RETIRO ARCIPRESTAL DE ADVIENTO (CRISTO DE LAS BATALLAS, 15-12-12)

RETIRO ARCIPRESTAL DE ADVIENTO (CRISTO DE LAS BATALLAS, 15-12-12)

       INTRODUCCIÓN: QUERIDAS HERMANAS Y HERMANOS: Somos Iglesia de Cristo, del Arciprestazgo de Plasencia, reunidos en el nombre del Señor, para hacer este retiro espiritual de Adviento. Nos hemos retirado en oración para preparar la Navidad, el nacimiento del Hijo de Dios entre los hombres, entre nosotros.  Empecemos este retiro rezando a la Virgen, mejor dicho, cantando, porque el que canta reza dos veces, dice san Agustín.

       Del Verbo divino, la Virgen preñada- viene de camino ¿le daréis posada? Sí, ciertamente y por eso pedimos a la Virgen que nos ayude a vivir este adviento como Ella lo vivió, queremos que ella sea nuestro modelo porque ha sido la que mejor se ha preparado la Navidad, el nacimiento de su Hijo entre nosotros.

Se lo pedimos cantando: SANTA MARÍA DE LA ESPERANZA, MANTÉN EL RITMO DE NUESTRA ESPERA…

Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos. Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos, para iluminarnos del verdadero concepto de hombre, mujer, familia, matrimonio, sentido de vida humana. Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia en estos días y lo canta y reza con nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven pronto, Señor, que te esperamos.

COMENCEMOS ESTE SANTO RETIRO DE ADVIENTO INVOCANDO AL ESPÍRITU SANTO: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos…

MEDITACIÓN PRIMERA:

(Sentados)

Queridos hermanos, nosotros nos hemos reunido aquí esta tarde para decirle al Señor  Jesús: Cristo bendito, meditando y considerando el cariño y el amor con Tú viniste a nosotros y por nosotros y todos los hombres en la primera navidad del mundo, queremos devolverte ese cariño y decirte: creo, creemos totalmente en tu venida, en que nos amaste y te encarnaste por amor…Cristo Jesús, creo, creemos en tu amor y salvación y misterio, que no podemos abarcar, sólo creer y amar, creo en la Navidad de un Dios que ama al hombre y viene en su busca y que tanto necesitamos celebrar siempre, pero especialmente en estos tiempos de crisis de fe, estamos en el año de la fe, de esta falta de amor a tu persona, de esta apostasía silenciosa que se está dando dentro de la Iglesia, de este alejamiento poco a poco del Dios Amor,  y al alejarnos del Dios Amor nos estamos alejando del Amor, de la fuente de todo amor, divino y humano, del amor a Dios y a los hombres: familias más tristes, matrimonios rotos y más tristes, esposos y padres más tristes que no podrán celebrar la navidad unidos, donde no podrá haber auténtica navidad cristiana...

Nosotros, con nuestra presencia y oración aquí esta tarde, a la vez que te damos gracias por la fe, qué gozo tener fe, ser católico, conocerte y saber que Dios nos ama y sigue amando al hombre, porque esto es lo que creemos y celebramos principalmente en la navidad cristiana. Por eso nos hemos reunido en tu presencia esta tarde, porque nosotros queremos  prepararnos para que sea navidad cristiana en nosotros y en nuestras familias, verdadero encuentro de gozo y salvación para todos, también para el mundo entero, por eso rezaremos por todos, especialmente por esta España nuestra que se está  alejando de la fe y de tu amor y salvación, miles de hermanos, sobre todo hijos y nietos, que sin ti, sin Dios, no saben de dónde viene y a dónde van, viven sin sentido, en el nihilismo existencial, en carencia de plenitud de vida y amor.

Por eso nos hemos retirado a este pequeño desierto de oración, de encuentro personal contigo, Palabra y Eucaristía perfecta, con deseos  de meditar y comprender todo este misterio de la Encarnación, en este mundo donde los grandes medios de comunicación se empeñan en sustituir la verdadera Navidad por esperas y encuentros y navidades puramente paganas, puro consumismo.

Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por el mundo, las multinacionales y los medios, nosotros debemos recogernos en silencio de ruidos mundanos ahora para preparar y vivir este acontecimiento de fe y salvación, acogiendo la Palabra de Dios,  meditándola y orándola.

Para eso estamos reunidos aquí y no podemos dejar pasar esta oportunidad que el Señor nos ofrece para preparar la verdadera Navidad cristiana. Porque como cantamos en un villancico, aunque sobren champán y turrones, si tú no estás en nosotros, en nuestros corazones, en nuestras familias, no habrá navidad.

       Queridos hermanos ¿Por dónde vendrá Cristo en esta Navidad?  Si yo tengo que salir al encuentro de una persona, debo escoger el camino por donde él viene. ¿Por qué camino vino Cristo, qué camino eligió la Santísima Trinidad para que el Hijo viniera a salvarnos? ¿Qué tengo que hacer y cómo prepararme en este tiempo de adviento para que sea navidad en mi corazón, allanar los caminos como nos dice el profeta Isaías en las primeras lecturas de estos días, y Juan, el precursor, en los evangelios?

       Para lograr este fin, la Iglesia, en este tiempo de Adviento, pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el bautista, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Este adviento  queremos vivirlo con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen la llegada del Hijo salvador del mundo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

1.- MARÍA ESPERÓ A SU HIJO POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN: la Virgen está orando, orando mientras cosía o barría, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar;  así la sorprendió el ángel: Salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo.

Nosotros también, en este tiempo de adviento, debemos ponernos como ella en oración, en oración personal y comunitaria, también en oración litúrgica, la que se hace en nombre de la Iglesia y en la persona de Cristo, in nómine ecclesiae et in persona Christi, con el rezo de las I Vísperas del tercer domingo de Adviento, representado a la Iglesia entera, a todos cristianos, a los monjes, misioneros, religiosas, cristianos del mundo entero, con los ángeles y santos del cielo y tierra.

       La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo;  y siguió orando y dialogando con el ángel Gabriel¿Y cómo será eso pues no conozco varón? y en silencio siguió orando con el Padre y con el  Hijo, su hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo.

       La Navidad es un misterio de Amor Trinitario. “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo…”Si es Navidad es que Dios ama al hombre, no se olvida del hombre, es más, parece que Dios no puede ser feliz sin el hombre; la navidad es que Dios viene a salvar a los hombres para meternos en su mismo amor y felicidad trinitarios. Qué misterio. No existe nada, queridos hermanos, solo Dios y esta Dios infinito de belleza y amor y felicidad, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de felicidad y de vida y eternidad, piensa y decide en consejo trinitario crear otros seres para hacerlos semejantes a Él en felicidad de dicha y amor…  SI EXISTO, SI EXISTES, ES QUE DIOS ME AMA Y HA SOÑADO CONMIGO…. Este plan se rompió por el pecado de Adán…

        Orando estaba la Virgen cuando la Trinidad decidió comunicar este mensaje a la Virgen y vino el ángel en nombre de Dios y se lo comunicó y así orando descubrió este proyecto de amor inconcebible humanamente, porque es infinito de amor y orando largo ratos es como nosotros tenemos que descubrirlo porque es en ratos de silencio y oración  cuando Dios lo descubre a las almas. Y

Y así orando continuó la Virgen y empezó la primera Navidad del mundo y con Cristo Jesús naciendo en su seno se fue a visitar a su prima Isabel, recogida, no miró los parajes ni las montañas de Palestina, sólo al niño Dios que nacía en sus entrañas; y así llegó  hasta la casa de Isabel, que continuó este diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que proclamaremos luego en estas vísperas y que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre confirmándole que era verdad lo que nacía en su seno e inspirándole el magníficat porque era verdad que por eso todas las generaciones la proclamarían dichosa porque el Poderoso hizo obras grandes en ella.

       María nos invita a entrar en el Adviento por este camino de la oración para encontrarnos con su Hijo. Así descubrió ella el misterio, vio el camino que Dios le trazaba, lo fue comprendiendo, asimilando, transformándola en Madre de Dios. Qué misterio, Y todo por la oración. Como tiene que siempre en la Iglesia, en nosotros.

¿Oro yo todos los días, me encuentro con Dios y descubro su voluntad sobre mí en la oración diaria? ¿Me ayudo del evangelio, o le hablo y le cuento mis penas y alegrías todos los días?. Si quiero tener experiencia de Cristo que nace y viene a mí por amor en esta navidad y en cualquier momento de mi vida, necesito orar, mirarle con amor, que no es otra cosa oración mental sino trato de amistad estando… parece que santa Teresa hubiera hecho esta definición de oración mirando al Sagrario, porque allí está el que nos ama en navidad permanente y que vino para llevarnos a la amistad con Él y con los hombre.

 La oración es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento y la vida cristiana, el Nacimiento del Hijo de Dios en María y por María. Oración, oración, oración, si quiero ser cristiano verdadero, seguir a Cristo pisando sus huellas de vida y amor;  lo tengo repetido y superrepetido en libros y homilías y meditaciones: A MÍ QUE ME QUITE DIOS TODO, PUESTOS Y HONORES, HASTA LA MISMA FE, y si queréis hasta LA MISMA VIDA DE GRACIA, PERO QUE NO ME QUITEN LA ORACIÓN, EL ENCUENTRO DIARIO CON MI CRISTO…PORQUE AUNQUE ESTÉ EN PECADO, SI NO DEJO LA ORACIÓN…

La gran pobreza de la Iglesia, especialmente en su parte alta, será siempre la pobreza de oración. Sin oración no puede haber cristianismo, vida de fe y amor a Dios y a los hermanos, verdadera Navidad cristiana, encuentro con Cristo, aunque sobren villancicos, champán y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración. Sin ella, sin oración personal, y lógicamente también litúrgica, no puede haber encuentro de amor, navidad cristiana, vida de seguimiento de Cristo.

La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado, de donde nacen todos los demás, porque sin el espíritu de Cristo, no puedo hacer las acciones de Cristo, haremos acciones, pero no apostolado… sin mi no podéis haer nada... Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor.   Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo todos los días de mi vida a buscarme para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros, el mundo el que necesita de Él, para realizar el proyecto maravilloso de amor y felicidad eterna, que la Santísima Trinidad tiene  soñado y diseñado para cada uno de nosotros y del mundo entero y por lo cual existimos y es Navidad y permanece en navidad perpetua en el Sagrario.

       María está orando y hablando con Dios ha concebido al Hijo por obra del Espíritu Santo, ha encontrado el sentido de su vida y misión. Oró y escuchó a Dios y recibió de Él las respuestas a sus preguntas. Así nosotros, orando encontraremos a Cristo, la Navidad cristiana, el amor a los hermanos, el sentido de la vida, del matrimonio cristiano, de la familia, del perdón a las ofensas, del amor y la paz en el mundo. Orando, como nos dice el profeta Isaías en estos días, encontraremos en Cristo, en el niño que nace las fuerzas para preparar este encuentro con Cristo en la navidad: allanar montes de egoísmo y soberbia, enderezar lo torcido de falta de amor, caridad, murmuraciones de mi vida, levantarme de tanta comodidad sin dedicar a Dios el tiempo debido, la Eucaristía más frecuente, y el perdón a los hermanos. Si quiero de verdad celebrar la navidad cristiana, oración con María y como María.

Y como le tenemos aquí tan cerca, en el Sagrario, vamos a exponer al Señor en la Custodia santa, para que nos explique los motivos y sus sentimiento de amor al hombre, a cada uno de nosotros, cuando vino en nuestra búsqueda en la Navidad, mientras le cantamos: VEN, VEN, SEÑOR NO TARDES…

--- EXPOSICIÓN SENCILLA DEL SEÑOR EUCARISTÍA: VEN, VEN, SEÑOR, NO TARDES…

(((Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca.

Y esto es también lo que pretendo recordar ahora y meditar en este retiro de adviento: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que amarlo, encontrarlo, y para esto, lo primero, orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación de los textos sagrados, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan, sin decir palabra, diciéndoselo con sola nuestra presencia de amor, como Él nos lo dice todo y a todos desde el Sagrario, sin decir palabra, solo con su presencia, nos está diciendo: os amo, vengo a salvaros, a mostraros el camino verdadero de la felicidad,  de ser hombres, matrimonios, familias, doy mi vida por vosotros.

Por favor, más respeto, más adoración, más silencio ante Dios encarnado en un trozo de pan por amor extremo y extremado a todos nosotros, y sobre todo, fe, fe, fe y amor, creer de verdad que Dios me ama, y ha venido por mí, Él es Dios, yo pura criatura, todo de rodillas ante sus pies siempre))).

1. (Pasados diez minutos) REZO DE VÍSPERAS. RECEMOS AHORA LA ORACIÓN DE LAS I VÍSPERAS de este domingo III de Adviento. (Rezarlas como están compuestas en hoja aparte)

(SE REZAN LOS TRES SALMOS Y LA LECTURA BREVE… todos se sientan y DIGO:

2.- POR DONDE VENDRÁ CRISTO A NOSOTROS EN ESTA NAVIDAD: POR EL CAMINO DE LA FE COMO EN MARÍA: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.  El mundo, el hombre, todos nosotros necesitamos la fe para encontrarnos con Cristo. Sin fe, no hay encuentro con Dios. Este es problema del mundo actual y la misma Iglesia, de los bautizados entre los cuales hay un alejamiento de la fe, un vacío, una apostasía silenciosa de Dios, de Cristo, de la Iglesia, del evangelio.

       “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra de Dios por el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra elegida por madre… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… y mira que fue honrado, bueno, maravilloso, qué dirían de ella las gentes, la familia, embarazada antes de tiempo y encima sin ser de su marido que la abandonaría… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

       Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros, en las pruebas de la vida, en las pruebas y sufrimientos de la vida y en las pruebas directas de fe a las que no solo el mundo sino  a veces el mismo Espíritu Santo somete a las almas para purificarnos, para purificar en noches de fe y amor sus virtudes sobrenaturales, sobre todo la fe, pregúntenselo a s. Juan de la Cruz, cuya memoria celebramos ayer y qué lectura…  me pasma la ignorancia que hay de estas realidades, de estas etapas de oración afectiva, contemplativa… entre los mismos pastores y almas consagradas... recordad el escándalo que supuso hace poco años el libro publicado por el director espiritual de la Madre Teresa de Calcuta… muchos se escandalizaron, dijeron que la final había perdido la fe, el amor a Cristo,  se lo escuché yo mismo a una científica alemana por radio, a una psicóloga que lo sabía todo, pero era totalmente ignorante del camino de la fe, de la oración, de las noches de fe, precisamente sobre esta materia hice yo mi tesis doctoral…

Si tú, querida hermana, queridos hermano, dejas la oración o la fe, porque has dejado de sentir y gozar, quiere decir que ibas a la oración y creías porque te iba bien e ibas por propio egoísmo a la oración no por Dios, por agradar a Dios y porque Dios merece tu adoración, tiempo y tu amor, aunque tú no lo sientas, no sientas nada en temporadas y eso lo hace el Espíritu Santo para purificarnos de nuestros egoísmos, vanidades, soberbia.

Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, sobre todo en éxitos, hay que pasar largos ratos de fe seca, de oración aparentemente vacía, de Sagrario sin sentir nada, solo por fe,  porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades de la fe y la oración, si no las sentimos, y dudamos o dejamos la oración si no la sentimos, al querer apoyarnos sólo en nosotros mismos, en nuestros gustos o criterios y razones, y no en el Espíritu Santo, único director y santificador de nuestras vidas.  Para avanzar en la fe hay que pasar las noche de san Juan de la Cruz, que por eso escribió sus obras, por  el despiste que había entre las mismas almas religiosas y contempativas.

Y la única forma que Dios tiene para hacernos progresar y quitarnos esos fervores humanos y pasarlos a divinos o esos criterios por los que apoyamos la fe o la oración no en Dios sino en nosotros, en lo que yo discurro o comprendo, o en nuestro yo, y egoísmo, el único progreso en la fe y en la oración es la oscurida de la razón o sequedad de sentimientos para tenerla y apoyarla solo en Dios, no en lo que nosotros discurramos o sintamos. Creer es confiar sólo en Dios contra toda razón, motivo o evidencia humana.

Y cuando Dios quiere a un alma, la purifica por la noche oscura de la fe, del amor y de la esperanza cristianas, de las virtudes sobrenaturales, que son las únicas que nos unen a Dios. Nos quita a veces nuestros apoyos humanos para que nos apoyemos solo en Él, en su confianza y seguridad y no en lo que nosotros pensamos o imaginamos. Y así demostramos quienes creen sólo en Dios, solo Dios, abajo tú y tus razones y tus éxitos y tu vida.

Como en María, fue un cambio radical, un camino totalmente distinto al que ella había pensado… y sin ver nada… confió solo en Dios y nacer el niño fuera de cada, en pobreza y luego huir a Egipto y tener que seguir creyendo que era el Hijo de Dios… pero ella se fió y fue navidad: aquí está la esclava, hágase en mí según tu palabra. Qué pocos amigos tiene el Señor, ya lo dijo Teresa de Jesús, los sufrimientos… como tanto hermanos, que se alejan de Dios, de la Iglesia, porque mueren sus seres queridos, porque no triunfan, porque tienen enfermedades o pruebas de todo tipo y le echan la culpa de todo lo malo a Dios precisamente. Pero nosotros confiemos siempre en Dios, como María, ¿cómo obro, he obrado en mi vida,  cómo vivo yo las pruebas humanas y espirituales de mi vida? ¿Cómo es mi oración, mi fe, egoísta, buscándome a mi mismo o a Dios?

Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios. Hay pruebas duras en la vida, sobre todo en este tiempo de crisis, de increencia. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, es el Hijo de Dios, aunque muchos, incluso de los nuestros, hayan dejado de creer, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo o advientos y esperar de éxito o cargos o dinero y de lo que sea, que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros.

       Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta del los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, Dios, Evangelio…;

Es necesario que Dios venga de nuevo en la Navidad cristiana y creamos en ella, en que Dios nos ama y no se olvida del hombre, este mundo va perdiendo la fe en Dios, Dios existe, Dios existe, es nuestro Padre que nos envía por amor a su Hijo para hacer a todos hijos en el Hijos y meternos en su misma felicidad eterna y trinitaria. Si es navidad, tú eres eterno en el Hijo, ya no morirás nunca, tu vida es más que esta vida, porque ha venido el Hijo en persona para decírtelo y conseguirlo…

       Por eso, y para que sea navidad cristiana, necesitamos fe, estamos en el año de la fe, pidámosla para nosotros, sobre todo, para nuestros hijos y nietos, para los que se ha alejado de la Iglesia, de la salvación, del Amor de Dios. Que sea navidad en el mundo entero, en nuestras familias y para eso, lo primero de todo será la fe, fe en su Venida, en su Encarnación, en su nacimiento, en su presencia eucarística; si creo en Cristo, no puedo separar unas realidades de otras, tengo que creer en el Cristo completo.

       ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera, cómo creer que está aquí el Hijo de Dios, el Creador de cielo y tierra, el que nace por amor y no vengo entre semana a visitarle, a comulgarle, a ofrecer mi vida en la misa y desde ahí, salir contigo por los caminos de la vida a visitar a Isabel, a tantos y tantos hermanos solos, pobres, necesitados de todo tipo, de compañía y de ayuda y de cariño y de alimentos para que sea navidad.  Que como tú, yo sólo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como María, por una fe viva.

       Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y su Todo. Igual nosotros, sus hijos. La Navidad fundamentalmente es creer que Dios existe, y es verdad, y ama al hombre, sigue amando al hombre, que Dios nos se olvida del hombre, que Dios perdona al hombre, lo dicen algunos villancicos que ya cantan al niño muriendo en la cruz. Esta es la razón de navidad cristiana.

Hermanos, con la Virgen y por intercesión de la Virgen, pidamos al Señor que sea navidad en nosotros y en el mundo entero.

       La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, también nosotros, nuestros hijos y nietos, el mundo entero seremos felices, por todo se cumple, todo tiene sentido, por el nacimiento de Cristo en nosotros y en el mundo. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Que merezcamos su alabanza por haber creído en su venida de amor a este mundo.

       Con qué fe, sin ver nada claro por tu parte, solo fiada en la Palabra de Dios, María creyó y empezó a nacer el niño en su entrañas. Y no florecieron los jardines de su pueblo, ni nadie se enteró ni la felicitaron, ni pájaros cantaron… solo con fe aceptó el pan de Dios. Así nosotros.

CANTAMOS: LA VIRGEN SUEÑA CAMINOS, ESTÁ A LA ESPERA…     

Y ANTES DEL MAGNIFICAT:

¿POR DÓNDE VENDRÁ CRISTO ESTA NAVIDAD A NOSOTROS?

3.- POR EL CAMINO DEL AMOR, COMO  EN MARÍA. LO PROCLAMAMOS CON EL CANTO DE MARÍA, AL ESCUCHAR LA ALABANZA DE SU PRIMA ISABEL: DICHOSA TÚ QUE HAS CREIDO, PORQUE TODO LO QUE TE HA DICHO EL SEÑOR, SE CUMPLIRÁ.

       Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto.

5. POR ESO: REZO DEL MAGNIFICAT…PRECES Y ORACIÓN.

AYUDA PARA ORAR ANTE CRISTO EN LA CUSTODIA SANTA:

Queridos hermanos, qué gozo creer en Jesucristo Eucaristía, haberle conocido, estar aquí porque creemos en El y le amamos. Qué gozo creer, saber que Dios existe y nos ama, saber de dónde venimos y a dónde vamos.., muchos han perdido hoy el sentido de la vida. Si existo, es que Dios me ama.., me ha llamado a compartir una herencia de gozo con El...

Y como estamos en la presencia del Señor Eucaristía: Qué gozo saber que el Hijo ha venido en mi búsqueda en la Navidad, y viene todas las navidades para decir al hombre que dios le ama.... Este es el sentido de la Navidad y de la Eucaristía. La Eucaristía es una navidad permanente... estás aquí Señor, porque nos amas y vienes en nuestra búsqueda. Y el adviento es toda mi vida en la tierra, porque es un camino hacia el encuentro contigo y con la santísima Trinidad, con el Padre que me soñó, que me creó, que me dio la vida...

¡Qué gozo haberme encontrado con él, saber que no estay solo, que Él me acompaña, que mi vida tiene sentido! ¡Qué gozo saber que Alguien me ama, que si existo, es que Dios me ama, y en el Hijo encarnado en la Navidad, en el Hijo Eucaristía, navidad permanente, me ama hasta el extremo: hasta extremo del tiempo, hasta el extremo de! amor y de sus fuerzas, hasta el extremo de ser Dios y hacerse hombre, y venir en mi búsqueda, para abrirme las puertas de la eternidad y amor de mi Dios Trino y uno. ¡Qué gozo saber que se ha quedado para siempre conmigo en cada Sagrario de la tierra, con los brazos abiertos, en amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres!

¡Cómo no amarlo, adorarlo y comerlo! gritando y cantando y proclamando que Dios existe y nos ama, que la vida tiene sentido y es un privilegio existir, porque ya no moriremos nunca; que nuestra vida es más que esta vida y que este tiempo y este espacio; que soy eternidad, porque el Hijo de Dios se ha encarnado, es Navidad, me lo ganado con nacimiento, su muerte y resurrección, que se hace presente en la Eucaristía.

Cristo Eucaristía, ¡qué gozo haberte conocido por la fe, fe personal no meramente heredada, sobre todo, por la fe viva y experimentada en la oración personal y litúrgica, experimentar lo que creo, predico o celebro! ¡Qué gozo haberme encontrando contigo por la oración personal y eucarística: «Que no es otra cosa oración... sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Diríase que Sonta Teresa de Jesús escribió esta definición mirando al sagrario. Por eso, qué necesidad absoluta tiene la iglesia de todos los tiempos de tener sacerdotes y seminaristas santos por la oración eucarística, de religiosas  y cristianos que hayan subido hasta la cumbre del Tabor eucarístico, y puedan enseñar, no sólo teórica, sino vivencialmente este camino.

Señor, ¿por qué me amas tanto, por qué te humillas tanto, por qué te rebajas tanto?, qué puede dañe el hombre que Tú no tengas? No lo entiendo, sólo hay una explicación: «Habiendo amado a lo suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propio Hijo». ¡Gracias, Padre por tu amor extremo en el Hijo encamado y eucarístico por obra del Espíritu Santo! ¡Jesucristo, Hijo de Dios encamado primero en carne humana y ahora en la Eucaristía, nosotros creemos en Ti, nosotros confiamos en ti, Tú eres el Hijo de Dios.

TANTUM ERGO… BENDICIÓN, CANTO Y RESERVA

SALVE REGINA…

Ora pro nobis, sancta Dei genitrix,

Gratiam tuam quesumus, Domine, mentibus nostris infunde, ut qui angelo nunciante Cristi filii tui incarnationem cognovimus, per passionem ejus et crucem ad resurretionis gloriam perducamur. Per eundem Christum dominum..

LECTURA DE VISPERAS

RESPONSORIO BREVE

Y ANTES DEL MAGNIFICAT :

4.- POR EL CAMINO DEL AMOR AGRADECIDO, COMO MARÍA

       María expresó maravillosamente este sentimiento ante su prima Isabel con el canto del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1,46-47).

       Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto. Pero en estos días, como siempre, lo primero debe ser Dios. Y si alguien nos pregunta, tanto ahora en Navidad como en cualquier tiempo del año, ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios? Pues porque Él nos amó primero. Dios nos visita, se hace cercano, se hace hombre y viene a nosotros por amor y para que nos amemos y le amemos: “Porque Dios es Amor… En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó, y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,8.10). Qué claro lo vio Juan: Dios nos amó primero y, roto este amor por el pecado de Adán, Dios volvió a amar más intensamente al hombre, enviándonos a su propio Hijo para salvarnos.

5. POR ESO: REZO DEL MAGNIFICAT…

       Santa Catalina de Sena nos describe así todo el amor de Dios en la creación del hombre y, sobre todo, una vez caído, en la recreación, por el amor del Hijo amado: «Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, Padre Dios, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto...      A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. El fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. Él lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?     

LOS QUE SOÑÁIS Y ESPERÁIS LA BUENA NUEVA, ABRID LAS PUERTAS AL NIÑO, QUE ESTÁ MUY CERCA. EL SEÑOR CERCA ESTÁ, ÉL VIENE CON LA PAZ. EL SEÑOR CERCA ESTÁ, ÉL TRAE LA VERDAD.

Hace ya más de dos mil años que el ángel Gabriel transmitió a la hermosa Nazarena la noticia más luminosa y llena de gracia de la historia de la humanidad: que Dios no se olvidaba del hombre, que Dios ama al hombre, que Dios vendría en busca del hombre para que el hombre pudiera encontrarse con su Dios y Creador y vivir la historia de amor y amistad más hermosa que se pueda concebir, escribir y vivir: Dios se hace hombre para que el hombre pueda hacerse hijo de Dios, para que pueda llamarle Padre y vivir su misma felicidad y amistad; la segunda persona de la Santísima Trinidad vino a realizar por nosotros lo que nosotros no podíamos realizar.

       Este es el hecho más importante que ha ocurrido en este mundo; por eso toda la vida de la humanidad se mide por esta fecha, desde el nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo; y por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María» (Credo). Por la Palabra de Dios fueron hechas todas las cosas y esa misma “Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.   

       La Virgen, en el evangelio de este domingo, nos enseña cómo hay que esperar al Salvador, por donde viene el Señor:

       A) Por la oración. La Virgen está orando cuando la sorprende el ángel. Está orando mientras cosía o barría o hacía otra cualquier cosa, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar. Y en oración recibe el mensaje del ángel de parte de Dios: “Alégrate, llena de gracia… No temas…Darás a luz un hijo”. Ha empezado a verificarse la profecía de Isaías,14: la promesa mesiánica de un reino eterno, hecha a David por el profeta Natán, de parte de Dios y leída en la primera Lectura de este domingo. Y María sigue orando, hablando y preguntando a Dios por medio del ángel: “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”; es una simple constatación de su estado todavía célibe, aunque desposada o simple objeción del modo en que tiene que proceder ante este plan de Dios. Y la solución se la revela de parte de Dios el ángel: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”.

       Y María acepta el plan divino y ser madre del Hijo de Dios: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. De esta forma, al abrazar la voluntad de Dios se consagró totalmente a la persona y obra de su Hijo, sirviendo al misterio de redención. Cooperando así María no fue un instrumento meramente pasivo en las manos de Dios, sino que ayudó a la salvación de los hombres como Madre del Salvador con una fe y amor y obediencia totalmente personal y libre, que mantendrá fielmente toda su vida.

       María orando y hablando con Dios ha encontrado el sentido de su vida y misión. Oró y escuchó a Dios y recibió de Él las respuestas a sus preguntas. Pues bien, la contestación y respuesta de María debe convertirse en misión y programa para la comunidad cristiana, comunidad orante, que en la oración privada y pública debe recibir las respuestas de Dios sobre la vocación y la misión que tiene que cumplir en la tierra en el ministerio de la Salvación de los hombres. María, con su oración silenciosa fue más eficaz que todas las palabras.     

       B) Por la fe. Porque orando creyó con total certeza en la promesa de Dios, y creyó que era el Hijo de Dios quien nacía en sus entrañas, y vivió ya totalmente para Él en fe, porque en ese momento no florecieron los rosales de Nazaret, ni se oyeron cantos de ángeles ni se paró el sol… no paso nada extraordinario, tuvo que creer a palo seco y sufriendo incomprensiones de todo tipo, porque no anduvo dando explicaciones a nadie, si siquiera a su esposo José. Por eso paso lo que pasó con él.

       Luego, hecha templo y morada y tienda de la presencia de Dios en la tierra, primer sagrario del mundo y arca de la Alianza nueva y eterna, llena de esa fe y certeza con inmensa alegría,  preñada del Dios que la tomó por Madre, Esposa e hija especial en el Hijo Amado, sintiéndose plenamente habitada por la Santísima Trinidad, fue a visitar a su prima sin mirar aquellos paisajes hermosos de las montañas de Palestina, porque ya sólo vivía para el que nacía en sus entrañas; ya todo era silencio, contemplación del misterio, amor y compromiso y fidelidad, en medio de las incomprensiones de su familia, de José y de sus vecinos. Y no dio explicaciones ni se excusó ante nadie; dejó que Dios lo hiciera todo por ella, como Él y cuando Él quisiera.

       La oración todo lo alcanza, cantábamos al Corazón de Jesús, en mis años juveniles. En oración recibió María el mensaje; en oración vio el camino a seguir; con su actitud de escucha recibió luz y aclaración, resolvió sus dudas y encontró la fuerza para llevarlo a efecto en medio de duras pruebas. Por la oración recibió a Cristo en su seno, lo paseó por las montañas de Judea en su visita a Isabel y ya no se apartó de Él, ni en la cruz, cuando todos le dejaron y ella siguió creyendo que era el Hijo de Dios, el Salvador del mundo.

       Con su sí fue Navidad en el mundo. Dios tenía necesidad de ella, de una criatura totalmente dispuesta a seguir y cooperar con su plan de salvación en medio de dificultades; una criatura que no pusiera resistencia ni pegas al plan de Dios; una criatura que al contrario de Eva, obedeciera totalmente a la voluntad de Dios, para que recuperásemos por su obediencia lo que habíamos perdido por la  desobediencia de Eva: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra. “Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.

       C) Por el amor. Amor a la voluntad de Dios y amor a los hombres, a José y a su prima Isabel. El amor a Dios pasa por el amor a los hermanos. Primero hay que tener un corazón limpio de rencores y de pecados. En pecado, de cualquier clase que sea, no se puede celebrar la Navidad cristiana. Hay que vivir en gracia. Ella estaba llena de gracia. Si hay pecado Cristo no puede nacer dentro de nosotros. La Navidad es la fiesta del amor de Dios a los hombres y en correspondencia de los hombres a Dios y a los hermanos, porque si Cristo nace todo hombre es mi hermano. Hay que amar más. Hay que visitar a los amigos y necesitados como María a su prima Isabel para ayudarla. Hay que llenarse del amor que Cristo nos trae y que nos hace hermanos de la misma fe, gracia, esperanza y destino. Hay que comulgar y pasar ratos largos de oración ante Jesús Eucaristía, ante el Sagrario. Así será navidad en nuestro corazón, en nuestra vida. Es lo que pido al Señor en esta santa misa para vosotros y todos los vuestros. Feliz navidad en paz con Dios y los hombres.     

       1.- Primero, una actitud de fe. Este hecho de la venida del Señor debe despertar en el cristiano una actitud personal de fe, de creer personalmente en Dios, en el misterio de un Dios  personal que se hace hombre, en el amor de Dios que se encarna por el hombre. Si es Navidad es que Dios ama al hombre, viene en busca del hombre, es que Dios no se olvida del hombre; estos días de Adviento son para creer personalmente, pasar de la fe de la Iglesia a la individual, son día de orar y pedir esta fe para poder creer tanto amor.

       ¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre; ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?, has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

       Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. Y el creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más, porque esto es una enfermedad de amores y ansias infinitas, imposibles de contener y controlar; el creyente,  llagado de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, las razones y motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor.

       ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad!               

Y te has hecho igual a nosotros, te haces hombre porque nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Mirad la Navidad. La Navidad es que Dios que ama apasionadamente a los hombres. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

       2.- Segundo: Actitud de esperanza: esperanza dinámica, que no se queda de brazos cruzados; es una esperanza que sale al encuentro; un encuentro no se realiza si no hay deseo ardoroso de encuentro personal con Cristo, si no vamos y salimos al camino por donde viene la persona amada;  si no hay deseos de Cristo, si no hay aumento de fe y amor, no podemos encontrarnos con Él. Esta esperanza y vigilancia, alimentada por los profetas, especialmente por el profeta Isaías en las Primeras Lecturas de estos días, nos invitan a levantar la mirada hacia la salvación que nos viene de Yahvé, en cumplimiento de sus promesas.

       Cuando uno cree de verdad en alguien o en algo, lo busca, lo desea, le abre el camino. Primero hay que creer de verdad que Dios existe en ese niño que viene, que Dios sigue viniendo en mi busca, que Dios me ama. Y creer es lo mismo que pedir, pedir esta fe, aumento de fe, de luz, de creer de verdad y con el corazón lo que profesamos con los labios, con la mente, en el credo.

       Esta esperanza de la fe no se queda con los brazos cruzados; cuando uno espera, se prepara, lucha, quita obstáculos para la unión y el encuentro con la persona amada. Creo en la medida que me sacrifico por ella, que renuncio a cosas por ella. La esperanza teologal y cristiana es el culmen de la fe, la coronación de la fe y la perfección y la meta del amor. Se ama en la medida que se desea a la persona amada. El amor se expresa por la posesión y también por el deseo de la posesión. Si no hay adviento, si no hay espera, no puede haber Navidad cristiana porque no hay esperanza y deseos de amor y de encuentro con el Dios que viene.

       El mundo actual no espera a Cristo, no siente necesidad de Cristo. Por eso, no vive el Adviento cristiano, no siente necesidad de su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. El mundo actual tiene muchas esperas: espera ganar más dinero, tener más y más cosas que le llenen y le hagan ser más feliz, espera conquistar la técnica, los medios de producción, vivir más años… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos; pero son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias y salvar a este mundo: Jesucristo.   

       Y nosotros ¿esperamos al Señor? ¿Cómo decir que creemos en la Navidad, que amamos al Señor como Dios y Señor de mi vida, y no salir a su encuentro? ¿Qué fe y amor son esos que no me llevan a salir al encuentro del que viene en mi busca? ¡Si creyéramos de verdad! ¡Si nuestra fe y amor fueran verdaderos!

