ARDÍA NUESTRO CORAZÓN C I

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

 

 

C I

 

 

PARROQUIA DE SAN PEDRO.- PLASENCIA. 1966-2018

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ARDÍA NUESTRO CORAZÓN

 

 

COMENTARIO A LOS EVANGELIOS Y  LECTURAS DOMINICALES Y FESTIVAS  DE LOS TIEMPOS LITÚRGICOS

 

 

 

CICLO C I

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PARROQUIA DE SAN PEDRO.- PLASENCIA. 1966-2018

 

 

 

 

      

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PRÓLOGO

 

TE SERVIRÉ PREDICÁNDOTE

 

«Yo tengo plena conciencia de que es a ti, Dios Padre omnipotente, a quien debo ofrecer la obra principal de mi vida, de tal suerte que todas mis palabras y pensamientos hablen de ti.

Y el mayor premio que puede reportarme esta facultad de hablar, que tú me has concedido, es el de servirte prodigándote a ti y demostrando al mundo, que lo ignora, o a los herejes, que lo niegan, lo que tú eres en realidad: Padre; Padre, a saber, del Dios unigénito.

Y, aunque es ésta mi única intención, es necesario para ello invocar el auxilio de tu misericordia, para que hinches con el soplo de tu Espíritu las velas de nuestra fe y nuestra confesión, extendidas para ir hacia ti, y nos impulses así en el camino de la predicación que hemos emprendido. Porque merece toda confianza aquel que nos ha prometido: “Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá”.

Somos pobres y, por esto, pedimos que remedies nuestra indigencia; nosotros ponemos nuestro esfuerzo tenaz en penetrar las palabras de tus profetas y apóstoles y llamamos con insistencia para que se nos abran las puertas de la comprensión de tus misterios; pero el darnos lo que pedimos, el hacerte encontradizo cuando te buscamos y el abrir cuando llamamos, eso depende de ti.

Cuando se trata de comprender las cosas que se refieren a ti, nos vemos como frenados por la pereza y torpeza inherentes a nuestra naturaleza y nos sentimos limitados por nuestra inevitable ignorancia y debilidad; pero el estudio de tus enseñanzas nos dispone para captar el sentido de las cosas divinas, y la sumisión de nuestra fe nos hace superar nuestras culpas naturales.

Confiamos, pues, que tú harás progresar nuestro tímido esfuerzo inicial y que, a medida que vayamos progresando, lo afianzarás, y que nos llamarás a compartir el espíritu de los profetas y apóstoles; de este modo, entenderemos sus palabras en el mismo sentido en que ellos las pronunciaron y penetraremos en el verdadero significado de su mensaje.

Nos disponemos a hablar de lo que ellos anunciaron de un modo velado: que tú, el Dios eterno, eres el Padre del Dios eterno unigénito, que tú eres el único no engendrado y que el Señor Jesucrito es el único engendrado por ti desde toda la eternidad, sin negar, por esto, la unícidad divina, ni dejar de proclamar que el Hijo ha sido engendrado por ti, que eres un solo Dios, confesando, al mismo tiempo, que el que ha nacido de ti, Padre, Dios verdadero, es también Dios verdadero como tú.

Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz que no nos apartemos de la verdad de la fe; haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre, y al único Señor Jesucristo, y que argumentamos ahora contra los herejes que esto niegan, podamos también celebrarte a ti como Dios en el que no hay unicidad de persona y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti».

 

(Del tratado de san Hilario, obispo, sobre la Trinidad (Libro 1,37-38: PL 10,48-49. Liturgia de las Horas: 14 de enero)

 

 

RESPONSORIO. 1Jn 4, 2-3. 6. 15

 

   R. Todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios. *En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

    V. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios.

*En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

Oremos: Concédenos, Dios todopoderoso, progresar cada día en el conocimiento de la Divinidad de tu Hijo y proclamarla con firmeza, como lo hizo, con celo infatigable, tu obispo y doctor san Hilario. Por nuestro Señor Jesucristo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

JESUCRISTO ES LA PALABRA DE DIOS

 

Jesucristo es la Palabra de Dios, en la que el Padre se dice a Sí mismo total y eternamente en plenitud de Ser, Verdad y Amor. Y esta misma PALABRA la pronuncia para nosotros en carne humana, con palabras y hechos salvadores para todos los hombres, por la potencia y fuego de su mismo Espíritu de Amor, que es el Espíritu Santo: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella, y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron…La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo…, a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre…” (Jn 1, 1-5, 9, 12).

        Jesucristo, el Hijo de Dios, es, por tanto, la Única Palabra Salvadora para este mundo. Y hay que escucharla: “Dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. Porque a este mundo no le salvan los políticos, ni los científicos, ni los antropólogos, ni los psicólogos ni los economistas… este mundo sólo tiene un Salvador, es Jesucristo: Única Palabra y proyecto de salvación del Dios Uno y Trino y no hay más proyectos salvadores. Solo Él es el Camino de venida y de ida hasta Dios, y solo Él tiene la formula y la clave del hombre y de su plan de encuentro eterno con Dios.

        «En efecto, en la liturgia Dios habla a su pueblo: Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración» (SC 33). Por favor, interpretemos correctamente estos verbos: «Dios habla a su pueblo»; «Cristo sigue anunciando el Evangelio» en tiempo presente, tal como la Iglesia nos lo enseña. No es que Dios habló o Cristo anunció; sino que Dios habla ahora a su pueblo y Cristo sigue anunciando ahora el Evangelio por medio de la humanidad supletoria de otros hombres, que lo hacen presente sacramentalmente. «Cristo está presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica» (SC 7). Y refiriéndose a la lectura de la Palabra, lo expresa claramente: «Cristo está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla» (SC 7). «Así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena, hace que habite en ellos intensamente la Palabra de Cristo (cfr. Col 3,16)» (DV 8).

Subrayemos la presencia actual y santificadora de la Palabra en los mismos términos del texto: «voz viva del Evangelio», «verdad plena», «habite intensamente la Palabra de Cristo». Y todo esto hace que «las riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia, que cree y ora…» (Ibid).

 

LA HOMILÍA

 

        Es una parte importante de la Liturgia de la Palabra, que expone, «a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana» (SC 52). La homilía se compone, por tanto, de tres elementos principales:

--   Explicación de los textos sagrados y de la doctrina revelada.

-- Iluminación, desde esta explicación, de las necesidades particulares de los oyentes.

-- La homilía conduce a los fieles a penetrar en la liturgia sacramental del misterio que se celebra para que sea un encuentro sacramental con Cristo, que actúa en la liturgia de la Palabra y del Sacramento.

        Como tratamos de homilías festivas y dominicales, conviene tener presente la relación íntima que existe entre la palabra y el sacramento en la misma Eucaristía: «Las dos partes de que de alguna manera consta la Misa, a saber: la liturgia de la Palabra y la Eucaristía, están tan íntimamente unidas, que constituyen  un solo acto de culto» (SC 56). «Por tanto, los fieles, al escuchar la Palabra de Dios, comprendan que las maravillas que le son anunciadas tienen su punto culminante en el misterio pascual, cuyo memorial es celebrado en la Misa sacramentalmente. De este modo, escuchando la Palabra de Dios y alimentados por ella, los fieles son introducidos en la acción de gracias a una participación fructuosa de los misterios de salvación. Así la Iglesia se nutre del pan de la vida tanto en la mesa de la Palabra de Dios como en la del Cuerpo de Cristo» (EM 10).

        En las Eucaristías dominicales y de festivos la liturgia de la Palabra consta ordinariamente de tres lecturas: la primera del Antiguo Testamento, casi siempre en relación con el Evangelio; la segunda, tomada de los escritos de los Apóstoles, casi siempre de las Cartas, y, finalmente, la tercera, de los Evangelios.

        En el día de Pascua, el Resucitado se hace presente a los dos que se dirigen desanimados hacia Emaús. La forma con la que el Señor procede se convierte en  norma para la comunidad apostólica: “Comenzando por Moisés y por todos los profetas, les fue declarando cuanto a Él se refería en todas las Escrituras” (Lc 24, 27). De esta manera les descubre su presencia en el Antiguo Testamento y así quedó establecido en la Tradición Apostólica.

Y aquí es donde entra de lleno la realidad y necesidad de la homilía, que debe servir fielmente a esta dinámica de la Palabra de Dios. Su ministerio es de pura mediación. Por eso el Concilio le pide al predicador que «escuche por dentro» (DV 25) la Palabra para que no sea un predicador vacío. Necesitará, por tanto, la lectura y el estudio, pero, sobre todo, la contemplación, porque la Palabra tiene que plantarse primero y fructificar en el corazón del que ha de sembrarla en los demás. No puede comprenderla, actualizarla y comunicarla si no la vive, si no la medita. Cuando el pastor encarna la Palabra, la actualización, la siembra y la siega van muy unidas.

 

PALABRA Y PROFETISMO

 

        Hoy hacen falta profetas, al estilo de Cristo, que nos prediquen y pronuncien claro y fuerte su Palabra salvadora. Porque no se trata de hablar, de predicar, sino de hablar y predicar la Verdad de Cristo y de su Evangelio. Sobran profetas profesionales y palaciegos, que buscan más agradar a los hombres que a Dios, que no hablan en nombre del Cristo que les envía, sino en nombre propio, tratando de agradar a los que les escuchan. Todos tememos la crítica, la incomprensión, la muerte de nuestra fama. Pero hoy necesitamos esta fuerza del Espíritu de Cristo para hablar claro como Él: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie porque no te fijas en las apariencias” (Mt 22, 16).

        Para ser profeta cristiano hay que mirar a Cristo y estar dominado por su mismo Espíritu, Espíritu Santo de Verdad y fortaleza, que nos hace valientes en confesar su Evangelio, porque con su potencia nos hace humildes, libres interior y exteriormente, y con Él no buscamos nada, no tememos nada, sólo la Verdad: predicar a Cristo.

        La Didajé afirma que «el profeta que busca dinero es falso profeta», es decir, no es verdadero profeta de Cristo quien se va buscando a sí mismo más que a la verdad de Cristo, quien busca aplausos, agradar a los hombres, escalar, quien no quiere vivir “el escándalo de la cruz” y por eso calla o disimula el mensaje o le quita las aristas que duelen y acusan. Para ser profeta verdadero, apóstol verdadero, para  vivir el mensaje del Evangelio y predicarlo, hay que estar dispuestos a pisar las mismas huellas de Cristo, a morir abandonado por los propios amigos o perseguido por los que son señalados por el mensaje de Dios. Y la verdad así predicada y vivida es la única que nos puede llevar a la religión verdadera, al Dios verdadero, al Cristo verdadero, que existe y es verdad; no al que cada uno nos inventamos a la medida de nuestras mediocridades y cobardías.

        ¿Por qué no soy un profeta verdadero?  ¿Qué tengo que hacer para ser un profeta convencido? Ser santo, vivir totalmente el mensaje, porque la Palabra no se comprende totalmente hasta que no se vive, hasta que no se come: “El que me come vivirá por mí” (Jn 6, 57). Sin esta identificación, sin esta comunión de sentimientos con Cristo, la Palabra llega muy empobrecida al predicador que tiene que transmitirla, y, consiguientemente, al oyente, que tiene que escucharla. Este libro de la Palabra hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: “Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y Él me hizo comer el rollo y me dijo: «Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy.» Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel” (Ez 3,1-3).

        La vivencia mística conoce por experiencia, por amor, viviéndola en su corazón lo que otros conocen sólo por inteligencia, con un conocimiento frío, teórico, sin vida; el que quiera conocer la Palabra para predicarla, el predicador, el profeta verdadero tiene que arrodillarse primero, ha de leer y     “comerse el rollo” de la Palabra, y cuando comida la Palabra, la asimile y la sienta en su corazón, le alimente y le queme sus entrañas,  como en Pentecostés, entonces puede predicarla. Y los que la escuchen sentirán arder su corazón, como los dos discípulos de Emaús.

 

LA RESPUESTA A LA PALABRA

 

        Cuando decimos sí a la Palabra, pero luego pecamos y nos alejamos por un no práctico y real, no pasa nada, absolutamente nada, si nos levantamos y vivimos en conversión permanente, porque nuestra actitud sigue siendo sí.  Si permanecemos así toda la vida, la Palabra sigue siendo siempre eficaz y necesitamos el mensaje, porque alimenta esta conversión permanente hacia Dios, queriendo amarle sobre todas las cosas.

Y, viviendo en esta actitud, la gracia y la ayuda de Dios nos irán transformando por su fortaleza. Cuando tratamos de vivir la Palabra, aunque pequemos y caigamos, no pasa nada, “porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt 26, 41). Pero si me instalo y no me levanto y permanezco sin esforzarme en vivir la Palabra, entonces me he inutilizado para la escucha, porque digo no a la Palabra con mis actitudes y mi vida, instaladas en la mediocridad, y estoy edificando sobre arena movediza, no sobre roca; aunque parezca piedra, será imitación piedra. Lo dice el Señor: “Todo el que oye mis palabras y no  las pone  en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre arena; vinieron las lluvias, vinieron los vientos y se la llevaron…” (Mt 7, 27).

        LA PALABRA es una persona, es JESUCRISTO, su vida y su obra, sus dichos y hechos salvadores. Y Jesucristo es  un mensaje personal o una persona mensajera que nos trae y nos lleva a la Santísima Trinidad, principio y fin de todo, del tiempo y eternidad, mensaje y final de la Historia de Salvación.  El evangelio es un mensaje, no un sistema de verdades.

        Hoy muchos han reducido la predicación de la Palabra a la exposición «homilética» de un conjunto de verdades encerradas en sí mismas o de un código moral sin relación a Jesucristo o de un sistema de verdades religiosas que nos instruyen igual que los sistemas filosóficos; pero que no nos llevan al encuentro y vivencia de una Persona, la Única que da sentido al hombre, a la existencia y vida humana, al matrimonio y a la familia, la única que puede salvar este mundo y llenarle de sentido de por qué vivo y para qué vivo: Jesucristo. El sistema acepta y explica la realidad, el mensaje la asume y quiere transformarla: es historia de Salvación. El marxismo es un mensaje, el cristianismo es un mensaje, porque los dos hablan y trabajan para transformar la realidad; los dos predican una revolución para conseguirlo: uno, la igualdad mediante el odio y la lucha de clases; el cristianismo, con el evangelio y la vida de Jesús de Nazareth. Ésta es la originalidad del  cristianismo: es un mensaje de salvación que se dice y se hace en una persona, Jesucristo; esta persona se hace presente por la Palabra y sobre todo, por la Eucaristía, que hace presentes todas las palabras, sentimientos, actitudes y hechos salvadores de Cristo, especialmente su pasión, muerte y resurrección, de forma sacramental.

 

CICLO LITÚRGICO

 

        Es ya conocida por todos la distribución de las Lecturas de la Sagrada Escritura en un ciclo de tres años, nominados  ciclo A, B y C, mediante los cuales queremos llegar al conocimiento de lo esencial del mensaje de Cristo. Cada uno de los tres años litúrgicos tiene un ritmo teológico particular, que se manifiesta en los Evangelios de los domingos durante el año. El año litúrgico A sigue el Evangelio según San Mateo; el B expone el Evangelio según San Marcos, y en el ciclo C leemos el Evangelio según San Lucas, quedando San Juan para los tiempos de Navidad, Cuaresma y Pascua. Porque la Sagrada Escritura como «ha de ser leída e interpretada con el mismo espíritu con que fue escrita para llegar a penetrar con exactitud el verdadero sentido de los textos sagrados, hay que tener en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura, sin olvidar la Tradición viviente de toda la Iglesia y la analogía de la fe» (DV 12). De esta forma, «en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de dicha esperanza y venida del Señor» (SC 102). La razón es conocer todo el proyecto de Dios a través de la Historia de la Salvación.

        Dice el Vaticano II: «Quiso Dios en su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad por medio de Cristo… En esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos, para invitarlos y recibirlos en su compañía» (DV 2).

        Dios se reveló primero y nos reveló a su Hijo como Palabra creadora del mundo y de los hombres: “Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe” (Jn 1, 3). Y todo fue por amor: “porque Dios es amor”, no existía nada, sólo Dios, y Dios, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de Vida, de Amor, de Felicidad quiso crear a otros seres para hacerlos partícipes de su mismo gozo Esencial y Personal: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó…” (1Jn 4, 10)  primero, añade la lógica del sentido.

        Destrozado este primer proyecto de Dios, el Consejo Trinitario, en ejercicio de Amor de Espíritu Santo, pensó y realizó por el Hijo el segundo, mucho más maravilloso, que hace  como blasfemar a la Liturgia de la Semana Santa: «Oh felix culpa», oh feliz pecado…¿Cómo llamar feliz y dichoso al pecado? Pues porque el pecado hizo que Dios nos expresara más infinitamente su amor y su ternura por el hombre, por su Hijo Amado: “… porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor  que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4, 8. 10).

        Y Cristo se encarnó y se hizo Palabra reveladora del proyecto de Dios Amor,  con sus hechos y dichos salvadores: “Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1, 14). ¿Por qué murió Cristo? ¿Por qué le condenaron a muerte? Por predicar la Verdad del Padre sobre el hombre y  por predicar y realizar el proyecto salvador de nuestro Dios Trino y Uno: “que somos hijos de Dios y, si hijos, también herederos, coherederos con Cristo”. Murió por predicar y querer establecer el reino de Dios en el mundo;  el reino de Dios es que Dios sea el único Dios de nuestra vida, abajo todos los ídolos: el “yo”, el dinero, el sexo…; todos los hombres, hermanos; y hacer una mesa grande, muy grande, de hermanos, donde todos se sienten, pero especialmente los que nunca son invitados por el mundo: los pobres, los que sufren, los deprimidos, los que nos piden tiempo, humildad, paciencia, afecto, porque lo necesitan y no pueden devolvernos nada a cambio, porque son así de pobres; por eso el mundo no los invita nunca a su mesa, y nosotros tenemos que hacerlo por Dios, porque Dios quiere y solamente Él puede amar así y darnos la fuerza para amar de este modo.

        Por esto murió Cristo, porque los poderosos de entonces y de siempre no aceptaron el proyecto del Padre sobre su reino, que empieza ya en la tierra y nosotros tenemos que predicarlo y vivirlo. Murió Cristo por ser profeta verdadero que habla en nombre del Padre, sin callar ni tergiversar la verdad:     “…desde entonces decretaron darle muerte… los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo podrían matarlo…” (Mc 11, 18).

 

 

USO DE ESTE LIBRO

       

Damos material abundante para que cada uno tome las notas que prefiera y elabore sus homilías. En una homilía van a veces tres o cuatro. Las tenía hechas y predicadas. Ha sido cuestión de pasarlas de escritas a mano a ordenador. Mi intención es esta: te ofrezco estas reflexiones; yo las suelo predicar, pero no todas a la vez, sino una o dos; y además así, como están, este es mi estilo; tú predícalas como más te guste y según tu estilo. El estilo es la persona. Tú escoges las ideas y el estilo o las formas que más adecuadas te parezcan para el auditorio y las circunstancias. Y en cuanto al tiempo, ya sabes que la gente no aguanta mucho. Deja algo para otro año.

        También ofrezco Retiros y Meditaciones para los tiempos fuertes del año litúrgico. Puedes comprobarlo rápidamente por el índice del libro. Y para estos retiros encontrarás más meditaciones en los ciclos A y B que tengo publicados.

        Todas estas predicaciones las tengo en el ordenador. Así que te las puedo copiar y enviar sin costo alguno. Solo me interesa que el Señor sea conocido y amado. Esto es lo que hago yo cada semana; enciendo el ordenador, abro el libro y el domingo pertinente, copio toda la homilía en la pantalla, luego voy quitando o añadiendo, e imprimo lo que me interesa y esí una homilía nueva.

        Con todo afecto. Que seas un auténtico profeta de Cristo.

TIEMPO DE ADVIENTO

 

EL ADVIENTO CRISTIANO

 

La experiencia humana del paso del tiempo nos hace tomar conciencia de la caducidad de la vida, y nos enfrenta con nuestra condición mortal. Sin embargo, para el cristiano es un motivo de confianza, porque nos acerca al cumplimiento definitivo de la obra de la salvación.

        La pregunta sobre cuándo empezaba el Año del Señor era en el medioevo un interrogante importante. Actualmente sabemos que no importa empezar el Año cristiano en un tiempo litúrgico o en otro. Su comienzo bien podría ser en Pascua, mientras que el Adviento podría estar al final del año. De una u otra manera, el tiempo de Adviento pretende que tomemos conciencia del paso del tiempo para alentar la esperanza de los fieles en la venida del Señor.

        Adviento es celebrar la venida del Hijo de Dios  en la carne, por la potencia del Espíritu Santo, en el seno de la Virgen María, «pues si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles…La gracia que Eva nos arrebató, nos ha sido devuelta en María» (Cf. Pref. IV de Adv.).

        También es celebrar la futura venida de Cristo, al final de los tiempos, para revelar la plenitud de su obra que fue realizada «al venir por primera vez en la humildad de nuestra carne» (Cf. Pref. I de Adv.). Esta venida es una llamada a la conversión, en la espera vigilante del último día, terrible y glorioso, en el que el Señor, mostrándose lleno de alegría, aparecerá sobre las nubes del cielo, revestido de poder y de gloria. Entonces la figura de este mundo pasará y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva (Cf. Pref. III de Adv.). Así la Epifanía (manifestación del Señor en nuestra carne), culmina en la Parusía (manifestación gloriosa del Señor).

        Entre ambas manifestaciones se sitúa la Iglesia, que celebra al Mesías prometido que vino, y espera al Señor que vendrá. El tiempo de Adviento, en su estructura y textos litúrgicos actuales, prepara para ambas manifestaciones. Pero además recoge también la presencia de Cristo operando su salvación en su Iglesia y en el mundo: porque el Señor también viene constantemente a su Iglesia, como presencia perpetua, en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos con fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino (Cf Pref. III de Adv.). Y «así encontrarnos, cuando llegue, velando en la oración y cantando su alabanza» (Cf Pref. II de Adv.), para que «podamos recibir los bienes prometidos que ahora en vigilante espera confiamos alcanzar (Cf Pref. I de Adv.).
        En el memorial del «hoy» de la celebración del Adviento se unen, eficazmente, estas tres venidas de Cristo. El Adviento nos prepara a recibir a Cristo en la Navidad y al final de los tiempos, acogiendo su presencia real tanto en nuestra vida y como sacramentalmente en la celebración.

        Esto es lo que hace que este tiempo se convierta en una expectante alegría con la Virgen María, que esperó al Salvador con amor de madre; o como anuncio mesiánico del cumplimiento de salvación en los grandes profetas; o como la espera de Juan Bautista, que proclamó próximo al Mesías y supo reconocerlo presente en medio de los hombres (Cf. Pref. II de Adv.).

        Para preparar estas venidas necesitamos tener y cultivar:

 

-- Actitud de fe.

 

        Por la fe no solamente admitimos un número determinado de verdades, sino que llegamos al conocimiento de la presencia misteriosa del Señor en los sacramentos, en su Palabra, en la asamblea cristiana y en los creyentes. Sensibilizar nuestra fe es llegar a descubrir a Cristo presente entre nosotros. La vigilancia no debe entenderse solamente como defensa del mal que nos acecha, sino espera confiada y gozosa del Dios que viene a salvarnos, que ya está presente entre nosotros por estas “encarnaciones” de la Palabra, los sacramentos, la comunidad... La vigilancia es una actitud de fe que nos hace descubrir estas presencias, el paso continuo y permanente del Señor sobre nuestras vidas. El Adviento es tiempo de vigilar y descubrir este paso, de acentuar esta espera, de estar mirando al Señor que viene, que está viniendo a través de los signos de los tiempos. De esta forma la fe nos lleva a vivir el Adviento en una actitud de esperanza.

 

-- Actitud de esperanza.

 

        Esperar no es cruzarse de brazos y quedarse parado hasta que venga el Esperado. Es preparar el camino y prepararnos para salir a su encuentro, porque creemos que vendrá y porque creemos que Él nos salvará. Creemos primero, y porque creemos esperamos, trabajamos, preparamos la casa, salimos al encuentro. La esperanza es una virtud dinámica. Diríamos que es el cenit, la cima de la fe y del amor, porque si creemos y amamos no podemos quedarnos parados. Cómo decir que creo en Cristo y le amo y que viene y luego no le deseo, no salgo a su encuentro, no me preparo para recibirlo. Por eso, la fe del Adviento nos lleva a ponernos en actitud de espera, a cultivar la esperanza. Y esperar es desear al Amado, es amar deseándolo.

 

-- Actitud de amor.

 

        Lógicamente el amor está en el origen y en el final de la fe y espera. Porque le amo, me fío y espero al Señor. Orar y meditar las Lecturas de este tiempo de Adviento, mirar al Dios que viene a mi encuentro, al Dios infinito que no necesita nada del hombre y que sólo viene para llenarme de su plenitud, para dar el sentido verdadero a la vida del hombre, para explicarme por qué  vivo y para qué vivo… provoca en mí naturalmente amor hacia esa persona. Saber y meditar con San Juan que  “tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo Unigénito para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan la vida eterna”, me lleva naturalmente a amarlo y esperarle. Pero como soy pecador, para preparar la habitación del nacimiento, para preparar mi corazón, necesito la conversión permanente.

 

 -- Actitud de conversión.

 

        Por eso, para recibir a un Dios que se humilla y se abaja hasta este extremo: ¡Cumbres abajo! «Montes  et omnes colles humiliabuntur; et erunt prava in directa et aspera in vias planas; veni, domine, et  noli tardare»: «Todos los montes y colinas serán allanados: Y lo torcido se enderezará y lo escabroso debe allanarse: Ven ya, Señor, y no tardes».

        Para recibir a este Dios que se hace Niño y se hace pequeño y se humilla para llegar hasta nosotros… cumbres del orgullo y soberbia humana: ¡abajo! ¡Humillaos, rebajaos ante Dios y los hermanos! no pongáis barreras de orgullo y soberbia que impidan el paso del que se humilla para venir a nosotros: “Siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, antes bien se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo...”

Por eso, al empezar los tiempos fuertes de la liturgia de la Iglesia, necesitamos retirarnos al desierto del silencio, de la oración, de la conversión y de la penitencia para prepararnos para el encuentro fuerte con el Señor.

 

Necesitamos un tiempo de retiro espiritual.

 

************************************

 

RETIRO DE ADVIENTO

 

(Otras meditaciones para el retiro de Adviento, en mis libros ARDÍA NUESTRO CORAZÓN ciclos A y B, Edibesa, Madrid)

 

        El retiro o desierto espiritual del Adviento es un tiempo más intenso de oración, que lo podemos hacer en el templo, en lugares o casas destinadas a la  oración o en la misma soledad de la naturaleza, solos o acompañados. Para preparar esta venida del Señor, como hemos dicho, necesitamos retirarnos a la oración, hacer un poco de desierto en nuestra vida.

        El Adviento es el recuerdo de aquel duro y largo adviento de siglos, desde Adán hasta la Encarnación del Hijo de Dios, que estuvo invadido por el deseo y anhelo del Salvador prometido. Todo el Antiguo Testamento es espera ansiada del Mesías. Y esto es lo que la Liturgia de estos días quiere suscitar en nosotros. Ésta es la primera actitud  que debemos potenciar y alimentar en nosotros, por la lectura de los Profetas que mantuvieron durante siglos esta espera en el pueblo de Dios.

        El mundo actual, en su mayoría, no espera a Cristo, porque pone su esperanza en las cosas, en el consumismo; por eso no siente necesidad de Cristo, no siente necesidad de salir a su encuentro, no espera su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. El mundo actual tiene muchas esperas: espera ganar más dinero, conquistar la técnica, los medios de producción, vivir más años, tener más y más cosas que le llenen y le hagan ser más feliz… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos, nos llenamos de más y más cosas, y paradójicamente ahora que creemos tenerlo todo, estamos más vacíos, porque nos falta todo, el todo que es Dios; son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias y saciar de contenido tanto vacío existencial actual y salvar a este mundo: Jesucristo.

        La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos las multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de champán y turrones? Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, en nuestra juventud para que la oriente, en nuestra familia, en el mundo, para que lo haga fraterno y habitable? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para prepararnos mejor así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

 

***************************************

 

(VSTEV)   RETIRO ESPIRITUAL DE ADVIENTO

(Cristo de las Batallas, 12 diciembre 2009)

 

        1. REZO DE VÍSPERAS

        Somos Iglesia de Cristo, del Arciprestazgo de Plasencia, reunidos en el nombre del Señor, para hacer este retiro espiritual de Adviento. Nos hemos retirado en oración para preparar la Navidad, el nacimiento del Hijo de Dios entre los hombres, entre nosotros.  Empecemos este retiro rezando la oración oficial de la Iglesia, la que hacemos todos juntos como Iglesia sacerdotal y cuerpo de Cristo, oración litúrgica y comunitaria.

 

Del Verbo divino, la Virgen preñada- viene decamino ¿le daréis posada? Sí, ciertamente y por eso nos hemos reunido en oración, en retiro y desierto espiritual para hacer este retiro de Adviento. Pedimos a la Virgen que nos ayude a vivir este adviento como Ella lo vivió, fue la que mejor se ha preparado para la Navidad.

Se lo pedimos cantando: SANTA MARÍA DE LA ESPERANZA, MANTÉN EL RITMO DE NUESTRA ESPERA

 

MEDITACIÓN PRIMERA

 

QUERIDAS HERMANAS Y HERMANOS: En esta primera meditación quiero hacer y responder brevemente a tres preguntas:

 

1ª ¿Cuál es el origen de la Navidad cristiana?

El amor de Dios.

 

A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada,  solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe en su mismo Serse infinito, fuera del antes y después, fuera del tiempo. Hubo un tiempo infinito, que no es tiempo sino eternidad, en que no existía nada, sólo Dios en sí mismo, en su eternidad de ser y felicidad infinitas.

Y este Dios, que por su mismo ser infinito es inteligencia, fuerza, poder.... cuando S. Juan quiere definirlo en una sola palabra, nos dice: “Dios es amor”, su esencia es amar,  y si dejara de amar, dejaría de existir. Podía decir San Juan también que Dios es fuerza infinita, inteligencia infinita, porque lo es, pero él prefiere definirlo así para nosotros: Dios es Amor.

Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo...piensa en otros seres posibles para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad, piensa en el hombre, en ti, en mí. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es  y subsiste, piensa desde toda la eternidad en  crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él  y por Él y como Él.

San Juan, en su primera carta, lo expresa así, completando el texto anteriormente citado: “Dios es amor...  en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Dios nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

Por eso, en esto del ser y del amor y de existir, la iniciativa siempre es de Dios. El hombre, cualquier criatura, cuando mira hacia  Dios, se encuentra con una mirada que le ha estado mirando con amor desde siempre, desde toda la eternidad. Esto es lo que descubren los místicos, las almas de oración profunda cuando llegan hasta Dios por la oración. Todo amor y toda existencia en el hombre, es reflejo del amor de Dios. No existía nada, solo Dios. Todo ser y amor tiene su origen en Dios.

