que estar dispuestos a sufrir por el reinado de Dios y quedar en segundos puestos. Y esto se puede contatar en la Iglesia y en las diócesis, y de esto se resiente luego la Iglesia.

“La paz de la oración consiste en sentirse lleno de Dios, plenificado por Dios en el propio ser y, al mismo tiempo, completamente vacío de sí mismo, a fin de que Él sea Todo en todas las cosas. Todo en mi nada. En la oración, todos somos como María Virgen: sin vacío interior (sin la pobreza radical), no hay oración, pero tampoco la hay sin la Acción del Espíritu Santo. Porque orar es tomar conciencia de mi nada ante Quien los es todo.

Porque orar es disponerme a que Él me llene, me fecunde, me penetre, hasta que sea una sola cosa con Él. Como María Virgen: alumbradora de Dios en su propia carne, pues para Dios nada hay imposible. Vacío es pobreza. Pero pobreza asumida y ofrecida en la alegría. Nadie más alegre ante los hombres que el que se siente pobre ante Dios. Cuanto menos sea yo desde mí mismo, desde mi voluntad de poder, tanto más seré yo mismo de Él y para los demás. Donde no hay pobreza no hay oración, porque el humano (hombre o mujer) que quiere hacerse a sí mismo, no deja lugar dentro de sí, de su existencia, de su psiquismo a la acción creadora y recreadora del Espíritu”26.

LA ORACIÓN, FUNDAMENTO DE LA SANTIDAD Y DEL APOSTOLADO, EN LA CARTA APOSTÓLICA DE JUAN PABLO II “NOVO MILLENNIO INEUNTE

Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, cuando invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de vida apostólica, pero no de métodos y organigramas, donde expresamente nos dice “no hay una fórmula mágica que nos salva”, “el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo”, sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a Él por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía.

Insisto que el Papa, en esta carta, los que quiere es hablarnos del apostolado que debemos hacer en este nuevo milenio que empieza, y al hacerlo, espontáneamente le sale la verdad: lo que más le interesa, al hablarnos de apostolado, es subrayar y recalcar la necesidad de la espiritualidad de todo apostolado, y para eso, la meta es la santidad, la unión con Dios y el camino imprescindible para esta santidad y unión con Dios es la oración, por eso nos habla de la necesidad absoluta de la oración, alma de toda acción apostólica: actuar unidos a Cristo desde la santidad y la oración... caminar desde Cristo, porque aquí está la fuente y la eficacia de toda actividad apostólica verdaderamente cristiana.

Qué pena tengo, pero real, que después de esta doctrina del Papa, en Sínodos, reuniones pastorales, Congresos y Convenciones… sigamos como siempre, hablando de acciones con niños, jóvenes, adultos, si tenerlas así o de la otra forma, poniendo en ellas toda la eficacia y la solución de los problemas apostólicos sin tener en el horizonte y en la base y en la ejecución el nuevo concepto del apostolado perfecto y total, que es llevar las almas a Dios directamente, y para eso el camino más recto es la oración; la oración nuestra personal, para preparar y llevar a efecto la de los evangelizandos; y la de los que “apostolizamos”, porque si en nuestros apostolados con ellos les llevamos directamente a la oración, les hemos llevado directamente al final de todo apostolado y al sentido último de toda nuestra acción apostólica, porque les hemos hecho encontrarse directamente con Dios, sin necesidad de tantas acciones intermedias, que nos pasamos años y años con ellas, con este esquema, con estas notas que me mandan cada año, y no llegamos al final de todo, a que se encuentren directamente con Cristo, a que oren personalmente, a que dialoguen todos los días con Dios, con lo cual está todo solucionado, quiero decir, se ha escogido el camino único y verdadero del encuentro con Dios, que habrá que recorrer luego cada uno y que cuesta esfuerzo y tiempo, pero por lo menos no anda uno “extraviado” toda la vida cristiana o apostólica.

El camino y la verdad y la vida es Cristo, y sin encuentro personal con Él no hay cristianismo, y el camino para encontrarnos con Él —ningún santo y apóstol verdadero que no lo ha dicho—, es la oración: “Que no es otra cosa oración sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama.”

Cristo se manifiesta y lo encontramos en la oración, cosa que no logramos con nuestras reuniones muchas veces. La oración es el apostolado primero y fundamental, es empezar hablando con Él y pidiendo, para que nos diga qué y cómo llevar directamente las almas hasta Él, para no ir sin Él a la acción o las mediaciones, que a veces no llegan hasta Él; luego vendrán los medios, que son a los que únicamente llamamos y tenemos por apostolado, — acciones apostólicas, en las que Dios no está presente y es buscado, tantas catequesis, predicaciones, reuniones que nunca llegan hasta Él, se quedan siempre en eternos apostolados de preparación para el encuentro.

La santidad es la unión plena con Dios. Y para esta unión plena y transformante en Dios, el camino principal y fundamental y base de todos los demás es la oración contemplativa o infusa de Dios en el alma. Como por otra parte, “sin mí no podéis hacer nada” y “todo lo puedo en aquel que me conforta”, resulta que quien está totalmente unido a Dios y el que más agua de gracia divina puede llevar a los surcos de la vida de los hombres y del mundo, el mejor apóstol.

Voy a recorrer la Carta, poniendo el número correspondiente y citando brevemente las palabras de Juan Pablo II. Insisto que al Papa, lo que más le interesa, es hablarnos del Apostolado, del nuevo dinamismo que debe tener la Iglesia al empezar el Nuevo Milenio, pero al hablarnos de apostolado, quiere subrayar y recalcar, como el primero y fundamental, la necesidad de la espiritualidad de todo apostolado, y para eso, la meta es la santidad, la unión con Dios y el camino imprescindible para esta santidad es la oración, cuanto más elevada mejor, porque indica mayor unión de transformación en Dios. Por eso nos habla de la necesidad absoluta de la oración, alma de toda acción apostólica: actuar unidos a Cristo desde la santidad y la oración... caminar desde Cristo, porque aquí está la fuente y la eficacia de toda actividad apostólica verdaderamente cristiana.

Paso a citar algunos de los textos de la Carta Apostólica Novo millennio ineunte donde el Papa nos habla de esta experiencia de Dios, poniendo los números pertinentes, para que, quien quiera ampliarlos, pueda hacerlo acercándose a la Carta, porque yo sólo cito lo que considero más importante:

Un nuevo dinamismo

15. Es mucho lo que nos espera y por eso tenemos que emprender una eficaz programación pastoral posjubilar.

Sin embargo, es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del «hacer por hacer». Tenemos que resistir a esta tentación, buscando «ser» antes que «hacer». Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: «Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria» (Lc 10,41-42). Con este espíritu, antes de someter a vuestra consideración unas líneas de acción, deseo haceros partícipes de algunos puntos de meditación sobre el misterio de Cristo, fundamento absoluto de toda nuestra acción pastoral.

CAPÍTULO 2

UN ROSTRO PARA CONTEMPLAR

16. «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizás cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?

Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El Gran Jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.

17. La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el final, está impregnada de este misterio, señalado oscuramente en el Antiguo Testamento y revelado plenamente en el Nuevo, hasta el punto de que san Jerónimo afirma con vigor: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo». Teniendo como fundamento la Escritura, nos abrimos a la acción del Espíritu (cf Jn 15,26), que es el origen de aquellos escritos, y, a la vez, al testimonio de los Apóstoles (cf. Ib. 27), que tuvieron la experiencia viva de Cristo, la Palabra de vida, lo vieron con sus ojos, lo escucharon con sus oídos y lo tocaron con sus manos (cf. 1Jn 1,1).

El camino de la fe

19. «Los discípulos se alegraron de ver al Señor» (Jn 20,20). El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años, y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles «las manos y el costado» (ib). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso itinerario del espíritu (cf Lc 24,13-35). El apóstol Tomás creyó únicamente después de haber comprobado el prodigio (cf Jn 20,24-29). En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro. Esta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf Mt 16,13-20). A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la «gente» que es él, recibiendo como respuesta: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16,14). Respuesta elevada, pero distante aún —y ¡cuánto!— de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, Jesús es muy distinto. Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que él espera de los «suyos»: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: «Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).

20. ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (16,17). La expresión «carne y sangre» evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de «revelación» que viene del Padre (cf ib). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús «estaba orando a solas» (Lc 9,18).

Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14).

La profundidad del misterio

21. ¡La Palabra y la carne, la gloria divina y su morada entre los hombres! En la unión íntima e inseparable de estas dos polaridades está la identidad de Cristo, según la formulación clásica del Concilio de Calcedonia (a. 451): «Una persona en dos naturalezas». La persona es aquella, y sólo aquella, la Palabra eterna, el hijo del Padre con sus dos naturalezas, sin confusión alguna, pero sin separación alguna posible, son la divina y la humana.

Somos conscientes de los límites de nuestros conceptos y palabras. La fórmula, aunque siempre humana, está sin embargo expresada cuidadosamente en su contenido doctrinal y nos permite asomarnos, en cierto modo, a la profundidad del misterio. Ciertamente, ¡Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre! Como elapóstol Tomás, la Iglesia está invitada continuamente por Cristo a tocar sus llagas, es decir a reconocer la plena humanidad asumida en María, entregada a la muerte, transfigurada por la resurrección: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado» (Jn 20,27). Como Tomás, la Iglesia se postra ante Cristo resucitado, en la plenitud de su divino esplendor, y exclama perennemente:

«¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28).

23. «Señor, busco tu rostro» (Sal 27[26],8). El antiguo anhelo del Salmista no podía recibir una respuesta mejor y sorprendente más que en la contemplación del rostro de Cristo. En él Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho «brillar su rostro sobre nosotros» (Sal 67[66],3). Al mismo tiempo, Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico rostro del hombre, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre».

Jesús es el «hombre nuevo» (cf Ef 4,24; Col 3,10) que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites y contradicciones, moviéndose hacia Dios mismo, más aún, hacia la meta de la «divinización», a través de la incorporación a Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinitaria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.

Rostro del Resucitado

28. La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que llora por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21,15.17). Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1,21). Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. « Jesu, dulcis memoria, dans vera cordis gaudia»: ¡Cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, animada por esta experiencia, retorna hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 3,8).

CAPITULO 3

CAMINAR DESDE CRISTO

29. «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Esta certeza, queridos hermanos y hermanas, ha acompañado a la Iglesia durante dos milenios y se ha avivado ahora en nuestros corazones por la celebración del Jubileo. De ella debemos sacar un renovado impulso en la vida cristiana, haciendo que sea, además, la fuerza inspiradora de nuestro camino. Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, nos planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés: «Qué hemos de hacer, hermanos?» (Hch 2,37).

Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!

No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz. Sin embargo, es necesario que el programa formule orientaciones pastorales adecuadas a las condiciones de cada comunidad.

Doy las gracias por la cordial adhesión con la que ha sido acogida la propuesta que hice en la Carta apostólica Tertio millennio adveniente. Sin embargo, ahora ya no estamos ante una meta inmediata, sino ante el mayor y no menos comprometedor horizonte de la pastoral ordinaria. Dentro de las coordenadas universales e irrenunciables, es necesario que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial, como siempre se ha hecho. En las Iglesias locales es donde se pueden establecer aquellas indicaciones programáticas concretas —objetivos y métodos de trabajo, de formación y valorización de los agentes y la búsqueda de los medios necesarios— que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura.

Por tanto, exhorto ardientemente a los Pastores de las Iglesias particulares a que, ayudados por la participación de los diversos sectores del Pueblo de Dios, señalen las etapas del camino futuro, sintonizando las opciones de cada Comunidad diocesana con las de las Iglesias colindantes y con las de la Iglesia universal.

Nos espera, pues, una apasionante tarea de renacimiento pastoral. Una obra que implica a todos. Sin embargo, deseo señalar, como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales que la experiencia misma del Gran Jubileo ha puesto especialmente de relieve ante mis ojos.

LA SANTIDAD

30.- “En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad...Este don de santidad, por así decir, se da a cada bautizado...“Esta es la voluntad de Dios; vuestra santificación” (1Tes 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor” (Lumen Gentium, 40).

31.- “Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede “programar” la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias... Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos “genios” de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno... Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia.”

 

LA ORACIÓN

32.- “Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración... Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos:“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Jn 15,4).

Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial (cfr. SC.10), pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas”.

33.- “La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede enseñar mucho a este respecto. Muestra cómo la oración puede avanzar, como verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre. Entonces se realiza la experiencia viva de la promesa de Cristo: “El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Se trata de un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual, que encuentre también dolorosas purificaciones (la “noche oscura”), pero que llega, de tantas formas posibles, al indecible gozo vivido por los místicos como unión esponsal”. ¿Cómo no recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Jesús?

Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas “escuelas de oración”, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el “arrebato del corazón”. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparte del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.

Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino “cristianos con riesgo”. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición.

Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral... Cuánto ayudaría que no sólo en las comunidades religiosas, sino también en las parroquiales, nos esforzáramos más, para que todo el ambiente espiritual estuviera marcado por la oración.”

Primacía de la gracia

38.- “En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15,5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5,5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitidle al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración.”

Escucha de la Palabra

39.- “No cabe duda de que esta primacía de la santidad y de la oración sólo se puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios. Desde que el Concilio Vaticano II ha subrayado el papel preeminente de la palabra de Dios en la vida de la Iglesia, ciertamente se ha avanzado mucho en la asidua escucha y en la lectura atenta de la Sagrada Escritura. Ella ha recibido el honor que le corresponde en la oración pública de la Iglesia. Tanto las personas individualmente como las comunidades recurren ya en gran número a la Escritura, y entre los laicos mismos son muchos quienes se dedican a ella con la valiosa ayuda de estudios teológicos y bíblicos. Precisamente con esta atención a la palabra de Dios se está revitalizando principalmente la tarea de la evangelización y la catequesis. Hace falta, queridos hermanos y hermanas, consolidar y profundizar esta orientación, incluso a través de la difusión de la Biblia en las familias. Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia”.

Anuncio de la Palabra

40.- “Alimentarnos de la Palabra para ser «servidores de la Palabra» en el compromiso de la evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio. Ha pasado ya, incluso en los Países de antigua evangelización, la situación de una «sociedad cristiana», la cual, aún con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza. He repetido muchas veces en estos años la «llamada» a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de a predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: «Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Cor 9,16).

Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos «especialistas», sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo”.

– 4 –

LA PEOR POBREZA DE LA IGLESIA ES LA POBREZA MÍSTICA

Terminado este testimonio del Papa Juan Pablo II en la Novo millennio ineunte, quisiera añadir que la mayor pobreza de la Iglesia será siempre, como ya he repetido, la pobreza mística, la pobreza de santidad, de vida de oración, sobre todo, de oración eucarística, porque no entiendo que uno quiera buscar y encontrarse con Cristo y no lo encuentre donde está más plena y realmente en la tierra, que es en la eucaristía como misa, comunión y sagrario: “Qué bien se yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta fonte está escondida, en este pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas y de este agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche”. Es por fe, caminando en la oración desde la fe. La iniciativa siempre parte de Dios que viene en mi busca.

Por eso, si los formadores de comunidades parroquiales, de noviciados y seminarios no tienen una profunda experiencia de oración y vida espiritual, insisto una vez más, será muy difícil que puedan guiarlas hasta la unión afectiva y existencial con Cristo. Es sumamente necesario y beneficioso para la Iglesia, que lo obispos se preocupen de estas cosas durante el tiempo propicio, que es el tiempo de formación de los seminarios, para no estar luego toda la vida sufriendo sus consecuencias negativas tanto para el apostolado como para la misma vida diocesana, por una deficiente formación espiritual.

Me duele muchísimo tener que decir esto, porque puedo hacer sufrir y me harán sufrir, pero se trata del bien de los hermanos, que han de ser formados en el espíritu de Cristo. De los seminarios y casas de formación han de salir desde el Papa hasta el último ministro de la Iglesia.

Los seminarios son la piedra angular, la base, el corazón de vida de todas las diócesis y si el corazón está fuerte, todo el organismo también, y, si por el contrario, está débil o muerto, también lo estarán las diócesis y las parroquias y los grupos y las catequesis y todos los bautizados, que deben ser evangelizados por estos sacerdotes. Prescindiendo de otros canales, que siempre hay en la vida de la Iglesia, al menos por estos entrará menos agua. Por eso, qué interés, qué cuidado, qué ocupación y preocupación tienen los buenos obispos, que hay muchos y bien despiertos y centrados, por sus seminarios, por la pastoral vocacional, por el trato familiar con los seminaristas... Este es el apostolado más importante del Obispo y de toda la diócesis; qué bendición del cielo tan especial son estos obispos, que, en su esquema de diócesis, lo primero es el seminario, los sacerdotes, la formación espiritual de los pastores. Aquí se lo juega todo la Iglesia, la Diócesis, porque es la fuente de toda evangelización. Para todo obispo, donde se ve su amor auténtico a Cristo y a su Iglesia, es su seminario y los sacerdotes. Cómo se nota cuando esto sale del alma, cuando se vive y apasiona… y cuando es un compromiso más, cuando no han llegado a esta identificación de seminario y sacerdotes con Cristo. Pidamos que Dios mande a su Iglesia Obispos que vivan su seminario.

La Iglesia, los consagrados, los apóstoles, cuanto más arriba estemos en la Iglesia, más necesitados estamos de santidad, de esta oración continua ante el Sacerdote y Víctima de la santificación, nuestro Señor Jesucristo. ¡Qué diferencias a veces entre diócesis limítrofes, entre seminarios y seminarios! ¡Qué envidia santa y no sólo por el número sino por la orientación, la espiritualidad, por todo esto que dice el Papa en su Carta Apostólica! ¡Qué alegría ver realizados los propios sueños aunque sea en diócesis hermanas! Y es la misma gente... Y estamos al lado, pero muchas de estas cosas nos pasan por ser diócesis pequeñas. Y no quiero ahondar en la herida pero hace años que ya se acabó aquello de parroquias de entrada, promoción, término...

Estando estudiando en Roma, recuerdo por lo expresiva y gráfica una frase que no he olvidado en la vida. Se habían inundado unos barrios romanos, el Papa Pablo VI fue a visitarlos y en una pancarta grande tenían escrito sus habitantes, más como aclaración resignada que como protesta: TODO NOS PASA A LOS POBRES.

Señor ¿también tenías esto presente, cuando dijiste a tu Iglesia, que los pequeños tenían que ser los preferidos? Me gustaría que este deseo tuyo se realizara con más frecuencia, no digo siempre, pero más veces; es que cuando uno lleva años y años en una diócesis pequeña... si la quieres, es mucho lo que se sufre. Hermanos, perdonad mi dureza. Casi todos los obispos nos dieron las gracias al marcharse a otras diócesis porque aquí aprendieron a ser obispos... Es que somos diócesis de entrada.

La Iglesia, los consagrados, los apóstoles, cuanto más arriba estemos en la Iglesia, más necesitados estamos de santidad, de esta oración continua ante el Sacerdote y Víctima de la santificación, nuestro Señor Jesucristo.

SACERDOS 2: LA SEGUNDA PARTE HASTA EL Nº 5 INCLUSIVE ES MUY INTERESANTE. VOY A COPIAR EL Nº 5 PRIMERO, Y PONGO EL RESTO A CONTINUACIÓN

 

– 5 – IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN EUCARÍSTICA PARA LA VIDA Y

        EL MINISTERIO SACERDOTAL

“Adoro te devote, latens Deitas...” Te adoro devotamente, oculta Divinidad... Queridos hermanos y amigos sacerdotes del arciprestazgo, nuestra primera mirada sea para el Señor, presente en medio de nosotros, bajo el signo sencillo, pero viviente del pan consagrado. Jesús, Sacerdote y Pastor supremo, te adoramos devotamente en este pan consagrado. Toda nuestra vida y nuestro corazón ante Ti se inclinan y arrodillan, porque quien te contempla con fe, se extasía y desfallece de amor.

Como estoy ante muy buenos latinistas, -en nuestro tiempo se estudiaba y se sabía mucho latín,- tengo que advertir que la traducción del himno es libre, pero así expreso mejor nuestros sentimientos de admiración sacerdotal ante este misterio de amor de Jesús hacia los hombres, sus hermanos. Nos amó hasta el extremo del tiempo y del espacio, hasta el extremo del amor y de sus fuerzas: “Yo estaré siempre con vosotros hasta el final de los tiempos”. Ordinariamente comentamos esta promesa del Señor en la vertiente que mira hacia Él, es decir, su amor extremo y deseo de permanecer junto a nosotros. Pero me gustaría también que fuera nuestra respuesta en relación con Él: Señor, nosotros estaremos siempre contigo en respuesta de amor ante tu presencia sacramentada en la Eucaristía.

Si el Señor se queda, es de amigos corresponder a su presencia eucarística, porque el sagrario para nosotros no es un objeto más de la iglesia ni su imagen, es Cristo en persona, vivo y resucitado, con toda su vida y hechos salvadores para nuestras parroquias y para nuestra vida y apostolado.

Por eso me atrevo a deciros, que todos los creyentes, pero especialmente nosotros, los sacerdotes, que además servimos de ejemplo para nuestros feligreses, tenemos que vigilar mucho nuestro comportamiento con el sagrario, es decir, con Jesucristo vivo y en persona, con su presencia eucarística, pues nos jugamos toda nuestra vida personal y apostólica en relación con Él, porque Jesucristo Eucaristía no es una parte del evangelio, de la salvación, de la liturgia o de la teología, es todo el evangelio, toda la salvación, Cristo entero y completo, Dios y hombre verdadero, es la vid, de la cual todos nosotros somos sarmientos.

Repito que hay que tener mucho cuidado con nuestro comportamiento con la Eucaristía. Pongamos un ejemplo: si después de la Eucaristía, hablo y me comporto en la iglesia, como si Él no estuviera allí, como si estuviera en un salón, entonces me cargo todo lo que he celebrado y predicado, porque este comportamiento lo destroza y pisotea y no soy coherente con la verdad celebrada y predicada, que es Cristo, que permanece vivo, vivo y resucitado para ayudarnos en todo. Estas cosas que se refieren al Señor, sobre todo, a la Eucaristía, hay que decirlas con mucha humildad, porque hay que decirlas también con mucha verdad y esto no es siempre agradable. En estos momentos estamos en su presencia y no podemos engañarle ni engañarnos, no puedo ni debo, porque os quiero y deseo deciros verdades a veces un poco desagradables, lo cual es doloroso, máxime siendo uno también pecador, necesitado de perdón y comprensión.

Queridos hermanos, es tanto lo que me gusta estar en oración con vosotros y tantísimo lo que debo a esta presencia de Jesús sacramentado, confidente y amigo, que me lanzo sin reparar mucho cómo pueda hacerlo ni a dónde llegar. Todo quiere ir con amor, con verdad, con humildad, actitudes propias del que se siente agradecido pero a la vez, deudor, ahora y más tarde y siempre a su presencia eucarística. Deudor es traducción de limitado en cualidades y amor, finito en perfecciones, pecador en activo. Pero esto no me impide hablar de Él y de su presencia eucarística aunque sea deficitario ante ella.

Dice el Vaticano II, en el Decreto sobre el Ministerio y Vida de los Presbíteros: “Pero los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía y hacia ella se ordenan. Pues en la sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo, que, por su carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da la vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con Él. Por lo cual, la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización...La casa de oración en que se celebra y se guarda la sagrada Eucaristía y se reúnen los fieles, y en la que se adora para auxilio y solaz de los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el ara sacrificial, debe estar limpia y dispuesta para la oración y para las funciones sagradas. En ella son invitados los pastores y los fieles a responder con gratitud a la dádiva de quien...” (PO 5).

Ante esta doctrina teológica y litúrgica, tan clara del Concilio, nosotros debemos preguntarnos cómo la estamos viviendo, si verdaderamente Cristo Eucaristía es el centro de nuestra vida personal y apostólica, hacia dónde está orientado nuestro apostolado, a dónde apuntamos y queremos llegar. Porque hasta dónde llegaron los mejores Apóstoles y ministros y cristianos que ha tenido la Iglesia, cómo vivieron, trabajaron y recibieron fuerzas para el camino, sí lo sabemos por sus vidas, su apostolado y sus escritos. Ni un sólo apóstol fervoroso, ni un sólo santo que no fuera eucarístico. Ni uno sólo que no haya sentido necesidad de Eucaristía, de oración eucarística, que no la haya vivido y amado, ni uno solo. Aquí lo aprendieron todo. Y de aquí sacaron la luz y la fuerza necesarias para desarrollar luego su actividad o el carisma propio de cada uno, muy diversos unos de otros, pero todos bebieron en la fuente de la Eucaristía, que mana y corre siempre abundantemente, “aunque es de noche”, aunque tiene que ser por la fe. Todos pusieron allí su tienda, el centro de sus miradas, pasando todos los días largos ratos con Él, primero en fe seca, como he dicho, a palo seco, sin sentir gran cosa, luego poco a poco pasaron de acompañar al Señor a sentirse acompañados, ayudados, fortalecidos, una veces rezando, otras leyendo, otras meditando con libros o sin libros, en oración discursiva, mental, avanzando siempre en amistad personal, otras, más avanzados, dialogando, “tratando a solas”, trato de amistad, oración afectiva, luego con una mirada simple de fe, con ojos contemplativos, silencio, quietud, simple mirada, recogimientos de potencias, una etapa importante, se acabó la necesidad del libro para meditar y empieza el tú a tú, simple mirada de amor y de fe, “noticia amorosa” de Dios, “ciencia infusa”, “contemplación de amor”.

Señor, ahora empiezo a creer de verdad en Ti, a sentir tu presencia y ayuda, ahora sí que sé que eres verdad y vives de verdad y estás aquí de verdad para mí, no solo como objeto de fe sino también de mi amor y felicidad. Hasta ahora he vivido de fe heredada, estudiada, examinada y aprobada, que era cosa buena y estaba bien, pero no me llenaba, porque muchas veces era puro contenido teórico; ahora, Señor, te siento viviente, por eso me sale espontáneo el diálogo contigo, ya no digo Dios, el Señor, es decir, no te trato de Ud, sino de tú a tú, de amigo a amigo, mi fe es mía, es personal y viva y afectiva, lo que yo veo y contemplo, no puramente heredada, me sale el diálogo y la relación directa contigo. Te quiero, Señor, y te quiero tanto que deseo voluntariamente atarme a la sombra de tu santuario, para permanecer siempre junto a ti, mi mejor amigo.

Ahora empiezo a comprender este misterio, todo el evangelio, pasajes y hechos que había entendido de una forma determinada hasta ahora, ya los comprendo totalmente de una forma diferente, porque tu Espíritu me lleva hasta “la verdad completa”; ahora todo el evangelio me parece distinto, es que he empezado a vivirlo y gustarlo de otra forma. Ahora, Señor, es que te escucho perfectamente lo que me dices desde tu presencia eucarística sobre tu persona, tu manera de ser y amar, sobre tu vida, sobre el evangelio, ahora lo comprendo todo y me entusiasma porque lo veo realizado en la Eucaristía y esto me da fuerzas y me mete fuego en el alma para vivirlo y predicarlo. Realmente tu persona, tus misterios, tu evangelio no se comprenden hasta que no se viven.

Santa Teresa, refiriéndose a la etapa de su vida en que no se entregó totalmente a Dios, elogia sus ratos de oración, donde al estar delante de Dios, sentía cómo Dios la corregía: “...porque, puesto que siempre estamos delante de Dios, paréceme a mí es de otra manera los que tratan de oración, porque están viendo que los mira; que los demás podrá ser estén algunos días que aun no se acuerden que los ve Dios. Verdad es que, en estos años, hubo muchos meses -y creo que alguna vez año- que me guardaba de ofender al Señor y me daba mucho a la oración, y hacía algunas y hasta diligencias para no le venir a ofender”27 La presencia de Dios en la oración, máxime si es tan cercana, como la presencia eucarística, no se aguanta, si uno no está dispuesto a convertirse.

Señor, qué alegría sentirte como amigo, para eso instituiste este sacramento, no quiero dejarte jamás, y unas veces me enciendo en tu amor y te prometo no apartarme jamás de la sombra de tu santuario; otras veces, me corriges y empiezas a decirme mis defectos: quita esa soberbia, ese buscarte que tienes tan dentro, y salgo decidido a ponerlo en práctica con tu ayuda; otras veces me siento de repente lleno de tus sentimientos y actitudes y quiero amar a todos, perdonarlo todo y así van pasando los días y cada vez más juntos:“Tú en mí y yo en ti, que seamos uno, como el Padre está en mí y yo en el Padre”.

Otras veces, por el contrario, todo se viene abajo y soy yo el que digo: Señor, ayúdame, he vuelto a caer otra vez en el pecado, de cualquier clase que sea, y cómo se siente el perdón y la misericordia del Señor, cómo le vemos a Cristo salir del sagrario y acercarse y arrodillarse y lavar nuestros pies, nuestros pecados y oigo su voz: “Vete en paz, yo no te condeno”, y qué alegría siente uno, porque siente verdaderamente el abrazo y el beso de Cristo: “El padre lo besó y abrazó y dijo...”, sentir todo esto y saber que del pecado de ahora y de siempre no queda ni rastro en mi alma y menos en el corazón y la memoria de Dios. Y entonces es cuando por amar y sentir el amor de Cristo, uno empieza a tratar de no pecar y corregirse más por no querer disgustarle y no romper el amor y la unión con Él que por otros motivos.

¡Cuánta soberbia a veces en nuestras tristezas por los pecados, en nuestros arrepentimientos llenos de depresión por no reconocernos débiles y pecadores, por lo que somos y de donde no podemos salir con nuestras propias fuerzas sino con la ayuda de Dios! ¡Cuánto dolor o amargura soberbia! Nos parecemos al fariseo, deseamos apoyarnos en nosotros, en una vida limpia para acercarnos a Dios mirándole como de igual a igual, sin tener necesidad siempre de su gracia y ayuda, como si no le debiéramos nada y no fuéramos simples criaturas. Nuestro deseo debe ser ofrecer a Dios una vida limpia, pero si caemos, Él siempre nos sigue amando y perdonando, siempre nos lava de nuestros pecados. Que sólo Dios es Dios, y todos los demás estamos necesitados de su gracia y de su perdón, de la conversión permanente, en la que los pecados prácticamente no nos alejan de Dios porque no los queremos cometer, no queremos pecar, pero “el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. ¿Hasta qué punto puede pecar uno que no quiere pecar?

Siendo humildes y verdaderos hijos, ni el mismo pecado puede separarnos de Dios, si nosotros no queremos pecar, nada ni nadie nos puede separar del amor de Cristo, si vivimos en conversión sincera y permanente, si no queremos pecar e instalarnos en el pecado, en la lejanía de Dios: “Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿la aflicción? la angustia?¿la persecución?,¿el hambre?¿la desnudez? ¿el peligro?¿la espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado” (Rm 8, 35.37). Por el contrario, cuando uno no vive en esta dinámica de conversión permanente, se le olvidan hasta los medios sobrenaturales, que debe emplear y aconsejar para salir de su mediocridad espiritual. Y si un sacerdote no sabe dirigirse a sí mismo, no sé cómo podrá hacerlo con los demás. Y esto lo comprueba la experiencia.

Hay que decirlo claro, aunque duela: no hago oración, me aburre Cristo, rehuyo el trato personal con Él, no puedo trabajar con entusiasmo por Él, no puedo predicarlo con entusiasmo. Lo peor es si esto se da en los que tienen misión de formar o dirigir a otros hermanos. Las consecuencias son funestas para la diócesis, sobre todo, si se mantiene durante años y años, porque, al no vivir esta experiencia de amistad con Cristo, este deseo de santidad, no vivir este camino de la oración, no lo pueden inculcar ni pueden entusiasmar con Él y a sufrir en silencio, viendo instituciones esenciales para una diócesis que no marchan bien por ignorancia de las cosas espirituales de parte de los responsables; sólo te queda el rezar para que Dios haga un milagro y supla tantas deficiencias, porque si hablas o te interesas por ello, estás “faltando a la caridad...”

No puedo producir frutos de santidad, si no permanezco unido a Cristo. Lo ha dicho bien claro Él: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto... Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis y se os dará. En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seréis discípulos míos” (Jn 15,1-8).

Hace mucho tiempo que no me predican este evangelio. En mi seminario sí me lo predicaron muchas veces y a todos los de mi generación. El apostolado, en definitiva, consiste en que Cristo sea conocido y amado y seguido como único Salvador del mundo y de los hombres. Cómo hacerlo si yo personalmente no me siento salvado, no me siento unido y entusiasmado con Cristo, si fallo en mi oración personal con Él.

Meditemos aquí, hermanos, en la presencia del Señor, en la sinceridad de nuestro apostolado. Seamos coherentes. Mi oración personal, sobre todo, eucarística, es el sacramento de mi unión con el Señor y por eso mismo se convierte a la vez en un termómetro que mide mi unión, mi santidad, mi eficacia apostólica, mi entusiasmo por Él: “Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”. Primero es “estar con Él”, lógico, luego: “enviarlos a predicar”. Antes de salir a predicar, el apóstol debe compartir la comunión de ideales y sentimientos y orientaciones con el Señor que le envía. Y todos los Apóstoles que ha habido y habrá espontáneamente vendrán a la Eucaristía para recibir orientación, fuerza, consuelo, apoyo, rectificación, nuevo envío.

El sacerdote tiene la dimensión profética y debe ser profeta de Cristo, porque ha sido llamado a hablar en lugar de Cristo. Pero además está llamado a ser su testigo y para eso debe saber y haber visto y experimentado lo que dice. Uno no puede ser testigo de Cristo, si no lo ha visto y sentido en su corazón y en su vida. Juan Bautista fue profeta,“la voz que clama en el desierto, preparar el camino del Señor” (Jn 1,24), pero también testigo en el mismo vientre de su madre, donde sintió la presencia del Mesías: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo para dar testimonio de la luz, para que por Él todos vinieran a la fe” (Jn 1,6-8).

El presbítero, tanto en su dimensión profética como sacerdotal, tiene que sustituir a Cristo, es un sustituto de Cristo en la proclamación de la Palabra y en la celebración de sus misterios, y esto le exige y le obliga, al hacerlo “in persona Christi”, vibrar y vivir la vida y los mismos sentimientos de Cristo. El profeta no tiene mensaje propio sino que debe estar siempre a la escucha del que le envía para transmitir su mensaje. Y para todo esto, para ser testigos de la Palabra y del amor y de la Salvación de Cristo, no basta saber unas cuantas ideas y convertirse en un teórico de la vida y del evangelio de Cristo. El haber convivido con Él íntimamente durante largo tiempo, con trato diario, personal y confidente, es condición indispensable para conocerle y predicarlo. Y esta convivencia íntima con el amigo no puede interrumpirse nunca a no ser que se rompa la amistad.

Como dije antes, estar con el amigo y amarlo y seguirlo se conjugan igual y con que una de estas condiciones no se dé, me da igual cuál sea, el nudo se rompe: si no oro, no amo-convierto-vivo como Él; si me canso de orar, me canso de amar- convertirme a Él-vivir como Él; por otra parte, si cambio el lugar de estos verbos, todo sigue igual: por ejemplo, si no amo, si no me convierto, no oro, y si me canso de amar y convertirme, me canso de orar y ya se acabó la vida espiritual, al menos, la fervorosa. Y en afirmativo, todo también es verdad: si oro, amo y me convierto; si amo, también oro y me convierto y si vivo en una dinámica de conversión permanente, es porque oro y amo.

Por eso, y no hay que escandalizarse, es natural que a veces no estemos de acuerdo en programaciones pastorales de conjunto, en la forma de administrar los sacramentos, cuando estas no llevan hasta donde deben ir. Cada uno tiene el apostolado conforme al concepto de Iglesia-parroquia que tiene, y cada uno tiene el concepto de Iglesia-parroquia-apostolado conforme al conocimiento y vivencia que tiene de Cristo, porque la Eclesiología es Cristología en acción, la Iglesia es el Cuerpo de Cristo en el tiempo, y cada uno, en definitiva, tiene el concepto de Cristo y de Cristología y de Eclesiología que vive, no el que aprendió en Teología, porque lo que aprendió en la Teología, si no se vive, termina olvidándose, como lo demuestra la vida y la experiencia de la Iglesia: realmente creemos lo que vivimos y vivimos lo que creemos. Se puede tener un doctorado en Cristología y vivir sin Cristo. Este conocimiento de Cristo por amor se consigue principalmente en ratos de oración eucarística. De aquí la necesidad, tantas veces repetida por el Señor, por el Magisterio de la Iglesia, por los verdaderos apóstoles de todos los tiempos de que los obispos y sacerdotes y los responsables del pastoreo de la Iglesia sean hombres de oración, aspiren a la santidad, cuyo camino principal es la oración».

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Al transcribir esta meditación en el verano del 2001, me encontré con un texto de la Clausura del Congreso Eucarístico Nacional de Santiago, que paso gustoso a copiar:

“Aprender esta donación libérrima de uno mismo es imposible sin la contemplación del misterio eucarístico, que se prolonga, una vez celebrada la Eucaristía, en la adoración y en otras formas de piedad eucarística, que han sostenido y sostienen la vida cristiana de tantos seguidores de Jesús. La oración ante la Eucaristía, reservada o expuesta solemnemente, es el acto de fe más sencillo y auténtico en la presencia del Señor resucitado en medio de nosotros. Es la confesión humilde de que el Verbo se ha hecho carne, y pan, para saciar a su pueblo con la certeza de su compañía. Es la fe hecha adoración y silencio.

Una comunidad cristiana que perdiera la piedad eucarística, expresada de modo eminente en la adoración, se alejaría progresivamente de las fuentes de su propio vivir. La presencia real, substancial de Cristo en las especies consagradas es memoria viva y actual de su misterio pascual, señal de la cercanía de su amor “crucificado” y “glorioso”, de su Corazón abierto a las necesidades del hombre pobre y pecador, certeza de su compañía hasta el final de los tiempos y promesa ya cumplida de que la posesión del Reino de los cielos se inicia aquí, cuando nos sentamos a la mesa del banquete eucarístico.

Iniciar a los niños, jóvenes y adultos en el aprecio de la presencia real de Cristo en nuestros tabernáculos, en la “visita al Santísimo”, no es un elemento secundario de la fe y vida cristiana, del que se puede prescindir sin riesgo para la integridad de las mismas; es una exigencia elemental que brota del aprecio a la plena verdad de la fe que constituye el sacramento: ¡Dios está aquí, venid, adorémosle! Es el test que determina si una comunidad cristiana reconoce que la resurrección de Cristo, cúlmen de la Pascua nueva y eterna, tiene, en la Eucaristía, la concreción sacramental inmediata, como aparece en el relato de Emaús.

Recuperar la piedad eucarística no es sólo una exigencia de la fe en la presencia real de Cristo, sacerdote y víctima, en el pan consagrado, alimento de inmortalidad; es también, exigencia de una evangelización que quiera ser fecunda según el estilo de vida evangélico. ¿No sería obligado preguntarse en esta ocasión solemnísima, si la esterilidad de muchos planteamientos pastorales y la desproporción entre muchos esfuerzos, sin duda generosos, y los escasos resultados que obtenemos, no se debe en gran parte a la escasa dosis de contemplación y de adoración ante el Señor en la Eucaristía? Es ahí donde el discípulo bebe el celo del maestro por la salvación de los hombres; donde declina sus juicios para aceptar la sabiduría de la cruz; donde desconfía de sí para someterse a la enseñanza de quien es la Verdad; donde somete al querer del Señor lo que conviene o no hacer en su Iglesia; donde examina sus fracasos; recompone sus fuerzas y aprende a morir para que otros vivan. Adorar al Señor es asegurar nuestra condición de siervos y reconocer que ni“el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que hace crecer” (1Cor 3,7). Adorar a Cristo es garantizar a la Iglesia y a los hombres que el apostolado es, antes de obra humana, iniciativa de Dios que, al enviar a su Hijo al mundo, nos dio al Apóstol y Sacerdote de nuestra fe.”

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Queridos hermanos sacerdotes, qué claro y evangélico es este texto del Congreso Eucarístico que acabo de transcribir. Por todo esto qué necesario es que el apóstol vuelva con frecuencia a estar con Jesús para comprobar la autenticidad y la continuidad de la entrega primera. Fuera de ese trato personal e íntimo con el Señor no tienen valor ninguno ni las genialidades apostólicas ni la perfección técnica de los programas pastorales. Si la Eucaristía es el centro y culmen de toda la vida apostólica de la Iglesia, ¿cómo prescindir prácticamente de ella en mi vida personal? ¿cómo podrá estar centrado mi apostolado, cómo entusiasmar a mi gente, a mi parroquia con la Eucaristía, con Jesucristo, con su mensaje, cómo hacer que la valoren y la amen, si yo personalmente no la valoro en mi vida? ¿De qué vale que la Eucaristía sea teológica y vitalmente centro y cúlmen de toda la vida de la Iglesia, si al no serlo para mí, impido que lo sea para mi gente? Entonces ¿qué les estoy dando, enseñando a mis feligreses? Si creyéramos de verdad lo que creemos, si mi fe estuviera en vela y despierta, me encontraría con Él y cenaríamos juntos la cena de la amistad eucarística y encontraría el sentido pleno a mi vida sacerdotal y apostólica.

Durante siglos, muchos cristianos no tuvieron otra escuela de teología o de formación o de agentes pastorales, como ahora decimos, no tuvieron otro camino para conocer a Cristo y su evangelio, otro fundamento de su apostolado, otra revelación que el sagrario de su pueblo. Allí lo aprendieron y lo siguen aprendiendo todo sobre Cristo, sobre el evangelio, sobre la vida cristiana y apostólica, allí aprendieron humildad, servicio, perdón, entusiasmo por Cristo, hasta el punto de contagiarnos a nosotros, porque la fe y el amor a Cristo se comunican por contagio, por testimonio y vivencia, porque cuando es pura enseñanza teórica, no llega a la vida, al corazón; allí lo aprendieron directamente todo y únicamente de Cristo, en sus ratos de silencio y oración ante el sagrario. Y luego escucharemos a San Ignacio en los Ejercicios Espirituales: “Que no el mucho saber harta y satisface al ánima sino el sentir y gustar de las cosas internamente...” Sentir a Cristo, gustar a Cristo cuesta mucho, hay que dejar afectos, hay que purificar, hay que pasar noches y purificaciones del sentido y del espíritu, que nos vacían de nosotros mismos, de nuestros criterios y sentidos para llenarnos de Cristo.

Queridos amigos, por todo esto y por muchas más cosas, la Eucaristía es la mejor escuela de oración, santidad y apostolado, es la mejor escuela de formación permanente de los sacerdotes y de todos los cristianos. Junto al sagrario se van aprendiendo muchas cosas del Padre, de su amor a los hombres, de su entrega al mundo por el envío de su Hijo, de las razones últimas de la encarnación de Cristo, de su sacerdocio y el nuestro, del apostolado, de la conversión, de la paciencia de Dios, de la misericordia de Dios ante el olvido de los hombres...

Y cuando se vive en esta actitud de adoración permanente eucarística, aunque haya fallos, porque somos limitados y finitos, no pasa nada, absolutamente nada, si tú has descubierto el amor del Padre entregando al Hijo por ti, desde cualquier sagrario, porque ese Dios y ese Hijo son verdaderamente Padre comprensivo y amigo del alma que te quieren de verdad, porque Él sabe bien este oficio y te pone sobre sus hombros y se atreve a cantar una canción de amor mientras te lleva al redil de su corazón o, como Padre del hijo pródigo, no te deja echar el rollo que todos nos preparamos para excusarnos de nuestros pecados y debilidades, porque solo le interesas Tú.

Una de las cosas por las que más he necesitado de la Eucaristía es por la misericordia de Cristo, la he necesitado tanto, tanto... y la sigo necesitando, soy pecador en activo, no jubilado. Allí he vuelto a sentir su abrazo, a escuchar su palabra: “te perdono…preparad la cena, los zapatos nuevos, el vestido nuevo... sígueme... vete en paz, te envío como yo he sido enviado, no tengáis miedo, yo he vencido al mundo... estaré con vosotros hasta el final...” Él siempre me ha perdonado, siempre me ha abrazado, nunca me ha negado su misericordia. Eso sí, siempre hay que levantarse, conversión permanente, reemprender la marcha; si esto falla, no hay nada, si uno deja de convertirse le sobra todo, la Eucaristía, la oración, la gracia, los sacramentos, le sobra hasta Dios, porque para vivir como vivimos muchas veces, nos bastamos a nosotros mismos.

Queridos hermanos, cuánta teología, cuánta liturgia, cuán- to apostolado y eficacia apostólica hay en un sacerdote de rodillas o sentado junto al sagrario media hora o veinte minutos todos los días. Está diciendo que Cristo ha resucitado y está con nosotros; si ha resucitado, todo lo que dijo e hizo es verdad, es verdad todo lo que sabe de Cristo y de la Iglesia, todo lo que estudió, es verdad toda su vida, todo su sacerdocio y su apostolado. Junto a Cristo Eucaristía, todo su ser y actuar sacerdotal adquiere luz, fuerza, verdad y autenticidad; está diciendo que cree todo el evangelio, las partes que cuestan y las que no cuestan, que cree en la Eucaristía y lo que permanece después de la Eucaristía, lo que hacen sus manos sacerdotales, que cree, venera y adora a Cristo y todo su misterio, todo lo que ha hecho y ha dicho Cristo. ¡Qué maravilla ser sacerdote! No os sorprendáis de que almas santas, de fe muy viva, hayan sentido y vivido y expresado su emoción respecto al sacerdocio, besando incluso sus pisadas, como testimonio de su amor y devoción.

Empezó el mismo Jesús exagerando su grandeza, en la misma noche de la institución, postrándose humildemente de rodillas ante los Apóstoles y los futuros sacerdotes, para lavarles los pies y el corazón y todo su ser para poder recibir este sacramento: “les dijo: ya no os llamaré siervos, os llamo amigos, porque un siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha dicho mi Padre os lo he dado a conocer...” (Jn 15,14). Y eso se lo sigue diciendo el Señor a todos y cada uno de los sacerdotes, a los que elige y consagra por la fuerza de su Espíritu, que es Espíritu Santo, para que sean presencia y prolongación sacramental de su Persona, de su Palabra, de su Salvación y de su Misión.

Es grande ser sacerdote por la proximidad a Dios, por la identificación con la persona y el misterio de Cristo, por la continuidad de su tarea, por la eficacia de su poder: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”; por la grandeza de su misericordia: “Yo te absuelvo de tus pecados”, “yo te perdono”;por la abundancia de gracias que reparte: “yo te bautizo” “El cuerpo de Cristo”. El sacerdote es sembrador de eternidades, cultivador de bienes eternos, recolector de las vidas eternas de los hijos de Dios, a los que introduce ya en la tierra en la amistad con el Dios Trino y Uno.

¡Qué grande es ser sacerdote! ¡Qué grande y eficaz es el sacerdote junto al Sagrario! ¡Qué apostolado más pleno y total! ¡Cómo sube de precio y de calidad su ser y existir junto al Señor! ¡Cómo se transparentan y se clarifican y se verifican las vidas, las teorías, las actitudes y sentimientos sacerdotales para con Cristo y la Iglesia y los hermanos! Realmente Cristo Eucaristía y nuestra vida de amistad con Él habla, dice muy claro de nuestra fe y amor a Él y a su Iglesia La vida eucarística, lo afirma el Vaticano II, es centro y quicio, es decir, centra y descentra, dice si están centradas o descentradas nuestras vidas cristiana, si estamos centrados o desquiciados sacerdotalmente.

Por eso, os invito, hermanos, a volver junto al sagrario. Hay que recuperar la catequesis del sagrario, de la presencia real y permanente de Cristo, hecho pan de vida permanente para los hombres. Y con el sagrario hay que recuperar la oración reposada y el silencio, la alabanza y la acción de gracias, la petición y la súplica inmediata ante el Señor, la conversación diaria con el Amigo. Y entonces, a más horas de sagrario, tendríamos más vitalidad de nuestra fe y de nuestro amor y de nuestros feligreses.

Es necesario revisar nuestra relación con la Eucaristía para potenciar y recobrar nuestra vida sacerdotal. Y qué pasaría, hermanos, si todo nuestro arciprestazgo, si nuestra diócesis, si todas las diócesis del mundo se comprometiera a pasar un rato ante el Sagrario todos los días? ¿Qué efectos personales, comunitarios y apostólicos produciría? ¿Qué movimientos sacerdotales, qué vitalidad, qué renovación se originaría? Y si estamos todos convencidos de la verdad y de la importancia de la Eucaristía para nosotros y para nuestro apostolado, ¿por qué no lo hacemos?

Dice Juan Pablo II: “Los sacerdotes no podrán realizarse plenamente, si la Eucaristía no es para ellos el centro de su vida. Devoción eucarística descuidada y sin amor, sacerdocio flojo, más aún, en peligro”. Si uno se pasa ratos junto al sagrario todos los días, primero va almacenando ese calor, y un día, tanto calor almacenado, se prende y se hace fuego y vivencia de Cristo. Lo dice mejor Santa Teresa: “Es como llegarnos al fuego, que aunque le haya muy grande, si estáis desviados y escondéis la mano, mal os podéis calentar, aunque todavía da más calor que no estar a donde no hay fuego. Mas otra cosa es querernos llegar a Él, que si el alma está dispuesta - digo con deseo de perder el frío- y si está allá un rato, queda para muchas horas en calor28”.

El que contempla Eucaristía, se hace Eucaristía, pascua, sacrificio redentor, pasa a su parroquia de mediocre a fervorosa, se hace ofrenda y queda consagrado a la voluntad del Padre que le hará pasar por la pasión y muerte para llevarle a la resurrección, a la vida nueva. Y con él, va su parroquia. Es la pascua nueva y eterna, la nueva alianza en la sangre de Cristo.

El que contempla Eucaristía se hace Eucaristía, comunión, amor fraterno, corrección fraterna, lavatorio de los pies, servicio gratuito, generosidad, porque comulga a Cristo, no solamente lo come, y al comerlo, siente que todos somos el mismo cuerpo de Cristo, porque comemos el mismo pan.

El que contempla la Eucaristía descubre que es presencia y amistad y salvación de Cristo permanentemente ofrecidas al hombre, sin imponerse, ayudándonos siempre con humildad, en silencio ante los desprecios, lleno de generosidad y fidelidad, enseñándonos continuamente amor gratuito y desinteresado, total, sin encontrar a veces, muchas veces, agradecimiento y reconocimiento por parte de algunos.

El que contempla la Eucaristía se hace Eucaristía perfecta, cada día más, y encuentra la puerta de la eternidad y del cielo, porque el cielo es Dios y Dios está en Jesucristo dentro del pan consagrado. En la Eucaristía se hacen presentes los bienes escatológicos: Cristo vivo, vivo y resucitado y celeste, “cordero degollado ante el trono de Dios”, “sentado a su derecha” “que intercede por todos ante el Padre” “llega el último día” “el día del Señor”: “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús” “et futurae gloriae pignus datur” y la escatología y los bienes últimos ya han empezado por Jesucristo Eucaristía.

Por la Eucaristía, «Cristo ha resucitado y vive con nosotros», como puse después del Concilio en un letrero de hierro forjado en el Cenáculo de San Pedro,. Y luego en la misma puerta del Cenáculo: “Ninguna comunidad cristiana se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la santísima Eucaristía”.

Esta presencia del Señor se siente a veces tan cercana, que notas su mano sobre ti, como si la sacara del sagrario para decirte palabras de amor y de misericordia y de ternura... y uno cae emocionado de rodillas: Oye, sacerdote mío, un poco de calma, tienes tiempo para todos y para tus cosas, pero no para mí, yo me he quedado aquí para ser tu amigo, para ayudarte en tu vida y apostolado, sin mí no puedes hacer nada; mira, estoy aquí, porque yo no me olvido de ti, te lo estoy diciendo con mi presencia, pero te lo diría mejor aún, si tuvieras un poco de tiempo para escucharme; ten un poco de tiempo para mí, créeme, lo necesito porque te amo como tu no comprendes; me gustaría dialogar contigo para decirte tantas cosas...

Y como la Eucaristía no es solo palabra de Cristo, sino evangelio puesto en acción y vivo y viviente y visualizado ante la mirada de todos los creyentes, lleno de humildad y entrega y amor, uno, al contemplarla, se ve egoísta, envidioso, soberbio. Porque allí vemos a Cristo perdonando en silencio, lavando todavía los pies sucios de sus discípulos, dando la vida por todos, enseñándonos y viviendo amor total y gratuito, en humildad y perdón permanente de olvidos y desprecios. Se queda buscando sólo nuestro bien, sólo con su presencia nos está diciendo os amo, os amo... Quien se pare y hable con Él terminará aprendiendo y viviendo y practicando todas estas virtudes suyas. La experiencia de los santos y de los menos santos, de todos sus amigos, lo demuestra.

Hay que volver al sagrario, hay que potenciar y dirigir esta marcha de toda la parroquia, con el sacerdote al frente, hacia la mayor y más abundante fuente de vida y gracia cristiana que existe: “Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta eterna fonte está escondida, en este pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas, y de este agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche. Aquesta eterna fonte que deseo, en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche” (San Juan de la Cruz).           

LA SAMARITANA

 

             Cuando iba al pozo por agua,

             a la vera del brocal,

             hallé a mi dicha sentada.

 

             - ¡Ay, samaritana mía,

             si tú me dieras del agua,

             que bebiste aquel día!

            

             - Toma el cántaro y ve al pozo,

             no me pidas a mí el agua,

             que a la vera del brocal,

             la Dicha sigue sentada.

                           (José María Pemán).

“Sacaréis agua con gozo de la fuente de la salvación...”dijo el profeta. Que así sea para todos nosotros y para todos los creyentes. Que todos vayamos al sagrario, fuente de la Salvación. La fuente es Cristo; el camino, hasta la fuente, es la oración, y la luz que nos debe guiar es la fe, el amor y la esperanza, virtudes que nos unen directamente con Dios. ¡ES EL SEÑOR!

EUCARISTÍA DIVINA, presente en el pan consagrado ¡Cómo te deseo! ¡Cómo te busco! ¡Con qué hambre de tí camino por la vida! Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y no son míos, porque yo no los sé fabricar ni todo esto que siento.¡Qué nostalgia de mi Dios todo el día! ¡Necesito verte para tener la luz del “Camino, la Verdad y la Vida”. Necesito comerte, para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor, para no morir de deseos de vida y de cielo, que eres Tú. Y en tu entrega eucarística quiero hacerme contigo una ofrenda agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero comerte para ser asimilado por Ti, y entrar así, totalmente identificado con el Amado, en la misma Vida y Amor y Felicidad divina de mis Tres, por la potencia de su mismo Amor Personal, que es Espíritu Santo. AMÉN.

 

Viernes, 11 Febrero 2022 12:26

RETIRO DE MAESTROS EN CABEZUELA

RETIRO DE MAESTROS EN CABEZUELA

(ara el taller de oración de la noche del comienzo)

2, 5.- PARA SER MAESTROS VERDADEROS DE ORACIÓN, PRIMERO HAY QUE RECORRER ESTE  CAMINO Y VIVIRLO, LUEGO SE ENSEÑA.

           AUn día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando acabó, uno de sus discípulos le dijo: ASeñor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos@(Lc.11,1). La oración es necesaria en la vida de todo cristiano y Ase equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial@(NMI 34) . Si la oración es necesaria para un cristiano, para un sacerdote es imprescindible y forma para de su identidad apostólica: Ahace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda la programación pastoral@(NMI 34). Para saber de oración, basta leer algún libro; para saber oración hay que vivirla y experimentarla. No basta la teoría, hay que vivirla. La oración y el encuentro que en ella se realiza con Jesucristo no se comprende hasta que no se vive; pasa lo que con el evangelio, de otra forma sería patrimonio de los teólogos o biblistas, pero la verdad que a Cristo y su evangelio solo lo han comprendido de verdad los santos. Por eso, parar enseñar a orar no basta el saber sobre oración, para mí es siempre necesario el vivirla y conocerla por experiencia. 

       La conversión sincera y total es la principal dificultad de toda oración, aunque muchos no sean conscientes de ello, sobre todo,  si el orante no encuentra buenos y experimentados directores espirituales, maestros de oración que hayan recorrido este camino y lo sepan por experiencia. Porque piensan que es cuestión de teorías, métodos y técnicas y que, con estudiarlas y practicarlas, todo está resuelto. Sin embargo, para que haya oración, lo primero es que haya orantes. Sin orantes no hay oración. Y esto es trascendental y absolutamente necesario saberlo y practicarlo en las escuelas natas de oración, que deben ser los seminarios, noviciados, grupos parroquiales de oración o apostolado. Aquí hay que tener superiores orantes, que desde la propia experiencia puedan iniciar y acompañar en esta vivencia a los principiantes. Los obispos y superiores deben saber que esta es la asignatura más importante para la vida presente y futura de la Iglesia y de los que quieren  sacerdotes, religiosos y apóstoles. De ahí la importancia suma de que en esos centros tengamos verdaderos orantes, que por experiencia puedan indicar el camino y dirigirlo bien desde el principio, superando dificultades sin desviaciones teóricas y prácticas. Y hay que tener mucho cuidado con esto, porque aquí no valen ni la  teología que hemos estudiado, ni la psicología o  títulos que tengamos, sino la vivencia del camino recorrido y vivido.

       Por esta razón,  si los montañeros que deben conducir los corazones a la cima de la montaña de la oración, al monte Tabor, para verle a Cristo transfigurado, no saben el camino por propia experiencia, por no haberlo pateado, mal pueden conocerlo y amarlo, mal pueden indicarlo luego a los demás, mal pueden explicarles cuáles son sus dificultades o atajos, dónde conviene pararse y permanecer, dónde avanzar y no dar importancia, sencillamente, porque no conocen  personalmente el camino; cada uno de nosotros puede guiar hasta donde ha llegado y experimentado. Y como este camino de la oración es absolutamente necesario, de aquí la gravedad del problema, especialmente para  los que por encargo hemos aceptado esta misión y debemos guiar a otros. Yo no puedo entusiasmar a nadie con la luz del Tabor, como Pedro, si mis ojos y mi corazón no la han visto y sentido. Se nota a la legua quien lo ha recorrido y lo ha visto y gozado, se nota por la emoción, la vida, el entusiasmo y seguridad, el testimonio  y muchas cosas.

2, 6.- )Y SI NOS HICIÉRAMOS UN EXAMEN SOBRE ORACIÓN PERSONAL: INICIO, PROGRESOS, GRADOS Y VIVENCIAS PRINCIPALES DE CADA ETAPA...LOS QUE TENEMOS QUE DIRIGIR ALMAS HASTA EL ENCUENTRO CON CRISTO?

       Lo primero será entrar dentro de nosotros  mismos y preguntarnos: )Verdaderamente yo hago oración todos los días? )Me levanto pensando en este encuentro gozoso con Cristo?  )Qué camino llevo recorrido, cuáles son mis experiencias principales desde que empecé en mi seminario, noviciado o parroquia, desde mi infancia hasta ahora? Después de veinte, treinta, cuarenta años de oración.... )cómo es mi oración, mi encuentro con Dios, mi experiencia de amistad personal con Cristo )la tengo?)no he llegado a tenerla?  Porque de esto dependerá luego, como hemos dicho, poder ser guías para otros en este camino de encuentro personal y oracional con Cristo.

       En alguna ocasión y dado el clima de confianza lo he probado con mis alumnos del último curso de Estudios Eclesiásticos, próximos ya a la confesión y dirección de almas, después de tratar estos temas de la oración y vida espiritual, a un nivel puramente teórico:  Descríbeme las etapas de la oración y qué prácticas y medios principales de devociones,  conversión,  sacramentos, formas de oración se dan en  cada una? Una persona quiere comenzar la vida espiritual, otra sigue pero hace tiempo que no sabe qué le pasa, pero cree que no avanza, )qué le aconsejarías? Otra desea ardientemente al Señor, pero por otra parte siente sequedad, desierto, )me podríais decir qué es lo que le puede  pasar, dónde se encuentra en su vida espiritual,  podríais hacer un plan de vida para cada uno? )Qué es la oración afectiva, simple mirada, la contemplación y experiencia mística?  Si te encuentras un alma en estado de conversión, qué oración, qué prácticas, qué caminos le indicarías..... si dice que no es capaz de orar y antes lo hacía, si te dice que se le caen de las manos los libros para orar, hasta el mismo evangelio, pero quiere orar,  tú qué le aconsejarías, )está muy abajo o muy arriba en el camino de la oración...? Si te dice que antes sentía al Señor y ahora se cansa y se aburre, incluso tiene crisis de fe, y lleva así meses y hasta años, que quiere dejar la oración  por otras prácticas  de acción o piadosas..., porque tiene la sensación de que está perdiendo el tiempo, vosotros, qué  consejos le daríais....?

       S. Juan de la Cruz habla de los despistados y del daño que hacían algunos directores de almas en su tiempo y por eso se animó a escribir sus escritos: A... por no querer, o no saber o no las encaminar y enseñar a desasirse de aquellos principios... por no haber acomodádose ellas a Dios, dejándose poner libremente en el puro y cierto camino de la unión...@; A...porque algunos confesores y padres espirituales, por no tener luz y experiencia de estos caminos antes suelen impedir y dañar a semejantes almas que ayudarlas al camino@(Prologo,3 y 4).Por cierto y es sintomático, que S. Juan de la Cruz, que quiere hablarnos del camino de la oración,  tanto en la Subida como en la Noche, sin embargo, en estas dos obras se pasa todo el tiempo hablando  principalmente de purificaciones y purgaciones, de vacíos y de las nadas en los sentidos del cuerpo y en las potencias y  facultades del entendimiento, memoria y voluntad, que ha de producirse en el alma para que Dios pueda unirse a ella; para S. Juan de la Cruz, a mayor unión, mayor purificación-limpieza-vacío- noche de sentidos y de espíritu, activa y pasiva... para poder llenarse sólo  de Dios. Está tan convencido de que para poder tener oración, lo fundamental es la noche, esto es, la conversión, que espontáneamente describe la necesidad y los modos de la misma, activa y pasiva, porque esta es la mejor forma de prepararse o hacer oración en los comienzos, al medio y también al final de este proceso. Para S. Juan de la Cruz, por tanto, la oración y la progresión en la misma exige la  conversión total y permanente del alma hacia Dios.

       Por no escuchar a Cristo cuando  nos sigue invitando, como hizo  en Palestina: AVenid vosotros a un sitio aparte@, Allamó a los que quiso para estar con El y enviarlos a predicar@, Atomando a Pedro, Santiago y Juan subió a un monte a orar@(Lc 9, 28), vamos al trabajo apostólico vacíos de El, desprovistos de su fuego y entusiasmo, para contagiarlos a los que nos escuchan y poder hacer seguidores suyos. AMarta andaba afanada en los muchos cuidados del servicio y acercándose, dijo: Señor )no te preocupa que mi hermana me deje a mí sola en el servicio? Díle, pues, que me ayude. Respondió el Señor y le dijo: Marta, Marta, tú te inquietas y te turbas por muchas cosas; pero pocas son necesarias o más bien una sola. María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada@(Jn 12,40.42).

       Todo cristiano, todo catequista, apóstol, toda madre cristiana, pero, sobre todos, todo sacerdote debe ser hombre de oración: AA ejemplo de Cristo que estaba continuamente en oración y guiados por el Espíritu Santo, en el cual clamamos AAbba, Padre@, los presbíteros deben entregarse  a la contemplación del Verbo de Dios y aprovecharla cada día como una oración favorable para reflexionar sobre los acontecimientos de la vida a la luz del Evangelio, de manera que, convertidos en oyentes y atentos del  Verbo, logren ser ministros veraces de la Palabra. Sean asiduos en la oración personal, en la recitación de la Liturgia de las Horas, en la recepción frecuente del sacramento de la penitencia y , sobre todo, en la devoción al misterio eucarístico.@(Sínodo de los obispos sobre el sacerdocio ministerial, 1971)

       Es verdad, sin embargo, que el apostolado y la vida sacerdotal no va a ser totalmente inútil por carecer de esta formación, pero perderá muchísima eficacia y no dará la gloria a Dios que El se merece, y no hará tanto bien a los hermanos como ellos necesitan, ya que estamos tratando de eternidades y aquí todo es grave y trascendente. Hay que sacrificarse más, hay que ser santos para cumplir la tarea encomendada. Este es el fin principal de nuestro ministerio y misión.  AHe bajado del cielo, no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me envió... Esta es la voluntad del que me envió que no pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día.@(Jn 6,38-40). Y S. Pablo da razón de su tarea evangelizadora: ATodo lo he sacrificado y lo tengo por basura, a fín de ganar a Cristo y encontrarme con El, no teniendo una justicia propia, sino lograda por la fe en Cristo y que procede de Dios y está enraizada en la fe@(Fil 3,8-9). APor eso lo soporto todo por amor a los elegidos, para que consigan la salvación que nos trae Cristo Jesús y la salvación eterna.@(2Tim 2,10).

       Ha llegado a mis manos el discurso que el Papa Juan Pablo II ha dirigido al capítulo general de los Servitas, reunidos en esta primavera del 2002. Entresaco algunos párrafos:ASentir la exigencia de buscar el reino de Dios ya es un don, que debe ser acogido con espíritu agradecido. En realidad, es siempre Dios el que nos sale al encuentro primero, ya que ha sido el primero en amarnos (cfr 1Jn 4,10). Es consolador buscar a Dios, pero al mismo tiempo exigente; supone hacer renuncias y tomar opciones radicales. )Cómo repercute esto entre vosotros, en el contexto histórico actual? Supone ciertamente acentuar la dimensión contemplativa, intensificar la oración personal, revalorizar el silencio del corazón, sin llegar nunca a contraponer la contemplación a la acción, la oración en la celda a las celebraciones litúrgicas, la necesaria Afuga@del mundo a la presencia junto al que sufre.... La experiencia demuestra que sólo desde la contemplación intensa puede nacer una fervorosa y eficaz acción apostólica.... Vuestra oración comunitaria sea tal que la oración personal prepare y prolongue la celebración litúrgica.@

       Queridos hermanos, tenemos que Aorar sin intermisión@como nos dice S. Pablo (Te 5,17), pues sólo el Señor puede dar eficacia y crecimiento a la obra en que trabajemos, como El ya nos dijo: Asin mí no podéis hacer nada@(Jn 15,5). Los Apóstoles, convencidos de esto por los consejos del Señor y por su propia experiencia apostólica, al constituir los primeros diáconos, dijeron: A...así nosotros nos dedicaremos de lleno a la oración y al ministerio de la palabra@(Hch 6,4) (SC. 86).

 Lo primero es:  Ael Señor  llamó a los que quiso para  estar con El y enviarlos a predicar..,@  A  María ha escogido la mejor parte..@    Y por lo que yo he visto en los santos y en  todos los que han seguido a Cristo a través de los siglos, canonizados o no, este es el único camino: ni un solo santo,  que no haya sido eucarístico, que no haya hecho largos ratos de oración ante el Señor Eucaristía, pero ni uno solo...... luego habrán sido de derechas o de izquierdas, ricos o pobres, activos o contemplativos, de la enseñanza o de la caridad, laicos o curas, profetas, misioneros o padres de familia,  lo que sea..., pero ninguno que no fuera hombre de oración. Nuestras madres y nuestros padres no tuvieron más biblia ni más grupos de formación que el sagrario. Allí lo aprendieron todo y así nos lo enseñaron

2, 11.- )POR QUÉ EL HOMBRE TIENE QUE AMAR A DIOS? ..... PORQUE DIOS NOS AMÓ PRIMERO. (Están corregiadas y acomodadadas desde los originales)

" En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4,10)

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA Y ME HA LLAMADO A COMPARTIR  CON EL  SU MISMO GOZO ESENCIAL Y TRINITARIO POR TODA LA ETERNIDAD.

       El texto citado anteriormente tiene dos partes principales: la primera: AEn esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó ...@primero, añade la lógica de sentido. Expresa este versículo el amor de Dios Trino y Uno manifestado en la primera creación. En la segunda parte Ay envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados@nos revela  que, una vez creados y caídos, Dios nos amó en la segunda creación, en la recreación, enviando a su propio Hijo, que muere en la cruz para salvarnos. La cruz es la señal que manifiesta el amor del Padre, que lo entrega hasta la muerte por nosotros,  y del Hijo, que libremente acepta esta voluntad del Padre. Es el misterio pascual, programado en el mismo consejo trinitario, para manifestar más aún la predilección de Dios para con el hombre.

       A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada,  solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe en su mismo Ser de su infinito acto de Ser eterno, fuera del tiempo, fuera del antes y después. Por eso, en esto del ser como del amor, la iniciativa siempre es de Dios. El hombre, cualquier criatura, cuando mira hacia  Dios, se encuentra con una mirada que le ha estado mirando con amor desde siempre, desde toda la eternidad. Todo amor en el hombre, es reflejo.

       No existía nada, solo Dios. Y este Dios, que por su mismo ser infinito es inteligencia, fuerza, poder.... cuando S. Juan quiere definirlo en una sola palabra, nos dice: ADios es amor@, su esencia es amar,  si dejara de amar, dejaría de existir. Podía decir S. Juan también que Dios es fuerza infinita, inteligencia infinita, porque lo es, pero él prefiere definirlo así para nosotros, porque así nos lo ha revelado su Hijo, Verbo y Palabra  Amada, en quien el Padre se complace eternamente. Por eso nos lo envió, porque era toda su Verdad, toda su Sabiduría, Todo lo que El sabe de Sí mismo y a la vez Amado, lo que más quería y porque quiere que vivamos su misma vida y así gozarse también en nosotros y nosotros en Él, al estar identificados con el  Unigénito, en el que eternamente se goza de estar engendrando como Padre con  Amor de Espíritu Santo. Y así es como entramos nosotros en el círculo o triángulo trinitario.

       Dios quiere darse esencialmente, como Él es en su esencia,  darse y recibirse en otros seres, que lógicamente han de recibirlo por participación de este ser esencial suyo, para que ellos también puedan entrar dentro de este círculo trinitario.  Y por eso crea al hombre Aa su imagen y semejanza@, palabras estas de la Sagrada Escritura, que tiene una profundidad infinitamente mayor que la que ordinariamente se le atribuyen.