La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos las multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de regalos, viajes, de champán y turrones y esperamos muchas cosas menos al Señor? Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, sobre todo en nuestros feligreses, en nuestra familia, en nuestra juventud, para que las oriente, para que haga a este mundo más fraterno y habitable? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para prepararnos mejor así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

       Queridos hermanos: Hagamos un esfuerzo por captar este mensaje de esperanza y alegría que se renueva cada Adviento y que nos repiten las Lecturas de estos domingos. Porque estamos hoy viviendo una época de desesperanza y desilusión generalizada en lo social, moral, religioso, familiar… La Navidad próxima, en la que viene nuevamente el Enviado, el Señor Jesucristo, nos dice claramente que Dios no se olvida del hombre, de nosotros. Si hay Navidad cristiana,  el hombre tiene salvación, tiene un Redentor de todos sus pecados; si hay Navidad, Dios sigue amando al mundo, Dios no se olvida del hombre. Creamos y esperemos en Él contra toda desesperanza humana, sobre todas las esperanzas humanas consumistas. Hay que esperar únicamente la salvación en Jesucristo; el tiempo de Adviento nos invita a esperar al Salvador.

       3.- Tercero: Actitud de amor. Para vivir la Navidad necesitamos querer amar a Jesucristo. Y decir amar a Jesucristo es lo mismo que orar a Jesucristo: orar y amar se conjugan igual en relacion con Dios. En la oración se realiza el encuentro con Dios Amor. Es diálogo de amor, mirada de amor.

       Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

        La oración es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el Adviento cristiano. Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y reunión de familia y regalos y todo lo demás. Porque falta el protagonista, falta Cristo, que siempre viene y vendrá para las almas que le esperan. Y el camino esencial es la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica carece de alma, carece de “espíritu y verdad”.

       La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en Espíritu y Verdad”.

       Para demostrar esta afirmación bastaría leer la definición de Santa Teresa sobre la oración: «Que no es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama» (V 8,5). Parece como si la Santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

       Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

       Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos”; “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

       Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada.

 

       4.- Cuarto: Necesidad de la conversión. La liturgia de estos días nos invita a allanar y enderezar los caminos del encuentro. En este tiempo debemos convertirnos más a Dios: Convertir es dejar de mirar en una dirección para hacerlo en otra. Dios debe ser lo primero y absoluto de nuestra vida, todo lo demás, relativo: la conversión es para vivir mejor el «tanto en cuanto» ignaciano.

       El tiempo que nos separa de dicha meta debe ser aprovechado con solicitud. Nosotros ya caminamos hacia la última fase de la historia; debemos prepararnos con fe y esperanza, con obras de amor y conversión de las criaturas a Dios, preparando bien el examen de amor, la asignatura final, en la que todos debemos aprobar.

       Todo hombre tiene que encontrarse con Cristo glorioso; es el momento más trascendental de nuestra historia personal, hacia la cual  tenemos que caminar vigilantes, porque decidirá nuestra suerte eterna. Es el encuentro definitivo y trascendental de nuestra historia personal y eterna, que lo esperamos fiados del amor que Dios nos tiene, manifestado en la Navidad, donde Él sigue amando, perdonando y buscando al hombre para ese encuentro eterno de felicidad con Él, Dios Uno y Trino.       Frente al auge de la increencia, el desencanto de las utopías humanas vacías de vida y amor, frente a la corrupción y la caída de las ideologías que prometían la felicidad del hombre, oponiéndose a Dios, frente a las actitudes de un consumismo, caracterizado de una trivialidad sin compromisos de tipo moral o religioso, unido a la alergia del hombre actual a la reflexión y a las preguntas últimas, resumen de un hombre que quiere orientar su vida al margen de Dios, tomando él la iniciativa de decir qué es lo que está bien o mal en el orden moral, nosotros, los cristianos, debemos mirar a Dios que nos dijo que comiéramos de todos los frutos del paraíso del mundo, menos del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque saber lo que es bueno y malo, lo que es pecado o gracia, solo le corresponde a Dios.

       Tenemos que convertirnos a Dios y no convertir el mundo y sus criaturas en dioses, ídolos que adoramos y servimos. Tenemos que convertirnos de tanta idolatría. Por eso, el hombre moderno, queriéndose apropiar de esta propiedad esencial de Dios, ha caído en la corrupción y en la autodestrucción, matando al mismo hombre, a la misma vida, con el aborto y la eutanasia; ha matado el respeto absoluto al hombre, al amor que lo ha convertido en sexo todo, ha matado la humildad, la sencillez, el servicio, el amor desinteresado.

       El ateísmo ha matado a Dios en el corazón de muchos hombres y familias; sin Dios, no hay amor, amor duradero y para siempre entre esposos,  si no hay dinero, no hay ayuda para los ancianos y mayores, respeto a todo hombre por ser hijo de Dios. El mundo necesita convertirse, volver a Dios, mirar a Dios como lo único necesario, lo absoluto y primero de la vida y de la existencia del hombre sobre la tierra.

       Frente a los laboratorios de la inmoralidad, de la increencia, del laicismo militante que son la televisión y ciertos medios de comunicación social, no desesperemos y esperemos siempre en el Señor, porque vendrán nuevamente tiempos mejores, porque Dios no deja de enviar a su Ungido, porque nunca dejará de existir la Navidad Cristiana. Y si es Navidad es que Dios sigue amando y perdonando, buscando al hombre por amor gratuito. Dios no necesita del hombre; es el hombre el que necesita de Dios. Celebremos la Navidad. Se acerca nuestra liberación. Proclamemos esta buena nueva, la mejor noticia para este mundo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad”.

RETIRO DE ADVIENTO

(Plasencia, diciembre 2008)

 

       Queridos amigos: El domingo, por la noche, me llamó nuestro querido Delegado del Clero, D. Miguel Pérez, para decirme si podía dar este retiro de Plasencia, que pensaba darlo él personalmente como ya nos  lo había anunciado por carta, para presentarse como Delegado, pero que se lo impedía una consulta médica, no de cosas graves, en Salamanca.  Yo lo dije que bien y  aquí estoy, hermanos, para obedecerle y ayudaros en lo que pueda.

       Como todos sabemos, Adviento es celebrar la venida del Hijo de Dios  en la carne, por la potencia del Espíritu Santo, en el seno de la Virgen María, «pues si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles…La gracia que Eva nos arrebató, nos ha sido devuelta en María» (Cf. Pref. IV de Adv.).

       También es celebrar la futura venida de Cristo, al final de los tiempos, para revelar la plenitud de su obra que fue realizada «al venir por primera vez en la humildad de nuestra carne» (Cf. Pref. I de Adv.).Y de esta venida nos hablaba el evangelio del primer domingo de Adviento.

       Entre ambas manifestaciones se sitúa la Iglesia, que celebra al Mesías prometido que vino, y espera al Señor que vendrá. El tiempo de Adviento, en su estructura y textos litúrgicos actuales, prepara para ambas manifestaciones.

       Y para esto necesitamos orar, retirarnos al desierto como, Juan, el precursor, y como María que conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón. Por eso, nos retiramos esta mañana para orar  « Y encontrarnos así, cuando llegue velando en la oración y cantando su alabanza», (Cf Pref. II de Adv.), para que «podamos recibir los bienes prometidos que ahora en vigilante espera confiamos alcanzar (Cf Pref. I de Adv.).

       Entre ambas manifestaciones estamos nosotros, que celebramos al Mesías prometido que vino, y esperamos al Señor que vendrá. El tiempo de Adviento, en su estructura y textos litúrgicos actuales, prepara para ambas manifestaciones. Y esto es lo que haremos ahora en este retiro de desierto oracional, rezando y cantando con gozo y alegría la hora intermedia.

HORA INTERMEDIA

Canto de entrada

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Vendrá el Señor con la aurora, Él brillará en la mañana, pregonará la verdad. Vendrá el Señor con su fuerza, Él romperá las cadenas, Él nos dará la libertad.

Él estará a nuestro lado, Él guiará nuestros pasos, Él nos dará la Salvación. Nos limpiará del pecado, ya no seremos esclavos, Él nos dará la libertad.

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Visitará nuestras casas, nos llenará de esperanza, Él nos dará la Salvación. Compartirá nuestros cantos, todos seremos hermanos, El nos dará la libertad.

Caminará con nosotros, nunca estaremos ya solos, Él nos dará la salvación. Él cumplirá la promesa, y llevará nuestras penas, Él nos dará la libertad.

 VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

“Mirad a vuestro Dios que viene en persona... El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará el páramo y la estepa...”(Is 35,1-2).

-- Dios mío, ven en mi auxilio,

-- Señor, date prisa en socorrerme.

-- Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,

-- Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

(EL ALMA SEDIENTA DE DIOS: Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas).

1.- Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

(Salmo 64, 2-12)

 Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,

mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario

viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre.

1.- Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

2.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres”.

Oh Dios, tú mereces un himno en Sión,

y a ti se te cumplen los votos,

porque tú escuchas las súplicas.

A ti acude todo mortal,

a causa de sus culpas;

nuestros delitos nos abruman,

pero tú los perdonas.

Con portentos de justicia nos respondes,

Dios, salvador nuestro;

tú, esperanza del confín de la tierra

y del océano remoto.

Tú, que afianzas los montes con tu fuerza,

ceñido de poder;

tú que reprimes el estruendo del mar,

el estruendo de las olas

y el tumulto de los pueblos.

Los habitantes del extremo del orbe

se sobrecogen ante tus signos,

y a las puertas de la aurora y del ocaso

las llenas de júbilo.

Tú cuidas de la tierra, la riegas

y la enriqueces sin medida;

la acequia del Señor va llena de agua,

coronas el año con tus bienes.

Gloria al Padre.

2.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres”.

3.- Antífona: “María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.

Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.

La piedra que desecharon los arquitectos

es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

 

Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.

Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.

Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia

Gloria al Padre.

3.- Antífona: “María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”

LECTURA BREVE (Is 45,8)

“Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia”.

RESPONSORIO BREVE

-- Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor,

--  Su gloria aparecerá sobre ti.

Oración :

Señor, Dios todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, que va a nacer, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta Él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su salvación. Por Jesucristo Nuestro Señor.

Amén.

Canto final

LA VIRGEN SUEÑA CAMINOS, está a la espera; la Virgen sabe que el Niño está muy cerca. De Nazaret a Belén hay una senda; por ella van lo que creen en las promesas.

Los que soñáis y esperáis la buena nueva, abrid las puertas al niño, que está muy cerca. El Señor cerca está, Él viene con la paz. El Señor cerca está, Él trae la verdad.

EN ESTOS DÍAS DEL AÑO, el pueblo espera, que venga pronto el Mesías a nuestra tierra. En la ciudad de Belén, llama a las puertas, pregunta en las posadas y no hay respuesta.

Los que soñáis y esperáis la buena nueva, abrid las puertas al niño, que está muy cerca. El Señor cerca está, Él viene con la paz. El Señor cerca está, Él trae la verdad.

 

PRIMERA MEDITACIÓN

       QUERIDOS HERMANOS:       Estamos comenzando este tiempo santo de Adviento. Todos los tiempos son santos, porque deben servirnos para santificarnos, para unirnos y amar más a Dios y a los hombres. Pero este lo es especialmente, porque el tema central del Adviento es la espera del Señor, considerada bajo diversos aspectos. En primer lugar, la espera del Antiguo Testamento, encaminada hacia la venida del Mesías prometido. De ella hablan las profecías que la liturgia presenta estos días a la consideración de los fieles para despertar en ellos aquel profundo deseo y anhelo de Dios que vivió todo el Antiguo Testamento, especialmente los profetas, que se encargaron de parte de Dios, de mantener esta esperanza en el pueblo fiel.

       Una vez que vino el Mesías prometido, Jesucristo, terminó el Antiguo y empieza el Nuevo Testamento, con la realización de las promesas; llegan los tiempos nuevos y se colman todas las esperanzas. Y ahora, en esta etapa nueva que vive la Iglesia, debemos vivir y actualizar en nuestro corazón y en nuestra vida cristiana esta venida, mientras la historia de la humanidad se dirige a la última venida del Señor, a la parusía, a la venida gloriosa de Cristo, al final de los tiempos.

       Por eso, el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» del Hijo de Dios; y por otra, mira y hace que nos preparemos para la segunda venida, al final de los tiempos; y para que ésta se pueda realizar, es necesario esperarlo y recibirlo ahora, en diversas formas en las que llega a nosotros por la vida, por los sacramentos y por la Palabra.

       Y como me toca a mí esta mañana dirigir la Palabra, quisiera empezar con una oración a la Santísima Trinidad de San Hilario, cuya fiesta celebraremos el 14 de enero, y que viene en la Liturgia de la Horas del día.

       Pero antes, y porque hemos hablado de la última venida, quiero dar gracias a Dios y he rezado y me he encomendado para este retiro a nuestros hermanos sacerdotes muerto últimamente, que han realizado ya esta encuentro del último día; qué testimonios más maravillosos de fe, de amor a Cristo y de esperanza en Dios Padre nos habéis dado. Qué aceptación de la muerte y certeza del encuentro con Cristo gloriosos, qué gozo y seguridad nos dais.

       Este mes de noviembre varias veces y expresamente los he recordado y rezado con sus nombres en la Eucaristía. Ya no celebraréis el Adviento y la Navidad con nosotros, porque vivís la presencia del Padre que nos soñó y nos creó para una eternidad de gozo con Él en su misma esencia y esplendores divinos, del Hijo que vino en nuestra búsqueda para salvarnos y abrirnos las puertas de la eternidad, y del Espíritu Santo, el Dios Amor que nos funde en el abrazo y beso eterno del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en éxtasis infinito y eterno de fuego y esplendores del volcán divino y trinitario de bellezas eternamente reveladas entre esplendores siempre nuevos y deslumbrantes. La muerte para nosotros no es caer en el vacío o en la nada,  sino en los brazos ya abiertos de Dios.

       Y Con este recuerdo emocionado y trinitario a nuestros hermanos sacerdotes difuntos, empiezo ahora mi meditación con la oración de san Hilario:

PADRE SANTO, TE SERVIRÉ PREDICÁNDOTE

 «Yo tengo plena conciencia de que es a ti, Dios Padre omnipotente, a quien debo ofrecer la obra principal de mi vida, de tal suerte que todas mis palabras y pensamientos hablen de ti.

Y el mayor premio que puede reportarme esta facultad de hablar, que tú me has concedido, es el de servirte prodigándote a ti y demostrando al mundo, que lo ignora, o a los herejes, que lo niegan, lo que tú eres en realidad: Padre; Padre, a saber, del Dios unigénito.

Y, aunque es ésta mi única intención, es necesario para ello invocar el auxilio de tu misericordia, para que hinches con el soplo de tu Espíritu las velas de nuestra fe y nuestra confesión, extendidas para ir hacia ti, y nos impulses así en el camino de la predicación que hemos emprendido. Porque merece toda confianza aquel que nos ha prometido: “Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá”.

Somos pobres y, por esto, pedimos que remedies nuestra indigencia; nosotros ponemos nuestro esfuerzo tenaz en penetrar las palabras de tus profetas y apóstoles y llamamos con insistencia para que se nos abran las puertas de la comprensión de tus misterios; pero el darnos lo que pedimos, el hacerte encontradizo cuando te buscamos y el abrir cuando llamamos, eso depende de ti.

Cuando se trata de comprender las cosas que se refieren a ti, nos vemos como frenados por la pereza y torpeza inherentes a nuestra naturaleza y nos sentimos limitados por nuestra inevitable ignorancia y debilidad; pero el estudio de tus enseñanzas nos dispone para captar el sentido de las cosas divinas, y la sumisión de nuestra fe nos hace superar nuestras culpas naturales.

Confiamos, pues, que tú harás progresar nuestro tímido esfuerzo inicial y que, a medida que vayamos progresando, lo afianzarás, y que nos llamarás a compartir el espíritu de los profetas y apóstoles; de este modo, entenderemos sus palabras en el mismo sentido en que ellos las pronunciaron y penetraremos en el verdadero significado de su mensaje.

Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz que no nos apartemos de la verdad de la fe; haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre, y al único Señor Jesucristo, y que argumentamos ahora contra los herejes que esto niegan, podamos también celebrarte a ti como Dios en el que no hay unicidad de persona y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti».

(Del tratado de san Hilario, obispo, sobre la Trinidad (Libro 1,37-38: PL 10,48-49. Liturgia de las Horas: 14 de enero)

       QUERIDOS HERMANOS: Cuatro son los temas de los que me hubiera gustado hablar con cierta amplitud en este retiro de Adviento: del Adviento, por ser el tiempo litúrgico fuerte en que vivimos; de María, porque ella fue la primera que vivió este tiempo del espera del Hijo, y porque estamos en la novena de la Inmaculada que tantas emociones y recuerdos agradecidos nos trae; de Juan el Bautista, porque cuando llega el otoño y las hojas se caen de los árboles viene puntual a esta cita con su voz fuerte y tonante, invitándonos a la conversión, como profeta verdadero a quien no se le traba la lengua, cuando tiene que decir verdades que nos cuestan y hablarnos de conversión y de preparar los caminos del Señor; y San Pablo, porque soy estamos en el año paulino y es modelo para todos nosotros, apóstoles de Cristo.

       Pero como no es posible hablar de todos con amplitud, los tres primeros temas los fundo en uno, del cual hablaré en esta primera meditación, cuyo título sería TRARAR DE VIVIR EL ADVIENTO CON MARÍA.  Por escrito, en la mesa, y por si alguno quiere llevárselos a casa o meditarlos aquí,  pondré para meditar sobre la Virgen ya que estamos en su novena de la Inmaculada, unos testos hermosos de los Santos Padres sobre la Virgen en los misterios del adviento y la navidad. Sin imponer nada, repito para los que quieran. Así como una meditación sobre la Encarnación. Y Después de un largo silencio de esta meditación que estoy dando, tendremos la segunda meditación.  