Y todo esto lo empezó Dios a realizar en nuestros primeros padres: Adán y Eva, y los creó en un paraíso, donde Él bajaba todas las tardes a hablar con ellos hasta que llegara el tiempo de la eternidad. Y así sería en todos los hombres nacidos de este primer proyecto de amor de Dios. Dios nos amó primero en sí mismo, en el seno trinitario; Él nos soñó desde toda la eternidad para vivir en su misma esencia y felicidad infinita y nos creó en el sí de amor de nuestros padres y ya no dejaremos de existir porque somos eternos. Pero ya sabemos la historia. El demonio disfrazado de serpiente engañó al hombre y destrozó este primer proyecto de amor. Y esto no es imaginación mía, lo dice la primera página de la Biblia y lo confirma también san Pablo en un himno maravilloso de la carta a los Efesios: Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, porque Cristo es el Verbo, la inteligencia, la idea de Dios y en ella el Padre no ve y ama con amor de hijos en el Hijo por su Amor Infinito que el Espíritu Santo.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 3-6. 11-12

 

“Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de creación el mundo, para que fuésemos santos
e irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya, a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.
Por su medio hemos heredado también nosotros.
A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad.
Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria”.

 

Queridos hermanos: Todo esto es verdad, es la Verdad de Dios que es su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Palabra, canción de amor en la que el Padre no ha dicho y cantado todo lo que nos ama con amor eterno de Espíritu Santo. Y apoyado en esa Palabra, que es Cristo, que nos ha revelado todo este misterio de amor con su nacimiento, con su venida a la tierra, podemos saber, creer, y, sobre todo, gozar, experimentar lo que os voy a decir de una forma más vulgar y sencilla.

 

MEDITEMOS:

 

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA. Dios me amó primero, como nos dice san Juan. Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en  una eternidad dichosa,  que ya no acabará nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora.“En el principio ya existía la Palabra... (La Palabra es el Hijo)nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3). Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mí. El salmo 138, 13-16, lo expresa maravillosamente: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son  admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero. ¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto!”.

 

SI EXISTO, SI TU EXISTES, ES QUE DIOS  ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mi y me ha preferido...Yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Que bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que El fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3).

        Es un privilegio el existir. Expresa que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser hombre, mujer. !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado». (G. Marcel).

 

SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite, Dios es infinito en su ser y amor y felicidad. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida, porque  nos ama y esto le hace feliz.

Con qué respeto, con qué cariño  tenemos que mirarnos unos a otros... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean, vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios. Y a la luz de esto tú mira ahora el aborto, y otras leyes actuales. Son contrarias totalmente al proyecto y concepto de Dios sobre el hombre, sobre la vida, sobre el hermano.

 

SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ, a ser amado y amar por el Dios Trino y Uno; este es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que desean morirse para estar con Dios, pero porque lo viven y lo experimentan realmente, se le impone esta vivencia de la vida y existencia de Dios: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros”

 

2ª Pregunta que quiero hacer con vosotros: ¿Por qué existe la Navidad cristiana, la venida salvadora del Hijo de Dios a este mundo, entre nosotros, los hombres?

Cito nuevamente el texto de san Juan: “Dios es amor...  en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Dios nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

La respuesta a la primera pregunta está “en que Dios nos amó primero”.  La respuesta a la segunda pregunta: ¿Por qué existe la Navidad?  Está: “y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.  El primer proyecto de eternidad feliz con Dios eternamente se destrozó con el pecado de nuestros primeros padres; entonces Dios quiso recrearlo o hacer una segunda creación enviándonos a su propio Hijo, que nació en Belén de la Virgen María. En la misma caída por el pecado Dios nos promete la segunda recreación. Todo el A.T. es una renovación de esta promesa por medio de los profetas, por eso los leemos tanto en este tiempo de adviento hasta que llega el Enviado, el Nuevo Testamento, que es Cristo:

Establezco hostilidades entre tu estirpe y la de la mujer

 

Lectura del libro del Génesis 3, 9-15. 20

Después que Adán comió del árbol, el Señor llamó al hombre:
- «¿Dónde estás?»
Él contestó:
- «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.»
El Señor le replicó:
- «¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer?»
Adán respondió:
- «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto, y comí.»
El Señor dijo a la mujer:
- «¿Qué es lo que has hecho?» Ella respondió:
- «La serpiente me engañó, y comí.»
El Señor Dios dijo a la serpiente:
- «Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo: te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón. »


        Esta historia que provocó la Navidad cristiana, porque fue la reacción de un Dios Amor que no dejó al hombre caído, es la historia actual de España que tiene que obligarnos a nosotros a provocar el amor Dios para que colaboremos con Él en que las serpientes de los políticos no destruyan la fe cristiana, el cristianismo, el sentido cristiano del hombre y la mujer, del matrimonio, de los hijos... los políticos actuales, algunos, los que mandan ahora, quitan los crucifijos, la enseñanza religiosa, el concepto que Dios tiene del hombre, de los hijos, del matrimonio y ponen e imponen leyes que van contra Dios, el evangelio: separaciones, divorcios, abortos, eutanasias, y al quedarnos sin Dios, nos estamos quedando sin amor y al quedarnos sin amor estamos todos más tristes: las familias más tristes, los hijos más tristes, los vecinos que se quieren y se ayudan ya no existen, no nos queremos, domina el maligno en nosotros sobre el amor de Dios.

        - «Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo: te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón. » España ahora se está arrastrando por el fango de la corrupción moral, por el fango de pecados horribles en el vientre materno, y estamos comiendo mierda y suciedad repugnantes de abortos, separaciones, pecados de la carne, se ha matado la conciencia, la moral, no digamos la moral cristiana, el evangelio de Cristo, por personas incluso que dicen amar a Cristo, qué hipocresía manifiesta, qué incoherencia... tenemos que reaccionar, ayudar a nuestros pastores, a Cristo para que la vida, el amor matrimonial para siempre entre hombre y mujer, no entre mujeres y hombres sea respetado... Si es que creemos y amamos a Cristo.

 

        Esta Navidad debe ser una toma de conciencia, como Adán y Eva, de que nos estamos quedando desnudos, fríos, sin belleza de amor y amistad, sin trascendencia y eternidad; la Navidad nos hace pensar en el primer pecado provocado porque el hombre no quiso cumplir los mandamientos de Dios y quiso él personalmente comer del árbol del bien y del mal, decir lo que está bien y mal; la navidad nos recuerda cómo fue provocada por el amor de Dios ante el pecado del hombre de entonces y de todos los tiempos y nos dice que Dios sigue amando y perdonando al hombre; nos tiene que hacer volver y vivir con más fuerza los mandamientos del amor a Dios y a los hermanos, de no dejarnos seducir por las serpientes actuales, los enemigos de Dios y del hombre actuales disfrazados de políticos y artistas y cantamañanas televisivos que no quieren aceptar a Dios ni a Jesucristo ni el evangelio,  que condena sus vidas y pecados, y los políticos nos incitan a creernos igual a Dios, seréis como dioses, si no le obedecéis, y nos dejan  desnudos de Dios, de amor, felicidad, nos sentimos solos en medio de la multitud de los hombres, escondidos en el mundo sintiendo vergüenza de confesarnos y manifestarnos como católicos ante el mundo. Esta España nuestra está perdiendo la conciencia, la moral, el evangelio, la ley natural impuesta por Dios en las criaturas, no digamos la moral cristiana,  y con ella el amor de Cristo, el evangelio, el amor a los hermanos, como Él lo mandó

 

3ª Pregunta: ¿Qué nos dice o enseña a todos nosotros, los creyentes, la Navidad, cómo debemos nosotros celebrar la Navidad Cristiana?

" Díjoles el ángel: os anuncio una gran alegría que es para todo el mundo: os ha nacido un salvador, que es Cristo el Señor.

 SI DIOS NACE ENTRE NOSOTROS, YA ES   NAVIDAD. SI DIOS NACE Y ES NAVIDAD, DIOS NO SE OLVIDA DEL HOMBRE. SI DIOS NACE Y ES NAVIDAD, DIOS SIGUE AMANDO AL HOMBRE. SI DIOS NACE Y EXISTE LA NAVIDAD, LA VIDA TIENE SENTIDO Y EL HOBRE TIENE SALVACION. SI DIOS NACE Y ES NAVIDAD, TODO HOMBRE ES MI HERMANO. SI DIOS NACE, EL HOMBRE SE HACE ETERNO.

  "Tanto amó Dios al mundo, que le entrego su propio Hijo, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.”

Si es Navidad este año Y HABRÁ NAVIDAD, quiere decir que Dios sigue amando al Hombre; si Dios nace, quiere decir que Dios no se olvida del hombre; si  Dios nace, el mundo tiene salvación, no debemos desesperar; si Dios nace, todo hombre es mi hermano y el hombre vale mucho, vale infinito, vale una eternidad. Somos más que este espacio y este tiempo, para eso ha nacido Jesucristo, PARA DECIRNOS ESTO Y REALIZAR ESTE PROYECTO PROMETIDO POR EL PADRE. Si Cristo nace, sí hay Navidad, Dios me ama, Dios me ama, Dios me ama: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn  3,17).

Hermanos y hermanas, creamos, creamos en la Navidad, creamos en Cristo, preparemos la auténtica navidad cristiana, que es Cristo, oración, vida de amor y fraternidad familiar, vecinos, enfermos, recemos, confesemos nuestros pecados y comulguemos con la vida y el amor de Cristo.

 

La navidad nos enseña que Dios no se olvida del hombre, que Dios ama al hombre, que Dios perdona al hombre. La navidad nos hace

1.- Constatar la grandeza de existir y ser hombre,  y convencerme de que existo por y para amar y ser feliz en Dios, para valorarme y autoestimarme. Valorar también a los demás, sean como sean, porque son un proyecto eterno de amor de Dios. Amar a todos los hombres, interesarme por su salvación, especialmente mis hijos, porque la vida en Dios es más que esta vida, es la eternida. Si es Navidad Dios sigue amando al hombre y salvándolo. Tengo que vivir y hablar a los míos, a mi gente, a todos, lo que es la Navidad cristiana, fiesta del amor y del perdón y de la salvación de Dios.

        2.- Sentirme amado por Dios en la Navidad, por ese niño Dios que nace que viene a mi encuentro para abrirme las puertas del cielo, de la felicidad en Dios. Aquí radica la felicidad del hombre. Todo  hombre es feliz cuando se siente amado, y  es así porque esta es la esencia y manera de ser de Dios y  nosotros estamos creados por Él a su imagen y semejanza.  No podemos vivir, ser felices, sin sentirnos amados. Dios nos ama. Amemos y sintámonos amados: Esposos, hijos, familiares, vecinos, necesitados, enfermos, centros de ancianos, personas olvidadas... En la navidad y por la navidad sintámonos amados por Dios y desde este amor, amemos a todos.

 

 

CANTO: De rodillas, Señor, ante el Sagrario, que guarda cuanto queda de amor y de unidad...

 

EXPOSICIÓN DEL SEÑOR

 

ORACIÓN DEL AÑO SANTO SACERDOTAL Y BERZOCANIEGO

 

***********************

 

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

LA NAVIDAD

 

        En esta meditación responderé a una cuarta pregunta: ¿cómo preparar la Navidad, cómo vivir el adviento cristiano, por dónde vendrá Cristo en esta Navidad? Pues como en la primera navidad: vendrá por la Virgen, pero por María en oración como la sorprendió el arcángel Gabriel cuando la dio la noticia de parte de Dios y con su fiat, dicho desde el diálogo con la palabra de Dios que le trajo Gabriel, empezó la Navidad en su vientre por la potencia de Amor de Dios, que es el Espíritu Santo y orando continuó ya siempre con el Hijo de Dios, el Verbo de Dios que nacía en sus entrañas.

        HERMANOS Y HERMANAS, TRATEMOS DE VIVIR EL ADVIENTO EN ORACIÓN CON MARÍA Y COMO MARÍA, QUE ES EL ÚNICO CAMINO VERDADERO Y EFICAZ. Y ORAR ES AMAR Y CONVERTIRSE  A CRISTO, ES CREER Y VIVIR PARA CRISTO COMO MARÍA LE AMÓ Y ESPERÓ Y VIVIÓ.

        Porque como repito muchas veces en estos días: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón por un más grande amor, todo habrá sido inútil, no será Navidad en nosotros; hay que orar la navidad, hay que meditar la navidad en este tiempo de espera, de adviento: el Adviento será tiempo inútil, no aprovechado, no vivido, no ha existido en nosotros, si no ha habido espera amorosa en ratos de oración, de meditación, de lectura espiritual, , si no aumenta su presencia en nosotros por el deseo del Señor y trato de amistad de oración eucarística, ante el Sagrario, misa y comunión eucarística de amor, por un adviento vivido con deseos de mayor unión con Cristo, de experiencia de amor por la oración afectiva; si no hay oración personal, no basta la oficial, no habremos vivido el adviento cristiano.

 

CRISTO VENDRÁ A NOSOTROS EN ESTA NAVIDAD POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO EN MARÍA

 

        La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por obra y potencia de amor del Espíritu Santo. Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplándole en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas y parajes de Palestina sin mirarlos, porque Ella ya solo miraba y contemplaba el paisaje y la hermosura de ese niño que nacía en sus entrañas. Y encontrando a Isabel, continuó en oración dialogada con su prima, en diálogo de fe y esperanza, que  remató con la oración de alabanza del Magnificat “proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra...”, Magnificat que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría y gozo filial, de amor de Espíritu Santo a su Madre para que lo pronunciara fuerte y convencida, confirmándole que era verdad todo lo que decía y proclamaba, ya que no estaba bien que hiciera milagros antes de salir de su vientre; así que una parte del Magnificat se la debemos a Él y otra a María, de la misma forma que el pan eucarístico, que es también cuerpo y sangre de María, se lo debemos a María; por eso, el pan eucarístico, el cuerpo eucarístico de Cristo tiene perfume, olor y sabor de María, de carne y sangre de María, de la madre, como vuestros hijos tienen vuestra sangre y carne y ojos y ...

        Queridos hermanas y hermanos, a vosotros, almas creyentes y cultivadas, no os basta cantar villancicos y hacer Belenes en casa o en la parroquia; tenéis que orar, mirar a Cristo orando, pasar ratos de silencio meditativo ante Él como María. Para vosotros, ya iniciadas en la fe, sin oración meditativa, afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, no hay encuentro de amor con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren champán y haya reunión y cena familiar. Cristo siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración, como María y todos los santos que han existido y existirán, como vosotros. No basta ser cristianos, hay que orar, hacer oración personal. Estos días de Adviento y los de Navidad son para orar mucho, para pasar en silencio del mundo y de las cosas muchos ratos con Cristo Eucaristía.

        Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremo, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sin decir palabra, sigue diciéndonos a todos nosotros con su sola presencia: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.  Pero esto sólo se puede escuchar y sentir y vivir y gozar por la oración, por ratos de contemplación afectiva ante el Cristo de nuestros sagrarios, a veces un trasto más de la Iglesia sin ser amado y creído y adorado.

 

1.-  NECESIDAD DE ORAR PARA COMPRENDER LA NAVIDAD.

 

        ¡Dios mío, Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre -- ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?—has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

        Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. El creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más para amar más, porque esta enfermedad de amores y ansias infinitas de Dios ya no se cura sino con ratos de oración y de amor en su presencia; es imposible de contener y controlar esta corriente impetuosa y viva de amor; el alma creyente,  llagada de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, razones, motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor. (Decir una jaculatoria eucarística mía)

        ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad! Tú nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Que es verdad la eternidad, que Cristo está aquí en el pan, el mismo Hijo de Dios, creador de todas las cosas, qué gozo, que suerte ser católico, creer, amar a Cristo. Mirad la Navidad:  Es Dios amando apasionadamente a los hombres, que viene en nuestra búsqueda para abrirnos las puertas de la amistad y eternidad con Dios. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

        Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estas cosas, estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

        La Encarnación, la Navidad es Cristo hecho hombre; la Eucaristía es Cristo hecho un poco de pan por el mismo amor de la Navidad; el mismo Cristo, la misma carne, el mismo amor que le llevó a encarnarse y dar su vida por mí. Yo sé, Señor, que eso no se comprende, no se puede comprender, hasta que no se vive. Por eso te pido amor. Solo amor. El amor conoce los objetos por contacto, por hacerse llama de fuego y amor con la persona amada, por unión y <noticia amorosa>, <contemplación de amor>. Por eso necesito oración para pedirte amor, hablarte de amor y con amor y comprenderte <en llama de amor viva, que hiere de mi alma, en el más profundo centro... pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro>.

        La oración es la experiencia de la fe. Sin oración, sin ratos de silencio, de oración junto al Sagrario, contemplando a Dios, hecho hombre por amor extremo, no se puede comprender nada o muy poco de la Navidad. Para comprender estas cosas del amor infinito de mi Dios Trino y Uno: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito,” necesito entrar dentro de la intimidad de mi Dios Tri-Unidad, que es Amor, y sorprenderlos en Consejo trinitario, cuando decidieron amarme de estar manera, amar a los hombres por el Hijo hasta el extremo de hacerse uno totalmente igual a los que amaba y buscaba.

        Necesito ver el rostro del Padre entristecido por el pecado de Adán y por la amistad perdida con el hombre, con el que quería pasear en el paraíso todas las tardes de la vida y que ya no podría entrar dentro de sí mismo, en su misma felicidad esencial y trinitaria, para la que fue creado, por el pecado de Adán, que nos llevó fuera del paraíso de su amor y compañía. Aquella vez no fuimos dignos y fuimos echados del paraíso de su amistad. Por la oración eucarística puedo oír al Hijo que viendo al Padre entristecido en el seno trinitario por el pecado que impedía a sus hombres creados para la felicidad eterna... le dijo: Padre, no quieres ofrendas y sacrificios...

        Sin amor, sin noticia amorosa de Dios, sin oración, al menos afectiva, mejor, oración contemplativa, no se puede comprender el misterio, los misterios que vamos a celebrar estos días. En ratos de soledad y oración y contemplación ante el Sagrario quiero alabar, bendecir y glorificar al Hijo de Dios por haberme amado hasta este extremo y por haber aceptado todas las consecuencias de su Encarnación. Quiero corresponderle con mi amor, quiero amarle tanto que no se arrepienta de lo que hizo; quiero agradecerle a mi Dios este modo de existir con presencia de Amigo entre los hombres en la humanidad de Jesús de Nazaret. Quiero proclamar con memoria agradecida algo que excede toda consideración racional: que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es Dios de una manera humana y, al mismo tiempo, es hombre de una manera divina.

 

2.- CRISTO VENDRÁ POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN CONVERSIÓN, COMO EN  MARÍA

 

        “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”. Así respondió María al ángel, a la maternidad que le anunciaban, porque sus pensamientos y su planes no eran esos. Pero se convirtió totalmente a la voluntad y a los deseos de Dios, como nosotros tenemos que hacer en nuestras vidas, cuando sus planes no coincidan con los nuestros. Hemos de responder como María: “Aquí está el esclavo/a del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

         “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

        Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de demostrarlas o comprobarlas con la razón; y porque nos fiamos más de nuestros propios criterios que de lo que Dios nos habla. Y Dios supera todas nuestras capacidades de comprender y de amar.

        Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano,  y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas; es el rechazo de la conversión que Dios exige para podamos captar y vivir y comprender sus planes de amor total y gratuito. Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión de nuestra soberbia, egoísmos, criterios, actitudes de comodidad e individualista, nos obliga a la caridad fraterna, a la humildad como Cristo que dijo aprended de mí, no a realizar milagros ni grandes cosas, sino aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. Y siendo Dios, se hizo hombre, se hizo pequeño por amor al hombre. El amor le convirtió en hombre y a los hombres nos convierte en hijos  de Dios.

 

        NECESIDAD DE LA CONVERSIÓN. La liturgia de estos días nos invita a allanar y enderezar los caminos del encuentro. En este tiempo debemos convertirnos más a Dios: Convertir es dejar de mirar en una dirección para hacerlo en otra. Dios debe ser lo primero y absoluto de nuestra vida, todo lo demás, relativo:

 

Tenemos que convertirnos a Dios y no convertir el mundo y sus criaturas en dioses, ídolos que adoramos y servimos. Tenemos que convertirnos de tanta idolatría.

El ateísmo ha matado a Dios en el corazón de muchos hombres y familias; sin Dios, no hay amor, amor duradero y para siempre entre esposos,  no hay ayuda para los ancianos y mayores, que no nos pueden dar nada, no hay respeto a todo hombre por ser hijo de Dios. El mundo necesita convertirse, volver a Dios, mirar a Dios como lo único necesario, lo absoluto y primero de la vida y de la existencia del hombre sobre la tierra.

        Frente a los laboratorios de la inmoralidad, de la increencia, del laicismo militante que son la televisión y ciertos medios de comunicación social actualmente, no desesperemos y esperemos siempre en el Señor, porque vendrán nuevamente tiempos mejores, porque Dios no deja de enviar a su Ungido, porque nunca dejará de existir la Navidad Cristiana.

        Y si hay Navidad es que Dios sigue amando y perdonando al hombre, sigue buscando al hombre por amor gratuito. Dios no necesita del hombre; es el hombre el que necesita de Dios. Por eso él viene en nuestra búsqueda, por eso, la Navidad. Celebremos la Navidad. Se acerca nuestra liberación. Proclamemos esta buena nueva, la mejor noticia para este mundo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad”.

 

        Y dijo Dios: Habrá salvación y eternidad para los hombres, enviaré a mi Hijo para una segunda creación y habrá Navidad, unión entre Dios y los hombres; vamos a ver si ahora se resiste el corazón de los hombres, vamos a ver si ahora puede haber alguno que dude de mi amor. Dijo nuestro Dios infinito, en consejo trinitario: vamos a manifestar nuestra predilección y amor por el hombre de una manera tan clara e irresistible, que el hombre no tendrá más remedio que rendirse ante nuestro amor, porque los hará a todos los hombres hijos de vida y felicidad  eterna en el Hijo; diré palabras tan tiernas y estremecedoras, les daré pruebas de mi amor tan manifiesto y extremo, con signos tan palpables de mi entrega y deseos de amistad, les haré gestos tan evidentes de mi amor loco y gratuito por el hombre, que los hombres no tendrán más remedio que creer en nuestro amor, amarnos y entrar en la amistad trinitaria, el máximo gozo del que pueden participar.

        Vamos a ver:

        -- Tú, querido hombre, eres tremendamente celoso de tu dignidad humana, de tu puesto social, de tus conquistas, de tus cargo y honores; pues bien, yo, aunque soy Dios, y no necesito nada del hombre, me haré hombre para salvar a la humanida de todas su limitaciones y hacerla heredera de Dios; superaré la distancia entre criatura y Dios.

        -- Tú te pasas toda la vida buscando grandezas, honores, títulos, puestos elevados… pues bien, yo me rebajo, los pierdo todos por tí, y de Dios me hago criatura para conquistarte y hacerte divino, hijo verdadero de Dios.

        -- Tú, querido hombre, buscas la felicidad a toda costa; quieres ser feliz. Pues bien, yo que soy la felicidad infinita, la dejo en el cielo y acepto tu humanidad débil y vengo a la tierra a ofrecerte la felicidad y la amistad esencial de mi Padre en el mismo Espíritu Santo, se la ofrezco a todos los hombres de buena voluntad; y para eso estoy dispuesto a sufrir lo inaudito y sé lo que me espera y lo hago gozoso únicamente para que tú seas feliz. Yo sufriré lo indecible para que tú sea feliz.

        -- Tú no quieres morir, tú buscas ser feliz, vivir siempre, ser eterno como Dios; pues bien, yo me hago tiempo para comunicarte mi eternidad; yo vengo a morir por el hombre para que tú vivas siempre y seas eterno.

        Y vamos a ver ahora si, al hacerme hombre y niño indefenso, ese corazón del hombre es capaz de vibrar, de amarme, de agradecerme todo el bien que le traigo; vamos  a ver si es capaz de resistirse a mi amor, vamos a ver si tiene corazón para mí…Y como el enamorado que no repara en su entrega, cuando verdaderamente siente la pasión de amor por su amada, el Hijo de Dios infinito se lanza a esta conquista y viene a la tierra. Yo iré y le hablaré al hombre en su corazón, ese corazón que ha sido tan duro para mí y empezará a sentir mi amor; cambiaré ese corazón tan sensible para los afectos puramente terrenos y los placeres mundanos y le hablaré con palabras tan dulces y gestos tan llenos de amor que no podrá resistirse.

        Queridos hermanos: Y ¿cuál es nuestra respuesta? ¿Cuál ha sido la respuesta del hombre? ¿Cuál es nuestra respuesta a tanto amor de Dios? Que responda cada uno por sí mismo… Cómo vamos a hablar de respuestas cuando muchos de los cristianos ni vienen a misa estos días para agradecérselo, ni confiesan ni comulgan estos días para amar y abrazar a Jesús, todo amor y ternura por nosotros, ni tienen una oración ni un gesto ni una mirada de amor… No hay ni respeto al misterio, que en muchos escaparates han profanado con cerditos puestos en la cuna en lugar de un niño. Y otros muchos tienen una navidad pagana, llena de champán y turrones, pero ausente de amor y admiración y adoración por el Niño que nos nace; una navidad sin Dios.

        Queridos hermanos, que al menos nosotros no le fallemos a Cristo, que comprendamos su amor, que nos acerquemos a recibirlo bien dispuestos en cuerpo y alma, que no te quedes en los turrones y villancicos, sino que pases a una oración y comunión fervorosas, que vayas a la busca del Dios que viene a buscarte. Te busca a ti, a ti en concreto, a cada uno en particular, no en serie. Éste es el sentido de la Navidad para cada uno de nosotros; éste debe ser nuestro anhelo y la celebración de este misterio: el encuentro personal con Jesucristo, Hijo de Dios Encarnado. Nuestra respuesta será: Dios me busca y yo quiero encontrarme con Él; porque en la Navidad Cristo busca el encuentro personal y afectivo con cada uno de nosotros. Navidad es caer de rodillas ante el Niño y decir: creo, creo y amo y espero.

        Creo que este Niño es la revelación del amor de Dios, su  Palabra de ternura infinita, pronunciada para nosotros, reveladora de todo lo que el Padre nos quiere decir, de todo lo que me ama y me quiere; Jesucristo Niño es la revelación de su Palabra llena de amor para mí. Y yo amo esta manifestación, esta Palabra de amor pronunciada por el Padre para mí. Y espero, espero totalmente, confiado en su verdad y amor.

Por ser Navidad, espero, deseo y quiero vivir en paz con Dios y los hermanos; me esforzaré por agradar y complacer a este Niño y quiero ser la felicidad de este Niño y hacer felices a los que conviven conmigo; por ser Navidad quiero acordarme de los más necesitados y tener espacios para la oración y la contemplación de este Niño, que es el Amor de Dios hecho carne humana; por ser Navidad y para que sea Navidad verdaderamente en mi alma, en mi corazón, quiero tener largos ratos de silencio y oración, de diálogos de amor, de preguntarle por tanto amor como me tiene y me manifiesta en la Encarnación y en la Navidad.

 

CANTO: Te adoro, Sagrada Hostia....

 

BENDICIÓN DEL SANTÍSIMO

 

RESERVA

 

COMUNIÓN EUCARÍSTICA:

 

<<Sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida...>>

 

  • Le diste el pan del cielo
  • Que contiene en sí todo deleite

 

Oración: Oh Dios que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión...

 

 

 

 

 

 TERCERA MEDITACIÓN

 

(Ver otras Meditaciones de Adviento en mis libros: ARDÍA NUESTRO CORAZÓN, ciclo A y B).

 

        QUERIDOS HERMANOS:    Comenzamos el tiempo santo de Adviento. Todos los tiempos son santos, porque deben servirnos para unirnos más a Dios, para santificarnos. Pero este lo es especialmente, porque el tema central del Adviento es la espera del Señor, considerada bajo diversos aspectos. En primer lugar, la espera del Antiguo Testamento, encaminada hacia la venida del Mesías prometido. De ella hablan las profecías que la liturgia presenta estos días a la consideración de los fieles para despertar en ellos aquel profundo deseo y anhelo de Dios que vivió todo el Antiguo Testamento, especialmente los profetas, que se encargaron de parte de Dios, de mantener esta esperanza en el pueblo fiel.

        Una vez que vino el Mesías prometido, Jesucristo, terminó el Antiguo y empieza el Nuevo Testamento, con la realización de las promesas; llegan los tiempos nuevos y se colman todas las esperanzas. Y ahora, en esta etapa nueva que vive la Iglesia, debemos vivir y actualizar en nuestro corazón y en nuestra vida cristiana esta venida, mientras la historia de la humanidad se dirige a la última venida del Señor, a la parusía, a la venida gloriosa de Cristo, al final de los tiempos.

        Por eso, el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» del Hijo de Dios; y por otra, mira y hace que nos preparemos para la segunda venida, al final de los tiempos; y para que ésta se pueda realizar, es necesario esperarlo y recibirlo ahora, en diversas formas en las que llega a nosotros por la vida, por los sacramentos y por la Palabra.

Debemos esperar al Señor en esta Navidad con los deseos y anhelos del Antiguo Testamento, y esta esperanza hay que actualizarla ahora por la oración y los sacramentos mirando a su venida gloriosa al final de los tiempos. Éste es el mensaje principal de algunos evangelios de estos domingos; con esas comparaciones y descripciones apocalípticas quieren decirnos que hay que estar vigilantes para que no pase la Navidad sin encuentro creyente de gracia y de salvación con el Señor; hemos de prepararnos mediante la escucha de la Palabra para que sea verdaderamente una Navidad cristiana, de certezas y vivencia de que Dios ama al hombre, que viene en su busca para revelarle el proyecto de eternidad con el misterio del Dios Trino y Uno, abriéndonos así a la esperanza escatológica.

El profeta Isaías, en las primeras lecturas de estos días,  va alimentando nuestra esperanza del Mesías Salvador, y desde estos advientos y navidades cristianamente celebrados nos vamos preparando para su última venida en majestad y gloria.

        Para preparar estas venidas, la de la Navidad y la del final de los tiempos, necesitamos cultivar ciertas actitudes fundamentales, como hemos dicho anteriormente, pero que ahora queremos desarrollar más intensamente:

 

-- Actitud de fe,

-- Actitud de esperanza,

-- Actitud de amor,

-- Actitud de conversión.

 

        1.- Primero, una actitud de fe. Este hecho de la venida del Señor debe despertar en el cristiano una actitud personal de fe, de creer personalmente en Dios, en el misterio de un Dios  personal que se hace hombre, en el amor de Dios que se encarna por el hombre. Si es Navidad es que Dios ama al hombre, viene en busca del hombre, es que Dios no se olvida del hombre; estos días de Adviento son para creer personalmente, pasar de la fe de la Iglesia a la individual, son día de orar y pedir esta fe para poder creer tanto amor.

        ¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre; ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?, has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

        Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. Y el creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más, porque esto es una enfermedad de amores y ansias infinitas, imposibles de contener y controlar; el creyente,  llagado de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, las razones y motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor.

        ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad!               

Y te has hecho igual a nosotros, te haces hombre porque nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Mirad la Navidad. La Navidad es que Dios que ama apasionadamente a los hombres. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

 

        2.- Segundo: Actitud de esperanza: esperanza dinámica, que no se queda de brazos cruzados; es una esperanza que sale al encuentro; un encuentro no se realiza si no hay deseo ardoroso de encuentro personal con Cristo, si no vamos y salimos al camino por donde viene la persona amada;  si no hay deseos de Cristo, si no hay aumento de fe y amor, no podemos encontrarnos con Él. Esta esperanza y vigilancia, alimentada por los profetas, especialmente por el profeta Isaías en las Primeras Lecturas de estos días, nos invitan a levantar la mirada hacia la salvación que nos viene de Yahvé, en cumplimiento de sus promesas.