El hombre ha sido soñado por el amor de Dios, es un proyecto amado de Dios: ABendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya... El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante, recapitulando en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra@(Ef 1,3.10).

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA. Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él,  en  una eternidad dichosa,  que ya no va a acabar nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo. Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mi. El salmo 138, 13-16, lo expresa maravillosamente: ATú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son  admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero. (Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto!@

SI EXISTO, ES QUE DIOS  ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mi y me ha preferido...Yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te elegido entre millones y millones que no existirán. Que bien lo expresa S. Pablo: AHermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que El fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó@(Rom 8, 28.3). Es un privilegio el existir. Expresa que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser humano. !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...Dice un autor de nuestro días: "No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado." (G. Marcel).

SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. (Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida, porque  nos ama y esto le hace feliz.

       Con qué respeto, con qué cariño  tenemos que mirarnos unos a otros.... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean,  vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

Desde aquí debemos echar  una mirada a lo esencial de todo apostolado auténtico y cristiano, a la misión transcendente y llena de responsabilidad que Cristo ha confiado a la Iglesia: todo hombre es una eternidad en Dios, aquí nadie muere, todos vivirán eternamente, o con Dios  o sin Dios, por eso, qué terrible responsabilidad tenemos cada uno de nosotros con nuestra vida; desde aquí  se comprende mejor lo que valemos: la pasión,  muerte,  sufrimientos y resurrección de Cristo; el que se equivoque, se equivocará para siempre....  terrible responsabilidad para cada hombre y  terrible sentido y profundidad de la misión confiada a  todo sacerdote, a todos los apóstoles de Jesucristo, por encima de todos los bienes creados y efímeros de este mundo....si se tiene fe, si se cree en el Viviente, en la eternidad, hay que trabajar sin descanso y con conceptos claros de apostolado y eternidad por la salvación de todos y cada uno de los hombres.

       No estoy solo en el mundo, alguien ha pensado en mi, alguien me mira con ternura y cuidado, aunque todos me dejen, aunque nadie pensara en mi, aunque mi vida no sea brillante para el mundo o para muchos... Dios me ama, me ama, me ama.... y siempre me amará. Por el hecho de existir, ya nadie podrá quietarme esta gracia y este don.

SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ, a ser amado y amar por el Dios Trino y Uno; este es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera. AEn la casa de mi Padre hay mucha moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros@(Jn 14,2-4). APadre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo@(Jn 17, 24).

       Y todo esto que estoy diciendo de mi propia existencia, tengo que ponerlo también en la existencia de mis hermanos: esto da hondura y seriedad y responsabilidad eterna a mi sacerdocio y me anima a trabajar sin descanso por la salvación eterna de mis hermanos los hombres. Qué grande es el misterio de Cristo, de la Iglesia. No quiero ni tocarlo. Somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades. (Que ninguna se pierda, Señor! Si existen, es que son un proyecto eterno de tu amor. Si existen, es que Dios los ha llamado a su misma felicidad esencial.

       Y como Dios tiene un proyecto de amor sobre mí  y me ha llamado a ser feliz en Él y por Él, quiero serle totalmente fiel, y pido perdón de mis fallos y quiero no defraudarle en las esperanza que ha depositado en mí, en mi vida, en mi proyecto y realización. Quiero estar siempre en contacto con Él para descubrirlo. Y qué gozo, saber que cuando yo me vuelvo a Él para mirarle, resulta que me encuentro con Él, con su mirada, porque Él siempre me está mirando, amando, gozandose con mi existir. Ante este hecho de mi existencia, se me ocurren tres cosas principalmente:

1.- Constatar mi existencia y convencerme de que existo, para valorarme y autoestimarme. Sentirme privilegiado, viviente y alegrarme y darle gracias a Dios de todo corazón, de verdad, convencido. Mirarme a mí mismo y declararme eterno en la eternidad de Dios, quererme, saber que debo estar a bien conmigo  mismo, con mi yo, porque existo para la eternidad. Mover mis manos y mis pies para constatar de que vivo y soy eterno. Valorar también a los demás, sean como sean, porque son un proyecto eterno de amor de Dios. Amar a todos los hombres, interesarme por su salvación.

2.- Sentirme amado. Aquí radica la felicidad del hombre. Todo  hombre es feliz cuando se siente amado, y  es así porque esta es la esencia y manera de ser de Dios y  nosotros estamos creados por Él a su imagen y semejanza.  No podemos vivir, ser felices sin sentirnos amados.  De qué le vale a un marido tener una mujer bellísima si no le ama, si no se siente amado.... y a la inversa, de qué le vale a una esposa tener un Apolo de hombre si no la ama, si no se siente amada... y a Dios, de qué le serviría todo su poder, toda su hermosura si no fueran Tres Personas amantes y amadas, compartiendo el mismo Ser Infinito, el mismo amor, la misma felicidad llena de continuo abrazo en la misma belleza y esplendores divinos de su serse en acto eterno de Amor. Y si esto es en el amor, desde la fe puedo interrogarme yo lo mismo: para qué quiero yo  conocer a un Dios infinito, todo poder, inteligencia,  belleza, si yo no lo amo, si Él no me amase.....

       Por eso, cristiano completo, Aen verdad completa@,  no es tanto el que ama a Dios como el que se siente amado por Dios. Y lo mismo le pasa a Dios en relación con el hombre, para qué quiere Él  mis rezos, mis oraciones, mis misma oración, si no le amo....)busco yo  amar a Dios  o solo pretendo ser un cumplidor fiel de la ley?  Jesucristo vino a nuestro encuentro para que fuéramos sus hijos, sus amigos: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo, permaneced en mi amor..@(Jn 15,9-17 ). Jesús dice que Él y el Padre quieren nuestro amor. Y continúa el evangelio en esta línea: "Vosotros sois mis amigos... ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer"ASi alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a el y haremos morada en el.@ACreedme yo estoy en el Padre y el Padre en mí@(Jn 14,9).

3.- Desde esta perspectiva del amor de Dios al hombre, de la eternidad que vale cada hombre para Dios, tantos hombres, tantas eternidades, valorar y apreciar mi sacerdocio apostólico, a la vez que la responsabilidad y la confianza que Dios ha puesto en mí al elegirme. Soy sembrador, cultivador y recolector de eternidades. Quiero tener esto muy presente para trabajar sin descanso por mi santidad ya que de ella depende la de mis hermanos, la salvación eterna de todos los que me han confiado. Es el mejor apostolado que puedo hacer en favor de mis hermanos los hombres en orden a su salvación eterna. Quiero trabajar siempre a la luz de esta verdad, porque es la mirada de Dios sobre mi elección sacerdotal y sobre los hombres, la razón  de mi existencia como sacerdote: ANo sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido para que vayáis y déis mucho fruto y vuestro fruto dure...@La finalidad más importante de mi actividad sacerdotal, el fruto último de mi apostolado son las eternidades de mis hermanos: Anadie me ha nombrado juez de herencias humanas...@, dijo Jesús en cierta ocasión a los que le invitaron a intervenir en una herencia terrena. Hacia la eternidad con Dios debe apuntar todo en mi vida.

       Si queréis, todavía podemos profundizar un poco más en este hecho aparentemente tan simple, pero tan maravilloso de nuestro existir. Pasa como con la Eucaristía, con el pan consagrado, como con el sagrario, aparentemente no hay nada especial, y está encerrado todo el misterio del amor de Dios y de Cristo al hombre: toda la teología, la liturgia,  la salvación, el misterio de Dios....

       Fijáos, Dios no nos ha hecho planta, estrella, flor, pájaro...  me ha hecho hombre con capacidad de Dios infinito. La Biblia lo describe estupendamente. Le vemos a   Dios gozoso, en los primeros días de la creación, cuando se ha decidido a plasmar en barro el plan maravilloso,  acariciado en su esencia, llena de luz y de amor."Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza. Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creo: macho y hembra los creó" (Gn.1,26-27). 

       Qué querrá decirnos Dios con esta repetición: a imagen de Dios.... a semejanza suya... no sabéis cuántas ideas me sugiere esta frase... porque nos mete en el hondón de Dios. El hombre es más que hombre. Esta especie animal perdida durante siglos, millones de años, más imperfecta tal vez que otras en sus genomas y evolución, cuando Dios quiso, con un beso de su plan creador, el homo ereptus, habilis, ergaster, sapiens, nehardentalensis, cromaionensis, australopithecus..y ahora el hombre del Chad, cuando Él quiso, le sopló su espíritu y le hizo a su imagen y semejanza, le comunicó su misma vida, fue hecho espíritu finito: como finito es limitado, pero como espíritu está abierto a Dios, a lo infinito, semejante a Él en el ser, en la inteligencia, en el amar y ser amado como El. Qué bien lo tiene escrito el profesor Alfaro, antiguo profesor de la Gregoriana.

       Por eso los místicos de todos los tiempos son los adelantados que entran, por la oración contemplativa o contemplación amorosa, en la intimidad con Dios, tierra sagrada prometida a todos los hombres y  por el amor contemplativo, por Allama de amor viva,@conocen estas cosas y vienen cargados con frutos de eternidad de la esencia divina hasta nosotros, que peregrinamos en la fe y esperanza. Son los profetas que Dios envía a su Iglesia en todos los tiempos; son los que por experiencia viva se adentran por unión y transformación de amor en el mismo volcán siempre en erupción de ser y felicidad y misterios y verdades del  amor de Dios, y  nos explican y revelan estas realidades de ternura para con el hombre encerradas en la esencia de Dios, que se revela en la creación y recreación por Cristo, por su Palabra hecha carne y pan de eucaristía.

Se llaman místicos, precisamente porque experimentan, sienten a Dios y su Espíritu y su misterio y nos lo revelan, traducen y explican. Son los guías más seguros, son como los exploradores que Moisés mandó por delante para descubrir la tierra prometida, y que luego vuelven cargados de frutos de lo que han visto y vivido, para enseñárnoslos a nosotros, y animarnos a todos a conquistarla; vienen con el corazón, con el espíritu y la inteligencia llenos de luz por lo que han visto y nos animan con palabras encendidas, para que avancemos por este camino de la oración, para llegar un día a la contemplación del misterio infinito de  Dios, que se revela luego y se refleja en el misterio del hombre y del mundo desde la fe, desde dentro de Dios, desde más allá de la realidad que aparece. Los místicos son los verdaderos mistagogos de los misterios de Dios, iniciadores en este camino de contemplación del misterio de Dios.

       Nadie sabría convencernos del hecho de que hemos sido creados por Dios para ser felices mejor que lo hace S. Catalina de Siena con esta plegaria inflamada de amor a Dios Trinidad:")Cómo creaste, pues, oh Padre eterno, a esta criatura tuya? Me deja fuertemente asombrada esto: veo , en efecto, cómo Tú me muestras, que no la creaste por otra razón que ésta: con tu luz te viste obligado por el fuego de tu amor a darnos el ser, no obstante las iniquidades que ibamos a cometer contra tì. El fuego de tu amor te empujó. (Oh Amor inefable! aún viendo con tu luz infinita  todas las iniquidades que tu criatura  iba a cometer contra tu infinita bondad, Tú hiciste como quien no quiere ver, pero detuviste tu mirada en la belleza de tu criatura, de la cual, como loco y ebrio de amor, te enamoraste y por amor la atrajiste hacia tì dándole EXISTENCIA A IMAGEN Y SEMEJANZA TUYA. Tu verdad eterna me ha declarado tu verdad: que el amor te empujó a crearla." (Oración V)

       A otra alma mística, santa Angela de Foligno, Dios le dijo estas palabras, que son a la vez una exigencia de amor y que se han hecho muy conocidas: "(No te he amado de bromas! (No te he amado quedándome lejos!  Tú eres yo y yo soy tú. Tù estás hecha como me corresponde a mí, estás elevada junto a mí".

Convendría a estas alturas volver al texto de S. Juan, que ha inspirado esta reflexión.

"En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amo y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados" (1Jn.4,9-10).

2, 12.- SEGUNDA PARTE: AY NOS ENVIÓ A SU HIJO COMO PROPICIACIÓN DE NUESTROS PECADOS,@

        En la contemplación de la segunda parte entraría muy directamente S. Pablo, para quien el misterio de Cristo, enviado por el Padre como redención de nuestros pecados,  es un misterio que le habla muy claramente de esta predilección de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en corazón de Dios y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne, especialmente por la pasión, muerte y resurrección del Señor. AVivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2,19-20). 

       S. Juan, que estuvo junto a Cristo en la cruz, resumió  todo este misterio de dolor y de entrega en estas palabras : ATanto amó Dios al hombre, que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los creen en el@(Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta este extremo, porque para él Aentregó@tiene sabor de Atraicionó@. Y realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, que es  su pasión y muerte, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por S. Pablo como plenitud de amor y totalidad de entrega dolorosa y extrema. Al contemplar a Cristo doliente y torturado,  no puede menos de exclamar : AMe amó y se entregó por mí@. Por eso, S. Pablo, que lo considera Atodo basura y estiércol, comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo,@llegará a decir: ANo quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...@

       Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea.... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora. Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros.  ATanto amó Dios al hombre que entregó (traicionó) a su propio Hijo@. Porque  no hay justicia. No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios ha hecho por levantarlos. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo redentor, su propio Hijo, para el ángel no hubo redentor. Por qué para nosotros sí y para ellos no. Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí.... es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. ATanto amó Dios al hombre, que...(traicionó)@  Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del amor del Padre y del Hijo: Anadie ama más que aquel que da la vida por los amigos@y  Cristo la dio por todos nosotros.

       Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre, viéndole caído y alejado para siempre de su proyecto de felicidad,  entra dentro de sí mismo, y mirando todo su ser, que es amor también misericordioso, y toda su sabiduría y todo su poder, descubre un nuevo proyecto de salvación, que a nosotros nos escandaliza, porque en él abandona a su propio Hijo, prefirió en ese momento el amor a los hombres al de su Hijo. No tiene nada de particular que la Iglesia, al celebrar este misterio en su liturgia, lo exprese admirativamente casi con una blasfemia: AOh felix culpa...@oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal Salvador. Esto es blasfemo, la liturgia ha perdido la cabeza,  oh feliz pecado, pero cómo puede decir esto, dónde está la prudencia y la moderación de las palabras sagradas, llamar cosa buena al pecado, oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal salvador, un proyecto de amor todavía más lleno de amor y condescendencia divina y plenitud que el primero.

       Cuando S. Pablo lo describe, parece que estuviera en esos momentos dentro del consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice S. Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y nos lo revela a nosotros. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y Revelación llena de Amor de su mismo Espíritu, es Palabra ungida de Espíritu Santo, es Jesucristo, la explosión del amor de Dios a los hombres. En Él nos dice: os amo, os amo hasta la locura, hasta el extremo, hasta perder la cabeza. Y esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado:AAl llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley@( Gal 4,4).AY nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención  por su sangre...@(Ef 1,3-7).

       Para S. Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz:AY al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado.@

       Cuando en los días de la Semana Santa, leo la Pasión o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver pasar a Cristo junto a mí, escupido, abofeteado, triturado... Y siempre me pregunto lo mismo: por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto escarnio... Fue necesario para que el hombre nunca pueda dudar de la verdad del amor de Dios. No los ha dicho antes S. Juan: ATanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo@.

        Por todo esto, cuando miro al Sagrario y el Señor me explica todo lo que sufrió por mí y por todos, desde la Encarnación hasta su Resurrección, yo solo veo una cosa: amor, amor loco de Dios al hombre.  Jesucristo, la Eucaristía, Jesucristo Eucaristía es Dios personalmente amando locamente a los hombres. Este es el único sentido de su vida, desde la Encarnación hasta la muerte y la resurrección. Y en su nacimiento y en su cuna no veo ni mula ni buey ni pastores... solo amor, infinito amor que se hace tiempo y espacio y criatura por nosotros... ASiendo Dios...se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado..@; en el Cristo polvoriento y jadeante de los caminos de Palestina, que no tiene tiempo a veces ni para comer ni descansar, en el Cristo de la Samaritana, a la que va  a buscar y se sienta agotado junto al pozo porque tiene sed de su alma, en el Cristo de la adúltera, de Zaqueo... solo veo amor; y como aquel es el mismo Cristo del sagrario, en el sagrario solo veo amor, amor extremo, apasionado, ofreciéndose sin imponerse, hasta dar la vida en silencio y olvidos,  solo amor.....

       Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos y otras personas, tan sentido en las penas  propias y ajenas, no  se va a conmover ante el amor tan Alastimado@de Dios, de mi Cristo...tan duro va a ser para su Dios  Señor y tan sensible para los amores humanos. Dios mío, pero quién y qué soy yo , qué es el hombre, para que le busques de esta manera; qué puede darte el hombre que Tú  no tengas, qué buscas en mí, qué ves en nosotros para buscarnos así....no lo comprendo, no me entra en la cabeza. Cristo, quiero amarte, amarte de verdad, ser todo y sólo tuyo, porque nadie me ha amado como Tú. Ayúdame. Aumenta mi fe, mi amor, mi deseo de Tí.  Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.

       Hay un momento de la pasión de Cristo, que me impresiona fuertemente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre por el hombre y que S. Juan expresa maravillosamente en las palabras antes citadas:"Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo". Es en Getsemaní. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado,  siente solo su humanidad en Ala hora@elegida por el proyecto del Padre según S. Juan, no  siente ni barrunta su ser divino ... es un misterio. Y en aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: APadre, si es posible, pase de mi este cáliz...@Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta, no hay ni una palabra de ayuda, de consuelo,  una explicación para él......  Cristo, qué pasa aquí. Cristo, dónde está tu Padre, no era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos, no decías Tú que te quería, no dijo Él que Tú eras su Hijo amado... dónde está su amor al Hijo.. No te fiabas totalmente de Él..... qué ha ocurrido.. Es que ya no eres su Hijo, es que se avergüenza de Tí....Padre Dios, eres injusto con tu Hijo,  es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu hijo amado en el que tenías todas tus complacencias....

       Qué pasa, hermanos, cómo explicar este misterio...El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos, que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos  por el Hijo y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado:ATanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo@.  Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el sagrario, quiero decir con S. Pablo desde   lo más profundo de mi corazón: "Me amó y se entregó por mi"; " No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado".

       Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: pero qué es el hombre, qué será el hombre para Dios, qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre; qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor...Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre. Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta este extremo para buscar el amor del hombre.

        (Dios mío, no te comprendo, no te abarco y sólo me queda una respuesta, es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje. Te pregunto, Señor, )es que me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? )Es que sin él no serias infinitamente feliz? )Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito? )Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz? Padre bueno,  que Tú hayas decidido en consejo con los Tres no querer ser feliz sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Tí; comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, lo veo pero bueno....no me entra en la cabeza, pero es que viendo lo que has hecho por el hombre es como decirnos que mis Tres, el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre, es como cambiar toda la teología donde Dios no necesita del hombre para nada, al menos así me lo enseñaron a mi, pero ahora veo por amor, que Dios también necesita del hombre, al menos lo parece por su forma de amar y buscarlo... y esto es herejía teológica, aunque no mística, tal y como yo la siento y la gozo y me extasía. Bueno, debe ser que me pase como a S. Pablo, cuando se metió en la profundidad de Dios que le subió a los cielos de su gloria y empezó a Adesvariar@.

       Señor, dime qué soy yo para tí, qué es el hombre para tu Padre, para Dios Trino y Uno, que os llevó hasta esos extremos: ATened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios....se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres;  y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre@( Fil 2,5-11).

Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el sagrario, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido, Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan, Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.                                     Señor, si tú me predicas y me pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso y si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mi cargos y honores....solo quiero ser de un Dios que ama así. Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado.... pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas... ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde, no me hagas caso....hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo amar. Sólo Dios, solo Dios, solo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.

       Hermano, cuánto vale un hombre, cuanto vales tú. Qué tremenda y casi infinita se ve desde aquí la responsabilidad de los sacerdotes, cultivadores de eternidades, qué terror cuando uno ve a Cristo cumplir tan dolorosamente la voluntad cruel y tremenda del Padre, que le hace pasar por la muerte, por tanto sufrimiento para llevar por gracia la misma vida divina y trinitaria a los nuevos hijos, y si hijos, también herederos. Podemos decir y exigir: Dios me pertenece, porque Él lo ha querido así. Bendito y Alabado y Adorado sea por los siglos infinitos amén.

       Qué ignorancia sobrenatural y falta de ardor apostólico a veces en nosotros,  sacerdotes,  que no sabemos de qué va este negocio, porque no sabemos lo que vale un alma, que no trabajamos hasta la extenuación como Cristo hizo y nos dio ejemplo, no sudamos ni nos esforzamos  todo lo que debiéramos  o nos dedicamos al apostolado, pero olvidando  lo fundamental y  primero del envío divino, que son las eternidades de los hombres, el sentido y orientación transcendente de toda acción apostólica, quedándonos a veces en ritos y ceremonias pasajeras que no llevan a lo esencial: Dios y la salvación eterna, no meramente terrena y humana. Un sacerdote no puede perder jamás el sentido de eternidad y debe dirigirse siempre hacia los bienes últimos y escatológicos, mediante la virtud de la esperanza, que es el cénit y la meta de la fe y el amor, porque la esperanza nos dice si son verdaderas y sinceras la fe y el amor que decimos tener a Dios, ya que una fe y un amor que no desean y buscan el encuentro con Dios, aunque sea pasando por la misma muerte, poca fe y poco amor y deseo de Dios son, si me da miedo o no quiero encontrarme con el Dios creído por la fe y  amado por la virtud de la caridad. La virtud de la esperanza sobrenatural criba y me dice la verdad de la fe y del amor.

Para esto, esencialmente para esto, vino Cristo, y si multiplicó panes y solucionó problemas humanos, lo hizo, pero no fue esto para lo que vino y se encarnó ni es lo primero de su misión por parte del Padre. A los sacerdotes nos tienen que doler más las eternidades de los hombres, creados por Dios para Dios, y vivimos más ocupados y preocupados por otros asuntos pastorales que son transitorios; qué pena que duela tan poco y apenas salga en nuestras conversaciones la salvación última,  la eternidad de nuestros  hermanos, porque precisamente olvidamos su precio, que es toda la sangre de Cristo, por no vivirlo, como Él, en nuestra propia carne: un alma vale infinito, vale toda la sangre de Cristo, vale tanto como Dios, porque tuvo que venir a buscarte Dios a la tierra y se hizo pequeño y niño y hasta un trozo de pan para encontrarnos y salvarnos.  A)De qué le sirve a un hombre ganar  el mundo entero, si pierde su vida? )O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.@(Mt 16 26-7).

       Cuando un sacerdote sabe lo que vale un alma para Dios, siente pavor y sudor de sangre, no se despista jamás de lo esencial, del verdadero apostolado, son profetas dispuestos a hablar claro a los poderes políticos y religiosos y están dispuestos a ser corredentores con Cristo, jugándose la vida a esta baza de Dios, aunque sin nimbos de gloria ni de cargos ni poder, ni reflejos de perfección ni santidad,  muriendo como Cristo, a veces incomprendido por los suyos.

       Pero a estos sacerdotes, como a Cristo, como al Padre, le duelen las almas de los hombres, es lo único que les duele y que buscan y que cultivan, sin perderse en  otras cosas, las añadiduras del mundo y de sus complacencias puramente humanas, porque las sienten en sus entrañas, sobre todo, cuando comprenden que han de pasar por incomprensiones de los mismos hermanos, para llevarlas hasta lo único que importa y por lo cual vino Cristo y para lo cual nos ordenó ir por el mundo y ser su prolongación sacramental: la salvación eterna, sin quedarnos en los medios y en otros pasos, que ciertamente hay que dar, como apoyos humanos, como ley de encarnación, pero que no son la finalidad última y permanente del envío y de la misión del verdadero apostolado de Cristo. AVosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna@(Jn 6,26). Todo hay que orientarlo hacia Dios, hacia la vida eterna con Dios, para la cual hemos sido creados.

       Y esto no son invenciones nuestras. Ha sido Dios Trino y Uno, quien lo ha pensado; ha sido el Hijo, quien lo ejecutado; ha sido el Espíritu Santo, quien lo ha movido todo por amor, así consta en la Sagrada Escritura, que es Historia de Salvación: ha sido Dios quien ha puesto el precio del hombre y quien lo ha pagado. Y todo por tí y por mí y por todos los hombres. Y esta es la tarea esencial de la Iglesia, de la evangelización, la esencia irrenunciable del mensaje cristiano, lo que hay que predicar siempre y en toda ocasión, frente al materialismo reinante, que destruye la identidad cristiana, para que no se olvide, para que no perdamos el sentido y la razón esencial de la Iglesia, del evangelio, de los sacramentos, que  son para principalmente  para conservar y alimentar ya desde ahora la vida nueva,  para ser eternidades de Dios, encarnadas en el mundo, que esperan su manifestación gloriosa. AOh Dios misericordioso y eterno... concédenos pasar a través de los bienes pasajeros de este mundo sin perder los eternos y definitivos del cielo,@rezamos en la liturgia.

       Por eso, hay que estar muy atentos y en continua revisión del fín último de todo: Allevar las almas a Dios@, como decían los antiguos, para no quedarse o pararse en otras tareas intermedias, que si hay que hacerlas, porque otros no las hagan, las haremos, pero no constituyen la razón de nuestra misión sacerdotal, como prolongación sacramental de Cristo y su apostolado.

       La Iglesia tiene también  dimensión caritativa, enseñar al que no sabe, dar de comer a los hambrientos, desde el amor del Padre que nos ama como hijos y quiere que nos ocupemos de todo y de todos, pero con cierto orden y preferencias en cuanto a la intención, causa final, aunque lo inmediato tengan que ser otros servicios.... como Cristo, que curó y dio de comer, pero fue enviado por el Padre para predicar la buena noticia, esta fue la razón de su envío y misión. Y así el sacerdote, si hay que curar y dar de comer, se hace orientándolo todo a la predicación y      vivencia del evangelio, por lo tanto no es su misión primera y menos exclusiva: AId al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado.... les acompañarán estos signos.... impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos Ellos se fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban@(Mc16,15-20).

       Los sacerdotes tenemos que atender a las necesidades inmediatas materiales de los hermanos, pero no es nuestra misión primera y menos exclusiva,  ni lo son los derechos humanos ni la reforma de las estructuras... sino predicar el evangelio, el mandato nuevo y la salvación a todos los hombres, santificarlos y desde aquí, cambiar las estructuras y defender los derechos humanos, y hacer hospitales y dar de comer a los hambrientos, si es necesario y  otros no lo hacen. Nosotros debiéramos formar a nuestros cristianos seglares para que lo hagan. Pero insisto que lo fundamental es ALa gloria de Dios es que el hombre viva. Y la vida de los hombres es la visión de Dios@(San Irineo).  Gloria sean dadas por  ello a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu  Santo,  que nos han llamado a esta intimidad con ellos y a vivir su misma vida.

       Dios me ama...me ama... me ama...  y qué me importan  entonces todos los demás amores, riquezas, tesoros..., qué importa incluso que yo no sea importante para nadie, si lo soy para Dios; qué importa la misma muerte, si no existe. Voy por todo esto a amarle y a dedicarme más a Él, a entregarme totalmente a Él, máxime cuando quedándome en nada de nada, me encuentro con el TODO de TODO, que es Él.

       Me gustaría terminar con unas palabras de S. Juan de la Cruz, extasiado ante el misterio del amor divino: AY cómo esto sea no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice San Juan diciendo: Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste, es a saber que tengan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: no ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en Mí. Que todos ellos sean una misma cosa de la manera que Tu, Padre, estás en Mí, y yo en  ti; así ellos en nosotros sean una misma cosa. Y yo la claridad que me has dado he dado a ellos, para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y Tu en mí  porque sean perfectos en uno; porque conozca el mundo que Tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo...@(Can B 39,5).

       "(Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! )qué hacéis?,)en qué os entretenéis?. Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. (Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables, y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!" (Can B, 39.7).

       Concluyo con S. Juan: ADios es amor@. Todavía más simple, con palabras de Jesús: Ael Padre os ama@. Repetidlas muchas veces. Creed y confiad plenamente en ellas. El Padre me ama. Dios  me ama y nadie podrá quitarme esta verdad de mi vida.

"Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio: ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio." (Can B 28) Y comenta así esta canción S. Juan de la Cruz: AAdviertan , pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que  de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de este tiempo en estarse con Dios en oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ellas; porque de otra manera todo es martillar y hace poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño. Porque Dios os libre que se comience a perder la sal (Mt 5,13), que, aunque más parezca hace algo por fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios@(Can 28, 3).

       Perdámonos ahora unos momentos en el amor de Dios. Aquí, en ese trozo de pan, por fuera pan , por dentro Cristo,  está encerrado todo este misterio del amor de Dios Uno y Trino. Que Él nos lo explique. El sagrario es Jesucristo vivo y resucitado, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a los hombres. Está aquí la Revelación del Amor del Padre, el Enviado, vivo y resucitado, confidente y amigo. Para Ti, Señor, mi abrazo y mi beso más fuerte; y desde aquí, a todos los hombres, mis hermanos, sobre todo a los más necesitados de tu salvación.

                    LA EUCARISTÍA COMO PRESENCIA (Primera homilía)

       Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido: AMe quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos.@Y S. Juan nos dice en su evangelio que Jesús: Ahabiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo....@   hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros en el pan consagrado de todos los sagrarios de la tierra. Sinceramente es tanto lo que debo a esta presencia eucarística del Señor, a Jesús sacramentado en el pan, confidente y amigo, que quisiera compartir con vosotros este gozo desde la humildad, desde el reconocimiento de quien se siente agradecido, pero a la vez deudor a tanto amor no correspondido, necesitado de su fuerza y amor para hacerlo.

       Santa Teresa, como todos los santos, ni uno que no haya sido eucarístico, exclama en relación con la presencia de Jesús en el sagrario:  A(Oh eterno Padre, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras...no permitas, Señor, que sea tan mal tratado  en este sacramento. El se quedó entre nosotros de un modo tan admirable....@Ella se extasiaba ante Cristo Eucaristía. La madre Teresa de Calcuta es una devota total de la eucaristía. En la congregación de religiosas fundadas por ella para atender a los pobres, todas han de pasar todos los días largo rato ante el Santísimo; debe ser porque hoy Jesucristo en el sagrario es para ella el  más pobre de los pobres, y desde luego, porque para ella, como lo ha repetido a los largo de su vida, para poder verlo en los pobres, primero hay que verlo en la Eucaristía. Y así en todos los santos. Ni uno solo que no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de este pan, de esta presencia, de este tesoro escondido, ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, sin grandes sentimientos, para luego, avanzando poco a poco, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta  llegar al encuentro del Cristo viviente y glorioso, compañero de viaje en el sacramento.

       Cuando celebramos la Eucaristía, después de haber comulgado, el pan consagrado sobrante se guarda en el sagrario para la comunión de los enfermos  y para la veneración de los fieles. Allí permanece el Señor vivo y resucitado en eucaristía perfecta, es decir, no estáticamente, como si fuera un cuadro, una imagen, sino dinámicamente, ofreciendo al Padre su vida por nosotros, intercediendo por todos, dando su vida por los hombres. Es un misterio de amor y salvación.

       Pablo VI en su encíclica AMysterium fidei@nos dice: ADurante el día, los fieles no omitan la visita al Santísimo Sacramento.... La visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor, allí presente.@Cada uno de nosotros puede decirle al Señor : Señor, sé que estás ahí, en el sagrario. Sé que me amas, me miras, me proteges y me esperas todos los días. Lo sé, aunque a veces viva olvidando esta verdad y me porte como tú no mereces ni yo debiera. Quisiera sentir más tu presencia y ser atrapado por este ardiente deseo, que se llama Jesús Eucaristía, porque  cuando se tiene, ya no se cura.

       Quiero saber, Señor, por qué me buscas así, por qué te humillas tanto, por qué vienes en mi busca haciéndote un poco de pan, una cosa, humillándote más que en la Encarnación, en  que te hiciste hombre. Tú que eres Dios y todo lo puedes )Por qué te has quedado aquí en el sagrario? )Qué  puedo yo darte que tú no tengas?

       Y Jesús nos dice a todos algo, que no podemos comprender bien ahora en la tierra sino que tenemos que esperar al cielo para saberlo: ALo tengo todo, menos tu amor, si tú no me lo das.@Y es que debemos de valer mucho para el Padre, por lo mucho que nos ama y ha sufrido por nosotros. Nosotros no nos valoramos todo lo que valemos. Sólo Dios sabe lo que vale el hombre para El.

       Entonces, Señor, si yo valgo tanto para Tí, más que lo que yo me valoro y valoro a mis hermanos, ayúdame a descubrirlo y a vivir sólo para Tí, que tanto me quieres, que me quieres desde siempre y para siempre, porque Tú me pensaste desde toda la eternidad. Quiero desde ahora escucharte en visitas hechas a tu casa, quiero contarte mis cosas, mis dudas, mis problemas, que ya los sabes, pero que quieres escucharlos nuevamente de mí, quiero estar contigo, ayúdame a creer más en Tí, a quererte más y esperar  y buscar más tu amistad.

Estáte, Señor, conmigo,                       

siempre, sin jamás partirte,                    

y, cuando decidas irte,

llévame, Señor, contigo,

porque el pensar que te irás,

me causa un terrible miedo,

de si yo sin ti me quedo,

de di tú sin mí te vas.

Llévame en tu compañía,

donde tu vayas, Jesús,

porque bien sé que eres tú

la vida del alma mía;

si tu vida no me das,

yo sé que vivir no puedo,

ni si yo sin tí me quedo,

ni si tú sin mí te vas.     

Las puertas del sagrario son para muchas almas las puertas del cielo y de la eternidad ya en la tierra, las puertas de la esperanza abiertas; el sagrario para la parroquia y para todos los creyentes es Ala fuente que mana y corre,@aunque no lo veamos con los ojos de la carne, porque es la fe la que lo ve y nos lo comunica; el sagrario es el maná escondido ofrecido en comida siempre, mañana y noche, es la tienda de la presencia de Dios entre los hombres. Siempre está el Señor, bien despierto, intercediendo y continuando la misa por nosotros ante el Padre en el altar del cielo. El sagrario para la parroquia es su corazón, desde donde extiende y  comunica la sangre de la vida divina a todos los feligreses y al mundo entero. Lo dice Cristo, el evangelio, la Iglesia, los santos,  la experiencia de los siglos y de los místicos....

S. Juan de la Cruz lo expresa así:

Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche.

Aquesta fonte está escondida,

en esta pan por darnos vida,

aunque es de noche.                                     

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de este agua se hartan aunque a oscuras, porque es de noche.

Aquesta eterna fonte que deseo,

 en este pan de vida yo la veo,

 aunque es de noche.

 ( Es por la fe, oscura al entendimiento)

Para S. Juan de la Cruz, como para todos lo que quieran adentrarse en el misterio de Dios, tiene que ser a oscuras de todo lo humano, que es limitado para entender y amar al Dios infinito.  Por eso hay que ir hacia Dios  Atoda ciencia trascendiendo”. Las almas eucarísticas, las almas de sagrario, las almas despiertas de fe y amor a Cristo, son felices, aún en medio de pruebas y sufrimientos en la tierra, porque su corazón ya no es suyo, ya no es propiedad suya, porque Dios se lo ha robado y se lo ha llevado junto a Sí y las almas ya no pueden vivir sin la unión con Dios, ya no saben vivir sin Él.

Aquí, junto al Señor en el sagrario, aprenden a seguir a Cristo, le escuchan y se revisan en una conversión permanente, porque siempre son pecadores,  pero no dejarán de convertirse ni se  instalarán, porque ya están convencidos de su pecado y de la necesidad de purificarse y de la necesidad de Cristo y su gracia para conseguirlo. Tienen muy metido en el alma, por evangelio y por propia experiencia, que dejar de convertirse, es dejar de caminar a la unión total con Dios. Y serán humildes por experiencia de su pecado, por deseos de no perder al Amado.

Y como esto es lo que más desean,  lo hacen con gozo y con poca misericordia y condescendencia hacia sí mismos,  porque prefieren a Dios sobre todas las cosas, incluso sobre el amor a sí mismos.

 BAquí, en el sagrario, se encuentra la mejor escuela de oración, de santidad, de apostolado, de hacer parroquia y comunidad..... porque se encuentra el mejor maestro y la fuente de toda gracia: Jesucristo. Aquí se aprenden todas la virtudes, que practica Cristo en la Eucaristía: entrega silenciosa, sin ruido, sin nimbos de gloria, constancia, amor gratuito, humildad a toda prueba, perdón de todo olvido y ofensa. Como he dicho alguna vez, el Sagrario es la biblia donde nuestra madres y padres, cuando no había tantas reuniones ni grupos de parroquia,  aprendieron  todo sobre Dios y sobre Cristo, sobre el evangelio y la vida cristiana, sobre su vida y salvación. Nuestras madres, los hombres y las mujeres sencillas de nuestros pueblos, muchas veces  no han tenido más biblia que el sagrario.

BNecesitamos el pan de vida, como el pueblo de Dios por el desierto, para caminar, para no morir de hambre sin comer el maná bajado del cielo, anticipo de la Eucaristía. Necesitamos ese pan para superar las dificultades del camino, superar las esclavitudes de Egipto- nuestros pecados-, para superar las tentaciones del consumismo- hoyas de Egipto-, para no adorar los ídolos de barro, los becerros de oro, que nos fabricamos y nos impiden el culto al Dios verdadero, en la travesía por el desierto.

BNecesitamos el pan de vida como Eliseo, ante el peso y la fatiga de la misión evangelizadora. Necesitamos escuchar al Señor que nos dice: ALevántate y come, porque el camino es demasiado largo para tí.@En la Eucaristía recuperamos las fuerzas del cansancio diario.

BNecesitamos del pan de vida, como los discípulos de Emaús cuando atardece y se oscurece la fe. Es en la Eucaristía donde Jesús nos abre los ojos del corazón y le reconocemos al partir el pan. Y allí volvemos a encontrar la comunidad que nos ayuda en el camino y  de la que nos habíamos alejado.

BNecesitamos de la Eucaristía, para seguir caminando en la vida cristiana. Sin Cristo no podemos y Cristo es ahora pan consagrado; por eso, le decimos: ASeñor, dános siempre de ese pan.@

 QUIEN AMA LA EUCARISTÍA TERMINA HACIÉNDOSE EUCARISTÍA PERFECTA, SE TRANSFORMA EN LO QUE CONTEMPLA.

AQué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche.@

LA EUCARISTÍA COMO MISA.

(segunda homilía)

 

       Podemos considerar la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia. De todos los modos de considerar la Eucaristía, el más importante es la Eucaristía como misa,  como pascua, como sacrificio de la Nueva Alianza, especialmente la Eucaristía del domingo, porque es el icono de toda eucaristía perfecta, el fundamento de toda nuestra vida cristiana,   y la que construye  la Iglesia de Cristo. Voy a citar unas palabras del Vaticano II donde se nos habla de esto: ALa Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón Adía del Señor@o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo entre los muertos(1Pe 1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles...@(S.C. 106)

       Por este texto y otros,  que podíamos citar, podemos afirmar que, sin misa dominical, no hay cristianismo, no hay Iglesia de Cristo, no hay parroquia, no hay comunidad critiana.  Porque Cristo es el fundamento de nuestra fe y salvación,  mediante el sacrificio redentor, que se hace presente en  la misa; por eso, toda misa, especialmente la dominical, es Cristo haciendo presente entre nosotros su pasión, muerte y resurrección, que nos salvó y nos sigue salvando, toda su vida, todo su misterio redentor. Sin domingo, Cristo no ha resucitado y, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe y no tenemos salvación, dice S. Pablo.  Sin misa del domingo, no hay verdadera fe cristiana, no hay Iglesia de Cristo. No vale decir Ayo soy cristiano pero no practicante.@O vas a misa los domingos o eso que tú llamas cristianismo es pura invención egoísta de los hombres, pura incoherencia, religión inventada a la medida de nuestra comodidad y falta de fe; no es eso lo que Cristo quiso para sus seguidores e hizo y celebró con sus Apóstoles y ellos continuaron luego haciendo y celebrando. La misa del domingo es el centro de toda la vida parroquial.

       Sobre la puerta del Cenáculo de San Pedro, hace ya más de treinta años, puse este  letrero:  ANinguna comunidad cristiana se construye, si no tiene como raíz y centro la celebración de la Santísima Eucaristía.@ Este texto del Concilio nos dice que la misa es la que construye la parroquia, es el centro de toda su vida y apostolado, el corazón de la parroquia. La Iglesia, por una tradición que viene desde los apóstoles, pero que empezó con el Señor resucitado, que se apareció y celebró la eucaristía con los apóstoles en el mismo día que resucitó, continuó celebrando cada ocho días el misterio de la salvación  presencializándolo  por la Eucaristía. Luego, los apóstoles, después de la Ascensión, continuaron haciendo lo mismo.  Por eso, el domingo se convirtió en  la fiesta principal de los creyentes. Aunque algunos puedan pensar, sobre todo, porque es cada ocho días, que el domingo es menos importante que otras fiestas del Señor, por ejemplo, la Navidad, la Ascensión, el Viernes o Jueves Santo, la verdad es que si Cristo no hubiera resucitado, esas fiestas no existirían. Y eso es precisamente lo que celebramos cada domingo: la muerte y resurrección de Cristo, que se convierten en nuestra Salvación.

       En este día del domingo, Jesús nos invita a la Eucaristía, a la santa misa, que es nuestra también, a ofrecernos con Él  a la Santísima Trinidad, que concibió y realizó este proyecto tan maravilloso por su encarnación, muerte y resurrección, para llevarnos a su misma vida trinitaria. En el ofertorio nos ofrecemos y somos ofrecidos con el pan y el vino; por las palabras de la consagración, nosotros también quedamos consagrados como el pan y el vino ofrecidos,  y  ya no nos pertenecemos, y al no pertenecernos y estar consagrados con Cristo para la gloria del Padre y la salvación de los hombres, porque voluntariamente hemos querido correr la suerte de Cristo, cuando salimos de la Iglesia, tenemos que vivir como Cristo para glorificar a la Santísima Trinidad, cumplir su voluntad  y salvar a los hermanos,  haciendo las obras de Cristo: Ami comida es hacer la voluntad de mi Padre@; AEl que me come vivirá por mí@;AComo el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor@(Jn15,9).             

       En la consagración, obrada por la fuerza poderosa del Espíritu Santo, también nosotros nos convertimos por Él, con Él y en Él, en  Aalabanza de su gloria,@en alabanza y buena fama para Dios, como Cristo fue alabanza de gloria para la Santísima Trinidad y nosotros hemos de esforzarnos también con Él por serlo, como buenos hijos que deben ser siempre la gloria de sus padres y no la deshonra. En la Comunión nos hace partícipes de su misma vida, de sus mismos sentimientos y actitudes y para esto le envió el Padre al mundo, para que vivamos vida de Dios por Él: AEn esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él@(1Jn 4,8). Esta es la razón de su venida al mundo: el Padre quiere hacernos a todos hijos en el Hijo y que vivamos amados por Él en el Amado. Y eso es vivir y celebrar y participar en la Eucaristía, la santa misa, el sacrificio de Cristo. Es un misterio de amor y de adoración y de alabanza y de salvación, de intercesión y súplica con Cristo a la Santísima Trinidad. Y esto es el Cristianismo, la religión cristiana:  intentar vivir como Cristo para gloria de Dios y salvación de los hombres.

        La misa dominical  parroquial renueva todos los domingos este pacto, esta alianza, este compromiso con Dios por Cristo, porque  es Cristo resucitado y glorioso, quien, en aparición pascual, se presenta entre nosotros y nos construye como cuerpo suyo, como Iglesia suya y nos consagra juntamente con el pan y el vino para hacernos partícipes de sus sentimientos y actitudes de ofrenda al Padre y salvación de los hermanos y hacernos ya ciudadanos de la nueva Jerusalén, que está salvada y participa de los bienes futuros anticipándolos, encontrándonos así por la eucaristía con el Cristo glorioso, llegados al último día y proclamando con su venida eucarística la llegada de los bienes escatológicos, es decir, definitivos: AAnunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor , Jesús.@

       Queridos amigos, ningún domingo sin  misa. Este es mi ruego, mi consejo y exhortación por la importancia que tiene en nuestra vida espiritual. Es que mis amigos no van, es que he dejado de ir hace ya mucho tiempo, no importa, tú vuelve y la misa te salvará, el Señor te lo premiará con vitalidad de fe y vida cristiana. Los que abandonan la misa del domingo, pronto no saben de qué va Cristo, ni la salvación, ni el cristianismo, ni la Iglesia.... y así está hoy la Iglesia por culpa de los que no escuchan a Cristo todos los domingos, ni piden perdón de sus pecados, ni rezan ni se dan la paz como hermanos. No me escojáis una persona que va a misa y me la comparéis con otra que no va y es mejor que la practicante, cogedme cien niños, cien jóvenes, cien matrimonios que van a misa y otros cien que no van… os garantizo que  habrá diferencias a mejor en el 70 por ciento de los que van sobre los otros.  El domingo es el día más importante del cristianismo y el corazón del domingo es la misa, la Eucaristía, sobre todo, si participas comulgando. Más de una vez hago referencia a unos versos que reflejan un poco esta espiritualidad.

Frente a tu altar, Señor, emocionado

veo hacia el cielo el cáliz levantar.

Frente a tu altar, Señor, anonadado

he visto el pan y el vino consagrar.

Frente a tu altar, Señor, humildemente

ha bajado hasta mi tu eternidad.

Frente a tu altar, Señor, he comprendido

el milagro constante de tu amor.

(Querer Tu que mi barro esté contigo

haciendo templo a quien te ha ofendido!

(Llorando estoy frente a tu altar, Señor!

(Tántos  abandonos, tántos pecados,  tántas faltas de fe y amor ante un Dios que tanto me quiere,  llorando estoy

frente a tu altar, Señor.

LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN.

 

La plenitud del fruto de la misa viene a nosotros sacramentalmente por la comunión eucarística. La Eucaristía como comunión es el momento de mayor unión sacramental con el Señor, es el sacramento más lleno de Cristo que recibimos en la tierra, porque no recibimos una gracia sino al autor de todas las gracias y dones, no recibimos agua abundante sino  la misma fuente de la salvación.

       Por eso,  volvería a repetir aquí todas las mismas exhortaciones que dije en relación con no dejar la santa misa del domingo. Comulgad, comulgad, sintáis o no sintáis,  porque el Señor está ahí, y hay que pasar por esas etapas de sequedad, que entran dentro de su planes, para que nos acostumbremos a recibir su amistad no por egoísmo, porque siento más o menos, sino porque Él es el Señor y yo simple criatura, y tengo necesidad de su alimento, de tener sus sentimientos y actitudes, de obedecer y buscar su voluntad y sus deseos  más que los míos, porque si no, nunca entraré en el camino de la conversión y de la amistad sincera con Él. A Dios tengo que buscarlo siempre porque Él es lo absoluto, lo primero, yo soy simple invitado,  pero infinitamente elevado hasta Él por pura gratuidad, por pura benevolencia.

        Dios es siempre Dios. Yo soy simple criatura, debo recibirlo con suma humildad y devoción, porque esto es reconocerlo como mi Salvador y Señor, esto es creer en Él, esperar de Él. Luego vendrán otros sentimientos. Es que no me dice nada la comunión, es que lo hago por  rutina, tú comulga con las debidas condiciones y ya pasará toda esa sequedad, ya verás cómo algún día notarás su presencia, su cercanía, su amor, su dulzura.

       Los santos, todos los verdaderamente santos, pasaron a veces  años y años en noche oscura de entendimiento, memoria y voluntad,  sin sentir nada, en purificación de la fe, esperanza y caridad, hasta que el Señor los vació de tanto yo y pasiones personales que tenían dentro y poco a poco pudo luego entrar y llegar a una unión grande con Dios. Lo importante de la religión no es sentir o no sentir, sino vivir y esforzarse por cumplir la voluntad de Dios en todo y para eso comulgo, para recibir fuerzas y estímulos, la comunión te ayudará a superar todas las pruebas, todos los pecados, todas las sequedades. La sequedad, el cansancio, si no es debido a mis pecados, no pasa nada. El Señor viene para ayudarnos en la luchas contra los pecados veniales consentidos, que son la causa principal de nuestras sequedades.

       Sin conversión de nuestro pecados no hay amistad con el Dios de la pureza, de la humildad, del amor extremo a Dios y a los hombres. Por eso, la noche, la cruz y la pasión, la muerte total del yo, del pecado, que se esconde en los mil repliegues de nuestra existencia, hay que pasarlas antes de llegar a la transformación y la unión perfecta con Dios.

       Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de fe en Dios y en todo su misterio, en su doctrina, en su evangelio; manifestamos y demostramos que creemos todo el evangelio, todo el misterio de Cristo, todo lo que  ha dicho y ha hecho, creemos que Él es Dios, que hace y realiza lo que dice y promete, que se ha encarnado por nosotros, que murió y resucitó, que está en el pan consagrado y por eso, comulgo.

       Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de amor a quien dijo ATomad y Comed, esto es mi Cuerpo,@porque acogemos su entrega y su amistad, damos adoración y alabanza a su cuerpo entregado como don, y esperamos en Él como prenda de la gloria futura. Creemos y recibimos su misterio de fe y de amor: AMi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... Si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros....@Le ofrecemos nuestra  fe y comulgamos con sus palabras y su cuerpo.

       Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de esperanza, porque deseamos que se cumplan en nosotros sus promesas y por eso comulgamos, creemos y esperamos en sus palabras y en su persona: AYo soy el pan de vida, el que coma de este pan, vivirá eternamente.... si no coméis mi carne, no tenéis vida en vosotros...@   

Señor, nosotros queremos tener tu vida, tu misma vida, tus mismos deseos y actitudes, tu mismo amor al Padre y a los hombres, tu misma entrega al proyecto del Padre...queremos ser humildes y sencillos como Tú, queremos imitarte en todo y vivir tu misma vida, pero yo solo no puedo, necesito de tu ayuda, de tu gracia, de tu pan que alimenta estos sentimientos. Cómo cambiarían los pueblos, la juventud, los matrimonios, los hijos.... si todos comulgáramos a Cristo, el mismo evangelio, la misma fe. Cuando comulguéis, podéis decirle: Señor, acabo de recibirte, te tengo en mi persona, en mi alma, en mi vida, en mi corazón..... que tu comunión llegue a todos los rincones de mi carácter, de mi cuerpo, de mi lengua y sentidos, que todo mi ser y existir viva unido a Tí, que no se rompa por nada esta unión, qué alegría tenerte conmigo, tengo el cielo en la tierra porque el mismo Jesucristo vivo y resucitado que sacia a los bienaventurados en el cielo, ha venido a mí ahora;  porque el cielo es Dios, eres Tú, Dios mío, y Tú estás dentro de mí. Tráeme del cielo tu resurrección, que al encuentro contigo todo en mí resucite, sea vida nueva, no la mía , sino la tuya; Señor, que esté bien despierto en mi fe, en mi amor, en mi esperanza sobrenaturales; cúrame, fortaléceme, ayúdame y si he de sufrir y purificarme de mis defectos, que sienta que tú estás conmigo y lo quieres.   

       (Eucaristía divina! (cómo te deseo!, (cómo te necesito!,(cómo te busco !, (con qué hambre de tu presencia camino por la vida!. Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y que no son míos, porque yo no los sé fabricar ni  todo esto que siento.(Qué nostalgia de mi Dios cada día! Necesito comerte ya, porque si no moriré de ansias del pan de vida. (necesito comerte ya para amarte y sentirme amado! Quiero comerte para ser asimilado por el Dios vivo y vivir mi vida siempre contigo.

HEMORROÍSA DIVINA, CREYENTE, DECIDIDA, ENSÉÑAME A TOCAR A CRISTO CON FE Y ESPERANZA.

                            (Comentario del evangelio de Mateo 9, 20-26)

AMientras les hablaba, llegó un jefe y acercándosele se postró ante Él, diciendo: Mi hija acaba de morir; pero ven, pon tu mano sobre ella y vivirá. Y levantándose Jesús, le siguió con sus discípulos. Entonces una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó la orla del vestido, diciendo para sí misma: con sólo que toque su vestido seré sana. Jesús se volvió, y, viéndola, dijo: Hija, ten confianza; tu fe te ha sanado. Y quedó sana la mujer desde aquel momento.@

Seguramente todos recordaréis éste pasaje evangélico, en el que se nos narra la curación de la hemorroisa. Esta pobre mujer, que padecía flujo incurable de sangre desde hacía doce años, se deslizó entre la multitud, hasta lograr tocar al Señor:ASi logro tocar la orla de su vestido, quedaré curada@, se dijo. AY al instante cesó el flujo de sangre.@  Y  Jesús... preguntó: AQuién me ha tocado?@No era el hecho material lo que le importaba a Jesús. Pedro, lleno de sentido común, le dijo: Señor, te rodea una muchedumbre inmensa y te oprime por todos lados y ahora tú preguntas, )quién me ha tocado? Pues todos. Pero Jesús lo dijo, porque sabía muy bien, que alguien le había tocado de una forma totalmente distinta a los demás, alguien le había tocado con fe y una virtud especial había salido de Él. No era la materialidad del acto lo que le importaba a Jesús en aquella ocasión; cuántos ciertamente de aquellos galileos habían tenido esta suerte de tocarlo y, sin embargo, no habían conseguido nada. Sólo una persona, entre aquella multitud inmensa, había tocado con fe a Jesús. Esto era lo que estaba buscando el Señor.

Queridos hermanos: Este hecho evangélico, este camino de la hemorroísa,  debe ser siempre imagen e icono de nuestro acercamiento al Señor, y una imagen real y a la vez  desoladora de lo que sigue aconteciendo hoy día. Otra multitud de gente nos hemos reunido esta tarde en su presencia y nos reunimos en otras muchas ocasiones y, sin embargo, no salimos curados de su encuentro, porque nos falta fe. El sacerdote que celebra la Eucaristía, los fieles que la reciben y la adoran, todos los que vengan a la presencia del Señor, deben tocarlo con fe y amor para salir curados. Y si el sacerdote como Pedro le dice: Señor, todos estos son creyentes, han venido por Tí, incluso han comido contigo, te han comulgado.....podría tal vez el Señor responderle: Apero no todos me han tocado@. Tanto al sacerdote como a los fieles nos puede faltar esa fe  necesaria para un encuentro personal, podemos estar distraídos de su amor y presencia amorosa, es más, nos puede parecer el sagrario un objeto de iglesia, una cosa sin vida,  más que la presencia personal y verdadera y realísima de Cristo. Sin fe viva, la presencia de Cristo no es la del amigo que siempre está en casa, esperándonos, lleno de amor, lleno de esas gracias,  que tanto necesitamos, para glorificar al Padre y salvar a los hombres; y por esto, sin encuentro de amistad,  no podemos contagiarnos de sus deseos, sentimientos y actitudes.

En la oración eucarística, como Eucaristía continuada que es, el Señor nos dice: Atomad y comed.. Tomad y bebed...@y lo dice para que comulguemos, nos unamos a Él. En la oración eucarística, más que abrir yo la boca para decir cosas a Cristo, la abro para acoger su don, que es el mismo Cristo pascual, vivo y resucitado por mí y para mí. El don y la gracia ya están allí, es Jesucristo resucitado para darme vida, sólo tengo que abrir los ojos, la inteligencia, el corazón para comulgarlo con el amor y el deseo y la comunicación-comunión y así la oración eucarística se convierte en una permanente comunión eucarística. Sin fe viva, callada, silenciosa y alimentada de horas de sagrario,  Cristo no puede actuar  aquí y ahora en nosotros, ni curarnos como a la hemorroisa. No puede decirnos, como dijo tantas  veces en su vida terrena:AVéte, tu fe te ha salvado@.

Y no os escandalicéis, pero es posible, que yo celebre la eucaristía y no le toque, y tú también puedes comulgar y no tocarle,  a pesar de comerlo. No basta, pues, tocar materialmente la sagrada forma y comerla, hay que comulgarla, hay que tocarla con fe y recibirla con amor. Y )cómo sé yo si le toco con fe al Señor? Muy sencillo: si quedo curado,  si voy poco a poco comulgando con los sentimientos de amor, servicio, perdón, castidad, humildad de Cristo, si me voy convirtiendo en Él y viviendo poco a poco su vida. Tocar, comulgar a Cristo es tener sus mismos sentimientos, sus mismos criterios, su misma vida. Y esto supone renunciar a los míos, para vivir los suyos: AEl que me coma, vivirá por mí A, nos dice el Señor en el capítulo sexto de S. Juan. Y Pablo constatará esta verdad, asegurándonos: Avivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí@.

 Hermanos, de hoy en adelante vamos a tener más cuidado con nuestras misas y nuestras comuniones, con nuestros ratos de iglesia, de sagrario. Vamos a tratar de tocarle verdaderamente a Cristo. Creo que un momento muy importante de la fe eucarística es cuando llega ese momento, en que iluminado por la fe, uno se da cuenta de que Él está realmente allí, que está vivo, vivo y resucitado, que quiere comunicarnos todos los tesoros que guarda para nosotros, puesto que para esto vino y este fue y sigue siendo el sentido de su encarnación continuada en la Eucaristía. Pero todo esto es por las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, que nos llevan y nos unen directamente con Dios.

Hemorroisa divina, creyente, decidida y valiente,  enséñame a mirar y admirar a Cristo como tú lo hiciste, quisiera tener la capacidad de provocación que tú tuviste con esos deseos de tocarle, de rozar tu cuerpo y tu vida con la suya, esa seguridad de quedar curado si le toco con fe, de presencia y de palabra, enséñame a dialogar con Cristo,  a comulgarlo y recibirlo;  reza por mí al Cristo que te curó de tu enfermedad, que le toquemos siempre con esa fe y deseos tuyos en nuestras misas, comuniones y visitas, para que quedemos curados, llenos de vida, de fe y de esperanza.

1,3.-SAMARITANA MÍA, ENSÉÑAME A PEDIR A CRISTO EL AGUA DE LA FE Y DEL AMOR. (Comentario del evangelio de Juan 4,4-26)

ATenía que pasar por Samaria. Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, próxima a la heredad que dio Jacob a José, su hijo, donde estaba la fuente de Jacob. Jesús fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente; era como la hora de sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: dame de beber, pues los discípulos habían ido a la ciudad a comprar provisiones.

Dícele la mujer samaritana: )Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana? Porque no se tratan judíos y samaritanos. Respondió Jesús y dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva. Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo; )de dónde, pues, te viene esa agua viva? )Acaso eres tú más grande que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebió él mismo, sus hijos y sus rebaños? Respondió Jesús y le dijo: Quien bebe de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna.

Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed ni tenga que venir aquí a sacarla. Él le dijo: Vete, llama a tu marido y ven acá. Respondió la mujer y le dijo: no tengo marido. Díjole Jesús: bien dices: no tengo marido porque tuviste cinco, y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho verdad. Díjole la mujer: Señor, veo que eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que adorar. Jesús le dijo: Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. ...Díjole la mujer: Yo sé que el Mesías, el que se llama Cristo, está para venir, y que cuando venga nos hará saber todas las cosas. Díjole Jesús: Soy yo, el que contigo habla.

Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: Me ha dicho todo cuanto he hecho. Así que vinieron a Él y le rogaron que se quedase con ellos. Permaneció allí dos días y muchos más creyeron al oírle. Decían a la mujer: ya no creemos por tu palabra, pues nosotros mismos hemos oído y conocido que éste es verdaderamente el Salvador del mundo@

Polvoriento, sudoroso y fatigado el Señor se ha sentado en el brocal del pozo. Está esperando a una persona muy singular. Ella no lo sabe. Por eso, al llegar y verlo, la samaritana se ha quedado sorprendida de ver a un judío sentado en el pozo, sobre todo, porque le ha pedido agua. Este encuentro ha sido cuidadosamente preparado por Jesús. Por eso, Cristo no se ha recatado en manifestar su sed material, aunque le ha empujado hasta allí, más su sed de almas, su ardor apostólico:Asi conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...@

Queridos hermanos: el mismo Cristo, exactamente el mismo, con la misma sed de almas, está sentado a la puerta de nuestros sagrarios, del sagrario de tu pueblo. Lleva largo años esperando el encuentro de fe contigo para entablar el deseado diálogo, pero tú tal vez no has sido fiel a la cita y no has ido a este pozo divino para sacar el agua de la vida. Él ha estado siempre aquí, esperándote, como a la samaritana. Dos  mil años lleva esperándote.

Por fín hoy estás aquí, junto a Él, que te mira con sus ojos negros de judío, imponentes, pregúntaselo a la adúltera, a la Magdalena, a las multitudes de niños, jóvenes y adultos de Palestina....que le seguían magnetizados; (qué vieron en esos ojos, lagos transparentes en los que se reflejaba su alma pura, su ternura por niños, jóvenes, enfermos, pecadores, su amor por todos nosotros y se purificaban con su bondad las miserias de los hombres!  Todos sentimos esta tarde una emoción muy grande, porque hemos caído en la cuenta de que Él estaba esperándonos. Y, sentado en el brocal del sagrario,  Cristo te provoca y te pide agua, porque tiene sed de tu alma, como aquel día tenía más sed del alma de esta mujer que del agua del pozo. Cristo eucaristía se muere en nuestros sagrarios de sed de amor, comprensión, correspondencia, de encontrar almas corredentoras del mundo, adoradoras del Padre, enamoradas y fervientes, sobre las que pueda volcarse y transformarlas en eucaristías perfectas.

AHe aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres,  diría a Santa Margarita y, a cambio de tanto amor, solo recibe desprecios...@  Tú, al menos, que has conocido mi amor, ámame,  nos dice el Señor a los creyentes desde cada sagrario. ASi conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber...tú le pedirías y el te daría agua que salta hasta la vida eterna.....@

 El don de Dios a los hombres es Jesucristo,  es el mayor don que existe y que es entregado a los que le aman. Para eso vino y para eso se quedó en el sacramento. Si supiéramos, si descubriéramos quién es el que nos pide de beber... es el Hijo de Dios, la Palabra pronunciada y  cantada eternamente con Amor de Espíritu Santo por el  Padre: AAl principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios.... Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... Vino a los suyos y los suyos no le recibieron@(Jn 1, 1-3,11). Pues bien, esa Palabra Eterna de Salvación y Felicidad, pronunciada con amor de Espíritu Santo por el Padre para los hombres, es el Señor, presente en todos los sagrarios de la tierra. 

No debemos olvidar nunca que la religión cristiana, esencialmente, no son mandamientos ni sacramentos ni ritos ni ceremonias ni el mismo sacerdocio ni nada, esencialmente es una persona, es Jesucristo. Quien se encuentra con Él, puede ser cristiano, porque ha encontrado al Hijo Único, que  conoce y puede llevarnos al Padre y a la salvación; quien no se encuentra con Él, aunque tenga un doctorado en teología o haga todas las acciones y organigramas pastorales, no sabe lo que es auténtico cristianismo, ni ha encontrado el  gozo eterno comenzado en el tiempo.

Es que Dios nos ha llamado a la existencia por amor, tanto en la creación primera como en la segunda, y siempre en su Hijo,  primero,  Palabra Eterna pronunciada en silencio, lleno de amor de Espíritu Santo en su esencia divina, luego, pronunciada por nosotros en el tiempo y en este mundo en carne humana, para que vivamos su misma vida y seamos felices con su misma felicidad trinitaria, que empieza aquí abajo;  las puertas del sagrario son las puerta de la eternidad:ABendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda  bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados...@(Ef 1,3-7).

La religión, en definitiva, es todo un invento de Dios para amar y ser amado por el hombre, y aquí está la clave del éxtasis de amor de los místicos, al descubrir y sentir y experimentar que esto es verdad, que de verdad Dios ama al hombre desde y hasta la hondura de su ser trinitario, y el hombre, al sentirse amado así, desfallece de amor, se transciende, sale de sí por este amor divino que Dios le regala  y se adentra en la esencia de Dios, que es Amor, Amor que no puede dejar de amar, porque si dejara de amar, dejaría de existir. Esto es lo que busca el Padre por su Hijo Jesucristo, hecho carne de pan por y  para nosotros.

AEn esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó...@(1J 4,8-10).

AVed qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es@(1Jn 3, 1-3).

           Por eso, ya puede crear otros mundos más dilatados y varios, otros cielos más infinitos y azules, pero nunca podrá existir nada más grande, más bello, más profundo, más lleno de vida y amor y de cariño y de ternuras infinitas que Jesucristo, su Verbo Encarnado. AY hemos visto, y damos de ello testimonio, que el Padre envió a su Hijo por Salvador del mundo. Quien confesare que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor , y el que vive en amor,  permanece en Dios y Dios en él@(1Jn 4, 14-16). Y a este Jesús es a quien yo confieso como Hijo de Dios arrodillándome ante el sagrario, y a éste es al que yo veo cuando miro, beso, hablo o me arrodillo ante el sagrario, yo no veo ni pan ni copón ni caja de metal o madera que lo contiene, yo sólo veo a mi Cristo, a nuestro Cristo y ese es el que me pide de beber.... y si yo tengo dos gotas de fe, tengo que comulgarle, comunicarme con Él, entregarme a Él, encontrarle, amarle:ASi tú supieras quién es el que te pide de beber....@

Dímelo tú, Señor. Descúbremelo Tú personalmente. En definitiva, el único velo que me impide verte es el pecado, de cualquier clase que sea, siempre será un muro que me oculta tu rostro, me separa de Tí; por eso quiero con todas mis fuerzas destruirlo, arrancarlo de mí, aunque me cueste sangre, porque me impide el encuentro, la comunión total. ASi dijéramos que vivimos en comunión con Él y andamos en tinieblas, mentiríamos y no obraríamos según verdad.@  AY todo el que tiene en él esta esperanza, se purifica, como puro es Él. Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido.@(1Jn 1,6; 3, 3,6) Por eso, la samaritana, al encontrarse con Cristo, reconoció prontamente sus muchos maridos, es decir, sus pecados; los  afectos y apegos desordenados impiden ver a Cristo, creer en Cristo Eucaristía, sentir su presencia y amor; Cristo se lo insinuó, ella lo intuyó y lo comprendió y ya no tuvo maridos ni más amor que Cristo, el mejor amigo.

 Señor, lucharé con todas mis fuerzas por quitar el pecado de mi vida, de cualquier clase que sea.ALos limpios de corazón verán a Dios@.Quiero estar limpio de pecado, para verte y sentirte como amigo. Quiero decir con la samaritana:ADáme, Señor, de ese agua, que sacia hasta la vida eterna....@para que no tenga necesidad de venir todos lo días a otros  pozos de aguas que no sacian plenamente; todo lo de este mundo es agua de criaturas que no sacia, yo quiero hartarme de la hartura de la divinidad, de este agua que eres Tú mismo, el único que puedes saciarme plenamente. Porque llevo años y años sacando agua de estos pozos del mundo y como mis amigos y antepasados tengo que venir cada día en busca de la felicidad, que no encuentro en ellos y que eres Tú mismo.

 Señor,  tengo hambre del Dios vivo que eres Tú, del agua viva, que salta hasta la vida eterna, que eres Tú, porque ya he probado el mundo y  la felicidad que da. Déjame, Señor,  que esta tarde, cansado del camino de la vida,  lleno de sed y hambriento de eternidad y sentado junto al brocal del sagrario, donde Tú estás, te diga: Jesús, te deseo a Tí, deseo llenarme y saciarme solo de Tí, estoy cansado de las migajas de las criaturas, sólo busco la hartura de tu Divinidad. Quien se ha encontrado contigo, ha perdido la capacidad de hambrear nada fuera de Tí. Contigo todo me sobra. Tú eres la Vida de mi vida, lléname de Tí.  ASolo Dios basta, quien a Dios tiene, nada le falta@.

D. Alfonso, en el programa que os ha dado, quiere que estos días tratemos especiamente de la oración eucarística, esto es, de la Eucaristía y de la oración. En un libro publicado por mi he tratado ampliamente de estos dos temas, como ya lo sugeria el mismo título: “LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO”. De él he entresacado algunos artículos para estos días. Uno de ellos lo titulo: ORACIÓN Y SANTIDAD, FUNDAMENTOS DEL APOSTOLADO, EN LA CARTA APOSTÓLICA DE JUAN PABLO II  ANOVO MILLENNIO INEUNTE@

       Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica NOVO MILLENNIO INEUNTE, cuando  invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de vida apostólica, pero no de  métodos y organigramas, donde expresamente nos dice Ano hay una fórmula mágica que nos salva@, Ael programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo@, sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a El por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración y en la Eucaristía, precisamente los tres temas que D. Alfonso quiere que sean tratados en este retiro espiritual. Voy a citar brevísimamente algunos párrafos de la carta, referidos a estos tres temas, pues es de lo que fundamentalmente trata la Carta: “Al comenzar el tercer milenio”. Insisto que al Papa, lo que más le interesa, al hablarnos de apostolado, es subrayar y recalcar la necesidad de la espiritualidad de todo apostolado; la meta de toda vida cristiana y todo apostolado cristiano es la santidad, la unión con Dios y el camino imprescindible para esta santidad y unión con Dios es la oración y la eucarística, esto es, la oración eucaristica.        

N116.- AQueremos ver a Jesús@(Jn 12,21) .... como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo Ahablar@de Cristo, sino en cierto modo hacérselo Aver@. )Y no es quizás cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio? Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente, si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro@.

N120.- A)Cómo llegó Pedro a esta fe? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: Ano te lo ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos@(16,17). Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: AY la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad@(Jn 1,14).

N129.- AHe aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo@(Mt 28,20) .... No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: (Yo estoy con vosotros!  No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre recogido por el evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su plenitud    y perfeccionamiento en la Jerusalén celeste.

LA SANTIDAD

30.- AEn primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad...Este don de santidad, por así decir, se da a cada bautizado.... AEsta es la voluntad de Dios; vuestra santificación@(1Tes 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: ATodos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor (Lumen Gentium, 40).

       Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con la formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia.@

LA ORACIÓN

N132.- APara esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración...  Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos: ASeñor, enséñanos a orar@(Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: APermaneced en mí, como yo en vosotros@(Hn 15,4). Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial (cfr. SC.10), pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continamente a las fuentes y se regenera en ellas@.

       Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tiene que llegar a ser auténticas Aescuelas de oración@, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el Aarrebato del corazón@. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparte del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.

        Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino Acristianos con riesgo@. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición.

 Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral.... Cuánto ayudaría que no sólo en las comunidades religiosas, sino también en las parroquiales, nos esforzáramos más, para que todo el ambiente espiritual estuviera marcado por la oración.@

 

LA PEOR POBREZADE LA IGLESIA ES LA POBREZA MÍSTICA, de vida eucarística y oración. Qué casualidad que todo los santos son y fueron hombres de oración y eucaristía. Los habrá activos o contemplativos, de la enseñanza o de los pobres, reconocidos o anónimos, casados o solteros…. Pero ninguno que no pasara largos ratos ante Jesús Eucaristía.

       Todos sabemos, por clásica, la definición de Santa Teresa sobre oración: ANo es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama@(V 8,5). Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

       Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, Ael que nos ama@nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse ... Y es así como la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

       Pues bien, de esto quiero tartar estos días, quiero ser una ayuda para recorrer este camino de encuentro con Jesucristo Eucaristía en  trato de amistad, pero de forma directa y vivencial, de tú a tú, a pecho descubierto, sin trampas ni literaturas. No quiero tartar teóricamente sobre Eucaristía, oración, santidad, sacerdocio, apostolado, bautizados.... Quiero que mis palabras sean de vida, de práctica, de Cristo Eucaristía y de de oración eucarística en concreto, cómo llegar Cristo vivo, vivo y resucitado en el pan consagrado, cómo caminar, qué dificultades, qué obstáculos….a superar. El primer libro de mi vida lo titulé EUCARÍSTICAS (VIVENCIAS), porque  es el nombre, que, hace más de cuarenta años,  puse en la primera página de un cuaderno de pastas grises y folios a cuadritos. Me lo llevaba siempre a la iglesia, en los primeros años de mi sacerdocio, porque así me lo habían enseñado - contemplata aliis tradere, - para anotar las ideas,  que Jesús Eucaristía me inspiraba. Más bien eran vivencias, sentimientos, fuegos y llamaradas de corazón, que yo traducía luego en ideas para predicar mis homilies,  porque la presencia eucarística de Cristo es presencia de amistad y salvación permanentemente ofrecidas. No olvidemos que Jesucristo, el Hijo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por amor extreme a los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: AVosotros sois mis amigos@, Ame quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos@, Aya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer@, Ayo doy la vida por mis amigos@,ANadie ama más que aquel que da la vida por los amigos@.

PARA EMPEZAR O EN LA ESCUELA PRIMARIA DE LA EUCARISTÍA

1, 1.-NECESIDAD ABSOLUTA DE LA FE PARA EL ENCUENTRO EUCARÍSTICO.

       Queridos hermanos:  Me gustaría describiros un poco el camino ordinario que hay que seguir para conocer y amar a Jesucristo Eucaristía: es la oración eucarística o sencillamente la oración en general, de la que S. Teresa nos ha dicho:  Aque no es otra cosa oración, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama.@  Al Atratar muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama,@poco a poco nos vamos adentrando y encontrando con Él en la Eucaristía que es donde está más presente  Ael que nos ama@y esto es en concreto la oración eucarística, hablar, encontrarnos,  tratar de amistad con Jesucristo Eucaristía.

       Éste es el mejor camino que yo conozco y he seguido para encontrar a Jesucristo vivo, vivo y resucitado, y no como un tesoro escondido, sino como un tesoro mostrado, manifestado y predicado abiertamente, permanentemente ofrecido y  ofreciéndose como evangelio vivo, como amistad, como pan de vida, como confidente y amigo para todos los hombres,  en todos los sagrarios de la tierra. El sagrario es el nuevo templo de la nueva alianza para encontrarnos y alabar a Dios en la tierra, hasta que lleguemos al templo celeste y contemplarlo glorioso. No es que haya dos Cristos, siempre es el mismo, ayer, hoy y siempre, pero manifestado de forma diferente. ADestruid este templo y yo lo reedificaré en tres días. Él hablaba del templo de su cuerpo@(Jn 2,19). Cristo Eucaristía es el nuevo sacrificio, la nueva pascua, la nueva alianza, el nuevo culto, el nuevo templo, la nueva tienda de la presencia de Dios y del encuentro, en la que deben reunirse los peregrinos del desierto de la vida, hasta llegar a la tierra prometida, hasta la celebración de la pascua celeste.

       Por eso, Ala Iglesia, apelando a su derecho de esposa,@se considera propietaria y depositaria de este tesoro, por el cual merece la pena venderlo todo para adquirirlo, y  lo guarda con esmero y cuidado extremo y le enciende permanentemente la llama de la fe y del amor más ardiente, y se arrodilla y lo adora y se lo come de amor. ANo es el marido dueño de su cuerpo sino la esposa@(1Cor 7,4). 

       El sagrario es Jesucristo resucitado en salvación y amistad permanentemente ofrecidas. Quiero decir con esto, que no se trata de un privilegio, de un descubrimiento, que algunos cristianos encuentran por suerte o casualidad,  sino que es el encuentro natural de todo creyente, que se tome en serio la fe cristiana, y quiere recorrer de verdad las etapas de este camino.

       La presencia de Cristo en la Eucaristía sólo comienza a comprenderse a partir de la fe, es decir, desde una actitud de sintonía con las palabras del Señor, que Él  expresó  bien claro:ATomad y comed, esto es mi cuerpo...@; Ael que me coma, vivirá por mí...@; A...el agua, que yo le daré, se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna.@; AYo soy el camino...@. Y la puerta para entrar en este camino y en esta vida y verdad que nos conducen hasta Dios, es Cristo, por medio de la oración personal hecha liturgia y vida o la oración litúrgica y la vida, hecha oración personal, que para mí todo está unido, pero siempre oración, al menos Aa mi parecer.@Y  para encontrar en la tierra a Cristo vivo, vivo y resucitado, el sagrario es Ala fonte que mana y corre, aunque es de noche,@es decir, sólo por la fe, dando un sí a sus palabras, por encima de toda explicación humana, es como podemos  acercarnos a esta fuente del Amor y de la Vida y de la Salvación, que mana del  Espíritu de Cristo, que es Espíritu Santo: Fuego, Amor, Alma y Vida de mi Dios  Trino y Uno:  Padre,  Hijo y  Espíritu Santo. Ahí está la fuente divina y hasta ahí nos lleva esta agua divina: Aque salta hasta la vida eterna@.

       AQué bien sé yo la fonte que mana y corre,

       aunque es de noche.

       Aquesta eterna fonte está escondida

       en este vivo pan por darnos vida,

       aunque es de noche.

       Aquí se está llamando a las criaturas,

       y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,

       porque es de noche.

       Aquesta viva fonte que deseo,

       en este pan de vida yo la veo,

       aunque es de noche@(S. Juan de la Cruz).

 

El primer paso, para tocar a Jesucristo, escondido en este pan por darnos vida, llamando a las criaturas, manando hasta la vida eterna, es la fe, llena de amor y de esperanza, virtudes sobrenaturales, que nos unen directamente con Dios. Y la fe es fe, es un don de Dios, no la fabricamos nosotros, no se aprende en los libros ni en la teología, hay que pedirla, pedirla intensamente y muchas veces, durante años, en la sequedad y aparente falta de respuesta, en  noche de luz humana y en la oscuridad de nuestros saberes, con esfuerzo  y conversión permanente. El Señor espera de nosotros un respeto emocionado, que se oriente por el camino del amor y de la fe y adoración más que por el camino de la investigación y curiosidad. La presencia de amor y de totalidad por parte de Cristo reclaman presencia de donación por parte del creyente, desde lo más hondo de su corazón.

       La fe es el conocimiento, que Dios tiene de sí mismo y de su vida y amor y de su proyecto de salvación, que se convierten en misterios para el hombre, cuando Él, por ese mismo amor que nos tiene, desea comunicárnoslos. Dios y su vida son misterios para nosotros, porque nos desbordan y no podemos abarcarlos, hay que aceptarlos sólo por la confianza puesta en su palabra y en su persona, en  seguridad de amor, a oscuras del entendimiento que no puede comprender. Para subir tan alto, tan alto, hasta el corazón del  Verbo de Dios, hecho pan de eucaristía, hay que subir  Atoda ciencia trascendiendo.@Podíamos aplicarle los versos de  S. Juan de la Cruz: ATras un amoroso lance, Y no de esperanza falto, Volé tan alto tan alto, Que le dí a la caza alcance.@

       Nuestra fe eucarística es un sí, un amén, una respuesta  a la palabra de Cristo, predicada por los Apóstoles, celebrada en la liturgia de la Iglesia, meditada por los creyentes, vivida y experimentada por los santos y anunciada a todos los hombres. La fe y la oración, fruto de la fe, siempre será un misterio, nunca podemos abarcarla perfectamente, sino que será ella la que nos abarca a nosotros y nos domina y nos desborda, porque la oración es encuentro con el Dios vivo e infinito. Será siempre transcendiendo lo creado, en una unión con Dios sentida pero no poseída, pero deseando, siempre deseando más del Amado, en densa oscuridad de fe, llena de amor y de esperanza del encuentro pleno. Y así, envuelta en esta profunda oscuridad de la fe, más cierta y segura que todos los razonamientos humanos,  la criatura, siempre transcendida y Aextasiada@, salida de sí misma,  llegará  al abrazo y a la unión total con el Amado: AOh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada.@

       Sólo por la fe tocamos y nos unimos  a Dios y a sus misterios AEl evangelio es la salvación de Dios para todo el que cree. Porque en él se revela la justicia salvadora de Dios para los que creen, en virtud de su fe, como dice la Escritura: El justo vivirá por su fe@(Rom 1,16-17). A Jesucristo se llega mejor por el evangelio y cogido de la mano de los verdaderos creyentes: los santos, nuestros padres, nuestros sacerdotes... y todos los amigos de Jesús, que  han vivido el evangelio y  han recorrido este camino de oración, del encuentro eucarístico, y nos indican perfectamente cómo se llega hasta El, cuáles son las dificultades, cómo se superan.

       Este camino hay que recorrerlo siempre con la certeza confiada de la fe de la Iglesia, de nuestros padres y catequistas. ADichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá@(Lc 1,45). María, modelo y madre de la fe,  llegó a conocer a su Hijo y a vivir todos sus misterio más y mejor más por la fe, Ameditándolos en su corazón,@que por lo que veía con los ojos de la carne. Y esa fe la llevó a descubrir todo el misterio de su Hijo y permaneció fiel hasta la cima del calvario, creyendo, contra toda apariencia humana, que era el Redentor del mundo e Hijo de Dios el que moría solo y abandonado de todos, sin reflejos de gloria ni de cielo, en la cruz. San Agustín llega a decir que María fue más dichosa y más madre de Jesús por la fe, esto es, por haber creído y haberse hecho esclava de su Palabra que por haberle concebido corporalmente.

       Por la fe nosotros sabemos que Jesucristo está en el sacramento, en la Eucaristía, realizando lo que hizo y dijo. Podemos luego tratar de explicarlo según la razón y para eso es la teología, pero hasta ahora no  podemos explicarlo plenamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es el conocimiento que Dios tiene de las cosas, aunque yo, que tengo esa fe, que participo de ese conocimiento no lo vea, como he dicho antes, porque no puedo ver con la luz y profundidad de Dios. Sólo el conocimiento místico se funde en la realidad amada y la conoce. Los místicos son los exploradores que  Moisés mandó por delante a la tierra prometida, y que, al regresar cargados de vivencias y frutos, nos hablan de las  maravillas de la tierra prometida a todos, para animarnos a seguir caminado hasta contemplarla y poseerla.

       ((Por eso, el teólogo no puede habitar en dos mundos separados, cada uno de los cuales exija certezas contrarias en donde la afirmación de la fe no pueda ser aceptada por la razón. La teología es la luz de la fe que intenta, con la ayuda de la Palabra y el Espíritu, conquistar el mundo de la razón con palabras humanas, para que el teólogo o creyente se haga creyente por entero. Por eso, la teología es un apostolado hacia dentro, que trata de evangelizar a la razón,  llevándola a acoger el misterio ya presente en la Iglesia y en su corazón de creyente. "Deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo" (2 Cor 10,4s). Dios, que resucita a Cristo con el poder y la gloria del Espíritu Santo, es el Señor de la teología católica. El señorío de Cristo no violenta a la inteligencia que razona, forzándola a acoger unas verdades ininteligibles. No la humilla sino que la salva de sus estrecheces, haciendola, humilde, capaz de Dios, como María, que acoge la Palabra de Dios sin comprenderla. Luego, al vivir desde la fe los misterios de Cristo, lo comprende todo desde el amor extremo de Dios al hombre. ))

       Toda la Noche del espíritu, para S. Juan de la Cruz, está originada por este deseo de Dios, de comunicarse con su criatura; el alma queda cegada por el rayo del sol de la luz divina, que para ella se convierte en oscuridad y en ceguedad por excesiva luz y sufre por sus limitación en ver y comprender como Dios ve su propio Ser y Verdad;  a este conocimiento profundo de Dios se llega mejor amando que razonando, por vía de amor más que por vía de inteligencia, convirtiéndose el alma en Allama de amor viva.@

       La teología es esclava de la fe y servidora de los fieles; no tiene que "dominar sobre la fe sino contribuir al gozo" de los creyentes(cf 2 Cor 1,24). Ante los propios misterios la teología ha de ser modesta y llena de discreción. Sería un sacrilegio y una ingratitud empeñarse en desgarrar el velo bajo el que se revela el Señor, cuando es ya tan grande la condescendencia de aquel que se da a conocer de este modo. Para seguir siendo discreta y sumisa la teología tendrá que imitar el respeto emocionado de los apóstoles ante la aparición del Resucitado en la orillas del lago: "Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: )quién eres tú?”.Por lo tanto, no buscará evidencias racionales para eludir la obligación de creer; no preguntará: )Es verdad todo esto que hace y dice el Señor? sino que humildemente dirá: Señor ayúdanos a comprender mejor lo que nos dices y haces: ASeñor, yo creo, pero aumenta mi fe@. (Cfr.F.X. Durrwell, LA EUCARISTÍA SACRAMENTO PASCUAL, Sígueme, pag.13).

      

((La eucaristía puede estudiarse desde fuera, partiendo de los elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento memorial. Aquel que es para siempre la Palabra, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable  condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta la fe y el amor que hagan comunión de sentimientos con el que dijo: "acordaos de mí," de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas, de mi amor hasta el extremo...))

 

       Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios es mejor el amor que la razón, porque ésta no puede abarcarle, pero por  el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con él y me fundo con él en una sola realidad en llamas. Son los místicos, los que experimentan los misterios de Dios y de la fe,que nosotros creemos desde la Teología o celebramos en la liturgia. Para S. Juan de la Cruz, la teología, el conocimiento de Dios debe ser Anoticia amorosa.... sabiduría de amor... llama de amor viva.... que hiere de mi alma en el más profundo centro...@no conocimiento frío, teórico, sin vida. El que quiere conocer a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillada.

       Sin esta comunión personal de amor y sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel:" Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: "Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy." Lo comí y fue en mi boca dulce como miel" (Ez.3, 1-3).

       Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordar en este libro: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado en la eucaristía y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, BÉl es Dios, )qué le puede dar el hombre que Él no tenga?Bsino porque nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Stma. Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

       Ya no podemos renunciar a este proyecto, porque si existimos, ya no dejaremos de existir; los que tenemos la dicha de vivir, ya no moriremos, somos eternidad, aquí nadie  muere ya, somos eternidad iniciada en el tiempo para fundirse en la misma eternidad de Dios Trino y Uno. De aquí la gravedad de los abortos y demás y de equivocarse, porque nos equivocamos para siempre, para siempre, para siempre. Es que somos eternos. Mi vida es más que esta vida, el hombre es más que hombre, es un misterio, que sólo Dios Trino y Uno conoce, porque nos ha creado a su imagen y semejanza y todo esto nos lo ha revelado por la Palabra hecha carne. Dios entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de vida y de amor, creó a otros seres para hacerlos partícipes de su misma dicha.         ((AEn el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios... Todas las cosas fueron hechas por El y sin El no se hizo nada de cuanto se ha hecho@(Jn 1,1-3), pero no sólo este mundo, sino la misma realidad divina, porque al contemplarse el Padre a sí mismo, en su mismo serse por sí mismo y verse tan lleno de vida, de amor, de felicidad, de hermosura,  Ade túneles y cavernas insospechadas@, de paisajes y felicidad y fuego de las relaciones divinas del volcán divino en eterna erupción de su esencia, se vio plenamente en su Idea y la pronunció en Palabra llena de amor para sí y se amó con fuego de su mismo Espíritu y luego la pronunció para nosotros, llena de amor en la misma Idea, Imagen y Palabra con la que se dice plenamente a Sí mismo y se dice lo grande e infinito que se es por sí mismo en gozo de amor de Espíritu Santo, y que luego la dice y la canta llena de ese mismo amor para nosotros, para toda la humanidad,  en su misma Idea y Palabra con la que se dice a sí mismo en canción eterna de amor. (Qué grande es ser hombre! (Qué suerte, qué predilección de Dios el existir, qué grandeza!  AEn Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres@. Ahora comprendo la Eucaristía, ahora comprendo lo que vale cada hombre, no he sido yo, ha sido Dios quien ha puesto el precio y qué alto: toda la sangre y la vida de Cristo; la Eucaristía es el precio que yo valgo, el proyecto y el amor que Dios tiene al hombre, el amor de Cristo a los suyos, todos los hombres, con amor extremo, hasta dar la vida, en obediencia total al Padre....Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar la eucaristía, con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado la voy a tocar y  venerar en cada sagrario de la tierra..))

       Esta amistad, como todas, tiene un itinerario, unas etapas, unas exigencias, una correspondencia, un abrazo y una fusión de amor y de unión total. Con toda  humildad y verdad  esto es lo que principalmente he querido describir, en la medida de mis conocimientos y experiencias sacerdotales de almas, seminaristas, grupos de oración ...etc, en este libro. Supuesto el fundamento bíblico-teológico-dogmático, sobre lo que hay mucho escrito y bueno, yo he querido más bien hablar de Jesucristo Eucaristía en línea de experiencia de amistad particular con El, sentida y vivida por medio de la oración eucarística, personal y litúrgica, porque es lo que me interesa y necesitamos todos,  el mundo y la Iglesia. )Para qué quiero tener un doctorado en Teología, incluso en Cristología, si no tengo experiencia de Él, si no sentimos  su presencia y su amor, que nos demuestren que Cristo verdaderamente existe y es verdad, si no siento dentro de mí su misma vida y sentimientos, viviendo así en plenitud nuestra fe y cristianismo, nuestro injerto bautismal, nuestro sacerdocio, nuestro compromiso y misión,  nuestro  presente y eternidad?

       Este camino tiene sus particularidades y singularidades; la mayor de todas, tal vez, es que se trata de un amigo, que está invisible para los ojos de la carne, lo cual, para un primerizo, es una gran dificultad, pero si se deja guiar por otros, que ya hayan hecho el recorrido, resulta más fácil caminar en esta no visibilidad de la persona amada, en la oscuridad de la fe, único camino para encontrarnos con Él, porque la fe es la luz de Dios, es como un rayo del sol,  dirá infinidad de veces S. Juan de la Cruz, que supera nuestro entendimiento y facultades, y si le miramos de frente, directamente, nos ciega, por la abundancia y exceso de luz.

       Para la oración eucarística, como para todo camino, es bueno tener guías, que hayan hecho este recorrido verdaderamente, no sólo teóricamente, y que nos vayan orientando, especialmente en etapas de oscuridad de la fe y de la esperanza en el desierto de la vida, que necesariamente tenemos que atravesar  hasta llegar a la amistad total, a la tierra prometida;  en fín,  se trata de recorrer un camino verdadero, no meramente imaginativo, sino de fe y de vida, recorrido ya por mucha gente cristiana, desde los primeros tiempos, desde la misma presencia de Cristo en Palestina. Por eso, lo primero de todo será la fe, fe eucarística; lo será siempre, pero, sobre todo, en los comienzos de esta amistad; esta fe hay que pedirla y cultivarla mucho, hay que pasar de una fe heredada, como todos hemos recibido, a una fe personal, que nos lleve a la experiencia del misterio eucarístico.

       ((De todo esto hablo en el presente libro. Unido a la fe, va el amor, la oración, la conversión... Estos tres verbos ORAR-AMAR-CONVERTIRSE tienen para mí casi el mismo significado y se conjugan igual y el orden tampoco altera el producto, pero siempre en línea de experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, principalmente, en relación con su Presencia Eucarística, dejando aparte la espiritualidad de la Eucaristía como misa y comunión, de las cuales hablaré más ampliamente en otro libro, en el que ya trabajo y cuyo título podía ser: CELEBRAR Y VIVIR LA EUCARISTÍA AEN ESPÍRITU Y VERDAD.@))

       Quisiera añadir que muchas de las páginas del presente libro  fueron escritas  mirando al sagrario. Me gustaría que, si fuera posible, así también fueran leídas o meditadas: a los pies del Maestro, como María en Betania. Es que tengo la impresión de que ahí radica toda su fuerza. Este libro quiere ser una sencilla ayuda para el encuentro con Jesucristo Eucaristía. Si os sirven para esto, (adorado sea el santísimo sacramento del altar!

       Recuerdo como si fuera hoy mismo la primera AEucarística@(vivencia), que escribí junto al sagrario de mi primer destino apostólico:  ASeñor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían  en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre  de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el sagrario sería un trasto más de la Iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta ... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste;  te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos,  como presencia de  amistad ofrecida  a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres..... Gracias, Señor, qué bueno eres , cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

       Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de  nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión..., porque tu lo sabías, Tú lo sabías todo....y, sin embargo,  te quedaste... Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega....eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores... nosotros somos limitados en todo.

       Señor, por qué me amas tanto,  por qué me buscas tanto, por qué te humillas tanto, por que te rebajas tanto... hasta hacerte no sólo hombre sino una cosa , un poco de pan por mí.... Señor, pero qué puedo  darte  yo que Tú no tengas....qué puede darte el hombre.... Si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo... no me entra en la cabeza, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo hay una explicación: AHabiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.@

       Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros: APadre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad@y la cumpliste   en la Ultima Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros,  cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos:  ATomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed esta es mi sangre....@

       En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor, toda esta entrega, toda esta emoción, Bla he sentido muchas veces,B  la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del resucitado y entrar así con Él  en el círculo del amor trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.... y también para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega. Gracias, gracias, gracias, Señor...Átame, átanos para siempre a tu amor, a tu Eucaristía, a la sombra de tu sagrario, para que comprendamos y correspondamos a la locura de tu amor.@

SEGUNDA PARTE

LA EUCARISTÍA, ESCUELA DE ORACIÓN

EN LA ESCUELA SECUNDARIA DE LA EUCARISTÍA.

20, 1.- ORAR ES QUERER AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS. (Cuarta meditación)

 

       Y ahora, una vez que hemos tocado a Jesús con la virtud teologal de la fe y de la caridad, que nos hemos percatado de su presencia en la Eucaristía, que le hemos saludado y le hemos abrazado espiritualmente con todo cariño y amor, ahora )qué es lo que hemos de hacer en su presencia? Pues dialogar, dialogar y dialogar con Él, para irle conociendo y amando más, para ir aprendiendo de Él, a que Dios sea lo absoluto de nuestra vida, lo único y lo primero, a adorarle y obedecerle como Él hasta el sacrificio de su vida, a entregarnos por los hermanos.....Eso, con otro nombre, se llama oración, oración eucarística, dialogar con el Cristo del sagrario.

       El Señor se le ha aparecido a Saulo en el camino de Damasco. Ha sido un encuentro extraordinario tal vez en el modo, pero  la finalidad es un encuentro de amistad entre Cristo y Saulo:       ASaulo, Saulo, )por qué me persigues? )quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues. Señor )qué quieres que haga? Levántate y vete a Damasco; allí se te dirá lo tienes que hacer.@La oración siempre es un verdadero diálogo con Jesús. Un diálogo que provoca una amistad personal y la conversión, porque descubrimos lo que Dios quiere de nosotros.

       Hay muchos maestros de oración, los libros sobre oración son innumerables  hoy día; para nosotros, el mejor libro: el libro de la Eucaristía, y el mejor maestro: Jesucristo Eucaristía; es una enciclopedia, toda una biblioteca teológica sobre el misterio de Dios y del hombre y de la salvación, basta mirarlo y no digo nada si lo abres.... (si creyéramos de verdad! (si lo que afirmamos con la inteligencia y los labios, lo aceptase el corazón y lo tomase como norma de vida y de  comportamiento oracional y de amor..! Pero hay que leerlo y releerlo durante horas, porque al principio no se ve nada, no se entiende mucho, pero en cuanto empiezas a entender y vivir lo que te dice y, por tanto, a  convertirte, se acabaron todos los libros y todos los maestros. APero vosotros no os hagáis llamar maestro, porque uno solo es vuestro Maestro... y no os hagáis llamar doctores, porque uno solo es vuestro doctor, el Cristo@(Mt.23,8-10).

       En el comienzo de este encuentro, de este diálogo, basta con mirar al Señor, hacer un acto, aunque sea rutinario, de fe, de amor, una jaculatoria aprendida. Así algún tiempo. Rezar algunas oraciones. Enseguida irás añadiendo algo tuyo, frases hechas en tus ratos de meditación o lectura espiritual, cosas que se te ocurren, es decir, que Él te dice pero que tú no eres consciente de ello, sobre todo, si hay acontecimientos de dolor o alegría en tu vida.

       Puedes ayudarte del Evangelio y de libros, puedes decirle lo que otros han orado, escrito o pensado sobre Él,  y así algún tiempo, el que tú quieras y el que Él aguante,  pero vamos, por lo que he visto en amigos y amigas suyas en  mi  parroquia, grupos, seminario,  en todo diálogo,  lo sabéis perfectamente, no aguantamos a un amigo que tuviera que leer en  un libro lo que desea dialogar contigo o recitar frases dichas por otros, no es lo ordinario....sobre todo, en cosas de amor, aunque al principio, sea esto lo más conveniente y práctico. Lo que quiero decir es que nadie piense que esto es para toda la vida o que esta es la oración más perfecta. Un amigo, un novio, cuando tiene que declararse a su novia, no utiliza las ritmas de Bécquer, aunque sean más hermosas que las palabras que él pueda inventarse. Igual pasa con Dios. Le gusta que simplemente estemos en su presencia; le agrada que balbuceemos al principio palabras y frases entrecortadas, como el niño pequeño que empieza a balbucear las primeras palabras a sus padres. Yo creo que esto le gusta más y a nosotros nos hace más bien, porque así nos vamos introduciendo en ese Atrato de amistad@, que debe ser la oración personal. Aunque repito, que para motivar la conversación y el diálogo con Jesucristo, cuando no se te ocurre nada, lo mejor es tomar y decir lo que otros han dicho, meditarlo, reflexionarlo, orarlo, para ir aprendiendo como niño pequeño, sobre todo, si son palabras dichas por Dios, por Cristo en el evangelio, pero sabiendo que todo eso hay que interiorizarlo, hacerlo nuestro por la meditación-oración-diálogo.

       Para aprender a dialogar con Dios hay un solo camino: dialogar y dialogar con Él y pasar ratos de amistad con Él, aunque son muchos los modos de hacer este camino, según la propia psicología y manera de ser, pero todos personales, que cada uno tiene que ir descubriendo y siempre sin grandes dificultades  ni diferencias los unos de los otros, apenas pequeños matices.  No se trata, como a veces aparece en algún libro sobre métodos para hacer oración, de encontrar una técnica o método, secreto, milagroso, hasta ahora no descubierto y que si tú lo encuentras,  llegarás ya a la unión con Dios, mientras que otros se perderán o pasarán  muchos años o toda su vida en el aprendizaje de esta técnica tan misteriosa. Y, desde luego, no hay necesidad absoluta de respiraciones especiales, yogas o canto de lo que sea.....etc.. Vamos, por lo menos hasta ahora, desde S. Juan y S. Pablo hasta  los últimos canonizados por la Iglesia,  yo no he visto la necesidad de muchas técnicas;  no digo que sea un estorbo, es más, pueden  ayudar como medios hacia un fin: el diálogo personal y afectivo con Cristo Eucaristía.

       Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar, el evangelio no relata técnicas y otros medios, simplemente les dijo: ACuando tengáis que orar, decid: Padre nuestro...@, es diálogo oracional. Y estamos hablando del mejor maestro de oración. En el camino de Damasco, ha habido un resplandor de luz inesperada, bien interior, bien exterior, que ha tirado a Pablo del caballo y, tras el fogonazo, el diálogo: ASaulo, Saulo, )por qué me persigues? )Quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno... Después, Pablo se retira al desierto de Arabia y allí aprende todo sobre Cristo y el evangelio, sin ningún otro maestro, como él luego nos dirá en sus  y así tenemos que hacer todos nosotros; es más, luego se presenta a contrastar su doctrina con la de los Apóstoles e insiste y se goza de no haber tenido otro maestro que Jesucristo, su Cristo, convertido en Señor, amigo y confidente por la oración personal.

       En esta línea quiero aportar un testimonio tan autorizado como Madre Teresa de Calcuta: ACuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: Cuando oréis, decid: Padre Nuestro... No les enseñó ningún método ni técnica particular, sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. La gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella nos somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios . Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí.@(Escrito Esenciales. Madre Teresa de Calcuta. Sal Terrae. 2002, p.91)  Me gustaría que esto estuviera presente en todas las escuelas y pedagogías de oración, para que desde los principios, todo se orientase hacia el fín, sin quedarnos en la técnicas, en los caminos y en los medios como si fueran el fín y la oración misma. Esto no quiere decir que no tengamos en cuenta las dificultades para la oración en todos nosotros. Unas son de tipo ambiental: ruido, prisas, activismo; otras de tipo cultural: secularismo, materialismo, búsqueda del placer en todo, preocupación del tener, vivir al margen de Dios...También las hay de carácter individual: incapacidad para concentrarse un poco, todo es imagen, miedo a la soledad que nos provoca aburrimiento... Pero insisto, por eso, que lo primero es poner el fín donde hay que ponerlo, en Dios y querer amarle y desde ahí empezar el camino sin poner el fin en los medios y dificultades y cómo vencerlas...Desde el principio Dios y conversión.

       El Papa en la NMI. ha insistido en la conveniencia de escuelas de oración en las parroquias y en la conveniencia de algún aprendizaje para hacer oración. En mi parroquia hay varios grupos de oración y yo meto en ellos a las personas que veo con frecuencia en la iglesia; no les preparo ni les digo nada, solo que vayan al grupo, escuchen y oren como se le ocurra. Al cabo de dos o tres meses en silencio, empiezan poco a poco a manifestar el fruto de su oración, oran y dialogan como los veteranos, más en línea de diálogo con Dios públicamente manifestado que de reflexión sobre verdades.

 Si tenemos talleres de oración, muchas de estas personas entran en ellos y aprenden diversos caminos y metodologías y otras  no entran. Estoy verdaderamente agradecido a las escuelas de oración, todas me vienen bien y a ninguna personalmente les debo nada. La mayoría de los orantes de mi tiempo somos autodidactas. Cuando llegué al Seminario Menor, allá por el 1948, la primera mañana, después de levantarnos a las 7, fuimos a la capilla para rezar unas oraciones comunes y Aoir@la santa misa, pero antes hubo media hora de silencio para hacer la Ameditación.@Al terminar la misa, todos los nuevos preguntamos a los veteranos qué era eso y qué había que hacer durante ese tiempo. Esa fue mi escuela de oración. Sin embargo, las creo necesarias y pienso que pueden hacer mucho bien en las parroquia y seminarios.

       En mis grupos de oración hay personas que han hecho talleres y otras no y todas forman los grupos de oración y después de un comienzo, no veo diferencias; la única diferencia es la perseverancia y esa va unida absolutamente a la conversión permanente. Repito la necesidad de la oración y de las escuelas de oración  y que verdaderamente hacen mucho bien a la comunidad y son muy necesarias y convenientes. Pero insisto, que, desde los inicios, la oración hay que orientarla hacia la vida y conversión  como fundamento y finalidad esencial de la misma, porque de otra forma todos los métodos y técnicas terminan por anquilosarse, vaciarse de encuentro con Dios  y morir.

       En mi larga experiencias de cuarenta años en grupos de vida y oración, me ha tocado pasar por muchas modas pasajeras; por eso hay que centrarlo bien desde el principio;  la oración es un camino de seguimiento del Señor, nos es cantar muy bien, abrazarnos mucho, hacer muchos gestos.....y  si no hay compromiso de vida, todo son romanticismos y pura teoría, que llega luego a contradicciones muy serias entre los mismos componentes del grupo y,  a veces, a la misma destrucción. No piensen  que porque hagan un curso de oración ya está todo garantizado, y desde luego, las principales dificultades para hacer oración no se solucionarán con técnicas de ningún tipo, sino solo con el querer amar a Dios sobre todas la cosas y con la consiguiente conversión, absolutamente necesaria,  que esto lleva consigo. Cuando este deseo desaparece, la persona no encuentra el camino de la oración, se cansa y lo deja todo. Por eso, insisto, hacer oración, o el deseo de oración se fundamenta en el deseo de querer amar a Dios, aunque la persona no sea consciente de ello. Por lo menos que lo sean los directores de los grupos de oración. Y la oración es la que más ayuda a engendrar y mantener este deseo. Y este deseo es el que alimenta la oración y la sostiene y la hace avanzar. Si no crece, muere la oración.

       La oración es diálogo de amistad con Jesucristo, en el cual, el Señor, una vez que le saludamos, empieza a decirnos que nos ama, precisamente, con su misma presencia silenciosa y humilde y permanente en el sagrario. Nos habla sin palabras, solo con mirarle, con su presencia silenciosa, sin nimbos de gloria ni luces celestiales o adornos especiales, como están a veces algunas imágenes de los santos, más veneradas y llenas de velitas que el mismo sagrario, mejor dicho, que Cristo en el sagrario.

       Oh Dios te amo, te amo, te amo, qué grande, qué infinito, que inconcebible eres, no podemos comprenderte, sólo desde el amor podemos unirnos a Tí y tocarte un poco y conocerte y saber que existes para amarte y amarnos, que existimos para hacernos felices con tu misma felicidad,  pero no por ideas o conocimientos sino por contagio, por toque personal, por quemaduras de tu amor; qué lejos se queda la inteligencia, la teología de tus misterios, tantas cosas que están bien y son verdad, pero se quedan tan lejos.....  

       Da pena ver la humildad de la presencia de Jesucristo en los sagrarios sin flores, sin presencias de amor, sin una mirada y una oración; presencia silenciosa del que es la Palabra, toda llena de hermosura y poder del Padre, por la cual ha sido hecho todo y todo finaliza en Él; presencia humilde del que Ano tiene figura humana@, ahora ya sólo es una cosa, un poco de pan, para saciar el hambre de eternidad de los hombres;  presencia humilde del que lo puede todo y no necesita nada del hombre y, sin embargo, está ahí necesitado de todos y sin quejarse de nada, ni de olvidos ni desprecios, sin exigir nada, sin imponerse...por si tú lo quieres mirar y así se siente pagado el Hijo predilecto del mismo Dios;  presencia humilde, sin ser reconocida y venerada por muchos cristianos, sin importancia para algunos, que no tienen inconveniente en sustituirla por otras presencias,  y preferirlas y todo porque no han gustado la Presencia por excelencia, la de Jesucristo en la Eucaristía. Ahí está el Señor en presencia humilde, sin humillar a los que no le aman ni le miran, no escuchando ni obedeciendo tampoco a los nuevos ASantiagos@, que piden fuego del cielo para exterminar a todos los que no creen en Él ni le quieren recibir en su corazón; ahí está Él, ofreciéndose a todos pero sin imponerse, ofreciéndose a todos los que libremente quieran su amistad; presencia olvidada hasta en los mismos seminarios o casas de formación o noviciados, que han olvidado con frecuencia, donde está Ala fuente que mana y corre, aunque es de noche@,  que han olvidado donde está la puerta de salvación y la vid, que debe llevar la savia a todos los sarmientos  de la Iglesia, especialmente a los canales más importantes de la misma, para comunicar su fuerza a todo creyente.

       Jesucristo en el sagrario es el corazón de la Iglesia y de la gracia y salvación, es  ayuda y  amistad permanentemente ofrecidas a todos los hombres;  para eso se quedó en el pan consagrado y ahí está cumpliendo su palabra. Él nos ama de verdad. Así debemos amarle también nosotros. De su presencia debemos aprender humildad, silencio, generosidad, entrega sin cansarnos, dando luz y amor a este mundo. La presencia de Cristo, la contemplación de Cristo en el sagrario siempre nos está hablando de esto, nos está comunicando todo esto, no está invitando continuamente a encontrarnos con Él, a reducir a lo esencial nuestra vida y apostolado, nos está saliendo al encuentro, nos está invitando a orar, a hablar con Él, a imitarle; por eso, todos debemos ser visitadores del sagrario y atarnos para siempre a la sombra de la tienda de la Presencia de Dios entre los hombres.

20,2.- ORAR ES QUERER CONVERTIRSE A DIOS EN  TODAS LAS COSAS. LA ORACIÓN PERMANENTE EXIGE CONVERSIÓN PERMANENTE

       Y si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente.  Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tampoco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas. Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia. ADios es amor,@dice S. Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho S. Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando S. Juan no quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Así que está condenado a amanos siempre, aunque seamos pecadores y desagradecidos.

       Por todo lo cual, para ayudarnos en este camino de conversión, ningún maestro mejor, ninguna ayuda mejor que Jesús Eucaristía. Por la oración, que nos hace encontrarnos con El y con su palabra y evangelio, vamos cambiando nuestra mente y nuestro espíritu por el suyo: APues el hombre natural no comprende las realidades que vienen del Espíritu de Dios; son necedad para él y no puede comprenderlas porque deben juzgarse espiritualmente. Por el contrario, el hombre espiritual lo comprende, sin que él pueda ser comprendido por nadie. Porque A)quién conoció la mente del Señor de manera que pueda instruirle? (Is 40,3)@. Sin embargo, nosotros poseemos la mente de Cristo@(1Cor 2,16-18).

       Es aquí, en la oración de conversión, donde nos jugamos toda nuestra vida espiritual, sacerdotal, cristiana, el apostolado... todo nuestro ser y existir, desde el papa hasta el último creyente, todos los bautizados en Cristo:  o descubres al Señor en la eucaristía  y empiezas a amarle, es decir, a convertirte a El o no quieres convertirte a El y pronto empezarás a dejar la oración porque te resulta  duro estar delante de El sin querer corregirte de tus defectos; además, no tendría sentido contemplarle, escucharle, para hacer luego lo contrario de lo que El te enseña desde la oración y su misma presencia eucarística; igualmente la santa misa no tendrá sentido personal si no queremos ofrecernos con El en adoración a la voluntad del Padre, que es nuestra santificación y  menos sentido tendrá la comunión, donde Cristo viene para para  vivir su vida en nosotros y salvar así actualmente a sus hermanos los hombres, por medio de nuestra humanidad prestada.

       Queridos hermanos, no podemos hacer las obras de Cristo sin el amor y el espíritu de Cristo. Si no nos convertimos, si no estamos unidos a Cristo como el sarmiento a la vid, la savia irá por un sarmiento lleno de obstáculos, por una vena sanguínea tan obstruida por nuestros  defectos y pecados, que apenas puede llevar sangre y salvación de Cristo al cuerpo de tu parroquia, de tu familia, de tu grupo, de tu  apostolado. Sin unión vital y fuerte con Cristo, poco a poco tu cuerpo  apenas recibirá la vida de Cristo e irá debilitándose tu perfección y santidad evangélica.  No podemos hacer la obras de Cristo sin el espíritu de Cristo. Y para llenarnos de su Espíritu, Espíritu Santo, antes hay que vaciarse. Es lógico. No hay otra posibilidad ni nunca ha existido ni existirá, sin unión con Dios. En esto están de acuerdo todos los santos.

       Ahora bien, a nadie le gusta que le señalen con el dedo, que le descubran sus pecados y esta es la razón de la dificultad de toda oración, especialmente de la oración eucarística ante el Señor, que nos quiere totalmente llenar de su amor, y  nosotros preferimos seguir llenos de nuestros defectos, de nuestro amor propio, del total e inmenso amor que nos tenemos y por eso no la aguantamos. Y así nos va. Y así le va a la Iglesia. Y así al apostolado y a nuestras acciones, que llamamos apostolado, pero que son puras acciones nuestras, porque no están hechas unidos a Cristo, con el espíritu de Cristo: ASi el sarmiento no está unido a la vid, no puede dar fruto@.

       El primer apostolado es cumplir la voluntad del Padre, como Cristo: AMi comida es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra@(Jn 4,34) , o con S. Pablo: APorque la  voluntad de Dios es vuestra santificación@(1Tes 4,3). El apostolado primero y más esencial de todos es ser santos, es estar y vivir unidos a Dios, y para ese apostolado, la oración es lo primero y esencial. Lo ha dicho muy claro el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica N.M.I. Y por esta razón, la oración ha de ser siempre el corazón y el alma de todo apostolado. Hay muchos apostolados sin Cristo, sin amor de Eucaristía, aunque se guarden las formas, pero sin conversión, como somos naturalmente pecadores, no podemos llegar al amor personal de Cristo y sin amor personal a Cristo, puede haber acciones, muy bien programadas, muy llamativas, pero no son apostolado, porque no se hacen con Cristo, mirando y llevando las almas a Cristo. Así es como definíamos antes al apostolado: llevar las almas a Dios. Ahora, la verdad es que no se a dónde las llevamos muchas veces, incluso en los mismos sacramentos, por la forma de celebrarlos. Desde el momento en que renunciamos a la conversión permanente, nos hemos cargado la parte principal de nuestro sacerdocio como sacramento de Cristo, prolongación de Cristo, humanidad supletoria de Cristo, no podremos llegar a una amistad sincera y  vivencial con El y lógicamente se perderá la eficacia principal de nuestro apostolado,  porque Cristo lo dijo muy claro y muy serio en el evangelio: 

       AYo soy la vid verdadera y mi padre es el viñador. Todo sarmiento que en mi no lleve fruto, lo cortará; y todo el que de fruto, lo podará, para que de mas fruto.... como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mi. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en el, ese da mucho fruto, porque sin mi no podéis hacer nada@(Jn 15 1-5).

       Si no se llega a esta unión con el único Sacerdote y Apóstol y Salvador que existe,  tendrás que sustituirlo por otros sacerdocios, apostolados y salvaciones... sencillamente porque no has querido que Dios te limpie del amor idolátrico que te tienes y así, aunque llegues a obispo, altos cargos y demás... estarás tan lleno de ti mismo que en tu corazón no cabe Cristo, al menos en la plenitud que El quiere y para la que te ha llamado. Pero eso sí, esto no es impedimento para que seas buena persona, tolerante, muy comprensivo..., pero de hablar y  actuar claro y encendido y eficazmente en Cristo, nada de nada; y  no soy yo, lo ha dicho Cristo: trabajarás más mirando tu gloria que la de Dios, sencillamente porque pescar sin Cristo es trabajo inútil y las redes no se llenan de peces, de eficacia apostólica.

       Y así es sencillamente la  vida de muchos cristianos, sacerdotes, religiosos, que, al no estar unidos a El con toda la intensidad y unión que el Señor quiere, lógicamente no podrán producir los frutos para los que fuimos elegidos por El. )De dónde les ha venido a todos los santos, así como a tantos apóstoles,  obispos, sacerdotes, hombres y mujeres cristianas, religiosos/as, padres y madres de familia, misioneros y catequistas, que han existido y existirán, su eficacia apostólica y su entusiasmo por Cristo? De la experiencia de Dios, de constatar que Cristo existe y es verdad y vive y sentirlo y palparlo.....no meramente estudiarlo, aprenderlo  o creerlo como si fuera verdad. Esta fe vale para salvarnos, pero no para contagiar pasión por Cristo.

        )Por qué los Apóstoles permanecieron en el Cenáculo, llenos de miedo, con las puertas cerradas, antes de verle a Cristo resucitado? )Por qué incluso, cuando Cristo se les apareció y les mostró sus manos y sus pies traspasados por los clavos, permanecieron todavía encerrados y con miedo? )Es que no habían constatado que había resucitado, que estaba en el Padre, que tenía poder para resucitar y resucitarnos? )Por qué el día de Pentecostés abrieron las puertas y predicaron abiertamente y se alegraron de poder sufrir por Cristo? Porque ese día lo sintieron dentro, lo vivieron, y eso vale más que todo lo que vieron sus ojos de carne en los tres años de Palestina e incluso en la mismas apariciones de resucitado.

       En el día de Pentecostés vino Cristo todo hecho fuego y llama de Espíritu Santo a sus corazones, no con experiencia puramente externa de aparición corporal, sino con presencia y fuerza de Espíritu quemante, sin mediaciones exteriores o de carne sino hecho Allama de amor viva,@, y esto les quemó y abrasó las entrañas, el cuerpo y el alma y esto no se puede sufrir sin comunicarlo.  AMaría guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón@. Ahí es donde nuestra hermosa Nazaretana, la Virgen guapa aprendió a conocer a su hijo Jesucristo y todo su misterio, y lo guardaba y lo amaba y lo llenaba con su amor, pero a oscuras, por la fe, y así lo fue conociendo, Aconcibiendo antes en su corazón que en su cuerpo@, hasta quedarse sola con El en el Calvario.

       Pablo no conoció al Cristo histórico, no le vio, no habló con El, en su etapa terrena. Y )qué pasó? Pues que para mí y para mucha gente le amó más que otros apóstoles que lo vieron físicamente. El lo vio en vivencia y  experiencia mística, espiritual, sintiéndolo dentro, vivo y resucitado sin mediaciones de carne, sino de espíritu a espíritu. De ahí le vino toda su sabiduría de Cristo, todo su amor a Cristo, toda su vida en Cristo hasta decir. ATodo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo@;APara mí la vida es Cristo.@Este Cristo, fuego de vivencia y Pentecostés personal lo derribó del caballo y le hizo cambiar de dirección, convertirse del camino que llevaba, transformarse por dentro con  amor de Espíritu Santo. Nos los dice El mismo: AYo sé de un cristiano, que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, con el cuerpo o sin el cuerpo )qué se yo? Dios lo sabe. Lo cierto es que ese hombre fue arrebatado al paraíso y oyó palabras arcanas que un hombre no es capaz de repetir, con el cuerpo o sin el cuerpo )qué se yo?, Dios los sabe@(2Cor 12,2-4).

       Esta experiencia mística, esta contemplación infusa, vale más que cien apariciones externas del Señor. Tengo amigos, con tal certeza y seguridad y fuego de Cristo, que si se apareciese fuera de la Iglesia, permanecerían ante el Sagrario o en la misa o en el trabajo,  porque esta manifestación, que reciben todos los días del Señor por la oración, no aumentaría ni una milésima su fe y amor vivenciales, más quemantes y convincentes que todas las manifestaciones externas.

La mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza  mística. Y lo peor es que hoy está tan generalizada esta  pobreza, tanto arriba como abajo, que resulta difícil encontrar personas que  hablen encendidamente de la persona de Cristo, de su presencia y misterio, y los escritos místicos y exigentes ordinariamente no son éxitos editoriales ni de revistas.

       Repito: la mayor pobreza de la iglesia es la pobreza de vida mística, de vivencia de Dios, de deseos de santidad, de oración, de transformación en Cristo: AEstoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.@ATodo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo....@, pero conocimiento vivencial, de espíritu a espíritu, o si quieres, comunicado por el Espíritu Santo, fuego, alma y vida de Dios Trino y Uno.

       El sagrario es Jesucristo en amistad y salvación permanentemente ofrecidas al mundo, a los hombres. Por medio de su presencia eucarística, el Señor prolonga esta tarea de evangelización,  de amistad, dando así su vida por nosotros en entrega sacrificial,   invitándonos, por medio de la oración y el diálogo eucarístico,  a participar de su pasión de amor por el  Padre y por los hombres. Y nos lo dice de muchas maneras:  desde su presencia humilde y silenciosa en el sagrario, paciente de nuestros silencios y olvidos, o también a gritos, desde su entrega total en la celebración eucarística, desde el evangelio proclamado en la misa, desde la palabra profética de nuestros sacerdotes, desde la comunión para que vivamos su misma vida: AEl que me come vivirá por mí,@desde su presencia testimonial en todos los sagrarios de la tierra.

       Precisamente, para poder llenarnos de sus gracias y de su amor, necesita vaciarnos del nuestro, que es limitado en todo y egoísta, para llenarnos del El mismo, Verbo, Palabra, Gracia   y Hermosura del Padre, hasta la  amistad transformante de vivir su misma vida.  Nuestro amor es Aego@y empieza y termina en nosotros, aunque muchas veces, por estar totalmente identificados con él,  ni nos enteramos del cariño que nos tenemos y por el que actuamos casi siempre, aún en las cosas de Dios y de los hermanos y   del apostolado, que nos sirven muchas veces de pantalla para nuestras vanidades y orgullos.

       Sólo Dios puede darnos el amor con que El se ama y nos ama, un amor que empieza, nos arrastra y finaliza  en Dios Uno y Trino, ese amor que es  la vida de Dios, del que participamos por la gracia; ese amor de Dios que pasa  necesariamente por el amor verdadero a los hermanos y si no nos lleva, entonces no es verdadero amor venido de la vida de Dios: AEl Padre y yo somos uno.... el que me ama, vivirá por mí....@ACarísimos, todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por El...@(1Jn 4,7-10).

       Todos y cada uno de nosotros, desde que somos engendrados en el seno de nuestra madre, nos queremos infinito a nosotros mismos, más que a nuestra madre, más que a Dios, y por esta inclinación original, si es necesario que la madre muera, para que el niño viva...si es necesario que la gloria de Dios quede pisoteada para que yo viva según mis antojos, para que yo consiga mi placer, mi voluntad, mi comodidad.... pues que los demás mueran y que Dios se quede en segundo lugar, porque yo me quiero sobre todas las cosas y personas y sobre el mismo Dios.

       Y esto es así, aunque uno sea cardenal, obispo, religioso, consagrado o bautizado, por el mero hecho de ser pura criatura,  porque somos así, por el pecado original, desde nuestro nacimiento. Y si no nos convertimos, permanecemos así toda la vida. Y esto es más grave cuanto más alto es el lugar que ocupa uno en la construcción del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Los que están a nuestro alrededor nos llenan ordinariamente de tantas alabanzas, sin crítica alguna, que llegamos a creernos perfectos,  que todo lo hacemos bien y que no necesitamos de conversión permanente, como todo verdadero apóstol, que para serlo con verdad y con eficacia, primero y siempre, aunque sea sacerdote u obispo,  debe seguir siendo discípulo de   Cristo, hasta la santidad, hasta la unión total con El. Discípulo permanente y apóstol.

       Desde nuestro propio nacimiento estamos tan llenos de  Aamor propio@, que nos preferimos al mismo Dios; tan llenos de nosotros mismos, de nuestra propia estima y deseos de gloria, que la ponemos como condición para todo, incluso para predicar el evangelio. Por eso, este cambio, esta conversión solo  puede hacerla Dios, porque nosotros estamos totalmente infectados del yo egoísta  y  hasta en las cosas buenas que hacemos, el egoísmo, la vanidad, la soberbia nos acompañan como la sombra al cuerpo. Esta tarea de vaciarnos de nosotros mismos, de este querernos más que a Dios, de amarnos con todo el corazón y con toda el alma y con todas las fuerzas, esto supone la muerte del yo, la conversión total de nuestro ser, existir, amar y programación de  nuestras vidas: AAmarás al Señor tu Dios .... con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.. y a El solo servirás..... Y esta misma conversión, en negativo, la exige el Señor, cuando nos dice: ASi alguno quiere ser discípulo mío, nieguese a sí mismo, tome su cruz - la cruz que hemos de llevar hasta el calvario personal para crucificar nuestro yo, nuestras inclinaciones al amor propio, nuestras seguridades-  y me siga@, pisando sus mismas huellas de dolor, en totalidad de entrega a la voluntad del Padre, como Cristo (Lc16,24). La conversión no es el fín, sino el medio, el camino para realizar estas exigencias evangélicas. El fín siempre es Dios amado sobre todas las cosas.

       ALa paz de la oración consiste en sentirse lleno de Dios, plenificado por Dios en el propio ser y, al mismo tiempo, completamente vacío de sí mismo, afin de que El sea Todo en todas las cosas. Todo en mi nada. En la oración, todos somos como María Virgen: sin vacío interior ( sin la pobreza radical,) no hay oración, pero tampoco la hay sin la Acción del Espíritu Santo. Porque orar es tomar conciencia de mi nada ante Quien los es todo. Porque orar es disponerme a que El me llene, me fecunde, me penetre, hasta que sea una sola cosa con El. Como María Virgen: alumbradora de Dios en su propia carne, pues para Dios nada hay imposible. Vacío es pobreza. Pero pobreza asumida y ofrecida en la alegría. Nadie más alegre ante los hombres que el que se siente pobre ante  Dios. Cuanto menos sea yo desde mi  mismo, desde mi voluntad de poder , tanto más seré  yo mismo de El y para los demás. Donde no hay pobreza no hay oración, porque el humano (hombre o mujer ) que quiere hacerse a sí mismo, no deja lugar dentro de sí, de su existencia, de su psiquismo a la acción creadora y recreadora del Espíritu. ( Antonio López Baeza: UN DIOS LOCAMENTE ENAMORADO DE TÍ, Sal Terrae, 2002, pag. 93-4)

       Pablo es un libro abierto sobre su conversión interior de actitudes y sentimientos hasta configurarse con Cristo: En un primer momento:A)Quién me liberará de este cuerpo de pecado...?He rogado a Dios que me quite esta mordedura de Satanás.... te basta mi gracia..@  Es consciente de su pecado y quiere librarse de él. En un segundo momento percibe que para esto debe mortificar y crucificarse con Cristo, solo así puede vivir en Cristo: AEstoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi....@Finalmente experimenta que solo así se llega a la unión total de sentimientos y vida y apostolado con su Señor: Alibenter gaudebo in infirmitatibus meis...@  Ya no se queja de las pruebas y renuncias sino que Ame alegro con grande gozo en mis debilidades para que habite plenamente en mí la fuerza de Cristo@ANo quiero saber más que de mi Cristo y este crucificado@.  AEn lo que a mí , Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo  en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.@Y está tan seguro del amor de Cristo, que, aún en medio de las mayores purificaciones y sufrimientos,  exclama en voz alta, para que todos le oigamos y no nos acobardemos ni nos echemos para atrás en las pruebas que nos vendrán necesariamente en este camino de identificación con Cristo: A)Quién nos separará del amor de Cristo? La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Más en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni muerte, ni la vida, ni lo presente ni lo futuro... ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor@(Rom 8,35-39).

(Complemento o ayuda para la cuarta meditación)

20, 5.- PARA SER MAESTROS VERDADEROS DE ORACIÓN, PRIMERO HAY QUE RECORRER ESTE  CAMINO Y VIVIRLO, LUEGO SE ENSEÑA.

20, 9.- BREVE ITINERARIO DE LA ORACIÓN    EUCARÍSTICA

       Repito y lo hago por tratarse del CAMINO más importante de la vida cristiana y espiritual, principio y motor de la santidad de la Iglesia y de los cristianos. Para orar,  puede servirte  la lectura espiritual de buenos libros, sobre todo,  hecha en la presencia eucarística del Señor; la vida de algún santo que hable de su propia experiencia de Dios, y desde luego, insustituible, el Evangelio, que es lo que te dice a tí y ahora personalmente Cristo Eucaristía en ese momento; al principio, tal vez escuchado, meditado y orado por otros, luego ya directamente por tí; puedes también escribir lo que se te ocurra ante Jesucristo, recitar los salmos que te gusten y  meditarlos, repetir los versículos que más te gusten, responsorios preciosos de las Horas..... Pero la ciencia y la experiencia en este tema, de lo que uno ha visto y leído en santos como Juan de Avila, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús,  Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús, Isabel de la Trinidad, Carlos de Foucaudl...he llegado a la conclusión de que no se trata de descubrir un camino misterioso que pocos han descubierto y tengo que buscarlo hasta dar con él.

       El camino de la oración ya está descubierto y es elemental en su estructura,  aunque cada uno tiene que recorrerlo personalmente: no olvidar jamás que orar es amar y amar es orar, que en la vida cristiana estos dos verbos se conjugan  igual. Estoy convencido, por teoría y experiencia, de que el que quiere orar, ese ya está orando. Nunca mejor dicho que querer es poder, porque este querer es ya la mejor gracia de Dios. La dificultad en orar está principalmente en que uno no está convencido de su importancia y puede considerarla una más de las diversas formas de la piedad  cristiana; además, como cuesta al principio coger este camino de amar a Dios sobre todas las cosas, lo cual supone renuncia y conversión, uno cree poder sustituirla con otras prácticas piadosas. Lo primero, pues, que hemos de tener presente, como hemos dicho ya tantas veces, será pedir la fe y el amor que nos unen a Dios, y no pueden ser fabricados por nosotros.

       La oración nunca será un camino difícil sino costoso, como cualquier camino que lleva a la cima de la montaña, sobre todo, en los comienzos. El camino es facilísimo: querer amar a Dios sobre todas las cosas. AEstá escrito: Al Señor tu Dios adorarás, solo a El darás culto@(Mt. 4,10). Por lo tanto, abajo todos los ídolos, el primero, nuestro yo. Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios con estas palabras: AAmarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente@(Mt 22,37). Pero esto cuesta muchísimo, sobre todo al principio, porque entonces no se tienen los ojos limpios para ver a Dios, no se sienten estos deseos con fuerza, no se tiene la fe y el amor y una esperanza de Dios suficientes para ir en su busca,  empezando por renunciar al cariño y la ternura que nos tenemos. Este preferirnos a Dios ha hecho que nuestra  fe sea seca, teórica, puramente heredada y ha de ser precisamente por esos ratos de oración eucarística, cuando empieza a hacerse personal, a  creer no por lo que otros me han dicho sino por lo que yo voy descubriendo y eso ya no habrá quien te lo quite.

       Es costosa la oración, sobre todo al comienzo, hasta coger el camino de la conversión, porque la persona, sin ser consciente, achaca la sequedad de la misma a las circunstancias de la oración o sus métodos, siendo así que en realidad la aridez y el cansancio vienen de que hay que empezar a ser más humildes, a perdonar de verdad, a convertirnos a Dios, para amarle más que a nosotros mismos y esto, si no hay gracias de Dios especiales, que se lo hagan ver y descubrir y para eso es la oración, imposibilita la oración de ahora y de siempre y de todos los siglos. Por eso, al hablar de oración a principiantes, es más sencillo y pedagógico y conveniente hablarles desde el principio, de  que se trata de un camino de conversión a Dios, camino exigente,  y que por y para eso necesitamos hablar continuamente con El, para pedirle luz y fuerzas.

       La dificultad en la oración, en el encuentro con el Señor, en descubrir su presencia y figura y amor y amistad  está en que no queremos convertirnos, y esta dificultad conviene que sea descubierta, sobre todo, al principio, por el mismo principiante o por personas experimentadas, para descubrir la razón de la sequedad y las distracciones y no ponerla solo en los métodos y técnicas de la oración. Algunos cristianos, por desgracia,  no saben de qué va la oración personal, qué lleva consigo y otros hablamos con frecuencia de ello, pero no hemos emprendido de verdad el camino o lo hemos abandonado y estamos ya instalados en nuestros defectos y pecados, aunque sean veniales, pero que nos instalan también en la lejanía de Dios e impiden la santidad y la oración y el encuentro pleno y permanente con el Señor y nos convierten en mediocres espirituales y consecuentemente nos llevan a  la  mediocridad pastoral y apostólica. )Cómo entusiasmar a los hermanos con un Cristo que nos aburre personalmente?

       Sin conversión no hay oración y sin oración no hay vivencia y experiencia de Dios, ni amor verdadero a los hermanos, ni entrega, ni liturgia vivida, ni gozo del Señor ni santidad ni nada verdaderamente importante en la vida cristiana ni verdadero apostolado que lleve a los hombres al amor y conocimiento vital de Dios, sino acciones, programaciones, organigramas que llevan a dimensiones poco trascendentes y perpendiculares y elevadas de fe y amor cristianos, donde muchas veces es hacer por hacer, para sentirse útil, en apostolado puramente horizontal, pero donde la gloria del Padre ni es descubierta, ni buscada ni siquiera mencionada , porque no se vive ni se siente, y  Jesucristo no es verdaderamente buscado y amado como salvador y sentido total de nuestras vidas; son acciones de un Asacerdocio  puramente técnico y profesional@, acciones de Iglesia sin el corazón de la Iglesia, que es el amor a Cristo; acciones de Cristo sin el espíritu de Cristo, porque Ael sarmiento no está unido a la vid@...

       La oración, desde el primer día, es amor a Dios:  AQue no es otra cosa oración mental, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama@.  Por eso, desde el primer instante y kilómetro (abajo los ídolos! especialmente el yo que tenemos entronizado en el altar de nuestro corazón. Y este cambio, que ha de durar toda la vida, es duro y cruel y despiadado contra uno mismo, sobre todo al principio, en que estamos incapacitados para amar así, por no sentir el amor de Dios más vivamente, precisamente por esos mismos defectos, y cuesta derramar las primeras gotas de sangre,  porque nos tenemos un cariño loco y apasionado.

       Y cuando, pasado algún tiempo, años tal vez, los que Dios quiera, y ya plenamente iniciados y comprometidos,  lleguen las noches de fe, las terribles purificaciones de nuestra fe, esperanza y caridad, porque Tu, Señor, para prepararnos plenamente a tu amor sobre todas las cosas,  lo exiges todo: personas, criterios propios, afectos, dinero, seguridad, cargos, honores...,  cuando el entendimiento quiere ver y tener certezas propias, porque es mucho lo que le exiges y le cuesta creer en tu palabra, obedecerte y aguantar tanta exigencia,  y  quiere probarlo todo y razonar todo antes de entregarte todo:  resulta que tu persona, tu presencia, tu evangelio, tus palabras y exigencias, hasta entonces tan claras y que no teníamos inconveniente en admitir y meditar y predicar, porque eran puramente teóricas, pero nos molestaban poco o casi nada, porque no nos las aplicábamos, ahora, al querer Tu, Dios mío, querer unirme más a Ti, disponernos a una unión más perfecta y plena contigo... cuando exiges todo, porque quieres llenarlo todo  con tu amor, y el alma, para eso,  debe vaciarse de todo, porque Tú quieres que te ame con todo mi corazón y con toda mi alma y con todo mi ser...entonces nada valen los conocimientos adquiridos, ni la teología, ni la fe heredada, ni la experiencia anterior, que quedan obnubiladas, y mucho menos  echar mano de exégesis o psicologías...entonces, en ese momento largo y trágico, que parece no acabará nunca, porque es mucho paradógicamente lo que el alma te desea y te ama en esa noche, sin ser consciente de ello, la última palabra, el último apoyo es creer sin apoyos y lanzarse a tus brazos sin saber que existen, porque no se ven ni sienten, porque Tu solo quieres que me fíe y me apoye en tí, hasta el olvido y negación de todo lo mío, de todo apoyo humano y posible, racional y científico, afectivo y familiar, y quedar el horizonte limpio de todo y de todos, solo Tú, sólo Tú, sin arrimos de criatura alguna.

       En estas etapas, que son sucesivas y variadas en intensidad y tiempo, según el Espíritu Santo crea oportuno purificar y según sus planes de unión,  ni la misma liturgia ni  los evangelios  dan luz ni consuelo, porque Dios lo exige todo y viene la Aduda metódica@puesta por Dios en el alma para conducirnos a esa meta: )Será verdad Cristo? )Cómo puedo quedarme sin fe, sin ver ni sentir nada? )para qué seguir? )No debe ser todo razonable, prudente, sin extremismos de ninguna clase?)habrá sido todo pura  imaginación? )por qué no aceptar otros consejos y caminos? )Cómo entregar la propia vida, la misma vida en amor total y para siempre, las propias seguridades sin ninguna seguridad de que El está en la otra orilla...? )Será verdad todo lo que creo, será verdad que Cristo vive, que es Dios, cómo dejar estas cosas de la vida  que tengo y toco y me sostienen vital y afectivamente por una persona que no veo ni toco ni siento, y menos en un trozo de pan, cómo puede existir una persona que ya no veo en la oración, en el evangelio, en la relación personal que antes tenía y creía...? )Será verdad? )Dónde apoyarme para ello? )Quién me lo puede asegurar? Con lo feliz que era hasta ahora, con el gozo que sentía en mis misas y comuniones anteriores, con deseos de seguirle hasta la muerte, con ratos de horas y horas de oración y hasta noches enteras en unión y felicidad plena... qué me pasa... qué está pasando dentro de mi...

       En estas etapas, que pueden durar meses y años,  el alma va madurando en la fe, esperanza y caridad, virtudes teologales que nos unen directamente con Dios, y sin ella ser consciente, se va llenando de la misma luz y fuerza de Dios; su fe, va recibiendo de Dios más luz, luz vivísima y sin imperfecciones de apoyos de criaturas,  y va  entrando en este camino, donde el Espíritu Santo es la única luz, guía, camino y director espiritual.

       La causa de todo esto es una influencia y presencia especial de Dios en el alma, llamada por S. Juan de la Cruz contemplación infusa, que a la vez que  ilumina, purifica al alma con su luz intensísima, y la fortalece en aparente debilidad y poco a poco ya no soy yo el que lleva la batuta de la conversión, porque  me corregía lo que me daba la gana y muchos campos ni los tocaba y en otros me quedaba muy superficial... ahora es el Espíritu Santo, porque me ama infinito, el que me purifica como debe ser y yo debo confiar en El sobre el dolor y las dudas y la soledad y las sospechas que provocan tanta purificación y conversión.

PARA EMPEZAR LA QUINTA MEDITACIÓNAl decir "Haced esto en memoria de mí" el Señor también nos quiere indicar a cada participante: acordaós de mi encarnación, de mi amor, de mi entrega por vosotros que ahora presencializo, de mis manos temblorosas y mi voz emocionada de aquella noche, de mi amor loco y apasionado hasta el fin de las fuerza, del amor y de los tiempos....por vosotros: "Cuantas veces  hagáis esto, acordaos de mí... No nos olvidamos, Señor. Y todo eso se hace presente en cada misa y Jesús lo recuerda para El y para nosotros y para la Santísima Trinidad haciéndolo presente. Así es como salimos del Padre como proyecto de amor y en la eucaristía volvemos a él como proyecto logrado en y por el amor del Hijo-Hombre, que es  amor de Espíritu Santo, participamos de la única e irreversible devolución del hombre y del mundo al Padre, que él, el Hijo eterno y al mismo tiempo verdadero hombre, hizo de una vez para siempre" (Juan Pablo II: Enc. Redemptor hominis, 20: AAS 71(1979)310-1)

Por eso, la Eucaristía es Cristo entero y completo, el evangelio entero y completo, la fe cristiana entera y completa. Nada del misterio de Cristo queda fuera de la Eucaristía. Ni siguiera el misterio de Dios Trino y Uno manifestado por el Padre  enviando al Hijo salido de su seno, movido por su Amor - Espíritu Santo-  y Encarnado por la fuerza del mismo Espíritu. Todo esto, el primer impulso de amor, el proyecto en el Hijo por el Espíritu, la consumación y la glorificación actual en el cielo, todo esto se hace presente en la eucaristía.

       He hablado de la Eucaristía, queridos amigos, en la medida en que he podido captarla y expresarla yo mismo como creyente, no sólo como teólogo. En definitiva, he tratado de expresarla en palabras humanas. Hay otra manera mucho mejor de presentar la eucaristía: es la que el sacerdote hace sencillamente cuando eleva el pan consagrado y el cáliz a la vista de la asamblea y solicita de ella la fe: "Este es el sacramento de nuestra fe"

Y hay una manera mejor de acogerla. Es la que practicamos cuando respondemos al sacerdote en la misma fe y en una comunión, que debe prolongarse toda la vida: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven, Señor Jesús."

Quiero terminar esta sencilla lección teológica haciendo uso de la inclusión semítica, en la que, para subrayar la importancia de un enunciado, se repite al final del discurso:

HERMANOS Y AMIGOS:(REALMENTE, GRANDE ES EL MISTERIO DE NUESTRA FE!

LA ESPIRITUALIDAD DE LA EUCARISTIA


  PARTICIPACIÓN RITUAL Y PARTICIPACIÓN ESPIRITUAL DE LA MISA
(quinta meditación)

       El sacrificio de Cristo en la cruz, anticipado en la Última Cena y presencializado como memorial en cada misa, es un sacrificio perfecto de alabanza, adoración, satisfacción, impetración y obediencia al Padre, que no necesita ningún otro complemento y ayuda. Según la Carta a los Hebreos, es completo en su eficacia y se ofreció “de una vez para siempre” (Hbr 7,8), no como los del AT, que necesitaban ser repetidos continuamente. Sin embargo, nosotros vamos a hablar ahora de celebrar la Eucaristía como sacrifico completo, no por parte de Cristo, que siempre lo es, como acabamos de decir, sino por parte nuestra, que podemos participar más o menos plenamente en sus gracias y beneficios, identificamos más o menos plenamente con los sentimientos y actitudes de Cristo.

       Hay muchas formas de participar en la santa misa, en el sacrificio de Cristo, por parte de la Iglesia, del sacerdote y de los fieles. Nosotros ahora vamos a profundizar un poco en esa participación que Cristo quiere y la celebración eucarística nos pide y que nosotros llamamos personal y espiritual : “Haced esto en memoria mía... el que me come vivirá por mí.... las palabras que yo os he hablado son espíritu y vida... ‘ Jesús quiere una participación “en espíritu y verdad”, en Espíritu Santo, tal como Ella celebró, con sus mismos sentimientos y actitudes, que supere la celebración meramente ritual o externa. La participación ritual, como su mismo nombre indica, consiste en cumplir los ritos de la Misa , especialmente los de la consagración y así la misa se realiza plenamente en sí misma, presencializando todo el misterio de Cristo por el ministerio del sacerdote.