       Y ahora ya, iniciada esta primera meditación del Adviento, quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo a mis feligreses: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, no será Navidad en nosotros; el Adviento ha sido tiempo inútil, no aprovechado, no vivido, no ha existido en nosotros, no ha habido espera y deseo del Señor. Lógicamente, el Señor ya está en nosotros, en nuestras vidas, pero si no aumenta su presencia en esta Navidad, por un adviento vivido con deseos de mayor unión, de experiencia de amor, no habrá servido para nada este tiempo, no habremos vivido el adviento cristiano.

       Cristo viene todos los años, litúrgica y sacramentalmente, a nuestro encuentro en este tiempo de Adviento, porque El vino en nuestra búsqueda, el Dios infinito en busca de su criatura, porque nos ama y quiere llenarnos de su belleza, hermosura, de su ser y existir divino y trinitario, pero si no salimos a esperarle, no puede haber encuentro de gracia y salvación con Él. La Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana. Y así lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad».

       Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos. Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos, para iluminarnos del verdadero concepto de hombre, mujer, familia, matrimonio, sentido de vida humana. Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia y lo canta y reza por nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven que te esperamos, ven pronto y no tarde más».

       Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como dije antes, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo. Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por la televisión y los medios, debemos recogernos en silencio de ruidos mundanos ahora para meditar los textos sagrados. Para eso estamos reunidos aquí y no podemos dejar pasar esta oportunidad que el Señor nos ofrece.

       ¿Por dónde vendrá Cristo esta Navidad?  Si yo tengo que salir al encuentro de una persona, si yo quiero llegar a Madrid, tengo que ir por una carretera distinta que si voy a Salamanca. ¿Por qué caminos tengo que esperar a Cristo en este tiempo de Adviento, para que nazca en mi corazón y para que aumente su presencia de amor?

       En este tiempo de Adviento la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

1.- POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO MARÍA

       La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo. Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte, confirmándole que era verdad todo lo que decía, ya que no estaba bien que tan niño empezara haciendo milagros; así que una parte del Magnificat se la debemos a Él, de la misma forma que todo pan eucarístico, el cuerpo eucarístico de Cristo tiene perfume, olor y sabor maría, por ser carne que viene de María.

       Por otra parte,  no sería bueno para nosotros, que tenemos que recorrer a veces este camino, con frecuencia duro y seco aparentemente de fe, esperanza y amor,  sin ver ni sentir nada, que es la oración. María nos invita a entrar en clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano. Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren chapám y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica, carece de alma, de experiencia, de vida, auque sea ex opere operato. Es que todo depende de la fe y amor personal con que viva y experimente la acción litúrgica.

       La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en espíritu y verdad”.

       Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

       Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan. Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

       Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, este nuevo encuentro litúrgico con Cristo, que especialmente por la Eucaristía hace presente todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado voy a besar, tocar y  venerar en cada sagrario, en cada pesebre, en cada imagen de Niño.«Ven, Señor, y no tardes».

El sacerdote sembrador de eternidades....

       La oración personal es la que me sirve de canal para recibir las gracias y los frutos de la oración litúrgica y es el principal apostolado del sacerdote y del Obispo. El principal. No lo afirmo yo, pongo textos de personas más autorizadas:

Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte,  ha vuelto a repetir e insistir en la necesidad de la oración y de escuelas de formación en esta materia tanto en parroquias como centros de formación, como el seminario. Y la razón es evidente. Si yo como formador o como párroco, no recorro este camino de oración hasta las alturas de la contemplación y de la oración de unión y transformación que es donde se ya la experiencia del Dios vivo, difícilmente podré conducir a mis feligreses hasta el Tabor. Y esto existe, Dios existe vivo, comunicativo, pero hay que vaciarse de tanto yo que impide vivir en mí, estoy tan lleno que no cabe ni Dios.

Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, cuando invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de apostolado, de vida apostólica, pero no de métodos y organigramas, donde expresamente nos dice «no hay una fórmula mágica que nos salva», «el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo», sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a Él por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía. No todas las acciones son apostolado. Sin el Espíritu de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo.

Primacía de la gracia

 

38.- En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15,5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5,5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitidie al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración.”

 

CARTA DE MAYO ÚLTIMO DE LA S. CONGREGACIÓN DEL CLERO

Con ocasión de la tradicional Jornada de oración por la santificación de los sacerdotes, que se celebra en la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús, quiero recordar la prioridad de la oración con respecto a la acción, en cuanto que de ella depende la eficacia del obrar. De la relación personal de cada uno con el Señor Jesús depende en gran medida la misión de la Iglesia. Por tanto, la misión debe alimentarse con la oración: «Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo» (Benedicto XVI, Deus caritas est, 37).

La oración y los pobres: (En vez de estar parados orando, a trabajar, hacer apostolado) Madre Teresa de Calcuta: “He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán».

«La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí».

Consejos del Papa a nuevos obispos

Discurso del 22 de septiembre


CIUDAD DEL VATICANO, martes, 9 octubre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI el 22 de septiembre en la residencia pontificia de Castel Gandolfo a 107 obispos nombrados en los últimos doce meses.

       El día de la ordenación episcopal, antes de la imposición de las manos, la Iglesia pide al candidato que asuma algunos compromisos, entre los cuales, además del de anunciar con fidelidad el Evangelio y custodiar la fe, se encuentra el de "perseverar en la oración a Dios todopoderoso por el bien de su pueblo santo". Hoy quiero reflexionar con vosotros precisamente sobre el carácter apostólico y pastoral de la oración del obispo.  El evangelista san Lucas escribe que Jesucristo escogió a los doce Apóstoles después de pasar toda la noche orando en el monte (cf. Lc 6, 12); y el evangelista san Marcos precisa que los Doce fueron elegidos para que "estuvieran con él y para enviarlos" (Mc 3, 14).

Al igual que los Apóstoles, también nosotros, queridos hermanos en el episcopado, en cuanto sus sucesores, estamos llamados ante todo a estar con Cristo, para conocerlo más profundamente y participar de su misterio de amor y de su relación llena de confianza con el Padre. En la oración íntima y personal, el obispo, como todos los fieles y más que ellos, está llamado a crecer en el espíritu filial con respecto a Dios, aprendiendo de Jesús mismo la familiaridad, la confianza y la fidelidad, actitudes propias de él en su relación con el Padre. Y los Apóstoles comprendieron muy bien que la escucha en la oración y el anuncio de lo que habían escuchado debían tener el primado sobre las muchas cosas que es preciso hacer, porque decidieron: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra" (Hch 6, 4). Este programa apostólico es sumamente actual. Hoy, en el ministerio de un obispo, los aspectos organizativos son absorbentes; los compromisos, múltiples; las necesidades, numerosas; pero en la vida de un sucesor de los Apóstoles el primer lugar debe estar reservado para Dios. Especialmente de este modo ayudamos a nuestros fieles.

2.- POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

       “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

       Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de demostrarlas o comprobarlas con la razón; y porque nos fiamos más de nuestros propios criterios que de lo que nos dicta la fe, dudamos de lo que Dios nos dice por el Evangelio, porque supera toda comprensión humana. Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero casi grande en su interior, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo en otros asuntos y esperas, que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros.

       Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta del gobierno y de los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, Dios, Evangelio…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta todo, porque le falta Dios. Y estamos todos más tristes, más solos: los matrimonios, los padres, los hijos, los amigos… nos falta Dios; es necesario que Dios nazca en los hombres, viva en los matrimonios, sea invitado y comensal diario en nuestros  hogares.

Necesitamos fe personal : iglesias vacías, rol estruido..sacramentos civiles.. HAN DESAPARECIDO LAS APOYATURAS

       Por eso, lo primero de todo será la fe, fe en su Venida, en su Encarnación, en su nacimiento, en su presencia eucarística; si creo en Cristo, no puedo separar unas realidades de otras, tengo que creer en el Cristo completo.

       ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo sólo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como María, por una fe viva.

       Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. La Navidad fundamentalmente es creer que Dios ama al hombre, sigue amando al hombre, sigue amando y perdonando a este mundo.

       La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumple, todo tiene sentido, todo nos prepara para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotros. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Que merezcamos su alabanza por haber creído en su venida de amor a este mundo.

       Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella. ¡Madre, enséñanos a esperarlo y recibirlo así!

 

3.- POR EL CAMINO DEL AMOR AGRADECIDO, COMO MARÍA

       María expresó maravillosamente este sentimiento ante su prima Isabel con el canto del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1,46-47).

       Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto. Pero en estos días, como siempre, lo primero debe ser Dios. Y si alguien nos pregunta, tanto ahora en Navidad como en cualquier tiempo del año, ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios? Pues porque Él nos amó primero. Dios nos visita, se hace cercano, se hace hombre y viene a nosotros por amor y para que nos amemos y le amemos: “Porque Dios es Amor… En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó, y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,8.10). Qué claro lo vio Juan: Dios nos amó primero y, roto este amor por el pecado de Adán, Dios volvió a amar más intensamente al hombre, enviándonos a su propio Hijo para salvarnos.

       Santa Catalina de Sena nos describe así todo el amor de Dios en la creación del hombre y, sobre todo, una vez caído, en la recreación, por el amor del Hijo amado: «Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, Padre Dios, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto...      A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. El fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. Él lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?

       Nosotros somos tu imagen, y tú eres la nuestra, gracias a la unión que realizaste en el hombre, al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de la carne de Adán. Y esto, ¿por qué? No por otra causa que por tu inefable amor. Por este inmenso amor es por el que suplico humildemente a tu Majestad, con todas las fuerzas de mi alma, que te apiades con toda tu generosidad de tus miserables criaturas» (Santa Catalina de Siena, Diálogo, Cap. 4).

       Esta debe ser una actitud fuerte en estos días: amor agradecido al Señor, que nos quiere salvar, que viene a nosotros, que viene desde su Felicidad infinita a complicar su vida por nosotros. Procuremos retirarnos a la oración, revisar nuestro comportamientos para con Él, corrijamos, enderecemos los caminos, salgamos a su encuentro, mirando a los hermanos.

Más frecuencia y más fervor en todo: oración, misas, comuniones, obras de caridad con los hermanos,  control de la soberbia y orgullo, porque Cristo se hizo pequeño, visitemos a los necesitados como María a su prima santa Isabel.

4.- POR EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN, COMO MARÍA

       “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”. Así respondió María al ángel, a la maternidad que le anunciaban, porque sus pensamientos y su planes no eran esos. Pero se convirtió totalmente a la voluntad y a los deseos de Dios, como nosotros tenemos que hacer en nuestras vidas, cuando sus planes no coincidan con los nuestros. Hemos de responder como María: “Aquí está el esclavo del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

       A veces estamos tan llenos de nuestro yo, de nuestros criterios, de nuestros planes… que no caben los de Dios, porque son contrarios y opuestos. El hombre, desde que existe, por impulso natural, tiende a amarse a sí mismo más que a Dios. El mandamiento de “amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, el hombre, por el pecado original, lo convierte en me amaré a mí mismo con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi ser…  Y esto es idolatría. Pero que uno la ve mucho dentro de la misma Iglesia, en los de arriba, muy arriba y en los de abajo. Dios no es lo absoluto de nuestra vida. En el centro de nuestro corazón nos entronizamos a nosotros mismos y nos damos culto idolátrico, de la mañana a la noche.

       Por esta razón, si queremos que Cristo aumente su presencia en esta Navidad dentro de nosotros, en nuestro corazón, en nuestro ser y existir, tenemos que destronar este <yo> del centro de nuestro corazón y de nuestra vida. Porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni su Evangelio, ni sus criterios, ni sus mandatos, ni su vida, ni su amor, ni sus sentimientos, no cabe ni Dios porque nosotros nos hemos constituido en dioses de nuestra vida. Por tanto, si queremos que Cristo nazca dentro de nosotros,  en nuestro corazón, en nuestra vida, tenemos que vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros criterios,  y de esos amores egoístas y consumistas, que nos invaden totalmente y nos vacían de Dios que es el Todo. Y ese es el vacío que siente el mundo actual, muchos hombres y mujeres, las familias estamos, los matrimonios, más solos y tristes, porque nos falta Dios, nos falta el amor, que es Dios. . Necesitamos que Dios llene nuestra vida, nuestro corazón; necesitamos la Navidad; pero la Navidad cristiana, porque, aunque Cristo naciese mil veces, si no nace dentro de nosotros, en nuestro corazón, no habrá Navidad; no habrá encuentro con Dios; todo habrá sido inútil, aunque sobren champán y turrones, no podremos tener Navidad.

       Y para eso, repito, es necesaria la conversión, el vaciarnos de nosotros mismos y de tantas cosas que impiden el nacimiento de Dios en nosotros. Hay que perdonar a todos, no puede haber soberbia y rencor en nuestro corazón para que Cristo pueda nacer; hay que ser generosos en tiempo y amor con los necesitados de tiempo, amor, de cuerpo y alma, con nuestros feligreses, familiares, amigos; hay que convertirse de la crítica continua a los hermanos a la comprensión,  a la aceptación, jamás criticar, no podemos criticar si queremos tener el corazón dispuesto para que nazca Cristo; la soberbia, la murmuración y la falta de caridad con los hermanos impiden este nacimiento. Todo debe ser buscado, rezado y realizado conforme a la voluntad de Dios, mediante una conversión sincera.

       Por eso, repito, que, unido a la fe, va el amor, la oración, la conversión... Estos tres verbos ORAR-AMAR-CONVERTIRSE tienen para mí casi el mismo significado y se conjugan igual y el orden tampoco altera el producto, pero siempre en línea de experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, que vuelve por la Liturgia Eucarística a repetir su historia y su nacimiento para nosotros.

       Orar es querer convertirse a Dios en  todas las cosas. La conversión debe durar toda la vida, porque siempre tendemos a ponernos y colocar nuestra voluntad y deseos delante de los de Dios, a amarnos más que a Dios, que debe ser lo primero y absoluto. Por eso, la conversión debe ser permanente y exige oración permanente. Y la oración, si verdaderamente lo es, debe ser permanente y debe ser y llevarnos a la conversión permanente. Porque si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente. 

       Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas. Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.“Dios es amor”, dice S. Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando San Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Y ese amor se ha hecho carne, se ha hecho hombre, y ese amor de Dios al hombre se llama Jesucristo, y esto es la Navidad cristiana, el misterio del Amor de Dios Encarnado.

       Si es Navidad en este año, quiere decir que Dios sigue amando al Hombre; si Dios nace, quiere decir que Dios no se olvida del hombre; si  Dios nace, el mundo tiene salvación, no debemos desesperar; si Dios nace, todo hombre es mi hermano y el hombre vale mucho, vale infinito, vale una eternidad. Somos más que este espacio y este tiempo, para eso ha nacido Jesucristo. Si Cristo nace, sí hay Navidad, Dios me ama, Dios me ama, Dios me ama: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn  3,17).

SEGUNDA MEDITACIÓN

(Comenzamos cantando el Rorate, coeli desuper)

Cuando, en la festividad de San Pedro del año 2007, me enteré de que el Papa Benedicto XVI había tomado la iniciativa de declarar «Año Paulino» desde el 29 junio del 2008 hasta el mismo día de junio del 2009, me alegré mucho. Lo hizo con estas palabras: «...me alegra anunciar oficialmente que al apóstol San Pablo dedicaremos un Año jubilar especial, del 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009, con ocasión del bimilenario de su nacimiento, que los historiadores sitúan entre los años 7 y 10 d.C. Este «Año Paulino» podrá celebrarse de modo privilegiado en Roma, donde desde hace veinte siglos se conserva bajo el altar papal de esta basílica el sarcófago que, según el parecer concorde de los expertos y según una incontrovertible tradición, conserva los restos del apóstol san Pablo».

Y daba estos motivos: «Queridos hermanos y hermanas: como en los inicios, también hoy Cristo necesita apóstoles dispuestos a sacrificarse. Necesita testigos y mártires como san Pablo: un tiempo perseguidor violento de los cristianos, cuando en el camino de Damasco cayó en tierra, cegado por la luz divina, se pasó sin vacilaciones al Crucificado y lo siguió sin volverse atrás. Vivió y trabajó por Cristo: por él sufrió y murió. Qué actual es su ejemplo!»

Considero que es una noticia muy oportuna y gratificante para toda la Iglesia de Cristo, tan ardientemente amada,  predicada y extendida por San Pablo «el Apóstol de los gentiles». Porque San Pablo es el apóstol por antonomasia. Mucho tenemos que aprender de él.

En realidad, para nosotros, especialmente los sacerdotes, todos los años son «Paulinos», porque recurrimos todos los días a sus escritos, a su ejemplo, a su testimonio, al «evangelio según San Pablo», tanto en la liturgia como en la lectura privada, para meditarlo, vivirlo y predicarlo: “Imitatores mei estote sicut et ego Christi: sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo” (1Cor11, 1)

Pablo quedó atrapado por el amor de Cristo, desde el encuentro dialogal y oracional con  “elSeñor resucitado”, en el camino de Damasco. Fue una gracia contemplativa-iluminativa “en el Espíritu de Cristo”, en el Espíritu Santo.

Pablo se lo debe todo a esta experiencia mística y transformativa en Cristo Resucitado, muerto en la cruz, en obediencia total, adorando al Padre, hasta dar la vida por nosotros: “me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20).

Ha visto y sentido a Cristo, todo su amor, toda su vida, más que si le hubiera visto con sus propios ojos de carne, porque lo ha visto en su espíritu, en su alma, por la contemplación y experiencia del Dios vivo, más fuerte que todas las apariciones externas; de una forma más potente, porque ha sido por revelación de amor en el Espíritu Santo; San Juan de la Cruz diría que ha quedado cegado como quien mira el sol de frente.  