        Cuando uno cree de verdad en alguien o en algo, lo busca, lo desea, le abre el camino. Primero hay que creer de verdad que Dios existe en ese niño que viene, que Dios sigue viniendo en mi busca, que Dios me ama. Y creer es lo mismo que pedir, pedir esta fe, aumento de fe, de luz, de creer de verdad y con el corazón lo que profesamos con los labios, con la mente, en el credo.

        Esta esperanza de la fe no se queda con los brazos cruzados; cuando uno espera, se prepara, lucha, quita obstáculos para la unión y el encuentro con la persona amada. Creo en la medida que me sacrifico por ella, que renuncio a cosas por ella. La esperanza teologal y cristiana es el culmen de la fe, la coronación de la fe y la perfección y la meta del amor. Se ama en la medida que se desea a la persona amada. El amor se expresa por la posesión y también por el deseo de la posesión. Si no hay adviento, si no hay espera, no puede haber Navidad cristiana porque no hay esperanza y deseos de amor y de encuentro con el Dios que viene.

        El mundo actual no espera a Cristo, no siente necesidad de Cristo. Por eso, no vive el Adviento cristiano, no siente necesidad de su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. El mundo actual tiene muchas esperas: espera ganar más dinero, tener más y más cosas que le llenen y le hagan ser más feliz, espera conquistar la técnica, los medios de producción, vivir más años… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos; pero son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias y salvar a este mundo: Jesucristo.       

        Y nosotros ¿esperamos al Señor? ¿Cómo decir que creemos en la Navidad, que amamos al Señor como Dios y Señor de mi vida, y no salir a su encuentro? ¿Qué fe y amor son esos que no me llevan a salir al encuentro del que viene en mi busca? ¡Si creyéramos de verdad! ¡Si nuestra fe y amor fueran verdaderos!

La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos las multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de regalos, viajes, de champán y turrones y esperamos muchas cosas menos al Señor? Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, sobre todo en nuestros feligreses, en nuestra familia, en nuestra juventud, para que las oriente, para que haga a este mundo más fraterno y habitable? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para prepararnos mejor así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

        Queridos hermanos: Hagamos un esfuerzo por captar este mensaje de esperanza y alegría que se renueva cada Adviento y que nos repiten las Lecturas de estos domingos. Porque estamos hoy viviendo una época de desesperanza y desilusión generalizada en lo social, moral, religioso, familiar… La Navidad próxima, en la que viene nuevamente el Enviado, el Señor Jesucristo, nos dice claramente que Dios no se olvida del hombre, de nosotros. Si hay Navidad cristiana,  el hombre tiene salvación, tiene un Redentor de todos sus pecados; si hay Navidad, Dios sigue amando al mundo, Dios no se olvida del hombre. Creamos y esperemos en Él contra toda desesperanza humana, sobre todas las esperanzas humanas consumistas. Hay que esperar únicamente la salvación en Jesucristo; el tiempo de Adviento nos invita a esperar al Salvador.

 

        3.- Tercero: Actitud de amor. Para vivir la Navidad necesitamos querer amar a Jesucristo. Y decir amar a Jesucristo es lo mismo que orar a Jesucristo: orar y amar se conjugan igual en relacion con Dios. En la oración se realiza el encuentro con Dios Amor. Es diálogo de amor, mirada de amor.

        Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

         La oración es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el Adviento cristiano. Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y reunión de familia y regalos y todo lo demás. Porque falta el protagonista, falta Cristo, que siempre viene y vendrá para las almas que le esperan. Y el camino esencial es la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica carece de alma, carece de “espíritu y verdad”.

        La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en Espíritu y Verdad”.

        Para demostrar esta afirmación bastaría leer la definición de Santa Teresa sobre la oración: «Que no es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama» (V 8,5). Parece como si la Santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

        Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

        Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos”; “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

        Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada.

 

        4.- Cuarto: Necesidad de la conversión. La liturgia de estos días nos invita a allanar y enderezar los caminos del encuentro. En este tiempo debemos convertirnos más a Dios: Convertir es dejar de mirar en una dirección para hacerlo en otra. Dios debe ser lo primero y absoluto de nuestra vida, todo lo demás, relativo: la conversión es para vivir mejor el «tanto en cuanto» ignaciano.

        El tiempo que nos separa de dicha meta debe ser aprovechado con solicitud. Nosotros ya caminamos hacia la última fase de la historia; debemos prepararnos con fe y esperanza, con obras de amor y conversión de las criaturas a Dios, preparando bien el examen de amor, la asignatura final, en la que todos debemos aprobar.

        Todo hombre tiene que encontrarse con Cristo glorioso; es el momento más trascendental de nuestra historia personal, hacia la cual  tenemos que caminar vigilantes, porque decidirá nuestra suerte eterna. Es el encuentro definitivo y trascendental de nuestra historia personal y eterna, que lo esperamos fiados del amor que Dios nos tiene, manifestado en la Navidad, donde Él sigue amando, perdonando y buscando al hombre para ese encuentro eterno de felicidad con Él, Dios Uno y Trino.       Frente al auge de la increencia, el desencanto de las utopías humanas vacías de vida y amor, frente a la corrupción y la caída de las ideologías que prometían la felicidad del hombre, oponiéndose a Dios, frente a las actitudes de un consumismo, caracterizado de una trivialidad sin compromisos de tipo moral o religioso, unido a la alergia del hombre actual a la reflexión y a las preguntas últimas, resumen de un hombre que quiere orientar su vida al margen de Dios, tomando él la iniciativa de decir qué es lo que está bien o mal en el orden moral, nosotros, los cristianos, debemos mirar a Dios que nos dijo que comiéramos de todos los frutos del paraíso del mundo, menos del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque saber lo que es bueno y malo, lo que es pecado o gracia, solo le corresponde a Dios.

        Tenemos que convertirnos a Dios y no convertir el mundo y sus criaturas en dioses, ídolos que adoramos y servimos. Tenemos que convertirnos de tanta idolatría. Por eso, el hombre moderno, queriéndose apropiar de esta propiedad esencial de Dios, ha caído en la corrupción y en la autodestrucción, matando al mismo hombre, a la misma vida, con el aborto y la eutanasia; ha matado el respeto absoluto al hombre, al amor que lo ha convertido en sexo todo, ha matado la humildad, la sencillez, el servicio, el amor desinteresado.

        El ateísmo ha matado a Dios en el corazón de muchos hombres y familias; sin Dios, no hay amor, amor duradero y para siempre entre esposos,  si no hay dinero, no hay ayuda para los ancianos y mayores, respeto a todo hombre por ser hijo de Dios. El mundo necesita convertirse, volver a Dios, mirar a Dios como lo único necesario, lo absoluto y primero de la vida y de la existencia del hombre sobre la tierra.

        Frente a los laboratorios de la inmoralidad, de la increencia, del laicismo militante que son la televisión y ciertos medios de comunicación social, no desesperemos y esperemos siempre en el Señor, porque vendrán nuevamente tiempos mejores, porque Dios no deja de enviar a su Ungido, porque nunca dejará de existir la Navidad Cristiana. Y si es Navidad es que Dios sigue amando y perdonando, buscando al hombre por amor gratuito. Dios no necesita del hombre; es el hombre el que necesita de Dios. Celebremos la Navidad. Se acerca nuestra liberación. Proclamemos esta buena nueva, la mejor noticia para este mundo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad”.

 

********************************

 

CUARTA MEDITACIÓN

 

 LA NAVIDAD, MISTERIO DE AMOR, SÓLO PUEDE SER CELEBRADA Y VIVIDA DESDE LA FE Y LA CARIDAD.

 

        Vamos a comenzar esta meditación con la lectura de la carta de San Pablo a Tito: “Porque se ha manifestado la gracia salutífera de Dios a todos los hombres, enseñándonos a negar la impiedad y los deseos del mundo, para que vivamos sobria, justa y piadosamente en este siglo, con la bienaventurada esperanza en la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro” (2, 11-14).

        No deja de ser un poco significativo en el acontecimiento del nacimiento de Jesús, que no fueran aquellos hombres que estaban más preparados los que recibieran la noticia y conocieran este misterio del nacimiento de Jesús. Ni tampoco estos grupos que conocían a fondo las Escrituras, que tenían admirables estudios y conocían también el plan de Dios.

        La Virgen y San José iban ofreciéndoles a todos el misterio que la Virgen llevaba en su interior, en sus entrañas. Era para ellos y ellos no lo recibieron en sus casas. “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”.

        Sin embargo los pastores, que no tenían cultura bíblica profunda y eran sencillos, son los que conocen y descubren el prodigio y la maravilla del nacimiento de Jesús. Ellos, como tienen fe cierta y simple, están dispuestos a creerlo todo. Los más sencillos son los que más creen. Por eso, sólo ellos fueron capaces de creer que aquel niño era el Hijo de Dios. Ellos fueron los únicos que lo creyeron porque era un hecho inaudito e imposible para toda la gente cu1ta, para s que creían conocerlo todo y sin embargo no conocían lo más importante: que Dios es Amor y el amor es capaz de hacer cosas imposibles.
        Ahora, nosotros sabemos que es una realidad. Pero ¿cómo lo creemos? ¿Estamos convencidos de que Dios nos ama hasta lo infinito de su amor en su Hijo? ¿Creemos de verdad que Dios existe y nos ama hasta este extremo? ¿Lo pensamos en serio y despacio sin mirar a otros sitios para asegurarnos de que la Navidad existe? ¿Creemos de verdad que ese niño es el Unigénito del Padre, el Hijo de Dios? ¿Creemos que Dios ha llegado a ese extremo de amor loco y apasionado?

        Sólo desde este amor se explican todas las maravillas obradas por Dios desde el comienzo del tiempo, del hombre, creado a “imagen y semejanza” de Dios, porque entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de amor, de felicidad, de hermosura, de belleza no quiso vivirla sólo para sí sino que quiso compartirla con otros seres y creó al hombre y lo destinó a compartir su misma dicha y felicidad eterna. Y lo creó en un paraíso, porque Dios ha querido lo mejor para el hombre, lo rodeó de su amor y hermosura: « Mil gracias derramando, pasó por estos sotos y espesuras, y yéndolos mirando, con sólo su figura, vestidos los dejó de su hermosura.» Y arrojado del paraíso y de su amistad por el pecado, no le abandonó sino que vino en su busca por medio de su Hijo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”. Ésta es la razón de la Navidad.

        Desde este amor es igualmente explicable la ternura con la que Dios desde la antigüedad protege a su pueblo escogido para que mantengan viva la antorcha de la fe y esperanza en el futuro Mesías y Liberador prometido por Dios, por medio de la predicación de los profetas y enviados, que van descubriendo el misterio escondido en el corazón de Dios por los siglos.

        ¡Qué bueno ha sido Dios para con nosotros, los hombres! Todo lo ha hecho para que le conozcamos mejor. Todo lo ha hecho por generosidad, gratuitamente, porque nosotros no le podemos dar nada que Él no tenga. Y todo para darse a conocer a sus amigos, que somos nosotros, para hacernos partícipes de su mismo amor y felicidad.

        Muchos de  estos misterios se los ha revelado Dios a los autores inspirados, que, por mandato suyo, nos los han transmitido. Ellos han contemplado perfectamente todos estos hechos y nos lo han dejado escritos en los contenidos de la Revelación; ellos lo han vivido y por eso pueden interpretarlos, los palpan y quedan atónitos. Interpretan los pasajes de la Revelación y los analizan profundamente.

Por eso vemos y confesamos ¡qué grande es Dios! ¡Qué bueno es Dios! Nos dice en el Antiguo Testamento: Busca, busca y mira a ver si encuentras a tu alrededor otro Dios tan grande, tan poderoso, tan enamorado y pendiente de su pueblo. Vosotros no valéis nada, estáis esclavos de otros pueblos y yo libremente os prometo la salvación, un liberador. El Enviado, el Mesías prometido os liberará de todas vuestras miserias y esclavitudes. Es más, en el Nuevo Testamento nos dice: por mi Hijo, que os lo enviaré, os haré partícipes de mi intimidad, de mi amor, de mi felicidad: “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él… En esto consiste la vida eterna, en que el mundo conozca a tu enviado…”

        ¡Qué misterio tan terrible es el hombre! ¡La maldad que tiene el hombre! Tenemos que tenernos miedo casi a nosotros mismos. Dios nos quiere. Pero ¡claro! nosotros pensamos que como es bueno se compadece de lo malo que yo puedo hacer y de nuevo vuelvo a olvidarme de Él como lo hacía el pueblo escogido. Y Dios, desesperado como el amante, como el que ama de verdad, porque no nos damos cuenta de que Dios nos ama, no lo pensamos; no nos damos cuenta de lo que pasa en Él, no nos damos cuenta de que Dios no puede vivir sin nosotros, y entonces Dios se vuelca sobre nosotros, se hace como uno de nosotros y nos busca con amor desesperado, se abaja todo lo posible, se humilla, toma nuestra condición de criatura, todo un Dios. Y esto es la Navidad.

        Para darnos un poco cuenta de esto, conocer el amor de Dios, fijémonos en el contenido de una parábola: «Se trata de un niño que vive con sus padres en una casa de campo. Su mayor afición son las hormigas. Siente un especial amor por las hormigas que mira, observa y conoce.

        Un día encontró un hormiguero cerca de su casa y como era natural se puso muy contento. Y se entusiasma con ellas. Amaba a sus hormigas. Todos los días les llevaba el sustento para que pudieran vivir y alimentarse. Pero he aquí que un día, cuando fue a visitar a sus hormigas, el hormiguero había desaparecido. Las hormigas andaban dispersas por el contorno, estaban aisladas, no podían volver a vivir como antes. Los albañiles habían destruido el hormiguero.

        El niño entonces se siente triste y con mucha pena comienza a pensar, intenta hallar la forma más adecuada para recuperar de nuevo a sus hormigas, a todas ellas, pero no lo logra. Desesperado y rendido por el trabajo sin fruto que había realizado, cae en un profundo sueño y comienza a soñar. Y sueña con sus hormigas, Y busca la manera más segura para que vuelvan a estar juntas y no puedan separarse. Es entonces cuando se le vino una admirable idea «me haré una hormiga», y las cuidaré a todas y haré que todas me sigan y de esta forma podrán estar unidas de nuevo. Y así fue. Pero algunas hormigas, al verla entre ellas con su amor y poder hacia todas, especialmente a las más abandonadas en el hormiguero, no quisieron aceptarla porque no era como ellas, era humilde y entregada, no buscaba el mandar sino el servir, y les dejaba en evidencia. Era una hormiga distinta. Y deliberan  en el consejo de hormigas lo que se podía hacer con ella para eliminarla. Unas deseaban aceptarla; pero otras, en cambio, no la quieren tener cerca, porque con su vida les echa en cara sus egoísmos, su apego al dinero, al poder. Y el consejo decidió matarla. Y así lo hicieron. El niño está triste y desesperado y piensa que ha hecho todo lo que ha podido por sus hormigas, las ha hecho hermanas, siendo hombre y poderoso él. Y como prueba de su amor, les deja su cuerpo. Y se lo dejó porque las amaba.

        Evidentemente esto es un sueño, pero Dios, sólo Dios puede hacer realidad todos los sueños. Y soñó con nosotros, y soñó que sería nuestro amigo y que le amaríamos agradecidos, porque terminaríamos entrando en razón: “Iré yo mismo en persona”,  nos dice muchas veces por los profetas. Y verán que les amo de verdad y nadie se resistirá a mi amor. Y fue Navidad. Y fue Semana Santa. Y fue la Alianza y la Pascua eterna.

        Dijo Dios: vamos a ver si ahora se resiste el corazón de los hombres, vamos a ver si ahora puede haber alguno que dude de mi amor. O si quieres te lo digo de otra forma. El Padre amando al Hijo y el Hijo amando al Padre desde toda la eternidad, conociéndose totalmente en su esencia que es Amor de Espíritu Santo, en diálogo eterno de Amor y de Vida y de Ser, diálogo del Hijo que le hace Padre aceptando ser dicho por el Padre, lleno del amor del Espíritu Santo, libremente, desde ese amor infinito, decidieron en consejo trinitario un hecho inaudito, increíble. Dijo la Santísima Trinidad: vamos a manifestar nuestra predilección y amor por el hombre de una manera tan clara e irresistible, que el hombre no tendrá más remedio que rendirse ante nuestro amor, porque los hará a todos los hombres hijos en el Hijo; sí, les diré palabras tan tiernas y estremecedoras, les daré pruebas de mi amor tan manifiesto y extremo, con signos tan palpables de mi entrega y deseos de amistad, les haré gestos tan evidentes de mi amor loco y gratuito por el hombre, que los hombres no tendrán más remedio que creer en nuestro amor, amarnos y entrar en la amistad trinitaria, el máximo gozo del que pueden participar.

        Vamos a ver:

        -- Tú, querido hombre, eres tremendamente celoso de tu dignidad humana, de tu puesto social, de tus conquistas; pues bien, yo, aunque soy Dios, tomaré forma de criatura, de una hormiga para quitar el tapón del hormiguero porque no pueden salir a la luz y morirán. Es así, solo que la distancia entre Dios y el hombre es infinitamente mayor que entre un hombre y las hormigas.

        -- Tú te pasas toda la vida buscando grandezas, honores, títulos, puestos elevados… pues bien, yo me rebajo, los pierdo todos por tí, y de Dios me hago criatura para conquistarte y hacerte divino, hijo verdadero de Dios.

        -- Tú, querido hombre, buscas la felicidad a toda costa; quieres ser feliz. Pues bien, yo que soy la felicidad infinita, la dejo en el cielo y acepto tu humanidad débil y vengo a la tierra a ofrecerte la felicidad y la amistad esencial de mi Padre en el mismo Espíritu Santo, se la ofrezco a todos los hombres de buena voluntad; y para eso estoy dispuesto a sufrir lo inaudito y sé lo que me espera y lo hago gozoso únicamente para que tú seas feliz. Yo sufriré lo indecible para que tú sea feliz.

        -- Tú no quieres morir, tú buscas ser feliz, vivir siempre, ser eterno como Dios; pues bien, yo me hago tiempo para comunicarte mi eternidad; yo vengo a morir por el hombre para que tú vivas siempre y seas eterno.

        Y vamos a ver ahora si, al hacerme hombre y niño indefenso, ese corazón del hombre es capaz de vibrar, de amarme, de agradecerme todo el bien que le traigo; vamos  a ver si es capaz de resistirse a mi amor, vamos a ver si tiene corazón para mí…Y como el enamorado que no repara en su entrega, cuando verdaderamente siente la pasión de amor por su amada, el Hijo de Dios infinito se lanza a esta conquista y viene a la tierra. Yo iré y le hablaré al hombre en su corazón, ese corazón que ha sido tan duro para mí y empezará a sentir mi amor; cambiaré ese corazón tan sensible para los afectos puramente terrenos y los placeres mundanos y le hablaré con palabras tan dulces y gestos tan llenos de amor que no podrá resistirse.

        Queridos hermanos: Y ¿cuál es nuestra respuesta? ¿Cuál ha sido la respuesta del hombre? ¿Cuál es nuestra respuesta a tanto amor de Dios? Que responda cada uno por sí mismo… Cómo vamos a hablar de respuestas cuando muchos de los cristianos ni vienen a misa estos días para agradecérselo, ni confiesan ni comulgan estos días para amar y abrazar a Jesús, todo amor y ternura por nosotros, ni tienen una oración ni un gesto ni una mirada de amor… No hay ni respeto al misterio, que en muchos escaparates han profanado con cerditos puestos en la cuna en lugar de un niño. Y otros muchos tienen una navidad pagana, llena de champán y turrones, pero ausente de amor y admiración y adoración por el Niño que nos nace; una navidad sin Dios.

        Queridos hermanos, que al menos nosotros no le fallemos a Cristo, que comprendamos su amor, que nos acerquemos a recibirlo bien dispuestos en cuerpo y alma, que no te quedes en los turrones y villancicos, sino que pases a una oración y comunión fervorosas, que vayas a la busca del Dios que viene a buscarte. Te busca a ti, a ti en concreto, a cada uno en particular, no en serie. Éste es el sentido de la Navidad para cada uno de nosotros; éste debe ser nuestro anhelo y la celebración de este misterio: el encuentro personal con Jesucristo, Hijo de Dios Encarnado. Nuestra respuesta será: Dios me busca y yo quiero encontrarme con Él; porque en la Navidad Cristo busca el encuentro personal y afectivo con cada uno de nosotros. Navidad es caer de rodillas ante el Niño y decir: creo, creo y amo y espero.

        Creo que este Niño es la revelación del amor de Dios, su  Palabra de ternura infinita, pronunciada para nosotros, reveladora de todo lo que el Padre nos quiere decir, de todo lo que me ama y me quiere; Jesucristo Niño es la revelación de su Palabra llena de amor para mí. Y yo amo esta manifestación, esta Palabra de amor pronunciada por el Padre para mí. Y espero, espero totalmente, confiado en su verdad y amor.

Por ser Navidad, quiero vivir en paz con Dios y los hermanos; me esforzaré por agradar y complacer a este Niño y hacer felices a los que conviven conmigo; por ser Navidad quiero   tener espacios para la oración y la contemplación de este Niño, Por ser Navidad y para que sea Navidad verdaderamente en mi alma, en mi corazón, quiero tener largos ratos de silencio y oración, de diálogos de amor, de preguntarle por tanto amor como me tiene y me manifiesta en la Encarnación y en la Navidad.

 

***************************************

 

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

 

PRIMERA LECTURA: Jeremías 33,14-16

       

        Oráculo debido tal vez a la mano de Baruc, aplicando a Jerusalén el nombre que éste daba al Mesías, como un renacer de esperanzas sobre las cenizas de la Jerusalén ya destruida. Se habla, pues, del Mesías futuro y de su sede (Jerusalén renovada). Será ello cumplimiento de la  promesa de Dios, que es siempre eficaz, creadora, firme. El texto no lo presenta como rey (cfr. 23, -6), pero está implícito en su origen davídico; y lo que se subraya es la plasmación, en él y por él, del ideal profético del reino mesiánico: ejercicio del derecho y de la justicia; la justicia bíblica es la salvación de Dios: “el Señor es nuestra justicia”,  ideal equivalente al nombre que Isaías da al Mesías: “Dios con nosotros” —Enmanuel— (Is 7, 14).

 

SEGUNDA LECTURA: 1 Tesalonicenses 3,12-4,2

 

        Timoteo había comunicado a Pablo agradables noticias sobre la situación espiritual de la comunidad de Tesalónica. Estas noticias sirvieron de gozo al Apóstol (3, 6-8). Pero la vida cristiana es esencialmente progreso. Por eso, Pablo suplica a Dios y a Jesucristo que acreciente la caridad hasta rebosar. Si la fe admite aumento (3,10), la caridad debe estar siempre en constante crecimiento (4,9ss). El ideal es muy alto: Dios mismo, que es caridad (1 Jn 4, 8). De este modo la espera del Señor será tranquila, y su venida será día de triunfo y glorificación para los cristianos.

 

COMIENZO DE LA MISA: Queridas hermanas (Carmelitas y Dominicas): En este tiempo de Adviento que comenzamos la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor en la Navidad y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el precursor.

Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a vivir el Adviento con María y como María, nadie mejor que ella nos puede enseñar a vivir el adviento, el primer adviento de la historia. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Cómo respondió a la propuesta del Señor y qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo? Pues vamos a meditarlo muy brevemente en la homilía, pero ahora empecemos  como en todas las venidas del Señor al pan eucarístico en la santa misa pidiendo perdon de nuestrospecados

 

HOMILÍA:

 

1.- Queridas hermanas:MARÍA ESPERÓ LA NAVIDAD, EL NACIMIENTO DE SU HIJO, POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO TENEMOS QUE HACER NOSOTROS, LA IGLESIA ENTERA. La Virgen estaba orando, como estáis las monjas en un convento de clausura, estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo.

Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando al hijo en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte, confirmándole que era verdad todo lo que decía, ya que no estaba bien que tan niño empezara haciendo milagros; así que una parte del Magnificat “proclama mi alma las grandezas del Señor”se la debemos a Él, de la misma forma que todo pan eucarístico, el cuerpo eucarístico de Cristo que tiene por eso perfume, olor y sabor María, por ser carne que viene de María.

La Virgen estaba orando. María, pues, nos invita a todos sus hijos a entrar en el clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano, esperar al Señor, para que sea Navidad cristiana.

Sin oración meditativa, sin oración diaria y meditación no hay Adviento ni Navidad cristiana, encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren chapám y turrones y reunión de familia. Encuentro con Cristo, Navidad plena y casi celestial si habéis ascendido ya un poquito más en oración la oración y habéis llegado por la purificación de defectos y pecados leves hasta la oración afectiva y contemplativa, oración más elevada y purificada que la mera lectura y meditación.  

Sin la oración diaria y la conversión faltará Cristo en nuestras vidas, Cristo que siempre vino y sigue viniendo a las almas que le esperan por el camino de la oración-conversión o vacío de si mismas. Sin ella, sin oración personal, diaria y sin conversion permanente, aun la litúrgica, la santa misa y la misma comunión, carecen de sentido, no llenan de Cristo, de amor, de experiencia, de vida, de eficacia santificadora plena en el alma, aunque sea la misma misa que debemos comenzar siempre rezando de verdad el “yo confieso”. Es que toda la unión con Cristo, toda la santidad, toda la Navidad auténtica entre vosotras depende de la fe y del amor personal con que se viva y experimente el Adviento, la acción litúrgica, la espera verdadera y auténticamente cristiana de la Navidad por la oración y la vida de gracia.

        La gran pobreza de la Iglesia actual es la pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida religiosa o sacerdotal en un convento o fuera de él, para encontrarle y sentirlo en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado.

Y si la hacemos ante el Sagrario, ante el mismo Cristo vivo y presente, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en deseos de amistad con todos como en la primera venida, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en espíritu y verdad”.

        Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por amor a todos los hombres, para salvarlos.

Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

        Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca.

Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días y vaciándonos de nuestras faltas y pecados, aunque sean leves para que Cristo pueda nacer, vivir más intensa y profundamente en nosotros, en nuestras almas, en nuestra vida y esto siemre por la oración-contemplación silenciosa ante su presencia eucarística de Amor extremos a todos los hombres encarnado ahora en un trozo de pan.

Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, con el mismo amor, ilusión, por los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra salvación, nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

        Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, este nuevo encuentro con Cristo ahora por la liturgia que le hace real y verdaderamente presente, especialmente en oración eucarística ante el Sagrario, por la Eucaristía santa misa participada y celebrada plenamente por cada uno de nosotros y que hace presente al mismo Cristo de Belén y del cielo y de siempre, no hay otro, con todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué gozo y silencio y veneración voy a visitarle en el Sagrario de mi convento, voy a comerlo con hambre y sed en la santa comunión, no solo comer el pan sino asimilarlo, digerir y comerme su vida y amor y sentimientos y con que pasión, amor y cuidado voy a vivir su presencia eucaristíaca viva y real y no vivida ni sentida ni respetada por los mismos creyentes en mi después de comulgarle, mejor, con qué ternura y piedad y cuidado durante el día voy dejar que Él viva en mi su vida, y para eso voy a besar, tocar y  venerarle con fe y amor en cada sagrario, pesebre permanente y eterno de mi Cristo encarnado en carne y un trozo de pan.

 

2.- POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

 

        “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así respondió la Virgen a la propuesta de Dios por medio del ángel y así debemos responder siempre nosotros ante los mandamientos y designios de Dios. María expresó su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… Pues como nosotros pensamos muchas veces en nuestra vida. Queridos hermanos, para progresar en la fe y el

amor de Dios, en nuestra relación con Él, en nuestra oración tenemos que tener crisis de fe, amor y esperanza… son las noches de S. Juan de la Cruz para llegar a la unión total con Cristo, no digamos con la Santísima Trinidad, son las noches, las tentaciones, la pruebas de superación en nuestro camino de vida de oración e intimidad con Cristo, primero de los sentidos, superación de las tentaciones en nuestra vida del ver, sentir y gozar de los sentidos contra los mandamientos de Dios; luego purificación de nuestra fe, amor, esperanza de lo que amamos y esperamos de Dios… amar y perdonar a los hermanos aunque no te valoren o desprecien porque todos solo o principalmente  todos por tendencia natural buscamos a Cristo y hacemos oración para que todo nos vaya bien pero según nuestro egoismo, nuestro yo, nuestra pasiones no ya de los sentidos  sino del espíritu incluso… es que yo de esta vida de oración un poco elevada, purificatoria, tranformante en Cristo no veo  casi nada en la iglesia actual y estoy hablando no solo de bautizados sino incluso dede sacerdotes, religiosas… quitando a nuestras madres y sacerdotes y religiosas algunos padres de nuestra infancia y juventud… ahora poco o nada, así está la Iglesia, los conventos, las congregaciones, las vocaciones actualmente… no hay contagios de santidad, de gozos y vivencias espirituales, eucarísticas, sacerdotales…

 ¿Y cómo será eso si no conozco varón? Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada, como tenemos que hacer nosotros en nuestra vida, creer, vivir en fe viva y esperanza contra dudas y miedos naturales y sobrenaturales, y siempre por la oración diaria, como María, orando, estaba orando y así superó las dudas y venció los temores y llena del niño que nacía en sus entrañas fue a visitar a su prima santa Isabel que traía el precursor...

Y así tenemos que creer y actuar también nosotros en nuestras vidas cuando haya cosas que no comprendemos, responder fiándonos de Dios más que de nosotros mismos, sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades, comportamientos y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de comprobarlas con nuestra razón y egoismo innato y porque nos fiamos más de nosotros mismos, de nuestros propios criterios que de lo que nos dicta la fe en la oración, porque nos cuesta o nos supera y entonces dudamos de lo que Dios nos dice desde el Sagrario personalmente o por el Evangelio y por la oración, porque supera toda nuestra comprensión humana llena de comodidades y egoismo.

Hermanas-os, como María, tenemos que apoyarnos más en Dios y en su Palabra, que en nosotros mismos, aunque no lo comprendamos porque nos cuesta esfuerzo y sacrificio. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero infinito en su ser, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo que le impidan nacer en nosotros y que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios, sobre nuestro propio yo y comodidad.

Tenemos que  seguirle y corresponderle en tanto amor y sacrifico y creer que ese mismo hijo de Dios e hijo de María está en el pan consagrado, en todos los sagrarios de la tierra y tenemos que adorarlo todos los días como ella y vivir en continuo diálogo de oración y amor con este mismo Cristo Hijo de Dios y de María que loco de amor por nosotros primero se hizo hombre, carne humana y luego un trozo de pan… pero qué locura… Tú estás loco, no puedes ser Dios… nosotros también estamos locos por ti y lo hemos dejado todo para vivir solo para ti en un convento o en vida sacerdotal, pero que lo hagamos de verdad, no solo externamente.

Tenemos a María como ejemplo y modelos de amor total, Virgen, virgen y madre, amor total. Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros y al mundo. Y sigamos el ejemplo de María: “cómo será eso pues no conozco varón”… y se superaron los miedos y las dudas, hay aceptación total por parte de la madre sin saber cómo tiene que ser madre y lo que pregunta es qué tiene que hacer y cómo tiene que actuar para que sea eso, para que eso se haga.