       La participación espiritual, hecha con fuego y amor de Espíritu Santo, es la asimilación y participación personal y pneumatológica del misterio, que trata de conseguir la mayor unión con los sentimientos de Cristo, y de esta forma la mayor asimilación y participación personal en el misterio por parte del sacerdote y de los participantes conscientes y activos. Es una apropiación más personal y objetiva del espíritu de la santa misa. La participación ritual se consigue por la sola ejecución de los gestos y de las palabra requeridas para el signo sacramental, haciendo presente sobre el altar lo que significan estos gestos y palabras, esto es, de convertir el pan y el vino consagrados en una ofrenda del sacrificio de Cristo por parte de toda la Iglesia, independientemente de los sentimientos personales del sacerdote oferente y de la comunidad. Aunque el sacerdote celebre distraído y los fieles no tuviesen atención o devoción alguna Cristo no fallaría en su ofrenda, que sería eficaz para el Padre y la Iglesia, conservando todo su valor teológico y fundamental para Cristo y el Padre, que llevaría consigo la aplicación de los méritos del calvario por medio de la ofrenda del altar, prescindiendo de la santidad del sacerdote o de los oferentes.

       Sin embargo, la Iglesia no se conforma con esta participación ritual y nos pide a todos una participación “consciente y activa”, por medio de gestos y palabras, que deben llevarnos a todos los presentes a una participación más profunda, “en espíritu y verdad”, con identificación total con los sentimientos del amor extremo, adoración, actitudes y entrega de Cristo al Padre y a los hombres. La participación espiritual nos llevará a una experiencia más personal del sacrificio de Cristo, asimilando por la gracia los sentimientos del Señor en su vida y en su sacrificio. Y ésta es la participación plena, que nos piden Cristo y la Iglesia: “Los fieles, participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella” (LG 11); “ ... por el ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo” (PO 2).

       El Vaticano II lo expresa así: “La santa Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma, y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano, linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido” (lPtr, 2,9;cfr 2,4-5) (SC 14).”Los pastores de almas deben vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también para que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente” (SC 1 1). “... la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe (Misa) como extraños y mudos espectadores, sino que participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada” (SC 48).

       Con estos términos, la liturgia de la Iglesia pretende llevanos a participar en plenitud de los fines y frutos abundantes del misterio eucarístico mediante una participación plenamente espiritual, en el mismo Espíritu de Cristo, no sólo en sus gestos y palabras. Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por El, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que disponga de mi vida, según su voluntad.

Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego a Tí; Señor, ayúdame, lo espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, si Tú no me enseñas y me das fuerzas....

2) Un segundo sentimiento lo expresa así la LG.5 :“ Los fieles... participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella”. La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda. El diálogo podía escoger esta vereda: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir sólo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de gloria de la Santísima Trinidad. Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré consagrado, ya no me pertenezco, soy una cosa contigo, y cuando salga a la calle, como ya no me pertenezco sino que he quedado consagrado contigo, quiero vivir sólo para Ti, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la misa. Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tienes ahora la mía trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado.Tu humanidad ya no es temporal; conservas ahora ciertamente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío.., pero ya sabes que soy débil.., necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hUos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mi. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mi... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y ale gráos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Porque el Señor escucha a sus pobres ‘tSal 69).

3) Otro sentimiento que no puede faltar está motivado por las palabras de Cristo: “Cuando hagáis esto, acordaos de mí...” Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística, pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos.. .cuánto me amas, cuánto me entregas, me regalas... “este es mi cuerpo, esta mi sangre derramada por vosotros...” Con qué fervor quiero celebrar la misa, comulgar con tus sentimientos, imitarlos y vivirlos ahora por la oración ante tu presencia; Señor, por qué me amas tanto, por qué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa.., cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Cristo, yo valgo mucho para el Padre, ellos me valoran más que todos los hombres , valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí... .Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado, yo, tan rutinario, tan limitado, siempre tan egoísta, soy pura criatura, y tu eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tú el Todo y yo la nada. Si es mi amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero.

4) En el “Acordaos de mí”..., debe entrar también el amor a los hermanos, - no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres: Sí, Cristo, quiero acordarme ahora de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos. ‘4cordaos de mí’ Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de Tí y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así.

       Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de tí y de tu entrega en cada eucaristía, en cada sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Ti pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida. Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de lo otros... pero dándome Tu tan buen ejemplo, quiero acordarme de ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor, cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y tú... siempre olvidar y perdonar, olvidar y amar, yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu eucaristía y comunión, que no puede haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como tú, amando, perdonando, olvidando... ‘Esto no es comer la cena del Señor.. “, por eso estoy aquí, comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

       ‘Acordaos de mí...” El Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la santa misa, es el que realiza la presencia sacramental de Cristo en el pan y en el vino consagrados, como una continuación de la Encarnación del Verbo en el seno de María. Y ese mismo Espíritu, Memoria de la Iglesia, cuando estamos en la presencia del Pan que ha consagrado y sabe que el Padre soñó para morada y amistad con los hombres, como tienda de su presencia, ese mismo Espíritu que es la Intimidad del Consejo y del Amor de los Tres cuando decidieron esta presencia tan total y real en consejo trinitario, es el mismo que nos lo recuerda ahora y abre nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestro corazón, para que comprendamos las Escrituras y sus misterios, a Dios Padre y su proyecto de amor y salvación, al Fuego y Pasión y Potencia de Amor Personal con que lo ideó y lo llevó y sigue llevando a efecto en un hombre divino, Jesús de Nazaret: ‘Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio HU0
¡ Jesús, qué grande eres, qué tesoros encierras dentro de la Hostia santa, cómo te quiero! Ahora comprendo un poco por qué dijiste, después de realizar el misterio eucarístico: ‘4cordaos de mí... “ ¡Cristo bendito! no se cómo puede uno correr en la celebración de la misa o aburrirse cuando hay tanto que recordar y pensar y vivir y amar y quemarse y adorar y descubrir tantas y tantas cosas, tantos y tantos misterios y misterios... .galerías y galerías de minas y cavernas de la infinita esencia de Dios, como dice S. Juan de la Cruz del alma que ha llegado a la oración de contemplación, en la que todo es contemplar y amar más que reflexionar o decir palabras.

       Todos sabéis, porque así lo hemos practicado muchas veces, que en la oración se empieza por rezar oraciones, reflexionar, meditar verdades y luego, avanzando, pasamos de la oración discursiva a la afectiva, en la que uno empieza más a dialogar de amor y con amor que a dialogar con razones, empieza a sentir y a vivir más del amor que de ideas y reflexiones para finalizar en las últimas etapas, sólo amando: oración de quietud, de silencio de las potencias, de transformación en Dios: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

       Yo también, como Juan, quiero aprenderlo todo en la misa, en la Eucaristía reclinando mi cabeza en el corazón del Amado, de mi Cristo, sintiendo los latidos de su corazón, escuchando directamente de El palabras de amor, las mismas de entonces y de ahora, que sigue hablándome en cada misa. Para mí liturgia y vida y oración todo es lo mismo en el fondo, la liturgia es oración y vida, y la oración es liturgia. En definitiva, ¿no es la misa también oración y plegaria eucarística? ¿No es la plegaria eucarística lo más importante de la misa, la que realiza el misterio?

       Para comprender un poco todo lo que encierra el “acordaos de mí” necesitamos una eternidad, y sólo para empezar a comprenderlo, porque el amor de Dios no tiene fin. Por eso, y lo tengo bien estudiado, en la oración sanjuanista, cuanto más elevada es, menos se habla y más se ama, y al final, sólo se ama y se siente uno amado por el mismo Dios infinito y trinitario. Por eso el alma enamorada dirá: “Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que solo en amar es mi ejercicio...” Se acabaron los signos y los trabajos de ritos y las apariencias del pan porque hemos llegado al corazón de la liturgia que es Cristo, que viene a nosotros, hemos llegado al corazón mismo de lo celebrado y significado, todo lo demás fueron medios para el encuentro de salvación; ¡qué infinita, qué hermosa, qué rica, qué profunda es la liturgia católica, siempre que trascendamos el rito, siempre que se rasgue el velo del templo, el velo de los signos! ¡cuántas cavernas, descubrimientos y sorpresas infinitas y continuas nos reserva! Parece que las ceremonias son normas, ritos, gestos externos, pero la verdad es que todo va preñado de presencia, amor y vida de Cristo y de Trinidad. Hasta aquí quiere mi madre la Iglesia que llegue cuando celebro los sacramentos, su liturgia, esta es la mcta. Yo quisiera ayudarme de las mediaciones y amar la liturgia, como Teresa de Jesús, porque en ellas me va la vida, pero no quedar atrapado por los signos y las mediaciones o convertirlas en fin. Yo las necesito y las quiero para encontrar al Amado, su vida y salvación, la gloria de mi Dios, sin ellas sean lo único que descubra o lo más importante, sino que las estudio y las ejecuto sin que me esclavicen, para que me lleven a lo celebrado, al misterio: “quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo ‘.

       En cada misa, en cada comunión, en cada sagrario Cristo sigue diciéndonos: “Acordaos de mí.... “ de las ilusiones que el Padre puso en mí, soy su Hijo amado, el predilecto, no sabéis lo que me ama y las cosas y palabras que me dice con amor, en canción de Amor Personal y Eterno, me lo dicho todo y totalmente lo que es y me ama con una Palabra llena de Amor Personal al darme su paternidad y aceptar yo con el mismo Amor Personal ser su Hijo: la Filiación que con potencia infinita de amor de Espíritu Santo me comunica y engendra; con qué pasión de Padre me la entrega y con qué pasión de amor de Hijo yo la recibo, no sabéis todo lo que me dice en canciones y éxtasis de amores eternos, lo que esto significa para mi y que yo quiero comunicároslo y compartirlo como amigo con vosotros; acordaos del Fuego de mi Dios, que ha depositado en mi corazón para vosotros, su mismo Fuego y Gozo y Espíritu; “acordaos de mí’ de mi emoción, de mi ternura personal por vosotros, de mi amor vivo, vivo y real y verdadero que ahora siento por vosotros en este pan, por fuera pan, por dentro mi persona amándoos hasta el extremo, en espera silenciosa, humilde, pero quemante por vosotros, deseándoos a todos para el abrazo de amistad , para el beso personal para el que fuisteis creados y el Padre me ha dado para vosotros, tantas y tantas cosas que uno va aprendiendo luego en la Eucaristía y ante el sagrario, porque si el Espíritu Santo es la memoria del Padre y de la Iglesia, el sagrario es la memoria de Jesucristo entero y completo, desde el seno del Padre hasta Pentecostés.

       Digo yo que si esta memoria del Espíritu Santo, este recuerdo, “acordaos de mí’ no será la causa de que todos los santos de todos los tiempos y tantas y tantas personas, verdaderamente celebrantes de ahora mismo, hayan celebrado y sigan haciéndolo despacio, recogidos, contemplando, como si ya estuvieran en la eternidad, “recordando” por el Espíritu de Cristo lo que hay dentro del pan y de la misa y de la eucaristía y de las acciones litúrgicas tan preñadas como están de recuerdos y realidades presentes y tan hermosas del Señor, viviendo más de lo que hay dentro que de su exterioridad, cosa que nunca debe preocupar a algunos más que el contenido, que es, en definitiva, el fin y la razón de ser de las mismas.

       ‘Acordaos de mí’, recordando a Jesucristo, lo que dijo, lo que hace presente, lo que Él deseó ardientemente, lo que soñó de amistad con nosotros y ahora ya gozoso y consumado y resucitado, puede realizarlo con cada uno de los participantes. ..el abrazo y el pacto de alianza nueva y eterna de amistad que firma en cada misa, aunque le haya ofendido y olvidado hasta lo indecible, lo que te sientes amado, querido, perdonado por El en cada Eucaristía, en cada comunión, digo yo... pregunto si esto no necesita otro ritmo o deba tenerse más en cuenta digo yo... .que si no aprovecharía más a la Iglesia y a los hombres algunos despistes de estos.... Para Teresa de Jesús la liturgia era Cristo, amarla era amar a Cristo, por eso valoraba tanto los canales de su amor, que son los signos externos, que siempre, bien hechos y entendidos, ayudan, pero sin quedarnos en ellos, sino llegando hasta el “centro y cúlmen”, la fuente que mana y corre, que es Cristo.

5) No tengo tiempo para indicar todos los posibles caminos de dialogo, de oración, de santidad que nacen de la Eucaristía porque son innumerables: adoración, alabanza, glorificación del Padre, acción de gracias, pero no puede faltar el sentimiento de intercesión que Jesús continúa con su presencia eucarística. Jesús se ofreció por todos y por todas nuestras necesidades y problemas y yo tengo que aprender a interceder por los hermanos en mi vida, debo pedir y ofrecer el sacrificio de Cristo y el de mi vida por todos.

 

LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA  DE VIDA CRISTIANA

       Ahora tenemos muchas escuelas y universidades, incluso en las parroquias tenemos muchas clases de biblia, de teología, de liturgia... nuestras madres y nuestros padres no tuvieron más escuela que el sagrario y punto.  Allí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos. Allí escucharon y seguimos nosotros escuchando a Jesús que nos dice: Asígueme..@  Aamáos los unos a los otros como yo os he amado@   Ano podéis servir a dos señores, no podéis servir a Dios y al Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. y os haré pescadores de hombres@   Avosotros sois mis amigos@Ano tengáis miedo, yo he vencido al mundo.@Asin mí no podéis hacer nada, yo soy la vid, vosotros , los sarmientos, el sarmiento no puede llevar fruto si no está unido a la vid...@  

       )Y qué pasa cuando yo escucho del Señor estas palabras? Pues que si no aguanto estas  enseñanzas, estas exigencias, este diálogo personal con El, porque me cuesta, porque no quiero convertirme, porque no quiero renunciar a mis bienes, me marcho para que no pueda echarme en cara mi falta de fe en El, mi falta de generosidad en seguirle, para que no me señale con el dedo mis defectos.... y así estaré distanciado respecto a su presencia eucarística durante toda mi vida, con las consiguientes consecuencias negativas que esta postura llevará consigo. Podré incluso, tratar de legitimar mi postura, diciendo que Cristo está en muchos sitios, está en la Palabra, en los hermanos...que es muy cómodo quedarse en la iglesia, que más apostolado y menos quedarse de brazos cruzados,  pero en el fondo es que no aguanto su presencia eucarística que me señala mis defectos y me invita a seguirle: ASi alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga.@

Otra quinta meditación

 

LA EUCARISTÍA, MEMORIAL DE LA NUEVA PASCUA Y NUEVA ALIANZA EN CRISTO

(Hablara solo cinco minutos, insistiendo solo en cordero y sangre y cena-banquete= inicio de la salida-pascua y luego Alianza- sangre y banquete del Sinaí, para pasar a la quinta meditación: La Espiritualidad de la Eucaristía)

Aceptar y entender la Eucaristía es entender toda la fe católica ya que la Eucaristía es el resumen de todo el misterio de Cristo. Siendo la Eucaristía la concentración, en un poco de pan y de vino, de todo el misterio cristiano se comprende que a lo largo de la historia haya sido objeto de reflexión y meditación continuas, y también, no pocas veces, de desviación y error en la fe. Demasiado grande este misterio para ser comprendido por la mente humana. Ninguna verdad  de la Revelación cristiana ha sido tan estudiada y defendida por el Magisterio como  la Eucaristía. La Iglesia ha visto en ella el misterio central de su fe y lo ha cuidado con devoción suma.

       La Eucaristía, instituida por Jesús en la última cena y dejada como memorial a su Iglesia, es una realidad tan original e insospechada, que podría parecer oportuno comenzar su estudio a partir directamente del Nuevo Testamento, teniendo en cuenta también el poco tiempo de que disponemos para su exposición. Pero no podríamos captar toda su importancia y significación si prescindiéramos del AT. en el que tiene su contexto y sus raíces primeras.

Ya lo dijo Galbiati(L'Eucaristia nella Biblia,Milano 1969,9) afirmando que uno de los motivos de las dificultades y superficial entendimiento de este misterio radica en el desconocimiento del AT. Y esto lo decimos conscientes al mismo tiempo de que la Eucaristía sobrepasa de modo radical e insospechado las perspectivas mismas del Antiguo Testamento, ya que muchas de sus profecías y figuras no encuentran plenitud de sentido sino en ella misma. Por eso toda la Tradición patrística y eclesial han comprendido siempre la íntima relación de la Eucaristía con los signos de la Antigua Alianza. Y esta es la razón por la que comenzamos nuestra exposición con el estudio breve de aquellas realidades veterotestamentarias que la preparan y significan.

 

PRIMERA PARTE

I.- ANTIGUO TESTAMENTO: PASCUA HEBREA

A) LA PASCUA HEBREA COMO ACONTECIMIENTO HISTÓRICO

1) EL CORDERO PASCUAL

Comenzamos por la exposición de la pascua judía en la cual la Eucaristía encuentra su raíz y profecía. Como ya sabemos, la Pascua es el banquete anual que el pueblo judío celebra en conmemoración de la liberación de Egipto. Es el comienzo del éxodo, de la salida de la esclavitud, el comienzo singularísimo de la historia de Israel en el que Yahvé interviene en favor de su pueblo cumpliendo las promesas de Abraham, para establecer con ellos una alianza que sellará su existencia como pueblo elegido.

" Dijo Yahvé a Moisés y a Aarón en el país de Egipto: "Este mes será para vosotros el comienzo de los meses; será el primero de los meses del año... Hablad a toda la comunidad de Israel y decid: el día 10 de este mes tomará cada uno para sí una res de ganado menor...lo guardaréis hasta el día 14 del mes; y toda la asamblea de la comunidad de los israelitas lo inmolará entre dos luces. Luego tomarán la sangre y untarán las jambas y el dintel de las casas donde lo coman...Es pascua de Yahvé.

....La sangre será vuestra señal en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera al pais de Egipto. Este será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre." (Ex 12,1-14)

El éxodo, pues, abarca la noche de la celebración, el paso del mar Rojo y la alianza en el desierto. El éxodo es el evangelio del AT., la buena noticia de un Dios que ha salvado a su pueblo y lo seguirá salvando en el futuro.

Esta intervención salvífica de Dios, que, como sabemos constituye el primer credo de Israel(Dt 26,5-9), va ligada en el relato a la celebración de un sacrificio-banquete: "Este será un memorial entre vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé de generación en generación". Este ritual está descrito dos veces en el libro del Éxodo: en Ex 12,1-14 como orden dada por Dios a Moisés y en 12,21-27 como orden transmitida por Moisés al pueblo. La celebración de la pascua tenía lugar el día 15 del primer mes, (mes de Abib, llamado Nisán después del exilio) comenzando con la tarde del día 14. Es el inicio de la primavera y la noche de la tarde del 14 era precisamente plenilunio.

"Cuando os pregunten vuestros hijos: ")qué significa para vosotros este rito?, responderéis: "Este es el sacrificio de la pascua de Yahvé, que pasó de largo por las casas de los israelitas cuando hirió a los egipcios y salvó vuestras casas."(Ex 12,26-27) Y celebrándolo así es como este rito se convierte en Memorial de la Pascua Judía.

2) LA ALIANZA

Dios, que había liberado al pueblo de Israel sacándolo de Egipto, lo conduce al desierto, donde tiene lugar la alianza que establece con él. Así como el éxodo ha sido el acontecimiento determinante de la historia de Israel, la Alianza va a ser la institución fundamental que regule las relaciones entre Dios y su pueblo.

La alianza contraída por Dios con su pueblo en el desierto emplea la sangre con el significado de vida que tenía entre los hebreos y viene a significar la comunión de vida que de ahora en adelante existirá entre Dios y su pueblo. Dice así Dios a Moisés:

"Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traido a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa." (Ex 19,3-6)

El rito de la conclusión de la alianza tiene lugar en el monte llamado Sinaí en los pasajes atribuidos al Yahvista(Ex 19,11b-18) y Horeb en los atribuidos al Elohista(Ex 33,6)

" Entonces escribió Moisés todas las palabras de Yahvé y levantándose muy de mañana, alzó al pie del monte un altar y doce estelas por las doce tribus de Israel. Luego mandó a algunos jóvenes de los israelitas que ofreciesen holocaustos e inmolaran novillos como sacrificios de comunión para Yahvé... tomó luego Moisés la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: "Esta es la sangre de la Alianza que Yahvé ha hecho con vosotros, según todas estas palabras."

Este rito de la alianza viene a significar que entre Dios y su pueblo se va a dar una vida en común, una alianza. Y cuando esta alianza se rompe por la infidelidad del pueblo, Dios, por los profetas, promete una nueva y definitiva:

"He aquí que vienen días (oráculo de Yahvéh) en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza; no como la alianza que pacté con vuestros padres cuando los tomè de la mano para sacarlos de Egipto, que allí rompieron mi alianza... sino que ésta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel...pondré mi ley en sus corazones y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo." (Jer.31,31-33)

B.- LA PASCUA JUDÍA COMO MEMORIAL: CELEBRACIÓN RITUAL

Memorial es un concepto fundamental en toda la vida de Israel y en particular en la celebración ritual de la Pascua. Va asociado a un rito que tiene como objeto recordar las hazañas que Dios hizo en el pasado y que se vuelven a poner ante los ojos de Yahvé para que recordándolas, Dios actualice la salvación y la liberación concedidas a Israel.

Memorial ante Dios era la berakkák, la bendición de alabanza a Dios por los hechos realizados en el pasado, por los cuales el pueblo alababa a Dios y sentía como actual y presente la presencia salvadora de Dios, siempre fiel. Pero el memorial por excelencia era la celebración ritual de la pascua, en la cual el pueblo recordaba el acontecimiento salvífico que le había dado su existencia como pueblo y esperaba la presencia continua y salvadora de Dios.

"Dijo, pues, Moisés al pueblo: "Acordaos de este día en que salistéis de Egipto, de la casa de la servidumbre..."(Ex 13,3-10) Esencialmente repetición de lo que Yahvé había dicho ya a Moisés: "Este será un día memorial para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé de generación en generación." (Ex 12,14)

Quiero terminar este apartado añadiendo que la pascua judía no solo era memorial de una liberaciòn que Dios hace presente sino que después del exilio miraba cada vez más al futuro. Ello era debido a que los profetas contemplan cada vez más el futuro a la luz del Éxodo. Habrá un nuevo éxodo, una nueva pascua. La potencia salvadora desplegada por Dios en el pasado es garantía de la esperanza mesiánica en el futuro.

SEGUNDA PARTE

 II.- NUEVO TESTAMENTO: JESUCRISTO: NUEVA PASCUA, NUEVA ALIANZA

A) EL CONTEXTO DE LA PASCUA CRISTIANA

Entramos ya en el NT. Aquí están las bases de toda la comprensión del misterio eucarístico. Antes de examinar los textos de la institución de la Eucaristía, veamos el contexto. Y lo primero será comprobar si Cristo instituyó la Eucaristía dentro o no  de la Pascua judia. Leamos el relato de Marcos: "El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: ")Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de pascua" Entonces envía a dos de sus discípulos y les dice: "Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle, y allì donde entre, decid al dueño de la casa: el maestro dice: )Dónde está mi sala, donde pueda comer la pascua con mis discípulos? El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada: haced allí los preparativos para nosotros." Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron todo como les había dicho y prepararon la pascua.(Mc 14,12-16)"

Para comprender el significado global de lo que Cristo instituyó en la última hoy en día se recurre frecuentemente al término de signo profético como clave de comprensión de lo que Jesús hizo. Cristo anticipó proféticamente sobre el pan y el vino su sacrificio en la cruz. Y se acude también al concepto de memorial: es decir, de la misma manera que el memorial veterotestamentario hacía presente en la cena pascual la acción salvífica de Dios en el pasado, así el Señor, que instauró la cena en el contexto pascual, hace presente- memorial-  el misterio de la nueva pascua y nueva alianza.

 El signo profético y el memorial son dos conceptos correlativos: uno actualiza anticipando y el otro recordando. Las palabras de Jesús en la última cena, al tener un sentido profético, no quiere decir que deban ser interpretadas en un sentido metafórico, sino que tienen un sentido totalmente realista, en cuanto que no es solo palabra profética que  se limita a anunciar lo que va a ocurrir al día siguiente, sino acción profética que lo hace ya presente anticipándolo. Jesús no quiere darnos con el pan y el vino una idea o una enseñanza, sino una realidad concreta que es su cuerpo entregado y su sangre derramada al día siguiente en la cruz. La Eucaristía que celebra ahora la Iglesia es memorial que recordando hace presente el misterio realizado por Jesús en la cena, esto es, en cada misa, se hace presente la última cena, en la que Cristo ofreció al Padre su sangre derramada como pascua y liberación de nuestros pecados y entrada en la tierra prometida  y renueva la Alianza definitiva con Dios, en cada misa Dios nos choca la mano, renueva el pacto  de amistada con El.

Esta es la clave: participación en el sacrificio de la Nueva Alianza mediante la participaciòn en la víctima. Cristo es, pues, la víctima pascual que sustituye al cordero inmolado en el templo. Es el nuevo Cordero en el que se realiza la nueva y definitiva pascua de Yahveh sobre el mundo. Y esta interpretación es la de San Pablo en 1Cor 10,6: "La copa de bendición que bendecimos, )no es acaso comunión en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, )no es, acaso, comunión con el cuerpo de Cristo? "

Por tanto, el Señor con su gesto se presenta como víctima pascual para hacernos partícipes de su sacrificio. Con su gesto en la última cena ha sustituido la antigua por la nueva pascua, hecha en la sangre que se va a derramar en la cruz, en el sacrificio de la Nueva Alianza. En el marco de la pascua judia da a los suyos su cuerpo y sangre: cuerpo y sangre que se van a inmolar cruentamente en la cruz, asumiendo la misma entrega o ofrecimiento que tendrá en la cruz y haciendo de este modo a los suyos ya desde ese momento, partícipes de su ofrecimiento al Padre y beneficiarios de los frutos que de ello se derivan.

En consecuencia, si esta comida sacrificial encierra la presencia de la víctima, podemos y debemos entender en sentido plenamente real las palabras de Cristo: "Esto es mi cuerpo, esto es mi sangre". Es la presencia de la víctima, requerida en esta comida sacrificial que nos hace partícipes del sacrificio de Cristo en la cruz, la que da al verbo ser toda su plenitud de sentido

Sin embargo, debemos indicar enseguida la diferencia entre el memorial judío y el memorial cristiano. La Eucaristía es memorial, tiene un marco memorial pero lo realizado y contenido en ese enmarque memorial es infinitamente más perfecto y total, es único e irrepetible. Porque una cosa es el cordero  comido y otra, el acontecimiento celebrado en la eucaristía, donde el cordero es único y el mismo para siempre y para todo el Pueblo de Dios: es Jesucristo, Dios y hombre verdadero. El acontecimiento que se celebra es su misterio personal, en dar su vida por nosotros para recobrarla resucitada para el mundo entero. Los celebrantes de esta pascua no comen carnes asadas; entran en comunión con ese hombre-Dios, son asumidos en él y reciben la salvación de  él  con su cuerpo que es alimento de vida eterna. Las dos pascuas, la judia y la cristiana, coinciden en su contexto y marco de memorial, pero en contenido y dimensiones y profundidad la distancia que las separa es infinita. Max Thurian afirmará: Si Cristo mismo no está real y personalmente presente, actuando como sacerdote, como ofrenda y alimento, todo cuanto hasta ahora hemos declarado no tiene realidad ni significado alguno", pag.282.))

Eucaristía aparece al mismo tiempo como el origen y fundamento del nuevo pueblo de Dios, liberado ahora por la pascua de Cristo y fundado en la sangre de la Nueva Alianza. Este pan y este vino son el fundamento y la base del cuerpo místico de Cristo. La eucaristía contiene sobre todo el sacrificio mismo de la cruz y la misma vìctima pascual que nos es dada a comer para que podamos participar en él. Es, asimismo, prolongaciòn de la encarnación y prenda de la resurrección y del Espíritu, pues se trata de la carne resucitada de Cristo. Toda esta riqueza, que es todo el misterio redentor de Cristo, la hemos encontrado en la descripción sencilla, pero al mismo tiempo densa, que nos ofrecen de la Eucaristía las páginas del NT. La Escritura presenta la Eucaristía en toda su inabarcable riqueza; riqueza que la Tradiciòn tendrá que ir desglosando poco a poco para poder comprenderla y asimilarla. El misterio y la Pascua redentora de Cristo se hacen presentes en la misa, en la eucaristía, en el sacrificio eucarístico

"Haced esto en memoria de mí". En la misa no se repite nada:  ni los deseos de Cristo de morir por nosotros, ni su sufrimiento ni su ofrenda, sino que se presencializa el mismo sacerdote y víctima y ofrenda  que existe en el Cenáculo, en la cruz y  en el cielo. Por muchas celebraciones que se hagan, nunca se repite el sacrificio, siempre es el mismo, porque no se representa otra vez sino que se presencializa el mismo y único sacrificio ofrecido de una vez para siempre. Puede haber muchas muchas intenciones sacerdotales en la concelebración, tantas como sacerdotes, pero el sacrificio siempre es único y  el mismo.

Por lo tanto la eucaristía, por ser memorial profético sacramental , presencializa la misma Pascua, la misma Alianza, la misma víctima, intenciones, deseos sacerdotales y sacrificiales, el único sacrificio de la cruz ya consumado y aceptado por el Padre porque le resucitó sentándolo a su derecha  y es ya para siempre el cordero degollado y glorioso ante el trono de Dios, pura intercesión por nosotros y con el cual conectamos en cada misa.

Es más, me atrevo a decir personalmente: si la vida de Cristo hombre nació en el seno de la Santísima Trinidad como proyecto salvador de los Tres pero a realizar por el Verbo: "Padre, no quieres ofrendas ni sacrificios... aquí estoy para hacer tu voluntad...",(Hbr.) y se le dotó de un cuerpo humano nacido de María, esa voluntad ha sido ya consumada pascualmente -mediante el paso definitivo al Padre- pascua- como esjatón y ya no hay más novedad posible  en el mismo seno del Dios Trino Y Uno(según su proyecto); y el mismo fuego de Espíritu Santo que lo sacó del seno trinitario, lo impulsó a encarnarse "concibió por obra del Espíritu Santo...", lo llevó movido por el mismo Espíritu jadeante y polvoriento por los caminos de Palestina, predicando el amor del Padre, el evangelio de salvación y eternidad para todos los hombres, hasta el amor extremo de dar su vida por ellos: "ardientemente he deseado comer esta Pascua...",   al ser aceptada y recibida ya esa entrega personal de Jesucristo en el mismo seno del Amor Trinitario, en el mismo Espíritu Santo de donde había nacido....,perdura ya eternamente como sacerdote y víctima ofrecida, aceptada y adorada ante el trono de Dios Trino y Uno, como afirma la liturgia del Apocalipsis.

Por tanto, todo el misterio de Cristo, desde que nace en el seno del Padre: "La Palabra estaba junto a Dios", encarnándose: " Y la Palabra se hizo carne"-"sarx" para el sacrificio y la comida pascual cristiana, con su realización cruenta y sus ansias de entrega y amor "habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo" desde la Encarnación hasta su vida entera, especialmente  su pasión, muerte y resurrección, es la que se hace presente al hacer el sacerdote la memoria de Cristo como El quiso recordarse y ser recordado eternamente ante Dios y los hombres.

Al hacerse presente todo el misterio de Cristo, cada celebrante o participante puede decir en la misa con Santa Gertrudis este texto que leí, cuando preparaba esta charla, en la liturgia de la Horas de su fiesta: "Por todo ello, te ofrezco en reparación, Padre amantísimo, todo lo que sufrió tu Hijo amado, desde el momento en que, reclinado sobre paja en el pesebre, comenzó a llorar, pasando luego por las necesidades de la infancia, las limitaciones de la edad pueril, las dificultades de la adolescencia, los ímpetus juveniles, hasta la hora en que, inclinando la cabeza, entregó su espíritu en la cruz, dando un fuerte grito. También te ofrezco, Padre amantísimo, para suplir todas mis negligencias, la santidad y perfección absoluta con que pensó, habló y obró siempre tu Unigénito, desde el momento en que, enviado desde el trono celestial, hizo su entrada en este mundo hasta el momento en que presentó, ante tu mirada paternal, la gloria de su humanidad vencedora." (Libro 2.1.3.5.8.10.: Sch 139, 330-340)

MEDIOCRIDAD, NO

 

       Y  me pregunto cómo podré yo luego entusiasmar a la gente  con Cristo, predicar que el Señor es Dios, el bien absoluto y primero de la vida, por el cual hay que venderlo todo...si yo no lo practico ni sé cómo se hace. Creo que esta es la causa principal de la pobreza espiritual de los cristianos y de que muchas partes importantes del evangelio no se prediquen, porque no se viven y se conocen por la propia experiencia. Si el Señor empieza a exigirme en la oración, en el diálogo personal con El, y yo no quiero convertirme, poco a poco me iré alejando de este trato de amistad  para no escucharlo, aunque las formas externas las guardaré toda la vida, es decir, seguiré  comulgando, rezando, haciendo otras cosas, incluso más llamativas, también en mi apostolado, pero he firmado mi mediocridad  cristiana, sacerdotal, apostólica....

       Al alejarme cada día más del sagrario, me alejo a la vez de la oración , y, aunque Jesús a voces me esté llamando todos los días, porque me quiere ayudar, terminaré por no oírle y todo se convertirá en pura rutina y así será toda mi vida espiritual y religiosa. Y esto es más claro que el agua:  si Cristo en persona me aburre en la oración, cómo podré  entusiasmar a los demás con El, no se qué apostolado pueda hacer por él, cómo contagiaré deseos de El, ni sé  como podré enseñar a los demás el camino de la oración, cómo podré  ser guía de los hermanos en este camino de encuentro con El. Naturalmente  hablaré de oración y de amistad con Cristo, de organigramas y apostolado,  pero teóricamente, como lo hacen otros muchos en la Iglesia de Dios.

       Esta es la causa de que no toda actividad ni todo apostolado, tanto de seglares como de los sacerdotes, sea verdadero apostolado, para el cual, según Cristo, hay que estar unidos a El, como los sarmientos a la vid única y verdadera,  para poder dar fruto. Y a veces este canal, que tiene que llevar al cuerpo de la Iglesia el agua que salta hasta la vida eterna o la vena que debe llevar la sangre desde el corazón salvador de Cristo hasta las partes más necesitadas del cuerpo místico, esta vena y este canal, que soy yo y cada cristiano, está tan obstruido por las imperfecciones que  apenas llevamos unas gotas o casi nada de sangre para poder vitalizar y regar las partes del cuerpo afectadas por parálisis espiritual. Así que zonas importantes de la Iglesia, de arriba y de abajo, siguen negras e infartadas, sin vida espiritual ni amor y servicio verdaderos a Dios y a los hermanos.

       Porque mal es que este canal obstruido sea un seglar, un catequista, un miembro de nuestros grupos o una madre, con la necesidad que tenemos de madres cristianas, porque con ellas casi no necesitamos ni curas; lo más grave y dañino es si somos sacerdotes. Menos mal que las gran mayoría de la Iglesia está conectada a la vid, que es Cristo Eucaristía. Aquí es donde está la fuente que mana y corre, aunque es de noche, es decir, por la fe, como nos dice S. Juan de la Cruz.  Por favor, no pongamos la eficacia apostólica, la fuerza de la acción evangelizadora y misionera en los organigramas o programaciones, donde, como nos ha dicho el Papa en la Carta Apostólica N.M.I. ya está todo dicho, sino en la raíz de todo apostolado y vida cristiana:AYo soy la vid, vosotros los sarmientos... todo sarmiento que no está unido a la vid, no puede dar fruto....@

CARA A CARA CON CRISTO

       Por eso, este encuentro eucarístico, la oración personal, este cara a cara personal y directo con Cristo es fundamental para nuestra vida espiritual. Añadiría que, aunque todos sabemos que la eucaristía como sacrificio es el fundamento, sin embargo la eucaristía como presencia tiene unos matices que nos descubre y pone más en evidencia la realidad de nuestra relación con Cristo. Porque en las eucaristías tenemos la asamblea, los cantos, las lecturas,  respondemos y nos damos la paz, nos saludamos, escuchamos al sacerdote.... pero con tanto movimiento a lo mejor salimos de la iglesia, sin haberle escuchado a Cristo, es más, sin haberle incluso saludado personalmente.

       Sin embargo, en la oración personal, ante el sagrario, no hay intermediarios ni distracciones,  es un diálogo a pecho descubierto, de tú a tú con Jesús, que me habla, me enfervoriza o tal vez, si El lo cree necesario, me echa en cara mi mediocridad, mi falta de entrega, que me dice:  no estoy de acuerdo en esto y esto, corrige esta forma de ser o actuar.... y claro, allí, solos ante El en el sagrario, no hay escapatoria de cantos o respuestas de la  misa, allí es uno el que tiene que dar la respuesta, y no las hay litúrgicas oficiales; por eso,  si no estoy dispuesto a cambiar, no aguanto este trato directo con Cristo Eucaristía y dejo la visita diaria. )Cómo buscarle en otras presencias cuando allí es donde está más plena y realmente presente?

       Si aguanto el cara a cara, cayendo y levantándome todos los días, aunque tarde años, encontraré en su presencia eucarística  luz, consuelo, gozo, que nada ni nadie podrán quitarme y me comeré a los niños, a los jóvenes, a los enfermos, quemaré de amor verdadero y seguimiento de Cristo allí donde trabaje y me encuentre, lo contagiaré todo de amor y seguimiento de El, llegaré a la unión afectiva y efectiva, oracional y apostólica con El. Y esto se llama santidad y para esto es la oración eucarística, porque  la oración es el   alma de todo apostolado, como se titulaba un  libro de mi juventud. Y a esto nos invita el Señor desde su presencia eucarística y para esto se ha quedado tan cerca de nosotros.

MI ÚLTIMA LECCIÓN DE TEOLOGÍA ESPIRITUAL

LA EXPERIENCIA  DEDIOS EN SAN JUAN DE LA CRUZ

1.- SALUDOS

       Exmo y Rvdmo. Sr. Obispo, Sr. Rector y Superiores del Seminario, Sr. Director del Instituto Teológico, Sr. Deán de la Catedral, profesores del Seminario y seminaristas y queridas hermanas y hermanos, amigos todos:

       Quiero hablar de la experiencia de Dios en San Juan de la Cruz, porque para mí, como profesor de Teología Espiritual, es la verdadera experiencia de Dios posible en este mundo por la gracia y las virtudes teologales; hablar de experiencia de Dios en San Juan de la Cruz es hablar de la contemplación infusa, «medio adecuado» para llegar a ella según el Doctor Místico,  y hacia la cual  mira y se dirige el Santo desde la primera página de sus escritos; y hablar de la contemplación en San Juan de la Cruz es hablar de la oración personal, de la que el santo es maestro insuperable con Santa Teresa de Jesús, sobre todo, en las etapas más elevadas de la  unión y transformación en Dios, por la experiencia de la Santísima Trinidad en lo más profundo del alma. 

Quiero añadir en este aspecto que hablar de oración en San Juan de la Cruz es hablar de «contemplación infusa»,  «teología mística», «oración contemplativa», «noticia amorosa»,«ciencia infusa», «noche del sentido o del espíritu»,  denominaciones diversas de la misma realidad, que es la contemplación infusa o pasiva, por la que Dios se comunica al orante y el alma llega a la «unión perfecta con Dios»...

Para San Juan de la Cruz estos conceptos y realidades están tan unidos y entrelazados que no pueden separarse, a no ser que queramos tratar de cada uno específicamente. De todos ellos hablaremos, aunque brevemente.

Me alegra muchísimo terminar hoy mi última lección de Teología Espiritual con el mismo tema que los inicié en la Universidad  de Roma. Gloria y alabanza sean dadas a la Santísima Trinidad, que, por medio de mi Seminario, realidad tan querida y orada por mi, y en su representación, por los que rigen su marcha, Sr. Obispo, Superiores y Sr. Director del Instituto Teológico, han hecho posible mi despedida como profesor con esta última lección, dictándola en el lugar más amado, mi seminario; ante las personas más valoradas y queridas por mí, los seminaristas y los sacerdotes de Cristo; y ante una representación de hermanos de la parroquias, especialmente de San Pedro, a los que con dedicación total he entregado mi vida sacerdotal, en el nombre de mi Dios y Señor, Jesucristo, por el que fui llamado a la amistad total, que siento vivamente, sobre todo en ratos de oración y de liturgia sagrada, porque me ha seducido y conquistado, y quiero serlo todo para Él como Él primero fue y lo es todo para nosotros; Dios, oración, sacerdotes, seminario, parroquia, he aquí las realidades más queridas por mí, siempre en y desde ese orden de amor, de verdad y de gozo. Y todo, desde la oración personal que me llevó a descubrir todos estos misterios.

Al tratar hoy estos temas como profesor de Teología Espiritual, quisiera hacerlo lleno del fuego de mi maestro San Juan de la Cruz, que a la vez que escribe profunda y encendidamente de estos temas de la oración y de la unión con Dios, lo hace también lleno de deseos de contagiar su pasión por Dios en la oración contemplativa, único y esencial medio para la unión de amor, animándonos a todos, no solo a sus hermanos y hermanas Carmelitas, a recorrer este camino que nos lleva a la unión y amor total de Dios, y que le hace exclamar: «7. ¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (CB 39, 7).

Ésta introducción a la experiencia de Dios en San Juan de la Cruz pretende ser una lección de Teología Espiritual, de Mística Teología, que diría el Santo, diferenciándola de la Teología escolática; y quiere ser al mismo tiempo también una invitación a todos, a pedir a Dios y desear recorrer este camino esencial de encuentro con Él, por la oración contemplativa, que nos hace llegar al término de la fe y de la vida cristiana, a la experiencia del Dios vivo, fundamento, camino y meta de la vida y del apostolado cristiano que es llevar la almas hasta el encuentro con Dios vivo, sin quedarnos en las acciones o en zonas intermedias de la vida o apostolado.

La experiencia de Dios, en San Juan de la Cruz, se realiza por la oración contemplativa, donde llegamos a sentir el amor de Dios, su vida, su respiración dentro de nosotros, que es sabor dulce de amor en los labios y néctar en la garganta del beso de Amor en el Espíritu Santo, para el que fuimos soñados, contemplados y amados en la mente divina; y en consejo trinitario fuimos amados y preferidos y creados, tú has sido amado, yo he sido preferido, y Dios pronunció mi nombre, tu nombre, mi vida es más que esta vida, tú has sido creado para ser eternidad de felicidad en Dios, y a esta contemplación divina del diálogo eterno de belleza, hermosura, felicidad y amor entre los Tres, a este eterno amanecer de la luz y resplandores divinos, es a donde Dios quiere llevarnos, y el alma se introduce por la oración contemplativa. Y San Juan de la Cruz es maestro insuperable.

INTRODUCCIÓN

Cuando uno siente que Dios existe y es Verdad, que Cristo existe y es Verdad, que su Amor-Espíritu Santo existe y es verdad y esto se siente y se experimenta como Él lo siente y a veces lo vemos expresado en el evangelio de San Juan: “ Como el Padre me ama a mí, así os he amado yo; permaneced en mi amor; os he dicho estas cosas, para que mi alegría esté dentro de vosotros y vuestra alegría sea completa… Yo en ellos y tú en mí, y así el mundo reconozca que tú me has enviado y que los amas a ellos como me amas a mi”; fijaos bien, nos ama el Padre con el mismo amor de Espíritu Santo que ama al Hijo, y nos lo da por participación, por gracia, por las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, porque nosotros no podemos ni sabemos fabricar estas luces de contemplación de amor, de experiencias y sentimientos y amores infinitos y nos sentimos amados por el Padre en el Hijo, porque por la oración-conversión nos identificamos con Él hasta el punto de que el Padre no ve diferencias en el Hijo Amado y los hijos, porque estamos llenos de la misma luz del Verbo...

Cuando la simple criatura se ve y se siente amada y preferida singular y eternamente por Dios, más amada por Él que por uno mismo, --me ama más que yo me amo y me pueda amar y me ha querido crear para amarme así y para que lo ame igualmente-- y esto verdad y lo siento y no es pura teoría, es carne de mi carne y me amará así ahora y siempre, --qué confianza, qué seguridad, qué gozo, Dios mío, penetra todo mi ser y lo domina y lo eleva y lo consume...-- recibiendo en mi alma el beso de su mismo Amor eterno e infinito, que es su Espíritu Santo, recibido por su gracia, pronunciando mi propio nombre en su Palabra llena de Amor de su mismo Espíritu, Palabra pronunciada luego en carne humana…

Dice San Juan de la Cruz: el Padre, desde toda la eternidad, no ha tenido tiempo más que para pronunciar una sola Palabra y en ella nos lo dijo todo, y la pronunció en silencio, es decir, en oración, en diálogo de amor sin ruido ni gesto, contemplándose en su infinito Ser por sí mismo en Verdad y Vida infinita, y así debe ser escuchada, en el silencio de la oración, en la misma Palabra del Padre pronunciada llena de amor para nosotros.

Cuando Dios personalmente pronuncia para ti esta misma Palabra llena de luz y hermosura y verdad y belleza en la oración personal, de tú a tú,  en un TÚ, persona divina, «inmenso Padre», trascendentemente cercano, «divinamente» comunicativo, y en un yo que, porque naciendo de este TÚ y avanzando en creciente dinamismo hacia Él, se percibe, padece y goza, como una «pretensión» infinita incolmable de Dios, el diálogo se ha hecho Trinidad, la amistad se ha hecho beso trinitario, la intimidad se ha hecho, fundido en esencia divina, en el Ser Infinito del Dios Trino y Uno.

«Si el hombre busca a Dios, más le busca su Amado a él», repite San Juan de la Cruz. Entre personas anda el juego: Dios y el hombre, en mutua gravitación amorosa, llenan todo el escenario de la experiencia de Dios sanjuanista y dan peso y sustancia a su palabra de maestro de la fe. Urgencia de encuentro, de plenitud en la donación divina, en la acogida-donación humana. Y esto lo define el Doctor Místico como vida teologal: de Dios a nosotros —Dios en fe—, y de nosotros a Dios, «sin otra luz y guía, que la que en el corazón ardía»: la oración contemplativa.

El Doctor Místico, contemplativo por gracia y por voluntad, --llamada y respuesta--, centra la vida teologal y la conecta, como maestro, únicamente a la oración-contemplación. Así, la oración, por vivencia teologal, está abierta intrínsecamente a la contemplación, en la que el protagonismo siempre es de Dios, y no de las criaturas, que ni saben ni entienden ni abarcan ni comprenden estas realidades del Amor divino, y Dios las irá preparando e ilustrando según su capacidad y su aceptación.

Lejos de cualquier contemplación «platónica», teórica, que el sujeto puede fabricarse, y vivir luego al margen de lo contemplado, la que San Juan de la Cruz enseña, es comunión de vida, inmersión del creyente en el mundo de Dios, mundo de relación gratuita, y en el mundo de la Iglesia, de la liturgia y del apostolado, pero visión distinta, porque se hace desde la misma visión de Dios, es decir, viviendo y experimentando lo que Dios siente y piensa y vive de sus mismo Ser y Existir Divino con su mismo Amor de  Espíritu Santo.

No es liturgia, apostolado, evangelio, amor a Dios y al prójimo, como yo lo puedo fabricar con la gracia de Dios por la oración, y que es bueno, y mucho menos, si uno lo programa o lo hace sin oración y unión permanente con Cristo, porque son liturgia, apostolado nuestro, puramente humano, sin el Espíritu de Cristo.  

La oración contemplativa en San Juan de la Cruz  no es contemplación separada de la vida, ni puramente intelectual ni fabricada por manos humanas; la contemplación pasiva de San Juan de la Cruz es obra de Dios en el alma y está hecha de la misma vida de Dios metida en la misma vida y ser del orante, en la misma sustancia del alma, como el Santo gusta repetir, sentida y vivida y experimentada, y desde esa experiencia y vida, gozada y sumergida en la misma esencia divina por participación de la gracia, que Dios mismo obra en el alma.

Por eso, para él, la oración es el fundamento de toda la vida cristiana, es la misma vida cristiana; todo está cimentado y se alimenta y tiende como meta y cumbre a la unión con Dios; y no hay oposición entre liturgia «centro y culmen de toda la vida cristiana» como nos dice el Vaticano II  y oración personal, sino mutua ayuda y complemento; porque la liturgia, que esencialmente es «opus Trinitatis», es la provocación de Dios al creyente con sus dichos y hechos de amor, presencializados en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, que hace presente “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo…”

La liturgia es la acción de Dios y la provocación de amor del Padre al hombre por el Hijo en el Espíritu Santo, que siempre exige y pide la aceptación del celebrante y participantes por la misma oración litúrgica, que acepta y responde a los hechos salvadores y palabras hechos presentes por los ritos sagrados. La liturgia del Padre pide la repuesta de la Iglesia, que devuelve al Dios Trino y Uno la respuesta de amor personal y comunitaria por el pontífice, el sacerdote, puente de unión entre las dos orillas; entre la orilla divina, que nos trae de Dios su Salvación, que retorna aceptada desde la orilla humana, como repuesta de amor, hasta el trono de Dios y siempre por el mismo puente. De ahí la tremenda importancia de la santidad sacerdotal, de la mayor unión posible con Dios para que llegue hasta nosotros más abundancia de aguas divina. En la liturgia la iniciativa siempre es de Dios, pero no es completa, no es lo que Dios quiere y busca,  si no hay respuesta de fe y amor del hombre. Y eso es por la liturgia asimilada por la oración personal o por la oración personal hecha liturgia; pero siempre oración; por eso, la liturgia más importante es la Oración o Plegaria Eucarística.   

La oración contemplativa se nos muestra unida sustancialmente a la liturgia, a la vida, al apostolado, formando unidad en el creyente. Y en esta materia, San Juan de la Cruz nos dirá que su palabra quiere ser  «sustancial y sólida». Por eso, qué cariño, qué certeza, qué seguridad, qué necesidad tengo de esta oración, de este camino, de este encuentro, de esta unión, de este abrazo, de esta amistad, de esta comunicación, de este estar con Él y en Él, de este tratar de amar a Dios sobre todas las cosas que es la oración, y «que no es otra cosa sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama», como la define Santa Teresa de Jesús desde su experiencia de oración.

La oración contemplativa personal, comunitaria o litúrgica, siempre nos hace entrar, como los exploradores enviados por Moisés, en la tierra prometida por Dios para volver cargados de los frutos que Dios nos ha preparado, y  el explorador contemplativo,  que ha visto y sentido todo esto, pero de verdad, no sólo por teología, o de oídas o teóricamente, sino por la experiencia del Dios vivo, vuelve siempre de esa oración cargado de gozo, de dones de santidad y de deseos de volver pero con los hermanos. He ahí  la esencia del cristianismo.

He aquí la clave del apostolado sacerdotal o del sacerdote apostólico, del fin y meta de todo apostolado, de la liturgia, de la oración sanjuanista, hasta el punto de que todos los cristianos, al escuchar la Palabra, celebrar los misterios, vivir la vida de gracia y de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, puedan decir del misterio de Dios como los paisanos de la samaritana: “Ya no creemos por lo que tú nos dicho; nosotros mismos lo hemos oído y estamos convencidos de que éste es de verdad el salvador del mundo” (Jn 4, 42). Ya antes Jesús había profetizado en este mismo diálogo con la Samaritana: “Pero llega la hora, y en ella estamos, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y Verdad. Porque así son los adoradores que el Padre quiere. Dios es Espíritu y sus adoradores han de adorarlo en Espíritu y Verdad” (v. 23).

 Quisiera que cada uno de los creyente, pudiera decir a Dios, al Cristo vivo, vivo y resucitado de la Eucaristía, como Job: “Hasta ahora hablaba de ti de oídas, ahora te han visto mis propios ojos”( Job 42, 5).  En los textos de San Juan, cuando salen «espíritu y verdad», siempre los pongo en mayúscula, porque para mí se refieren al Verbo de Dios, que es la Verdad, y al Espíritu Santo, que es el Espíritu del Dios Amor, como nos dirá San Juan en otro texto hermosísimo: “Dios es Amor…, en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó primero”(1Jn 4. 10).

En todo lo relacionado con Dios, una cosa es creer, otra celebrar y otra, vivir; vivir la fe, la esperanza y el amor, la experiencia del Dios vivo, esa es la “verdad completa”,  de la que nos habla el Señor en el evangelio de Juan. Y para llegar a la “verdad completa” nosotros, como los Apóstoles, tenemos que tener el Espíritu de Cristo,  tenemos que recibir el Espíritu Santo. Y para recibirlo hay que estar “en oración con María la madre de Jesús”. Pero en una oración que nos lleve a la “verdad completa”, porque no vale cualquier oración. Los Apóstoles habían orado muchas veces, incluso con el Señor, pero esa oración no le llevó a la “verdad completa”. Para llegar a ella, que es la experiencia de Cristo vivo pero en nuestro espíritu, en mi misma carne y sangre, dice San Juan de la Cruz, y es el mejor maestro de oración, hay que llegar a etapas un poco más elevadas de oración, hay que llegar a la oración contemplativa. Y cuando se tiene esta vivencia de Dios, es cuando se llega a «la verdad completa».

Los Apóstoles han escuchado al Señor durante tres años, han visto sus milagros y han escuchado sus palabras salvadoras, llenas de amor, pero no han llegado a la “verdad completa”, porque todo se ha quedado en la mente y muy poco ha llegado al corazón; los Apóstoles le han visto resucitado con sus propios ojos de carne, han celebrados la Eucaristía con Él, le han tocado y palpado material y externamente con sus propias manos, y siguen con miedo, con las puertas cerradas por miedo a los judíos; viene el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, es decir, que es Cristo mismo, el mismo Cristo, pero no hecho palabra ni milagros ni siquiera pan consagrado en las misma Eucaristías que celebró con ellos después de resucitado,  sino el mismo Cristo hecho fuego, llama de amor viva que les invade por dentro y les quema y lo sienten y experimentan en su espíritu, y ya no pueden contenerse y lo comprenden todo, como los dos discípulos de Emaús, pero no con conocimiento discursivo o experiencia externa, sino con vivencia interna llena de fuego: “Ardía nuestro corazón”, como así he titulado a mis tres ciclos de homilias, y entonces es cuando llegan a la “verdad completa” que Jesús les había prometido, y abrieron las puertas y se acabaron los miedos y sin programar mucho lo que tenían que decir o hacer, pero llenos del Espíritu de Cristo, pero en mayúscula, el Espíritu Santo, Pedro empezó a predicar y todos entendieron y se convirtieron tres mil de toda lengua, raza y nación, como el Señor los había prometido: “Porque os he dicho estas cosas os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no viene a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy os lo enviaré… Él os llevará la verdad completa”.

Qué necesidad tenemos, tiene el mundo de la experiencia de Dios. Este mundo ateo, materialista y vacío de lo trascendente. Es el mejor apostolado, la mejor gracia que podemos comunicarle. Ser, como dijo Juan Pablo II, no sólo predicadores, sino testigos de lo que predicamos y celebramos. De esto hablo ampliamente en un artículo que me ha publicado la Revista Teológica Sacerdotal Surge, de la Universidad de Vitoria, en su último número mayo-junio 2006: Retos del Sacerdote moderno, que a su vez es un resumen de una parte de mi libro: Tentaciones y retos del Sacerdote actual.

Y cuando digo oración de unión con Dios, de oración contemplativa,  en San Juan de  la Cruz nunca la separemos de oración de purgación y conversión, de purificación y noche del sentido y del espíritu, que limpian los sentidos y el espíritu en sus mismas raíces, entres sufrimientos y dolores de muerte del yo humano para unirse a yo divino y que las almas no podrían soportar sin una ayuda especial de Dios.

Para el santo, en relación con Dios, orar, amar y convertirse se conjugan igual. Si dejo de amar, dejo de orar y convertirme. Y si dejo de convertirme, dejo de orar y amar. Y esto es necesario no olvidarlo jamás en la  vida cristiana. Por eso la vida mística, la experiencia de Dios, la oración permanente exige conversión permanente, que dura toda la vida. Si el alma deja de convertirse, que es lo mismo que dejar de amar, deja también de orar, porque para vivir la vida a su modo se basta a sí mismo; sólo necesitamos la oración cuando queremos vivir como Cristo, como cristianos, al modo de Cristo, entonces necesito de Él, de encontrarme con Él todos los días por la oración permanente que me lleva a la conversión-unión permanente.

Y ésta es la causa principal del abandono de la oración, del aburrimiento que sentimos a veces en los ratos de meditación, de no pasar ratos largos y gozosos ante el Señor, de no llegar a vivir la Eucaristía; esta es lógicamente la causa de  no sentir su necesidad, de la oración y de la Eucaristía, estando tan necesitados. Nos cuesta convertirnos. Y esta es la causa de que no se avance en la vida espiritual. El principal impedimento. Nada de técnicas ni posturas, o respirar de una forma y otra;  en la oración, como en el amor a Dios, no se avanza si no hay conversión.

Cualquiera que haya leído a San Juan de la Cruz habrá quedado muy impresionado y hasta un poco asustado de las descripciones tan abundantes y plásticas que hace de oscuridad, sufrimientos de conversión y demás pruebas de esta noche del alma.  

A lo largo de toda la Noche, el Doctor Místico no cesa de hablarnos de tinieblas, desnudez, abandonos, sentimientos de la propia nada y miseria, sentimiento de estar alejado de Dios, imposibilidad absoluta para orar y meditar, sequedades y negaciones y oscuridades interiores..., y, por otra parte, pérdida de amigos, críticas, calumnias y murmuraciones, incomprensiones, humillaciones y padecimientos exteriores de todo tipo, con enfermedades y sufrimientos físicos y psíquicos,  hasta parecer que va a morir.

La intensidad de estos dolores es tan grande que el Santo no duda en compararlos repetidas veces a los del Purgatorio: «En esto humilla Dios mucho al alma para ensalzarla mucho después y si Él no ordenase que estos sentimientos, cuando se avivan en el alma, se adormeciesen presto, moriría muy en breves días; mas son interpolados los ratos en que se sienten su íntima viveza. La cual algunas veces se siente tan al vivo, que le parece al alma que ve abierto el infierno y la perdición. Porque estos son los que de veras “descienden al infierno viviendo,” (Ps 54,16), pues aquí se purgan de manera que allí. Y por eso, el alma, que por aquí pasa o no entra en aquel lugar, o se detiene allí muy poco, porque aprovecha más aquí una hora que muchas allí» (N2, 6,5).

No paso a describir esta parte de los sufrimientos porque aquí trato más bien de la experiencia gozosa de Dios. En alguna parte he tratado este tema abundantemente, dando  explicación espiritual y psicológica de los mismos, para hacerlos más comprensibles y para que no nos asustemos ante todo tipo de purificaciones y humillaciones y sufrimientos, que nos son necesarios, porque de todo se sirve el Señor para demostrarnos que sólo debemos buscarle a Él, no sus dones, que nos hacen egoístas. Es la renuncia total a todo por conseguir el todo, pero no teóricamente, sino de verdad. Los modos es lo de menos.

       Me sorprende en este aspecto San Juan del Cruz, que dice muchas veces en sus escritos, sobre todo en la Subida al Monte Carmelo, que nos va a hablar de oración y luego escribe los tres libros de la Subida como los dos de la Noche y se los pasa hablando  de las purificaciones, purgaciones, de mortificaciones del yo, de sus criterios, de sus afectos desordenados, de las potencias del alma, memoria, entendimiento y voluntad, de las nadas… para llegar al todo.  

Por todo lo cual, para nosotros, no tiene ninguna duda, de que San Juan de la Cruz como santo, como doctor y como místico, puede ser propuesto como modelo y debe ser escuchado como maestro en este aspecto esencial de la condición humana que es la experiencia de Dios. (Martín Velasco, LA EXPERIENCIA CRISTIANA DE DIOS. Madrid 1995).

San Juan de la Cruz puede ser un testigo indiscutible de la profundidad del hombre y de la necesidad de Dios a una generación como la nuestra, culturalmente secularizada, pero ávida de lo sagrado, con deseos de experiencia y contacto con Dios. Por eso San Juan de la Cruz sigue actual como lo son los doctores de la Iglesia, es decir, aquellos teólogos cuya doctrina es reconocida por la Iglesia como capaz de iluminar a las sucesivas generaciones de cristianos, que quieran caminar a la unión y amor total y transformante en Dios. S. Juan de la Cruz es además místico, es decir, una persona que ha realizado una forma particularmente intensa, profunda e inmediata de experiencia de Dios.

 

LA CONTEMPLACIÓN EN SAN JUAN DE LA CRUZ

San Juan de la Cruz, contemplativo por gracia y por voluntad propia —llamada y respuesta—, centra la vida teologal, la conecta únicamente, como maestro, a la oración-contemplación. La contemplación será siempre vida, comunión de vida con Dios; por eso, la oración entra así en la vida del cristiano de la mano de las virtudes teologales, como algo central y enraizado en el ser cristiano. Y será la expresión vibrante, en anchura y profundidad, de la vida del seguidor de Jesús, para vivir la vida de Cristo, con sus mismos sentimientos y actitudes. La oración será siempre expresión, «medida», termómetro de la vida teologal del cristiano y, por tanto, de santidad, de unión afectiva y efectiva con Cristo, de su expresión en apostolado verdadero.

Sobre esta base y estructura teologal se asienta la palabra sanjuanista sobre la oración contemplación. Y la oración contemplativa no será sino la mayor abundancia de fe, esperanza y caridad que Dios puede infundir en un alma. Y sobre ella están escritas las páginas que siguen. Para ello, me parece oportuno empezar con una visión panorámica de la vida espiritual según San Juan de la Cruz, que acepta las etapas y terminología clásica, pero dándole algunos matices personales, sobe todo en la contemplación.

BREVE DESCRIPCIÓN DE LAS ETAPAS DE ORACIÓN EN  SAN JUAN DE LA CRUZ.

El análisis de las obras del Santo revela claramente las etapas principales que jalonan el itinerario espiritual. En el ARGUMENTO del Cántico Espiritual B dice el Santo, antes de comentar la primera estrofa:

«1. El orden que llevan estas canciones es desde que un alma comienza a servir a Dios hasta que llega a el último estado de perfección, que es matrimonio espiritual; y así en ellas se tocan los tres estados o vías de ejercicio espiritual por las cuales pasa el alma hasta llegar al dicho estadio, que son purgativa, iluminativa y unitiva, y se declaran acerca de cada una algunas propiedades y efectos de ella».

       El segundo número del mismo «Argumento» precisa la correspondencia de esta nomenclatura con la terminología de principiantes, aprovechados y perfectos:

»El principio de ellas trata de los principiantes, que es la vía purgativa. Las de más adelante tratan de los aprovechados… y ésta es la vía iluminativa (de la contemplación).

Después de éstas, las que siguen tratan de la vía unitiva, que es la de los perfectos, (contemplación unitiva) donde se hace el matrimonio espiritual. La cual vía unitiva y de perfectos se sigue a la Iluminativa, que es de los aprovechados” (CB, Argumento, 2).

Del texto se deduce la clara equivalencia de estados y vías y grados de oración:

 

Mirando a los estados de los orantes nos encontramos:

     Estados:

  • principiantes
  • aprovechados
  • perfectos

Mirando el camino o las vías:

     Vías:

  • purgativa
  • iluminativa
  • unitiva

Mirando los grados de oración:

      Oración:

      meditación

      contemplación inicial      

      contemplación perfecta o unitiva.

 

Y mirando a las noches tendríamos:

activa del sentido

noche pasiva del sentido, intermedio de calma con noche activa del espíritu y         comienzo de pasiva del espíritu.

final de noche pasiva del espíritu. 

Y la correlación de los estados y vías sería la siguiente

ESTADOS             VÍAS                 NOCHES                                      ORACIÓN

principiantes          purgativa           activa del sentido                          meditación 

aprovechados         iluminativa        pasiva del sentido                         contemplación-                 unitiva

                                                                  y activa del espíritu                       inicial                              

perfectos                              pasiva del espíritu                         contemplación-

unitiva                                                                                                               

BREVE EXPLICACIÓN DE LOS ESTADOS Y VÍAS.

A) LOS ESTADOS.

a) Principiantes.

Este estado es tal vez el más pormenorizado en las obras del Santo. A más de la parte que le corresponde en la repartición temática, lo toma frecuentemente como punto de referencia para indicar las diferencias que median entre éstos y los aprovechados y perfectos. Bajo este aspecto, el estado de principiante empieza  en esa fase que en teología espiritual se ha llamado segunda conversión, en virtud de la resolución eficaz del sujeto de servir de lleno y de verdad al Señor.

El principiante ha superado la situación de instalamiento  y ha comenzado una seria conversión porque quiere amar a Dios sobre todas las cosas. Su alimento es la meditación; se afana por avanzar en la virtud; aparece inmerso en el sabor del primer fervor espiritual al mismo tiempo que se manifesta lleno de imperfecciones. El análisis pormenorizado, aunque no exhaustivo (IN, 7, 5), de las «propiedades de los principiantes» ocupa los siete primeros capítulos de la Noche:

«1. Acerca también de los otros [dos] vicios, que son envidia y acidia espiritual, no dejan estos principiantes de tener hartas imperfecciones. Porque acerca de la envidia muchos déstos suelen tener movimientos de pesarle[s] del bien espiritual de los otros, dándoles alguna pena sensible que les lleven ventaja en este camino, y no querrían verlos alabar; porque se entristecen de las virtudes ajenas, y a veces no lo pueden sufrir sin decir ellos lo contrario, deshaciendo aquellas alabanzas como pueden, y les crece (como dicen) el ojo no hacerse con ellos otro tanto, porque querrían ellos ser preferidos en todo. Todo lo cual es muy contrario a la caridad, la cual, como dice san Pablo, se goza de la verdad (I Cor 13,6), y, si alguna envidia [tiene, es envidia] santa, pesándole de no tener las virtudes del otro, con gozo de que el otro las tenga, y holgándose de que todos le lleven la ventaja por que sirvan a Dios, ya que él está tan falto en ello.

2. También acerca de la acidia espiritual suelen tener tedio en las cosas que son más espirituales y huyen dellas, como son aquellas que contradicen al gusto sensible… y si una vez no hallaron en la oración la satisfacción que pedía sus gusto (porque conviene que se le quite Dios para probarlos), no querrían volver a ella, o a veces la dejan o van de mala gana.

3. Y muchos déstos querrían que quisiese Dios lo que ellos quieren, y se entristecen de querer lo que quiere Dios, con repugnancia de acomodar su voluntad a la de Dios; de donde les nace que muchas veces en lo que ellos no hallan su voluntad y gusto piensen que no es voluntad de Dios, y que, por el contrario cuando ellos la satisfacen crean que Dios se satisface, midiendo Dios consigo, y no a sí mismos con Dios; siendo muy al contrario lo que El mismo enseñó en el Evangelio, diciendo que el que perdiese su voluntad por El  ése la ganaría y el que la quisiese ganar ése la perdería (Mt.16,25)

4. Estas imperfecciones baste aquí haber referido de las muchas en que viven los deste primer estado de principiantes, para que se vea cuánta sea la necesidad que tienen de que Dios los ponga en estado de aprovechados; que se hace entrándolos en la noche oscura que ahora decimos, donde, destetándolos Dios de los pechos destos gustos y sabores en puras sequedades y tinieblas inferiores (digo interiores), les quita todas estas impertinencias y niñerías y hace ganar las virtudes por medios muy diferentes. Porque, por más que el principiante en mortificar en sí ejercite todas estas sus acciones y pasiones, nunca del todo ni con mucho puede hasta que Dios [lo hace en él, habiéndose él] pasivamente, por medio de la purgación de la dicha noche».

Vemos, pues, cómo el mismo trato con Dios del principiante es egoísta, vive pendiente de yo, le da culto de la mañana a la noche, incluso en las cosas de Dios. La meditación es la nota fundante de este estado y es obra del sentido natural del hombre, que llama San Juan de la Cruz a discurso del sujeto.

b) Aprovechados.

El paso del estado de principiantes al de aprovechados es el tránsito de la vida del sentido a la del espíritu (IN 10, 1, 2), de la oración meditativa, a través de formas, imágenes, y noticias particulares, a la idea general y simple de la contemplación del misterio de Dios, de la visión total de Cristo, sin meditar en una parte o evangelio. El cambio no es brusco; se efectúa paulatinamente y el Santo nos ha dejado detalladas descripciones del comienzo de la contemplación:

 «1. En esta noche oscura comienzan a entrar las almas cuando Dios las va sacando de estado de principiantes, que es de los que meditan en el camino espiritual, y las comienza a poner en el de los aprovechantes, que es ya el de los contemplativos, para que, pasando por aquí, lleguen al estado de los perfectos, que es el de la divina unión del alma con Dios (N 1,1, 1)». 

Y continúa el santo:

«1. En el tiempo, pues, de las sequedades de esta Noche sensitiva --en la cual hace Dios el trueque que habemos dicho arriba sacando el alma de la vida del sentido a la del espíritu, que es de la meditación a contemplación, donde ya no hay poder obrar ni discurrir en las cosas de Dios el alma con sus potencias, como queda dicho--, padecen los espirituales grandes penas, por el recelo que tienen de que van perdidos en el camino, pensando que se les [ha] acabado el bien espiritual y que los ha dejado Dios, pues no hallan arrimo ninguno [ni gusto con cosa buena.

2. Estos en este tiempo, si no hay quien los entienda, vuelven atrás, dejando el camino [o] aflojando, por las muchas diligencias que ponen de ir por el [primer] camino de meditación y discurso, fatigando y trabajando demasiadamente el natural, imaginando que queda por su negligencia o pecados. Lo cual les es excusado, porque los lleva ya Dios por otro camino, que es de contemplación, diferentísimo del primero, porque el uno es de meditación y discurso, y el otro no cae en imaginación ni discurso».