Por este motivo, San Pablo se consideró siempre, desde ese momento, Apóstol total de Cristo y no tenía por qué envidiar a los Apóstoles que convivieron con Él. De suyo, lo amó más que muchos de ellos. Es más, los Apóstoles, como luego diré ampliamente, a pesar de haber convivido con Cristo y haberle visto resucitado, no perdieron los miedos ni quitaron los cerrojos de las ventanas y de las puertas del Cenáculo, hasta que vino el Espíritu Santo en Pentecostés, esto es, el mismo Cristo hecho fuego de Amor, hecho Espíritu Santo, que les quemó el corazón, y ya no pudieron resistir y dominar esta llama de amor viva en su espíritu, hecho un mismo fuego de Espíritu Santo con Cristo; tenían su mismo Amor Personal.

Gratuitamente el Señor se mostró a Pablo en la cumbre de la experiencia espiritual, contemplativa y pentecostal, que no necesita los ojos de la carne para ver, porque es revelación interior del Espíritu de Dios al espíritu humano; pero tan profunda, tan en éxtasis o salida de sí mismo para sumergirse en Dios, que la persona queda privada del uso temporal de los sentidos externos.

Como los místicos, cuando reciben estas primeras comunicaciones de Dios, porque no están adecuados los sentidos internos y externos a estas revelaciones de Dios, como explica ampliamente San Juan de la Cruz; porque nos son ellos lo que ven, actúan o fabrican pensamientos y sentimientos, son «revelaciones», es decir, son meramente pasivos, receptores, patógenos, sufrientes de la Palabra que contemplan en fuego de Amor encendido e infinito del Padre al Hijo-hijos, y de los hijos en el  Hijo, que le hace Padre, porque acepta todo su ser, su amor, su vida. Es el éxtasis, salir de uno mismo para sumergirse por el Hijo resucitado en el océano puro y quieto de la infinita eternidad y esencia divina.

El modo, la forma, llamémoslas como queramos, pero fue experiencia “en el Espíritu de Cristo resucitado”, como la de los Apóstoles en Pentecostés, yque a la mayoría de los místicos les lleva tiempo y purificaciones de formas diversas, y siempre para lo mismo: Para la experiencia de Dios.

A Pablo le vinieron después muchas de estas pruebas, purificaciones, purgaciones, en su vida espiritual y apostólica, producidas por la misma luz del Espíritu de Cristo, del Amor de Cristo, que a la vez que limpia el madero de su impurezas y humedades, lo enciende primero, lo inflama luego y lo transforma finalmente en llama de amor viva, como dice San Juan de la Cruz, de las almas que llegan a esta unión total con Cristo. Como le ha de pasar a todo apóstol verdadero si toma el único camino del apostolado que es Cristo “camino, verdad y vida”.

Todos hemos sido llamados por Cristo, como Pablo, para ser apóstoles, sacerdotes o cristianos verdaderos, y para serlo, el único camino es la oración; una oración que ha de pasar de ser inicialmente discursiva-meditativa a ser luego, aceptando purificaciones y muerte del yo hasta en su raíces, contemplativa y transformativa, por las noches y purificaciones pasivas, porque es la misma luz de Dios quien las produce, precisamente porque quiere quemar en nosotros todo nuestro yo para convertirlo en Cristo.

Y por eso, «para llegar al todo, para ser Todo, no quieras ser nada,  poseer nada; para ver el Todo, no ver nada, gozar nada» de lo nuestro, de lo humano, para llenarnos sólo de Dios, lo cual cuesta y es muy doloroso, porque Dios, para llenarnos totalmente de Él, nos tiene que vaciar de nosotros mismos. Y nosotros, ni sabemos ni podemos; por eso hay que ser patógenos, sufrientes del amor de Dios hasta las raíces de nuestro yo.

Así son las iluminaciones y revelaciones de Dios, como él las llama, porque la de Damasco sólo fue la primera, el inicio de esta comunicación “en Espíritu”. Ya hablaremos más ampliamente de estas purificaciones, sufrimientos internos y externos: “Cuando estaba de camino, sucedió que, al acercarse a Damasco, se vio de repente rodeado de una luz del cielo; y al caer a tierra, oyó una voz que decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El contestó: ¿Quién eres, Señor? Y El: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer. Los hombres que le acompañabas quedaron atónitos oyendo la voz, pero sin ver a nadie. Saulo se levantó de tierra, y con los ojos abiertos, nada veía. Lleváronle de la mano y le introdujeron en Damasco,  donde estuvo tres días sin ver y sin comer ni beber.

…Y el Señor a él (Ananías): Levántate y vete a la calle llamada Recta y busca en casa de Judas a Saulo de Tarso, que está orando”.

Realmente Pablo no cesó ya de estar unido a Cristo por la experiencia espiritual; y eso es oración. Cristo inició el diálogo de amor que es toda oración, Pablo la continuó y Ananías le encontró orando, en contemplación que es una oración muy subida,  más pasiva que activa, más patógena que meditativa, plenamente contemplativa: Pablo no veía, le tuvieron que llevar, seguía inundado de la luz mística...todo esto se parece mucho a los éxtasis, en que uno sale de sí mismo, vive sumergido en una luz que le inunda y él no domina ni sabe fabricar esas luces, verdades o sentimientos, sino que se siente inundado y dominado por la luz, visión, fuego del Dios vivo, que como todo fuego de amor, a la vez que calienta, ilumina: es la experiencia del Dios vivo; es el conocimiento por amor.

Por eso, no tiene nada de particular que los acompañantes no vieran a Cristo, no vieron a nadie, sólo oyeron. No es que no hubiera algo externo, como en los momentos de encuentro fuerte y vivencial que llamamos éxtasis, pero lo esencial e importante es lo interno, la comunicación del Espíritu de Dios al espíritu humano que queda desbordado, transfigurado, transformado, hasta tal punto, que al comunicarlas a los demás, a nosotros nos parecen apariciones externas, pero son “revelación” de Cristo resucitado por su Espíritu, Espíritu Santo. A los Apóstoles les dio más amor y certeza Pentecostés que todas las apariciones y signos y palabras de Cristo resucitado.

Desde ese momento, Pablo fue místico y apóstol, mejor dicho, apóstol místico, de aquí le vinieron todos los conocimientos y todo el fuego de su apostolado: Cristo “llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”—; porque primero es encontrarse con Cristo y hablar con Él en “revelación del Espíritu”,  como Pablo, y luego salir a predicar y hablar de Él a las gentes; primero es contemplar a Cristo en el Espíritu Santo que es luz de revelación y a la vez Fuego de Amor Personal de Dios, y luego, desde esa experiencia de amor comunicada en mi espíritu, que supera todas las apariciones externas posibles, predicar y trabajar desde ese fuego divino participado para que otros le amen; el apostolado, la caridad apostólica, las acciones de Cristo no se pueden hacer sin el Espíritu de Cristo, sin el Amor Personal de Cristo, sin Espíritu Santo. Sería apostolado de Cristo, sin Cristo.

Pero Espíritu de Cristo resucitado, pentecostal. Y ese sólo lo comunica el Señor “a los Apóstoles, reunidos con María, en oración”. Y ahí se le acabaron a los apóstoles todos los miedos y abrieron todas las puertas y cerrojos y empezaron a predicar y se alegraron de sufrir por el Señor, cosa que no hicieron antes, aún habiéndole visto resucitado en las apariciones, porque siguieron con las puertas cerradas; hasta que vino Cristo, no en palabras y signos externos, sino hecho fuego de Espíritu Santo a su espíritu.

Esto sólo lo da la experiencia de Dios ayer, y hoy y siempre, como en todos los llegan a esta unión vivencial con Dios. Ellos la tuvieron, y nosotros tratamos de explicarlo con diversos nombres. Pero la realidad está ahí y sigue estando presente en la vida de la Iglesia de todos los tiempos.

Lógicamente en Damasco empezó este encuentro, este camino de amistad personal de experiencia de Cristo vivo y resucitado, que tuvo que recorrer personalmente Pablo durante toda su vida, como todo apóstol, por esta unión contemplativa y transformativa con que el Espíritu de Cristo resucitado le había sorprendido gratuitamente.

Pablo, --como todos los apóstoles que quieran serlo “en Espíritu y Verdad”, en el Espíritu y la Verdad de Cristo glorioso y resucitado, Palabra de Dios pronunciada llena de Amor de Espíritu Santo por el Padre para todos nosotros nos habla siempre de este encuentro como “revelación”: “Dios tuvo a bien revelar a su Hijo en mí”.

Esa experiencia, que a la vez que revela, transforma, como el fuego quema el madero y lo convierte en llama de amor viva, es la experiencia mística, es la contemplación pasiva de San Juan de la Cruz, que nos convierte en patógenos, sufrientes del fuego de Dios, que, a la vez que ilumina, nos quema y purifica todos nuestros defectos y limitaciones. Y en la cumbre de esta unión, el apóstol Pablo, como tantos y tantos apóstoles que ha existido y existirán, puede exclamar: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi…”.

Pablo, como todo orante verdadero, mantuvo y consumó toda su vida en Cristo vivo y resucitado, meditante la fe, la esperanza y caridad, virtudes sobrenaturales que, como dice San Juan de la Cruz, nos unen directamente con Dios y nos van transformando en Él, pasando por las noches y purificaciones pasivas del espíritu.

En esa oración contemplativa y unitiva, que es la etapa más elevada de la oración pasiva, Pablo fue comprendiendo la revelación primera, completada cada día por la vida oracional, eucarística y pastoral. Ahí comprendió la vocación a la amistad y al apostolado, descubriendo la unidad de Cristo con su Iglesia: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?  ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús, a quien tú persigues”(Hch 9,5). El encuentro, el diálogo –eso es la oración personal-le hizo apóstol de Cristo.

Cristo “amó  a la Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5,25). Cristo que “se ha entregado a la muerte” y ha conquistado a su Iglesia por amor, nos ha conquistado a cada uno de nosotros, que formamos la Iglesia, a precio de su sangre (Hch 20,28). Y desde que “me amó y se entregó por mí”, cada uno se hace responsable de comunicar a otros esta misma declaración de amor y responder al amor de Cristo con la propia entrega.

Pablo es un enamorado de Cristo y, por tanto, de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia. En este misterio de Cristo, prolongado en el hermano a través del espacio y del tiempo, Pablo encontró su razón de ser como apóstol. Es verdad que tuvo que sufrir de la misma Iglesia y no sólo por ella; pero en ese sufrimiento, transformado en amor, encontró la fecundidad apostólica (Cfr. Gál 4,19).

Pablo sigue siendo hoy una realidad posible en los innumerables apóstoles y misioneros, casi siempre anónimos, que gastan su vida para extender el Reino de Dios. Pocas veces aparecen en la publicidad. Muchas veces viven junto a nosotros o nos cruzamos en nuestro caminar, sin que nos demos cuenta. Siempre trabajan enamorados de Cristo y de su Iglesia, que debe ser una realidad visible en cada comunidad humana. Saben desaparecer para que aparezca el Señor. Él es su único tesoro: “Para mí la vida es Cristo”.

En la carta apostólica Novo millennio ineunte, Juan Pablo II quiso señalar «como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales» (n. 29) para el Tercer Milenio. Entre ellas destacaba la primacía de la pastoral de la santidad (n. 30) y de la oración (n. 32), lo cual «sólo se puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios» (n. 39). Juan Pablo II añadía: «Hace falta —añadía—, consolidar y profundizar esta orientación (...), que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia» (ib).

Para responder a esta indicación, de urgente actualidad, sabiendo que es mucho lo que se publica sobre los aspectos bíblicos, teológicos y morales de San Pablo, me ha parecido oportuno escribir este libro, que quiere ser una ayuda para la lectio, meditatio, oratio et contemplatio desde las cartas de San Pablo, es decir, meditar sobre la espiritualidad de San Pablo, sobre su unión y experiencia mística de Dios en Cristo, que tanto inspiró y ayudó a muchos de nuestros santos y místicos, sin olvidar los otros aspectos. Puede ser así también una forma de alimento y ayuda para nuestro espíritu, para nuestra oración y meditación, para “vivir en Cristo”. «Se trata de las palabras mismas del Señor; “Buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá” (Mt 7,7).Buscad leyendo, encontraréis meditando; llamad orando, entraréis contemplando. La lectura lleva el alimento a la boca, la meditación lo mastica y lo tritura. La oración lo saboreas y la contemplación es ese sabor mismo que llena de gozo y sacia al alma”(Guigo II el cartujano)

A San Pablo se le considera demasiadas veces sólo bajo el aspecto de teólogo profundo, cuyos textos no dejan nunca de suscitar investigaciones, discusiones y controversias. Sin embargo, San Pablo es ante todo un hombre vivo, ardiente, espiritual, místico, transformado por el amor de Cristo; hombre de mucho carácter, como Pedro, a pesar de que la gracia divina y el “tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil 2, 5) le ha convertido e impuesto sus exigencias de amor, con el fin de obtener de él una extraordinaria fecundidad espiritual y apostólica, identificada en todo con Cristo.

Es precisamente su vocación y conversión lo que le convierten para todos nosotros en un ejemplo a seguir para imitar a Cristo, único modelo del creyente cristiano. Éste es el sentido que San Pablo da a sus palabras: “Imitatores mei estote…” (1 Cor 11, 1).

Y es que Pablo, como todo verdadero apóstol, se ha identificado y transparenta al Buen Pastor. No conoce ni quiere conocer nada más que a Jesucristo. Desde un encuentro inicial con Él se embarcó para toda la vida en una aventura hacia el infinito, aunque siempre sintió la debilidad del barro quebradizo: “Yo soy carnal, vendido al pecado... Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago... Veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom 7, 14-24), pero no cejó en su decisión de entrega, que tiende a ser total como todo verdadero amor: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.

Por eso precisamente se convierte en un modelo posible y alcanzable, a pesar de la altura y sublimidad de su vida y santidad, de su unión con Cristo, para todos los apóstoles de todos los tiempos.

El enamoramiento es así cuando es verdadero. La experiencia de encuentro con Cristo es irrepetible, es verdad; pero se convierte en mordiente para que otros realicen su propia experiencia de fe, esperanza y caridad, como proceso de una relación amorosa con Cristo, que siempre será personal, renovada todos los días, por la oración personal y la Eucaristía, que tiende a pensar, sentir y amar como Cristo: “Para mí la vida es Cristo”. ¡Quién pudiera decirlo como Pablo!

Sólo Jesucristo vivo y resucitado es  el modelo perfecto y la Palabra de salvación dada por el Padre a todos los hombres. Aquí es donde Pablo se convierte en una ayuda y guía privilegiado para todos los cristianos, no sólo para los de sus comunidades, que quieran llegar a estas cumbres de transformación en Cristo por la oración y la caridad apostólica, emanada y alimentada siempre por esta oración unitiva y contemplativa.

Esta vida, tanto contemplativa como apostólica, es don de Dios, que el Señor da a todo apóstol y que reclama nuestra colaboración. A todos nos ama así el Señor, y de la misma forma y para los mismos fines.  Por esto es un milagro posible, a pesar de nuestro barro, que ya ha sido realidad de amistad y apostolado en Pablo y lo sigue siendo en innumerables apóstoles más débiles que nosotros y que la lectura de este libro pretende y pide al Señor de corazón para todos sus lectores.

El punto de apoyo y de partida sigue siendo el mismo, y el mismo Cristo: “Me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20). Esto es lo que quiero dejar bien claro desde el comienzo de este libro. Pablo, desde el momento en que toma conciencia de que “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” se interpela y se pregunta: ¿para qué empeñarse en vivir solo, con mis propios proyectos y criterios, si es Cristo quien quiere vivir por amor su misma vida en mí y desgastarse por la salvación de todos los hombres? Prestémosle nuestra humanidad, hagámosle presente, seamos sacramento de su presencia, mediante la recepción del bautismo y del orden sacerdotal, para que Cristo Resucitado, en nuestra humanidad prestada, pueda seguir amando, predicando, salvando. Nuestro compromiso de amor a los hermanos le pertenece a Cristo, que es el único salvador, enviado por el Padre, para hacernos a todos hijos en el Hijo. Cristo me ha llamado para vivir todo esto, toda mi vida, desde la mañana a la noche, en unión de amistad y actividad con Él.

Por eso, este pobre cura, con el tiempo, cambió la primera palabra o saludo que le dirigía al Señor cuando sonaba por las mañanas el despertador; como te habían inculcado tanto el “gastarse y desgastarse por Cristo”, que algunos habían puesto como lema en la estampa de su primera misa, durante años, digo, en la juventud del sacerdocio recién estrenado, le saludaba así al Señor: ¿Qué puedo hacer por ti hoy, Señor?

Luego descubrió por la vida y sobre todo por la oración, en la meditación de sus fracasos y de trabajar en pobreza y soledad en el apostolado, por no haber comprendido la caridad pastoral, y que el sacerdote, por el sacramento del Orden, se convierte en Presencia Sacramental de Cristo, al modo eucarístico, luego comprendió lo de Pablo: “No soy yo, es Cristo quien vive en mí”; por eso ahora todas las mañanas le saludo: ¿Señor, qué podemos hacer juntos, sufrir juntos, amar juntos esta jornada?

Considero y llamo con frecuencia a las cartas de San Pablo «evangelio según San Pablo» porque son para la Iglesia «buena noticia»; la mejor buena noticia sobre Cristo, el Señor. Es lo que más admiro de Pablo y uno de los motivos, si no el principal, por el que me animé a escribir algo sobre el Apóstol.

He de confesar mi admiración y amistad con los Apóstoles Juan y Pablo por sus vidas y sus escritos. Tienen experiencia de Dios en Cristo por el Espíritu y expresan en sus escritos lo que viven en el “Espíritu”. Son contemplativos.

Todos los autores están de acuerdo de que en el NT las alusiones más explícitas a una actividad contemplativa se encuentran en las cartas de San Pablo. La palabra misma de contemplación no aparece en sus escritos, pero encontramos su noción y notas constitutivas en  los términos de “conocimiento espiritual”, “vida en el Espíritu”, “vivir en el Espíritu”, “dejarse guiar por el Espíritu”,  “en el Espíritu de Cristo”.