        Hermanos, nosotros necesitamos esa fe de nuestra madre y modelo, María, la pedimos esta fe, cómo tenemos que actuar en ocasiones de nuestras vidas, aunque en esos tiempos pocas cosas nos ayuden a rezar así, a creer y esperar de Dios, a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo y de cada uno de nosotros: este ambiente ateo, sin Dios, secularista, materialismo desenfrenado, sin moral cristiana incluso meramente humana, persecución clara y manifiesta del gobierno y de los medios a la Iglesia, Dios, al Evangelio…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y ahora está comprobando que está vacio de todo, de amor, de familia, de madres que no maten a sus hijos, de matrimonio auténticos y para siempre, de moralidad, de cuidado de mayores, ancianos necesitados, este mundo actual que cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta Dios que es el todo amor y felicidad.

        Recemos, hermanos, porque este mundo, lo primero que necesita es fe, fe, Navidad cristiana, creer que Dios ama al hombre y no le abandona ni caído, esta juventud actual necesita la fe en Dios, en su Venida, en su Encarnación primera por amor al hombre y continuada con ese mismo amor y deseo en todos los sagrarios de la tierra, en su presencia eucarística, donde siempre nos está esperando pero vivo, auque muchos en la misma iglesia se comportan como si El no estuviera o estuviera muerto o dormido.

        ¡María, madre de la Encarnación, madre de la fe y de la esperanza, por la fe y esperanza verdaderamente cristiana, espera de Cristo, enséñame a esperar como tú a Cristo en esta navidad! Que como tú salga en estos días de adviento, a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como tú, María, con fe viva y despierta.

        Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella, María, sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, su Dios y su Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. La Navidad para nosotros fundamentalmente tiene que ser primeramente fe, creer en la Navidad, es creer en Dios, creer en su amor infinito y gratuito al hombre, creer que Dios ama al hombre, sigue amando al hombre, sigue amando y perdonando a este mundo, que nos sigue amando y esperando a todos y por eso nacerá este año también, será Navidad este año y en nuestras vidas. Será Navidad, Dios existe, Dios existe y nos ama, será Navidad.

        Por esta fe y esperanza la Virgen mereció la alabanza de su prima Isabel: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumplirá, todo tendrá sentido, será Navidad, todo nos preparará la Navidad, para el nacimiento  profundo, sentido y vivido de Cristo en nuestras almas.

La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla todos los días, la fe un poco elevada como experiencia y gozo de lo que creemos, y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre, todos los días en ratos de oración y estar con el Señor o con la Virgen y como la Virgen, sobre todo en el adviento verdaderamente cristiano, de Cristo como María, que nosotros no le fallemos a Dios. Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella.: “He aquí, la esclava del Señor…”.  Que merezcamos su alabanza por haber creído en su amor, en su salvación, en su venida, en su Navidad de amor en cada uno de nosotros: “He aquí, tu esclavo, Señor, tu sacerdote esclavo de tu amor y en seguimiento eterno”.

        “Y el Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros”. Y Jesucristo vino a María y ese mismo, pero el mismo Hijo de Dios está aquí, en tu alma como en el Seno de María, sobre todo más plenamente  con el mismo amor en este y en todos los Sagrarios, qué respeto y amor merece…es el mismo Hijo de Dios y de María, con el mismo amor, con el amor con que nos salvó y se quedó por amor a todos los hombres en todos los Sagrarios de la tierra y muchas han renunciado al mundo y a todos para vivir solo para Él y la salvación de todos los hombres, sus hermanos, como vosotros/as, queridas religiosas dominicas y contemplativas. Seamos agradecidos a todos los conventos de la tierra, porque se han encerrado a este mundo y sus placeres para que todos vivamos el encuentro con Cristo y su Salvación en una Navidad auténtica, cristiana, más viva y gozosa que con champan y turrones. Que vivamos así este adviento de Cristo para que sea Navidad en todos nosotros, para que Cristo nos llene y sintemos su presencia en nuestras vidas.

 

 

*********************************************

 

 

 

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 21, 25-28,34-36

 

QUERIDOS HERMANOS: el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, que hoy comenzamos, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» de Cristo, del Hijo de Dios; y por otra parte, el evangelio de este domingo mira y hace que nos preparemos para la segunda venida de Cristo, al final de los tiempos, que prácticamente para nosotros es el día de nuestra muerte, de nuestra partida a la eternidad con Dios;  para ambas esperas, hay que prepararse por una vida de fe y oración, practicada por la Palabra meditada y los sacramentos recibidos, principalmente santa misa y comunión verdaderas.

Por eso, refiriéndome a la venida de Cristo en la Navidad, y mirando nuestra espera en este tiempo de adviento, quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, será una Navidad pagana,no cristiana, perdida, porque no habrá nacido Cristo en nuestras vidas, en nuestros jóvenes, en nuestras familias.

Y si miramos la navidad anunciada por televisión o preparada por los gobernantes de muchas ciudades españolas y puestas como ejemplares o formas modelo de celebrar la navidad, allí no aparece ni Cristo ni nacimientos ni nada religioso, sino luces y motivos y adornos paganos. Así que muchos de nuestros jóvenes y pequeños ya no saben de qué va la navidad cristiana, sino el blac Friday y demás de estos días.

El Adviento cristiano debe ser vivido cristianamente, como espera del Señor, de que nazca en el corazón de mayores y pequeños, es tiempo de rezar más estos días, venir más a la iglesia, comulgar y venir a misa o de visitar y ayudar a pobres y ancianos, como era en nuestros tiempos pasados, en nosotros. Por eso, como digo y predico mucho en estos días: aunque sobren champán y turrones, si Cristo no nace en nosotros, habrá sido una Navidad inútil.

Queridos hermanos, vamos a vivir estas cuatro semanas de adviento para que sea navidad cristiana en nuestros hogares, en nosotros, en nuestras familías, en el mundo, para que Cristo aumente su presencia en nuestras vidas, en nuestros corazones, mediante una vida más fervorosa de oración, rezando más, teniendo todos los dias un rato de oración, si es ante su presencia en el Sagrario, mejor; vamos a procurar rezar el rosario en casa o

 

en familia, si podemos, vamos a esforzarnos por vivir mejor el amor fraterno en nuestro ambiente y famiia, haciendo las paces con todos, vamos a perdonar si tenemos algún problema en el trabajo o con vecinos. Eso es vivir el adviento cristiano, preparar la venida de Cristo a nuestras vidas, en nuestro corazón.

En este tiempo de espera, para que el Señor nazca o aumente su presencia en nosotros, desde el cura hasta el último, os invito a  a venir más a la iglesia; pero hacer hoy mismo este propósito y compromiso con el Señor…, Él que viene lleno de amor e ilusión para nacer o aumentar su presencia de gracia y amor y felicidad en todos nosotros, en todos los hombres. Y pidamos y habamos algún sacrificio por los nuestros que estén un poco alejados de Cristo, de la fe, para que sea navidad en ellos.

Y en los conventos, queridas hermanas, es tiempo de más oración y conversión, sobre todo, de conversión y penitencia más profunda, más auténtica, más verdadera y comunitaria, desde las superioras hasta la religiosa última, para que sea Navidad auténtica y cristiana y no solo en vuestro convento, sino que vosotras religiosas contemplativas lo tenéis que hacer principalmente por la iglesia, por el mundo entero, por todos los hombres, vuestros hermanos, por lo cuales habéis renunciado a todo, por savarlos.

Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como digo con frecuencia, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad cristiana, por esperas y encuentros y navidades puramente paganas, puro consumismo, incluso en familías cristianas. Mirad la televisión y los guasad.

Y como tantas veces repito en este tiempo de adviento: “aunque sobren champan y turrones, si Cristo no nace en nuestro corazón por un aumento de fe y amor, todo habrá sido inútil.

Es así como lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad… a nosotros».

 

*********************************************

 

QUERIDOS HERMANOS: Comenzamos hoy el año litúrgico, en que celebraremos los misterios más importantes de la vida de Cristo; y es lógico que empecemos por el principio, esto es, preparándonos para celebrar el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, como Hijo de Dios encarnado en el seno de la Virgen María, la Madre bella y hermosa, que, con su Concepción Inmaculada y alumbramiento virginal, llenó el mundo de luz, de sentido y de esperanza.

        Como todos sabéis, este tiempo fuerte de la liturgia de la Iglesia se llama Adviento. Adviento viene de advenimiento y significa espera, venida, salir al encuentro de alguien que viene: Jesucristo. Es la preparación de la Navidad.

        Sin embargo este tiempo de Adviento presenta un doble aspecto: por una parte es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual conmemoramos la primera venida del Hijo de Dios, y por otra, con este recuerdo, se dirige nuestra atención hacia la expectación de la «segunda venida» de Cristo al final de los tiempos. Por esta doble razón se presenta al Adviento como el tiempo de la alegre esperanza.

        Nuestra vida cristiana adquiere sentido a partir de estos dos momentos históricos: La Encarnación de Cristo que nos diviniza y la parusía, que lleva esta obra a su total cumplimiento. El cristiano está siempre en vela, toda su vida es una continua espera de su venida en los signos de los tiempos, en los sacramentos, en la oración, en la Palabra...

        Esta vigilancia no debe entenderse solamente como defensa del mal, que también nos acecha por todas partes, sino como expectación confiada y gozosa del Supremo Bien que nos salva y nos libera de nuestras esclavitudes. La vigilancia es una atención concentrada hacia el paso del Señor por nuestras vidas.

        Los evangelios de estos domingos se refieren a la segunda venida del Señor como llegada última y definitiva de nuestra liberación. Distinguimos, pues, en ellos dos partes:

 

        1ª.- Descriptiva: anuncio de liberación. Con lenguaje propio del género apocalíptico se describen los cataclismos del fín del mundo para concluir con un grito de esperanza ante la aparición del Hijo del hombre, Cristo Jesús, con poder y gloria: “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”.

 

        2ª.- Y luego, una segunda parte exhortativa. Invitación de Jesús a la vigilancia: “Tened cuidado, no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero y se os eche de repente aquel día porque caerá como un lazo sobre los habitantes de la tierra… Estad, pues, velando en oración para tener fuerza y poder manteneros en pié ante el Hijo del hombre”.

        Queridos hermanos, el hombre de hoy conoce un número extraordinario de esperas. Estas esperas están motivadas por los nuevos mesianismos; hasta hace poco, la  más fuerte espera en el mundo actual era la utopía marxista, ya totalmente fracasada, --¡lo que tuvimos que sufrir hace cincuenta años, hasta en la Iglesia se defendía y vinieron cristianos marxistas y la teología de liberación!-- Hoy ni los partidos políticos que la defendieron como dogma de fe quieren mencionarla, porque les salpica de fracasos y crímenes cometidos.

La utopía marxista, con otro nombre, hoy se llama consumismo; es otra vez querer tener el paraíso, el cielo en la tierra; los marxistas se han convertido al capitalismo, dinero y dinero para tener más, consumirlo todo y ser feliz poseyéndolo todo; el marxismo se ha transformado en la utopía capitalista de todos sus seguidores actuales. El marxismo, dogma de vida, ya está olvidado por los mismos que se aprovecharon para subir y escalar.

Ambas utopías son antropocéntricas: quitar a Dios del centro de la vida y poner al hombre; ya no es Dios el que nos dice lo que está bien o mal, es el hombre, es nuevamente Adán y Eva, engañados una vez por la serpiente, que han comido del árbol del bien y del mal, y ya no es Dios sino el hombre el que dice lo que está bien y mal. Ambas excluyen a Dios como referencia y norma de la vida; ahora sólo se adora al becerro de oro, porque adorándole a él podemos dar culto diario a los ídolos del sexo, amor libre, abortos, eutanasia… todo lo que estorbe para que yo haga lo que me apetece, debe ser destruido. También Dios, porque no quiero mandamientos ni exigencias de ningún tipo: yo hago lo que me apetece; éste es el principio vital, el dogma de vida dominante hoy en la aldea del mundo global, porque la televisión y los medios nos han convertido en aldea, en todos cercanos, las mismas modas y estilo de vida. 

        Los políticos de uno y otro signo, unos más que otros, se han erigido en dioses del bien y del mal: separaciones, divorcios, abortos, eutanasia, uniones homosexuales, educación sin Dios ni religión, relaciones prematrimoniales en preadolescentes… todo esto nos ha llevado a un vacío existencial terrible y doloroso, que todos padecemos: los matrimonios más tristes, las familias más tristes, no hay amigos, no hay seguridad en los padres, en los hijos, los unos abandonados por hijos egoístas, los otros abandonados por padres que no piensan en ellos, sólo en su interés egoísta y por eso se divorcian  a los primeros años de convivencia…

        Al alejarnos de Dios, se ha perdido el sentido de la vida, sobre todo, el trascendente, no sabemos por qué vivimos, para qué vivimos, a dónde vamos… solo dinero y sexo, estamos vacíos de valores verdaderamente humanos; las políticas sin Dios y sin religión no dan explicación integral del vivir y morir humanos, del trabajar y sufrir, de la entrega gratuita de amor a los hijos y a la familia.

        Después de años de andadura  en estas políticas ya podemos decir a dónde nos llevan: al desencanto, al vacío, a la soledad afectiva, no hay amigos, no hay familias unidas; y como consecuencia, la tristeza, el vacío existencial, la desesperación, el desamor, el escepticismo generalizado incluido el religioso, la falta de fe en el cristianismo, la frustración a todos los niveles: político, social, educativo, familiar, conyugal y generacional.

        Pregunto: Con esta educación, con estas leyes, ¿es más feliz el joven, el adulto o el anciano abandonado de hoy por sus propios hijos, cosa antes inconcebible, que en años anteriores? ¿En qué quedan los avances técnicos, educativos, las conquistas y las promesas sociales, los mesianismos de salvación del hombre por el hombre que nos prometían? ¿Habrá remedio y liberación posible para esta humanidad cansada, angustiada y engañada por los falsos profetas de turno, por los medios de comunicación manipulados por el poder, por la conquista fácil de la audiencia sin capacidad de crítica, alimentada de sexo y superficialidad?

        Este tiempo del Adviento cristiano nos ofrece el único liberador y salvador del mundo: es Jesucristo, su evangelio, su verdad, su concepto de la vida y del hombre, del matrimonio y de la familia. No hay más salvador que Jesucristo. Ningún otro puede salvar bajo el cielo y la tierra: “No se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos” y en quien podamos confiar a fondo perdido (Cf Hch 4,11).

Por eso la liturgia de estos días nos dirá: “cobrad ánimo, no temáis, se acerca vuestra liberación”; está ya cerca el que nos puede liberar de tantas esclavitudes. El Adviento es preparar este encuentro mediante una más intensa fe, amor, conversión, caridad… caminos por donde viene el Señor a los hombres.

        Cristo nos libera desde dentro, porque nos libera del pecado, que es el que domina y deshace los planes de Dios sobre el hombre y la humanidad; nos libera de los criterios del hombre viejo y nos empuja a la verdadera humanidad, libre de egoísmos, materialismo, consumismo y vacío de valores humanos. Cristo, su evangelio, su vida nos trae fraternidad: todo hombre es mi hermano; nos trae amor, porque Él viene por amor gratuito en busca del hombre y nos enseña a amar así; amor que se hace justicia, igualdad verdadera, fraternidad, solidaridad con los pobres y marginados, porque Él siendo Dios se hizo hombre, ése es su espíritu presente en su vida y evangelio.

        Los cristianos que viven los sentimientos de Cristo y su evangelio, para eso es el Adviento, son los únicos revolucionarios sociales capaces de convertir a las personas y las estructuras de la familia, del matrimonio, de la sociedad. Este es el talante del Adviento. ¿Salimos a esperar al Señor? Este  tiempo es para eso. Y el camino: la oración, la eucaristía, la conversión.

 

 

*****************************************

 

SEGUNDA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS: Hoy es primer domingo de Adviento; Adviento significa espera; la iglesia, los cristianos esperamos el nacimiento de N.S. Jesucristo; y la Iglesia quiere que nos preparemos, que salgamos a esperarlo durante cuatro semanas para encontrarnos con Él en la Navidad, en su nacimiento entre nosotros, que la liturgia lo hace presente.

El evangelio de este domingo nos habla de una doble espera: de la espera de adviento para la fiesta de la navidad; es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» de Cristo, del Hijo de Dios; y por otra parte, el evangelio de este domingo mira y hace que nos preparemos para la segunda venida de Cristo, al final de los tiempos, que prácticamente para nosotros es el día de nuestra muerte, de nuestra partida a la eternidad con Dios;  para ambas esperas, hay que prepararse por una vida la fe y la oración, practicada por la Palabra meditada y los sacramentos recibidos y el cumplimiento de la mandamientos de Dios.

Y así ha de nacer Cristo en nosotros en cada Navidad; y para esto nos prepara el Adviento. Por eso quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, no habrá Navidad cristiana, nacimiento de Cristo en nuestra vida; el Adviento no ha sido vivido y aprovechado, no ha habido encuentro de gracia y de fe en el Señor, no puede haber Navidad cristiana, de Cristo, en nosotros, será una fiesta pagana.

Por eso os invito en este tiempo a rezar más, a venir más a la iglesia, todos los días hay misa por la mañana y por la tarde, los jueves exponemos al Señor algún día en el adviento podéis venir. Si no lo hacemos, no habrá servido para nada este tiempo, no habremos vivido el adviento cristiano. Y la Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana.

Y como tantas veces repetiré en este tiempo de adviento: “aunque sobren champan y turrones, si Cristo no es acogido por fe y oración personal, todo habrá sido inútil, una navidad perdida en cristiano. Es así como lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad… a nosotros».

Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como digo con frecuencia, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad cristiana, de Cristo, por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo. Mirad la televisión y los guasad.

Y celebrar la Navidad en cristiano es la mejor forma de prepararnos para la segunda venida de Cristo al final de los tiempos de que nos habla el evangelio de hoy… y que es la única razón de la Navidad, de su venida a la tierra desde el cielo. Cristo vino no para hacer milagros ni dar de comer a las multitudes, Cristo vino para predicarnos que somos hijos de Dios, que nuestra vida es más que esta vida, que para eso murió y resucitó… y así lo cantan algunos villancicos de la Navidad. Por la venida de Cristo la muerte ha sido vencida…)

Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por la televisión y los medios; debemos recogernos en ratos de oración y silencio para rezar y orar y meditar por dónde vendrá Cristo esta Navidad. 

 

***********************************************

 

ADVIENTO: EL SEÑOR VIENE, SALID A ESPERARLO: QUERIDOS HERMANOS: Comenzamos este domingo un nuevo Año litúrgico,  el ciclo B, a lo largo del cual iremos celebrando los misterios de Cristo desde su nacimiento en Navidad hasta su Ascensión al cielo en la Pascua. Se trata no sólo tener un recuerdo de los distintos aspectos de su vida sino de celebrarlos, de vivirlos espiritualmente, por medio de las celebraciones litúrgicas que los hacen presentes para que nosotros los vivamos plenamente en Cristo y nos santifiquen.

Este tiempo de Adviento que hoy comenzamos, preparación de la Navidad, inaugu­ra todo este Año litúrgi­co y debemos vivirlo en actitud de esperanza y abiertos a las nuevas gracias que nos traiga el nacimiento de Jesús en Belén y en nuestros corazones.

El Adviento nos habla y nos prepara para la ve­nida del Señor, en su doble aspecto: primero nos prepara y celebra aquella primera venida en carne humana del Hijo de Dios hecho hombre en el seno virgi­nal de María; y en segundo lugar nos advierte de su venida última, al final de los tiempos, que es el día de nuestra muerte, de nuestra partida a su presencia en el cielo.

        El centro del Advien­to es Jesús, no podía ser otro. Jesús presente ya, pero ausente toda­vía en su manifestación de gloria. Celebramos la ve­nida del Señor. Pero llegará un año litúrgico que lo comenzaremos en la tierra y lo culminaremos en el cielo. Y el cielo es encontrarse con  él defini­tivamente y para siem­pre. El cielo es estar con Cristo para siempre. Que para algunos, muy despiertos en la fe y por la oración eucarística, empieza ya en esta vida. El Adviento nos prepara para eso, y la liturgia nos pone en los labios y en el corazón ese grito de esperanza: ¡Ven, Señor Jesús!

Y junto a Jesús, que viene a nosotros solo por amor y para salvarnos y llevarnos a toda la humanidad a la posesión del reino de Dios, para eso vino, se hizo hombre como nosotros, nació, murió y resucitó, nosotros los católicos de verdad, recordamos también y honramos a su madre, la bendita entre todas las mujeres de la tierra: María.

María  ocupa una parte importante del Adviento, de este tiempo litúrgico de salvación, porque nod trae en su vientre virginal nada menos que al Salvador de todos los hombres, que se ha hecho carne en ella por obra del Espíritu Santo, para poder abrirnos las puertas de la eterndad.

Por eso, María nos pue­de enseñar mejor que nadie cómo prepararnos para la navidad, para recibir a Jesús en nuestros corazones, a abrazarlo con fe y amor como lo hizo ella y nos enseña a hacerlo a todos sus hijos.

¿Y cómo lo hizo ella?, pues el evangelio nos dice que sin entender He aquí la esclava… lo que sí nos dice es que la Virgen estaba en oración cuando la sorprendió el ángel y en oración siguió adorando al niño que nacía en sus entrañas.

Por eso el Adviento, siguiendo a María es tiempo de prepararnos para el nacimiento de Jesús, es tiempo de orar más, venir más a la iglesia, de pedir aumento de fe, esperanza y amor, como María, así lo recibió ella, así nosotros sus hijos, los verdaderos devotos de María tenemos que esperarnos, como ella. Y con Cristo en su seno visitó a su prima Isabel… , nosotros en este tiempo tenemos que hacer obras de fe,  amor y caridad, colectas…

Repito: vivamos el adviento como María: oración estaba cuando vino el ángel.. y siguió, nosotros: oración personal, santa misa y obras de caridad con enfermos y necesitados.

Precisamente en este tiempo de Advien­to, la próxima semana, celebraremos la fiesta de su Inmaculada Concepción, día de honrarla viniendo a la Iglesia, confesando y comulgando y celebrando la santa misa ese día, en acción de gracias a María por la Navidad y la Salvación que por ella nos vino al mundo.

Du­rante el tiempo de Ad­viento apa­rece frecuentemente Juan el Bautista. Es el más grande de los nacidos de mujer, según nos dirá el mismo Jesús al ser bautizado por Él en el Jordán, y que nos invita en este tiempo a preparar los caminos al Señor con actitud penitencial. Juan Bautista nos señalará al Cordero de Dios que quita el pe­cado del mundo. Repito: hay que confesar y comulgar más en estos días.

Tiempo de Adviento, tiempo de gozosa espe­ra. Así lo rezamos y cantamos: ven, ven, Señor, no tardes, ven, ven, que te esperamos… Comencemos este año litúrgico con el deseo de recibir a Jesús, que viene a nosotros de múltiples maneras, en el pesebre, en la santa misa, en la comunión, en los pobres…  lo que hicisteis con ellos conmigo lo hicisteis…: es tiempo de esperarlo con fe y amor, con actos de caridad para con Dios y los hermanos, tiempo de venir más a misa y visitar a Cristo en el Sagrario, de confesar y comulgar, de perdonar y perdonarnos. Sobre todo, de esperarle en oración como María y san José, para que sea una auténtica navidad cristiana, porque aunque sobren champán y turrones, si Cristo no nace en nosotros, todo habrá sido inútil, no será navidad cristiana. Que sea navidad en vuestros corazones y en vuestros hijos y familia.

 

 

*******************************************

 

 

SEGUNDO  DOMINGO DE ADVIENTO

 

PRIMERA LECTURA: Baruc 5, 1-9

 

        En esta última parte del libro de Baruc, la más tardía,  se expresa la doctrina de un autor piadoso de la diáspora, buen exponente de la religiosidad judía del último siglo, que pone a Jerusalén “en lo más alto de su gozo”. En la predicación profética, la ciudad suele personificar el destino del pueblo entero, con sus luces y sombras, infidelidades y castigos. Inspirado en estos textos, nuestro autor subraya el carácter eterno de la futura Jerusalén, como Esposa del Eterno, que luego pasará a la Iglesia, esposa de Cristo.

 

SEGUNDA LECTURA: Filipenses 1, 4-6. 8-11

 

        Manteneos limpios e irreprochables para el Día de Cristo. El pasaje comprende la acción de gracias y la oración por los filipenses. El recuerdo de los fieles en la oración de Pablo es una de las constantes de su solicitud pastoral (Rm 1, 9). La oración individualista y egoísta es ajena a la espiritualidad de Pablo. La gozosa gratitud de Pablo se basa en la cooperación de los filipenses en la extensión del Evangelio (1, 29ss). Pablo abriga la certeza de que Dios mantendrá esta misma postura de fervor hasta el día del Señor. La segunda parte está constituida por una súplica de quien ama a sus fieles con una ternura paternal. Pide para ellos lo mejor: acrecentamiento de la caridad. Buena exhortación para los que esperamos al Señor en la Navidad.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 3,1-6

 

         QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Estamos ya en el segundo domingo de Adviento. La Iglesia, en su liturgia, nos pide que toda nuestra vida en este tiempo sea mirar y esperar al Señor, vivir pendiente del Señor que viene, que quiere nacer y vivir en cada uno de nosotros, potenciando su vida, su amor, su gracia, su evangelio. Porque si Cristo no nace así en nosotros, aunque sobren champán y turrones, no será Navidad cristiana. Aunque Cristo nazca mil veces, si no nace dentro de nosotros, todo será inútil. No habrá sido Navidad cristiana, el nacimiento de fe y de amor que Cristo quiere y la Iglesia prepara y celebra y nosotros tenemos que vivir.

 

        2.-En la primera Lectura el profeta Baruc consuela a los judíos dispersos con la perspectiva de un pronto retorno a Jerusalén. El retorno no será fruto de los esfuerzos humanos sino del poder de la misericordia divina. La condición exigida e indispensable es la conversión interior. La vuelta a Jerusalén se describe en clave jubilosa.

 

        3.- Estas palabras de Baruc tienen un eco perfecto en Juan, el precursor. Lucas sitúa la figura del precursor en un marco histórico y geográfico para significar que la acción salvadora del Mesías se  cumple en el interior del tiempo y de la historia humana con lo que el tiempo se hace «tiempo de gracia» y la historia se convierte en «historia de salvación».

        Fijémonos en un detalle sumamente interesante: esta palabra de Juan se pronuncia en el desierto. Desierto en el A. T. es sinónimo de oración, silencio exterior, meditación, recogimiento. Para orar los profetas se retiran al desierto. Sería la segunda nota a tener en cuenta en este tiempo de Adviento: tenemos que orar más, hay que retirarse al desierto; es tiempo de dedicar más tiempo a la lectura espiritual, a la liturgia de las Horas, a la Eucaristía, a la oración.

 

        4.- En el Evangelio, la predicación del Bautista es llamada a la conversión, que se manifiesta y sella con el bautismo, pero sobre todo, con la promesa de salvación universal. Y Pablo, en la segunda Lectura, da gracias a Dios y ora por la comunidad filipense para que Dios lleve a término la conversión iniciada, que debe crecer continuamente en el amor mutuo, en el  conocimiento del misterio de Dios y en la experiencia del Espíritu.

        Juan el Bautista es el guía de la penitencia y conversión que nos pone siempre la Iglesia como modelo en este tiempo de Adviento para preparar el camino del Señor que viene en la Navidad. La Iglesia, como madre y pedagoga de la fe y vida cristiana de sus hijos, cuando empezamos a caminar a la Navidad, nos manda a este profeta, que se alimenta de raíces y miel silvestre y que se atreve a hablarnos de penitencia a los hombres de todos los tiempos, porque, hoy como ayer, son muchos los caminos que están bloqueados y hacen imposible la llegada del Señor Salvador a este mundo alejado de Dios y paganizado, increyente en el amor loco y apasionado de un Dios que viene en su busca, porque quiere hacerle partícipe de su misma felicidad.

        La “voz del desierto”, el mundo actual es un desierto de Dios, está vacío de Dios, de Cristo, de Navidad auténtica y cristiana, de creer y esperar al Señor que viene con amor generoso y sacrificado para salvarnos, para salvar a este mundo ateo, sin Dios, sin su amor, sin sus mandamientos y gracia, grita y propone la conversión para desbloquear los senderos que impiden la llegada de Dios, de su salvación, de su conocimiento y presencia en nosotros.

        Hermanos, todos nosotros, la Iglesia entera desde el Papa hasta el último bautizado necesita a Juan Bautista que nos predique y exija la conversión, el vaciarnos de nuestros pecados y defectos, aunque sean pequeños, para que Cristo pueda nacer en nosotros por un aumento de fe, amor y esperanza sobrenaturales no meramente naturales de champan y fiesta de turrones; y eso es el adviento cristiano, el que la Iglesia nos pide, la espera en fe, amor y esperanza  purificadas por la oración y conversión diaria y permanente en este tiempo de fe y espera del Señor  personal y comunitaris.

 

        5.- Convertirse es dejar de caminar en un sentido, dándose la vuelta y caminar en sentido contrario; es caminar en un sentido que cuesta al principio, supone dolor y fatiga, pero luego serena nuestro espíritu y nos trae la presencia de Dios con sus dones. Si es radical, exige poner en el centro de nuestra vida y existencia al Dios Único y Verdadero, quitando, destronando a nuestro yo, que ocupa muchas veces este lugar y es el ídolo que adoramos y damos culto todo el día; la conversión es destronarlo y poner al verdadero Dios y servirle y darle culto y cumplir su voluntad, su evangelio, es hacer que Dios sea el centro de todo nuestro vivir, haciendo que Dios sea lo más importante de nuestra vida, de nuestra jornada, de nuestra relación con los hermanos más que nosotros mismos; y que su palabra, ideas y proyectos sean más importantes que los nuestros. Sería vivir con los sentimientos de Cristo, cuya comida era hacer la voluntad del Padre, cumpliendo su voluntad, viviendo su misma vida, pisando sus mismas huellas.

        El hombre de todos los tiempos y más el actual, está incapacitado para vivir así por el pecado original y necesita la fuerza y la gracia de Dios que nos viene por Cristo Jesús. Sólo la gracia de Dios, el amor y la misericordia de Dios pueden vencer este amor propio, este preferirnos a Dios en todo.

        El hombre moderno vive lo inmediato y está insensibilizado para lo trascendente y lo sobrenatural; vive la cultura del momento y de lo que le apetece y ha perdido, no le interesa, el sentido religioso y eterno de su vida. En el evangelio de hoy Juan anuncia la conversión como camino para la llegada plena de Dios hasta nosotros.

        En este tiempo de Adviento, toda nuestra vida debe ser espera del Señor, vivir pendiente de su venida, de aprender a vivir teniendo siempre a Dios en el horizonte; Juan nos propone una labor topográfica para allanar el camino que nos conduce hasta Dios: rebajar la soberbia, el amor propio, el preferirnos a Dios en la vida, poniéndonos como centro del universo, que es la causa de la mayor parte de los pecados de los hombres y del mundo.

        Para eso hay que dejarse iluminar por Dios, por su Palabra que nos viene por la liturgia y la «lectio divina», por la oración personal y el encuentro dialogal con Dios. La oración nos dice continuamente que somos pecadores, necesitados de su gracia, de su ayuda, de su presencia. Y este reconocimiento humilde de nuestro pecado ante Dios, ante el Dios que viene en nuestra busca en la Navidad para perdonarnos y salvarnos, lejos de hundirnos en el desánimo o tristeza, nos llena de alegría, de esperanza y de ilusión, al saber que Él viene y nos trae la Salvación, nos busca, nos perdona, nos ama y viene en nuestra busca.