2. Tal es (como habemos dicho) la noche y purgación del sentido en el alma; la cual, en los que después han de entrar en la otra más grave del espíritu para pasar a la divina unión de amor (porque no todos, sino los menos, pasan ordinariamente) suele ir acompañada con graves trabajos y tentaciones sensitivas que duran mucho tiempo, aunque en unos más que en otros».

       c).- Perfectos.

En Llama describe así el Doctor místico este estado de perfección:

 « Esta llama de amor es…el Espíritu Santo, al cual siente ya el alma en sí, no sólo como fuego que la tiene consumada y transformada en suave amor, sino como fuego que, demás de eso, arde en ella …Y ésta es la operación del Espíritu Santo en el alma transformada en amor, que los actos que hace interiores es llamear, que son inflamaciones de amor, en que, unida la voluntad del alma ama subidísimamente, hecha un amor con aquella llama. Y así estos actos de amor del alma son preciosísimos, y merece más en uno y vale más que cuanto había hecho en toda su vida sin esta transformación, por más que ello fuese (Ll 1, 3).

En conclusión, el estado de principiantes, caracterizado por la actividad sensible de la meditación y por el esfuerzo activo del alma, dura hasta el momento en que aparece la contemplación infusa o la noche pasiva del sentido, en que es Dios el que obra en el alma y ésta sólo tiene que aceptar y recibir la «noticia amorosa», dejándose purificar por su luz y fuego.

De esta forma, la contemplación  inicia el estado de aprovechados, donde Dios purifica el sentido y el entendimiento, memoria y voluntad natural, para pasar luego de un breve descanso, a la noche pasiva del espíritu, donde directamente, «por esta influencia de Dios en el alma» que los espirituales llaman contemplación,  Dios purifica, ilumina y quema, como el fuego al madero, todas las imperfecciones del alma, pero hasta sus raíces, en la misma sustancia del sujeto, en su misma esencia mediante el fuego de la contemplación; en esta noche pasiva del espíritu el alma se purifica de todo y del todo, para pasar, terminada la noche, al gozo y experiencia del Dios vivo, de la Santísima Trinidad. La noche pasiva del espíritu finaliza en la unión perfecta o matrimonio espiritual. Y a partir de este instante el alma vive en el estado perfecto o de transformación, en el cual no faltarán sufrimientos y purgas exteriores, pero que son superadas fácilmente por la unión de luz y amor que tiene habitualmente con Dios.

B) Las vías.

Después de lo afirmado sobre los estados, ya se entiende mejor la fácil  correlación que éstos guardan con las clásicas vías purgativa, iluminativa y unitiva.  Las afirmaciones del Santo son decisivas, como hemos indicado antes, en el Argumento del Cántico.

a) Purgativa

La vía purgativa corresponde al estado de principiantes e incluye todos sus aspectos, como lo hemos visto descrito antes por el mismo santo. Noche, como ya he repetido, en San Juan de la Cruz es sinónimo de purificar, limpiar, negarse a sí mismo, convertirse  a Dios, mortificar los sentido y el espíritu. Es el comienzo de esta purgación con la ayuda la oración meditativa. Y es noche activa porque la realiza el sujeto con la ayuda de Dios. No es pasiva, en que es Dios quien la realiza, con la ayuda del sujeto, que la acepta y la sufre, es patógeno, sufriente de la acción de Dios.

b) Iluminativa.

La vía iluminativa equivale al estado de aprovechados. El Cántico la llama también vía contemplativa (CB 22, 3), ya que se entra en ella por medio de la contemplación, que es luz de llama ardiente, que a la vez que ilumina, purifica las raíces del yo, causa del culto idolátrico que nos damos a nosotros mismos, de la mañana a la noche, de nuestro preferirnos a Dios, esto es, del pecado original, raíz y origen de todos nuestros pecados. No hay página del Santo donde no aparezca, bajo una forma u otra, contemplación como luz y purgación o purificación o alguno de sus derivados. De ahí que el Santo llame vía iluminativa al estado de aprovechados (CB Arg., 2).

c).- Vía unitiva

Es la última  y corresponde al estado de  perfectos. La vía unitiva está cimentada en la contemplación unitiva o transformativa. Hemos pasado de la contemplación inicial de los aprovechados y la noche pasiva del espíritu ha purificado y preparado totalmente al alma para la unión con Dios. Como he dicho varias veces las vías corren paralelas a los estados. Los perfectos llegan al cenit posible en esta vida de la contemplación o experiencia de Dios, es el mayor grado de de intimidad, de beso y abrazo de Dios que se puede conseguir en esta vida, al menos para San Juan de la Cruz.

C) Las noches.

       Repito nuevamente que noche  o noche oscura es la metáfora que emplea San Juan de la Cruz para hablarnos de negación, privación o purificación, mortificación o purgación de los sentidos o del espíritu; activa o pasiva, según lleve la iniciativa el sujeto o directamente Dios por la contemplación.

De la noche activa del sentido o mortificación de los sentidos trata San Juan de la Cruz en el libro primero de la Subida al Monte Carmelo; en el libro segundo trata de la noche activa del espíritu, en concreto de la purificación del entendimiento; y en el libro tercero continúa la noche activa del espíritu con la purificación de la memoria y de la voluntad.  No aconsejaría nunca empezar la lectura de San Juan de la Cruz por estos libros de la Subida, porque son un poco duros, insistentes en la necesidad de la mortificación para unirnos a Dios, Verdad y Amor infinito; aconsejaría empezar por el Cántico Espiritual o Llama de amor viva, que auque uno no los entiende perfectamente, le encienden el corazón y el deseo de Dios y de oración para querer llegar a esas alturas de amor total a Dios, para el que existimos y hemos sido creados para una eternidad de unión esencial y de gozo con Él.

La Noche Oscurala describe en dos libros; en el primero trata de noche pasiva del sentido; el sujeto se ha mortificado todo lo que Dios le ha pedido y él ha podido meditando; entonces viene Dios a ayudarle, haciéndole subir más arriba en su conocimiento y amor; esto lleva consigo una mayor y más profunda mortificación de los sentidos y es Dios el que lo hace directamente por la contemplación que le infunde, que al ser fuego, es luz que le hace ver las raíces del yo, y a la vez le quema estos hábitos malo y simultáneamente es fuego que da fuerza de amor para soportar toda esta purificación.

Esto sucede con mayor intensidad en la noche pasiva del espíritu, de la cual trata el Doctor Místico en el libro segundo de la Noche, donde Dios llega con su fuego de contemplación purificante hasta las raíces del espíritu, la muerte mística del yo, sirviéndose de pruebas internas y externas, hasta la misma sustancia del alma, que al quedar preparada y limpia de imperfecciones egoístas, se siente ya totalmente habitada por el mismo Dios, por la gloria y la luz y la experiencia de la Santísima Trinidad, mediante el esplendor de la contemplación luminosa y unitiva: «¡Oh noche que guiaste! ¡oh noche amable más que la alborada!; ¡oh noche que juntaste, amado con amada, amada en el amado transformada!»

En resumen, según la letra de este texto, tenemos los períodos siguientes en relación con la oración:

— meditación, principiantes, vía purgativa

— principios de contemplación, aprovechados, vía iluminativa,

— contemplación unitiva, perfectos, vía unitiva: desposorio  y matrimonio espiritual.

LA MEDITACION ENSAN JUAN DE LA CRUZ

Alguno que leyera superficialmente a San Juan de la Cruz podría escandalizarse de lo que afirma de la meditación, de la oración por discurso meditativo, porque habla de ella como de oración imperfecta y que el orante no debe conformarse con ella y es causa de males para el alma, porque el sujeto piensa que ha llegado a la perfección del amor a Dios y a los hermanos, que en esta vida se puede llegar.

Por eso el Santo se alarga mucho en la descripción de los defectos de los principiantes, que son lo que van por la meditación o discurso natural, como él dice. Y la razón está en que él quiere conducirnos a todos a la unión perfecta con Dios que sólo se consigue por la contemplación infusa. Porque para el Santo la oración es la que marca la vida, está profundamente adherida a la vida del creyente, es la vida del cristiano; la oración marca la vida, y la vida marca la oración, oración y vida están siempre unidas en San Juan de la Cruz. Y en los grandes orantes de todos los tiempos. Es la prueba de su autenticidad.

Como estamos viendo, para él, la oración, como la vida, es una historia, un proceso con etapas bien definidas, según el mayor o menor protagonismo de cada uno de los agentes, el hombre o Dios, o según el modo natural o sobrenatural, respectivamente, que adopta el caminante. Y en este proceso, la meditación ocupa el estado más elemental y primero, es el comienzo de una historia de amor con Dios que debe terminar en la unión y transformación total con Él por la contemplación.

       La primera forma de orar, la meditación, cubre un corto período, o debe cubrir un breve periodo, según el Doctor místico y él la pone como camino de los principiantes. La segunda, la contemplación, que es el motivo de todos sus escritos,  se alarga en sucesivos tiempos de purificación y de sosiego, hasta la plenitud de comunión.

San Juan de la Cruz, por este motivo, habla poco de la meditación y nunca de propósito, sistemáticamente, o para indicar el camino o las dificultades de la misma. Pero dice lo sustancial y con precisión. Y lo hace porque es clara su intención de no escribir de lo que «hay mucho escrito» y hay «abundante doctrina» como él dice repetidas veces en sus escritos. Y si ve necesario o conveniente hacerlo, lo hace con brevedad, más por mostrar el desarrollo, la prehistoria de las etapas de la vida espiritual. Dice en el Cántico espiritual: 

«Por tanto seré bien breve; aunque no podrá ser menos de alargarme en algunas partes donde lo pidiere la materia y donde se ofreciere ocasión de tratar y declarar algunos puntos y efectos de oración, que, por tocarse en las Canciones muchos, no podrá ser menos de tratar algunos; pero, dejando los más comunes, notaré brevemente los más extraordinarios que pasan por los que han pasado con el favor de Dios de principiantes. Y esto por dos cosas:

la una, porque para los principiantes hay muchas cosas escritas; la otra, porque en ello hablo con V. R. por su mandado, a la cual nuestro Señor ha hecho merced de haberla sacado de esos principios y llevádola más adentro en el seno de su amor divino; y así espero que, aunque se escriben aquí algunos puntos de Teología escolástica acerca de el trato interior de el alma con su Dios, no será en vano haber hablado algo a lo puro de el espíritu en tal manera, pues aunque a V. R. le falte el ejercicio de Teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no la falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben mas juntamente se gustan» (C 1, 3).

Él quiere tratar de la unión perfecta con Dios, que es lo único que le importa y le enciende y quiere encender en todos los que le escuchen y lean. Podía aducir infinidad de textos; voy a escoger éste del libro primero de la Subida:

« Para escribir esto me ha movido no la posibilidad que veo en mí para cosa tan ardua, sino la confianza que en el Señor tengo de que ayudará a decir algo, por la mucha necesidad que tienen muchas almas, las cuales comenzando el camino de la virtud, y queriéndolas nuestro Señor poner en esta noche oscura para que por ella pasen a la divina unión, ellas no pasan adelante; a veces por no querer entrar o dejarse entrar en ella, a veces por no se entender y faltarles guías idóneas y despiertas que las guíen hasta la cumbre (1S 1, 3)».

       1. Qué es meditar

El santo, en clave oracional, identifica a los principiantes con los que meditan. La meditación es la primera forma de tratar con Dios en la oración. Forma pasajera y transitoria, como lo es el estado espiritual que caracteriza. «El estado de principiantes, que es de los que meditan en el camino espiritual» (1N 1,1). Y en Llama: «el estado y ejercicio de principiantes es de meditar y hacer actos y ejercicios discursivos» (3,32).

En la primera y más detallada descripción que el santo hace de la meditación la presenta vinculada a los «dos sentidos corporales interiores, que se llaman imaginativa y fantasía», o «potencias»: «A estas dos potencias pertenece la meditación, que es acto discursivo por medio de imágenes, formas y figuras, fabricadas e imaginadas por los dichos sentidos»

Cuando se produce la crisis de esta forma de oración «ya no puede discurrir en el sentido de la imaginación» (1N 9,8). Contraponiéndola a la contemplación aparece el mismo enfoque: hay «otro (manjar) más delicado y más interior y menos sensible», la contemplación, «que no consiste en trabajar con la imaginación», que es la meditación (2S 12,6).,8; 3S 2,1.

Por lo tanto es obra del hombre, la iniciativa es del orante, siempre con a ayuda de Dios. Pero cuando se trata de contemplación, de oración contemplativa, la iniciativa es de Dios y el hombre debe dejarse guiar, purificar, amar por Dios, como él se ama y quiere amarnos.

2. Finalidad de la meditación

Y, sin embargo, la meditación, en su transitoriedad y corta capacidad de «hacer hombres espirituales», tiene su importancia. Y sus logros son positivos. Las formulaciones sanjuanistas son escuetas y coincidentes, breves, sin ulterior desarrollo. No le interesa. Otea otros horizontes, otros caminos, en los que todo eso se da con más abundancia y mayor seguridad, y tiene prisa de conducir al orante hasta ellos y por ellos.

Por la meditación se saca «alguna noticia y ardor de Dios» (2S 14,2). Nos adentra en el desenvolvimiento de la verdad, nos entrega alguna parcela del misterio de Dios y desvela nuestra vocación a la comunión con Él. Así insistirá el santo en que la meditación discursiva es necesaria al principiante«para ir enamorando y cebando el alma por el sentido» (2S, 12, 5).

       Por la meditación, pues, se va centrando la vida en Dios, recogiendo el espíritu, interiorizando el trato, interesando a la persona por Dios y los valores espirituales, mortificando sus pasiones y defectos, el hombre viejo, curando la dispersión psicológico-afectiva, anímica, dando a la persona arraigo y contenido, peso de verdad y de amor.

Pero lo que el santo busca, la pasión sanjuanista de «sólo Dios», eso no es alcanzable por la meditación; hay que trascender todo cuanto el hombre puede llegar a alcanzar de él: conceptos, experiencias, sabor amoroso en la voluntad, para acostumbrarse al modo divino que le viene por la contemplación.

       Las limitaciones o imperfecciones que el Santo ve en la meditación viene de que ésta no tiene profundidad de luz y amor y fuerza para quitar la voluntad posesiva con que la persona se sitúa frente al yo, y que, en síntesis, podemos reducir a estos rasgos:

1.- Que piensen que siempre ha de ser así (2S 12,5.6; 17,6; Ll 2,14), eternizando los medios de por sí transitorios.

2.- Que se queden en los objetos sensibles y en el gusto y sabor que provocan los medios, que se convierten en fín, en lugar de seguir caminando hasta la cima del monte Carmelo, del monte Tabor de la oración hasta llegar a la experiencia o contemplación de Cristo, “Esplendor de la gloria del Padre”,  que supera todo lo que el sujeto pueda ver, sentir y unirse a Dios activamente por la meditación.

3.- De los que quieren «andar al sabor sensitivo», habla el santo, como de eternos nómadas, sin arraigo, inconstantes en la realización de la amistad con Dios. «Este apetito les causa muchas variedades..., se les acaba la vida en mudanzas...». (3S 41,2)

LA CONTEMPLACIÓN ENSAN JUAN DE LA CRUZ

EL PASO A LA CONTEMPLACIÓN

Es un momento particularmente importante, crítico, decisivo, que requiere cuidadosa atención porque está en juego, en buena medida, su suerte futura. Por eso Juan de la Cruz ha vuelto sobre ese momento, con detenimiento, en tres de sus grandes obras: Subida, Noche y Llama. Maestro para tiempos de crisis, el Doctor Místico nos entrega aquí su «palabra sustancial y sólida», palabra de hombre experimentado y de teólogo y pensador clarividente.

Ni que decir tiene que la crisis, directamente presentada en el campo de la oración, alcanza a toda la persona en su condición de creyente. Es una crisis teologal que afecta al ser y vida del creyente.

1. La crisis

«En esta noche oscura comienzan a entrar las almas cuando Dios las va sacando del estado de principiantes, que son los que meditan en el camino espiritual, y las comienza a poner en el de los aprovechantes, que es ya el de los contemplativos» (1N 1,1). Final del estado de principiantes.

2. La contemplación

En la segunda jornada del camino de oración, la contemplación viene presentada como «vía del espíritu» que caracteriza a los «aprovechados». «En este estado de contemplación, que es cuando sale del discurso y entra en el estado de aprovechados» (1N 9,7); esta contemplación inicial, «principio de oscura y seca contemplación», la llama el santo «infusa o pasiva».

Voy a seguir de cerca la exposición sanjuanista distinguiendo los dos tiempos que él señala: contemplación inicial y contemplación perfecta. La contemplación es camino, vida en ejercicio, con un principio, un término y un proceso entre los dos extremos. La definen unos rasgos que avanzarán en progresión afirmativa, hasta la unión, habiendo pasado por los dos «momentos» o pruebas presentados por Juan de la Cruz como «noche pasiva del sentido y del espíritu».

Una definición amplia de contemplación nos la ofrece el Santo al final de Cántico: «La contemplación es oscura, que, por eso, la llaman por otro nombre mística teología, que quiere decir sabiduría de Dios secreta o escondida, en la cual, sin ruido de palabras y sin ayuda de algún sentido corporal ni espiritual..., enseña Dios ocultísimamente al alma sin ella saber cómo» (C 39, 12). «Contemplación no es otra cosa que infusión secreta, pacífica y amorosa de Dios que... inflama al alma en espíritu de amor». Se destacan, pues, tres puntos: es pasiva o Dios la infunde; obrando en el espíritu directamente, y «enseñando» y «enamorando» al mismo tiempo.

La contemplación es pasiva, no es producto del orante. Dios es el agente y obrero de la contemplación. Sólo él. «Sólo Dios es agente» (Ll 3,44); «Dios es el obrero» (ib., 67); «El es el artífice sobrenatural» (47).

La contemplación añade el Santo es «noticia y amor junto, esto es, noticia amorosa» (Ll 3,33), siempre comunicando Dios «luz y amor justamente, que es noticia sobrenatural amorosa» (ib., 49),de contemplación.

Por lo tanto, aunque es pasiva, no hay ociosidad o suspensión de la actividad de las potencias, todo lo contrario, suma actividad, lo que ocurre que al ser realizada y provocada por Dios en el alma, su actitud debe ser pasiva de aceptar la iluminación de Dios para que Dios la llene de su luz, que es dolorosa para el alma, porque la tiene que disponer al modo divino, y esto supone los sufrimientos y purgaciones de la noche pasiva del espíritu, donde Dios llega hasta la raíz con esta luz divina de contemplación, que a la vez que ilumina, como el fuego, quema todos los defectos, toda la humedad y suciedad del madero hasta convertirlo todo y entero en llama de amor viva, fundida en un sola realidad en llamas con el fuego de Dios, el Espíritu Santo. Y eso es la noche pasiva del espíritu y la contemplación unitiva o  transformativa.

3. Las tres señales

Las tres señales que marcan el paso de la meditación a la contemplación inicial son:

1. Imposibilidad de meditar (13,2; 14,1-4).

2. Desgana afectiva generalizada (13,3; 14,5).

3. Solicitud penosa de no servir a Dios (3-7) o deseo de estar a solas con atención amorosa (13,4; 14,6-14).

1ª.- La meditación imposible

Fácil de comprender que sea la primera señal que salta a la conciencia del orante. San Juan de la Cruz empieza marcando los tiempos con precisión: ve que «ya no puede meditar... ni gustar de ello como antes» (2S 13,2) y esto porque «en cierta manera se le ha dado al alma todo el bien espiritual que había de hallar en las cosas de Dios por vía de la meditación y discurso» (2S 14,1).

Y en segundo lugar, en íntima conexión temporal y vivencial, Dios comienza a comunicarse por otro medio: el del acto sencillo de la contemplación. «Por lo cual, en poniéndose en oración, ya, como quien tiene allegada el agua, bebe sin trabajo en suavidad, sin ser necesario sacarla por los arcaduces de las pesadas consideraciones y formas y figuras» (2S 14,2).

2º.- Enajenación afectiva de todo

Ya lo hemos dicho anteriormente. Dios debe ser Dios, el único Dios a quien servir y dar culto, abajo todos los ídolos. Dios empieza a exigírselo al alma en mayor profundidad.

3.- Solicitud de Dios y advertencia general amorosa

Esta misma luz general o contemplativa que le ilumina con mayor intensidad en los misterios de Dios, le ilumina y descubre con mayor claridad sus defectos y le mete fuego en el alma para dejarse purificar,  pero a la vez le da un calor, un amor, unas ansias de Dios más fuertes y profundas. O, dicho de otro modo, la verdad de esta purificación se revela en el deseo y cuidado, solicitud y gana de servir a Dios que pone en quien la padece, y esto sin soporte ya del gusto sensible de la meditación.

«Sencilla contemplación»

Así la introduce el santo: «Ordinariamente, junto con esta sequedad y vacío que hace al sentido, (la purgación contemplativa) da al alma inclinación y ganas de estarse a solas y en quietud, sin poder pensar cosa particular ni tener ganas de pensarla» (1N 9,6). «Contemplación infusa con que Dios de suyo anda apacentando y reficionando al alma, sin discurso ni ayuda activa de la misma alma» (1N 14,1).

NOCHE PASIVA DEL ESPÍRITU

Vendría ahora la descripción de la noche pasiva del espíritu, la más terrible y dolorosa purificación que prepara al alma para la unión y transformación total y plena posible en esta vida con Dios. De ella no hablaré, porque no tengo tiempo, y porque es la misma contemplación anterior de la noche del sentido, pero que ahora  ilumina para purificar hasta las raíces, hasta la sustancia del yo, como ya he explicado; por eso todo, tanto el sufrimiento como el gozo es lo más profundo que se pueda experimentar en esta vida. Si alguno tiene interés en saber más de esta noche del espíritu, aquí en estos folios lo tengo más ampliamente descrito, sobre todo, en las purificaciones pasivas de la fe, esperanza y caridad.  Os lo puedo prestar.

CONTEMPLACIÓN UNITIVA

Para terminar, me interesa iniciar la lectura de los frutos de la vida contemplativa y unitiva. Sólo quiero asomarme por la ventana de San Juan de la Cruz a esa íntima unión con Dios donde el alma se siente habitada e inundada de la gloria del Dios Trino y Uno, hasta el punto de poder decir: «Pues ya si en el ejido, de hoy más no fuere vista ni hallada, diréis que me he perdido, que, andando enamorada, me hice perdidiza y fue ganada; o «ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio».

Yo quiero terminar mi última lección de Teología Espiritual con los fuegos y esplendores de Llama de Amor viva de San Juan de la Cruz, que de tal manera tengan eco en nuestros corazones, que nos animemos todos  a desear esta alturas de unión con Dios, única razón de nuestra existencia; fuimos creados por amor y para el amor total de Dios y esto es para lo que Cristo vino y no amó hasta el extremo; y esta es la razón primera y última del cristianismo y de la Iglesia y del apostolado: llegar a amar a Dios y a los hermanos, como El nos ama, con su mismo amor de Espíritu Santo: Dios es amor, nos dice San Juan. Dios es amor y si dejara de amar, dejaría de existir. Y nosotros hemos sido soñados, amados y preferidos por Dios, para este amor esencial trinitario sobre otros muchos seres no que no existirán. Esto no hay que olvidarlo nunca para no quedarnos en nuestra vida personal en horizontalismos o zonas intermedias de verticalidad.

Y quiero que esta sea mi última lección oficial así, en mi amado seminario, en compañía de los que más quiero, añadiendo en espíritu a mi familia, quiero que uno de los mayores enamorados y contemplativos de los esplendores de luz y de amor divinos haga resonar su palabra, llama de amor viva, en estos muros ¡qué vivencias más fuertes y vivas, casi recién estrenadas, guardo! Y esta palabra de luz quiere ser también acción de gracias a los que tantas veces recuerdo, desde mis padres, pasando por mis educadores y superiores, hasta los que en vida sacerdotal me acompañaron y me ayudan como vosotros ahora presentes.

Yo voy a iniciar un poco esta lectura del Cántico espiritual y Llama de amor viva, pero os invito a que la continuemos luego en nuestros ratos de oración y lectura espiritual. Sería el mejor fruto de esta lección que tan atentamente habéis escuchado, sobre todo, en estos tiempos de ateismo y secularismo, en que tanto la necesitamos, como expongo en un libro ya en prensa que titulo: La experiencia de Dios meta y cumbre de la vida y del apostolado cristianos.

Karl Rahner, de los mejores teólogos del siglo XX, con voz profética nos dijo: “La nota primera y más importante que ha de caracterizar a la espiritualidad del futuro es la relación personal e inmediata con Dios.... porque vivimos en una época que habla del Dios lejano y silencioso, que aun en obras teológica escritas por cristianos se habla de la “muerte de Dios”. Solamente para aclarar el sentido de lo que se va diciendo y aún a conciencia del descrédito de la palabra “mística” - que bien entendida no implica contraposición alguna con la fe en el Espíritu Santo sino que se identifica con ella- cabría decir que el cristiano del futuro o será un “místico” es decir, una persona que ha “experimentado algo” o no será cristiano.

Tengo escrito en uno de mis libros: «Cuando una persona lee a  Juan de la Cruz, si no tiene alguien que le aconseje, empieza lógicamente por el principio, tal y como vienen en sus Obras Completas: la Subida al Monte Carmelo, la Noche... y esto asusta y cuesta mucho esfuerzo, porque asustan tanta negación, tanta cruz, tanto vacío, ponen la carne de gallina, se encoge uno ante tanta negación, aunque siempre hay algo que atrae. Cuando se llega al Cántico y a la Llama de amor viva... uno se entusiasma, se enfervoriza, aunque no entiende muchas cosas de lo que pasa en esas alturas. Pero la verdad es que la lectura de esas páginas, encendidas de fuego y luz, gustan y enamoran, contagian fuego y entusiasmo por Dios, por Cristo, por la Santísima Trinidad. ¿Hacemos una prueba? Pues sí, vamos a mirar ahora un poco al final de este camino de purificación y conversión para llenarnos de esperanza, de deseos de quemarnos del mismo fuego de Dios, de convertirnos en llama de amor viva y trinitaria.

Oigamos al Místico Doctor hablarnos de los frutos de la unión  y transformación total, substancial en Dios:

«Porque no sería una verdadera y total transformación si no se transformarse el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado... con aquella su aspiración divina muy subidamente levante el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella le aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo» (Can B 39, 6).

«Y esta tal aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí, le es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite, que no hay decirlo por lengua mortal, ni el entendimiento humano en cuanto tal puede alcanzar algo de ello; porque aun lo que en esta transformación temporal pasa cerca de esta comunicación en el alma no se puede hablar, porque el alma, unida y transformada en Dios, aspira en Dios a Dios la misma aspiración divina que Dios, estando ella en él transformada, aspira en sí mismo a ella.

       Y en la transformación que el alma tiene en esta vida, pasa esta misma aspiración de Dios al alma y del alma a Dios con mucha frecuencia, con subidísimo deleite de amor en el alma, aunque no en revelado y manifiesto grado, como en la otra vida. Porque esto es lo que entiendo quiso decir san Pablo (Gal 4, 6), cuando dijo: Por cuanto sois hijos de Dios, envió Dios en vuestros corazones el espíritu de su Hijo, clamando al Padre. Lo cual en los beatíficos de la otra vida y en los perfectos de ésta es en las dichas maneras.

       Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado; porque dado que Dios le haga merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, ¿qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad, pero por modo comunicado y participado, obrándolo Dios en la misma alma? Porque esto es estar transformada en las tres Personas en potencia y sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios, y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza (Gn 1, 26)” (CB 39, 3-6).

Y cuando el alma llega a estas alturas y siente todo esto con amor vivo, puede exclamar: «Y si a las obras mías no esperas, ¿qué esperas, clementísimo Señor mío?; ¿por qué tardas? Porque si, en fin, ha de ser gracia y misericordia la que en tu Hijo te pido, toma mi cornadillo, pues le quieres, y dame este bien, pues que tú también lo quieres.

¿Cómo se levantará a ti el hombre, engendrado y criado en bajezas, si no le levantas tú, Señor, con la mano que le hiciste?

No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero. Por eso me holgaré que no te tardarás si yo espero.

¿Con qué dilaciones esperas, pues desde luego puedes amar a Dios en tu corazón?

Míos son los cielos y mía la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en migajas que se caen de la mesa de tu Padre.

Sal fuera y gloríate en tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón» (Dichos 1, 26-27).

Y como las vivencias con Dios son inefables, mejor expresarlas en símbolos y poesía que expresan lo inexpresable:

 

NOCHE OSCURA

5. ¡Oh noche que guiaste!;

¡oh noche amable más que la alborada!;

¡oh noche que juntaste

Amado con amada,

amada en el Amado transformada!

8. Quedéme y olvidéme,

el rostro recliné sobre el Amado;

cesó todo y dejéme,

dejando mi cuidado

entre las azucenas olvidado.

RETIRO ESPIRITUAL A LOS ADORADORES NOCTURNOS DE PLASENCIA

CASA DIOCESANA DE EJERCICIOS. 7 DE MARZO 1998

PROGRAMA:

DIRIGE: DON GONZALO APARICIO SÁNCHEZ. PÁRROCO DE SAN PEDRO

10,OO: LAUDES semitonados en el Salòn:(se llevaron copiados los   salmos) INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO recitada por todos:”VEN ESPÍRITU SANTO, LLENA LOS CORAZONES DE TUS FIELES...

10,15: Meditación Eucarística: Teología y Espiritualidad de la      Eucaristía como sacrificio.

11,00: Tiempo de silencio: oración personal.

11,30: Descanso.

12,00: Meditación Eucarística: Teología y espiritualidad del domingo: el adorador nocturno y la parroquia.

12,45: Reflexión de los temas por grupos: doy las preguntas.

13,30: Puesta en común.

14,30; Almuerzo.

16,15: Vísperas semitonadas,(copiados los salmos) Eucaristía.   Exposición del Santísimo. Oración Eucarística en silencio.

17,00: Breve reflexión: la Eucaristía como presencia.

17,25: Bendición y Reserva.

(VSTEV)PRIMERA MEDITACION: TEOLOGIA DE LA EUCARISTIA COMO MEMORIAL DEL SACRIFICIO DEL SEÑOR: SANTA MISA.

QUERIDOS ADORADORES NOCTURNOS: Este retiro está dedicado a reflexionar y meditar sobre la Eucaristía. Hay tanta ignorancia sobre estos aspectos tan importantes del misterio central de nuestra fe, que me voy a inclinar al aspecto teológico y doctrinal, ya que lo que no se conoce no se ama. Y un poco de esto pasa con la santa misa. No se conoce, no se ama, no se puede vivir.

La Eucaristía puede ser considerada como sacrifico, como comunión o comida y como presencia. Todos estos aspectos deben ser entendidos para ser amados y vividos por todo cristiano pero especialmente por los adoradores nocturnos que viven plenamente de su espiritualidad.

Siempre que hablamos de Eucaristía hablamos de Jesucristo presente. Pero "Cristo Jesús, que murió, resucitó que está sentado a la derecha de Dios e intercede por nosotros"(Rom.8,34) está presente de múltiples maneras en su Iglesia. Dice la L.G., la Cons. Dog. sobre la Iglesia del Vaticano II: " ... está presente en su Palabra, en la oración de su Iglesia:"allí donde dos o tres están reunidos en mi nombre"(Mt. 18,20), en los pobres, en los enfermos, los presos(Mt.25, 31-46) en los sacramentos de los que El es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero  dice este mismo Concilio en la Sacro.Concilium.(Decreto sobre Liturgia)"sobre todo está presente, bajo las especies eucarísticas." Porque eleva a la Eucaristía por encima de todos los sacramento y hace de ella, según Santo Tomás de Aquino: como la perfecciòn de la vida espiritual y el fín al que tienden todos los sacramentos". (S.T. 3,73,3)

Pues bien, de esta presencia, de lo que significa la consagración del pan y del vino, de esa teología y espiritualidad quiero yo hablaros esta mañana sintéticamente. Primero, un poco de teología, de dogma, de catecismo, de contenido doctrinal, luego diremos algo de su contenido espiritual, de vivencia y espiritualidad de la santa misa.

Dice el Concilio de Trento, que no ha sido superado en esta materia: "En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero." (D.S. 1651)

(Mirificum F.39) "Esta presencia se denomina "real" no a titulo exclusivo, como si las otras no fueran reales, sino por excelencia, porque es substancia, y por ella, Cristo, Dios y hombre, se hacen totalmente presente".

Sigo con el Concilio de Trento: " La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la Consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies del pan y del vino y todo entero en cada una de sus parte, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo.(D.S.1641) Conviene hacer notar que Cristo se hace presente porque ofrece la eucaristía al Padre y a los hombres; en su intención lo primero es hacer presente ante el Padre y los hombres todos los dones y gracias que nos vinieron con su pasión, muerte y resurrección y luego todo esto lo adoramos, los oramos y los comemos en los ratos de adoración nocturna. Por eso, los antiguos adoradores recordarán que no se hace la Adoración Nocturna como hace años, donde reunidos todos directamente se exponía el Señor y luego, al final de los turnos, se tenía la santa misa y se marchaban a casa. Ahora está perfecta: se empieza por la misa que hace presente al Señor, le comulgamos y luego continuamos la Acción de Gracias con la Adoración. La presencia siempre tiene que decir relación al sacrificio. Del sacrificio viene la presencia, el sagrario y el sagrario siempre nos está hablando y alimentando de la misa.

"La Iglesia Católica ha dado y continúa dando este culto de

adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera de la celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión:" (M.F. 56)

Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta manera singular. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental, su presencia bajo el pan que se convierte así en realidad sagrada, en sacramento de Cristo; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por nuestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial de toda su vida, que fué pasión por el Padre y los hombres,el memorial de su amor "hasta el fín" (Jn.13,1) hasta el fín de su vida, de sus fuerzas, de su vida. En efecto, con su presencia eucarística permanece mistericamente en medio de nosotros, más allá del tiempo y del espacio, como cuña de eternidad en el tiempo, en una actitud permanentey eternizada de entrega por nosotros,  bajo unos signos que expresan y comunican su amor.

Esta presencia de Cristo en el sacramento no se conoce bien, dice Santo Tomas de Aquino, por los sentidos, sino solo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios. "No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque El que es la Verdad, no miente(M.F.18) El lo expresó admirablemente en este himno eucarístico que compuso para la fiesta del Corpus Cristi y que todos hemos cantado hasta en latìn: "Adorote devote, latens Deitas...." Te adoro devotamente, oculta Deidad, que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente: a Tí mi corazòn verdaderamente se somete, pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo. La vista, el tacto, el gusto, aquí se engañan, sólo el oído(que escucha   la revelación del misterio) llega a tener fe segura: Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios, nada más verdadero que esta palabra de Verdad."

Todo esto vale para la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia. Sin fe, no se toca ni se vive. Los sentidos del hombre sólo ven pan y vino, la fe nos dice lo que hay dentro: Cristo glorioso y resucitaado.

 

La misa, en el momento de la Consagraciòn, pone presente a Cristo, todo su misterio, toda su biografía, todo lo que fue y es eternamente .. de una forma metahistoria, más allá del tiempo y del espacio... Por eso, no es simple memoria, recuerdo sino memorial. El memorial supera a la memoria... (el ejemplo de mi cumpleaños) El cielo es eternidad, la eternidad no es tiempo, Cristo ya está en eternidad no en sucesión minutos y horas..... Una obra de teatro decimos que se representa, es la misma pero distinta por los días, realidades y circunstancias distintas.... Aquí, por la consagración, se hace presente la misma misa eternizada, el Cristo Celeste, que está intercediento siempre por nosotros ante el Padre con su vida, pasión muerte y resurrecciòn y lo hacemos presente. Siempre el mismo, y lo mismo. Por eso,  la misa siempre es la misma, la diga el Papa, el obispo, sacerdote, en gracia o en pecado, en la parroquia o en el Vaticano...Es como si con unas tijeras divinas, se cortase toda la vida de Cristo, especialmente su pasión, muerte y resurrección y cada vez que Cristo consagra el pan y el vino por medio del sacerdote, El lo hace presente, la misma cena, la misma pasión, la misma muerte y resurrección, no otra, la misma porque no hay otra. Y como toda la vida de Cristo fue ofrenda al Padre por nuestra Salvación, se pone presente todo su misterio, toda su biografía, desde el nacimiento hasta que subió a los cielos, pues toda su vida la ofreció por nosotros, pero como se trata de interceder brillan más y el Padre se fija màs en su pasiòn muerte y resurrecciòn y por eso decimos que la santa misa es el sacrificio de Cristo, el memorial de su Pasiòn y Muerte, el santo sacrificio....pero es toda la vida, desde que en el seno del Padre dijo: Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad...(Hbr.) hasta que nuevamente se presentó con toda su vida ante el padre para seguir intercediento por nosotros.

Por eso, como antes dije, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe, es el compendio de toda la vida de Cristo, de todo su Palabra y gestos, desde el nacimiento hasta la Resurrección. Cuando cumplimos el mandato del Señor:"haced esto en memoria mía.." celebramos el memorial del sacrificio de Cristo, es decir, hacemos presente a Cristo ofreciéndose al Padre por nuestra salvación y como esto fué toda su vida, desde el principio, como nos dice la carta a la Hebreos: "Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aqui estoy para hace tu voluntad... por la consagración hacemos presente todo su misterio de salvación.

Por cierto, que la razón fundamental de la entrega de Cristo a sus discípulos en la última cena bajo las especies del pan y del vino fue para ser comido: "Tomad y Comed" "Tomad y Bebed" fueron su primeras palabras antes de consagrar... sin comunión, el sacrificio de Cristo no queda completo intencionalmente... la consagración está orientada fundamentalmente a la ofrenda al Padre y al sustento de los creyentes por la comunión, ofrenda y comunión que debe prolongarse luego en la Adoración o visita al Santísimo, al culto de su presencia en el sagrario.

Por la tanto, lo primero, en el tiempo y en el espacio, es la eucaristía como misa, como sacrificio, luego la comunión y finalmente la presencia del sagrario o exposiciòn. La eucaristía como misa, como memorial es una acciòn sagrada, esto significa la palabra liturgia, que se compone fundamentalmente de palabras, acciones y gestos que hacen presente a Cristo y todo su misterio de Salvación. Lo llamamos precisamente Eucaristía-palabra griega que significa acción de gracias- porque Cristo la instituyó para dar gracias al Padre por todos los dones de la Salvación que nos iban a venir por su muerte y resurrección y la instituyó durante la larga oración de Acción de gracias de la última Cena, que remomoraba la acción de gracias de la pascuas judía.         El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las mismas palabras de la institución: "Esto es mi Cuerpo que sera entregado por vosotros" y "Esta copa en la nueva Alianza en mi sangre que será derramada por vosotros." (Lc.22,19.20) En la Eucaristía Cristo entrega el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, no tiene otro y la misma sangre que derramó por muchos para remisiòn de los pecados." (Mt.26-28)

La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa(hace presente) el sacrificio de la Cruz. La riqueza inagotable de este sacramento es expresa mediante los distintos nombres que se le da. Yo voy a escoger solo los que evocan este primer aspecto de sacrificio porque lo explican y explicitan desde otros ángulos este mismo aspecto de la eucaristìa:

-MEMORIAL    de la muerte y resurrección de Cristo. Ya lo hemos explicado un poco.

-SANTO SACRIFICIO, EL SACRIFICIO DE LA MISA, porque actualiza el mismo sacrificio de la cruz, con muerte de Cristo Salvador.

-SANTA Y DIVINA LITURGIA, porque es la liturgia madre y centro de todas las acciones y gesto litúrgicos de la Iglesia, porque toda la liturgia de la Iglesia, todos sus sacramentos y  palabras salvadoras encuentran su centro y su expresión más densa en la celebración de este sacramento. En el mismo sentido se habla también de CELEBRACIÓN DE LOS SANTOS MISTERIOS.......(en el saludo inicial de la misa) 

-SANTÍSIMO SACRAMENTO, porque es el Sacramento de los Sacramentos.

-EUCARISTIA, porque es la Acción de Gracias de Cristo al Padre por todo su misterio de salvación, porque Cristo la instituyó durante la oración de acción de gracias de la última Cena.

-FRACCIÓN DEL PAN, porque se parte y se reparte el pan, porque así la instituyó Cristo, así le reconocieron ellos después de la resurrección "reconocieron al Señor al partir el pan" y porque con esta expresión los primeros cristianos reconocieron la asambleas eucarísticas.

-SANTA MISA, porque cuando se celebra en latín, las últimas palabras del sacerdote son: "ite, misa est", “idos, la eucaristía ha terminado” y ahora todo lo que aquí hemos celebrado hay qu  vivirlo en la vida ordinaria.

Y para que veáis que no es una idea personal mía, fervorosa o entusiasmante sino la doctrina y práctica de la Iglesia,  repetidas durante siglos, voy a terminar esta parte dedicada a la teologia de la santa misa con un texto antológico del Vaticano II, en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia(L.G.47)

"Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así, a su Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, vínculo de caridad, banquete pascual, "en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera.                                                                                                                                                                                                      

ESPIRITUALIDAD DE LA SANTA MISA

1.-El Vaticano II afirma que la Eucaristìa "es cumbre y centro de toda la vida de la Iglesia" (Chr. Dominus,30) Luego toda gracia, toda vivencia, todo alimento, toda espiritualidad cristiana y todo apostolado tiene su centro y su fuente en la celebración de la santísima eucaristía. Este es el sentido también de la recomendaciòn del Señor, al instituirla: " Y cuantas veces hagáis esto, acordáos de mí.

Sí, Cristo, siempre que celebremos o participemos de la Eucaristía, queremos acordarnos de tí, de cuáles eran y son tus  actitudes y sentimientos, tu emoción, tu deseo de ofrenda y de entrega, tu amor a nosotros y a todos los hombres....

Queremos acordarnos de tus sentimientos de entrega total y sin reservas al Padre, de tu donación victimal sin límites al Padre y a los hombres; queremos acordarnos en cada eucaristía de de emoción en darte como comida y entrar en comuniòn con cada uno de nosotros hasta lo más íntimo de nuestro ser donde quieres ya y para siempre vivir íntimamente con cada uno de nosotros, cómo te temblaba el pan en la manos.... y qué indiferencia a veces en nosotros. En cada misa nos amas y nos enseñas a amar hasta el extremo a Dios y a los hermanos.... Esta es vivencia y la espiritualidad de la misa.....

"Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros.... " En la Eucaristía lo primero que nos enseña Cristo es a amar sin límites, a destruir todas las barreras y muros, las separaciones de todo tipo, no enseña a ser pan que se da, que se reparte a todos para ser comido.... Actitud de amor, de gratuidad, de entrega, de servicio, de lavar incluso los pies de los que son cobardes y nos van a traicionar, de arrodillano gratuitamente ante los hombres, ante los pecadores y manchados.  ¿Quién puede decir que vive la santa misa, quién puede decir que tiene asimilada plenamente su espiritualidad, quienes son lo que viven de ella, los que alimentan su vida de ella, su espíritu sacerdotal o cristiano del espíritu abrasado del Señor en la misa, quienes son los que reflexionan, descubren, interiorizan y procuran adecuar sus sentimientos a los sentimientos del Señor para vivir con su mismo espíritu, en definitiva, quienes son los que celebran o participan y viven de verdad de Cristo sacerdote y víctima.....o solamente se quedan en los ritos y gestos externos y salen de la misa como han entrado?

 Todos debemos vivir de ella, es decir, alimentarnos de estos sentimientos de entrega del Señor..... Por eso San Juan, al narrarnos la última cena,  no tiene materialmente en su evangelio la institución de la Eucaristía, pero tiene el lavatorio de los pies, el mandato nuevo.... que son el espíritu y la consecuencia de la celebración de la Eucaristía y comunión en el espíritu de Cristo sacerdote y víctima, su espiritualidad, el fruto de la celebración de la Eucaristía.

Sin amor entre los comensales, no hay Eucaristía. Por eso, empezamos siempre la misa pidiéndonos perdón, gesto para muchos rutinario, pero este su sentido más pleno: pedir perdón de las faltas de amor a Dios y a los hermanos con los cuales vamos a celebrar y compartir la  Eucaristía.

La Eucaristía es Cristo amando hasta el extremo, redimiendo y perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano... Cuando celebre o participe en la Eucaristía, puedo y debo decir: ahí está  Jesús, amándome, perdonándome, entregándose por mí y por todos. Yo debo unirme a El, identificarme con sus sentimientos, imitarle, comer esa vida, esa entrega para realizarla en vida, en mi trabajo, en mi trato con los demás. O mejor, como yo como a Cristo y El viene y está en mi, yo le presto mi cuerpo y mi humanidad, como supletoria de la suya,  porque la suya quedó destrozada y El, que viva a través de mi humanidad como si volviera a estar en el mundo corporalmente. Yo le doy mi cuerpo y se lo presto para que prolongue su palabra, su amor, su salvación; El, que ponga su espíritu, su entrega, su amor.... Es el deseo de S. Pablo: "Tened en vosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús....”suplo en carne lo que falta a la pasión de Cristo...”  “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó po mí.”

2.- Un segundo sentimiento y vivencia de la espiritualidad de la misa, lo expresa así la L.G.,5 :" Los fieles... participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella."

Qué pretenden Cristo y la Iglesia cuando nos invitan a particpar en la eucaristía: que cantemos, respondamos, escuchemos..¿solo eso...?

Todo eso nos tiene que llevar a hacernos una sola ofrenda con Cristo al Padre. En el ofertorio debemos ofrecernos a ser pan y vino, a ofrecer todo lo que somos y tenemos... en la consagración quedamos consagrados, ya no nos pertenecemos, somos transformados en Cristo, como el pan y el vino,,,, y al salir debemos hacer de toda nuestra una ofrenda de alabanza, de acción de gracias, de sacrificio al Padre. Eso es la vida cristiana. Porque esa fue toda la vida de Cristo. Y eso es en definitiva el cristianismo. Hacer de toda nuestra vida una ofrenda limpia a la Santísima Trinidad; hay que quitar de nuestra vida todo lo que manche, hay que purificarse de pecados, hay que esforzarse por cumplir con los mandamientos y la voluntad del Padre. Yo no me pertenezco. Estoy ofrecido y consagrado al Padre.

"Este es mi cuerpo que se entrega...." En la última cena Cristo se ofreció y ofreció toda su vida al Padre en sacrificio redentor hasta la muerte por los hombres, la “sacramentó”, la hizo sacramento a través de unos gestos, palabras y signos sagrados....que nosotros ahora hacemos como memorial suyo y al hacerlo, quedamos victimados, si queremos, y hechos ofrenda de redención por los hermanos. Todos somos invitado a hacernos sacerdotes y victimas con El de su sacrificio y nuestro. Debemos estar dispuestos a morir a nuestro yo, nuestra soberbia, nuestras pasiones, nuestro materialismo.... Tenemos que hacernos una hostia pura con Cristo

3.- "Este es mi cuerpo que se entrega...", lo hace por obediencia a la voluntad del Padre, porque el Padre lo quiere.... “No se haga mi voluntad sino la tuya...” “mi comida es hacer la voluntad de mi Padre...”Padre si es posible..pase de mí este caliz... Cristo no quiere morir, puede salvarse el mundo de otras formas... pero no se haga mi voluntad sino la tuya. El Cuerpo se entrega y la sangre se derrama.... por seguir la voluntad del Padre. (Amor del Padre en Getsemaní, se olvida de Hijo y solo piensa en los hijos que van a ser salvados) Al comienzo de su vida, la Carta a los hebreos pone en Cristo esta oración: "Padre, no quieres ofrendas y sacrificios...aquí estoy para cumplir tu voluntad." Cristo siempre hizo la voluntad de su Padre y no enseñó a cumplirla a nosotros pero es especialmente en el ciclo pascual cuando esa voluntad del Padre le hace pasar por la pasión y la muerte para llevarlo a la resurrecciòn.

Toda nuestra vida debe ser una obediencia, un cuerpo y una sangre que està dispuesta a derramarse por hacer la voluntad del Padre, salvando así a los hermanos. Cada misa nos invita a obedecer al Padre hasta la muerte, hasta la victimaciòn del yo personal, de la soberbia, egoismo... porque para pasar a la vida resucitada de la gracia, la vida nueva hay que matar el pecado que es siempre no cumplir la voluntad, los mandamientos del Padre. La nueva vida de amor y servicio a los hermanos tiene que pasar por nuestra propia pasiòn y muerte...

Cada misa nos recuerda y nos actualiza esto y nos da fuerza y nos alimenta en esta actitud de ofrenda obediencial al hacer presente la de Cristo."Cada vez que comásis este pan y bebáis este cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva." (1Cor.11,26) Toda la vida de Cristo, vivida y ofrecida así, fuè obediencia agradable al Padre. También yo tenga que obedecer así. Contemplando la de Cristo, también yo tengo que hacerme obediente al Padre que quiere llevarme a la Salvaciòn personal y de los hermanos mediante la muerte de mi yo, de mi egoismo, de mi amor propio, para que se realie en mí lo que S. Pablo dice de Cristo: "Se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz." (Filip.2,8)

Tiene que estar mas presente la cruz obediencial en nuestra vida.

Somos discípulos y seguidores de un crucificado. La cruz ha sido misteriosamente escogida por Dios como camino de Salvación y por amor al Padre debemos estar dispuesto a implantar la cruz en nuestro cuerpo sensual, en nuestro ojos, en nuestro corazon soberbio, los sufirmientos y la difamaciones inmerecidas para salvación de los hombres, para ser corredentores con Cristo hasta poder decir  con S. Pablo: "Estoy crucificado con Cristo. Llevo en mi cuerpo los estigmas de la pasión del Señor."

4.- Y para terminar, expongamos un cuarto sentimiento que suscita y alimenta en nosotros la celebración o participación de la Eucaristía: Adoración, reconocer la infinitud de Dios y la pequeñez de la criatura, la nada del hombre frente a Dios...

Cuando Cristo dice "Este es mi cuerpo que se entrega.." reconoce la Majestad, lo absoluto de Dios a quien adora y reconoce como único Señor que puede disponer de la vida y de sus actos...Este reconocimiento, esta adoración es la máxima glorificación del Padre, el máximo reconocimiento de que ante El la criatura no es más que eso, pura nada, pura criatura. Al hacerlos presente en cada misa, Cristo nos invita a reconocer a Dios como el único Señor de nuestra vida....por eso, Padre, he aquí mi cuerpo que se entrega totalmente... que se humilla... No soy digno de  tí, de acercarme a Tí...

Queridos hermanos, esto nos obliga a poner sobre el altar de cada misa nuestros mejores deseos de alabanza y adoración, de glorificación -reconocer a Dios como Dios y como el único Dios de nuestra vida, abajo todos los ídolos, a los que damos culto: sensualidad, consumismo, becerro de oro y dinero, propia estima-  haciendo de cada jornada una alabanza de gloria al Padre: "in lauden gloriae ejus."

"Por Cristo, con El y en El, a tí Dios Padre omnipotente, en la unidad del E. Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos." Amén. Hay una santa moderna que vivió especialmente esto. Se llamaba a sí misma:in laudem gloriae ejus. Este era su nombre: sor Isabel de la Stma. Trinidad. Para ser alabanza de su gloria. Esto supone unos sentimientos de sentirse criatura, nada frente al Todo de Dios. Dios es lo absoluto, yo  la nada, Dios es el ser, yo la pura contingencia. Como yo le he prestado a Cristo mi humanidad, mi tarea será reproducir a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres.!Que poco se adora a Dios, se le alaba, se bendice: decir cosa bellas al Padre, al Hijo, al Espíritu. Dios debe ser alabado y adorado por su obras magníficas de creación y redención en favor de los hombres. En Cristo tenemos la cumbre y el cenit de la alabanza y adoración: Siendo Hijo se despojo de su rango y tomo´la condición de esclavo....por amor. Debemos contagiarnos de estos sentimientos de Cristo , unirnos a El para adorar, alabar, glorificar a Dios en nuestro ser y obrar.

La Eucaristía de Cristo es la Eucaristía de la Iglesia celeste y peregrina, de toda la Creación y Redención, unida a su Cabeza, Cristo, Sumo Sacerdote del Altísimo, Hijo en el que el Padre se complace eterna e infinitamente: "Nosotros, tus siervos(Sacerdotes) y tu pueblo santo(Iglesia) ofrecemos a tu excelsa majestad, una hostia santa, pura, inmaculada."(Postcomunión)

5.- Ante este culto perfecto de alabanza dado por Cristo y su Iglesia al Padre, nacería un quinto sentimiento importante: la petición. Nosotros somo la pura contingencia, estamos necesitados de la gracia y de la ayuda de Dios para todo. Tenemos que pedir todo, por todos y para todos, vivos y difuntos, porque el Padre se complace infinitamente en este sacrificio de su Hijo. Pero no quiero cansaros más y termino. Otro día hablaremos de otras riquezas de la Eucaristía. Ya hemos dicho varias veces que la Eucaristía es inagotable, y no lo digo por decirlo, sino porque contiene todo el misterio de Cristo. Es el mejor momento para atrevernos a pedir al Padre por todo y para todos. Que lo haga cada uno en particular durante esta hora de silencio. Hacedlo y lo comprobaréis. Añado unos versos que he copiado de una revista:

FRENTE A TU ALTAR, SEÑOR, EMOCIONADO

VEO HACIA EL CIELO EL CALIZ LEVANTAR.

FRENTE A TU ALTAR, SEÑOR, ANONADADO

HE VISTO EL PAN Y VINO LEVANTAR.

FRENTE A TU ALTAR, SEÑOR, HUMILDEMENTE

HA BAJADO HASTA MI TU ETERNIDAD.

FRENTE A TU ALTAR, SEÑOR, HE COMPRENDIDO

EL MILAGRO CONSTANTE DE TU AMOR.

¡QUERER TU QUE MI BARRO ESTE CONTIGO

HACIENDO TEMPLO A QUIEN TE HA OFENDIDO!

¡LLORANDO ESTOY FRENTE A TU ALTAR, SEÑOR!

(Tantos olvidos, tanta rutina, tanta indiferencia ante tanta vida, tanto sacrificio, tanta entrega....llorando estoy frente a tu altar, Señor.)

SEGUNDA MEDITACION

LA EUCARISTIA DEL DOMINGO O EL DOMINGO, DIA DE LA EUCARISTIA.

Queridos adoradores: Sin domingo no hay eucaristía y sin eucaristía no hay domingo. Sin Resurrección no hoy Domingo y si Cristo no resucita, no hay eucaristia.

Sin Domingo, pues, no hay cristianismo y sin cristianismo no hay vida cristiana, no hay Iglesia. Si imaginamos que toda la iglesia es como una inmensa dircunferencia que abarca el mundo entero, a modo de una rueda de bicicleta, donde los radios son los cristianos, las instituciones, las iglesias que se apoyan toda en un centro esencial... ese centro es el domingo y la eucaristia , el eje de ese centro, el corazon del domingo, al rededor del cual gira toda la Iglesia y todos los cristianos.Somos como sus radios. POr eso si uno no puede ir a misa el domingo, no puede sustituirla por la del lunes, u otro día. porque Jesucristo resucitó el domingo, que po eso se llama dominicus, dia del Señor resucitado en que celebró la eucaristía: Tenéis un poco de pan y le reconocieron al partir el pan... El domingo es el día del encuentro con Cristo resucitado en la Comunidad cristiana. Sin Eucaristía  dominical no hay Iglesia, parroquia, comunidad: "Ninguna comunidad cristiana se construye si no tiene como raiz y quicio la celebración de la santísima eucaristía." (S.C.)

Porque Cristo resucitado es el único fundamento de la vida cristiana y la misa dominical es Cristo haciendo presente entre nosotros su misterio de Salvación.

Esta es la doctrina de la Iglesia católica expresada claramente en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Vaticano II. : "La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen dle mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días(No el lunes..)en el día en que es llamado con razón "dia del Señor" o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que escuchano la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo nacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucrsito entre los muertos(1Pe.1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles..." (S.C.106)

El domingo es el día de la semana que concentra en sí mismo los mejores valores de la vida cristiana: la centralidad de Cristo y su Pascua, la conciencia y la realidad de la Iglesia comunitaria, la celebración de la Eucaristía  como memorial de la Pascua, la alegría festiva y el descanso del trabajo como hommmenaje a Cristo resucitado como comunidad que se siente salvada....

El Domingo tiene muchas características, muchas connotaciones. Vamos a fijarnos en dos principales: el domingo  día de la eucaristía, día de la reunión cristiana. Empecemos por esta última:

El domingo es el dia de la reunión cristiana. La característica más antigua de los cristianos es que se reùnen el día de la resurrecciòn del Señr para celebrar la Pascua del Resucitado: primero, porque no había otro sitío, en las casas, luego en las catacumbas por las persecuciones, luego en la paz empiezan los templos.. Los cristianos necesitamos reunirmo como los mártires de Bitinia: "sine dominica non posumus..." no podemos vivir sin el domingo... Necesitamos de la Eucaristía y de los hermanos para confesar la fe, para crecer en ella, para animarnos en las adversidades y defendernos de la indiferencia evangélica que nos rodea: explicar la fuerza de la asamblea..... pensemos en paises no cristianos, la confirmación en la fe si viajando al extranjero

vemos los templos llenos...

La asamblea dominical manifesta el misterio mismo de la Iglesia:Xto. místico, los fieles reunidos"representan a la Iglesia visible establecida por todo el orbe."(SC42)

La reunión dominical nos educa nuestra conciencia de comunidad. Creemos en la comunión con Cristo Jesús y experimentamos los lazos de comunión en la fe y el amor de nuestros hermanos. Crear comunión es un grito profético en nuestro mundo dividido. Impacto para los no o malos creyente vernos salir unidos tantos juntos de la iglesia, donde hemos rezado juntos, creemos lo mismo....Somos todos una familia en Cristo Jesús. Si no se participa no se puede decir que somos del todo Iglesia. No andaban descaminados los primeros cristianos cuadno temían de la fe de quienes una y otra vez dejaban de ir a misa: "No desgarréis la Iglesia dajando de ir a misa."

Acudir a la reunión dominical es fidelidad a una comunidad a la que pertenecemos y al mismo tiempo, cuyos miembros somos. No acudir es empobrecer a la comunidad y a uno mismo, es empobrecer al mismo Cristo, privandole de sus miembros.

El fundamento de todos los valores de la asamblea dominical es que ella es el lugar del encuentro con Cristo resucitado. El nos "visita" "se aparece" a su comunidad en este día (no el el luenes) como hiciera con los suyos.

Cristo Jesùs que se hará presente en el pan y en el vino consagrados, está "realmente" presente en el hecho de la comunidad reunida(Mt.18,20) La asamblea experimenta el encuentro con el Señor resucitado y su Espìritu.

(El sentido fundamental del domingo encuentra a veces dificultad por la tendencia a vivir la fe en un ámbito de grupo. El domingo  es el día para experimentar la "comunidad de comunidades". La Iglesia está formada por todos los creyente y no por los frupos unidos por interes peculiares, espirituales o apostólicos. La Eucaristía une entre sí a fieles de cualquier género, edad y condición. (Cfr. Eucharisticum Mysterium 16) Las eucaristìas para grupos particulares se celebran en lo posible en los días feriales.(EM 27)

B EL DOMINGO, DIA DE LA EUCARISTIA

El domingo es el día memorial de la Pascua del Señor. La Iglesia se reúne en asamblea para celebrar el misterio pascual de Cristo. No hay domingo sin asamblea y no hay domingo sin Eucaristía. "La Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual" (Cf.SC.6; 106) El contenido fundamental del domingo es celebrar el misterio eucarístico, memorial del sacrificio redentor. La Eucaristía es la caracterìstica típica del domingo cristiano, pero encierra a la vez otros valores importantes de la vida cristiana.

El domingo es el encuentro semanal con el Resucitado. Es múltiple y progresivo: asamblea, ministro, palabra y sacramento(Cf.SC. 7)No celebramos nuestra fraternidad y menos la justicia y la injusticia....etc..sino su presencia salvadora. El viene y se aparece cada ocho dia para asociarnos a su victoria pascual. No celebramos una obligación, una idea... sino una persona viviente, que es Cristo Jesús Resucitado.

La Eucaristía dominical ofrece al cristiano dos mesas, a las que estamos invitados: la mesa de la Palabra y la del Sacramento.

Es el día de la proclamación de la Palabra. El relato de Emaús puede dar mucha luz sobre esta característica. Dios nos habla y tenemos que entender las Escrituras para descubrir el paso de Cristo junto a nosotros. La Palabra convierte y salva, libera y santifica, guía e ilumina. Dios habla y luego nosotros respondemos cuando oramos el salmo.

Pero sobre todo el domingo es el dia de la celebraciòn de la Pascua, del paso de Dios entre nosotros. Pascha=paso de Cristo de la muerte a la vida, paso nuestro del pecado a la vida.Eucaristia, de la memoria agradecida. La Eucaristia nos inserta en el acontecimiento transformador ade la Pascua del Señor.Ya hemos hablado suficientemente de esto en la primera meditación. Nos reunimos por que  el Señor nos lo mandó: "Haced esto en memoria mía..." La asamblea hace memoria agradecida del misterio pascual de Cristo.

C)EL DOMINGO, DIA DEL DESCANSO

El descanso dominical tiene un carácter pascual. Los judíos descansaban en memoria de su liberación; los cristianos en memoria de la Pascua de Cristo. El domingo de Pascua hizo domingo a todos los domingos del año. Los judios recordaban el descando del Dios Creador y nosotros el descanso del Cristo resucitado: nos hace resucitar y entrar en el cielo donde ya no se trabaja.

El descanso dominical es un gesto profético en nuestra sociedad que se afana y busca la productividad y la ganancia y considera el descanso como una pérdida de bienes materiales. "No solo de pan...

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EL ADORADOR NOCTURNO Y LA PARROQUIA

La Iglesia de Cristo, extendida por todo el Universo, tiene en la Comunidad Parroquial su manifestación más pequeña y completa. La parroquia nos hace nacer a la vida cristiana, alimenta y fortalece esta vida por la Palabra y los Sacramentos, nos acompaña durante todo el recorrido terreno y nos abre las puertas de la Eternidad.

Por todo esto el Adorador Nocturno debe amar y colaborar con su parroquia en este ministerio de la Salvación, especialmente entodo lo relacionado con el Mieterio Eucarístico, Centro y culmen de toda la vida de la Iglesia.

Quisíeramos dar ahora algunas sugerencias sobre esta colaboración que todo Adorador Nocturno debe prestar en su parroquia en este sentido.

1.- LA EUCARISTIA COMO SACRIFICIO.

"Ninguna Comunidad Cristiana se construye si no tiene como raiz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristia"

La primera Eucaristía fue celebrada por Cristo en compañía de sus Apóstoles en la Ultima Cena. Resucigado el Señor y habiendo subido a los cielo, los Apósoles sguieron celebrándola siempre en el Día del Señor, es decir, el domingo, en el día en que resucitó y así lo sequimos haciendo todos los cristianos siguiendo esta tradición de los Apostoles, formando la comunidad de los que creemos en Jesús, como Hijo de Dios y Unico Salvador del mundo.

Siendo la Eucaristía el Sacramento que construye la Comunidad, estáclaro que un Adorador Nocturno debe participar en la Eucarístía Dominical de su parroquia. Aunque el precepto puede cumpllirlo en otro templo, él debe realizarlo allí donde hace y construye comunidad de Jesús, educando así con su testimonio a todos los demás feligreses.

Sería también ejemplarizante que no se conformase solo con su presencia, sino que por amor al Misterio que se va a celebrar, llegase diez mkinutos antes y se preaprase en silenciio y oraciión para este paso, la pascua del Señor, que viene a aparecerse a la comunidad. Llegar tarde o con el tiempo justo sería demostrar poca delicadez y poco amor al Misterio Eucarístico.

Sería conveniente tambièn y esto dependiendo de sus facultades, que se ofreciese para que la celebración litúrgica fuera lo más digna posible. Quiero decir, que se presentase al celebrante para colaborar en las Lecturas, en los cantos , en la colecta... o en lo que fuere necesario.

Sería un contrasentido ver al Adorador portarse de un aforma pasiva e indiferente, como si él no descubrieses la honfura de la misa, demostrando así que  verdaderamente no vive su Adoración Nocturna desde la fe despierta y el amor encendido, sino desde la rutina.

Además de la mis Dominical, un Adorador Nocturno debe participar durante la semana en alguna eucaristía, porque necesita de este alimento para su vida cristiana. No hacerlo así, demostraría que su vida no vive de Cristo Eucaristía y que cumple con lo imprescindible y obligartorio. Debe frecuentar y hacer que otros tambièn la frecuenten.

2.- LA EUCARISTIA COMO COMUNIÓN.

 "Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida"

Para vivir la vida en Cristo, necesitamos comer su cuerpo. Por eso, un Adorador Nocturno, para cercer en su fe y amor a Cristo y a los hermano, necesita alimenatarse con frecuencia del pan de la Eucaristía, siempre desde la verdad sentdia y nunca desde la obligación o rutina.

Un Adorador Nocturno debe ser ejemplar en la forma litúrgica de recibir al Señor, en el recogiimiento interior y exterior, en la acción de gracias, en el tiempo que dedica a este encuentro con el Señor. Sobre todo, sele debe notar que comulga verdaderamente con Cristo, creciendo en su imitación, en su entrega en el amor y comprensión con los demás, en el perdon, en la mansedumbre...

3.- LA EUCARISTÍA COMO PRESENCIA.

La presencia de Cristo en el Sagrario o en la Hostia Consagrada expuesta en la Custodia es la prolongación del SAcrificio y de la Comunión Eucarística. La Eucaristía como Presencia es el centro de la mirada contemplativa del Adorador Nocturno y el sentido y la finalidad de la Adoración Nocturna.

El Adorador Nocturno debe promoever y potenciar en su parroquia todo lo referente a la Adoración de Cristo presente en el pan consagrado. Si hay alguna institución, como los jueves eucarísticos, la 4o horas, los primeros viernes...debe ser el mas entusiasta participante y apòstol animador. Tener mucho entusiasmo por la Adoracióo Nocturna y poca o nada por los movimientos eucarísticos de su parroquia, indicaría que tiene poco entusiasmo porque Cristo se conocido y adorado o que Cristo no es motor de su devoción.

La visita al Santìsimo debe ser un objetivo de su acción apostólica. Debe ser apóstol de la presencia eucarística invitando y animando de palabra y obra, con pequeños y mayores,  a esta practica tan santidicadora de la piedad cristiana. Por este mismo motivo debe cuidad mucho todo lo referente al Sagrario: limpieza, flores.... desde un amor personal y sincero a Cristo Eucarístia.

Todo esto indicaría que hay vida verdadera eucarística y coherencia real en su Adoración Nocturna.

   TERCERA MEDITACION: LA EUCARISTIA COMO COMUNION

(Esta materia la dí como añadido y complemento cuando traté del Adorador Nocturno y la comunión en ocho minutos. Se puede convertir en meditaciòn si añado lo que tengo sobre el tema en mi cuaderno. Aquí copio el Catecismo Catolico)

LOS FRUTOS DE LA COMUNION:

1.- LA COMUNION ACRECIENTA NUESTRA UNIÓN CON CRISTO. Recibir

la Eucararistía en la comunión da como fruto principal la unión ínrima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él". (Jn 6,56)La vida en Cristo encuentre su fundamento en el banquete eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive y yo vivo por el Padre, también elque coma vivirá por mí." (Jn 6,57)

Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión los realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunioon con la Carne de Cristo resucitado,"vivificada por el Espíritu SAnto y vivificante" (PO5) conserva, acrecienta y revueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarístic, pan de nuestr peregrianción, hasta el momento de la muerte, cuando nos dea dada como viático.

2.- LA COMUNION NOS SEPARA DEL PECADO. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es "entragao por nosotros" y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el perdón de los pecados" Por eso la Eucaristía  no pued unirnos a CRisto sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados.

"Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor" (1Cor 11,26) Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos tambièn el perdón de los pecados. Si cada vez que su SAnge es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdona los pecados. Yo que perco siempre,debo tener siempre un remedio.(D. Ambrosio, sacr. 4,28)

Como el alimento corporal sirve para restaurar la   pèrdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la cariad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta cariad vivificada borra los pecados veniales(Trento:DS. 1638) Dandose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en El:"Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en neustro sacrificio, pedimos que venga el Espi´ritu Santo y nos comunique el amor: suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros corazones...., y llenos de caridad, muramos al pecado y vivamos para Dios." (S Fulgencia de Rupe, Fab.28,16-19)

3-.PRESERVA DE PECADOS MORTALES.Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdòn de los pecado mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconcilicación. Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que estàn en plena comuniòn con la Iglesia.

4.- LA UNIDAD DEL CUERPO MISTICO: LA EUCARISTIA HACE LA IGLESIA. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrecamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La Comunión renueva, fortifica, profudiza esta incorporación a la igelsia realizada ya por el Bautismo. Por el bautismos fuimos llamados a formar un solo cuerpo en Cristo. La Comunión perfecciona y completa esa llamada: "El cáliz de bendiciòn que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristof? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan". (1Cor.10, 16-7)

"Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "amén" (es decir, "si" "es verdad") a los que recibís, con lo que respndiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respndes "amen". Por la tanto, sé tuú verdadero miembro de Cristo para que tu "amen" sea también verdadero " (S. Agustín, serm.272)

5.- LA EUCARISTIA ENTRAÑA UN COMPROMIS EN FAVOR DE LOS POBRES. Para recibir en la verdad el Cuerpo y la SAngre ce Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobre, sus hermanos. (Cf.Mt.25,40)"Has gustado la sangre del SEñor y no reconoñces a tu hermano. Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de particicpar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún asín no te has hecho más misericordioso. (S. Juan Criso´stomo, hom. in 1Cor,27,4).

6.-LA EUCARISTIA, PRENDA DE LA GLORIA FUTURA

En una antigua oración de la Iglesia, que todos vosotros sabéis, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía: "¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura...") Si la Eucarístía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados "de gracia y bendición", la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial, pues que recbimos al que los ángeles y los santos contemplan resplandeciente en el banquete del reino.