Tengo que decir que mi relación con Pablo viene ya de una larga amistad que nació de la lectura de sus cartas y textos tan hermosos, comentados en mis tiempos de juventud por autores muy profundos de la Gregoriana, S. Lyonnet, I. de la Poterie, Albert Vanhoye, Jean Galot… entre otros que asímismo leí y escuché, como a nuestro D. Eutimio en sus fervorosas pláticas y meditaciones; también algunos superiores que venían entonces de Salamanca, donde había un fuerte movimiento paulino promovido por algunos profesores, especialmente un profesor de Historia de la Iglesia. 

En mi biblioteca hay libros sobre San Pablo de hace más de cincuenta años y subrayados; quiere decir que ya los leía en el Seminario. Como leí también a  San Juan, a algunos Padres de la Iglesia, sobre todo Orientales sobre el Espíritu Santo, como San Juan de la Cruz, santa Teresa, Sor Isabel de la Trinidad, Santa Teresita...el misionero jesuita de ALASKA P. Llorente, con su revista misional, San Bernardo en su comentario al Cantar de los Cantares, Garrigou-Lagrange y algunos otros autores que fueron muy leídos por mí y compañeros en aquellos tiempos juveniles e indudablemente creo que influyeron en mi formación.

En los seminarios había clima de estudio y santidad: que si los grupos misionales, de oración, liturgia, que si San Francisco de Asís y los pobres y hacer penitencias y pasar frío y hambre, que si ir a misiones… qué cantidad de valores que espero que sigan. Todo era entusiasmarse con Cristo y seguir sus huellas, especialmente por el camino de San Pablo y otros seguidores entusiastas.

¡Cuánto y qué singularmente amó Pablo a Cristo! ¡Con qué hambre de Él caminaba por la vida, qué nostalgia de su Cristo resucitado! ¡Qué deseos de comulgar con sus mismos sentimientos, vivir su misma vida, su mismo amor!  ¡Cuánta pasión de amor contagia por Jesucristo su Señor y qué fascinación por su misterio de Salvación: su pasión y muerte: “Para mí la vida es Cristo”, “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”, “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”, “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del hijo de Dios que me amó y se entregó por mi…”

El Apóstol se hace complemento de Cristo, su “olor’’ o su signo personal, “porque (Cristo) vive en mí” y le presta a Cristo su humanidad para que siga actuando, predicando, salvando (2 Cor 2, 15). Así puede completar lo que falta a los sufrimientos de Cristo (Col 1, 24). La respuesta de amor, por parte del apóstol, ya no puede ser otra que la de amar a Cristo haciéndole amar y llenando todo el cosmos de evangelio.

Es una vida sostenida y urgida constantemente por el amor: “Cáritas enim Christi urget nos: nos apremia el amor de Cristo” (2 Cor 5, 14). Este enamoramiento es siempre posible gracias al mismo Cristo, que se hace encontradizo y que deja oír su voz: “Estoy contigo” (Hch 18,10).

El apóstol se descubre a sí mismo, profundizando en su identidad, cuando se siente cada vez más salvado y redimido (1 Tim 1, 15). Esta toma de conciencia es la rampa de lanzamiento para la misión de ser asociado a la obra redentora de Cristo, que debe llegar a todas las gentes (Ef 3, 8 ss).

Leer a San Pablo es hacerse contemporáneo suyo, es estar sentado en torno a una mesa con otros hermanos, viéndole y escuchándole, como si le estuviéramos tocando, sintiéndole hablar, gesticular,  alegrándonos con su voz de hombre pequeño de estatura pero vibrante, encendida, tonante, fuerte y sin morderse la lengua; es descubrir lo que hizo, lo que ha hecho estos últimos años, los movimientos que ha inspirado, las vidas que ha iluminado y sostenido,  porque sus escritos son su vida, lo que amaba, lo que hacía, su carácter, su intimidad, su palabra viva.

Es sumergirse unas veces en el Dios Trinitario para contemplar todo su misterio de salvación y predilección sobre cada uno de nosotros: “Bendito sea Dios, padre de nuestro Señor Jesucristo y Dios de todo consuelo, Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo,  para que fuéramos santos e irreprochables por el amor... Él nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos… para alabanza de su gloria…”; otras veces es darse totalmente por Cristo y con Cristo a los hermanos: “ Me debo a todos, tanto a los griegos como a los bárbaros, tanto a los sabios como a los ignorantes” (Rom 1, 14); “mi preocupación de cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2Cor 11,28) “¡Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Gál 4,19). Otras veces es discutir por el bien de la Iglesia con los mismos Apóstoles: Jerusalén, Antioquía, o también sentirse humillado y perseguido por los de su misma razón y religión y en ocasiones por los mismos cristianos que le despreciaban porque ellos se sentían de Cefas, de Apolo…

El celo del Buen Pastor, vivido como Pablo, será siempre una pauta posible y actual, especialmente en una época, como la nuestra, llena de paganismo y desconocimiento de Cristo y de su mensaje; un mundo laico y ateo, en el que, para hablar, se nos pide como a Pablo nuestras credenciales, que digamos cuál es nuestra experiencia de Cristo vivo, nuestro encuentro con el Cristo resucitado que predicamos; y nosotros debemos responder con Pablo: “Así llevados de nuestro amor por vosotros, queremos no sólo daros el evangelio de Dios, sino aún nuestras propias vidas; tan amados vinisteis a sernos” (1 Tes 2,8).

 La mayoría de los apóstoles o de los «pablos» de hoy seguirán en el anonimato.La figura del apóstol o del misionero es de barro. Pero siempre es un hombre que vive de la fe, esperanza y caridad, apoyado ciertamente en Quien no le olvida y  que le sigue trazando un programa de vida: “Llamó a los que quiso”, “Venid”..., “Id”..., “Estaré con vosotros”. Y este apóstol de todos los tiempos hace presente nuevamente la entrega de Pablo y su primer “si” del encuentro con Cristo, repitiendo entusiasmado con el Apóstol: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4,13).

Por esto, en su trabajo de sol a sol y sin «fines de semana», sin aplausos y reconocimientos públicos por parte incluso de aquellos por los cuales “esta desgastando su vida”, no siente complejo de inferioridad o fracaso frente a superiores o compañeros que consiguieron puestos y honores, porque su vida “está escondida por Cristo en Dios” “y queremos daros no sólo el evangelio de Dios, sino aún nuestras propias vidas” (1Tes 2, 8).

El apóstol, al estilo de Pablo, hoy como siempre, se sentirá enamorado de Cristo, por una oración intensa y una Eucaristía vivida en entrega y oblación total por Cristo al Padre y a los hermanos, y seguirá trabajando con amor extremo, hasta dar la vida con Cristo,  con el mismo amor del Pastor Supremo de almas, eternidades que Dios le ha confiado, porque “no busco vuestros bienes, sino a vosotros… Yo de muy buena gana me gastaré y me desgastaré por vuestras almas, aunque, amándoos con mayor amor, sea menos amado de vosotros” (2Cor 12, 14-14), “quiero entregaros no solo el evangelio sino hasta mi propia vida”.

Los apóstoles de todos los tiempos sienten una afinidad especial con la vida y doctrina de Pablo. En realidad no es principalmente Pablo quien les atrae, sino Cristo predicado y vivido por él. Uno de estos apóstoles decía: «Sermón en que no se predique a Pablo o a Cristo crucificado, no me gusta» (San Juan de Ávila).

Ese Pablo de hoy, que trabaja escondido en los signos pobres de Iglesia, al servicio de los hermanos más pobres y olvidados, atendiendo a muchas iglesias y comunidades de pueblos pequeños de mi Extremadura, necesita, como Saulo de Tarso, el sostén de una oración eclesial comprometida y el afecto manifiesto de los suyos, especialmente del Obispo y de sus compañeros de camino y de trabajo (Ef 6,19-20; 2 Tes 3,1).

Pablo es hoy el apóstol que sigue evangelizando sin rebajas en la entrega y sin fronteras en la misión, con el convencimiento de que su vida es fecunda y portadora de Cristo resucitado. De este Pablo de hoy y de todos los tiempos, decía el Pablo de ayer: “Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el bien” (Rom 10,15; Is 52,7). En esta acción evangelizadora, Pablo desaparece, para dejar paso a Cristo.

Es hermoso haber vivido para dejar una sola huella imborrable de evangelio, y haber colaborado, de este modo, a hacer un mundo más humano, restaurado en Cristo. Vale la pena haber gastado la existencia, día a día, momento a momento, para dar a conocer a todas las gentes, sin fronteras, el misterio de Cristo, es decir, los planes salvíficos de Dios Amor sobre el hombre redimido por Cristo.

El apóstol sabe muy bien que el amor de Cristo le exige también vivir en este «gozo pascual» de muerte y resurrección, de caídas y levantarse todos los días, a pesar de todas las deficiencias. En nuestra vida, que sigue siendo aparentemente anodina, Jesús pone su propia existencia y la convierte en fecundidad. Nuestras manos callosas y aparentemente vacías, las toma Jesús en las suyas y las convierte en manos de sembrador. Sólo nos exige que confiemos y que continuemos la labor de seguir echando las redes y sembrando la paz, mirando “al más allá” de la “restauración de todas las cosas en Cristo” (Ef 1,10).

Para ellos y para mí mismo, como ayuda y alimento espiritual para el camino, me he atrevido a escribir estas reflexiones que abarcan las diversas facetas del apóstol de Cristo.

No puedo negar mi prisma pastoral y sacerdotal, que invade toda mi vida, como la de Pablo y otros muchos  hermanos sacerdotes, porque el buen “olor” de Pablo invade gran parte de la Iglesia de Cristo, que ha sido “llamada y elegida” a predicar a Cristo, ya desde el bautismo, sobre todo por el sacramento del Orden sacerdotal, que nos hace y nos convierte a todos los bautizados y Ordenados en misioneros y apóstoles para el anuncio del evangelio y el ministerio de los hermanos.

Los textos de San Pablo hablan por sí mismos. En realidad, es el mismo Cristo quien habla por ellos, como habla a través de cualquier texto inspirado de la Sagrada Escritura. Pero en los textos paulinos es como si Jesús, que vive en el corazón de cada apóstol, suscitara unas resonancias indecibles, que las capta principalmente quien sintió la llamada apostólica como declaración de amor.

Y entonces el corazón de todo apóstol revive, reestrena su «sí», profundiza en su experiencia existencial del amor de Cristo. La vida del apóstol tiene sentido porque se orienta solamente a amar a Cristo y hacerle amar. En su donación a los hermanos deja transparentar que “Jesús vive” (Hch 25,19). Esa transparencia es posible cuando intenta seriamente hacer realidad todos los días el lema paulino: “Mi vida es Cristo” (Flp 1,21).

En otras ocasiones invierte los términos y escribe que “Cristo está en nosotros”; “vosotros” (Rom 8, 10; 2 Cor 13, 5) o “en mí” (Gal 2, 20). Esta compenetración mutua entre Cristo y el cristiano, característica de la enseñanza de Pablo, completa su reflexión sobre la fe. La fe, de hecho, si bien nos une íntimamente a Cristo, subraya la distinción entre nosotros y Él.

Pero, según Pablo, la vida del cristiano tiene también un elemento que podríamos llamar «místico», pues comporta morir y vivir en Cristo y Cristo en nosotros. En este sentido, el apóstol llega a calificar nuestros sufrimientos como los “sufrimientos de Cristo en nosotros” (2 Cor 1, 5), de manera que “llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Cor 4, 10).

Todo esto tenemos que aplicarlo a nuestra vida cotidiana siguiendo el ejemplo de Pablo que vivió siempre con este gran horizonte espiritual. De hecho, lo que somos como cristianos sólo se lo debemos a Él y a su gracia. Dado que nada ni nadie puede tomar su lugar, es necesario por tanto que a nada ni a nadie rindamos el homenaje que le rendimos a Él. Ningún ídolo ni becerro de oro tiene que contaminar nuestro universo espiritual, de lo contrario en vez de gozar de la libertad alcanzada volveremos a caer en una forma de esclavitud humillante.

Por otra parte, nuestra radical pertenencia a Cristo y el hecho de que “estamos en El” tiene que infundirnos una actitud de total confianza y de inmensa alegría.

En definitiva, tenemos que exclamar con San Pablo: “Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?” (Rom 8, 31), y la respuesta es que nada ni nadie “podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom 8, 39). Nuestra vida cristiana, por tanto, se basa en la roca más estable y segura que puede imaginarse. De ella sacamos toda nuestra energía, como escribe precisamente el Apóstol: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4,13).

Afrontemos por tanto nuestra existencia, con sus alegrías y dolores, apoyados por estos grandes sentimientos que Pablo nos ofrece. Haciendo esta experiencia, podemos comprender que es verdad lo que el mismo apóstol escribe: “yo sé bien en quien tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día”, es decir, hasta el día definitivo (2 Tim 1. 12) de nuestro encuentro con Cristo.

San Pablo, en su vida y en sus escritos, me atrae y me lleva directamente a Cristo, porque vivía lo que decía y hacía: “no quiero saber más que mi Cristo, y éste crucificado”; no era un teólogo teórico o apóstol profesional, sin experiencia de lo que predicaba o hacía, era un testigo que hablaba y hacía lo que vivía y sufría. ¡Qué necesidad tiene siempre la Iglesia de la vivencia de Dios, de no quedarnos en zonas intermedias de vivencias y apostolado, porque no nunca llegamos a la meta: amistad vivencial con Cristo, experiencia del Dios vivo. Y no llegamos, porque ni los mismos apostolados tienen este objetivo.

San Pablo, de la mañana a la noche, en cualquier oración o actividad de su vida, en el horizonte y como dando luz y vida a todo, siempre tenía al Señor Jesucristo. Y esto le salía del alma, porque lo vivía, lo experimentaba en su corazón, en su espíritu las palabras de Cristo: “Yo soy la vid, vosotros, los sarmientos; como el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid, así también vosotros…”, “sin mi no podéis hacer nada…“Llamó a los que quiso para que estuvieran con él y enviarlos a predicar”: el estar con Él, hablar, sentirlo, es condición indispensable para ser apóstol de Cristo, para que el apostolado no se haga sin Cristo; todos decimos:«nadie da lo que no tiene»; San Pablo lo dijo claramente: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.

Precisamente para mí, en San Pablo, como en todos los apóstoles que han existido y existirán, todo arranca de la experiencia de Cristo por el Espíritu Santo, de la experiencia y vivencia pentecostal, que los apóstoles la tuvieron en el Cenáculo reunidos con María, la madre de Jesús;

Pablo la tuvo por la revelación de Cristo en su caída del caballo, que no fue una revelación o experiencia puramente exterior, sino interior, fundamentalmente espiritual, en el Espíritu de Cristo,  que luego cultivó toda su vida mediante una oración transformativa, unitiva, mística, permanente, primero en Arabia durante dos años  y luego en Tarso, donde le buscó Bernabé.

¡Santo apóstol de Cristo, que ahora vives en el cielo con tu Cristo y nuestro Cristo, porque “he completado mi carrera”, reza y pide por nosotros, apóstoles del mismo Señor Jesucristo, para que amándole totalmente como tú, pisemos tus mismas huellas de entrega y amor total a Dios y a los hermanos! ¡Qué necesidad tiene la Iglesia de todos los tiempos, pero sobre todo, en los actuales, de santos apóstoles,  sacerdotes y  seglares, como tú!

       Me alegra terminar la presentación de mi libro con estas hermosas palabras de San Agustín: «Avanza conmigo si tienes las mismas certezas. Indaga conmigo si tienes las mismas dudas. Donde reconozcas tu error, vente conmigo. Donde reconozcas el mío, llévame contigo. Marchemos con paso igual por la senda de la caridad buscando juntos a Aquel de quien está escrito: “Buscad siempre su rostro” (Tratado sobre la Trinidad 1,3, 5).

TERCERA MEDITACIÓN

(La puse escrita sobre una mesa para los que quisieran leerla)

IMPLICACIONES ESPIRITUALES DE LA ENCARNACIÓN

       QUERIDOS HERMANOS: La Navidad nos enseña muchas cosas a todos los que hemos tenido la predilección y el gozo de creer y encontrarnos con Jesucristo. Tiene para nosotros ricas y variadas implicaciones. Nos exige también algunos comportamientos a los que hemos sido enriquecidos con su luz y su misterio.

1.-  NECESIDAD DE ORAR PARA COMPRENDER LA NAVIDAD.

       ¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre -- ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?—has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

       Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. Y el creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más, porque esto es una enfermedad de amores y ansias infinitas, imposibles de contener y controlar; el creyente,  llagado de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, razones, motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor.

       ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad! Tú nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Mirad la Navidad. Es Dios que ama apasionadamente a los hombres. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

       Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

       La Encarnación, la Navidad es Cristo hecho hombre; la Eucaristía es Cristo hecho un poco de pan por el mismo amor de la Navidad; el mismo Cristo, la misma carne, el mismo amor que le llevó a encarnarse y dar su vida por mí. Yo sé, Señor, que eso no se comprende, no se puede comprender, si no se vive. Por eso te pido amor. Solo amor. El amor conoce los objetos por contacto, por hacerse llama con la persona amada, por unión y “noticia amorosa,” “contemplación de amor”. Por eso necesito oración para pedirte amor, hablarte de amor y comprenderte “en llama de amor viva, que hiere de mi alma, en el más profundo centro”.

       La oración es la experiencia de la fe. Sin oración, sin ratos de silencio, contemplando a Dios, hecho hombre por amor extremo, no se puede comprender nada o muy poco de la Navidad. Para comprender estas cosas del amor infinito de mi Dios Trino y Uno: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito,” necesito entrar dentro de la intimidad de mi Dios Tri-Unidad, que es Amor, y sorprenderlos en Consejo trinitario, cuando decidieron amarme de estar manera, amar a los hombres por el Hijo hasta el extremo de hacerse uno totalmente igual a los que amaba y buscaba. Necesito ver el rostro del Padre entristecido por el pecado de Adán y por la amistad perdida con el hombre, con el que quería pasear en el paraíso todas las tardes de la vida y que ya no podría entrar dentro de sí mismo, en su misma felicidad esencial y trinitaria, para la que fue creado, por el pecado de Adán, que nos llevó fuera del paraíso de su amor y compañía. Aquella vez no fuimos dignos y fuimos echados del paraíso de su amistad.