        Por eso, lo primero que nos pide Juan, el precursor, este tiempo de Adviento, como hemos dicho, es la conversión, el cambio del corazón, de nuestra mentalidad y conducta. Sin esto no hay salvación posible ni liberación de nuestros pecados, no habrá presencia de Dios en nosotros, no habrá verdadera alegría y Navidad cristiana. Y esto supone, exige un clima de fe, de oración. Para esto es el Adviento.

 

******************************************

 

SEGUNDA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Las lecturas bíblicas de este segundo domingo de Adviento ponen el acento en la conversión.    En el evangelio hay una solemne introducción de datos históricos para decirnos que la Palabra de Dios vino sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto: En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo”.

        La expresión “vino la palabra de Dios” es frecuente en pasajes bíblicos de acento profético. La palabra del Señor se encarna en la historia de los hombres para transformarla desde dentro. No se puede imponer. De ahí  el escepticismo  ante toda clase de transformaciones que no nazcan desde el interior.

        Si la transformación ha de ser hacia lo mejor, hacia metas de moralidad y vida ética, las estructuras no bastan porque es el hombre el que lleva el pecado en su interior y mancha lo que toca.

        El evangelio se propone cambiar el corazón del hombre para cambiar las estructuras. Tarea difícil. Porque las estructuras del pecado se acomodan mejor a lo débil del hombre y se convierten en tentación continua para los fuertes y caída permanente para los débiles.

        Si queremos cambiar personalmente, si queremos transformar nuestro hogar, nuestra familia, nuestra vida personal, hay que hacerlo desde el interior. Por eso, esta expresión del evangelio “vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías en el desierto” se convierte en modelo actual y perenne de aceptación de la palabra y transformación cristiana de vida para nosotros.

        Aceptando la palabra de Dios, meditándola con frecuencia, interiorizándola, es como hemos de convertirnos, cambiar de vida, transformarnos individual y socialmente.

        La palabra de Dios debe encarnarse en cada uno de nosotros para ser eficaz en el mundo, en la historia, si queremos transformarla en Cristo, en su evangelio. Es desde dentro, en lucha interior, donde hay que oír esta palabra que nos transforma y convierte; esta palabra tiene que pasar de la mente al corazón para convertirse en sentimiento, en el amor de Cristo; y esta palabra se escucha “en el desierto”, en la oración, en el silencio interior; ahí está su fuerza.

        Sin oración no hay conversión cristiana. La conversión permanente exige oración permanente. Orar, amar y convertirse se conjugan igual. Quiero orar, quiero amar, quiero convertirme Me he cansado de orar, es que me he cansado de convertirme y de amar a Dios. En el desierto le vino a Juan la palabra de Dios, la conversión, la oración; y ahí sigue viniendo: de almas en soledad de oración, de desierto nacen los santos, los místicos, los fuertes.

        Y si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente, no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas.

Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.

        La oración nunca será un camino difícil sino costoso, como cualquier camino que lleva a la cima de la montaña, sobre todo, en los comienzos. El camino es facilísimo: querer amar a Dios sobre todas las cosas. “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, solo a Él darás culto” (Mt. 4, 10). Por lo tanto, abajo todos los ídolos; el primero, nuestro yo.

Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios con estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22,37). Pero esto cuesta muchísimo, sobre todo al principio, porque entonces no se tienen los ojos limpios para ver a Dios, no se sienten estos deseos con fuerza, no se tiene la fe y el amor y una esperanza de Dios suficientes para ir en su busca,  empezando por renunciar al cariño y la ternura que nos tenemos.         Este preferirnos a Dios ha hecho que nuestra  fe sea seca, teórica, puramente heredada y ha de ser precisamente por esos ratos de oración eucarística, cuando empieza a hacerse personal, a  creer no por lo que otros me han dicho sino por lo que yo voy descubriendo y eso ya no habrá quien te lo quite.

        Es costosa la oración, sobre todo al comienzo, hasta coger el camino de la conversión, porque la persona, sin ser consciente, achaca la sequedad de la misma a las circunstancias de la oración o sus métodos, siendo así que en realidad la aridez y el cansancio vienen de que hay que empezar a ser más humildes, a perdonar de verdad, a convertirnos a Dios, para amarle más que a nosotros mismos y esto, si no hay gracias de Dios especiales, que se lo hagan ver y descubrir y para eso es la oración, imposibilita la oración de ahora y de siempre y de todos los siglos. Por eso, al hablar de oración a principiantes, es más sencillo y pedagógico y conveniente hablarles desde el principio, de  que se trata de un camino de conversión a Dios, camino exigente,  y que por y para eso necesitamos hablar continuamente con Él, para pedirle luz y fuerzas.

        Sin conversión no hay oración y sin oración no hay vivencia y experiencia de Dios, ni amor verdadero a los hermanos, ni entrega, ni liturgia vivida, ni gozo del Señor ni santidad ni nada verdaderamente importante en la vida cristiana ni verdadero apostolado que lleve a QUERIDOS HERMANOS:

        1.- Estamos ya en el segundo domingo de Adviento. La Iglesia, en su liturgia, nos pide que toda nuestra vida en este tiempo sea mirar y esperar al Señor, vivir pendiente del Señor que viene, que quiere nacer y vivir en cada uno de nosotros, potenciando su vida, su amor, su gracia, su evangelio. Porque si Cristo no nace así en nosotros, aunque sobren champán y turrones, no será Navidad cristiana. Aunque Cristo nazca mil veces, si no nace dentro de nosotros, todo será inútil. No habrá sido Navidad cristiana, el nacimiento de fe y de amor que Cristo quiere y la Iglesia prepara y celebra y nosotros tenemos que vivir.

 

        2.-En la primera Lectura el profeta Baruc consuela a los judíos dispersos con la perspectiva de un pronto retorno a Jerusalén. El retorno no será fruto de los esfuerzos humanos sino del poder de la misericordia divina. La condición exigida e indispensable es la conversión interior. La vuelta a Jerusalén se describe en clave jubilosa.

 

        3.- Estas palabras de Baruc tienen un eco perfecto en Juan, el precursor. Lucas sitúa la figura del precursor en un marco histórico y geográfico para significar que la acción salvadora del Mesías se  cumple en el interior del tiempo y de la historia humana con lo que el tiempo se hace «tiempo de gracia» y la historia se convierte en «historia de salvación».

        Fijémonos en un detalle sumamente interesante: esta palabra de Juan se pronuncia en el desierto. Desierto en el A. T. es sinónimo de oración, silencio exterior, meditación, recogimiento. Para orar los profetas se retiran al desierto. Sería la segunda nota a tener en cuenta en este tiempo de Adviento: tenemos que orar más, hay que retirarse al desierto; es tiempo de dedicar más tiempo a la lectura espiritual, a la liturgia de las Horas, a la Eucaristía, a la oración.

 

        4.- En el Evangelio, la predicación del Bautista es llamada a la conversión, que se manifiesta y sella con el bautismo, pero sobre todo, con la promesa de salvación universal. Y Pablo, en la segunda Lectura, da gracias a Dios y ora por la comunidad filipense para que Dios lleve a término la conversión iniciada, que debe crecer continuamente en el amor mutuo, en el  conocimiento del misterio de Dios y en la experiencia del Espíritu.

        Juan el Bautista es el guía de la penitencia y conversión que nos pone siempre la Iglesia como modelo en este tiempo de Adviento para preparar el camino del Señor que viene en la Navidad. La Iglesia, como madre y pedagoga de la fe y vida cristiana de sus hijos, cuando empezamos a caminar a la Navidad, nos manda a este profeta, que se alimenta de raíces y miel silvestre y que se atreve a hablarnos de penitencia a los hombres de todos los tiempos, porque, hoy como ayer, son muchos los caminos que están bloqueados y hacen imposible la llegada del Señor Salvador a este mundo alejado de Dios y paganizado, increyente en el amor loco y apasionado de un Dios que viene en su busca, porque quiere hacerle partícipe de su misma felicidad.

        La “voz del desierto”, el mundo actual es un desierto de Dios, está vacío de Dios, de Cristo, de Navidad auténtica y cristiana, de creer y esperar al Señor que viene con amor generoso y sacrificado para salvarnos, para salvar a este mundo ateo, sin Dios, sin su amor, sin sus mandamientos y gracia, grita y propone la conversión para desbloquear los senderos que impiden la llegada de Dios, de su salvación, de su conocimiento y presencia en nosotros.

        Hermanos, todos nosotros, la Iglesia entera desde el Papa hasta el último bautizado necesita a Juan Bautista que nos predique y exija la conversión, el vaciarnos de nuestros pecados y defectos, aunque sean pequeños, para que Cristo pueda nacer en nosotros por un aumento de fe, amor y esperanza sobrenaturales no meramente naturales de champan y fiesta de turrones; y eso es el adviento cristiano, el que la Iglesia nos pide, la espera en fe, amor y esperanza  purificadas por la oración y conversión diaria y permanente en este tiempo de fe y espera del Señor  personal y comunitaris.

 

        5.- Convertirse es dejar de caminar en un sentido, dándose la vuelta y caminar en sentido contrario; es caminar en un sentido que cuesta al principio, supone dolor y fatiga, pero luego serena nuestro espíritu y nos trae la presencia de Dios con sus dones. Si es radical, exige poner en el centro de nuestra vida y existencia al Dios Único y Verdadero, quitando, destronando a nuestro yo, que ocupa muchas veces este lugar y es el ídolo que adoramos y damos culto todo el día; la conversión es destronarlo y poner al verdadero Dios y servirle y darle culto y cumplir su voluntad, su evangelio, es hacer que Dios sea el centro de todo nuestro vivir, haciendo que Dios sea lo más importante de nuestra vida, de nuestra jornada, de nuestra relación con los hermanos más que nosotros mismos; y que su palabra, ideas y proyectos sean más importantes que los nuestros. Sería vivir con los sentimientos de Cristo, cuya comida era hacer la voluntad del Padre, cumpliendo su voluntad, viviendo su misma vida, pisando sus mismas huellas.

        El hombre de todos los tiempos y más el actual, está incapacitado para vivir así por el pecado original y necesita la fuerza y la gracia de Dios que nos viene por Cristo Jesús. Sólo la gracia de Dios, el amor y la misericordia de Dios pueden vencer este amor propio, este preferirnos a Dios en todo.

        El hombre moderno vive lo inmediato y está insensibilizado para lo trascendente y lo sobrenatural; vive la cultura del momento y de lo que le apetece y ha perdido, no le interesa, el sentido religioso y eterno de su vida. En el evangelio de hoy Juan anuncia la conversión como camino para la llegada plena de Dios hasta nosotros.

        En este tiempo de Adviento, toda nuestra vida debe ser espera del Señor, vivir pendiente de su venida, de aprender a vivir teniendo siempre a Dios en el horizonte; Juan nos propone una labor topográfica para allanar el camino que nos conduce hasta Dios: rebajar la soberbia, el amor propio, el preferirnos a Dios en la vida, poniéndonos como centro del universo, que es la causa de la mayor parte de los pecados de los hombres y del mundo.

        Para eso hay que dejarse iluminar por Dios, por su Palabra que nos viene por la liturgia y la «lectio divina», por la oración personal y el encuentro dialogal con Dios. La oración nos dice continuamente que somos pecadores, necesitados de su gracia, de su ayuda, de su presencia. Y este reconocimiento humilde de nuestro pecado ante Dios, ante el Dios que viene en nuestra busca en la Navidad para perdonarnos y salvarnos, lejos de hundirnos en el desánimo o tristeza, nos llena de alegría, de esperanza y de ilusión, al saber que Él viene y nos trae la Salvación, nos busca, nos perdona, nos ama y viene en nuestra busca.

        Por eso, lo primero que nos pide Juan, el precursor, este tiempo de Adviento, como hemos dicho, es la conversión, el cambio del corazón, de nuestra mentalidad y conducta. Sin esto no hay salvación posible ni liberación de nuestros pecados, no habrá presencia de Dios en nosotros, no habrá verdadera alegría y Navidad cristiana. Y esto supone, exige un clima de fe, de oración. Para esto es el Adviento.

los hombres al amor y conocimiento vital de Dios, sino acciones, programaciones, organigramas que llevan a dimensiones poco trascendentes y perpendiculares y elevadas de fe y amor cristianos, donde muchas veces es hacer por hacer, para sentirse útil, en apostolado puramente horizontal, pero donde la gloria del Padre ni es descubierta, ni buscada ni siquiera mencionada, porque no se vive ni se siente, y  Jesucristo no es verdaderamente buscado y amado como salvador y sentido total de nuestras vidas; son acciones de un «sacerdocio  puramente técnico y profesional», acciones de Iglesia sin el corazón de la Iglesia, que es el amor a Cristo; acciones de Cristo sin el espíritu de Cristo, porque «el sarmiento no está unido a la vid».

        Por eso, desde el primer instante y kilómetro ¡abajo los ídolos! especialmente el yo que tenemos entronizado en el altar de nuestro corazón. Y este cambio, que ha de durar toda la vida, es duro y cruel y despiadado contra uno mismo, sobre todo al principio, en que estamos incapacitados para amar así, por no sentir el amor de Dios más vivamente, precisamente por esos mismos defectos, y cuesta derramar las primeras gotas de sangre,  porque nos tenemos un cariño loco y apasionado.

        Oigamos a Juan el Bautista y convirtámonos al evangelio, al Señor en este tiempo en que preparamos el camino de nuestro encuentro con Él en la Navidad. Por ahí viene: Hay que enderezar todo lo torcido y abajar la soberbia.

 

*****************************************

 

DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO C

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En este tiempo de Adviento, la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el primer Adviento cristiano. Hay dos personas que sobresalen en este sentido: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a tratar de vivir el Adviento con María y como María.  ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de su Hijo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

María lo esperó y recibió en primer lugar por el camino de la oración: La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo-hijo, Hijo de Dios hecho hijo de María; y la Virgen estaba orando, recibió el mensaje de Dios por el ángel en oración y siguió orando y dialogando con el ángel y con el Hijo de Dios, que empezaba a ser hijo suyo en su naturaleza humana, empezó a nacer ya en sus entrañas por obra del Espíritu Santo. Es la Santísima Trinidad actuando plenamente en ella.

Y María después, orando embarazada fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno al que nacía en sus entrañas mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que la saludó sabienndo el misterio que llevaba: ¿cómo es posible que me venga a visitar la madre de mi Señor?, y rematando la escena María con la oración de Magnificat: proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador porque ha mirado la pequeñez de su esclava, desde ahora me felicitarán todas las generaciones… si,Madre de Dios y madre nuestra, nosotros te felicitamos máxime ahora en Navidad y en tu novena de la Inmaculada. Ayúdanos a esperar y reibir a tu hijo como tú, con fe y amor encendidos.

Queridos hermanos: Oración, meditación, ratos de Sagrario a solas con el Señor es lo que necesitan nuestras almas para vivir el adviento auténticamente cristiano,  adviento de Cristo, esperar y poder celebrar la Navidad. Hoy hay crisis de oración, sobre todo eucaristica, no solo en el mundo sino en la misma Iglesia, en las parroquias, en cristianos, en curas, frailes y monjas, vemos pocos orando junto al Sagrario de sus parroquias. María nos invita a vivir el Adviento en clima de oración cristocéntrica, especialmente eucarística.

Sin ratos de oración, de oración meditativa primero, luego afectiva y contemplativa no hay posibilidad de encuentro con Cristo, no puede haber Adviento cristiano, de Cristo, ni Navidad plenamente cristiana, con Cristo, y aunque haya villancicos y sobren champám y turrones y reunión de familia, sin Cristo en el corazón, sin fe y amor personal por la oración con Cristo, no puede haber navidad cristian, de Cristo, aunque haya turrones y villancicos. Porque la navidad es Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que lo esperan por el camino de la oración, sobre todo, eucarística. Y si falta Cristo, aunque sobren champan y turrones, no hay navidad cristiana, nacimiento de amor a Cristo en nosotros.

 

2.- En segundo lugar, queridos hermanos, Cristo vino a María sobre todo, como vemos por los evangelios, por el camino de la fe viva y confiada de María en la Palabra de Dios traída por el arcángel

Gabriel que se desarrolla y llega a su plenitud por el diálogo-oración mantenido con él; presencia de la palabra de Dios Padre y que en nosotros tiene que ser así también por la oración personal en nuestras vidas, que nos llevará siempre Jesús y si es oración eucarística, ante el Sagrario, donde siempre con amor y esperana nos está esperando el Señor es el mejor camino.

Y así fue en María y en todos los santos; hay que empezar orando a María que nos lleva siempre a su Hijo, especialmente Eucaristía. Empezamos con el evangelio y María, siempre guiados por el Espíritu Santo, y luego el Espiritu Santo, como en María, por una oración que empieza siendo vocal, luego meditada y luego en nosotros un poco más elevada, si nos vamos vaciando de nosotros mismos por la conversión continua y permanente, será ya mística, experiencia de Dios, de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espírtu Santo en nuestras almas, nos sentiremos habitados por Dios Trinidad y todo por amor del Espíritu Santo, como en María:  “Cómo será eso, pues no conozco varón… y María sigue orando,dialogando con el ángel que le responde: “El Espíritu Santo vendrá sobre Ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.  Y en oración, en diálogo con el Angel, termina María :He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Que sea así entre nosotros, por la oración y purificación de nuestra fe llegar a sentir y vivir la navidad, a Cristo, dentro de nosotros. Así sea por una espera atenta de fe viva por la oración.

Aquí llegaron María, y todos los santos por la oración diaria y conversión permanente, los místicos, S. Juan de la Cruz y otros muchos que luego describen maravillosamente este camino de la oración, que no se queda en meditación sino que purificando el alma llegamos a la vivencia de Dios Trinidad en nosotros, por la purificación de las virtudes teologales fe, esperanza y  caridad por medio de las noches, de las purificaciones de vida, de nuestros sentidos y sobre todo del corazón y siempre por el camino de la oración; oracion primero con libros y ayudas, luego sin necesidad de libros, puramente contemplativa, veánlo en S. Juan de la Cruz, santa Teresa, Carles de Faucauld, Isabel de la Trinidad, madre Teresa de Calcuta, etc… llegaremos a la oración de diálogo de tú a tú con el Espíritu de Dios, con el Espíritu Santo: “Cómo será eso, pues no conozco…He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Como véis, todo en clima de oración, de diálogo personal con Dios.

 Y  así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra de Dios por el anuncio del ángel ante el misterio de la Encarnación del hijo-Hijo que la desbordaba y no comprendía. María vivió el primer Adviento con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer o decir su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

        Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios traida por el Angel en su oración. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos y razones humanas.

Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios, en su palabra, en su evangelio. Tenemos que creer de verdad que ese niño es el Hijo de Dios, que ese pan consagrado es verdaderamente Jesucristo, encarnado entonces en carne y ahora con el mismo amor en un trozo de pan y por eso merece nuestra oración, nuestra adoración, nuestra espera, nuestro tiempo, nuestra persona sobre todas las cosas o pensamientos o dudas o comodidades o circunstancias.  Fe pura, seca y total sin evidencas ni milagros.

Ella, María, creyó así y nos trajo la Salvación, al Salvador del mundo, al hijo-Hijo; nosotros, sus hijos, especialmente en este tiempo de adviento tambien queremos y pedimos creer como ella, y así será Navidad en nosotros, en la Iglesia, en el mundo, vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros, hasta los nuestros.

Y predicaba yo en mi parroquia: Queridos hermanos, para eso necesitamos orar, venir más a la iglesia en este tiempo de adviento,  sobre todo en estos tiempos de pandemía espiritual de fe y amor a Dios en que nada o pocas cosas nos ayudan a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo, es que de 50 años para abajo qué poca gente en nuestras iglesias, en las misas de domingo, han bajado los bautizos, primeras comuniones..etc…

Hay ambiente y materialismo ateo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta de gobiernos y de los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, a Dios, a Evangelio…; este mundo se está alejando de Dios, porque quiere encontrar la felicidad en la cosas finitas; este mundo se está llenando de todo, y está cada vez más vacio: familias rotas, esposos, matrimonio rotos, -- queridos hermanos aquí ahora presentes, perdonadme porque estas son algunas de mis homilías predicadas en la parroquia—y seguía yo: madres que matan a sus hijos e hijos que matan a sus padres, este mundo de medios y guasad que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta el todo, le falta Dios, el único Amor que llena y da compañía.

Y estamos todos más tristes, más solos, sin la certeza de Dios que nos ama y nos ha soñado para una eternidad de gozo con Él y el Hijo que nos amó hasta dar la vida para que la tuvieramos eterna: el mundo no cree en la eternidad, en Dios, por eso los matrimonios rotos,  padres que se matan y matan a los hijos… nos falta Dios; necesitamos la navidad, es necesario que Dios nazca en los hombres, aumente su presencia en nosotros, viva en los matrimonios, sea invitado y comensal diario en nuestros  hogares.

Queridos hermanos, vivamos así el adviento auténticamente cristiano, salgamos a esperar al Señor con fe, amor y esperanza sobrenaturales en más ratos de iglesia, de oración, de misas, jueves eucarísticos, rosarios. Lo necesitamos. Y así celebraresmos la Navidad con María y el Señor Jesús, ya crecido y amado en ratos de oración ante el Sagrario.

 

 

*****************************************

 

DOMINGO III DE ADVIENTO

 

PRIMERA LECTURA: Sofonías 3, 14-18a

 

        Conclusión del libro de Sofonías con un canto de exultación por la restauración esperada, tras la censura de los pecados, el anuncio del “día terrible de Yavéh” y las perspectivas de conversión en humildad y pobreza. Esta explosión de alegría que canta a Dios, Rey de Israel y Salvador, tiene su motivo central en la presencia de Dios (v 15. 16) que con su perdón ha retirado el castigo y ha alejado al enemigo: previsión de restauración tras el destierro o quizá referido a los pecados y desórdenes, causa de la ira. Esta presencia ahuyenta el miedo y el desaliento (Is 41, l0. 13-14), es causa -por efecto de su amor- de total renovación (v 17), hasta el punto que Él mismo, complacido en esta nueva creación, estalla de júbilo.

 

SEGUNDA LECTURA: Filipenses 4, 4-7

 

        Pablo invita a la alegría. Esta alegría es signo de una vida espiritual auténtica y debe manifestarse también cuando la vida es amarga y dura. La moderación, que es mansedumbre, paciencia y bondad, debe informar la actitud cristiana e iluminar la vida de los demás. Fundamenta esta actitud cristiana la proximidad del Señor. El encuentro con Cristo es gozoso. Mientras llega este día venturoso hay que estar libres de toda preocupación y ansiedad, que amargan el gozo y perturban la paz. La confianza en la providencia es el medio más eficiente (Mt 6, 25-34; 6, 8). Ésta mantendrá en perfecto equilibrio todo nuestro ser (v 7).

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 3,10-18

 

QUERIDOS HERMANOS:

        1.- Con el tercer domingo de Adviento, el pensamiento de la Navidad ya cercana domina la Liturgia, imprimiéndola un tono festivo y alegre. En efecto, la Navidad, al celebrar la Encarnación del Hijo de Dios, señala el principio de la Salvación y la humanidad ve cumplirse la antigua promesa de un Mesías liberador de todas las esclavitudes. Las dos Lecturas del día son un mensaje de esperanza, consuelo y alegría.

        En la Primera, el profeta Sofonías, en la conclusión de su libro, grita con fuerza un canto de exultación por la restauración esperada:

        “Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel,  en medio de ti, y ya no temerás.

        Aquel día dirán a Jerusalén: No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. El se goza y se complace en ti,  te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta”.

        Esta presencia del Señor en medio de su pueblo ahuyenta el miedo y el temor y es causa, por efecto de su amor a su pueblo, de la total restauración.

        Estas palabras de Sofonías,  dirigidas para confortar a los deprimidos y desesperanzados, se pueden aplicar también a todos nosotros que a veces desconfiamos de la presencia de Dios en medio de nosotros, por las pruebas a que somos sometidos por el mundo, por el pecado y por el ambiente circundante. Sobre todo en muchos de nosotros, deseosos de convertirnos sinceramente a Dios, pero que nos sentimos incapaces por nuestras limitaciones y debilidades, incapaces de liberarnos del consumismo, de las seguridades puramente terrenas, que nos esclavizan y nos impiden poner nuestra confianza sólo en Dios, por encima de todo.

        ¡Seguridad! He aquí la clave: uno estudia, trabaja, come, se afana en todo para tener seguridad, para tener dinero en el que ponemos toda nuestra confianza; pensamos que a más dinero, más seguridad. Y cuando esto no es así, desconfiamos de Dios. Esta seguridad puramente terrena empequeñece al hombre; si es trascendente, si se pone en Dios por encima de todo, sublima y plenifica. Si toda nuestra vida se endereza hacia esta seguridad puramente terrena es un buen objetivo, pero frágil, perecedero, limitado, finito, intranscendente.

        En la segunda Lectura, Pablo nos invita a poner nuestra alegría y seguridad sólo en el  Señor, porque el Señor está cerca: 

        “Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca… Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.

        Esta seguridad en el Señor, seguridad que trasciende todo lo terreno y creado, porque es escatológica, va mas allá de todas las seguridades terrenas, comporta una fe y una esperanza firmes en Jesucristo, Único Salvador de este mundo. Este es el mayor bien que Dios ha dado a la humanidad. Y la Navidad es la certeza y seguridad de que Dios sigue amando al hombre, sigue perdonando al hombre, sigue viniendo en su busca para salvarlo. “El Señor está cerca”.

        El hombre ha sido creado para lo Absoluto de Dios y no puede saciarse con migajas de criaturas. De ahí la necesidad siempre del Adviento; tenemos necesidad de estar siempre esperando al Señor, de estar mirándole en el horizonte desde que nos levantamos por la mañana, de verlo todo como camino de encuentro con Él en los acontecimientos de nuestra vida. Tenemos que preparar el camino para que el Señor venga a nosotros y nos libere de todas nuestras esclavitudes, pecados, consumismos, idolatría de los ídolos creados por nuestros instintos.

Demasiadas cosas y ocupaciones aparecen nuevas todos los días y las entronizamos en nuestro corazón a costa del culto y la espera de Dios, que ha dejado de ser para muchos cristianos lo primero y más importante. Esta actitud de espera del Señor es la que quiere provocar en nosotros la Iglesia en este tiempo de preparación para la Navidad.

Vaciarnos de cosas para llenarnos más de Dios, sólo de Dios. Porque este hombre actual está muy enfermo de humanidad, de amor fiel y permanente en matrimonio, en respeto a la vida sin abortos o eutanasias, padece esclerosis de sentimientos y valores humanos, está más triste, estamos todos más tristes por eso: los matrimonios más tristes, las familias más tristes, los esposos y esposas más tristes, los jóvenes más tristes y necesitan la droga, el alcohol, el sexo indiscriminado, hay más sexo y menos amor…

        El hombre actual padece angustia vital, porque se siente devorado por las ansias del tener y las prisas del gozar. Es tiempo de infartos.

        El hombre actual padece soledad; por eso busca multitud de discotecas o concentraciones deportivas que no quitan soledad; busca matrimonios de compañías que no quitan soledad: los esposos se sienten solos porque no se sienten amados; y no hay amigos. Se rodea de todo en el hogar, en sus posesiones y ahora resulta que nos falta todo, porque nos falta Dios, que es el Todo. Por eso, este año te invitan a comprar  robots que te dan los buenos días, y muñecas que parecen de verdad, y personas de verdad que parecen muñecas, porque no dan amor ni quitan soledad.

        ¿Qué hacer? Darse cuenta de la gravedad del diagnóstico, examinarse cada uno para ver cómo se encuentra en relación con estas enfermedades. Para eso es el Adviento. Recógete en oración ante Dios. Repasa tu vida. Mira qué es lo que mueve tu existencia, qué es lo que buscas y te preocupa. Y conviértete, cambia de actitudes y caminos; necesitas mirar y confiar y esperar más a Dios, al Enviado, a Jesucristo, que es el único que puede llenar todas tus esperanzas y llenar de sentido tu vida, por qué y para qué vivo y trabajo. En estos días del Adviento cristiano pregúntaselo a Maria, a Juan Bautista, a los profetas que esperaron al Mesías. Imítalos. Pregúntaselo a los santos y místicos y misioneros y tantas personas buenas y cristianas, padres y madres, esposos cristianos que tenemos en nuestras parroquias.

        ¿Qué hacer? Vivir el Adviento como quiere y nos pide la Iglesia en actitud de fe, esperanza, amor conversión. (Este tema está más ampliamente desarrollado en las meditaciones del Retiro de Adviento)

 

 

******************************************

 

HOMILÍA DEL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS de Jarandilla: Estamos celebrando ya en esta santa misa el tercer domingo de Adviento, pero del adviento cristiano, es decir la espera de la Navidad cristiana, el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo Hijo de Dios y Único Salvador de los hombres. Y  debemos disponernos todos a celebrar LA NAVIDAD verdaderamente CRISTIANA, Navidad de Cristo, porque aunque Cristo nazca mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil. Repito:

Por eso,  tenemos que orar y trabajar para que sea navidad en nuestras vidas, en nuestras almas y en la vida de nuestros hijos y del mundo, que Cristo sea creído, adorado y celebrado en nuestras vidas y en vida de los nuestros y de todos, porque aunque sobren champám y turrones, si Cristo no nace en nuestro corazón, esta navidad habrá sido inútil. Repito:

Y para eso, hermanos, en estos días hay que confesar, vaciarnos de nuestras faltas y pecados para que Cristo pueda nacer y vivir en nosotros y en la de nuestros hijos y para que podamos ser cuna de amor donde Cristo pueda estar y reposar. Hay que venir más a la Iglesia y esforzarmos por cumplir los mandamientos de Dios, rezar en casa, incluso entre mujeres vecinas, rezar el santo rosario por nuestros hijos, que tal vez estén alejados de la vida cristiana.

Vivir la vida cristiana, por lo que Cristo vino en Navidad y murió y resucitó consiste en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, Hay que perdonar a todos, como Cristo nos perdonó y hay que tener en cuenta y ayudar a los que no tienen medios humanos para vivir como Cristo que no tuvo casa y nació en una cueva entre animales, hay que hacer obras de caridad y ayuda a los necesitados, porque es Navidad y Cristo nos invita a ello. Familias de Jarandilla en estos días hay que hacer las paces entre esposos, padres e hijos y celebrar con fe y amor verdadero, todos unidos en fe y amor, la Navidad cristiana.

Queridos Jarandillanos, que  no nos salvan los políticos, ni la tele atea, ni este mundo de los guasad y demás... que este mundo solo tiene un salvador, Jesucristo, que para eso vino y se encarnó y se hizo hombre en nuestra madre la Virgen María de Sopetrán y murió para que todos tengamos vida eterna, como la tienen los nuestros que murieron y a través de los siglos se han manifestado, se han aparecido para aseguranos el cielo, la vida eterna, aquí cerca de nosotros, la Virgen de Fátima, Lourdes, Siracusa, Corazón de Jesús… etc cientos de apariciones para asegurarnos la vida eterna, como a nosotros en ratos de oración o comuniones fervorosas. Por eso, nuestra madre la Iglesia en la segunda lectura de este domingo, carta de S. Pablo a los Filipensese nos invita a poner nuestra alegría y seguridad sólo en el  Señor, porque el Señor está cerca: 

        “Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca… Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.