La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía "mientras esperamos  la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo." que rezamos en la misa, pidiendo además "entrar en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestro ojos porque, al contemplarte como Tu eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a tí y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro" (Plegaria 3ª, memento difuntos)

De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en los que habitará la junsticia, no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio "se realiza la obra de nuestras redención(PLegaria 3) y " partimos un mismo pan que remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre." (S.Ignacio de Antiquia, Eph.20,2)

PARA LA PUESTA EN COMUN: REFLEXION EN GRUPO

(Se pueden tomar preguntas del resumen final sobre el tema que trae el Catecismo. Yo puse estas.)

1.- La eucaristia fué vital para los primeros cristianos: la conocían,la amaban y la necesitaban. ¿Podemos decir ahora lo mismo de los cristianos actuales?

2.- De todos los nombres posibles para designar a la santa misa como sacrificio, teologicamente ¿cuál os gusta más?

3.- ¿Qué parte son las más importantes de la misa? Enumera en orden de importancia:

4.- ¿Por qué no se puede ser un cristiano -como Cristo quiere-

sin domingo?

5.- ¿Qué iniciativas podíamos tomar en nuestras parroquias como Adoradores?

CUARTA MEDITACION: LA EUCARISTIA COMO PRESENCIA.

Tuvimos la santa misa sin homilia pero con peticiones espontáneas, a seguidas la Exposición, cantamos "véante mis ojos." diez minutos de silencio y a seguidas la charla que tengo al final de cuaderno sobre la presencia eucarística, desde el último banco para que me oyeran todos. Otros cinco o diez minutos de oraciòn y el tantum ergo solemne, pidiendo finalmente al Señor que nos bendijera, dijera cosa bellas al Padre de nosotros. Rezamos la Salve por ser sábado.

LA EUCARISTÍA, MEMORIAL DE LA PASCUA DE CRISTO

(Texto para la publicación, año jubilar 2000)

Jesucristo es Dios hecho hombre, es la Revelación del Misterio de Dios en carne como la nuestra, es la realización del proyecto del Dios Trino en el Hijo, nacido de mujer por obra del Espíritu Santo.

La Eucaristía, que es una encarnación continuada, es el resumen de todo este misterio de Dios revelado en Jesucristo, es el compendio sacramental de todo el misterio de Cristo y de la Historia de la Salvación. "En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: << Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía y a su vez, la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar. >> (S. Ireneo, Adv. haer.4,18,5)" (1)

Todo lo que Cristo dijo e hizo, todo su misterio de Salvación, se contiene en la Eucaristía. Cuando el sacerdote consagra el pan y el vino en la misa,

los deposita sobre el altar y reconoce la grandeza del misterio, lo adora e invita a la asamblea a que haga lo mismo, diciendo: "ESTE ES EL MISTERIO DE NUESTRA FE." (2)

Dentro de la historia visible y documental del mundo se desarrolla otra historia, la Historia de la Salvaciòn, cuyo hilo conductor no son las guerras y las paces o la invenciones de los hombres, sino las intervenciones de Dios: "mirabilia Dei."

La Eucaristía es la invención más inaudita y original de Dios en favor de los hombres, porque no ocupa un lugar en esta historia sino toda la historia de la Salvación, todo el misterio de Cristo, toda la fe católica.

"La riqueza inagotable de este sacramento se expresa mediante los distintos nombres que se le da. Cada uno de estos nombres evoca alguno de sus aspectos. Se le llama: Eucaristía, porque es acción de gracias a Dios... Banquete del Señor, porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión... Fracción del pan....Asamblea eucarística... Memorial de la pasión y de la resurrección de Cristo, Santo Sacrificio... Santa y divina liturgia...Comunión... Santa Misa...." (3)

Siguiendo las indicaciones del Papa Juan Pablo II para este año jubilar 2000, glorificación de la Trinidad por el Hijo hecho pan de Eucaristía, el claustro de profesores de nuestro seminario decidió que la exposición teológica de este año en la fiesta de Santo Tomás versara sobre el Misterio Eucarístico. Y el tema elegido ha sido LA EUCARISTIA, MEMORIAL DE LA PASCUA DE CRISTO.

"Siendo Cristo el único camino al Padre.... el dos mil será un año intensamente eucarístico: en el sacramento de la Eucaristía el Salvador, encarnado en el seno de María hace veinte siglos, continúa ofreciéndose a la humanidad como fuente de vida

divina." (4)

Todo el arco de la Salvación mira a la Pascua de Cristo de tres modos diversos: en el Antiguo Testamento como figura y profecía; en el Nuevo Testamento como institución y realización plena y en la hora actual de la Iglesia como memorial-sacramental que actualiza todo el misterio pascual de Cristo.(5)

La epíclesis de la misa nos sigue recordando cada día que "lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede surgir ahora de la memoria de la Iglesia."(6)

El misterio pascual nace en el corazón del Padre, que envía a su Hijo hecho obediente hasta la muerte y es resucitado por el Espíritu para nuestra justificación: la Eucaristía es obra de toda la Trinidad.La Eucaristía, instituida por Jesús en la última cena y dejada como memorial a su Iglesia, es una realidad tan densa que supera todas las ideas e imágenes del amor extremo de Dios al hombre, expresadas hasta la misma venida de Cristo. Sin embargo, en el Antiguo Testamento encontramos figuras y hechos, que la hacen más comprensible y que sirven de anticipo y marco al misterio eucarístico instituido por Cristo.

MAX THURIAN nos dirá, "que la Eucaristía sólo puede comprenderse en su significado profundo, si se la explica por la tradición litúrgica del Antiguo Testamento. Si se interprestase la comida eucarística, como un acto nuevo y totalmente independiente, no llegaríamos a sus raices más profundas." (7)

"Esto se comprueba cuando uno se adentra en el mundo espiritual propio del Nuevo Testamento. Pues en el encuentro con el Cristo de los evangelios se forma un poderosa realidad vital que está estrechamente ligada al pasado veterotestamentario y, a la vez, apunta al futuro. La irrupciòn del reinado de Dios en esta tierra abarca indisolublemente los dos mundos tan distintos  externamente como son el del Viejo y el del Nuevo Testamento." (8)

Por eso, toda la tradición apostólica, patrística y eclesial ha relacionado siempre la Eucaristía con figuras e instituciones del Antiguo Testamento: Pascua, Alianza, Memorial.... y esta es la razón por la que comenzamos nuestra exposición con el estudio breve de estas tres realidades veterotestamentrias que le dan pié y fundamento, aunque superadas lógicamente por la realidad misma de la Eucaristía. (9)

"En la última cena de Jesús, la nueva pascua, la eucaristía se insertaba en el marco de la pascua antigua...Pero en virtud de su contenido desborda este marco..." (10)

Nosotros queremos desarrollar el tema propuesto: LA EUCARISTIA, MEMORIAL DE LA PASCUA DE CRISTO, desde una teología eminentemente bíblica y espiritual. Lo hago convencido de la importancia que la espiritualidad tiene para la comprensión de la verdad teológicamente estudiada,no solo para su vivencia. (11)

PRIMERA PARTE

I.- ANTIGUO TESTAMENTO: PASCUA HEBREA

A) LA PASCUA HEBREA COMO ACONTECIMIENTO HISTORICO:

1) EL SACRIFICIO Y LA CENA DEL CORDERO PASCUAL

La pascua hebrea, como acontecimiento histórico, comprende la noche de la cena del cordero y la salida de la esclavitud de Egipto, el paso por el Mar Rojo, la travesía del desierto, la Alianza en la falda del Monte Sinaí, el banquete sacrificial....

La pascua judia, iniciada con la cena del cordero pascual y continuada con hechos extraordinarios como el maná, el agua viva brotada de la roca... es la institución veterotestamentaria que arroja más sentido y comprensión sobre el contenido, las palabras y los gestos de Cristo en la última cena.

Si queremos explicar la Eucaristía con la Biblia, hemos de comenzar por la comprensión de la pascua hebrea en la cual encuentra su raiz, contexto y profecía.(12) Diversos pasajes del Exodo, en el capìtulo 12, sobre todo, y del Deuteronomio, en el capìtulo 16, nos dan a conocer elementos bien concretos del rito pascual que anticipan la cena del Señor.

La pascua es el banquete anual que el pueblo judio celebra en conmemoración de la liberación de Egipto y de los hechos que la acompañaron. Es el comienzo del éxodo, de la salida de la esclavitud, el comienzo singularísimo de la historia de Israel, en el que Yahvé interviene en favor de su pueblo cumpliendo las promesas de Abrahám, para establecer con ellos una alianza que sellará su existencia como pueblo elegido. (13)

"Yahvé dijo a Moisés y Aròn en tierra de Egipto: <<Este mes será para vosotros el comienzo del año, el mes primero del año. Hablad a toda la asamblea de Israel y decidles: El día diez de este mes tome cada uno según las casas paternas una res menor por cada casa. Si la casa fuere menor de lo necesario para comer la res, tome a su vecino, al de la casa cercana, segun el número de personas, computándolo para la res según lo que cada cual puede comer. La res será sin defecto, macho, primal, cordero o cabrito. La reservarás hasta el día catorce de este mes y toda la asamblea de Israel lo inmolará entre dos luces. Tomarán de su sangre y untarán los postes y el dintel de la casa donde se coma. Comerán la carne esa misma noche, la comerán asada al fuego, con panes ácimos y lechugas silvestres. No comerán nada de él crudo, ni cocido al agua; todo asado al fuego, cabeza, patas y entrañas. No dejaréis nada para el día siguiente; si algo quedare, lo quemaréis. Habéis de comerlo así: ceñidos los lomos, calzados los pies y el báculo en la mano y comiendo de prisa, es la Pascua de Yahvé. Esa noche pasaré yo por la tierra de Egipto y mataré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los animales, y castigaré a todos los dioses de Egipto. Yo,Yahvé. La sangre servirá de señal en las casas donde estéis; yo veré la sangre y pasaré de largo, y no habrá para vosotros plaga mortal cuando yo hiera la tierra de Egipto. Este día será para vosotros memorable y lo celebraréis solemnemente en honor de Yahvé de generación en generación: será una fiesta a perpetuidad." (Ex.12,1-14) (14)

"Es Pascua de Yahvé(v 11). La palabra pesah, (en los v.11,21,27,43,48) pasando por el arameo, ha llegado a ser en griego y en latínpascha, del verbo pesah.... Podemos traducir saltar o pasar como se traduce ordinariamente este verbo: "pasar por "pasar por encima de"... Por tanto, "este paso por encima"

que exime y exceptúa a las viviendas de los Israelitas, tiene sentido de salvación. La explicación se dará más completamente en los versículos siguientes..." (15)

Los Padres de la Iglesia se preguntaban qué sangre tan preciosa veía el Padre Dios en los dinteles de las puertas de los judios para mandar a su ángel no castigarlos. Y respondían: Veía la sangre de Cristo, veía la Eucaristía. (Así Melitón de Sardes,Homilia de Pascua, siglo II)

En uno de los primeros textos pascuales de la Iglesia leemos estas palabras: "¡Oh misterio nuevo e inexpresable! La inmolación del cordero se convierte en salvación de Israel, la muerte del cordero en vida del pueblo y la sangre atemorizó al ángel. Respóndeme, oh ángel, qué fué lo que te llenó de temor? está claro: tú has visto el misterio del Señor cumpliéndose en el cordero, la vida del Señor en la inmolación del cordero, la figura del Señor en la muerte del cordero y por esto no has castigado a Israel." (Melitón de Sardes, sobre la Pascua, 31.;Sch 123,p.76) Y el Pseudo Hipólito exclama: "Cuál será la fuerza de la realidad cuando la simple figura de ella era causa de salvación? (Ps. Hipólito, sobre la Pascua,3; Sch.27, p.121)Para los padres y para la iglesia está claro que desde la noche del éxodo Dios contemplaba ya la Eucaristía y pensaba en darnos el verdadero Cordero Salvador: "Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros y no habrá plaga exterminadora..."(Ex.12,13)

Todo esto lo cree y lo reza la liturgia de la Iglesia en uno de sus prefacios pascuales, con mayor expresividad en su versión latina: "...pascha nostrum inmolatus est Christus: qui oblatione sui corporis, antiqua sacrificia in crucis veritate perfecit, et seipsum pro nostra salute commendans, idem sacerdos, altare y agnus exhibuit...." En castellano: "Cristo, nuestra pascua,(cordero pascual) ha sido inmolado. Porque él, con la inmolación de su cuerpo en la cruz, dió pleno cumplimiento a lo que anunciaban los sacrificios de la antigua alianza y, ofreciéndose a sí mismo, quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar."

El exódo, pues, no es sólo el momento de partida, después de la cena del cordero, en aquella noche llena de acontecimientos, que dan fin a la esclavitud en Egipto, abarca también otros muchos hechos extraordinarios, mencionados anteriormente, que nos ayudan a comprender mejor el contenido del misterio eucarístico. Y si la eucaristía contiene todo el misterio de Cristo, el éxodo pascual es el evangelio del AT. y la buena noticia de un Dios que ha salvado a su pueblo y lo seguirá salvando en el futuro.(16)

Así viene proclamado al comienzo del decálogo: "Yo soy Yahvé, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de aquel lugar de esclavitud" (Ex. 20,2). Esto quedará por todos los siglos como el artículo fundamental del credo histórico de Israel: "Mi padre era un Arameo errante....Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros antepasados y el Señor escuchó nuestra voz y vió nuestra miseria, nuestra angustia y nuestra opresión. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte  y brazo poderoso en medio de gran temor, señales y prodigios; nos condujo a este lugar y nos dió esta tierra, que mana leche y miel." (Deut. 26,5-10)

Esta antiquísma fórmula, que acompañaba a la ofrenda sacrificial de las primicias, equivale a una profesión de fe(17) y va ligada en el relato a la celebración de un sacrificio banquete: "Este será un memorial entre vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé de generación en generación". Este ritual está descrito dos veces en el libro del Exodo: en Ex. 12,1-14 como orden dada por Dios a Moisés y en 12,21-27 como orden transmitida por Moisés al pueblo. Tanto el uno como el otro contienen elementos que se refieren solo a aquella noche y otros que miran a la celebraciones futuras. La celebración de la pascua tenía lugar el día 15 del primer mes,(mes de Abib, llamado Nisán después del exilio) comenzando con la tarde del día 14. Es el inicio de la primavera y la noche de la tarde del 14 era precisamente plenilunio.  

"Cuando os pregunten vuestros hijos: "¿qué significa para vosotros este rito?, responderéis: <<Este es el sacrificio de la pascua de Yahvé, que pasó de largo por las casas de los israelitas cuando hirió a los egipcios y salvó vuestras casas>>"(Ex.12,26-27). Y, celebrándolo así, es como este rito se convierte en memorial de la Pascua Judia, esto es, de la liberación de Egipto, del paso del mar Rojo, de la alianza con su pueblo. (18)

2) ALIANZA POR LA SANGRE

Como el éxodo ha sido el acontecimiento determinante de la historia de Salvación de Israel en el AT., así la Alianza va a ser la institución fundamental que regule las relaciones entre Dios y su pueblo y el punto de referencia esencial para juzgar el comportamiento de la comunidad, tanto de sus jefes como de cada uno de los componentes del pueblo de Dios.

El mismo término de alianza, su contenido y obligaciones tienen como base pactos y compromisos sociales nacidos  entre los pueblos y clanes familiares. (19)

Sobre la base de la solidaridad de la sangre, fortísima entre los pueblos nòmadas, se establecieron pactos entre individuos y clanes familiares de diversa sangre, a fin de hacer uniones que tuvieran el mismo valor y fuerza que ésta, por lo que se hacían como "consanguíneos". Un rito consistente en un cambio de sangre simbolizaba y sancionaba el ingreso de un individuo o de un grupo familiar en el otro grupo como si tuvieran un mismo origen, con la consiguiente participación en los mismos derechos y obligaciones familiares. Bajo este aspecto, la Alianza de Israel con Yahvé, simbolizada por la sangre derramada mitad sobre el altar, que representa a Dios, mitad sobre el pueblo, indicaba la participación de Israel en los bienes de Dios y, en un cierto sentido, la asunción por parte Dios de los intereses de Israel.

Otras veces este rito consistía en un convite sacrificial, por el que se significaba la participación para siempre en los mismos bienes y derechos de los contrayentes.

La alianza contraida por Dios con su pueblo en el desierto emplea la sangre con este significado vital que tenía entre los hebreos y viene a significar la comunión de vida que de ahora en adelante existirá entre Dios e Israel. Dice Yahvé a Moisés: "Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traido a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa"(Ex. 19,3-6).

El rito de la conclusión de la alianza tiene lugar en el monte llamado Sinaí en los pasajes atribuidos al Yahvista(Ex. 19, 11b-18) y Horeb en los atribuidos al Elohista(Ex.33,6)

"Moisés vino y comunicó al pueblo todo lo que le había dicho Yahvé y todas sus leyes. Y todo el pueblo respondíó a una: Cumpliremos todo lo que ha dicho Yahvé. Entonces escribió Moisés todas las  palabras de Yahvé y levantándose muy de mañana, alzó al pié del monte un altar y doce estelas por las doce tribus de Israel. Luego mandó a algunos jóvenes de los israelitas que ofreciesen holocaustos e inmolaran novillos como sacrificio de comunión para Hahvé. Moisés tomó la mitad del sangre y la puso en una vasija y la otra mitad la derramó sobre el altar. Tomó a continuación el código de la alianza y lo leyó en presencia del pueblo, el cual dijo: Obedeceremos y cumpliremos todo lo que ha dicho Yahvé. Entonces Moisés tomó la sangre y roció al pueblo, diciendo: Esta es la sangre de la alianza, que el Señor ha hecho  con vosotros, según las palabras ya dichas."(Ex.24,3-9)

La sangre derramada después del juramento tanto sobre el altar como sobre el mismo pueblo significa una nueva unión más fuerte que se dará de ahora en adelante entre Dios e Israel y de Israel con su Dios. Y así interpreta Moisés este gesto simbólico al decir: "Esta es la sangre de la Alianza..." La Alianza de Dios con su pueblo implica una comunidad de vida,una verdadera y eficaz armonía de voluntad entre los dos contrayentes, que en razón de la Alianza tendrán los mismos fines y objetivos. Israel aceptará la voluntad de Dios expresada en sus "palabras" y de este modo entrará en los planes de Dios.(20)  Todo lo dicho aquí es muy importante para nuestra exposición, porque Jesús mismo, en la institución de la eucaristía, cita la fórmula ritual de Moisés y la incorpora para siempre a las palabras de la consagración: "Esta es mi sangre, la sangre de la alianza..." (Mt.26,28) Mediante esta nueva alianza, Dios quiere conducir a su nuevo pueblo a una vida de comunión con El, y los hombres son invitados a entrar en este designio de Dios, conformándose en todo a su voluntad. (21)

La alianza sinaítica fué una etapa maravillosa de la historia de la salvación del pueblo de Dios; pero era sólo eso, una etapa, ya que la alianza de Dios había de extenderse a todos los pueblos. En los planes de Dios toda la humanidad había de formar parte de su Alianza definitiva por medio de la sangre de Cristo. Po eso, cuando esta alianza sinaítica se rompe por la infidelidad del pueblo de Israel, Dios, por los profetas, promete una nueva y definitiva:

"He aquí que vienen días(oráculo de Yahvé) en que yo pactaré con la casa de Israel y la casa de Judá, no como la alianza que hice con sus padres cuando, tomándolos de la mano, los saqué de la tierra de Egipto, pues ellos quebrantaron mi alianza y yo los rechacé-oráculo de Yahvé-. Porque ésta será la alianza que yo haré con la casa de Israel después de aquellos días, oráculo de Yahvé: Yo pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi pueblos..... Yo perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados" (Jr.31,31-34).

Todos estos hechos y profecias son implicitamente evocados por Jesús en la última cena, al mencionar su sangre, como sangre de la nueva alianza: "Bebed todos de él, porque ésta es la sangre de la alianza, que se derrama por muchos para el perdón de los pecados..." (Mt.26,27).

B) LA PASCUA HEBREA COMO MEMORIAL: CELEBRACION RITUAL

Memorial es un concepto bíblico fundamental en toda la vida de Israel y en particular en la celebración ritual de la Pascua.

Asociado a un rito permanente que tiene como objeto recordar las hazañas que Dios hizo en el pasado y que se vuelven a poner ante los ojos de Yahvé, para que recordándolas, Dios renueve la salvación y la liberación concedidas a Israel. (22)

"Este día será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta del Señor, institución perpetua para todas las generaciones" (Ex.12,14). "Dijo, pues, Moisés al pueblo. <<Acordáos de este día en que salísteis de Egipto, de la casa de la servidumbre...>>" (Ex.13,3-10). En la celebración de la cena pascual, los padres tenían la obligación de dar una catequesis a los hijos más pequeños sobre el significado de aquella cena, que estaban celebrando y de sus ritos:

"Cuando hayáis entrado en la tierra que el Señor os va a dar, como ha prometido, observaréis este rito. Y cuando vuestros hijos os pregunten: <<¿qué significa este rito?>>, responderéis: Es el sacrificio de la pascua en honor del Señor, que pasó de largo ante las casas de los israelitas de Egipto, cuando castigó a los egipcios y perdonó a nuestras familias." (Ex.12,25-27)

El rito pascual celebrado de esta forma se convierte en una institución permanente, unido indisolublemente al hecho de la liberación de Egipto y es un memorial de toda la realidad del éxodo. El memorial pascual no era mera evocación y recuerdo subjetivo del pasado. Al hacer presente el rito, se quería recordar a Dios las maravillas realizadas antiguamente, para que las siguiera realizando en el presente, en favor de su pueblo. También servía para recordar al pueblo los compromisos contraidos con Dios por la Alianza, que ahora tenía que hacer actuales.

En el lenguaje bíblico, los términos "acordarse" y "memoria" tienen un sentido más pleno que un simple recuerdo memorístico de un hecho pasado. Se podía referir tanto a Dios como al hombre. Que "Dios se acuerde de alguien" quiere decir que Dios obre en favor de él. Así en el Génesis 8,1:"Dios se acordó de Noé y de todos los animales que estaban en el arca," expresa que Dios hizo cesar el diluvio teniendo en cuenta la promesa hecha a Noé. "Acuerdate de mí", que tantas veces aparece en los salmos, indica que Dios tenga presente al hombre y lo salve de los peligros y dificultades. Cuando se refiere a hechos gloriosos y pasados entre Dios y el hombre quiere decir que Dios renueve  o haga activa la promesa o la realidad. En el cántico de Zacarías, que anuncia el comienzo de la era mesiánica, se pide a Dios que se acuerde de las promesas hechas en la Alianza. (23)

Desde la Biblia, este sentido pasó a la liturgia y en el rito de la Pascua, la memoria o el recuerdo del nombre de Yahvé era inseparable de la misma, porque Dios había iniciado su intervención en favor de Israel revelando a Moisés su nombre "Yahvé" (Ex.3,14-15), que sería para siempre un memorial, esto es, el medio para invocar todos sus beneficios: "Este es mi nombre para siempre, así me recordarán de generación en generación." (Ex.3,15)

Por tanto, el rito memorial, por excelencia, del pueblo judio era el rito pascual. Esta memoria pascual, repetida periódicamente, de una parte, provoca el agradecimiento del pueblo a Dios por la salvación recibida, y por otra, en cuanto institución divina, obliga a Dios a "acordarse", esto es, a revivir y renovar los prodigios hechos en favor de su pueblo, según las palabras del salmo 111,4-5: "Ha hecho maravillas memorables, el Señor es compasivo y misericordioso: Da alimento a los que le honran, acordándose siempre de su alianza."

La comprensión bíblica de la pascua como memorial es el sustrato que está en la base conceptual e institucional de las palabras de Jesús: "Haced esto en memoria mía" (Lc.22,19; 1Cor.11,24-25), que San Pablo comenta en concreto: "Así, pues, siempre que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que él venga" (1Cor.11,26). La Eucaristía será para los creyentes en los siglos venideros el "memorial" de la obra redentora de Cristo.

De esta forma, la categoria bíblica de "memorial", fundiéndose con la categoria, también bíblica, del signo profético, del que  hablaremos enseguida, ayudan a comprender mejor la realidad de la Eucaristía, como memorial de la Pascua de Cristo.

Quiero terminar este apartado añadiendo que la pascua judia no solo era memorial de una liberación pasada que Dios hace presente sino que después del exilio miraba cada vez más al futuro. Ello era debido a que los profetas contemplaban la venida de un  nuevo Moísés. Habrá un nuevo éxodo, una nueva pascua. La potencia salvadora despleganda por Dios en el pasado es garantìa de la esperanza mesiànica en el futuro.

SEGUNDA PARTE

I.- NUEVO TESTAMENTO: JESUCRISTO, NUEVA PASCUA, NUEVA ALIANZA

A) EL CONTEXTO DE LA PASCUA CRISTIANA

Entramos ya en el Nuevo Testamento. La Eucaristía es una maravilla que podría parecer increible si no estuviera garantizada por la transmisiòn fiel de los evangelios y de Pablo. Aquí están las bases de toda la comprensión del misterio eucarístico. Y lo primero será comprobar ciertamente que Cristo instituyó la Eucaristía en un contexto pascual, es más, la mayoria de los autores avalan que lo hizo en el marco de la cena pascual judía.(24)

Ateniéndonos a los sinópticos, Jesús celebró la última cena "el primer día de los Azimos", la noche del 14 al 15 de Nisán, al ocaso del sol; por consiguiente, fué una cena pascual judía y todos los acontecimientos de la pasión tuvieron lugar del 14 al 15. Sin embargo, según el evangelio de Juan(Jn.13,1.29; 18,28) Jesús muere el día 14, pues ese día los corderos eran inmolados en el templo y, puesto el sol, se comía la cena pascual. Según S. Juan, Jesús adelantó la cena veinticuatro horas y los acontecimientos de la pasión tuvieron lugar del 13 al 14. Lógicamente se han dado intentos de armonización entre los sinópticos y Juan, pero no podemos detenernos mucho tiempo en este aspecto. En lo que no hay duda ni discusión alguna es que la última cena se celebró en un marco y contexto pascuales. Es más, para los sinópticos es totalmente cierto que la última cena fue la cena pascual judia y que en ella Cristo instituyó la Eucaristia. "El primer día de los Azimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?(Mc.14,12). Los días de los panes sin levadura eran siete y el primero empezaba la tarde del día 14. En aquella tarde, entre la hora 15 y la puesta del sol, debía de sacrificarse el cordero en el templo (Mt.26,17).

Las expresiones de Jesús- "preparar la pascua" "comer la pascua"- lo confirman: "¿Dóde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?" (Mc.14,14). Mateo subraya que las directrices del Maestro se siguieron fielmente: "Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua"( Mt.26,19). No sólo el término usado- "pascua"- indica indudablemente la cena pascual, sino el cuidado particular, con que Jesús da las instrucciones, confirma la naturaleza pascual de la comida, corroborada por el mismo testimonio de Jesús: " Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros antes de padecer..."(Lc.22,15). (25)

Hay además una convergencia de detalles en la misma celebración de la cena que avalan esta afirmación explícita de los evangelios. JOAQUÍN JEREMÍAS lo demuestra con una incomparable finura de análisis y con una irrefutable abundancia de pruebas, que solo un especialista puede elaborar gracias a su meticulosa precisión, a veces demasiado sutil, y a su extraordinario conocimiento de fuentes rabínicas. He aquí un resumen:(26)

-- Se menciona que la última cena tuvo lugar en Jerusalén y sabemos que la fiesta de pascua desde el año 621 a. C. había dejado de ser una fiesta doméstica para convertirse en una fiesta de peregrinación a Jerusalén.

-- Se utiliza un local prestado(Mc.14,13-15), según la costumbre judía de ceder gratuitamente a los peregrinos ciertos locales.

-- Jesús come en esta ocasión con los Doce; la celebración de la pascua exigía la presencia, al menos, de diez personas.

-- Tiene lugar al atardecer y recostados sobre la mesa, como se hacía en aquel tiempo, y no sentados.

-- El hecho de que Jesús parta el pan durante la cena("mientras comían"Mc.14,18-22) es significativo, pues en una comida ordinaria se partía al principio.

-- El vino rojo era el propio de la cena pascual.

-- El himno que se canta(Mc.14,26;Mt.26,30) era el himno Hallel,que se recitaba en la cena pascual.

-- Jesús anuncia durante la cena su pasión inminente y sabemos que la explicación de los elementos especiales de la comida era parte integrante del rito pascual.

-- Al añadir el tema del memorial: "Haced esto en memoria mía," especifica que la cena se celebraba en el ambiente pascual, y el Maestro se ha servido de él para instituir el nuevo rito como memorial de su sacrificio.

No hay que maravillarse, por tanto, de que ya en el siglo IV Efrén el Sirio, aludiendo a las notas de la cena pascual de

Cristo, entonara esta bienaventuranza: "Dichosa eres tú, oh noche última, porque en tí se ha cumplido la noche de Egipto. El Señor nuestro en tí ha comido la pequeña pascua y se convierte él mismo en la gran Pascua.... He aquí la pascua que pasa y la Pascua que no pasa. He aquí la figura y he aquí su cumplimiento". (Himnos sobre  los ázimos, citado por U.NERI, o. c. p.90)

Para comprender mejor la institución de la Eucaristía como memorial de la Pascua de Cristo dentro de la pascua judia podríamos añadir el paralelismo entre los ritos de la pascua hebrea y los gestos de Jesús en esta noche:

-- El banquete se iniciaba con la bendición inicial: se llenaba el primer cáliz y ,sobre él, el padre de familia, o el más anciano del grupo, recitaba la bendición o alabanza a Dios por la fiesta y todos bebían.

-- Después de lavarse las manos, se traían las hierbas o lechugas amargas y se mezclaban en la salsa. Se comía una parte. Entonces se traía el cordero con el pan ázimo, pero no se comìa.

--Se llenaba la segunda copa de vino y se explicaba el simbolismo de los alimentos: el cordero recordaba la liberación de Egipto; los ázimos, la prisa de la salida; las hierbas amargas, la amargura de Egipto. Después se cantaba la primera parte de Hallel(Salmo 112-113,8). Entonces todos bebían.

-- Se lavaban de nuevo las manos y el padre de familia tomaba el pan y lo bendecía, lo partía y daba un trozo a cada uno de los presentes.

-- Después se comía el cordero con el pan ázimo y ya no se tomaba más alimento. Se lavaban de nuevo las manos.

-- Se llenaba luego la tercera copa, llamada de la bendición porque el padre recitaba la bendición sobre ella y se bebía.

-- Se llegaba así a la cuarta copa y se recitaba la segunda parte del Hallel(113,118). Se bebe esta copa y terminaba la cena pascual.Este rito pascual fué seguido por Jesús en la última cena, como luego veremos.

B) LOS TEXTOS DE LA INSTITUCION DE LA EUCARISTIA     

1.- El testimonio de Pablo en su primera carta a los Corintios es el más antiguo; la carta fue escrita en torno al año 56-57, siendo anterior a los evangelios. "Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban  a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros: Haced esto en memoria mía." (1Cor.11,23-25) 

El contenido de la acción de Jesús está perfectamente explicitado no solo por sus palabras sino también por sus gestos.(27) El Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, con un gesto profético anticipa el hecho de su muerte mediante el pan que se convierte en su cuerpo entregado por todos y

repartido entre los apóstoles. El cuerpo ofrecido y la sange derramada es la nueva alianza en su sangre, no en la del cordero.

El es el nuevo cordero y la nueva alianza. Este es el significado esencial de esta cena pascual para Pablo: "Cada vez que coméis  este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva." (1Cor. 11,26) El Señor vuelve en la resurrección, que inaugura los bienes escatológicos para todos.

"He recibido del Señor" significa para Pablo que no depende en el origen de esta verdad de sí mismo, de su conocimiento particular, sino que ha recibido una tradición que Jesús mismo originó y realizó con sus palabras y gestos en la última cena. El transmite aquella tradición a los Corintios con la plena conciencia de que el valor de la tradición estaba  garantizado no sólo por el recuerdo sino por la autoridad misma de Cristo, que había instituido la Eucaristía.

En la misma carta, Pablo vuelve a recurrir a la autoridad de la tradición en otra verdad fundamental de la fe cristiana: la muerte y resurrección del Señor: "Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras."(15.3-4) Para Pablo como para todo creyente, sin resurrección de Cristo no hay cristianismo."Vana es nuestra fe".(1Cor.15,17) Todo lo que Cristo dijo e hizo es verdad porque él ha resucitado y la resurrección de Cristo arroja luz de verdad sobre toda su persona- hechos y dichos- desde su nacimiento hasta su muerte. Es el Hijo de Dios encarnado. Pues bien, Pablo quiere quedar bien claro que estas dos verdades esenciales de la fe cristiana, las ha recibido de la tradición de la Iglesia y en ella se apoya. Este apoyo en la tradición sobre la eucaristía, lo pone directamente en el Señor: "Porque yo he recibido una  tradición, que procede  del Señor y que a mi vez os he transmitido..."(11,23); en cambio,en la resurrección, atestigua simplemente la tradición: "Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido..."(15,3)

Esta orden está también recogida en el Evangelio de Lucas para la consagración del pan (Lc.22,19), mientras que en Pablo se repite en la consagración del pan y del vino. Los Apóstoles comprendieron que la intención de Jesús abarcaba tanto al pan como al vino, con la invitación de comer su cuerpo y beber su sangre. En ambas consagraciones, Jesús sigue el rito del pan y del vino en la pascua judia, pero transformando radicalmente su significado y contenido, como sabemos por la comprensión de los apóstoles. La nueva pascua se hará en conmemoración de Cristo.

MEMORIAL

Al decir en el contexto de la pascua judia: "haced esto en conmemoración mía" tanto Jesús, que las pronuncia, como los apóstoles, que las escuchan, comprenden perfectamente el sentido y alcance del mandato. Jesús quiere hacer de la Eucaristía un memorial bíblico. El memorial es definido por su realidad objetiva, no meramente subjetiva. La pascua hebrea era esto, revivir la realidad del éxodo para reforzar la alianza. Con la Eucaristía, Jesús ha instaurado un nuevo memorial pascual de lo realizado por él en la Ultima Cena. El, con su soberanía divina sobre el tiempo y la eternidad, podía hacer presente lo que aconteció aquella noche en el pan y el vino.

"Debemos observar, por otra parte, que la invitación "Haced esto" no puede esconder la verdad más fundamental de la iniciativa y de la acción divina en la Eucaristía: a través de la mediación de Aquel que "hizo esto", es Cristo quien actúa; es él quien se ofrece y se da.... Haciendo presente este yo de Cristo a través del don de su cuerpo y de su sangre, la Eucaristía realiza su función de memorial. Este memorial es rico de un pasado que se consumó en el ofrecimiento heróico del "yo" sacrificado en beneficio de todos." (28)

2.- LOS TESTIMONIO EVANGELICOS

Además del testimonio de Pablo sobre la institución de la Eucaristía, tenemos los tres evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, fundamentalmente coincidentes en referir los gestos y palabras de Jesús, aunque ofrezcan algunas notas distintivas. En concreto, se pueden distinguir dos formas de narración,  que han sido afirmadas independientemente una de la otra: por una parte, la forma narrada por Marcos y seguida por Mateo; por otra, la forma narrada por Pablo y que ha influido sobre el relato de Lucas. La versión de Marcos y Mateo es más semítica, por eso parecen más cercana al origen, más literalmente fiel a las palabras pronunciadas por Jesús.

 Sin embargo, la versión de Pablo no está garantizada con menor solidez, en su fidelidad esencial a la tradición de la que proviene, que es la cultura y el lenguaje del ambiente griego. Esta versión trae un mandato de reiteración:"Haced esto en memoria de mí.."  para el pan y el vino, que ha podido ser referido sólo porque provenía de Jesús mismo. Este mandato no ha sido tomado en Marcos y Mateo, probablemente porque en su tradición se daba por descontado; la Eucaristía podía ser celebrada sólo reproduciendo lo que había hecho Cristo en la Ultima Cena. Queda el hecho de que sobre este punto la tradición relatada por Pablo es más completa, más integramente fiel al acontecimiento y a las palabras pronunciadas por Jesús. No se trata, por tanto de acoger una forma de narración de la institución como si fuera la única válida. Las cuatro narraciones nos ayudan a encontrar mejor el origen y contenido auténtico de la Eucaristía; cada una tiene su valor y ambas formas de tradiciones están influenciadas por el estilo breve y sucinto del uso litúrgico. Y precisamente a la liturgia debemos que las palabras institucionales de Cristo se hayan conservado fieles al núcleo fundamental. (29)

Veamos ahora las variantes principales que se dan entre ambas versiones: (30)

-- La versiòn de Marcos y de Mateo tienen una invitaciòn explícita a comer: "Tomad"(Mc), "Tomad y comed"(Mt.). La narración de Pablo y de Lucas no lo expresa explicitamente pero está inplícita al decir: "Esto es mi cuerpo", para comer.

-- Tanto Pablo como Lucas precisan que Jesús consagró el vino "Después de haber cenado", mientras que Marcos y Mateo sostienen que Jesús instituyó la Eucaristía "Mientras comían", sin precisar el momento.

--Lucas y Pablo, en la bendición referente al pan, usan la fórmula "habiendo dado gracias", en lugar de "habiendo bendecido", como dice la otra versión.

-- Marcos y Mateo traen la fórmula "esto es mi cuerpo"más exactamente, "esto, mi cuerpo", mientras Pablo añade:"que es dado por vosotros"; y Lucas, "que por vosotros es entregado."

-- En la consagración del cáliz es donde aparece la diferencia más notable entre ambas. Marcos y Mateo ponen como predicado la sangre: Esta es la sangre de la alianza, que es derramada por los muchos", mientras que Pablo y Lucas colocan como predicado la alianza y sólo indirectamente hablan de la sangre: "Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre." La primera es más parecida a la del Exodo. "Esta es la sangre de la alianza....."

-- Mientras que Pablo se limita a afirmar la presencia de la sangre, Mateo precisa "derramada por muchos", ofrecida en sacrificio.

-- En ambas versiones la sangre de Cristo es sangre de alianza. Jesús entendía que había llegado la hora de una nueva alianza. Las antiguas habían sido figuras de la definitiva. Habían sido eficaces en vistas a Cristo, de quien eran profecia.

-- La expresión "Para la remisión de los pecados" es exclusiva de Mateo, en la fórmula de la consagración del vino. Indica más claramente la finalidad de su sangre. Se trata de un sacrificio expiatorio para obtener el perdòn de los pecados. La Eucaristía es más fuerte que el pecado del mundo, porque renueva la victoria de Cristo sobre las fuerzas del mal.

-- Marcos y Mateo no traen las palabras "haced esto en memoria mía", que en Pablo y en Lucas vienen tras la consagración del pan y en Pablo también tras la consagración del vino. Estas palabras pertenecen al núcleo primitivo histórico, porque el memorial tenía una función decisiva en el contexto pascual y porque la ausencia de este elemento en Marcos no es prueba alguna contra su autenticidad histórica, ya que " una rúbrica no se recita, sino que se ejecuta."(31)

C) SIGNIFICADO DE LAS PALABRAS DE CRISTO

Veamos ahora el significado que Cristo dió a sus palabras y gestos institucionales, primero en sus elementos particulares y después en su significación general.

1.- SIGNIFICADO PARTICULAR.

"Habiendo bendecido, tomó el pan en sus manos y lo partió diciendo: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo", "por vosotros" añade Pablo; "entregado", Lucas. Si antes hemos mencionado los elementos esenciales y el rito de celebración de la pascua judía es para que ahora comprendamos mejor y en su sentido pleno los gestos y las palabras de la institución de la pascua de Cristo. Jesús toma en sus manos el pan y bendecía como hacía el padre de familia en la pascua judía. "Tomad y comed", porque Jesus quería expresar la unión íntima entre comunión y sacrificio, quería darse como comida pascual. "Esto" (touto) referido tanto al cuerpo como a la sangre indica que El no sólo hace la ofrenda sino que es realmente la persona ofrecida. "es" (touto estín)"esto es"; esta cópula no aparece en hebreo, puesto que en esta lengua el valor copulativo está implícito. "Mi cuerpo": el texto griego usa el término "soma". "Entregado" y "derramada" son participios que, según J. Jeremías, tanto en hebreo como en arameo, son intemporales, ya que su tiempo se determina por el contexto. En nuestro caso habría que traducir: es la sangre que  será derramada en la cruz. La preposiciones "Por", en griego "iper" o "peri", es una clara alusión al sentido expiatorio que Cristo da a su muerte, como en cualquier sacrificio expiatorio de Israel. "El cual se entregó("iper emon") "por nosotros" a fin de rescatarnos de toda esclavitud: Tit.2,14.

"Esta es la sangre de la alianza". Jesús utiliza aquí la copa tercera o copa de bendición y la pone en relación directa con su sangre, que derramará en la cruz. Se trata de la sangre que sellará la nueva y definitiva alianza en sustitución de aquella con que Moisés selló la antigua (Ex.24,8). Sobre los términos "esta", "derramada", remitimos a lo dicho a propósito del pan.

"Haced esto en memoria mía": con estas palabras Jesús expresa su clara intención de que los apóstoles y sus sucesores deben repetir este rito, este memorial eucarístico instituido por él. Estas palabras las pronunció ciertamente. Si no aparecen en Mateo y Marcos es debido al hecho mismo de estar repitiéndose continuamente lo establecido por Jesús, de estar realizándose lo que mandó Jesús.

Llegados a este momento estamos ya en condición de entender la Eucaristía como memorial de la Nueva Pascua y de la Nueva Alianza instituida por Jesucristo. Pero sin olvidar por ello que la distancia entre el memorial del AT. y del NT. es infinita, como afirma DURWELL (32). En la Eucaristía, Jesús sustituye el antiguo memorial por el memorial de la nueva pascua que realiza en su muerte y resurrección. Lo afirma claramente Pablo: "Porque cuantas veces comiéreis este pan y bebiéreis este cáliz, anunciais la muerte del Señor hasta que venga" (1Cor. 11,26).

SIGNO PROFETICO Y MEMORIAL

Para comprender el significado total de lo que Cristo instituyó en la última cena, no basta con la significación particularizada de las palabras institucionales. Hoy día se recurre frecuentemente al concepto de signo profético  como clave de comprensión de lo que Jesús hizo. Cristo anticipó proféticamente sobre el pan y el vino su sacrificio en la cruz. Es un aspecto añadido al memorial: de la misma manera que el memorial veterotestamentario hacía de algùn modo presente la acciòn salvadora de Dios en el pasado, así el Señor,que instauró la cena en el contexto pascual, anticipa el misterio de su muerte en la última cena.

JOSÉ ESPINEL hace tres años publicó un volumen, ampliación de otro anterior, sobre la Eucaristía como acción profética (33).

Resumiendo diríamos, que, para comprender lo que es un signo o acción profética, empezaríamos por explicar lo que es una parábola en acción. Es un gesto que fundamentalmente se dirige a la inteligencia para hacerle comprender lo que se anuncia y que se realizará en el futuro. Es, por ejemplo, el episodio de Saúl cuando hizo pedazos a dos bueyes y mandó estos trozos ensangrentados a todas las regiones de Israel por medio de mensajeros para decirles: "esto les sucederá a los bueyes de todo el que no siga a Saúl y Samuel"(1Sam. 11,7).

El signo profético, sin embargo, es mucho más porque no se mueve sólo en el nivel del conocimiento, sino en el nivel de la acciòn. Es un hecho o gesto que hace ya presente lo que dice, anticipa el acontecimiento y produce el juicio salvador o punitivo de Dios. Por ejemplo: cuando Jeremías pone un yugo sobre su cuello para significar que una nación extranjera se va a apoderar de Jerusalèn, los falsos profetas se lo quitan inmediatamente para que no se realice la invasión. Veìan en el gesto el comienzo de la tragedia.

Después de todo lo dicho, lo que Jesús hace en la última cena podría bien ser calificado de gesto profético. Todo lo que sucederá el día siguiente en su persona, con su cuerpo destrozado y su sangre derramada, es anticipado por él en aquella mesa. Las palabras que acompañan al gesto de Jesús no sólo hacen presente su muerte sino que explican su sentido salvífico en el plan de Dios. Esta muerte es la verdadera y definitiva pascua, el único y verdadero sacrificio de expiación, la nueva alianza.

Los apóstoles, conocedores del lenguaje de los profetas, no tuvieron dificultad en entender y comprender que lo que Jesús hacía aquella noche era un gesto profético, una palabra divinamente eficaz, que realizaba lo que decía. Comprendían que el acontecimiento redentor estaba ya presente en la acción de Jesús. El signo profético y el memorial son dos conceptos correlativos: uno actualiza anticipando y el otro recordando. Jesús, en la última cena, no quiere darnos una catequesis, una enseñanza teórica, sino que anticipa verdadera y realísticamente el misterio de su pasión y muerte. La Eucaristía, que celebra ahora la Iglesia, es el memorial, que, "recordando", hace presente el misterio realizado por Jesús en la cena.

Jesús, aquella noche, no se limita a pronunciar sobre el pan y el vino la bendición sino que los pone en estrecha relación con la suerte de su cuerpo y sangre en la cruz, dándole el mismo

sentido sacrificial que compete a su muerte. Cristo es, pues, la víctima pascual que sustituye al cordero inmolado en el templo. Es el nuevo Cordero en el que se realiza la nueva y definitiva pascua de liberación sobre el mundo. (34) Y esta interpretación es la de San Pablo en 1Cor. 10,6: "La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso la comunión en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es acaso comunión con el cuerpo de Cristo?

Por tanto, el Señor, en el marco de la pascua judia, da a los suyos su cuerpo y su sangre: cuerpo y sangre que se inmolarán en la cruz históricamente y hará a los suyos beneficiarios de los frutos de la salvación. En consecuencia, si esta comida sacrificial encierra la presencia de la víctima, podemos y debemos entender en sentido plenamente real las palabras de Cristo: "Esto es mi cuerpo, esto es mi sangre". Es la presencia de la víctima, requerida en esta comida sacrificial que nos hace partícipes del sacrificio de Cristo en la cruz, la que da al verbo ser toda su plenitud de sentido.

Resumiendo:Una vez examinados los pasajes del NT. sobre la Eucaristía, vemos en ella la condensanción de las profecías y figuras del Antiguo. Los temas de la Alianza antigua se concentran en ella: pascua, alianza en la sangre, banquete, memorial.... Todos ellos son sintentizados de forma admirable en el gesto más sencillo que se pueda imaginar: un poco de pan y de vino que Jesús pone, en el marco de la cena pascual,en conexión con su muerte en la cruz.

La eucaristía es, por tanto, la renovación del sacrificio de la cruz en el que se nos da a comer la víctima pascual en banquete de comunión. Es, asimismo, prolongación de la encarnación y prenda de resurrección en el Espíritu, pues comemos a Cristo resucitado que nos hace partìcipes de los bienes escatològicos: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesus!" La Escritura presenta la Eucaristía en toda su inabarcable riqueza; riqueza que la Tradición tendrá que ir desglosando poco a poco para poder comprenderla y asimilarla. Este misterio de la Pascua redentora de Cristo se hace presente en cada misa, en cada celebración litúrgica de la Eucaristía.

Pero ¿Cómo se hace presente? Esto es algo que el texto bíblico no precisa. Sólo afirma que allí está el cuerpo y la sangre de Cristo, Cristo mismo, inmolado y sacrificado. ¿Còmo se renueva ahora sobre el altar el sacrificio de Cristo? ¿Es renovación, representación, presencialización? Esta respuesta es ahora ocupación de la teología y la reflexión de la Iglesia y este empeño constituirá la última parte de nuestro trabajo. Para no alargarnos, no voy a enumerar aquí todas las explicaciones que se han dado a lo largo de los siglos; sólo voy a seguir la senda más recta que nos ha conducido hasta la que actualmente  considero màs concorde con la tradición  bíblica, patrística y eclesial.(35)

TEORIA SACRAMENTAL

Decíamos que el Señor está ahí inmolado  y sacrificado por nosotros, dándose en comida para todos. Pero queremos saber ¿Còmo está ahí presente, de qué forma podemos explicar esto?

En nuestros días, la teología ha ido abandonando poco a poco el método de recurrir a una noción general de sacrificio para aplicarla luego a la Eucaristía, demostrando de esta forma que es sacrificio. En los textos de teología de los años anteriores al Vaticano II se pueden ver un sinnumero de opiniones a este respecto, que ahora ya no se exponen por considerarlas superadas.

Conscientes de la unicidad del sacrificio de Cristo en la cruz y en la eucaristía, provistos del mejor conocimiento de la tradición de la Iglesia y de su celebración litúrgica, los teólogos de hoy recurren a la idea fundamental de que el único sacrificio de Cristo en la cruz se hace presente "in Sacramento", "in mysterio". Según esto, el sacrificio eucarístico se realiza y tiene lugar en el plano de la causalidad sacramental, la cual no se limita a significar el hecho o la acciòn de Cristo sino que  la hace presente en el hecho significado. La Eucaristía es el sacrificio de la cruz sacramentalmente presente en el hoy y en aquí de la Iglesia. Afirma ALEXANDER GERKEN: " En su existencia de resucitado, Cristo posee, en virtud de su obediencia, el poder sobre los tiempos, es decir, el poder de situar su inmolación en el presente de los que creen en él." (36) El sacrificio eucarístico no significa  o hace tan solo presente  la gracia salvadora de la cruz, sino que hace presente a Cristo sacrificado, fuente de la misma gracia.

El sacrificio histórico de Cristo, como tal hecho histórico, tuvo lugar en unas coordenadas determinadas de tiempo y espacio que hoy se superan, afirma O.Casel, mistéricamente, es decir, por la celebración litúrgica de los misterios cristianos. (37) Segùn esto, cada Eucaristía hace presente el mismo misterio de Cristo, la misma realidad y los mismos sentimientos y actitudes de entrega e inmolación que tuvo y que son irrepetibles; sólo fué crucificado y murió una y única vez, y todo esto y único es lo que él hace presente sobre el altar, superando los límites temporales e históricos, como Señor del tiempo y eternidad. Y lo puede hacer así, porque la realidad que hace presente ya está en realidad eternizada y la hace presente no de forma temporal e histórica sino sacramental, metahistóricamente, por un sacramento que actualiza, presencializa y contiene en toda su fuerza salvadora el mismo sacrificio de la cruz, hecho presente, por cada celebración eucarística, sacramentalmente.

Cristo, como realidad típica y primordial, trasciende ya los límites del tiempo y del espacio, y eternizado, eterno presente,  tiene el poder de hacerse presente-eterno en el hoy y el aquí de la Iglesia peregrina y escatológica a la vez. Los sacramentos no sólo producen la gracia que significan, sino que hacen presente a Cristo perdonando, bautizando, consagrando..... Cristo es el que bautiza y solo él puede perdonar los pecados. Toda la liturgia, especialmente la eucarística, hace presente en memoria-sacramento-misterio el mismo hecho ya eternizado, porque Jesús ya es el Cristo, el Señor del cosmos y sus leyes. La eternidad contiene el tiempo pero no se mueve ni existe en él sino trascendiéndolo. En cada celebración litúrgica eucarística  es como si se cortase con las tijeras del poder divino no sólo el hecho evocado y significado actuando eficazmente, sino que se hace presente Cristo con toda su existencia encarnada, que fue ofrenda victimal y obedencial al Padre desde el comienzo de la misma: "Padre, no quieres ofrendas ni sacrificios... aquí estoy para hacer tu voluntad"(Hbr.10,5); consumada luego en su pasion y muerte y aceptada por el Padre en la resurrección, por la consagración: Esto es mi cuerpo entregado... esta es mi sangre derramada," la hace contemporánea a los testigos presentes, nosotros, reproduciendo así todo su misterio  existencial, significado y expresado especialmente con su muerte y resurreción.

La Eucaristía contiene todo el misterio de Cristo, todo lo que Cristo encarnó y resucitó en vida nueva para todos, dando así la oportunidad a los hombres de todos los tiempos de ser testigos y beneficiarios de su misterio salvador, de su persona, de sus sentimientos, de su intimidad, de rozarlo y tocarlo... Y todo esto, porque Cristo ha transcendido ya la historia y el espacio. Es el Cristo celeste el que vive y ofrece en sacrificio eterno su inmolación pascual, que fue de toda su vida, pero significado y realizado especialmente en su pasión, muerte y resurrección. La irreversibilidad de las cosas temporales queda superada por el poder de Dios, que es en sí eternidad incrustada en el tiempo. Si es cuestión de poder, Dios lo tiene.

EL SACRIFICIO DE LA MISA ES EL MISMO DE LA CRUZ. La carta a los Hebreos nos enseña que el sacrificio de Cristo en la cruz es único y definitivo sacrificio de expiación por los pecados. No hay otro. El problema está, como hemos dicho, en mostrar cómo un sacrificio que tuvo lugar hace dos mil años se hace presente aquí y ahora. Creo que la respuesta está en la misma carta. El sacrificio  de Cristo ha sido ofrecido "de una vez para siempre" (Hbr.10,11-14), y en esa única vez ha sido aceptado por el Padre y mantiene esa presencia única, definitiva y escatológica, que perdura de forma gloriosa en el cielo y se hace presente por la consagración en la tierra.

El sacrificio ya aceptado por el Padre, mediante la resurrección y ascensión y colocación a su derecha, en sacrificio celeste que perdura eternamente presentado por Cristo ante el Padre, hecho intercensión y ofrenda agradable, con las llagas ya gloriosas, es el que se hace presente sacramentalmente- "in mysterio"-, sobre el altar,- no otro ni una representación del mismo- velado  sí por el pan y el vino y las leyes intramundanas, pero el mismo y único. Y es así cómo Jesús se presenta a nosotros y resucita para nosotros en la visibilidad de este sacramento. La Eucaristía es una forma permanente de aparición pascual, signo

visible de las realidades invisibles, como lo ha expresado muy bien JUAN PABLO II en la Carta Apostólica "DIES DOMINI",nº 75.

Al resucitar a su Hijo, el Padre "hace habitar en él corporalmente toda la plenitud de la divinidad..."(Col. 1,19;2,9)  y realiza de este modo la salvaciòn en totalidad escatológica, sin que tenga que añadirse nada en adelante para completarla. En la resurrección y en virtud de la muerte filial(Flp.2,8ss) es donde Cristo recibe el título de Señor (Rom.10,9ss): nombre de la omnipotencia escatológica. La realidad escatológica, lo último ya está presente en la Eucaristía: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección,¡ven Señor Jesús! Por la Eucaristía viene el esjatón, el final, Cristo eterno y glorioso, consumado  está viniendo...No puedo pararme por ahora más en este aspecto poco tratado. Por la Eucaristía se hace presente la escatología, el Cristo que juzga al hombre y la historia....La pascua es el día del Señorío, el de la revelación última, (Jn.8,28), el de la resurreciòn de los muertos(Rom.1,4), del del juicio final(Fn.12,31), el de la salvación total: es el día del Señor, el último día. Todo esto hemos de tenerlo en cuenta si queremos captar el sentido pleno y total de la Eucaristía, memorial de la pascua de Cristo, que por su muerte y resurrección nos ha "pasado" ya al Padre y desde allí, por la celebración litúrgica, viene al lado de los suyos, y haciéndose  presente como realidad y salvación escatológica, comunica a los creyentes los frutos últimos y definitivos ya conseguidos que son él mismo: El mismo y único que nació, predicó, caminó por la tierra, cenó en Betania... murió y resucitó, el cordero inmolado y glorioso ante el trono de Dios Trino y Uno: El Cristo glorioso y escatológico, el VIVIENTE del Apocalipsis, que nos dice en cada eucaristía: "No temas nada. Yo soy el primero y el último. El viviente. Estuve entre los muertos, pero ahora vivo para siempre" (Ap.1,18)

Esto es lo que se hace presente en la Eucaristía. ¿Cómo? Como memorial profético, en virtud del mandato : "Haced esto en memoria de mí." La fe me asegura que Cristo está presente en la eucaristía, como está en la cena, está en la cruz y está en el santuario celeste. Está realizando integramente todo su misterio de salvaciòn y presencializándolo en el aquí y ahora aunque no podemos explicarlo plenamente. Por la fe sé que está  y lo realiza ciertamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es participación en el conocimiento que Dios tiene de sí y de las cosas y aunque yo participo de ese conocimiento, no lo puedo ver como El. Dios me desborda en todo, en el ver y comprender. La vivencia, el conocimiento místico, sin embargo, tiene su fuente de conocimiento en el amor. San Juan de la Cruz afirmará muchas veces que es una forma de conocer más plena que por via del entendimiento, porque en la "noticia amorosa", en la "sabiduria de amor" de la vivencia, tocando y haciéndose una realidad en llamas con el objeto amado, percibe mejor la realidad y sus latidos. Los verdaderos místicos son los exploradores que Moisés envió delante a explorar la tierra prometida, para que anticipándose en su contemmplación, volvieran luego cargados de frutos para explicarnos su hermosura y animarnos a conseguirla. Es otra forma de conocer el objeto, también humana,lógica,espiritual. "... pues qunque a V.R. le falte el ejercicio de la teología escolática con que se entienden las verdades divinas, no le falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben, más juntamente se gustan."(38)

Por esto, el teólogo no puede habitar en dos mundos separados, cada uno de los cuales exija certezas contrarias en donde la afirmación dela fe no pueda ser aceptada por la razón.

La teología es la luz de la fe que intenta extenderse al terreno de la razón, a fín de que el hombre se haga creyente por entero. La teología es un apostolado hacia dentro, con una misión hacia dentro: evangelizar la razón, llevándola a acoger el misterio ya presente en la Iglesia y en su corazón de creyente que también conoce por el amor. El conocimiento a los místicos le viene por el amor que se pone en contacto directo mediante la vivencia con el objeto amado y no encuentra tantos límites como la razón para captarlo. "Deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo" (2Cor.10,4s).

Dios, que resucita a Cristo por el poder y la gloria del Espíritu Santo, es el Señor de la teología católica. El señorío de Cristo no violenta a la inteligencia que razona, forzándola a acoger unas verdades ininteligibles. No la humilla sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola humilde, capaz de Dios como María, que acoge la Palabra Dios sin comprenderla. La teología es esclava de la fe y de los fieles, no señora; no tiene que "dominar sobre la fe, sino contribuir al gozo" de los creyentes.(Cf.2Cor. 1,24)

 Ante los propios misterios, la teología ha de ser modesta y llena de discreción. Sería un sacrilegio y una ingratitud empeñarse en desgarrar el velo bajo el que se revela el Señor, cuando es ya tan grande la condescendencia de aquel que se da a conocer de este modo. Para seguir siendo discreta y sumisa la teología tendrá que imitar el repeto emocionado de los apóstoles ante la aparición del Resucitado en la orilla del lago: "Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿quién eres tú? Ya sabían que era el Señor" (Jn. 21,12).  Por consiguiente,no buscará evidencias racionales para eludir la obligación de creer; no preguntará: <<¿ Es verdad lo que dice el Señor?, sino <<Señor, ayúdanos a comprender mejor lo que dices>>. (39)

La Eucaristía puede estudiarse desde fuera, partiendo de los elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento-memorial. Aquí es donde vale el axioma: "lex orandi, lex credendi". Aquel que es para siempre la Palabra, Jesucristo, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: "acordáos de mí", de mi amor por vosotros, de mis sentimientos, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, del pan en mis manos temblorosas.... (40)

Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: "Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: "Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy". Lo comí y fué en mi boca dulce como la miel." (Ez. 3,1-3) La vivencia mística eucarística conoce por experiencia, viviéndola, lo que nosotros celebramos y explicamos en teología. Pero no con un conocimiento frío, teórico, sin vida, que muchas veces por no vivirse , llega incluso a olvidarse. El que quiera conocer verdaderamente a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo, debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillada. La Eucaristía es ese libro que hay que leer como San Pablo: a partir de Cristo pascual, que es el misterio escatológico. El Cristo de la fe. La teología de la Eucaristía es una teleología, un discurso a partir del fin. Es la plenitud escatológica de la Salvación que hace presente las realidades futuras, nos llena de vida eterna, y perdura en eterno presente del pasado y del futuro; no hay otro ni más sacrificio porque no hay más que un Cristo, que es Señor y la eternidad ya ha comenzado.

El sacerdote no hace presente el sacrificio de Cristo sino que hace presente a Cristo que ofrece su único y definitivo sacrificio que fué toda su vida, desde la Encarnación hasta la resurrección, pero que significó y realizó singularmente con pasión y muerte "gloriosa", por estar dirigida a la resurrección.

DE LA EUCARISTIA SACRAMENTO AL SACERDOTE SACRAMENTO DE CRISTO.

Y desde esta comprensión de la Eucaristía como presencia sacramental-mistérica de Cristo, que condensa toda su vida y la presencializa con las palabras y gestos de la consagración sobre un poco de pan y vino, hay que reflexionar también y comprender el sacerdocio como sacramento de Cristo, como signo visible de Cristo invisible, humanidad supletoria sacramental prestada a Cristo, para que pueda seguir realizando en el tiempo su misterio de Salvación.

"A partir de aquí, toma el relieve justo la persona del sacerdote, el cual ofrece el "Santo Sacrificio <<in persona Christi>>, lo cual quiere decir más que << en nombre>>, o también <<en vez>> de Cristo. <<In persona>>: es decir, en la identificación específica, sacramental con el <<Sumo y Eterno Sacerdote>>, que es el Autor y el Sujeto principal de éste su propio Sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie>>. (41)

La Eucaristía y el sacerdocio en Cristo son una misma realidad. Y por eso mismo sacerdocio y eucaristía en nosotros deben estar vitalmente unidos, porque se fundamentan esencialmente el uno en el otro.

Por el sacramento del Orden se produce como una encarnación de Cristo en cada elegido, al que viene para revivir todo su misterio de adorador del Padre, de salvador de los hombres, de redentor del mundo, como consagrante en cada misa de su propio cuerpo: "Esto es mi cuerpo, esto es mi sangre". No el de Pedro, Juan o cualquier sacerdote sino el de Cristo que es el que consagra por medio del sacerdote, es decir, de su sacramento visible. Por el sacramento del orden el sacerdote queda configurado sacramentalmente a Cristo. El gozo sacerdotal vendrá al experimentar lo que es, de sentirse identificado con Cristo, que vive y actúa por él, de sorprender al Padre inclinado sobre esta pobrecita criatura, que es el sacerdote, porque ha visto en él al Amado, en quien tiene puestas todas sus complacencias.

El sacerdote es un sacramento vivo de Cristo vivo, como el pan consagrado; por fuera pan, por dentro, Cristo. Es Cristo viviendo y actuando en mí: es el "no soy yo, es Cristo quien vive en mí" de San Pablo y el sacerdocio como vivencia, soy yo viviendo en Cristo, identificado con Cristo: "Para mí la vida es Cristo", "Estoy crucificado con Cristo..."

"Haced esto en memoría de mí". En la misa no se repite nada: ni los deseos de Cristo de dar su vida por nosotros, ni su sufrimiento ni su ofrenda, sino que se presencializa el mismo sacerdote y la misma víctima del Cenáculo, de la cruz y del cielo. Por muchas celebraciones que se hagan, nunca se repite el sacrificio, siempre es el mismo, porque no se representa otra vez sino que se presencializa el mismo y único sacrificio ofrecido de una vez para siempre. Puede haber muchas intenciones sacerdotales en la concelebración, tantas como sacerdotes, pero el sacrificio siempre es único y el mismo.

Por lo tanto, la Eucaristía, por ser memorial "in mysterio" de la realidad "Cristo" presencializa la misma y eterna pascua, la misma y eterna Alianza, la misma víctima, intenciones, deseos sacerdotales y sacrificiales, el único sacrificio de la cruz ya consumado y aceptado por el Padre porque le resucitó sentándolo a su derecha y es ya para siempre el cordero degollado y glorioso ante el trono de Dios, pura intercesión por nosotros y con el cual conectamos en cada misa.

Es más, me atrevo a decir: si la vida de Cristo hombre nació en el seno de la Santísima Trinidad como proyecto salvador de los Tres a realizar por el Verbo: "Padre, sacrificios y ofrendas no quieres... aquí estoy para hacer tu voluntad..." (Hbr. 10,5) y se le dotó de un cuerpo humano: "... "pero me has dado un cuerpo" (Ibid.) nacido de María, esa voluntad ha sido ya consumada pascualmente - mediante el paso definitivo al Padre, a los bienes escatológicos- esjatón pascual y ya no hay más novedad posible en el mismo seno del Dios Trino y Uno (según su proyecto) yel mismo fuego de Espíritu Santo que lo sacó del seno trinitario, lo impulsó a encarnarse, lo manifestó como Hijo y lo llevó sudoroso y polvoriento por lo caminos de Palestina predicando la Buena Nueva de Salvación y Eternidad para todos los hombres hasta el testimonio martirial de su vida por ellos...."ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros.." al ser aceptada y recibida ya esa entrega personal de Jesucristo en el mismo seno del Amor Trinitario, por el mismo Espíritu Santo de donde había nacido...., perdura ya eternamente como sacerdote y víctima ofrecida, aceptada y adorada ante el trono de Dios Trino y Uno, como afirma repetidamente la liturgia del Apocalipsis.

Así pues, todo el misterio de Cristo, desde que nace como proyecto en el seno del Padre y se encarna en el seno de María: "La Palabra estaba junto a Dios.... la Palabra se hizo carne (Jn.1,1;14 ) con toda su vida encarnada, con sus ansias de amor y de entrega, "Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo..."(Lc.22,15) desde la Encarnación hasta la Ascensiòn, especialmente pasiòn, muerte y resurrección, es lo que se hace presente, al hacer el sacerdote por el Espíritu Santo la memoria de Cristo como El quiso "recordarse y ser recordado" por "la memoria" de su Iglesia, eternamente ante Dios y por la eucaristía ante los hombres.

Al hacerse presente todo el misterio de Cristo, cada celebrante o participante puede decir en la misa, con Santa Gertrudis, este texto que leí, cuando preparaba la charla, en la Liturgia de las Horas en el día de su memoria: "Por todo ello, te ofrezco en reparación , Padre amantísimo, todo lo que sufrió tu Hijo amado, desde el momento en que, reclinado sobre paja en el pesebre, comenzó a llorar, pasando luego por las necesidades de la infancia, las limitaciones de la edad pueril, las dificultades de la adolescencia, los ímpetus juveniles, hasta la hora en que, inclinando la cabeza, entregó su espíritu en la cruz, dando un fuerte grito. También te ofrezco, Padre amantísimo, para suplir todas mis negligencias, la santidad y perfección absoluta con que pensó, habló y obró siempre tu Unigénito, desde el momento en que,enviado desde el trono celestial, hizo su entrada en este mundo hasta el momento en que presentó, ante tu mirada paternal, la gloria de su humanidad vencedora....." (Libro 2,23,1.3.5.8.10: SCh 139,330-340)(Liturgia de la Horas, IV, pags. 1370-1373 )

Y también, en clave de memorial, se puede rezar este texto de S. Brígida,tomado de la Liturgia de las Horas, en su recuerdo: "Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y , en la última cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso y por amor lo diste a los apostóles como memorial de tu dignísima pasión..... Honor a tí, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre.... Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo,  que fuiste llevado ante Caifás... Gloria a tí por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado de punzantes espinas... Alabanza a tí, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado... Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesucristo, que estás sentado sobre el trono en tu reino de los cielos, en la gloria de la divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la Virgen..(Oración 2: Revelationum S. Birgittae libri, 2, Roma 1628,pp.408-410)   

Al decir "haced esto en memoria mía" el Señor nos quiere indicar a cada participante: acordáos de mi vida entregada al Padre por vosotros desde mi encarnación hasta lo último que ahora hago presente, de mi amor loco y apasionado hasta el fín de mis fuerzas y de los tiempos...de mi voz y mis manos emocionadas...  "Cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí..." No nos olvidamos, Señor.

Y todo esto se hace presente en cada misa y Jesús "se recuerda" para la Stma. Trinidad, para El y para nosotros, haciéndolo presente. Así es como Jesucristo, proyecto salvador de los hombres, sale del Padre por el Espíritu Santo y en la eucaristía, vuelve a El, como proyecto final escatológico logrado por el mismo Espíritu en el Hijo-hombre, y en ella y por ella participamos de la única e irreversible devolución del hombre y del mundo al Padre, que El, el Hijo eterno y, al mismo tiempo, verdadero hombre, hizo de una vez para siempre". (42)

Por eso, la Eucaristía es Cristo entero y completo, el evangelio entero y completo, la fe cristiana entera y completa. Nada del misterio de Cristo queda fuera de la Eucaristía. Ni siquiera el misterio de Dios Trino y Uno manifestado por el Padre enviando al Hijo movido por el Espíritu Santo-  unión de la Trinidad y Eucaristía proclamada y exigida por el Papa en este año jubilar-.  Todo esto, el primer impulso de amor, el proyecto en el Hijo por el Espíritu, la consumación y la glorificación eterna -"actual" en el cielo, se hace presente en la Eucaristía.

He hablado de la Eucaristía, queridos amigos, en la medida en que he podido captarla y expresarla yo mismo como creyente, no sólo como teólogo. En definitiva, he tratado de expresarla en palabras humanas. Hay otra forma mucho mejor de presentar la eucaristía: es la que el sacerdote hace sencillamente cuando eleva el pan consagrado y el cáliz a la vista de la asamblea y solicita de ella la fe: "Este es el sacramento de nuestra fe".

Y hay una manera mejor de acogerla: es la que practicamos cuando respondemos al sacerdote en la misma fe y en una comunión que debe prolongarse toda la vida: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesus!"

Quiero terminar esta sencilla lección teológica haciendo uso de la inclusión semítica en la que para subrayar la importancia de una afirmación, se repite al final del discurso:

HERMANOS Y AMIGOS, ¡ REALMENTE, GRANDE ES EL MISTERIO DE NUESTRA FE!

(1) CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA (Madrid 1992)nº1327.

(2) GARCIA PAREDES JOSE CRISTO REY, Iniciación cristiana y eucaristía, (Madrid 1992), 381: "En la Eucaristía Dios Padre nos sigue revelando el misterio de su amor. La riqueza de su misterio es tal que nunca podremos agotarlo. Es la suprema experiencia de encuentro con el misterio aquí en la tierra."