       Sin amor, sin noticia amorosa de Dios, sin oración, al menos afectiva, mejor, oración contemplativa o contemplación infusa sanjuanista, no se puede comprender el misterio, los misterios que estamos celebrando estos días. En ratos de soledad y oración y contemplación ante el Sagrario quiero alabar, bendecir y glorificar al Hijo de Dios por haberme amado hasta este extremo y por haber aceptado todas las consecuencias de su Encarnación. Quiero corresponderle con mi amor, quiero amarle tanto que no se arrepienta de lo que hizo; quiero agradecerle a mi Dios este modo de existir con presencia de Amigo entre los hombres en la humanidad de Jesús de Nazaret. Quiero proclamar con memoria agradecida algo que excede toda consideración racional: que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es Dios de una manera humana y, al mismo tiempo, es hombre de una manera divina.

       2.-  La Encarnación es: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Dios asume lo humano y, al asumirlo, lo santifica y lo dignifica tanto que nos hace hijos en el Hijo. Si Dios ha asumido lo humano, yo no debo rechazarlo, debo confiar en el hombre y trabajar para redimirlo y santificarlo, como lo hizo Jesús de Nazaret.  Me debo alegrar de existir como hombre, de haber sido elegido hombre, y no planta, animal o cosa,  para ser eterno con Él en su felicidad eterna. Si existo, es que Dios me ama. Ha pensado en mí y con un beso de su amor me ha dado la existencia humana, como paso, para la participación divina. Ya no dejaré de existir. Si existo es que Dios me ha preferido a millones y millones de seres. Si existo es que yo valgo mucho para mi Dios, porque ha enviado a su Hijo para decírmelo y comunicármelo con su misma presencia humana de Dios amigo del hombre. Si existo y creo,  es que Dios tiene un proyecto de eternidad sobre mí que ya no acabará nunca. Tengo que creer en la Palabra de Dios. Sí, creo en la Encarnación, en la Navidad. Qué tesoro, qué riqueza es la fe; vaya suerte, la mejor lotería de mi vida. Primero, existir es una predilección de Dios. Segundo, creer, poder conocerle y amarle, haberme encontrado con este Dios tan bueno, que es Amor, todo amor, y me tiene que amar, aunque yo no le ame, porque si deja de amarme, de amar, se muere, porque su esencia es amar siempre, y si deja de amar, deja de existir. Por eso vino en mi busca y se hizo pequeño, para que yo no me asuste, para que pueda cogerle en mis brazos y besarle. No me gustan mucho los niños, quizás por la falta de costumbre,  pero ese Niño Dios me recrea y enamora, me lo como de besos y de abrazos.

       Por tanto, debo y quiero asumir como Él lo humano, al hombre, amar a todos los hombres; debo aceptarlos con sus deficiencias y limitaciones, debo amar mi cuerpo, mi alma, mis sentidos, mi forma humana concreta de ser, porque Dios mismo la ha asumido; tengo que hacer las paces con mi espíritu y mi cuerpo y cuidarlos, como instrumentos de la salvación de Dios. Tengo que amarme más, amar mis ojos, mis manos, mis pies… Dios asumió todo lo humano en Jesús, desde su mismo nacimiento, infancia, juventud, muerte...

       3.- La Encarnación es: “Dios, tanto amó al mundo que entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna” Si Dios se encarna, el hombre vale mucho para Dios, vale infinito, vale toda la vida y la sangre de su Hijo, a quien entregó (traicionó) por amor al hombre. Si Dios se encarna, la eternidad se ha metido como una cuña en el tiempo. Si Dios se encarna, Dios ama al hombre y el hombre tiene vida eterna.

        ¿De qué vale todo el esfuerzo de Dios si el hombre, si el cristiano, no cree este misterio, no lo valora, no lo ama, no lo imita? ¿Sería mucho pedir que, como prueba de que creemos este misterio, pasáramos ratos largos de oración ante su misterio de  Encarnación continuada y permanente que es la Eucaristía? ¿Sería mucho pedir que adorásemos tanto amor en ratos de alabanza y acciones de gracias?  ¿Sería mucho pedir que confesásemos y comulgásemos con todo el fervor posible estos días, diciéndole cosas de amor al Niño, “Verbo de Dios hecho carne”?  Sería lo que Él más agradeciese, porque en estas navidades tan paganas que nos hemos montado, con tantos turrones, loterías, comidas familiares y demás, no hay tiempo a veces para el autor de la Navidad, para decirle simplemente ¡gracias! Y todos sabemos que, aunque sobren champán y turrones, si no nos encontramos con Cristo, no podrá haber Navidad.

       Muchos hombres ya no saben quién es Cristo, por eso tampoco saben de qué va la Navidad; saben, barruntan que hay que estar alegres, pero ignoran el motivo; la televisión y los periódicos y los grandes almacenes se han encargado de ello y nosotros tampoco nos hemos esforzado mucho en instruirlos y formarlos; los medios jamás dicen nacimiento de Jesucristo, y menos, del Hijo de Dios, y da pena. Y Jesús Eucaristía, esperando este reconocimiento, está tan solo a veces, que con que haya alguien que se pare un poco y le dirija una mirada de cariño o de fe en el Sagrario, se da por entero, se entrega totalmente, es que es un crío, un niño, espera cariño, una mirada de amor: ¡pero si es el Dios infinito, que se ha hecho un niño por mí, para que le coja y le bese! Lo está deseando, pero si ha venido para eso. Por favor, hermanos, un poco de sensibilidad, de misericordia, de limosna de amor al Dios grande que se hizo pequeño.

       Nosotros, en ese Niño, adoramos y celebramos el amor apasionado de un Dios por el hombre, desde la gratuidad, desde la iniciativa divina. Lo dice muy claro S. Juan en su primera Carta: “Porque Dios es amor… Y el amor que Dios nos tiene se ha manifestado en que Dios envió al mundo a su Hijo Unigénito, para que vivamos por Él. En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él no amó y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

       4.- En la persona de su Hijo, el Padre nos manifiesta y revela al Amado desde el amanecer de la Trinidad, nos entrega todo su amor de Padre, que le llena de gozo eterno, porque el Hijo, con la potencia de su Amor Personal, que es Espíritu Santo, le acepta eternamente como Padre y le hace Padre por aceptar ser su Hijo desde la aurora de la Tri-Unidad, y el Padre nos lo entrega todo en el Hijo y nos hace hijos suyos. El Verbo, hecho carne primero, y luego pan de Eucaristía, es la presencia del amor de Dios Trinidad, que ahora continúa en el Sagrario, como  Encarnación continuada del Amor Trinitario: del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo, Amor Personal del Padre al Hijo, y Amor Personal del Hijo al Padre, que los hace Padre e Hijo en el mismo Amor esencial, que es el Espíritu Santo. Todo es por la potencia de Amor del Espíritu Santo. Por eso, la esencia de Dios es el Amor: “Porque Dios es Amor”  nos dice San Juan.

       La presencia de Dios en Jesús de Nazaret es el lugar privilegiado y propio de su presencia en el mundo y en la historia. La encarnación revela al hombre  su capacidad de divinización, de <Verbalización>, de santificación o unión e identificación posible con Dios. La humanidad de Cristo es la meta de todo hombre, porque es la propia de un hombre que ha encontrado plenamente a Dios. Por eso es la <recapitulación> de todo lo creado. Este es el admirable intercambio <oh admirabile commercium>, de que nos hablan los Santos Padres. Que consiste en que el Hijo de Dios se hace hijo del hombre para que los hombres nos hagamos hijos de Dios.

       El hombre queda así elevado en su ser y trasladado a la órbita de lo divino. Si Dios quiere este intercambio maravilloso, la vida cristiana, nosotros debemos esforzarnos por hacernos dignos hijos suyos en el Hijo y realizar así su proyecto amado desde toda la eternidad en el Consejo Trinitario. Si Dios viene en mi busca con presencia de amigo, yo debo encontrar esta presencia en Jesús de Nazaret en el Evangelio, pero especialmente en su presencia de amistad permanentemente ofrecida en el Sagrario.

       En la Encarnación del Verbo ha sido Dios en la persona de su Hijo Unigénito el que ha venido en busca nuestra, el que ha salido a nuestro encuentro, nos ha hablado, salvado, iluminado, amado… La religión, la fe, ha partido de Dios y ya no es buscar a tientas, sino que tiene que ser una respuesta personal a un Dios que se me ha revelado y manifestado concretamente en Jesús de Nazaret. En su persona es como el Hombre puede mejor responder a esta revelación del Padre por la religión, por la fe y el amor: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar” Sólo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo saben de la Navidad; sólo ellos nos la pueden explicar. Por eso necesitamos orar.

       5.- La Encarnación nos invita a experimentar el amor misericordioso del Padre, que se ha entrañado sin límites con el hombre, superando todas las fronteras, por amor al hombre, en Jesús de Nazaret. El creyente ya no puede sentirse solo y abandonado a una suerte incierta. Aunque no lo comprenda a veces, aunque le supere, aunque el dolor y las circunstancias le atenacen por los cinco costados, aunque todos le fallen, Dios ya no puede abandonarle, porque se ha hecho presencia irreversible de Amistad Divina, se ha hecho hombre misericordioso y entrañable en el seno de la dulce Nazarena, Virgen guapa, Madre del alma ¡cuánto te quiero! ¡Cuánto me quieres! ¡Gracias, Madre, por haberme dado a tu hijo, por haber parido a Jesús de Nazaret!

       Queridos hermanos: El Dios Trino y Uno, al entregarnos al Hijo amado en carne humana, se ha unido en fidelidad perpetua con el destino del hombre, con cada uno de nosotros. Nuestro ser y existir es creerlo, orarlo, amarlo, agradecerlo, vivirlo, no sentirse nunca solos, ser misericordiosos con todos, como Él lo fue con todos nosotros. Amén.

TEXTOS DE LOS SANTOS PADRES  SOBRE MARÍA

       Desde los primeros tiempos del cristianismo los creyentes escrutaron, maravillados, esta frase sencilla y deslumbradora del Apóstol, sobre Cristo “nacido de una mujer”, que explicita, por decirlo así, la solemne afirmación del Prólogo de San Juan: “Y el Verbo se hizo carne”.

       Procuraron penetrar en el misterio de aquella mujer que suministró su carne al Verbo de Dios, de aquella creatura que llevó en su seno al Creador. En esta meditación orante y admirada, que no nacía de una simple curiosidad sino del amor, la Iglesia se preguntó una y otra vez: ¿Quién es esta mujer, mencionada junto al Salvador en los pasajes más decisivos de la Sagrada Escritura? ¿Quién es esta mujer cuya victoria sobre el demonio se predice desde las primeras páginas (cf. Gén 3, 15), en el momento más sombrío de la historia humana,  y cuya dignidad insigne atestiguan los escritores sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento? ¿Por qué un Arcángel saluda a esta mujer con profunda admiración en nombre de Dios y la llama la llena de gracia? ¿Por qué Isabel la saluda en el colmo del asombro como Madre de mi Señor, bendita entre todas las mujeres, a quien el vidente del Apocalipsis contempla revestida de sol, con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas?

       Los escritos marianos de los Padres constituyen un filón valiosísimo para cuantos desean conocer verdaderamente a la Virgen. ¿Por qué? En primer lugar, porque son un reflejo de la palabra misma de Dios, de la que los Padres se alimentaban constantemente, y gracias a la cual lograron un perfecto equilibrio entre doctrina y piedad. En efecto, el gran amor que profesaban a María nunca los hizo olvidar su condición de creatura, y en las exultantes alabanzas que tributaron a la Madre de Dios, Reina y Señora de todo lo creado, evitaron cuidadosamente toda exageración que pudiera inducir a error.

       Los Padres, al fomentar entre sus fieles —mediante una recta doctrina— la veneración y la piedad hacia la Virgen, contribuyeron a que esa piedad se desarrollara «en armónica subordinación al culto de Cristo...en torno a Él como su natural y necesario punto de referencia» (Marialis cultus, introducción).

SAN EFRÉN

       San Efrén, diácono de la Iglesia en Siria, nació en Nisibis, en la Mesopotamia septentrional a comienzos del siglo IV, probablemente en el 306. A los 18 años recibió el bautismo y se dedicó a la oración y al estudio, viviendo del propio trabajo, en Edesa., como empleado en un baño público.

       En el 338 Nisibis fue atacada por Sapor II, rey de los Persas, y Efrén acudió en su ayuda y desplegó una actividad infatigable para alentar y aconsejar a sus habitantes.   En el 363, el emperador Joviniano firmó un tratado de paz con los persas y les entregó Nisibis, San Efrén, con la mayor parte de los cristianos de esta ciudad, emigró a tierras del Imperio Romano. Se retiró a Edesa, donde murió diez años más tarde, tras haber dedicado todo ese tiempo a la penitencia y a la contemplación y a la predicación.

       San Efrén ocupa un lugar privilegiado entre los Santos Padres tanto por la abundancia de sus escritos como por la autoridad de su doctrina. Benedicto XV lo declaró doctor de la Iglesia en 1920. La tradición nos lo recuerda como un hombre austero. El medio usado por San Efrén para la divulgación de la verdad cristiana es sobre todo la poesía, por lo cual con razón se le ha definido <<la cítara (o el arpa) del Espíritu Santo>>.
       Prueba de ello es que muchos de sus himnos forman parte de diversas liturgias orientales desde el siglo V. Gracias a esto se ha conservado gran parte de su ingente obra, tanto en su idioma original, el sirio, como en traducciones griegas, que empezaron a proliferar ya en los últimos años de su vida.

       Efrén es también el poeta de la Virgen, a la que dirigió 20 himnos y a quien se dirigía con expresiones de tierna devoción, como ahora veremos en alguno de ellos.

Madre admirable

(Himno a la Virgen María)

       La Virgen me invita a cantar el misterio que yo contemplo con admiración. Hijo de Dios, dame tu don admirable, haz que temple mi lira, y que consiga detallar la imagen completamente bella de la Madre bien amada.

       La Virgen María da al mundo a su Hijo quedando virgen, amamanta al que alimenta a las naciones, y en su casto regazo sostiene al que mantiene el universo. Ella es Virgen y es Madre, ¿qué no es?

       Santa de cuerpo, completamente hermosa de alma, pura de espíritu, sincera de inteligencia, perfecta de sentimientos, casta, fiel, pura de corazón, leal, posee todas las virtudes.

       Que en María se alegre toda la estirpe de las vírgenes, pues una de entre ellas ha alumbrado al que sostiene toda la creación, al que ha liberado al género humano que gemía en la esclavitud.

       Que en María se alegre el anciano Adán, herido por la serpiente. María da a Adán una descendencia que le permite aplastar a la serpiente maldita, y le sana de su herida mortal.      Que los sacerdotes se alegren en la Virgen bendita. Ella ha dado al mundo el Sacerdote Eterno que es al mismo tiempo Víctima. Él ha puesto fin a los antiguos sacrificios, habiéndose hecho la Víctima que apacigua al Padre.      Que en María se alegren todos los profetas. En Ella se han cumplido sus visiones, se han realizado sus profecías, se han confirmado sus oráculos.  Que en María se gocen todos los patriarcas. Así como Ella ha recibido la bendición que les fue prometida, así Ella les ha hecho perfectos en su Hijo. Por Él los profetas, justos y sacerdotes, se han encontrado purificados.En lugar del fruto amargo cogido por Eva del árbol fatal, María ha dado a los hombres un fruto lleno de dulzura. Y he aquí que el mundo entero se deleita por el fruto de María.       El árbol de la vida, oculto en medio del Paraíso, ha surgido en María y ha extendido su sombra sobre el universo, ha esparcido sus frutos, tanto sobre los pueblos más lejanos como sobre los más próximos.  María ha tejido un vestido de gloria y lo ha dado a nuestro primer padre. Él había escondido su desnudez entre los árboles, y es ahora investido de pudor, de virtud y de belleza.   Eva y la serpiente habían cavado una trampa, y Adán había caído en ella; María y su real Hijo se han inclinado y le han sacado del abismo.

La Anunciación de la Virgen

(Himno por el Nacimiento de Cristo)

       «Volved la mirada a María. Cuando Gabriel entró en su aposento y comenzó a hablarle, Ella preguntó: “¿cómo se hará esto?” (Lc 1, 34). El siervo del Espíritu Santo le respondió diciendo: “para Dios nada es imposible” (Lc 1, 37). Y Ella, creyendo firmemente en aquello que había oído, dijo: “he aquí la esclava del Señor” (Lc 1, 38). Y al instante descendió el Verbo sobre Ella, entró en Ella y en Ella hizo morada, sin que nada advirtiese. Lo concibió sin detrimento de su virginidad, y en su seno se hizo niño, mientras el mundo entero estaba lleno de Él...

       Cuando oigas hablar del nacimiento de Dios, guarda silencio: que el anuncio de Gabriel quede impreso en tu espíritu. Nada es difícil para esa excelsa Majestad que, por nosotros, se ha abajado a nacer entre nosotros y de nosotros.

       Hoy María es para nosotros un cielo, porque nos trae a Dios. El Altísimo se ha anonadado y en Ella ha hecho mansión; se ha hecho pequeño en la Virgen para hacernos grandes... En María se han cumplido las sentencias de los profetas y de los justos. De Ella ha surgido para nosotros la luz y han desaparecido las tinieblas del paganismo.