        Esta seguridad en el Señor, seguridad que trasciende el tiempo y el espacio, trasciende esta vida y este mundo, todo lo creado y terreno, porque Él vino para salvarnos y abrirnos las puertas de la eternidad a todos los hombres. Nuestra vida es más que esta vida, somos eternos…, allá viven ya nuestros padres y los que murieron con fe, no lo dudéis, podéis sentirlo en ratos de oración un poco elevada ante el Sagrario, purificada de pecado, fuimos creados para una eternidad de gozo con Dios, el pecado de nuestros primeros padres destrozó este plan de Dios y Cristo se ofreció al Padre para nuestras salvación,y quiso venir a salvarnos y  ESTE ES EL SENTIDO Y EL FIN DE LA NAVIDAD. Dios que nos quiere a todos para una eternidd de gozo y por eso se hace hombre y sufre y muere pero sobre todo resucita para que todos tengamos vida eterna. SOMOS ETERNOS, NUESTRA VIDA ES MÁS QUE ESTA VIDA. Esto es el fin y el sentido y la razón de la Navidad cristiana. Cristo nació y vino a nosotros y nos lo predicó para que todos tengamos vida eterna.

        POR ESO HAY QUE SER AGRADECIDOS, VENIR A MISA ESTOS DÍAS, REZAR EL ROSARIO ENTRE VECINAS, HACER OBRAS DE CARIDAD, PERDONAR A LOS QUE NOS HAN OFENDIDO PORQUE ES NAVIDAD Y DIOS NOS AMÓ Y VINO PARA LLEVARNOS A TODOS SU MISMO GOZO ETERNO Y TRINITARIO

Hermanos, NUESTRA VIDA ES MÁS QUE ESTA VIDA..y esto es la razon única de la Navidad, de la venida de Jesucristo, Hijo de Dios, a este mundo, vino para abrirnos las puertas de la eternidad en el Dios eterno y feliz, que amó tanto a los hombres que entregó y permitió la muerte y sufrimientos de su Hijo para que todos tengamos vida eterna. Este es el mayor bien que Dios ha dado a la humanidad por su Hijo Jesús nacido de María, hermosa nazarena, Virgen guapa, Madre de Sopetran. la Navidad es la certeza y seguridad de que Dios sigue amando al hombre, de que Dios te ama y te espera para una eternidad de gozo, de que sigue perdonando al hombre, sigue viniendo en su busca en la Navidad para salvarlo. HERMANOS:“El Señor está cerca”, venid, adorémosle, cantemos así con la Iglesia, con todos los creyentes en estos días.

        Queridos hermanos y hermanas, la navidad auténtica, la cristiana, por lo que Cristo vino a este mundo y se encarnó y murió y resucitó, es para que todos consiguiéramos la vida eterna, el cielo, somos eternos, nuestra vida es más que esta vida, , y estas cosas se pueden creer, pero sobre todo se pueden gustar en este tiempo de Adviento y de Navidad en ratos de oración, sobre todo ante el Sagrario, donde Cristo siempre nos está esperando, con los brazos abiertos para salvarnos y abrazarno, para eso vino, para eso es la Navidad, para decirnos que Dios existe y nos ama y con la muerte y resurreción del hijo amado, todos estamos salvados.

       

RESUMIENDO: Para vivir la Navidad cristiana:

 

1º) Necesitamos la conversión del alma: en pecado no se puede celebrar la Navidad cristiana, sino la pagana. Es tiempo de confesar pecados y comulgar con fe y amor: cuánto tiempo que no confiesas o comulgas? En pecado no se puede celebrar la Navidad cristiana, sino la pagana. Porque aunque sobren champan y turrones, si Cristo no nace en nuestra alma, no hay navidad cristiana, nacimiento de Cristo en nosotros.

 

2º) Necesitamos la conversión del corazón.  La Navidad es la fiesta del Amor de Dios haciéndose hombre, por amor al hombre, a todos los hombres para hacerlos partícipes de su mismo cielo Trinitario ¿Tú crees esto? Pues esto es la Navidad cristiana. Por eso, lo que repito siempre por estas fechas: “aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón por la vida de gracia, todo habrá sido inútil… Es tiempo de confesar y comulgar, pero también de rezar y hacer ratos de oración, de venir más a la Iglesia, alguna misa de diario…

 

Y TERCERO: Si Cristo se hace hombre, todo hombre es mi hermano; es tiempo de sentirse hermanos, de perdonar, de hacer obras de caridad, de visitar y socorrer a los necesitados de amor, de perdón, de amistad.

        La Navidad son días de vivir más intensamente el amor fraterno, de hacer las paces con todos, visitar a los enfermos, de hacer obras de caridad, de vivir más intensamente el amor matrimonial, superando desamores, vivir el amor familiar con padres y abuelos, el amor a los ancianos. Son días de perdón de las ofensas, de quitar de nuestro corazón todo rencor y todo odio y toda crítica por Cristo que vino por amor a todos, incluso por los enemigos: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” y vino en Navidad por amor a todos y hacernos hermanos. Si Cristo se hace hombre en Navidad, todo hombre es mi hermano.

 

**************************************************

QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- En el Evangelio de este domingo podemos ver cómo las gentes del pueblo, los publicanos  y los militares, después de oír a Juan, le preguntaban: Entonces, qué hacemos.., ¿cómo hemos de actuar, en qué debemos cambiar, cómo tenemos que vivir   nuestras vidas?

        Ésta es una pregunta obvia del que quiere y empieza a convertirse, del que ha escuchado y quiere enderezar su vida, purificar su corazón en este tiempo de Adviento, ante la venida del Señor en la Navidad y la urgente invitación del Precursor para que salgamos a recibirlo.

        La respuesta de Juan no es altisonante, pero tampoco receta generalizante y tranquilizadora. En los tres casos su respuesta tiene un denominador moral y ético de conversión exigente de mayor justicia y amor, que se matiza con detalles propios de cada una de estas virtudes.

       

        2.- Primero y a todos en general, nos pide amor efectivo, demostrado en obras: “El que tenga dos túnicas, que reparta alguna al que no tiene; y el que tenga comida, que haga lo mismo”. Por lo tanto, lo primero que se nos exige a todos los cristianos, si queremos vivir el Adviento y la Navidad, si queremos vivir como Dios quiere y Él mismo nos enseña con su venida es compartir con amor lo que tenemos con los necesitados, como Él “no tuvo como deshonra hacerse semejante en todo a nosotros, menos en el pecado”. ¿Lo hacemos?

No pasemos adelante; paremos y reflexionemos: ¿somos caritativos, repartimos y hacemos partícipes de nuestros bienes, especialmente nuestro amor, nuestro tiempo y atenciones, a los necesitados, ¿pensamos en los que no tienen quien les atienda y escuche, en los ancianos y deprimidos, en los tristes y desconsolados? Para eso es el Adviento, la espera del Señor que siendo rico se hizo pobre por nosotros. Aquí que cada uno medite en su situación, mejor, en la situación de los demás, cómo y qué comparte, qué generosidad tiene, si se deja dominar por el egoísmo, la comodidad, el desinterés y la despreocupación, incluso dentro de la propia familia, de los vecinos, de los amigos.

 

        3.- “Vinieron a bautizarse unos publicanos –los que cobraban los impuestos a los judíos para pagárselos a los romanos dominadores- y le preguntaron: qué hacemos nosotros? Él les contestó: No exijáis más de lo establecido”. Y a los militares: “No hagáis extorsión a nadie ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga”.

        Para comprender estas respuestas hay que tener en cuenta que ambas profesiones tenían mala imagen social y eran objeto de desprecio por parte de los más religiosos. Los publicanos, como he dicho, porque recaudaban los impuestos para los romanos y tendían a exigir más de lo debido, en beneficio propio, abusando de las gentes pobres y pactando con los ricos. Igual que hoy y que siempre. Como veis en esto se cambia poco aún después de veinte siglos. Los militares, a su vez, solían «pasarse» en denuncias –vamos como hoy día con las multas de tráfico- extorsionando a la gente y procurándose dinero por medios poco ortodoxos.

        Como vemos, tanto Hacienda como el Ejército eran para el pueblo judío la encarnación viva de la injusticia, debido al abuso de poder y del dinero. Ambos eran casos típicos de corrupción social. Hoy como ayer y como siempre, dinero y poder son muy peligrosos y constituyen por sí mismos una tentación muy fuerte para la corrupción moral del hombre.

        Pues bien, sorprendentemente el Bautista no les dice que para convertirse deben de abandonar su profesión, sino que deben ejercitarla en justicia para lo cual deben recurrir a la ayuda de Dios, para estar atentos y vigilantes y no caer en la tentación. Y para ellos y para todos, nos recomienda la oración, el retirarse un rato todos los días a rezar, a meditar, a reflexionar sobre nuestro comportamiento.

        ¿Qué os parece a vosotros? Quitando alguna honrosa excepción, ¿harán mucha oración nuestros gobernantes, los militares y los de Hacienda? Nada de tomárselo a bromas. Todos debemos hacer oración, por consejo de Juan.

        “El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías. Él tomó la palabra y dijo a todos: Yo bautizo con agua, pero viene el que puede más que yo y no merezco desatarle la correa de las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Juan anuncia como inmediato al Ungido de Dios, que bautizará en Espíritu Santo.

        Queridos hermanos, la Navidad está cerca. Dios viene por la Encarnación de su Hijo para salvarnos de nuestros pecados de injusticias, abuso de poder e insolidaridad. Para vivir el gozo de la venida del Señor, habremos de profundizar en la conversión de nuestros criterios y actitudes de pecado de poder, despotismo y soberbia de la vida que humilla a los hermanos.

        ¿Qué me pide concretamente este evangelio? Me pide que me revise por si estoy siendo poco solidario, tal vez injusto en mis apreciaciones y comportamientos con los que me rodean y conviven conmigo en familia, en el trabajo, en las relaciones ordinarias de la vida. La venida de Cristo, la Navidad, me invita y obliga a convertirme de todo lo que impida la presencia de Dios en mi vida. Aquí nos espera el Señor para ayudarnos y romper toda injusticia y faltas de interés y caridad con los hermanos, para hacernos más solidarios, para ser y vivir mejor la vida cristiana, recibida por el agua y el Espíritu Santo, esto es, para renovarnos en nuestra fe y compromisos cristianos.

 

 

**********************************************

 

 

 

 

 

DOMINGO IV DE ADVIENTO

 

PRIMERA LECTURA: Miqueas 5, 2-5a

 

        Dentro de un contexto de amenazas por la depravación, brilla la esperanza del «resto», que se salvará y de su Rey futuro. Alusión a Belén-Éfrata como lugar de su nacimiento; Belén es pequeño, como «el resto». El origen de este Dominador futuro es «eterno», esto es, antiguo: se hace una alusión a la dinastía de David,  originaria de Belén, y su permanencia eterna (2 Sam 7, 14-16; Is 7,4). El Rey futuro será Pastor de su pueblo con el poder de Dios; su poder será universal; y no sólo traerá la paz, sino que Él mismo será la Paz, pues su nacimiento significa la presencia de Dios, el fin de su lejanía por los pecados y la reunificación universal de los hermanos.

 

SEGUNDA LECTURA: Hebreos 10, 5-10

 

        Se trata de una recapitulación del tema central de la carta a los hebreos: el sacrificio de Cristo —único, definitivo, actual— abroga la economía del Antiguo Testamento, que era su sombra. Los antiguos sacrificios no quitaban pecados, eran «carnales», es decir, su valor purificador era parcial, no total ni definitivo. El sacrificio de Cristo, único, santifica actualmente aniquilando el pecado total. El autor lo confirma con una exégesis del Sal 39, 7-9. Este salmo tiene un valor mesiánico. El Hijo de Dios, preexistente, de naturaleza divina, desde su entrada en el mundo, en la encarnación, se ofrece como víctima. La redención eterna y actual se proclama formalmente con su entrada en el Santuario celeste, por la resurrección.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 1, 39-45

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Iniciamos ya la cuarta y última semana de Adviento, de preparación para la venida de Cristo en la Navidad. Conviene que nos paremos un poco por si nuestra agenda, cargada de felicitaciones y preparativos de cenas y comidas, está tal vez  descuidada en lo principal: la preparación de nuestro corazón, de nuestro interior, de nuestro espíritu, para recibir al Señor. Debemos preguntarnos si está siendo realmente este Adviento un tiempo de preparación para este encuentro mediante el desierto de la oración, la intensidad en la vida cristiana y el esfuerzo por enderezar y allanar caminos para el encuentro con Cristo en la Navidad, para escuchar al Señor que nos anuncia el hecho más portentoso de la historia: que Él ama al hombre, quiere salvarlo y por amor viene a esta tierra y se hace como uno de nosotros para hacernos partícipes de la amistad divina.

        María, en el vértice del Adviento, en este domingo último, es propuesta por la Iglesia como modelo de preparación de la llegada del Señor y camino seguro de encuentro con Él. Ella nos enseña en el evangelio de hoy cómo prepararnos y recibir a Cristo. La vemos estremecida y sorprendida ante las alabanzas divinas por medio del ángel; la vemos dialogante, generosa, entregada totalmente al proyecto de Dios sobre ella y su acción en el mundo.

María ofreció a Dios lo que Él busca de todos nosotros: un corazón limpio que le amaba por encima de todo;  una obediencia plena a su voluntad, por encima de sus propios planes y criterios, que le hizo superar todas las dificultades provenientes del plan de Dios sobre sus planes de vida y posibles estimaciones contrarias a su persona; una fe confiada y entregada totalmente: “he aquí la esclava del Señor”, la que no tiene voluntad propia, la que ya no vive para sí, sino que pertenece totalmente a Dios y a su Hijo que empezaba a nacer en su vientre, creyendo totalmente que era el Hijo de Dios.

        2.- “El ángel, entrando en su presencia, dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús… ¿Cómo será eso, pues no conozco varón?. El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios... María contestó: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y la dejó el ángel” (Lc 1, 28-38).

Este es  uno de los diálogos más bellos de toda la Sagrada Escritura.

-- Dios habla con la mujer más grande y santa de toda la historia.

-- Dios trae una Palabra de salvación y María dice un «sí» de acogida.

-- Dios quiere venir a los suyos y María le prepara una digna morada.

-- El Espíritu Santo la cubre con su sombra y María le da su carne y acoge con todo su corazón al hijo del Altísimo.

-- En el seno de María (en la anunciación) el Dios infinito se hace tiempo y espacio como nosotros y comienza la Nueva Alianza de Dios con los hombres.

-- En la encarnación, Dios se ha hecho cercanía, misericordia y salvación para el hombre.

Queridos hermanos, adoremos estremecidos en María el fruto de su vientre, el inefable don de Dios al hombre, cuyo misterio se realiza en el seno entrañable de esta joven nazarena. Y todo esto desde la debilidad de una joven de catorce años más o menos, pero que vivía en oración profunda y en diálogo permanente con Dios, donde recibía la gracia y la ayuda permanente del Padre. Bien jovencita y fue capaz de decir sí al proyecto de Dios y mantenerse fiel hasta el final de su vida, donde fue la única que permaneció junto a la cruz de su Hijo, creyendo que era el Hijo de Dios el que moría como un fracasado, como un condenado. Por eso en la letanía la llamamos la Virgen fiel, porque se mantuvo siempre unida a su Hijo en todos los momentos tristes y alegres, claros y oscuros de su vida.

3.- Y ésta es la razón y fundamento de la alabanza que su prima Isabel la tributa cuando va a visitarla, pasando recogida por aquellos parajes de Palestina contemplando sólo al Dios que la habitaba en su interior, pensando y hablando con el  que nacía en su seno, adorando en silencio y oración permanente el Misterio de Dios encarnado en su seno: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.

        Como ella es nuestro modelo, esta alabanza puede también ser nuestra, de cada uno de nosotros si creemos y nos fiamos de Dios como ella y se puede decir de ti y de mí: dichoso tú, hombre creyente y cristiano, porque crees y te preparas como ella para esta maravilla de la salvación que es el nacimiento del Hijo de Dios en la tierra por medio de la oración, obras buenas de caridad, visitando a los necesitados, comunicando amor y ayuda a todos, creyendo en las maravillas de Dios: que Dios te ama, que Dios no se olvida del hombre, que viene en su busca en cada Navidad.

        En este tiempo de Adviento, imitemos a María en la fe y en la oración, fuente permanente donde se aumenta esta fe y disponibilidad a la voluntad de Dios. María, por la hondura de su fe, fue Madre de Cristo y Madre nuestra, y nos enseña, desde el primer Adviento de Cristo, que toda nuestra vida debe estar siempre llena del cumplimiento de la voluntad de Dios, aunque nos exija cosas incomprensibles para nuestros criterios humanos y egoístas; nos enseña que toda nuestra vida debe estar llena, debe ser un cumplimiento santo, exacto y confiado de la voluntad de Dios, conservando su palabra en lo más profundo de nuestro ser, por encima de nuestros criterios y las estimaciones del mundo y de las gentes.

        4.- Con su “hágase en mí según tu palabra” pone en juego toda su capacidad de esfuerzo en función de una fe que compromete toda su vida, rechaza los ídolos de las seguridades y estimas humanas, para poner en Dios su única esperanza, su única apoyatura. María en su persona, en su maternidad divina, es un canto, el más bello a la fe y la esperanza de la acción de Dios en nosotros, en nuestra vida. Así lo dice el poeta Casaldáliga: «Decir el fiat y entregar el seno, cantar agradecida en la montaña para todos los vientos de la historia el gozo de los pobres libertados… Y ya callar, detrás del evangelio… Y darle al mundo al Redentor humano. Y devolverle al Padre el Hijo:¡Dios te salve, María! Madre de la Palabra en el Silencio».

        Todos con Isabel podemos también exclamar: ¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor? Tu visita, Señora, en este evangelio del cuarto domingo de Adviento, llena de alegría el corazón de quien te conoce. Y, si no tiene aún la dicha de conocerte, se le abren pronto los ojos a la gracia de tus encantos.

        Desde aquella primera visita  en los comienzos de tu maternidad divina, ¿cuántas veces has visitado el corazón de hijos, los hombres, en el correr de los siglos? ¡María, Madre del Señor, dulce visitadora de tantos necesitados de tu fe, de tu fuerza, de tu consuelo, de tu compañía maternal, de tu amor! ¿Qué te impulsa a tan benigna caridad? ¡Qué humilde agradecimiento el de nuestro corazón, cuando te encuentro junto a mí!

        Eres siempre la última estrella, que aún refulge en los ojos y en el corazón de quien está a punto de perder la luz de toda esperanza. Vienes porque como Madre del Señor eres la madre de todos los hombres, sus hermanos. Y fuiste elegida para Madre del Señor para ser nuestra Madre. Y una madre viene siempre. Y no falta nunca en los momentos que necesitamos tu presencia. Y ahora te necesitamos en este tiempo de Adviento para que nos enseñes a preparar la venida de tu Hijo. Y has de venir necesariamente porque llevas al Hijo en tus entrañas, porque Cristo vino por tí al mundo y no hay otro camino,  porque llevas la Caridad y Amor de Dios a los hombres en tus entrañas: «Del Verbo divino, la Virgen preñada, viene de camino, ¿le daréis posada?».

 

 

************************************************

 

SEGUNDA HOMILÍA

 

Queridos hermanos: En este cuarto domingo de Adviento la Iglesia nos pone como modelo de preparación para la Navidad a María, la mujer que mejor vivió este misterio del amor de Dios. Por eso, amar e imitar a María es el mejor camino de preparación para recibir al Señor, para vivir la Navidad. Conocer y amar a María es un tesoro para las almas de fe y en silencio de oración que quieren vivir la Navidad.

 

A.- UN TESORO

 

Algunas personas, con su forma de ser y de afrontar las circunstancias de la vida, nos ayudan a vivir la nuestra, a hacerla más intensa y agradable. Conocer. a alguien así es un tesoro que no tiene precio: conocer a María, aprender de Ella a vivir cada situación y vivirla con Ella al lado, dejarse contagiar por sus cualidades, es ese tesoro que se nos ofrece hoy y que no podemos dejar escapar. Cada aspecto de su personalidad es un detalle de amor de Dios hacia nosotros, pues Él mismo nos la ha regalado como madre, como amiga y como modelo.

 

B.- FE AUDAZ

 

Lo primero que nos brinda María es su propio camino de fe, su audacia que ya en la Anunciación cree lo humanamente imposible, acepta de corazón la «locura» de un Dios que se hace niño en su seno. Y su audacia, a partir de Belén, se convierte en perseverancia de fe cuando el Niño llora como todos, necesita a su madre como todos... pero Ella sigue creyendo que es el Hijo deI Altísimo que ha venido a traer la salvación. Qué alegría aprender a esperar con María los tiempos del Señor, a perseverar en la fe por encima de todas las apariencias, de todas las persecuciones y contrariedades que nos vengan por perserverar en el camino emprendido contra la opinión de los que nos rodean, a mantenernos en pura fe, sin apoyo de nada ni de nadie. Ella no pone condiciones ni plazos, no pasa factura ni regatea, no acepta con «resignación», sino con gozo y confianza.

 

C.- MUJER DE ORACIÓN HUMILDE

 

María se expresa también en el silencio de la oracióny nos enseña a apreciar su valor. María está en oración, en oración mientras cosía o barría, o sencillamente orando sin hacer otra cosa que orar en su habitación. En silencio oye al ángel y en silencio responde a la llamada de Dios. Ese silencio no es sólo sobriedad al hablar, sino sobre todo capacidad de comprensión meditativa empapada de amor. En un mundo que no sólo padece sino también busca el ruido tanto exterior como interior, Ella nos enseña que no hay que temer al silencio sino convertirlo en momento de conversación con el Señor, en lugar de compañía cariñosa y amable de Aquél que nunca nos deja, que nos comprende y nos habla desde dentro de nuestro propio corazón. El silencio no es soledad sino compañía, no es un vacio sino una riqueza espiritual.

 

D.- OBEDIENTE A DIOS

 

Pero si estamos hablando de características de la personalidad de María es inevitable destacar de qué manera testimonia con su vida la entrega a Dios y a sus hermanos, los hombres, en obediencia total a la voluntad divina sin comprender perfectamente lo que se venia encima, pero haciendo notar las dificultades: “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”.  Pero su vida no la vivía para  ella misma, no tenía sus ojos puestos en ella sino en la voluntad de Dios, en su servicio, en su colaboracion, en el proyecto de Dios más que en los suyos: “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”.

La respuesta: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi, según tu palabra”. María, despojada de sí misma y pendiente de la voluntad de Dios y de las necesidades de sus hijos es entonces la mujer más rica y feliz del mundo. Que la felicidad está más en dar que en poseer. ¡Qué grande se hace Dios en lo pequeño!

 

F.- CAUSA DE NUESTRA ALEGRIA

 

«Causa de nuestra alegría», como dicen las letanías del Rosario. Porque ella está “llena de gracia”, de todos los dones de Dios, tiene a Dios en su seno y en sus brazos. Esto significa que Ella, por gracia de Dios, es capaz de comunicarnos a Cristo, causa de nuestra alegría y salvación; ella nos trae la alegría del cielo, el abrazo del Padre, por su unión con el Espíritu Santo, sobre todo, en medio de las pruebas de la vida, que a Ella no le faltaron y a nosotros tampoco. Ella siempre nos comunica paz, serenidad, consuelo, ayuda de Madre.

        María, hermosa nazarena, virgen bella, madre del alma, cuánto nos quieres, cuánto te queremos. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por habernos llevado hasta Él; y gracias también por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias. VIVAMOS EL ADVIENTO ESPERANDO AL SEÑOR COMO LO HICIERON JOSÉ Y MARÍA

 

***********************************************

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el Evangelio de hoy, José aparece con su duda, asombrado y perplejo, como hombre bueno y honrado, ante una realidad que no comprende, porque conoce a María y no le entra en la cabeza que su estado de embarazada obedezca a una infidelidad. Desposado con ella, observa cómo María espera un hijo antes de vivir juntos. Quiere repudiar en secreto a su esposa. Pero, cuando el ángel del Señor le asegura y le ordena   “No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo,” José, “que era bueno”, “hombre justo”, como nos dice el evangelio de hoy, que vive de la fe, obedece aceptando con humildad su arriesgada misión de esposo de la Virgen-Madre y de padre virginal del Hijo de Dios; qué grandeza a la vez en medio de la prueba y qué confianza de Dios en él, como en nosotros al elegirnos sacerdotes. Pero le cuesta, le cuesta muchísimo, porque María, por su parte, no le ha explicado nada.

        María se ha fiado; es más, se ha confiado tanto en Dios, que lo ha dejado todo en sus manos, incluso lo que ella podía haber hecho para defenderse, porque, a pesar de las sospechas y desconfianzas lógicas de José, ella no ha dicho nada, no ha aclarado nada.

Ella lo ha sufrido todo en secreto y ha dejado a Dios la tarea de aclararlo y explicarlo todo. Aprendamos también nosotros a confiar en Dios nuestro Padre cuando tengamos pruebas duras en la vida sacerdotal y humana.

José, además, aun obedeciendo al  mandato del ángel, no sabe cómo debe desempeñar ese papel, cómo hacer de padre con una persona que es infinitamente superior a Él, no sabe cómo y por dónde debe hacer de padre con esta criatura, con una misión tan extraordinaria y, por otra parte, aparentemente como otra ordinaria; por eso, le parece que lo más honrado es retirarse discretamente, en silencio, a pesar de la advertencia del ángel. Pero por fe, supera la prueba y coopera al misterio de la Salvación. Se fía y se adentra en el misterio. San José es prototipo y modelo de fe, sincera y profunda. Aprendamos nosotros para cuando vengan pruebas en nuestra vida.

        En este ambiente de fe se realiza el nacimiento de Jesús y en este ambiente también debemos celebrarlo todos nosotros. Fe, obediencia a Dios, humildad y amor son las virtudes necesarias para celebrar la Navidad, para  recibir al Señor, que está a punto de llegar.Primeramente, fe, una fe generosa y viva como la de María, que acepta y cree totalmente que es el Mesías Salvador el que se encarna en ella, sabiendo que va a sufrir por la duda y sospecha de su esposo, de su familia, pero no da explicaciones a nadie y se fía y lo confía todo al Padre Dios.

Fe, como tú, querido hermano, en el pan eucarístico que consagras, es Jesucristo, que nace todos los días en tus manos sacerdotales y permanece en el Sagrario. Fe viva y siempre despierta, no dormida y menos muerta, ámalo, vísitalo,.

        Hermanos, necesitamos una fe como la de José, reverente y aceptando la palabra de Dios contra toda lógica humana. En los dos hay pura obediencia de fe y por la fe. María cree plenamente y acoge el misterio y da a luz al Salvador de los hombres. José, cuando el ángel le anuncia el misterio, acepta el plan de Dios, y cree firmemente que ese niño Jesús salvará a su pueblo y, por tanto, que su esposa no le ha traicionado y la acoge con humildad, y, porque creyeron, fue Navidad. Hermano, aunque Cristo nazca mil veces, si no nace con fe viva en tu corazón y en nuestra vida, habrá sido una navidad inútil, aunque seamos curas, obispos ocardenales.

        Para celebrar la Navidad en estos tiempos de increencia, nosotros y todo el pueblo cristiano necesitamos pedir a Dios por medio de María y José que nos ayuden a creer verdaderamente en la Navidad, como ellos, fe verdadera no puro conocimiento en todo lo que encierra de amor, de entrega y de misterios la Navidad, creer de verdad que Dios ama al hombre, que sigue viniendo enamorado a la tierra en cada Navidad para buscar y llevar al hombre, a cada uno de nosotros a la plenitud de la amistad divina. Cada Eucaristía es Navidad. En cada Eucaristía como en Navidad, viene con estos deseos.

        Necesitamos la fe de María y José para creer que el mismo Hijo de Dios que procede eternamente del Padre es el todos los días se encarna, viene a nosotros en un trozo de pan y siempre con amor y por el poder del mismo Espiritu Santo.

Necesitamos fe para superar nuestros juicios y criterios  humanos en la vida, nuestras evidencias y seguridades terrenas y creer en la Palabra eterna del Padre pronunciada con amor de Espíritu Santo en el seno de la Virgen bella, invitándonos a ser pequeños, humildes y obedientes como Él, que siendo Dios se hace niño  necesitado, y nos perdona a todos, y viene para el bien de todos. Imitémosle.

Necesitamos la fe para creer en cada Navidad que Dios sigue amando a los hombres y perdonando nuestras faltas de fe y amor y que nos se olvida de nosotros. Por eso necesitamos este cuarto domingo de adviento, para meditar y disponernos a recibir esta plenitud de Dios en nosotros. Porque aunque sobren champám y turrones si Cristo no nace en el corazón de los creyentes, habrá sido una Navidad inútil. Feliz Navidad a todos.

 Que Él nos ayude. Que María y José, a quienes la Iglesia nos pone como modelos, en este domingo último de Adviento, nos ayuden y nos enseñen el camino que ellos recorrieron.

Necesitamos la fe de José y María para vivir este reto perenne, este fiarnos de Dios más que de nuestros criterios para vivir la vida del Evangelio, para renunciar a nuestros consumismos inmediatos y terrenos, pensando más en el reino de Dios.

Necesitamos la fe para estar diaria y constantemente abiertos y disponibles a los planes de Dios, que superan todos nuestros egoísmos de mente y corazón, en apertura filial a Dios y fraterna a los hermanos.

        Necesitamos la fe, como José y María, en medio de tanta incomprensión de las gentes, que ha dejado la fe cristiana y la Iglesia, porque les cuesta obedecer a Dios en sus mandamientos, en lo que nos pide en el uso y disfrute de las cosas creadas, a las que han convertido en lo absoluto de sus vidas, dándole el culto que sólo pertenece a Dios.

Necesitamos la fe para vivir el matrimonio sin divorcios, la familia sin abortos ni  eutanasias, con más amor a los padres y ancianos, como Dios nos pide, en contra del ambiente y de la corriente del mundo,

        Sólo con esta fe honda, sincera, profunda, superadora de criterios y mentalidades paganas, podremos celebrar una Navidad verdaderamente cristiana, donde Cristo sea recibido, amado y celebrado como Dios y Señor, como único Salvador de nuestras vidas.  Que Él nos ayude. Que María y José, a quienes la Iglesia nos pone como modelos, en este domingo último de Adviento, nos ayuden y nos enseñen el camino que ellos recorrieron. Que así sea.

 

********************************

 

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO: SE ACERCA LA NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Permitidme que hoy diga en voz alta para todos un poco de lo que a veces oigo que me dice Jesús, Cristo Eucarístia desde el Sagrario, lo que me dice su mismo Espíritu Santo de Amor en ratos de oración y silencio.

Cuarto domingo de Adviento. Adviento. Jesus, siendo Dios, se hace hombre en el seno de la Virgen Madre, y al unir lo humano con lo divino empieza a ser Sacerdote eterno en el seno de la Virgen Madre, por obra del Espíritu Santo, el mismo Espíritu que a todos nosotros nos ungió en el día de nuestra ordenación y nos ha hecho sacerdotes eternamente en El y con El para salvación de todos los hombres nuestros hermanos, hijos todos de la Virgen Madre, Virgen Madre, que concibió en su seno al Sacerdote y Víctima de Salvación, Jesucristo, que se formó y nació en su seno, en Maria, Virgen Sacerdotal y madre de todos los sacerdotes, que encarnamos esta unión entre lo divino y lo humano, este poder divino, esta union entre Cristo y cada uno de nosotros sacerdotes, sobre todo cuando en la santa misa con toda verdad y maravillosa grandeza decimos: “Este es mi Cuerpo, esta es sangre…., ¿la mía, la tuya? No, la de Jesucristo, Único Sacerdote nacido en el seno de la Virgen, Madre de todos los sacerdotes porque en ella tuvo  ser y nacimiento el Hijo de Dios hecho hombre y Único y eterno sacerdote.