(3) CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA,nº 1328-1332.

(4) JUAN PABLO II, TERTIO MILLENNIO ADVENIENTE,55.

(5) NOTKER FUGLISTER, Sacramentum Mundi,Enciclopedia Teológica 5,(Madrid 1974)250:"El Concilio Vaticano II emplea reiteradamente la expresión mysterium paschale como designación sintética del acontecimiento de la Salvaciòn cristiana en sus aspectos más esenciales: el misterio pascual de la pasiòn, resurrección y ascensión de Cristo es el cumplimiento de la obra redentora de Cristo, prefigurada en el A.T."

(6) JUAN PABLO II, TMA.,46.

(7) Cfr. THURIAN MAX, La Eucaristía, Memorial del Señor, (Salamanca 1967), 28.

(8) EICHRODT WALTHER, Teología del Antiguo Testamento I, (Madrid 1975), 22.

(9) Estos tres aspectos me parecen esenciales. Respecto a la Alianza, dice textualmente ESPINEL JOSE LUIS, La Eucaristía del Nuevo Testamento, (Salamanca1997), 277:"Un concepto a recuperar es el de Alianza, como uno de los más vigorosos que existen  en el NT. y cuyo marco principal está en las palabras eucarísticas; conectando con la alianza, la Eucaristía es el nuevo èxodo de Jesús y el nuestro. La novedad instaurada por Jesús debiera ser el "objeto de nuestra pasión infinita", "la pasión infinita de todo ser humano."

(10) Cfr. GERKEN ALEXANDER, Teología de la Eucaristìa, (Madrid 1991), 31.

(11) DURRWELL FRACOIS-XAVIER, La Eucaristía, Sacramento Pascual,

(Salamanca 1986), 11: " Porque se nos ha dado una orden: << ¡Tomad y comed!>> (Mt.26,26). Para recibir bien, la iglesia desea también comprender bien. Sin saber, ¿es posible acoger con toda verdad, dado que  el corazón que debe abrirse es inteligencia tanto como amor? La Iglesia se ha sentido siempre apasionada por una eucaristía comprendida, y su búsqueda, que prosigue desde hace siglos, no acabará mañana, ya que por muy penetrante que sea el pensamiento humano no abarcará jamás la amplitud de este misterio.

(12) Hacen un estudio interesante de la pascua hebrea y cristiana en textos patríticos:

HAMMAN A y F. QUERE JAULMES, El misterio de la Pascua (Bilbao 1998); NERI UMBERTO, La Eucaristía como Pascua (Bilbao 1998).

(13)Cfr. GALBIATI ENRICO, L´Eucaristia nella Bibblia,(Milano 1968),30

(14) SAGRADA BIBLIA, VERSION DE Nacar-Colunga BAC, (Madrid 1966).

(15) AUNZOU GEORGES, Estudio del Libro del Exodo,(Madrid 1972)162

(16)Cfr. GALBIATI E., o.c. 43ss.

(17) GERHARD VON RAD, Teología del Antiguo Testamento I, (Salamanca 1972), 230:"La afirmación <<Yahvé sacó a Israel de Egipto>> tiene el carácter de un profesión de fe, donde quiera que se pronuncie. La encontramos en todos los estratos de la tradición hasta Dan. 9,15 y en los contextos más diversos; es tan frecuente que será designada la profesión primitiva de Israel."

(18) Cfr. SAYES JOSE ANTONIO, El Misterio Eucarístico,(Madrid 1986), 7.

(19) Cfr. EICHRODT WALTER, o.c. 21-66.

(20) Cfr. LIGIER L, Il Sacramento della Eucaristia, (Roma 1977), 35. SAYES J.A., o. c. 13-18; EICHRODT W, o. c. 33ss.

(21) THURIAN MAX, o.c. 217:"Uno se siente inclinado a ver en este relato de la alianza del Sinaí una preliturgia cristiana: 1)Sacrificio en el que Moisés presenta a Dios la sangre de la alianza sobre el altar(5-6); 2)lectura por Moisés de la Palabra de Dios en el libro de la Alianza(7); Compromiso de obediencia por el pueblo en su responso(7b); comunicación de la sangre de la alianza por Moisés al pueblo con las palabras: Esta es la sangre de la Alianza..(8). De idéntico modo, en la nueva alianza, palabra y sacramento están estrechamente vinculados y la comunión con Dios implica obediencia a la palabra escuchada así como recepción del cuerpo y sangre de Cristo.-"

(22) Para todo este tema de memorial, cfr.:

MARSILI SALVATORE,La messa come Mistero Paschale del N.T.,(Roma 1976), 170-196;

ALBURQUERQUE EUGENIO:Memoria de la Pascua de Jesús (Madrid 1998);

BASURKO XABIER, Compartir el pan, (San Sebastián 1987), 276;

GALBIATI E, o.c. 29.33ss;

SAYES J. A, o.c. 7ss;

THURIAN MAX, o. c. 28ss.

(23) GALBIATI E, o.c.137.

(24) Cfr. JEREMIAS JOAQUIN, La Ultima Cena, Palabras de Jesús, (Madrid 1986); LEON DUFOUR X, La Fracción del pan, culto y existencia en el NT., (Madrid 1983); Eucaristía, sacramento de vida nueva, Comité para el Jubileo del año 2000(Madrid 1999); SHMAUS MICHAEL, Teología Dogmática, VI, Los sacramentos, (Madrid 1963); GALBIATI E, o.c.; ESPINEL J. L, o.c.   

(25) Cfr. Eucaristía, Sacramento de vida nueva, o.c.64ss.

(26) Cfr. JEREMIAS JOAQUIN, o.c. 42-64ss.

(27) Para un estudio más exhaustivo y técnico de los textos de  la institución de la eucaristía:

GESTEIRA MANUEL, La Eucaristía, Misterio de Comunión, (Salamanca 2000), 121-163;

BOROBIO DIONISIO, La Eucaristía, BAC., (Madrid 2000), 17-50;

ALDAZABAL JOSE: La Eucaristía, (Barcelona 1999), 49-79;

JEREMIAS JOAQUIN, o.c. 93ss;

BETZ JOHANNES , La Eucaristía, Misterio Central, en Misteriun Salutis IV-2, (Madrid 1975); 186-205;

SCHMAUS MICHAEL, o. c. 232-250.

(28) Cfr. La Eucaristía, Sacramento de Vida, o.c. 48ss.

(29) Ibid. 47-50.

(30) JEREMIAS JOAQUIN, o c. 149;

GALBIATI E, o.c. 121 ss.

(31)SAYES J. A, o.c. 69ss;

LIGIER L, o.c. 91 ss.

(32) DURRWELL F.X, o.c. 26-27: "Pero la diferencia es demasiado grande. Una cosa es el cordero comido y otra el acontecimiento celebrado.... el acontecimiento que se celebra es ese hombre mismo , su misterio personal, entero, el de su muerte en la que es glorificado.... Las dos pascuas, la judía y la cristiana, coinciden en sus dimensiones, pero en profundidad la distancia que las separa es infinita.

THURIAN MAX, o.c. 282:"Si Cristo mismo no está real y personalmente presente, actuando como sacerdote, como ofrenda y como alimento, todo cuanto hasta ahora hemos declarado, no tiene realidad ni significado alguno".

(33) Cfr. ESPINEL J.L, La Cena del Señor, Acción Profética, (Madrid 1976). Idem, La Eucaristía del Nuevo Testamento (Salamanca 1997);

Cfr. también BETS JOHANNES, o. c. 195 ss;

GALBIATI E, o.c. 145.

(34) NERI U, o.c. 16:"S. Juan en el Apocalipsis también insistió en este tema. "Cordero" se convierte sin más en el nombre repetido veintiocho veces de Jesús glorificado; mas este cordero, que se  sienta en el trono mismo de Dios, ha sido degollado (5.9.12; 13,18), es decir, sacrificado: término ritual del Ex.12,6. Y no cabe duda de que el Apocalipsis considera especificamente a Jesús como el "cordero pascual" de nuestra redención.".

(35) Para una exposiciòn amplia y detallada de todas estas teorias: SCHMAUS MICHAEL, o. c. 301 ss; SAYES J.A, o.c. 305 ss.

(36) GERKEN ALEXANDER, o.c. 221.

(37) CASEL ODO, Misterio de la Ekklesía (Madrid 1964)32-35.

(38) S. JUAN DE LA CRUZ, OBRAS COMPLETAS, BAC, (Madrid 1991) Prólogo del Cántico Espiritual, nº3.

(39) DURRWELL F.X, o.c. 13 ss.

(40) Idem. o.c. 165 ss.

(41) GONZALEZ PADROS, JUAME, La Eucaristía en toda su riqueza(3)

El "Sacrum" de la MIsa, en Liturgía y Espiritualidad,6(Junio 2000)280.

(42) Cfr. JUAN PABLO II,  Encíclica "Redemptor hominis," 20,AA. 71(1979)310-1.

LA ORACION EUCARISTICA  (RESUMIDA)

(Trujillo,marzo 1998)

LA FE CATOLICA en la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo bajo las apariencias sacramentales del pan y del vino se ha manifestado desde siglos en la adoracion de este misterio, objeto primordial del culto y de la espiritualidad de la Adoracion Nocturna. Para legitimar esta adoración ante el Santísimo Sacramento, a la vez que afirmar que la oración ante Jesús Sacramentado es el modo supremo y cumbre de toda oración personal y comunitaria fuera de la misa, quiero, en primer lugar, explicar un poco desde la teologia bíblica,litúrgica y dogmática este misterio, para que la Presencia Eucarística del Señor sea más valorada y vivida por los que nos sentimos verdaderamente  privilegiados, necesitados y agradecidos a Jesucristo, el Señor, confidente y amigo en todos los sagrarios de la tierra.

"¡Oh eterno Padre, exclama S. Teresa, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras! ¡Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos! ¿ Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa? ¿No ha de haber  quien hable por este amantísimo cordero? Si tu Hijo no dejó nada de hacer para darnos a nosotros, pobres pecadores, un don tan grande como el de la Eucaristía, no permitas, oh Señor, que sea tan mal tratado. El se quedó entre nosotros de un modo tan admirable...."

Y aquí el alma de Teresa se extasía... Ya sabéis que la mayor parte de sus revelaciones o visiones: "me dijo el Señor, ví al Señor... " las tuvo Teresa después de haber comulgado o en ratos de oración ante Cristo Eucaristía.  Por esto, cuando Teresa define la oración mental, parece que lo hace como oracion ante el sagrario, como si estuviera mirando al Señor Sacramentado: "Que no es otra cosa, a mi parecer, oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama."

"... ¡Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos...¿Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa... No permitas,oh Señor, que sea tan mal tratado.. El se quedó entre nosotros de un modo tan admirable!  

(Los sacerdotes, los adoradores, cualquier cristiano tiene  que tener mucho cuidado con su comportamiento ante Cristo Eucaristica, porque se trata no de un cuadro o una imagen suya sino de El en persona y si a su persona no la valoramos ya nada tiene valor ni importancia en el cristianismo, ni en la Iglesia, ni gracia, ni evangelio ni sacramentos ni nada. El cristianismo es una persona. Es Cristo. Por eso, nuestro comportamiento exterior e interior con Cristo Eucaristía es el termómetro de nuestra vida espiritual; a ver si se va a dar la paradoja de que Cristo en persona no nos interese y luego nos interesemos por sus cosas... cuidar el altar, el sagrario, manteles limpios, corporados bien planchados... cuánto amor personal encierran..... Y ¡Cúanta ternura, vivencia verdadera, amistad entrañable hay en los silencios  guardados porque uno sabe que está El, y sigue hablando con El, y lo respeta,ama y adora aunque otros estén hablando como si El no estuviera ; cuànta teologia y liturgia y fe verdadera hay en  una genuflexión bien hecha, en unos gestos conscientemente realizados; indican que hay vivencia y amistad con Jesucristo vivo, vivo y resucitado. Es que si he celebrado y predicado la mejor homilia, aunque sea  sobre la misma eucaristìa, pero nada más terminar hablo en la Iglesia y me comporto como si estuviera en la calle, me he cargado todo lo que he predicado y celebrado, no hay una relación viva. Queridos amigos, el Señor no es una momia, está vivo, vivo y resucitado, vivo.. os lo digo yo.. tratadlo bien. Y perdonad este inciso.)         

Todas las liturgias orientales y occidentales rodean la consagración del pan y del vino, junto con la epíclesis y las intercesiones (explicarlo) de signos externos de adoración. Y el Concilio de Trento recuerda que, si bien la eucaristía ha sido instituida por Cristo "ut sumatur", esto es, para ser recibida como alimento, esto no quita en absoluto la legitimidad y la coherencia de la adoración u oración eucarísticas. El mismo Vaticano II insiste repetidas veces en esta línea :

" La casa de oración en que se celebra y se guarda la santísima Eucaristía y .. y en que se adora, para auxilio y consuelo de los fieles, la presencia del Hijo de Dios, salvador nuestro.... debe ser nítida, dispuesta para la oración y las sagradas solemnidades." (PO5)

En los últimos siglos, la adoración eucarística ha constituido una de las formas de oración más queridas por los cristianos en la Iglesia Católica. Iniciativas como la promoción de la "visita al Santísimo ", la Adoración Nocturna, la Adoracion Perpetua, la Cuarenta Horas...etc. se han multiplicado y han constituido una especia de constelación de prácticas devocionales que tendría su centro en la celebración del Corpus Christi.Junto a estas prácticas del pueblo cristiano, otra serie de iniciativas ha surgido con fuerza: las congregaciones religiosas que, como elemento fundacional y fundamental de su forma de vida y carisma religioso, dedican una gran parte de su tiempo a la Adoración del Santísimo Sacramento.

El sacerdocio católico dice relación directa y esencial a la Eucaristía. El sacerdote es el hombre de la Eucaristìa.Por eso, cuando un sacerdote habla de esta presencia, lo hace desde la teología y liturgía, pero también desde la propia experiencia de  vivir esta realidad maravillosa. Sinceramente es tanto lo que debo a esta presencia eucarìstica del Señor, a Jesús sacramentado bajo el pan y el vino, Señor, Luz y Consuelo,Beso y Abrazo, que quisiera compartir con vosotros  un poco mi gozo y alegría, desde la humildad, desde reconocimiento de quien se siente agraciado y agradecido a esta presencia, pero a la vez deudor, limitado, siempre necesitado de su fuerza y ayuda.

La renovación litùrgica ha tenido como consecuencia restablecer en su identidad propia los diversos momentos de la eucaristía; si se quiere, podemos decir, que ha reequilibrado los  tres aspectos principales de la Eucaristía como sacrificio, la Eucarístía como comunión y la Eucarístia como presencia. Y así, por ejemplo, ya no se da aquel desfase de hacer primero la Exposición del Señor, luego venían los turnos de vela y ya al final de la Adoración Nocturna, con la llegada del día, celebrar la santa misa y despedirnos. Algunos de la antiguos adoradores hemos conocido esta forma de Vigilia. Al principio, este reajuste ha podido parecerle a alguno que era una pérdida para la Eucaristía como presencia o que la Adoración no era valorada suficientemente. Es evidente que tal impresión no tiene ningún fundamento teologico ni pastoral, y para que todos nos convenzamos de ello, conviene dar unas pequeñas nociones de estos tres momentos de la Eucaristía para que cada uno tenga su estimación y su sitio en la piedad cristiana.

Veremos así la continuidad entre la celebración eucarística, santa misa, por una parte, que es centro y cumbre de toda la vida de la Iglesia, y por otra, la comunión y la adoración eucarística que deben ser una prolongaciòn de lo que hemos celebrado en la misa y que seguimos luego celebrando, comiendo y adorando en su presencia eucarística.

El Papa Juan Pablo II, con fecha del 4 de diciembre del 1988, ha publicado la carta apostólica "Han pasado venticinco años" para conmemorar el aniversario de la Constitucion Sacrosantum Concilium, sobre Sagrada Liturgia, del Vaticano II. En uno de su párrafos dice así:

"Puesto que la liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo, es necesario mantener constantemente viva la afirmación del discípulo ante la presencia misteriosa de Cristo: "¡Es el Señor"!(Jn.21,7) Nada de lo que hacemos en la liturgia puede aparecer como más importante que lo invisible, pero real, que Cristo hace por obra del Espíritu Santo. La fe vivificada por la caridad, la adoración, la alabanza al Padre y el silencio de la contemplación serán siempre los primeros objetivos a alcanzar para una pastoral litúrgica y sacramental." (nº 10)

He aquí en síntesis toda la espiritualidad de la Presencia Eucarística y, lógicamente, de todo Adorador Nocturno. Repito:      "Señor, te adoro ahí presente, creo, creo qué maravilla que me quieras hasta este extremo, te amo, te amo...quiero inmolarme por Ti y por los hermanos como Tu..... recorrer brevemente la espiritualidad   de la misa...Por aquí tiene que ir la espiritualidad del Adorador Nocturno o Diurno. Si  nuestros adoradores viven con estas actitudes sus Vigilias, todos encontraremos el camino y nos sentiremos más animados para acercarnos al Señor oculto y a la vez revelado por el pan consagrado.

JESUS, ADORADOR DEL PADRE EN LA OBEDIENCIA HASTA LA MUERTE

La adoración es una actitud religiosa del hombre frente al Dios grande y santo en la que manifiesta su dependencia total de El y que se expresa través de ciertos gestos y palabras. En la economía de la nueva alianza la adoración de Dios tiene como centro, origen y modelo el misterio pascual de Cristo, que es  a su vez el centro y meta de la liturgia y de la vida cristiana. La adoración del Padre, el reconocimiento de su santidad, de su señorío absoluto sobre la propia vida y sobre el mundo, ha sido ciertamente el móvil, la razón propulsora de toda la existencia de Cristo Jesús.

Pero así como la vida terrena de Cristo culminó en el misterio de su muerte y resurrección, así este misterio pascual se convierte en el supremo acto de adoración al Padre por el Espíritu; la adoración más perfecta, la única. "Todo honor y toda gloria" que la Iglesia quiera tributar a Dios, Padre Omnipotente,tendrá que pasar "por Cristo, con El y El..."

La carta a los Hebreos pone en boca del Hijo de Dios, "al entrar en este mundo" las palabras del salmo 40,7-9, en las que Cristo expresa su voluntad de adhesiòn plena y radical al proyecto del Padre: "No has querido sacrificios ni ofrendas, pero en su lugar me has formado un cuerpo..... No te han agradado los holocaustos ni los sacrificios por el pecado. Entonces dije: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad, como en el libro está escrito de mì." (Heb.10,5-7)

Jesús "leerá" los hechos de su vida y de su muerte en la òptica de las Escrituras, que tendrán en El su cumplimiento. En efecto, Jesús descubre en la Escritura la presencia del Dios  amor, el Padre, que lleva adelante su plan de salvación según su voluntad. Ante esa voluntad del Padre, Cristo, el Hijo, vive una actitud de absoluta sumisión y obediencia a todo el proyecto divino sobre su vida. Y esta actitud la vivió en todo momento.

Ante el tentador, proclama sin ambages, que sólo Dios es digno de adoración verdadera: "Retírate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto."(Mt.4,10) La inmediata respuesta a la propuesta del diablo demuestra la verdad en la vida y en conciencia de Jesús: sólo Dios es importante; sólo Dios es Dios. Ante El sólo debe postrarse el hombre.

La fidelidad de toda la vida de Jesús al Padre y a la misiòn que le ha confiado(cf.Jn.17,4) tiene su momento culminante en la aceptación voluntaria de su pasión y muerte ...." para que el mundo conozca que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha ordenado". (Jn.14,30.31)

 El autor de la carta a los Hebreos subraya con fuerza cuánto le ha costado a Cristo esta obediencia: "El, en los días de su vida mortal, presentó con gran clamor y lágrimas oraciones y súplicas al que podía salvarle de la muerte..." (5,7)

Humanamente, Jesús no puede comprender la muerte, que parece la negación misma de su obra de instauración del reino de Dios. El rechazo por parte de los hombres, el comportamiento de los mismos discípulos ante su agonía y pasión, sumergen a Cristo en una espantosa soledad; toca con sus propias manos la profundidad del fracaso más absurdo. Sin embargo, incluso ante la oscuridad más desoladora, Jesús sigue repitiendo la oración dirigida con inmensa angustia y ternura al que es "Abba- Padre."

Comenta con viveza A. Vanhoye: "Los acontecimientos trágicos que ponían en cuestión toda la obra de Jesús, su misiòn y su personalidad misma, esos episodios que amenazaban tragárselo por entero en la muerte, provocaron en él una oracion intensa, que constituyó una ofrenda sacerdotal."

San Pablo dirá:  "Se humillò a sí mismo haciéndose obediente hasta la muete y muerte de cruz" (Fil.2,6-11) La carta a los Hebreos y el himno cristológico  de la carta a los Filipenses que acabamos de citar vienen, pues, a decir una sola cosa: si la muerte de Cristo produjo el florecimento de una vida nueva y lo llevó a la glorificación plena en la resurrección y ascensión, es porque fue un acto de obediencia filial a Dios y de solidaridad con los hombres.

Pues bien, amigos,esta Salvación, esta Pacua del Señor es permanente, porque Jesús posee un sacerdocio perpetuo y ejerce continuamente su ministerio sacerdotal: " estando siempre vivo para interceder en favor de aquellos que por él se acercan a Dios." (Heb.7,25) Cristo está en el cielo junto al Padre ejerciendo su mediación sacerdotal en favor de sus hermanos. La cicatrices gloriosas de su pasión son  un intercesión permanente ante el Padre y una súplica omnipotente, ofreciendo el fruto de su obediencia adorante. De todo esto resulta que "la ofrenda de Cristo- elemento esencial de una inmolación para que sea sacrificio- no se concluyó en el Calvario, sino que permanece inmutable en el cielo y se hace presente en la tierra a través del sacramento de la eucaristía, de la santa misa, memorial de su pasión, muerte y resurreción.El sacerdote eterno conserva para siempre su voluntad de oblación. Sigue, pues, ejerciendo su sacerdocio. Es decir, la redención está siempre en acto.(Explicar memorial: la misa siempre la misa, la diga el Papa....)

LA PRESENCIA DEL MISTERIO PASCUAL EN LA EUCARISTIA FUNDAMENTA LA ADORACION A CRISTO JESUS.

La presencia de Cristo en la Iglesia y en el mundo se hace "presencia real" por antonomasia, sacramento permanente en el misterio eucarístico. De esta presencia ha tenido conciencia clara la Iglesia de siempre, como ya hemos dicho.

En efecto, aunque en los primeros siglos de la era cristiana no se hablase de "presencia real" ni hubiese ritos especiales de culto a la eucaristía fuera de la misa, como ahora,sin embargo es evidente la fe los cristianos en la realidad del cuerpo y de la sangre de Cristo. Ellos saben bien que lo que comen y beben en la celebración eucarística "no son pan y bebida comùn... les han enseñado que, después de que ha sido dicha la eucaristía sobre el pan y el vino, oración que viene de Cristo, el pan es carne y el vino es sangre de Jesús." (San Justino, APOLOGIA,1,66)

La teologìa de la "presencia" no parece que haya sido elaborada de modo sistemático durante los primeros siglos: estaba  simplemente en posesión pacífica, calcada sobre las fórmulas de la institución. Pero siempre la fe de la Iglesia se fijó con amor en las "especies sacramentales", que permanecían después de la conversión eucarística y que se conservaban para la comunión de los enfermos. Esta atención fué dando origen a un lenguaje nuevo. Mientras se seguìa afirmando que la eucaristía es cuerpo y sangre de Cristo, se añadía -que las especies del pan y del vino son "imagen, símbolo, misterio, sacramento" del mismo cuerpo y de la misma sangre de Cristo. Este lenguaje es familiar a la teologìa de los Padres, como expresión relativa a todo el mundo sacramental y no sòlo a la eucaristía. Se tenía la fe pero no se habían elaborado los términos.

La Eucaristía es, pues, el Cristo pascual presente entre nosotros. El Cristo en su actual existencia celestial de resucitado, sobre quien la muerte no tiene ya señorío(Rom 6,9) El se hace sacramentalmente presente por medio del pan y del vino. La eucaristía es la presencia de Cristo en su forma de existencia actual a la derecha del Padre: resucitado y glorioso, intercediendo como sumo sacerdote por sus hermanos los hombres.

Así como las mujeres que "el primer día de la semana fueron a embalsamar el cuerpo de Jesús" tuvieron que dar el salto de la fe del Cristo histórico al Cristo pascual, al Cristo glorioso y transfigurado, de la misma manera la Iglesia está llamada a pasar cada día de lo que ven sus ojos, de lo que tocan sus manos-los signos del pan y del vino- a la fe en la presencia verdadera del Cristo resucitado. Naturalmente, el salto de la fe no es fácil. El, con sus apariciones tomó la iniciativa. Ahora tambien. Y este reconocimiento, la adoraciòn del Señor, en las apariciones y en la eucaristía, transforma a las mujeres, a los discipulos y a la Iglesia en anunciadores del gran evento salvífico destinado a salvar a todos los hombres. Porque la Eucaristía es Cristo transfigurado que renueva sus apariciones en nuestro mundo terreno: "es una forma permanente de la aparición pascual."  Los primeros cristianos vivían en el gozo de renovar cada domingo el encuentro con el Señor resucitado:"sine dominica non possumus..."

CONSECUENCIAS PARA LA ADORACIÓN EUCARISTICA

Los fines por los que dicha "presencia real" de Cristo se conserva en el tabernáculo son expresados de forma clara por el Ritual de la Sagrada Comunión y del culto del misterio eucarístico fuera de la misa en estos términos: fin primario y primordial es la administración del Viático; los fines secundarios son la distribución de la comunión fuera de la misa y la adoración de Nuestro Señor Jesucristo presente en el Sacramento." (5)

La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en el sacrificio existencial de Cristo, la comunión con El, con sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, por el Espíritu.

La adoración eucarística auténtica es adoración "en espíritu y en verdad" y, por consiguiente, comunión con la misma adoración de Cristo al Padre, al tiempo que es adoración al mismo Cristo presente en su misterio pascual, misterio de adoración.

 Ya no decimos simplemente "el Señor está aquí" sin preguntarnos a la vez por quièn, cómo y por qué está ahí.

¿Por quién? El Cristo glorioso, presente a través de la sacramentalidad del pan consagrado, quiere entrar en comunión profunda y transformante con el que le adora y le recibe en sí.

¿Còmo está? Cristo está presente como presencia ofrecida "praesentia oblata" que debe ser aceptada por el fiel. Y sólo cuando es aceptada,-por qué- la presencia ofrecida se hace  "presencia recíproca": Este es el fín de la Eucaristía.La presencia continúa  su ofrenda al Padre y nosotros, por la presencia, entramos en comunión interpersonal profunda con la identidad misma de Jesucristo que entrega su vida por nosotros.

Esta adoración no es fín en si misma.Tiende a la comunión con Cristo en su misterio pascual de muerte y resurrección. Comunión que tiene por fin nuestra plena configuración con Cristo, hasta el punto indicado por Pablo en la carta a los Gálatas: "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí".(2,20) Entonces será cuando la adoración eucarística se convertira de veras en la adoraciòn transforadora en Cristo, santificadora en la actitudes sentimientos en Cristo, en adoración en Cristo, adoración "en espíritu y en verdad".

Todo esto será posible por "obra del Espíritu Santo." " El Espíritu que la Iglesia invoca en la plegaria eucarística sobre los dones del pan y del vino para transformarlos en "sacramento" del cuerpo y de la sangre de Cristo, y sobre la comunidad participante en la misma celebración de la eucaristia, para que "llenos del Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espìritu." (Ple.Eu.III)

LA ADORACION EUCARISTICA FUERA DE LA MISA

Por esto, la oracion y todo culto eucarístico fuera de la misa está intimamente vinculado con la celebración de la eucaristía y es importante que se viva en conexión y como prologación de la celebración misma.

Todo esto nos lleva a afirmar que la adoración eucarística no es tanto "un momento extracelebrativo" cuanto la actitud celebrativa que debe corresponder a todo acercamiento a la eucaristía, partiendo del momento de la misma celebración.

Todos los demás actos, momentos de adoración y contemplación, ha de ser considerados como derivación de la adoración central en el sacrificio y como preparación al mismo.

No siempre fué así y ya hemos expresado alguna vez la exageraciones o desenfoques del culto eucarístico dentro incluso de la misma Adoración Nocturna, donde la Presencia llegó en algùn caso a tener- por lo menos en las formas externas y no siempre sólo en ellas- una importancia y relieve superior a la misma celebración de la misa. (Que lo recuerden los antiguos adoradores..) Por eso, la celebración del memorial de Cristo en la eucaristía debe ser la clave de la lectura de la eucaristia como misa, como comunión y como presencia. De este modo, la adoración eucarística debe convertirse en una mistagogia del misterio pascual celebrado, corazón de todos los aspectos de la Eucaristía. El "sacramentum permanens" es una mistagogia de cuanto se ha celebrado, la ocasión permanente de crear en el cristiano adorador las mejores disposiciones para celebrar el Memorial del Señor, para recibir el fruto más pleno de comunión e identificación con Cristo,a quien tiende la comunión en el sacrificio.(EM50)

Se comprende así el sentido de la adoracón de la eucaristía fuera de la misa en la tradicion católica.El pan consagrado se conserva en el tabernáculo "para extensión de la gracia del sacrificio." (EM3) Esta extensión se realiza principalmente por la Comunión y por la adoración del Señor, muerto y glorificado en el memorial realizado en el altar. Por eso, su presencia eucarística no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda. Así es como el cristiano tiene un "sacramentum permanens", una ocasión permanente para entrar realmente en el interior de la plenitud de la Pascua Cristo, de su paso de la muerte a la vida.

La eucaristía, en efecto, no se agota en la celebración de la misa, aunque ésta sea su expresión central y pide que todo haga referencia a ella. Por eso, teologicamente hablando es absurdo concebir la presencia eucarística como un absoluto en sí sin una relación esencial al sacrificio eucarístico del cual depende en su nacer y en las actitudes que le deben acompañar, que por esto mismo será siempre de alabanza,acciòn de gracias al Padre por los fruto de la Salvaciòn, de victimación, obediencia y ofrenda con Jesús.. un cuerpo entregado y una sangre derramada... de acción de gracias, de adoraciòn....

La liturgia, que recibió un indudable enriquecimiento con las diversas formas de culto y adoración eucarísticas, debe purificarlas y centrarlas. Es la mejor forma de enriquecerlas a su vez. Porque la adoración eucarística, en contemplación adorante, asimila entonces y se enriquece con los frutos de la celebración del memorial y de la pascua del Señor, para entrar así, a nivel tanto de conocimiento como de vida, en la plenitud de la riqueza del misterio eucarístico.

Aquì radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, que le diferencia de la simple Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucaristica buscada y querida ante el Santísimo como expresión de amor, necesidad de estar junto a El, motivaciòn para la fe, el amor, pedir gracias  y ayudas...etc., donde la oraciòn entonces ante la Eucaristía no se sitúa en el plano litùrgico-sacramental de la misa sino en el de la oraciòn cristiana. Por eso, el Adorador, a ser posible, debe comulgar y adorar el pan consagrado en la misa celebrada al comienza de la Vigilia.  

 Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, "apelando a sus derechos de esposa.. ha decidido conservar el cuerpo del Señor ante ella, incluso fuera de la misa, para prolongar la comunión orante." Porque en la adoración naturalmente, la relación, el diálogo no se establecen con la hostia, con el sagrario. La hostia sagrada mediatiza, localiza la presencia y la hace visible

Pues bien, ya hemos celebrado, hemos comulgado y estamos ante el Señor Expuesto en la Custodia. Cómo orar? Pues sencillamente como venimos diciendo: con las mismas actitudes de Jesús.

(Exponer aquí las cinco o seis actitudes fundamentales de la espiritualidad de la misa que tengo escritas en el cuaderno pequeño o tambièn las finales: POR QUE LOS CATOLICOS ADORAMOS EL PAN EUCARISTICO)

Brevìsimamente voy a enumerar algunas rampas de lanzamiento para la oración: actitudes fundamentales que ya estàn dichas pero el diálogo lo tiene que poner cada uno, es diálogo personal:

1) Cada misa y su presencia eucarística nos recuerda que Cristo se hizo obediente hasta la muerte y muerte en cruz, como nos recuerda san Pablo. Cristo,también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis caprichos.. Tengo que morir más a mi egoismo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida...Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasiòn y muerte para llegar a la resurreccion. Tambièn yo quiero estar dispuesto y hacer actual en mi vida tu pasiòn y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios, aunque me cueste morir a mi yo, quiero imponer la cruz en mi ojos, en mi cuerpo, en mi orgullo...

2) Un segundo sentimiento los expresa así La L.G. del Vaticano II,5 :" los fieles... participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella" La presencia eucarística es la prolongaciòn de esa ofrenda:Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiere vivir solo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de su gloria. Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en cada ofertorio me ofreceré contigo, en la consagración quedo consagrado, ya no me pertenezco, soy una cosa contigo y cuando salga a la calle, como ya no pertenezco sino que he quedado cosagrado,  quiero vivir solo para Tí, para El con tu mismo amor con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu. Quiero prestarte mi humanidad, ni cuerpo, ni espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tu destrozaste tu humanidad, aquì en la Eucarístia tiene el fuego pero la humanidad ya no te vale, no es temporal..aquí tienes la mía....

3) Un sentimiento que no puede faltar está motivado por las palabras de Cristo: " Cuando hagáis esto, acordáos de mí... "

Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí,  de tu cariño a todos, de tu entrega.. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mì.....Cuánto me amas... este es el cuerpo que se entrega... esta es la sangre

Pero por qué me amas tanto, porque el Padre me ama: que alegria; porque valgo mucho para tí: valgo infinito, el Hijo de Diosqué puedo yo darte que tu no tengas, qué consigues a cambio, tu tan emocionado, tan delicado, tan entregado... yo tan rutinario, tan egoista siempre, tan limitado, soy pura criatura, pura creación tuya y tu eres Dios, si tu lo tienes todo qué puedo darte que no tengas: una cosa: el si de mi amor..

4) En el "Acordaos de mí"..., debe entrar también     el amor a los hermanos, porque así lo dijo y así lo hace: en cada eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hermanos.. Sí, Cristo, quiero acordarme ahora de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas , sin límites al Padre y  a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida... estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones... si quiero amarte necesito amar a los hermanos sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos. Contemplándote ahora en el pan consagrado puedo decir, he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano.... Tengo que amar también yo así. Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdon.

Cúanto me exiges, cuànto me das.... ayúdame, no puede jamás haber separaciones, olvidos, rencores entre nosotros...

5) No puedo indicar todos los posibles caminos de dialogo, de oración que nacen de la eucaristía porque son imnumerables: ALABANZA, ADORACIÓN, GLORIFICACION DEL PADRE, ACCIÒN DE GRACIAS,  pero no puede faltar el sentimiento de intercesión que Jesús continúa con su presencia eucarística: pedir por todos, vivos y difuntos, y por todas las cosas necesarias para la fe y el amor cristianos... Ya he repetido que la eucaristía es inagotable en su riqueza porque es sencillamente Cristo ofreciendose por todos y es la mejor ocasión para pedir al Padre que se complace en su Hijo muy amado para pedir e interceder por todos y para todos.

Nunca nos va a atender mejor el Padre, viendo a su Hijo tan obediente, hasta morir por cumplir su voluntad.  

LA EUCARISTIA  NUNCA  ES INDIVIDUALISTA

El número 90 del Ritual de la Sagrada Comuniòn y del Culto a la Eucaristía fuera de la misa habla de la adoración comunitaria y de sus beneficios, y al final sostiene también la oportunidad-muy digna de alabanza, segùn el texto- de conservar la adoración eucarística individual, en la que uno o dos miembros se turnan. Y dice: "También de esta forma, según las normas del Instituto aprobado por la Iglesia, ellos adoran y ruegan a Cristo, el Señor, en el sacramento, en nombre de toda la comunidad y de la Iglesia.

Ningún acto del cristiano tiene un valor exclusivamente individual: somos "Cuerpo de Cristo y sus miembros cada uno por su parte" (1Cor12,27) Y vivimos en la comunión de los santos, por la que el bien y el mal de los unos repercute sobre los otros.

Cristo Eucaristia es obediencia al Padre hasta la muerte por los hermanos, que, según la carta a los Hebreos, ahora vivo y resucitado ejerce como sumo sacerdote ante el trono del Padre,mostrándele las cicatrices gloriosas de su pasión e intercediendo así en favor nuestro.

Nuestra adoración, adoración en espíritu y en verdad, debe sintonizar con los sentimientos y las actitudes de Cristo; y estos sentimientos serán siempre fundamentalmente la glorificación de Dios y la salvación de los hombres, las finalidades de la encarnación y del misterio pascual.

Cristo, el hombre plenamente solidario con todos los hombres, conforme al mensaje de la carta a los Hebreos, nos introduce, como sumo sacerdote, en su misma adoración e intercesión y da, por consiguiente, a nuestra adoración las dimensiones universales de su oración y ofrecimiento.

El adorador no se encierra en su intimismo individulista sino que identificándose con Cristo se abre a toda la Iglesia y al mundo entero: adora y da gracias como El, intercede y repara como El. LA ADORACION NOCTURNA ES MAS QUE LA SIMPLE DEVOCION EUCARISTICA O SIMPLE VISITA U ORACIÓN HECHA ANTE EL SAGRARIO.ES UN APOSTOLADO QUE OS HA SIDO CONFIADO PARA QUE PENSEIS EN TODA LA IGLESIA Y EN TODOS LOS HOMBRE CON CRISTO Y EN CRISTO, OFRECIENDO ADORACIÓN Y ACCIÓN DE GRACIAS, REPARANDO Y SUPLICANDO POR TODOS LOS HERMANOS.

Un adorador eucaristico, por tanto, tiene que tener muy presentes su parroquia, los niños de primera comunión, todos los jovenes, los matrimonios, las familias, los que sufren, las misiones, los enfermos, la escuela, la televisiòn y la prensa que tanto daño están haciendo en el pueblo sencillo, todos los medios de comunicación, las vocaciones , los sacerdotes... Mientras un adorador está orando, los frutos de su oración se tienen que extender al mundo entero. Y así a la vez que evita todo individualismo y egoismo, evita también toda dicotomìa entre oración y vida, porque  vivirá la oración con las actitudes de Cristo, con las finalidades de su pasión y muerte, de su Encarnación:glorificación del Padre y salvación de los hombres. Y así Adoración e Intercesión se complementan.

Y esto hay que decirlo alto y claro a la gente, a los creyentes cuando tratéis de hacer adeptos o proparanga en la parroquia y fuera de ella... Cuando voy a la Adoración Nocturna no pienso ni pido solo por mí, mis intereses o familia. Por la noche, en la velas, pienso y pido por todo el pueblo , por la parroquia, en la diócesis, por los niños, jòvenes, misiones, los enfermos.... Y así surgirán adoradores...y sera más estimada vuestra obra, más valoradas vuestras viglias.

Y saldréis de la oscuridad a la luz, y del individualsimo a la intercesión por todos... y el mundo os valorará. Y seréis aprecidados y mejor conocidos... y vendran otros a orar con vosotros... siempre que esto esté bien acentuado, asimilado y cultivado en vuestros turnos de vela.  Y así no soy yo solo el que oro, el me santifico, yo oro con Cristo y ayudo con mi oraciòn a la santificaciòn de mi parroquia y mis hermanos,los hombres. Soy ciudadano del mundo entero aunque esté solo ante el Señor.

Y el Seminario dirá que receis... y las parroquias dirán que tengais presente a los niños y jóvenes.... y todos, al conoceros mejor y realizar vosotros mejor vuestra misión litúrgico-sacramental os encomedarán sus necesidades espirituales y materiales...

LA PRESENCIA EUCARISTICA CAMINO DE ORACIÓN, DE SANTIDAD Y DE CIELO.

(Yo indico el camino, por ahí hay que ir, pero cada uno tiene que andar su camino. A Madrid se va por la nacional V, seguro, ese es el camino, pero hay que andarlo, a nadie se lo dan hecho... voy a dedicar cinco minutos  y necesitaria, por lo menos, una hora..sin exagerar)

Ni un solo santo que no hay sido eucarístico.Ni uno solo que  no haya sentido necesidad de oración eucarística, que no la haya practicado. Ni uno solo. Luego, los habrá habido más o menos apostólicos, caritativos, encarnados de una forma o de otra, más o menos temporalistas, contemplativos, activos, místicos.....

La madre Teresa...yo creí que con tanto ver a Cristo en los pobres no tendría tiempo para verlo en la Eucaristía... Y con esto ya he dicho todo lo que quería decir sobre la excelencia y necesidad absoluta de la oración eucarística. Para mí es evidente.Y no pierdo tiempo en más.Si uno tiene fe verdadera..

Pero la oración eucarística, como toda oración es un camino: hay iniciados, proficientes y perfectos. Hay un comenzar, ojos que no ven por falta de fe: pecados: la noche del sentido: meditación y purificación.ORAR ES AMAR EN TODA ORACION:CONVERSION

Segundo paso: progresión, aprovechados en la oración, pecados veniales consentidos, al final, atisvos de contemplación:

noche del espíritu.oración afectiva: diálogo

Tercer estadio: contemplación infusa: no meditacíon, menos diálogo, unión, transformación. Contemplando la Eucaristis se hecho Eucaristia Perfecta con Cristo: los mismos sentimientos de Cristo. 

LA EUCARISTIA: ESCUELA DE SANTIDAD. Ahora tenemos muchas escuelas y universidades. Escuela de Teología, escuela de Liturgia, Escuela de moral... nuestra madres y nuestros padres no tuvieron más escuela que el sagrario y punto.  Allí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos. Allí volvemos a escuchar nosotros a Jesús que nos dice: (despacio y silencio despues de cada uno) SIGUEME... AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS COMO YO OS HE AMADO....NO PODEIS SERVIR A DOS SEÑORES, NO PODEIS SERVIR A DIOS Y AL DINERO....VENID OS HARE PESCADORES DE HOMBRES...VOSOTROS SOIS MIS AMIGOS....NO TENGAIS MIEDO, YO HE VENCIDO AL MUNDO...QUIEN QUIERA SE DISCIPULO MIO, NIEGUESE A SI MISMO, CARGUE CON SU CRUZ Y ME SIGA....

Si no aguanto esta enseñanza, este diálogo personal con El, me marcho para que no pueda echarme en cara mi mediocridad y empiezo a decir que hay muchas presencias de Cristo y digo que me entusiama el apostolado pero El personalmente me aburre: no toda actividad es apostolado... Fijaos qué cosa más elocuente:  Los creyentes,sacerdotes o seglares prefieren la misa a la sola presencia, porque en la misa hay movimiento, gentes, palabras.. en la presencia solo el cara a cara , el tu a tu :Cristo me dice no estoy contento con esto , con aquello y no tengo defensa.

Si aguanto el cara a cara, cayendo y levantándome, llegare a la union con el, a la SANTIDAD.

 (Si no aguanto, me dedicaré al apostolado. En este punto, como termómetro de vida cristiana, la presencia supera a la misa.)

LA ADORACION EUCARISTICA ANTICIPO DE LA ADORACIÓN ESCATOLIGICA: CAMINO DE ETERNIDAD, DE CIELO.

El mismo Cristo que sacia a los bienaventurados en el cielo y que llenó las ansias de amor y felicidad de muchos santos y santas, adoradores nocturnos o simplemente orantes eucarísticos en la tierra, es el que nosotros contemplamos y tenemos en nuestros sagrarios.Quizás un fallo es hablar de la eucaristia como un anticipo del cielo, como fue para muchos hermanos y hermanas nuestras y lo es actualmente, yo conozco a varias personas,casadas y solteros, tienen vivencia del Señor y lo aman como los santos canonizados.... pero olvidando que antes hay que recorrer todo el camino de inmolación y muerte de nuestro yo, de nuestra pascua del pecado a la vida nueva.

¿Por qué  el mismo que sacia a los bienavanturados en el cielo no me sacia a mí? Ha faltado pedagogia y mistagogia y propedeutica eucaristica. Lo que falla esencialmente es la ofrenda, el sacrificio , la inmolaciòn de yo a Dios.

La eucaristia remite al banquete escatológico, lo anticipa en la fe y lo hace deseable en la esperanza."(664)

Esta orientación escatológica ha sido fuertemente subrayada por S. Pablo: "Cada vez que coméis este pan y bebéis de este cáliz anunciais la muerte del Señor hasta que vuelva" (1Cor.11,26)

Lo expresamos después de la consagración: " Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, VEN,SEÑOR JESUS..  Entre la resurrección y la venida gloriosa al final de los tiempos, tenemos la eucaristía, como memorial y anticipación, como presencia cierta de Dios con nosotros y como deseo ardiente de su venida definitiva.

La Iglesia del Vaticano II ha expresado con fuerza la misma tensión, especialmente en el número 8 de la Constitución sobre la liturgia: "En la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalém, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero.(Ap.21,2; Col.3,1; Heb8,2); cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial...(cf. también LG.48-51)

El aspecto eucarístico más evidente en el cielo sará el de la adoración. Allí no necesitaremos signos y símbolos, la presencia de Cristo no estará mediatizada por el pan y el vino: nuestra adoración se dirigirá directamente "al que está sentado en trono y al Cordero" (Ap.5,13)

Ya no habrá renovación del sacrificio sino una ininterrumpida alabanza y adoración: " repiten sin descanso día y ñoche: "Santo, santo, santo Señor Dios todopoderoso. Aquel que era, que es y que va a venir".(Ap.4,8)

En definitiva, en el pan y en el vino adoramos al Cristo glorioso. Este pan y este vino están ahí como testimonios del cielo nuevo y de la tierra nueva, ya que lo que ha sucedido en ellos es precisamente fruto de esta fuerza escatológica.

La presencia del Señor en la eucaristia recuerda el "futurae gloriae nobis pignus datur: la escaristia es la prenda de nuestra gloria definitiva en el cielo. Es la realizaciòn de la promesa de Jesús: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitará en el ´ltimo día."(Jn.6,54)

Los Padres de la Iglesia insistían mucho más de los que lo hacemos nosotros, en la relación entre la eucaristía y la resurrección de los muertos. Citamos  entre otros un hermoso texto de San Irineo: "Nuestros cuerpos, meced a la participación en la eucaristía, ya no son son corruptibles, pues poseen la esperanza de la resurrección para la eternidad." Y dijimos que la motivaciòn fundamental de la reserva eucaristica es el Viático: alimento para la vida eterna. Tú, hermano eres eternidad, tú vales tanto para el padre Dios que en cada misa te lo dice y un adorador lo tiene que aprender bien de tanto repertirlo: tu vales infinito, vales toda la sangre de Crito, cuando en getsemani.... Tú que has tenido el priviliegio de vivir por predilección de Dios ya no moriras nunca, tú eres má que este tiempo y este espacio, tú eres más que tu dinero y tus posesiones tu eres eternidad y Cristo te ha ganado para Dios. Por la Eucaristi tu historia tendrá un final feliz.  Da gracias.

Es justo, por esto razón, que la adoración eucarística, en continuidad con la celebración, posea en común con ésta el aire "celebrativo" de la fiesta: El Señor resucitado, que ha vencido definitivamente las barreras de la muerte y que las vence en todo cristiano, sobre todo en el momento del "tránsito" nos da la alegría escatológica, la certeza eterna, la alegría del cielo que tanto caracterizaba a las comunidades primitivas.(He.2,46) La adoración eucarística anticipa, pues, la adoración escatológica descrita por Juan en el Apocalipsis. Es figura de la adoración de toda la humanidad redimida en unión con los ángeles al final de los tiempos, en el cántico de la perfecta alabanza. Y por eso ya lo ensayamos  cantando aquí abajo el mismo canto que cantan ya los bienaventurados: SANTO, SANTO, SANTO.

FRENTE A TU ALTAR, SEÑOR, EMOCIONADO

VEO HACIA EL CIELO EL CALIZ LEVANTAR.

FRENTE A TU ALTAR, SEÑOR, ANONADADO

HE VISTO EL PAN Y VINO CONSAGRAR.

FRENTE A TU ALTAR, SEÑOR, HUMILDEMENTE

HA BAJADO HASTA MI TU ETERNIDAD.

FRENTE A TU ALTAR, SEÑOR, HE COMPRENDIDO

EL MILAGRO CONSTANTE DE TU AMOR.

¡QUERER TU QUE MI BARRO ESTE CONTIGO

HACIENDO TEMPLO A QUIEN TE HA OFENDIDO!

¡LLORANDO ESTOY FRENTE A TU ALTAR, SEÑOR!

Cantos y puntos breves de mEDITACIón para los gruPos De oración

PARROQUIA DE SAN PEDRO

PLASENCIA

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA 1966-2018

ORACIONES PARA LOS GRUPOS DE ORACIÓN

1. ORACIÓN DE ABANDONO EN EL PADRE

Padre, en tus manos me pongo,
haz de mi lo que quieras. 
Por todo lo que hagas de mi, te doy gracias. 
Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo,
con tal de que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas. 
No deseo nada más, Dios mío. 
Pongo mi alma entre Tus manos, te la doy, Dios mío,
con todo el ardor de mi corazón porque te amo, 
y es para mi necesidad de amor el darme,
el entregarme entre tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tu eres mi Padre.

2. Acción de gracias y petición del pueblo cristiano
De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios

En la oración y en las súplicas, pediremos al Artífice de todas las cosas que guarde, en todo el mundo, el número contado de sus elegidos, por medio de su Hijo amado, Jesucristo; en él nos llamó de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al conocimiento de su gloria. Nos llamaste para que nosotros esperáramos siempre, Señor, en tu nombre, pues él es el principio de toda criatura. Tú abriste los ojos de nuestro corazón, para que te conocieran a ti, el solo Altísimo en lo más alto de los cielos, el Santo que habita entre los santos. A ti, que abates la altivez de los soberbios, que deshaces los planes de las naciones, que levantas a los humildes y abates a los orgullosos; a ti, que enriqueces y empobreces; a ti, que das la muerte y devuelves la vida.

Tú eres el único bienhechor de los espíritus y Dios de toda carne, que penetras con tu mirada los abismos y escrutas las obras de los hombres; tú eres ayuda para los que están en peligro, salvador de los desesperados, criador y guardián de todo espíritu. Tú multiplicas los pueblos sobre la tierra y, de entre ellos, escoges a los que te aman, por Jesucristo, tu siervo amado, por quien nos enseñas, nos santificas y nos honras. Te rogamos, Señor, que seas nuestra ayuda y nuestra protección: salva a los oprimidos, compadécete de los humildes, levanta a los caídos, muestra tu bondad a los necesitados, da la salud a los enfermos, concede la conversión a los que han abandonado a tu pueblo, da alimento a los hambrientos, liberta a los prisioneros, endereza a los que se doblan, afianza a los que desfallecen. Que todos los pueblos te reconozcan a ti, único Dios, y a Jesucristo, tu Hijo, y vean en nosotros tu pueblo y las ovejas de tu rebaño.

Por tus obras has manifestado el orden eterno del mundo, Señor, creador del universo. Tú permaneces inmutable a través de todas las generaciones: justo en tus juicios, admirable en tu fuerza y magnificencia, sabio en la creación, providente en sustentar lo creado, bueno en tus dones visibles y fiel en los que confían en ti, el único misericordioso y compasivo.

Perdona nuestros pecados, nuestros errores, nuestras debilidades, nuestras negligencias. No tengas en cuenta los pecados de tus siervos y de tus siervas, antes purifícanos con el baño de tu verdad y endereza nuestros pasos por la senda de la santidad de corazón, a fin de que obremos siempre lo que es bueno y agradable ante tus ojos y ante los ojos de los que nos gobiernan.

Sí, oh Señor, haz brillar tu rostro sobre nosotros, concédenos todo bien en la paz, protégenos con tu mano poderosa, líbranos, con tu brazo excelso, de todo mal y de cuantos nos aborrecen sin motivo. Danos, Señor, la paz y la concordia, a nosotros y a cuantos habitan en la tierra, como la diste en otro tiempo a nuestros padres, cuando te invocaban piadosamente con confianza y rectitud de corazón.

3.- Ante la tentación de dejarse vencer por el cansancio
  del Bto. Manuel González – Obispo  de los Sagrarios Abandonados

¡Madre Inmaculada! ¡Qué no nos cansemos! ¡Madre nuestra! ¡Una petición! ¡Que no nos cansemos!

Si, aunque el desaliento por el poco fruto o por la ingratitud nos asalte, aunque la flaqueza nos ablande, aunque el furor del enemigo nos persiga y nos calumnie, aunque nos falten el dinero y los auxilios humano, aunque vinieran al suelo nuestras obras y tuviéramos que empezar de nuevo… ¡Madre querida!... ¡Que no nos cansemos!

Firmes, decididos, alentados, sonrientes siempre, con los ojos de la cara fijos en el prójimo y en sus necesidades, para socorrerlos, y con los ojos del alma fijos en el Corazón de Jesús que está en el Sagrario, ocupemos nuestro puesto, el que a cada uno nos ha señalado Dios.

¡Nada de volver la cara atrás!, ¡Nada de cruzarse de brazos!, ¡Nada de estériles lamentos! Mientras nos quede una gota de sangre que derramar, unas monedas que repartir, un poco de energía que gastar, una palabra que decir, un aliento de nuestro corazón, un poco de fuerza en nuestras manos o en nuestros pies, que puedan  servir para dar gloria a Él y a Ti y para hacer un poco de bien a nuestros hermanos… ¡Madre mía, por última vez! ¡Morir antes que cansarnos!

4.- María de la Anunciación:

Cinco minutos antes de la Anunciación, la Virgen no sabía lo que iba a pasar, pero ya le decía en su corazón a Dios: «Aquí tienes a tu sierva. Hágase en mí lo que quieras».

Ponte en manos de María de Nazaret con esta oración:

María, Maestra de la escucha, Virgen de la pregunta humilde («¿cómo puede ser esto?»), de la disponibilidad perfecta («aquí está la sierva del Señor»), del sí total y continuo al querer de Dios buscado y discernido («hágase en mí según tu Palabra»).

 Ayúdame a serenarme, para centrarme como tú en Aquel que es todo Palabra cuando yo le escucho, y todo oídos cuando yo le hablo. Que mi corazón acoja el mensaje de la Escritura a fin de guardarlo, meditarlo, hacerlo vida y compartirlo con los hermanos.

Mujer del Espíritu, siempre atenta, contemplativa y fiel, acompáñame en este encuentro con la Palabra, preséntame a jesucristo, tu Hijo, y enséñame a decirle «amén» con la vida.

5.- ORACIÓN DE SAN ANSELMO

Deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas.

Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un rato en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye a todo, excepto a Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de Él. Di, pues, alma mía, di a Dios: «Busco tu rostro, Señor, anhelo ver tu rostro». Y ahora, Señor mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte.

Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque rio puedo ir en tu busca, a menos que Tú me enseñes, y no puedo encontrarte, si Tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré, y hallándote te amaré.

6.- Oración para la conversión de los buenos:

Hay que pedir, reconociendo los fallos y la necesidad de ayuda. Para ello se puede rezar esta ORACIÓN:

Por nosotros, que decimos y no hacemos,

que vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro,

que apartamos el mosquito y tragamos el camello,

que somos sal insípida y luz que se esconde,

que amamos al amigo y aborrecemos al enemigo,

que no perdonamos las ofensas,

que pretendemos posible servir a Dios y al egoísmo,

que no nos atrevemos a ir por la senda estrecha,

que nos contentamos con clamar «Señor, Señor»,

que no amamos con obras y de verdad,

que queremos seguirte, pero sin tomar la cruz

ni negarnos a nosotros mismos

Para obtener la conversión, hay que pedir un plus de gracia:

Para los que te buscamos sin dar la cara, como Nicodemo, más valentía, Señor.

Para los que nos contentamos con una religión de apariencia, como los fariseos, más sinceridad, Señor.

Para los que nos encontramos con el dolor y volvemos la cara, como los personajes de la parábola (del samaritano), (el sacerdote y el levita), más solidaridad, Señor.

 Para los que renegamos de lo que creemos, como Pedro, más constancia, Señor.

 Para los que no hacemos más que lamentarnos, como las mujeres de Jerusalén, más acción, Señor.

Para los que golpeamos en nombre de la justicia, como los soldados romanos, más comprensión, Señor.

Para los que cubrimos de tierra los talentos, como el siervo inútil, mayor responsabilidad, Señor

Señor, tú que curaste a un leproso tocándolo, queremos ser limpios.

 Señor, tú que curaste a un muchacho a distancia, di una sola palabra y quedaremos curados.

Señor, tú que dijiste al paralítico: «Levántate y anda», que caminemos siempre tus caminos.

Señor, tú que resucitaste a una niña, despiértanos para siempre de nuestra modorra.

Somos la sal de la tierra, pero ¿a quién salaremos con este sabor insípido? Solo servimos para ser pisoteados por los hombres.

Somos luz del mundo y nos ocultamos en los bajos fondos de la urbe, escondidos bajo el celemín cobardemente, en lugar de alumbrar en nuestro entorno.

Señor, que luzca nuestra luz entre los hombres, para que, viendo nuestras buenas obras, glorifiquen al Padre de los cielos (...)

Señor, ¿cuándo buscaremos de una vez el Reino y su justicia, dejando en paz la añadidura?

7.- CARTA DE DESPEDIDA DE JESÚS A MARÍA, la noche antes de partir hacia la vida pública, para leerla en silencio. Dice así:

Querida mamá: Cuando te despiertes, yo ya me habré ido. He querido ahorrarte despedidas. Ya has sufrido bastante, y lo que sufrirás, María. Ahora es de noche, mientras te escribo... Quiero decirte por qué me voy, por qué te dejo, por qué no me quedo en el taller haciendo marcos para las puertas y enderezando sillas el resto de mi vida.

Durante treinta años he observado a la gente de nuestro pueblo y he intentado comprender para qué vivían, para qué se levantaban cada mañana y con qué esperanza se dormían todas las noches (...) El resultado es que la mayoría de ¡os días son grises, las soledades demasiado grandes para ser soportadas por hombres normales, la amargura habitual de casa, las alegrías cortas y poco alegres.

A veces, madre, cuando llegaba el cartero y sonaba la trompetilla en la plaza del pueblo, cuando la gente acudía corriendo alrededor, yo me fijaba en esas caras que esperaban ansiosamente, delirantemente, de cualquier parte y con cualquier remite, una buena noticia. ¡Hubieran dado la mitad de sus vidas porque alguien les hubiera abierto, desde fuera, un boquete en el cascarón! Me venían ganas de ponerme en medio y gritarles: «iLa noticia buena ya ha llegado! ¡El Reino de Dios está dentro de vosotros! ¡Las mejores cartas os van a llegar de dentro! ¿Por qué os repetís que estáis cojos, si resulta que Dios os ha dado piernas de gacela?».

Yo me siento prendido por la plenitud de la vida, María. Yo me descubro encendido en un fuego que me lleva y me hace contarles a los hombres noticias simples y hermosas que ningún periódico dice nunca. Y quisiera quemar el mundo con esta llama; que en todos los rincones hubiera vida, pero vida en abundancia.

Ya sé que soy un carpintero sin bachillerato y que apenas he cumplido la edad de abrir os labios en público. No me importaría esperar más, pensarlo más, ser más maduro, «hacer mi síntesis teológica»... Pero esta tarde me he enterado de que han detenido a Juan, que bautizaba en el río. ¿Quién alentará ahora la chispita que aún humea en el corazón de los pobres? ¿Quién gritará lo que Dios quiere, en medio de tantos gritos que no quieren a Dios? ¿Quíén curará a los sencillos y a los cansados, que tienen derecho a vivir porque son los queridos desde el principio del universo? Hay demasiada infelicidad, mamá, como para que yo me contente con fabricar hamacas para unos pocos... Demasiados ciegos, demasiados pobres, demasiada gente para quien el mundo es ¡a blasfemia de Dios. No se puede creer en un mundo donde los hombres mueren y no son felices.., a menos que se esté del lado de los que dan la vida para que esto no siga sucediendo; para que el mundo sea como Dios lo pensó.

Si te he de decir la verdad, no tengo nada claro lo que voy a hacer. Sé por dónde empezar. No sé dónde terminaremos. Por lo pronto, me voy a Cafarnaúm, a la orilla del lago, donde hay más gente y lo que pase tendrá más resonancia.

Está amaneciendo. Te escribiré. Te vendré a ver de vez en cuando.

Tu Jesús.

TEXTO DE APOYO

Sabor a Cristo

Saber a Cristo vivo,

amarle con pasión,

seguirle intensamente,

concédenos, Señor.

Gustar a Jesucristo,

quererle más y más,

servirle cada día,

otórganos, Señor.

Descúbrenos al joven

crecido entre virutas,

ejemplo de trabajo,

oculto en Nazaret.

8.- Salmo-17
 
Yo te amo, Señor mi fortaleza,
mi roca, mi baluarte, mi liberador.
Eres la peña en que me amparo,
mi escudo y mi fuerza, mi Salvador.
 
En el templo se escuchó mi voz,
clamé por Ti en mi angustia.
Extendiste tu mano y no caí,
tu poder del enemigo me libró.
 
Las olas de la muerte me envolvían,
me aguardaba la ruina,
pero el Señor venció.
Tu eres la luz que me ilumina,
quien abre mis caminos,

En el templo se escuchó mi voz,
clamé por Ti en mi angustia.
Extendiste tu mano y no caí,
tu poder del enemigo me libró.
 
Cuando yo invoqué tu nombre,
con mano poderosa,
me salvó tu Amor.Son perfectos tus caminos,
tus manos me sostienen
Tú eres mi Rey.
 
En el templo se escuchó mi voz,
clamé por Ti en mi angustia.
Extendiste tu mano y no caí,
tu poder del enemigo me libró.

9.- Oración del Papa Clemente XI

Creo, Señor,
haz que crea con más firmeza;
espero, haz que espere con más confianza;
me arrepiento, haz que tenga mayor dolor.


Te adoro como primer principio;
te deseo como último fin;
te alabo como bienhechor perpetuo;
te invoco como defensor propicio.
Dirígeme con tu sabiduría,
átame con tu justicia,
consuélame con tu clemencia,
protégeme con tu poder.

Te ofrezco, Señor, mis pensamientos,
para que se dirijan a ti;
mis palabras, para que hablen de ti;
mis obras, para que sean tuyas,
mis contrariedades, para que las lleve por ti.

Quiero lo que quieras, quiero porque quieres,
quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras.

Señor, te pido que ilumines mi entendimiento,
inflames mi voluntad,
limpies mi corazón,
santifiques mi alma.

Que me aparte de mis pasadas iniquidades,
rechace las tentaciones futuras,
corrija las malas inclinaciones,
practique las virtudes necesarias.

Concédeme, Dios de bondad, amor a ti, odio a mí,
celo por el prójimo y desprecio a lo mundano.

Que sepa obedecer a los superiores, ayudar a los inferiores,
aconsejar a los amigos y perdonar a los enemigos. 
Que venza la sensualidad con la mortificación,
la avaricia con la generosidad,
la ira con la bondad,
la tibieza con la piedad.

Hazme prudente en los consejos,
constante en los peligros,
paciente en las contrariedades,
humilde en la prosperidad.

Señor, hazme atento en la oración,
sobrio en la comida,
constante en el trabajo,
firme en los propósitos.

Que procure tener inocencia interior,
modestia exterior,
conversación ejemplar y vida ordenada. 

Haz que esté atento a dominar mi naturaleza,
a fomentar la gracia,
servir a tu ley
y a obtener la salvación. 

Que aprenda de ti qué poco es lo terreno,
qué grande lo divino,
qué breve el tiempo,
qué durable lo eterno.

Concédeme preparar la muerte,
temer el juicio,
evitar el infierno
y alcanzar el paraíso.Por Cristo nuestro Señor. Amén.

10.- Salmo 51:

Crea en mi, oh Dios, un corazón puro
Tenme piedad, oh Dios, según tu amor,

por tu inmensa ternura borra mi delito,

lávame a fondo de mi culpa,
y de mi pecado purifícame.

Pues mi delito yo lo reconozco,
mi pecado sin cesar está ante mí;
contra ti, contra ti solo he pecado,
lo malo a tus ojos cometí.

Por que aparezca tu justicia cuando hablas

y tu victoria cuando juzgas.
Mira que en culpa ya nací,
pecador me concibió mi madre.

Crea en mi, oh Dios, un corazón puro,

un espíritu firme dentro de mi renueva; 

abre, Señor, mis labios,
y publicará mi boca tu alabanza

11.- PLEGARIA A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Oh Díos mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.

        Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierta en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

        Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como adorador, como reparador y como salvador.

        Oh Verbo Eterno, palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñada para aprenderlo todo de vos; y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh amado astro mío! fascinadme, para que nunca pueda ya salir de vuestro resplandor.

        Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí, para que en mi alma se realice una como Encarnación del Verbo; que sea yo para él una humanidad supletoria, en la que él renueve todo su misterio.

        Y vos, oh Padre, inclinaos sobre esta vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra; no veáis en ella sino al amado, en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.

        Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas.

12. - ORACIÓN AL PADRE

Abba, Padre bueno del  cielo y de la tierra y de todas partes,  principio y fin de todo.

Me alegro de que existas y seas tan grande y  generoso, dándote totalmente como Padre a tu Hijo con tu Amor de Espíritu Santo y viviendo en Tri-Unidad de Vida, Verdad  y Amor

Te alabo y te bendigo porque me has creado y redimido y hecho hijo tuyo en tu Hijo encarnado por obra del Espíritu Santo en el que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna”.

Papá bueno del cielo, te doy gracias porque me creaste: si existo, es que me has amado y soñado desde toda la eternidad y con un beso de amor de Padre me has dado la existencia en al amor de mis padres.

Si existo, es que me has preferido a millones y millones de seres que no existirán y me ha señalado con tu dedo,  creador de vida y felicidad eterna.

Si existo, soy un cheque firmado y avalado por la sangre del Hijo, muerto y resucitado por la potencia de Amor del Santo Espíritu; y he sido elegido  por creación y redención para vivir eternamente en la misma felicidad de Dios Trino y Uno.

Padre bueno de cielo y tierra, te pido que sea santificado tu Nombre, que venga a nosotros tu reino de Santidad, Verdad y Amor;  que se haga tu voluntad de salvación universal de todos los hombres; y que cumplamos tu deseo revelado en tu Palabra hecha carne: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”;  danos muchos y santos sacerdotes y predicadores de tu reino  que prolonguen la misión que confiaste a tu Hijo amado, Sacerdote Único del Altísimo y Eucaristía perfecta.

Padre bueno del cielo, quiero amarte como hijo; quiero obedecerte como a Padre; quiero cumplir tu deseo de hacernos a todos hijos en el Hijo para que te complazcas eternamente en Él-nosotros con tu mismo Amor de Espíritu Santo.

Padre nuestro que estás en el cielo, Origen de todo bien, Ternura infinita y personificada de la Trinidad; Principio y Fin de todo; Padre-Madre de mi vida y de mi alma, yo creo, adoro, espero, te amo; y te pido perdón por todos los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman; y confío y espero  tu abrazo eterno de Padre en el Hijo con tu  Amor de Espíritu Santo. Amén».

13.- ORACIÓN DE ADMIRACIÓN POR LA GRANDEZA SACERDOTAL

«Inclino mi frente como inclino mi corazón ante ti, Sacerdote,

Hombre de Dios y hombre de la Iglesia

Hombre que no te perteneces, que vives y mueres por los demás

Hombre de la soledad y compañero de camino para cada uno

Hombre que llevas en tu cuerpo la señal de la crucifixión

y la gloria de la resurrección

Hombre que no te humillas ante nadie,

pero que lavas los pies a todos

Evangelizador de alegría y consuelo

Ministro del perdón y de la misericordia

Amigo fiel

Hombre abierto a la esperanza,

que guardas en tu corazón las miserias de los hombres

Hombre de oración con las manos siempre en alto

Hombre libre porque eres obediente.

Hombre enamorado del amor, que cultivas grandes ideales

Experto de humanidad

Tú recibes del alba la fuerza de la resurrección

y a la tarde entregas la luz que no conoce ocaso.

Sacerdote, no ceses nunca de pronunciar tu ‘SI”».

9.- ORACIÓN AL ESPIRITU SANTO

Oh Espíritu Santo Consolador, que en el día santo de Pentecostés descendiste sobre los Apóstoles y henchiste aquellos sagrados pechos de caridad, de gracia y de sabiduría!   Suplícote, Señor, por esta inefable largueza y misericordia, hinches mi ánima de tu gracia y todas mis entrañas de la dulzura inefable de tu amor.

Ven, oh Espíritu Santísimo, y envíanos desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, oh Padre de los pobres. Ven, dador de las lumbres y lumbre de los corazones. Ven, Consolador muy bueno, dulce huésped de las almas y duce refrigerio de ellas. Ven a mí, limpieza de los pecados y Médico de las enfermedades. Ven, fortaleza de flacos y remedio de caídos. Ven, Maestro de los humildes y destruidor de los soberbios. Ven singular gloria de los que viven y salud de los que mueren. Ven, Dios mío, y disponme para Tí con la riqueza de tus dones y misericordias.

Embriágame con el don de la sabiduría, alúmbrame con el don del entendimiento, rígeme con el don del consejo, confírmame con el don de la fortaleza, enséñame con el don de la ciencia, hiéreme con el don de la piedad y traspasa mi corazón con el don del temor. ¡Oh dulcísimo amador de los limpios de corazón! Enciende y abrasa todas mi entrañas con aquel suavísimo fuego de tu amor, para que todas ellas, así abrasadas sean arrebatadas y llevadas a Tí, que eres mi último fin y abismo de todos los bienes.        

Oh dulcísimo amador de las almas limpias! Pues Tú sabes, Señor, que yo ninguna cosa puedo, extiende tu piadosa mano sobre mi, para que así pueda pasar a Tí. Y para esto, Señor, derriba, mortifica, aniquila y deshaz en mí todo lo que quisieres, para que del todo me hayes a tu voluntad, para que toda mi vida sea un sacrificio imperfecto, que todo se abrase en el fuego de tu amor.