       María tiene muchos nombres, y es para mí un gran gozo llamarla con ellos. Es la fortaleza donde habita el poderoso Rey de reyes; mas no salió de allí igual que entró: en Ella se revistió de carne, y así salió. Es también un nuevo cielo, porque allí vive el Rey de reyes; allí entró y luego salió vestido a semejanza del mundo exterior...

       Adán y Eva, con el pecado, trajeron la muerte al mundo; pero el Señor del mundo nos ha dado en María una nueva vida. El Maligno, por obra de la serpiente, vertió el veneno en el oído de Eva; el Benigno, en cambio, se abajó en su misericordia y, a través del oído, penetró en María. Por la misma puerta por donde entró la muerte, ha entrado también la Vida que ha matado a la muerte. Y los brazos de María han llevado a Aquél a quien sostienen los querubines; ese Dios a quien el universo no puede abarcar, ha sido abrazado por María.

       El Rey ante quien tiemblan los ángeles, criaturas espirituales, yace en el regazo de la Virgen, que lo acaricia como a un niño. El cielo es el trono de su majestad, y Él se sienta en las rodillas de María. La tierra es el escabel de sus pies y Él brinca sobre ella infantilmente. Su mano extendida señala la medida del polvo, y sobre el polvo juguetea como un chiquillo.

       Feliz Adán, que en el nacimiento de Cristo has encontrado la gloria que habías perdido. ¿Se ha visto alguna vez que el barro sirva de vestido al alfarero? ¿Quién ha visto al fuego envuelto en pañales? A todo eso se ha rebajado Dios por amor del hombre. Así se ha humillado el Señor por amor de su siervo, que se había ensalzado neciamente y, por consejo del Maligno homicida, había pisoteado el mandamiento divino. El Autor del mandamiento se humilló para levantarnos.  Demos gracias a la divina misericordia, que se ha abajado sobre los habitantes de la tierra a fin de que el mundo enfermo fuera curado por el Médico divino. La alabanza para Él y al Padre que lo ha enviado; y alabanza al Espíritu Santo, por todos los siglos sin fin».

Eva y María

(Carmen 18, 1)

       Oh cítara mía, inventa nuevos motivos de alabanza a María Virgen. Levanta tu voz y canta la maternidad enteramente maravillosa de esta virgen, hija de David, que llevó la vida al mundo.

       Quien la ama, la admira. El curioso se llena de vergüenza y calla. No se atreve a preguntarse cómo una madre da a luz y conserva su virginidad. Y aunque es muy difícil de explicar, los incrédulos no osarán indagar sobre su Hijo.

       Su Hijo aplastó la serpiente maldita y destrozó su cabeza. Curó a Eva del veneno que el dragón homicida, por medio del engaño, le había inyectado, arrastrándola a la muerte.

       Aquél que es eterno fue llamado el nuevo Adán, porque habitó en las entrañas de la hija de David y en Ella, sin semilla y sin dolor, se hizo hombre. ¡Bendito sea por siempre su nombre!

       El árbol de la vida, que creció en medio del Paraíso, no dio al hombre un fruto que lo vivificase. El árbol nacido del seno de María se dio a sí mismo en favor del hombre y le donó la vida.

        El Verbo del Señor descendió de su trono; se llegó a una joven y habitó en ella. Ella lo concibió y lo dio a la luz. Es grande el misterio de la Virgen purísima: supera toda alabanza.       Eva en el Edén se convirtió en rea del pecado. La serpiente malvada escribió, firmó y selló la sentencia por la cual sus descendientes, al nacer, venían heridos por la muerte.

       Eva llegó a ser rea del pecado, pero el débito pasó a María, para que la hija pagase las deudas de la madre y borrase la sentencia que habían transmitido sus gemidos a todas las generaciones.

       Los hombres terrenales multiplicaron las maldiciones y las espinas que ahogaban la tierra. Introdujeron la muerte. El Hijo de María llenó el orbe de vida y paz.

       Los hombres terrenales sumergieron el mundo de enfermedades y dolores. Abrieron la puerta para que la muerte entrase y pasease por el orbe. El Hijo de María tomó sobre su persona los dolores del mundo, para salvarlo.

       María es manantial límpido, sin aguas turbias. Ella acoge en su seno el río de la vida, que con su agua irrigó el mundo y vivificó a los muertos.       Eres santuario inmaculado en el que moró el Dios rey de los siglos. En ti por un gran prodigio se obró el misterio por el cual Dios se hizo hombre y un hombre fue llamado Hijo por el Padre.   Bendita, tú, María, hija de David, y bendito el fruto que nos has dado ¡Bendito el Padre que nos envió a su Hijo para nuestra salvación, y bendito el Espíritu Paráclito que nos manifestó su misterio! Sea bendito su nombre.

La canción de cuna de María

(Himno, 18, 1-23)

       He mirado asombrado a María que amamanta a Aquél que nutre a todos los pueblos, pero que se ha hecho niño. Habitó en el seno de una muchacha, Aquél que llena de sí el mundo...

       Un gran sol se ha recogido y escondido en una nube espléndida. Una adolescente ha llegado a ser la Madre de Aquél que ha creado al hombre y al mundo.

       Ella llevaba un niño, lo acariciaba, lo abrazaba, lo mimaba con las más hermosas palabras y lo adoraba diciéndole: Maestro mío, dime que te abrace.

       Ya que eres mi Hijo, te acunaré con mis cantinelas porque soy tu Madre. Hijo mío, te he engendrado, pero Tú eres más antiguo que yo; Señor mío, te he llevado en el seno, pero Tú me sostienes en pie.

       Mi mente está turbada por el temor, concédeme la fuerza para alabarte. No sé explicar cómo estás callado, cuando sé que en Ti retumban los truenos.

       Has nacido de mí como un pequeño, pero eres fuerte como un gigante; eres el Admirable, como te llamó Isaías cuando profetizó sobre Ti.

       He aquí que Tú estás conmigo, y sin embargo estás enteramente escondido en tu Padre. Las alturas del cielo están llenas de tu majestad, y no obstante mi seno no ha sido demasiado pequeño para Ti.

       Tu Casa está en mí y en los cielos. Te alabaré con los cielos. Las criaturas celestes me miran con admiración y me llaman Bendita.

       ¡Cuánto más venerada es la Madre del Rey que su trono! Te bendeciré, Señor, porque has querido que fuese tu Madre; te celebraré con hermosas canciones.

       Oh gigante que sostienes la tierra y has querido que ella te sostenga, Bendito seas. Gloria a Ti, oh Rico, que te has hecho Hijo de una pobre.

       Mi magnificat sea para Ti, que eres más antiguo que todos, y sin embargo, hecho niño, descendiste a mí. Siéntate sobre mis rodillas; a pesar de que sobre Ti está suspendido el mundo, las más altas cumbres y los abismos más profundos...

       Tú estás conmigo, y todos los coros angélicos te adoran. Mientras te estrecho entre mis brazos, eres llevado por los querubines.

       Los cielos están llenos de tu gloria, y sin embargo las entrañas de una hija de la tierra te aguantan por entero. Vives en el fuego entre las criaturas celestes, y no quemas a las terrestres.

       Los serafines te proclaman tres veces Santo: ¿qué más podré decirte, Señor? Los querubines te bendicen temblando, ¿cómo puedes ser honrado por mis canciones?

       Descubra su rostro y se alegre contigo la antigua Eva, porque has arrojado fuera su vergüenza; oiga la palabra llena de paz, porque una hija suya ha pagado su deuda.

       La serpiente, que la sedujo, ha sido aplastada por Ti, brote que has nacido de mi seno. El querubín y su espada por Ti han sido quitados, para que Adán pueda regresar al paraíso, del cual había sido expulsado.

       Eva y Adán recurran a Ti y cojan de mí el fruto de la vida: por ti recobrará la dulzura aquella boca suya, que el fruto prohibido había vuelto amarga.  Los siervos expulsados vuelvan a través de Ti, para que puedan obtener los bienes de los cuales habían sido despojados. Serás para ellos un traje de gloria, para cubrir su desnudez.

1. PABLO, “APÓSTOL POR VOLUNTAD DE DIOS” (2Cor 1,1)

“Para mí la vida es Cristo”, “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”, “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”

San Pablo es un enamorado de Cristo. Esto es lo que más me atrae de su persona y de su vida. Y esto es lo que yo pretendo para mí y para todos. Siguiendo a Pablo me gustaría amar más a Cristo y hacer que otros le amen, y de esta forma “gastar” mi vida por el Señor, por el evangelio y por la Iglesia, como escribe Pablo a Timoteo: “No descuides la gracia que posees, que te fue conferida por una intervención profética con la imposición de manos de los presbíteros” (1Tim 4,14).

Pablo, llamado por el mismo Señor (Kyrios), por “por el que murió y resucito por todos” (2Cor 5,15), a ser apóstol, se entregó de tal forma a su misión, que, hoy y desde siempre, ha sido el prototipo de los llamados y enviados; por eso es llamado por todos, «el apóstol», por antonomasia.  Brilla como una estrella de primera magnitud en la historia de la Iglesia, y no sólo en la de los orígenes, como he dicho, sino en la de todos los tiempos.

San Juan Crisóstomo lo exalta como personaje superior incluso a muchos ángeles y arcángeles (cf. Panegírico 7, 3). Otros le han llamado el «decimotercer apóstol» y realmente él insiste mucho en el hecho de ser un auténtico apóstol, habiendo sido llamado por el Resucitado, o incluso «el primero después del Único».

Ciertamente, después de Jesús, él es el personaje de los orígenes del que más estamos informados. De hecho, no sólo contamos con la narración que hace de él Lucas en los Hechos de los Apóstoles, sino también de un grupo de cartas que provienen directamente de su mano y que sin intermediarios nos revelan su personalidad y pensamiento. Después de Cristo, para mí, ha sido sobre el que más se ha estudiado y hablado.

Lucas nos informa que su nombre original era Saulo (cf. Hch 7, 58; 8, 1 etc.), en hebreo Saúl (cf. Hch 9, 14.17; 22, 7.13; 26, 14).Pablo nació en la ciudad helenística de Tarso de Cilicia (Hch 22,3). La fecha de su nacimiento nos es desconocida. Sus padres eran judíos que remontaban su ascendencia hasta la tribu de Benjamín (Rom 11,1). Desde su nacimiento disfrutó de la condición de ciudadano romano. Tanto el ambiente helenístico como la herencia judía de su familia dejaron sus huellas en el joven Pablo. Por eso conocía el griego como lo revela en sus cartas. 

Pablo se mostraba satisfecho de ser “judío” (Hch 21,39; 22,3), “israelita” (2 Cor 11,22; Rom 11,1), “hebreo, nacido de hebreos... y en cuanto a la Ley, fariseo” (Flp 3,6; Hch 23,6). “Viví como fariseo, de conformidad con el partido más estricto de nuestra religión” (Hch 26,5; Gál 1,14). Más aún: fue “educado a los pies de Gamaliel” (Hch 22,3); se refiere a Gamaliel  el Viejo, cuyo apogeo en Jerusalén se sitúa en los años 20-50. La primera educación de Pablo se realizaría en su mayor parte en la misma Jerusalén: “Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, criado en esta ciudad (Jerusalén)y educado a los pies de Gamaliel” (Hch 22,3). Ello implicaría que en realidad la lengua materna de Pablo era el arameo y que su manera de pensar era semítica. Acerca de esta tesis hay mucho que decir, pero lo cierto es que no explica satisfactoriamente las importantes muestras de cultura y mentalidad helenísticas que aparecen en Pablo.

La educación de Pablo a los pies de Gamaliel sugiere que se preparaba para ser rabino. Según J. Jeremías, cuando Pablo se convirtió no era simplemente un discípulo rabínico, sino un maestro reconocido, con capacidad para formular decisiones legales. Es la categoría que se le presupone por el papel que desempeñaba cuando marchó a Damasco (Hch 9,1-2; 22,5; 26,12); semejante autoridad sólo podía conferirse a una persona cualificada. Ello parece confirmarse por el voto de Pablo contra los cristianos (Hch 26,10), al parecer como miembro del sanedrín. De todo ello saca J. Jeremías la conclusión de que Pablo era de mediana edad cuando se convirtió, pues se requería haber cumplido los cuarenta años para la designación de rabino. Otros no opinan así. Pero estas cosas y parecidas no son mi cometido.

Pablo era, por tanto, un judío de la diáspora, dado que la ciudad de Tarso se sitúa entre Anatolia y Siria, que había ido muy pronto a Jerusalén para estudiar a fondo la Ley mosaica a los pies del gran rabino. Había aprendido también un trabajo manual,  la fabricación de tiendas (Hch 18, 3), que más arde le permitirá sustentarse personalmente sin ser de peso para las Iglesias (Hch 20, 34; 1 Cor 4, 12; 2 Cor 12, 13- 14).

Para él fue decisivo conocer la comunidad de quienes se profesaban discípulos de Jesús. Por ellos tuvo noticia de una nueva fe, un nuevo «camino», como se decía, que no ponía en el centro la Ley de Dios, sino la persona de Jesús, crucificado y resucitado, a quien se le atribuía la remisión de los pecados.

Como judío celoso, consideraba este mensaje inaceptable, es más, escandaloso, y sintió el deber de perseguir a los seguidores de Cristo incluso fuera de Jerusalén. Precisamente, en el camino hacia Damasco, a inicios de los años treinta, Saulo, según sus palabras, fue “alcanzado por Cristo Jesús” (Flp 3, 12).

Este fue el hecho fundamental de su vida que marcó todo su ser y existir posterior. Mientras Lucas cuenta el hecho con abundancia de detalles –la manera en que la luz del Resucitado le alcanzó, cambiando fundamentalmente toda su vida--, en sus cartas él va directamente a lo esencial y habla no sólo de una visión (1 Cor 9, 1), sino de una iluminación (2 Cor 4, 6) y sobre todo de una revelación y una vocación en el encuentro con el Resucitado (Gal 1, 15-16). Esto es muy importante, porque se trata de una experiencia muy iluminativa, unitiva y transformativa de Dios  en su espíritu, percibida y realizada más en su alma que en su cuerpo. De hecho externamente los acompañantes no vieron nada, sólo la luz reflejo de la luz interna de Cristo Resucitado.

Por eso, Pablo se definirá explícitamente “apóstol por vocación” (Rom 1, 1; 1 Cor 1, 1) o “apóstol por voluntad de Dios” (2 Cor 1, 1; Ef 1, 1; Col 1, 1), como queriendo subrayar que su conversión no era el resultado de pensamientos o reflexiones personales, sino el fruto de una intervención divina, de una gracia divina imprevisible e inesperada, recibida pasivamente, convertido así en patógeno, sufriente de la luz y visión mística de Cristo.

A partir de entonces, todo lo que antes constituía para él “ganancia”, se convirtió paradójicamente, según sus palabras, “en pérdida y basura” (Flp 3, 7-10). Y desde aquel momento puso todas sus energías al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio. Su existencia se convertirá en la de un apóstol que quiere “hacerse todo a todos” (1 Cor 9, 22), sin reservas.

Y de todo esto se deriva una lección muy importante para nosotros: lo que cuenta es poner en el centro de la propia vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad se caracterice esencialmente por el encuentro, la comunión con Cristo y su Palabra. Bajo su luz, cualquier otro valor debe ser purificado de posibles escorias o adherencia extraña. Y siempre «por Cristo, con Él y en Él,» encontrado, fortalecido y realizado en la oración personal, en la Eucaristía y en la Caridad pastoral. Así nos hacemos cristianos, seguidores y semejantes a Cristo.

Fue precisamente en la Iglesia de Antioquia de Siria, punto de partida de sus viajes, donde por primera vez el evangelio fue anunciado a los griegos y donde fue acuñado también el nombre de “cristianos” (Hch 11, 20.26), es decir, creyentes en Cristo. Desde allí tomó rumbo en un primer momento hacia Chipre después en diferentes ocasiones hacia regiones de Asia Menor (Pisidia, Licaonia, Galacia), y después a las de Europa (Macedonia, Grecia). Más reveladoras fueron las ciudades de Éfeso, Filipos, Tesalónica, Corinto, sin olvidar tampoco Berea, Atenas y Mileto.

En el apostolado de Pablo no faltaron dificultades, que él afrontó con valentía por amor a Cristo, como nos repite frecuentemente en sus cartas. Él mismo recuerda que tuvo “que soportar trabajos, cárceles, azotes; peligros de muerte, muchas veces... Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufrague... Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores: peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: “la preocupación por todas las Iglesias” (2 Cor 11, 23).

En un pasaje de la carta a los Romanos (cf. 15, 24.28) se refleja su propósito de llegar hasta los confines de la tierra entonces conocida, para anunciar el evangelio por doquier, por lo tanto, hasta España, «finis terrae» de Occidente,

¿Cómo no admirar a un hombre así? ¿Cómo no dar gracias al Señor por habernos dado un apóstol de esta talla? Está claro que no hubiera podido afrontar situaciones tan difíciles, y a veces tan desesperadas, si no hubiera tenido una razón de valor absoluto a la que no podía haber límites. Para Pablo, esta razón, lo sabemos, es Jesucristo, de quien escribe: “Cáritas Chisti urget nos…el amor de Cristo nos apremia...” “Murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5, 14-15).

De hecho, el apóstol ofrecerá el testimonio supremo de su sangre bajo el emperador Nerón, en Roma, donde se conservan y veneramos sus restos mortales. Últimamente han descubierto su tumba en la basílica de San Pablo extramuros de Roma. Ha sido visitada por Benedicto XVI. El papa Clemente Romano, en los últimos años del siglo I, escribió: «Por celos y discordia, Pablo se vio obligado a mostrarnos cómo se consigue el premio de la paciencia... Después de haber predicado la justicia a todos en el mundo, y después de haber llegado hasta los últimos confines de Occidente, soporto el martirio ante los gobernantes; de este modo se fue de este mundo y alcanzó el lugar santo, convertido de este modo en el más grande modelo de perseverancia» (A los Corintios 5).

(Cfr BENEDICTO XVI, Catequesis 25-10-2006).

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