((Hermanos sacerdotes, Amemos a la Virgen, ama a tu madre sacerdotal y sacerdote… como algunas veces me atrevo a llamarla en privado y sin que nadie me oiga)) …María, madre sacerdotal y sacerdote del Altísimo.))

Hermano, pide a la Madre y nuestra madre Maria, amor y ternura para el niño que nace en su seno, que es Dios loco de amor por los hombres… y que nace en un pesebre y luego permancece para siempre en el sagrario, a veces, en iglesias cerradas todo el día… ¿pero Hijo de Dios que te haces hombre, para salvarnos, qué te puede dar el hombre que tú no tengas, qué buscas en mi si tu lo tienes todo, eres Dios y por eso harás milagros, resucitarás muertos, y despúes de dar la vida por mí, por todos, te resucitarás como Dios al hombre nacido de María y primer resucitado de entre los hombres… sabes Cristo que tanto amor de tu parte me provoca crisis de fe… pero cómo puede ser Dios y hacer eso… cómo puede nacer así pobre en un establo el creador del mundo y de todo, cómo tiene que huir  siendo niño y no habiendo hecho nada malo… y luego morir, bueno toda tu vida…. Y naces para esto, qué locura de amor… cómo nos amas… Nosotros también, viéndote nacer así tan pobre y demás, queremos amarte eternamente y ser tuyos y amar al Padre que aceptó este plan de salvación tan maravilloso y sentir su mismo fuego de amor al Padre y al Hijo en Amor de su Espíritu Santo. Cómo quiero vivir el Adviento, esperarte, besarte y comerte, adorarte en el establo, mejor, en tu Sagrario.

Hermano, hermanas, vivamos con fe profunda y amor, vivamos con María el Adviento que termina porque el niño ya tiene deseos de nacer y abrazarnos y hablarnos del Padre eterno que nos ama, que nos ha soñado para una eternidad de gozo con El y todos los hombres nuestros hermanos en Fuego y Amor de su mimo Amor y Eterna felicidad, Espíritu Santo… Si existo, es que Dios me ama..

Por eso, todos nosotros los sacerdotes, para ser sacerdotes de salvación para todos, para el mundo entero como El, único Salvador y sacerdote, tenemos y debemos imitarle en todo, en su vida, tenemos que seguir e imitarle en nuestras vidas, tenemos que vivir esta vida, este amor, esta entrega y fidelidad y union de Jesús al Padre Dios y a todos los hombres nuestros hermanos….

La Iglesia nos invita en estos días santos a vivir con María santísima estos acontecimientos en oracion, como ella, desde que la sorprendio el angel y le anunció el misterio que se iba a realzar en ella y que José fue testigo tan verdadero que penso abandonarla porque no había tenido parte en ello. Vivámoslo con su misma esperanza, confianza, con su misma fe en estos misterios. El Hijo de Dios ha querido entrar en la historia humana, no por el camino solemne de una victoria triunfal. Podría haberlo hecho, puesto que es el Rey del universo. Pero no. Él ha venido por el camino de la humildad, que incluye pobreza, marginación y desprecio, anonimato, ocultamiento, etc. Y por este camino quiere ser encontrado. Hacerse como niño, hacerse pequeño, buscar el último puesto, pasar desapercibido... en miedio de los hermanos son las primeras actitudes que nos enseña la Navidad.

Para acoger a Jesús, él busca corazones humildes, sencillos y limpios, como el corazón de su madre María y del que hace las veces de padre, José. El misterio de la Encarnación del Hijo que se hace hombre lleva consigo la solidaridad que brota de este misterio. “El Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre” (GS 22), nos recuerda el Vaticano II. El misterio de la Encarnación se prolonga en cada hombre, ahí está Jesús, sobre todo en nosotros, sacerdotes. Y sobre todo se prolonga en los pobres y necesitados de nuestro mundo. Con ellos ha querido identificarse Jesús naciendo pobre para reclamar de nosotros la compasión y la misericordia con ellos. El anuncio de este acontecimiento produce alegría. Es la alegría de la Navidad. Pero no se trata del bullicio que se forma para provocar el consumo, no. Se trata de la alegría que brota de dentro, de tener a Dios con nosotros, de estar en paz con Él y con los hermanos. Nadie tiene mayor motivo para la alegría verdadera que el creyente, el que acoge a Jesús con todo el cariño de su corazón.

 

***********************************************

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

TIEMPO DE NAVIDAD

 

RETIRO DE NAVIDAD

 

(Otras meditaciones en mis libros ARDÍA NUESTRO CORAZÓN ciclo A y B, Edibesa, Madrid)

 

PRIMERA MEDITACIÓN

 

1.- La Salvación de Dios hasta el hombre y para el mundo entero tuvo un camino, tiene un nombre, es una persona: Jesucristo, el Hijo de Dios Encarnado. La presencia de Cristo es continua y operante ahora en el mundo, en su Iglesia, especialmente en todas las celebraciones litúrgicas del año, que hacen presentes los misterios realizados en el tiempo de una forma metahistórica, pero real.

        Hay momentos intensos y fuertes de estas fiestas litúrgicas, y uno de ellos es este tiempo de la Natividad del Señor. Por eso hemos de profundizar en los aspectos fundamentales de este misterio de la Navidad: El Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros para que nosotros, los hombres, llegáramos a ser hijos de Dios en el Hijo Amado, en el Predilecto.

        La Navidad cristiana ha de tener este profundo contenido de gracia y salvación, superando lo puramente humano y familiar; sobre todo, el consumismo que rodea a estas fiestas, donde invitamos a toda la familia, pero muchos cristianos no invitan para celebrarla al protagonista, a Jesucristo.

Todos nos hablan de Santa Claus, todos se felicitan y se regalan cosas, y a Jesús, el protagonista de la fiesta, aunque en todas las Navidades abre los brazos para abrazarnos, son relativamente pocos los que le reciben y celebran con Él este misterio del Amor de Dios a los hombres.

        Se ha metido mucho consumismo de champán y turrones y comidas en la Navidad cristiana. Sin embargo, aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en el corazón de los hombres, todo habrá sido inútil, no hay Navidad cristiana.

        Por todo esto, queridos hermanos, vamos a prepararnos como Cristo y su Nacimiento en el mundo merecen; para eso estamos reunidos aquí esta mañana, porque por las palabras y gestos litúrgicos de la Iglesia se hará nuevamente presente  entre nosotros el hecho de su Encarnación, a 2000 años largos de su primera y única venida, que este año nuevamente se hará presente por la acción litúrgica, especialmente en la Eucaristía de la Navidad, aunque cada Eucaristía es una Navidad continuada. Él viene siempre con el mismo amor y entrega de entonces, que se hace «ahora» presente, con el mismo deseo de salvarnos y dar su vida por todos, con la misma ilusión y fuerza santificadora.

 

        2.- ¿Qué es la Encarnación? ¿Qué es la Navidad? La Navidad es la Humanización de Dios. He aquí el hecho fundamental y esencial del Misterio. El Dios trascendente, que nadie puede ver y abarcar, el Océano puro y quieto y eternamente existente de la pura eternidad de Amor y Vida y Ser de Dios, que no tiene límites, que no tiene antes ni después, decide hacerse criatura, se hace tiempo, límite, oculta su gloria bajo la carne de hombre, se hace presente bajo un signo humano, en carne humana recibida de una Madre Virginal, por nosotros y para nuestra salvación:

        “Él es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia. El es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos”  (Col 1. 13-20).

        “El cual, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo pasando como uno de tantos. Y asi, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 6-11).

        Hermanos, yo no sé lo que todo esto significará para vosotros, pero desde luego en sí mismo es algo inaudito e impensable. Nosotros no nos hubiéramos atrevido a pensar y programar este proyecto de amor y salvación. Ha tenido que ser el Dios infinito el que lo pensara antes del tiempo en su esencia divina para demostrarnos que Dios ama al hombre, que Dios no se olvida del hombre, que viene en su busca para salvarlo, que como dice San Juan “Dios es amor... en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

Por eso, la Navidad es una fiesta íntima que conmueve todo nuestro espíritu. Vamos a ver si multiplicando palabras y pensamientos, descubrimos un poco este misterio.

        Imagínate que a ti te dicen que vas a convertirte en un pobre andrajoso… o recordad aquella parábola del niño que quiso hacerse hormiga para salvarlas del hormiguero que se lo habían cerrado con cemento olvidado por los albañiles al limpiar sus herramientas después del trabajo… Pues Dios, que es infinito, para hacerse hombre finito, tuvo que recorrer más distancia, una distancia infinita. El infinito, que no necesita de nada ni de nadie, empieza a necesitar de todo y de todos. ¡Qué cambio! Dime que por amor te quieres convertir en un leproso, en un… para qué más ejemplos… El Ser, la Vida, el Creador de todo decide hacerse como una de sus criaturas, hacerse tiempo ¿para qué? ¿Por qué?

       

3.- ¿Cuál es el motivo de la Encarnación, de la Navidad de Jesús entre nosotros?

        “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna. Porque Dios envió a su Hijo al mundo no para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por medio de Él”.

        Meditemos estos textos, cada una de sus palabras. A mí me amaba cuando decidió hacerse hombre; a mi me amaba cuando nació en el pesebre; me amó con un amor que nadie puede amarme, con amor infinito, Él sólo. El que no necesita nada de nadie, el Infinito en su Ser y Existir se acuerda de mí y decide salvarme haciéndose hombre, hormiga, criatura…

        No me impresiona el pesebre, la cruz, las humillaciones; me impresiona el momento en que decide hacerse tiempo y espacio por mí. Señor, mi humanidad manchada y finita, con mil limitaciones en el ser, saber y obrar ¿qué atractivo pude ejercer sobre Ti?

        No tiene nada de particular que San Pablo, contemplando a este mismo Cristo crucificado, diga: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado”. “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se  entregó por mí”. “Para mí la vida es Cristo”.

        Queridos hermanos, ya no podemos dudar del Amor de Dios. En el Niño Dios “allí ha aparecido la gracia y la benignidad de nuestro Dios para todos los hombres”. Nuestra inteligencia se rebela ante el misterio de la humillación de Dios. Nada más natural. Ni siquiera la Virgen lo comprendía todo. Pero ella, y por eso precisamente, “lo conservaba todo en su corazón”.  Porque la Encarnación, la Navidad sólo se puede comprender y llegar a ella por la oración, como repetiremos varias veces en estos días. Porque la oración prepara y ofrece lo que Dios necesita para nacer dentro de nosotros: amor. María no se preocupó mucho de lo externo, por eso la cogió de camino, pero ella lo recibió con fe y total amor. Y ésta debe ser nuestra principal actitud para celebrar y recibir al Niño Dios en la Navidad.

 

        1.- ACTITUD DE FE.

 

        Una y fundamental actitud ante la Navidad es la fe y el amor por medio de la oración para el encuentro personal con el Niño Dios. Profundizar en el misterio, instruirse, leer y releer los Evangelios y sus comentarios, la lectura espiritual, el desierto y retiro espiritual

        De todo ello es ejemplo María. La Virgen se prepara para la venida de su Dios con fe. Creer que era Dios el que nacía en sus entrañas… imagínate que a ti se te hubiera dicho como a ella y luego en el exterior no se notase nada, todo igual o peor, no florecieron los rosales, no cantaron con más fuerza los pájaros, no se abrieron los cielos, todo igual y era Dios el que nacía en sus entrañas. Isabel la alaba y bendice: “Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”.

 ¿Qué es lo que más preocupa a la gente en estos días? ¿Qué es lo que nos preocupa ahora, en qué pensamos, en qué invertimos más tiempo? Ya hemos preparado y pensado la cena, los vestidos, los turrones…y no hemos preparado el corazón para recibir a Cristo. Nos ocupan el consumismo, los regalos, las comidas… Urge purificar estas fiestas para que brille el contenido de Luz que encierran, quitando el paganismo consumista que se ha apoderado de ellas. Celebremos cristianamente la Navidad. Sólo el amor es importante y necesario. No le obligues a Cristo a nacer fuera de ti; espérale en la oración. Orar es amar. Ámale. Piensa en Él, en su amor, en su venida. En pecado, con suciedad en el alma no se puede celebrar la Navidad cristiana. Hay que limpiar, purificar, perdonar, amar. Todo hombre es mi hermano. Son días de visitar a los enfermos, ancianos, disminuidos en lo físico o anímico…

        En relación con la presencia de Cristo en la Eucaristía escribí hace años estas reflexiones. Me parecen que pueden valer para ahora, para la Navidad, porque la Eucaristía es una Navidad continuada y permanente:

        “EUCARÍSTICAS” es el título que puse, hace más de cuarenta años, a un cuaderno de pastas grises y páginas a cuadritos, que me llevaba a la iglesia en los primeros tiempos de mi sacerdocio. Allí anotaba todo lo que el Señor desde el Sagrario me iba inspirando. Eran sentimientos, emociones, vivencias, que yo luego traducía en ideas para mi predicación. Recuerdo, como si fuera hoy mismo, la primera “Eucarística” (vivencia), que escribí junto al Sagrario de mi primera parroquia extremeña:

        «Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían en Tí. Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento. Tú sabías que muchos no tendrían hambre de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística. Tú sabías que el Sagrario sería un trasto más de la iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo y, sin embargo, te quedaste. Te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos, como presencia de amistad ofrecida a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres. Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas, verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y de tu amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

        Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión, porque Tú lo sabías, Tú lo sabías todo y, sin embargo, te quedaste. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores,  nosotros somos limitados en todo. Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada Sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega, la misma ilusión. Eso sí que es amar hasta el extremo de todo. Señor ¿por qué me amas tanto?, ¿Por qué me buscas tanto? ¿Por qué te humillas tanto? ¿Por qué te rebajas tanto? Hasta hacerte no sólo hombre, como en Nazaret, sino una cosa, un poco de pan por mí en cada Eucaristía. Señor, pero ¿qué puedo darte yo que Tú no tengas? ¿Qué puede darte el hombre, si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo? No me entra en la cabeza, no encuentro la respuesta, no lo comprendo.

        Señor, sólo barrunto una explicación:“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. Y la cumpliste en la Última Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros, cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, entre palabras entrecortadas, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed esta es mi sangre...” En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor, toda esta entrega, toda esta emoción, –la he sentido muchas veces–, la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del Resucitado y entrar así con Él en el Círculo del amor Trinitario del Padre y del Hijo, fundidos en Unidad de Llama de Amor Viva del Espíritu Santo, y también para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega. Gracias, Señor, gracias. Átame, átanos para siempre a tu amor, a tu Eucaristía, a la sombra de tu Sagrario, para que comprendamos y correspondamos a la locura de tu amor”.

 

 

 

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

2.- ACTITUD DE AMOR: DIOS ME AMA, ME AMA, ME AMA AL TOMAR MI CARNE  

        1.- QUERIDOS HERMANOS:

 

2.- EL AMOR.- La segunda actitud debe ser el amor. Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: pero ¿qué es el hombre? ¿Qué será el hombre para Dios? ¿Qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre? ¡Qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor...! ¡Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre! ¡Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta hacerse hombre como     Él y pedirle su amor!

        ¡Dios mío, no te comprendo, no te abarco y sólo me queda una respuesta: es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje! Te pregunto, Señor ¿Me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que sin él no serías infinitamente feliz? ¿Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito de amor extremo al hombre? ¿Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz?

Padre bueno,  que hayáis decidido en consejo Trinitario no querer ser feliz eternamente sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que Tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Tí.

Comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor, que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, esto es, hacernos tus hijos en el Hijo. Lo comprendo por la pasión de amor Personal de Espíritu Santo, volcán en infinita y eterna erupción de amor, que sientes por Él, pero no comprendo, no me entra en la cabeza lo que has hecho por el hombre, porque es como decirnos que el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre. Es como cambiar toda la teología desde donde Dios no necesita del hombre para nada. Te ponían y así te conocí teológicamente como totalmente lejano, aislado, inaccesible, “Deus unicus, ineffabilis…”, un Dios solitario, al menos así me lo enseñaron a mí; pero ahora veo que Dios no es solitario sino familia y familiar con sentimientos de Padre e Hijo y Amor; veo que también necesita del hombre, así me lo manifiesta en palabras y hechos, por su forma de amar y buscarlo. Y esto es herejía teológica, aunque no mística, porque así lo vivien y sienten muchas personas y la gozan y se extasían.

Por eso estas  realidades de amor se estudian y se aprenden en la oración; la teología, que es fundamentalmente luz de entendimientos, no llega hasta estas alturas del amor, aquí sólo se llega por el corazón encendido en «llama de amor viva». Así es cómo llegó la Virgen a comprender el misterio que Dios le comunicaba, del que Dios la hizo partícipe de una manera singular. La beata Isabel de la Trinidad vió asi a María en su contemplación del misterio de la Santisima Trinidad, de los Tres, como ella decía:

«Noche y día te encuentras ¡oh Virgen fiel! en profundo silencio, en dulce paz, en oración divina y permanente, inundado tu ser de eterna luz. Tu corazón como un cristal refleja a Dios, Belleza eterna, tu Huésped fiel. Tú, oh Maria, atraes al cielo. Es el Padre quien te entrega a su Hijo. Serás su Madre. Con su sombra el Espíritu de Amor te cubre. En tí se hallan ya los Tres. El cielo se abre y adora así el misterio de Dios que en tí, oh Virgen, se hizo carne.

Madre del Verbo, dime tu misterio, cuando Dios se encarnó de ti. Dime cómo viviste en la tierra, sumergida en constante adoración... Madre, guárdame siempre en un estrecho

Abrazo. Que lleve en mí la impronta de este Dios, todo amor». (Sor Isabel de la Trinidad, Composiciones poéticas, 77. 87: Obras. pp. 1040, 1056).

        Y Santa Catalina de Siena:

 

« ¡Oh Virgen María! Tú fuiste aquel campo dulce donde fue sembrada la semilla de la Palabra del Hijo de Dios... En este bendito y dulce campo el Verbo de Dios, injertado en tu carne. Como la simiente que se echa en la tierra, que con el calor del sol germina y produce flores y frutos... Así verdaderamente lo hizo por el calor y el fuego de la divina caridad que tuvo a la generación humana, echando la simiente de su Palabra en tu campo, oh María. ¡Oh feliz y dulce María!, tú nos has dado la flor del dulce Jesús… El Hijo unigénito de Dios, en cuanto hombre, estaba vestido del deseo del honor del Padre y de nuestra salvación y fue tan fuerte este desmesurado deseo que corrió como enamorado, soportando penas, vergüenzas y vituperios, hasta la ignominiosa muerte de cruz...

Idéntico deseo estuvo en ti, oh María, que no podías desear más que el honor de Dios y la salvación de la criatura… Y todo esto porque la voluntad del Hijo había quedado en ti».

        (Santa Catalina de Siena, Epistolario, 144, v.2)

 

¡Bueno! Debe ser que, ante estos misterios, a todos los místicos les pase como a San Pablo, cuando se metió en la profundidad de Dios y subió “al tercer cielo”: que empiezan  a “desvariar”.

        Señor, dime qué soy yo para ti, qué es el hombre para tu Padre, para Dios Trino y Uno, que os llevó hasta esos extremos: “Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios... se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres;  y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” ( Fil 2,5-11).

        Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor como me demuestras haciéndote hombre, uno igual a nosotros y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el Sagrario, que es una Navidad continuada, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido. Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan. Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a Él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.

        Señor, si Tú me predicas y me pides tan dramáticamente con tu nacimiento, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso. Y, si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mis cargos y honores, sólo quiero ser de un Dios que ama así. Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado;  pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Sólo quiero amarte a Tí. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.

 

        3.- ACTITUD DE ORACIÓN. “María meditaba y conservaba todas estas cosas en su corazón”. Era la oración la que disponía el corazón de la Madre para recibir y celebrar estos acontecimientos de gracia y salvación. Orar es amar. Y Maria oraba mucho porque amaba mucho y amaba mucho porque oraba mucho. Estos días son para la oración larga y extendida, sin prisas.

        La oración es el camino para llegar a conocer y amar los misterios de Cristo: Encarnación, Navidad, Eucaristía… Por eso, los que creemos en Cristo, en sus misterios, en la Navidad, una vez que hemos tocado a Jesús con la virtud teologal de la fe y de la caridad, que nos hemos percatado de su amor y su presencia en la Eucaristía, que es una Navidad continua y permanente ¿qué es lo que hemos de hacer en su presencia? Pues dialogar, dialogar y dialogar con Él, para irle conociendo y amando más, para ir aprendiendo de Él, a que Dios sea lo absoluto de nuestra vida, lo único y lo primero, a adorarle y obedecerle como Él hasta el sacrificio de su vida, a entregarnos por los hermanos... Eso, con otro nombre, se llama oración, oración eucarística, dialogar con el Cristo del pesebre permanente, que son todos los sagrarios de la tierra.

        El Señor se le ha aparecido a Saulo en el camino de Damasco. Ha sido un encuentro, tal vez místico mientras cabalgaba, extraordinario tal vez en el modo, pero  la finalidad es un encuentro de amistad entre Cristo y Saulo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues. Señor ¿qué quieres que haga? Levántate y vete a Damasco; allí se te dirá lo que tienes que hacer”. La oración siempre es un verdadero diálogo con Jesús. Un diálogo que provoca una amistad personal y, consecuentemente, a un cambio de vida semejante a la suya, a la conversión de nuestras formas de pensar y amar y actuar, porque descubrimos lo que Dios quiere de nosotros.

        Hay muchos maestros de oración, los libros sobre oración son innumerables  hoy día; para nosotros, el mejor libro: el libro de la Eucaristía, y el mejor maestro: Jesucristo Eucaristía; es una enciclopedia, toda una biblioteca teológica sobre el misterio de Dios y del hombre y de la salvación, basta mirarlo y no digo nada si lo abres... ¡si creyéramos de verdad! ¡Si lo que afirmamos con la inteligencia y los labios, lo aceptase el corazón y lo tomase como norma de vida y de  comportamiento oracional y de amor! Pero hay que leerlo y releerlo durante horas, porque al principio no se ve nada, no se entiende mucho, pero en cuanto empiezas a entender y vivir lo que te dice y, por tanto, a  convertirte, se acabaron todos los libros y todos los maestros: “Pero vosotros no os hagáis llamar maestro, porque uno solo es vuestro Maestro... y no os hagáis llamar doctores, porque uno solo es vuestro doctor, el Cristo” (Mt. 23, 8-10).

        En el comienzo de este encuentro, de este diálogo, basta con mirar al Señor, hacer un acto, aunque sea rutinario, de fe, de amor, una jaculatoria aprendida. Así algún tiempo. Rezar algunas oraciones. Enseguida irás añadiendo algo tuyo, frases hechas en tus ratos de meditación o lectura espiritual, cosas que se te ocurren, es decir, que Él te dice pero que tú no eres consciente de ello, sobre todo, si hay acontecimientos de dolor o alegría en tu vida.

        Puedes ayudarte de libros y decirle lo que otros han orado, escrito o pensado sobre Él,  y así algún tiempo, el que tú quieras y el que Él aguante,  pero vamos, por lo que he visto en amigos y amigas suyas en  mi  parroquia, grupos, seminario,  en todo diálogo,  lo sabéis perfectamente, no aguantamos a un amigo que tuviera que leer en  un libro lo que desea dialogar contigo o recitar frases dichas por otros, no es lo ordinario... sobre todo, en cosas de amor, aunque al principio, sea esto lo más conveniente y práctico.

Lo que quiero decir es que nadie piense que esto es para toda la vida o que ésta es la oración más perfecta. Un amigo, un novio, cuando tiene que declararse a su novia, no utiliza las rimas de Bécquer, aunque sean más hermosas que las palabras que él pueda inventarse. Igual pasa con Dios. Le gusta que simplemente estemos en su presencia; le agrada que balbuceemos al principio palabras y frases entrecortadas, como el niño pequeño que empieza a balbucear las primeras palabras a sus padres. Yo creo que esto le gusta más y a nosotros nos hace más bien, porque así nos vamos introduciendo en ese «trato de amistad», que debe ser la oración personal. Aunque repito, que para motivar la conversación y el diálogo con Jesucristo, cuando no se te ocurre nada, lo mejor es tomar y decir lo que otros han dicho, meditarlo, reflexionarlo, orarlo, para ir aprendiendo como niño pequeño, sobre todo, si son palabras dichas por Dios, por Cristo en el evangelio, pero sabiendo que todo eso hay que interiorizarlo, hacerlo nuestro por la meditación-oración-diálogo.

         Para aprender a dialogar con Dios hay un solo camino: dialogar y dialogar con Él y pasar ratos de amistad con Él, aunque son muchos los modos de hacer este camino, según la propia psicología y manera de ser, pero todos personales, que cada uno tiene que ir descubriendo y siempre sin grandes dificultades  ni diferencias los unos de los otros, apenas pequeños matices. 

No se trata, como a veces aparece en algún libro sobre métodos para hacer oración, de encontrar una técnica o método, secreto, milagroso, hasta ahora no descubierto y que si tú lo encuentras,  llegarás ya a la unión con Dios, mientras que otros se perderán o pasarán  muchos años o toda su vida en el aprendizaje de esta técnica tan misteriosa. Y, desde luego, no hay necesidad absoluta de respiraciones especiales, yogas o cantos de lo que sea... etc. Vamos, por lo menos hasta ahora, desde San Juan y San Pablo hasta  los últimos canonizados por la Iglesia,  yo no he visto la necesidad de muchas técnicas;  no digo que sea un estorbo, es más, pueden  ayudar como medios hacia un fin: el diálogo personal y afectivo con Cristo Eucaristía.

        Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar, el evangelio no relata técnicas y otros medios, simplemente les dijo: “Cuando tengáis que orar, decid: Padre nuestro...”, es diálogo oracional. Y estamos hablando del mejor maestro de oración.

         En esta línea quiero aportar un testimonio tan autorizado como Madre Teresa de Calcuta:

«Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: Cuando oréis, decid: Padre Nuestro... No les enseñó ningún método ni técnica particular, sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí» (Escritos Esenciales. Madre Teresa de Calcuta. Sal Terrae. 2002, p.91).

       

 

SE ACERCA LA NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En nuestro ambiente actual, Navidad suena a muchas cosas. Suena a bulla, a regalos y compras, suena a fiesta, a reunión de familia, a encuentro, a tiempo de vacación y descanso. Suena a alegría de los niños, a añoranza de los mayores, a nostalgia de los que nos ha precedido y ya no están entre nosotros. Decir Navidad es decir todo esto y mucho más. Sin embargo, Navidad es una persona.

Navidad es Jesucristo, el Hijo de Dios que nace como hombre para compartir la vida humana en su etapa terrena y llevarla a plenitud en el cielo. Navidad es María, su madre bendita; y junto a ella, su esposo san José. Navidad son los ángeles que anuncian la buena noticia, son los pastores que van corriendo a ver al Niño, son los Magos que vienen de Oriente guiados por una estrella. Navidad es la irrupción de Dios en la historia humana, para hacer de esta historia el lugar de su gloria, llevando a plenitud la historia humana y en ella a todos y cada uno de sus componentes.

 ¿No tiene que ver lo uno con lo otro? –Si, está íntima y profundamente relacionado lo uno y lo otro. Pero una vez más hemos de ir a lo esencial, al fundamento de todo, a no quedarnos por las ramas, sino ir a la raíz del acontecimiento. Y lo fundamental de la Navidad es la persona, no las cosas, ni el ruido, ni la fiesta. En primer lugar, la persona de Cristo.

Hacemos fiesta porque ha nacido el Hijo de Dios. Llegada la plenitud de los tiempos, Dios ha enviado a su Hijo, que ha nacido de mujer y se ha hecho hombre, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. La relación del hombre con Dios se llena de estupor al contemplar que Dios se ha hecho uno de los nuestros. Nos llena de asombro tanta cercanía de Dios, tanta ternura, tanto amor. Para que ya no nos sintamos solos, sino que alentados por esa profunda y metafísica solidaridad de Dios con nosotros, se llene nuestro corazón de esperanza, la esperanza de los hijos de Dios. Junto a Jesucristo, su Madre Santa María.

Para realizar la obra de la redención de los hombres, Dios ha elegido una mujer y la ha colmado de gracias, la ha hecho inmaculada, la ha dotado de la capacidad de ser madre sin dejar de ser virgen, para luego dárnosla como madre nuestra. Dios ha elegido a una mujer, bendita entre todas las mujeres, señalando así la más alta dignidad de la persona humana en una mujer privilegiada.

Y junto a María, san José, al que dedicamos especialmente este año. Es una figura grandiosa, humilde y escondida, pero es una pieza fundamental para que Jesús haya nacido como hombre. Él no es el padre biológico de Jesús, como dejan claramente expresado los relatos evangélicos, pero ha acogido en su casa a María y al Niño, y éste ha podido nacer y crecer en una familia cobijado por el amor de sus padres. José ha puesto su vida entera al servicio de Jesús y María, ha cumplido su misión en la entrega total de su vida, es el hombre justo a quien Dios ha confiado a su Hijo y a su Iglesia, la principal hazaña humana. Por eso, la alegría de la Navidad tiene pleno sentido.

Hacemos fiesta y hacemos bulla, porque celebramos un acontecimiento histórico que ha transformado la historia. Pero aunque no hubiera fiesta externa, ni ruido, ni bulla, celebraríamos también la Navidad. Porque Dios sigue estando cerca de nosotros, incluso cuando nosotros nos olvidamos de él. Por eso, en Navidad hemos de acercarnos más a él, que viene a nosotros en los sacramentos, en una buena confesión y con una fervorosa comunión.

Navidad es también la fiesta de los pobres, pues a los pobres viene a salvar este Niño de Belén. La profunda solidaridad que este Niño ha establecido con su nacimiento, con su Navidad, nos hace salir al encuentro del que no tiene, llevándonos a compartir lo que tenemos. Por causa de la pandemia, muchas personas están solas, y hemos de acercarnos a ellas especialmente en estos días. Otras, no tienen casa, ni trabajo, ni esperanza. Podemos acercarnos para hacerles partícipes de la alegría de la Navidad.

La Navidad nos abre los ojos ante la dignidad humana despreciada, pisoteada, ninguneada. La Navidad, el nacimiento del Señor, viene a dignificar la persona humana. Abramos nuestro corazón, y saldremos todos ganando. Feliz y santa Navidad. Recibid mi afecto y mi ORACIÓN: Se acerca la Navidad.

 

 

 SIN RATOS DE ORACIÓN, DE ENCUENTRO CON CRISTO EN EL SAGRARIO, NO HAY NAVIDAD CRISTIANA.

 

SANTA NAVIDAD: DIOS CON NOSOTROS LOS HOMBRES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dios es amigo del hombre, Dios nos ha creado para hacernos felices, Dios quiere estar cerca para sostenernos en las pruebas. En estos momentos de dolor universal por causa de la pandemia, Él quiere acercarse más que nunca a cada uno de nosotros y a la humanidad entera que sufre. Por eso, necesitamos la Navidad más que nunca, necesitamos que Dios se acerque más a cada corazón humano para decirle su amor.