¡Oh, quién me diese que me quisieses admitir a tu grande bien! Mira que a Tí suspira esta pobre y miserable criatura tuya, día y noche. Tuvo sed mi ánima del Dios vivo: ¿Cuándo vendré y pareceré ante la cara de todas las gracias? ¿Cuándo entraré en el lugar de aquel tabernáculo admirable hasta la casa de mi Dios? ¿Cuándo me veré harto con tu gloriosa presencia’? ¿Cuándo por Tí seré librado de la tentación y en Ti traspasaré el muro de esta mortalidad?

¡ Oh fuente de resplandores eternos! Vuélveme, Señor, a aquel abismo de donde procedí, donde te conozca de la manera que me conociste y te ame como me amaste y te vea para siempre en compañía de tus escogidos. AMEN.

 14.- ORACIÓN DE JUAN PABLO II

Ave María, Mujer pobre y humilde,
¡Bendita del Altísimo!

Virgen de la esperanza, profecía de los tiempos nuevos,
nosotros nos asociamos a tu canto de alabanza 
para celebrar las misericordias del Señor,
para anunciar la venida del Reino
y la plena liberación del hombre.

Ave María  humilde sierva del Señor,
¡gloriosa Madre de Cristo!
Virgen fiel, morada santa del Verbo,
enséñanos a perseverar en la escucha de la Palabra,
a ser dóciles a la voz del Espíritu,
atentos a sus llamados en la intimidad de la conciencia

y a sus manifestaciones en los acontecimientos de la historia.

Ave María, Mujer del dolor,
¡Madre de los vivientes!
Virgen esposa ante la Cruz, nueva Eva,
sé nuestra guía por los caminos del mundo,
enséñanos a vivir y a difundir el amor de Cristo,
a permanecer contigo junto a las innumerables cruces
sobre las cuales tu Hijo está aún crucificado.

Ave María, Mujer fiel,
¡Primera discípula!
Virgen Madre de la Iglesia, ayúdanos a dar siempre
razón de la esperanza que está en nosotros
confiando en la bondad del hombre y en el amor del Padre.

Enséñanos a construir el mundo desde dentro:
en la profundidad del silencio y la oración,
en la alegría del amor fraterno,
en la fecundidad insustituible de la cruz.

 

Santa María, Madre de los creyentes,
Ruega por nosotros.

15. AMO A JESUCRISTO

17.- ORACIÓN DE SANTA BRÍGIDA:

«Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la Última Cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.

Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así de manera bien clara tu caridad para con el género humano.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado  ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato, para ser juzgado por él.

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado con punzantes espinas, y aguantaste con una paciencia inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa, que te taparan los ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu mejilla y tu cuello.

Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado, que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato, cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos, como el Cordero inocente.

Honor a ti,  mi Señor Jesucristo, que, con todo tu glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte de cruz, cargaste sobre tus sagrados hombros el madero, fuiste llevado inhumanamente al lugar del suplicio, despojado de tus vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.

Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que, en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, que nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que cuidara de ella con toda fidelidad.

Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que, cuando estabas agonizando, diste a todos los pecadores la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.

Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste entre las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de la muerte.

Bendito seas Tú, mi Señor Jesucristo, que, por nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, y que ella lo envolviera en lienzos y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran allí guardia.

Honor por siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.

Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono, en tu reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la carne de la Virgen. Y así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos: tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén».

18.- ORACIÓN A JESÚS EUCARISTÍA

¡Jesucristo, Eucaristía divina, CANCIÓN DE AMOR DEL PADRE, REVELADA EN SU PALABRA HECHA CARNE Y PAN DE EUCARISTÍA, CON AMOR DE ESPÍRITU SANTO!

¡Jesucristo, Eucaristía divina, ¡TEMPLO, SAGRARIO Y MISTERIO DE MI DIOS TRINO Y UNO!

 ¡Cuánto te deseo, cómo te  busco, con qué hambre de Ti camino por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día!

¡Jesucristo Eucaristía, quiero verte para tener la Luz del Camino, de la Verdad y de la Vida; QUIERO ADORARTE, PARA CUMPLIR CONTIGO LA VOLUNTAD DEL PADRE HASTA DAR LA VIDA;  quiero comulgarte, para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor!; y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo sacerdote y víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Quiero entrar así en el Misterio de mi Dios Trino y Uno, con Jesucristo Sacerdote Único y Eucaristía perfecta,  por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

 

19.- ORACIÓN A JESUCRISTO

¡Jesucristo, HIJO DE DIOS ENCARNADO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y  EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE!

Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida y quedarte siempre en el Sagrario en intercesión y oblación perenne al Padre por la salvación de los hombres.

TAMBIÉN YO QUIERO  DARLO TODO POR TI Y PERMANECER SIEMPRE CONTIGO IMPLORANDO LA MISERICORDIA DIVINA SOBRE MI FAMILIA, MI PARROQUIA Y EL MUNDO ENTERO.

YO QUIERO SER Y EXISTIR SACERDOTAL Y VICTIMALMENTE  EN TI;  yo quiero ser totalmente tuyo, porque para mí Tú lo eres todo,  yo quiero que lo seas todo.

Jesucristo, Eucaristía Perfecta, yo creo en Ti.

Jesucristo, Sacerdote único del Altísimo, yo confío en Ti.

Tú eres el Hijo de Dios.

20.- ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

¡Oh Espíritu Santo, Dios Amor, ABRAZO Y BESO DE MI DIOS, ALIENTO DE VIDA Y AMOR TRINITARIO, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida! ¡Yo Te adoro!

¡Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante, y conviérteme, por una nueva encarnación sacramental, en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve y prolongue en mí todo su misterio de salvación! Quisiera hacer presente a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres como adorador del Padre, como salvador de los hombres, como redentor del mundo!

Inúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

¡Oh Espíritu Santo, Alma y Vida de mi Dios! Ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame, fúndeme en Amor Trinitario, para que sea amor creador de vida en el Padre, amor salvador de vida por el Hijo, amor santificador de vida con el Espíritu Santo, para alabanza de gloria de la Trinidad y bien de mis hermanos, los hombres.            

21.- ORACIÓN A MARÍA MADRE DEL ALMA

¡SALVE, MARÍA,

HERMOSA NAZARENA,

VIRGEN BELLA,

MADRE SACERDOTAL,

MADRE DEL ALMA,

CUÁNTO TE QUIERO,

CUÁNTO ME QUIERES!

¡GRACIAS POR HABERME DADO A TU HIJO,  HIJO DE DIOS ENCARNADO Y SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO!

¡GRACIAS POR HABERME AYUDADO A SER Y EXISTIR EN ÉL!

¡Y GRACIAS TAMBIÉN, POR QUERER SER MI MADRE !

¡MI MADRE  Y MI MODELO!

¡GRACIAS!

 

22.- Himno. En esta tarde, Cristo del Calvario

En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mi todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.

Amén.

23.- Tomad, Señor, y recibid

Agradecer a Dios sus dones es justo y necesario. Pero, ¿basta con el agradecimiento? Mejor será que cerremos esta contemplación con la preciosa plegaria oblativa que nos ofrece san Ignacio, glosándola y saboreándola, afectuosa y conscientemente, como si fuera la primera vez:

«Tomad, Señor y recibid». Te entrego el dominio de mi ser. Puedes usar de mí como te plazca. Puedes disponer de mi vida como quieras, cuando quieras y donde quieras.

«Toda mi libertad». Lo más íntimo de mi existencia, de mi personalidad, lo único auténticamente mío. La quiero emplear sólo en tu santo servicio. «Mi memoria». Quiero recordarte solo a ti o recordar para ti. Como los enamorados, que no dejan de recordarse mutuamente.

«Mi entendimiento». Quiero entender las cosas con tu sabiduría, con tu punto de vista.

«Mi voluntad». Quiero quererte a ti y querer como tú quieres a las personas y las cosas.

«Todo mi haber y mi poseer». Mi yo: esencia y existencia, facultades y sentidos. Y mis cosas: poder, tener, saber, mis cualidades, mi tiempo, todo para tu servicio.

«Vos me lo disteis; a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro; disponed a toda vuestra voluntad». Reconozco la procedencia divina de todo lo que soy y tengo, y os lo ofrezco para que lo aceptéis, de golpe o en el gota a gota, en la página a página de cada día.

24.- Te entrego, Señor, mi vida

Te entrego, Señor, mi vida; hazla fecunda; hazla fecunda.

Te entrego, Señor, mi voluntad; hazla idéntica a la tuya.

Toma mis manos; hazlas acogedoras.

Toma mi corazón; hazlo ardiente.

Toma mis pies; hazlos incansables.

Toma mis ojos; hazlos transparentes.

Toma mis horas grises; hazlas novedad.

Toma mis cansancios; hazlos tuyos.

Toma mis veredas; hazlas tu camino.

Toma mi pobreza; hazla tu riqueza.

Toma mi obediencia; hazla tu gozo.

Toma mi nada; hazla lo que quieras.

Hazme nuevo en la donación, alegría en la entrega,

gozo desbordante al dar la vida, al gastarme en tu servicio.

(Anónimo).

25.- SABORES Y DULZURAS DE TRINIDAD

Y cuando, en ese amar al Amor, la esposa del Espíritu Santo, introducida en la cámara nupcial de su divinal Consorte, saborea aquel festín de la sustancia divina en la sustancia de su alma, ve que, trascendida infinitamente, nada puede decir de aquel sabor deleitoso de Divinidad que se le está dando en el Beso virginal de su Esposo eterno.

Experimenta que todo Dios se es vida infinita, que se le da a gustar en sabor de leche y miel; sabor tan deleitable y misterioso, que va haciendo de la criatura, ante el contacto del toque divino del Espíritu Santo, Dios por participación, en una unión estrechísima de experiencia indecible e indescriptible.

Toda la Divinidad en Trinidad de Personas se hace saborear tan sabrosamente en su sabiduría saboreable al alma esposa, que ésta, sin saber, aprende y apercibe que, en este saber sabroso, no sabiendo, se ha quedado sin saber esta ciencia tan divina que le dice Divinidad; y que, dejándola embriagada en el festín infinito de su divino sabor, la ha incapacitado para gustar nada fuera de aquel Amante, que sólo le dice en la sustancia de su alma: VIRGINIDAD, DIVINIDAD.

Pudiéndosele llamar a la esposa que vive en este festín de amor, en esta vida, más de Cielo que de tierra: Dios por participación de Dios en experiencia amorosa; ya que su vivir es el vivir de las tres divinas Personas, siendo cada una de ellas su Amado y su Amante, y siendo ella para las tres divinas Personas su amada y su escogida; teniendo los dos un solo festín, y viviendo los dos, uno por derecho de propiedad, y otro por regalo de amor, de la Divinidad y para la Divinidad.

¡Oh mi Dios eterno, si el alma supiera el divino festín que se encierra en tu seno!, correría atraída al olor de tus perfumes, y vería cómo son “tus ungüentos más suaves que el vino” (Ct 1, 2b). ¡Oh Amor...! ¡“Bésame con el Beso de tu Boca” tan divinamente, que te sepa a Divinidad...!

Cuando te supe no quise nada, porque aprendí que en la sabiduría de tu ciencia se encuentra al Todo en su todo, y al Todo del todo; ya que, ahondada en el sacro misterio de tu eterna caridad, te supe tan divinamente, que me quedé sin saber, porque lo que en Ti aprendí, excedía casi infinitamente mi pobre saber, pues te supe en Ti sin mí, ¡aunque te supe yo en Ti… ¡Oh Dios, no quiero más ciencia que saberte, porque no quiero más saber que tu ciencia...!

Déjame, ¡oh Amor...!, ahondarme en la sabiduría inconmensurable de tu Divinidad, para que en tu sustancial Palabra yo pueda decirte a Ti, oh mi divinal Esposo, como mi alma enamorada lo necesita; ya que para que pudiera decirte, oh mi Trinidad Una, Tú me has hecho, por transformación de amor, tu misma Palabra,..

En verdad puedo decir con el Cantar de los Cantares: “Bésame con el beso de tu boca, pues son tus amores más suaves que el vino”.

26. CONSAGRACIÓN DE LA FAMILIA AL ESPÍRITU SANTO
 
        ¡Oh Dios Espíritu Santo! Postrados ante tu divina majestad, venimos a consagrarnos a Ti con todo lo que somos y tenemos. 

Por un acto de la omnipotencia del Padre hemos sido creados, por gracia del Hijo hemos sido redimidos, y por tu inefable amor has venido a nuestras almas para santificarnos, comunicándonos tu misma vida divina. 

           Desde el día de nuestro bautismo has tomado posesión de cada uno de nosotros, transformándonos en templos vivos donde Tú moras juntamente con el Padre y el Hijo; y el día de la Confirmación fue la Pentecostés en que descendiste a nuestros corazones con la plenitud de tus dones, pera que viviéramos una vida íntegramente cristiana.

 Permanece entre nosotros para presidir nuestras reuniones; santifica nuestras alegrías y endulza nuestros pesares; ilumina nuestras mentes con los dones de la sabiduría, del entendimiento y de la ciencia; en horas de confusión y de dudas asístenos con el don del consejo; para no desmayar en la lucha y el trabajo concédenos tu fortaleza; que toda nuestra vida religiosa y familiar esté impregnada de tu espíritu de piedad; y que a todos nos mueva un temor santo y filial para no ofenderte a Ti que eres la santidad misma. 

Asistidos en todo momento por tus dones y gracias, queremos llevar una vida santa en tu presencia.

Por eso hoy te hacemos entrega de nuestra familia y de cada uno de nosotros por el tiempo y la eternidad. Te consagramos nuestras almas y nuestros  cuerpos, nuestros bienes materiales y espirituales, para que Tú sólo dispongas de nosotros y de lo nuestro según tu beneplácito. Sólo te pedimos la gracia que después de haberte glorificado en la tierra, pueda toda nuestra familia alabarte en el cielo, donde con el Padre y el Hijo vives y reinas por los siglos de los siglos. Así sea.

 

 

27 Oración a la Virgen por los sacerdotes

Oh María...
Oh  María, Madre de Jesucristo 
y Madre de los sacerdotes:
acepta este título con el que hoy 
te honramos para exaltar tu maternidad
y contemplar contigo
el Sacerdocio de tu Hijo unigénito 
y de tus hijos,
oh Santa Madre de Dios.

Madre de Cristo,
que al Mesías Sacerdote diste un cuerpo de carne
por la unción del Espíritu Santo
para salvar a los pobres y contritos de corazón:
custodia en tu seno y en la Iglesia a los sacerdotes,
oh Madre del Salvador.

Madre de la fe,
que acompañaste al templo al Hijo del hombre,
en cumplimiento de las promesas
hechas a nuestros Padres:
presenta a Dios Padre, para su gloria,
a los sacerdotes de tu Hijo,
oh Arca de la Alianza.

Madre de la Iglesia,
que con los discípulos en el Cenáculo
implorabas el Espíritu
para el nuevo Pueblo y sus Pastores:
alcanza para el orden de los presbíteros
la plenitud de los dones,
oh Reina de los Apóstoles.

Madre de Jesucristo,
que estuviste con Él al comienzo 
de su vida y de su misión,
lo buscaste como Maestro entre la muchedumbre,
lo acompañaste en la cruz,
exhausto por el sacrificio único y eterno,
y tuviste a tu lado a Juan, como hijo tuyo:
acoge desde el principio
a los llamados al sacerdocio,
protégelos en su formación
y acompaña a tus hijos
en su vida y en su ministerio,
oh Madre de los sacerdotes. Amén
 

 

28. PRECES POR LOS SACERDOTES

A nuestro Santísimo Padre el Papa,
Dale Señor tu corazón de Buen Pastor.

A los sucesores de los Apóstoles,
Dales Señor, solicitud paternal por sus
sacerdotes.

A los Obispos puestos por el Espíritu Santo,
Compromételos con sus ovejas, Señor.

A los párrocos,
Enséñales a servir y a no desear ser
servidos, Señor.

A los confesores y directores espirituales,
Hazlos Señor, instrumentos dóciles de
tu Espíritu.

A los que anuncian tu palabra,
Que comuniquen espíritu y vida, Señor.

A los asistentes de apostolado seglar,
Que lo impulsen con su testimonio,
Señor.

A los que trabajan entre los pobres,
Haz que te vean y te sirvan en ellos,
Señor.

A los que atienden a los enfermos,
Que les enseñen el valor del
sufrimiento, Señor.

A los sacerdotes enfermos, tristes y afligidos,
Consuélalos, Señor.

A los sacerdotes ancianos,
Dales esperanza sobrenatural, Señor.

A los que están en crisis, tibios o desalentados,
Reanímalos, Señor.

A los que aspiran al sacerdocio,
Dales la perseverancia, Señor.

A todos los sacerdotes,
Dales fidelidad a Ti y a tu Iglesia,
Señor.

Que todos los sacerdotes,
Sean uno como Tú y el Padre, Señor.

A todos los sacerdotes,
Dales la plenitud de tu Espíritu y
transfórmalos en Ti, Señor.

29.- ORACIÓN  POR LAS VOCACIONES
Juan Pablo II

Padre santo:
Fuente perenne de la existencia y del amor,
que en el hombre viviente
muestras el esplendor de tu gloria,
y pones en su corazón la simiente de tu llamada,
haz que ninguno, por negligencia nuestra, ignore este don o lo pierda,
sino que todos, con plena generosidad,
puedan caminar hacia la realización de tu Amor.

Señor Jesús,
que en tu peregrinar por los caminos de Palestina,
has elegido y llamado a tus apóstoles
y les has confiado la tarea de predicar el Evangelio,
apacentar a los fieles, celebrar el culto divino, 
haz que hoy no falten a tu Iglesia
numerosos y santos Sacerdotes, que lleven a todos 
los frutos de tu muerte y de tu resurrección.

Espíritu Santo: que santificas a la Iglesia
con la constante dádiva de tus dones,
introduce en el corazón de los llamados 
a la vida consagrada
una íntima y fuerte pasión por el Reino,
para que con un sí generoso e incondicional
pongan su existencia al servicio del Evangelio.

Virgen Santísima, que sin dudar
te has ofrecido al Omnipotente
para la actuación de su designio de salvación,
infunde confianza en el corazón de los jóvenes
para que haya siempre pastores celosos,
que guíen al pueblo cristiano por el camino de la vida,
y almas consagradas que sepan testimoniar
en la castidad, en la pobreza y en la obediencia,
la presencia liberadora de tu Hijo resucitado.

Amén

30. EL AMOR A DIOS Y EL AMOR A UNO MISMO

 

Dos amores fundaron dos ciudades, a saber: el amor propio, hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios, hasta el desprecio de sí propio, la celestial. La primera se gloría en sí misma; y la segunda, en Dios, porque aquella busca la gloria de los hombres, y esta tiene por máxima gloria a Dios64

Hay dos ciudades, dos pueblos y dos reyes. ¿Cuáles son estas dos ciudades? Babilonia y Jerusalén. El Diablo gobierna en una; Cristo, en la otra,.. Todos los que se gozan en las cosas temporales pertenecen a aquella ciudad que se llama, místicamente, Babilonia, y que tiene por rey al Diablo. Por el contrario, todos los que se gozan de las cosas de arriba, que piensan en las celestes, que se preocupan en el mundo de no ofender, que evitan el pecado y que, si han pecado, no se avergüenzan en confesarse, son humildes, mansos, justos, piadosos y buenos: todos ellos pertenecen a la ciudad que tiene por rey a Cristo...

Estas dos ciudades que ahora están mezcladas, y que al fin han de ser separadas, luchan entre sí: la una, a favor de la iniquidad; la otra, a favor de la justicia; la una, por la vanidad; la otra, por la verdad.

Para ayudarnos en nuestra reforma, san Ignacio empieza por los criterios de la mente.

 

Materia:«Meditación de Dos banderas: la una de Cristo, sumo capitán y señor nuestro; la otra de Lucifer, mortal enemigo de nuestra naturaleza humana».

 

Petición: «Pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo y gracia para guardarme de ellos, y conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán de los buenos y gracia para imitarle». Es una petición de luz para nuestro entendimiento espiritual.

 

Como resumen de la bandera de Satanás, escuchemos el diálogo recogido en un DIARIO:

 

—Qué pides a cambio de tu alma?, preguntó Satanás al hombre.

—Exijo riquezas, posesiones, honores, distinciones... Y también exijo poder, juventud, fuerza, salud... Exijo sabiduría, genio, prudencia... Y también renombre, fama, buena suerte.. .Y amores, placeres, sensaciones... ¿Me darás todo esto? —preguntó el hombre.

—No te daré nada —respondió Satanás.

—Entonces, no tendrás mi alma.

—Tu alma ya es mía —contestó Satanás66. [Porque esos deseos le hacían ya su esclavo.]

 

 Coloquio: Pedir luz para ver nuestras cadenas o lianas principales en los tres capítulos del tener, parecer y sobresalir, y pedir gracia para desenredarnos de la riqueza, la vanidad y la soberbia.

• La bandera de Cristo

 

Pero no nos quedemos ahí, pues nadie vive de negaciones. Pasemos a ver la bandera de Cristo rey. Los colores que ondean en los pliegues de la bandera de Jesús son pobreza y humildad. Es decir, desprendimiento de sí mismo y abandono en Dios. Estos son sus dos valores.

 

En la primera carta a los corintios hay un canto al amor con una serie de cualidades: El amor es compasivo y servicial, el amor nada sabe de envidias, de jactancias ni de orgullos. No es grosero ni egoísta, no pierde los estribos, no es rencoroso. Lejos de alegrarse de la injusticia, encuentra su gozo en la verdad. Disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites. (1 Cor 13,4-7).

 

Pero ese amor es costoso al egoísmo. Para alcanzarlo hay que hacerse pobre y humilde. La pobreza y la humildad no son fines, son medios para alcanzar el amor altruista.

Lo primero que caracteriza la bandera de Jesús es la pobreza. Solo estaré en paz conmigo y dispuesto a servir a Dios y a los demás, cuando sea libre para poseer o no poseer algo. Por eso, Pablo aconseja poseer como si no poseyera (cf. 2 Cor 6,10.

 

 Lo segundo que caracteriza la bandera de Jesús es la humildad: librarme del ego me hace acogedor, disponible y me da paz: Nada te turbe, nada te espante. Quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta (Teresa de Jesús).

31 PEDIR  Y ORAR LAS BIENAVENTURANZAS

32.-  El “Padre Nuestro”
San Cipriano de CartagoTratado sobre el “Padre Nuestro”, 14 - 17.

"«Cúmplase tu voluntad en la tierra como en el cielo». No en el sentido de que Dios haga lo que quiere, sino en cuanto nosotros podamos hacer lo que Dios quiere. Pues ¿quién puede estorbar a Dios de que haga lo que quiera? Pero porque a nosotros se nos opone el diablo para que no esté totalmente sumisa a Dios nuestra mente y vida, pedimos y rogamos que se cumpla en nosotros la voluntad de Dios: y para que se cumpla en nosotros, necesitamos de esa misma voluntad, es decir, de su ayuda y protección, porque nadie es fuerte por sus propias fuerzas, sino por la bondad y misericordia de Dios. En fin, también el Señor, para mostrar la debilidad del hombre, cuya naturaleza llevaba, dice: Padre, si puede ser, que pase de mí este cáliz (Mt 26,39), y para dar ejemplo a sus discípulos de que no hicieran su propia voluntad, sino la de Dios, añadió lo siguiente:

Con todo, no se haga lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres. Y en otro pasaje dice: No bajé del cielo para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me envió (lo 6,38). Por lo cual, si el Hijo obedeció hasta hacer la voluntad del Padre, cuánto más debe obedecer el servidor para cumplir la voluntad de su señor, como exhorta y enseña en una de sus epístolas Juan a cumplir la voluntad de Dios, diciendo: No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno amare al mundo, no hay en él amor del Padre, porque todo lo que hay en éste es concupiscencia de la carne, y concupiscencia de los ojos, y ambición de la vida, que no viene del Padre, sino de la concupiscencia del mundo; y el mundo pasará y su concupiscencia, mas el que cumpliere la voluntad de Dios permanecerá para siempre, como Dios permanece eternamente (1 lo 2,15-17).

Los que queremos permanecer siempre, debemos hacer la voluntad de Dios, que es eterno. La voluntad de Dios es la que Cristo enseñó y cumplió: humildad en la conducta, firmeza en la fe, reserva en las palabras, rectitud en los hechos, misericordia en las obras, orden en las costumbres, no hacer ofensa a nadie y saber tolerar las que se le hacen, guardar paz con los hermanos, amar a Dios de todo corazón, amarle porque es Padre, temerle porque es Dios; no anteponer nada a Cristo, porque tampoco él antepuso nada a nosotros; unirse inseparablemente a su amor, abrazarse a su cruz con fortaleza y confianza; si se ventila su nombre y honor, mostrar en las palabras la firmeza con la que le confesamos; en los tormentos, la confianza con que luchamos; en la muerte, la paciencia por la que somos coronados. Esto es querer ser coherederos de Cristo, esto es cumplir el precepto de Dios, esto es cumplir la voluntad del Padre.

Pedimos que se cumpla la voluntad de Dios en el cielo y en la tierra; en ambos consiste el acabamiento de nuestra felicidad y salvación. En efecto, teniendo un cuerpo terreno y un espíritu que viene del cielo, somos a la vez tierra y cielo, y oramos para que en ambos, es decir, en el cuerpo y en el espíritu. se cumpla su voluntad. Por eso debemos pedir con cotidianas y aun continuas oraciones que se cumpla sobre nosotros la voluntad de Dios tanto en el cielo como en la tierra; porque ésta es la voluntad de Dios, que lo terreno se posponga a lo celestial, que prevalezca lo espiritual y divino.

También puede darse otro sentido, hermanos amadísimos, que puesto que manda y amonesta el Señor que amemos hasta a los enemigos y oremos también por los que nos persiguen, pidamos igualmente por los que aún son terrenos y no han empezado todavía a ser celestes, para que asimismo se cumpla sobre ellos la voluntad de Dios, que Cristo cumplió conservando y reparando al hombre. Porque si ya no llama El a los discípulos tierra, sino sal de la tierra, y el Apóstol dice que el primer hombre salió del barro de la tierra y el segundo del cielo, nosotros, que debemos ser semejantes a Dios, que hace salir el sol sobre buenos y malos v llueve sobre justos e injustos (Mt 5,45), con razón pedimos y rogamos, ante el aviso de Cristo, por la salud de todos, que como en el cielo, esto es, en nosotros, se cumplió la voluntad de Dios por nuestra fe para ser del cielo, así también se cumpla su voluntad en la tierra, esto es, en los que no creen, a fin de que los que todavía son terrenos por su primer nacimiento empiecen a ser celestiales por su nacimiento segundo del agua y del Espíritu."

Oración: 
Señor Dios, Tú nos has revelado tu voluntad a través de las palabras y acciones de tu divino Hijo. Te suplicamos nos ayudes a seguir su ejemplo en nuestras vidas para poder contemplarte y cantarte para siempre en tus moradas eternas. Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

 

33.- Acción de gracias después de la Comunión
Papa Clemente XI

Creo en Ti, Señor, pero ayúdame a creer con más firmeza;
espero en Ti, pero ayúdame a esperar con más confianza;
te amo, Señor, pero ayúdame a amarte más ardientemente;
estoy arrepentido, pero ayúdame a tener mayor dolor.

Te adoro, Señor, porque eres mi Creador
y te anhelo porque eres mi último fin;
te alabo porque no te cansas de hacerme el bien
y me refugio en Ti, porque eres mí protector.

Que tu sabiduría, Señor, me dirija
y tu justicia me reprima;
que tu misericordia me consuele
y tu poder me defienda.

Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, para que se dirijan a, Ti;
te ofrezco mis palabras, para que hablen de Ti;
te ofrezco mis obras, para que todo lo haga por Ti;
te ofrezco mis penas, para qué las sufra por Ti.

Todo aquello que quieres Tú, Señor, lo quiero yo
precisamente porque lo quieres Tú,
quiero como lo quieras Tú,
y durante todo el tiempo que lo quieras Tú.

Te pido, Señor, que ilumines mi entendimiento,
que inflames mi voluntad,
que purifiques mi corazón
y santifiques mi alma.

Ayúdame a apartarme de mis pasadas iniquidades,
a rechazar las tentaciones futuras,
a vencer mis inclinaciones al mal
y a cultivar las virtudes necesarias.

Concédeme, Dios de bondad, amor a Ti,
odio a mí,
celo por el prójimo
desprecio a lo mundano.

 

Dame tu gracia para ser obediente con mis superiores,
ser comprensivo con mis inferiores,
saber aconsejar a mis amigos
y perdonar con mis enemigos.

Que venza la sensualidad con la mortificación,
con generosidad la avaricia,
con bondad la ira,
con fervor la tibieza.

Que sepa tener prudencia, Señor, al aconsejar,
valor frente a los peligros,
paciencia, en las dificultades,
humilde en la prosperidad.

Concédeme, Señor, atención al orar,
sobriedad al comer,
responsabilidad en mi trabajo
y firmeza en mis propósitos.

Ayúdame a conservar la pureza de alma,
a ser modesto en mis actitudes,
ejemplar en mis conversaciones
y a llevar una vida ordenada.

Concédeme tu ayuda para dominar mis instintos,
para fomentar en mí tu vida de gracia,
para cumplir tus mandamientos
y obtener la salvación.

Enséñame, Señor, a comprender la pequeñez de lo terreno,
la grandeza de lo divino,
la brevedad de esta vida
y la eternidad de la futura.

Concédeme una buena preparación para la muerte
y un santo temor al juicio,
para librarme del infierno
y alcanzar el paraíso. Por Cristo nuestro Señor. Amén

 

34.- Acción de gracias después de la Comunión
Santo Tomás de Aquino

Gracias te doy, 
Señor Santo, Padre Todopoderoso,
Dios eterno, porque a mí, pecador,
indigno siervo tuyo,
sin mérito alguno de mi parte,
sino por pura concesión de tu misericordia,
te has dignado alimentarme
con el precioso Cuerpo y Sangre
de tu Unigénito Hijo 
mi Señor Jesucristo.

Suplícote, que esta Sagrada Comunión
no me sea ocasión de castigo,
sino intercesión saludable para el perdón;
sea armadura de mi fe,
escudo de mi voluntad,
muerte de todos mis vicios,
exterminio de todos mis carnales apetitos
y aumento de caridad, paciencia y verdadera humildad,
y de todas las virtudes:
sea perfecto sosiego de mi cuerpo y de mi espíritu,
firme defensa contra todos mis enemigos
visibles e invisibles,
perpetua unión contigo,
único y verdadero Dios,
y sello de mi muerte dichosa.

Ruégote, que tengas por bien
llevar a este pecador a aquel convite inefable,
donde Tú, con tu Hijo y el Espíritu Santo,
eres para tus santos, luz verdadera,
satisfacción cumplida, 
gozo perdurable, 
dicha consumada Y felicidad perfecta.

Por el mismo Cristo Nuestro Señor.  Amén


 

35.- Acción de gracias después de la Comunión
SAN BUENAVENTURA

Traspasa, dulcísimo Jesús y Señor mío,
la médula de mi alma
con el suavísimo y saludabilísimo dardo de tu amor;
con la verdadera, pura y santísima caridad apostólica,
a fin de que mi alma desfallezca y se derrita
siempre sólo en amarte y en deseo de poseerte:
que por Ti suspire, y desfallezca por hallarse
en los atrios de tú Casa;
anhele ser desligada del cuerpo para unirse contigo.

Haz que mi alma tenga hambre de Ti,
Pan de los Ángeles, alimento de las almas santas,
Pan nuestro de cada día, lleno de fuerza,
de toda dulzura y sabor, y de todo suave deleite.

Oh Jesús, en quien se desean mirar los Ángeles:
tenga siempre mi corazón hambre de Ti, 
y el interior de mi alma rebose con la dulzura de tu sabor;
tenga siempre sed de Ti, fuente de vida,
manantial de sabiduría y de ciencia,
río de luz eterna, torrente de delicias,
abundancia de la Casa de Dios:
que te desee, te busque, te halle;
que a Ti vaya y a Ti llegue; en Ti piense, de Ti hable,
y todas mis acciones encamine a honra y gloria de tu nombre,
con humildad y discreción,
con amor y deleite, con facilidad y afecto,
con perseverancia hasta el fin;
para que Tú solo seas siempre mi esperanza, toda mi confianza, 
mi riqueza, mi deleite, mi contento,
mi gozo, mi descanso y mi tranquilidad, mi paz,
mi suavidad, mi perfume, mi dulzura, mi comida,
mi alimento, mi refugio, mi, auxilio,
mi sabiduría, mi herencia, 
mi posesión, mi tesoro,
en el cual esté siempre fija y firme
e inconmoviblemente arraigada mi alma y mi corazón. Amén.

 

 

36.- ADORACIÓN EUCARÍSTICA DE JUAN PABLO II


      Nos presentamos ante ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos.

        «Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Hijo de Dios» (Jn. 6,69).

         Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la última cena y continúa como comunión y donación de todo lo que eres.Aumenta nuestra FE.

       Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre para decirle nuestro SÍ unido al tuyo.
Contigo ya podemos decir: Padre nuestro.

Siguiéndote a ti, «camino, verdad y vida», queremos penetrar en el aparente «silencio» y «ausencia» de Dios, rasgando la nube del Tabor para escuchar la voz del Padre que nos dice: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia: Escuchadlo» (Mt. 17,5).

Con esta FE, hecha de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras situaciones personales, así como los diversos sectores de la vida familiar y social.

Tú eres nuestra ESPERANZA, nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo.

Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives «siempre intercediendo por nosotros» (Heb. 7,25).

Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado contigo hacia el Padre.

Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú eres el centro, el principio y el fin de todo.

Apoyados en esta ESPERANZA, queremos infundir en el mundo esta escala de valores evangélicos por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en las actitudes de la vida concreta.

Queremos AMAR COMO TÚ, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres. Quisiéramos decir como San Pablo: «Mi vida es Cristo» (Flp. 1,21).

Nuestra vida no tiene sentido sin ti.

Queremos aprender a «estar con quien sabemos nos ama», porque «con tan buen amigo presente todo se puede sufrir». En ti aprenderemos a unirnos a la voluntad del Padre, porque en la oración «el amor es el que habla» (Sta. Teresa).

Entrando en tu intimidad, queremos adoptar determinaciones y actitudes básicas, decisiones duraderas, opciones fundamentales según nuestra propia vocación cristiana.

CREYENDO, ESPERANDO Y AMANDO, TE ADORAMOS con una actitud sencilla de presencia, silencio y espera, que quiere ser también reparación, como respuesta a tus palabras: «Quedaos aquí y velad conmigo» (Mt. 26,38).

Tú superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y palabras; por eso queremos aprender a adorar admirando el misterio, amándolo tal como es, y callando con un silencio de amigo y con una presencia de donación.

El Espíritu Santo que has infundido en nuestros corazones nos ayuda a decir esos «gemidos inenarrables» (Rom. 8,26) que se traducen en actitud agradecida y sencilla, y en el gesto filial de quien ya se contenta con sola tu presencia, tu amor y tu palabra.

En nuestras noches físicas y morales, si tú estás presente, y nos amas, y nos hablas, ya nos basta, aunque muchas veces no sentiremos la consolación.

Aprendiendo este más allá de la ADORACIÓN, estaremos en tu intimidad o «misterio». Entonces nuestra oración se convertirá en respeto hacia el «misterio» de cada hermano y de cada acontecimiento para insertarnos en nuestro ambiente familiar y social y construir la historia con este silencio activo y fecundo que nace de la contemplación.
Gracias a ti, nuestra capacidad de silencio y de adoración se convertirá en capacidad de AMAR y de SERVIR.

Nos has dado a tu Madre como nuestra para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la más perfecta Madre.

Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera, que sabe meditar adorando y amando tu Palabra, para transformarla en vida y comunicarla a todos los hermanos. Amén.

 

 

37.- ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío!

El Reino de Dios en muy grande, y Él quiere que todos los hombres se salven; pero tienen que tener fe, confiar en Él y acogerse a los Evangelios. Escuchad este mensaje que va dirigido a todos los hombres del mundo sin distinción. Y pensad que lo más profundo de su amor Dios lo revela en aquellas almas que se entregan por entero a Él. No es preciso, hijo mío, saber mucho para agradarme mucho; basta que me ames con fervor. Háblame, pues, aquí sencillamente, como hablarías a tu madre, a tu hermano.

 

¡Necesitas hacerme a favor de alguien una súplica cualquiera? 

 

Dime su nombre, bien sea el de tus padres , bien el de tus hermanos y amigos; dime en seguida qué quisieras que hiciese actualmente por ellos. Pide mucho, mucho, no vaciles en pedir; me gustan los corazones generosos que llegan a olvidarse en cierto modo de sí mismos, para atender a las necesidades ajenas. Háblame así, con sencillez, con llaneza, de los pobres a quienes quisieras consolar, de los enfermos a quienes ves padecer, de los extraviados que anhelas volver al buen camino, de los amigos ausentes que quisieras ver otra vez a tu lado. Dime por todas una palabra de amigo, palabra entrañable y fervorosa. Recuérdame que he prometido escuchar toda súplica que salga del corazón; y ¿no ha de salir del corazón; el ruego que me dirijas por aquellos que tu corazón especialmente ama?

 

Y para ti, ¿no necesitas alguna gracia? 

 

Hazme, si quieres, una como lista de tus necesidades, y ven, léela en mi presencia. Dime francamente que sientes soberbia, amor a la sensualidad y al regalo; que eres tal vez egoísta, inconstante, negligente…; y pídeme luego que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos que haces para quitar de ti tales miserias.

No te avergüences, ¡pobre alma! ¡Hay en el cielo tantos justos, tantos Santos de primer orden, que tuvieron esos mismos defectos! Pero rogaron con humildad…; y poco a poco se vieron libres de ellos.

Ni menos vaciles al pedirme bienes espirituales y corporales: salud, memoria, éxito feliz en tus trabajos, negocios o estudios; todo eso puedo darte y lo doy, y deseo que me lo pidas en cuanto no se oponga, antes favorezca y ayude a tu santificación. Hoy por hoy, ¿qué necesitas? ¿qué puedo hacer por tu bien? ¡Si supieras los deseos que tengo de favorecerte!

 

¿Traes ahora mismo entre manos algún proyecto?

 

Cuéntamelo todo minuciosamente. ¿qué te preocupa? ¿qué piensas? ¿qué deseas? ¿qué quieres que haga por tu hermano, por tu amigo , por tu superior? ¿qué desearías hacer por ellos?

 

¿Y por Mí? ¿No sientes deseos de mi gloria? ¿No quisieras hacer algún bien a tus prójimos, a tus amigos, a quienes amas mucho, y que viven quizás olvidados de Mí?

Dime qué cosa llama hoy particularmente tu atención, qué anhelas más vivamente , y con qué medios cuentas para conseguirlo. Dime si te sale mal tu empresa, y yo te diré las causas del mal éxito. ¿No quisieras que me interesase algo en tu favor? Hijo mío, soy dueño de los corazones, y dulcemente los llevo,, sin perjuicio de su libertad, adonde me place. ¿ Sientes acaso tristeza o mal humor?

Cuéntame, cuéntame, alma desconsolada, tus tristezas con todos sus pormenores. ¿Quién te hirió? ¿quién lastimó tu amor propio? ¿quién te ha despreciado? Acércate a mi Corazón, que tiene bálsamo eficaz para curar todas esas heridas del tuyo. Dame cuenta de todo, y acabarás en breve por decirme que, a semejanza de Mí todo lo perdonas, todo lo olvidas, y en pago recibirás mi consoladora bendición.

¿Temes por ventura? ¿Sientes en tu alma aquellas vagas melancolías, que no por ser infundadas dejan de ser desgarradoras? Échate en brazos de mi providencia. Contigo estoy; aquí, a tu lado me tienes; todo lo veo, todo lo oigo, ni un momento te desamparo. ¿Sientes desvío de parte de personas que antes te quisieron bien, y ahora olvidadas se alejan de ti, sin que les hayas dado el menor motivo? Ruega por ellas, y yo las volveré a tu lado, si no han de ser obstáculo a tu santificación.

 

¿Y no tienes tal vez alegría alguna que comunicarme? 

 

¿Por qué no me haces partícipe de ella soy un buen amigo?

Cuéntame lo que hiciste desde ayer, desde la última visita que me hiciste, has consolado y hecho como sonreír a tu corazón?, Quizá has tenido agradables sorpresas, quizá has visto disipados negros recelos, quizá has recibido faustas noticias, alguna carta o muestra de cariño; has vencido alguna dificultad, o salido de algún lance apurado.

Obra mía es todo esto, y yo te lo he proporcionado; ¿por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud y decirme sencillamente, como un hijo a su padre: “ ¡Gracias, Padre mío, gracias!” El agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque el bienhechor le gusta verse correspondido.

 

¿Tampoco tienes promesa alguna para hacerme?

 

 Veo, ya lo sabes, en el fondo de tu corazón. A los hombres se les engaña fácilmente; a Dios, no. Háblame, pues, con toda sinceridad. ¿Tienes firme resolución de no exponerte ya más a aquella ocasión de pecado? ¿de privarte de aquel objeto que te dañó? ¿de no leer más aquel libro que exaltó tu imaginación? ¿de no tratar más aquella persona que turbó la paz de tu alma?

¿Volverás a ser dulce, amable y condescendiente con aquella otra a quien, por haberte faltado, has mirado hasta hoy como enemiga?

Ahora bien, hijo mío; vuelve a tus ocupaciones habituales, al taller, a la familia, al estudio…; pero no olvides los quince minutos de grata conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad del santuario. Guarda, en cuanto puedas, silencio, modestia, recogimiento, resignación, caridad con el prójimo. Ama a mi madre, que lo es también tuya, la Virgen Santísima, y vuelve otra vez mañana con el corazón más amoroso, más entregado a mi servicio.

 

38.- Dios mío te adoro

Dios mío, te adoro oculto en esta sagrada Hostia.
¿Es posible que te hayas reducido a tan humilde morada,
para venir a mí y permanecer corporalmente conmigo?
Los cielos son indignos para alojarte!, y ¿te contentas, para estar conmigo siempre, con estas pobres especies?
 ¡Bondad inconcebible!¿Podría yo creer esta maravilla si Tú mismo no me la asegurases?

 EXAMEN DE CONCIENCIA PARA LOS SACERDOTES

 

1. «Por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad » (Jn 17, 19)

¿Me propongo seriamente la santidad en mi sacerdocio? ¿Estoy convencido de que la fecundidad de mi ministerio sacerdotal viene de Dios y que, con la gracia del Espíritu Santo, debo identificarme con Cristo y dar mi vida por la salvación del mundo?

2. «Este es mi cuerpo» (Mt 26, 26)

¿El santo sacrificio de la Misa es el centro de mi vida interior? ¿Me preparo bien, celebro devotamente y después, me recojo en acción de gracias? ¿Constituye la Misa el punto de referencia habitual de mi jornada para alabar a Dios, darle gracias por sus beneficios, recurrir a su benevolencia y reparar mis pecados y los de todos los hombres?

3. «El celo por tu casa me devora» (Jn 2, 17)

¿Celebro la Misa según los ritos y las normas establec idas, con auténtica motivación, con los libros litúrgicos aprobados? ¿Estoy atento a las sagradas especies conservadas en el tabernáculo, renovándolas periódicamente? ¿Conservo con cuidado los vasos sagrados? ¿Llevo con dignidad todos las vestidos sagrados prescritos por la Iglesia, teniendo presente que actúo in persona Christi Capitis?

4. «Permaneced en mi amor» (Jn 15, 9)

¿Me produce alegría permanecer ante Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento, en mi meditación y silenciosa adoración? ¿Soy fiel a la visita cotidiana al Santísimo Sacramento? ¿Mi tesoro está en el Tabernáculo?

5. «Explícanos la parábola» (Mt 13, 36)

¿Realizo todos los días mi meditación con atención, tratando de superar cualquier tipo distracción que me separe de Dios, buscando la luz del Señor que sirvo? ¿Medito asiduamente la Sagrada Escritura? ¿Rezo con atención mis oraciones habituales?

6. Es preciso «orar siempre sin desfallecer» (Lc 18, 1)

¿Celebro cotidianamente la Liturgia de las Horas integralmente, digna, atenta y devotamente? ¿Soy fiel a mi compromiso con Cristo en esta dimensión importante de mi ministerio, rezando en nombre de toda la Iglesia?

7. «Ven y sígueme» (Mt 19, 21)

¿Es, nuestro Señor Jesucristo, el verdadero amor de mi vida? ¿Observo con alegría el compromiso de mi amor hacia Dios en la continencia del celibato? ¿Me he detenido conscientemente en pensamientos, deseos o actos impuros; he mantenido conversaciones inconvenientes? ¿Me he puesto en la ocasión próxima de pecar contra la castidad? ¿He custodiado mi mirada? ¿He sido prudente al tratar con las diversas categorías de personas? ¿Representa mi vida, para los fieles, un testimonio del hecho de que la pureza es algo posible, fecundo y alegre?

8. «¿Quién eres Tú?» (Jn 1, 20)

En mi conducta habitual, ¿encuentro elementos de debilidad, de pereza, de flojedad? ¿Son conformes mis conversaciones al sentido humano y sobrenatural que un sacerdote debe tener? ¿Estoy atento a actuar de tal manera que en mi vida no se introduzcan particulares superficiales o frívolos? ¿Soy coherente en todas mis acciones con mi condición de sacerdote?

9. «El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cab eza» (Mt 8, 20)

¿Amo la pobreza cristiana? ¿Pongo mi corazón en Dios y estoy desapegado, interiormente, de todo lo demás? ¿Estoy dispuesto a renunciar, para servir mejor a Dios, a mis comodidades actuales, a mis proyectos personales, a mis legítimos afectos? ¿Poseo cosas superfluas, realizo gastos no necesarios o me dejo conquistar por el ansia del consumismo? ¿Hago lo posible para vivir los momentos de descanso y de vacaciones en la presencia de Dios, recordando que soy siempre y en todo lugar sacerdote, también en aquellos momentos?

10. «Has ocultado estas cosas a sabios y inteligentes, y se las has revelado a los pequeños » (Mt 11, 25)

¿Hay en mi vida pecados de soberbia: dificultades interiores, susceptibilidad, irritación, resistencia a perdonar, tendencia al desánimo, etc.? ¿Pido a Dios la virtud de la humildad?

11. «Al instante salió sangre y agua» (Jn 19, 34)

¿Tengo la convicción de que, al actuar “en la persona de Cristo” estoy directamente comprometido con el mismo cuerpo de Cristo, la Iglesia? ¿Puedo afirmar sinceramente que amo a la Iglesia y que sirvo con alegría su crecimiento, sus causas, cada uno de sus miembros, toda la humanidad?

12. «Tú eres Pedro» (Mt 16, 18)

Nihil sine Episcopo—nada sin el Obispo— decía San Ignacio de Antioquía: ¿están estas palabras en la base de mi ministerio sacerdotal? ¿He recibido dócilmente órdenes, consejos o correcciones de mi Ordinario? ¿Rezo especialmente por el Santo Padre, en plena unión con sus enseñanzas e intenciones?

13. «Que os améis los unos a los otros» (Jn 13, 34)

¿He vivido con diligencia la caridad al tratar con mis hermanos sacerdotes o, al contrario, me he

desinteresado de ellos por egoísmo, apatía o indiferencia? ¿He criticado a mis hermanos en el sacerdocio? ¿He estado al lado de los que sufren por enfermedad física o dolor moral? ¿Vivo la fraternidad con el fin de que nadie esté solo? ¿Trato a todos mis hermanos sacerdotes y también a los fieles laicos con la misma caridad y paciencia de Cristo?

14. «Yo soy el camino, la verdad y la vida » (Jn 14, 6)

¿Conozco en profundidad las enseñanzas de la Iglesia? ¿Las asimilo y las transmito fielmente? ¿Soy

consciente del hecho de que enseñar lo que no corresponde al Magisterio, tanto solemne como

ordinario, constituye un grave abuso, que causa daño a las almas?

15. «Vete, y en adelante, no peques más» (Jn 8, 11)

El anuncio de la Palabra de Dios ¿conduce a los fieles a los sacramentos? ¿Me confieso con regularidad y con frecuencia, conforme a mi estado y a las cosas santas que trato? ¿Celebro con generosidad el Sacramento de la Reconciliación? ¿Estoy ampliamente disponible a la dirección espiritual de los fieles dedicándoles un tiempo específico? ¿Preparo con cuidado la predicación y la catequ esis? ¿Predico con celo y con amor de Dios?

16. «Llamó a los que él quiso y vinieron junto a él » (Mc 3, 13)

¿Estoy atento a descubrir los gérmenes de vocación al sacerdocio y a la vida consagrada? ¿Me preocupo de difundir entre todos los fieles una mayor conciencia de la llamada universal a la santidad? ¿Pido a los fieles rezar por las vocaciones y por la santificación del clero?

17. «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a se rvir» (Mt 20, 28)

¿He tratado de donarme a los otros en la vida cotidiana, sirviendo evangélicamente? ¿Manifiesto la caridad del Señor también a través de las obras? ¿Veo en la Cruz la presencia de Jesucristo y el triunfo del amor? ¿Imprimo a mi cotidianidad el espíritu de servicio? ¿Considero también el ejercicio de la autoridad vinculada al oficio una forma imprescindible de servicio?

18. «Tengo sed» (Jn 19, 28)

¿He rezado y me he sacrificado verdaderamente y con generosidad por las almas que Dios me ha confiado? ¿Cumplo con mis deberes pastorales? ¿Tengo también solicitud de las almas de los fieles difuntos?

19. «¡Ahí tienes a tu hijo! ¡Ahí tienes a tu madre!» (Jn 19, 26-27)

¿Recurro lleno de esperanza a la Santa Virgen, Madre de los sacerdotes, para amar y hacer amar más a su Hijo Jesús? ¿Cultivo la piedad mariana? ¿Reservo un espacio en cada jornada al Santo Rosario? ¿Recurro a su materna intercesión en la lucha contra el demonio, la concupiscencia y la mundanidad?

20. «Padre, en tus manos pongo mi espíritu » (Lc 23, 44)

¿Soy solícito en asistir y administrar los sacramentos a los moribundos? ¿Considero en mi meditación personal, en la catequesis y en la ordinaria predicación la doctrina de la Iglesia sobre los Novísimos? ¿Pido la gracia de la perseverancia final y invito a los fieles a hacer lo mismo? ¿Ofrezco frecuentemente y con devoción los sufragios por las almas de los difuntos?

¡Oh Dios de la majestad, pero también Dios del amor!
 ¡Que no sea yo todo entendimiento para conocer esta misericordia,
todo corazón para agradecerla, toda lengua para publicarla!
Tú, oh Dios de mi corazón, me has creado para ser objeto de tu amor infinito ¿cómo puedo no desear poseerte?

Te abro mi corazón, te ofrezco mi pecho, mi boca y mi lengua para que vengas a mí.

 

Ven, ven, divino Sol mío.
Ven, Médico caritativo de mi alma.
Ven, Jesús, el más fiel, el más tierno,
el más dulce y más amable de todos los amigos,
Ven a mi corazón.
El que amas está enfermo.
Tú lo sabes, Tú que lees en el fondo de mi corazón.
Te ruego, por tu incomparable amistad
y tu palabra, que vengas a aliviarme.
Ven, y no permitas que te dé motivo para dejarme.
Ven, vida de mi corazón, alma de mi vida,
Pan de los ángeles, encarnado por mi amor,
expuesto por mi rescate,
y dispuesto para mi alimento.
 ¡Ven a saciarme!  ¡Ven a hacerme vivir de Ti y en Ti,
mi única vida y todo mi bien!

 

39.- Que la lengua humana cante

Que la lengua humana 
cante este misterio:
la Preciosa Sangre 
y el Precioso Cuerpo. 
Quien nació de Virgen, 
Rey del Universo, 
por salvar al mundo 

dio su Sangre en precio.  


Se entregó a nosotros, 
se nos dio naciendo 
de una casta Virgen; 
y, acabado el tiempo, 
tras haber sembrado 
la Palabra al pueblo, 
coronó su obra 
con prodigio excelso

Adorad postrados 
este Sacramento, 
cesa el viejo rito, 
se establece el nuevo; 
dudan los sentidos 
y el entendimiento; 
que la fe los supla 
con asentimiento.  

Himnos de alabanza, 
bendición y obsequio; 
por igual la gloria 
y el poder y el reino 
al eterno Padre 
con el Hijo eterno, 
y al divino Espíritu 
que procede de ellos. Amén.

 

 

40.- ORACIÓN EUCARÍSTICA

¡QUÉDATE SEÑOR,
CONMIGO!

HAS VENIDO A VISITARME
COMO PADRE Y COMO AMIGO.
JESÚS, NO ME DEJES SOLO.                                                                    QUÉDATE SEÑOR,
CONMIGO!

¡QUÉDATE SEÑOR, CONMIGO!
POR EL MUNDO ENVUELTO EN SOMBRAS
SOY ERRANTE PEREGRINO.
DAME TU LUZ Y TU GRACIA.
¡QUÉDATE SEÑOR, CONMIGO!

EN ESTE PRECIOSO INSTANTE
ABRAZADO ESTOY CONTIGO.
QUE ESTA UNIÓN NUNCA ME FALTE.
¡QUÉDATE SEÑOR, CONMIGO!

ACOMPÁÑAME EN LA VIDA
TU PRESENCIA NECESITO.
SIN TI DESFALLEZCO Y CAIGO.
¡QUÉDATE SEÑOR, CONMIGO!

DECLINANDO ESTÁ LA TARDE
VOY CORRIENDO COMO UN RÍO
AL HONDO MAR DE LA MUERTE.
¡QUÉDATE SEÑOR, CONMIGO!

EN LA PENA Y EN EL GOZO
SÉ MI ALIENTO MIENTRAS VIVO.
HASTA QUE MUERA EN TUS BRAZOS.
;QUÉDATE
SEÑOR, CONMIGO!


41.- LETANIAS AL SAGRADO CORAZON DE JESUS

Señor, ten piedad de nosotros. 
Cristo, ten piedad de nosotros. 
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.

(A las siguientes invocaciones se responde:
"TEN PIEDAD DE NOSOTROS")

Dios, Padre Celestial, -...
Dios Hijo, Redentor del mundo, -...
Dios, Espíritu Santo, -... 
Santísima Trinidad, que eres un solo Dios...-

Corazón de Jesús, Hijo del Eterno Padre, -...
Corazón de Jesús, formado en el seno de la Virgen Madre por el Espíritu Santo, Corazón de Jesús, unido sustancialmente al Verbo de Dios, ...
Corazón de Jesús, templo santo de Dios, ...
Corazón de Jesús, tabernáculo del Altísimo, ...
Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo, ...
Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad, ...
Corazón de Jesús, santuario de la justicia y del amor, ...
Corazón de Jesús, lleno de bondad y de amor, ...
Corazón de Jesús, abismo de todas las virtudes,..  
Corazón de Jesús, digno de toda alabanza,...
Corazón de Jesús, Rey y centro de todos los corazones,... 
Corazón de Jesús, en quien se hallan todos los tesoros de la sabiduría, y de la ciencia,...
Corazón de Jesús, en quien reside toda la plenitud de la  divinidad,...
Corazón de Jesús, en quien el Padre se complace,... 
Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos hemos recibido, ...
Corazón de Jesús, deseado de los eternos collados, ...
Corazón de Jesús, paciente y lleno de misericordia, ...
Corazón de Jesús, generosos para todos los que te invocan,...
Corazón de Jesús, fuente de vida y santidad,...
Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados,...
Corazón de Jesús, triturado por nuestros pecados,... 
Corazón de Jesús, hecho obediente hasta la muerte, ...
Corazón de Jesús, traspasado por una lanza,...
Corazón de Jesús, fuente de todo consuelo,...
Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra,...
Corazón de Jesús, paz y reconciliación nuestra,... 
Corazón de Jesús, víctima por los pecadores, ...
Corazón de Jesús, salvación de los que en ti esperan,...
Corazón de Jesús, esperanza de los que en ti mueren, ...
Corazón de Jesús, delicia de todos los santos,...

Cordero de Dios,  que quitas el pecado del mundo,
-perdónanos Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
-ten piedad de nosotros.
Jesús, manso y humilde de Corazón,
-haz nuestro corazón semejante al tuyo.

Oración: Oh Dios todopoderoso y eterno, mira el Corazón de tu amantísimo Hijo, las alabanzas y satisfacciones que en nombre de los pecadores te ofrece y concede el perdón a éstos que piden misericordia en el nombre de tu mismo Hijo, Jesucristo, el cual vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.

42.- IRRADIANDO A CRISTO

 

  • Oh, amado Jesús.
    Ayúdame a esparcir Tu fragancia
    por donde quiera que vaya. 
    Inunda mi alma con Tu Espíritu y Vida.
    Penetra y posee todo mi ser tan completamente, que mi vida entera sea un resplandor de la Tuya.
    Brilla a través de mi y permanece tan dentro de mi, que cada alma con que me encuentre pueda sentir Tu presencia en la mia.
    ¡Permite que no me vean a mi sino solamente a Jesús!
  •  
  • Quédate conmigo y empezaré a resplandecer como Tú, a brillar tanto que pueda ser una luz para los demás. La luz oh, Jesús, vendrá toda de Tí, nada de ella será mía;
    serás Tú quien resplandezca
    sobre los demás a través de mi.
    Brillando sobre quienes me rodean,
    permíteme alabarte como mas te gusta.
  •  
  • Permíteme predicarte sin predicar,
    no con palabras sino a través de mi ejemplo,
    a través de la fuerza atractiva,
    de la influencia armoniosa de todo lo que haga,
    de la inefable plenitud del amor
    que existe en mi corazón por Tí.

Amen.

43.- Oficio de Lectura, 4 de Diciembre,
San Juan Damasceno, presbítero y doctor de la Iglesia

Me llamaste, Señor, para servir a tus hijos
De la Declaración de la fe, de san Juan Damasceno, Cap. 1: PG 95, 417-419

Tú, Señor, me sacaste de los lomos de mi padre; tú me formaste en el vientre de mi madre; tú me diste a luz niño y desnudo, puesto que las leyes de la naturaleza siguen tu mandatos.

Con la bendición del Espíritu Santo preparaste mi creación y mi existencia, no por voluntad de varón, ni por deseo carnal, sino por una gracia tuya inefable. Previniste mi nacimiento con un cuidado superior al de las leyes naturales; pues me sacaste a la luz adoptándome como hijo tuyo y me contaste entre los hijos de tu Iglesia santa e inmaculada.

Me alimentaste con la leche espiritual de tus divinas enseñanzas. Me nutriste con el vigoroso alimento del cuerpo de Cristo, nuestro Dios, tu santo Unigénito, y me embriagaste con el cáliz divino, o sea, con su sangre vivificante, que él derramó por la salvación de todo el mundo.

Porque tú, Señor, nos has amado y has entregado a tu único y amado Hijo para nuestra redención, que él aceptó voluntariamente, sin repugnancia; más aún, puesto que él mismo se ofreció, fue destinado al sacrificio como cordero inocente, porque, siendo Dios, se hizo hombre y con su voluntad humana se sometió, haciéndose obediente a ti, Dios, su Padre, hasta la muerte, y una muerte de cruz.

Así, pues, oh Cristo, Dios mío, te humillaste para cargarme sobre tus hombros, como oveja perdida, y me apacentaste en verdes pastos; me has alimentado con las aguas de la verdadera doctrina por mediación de tus pastores, a los que tú mismo alimentas para que alimenten a su vez a tu grey elegida y excelsa.

Por la imposición de manos del obispo, me llamaste para servir a tus hijos. Ignoro por qué razón me elegiste; tú solo lo sabes.

Pero tú, Señor, aligera la pesada carga de mis pecados, con los que gravemente te ofendí; purifica mi corazón y mi mente. Condúceme por el camino recto, tú que eres una lámpara que alumbra.

Pon tus palabras en mis labios; dame un lenguaje claro y fácil, mediante la lengua de fuego de tu Espíritu, para que tu presencia siempre vigile.

Apaciéntame, Señor, y apacienta tú conmigo, para que mi corazón no se desvíe a derecha ni izquierda, sino que tu Espíritu bueno me conduzca por el camino recto y mis obras se realicen según tu voluntad hasta el último momento.

Y tú, cima preclara de la más íntegra pureza, excelente congregación de la Iglesia, que esperas la ayuda de Dios, tú, en quien Dios descansa, recibe de nuestras manos la doctrina inmune de todo error, tal como nos la transmitieron nuestros Padres, y con la cual se fortalece la Iglesia.

Oración

Te rogamos, Señor, que nos ayude en todo momento la intercesión de san Juan Damasceno, para que la fe verdadera que tan admirablemente enseñó sea siempre nuestra luz y nuestra fuerza. Por nuestro Señor Jesucristo.

44.-Oración a Mater Admirabilis.

¡Oh Madre Santísima de Jesús!, venimos a Vos como a la fuente viva que refrigera, como a la llama que calienta, como a la aurora que disipa las tinieblas, como a la Madre siempre atenta a las necesidades de sus hijos.
¡Oh Madre Admirable!, hay horas, en que el camino de nuestra vida es duro, No es fácil andar siempre con paso igual en el camino del deber.
No es fácil amar al prójimo, nuestro hermano, como Jesús quiere que lo amenos.

No es fácil conservar un alma serena en medio de las vicisitudes de la vida. No es fácil amar a las criaturas y reservarse para Dios. No es fácil hacerse pequeño y humilde cuando el orgullo relama. No es fácil ir caminando hacia el Dios de luz por caminos llenos de sombra. Hay días en los que todo es carga. Pero Vos, oh Madre Admirable, hacéis todo fácil. Y sin embargo, no quitáis el sacrificio de nuestros caminos, como Dios tampoco lo quitó del vuestro, pero facilitáis el esfuerzo haciendo que crezca el amor. El amor siempre vencedor en Vos, os hizo decir en el umbral  de vuestro destino: "Fiat mihi secundurn Verbum tuum". Esta palabra de adhesión al amor que os guiaba, jamás la retirasteis. Jamás os rebelasteis ante el sufrimiento, sino que ofrecisteis a su acción un alma mansa y humilde entregada a Dios.

¡Oh María!, que vuestro ejemplo sea mi fuerza. Haced que todo sea fácil en mi vida, no suprimiendo toda pena. sino por un amor generoso, siembre mayor que la pena.

¡Oh Madre dulcísima!, dadme un corazón lleno de fortaleza; y si veis que mi amor se apaga pronto, os suplico, dad a vuestra(o) hija(o) un poco del vuestro y repetidle la lección del verdadero amor.

Consagración Mariana escrita por la Venerable Conchita de Armida
 Febrero 28,1917     México,D.F.


45.- CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN DE MARÍA, REINA Y MADRE

¡Madre del alma, celestial María! Con toda la ternura y el amor y el deseo de mi corazón te elijo desde hoy como Reina, Señora y Madre de estacasa, con todo lo que contiene, hijos, criados, animales y cosas, y cada pieza con toda la que la llena.

Toma las llaves que te entrego como a la ama y Señora, y concédeme la dicha de ser tu esclava y tu hija muy amante, que sólo quiere ser tuya y obedecerte con todo el corazón y el alma.

Concédeme, que nada haga sin consultártelo, que obre en todas las ocasiones como tu obrarías, con esa perfección de miras e intenciones sobrenaturalizándolo todo, y con una vida de amor más del cielo que de la tierra. Así quiero santificar mis actos. Tú, desde hoy, serás para siempre la Señora, la dueña y la Madre con nuevo título de las obras y de mis hijos, siendo yo una pobrecita, pero obediente hija, que te de gloria imitándote.

Quiero estar siempre en segundo término, Madre mía, porque tú eres la primera en mí y en cuanto me rodee. Desde ahora hasta mi muerte, quiero vivir bajo el manto de mi dulce Madre, y ya no estaré sola ni huérfana, sino bajo tu dirección y tus miradas, María, inmolándome en tu honor.

Te amo, y te haré amar con todas mis fuerzas, y mi vida. En todas las piezas está ya colocada tu imagen sacrosanta para que las bendigas, ahuyentes del enemigo y que no permitas en ellas ninguna murmuración ni ofensa a Dios.

Impregna toda su atmósfera de pureza, Virgen Inmaculada, para que nos respire más que blancura, candor, inocencia, pudor, cruz, amor.
 Acepta por adelantado las penas y alegrías que en estos cuartos tengamos.

¡Oh mi bendita y amada Madre! Que desaparezca yo con todos mis defectos, y que parezcas tú en mí, con tu dulzura, tu caridad, abnegación, paciencia, humildad, y con todas tus demás virtudes.

¡Oh mi Reina, somos tus vasallos!! Oh mi Madre, mi amada Madre, somos tus hijos!

Amén.

46.- Acto de Confianza en Dios.

Dios mío, estoy tan persuadido de que veláis sobre todos los que en Vos esperan y de que nada puede faltar a quien de Vos aguarda toda las cosas, que he resuelto vivir en adelante sin cuidado alguno, descargando sobre Vos todas mis inquietudes. Mas yo dormiré en paz y descansaré; porque Tú ¡Oh Señor! Y sólo Tú, has asegurado mi esperanza.

Los hombres pueden despojarme de los bienes y de la reputación; las enfermedades pueden quitarme las fuerzas y los medios de serviros; yo mismo puedo perder vuestra gracia por el pecado; pero no perderé mi esperanza; la conservaré hasta el último instante de mi vida y serán inútiles todos los esfuerzos de los demonios del infierno para arrancármela. Dormiré y descansaré en paz.

Que otros esperen su felicidad de su riqueza o de sus talentos; que se apoyen sobre la inocencia de su vida, o sobre el rigor de su penitencia, o sobre el número de sus buenas obras, o sobre el fervor de sus oraciones. En cuanto a mí, Señor, toda mi confianza es mi confianza misma. Porque Tú, Señor, solo Tú, has asegurado mi esperanza.

A nadie engañó esta confianza. Ninguno de los que han esperado en el Señor ha quedado frustrado en su confianza.

Por tanto, estoy seguro de que seré eternamente feliz, porque firmemente espero serlo y porque de Vos ¡oh Dios mío! Es de Quien lo espero. En Ti esperé , Señor, y jamás seré confundido.

Bien conozco ¡ah! Demasiado lo conozco, que soy frágil e inconstante; sé cuanto pueden las tentaciones contra la virtud más firme; he visto caer los astros del cielo y las columnas del firmamento; pero nada de esto puede aterrarme. Mientras mantenga firme mi esperanza, me conservaré a cubierto de todas las calamidades; y estoy seguro de esperar siempre, porque espero igualmente esta invariable esperanza.

En fin, estoy seguro de que no puedo esperar con exceso de Vos y de que conseguiré todo lo que hubiere esperado de Vos. Así, espero que me sostendréis en las más rápidas y resbaladizas pendientes, que me fortaleceréis contra los más violentos asaltos y que haréis triunfar mi flaqueza sobre mis más formidables enemigos. Espero que me amaréis siempre y que yo os amaré sin interrupción; y para llevar de una vez toda mi esperanza tan lejos como puedo llevarla, os espero a Vos mismo de Vos mismo ¡oh Creador mío! Para el tiempo y para la eternidad. Así sea.

La penitencia es una virtud que nos lleva a trabajar por eliminar de nuestra vida todo aquello que nos separa del amor de Dios y del amor al prójimo. No es un sentimiento, una experiencia emocional, sino mas bien un acto de la voluntad. Muchos confunden la penitencia exclusivamente con actos externos de expiación, sin embargo es toda una actitud interior.

47.- ORACIÓN DE JOVENES A LA VIRGEN
Juan Pablo II
María, humilde sierva del Altísimo,
el Hijo que engendraste te ha hecho sierva de la humanidad.
Tu vida ha sido un servicio humilde y generoso:
has sido sierva de la Palabra cuando el Ángel
te anunció el proyecto divino de la salvación.
Has sido sierva del Hijo, dándole la vida
y permaneciendo abierta al misterio.
Has sido sierva de la Redención,
permaneciendo valientemente al pie de la Cruz,
junto al Siervo y Cordero sufriente,
que se inmolaba por nuestro amor.
Has sido sierva de la Iglesia, el día de Pentecostés
y con tu intercesión continúas generándola en cada creyente,
también en estos tiempos nuestros, difíciles y atormentados.
A Ti, joven Hija de Israel,
que has conocido la turbación del corazón joven
ante la propuesta del Eterno,
dirijan su mirada con confianza los jóvenes del tercer milenio.
Hazlos capaces de aceptar la invitación de tu Hijo
a hacer de la vida un don total para la gloria de Dios.
Hazles comprender que servir a Dios satisface el corazón,
y que sólo en el servicio de Dios y de su Reino
nos realizamos según el divino proyecto
y la vida llega a ser himno de gloria a la Santísima Trinidad.Amen".Juan Pablo II

48.-ORACIÓN DE ADMIRACIÓN POR LA GRANDEZA SACERDOTAL

«Inclino mi frente como inclino mi corazón ante ti, Sacerdote,

Hombre de Dios y hombre de la Iglesia

Hombre que no te perteneces, que vives y mueres por los demás

Hombre de la soledad y compañero de camino para cada uno

Hombre que llevas en tu cuerpo la señal de la crucifixión

y la gloria de la resurrección

Hombre que no te humillas ante nadie

pero que lavas los pies a todos

Evangelizador de alegría y consuelo

Ministro del perdón y de la misericordia

Amigo fiel

Hombre abierto a la esperanza,

que guardas en tu corazón las miserias de los hombres

Hombre de oración con las manos siempre en alto

Hombre libre porque eres obediente.

Hombre enamorado del amor, que cultivas grandes ideales

Experto de humanidad

Tú recibes del alba la fuerza de la resurrección

y a la tarde entregas la luz que no conoce ocaso.

Sacerdote, no ceses nunca de pronunciar tu ‘SI”».Pablo VI.

49.- ORACIÓN A LA VIRGEN MADRE

50.- ORACIÓN A MARIA, MADRE DE DIOS Y DE LA IGLESIA

51.-ORACIÓN DEL CATEQUISTA

 

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