La liturgia tiene la capacidad de traernos el misterio que celebramos en el hoy permanentemente presente de Dios en la historia, para que nosotros podamos participar en ese misterio como si allí presente me hallare. ¿Qué es lo que celebramos por Navidad? –El nacimiento en la carne humana del Hijo de Dios eterno. Dios como el Padre, se ha hecho hombre como nosotros para que nosotros lleguemos a ser hijos de Dios, podamos participar de su filiación divina y lleguemos así a la plenitud del gozo que nos tiene preparado. “Ni el ojo vio, ni el oído oyó ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman” (1Co 2,9).

Leer y meditar los textos litúrgicos de Navidad nos da alimento abundante para nuestra vida cristiana. Nos detenemos estos días a contemplar este Niño, que es Dios y que es Hombre, dos naturalezas unidas en la única persona del Verbo. Suscita en nosotros una fascinación irresistible. Se trata de una luz potentísima, que ilumina las tinieblas de la historia humana, de nuestra propia vida, y es un anticipo de la luz eterna que deslumbrará nuestros ojos y nos llenará el corazón de alegría.

 Este misterio tan hondo se ha realizado y continua realizándose en el silencio de la noche, en la humildad de un establo, en una profunda solidaridad con todos los humanos y con la creación entera. Es un misterio para contemplar largamente.

En Navidad, más que ruido necesitamos silencio para entrar a fondo en lo que celebramos y contemplamos. Y su Madre es Virgen. Vino el ángel y anunció a María que iba a ser la Madre de Dios y ella aceptó con humildad poner su vida entera al servicio de este gran misterio. 

Desposada con José, antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo. Y le dio a este hijo su propia carne y sangre. Madre en el sentido más propio de la palabra, pues lo ha engendrado en su seno. El niño se parece todo a ella, lleva en su carne, en sus gestos, en su forma de comportarse los rasgos de su madre.

Virgen, porque no es fruto de la complementación normal del varón, sino engendrado por la acción milagrosa del Espíritu Santo. María es virgen al concebir, al dar a luz y permanece virgen para siempre. He aquí otra luz potente de la Navidad. La virginidad es pureza de alma y cuerpo y en María ha llegado a su grado máximo, pues es la llena de gracia, bendita entre todas las mujeres. Y es una virginidad plenamente fecunda, con la fecundidad que viene de Dios. Fecunda en el tiempo y para toda la eternidad.

Y junto a María está José, padre virginal de Jesús. Nos fijamos en él especialmente este año dedicado a su figura y la misión que Dios le ha encomendado. Sin él, este misterio de la encarnación no hubiera sido viable. El acoge, custodia, da cobertura al misterio más grande de los siglos. Y lo hace poniendo toda su vida al servicio de la misión encomendada. Toma al Niño y a su Madre, los hace suyos, y constituyen los tres la Sagrada Familia de Nazaret, donde todo rebosa amor y entrega de uno a otro.

HERMANAS, Meditemos en los grandes misterios de estos días y abramos el corazón a las necesidades de nuestros hermanos los pobres. No hay mayor pobreza que la de pasar estos días sin entrar en el misterio que celebramos y no enterarse de la fiesta.

De la contemplación de este misterio brota el deseo misionero de que todos puedan disfrutar de esta luz y de este gozo. Y a los que sufren por cualquier causa queremos decirles con nuestra vida que el Hijo de Dios hecho hombre ha asumido nuestros dolores para darnos a probar su divinidad.

La Navidad nos hace solidarios, no sólo para satisfacer las necesidades materiales de los demás, sino para hacerles partícipes de la inmensa alegría de que Dios está con nosotros. Hoy más que nunca necesitamos celebrar la Navidad.

HERMANOS, SI ES NAVIDAD DIOS SIBUE AMANDO A LOS HOMBRES, SI ES NAVIDAD SOMOS ETERNOS, PORQUE LA ETERNIDAD SE HA ENCARNADO, HA TOMADO CARNE VIRGINAL EN LA VIRGEN Y NOS HA HECHO ETERNOS, SI ES NAVIDAD, MI VIDA ES MÁS QUE ESTA VIDA, PORQUE DIOS SE HA HECHO HOMBRE PARA HACERNOS A TODOS LOS HOMBRS HIJOS ETERNO DE DIOS

Y HEREDEROS DEL CIELO, POR ESO DIOS SE HIZO HOMBRE PARA HACERNOS A TODOS HIJOS ETERNOS CON Él DEL MISMO PADRE.

 

*************************************

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  • DE DICIEMBRE

 

 NATIVIDAD DEL SEÑOR

 

MISA DE MEDIANOCHE

 

PRIMERA LECTURA: ISAÍAS 9, 2-7

 

        Se anuncia el gozo inexpresable de la salvación semejante al labrador que recoge la cosecha abundante y al guerrero que reparte el rico botín. La victoria es obra de un niño, rey dado por Dios a los hombres.

 

SEGUNDA LECTURA: TITO 2, 11-14

 

        “Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres…”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2, 1-14

 

QUERIDOS HERMANOS:

1.-Hoy nos ha nacido el Salvador (cf Lc 2, 10-11). Hoy, esta noche nos postramos ante el mismo Hijo de Dios, nacido niño, en el portal de Belén. Esta noche vamos a adorar al mismo Hijo de Dios nacido de María Virgen. Nos lo han dicho los evangelios. Esta noche nos unimos espiritualmente a la admiración de María y de José. Adorando a Cristo, nacido en una gruta, asumimos la fe llena de sorpresa de aquellos pastores; experimentemos su misma admiración y su misma alegría.

  Es difícil no dejarse convencer por la elocuencia de este acontecimiento: nos quedamos embelesados. Somos testigos de aquel instante del amor que une lo eterno a la historia: el «hoy» que abre el tiempo del júbilo y de la esperanza, porque «un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros la señal del principado» (Is 9, 5),como leemos en el texto de Isaías.

  Ante el Verbo encarnado ponemos todas nuestras  alegrías y temores, nuestras lágrimas y esperanzas. Sólo en Cristo, el hombre nuevo, encuentra su verdadera luz el misterio del ser humano. Con el apóstol Pablo, meditamos que en Belén “ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”. Por esta razón, en la noche de Navidad resuenan cantos de alegría en todos los rincones de la tierra y en todas las lenguas.

 

2.- Ésta noche, ante nuestros ojos se realiza lo que el Evangelio proclama: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él... tenga vida» (Jn 3,16). ¡Su Hijo unigénito, Tú, Cristo, eres el Hijo unigénito del Dios vivo, venido en la gruta de Belén! Después de más de dos mil años vivimos de nuevo este misterio como un acontecimiento único e irrepetible. Entre tantos hijos de hombres, entre tantos niños venidos al mundo durante estos siglos, sólo Tú eres el Hijo de Dios: tu nacimiento ha cambiado, de modo inefable, el curso de los acontecimientos humanos.
               Ésta es la verdad que en esta noche la Iglesia quiere transmitir al mundo entero. Y todos vosotros, que vendréis después de nosotros, procurad acoger esta verdad, que ha cambiado totalmente la historia. Desde la noche de Belén, la humanidad es consciente de que Dios se hizo Hombre: se hizo Hombre para hacer al hombre partícipe de la naturaleza divina.

 

3.- ¡Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo! En este año la Iglesia te saluda, Hijo de Dios, que viniste al mundo para vencer a la muerte. Viniste para iluminar la vida humana mediante el Evangelio. La Iglesia te saluda y junto contigo quiere vivir, como nos dice la segunda lectura “aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo”.

 Por eso, Tú, Cristo, eres nuestra esperanza. Sólo Tú tienes palabras de vida eterna. Tú, que viniste al mundo en la noche de Belén, ¡quédate con nosotros! Tú, que eres el Camino, la Verdad y la Vida, ¡guíanos! Tú, que viniste del Padre, llévanos hacia Él en el Espíritu Santo, por el camino que sólo Tú conoces y que nos revelaste para que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia.

Tú, Cristo, Hijo del Dios vivo, erespara nosotros la Salvación. El único que puede salvar este mundo de tanto vacío existencial, de tanta noche de fe y de esperanza, de amor a Dios y a los hombres. Tú has sido enviado por el Padre como puerta para entrar en la amistad con Él, en el gozo inefable de la Santísima Trinidad. Sé para nosotros la Puerta que nos introduce en el misterio del Padre. ¡Haz que nadie quede excluido de su abrazo de misericordia y de paz!  Terminemos esta noche con el anuncio del ángel de la Nochebuena y que resume todos estos sentimientos y felicitaciones de esta noche santa:

El ángel les dijo: No temáis, os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.  Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:  gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.

«Hodie natus est nobis Salvator mundi»: ¡Cristo es nuestro único Salvador! Este es el mensaje de la Navidad: el  «hoy» de aquella primera noche santa se hace hoy realidad. Que María, Madre del Hijo y madre nuestra, nos muestre al Hijo del Padre para adorarlo y pidámosla que todos los hombres le reconozcan como el único Salvador de los hombres. Amén.

 

 

*******************************************

 

 

MENSAJE DE NAVIDAD DE BENEDICTO XVI

 

 "Busquemos a Jesús, dejémonos atraer por su luz que disipa la tristeza y el miedo"

 

CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 25 diciembre 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje de Navidad que pronunció Benedicto XVI a mediodía del 25 de diciembre desde el balcón de la fachada de la basílica vaticana ante los miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro.

 

* * *

«Apparuit gratia Dei Salvatoris nostri omnibus hominibus" (Tt 2,11).

Queridos hermanos y hermanas, renuevo el alegre anuncio de la Natividad de Cristo con las palabras del apóstol San Pablo: Sí, hoy «ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres».

Ha aparecido. Esto es lo que la Iglesia celebra hoy. La gracia de Dios, rica de bondad y de ternura, ya no está escondida, sino que «ha aparecido», se ha manifestado en la carne, ha mostrado su rostro. ¿Dónde? En Belén. ¿Cuándo? Bajo César Augusto durante el primer censo, al que se refiere también el evangelista San Lucas. Y ¿quién la revela? Un recién nacido, el Hijo de la Virgen María. En Él ha aparecido la gracia de Dios, nuestro Salvador. Por eso ese Niño se llama Jehoshua, Jesús, que significa «Dios salva».

La gracia de Dios ha aparecido. Por eso la Navidad es fiesta de luz. No una luz total, como la que inunda todo en pleno día, sino una claridad que se hace en la noche y se difunde desde un punto preciso del universo: desde la gruta de Belén, donde el Niño divino ha «venido a la luz». En realidad, es Él la luz misma que se propaga, como representan bien tantos cuadros de la Natividad. Él es la luz que, apareciendo, disipa la bruma, desplaza las tinieblas y nos permite entender el sentido y el valor de nuestra existencia y de la historia. Cada belén es una invitación simple y elocuente a abrir el corazón y la mente al misterio de la vida. Es un encuentro con la Vida inmortal, que se ha hecho mortal en la escena mística de la Navidad; una escena que podemos admirar también aquí, en esta plaza, así como en innumerables iglesias y capillas de todo el mundo, y en cada casa donde el nombre de Jesús es adorado.

La gracia de Dio ha aparecido a todos los hombres. Sí, Jesús, el rostro de Dios que salva, no se ha manifestado sólo para unos pocos, para algunos, sino para todos. Es cierto que pocas personas lo han encontrado en la humilde y destartalada demora de Belén, pero Él ha venido para todos: judíos y paganos, ricos y pobres, cercanos y lejanos, creyentes y no creyentes..., todos. La gracia sobrenatural, por voluntad de Dios, está destinada a toda criatura. Pero hace falta que el ser humano la acoja, que diga su «sí» como María, para que el corazón sea iluminado por un rayo de esa luz divina. Aquella noche eran María y José los que esperaban al Verbo encarnado para acogerlo con amor, y los pastores, que velaban junto a los rebaños (cf. Lc 2,1-20).

Una pequeña comunidad, pues, que acudió a adorar al Niño Jesús; una pequeña comunidad que representa a la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad. También hoy, quienes en su vida lo esperan y lo buscan, encuentran al Dios que se ha hecho nuestro hermano por amor; todos los que en su corazón tienden hacia Dios desean conocer su rostro y contribuir a la llegada de su Reino. Jesús mismo lo dice en su predicación: estos son los pobres de espíritu, los afligidos, los humildes, los hambrientos de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por la causa de la justicia (cf. Mt 5,3-10). Estos son los que reconocen en Jesús el rostro de Dios y se ponen en camino, como los pastores de Belén, renovados en su corazón por la alegría de su amor.

Hermanos y hermanas que me escucháis, el anuncio de esperanza que constituye el corazón del mensaje de la Navidad está destinado a todos los hombres. Jesús ha nacido para todos y, como María lo ofreció en Belén a los pastores, en este día la Iglesia lo presenta a toda la humanidad, para que en cada persona y situación se sienta el poder de la gracia salvadora de Dios, la única que puede transformar el mal en bien, y cambiar el corazón del hombre y hacerlo un «oasis» de paz.

Que sientan el poder de la gracia salvadora de Dios tantas poblaciones que todavía viven en tinieblas y en sombras de muerte (cf. Lc 1,79). Que la luz divina de Belén se difunda en Tierra Santa, donde el horizonte parece volverse a oscurecer para israelíes y palestinos; se propague en Líbano, en Irak y en todo el Medio Oriente. Que haga fructificar los esfuerzos de quienes no se resignan a la lógica perversa del enfrentamiento y la violencia, y prefieren en cambio el camino del diálogo y la negociación para resolver las tensiones internas de cada país y encontrar soluciones justas y duraderas a los conflictos que afectan a la región. A esta Luz que transforma y renueva anhelan los habitantes de Zimbabue, en África, atrapado durante demasiado tiempo por la tenaza de una crisis política y social, que desgraciadamente sigue agravándose, así como los hombres y mujeres de la República Democrática del Congo, especialmente en la atormentada región de Kivu, de Darfur, en Sudán, y de Somalia, cuyas interminables tribulaciones son una trágica consecuencia de la falta de estabilidad y de paz. Esta Luz la esperan sobre todo los niños de estos y de todos los países en dificultad, para que se devuelva la esperanza a su porvenir.

Donde se atropella la dignidad y los derechos de la persona humana; donde los egoísmos personales o de grupo prevalecen sobre el bien común; donde se corre el riesgo de habituarse al odio fratricida y a la explotación del hombre por el hombre; donde las luchas intestinas dividen grupos y etnias y laceran la convivencia; donde el terrorismo sigue golpeando; donde falta lo necesario para vivir; donde se mira con desconfianza un futuro que se esta haciendo cada vez más incierto, incluso en las naciones del bienestar: que en todos estos casos brille la Luz de la Navidad y anime a todos a hacer su propia parte, con espíritu de auténtica solidaridad. Si cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo se encamina a la ruina.

Queridos hermanos y hermanas, hoy «ha aparecido la gracia de Dios, el Salvador» (cf. Tt 2,11) en este mundo nuestro, con sus capacidades y sus debilidades, sus progresos y sus crisis, con sus esperanzas y sus angustias. Hoy resplandece la luz de Jesucristo, Hijo del Altísimo e hijo de la Virgen María, «Dios de Dios, Luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero... que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo». Lo adoramos hoy en todos los rincones de la tierra, envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Lo adoramos en silencio mientras Él, todavía niño, parece decirnos para nuestro consuelo: No temáis, «no hay otro Dios fuera de mí» (Is 45,22). Venid a mí, hombres y mujeres, pueblos y naciones; venid a mí, no temáis. He venido al mundo para traeros el amor del Padre, para mostraros la vía de la paz.

Vayamos, pues, hermanos. Apresurémonos como los pastores en la noche de Belén. Dios ha venido a nuestro encuentro y nos ha mostrado su rostro, rico de gracia y de misericordia. Que su venida no sea en vano. Busquemos a Jesús, dejémonos atraer por su luz que disipa la tristeza y el miedo del corazón del hombre; acerquémonos con confianza; postrémonos con humildad para adorarlo. Feliz Navidad a todos.

 

**************************************************

 

NATIVIDAD DEL SEÑOR

 

MISA DEL DÍA

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 52, 7-10

 

        La noticia de la salvación provoca en Jerusalén un canto de júbilo. La alegría del anuncio da alas a los pies del mensajero. Detrás de él viene en seguida el Liberador, rey victorioso, que es el mismo Dios.

 

SEGUNDA LECTURA: Hebreos 1, 1-6

 

        Introducción a la Carta a los Hebreos que esboza sus grandes líneas: sistematización del cristianismo sobre la base veterotestamentaria: el Antiguo Testamento es el esbozo de la obra perfecta realizada en Cristo.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2,1-14

 

QUERIDOS HERMANOS: 

1.-Hoy nos ha nacido el Salvador (cf Lc 2, 10-11). Hoy, nos postramos ante el mismo Hijo de Dios, nacido niño, en el portal de Belén. Hy vamos a adorar al mismo Hijo de Dios nacido de María Virgen. Nos lo han dicho los evangelios, los pastores. Hoy nos unimos espiritualmente a la admiración de María y de José. Adorando a Cristo, nacido en una gruta, asumimos la fe llena de sorpresa de aquellos pastores; experimentemos su misma admiración y su misma alegría.

  Es difícil no dejarse convencer por la elocuencia de este acontecimiento: nos quedamos embelesados. Somos testigos de aquel instante del amor que une lo eterno a la historia: el «hoy» que abre el tiempo del júbilo y de la esperanza, porque «un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros la señal del principado» (Is 9, 5),como leemos en el texto de Isaías.

  Ante el Verbo encarnado ponemos todas nuestras  alegrías y temores, nuestras lágrimas y esperanzas. Sólo en Cristo, el hombre nuevo, encuentra su verdadera luz el misterio del ser humano. Con el apóstol Pablo, meditamos que en Belén “ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”. Por esta razón, en la noche de Navidad resuenan cantos de alegría en todos los rincones de la tierra y en todas las lenguas.

 

2.- Hoy, ante nuestros ojos se realiza lo que el Evangelio proclama: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él... tenga vida» (Jn 3,16). ¡Su Hijo unigénito, Tú, Cristo, eres el Hijo unigénito del Dios vivo, venido en la gruta de Belén! Después de más de dos mil años vivimos de nuevo este misterio como un acontecimiento único e irrepetible. Entre tantos hijos de hombres, entre tantos niños venidos al mundo durante estos siglos, sólo Tú eres el Hijo de Dios: tu nacimiento ha cambiado, de modo inefable, el curso de los acontecimientos humanos.
               Ésta es la verdad que en este día la Iglesia quiere transmitir al mundo entero. Y todos vosotros, que vendréis después de nosotros, procurad acoger esta verdad, que ha cambiado totalmente la historia. Desde la noche de Belén, la humanidad es consciente de que Dios se hizo Hombre: se hizo Hombre para hacer al hombre partícipe de la naturaleza divina.

 

3.- ¡Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo! En este año la Iglesia te saluda, Hijo de Dios, que viniste al mundo para vencer a la muerte. Viniste para iluminar la vida humana mediante el Evangelio. La Iglesia te saluda y junto contigo quiere vivir, como nos dice la segunda lectura “aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo”.

 Por eso, Tú, Cristo, eres nuestra esperanza. Sólo Tú tienes palabras de vida eterna. Tú, que viniste al mundo en la noche de Belén, ¡quédate con nosotros! Tú, que eres el Camino, la Verdad y la Vida, ¡guíanos! Tú, que viniste del Padre, llévanos hacia Él en el Espíritu Santo, por el camino que sólo Tú conoces y que nos revelaste para que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia.

Tú, Cristo, Hijo del Dios vivo, erespara nosotros la Salvación. El único que puede salvar este mundo de tanto vacío existencial, de tanta noche de fe y de esperanza, de amor a Dios y a los hombres. Tú has sido enviado por el Padre como puerta para entrar en la amistad con Él, en el gozo inefable de la Santísima Trinidad. Sé para nosotros la Puerta que nos introduce en el misterio del Padre. ¡Haz que nadie quede excluido de su abrazo de misericordia y de paz!  Terminemos esta mañana con el anuncio del ángel de la Nochebuena y que resume todos estos sentimientos y felicitaciones de esta noche santa:

El ángel les dijo: No temáis, os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.  Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:  gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.

«Hodie natus est nobis Salvator mundi»:HOY NOS HA NACIDO EL SALVADOR DEL MUNDO ¡Cristo es nuestro único Salvador! Este es el mensaje de la Navidad: el  «hoy» de aquella primera noche santa se hace hoy realidad. Que María, Madre del Hijo y madre nuestra, nos muestre al Hijo del Padre para adorarlo y pidámosla que todos los hombres le reconozcan como el único Salvador de los hombres. Amén.

 

****************************************************

 

NAVIDAD 2ª HOMILÍA DEL DÍA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos dice el evangelio en estos días.-“Y sucedió que estando allí se le cumplió la hora del parto”. “María envolvió al niño Jesús en unos pañales y le recostó con amor en el pesebre”. Hermanos, es la navidad cristiana, el nacimientos de nuestro Señor Jesucristo, de un Dios que se hace hombre para salvar a los hombres, creamos, amemos, confesemos con fe viva y agradecida este misterio.

        Sólo María podía hacer este trabajo porque sólo ella estaba llena de gracia y de fe y de amor para hacerlo, porque es la criatura más divina y perfecta que ha existido en este mundo. Todos los gestos fueron expresión  de su fe y ternura en su hijo, Hijo de Dios.

Le besaría los pies, porque era su Señor; le besaría las manos y la cara porque era su hijo. Y se quedaría mucho tiempo contemplándole, tratando de comprenderle, porque era la Palabra eterna del Padre a los hombres, el Amor Infinito de Dios, a quien ella había dado carne. Porque el pesebre es una cátedra de la revelación del Amor de Dios para todos los que creemos en Jesucristo. Imitemos también nosotros este día a María, adoremos, besemos, acariciemos con amor al mismo Hijo de Dios, que se ha hecho niño y pobre para salvarnos.

        Desde la cátedra del pesebre, el Niño Dios, hecho hombre, hecho tiempo, límite, pobre, necesitado e indigente, nos enseña muchas cosas:

        1º primero: El niño nacido en Belén nos revela el amor que Dios siente por el hombre. Dios te ama, Dios existe, Dios te busca y viene a  tu encuentro, querido hermano. Es un amor sin límites de tiempo y espacio, abarca a todos los hombres, es infinito y gratuito, porque Dios no necesita del hombre y viene para llenarle de su plenitud: “En esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”, nos dice San Juan.

Vemos que es un  un amor que se manifiesta en obras, encarnándose en la humildad de nuestra carne. Es misericordioso: viene a salvarnos, a perdonarnos, a dar su vida para que todos la tengamor eterna. Por eso la liturgia de este día exclama: «Rey del Universo, a quien los pastores encontraron envuelto en pañales, ayúdanos a imitar siempre tu pobreza y sencillez».

2º.- Para comprender verdaderamente este misterio de la Navidad, hay que contemplarlo en oración, en silencio, hay que pasar ratos mirando al Niño en el portal de nuestros nacimientos, sobre todo en los Sagrarios de la tierra, porque es el mismo de ayer y de siempre, el que nació y murió y permanece ahí, en todos los sagrarios, para llevarnos a todos al cielo, a la vida eterna, única razón de su nacimiento como hombre, por la que vino en la Navidad. Hermanos, agradezamos este amor viniendo a misa estos días, confesando y comulgando, oremos ante el sagrario, sólo orando, el corazón puede llegar a sentir y vivir estos misterios de amor que la razón no entiende ni comprende.

 

Y 3º: Que Cristo no encontrase hospedaje entonces, lo puedo comprender por las circunstancias históricas de su nacimiento; pero lo que no se puede explicar, es que tú y yo y nosotros no le demos hospedaje de amor y de fe en nuestros corazones, que pasemos indiferentes ante este misterio, que no le recibamos estos días en nuestras vidas y familias y no recemos y le comulguemos con un corazón lleno de amor a Dios y a todos, que no hagamos las paces en los matrimonios, en las familias, entre hijos y padres y los vecinos y amigos.

Nos duele muchísimo que estos tiempos de ateísmo e indiferencia y lejanía religiosa, muchos han cerrado las puertas a Cristo y no le han dejado nacer en ellos, en sus vidas y familia, basta mirar la política y las televisióones, es que la mayor parte ni mencionan la navidad y si la mencionan lo hacen sin Cristo, sin iglesia, sin religiosidad alguna.

Hermanos, recemos y pidamos por los nuestros y por todos los cristianos y por el mundo entero. Porque «Aunque Cristo nazca mil veces, si no nace en nuestro corazón, no será Navidad cristiana, todos habrá sido inútil, aunque sobren champán y turrones.

        Y nada más, queridos hermanos. Pido y deseo de todo corazón, como los ángeles del cielo que anunciaron la primera navidad, que el feliz acontecimiento del Nacimiento de Jesucristo, sirva para gloria de Dios en las alturas y salvación de los hombres en la tierra. Así sea y así se lo pido al Señor en esta santa misa, especiamente por vosotros y vuestras familias.

************************************************

QUERIDOS HERMANOS:

        1.- Hoy es Navidad. Hoy nace niño el Dios infinito por amor al hombre. Hoy nos dice San Pablo: “Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador y su amor al hombre”. La navidad cristiana se fundamenta en este hecho; la Navidad cristiana es creer y amar esta manifestación del Amor de Dios.

        Hoy “ha aparecido la bondad de Dios, nuestros Salvador y su amor al hombre”, porque el hecho de que el Dios infinito decida venir en busca del hombre y hacerse hombre para encontrarlo de igual a igual es la mayor manifestación de amor que ha existido en el mundo, y la Navidad cristiana es por este mismo hecho la explosión reveladora del Amor divino.
        La Navidad cristiana es la revelación de la Palabra de Salvación pronunciada por el Padre en su Hijo amado, enviado para salvar a los hombres de su finitud y lejanía de Dios y pronunciado con fuego de Espíritu Santo; es la gloria y la luz inmarcesible de Dios que aparece revestida de la carne humana de un niño, que se nos da y se nos ofrece, humilde, pequeño, para que todos podamos acercarnos a Él sin miedo, con cariño, como respuesta de amor; la Navidad cristiana es la manifestación más concreta del proyecto de Salvación del Dios Uno y Trino en forma concreta, histórica y humana.

        2.- Comentando este texto de San Pablo, San Bernardo, en uno de sus sermones de Navidad, dice:

        «“Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre”; gracias sean dadas a Dios que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en medio de esta peregrinación, de este destierro, de esta miseria.

        Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía pues la misericordia del Señor es eterna. Pero ¿cómo, a pesar de ser tan inmensa, iba a poder ser reconocida? Estaba prometida, pero no se la alcanzaba a ver; por lo que muchos no creían en ella. ¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho, de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la Palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros?

        “Señor, qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Que deduzcan de aquí los hombres lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y siente sobre ellos».(San Bernardo, abad: Sermón 1º en la Epifanía del Señor, 1-2: PL133,141-143).

        3.- Queridos hermanos: Para explicar la teología y la mística del misterio de la Navidad cristiana tomaría este texto de la Carta a los hebreos: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por medio de los profetas; ahora, en esta etapa final de la historia, nos ha hablado por medio de su Hijo...” (Hbr 1,1-2).

        Qué nos revela y nos enseña el Hijo nacido en Belén:
LA TEOLOGÍA de la Navidad nos revela un antes y un después. El «antes» de la Navidad nos revela un Dios Amor, que nos ama  con amor de misericordia salvadora por el Hijo que nos lo envía para buscarnos y salvarnos; con San Juan podemos definir el «antes» de la Navidad: “Dios es Amor… en esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4, 7-10). Con otras palabras: Dios es Amor y entrando dentro de sí mismo crea al hombre por amor y para el Amor. Y, perdido el hombre por el pecado, viene en su busca y se rebaja y humilla por el hombre. Vendría toda la historia de Salvación del Antiguo Testamento, con los profetas y la preparación inmediata de Juan el Bautista y sobre todo de María y José.

        En segundo lugar vendría el hecho mismo del nacimiento de Jesús:“La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” que nos revela San Juan, y «que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre», como rezamos en el Credo. Lo rezamos sin darnos mucha cuenta a veces: Señor, ayúdame a creer que por mí te has hecho pequeño, ayúdame a comprender todo este misterio, todas estas realidades que superan todo lo creado.

        En el «después» de la Navidad estaría toda la vida, palabra y persona de Jesús de Nazaret.

 

        4.- La ESPIRITUALIDAD de la Navidad sería dejarnos plasmar en nuestro espíritu por la Teología de la Navidad, por los sentimientos y actitudes del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo que la hicieron posible; sería tratar de vivir todo esto, tener estos mismos sentimientos, este mismo amor, imitarles, de coger este camino inaugurado por Él  de entrega y amor total al hombre: en la humildad, en el amor total, siendo Jesús, es decir, Salvador, buscando al hombre, haciéndose hombre, todo hombre es mi hermano, tengo que amar como Él, perdonar como Él, servir como Él. Esto sería la espiritualidad de la Navidad, es decir, buscar a Cristo encarnado en los hermanos, tratar de vivir lo que Él, imitarlo: La espiritualidad de la Navidad es tratar de vivir y amar como Cristo nos amó en su Encarnación, es tener sus mismos sentimientos y actitudes.


        5.- La MÍSTICA de la Navidad  sería no sólo creerlo y celebrarlo sino sentirlo vivo por la oración contemplativa, larga, silenciosa, sería todo esto dentro; gustarlo, sentirnos amados, buscados por Dios en su Hijo Unigénito, hecho niño en Jesús, nacido de María; es experimentar que nació y que nace y que es verdad y existe; el éxtasis de la Navidad es vivir toda la teología que hemos dicho antes, ver que Dios ha enviado a su Hijo por mí, sentir el beso del mismo Dios en este niño, no que yo le bese que sería la teología, ni tratar de amar y vivir como Él, que sería la espiritualidad, sino sentirlo y vivirlo dentro de mí como se sienten las emociones que nos hacen llorar y gozar y decir:

        GLORIA A TI, PADRE DIOS, porque me has creado hombre, porque existo y has creado e imaginado y realizado para mí este proyecto de salvación, que soy yo.

        GLORIA A TI, HIJO DE DIOS, palabra de salvación y revelación de todo este amor escondido por siglos en el corazón de Dios y manifestado por tu nacimiento entre los hombres.

        GLORIA A TI, ESPIRITU SANTO, porque por tu poder y por la potencia de tu amor formaste esta rosa de niño en el seno de María, que nos salva y redime a todos.

        Lo creo, lo creo y es verdad. Hazme gozar y sentir y experimentar como otros lo vivieron.

GRACIAS, JOSÉ, porque queriendo repudiar a María porque tú no habías tenido parte en nada, creíste y esperaste y amaste a este niño, con el honor de saber que Dios te confiaba a su propio Hijo, que sería tuyo también a los ojos de los hombres. Y, finalmente,

GRACIAS, MARÍA, hermosa nazarena, virgen bella, madre del alma, porque sin ti no hubiera sido posible este misterio de amor y salvación ¡Cuánto nos quieres! ¡Cuánto te queremos! Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por habernos llevado hasta Él; y gracias también por querer ser nuestra madre. Ayúdanos a vivirlo y sentirlo como tú.

        “No nos escandalicemos tontamente de las esperas interminables que nos ha impuesto el Mesías. Eran necesarios nada menos que los trabajos tremendos y anónimos del hombre primitivo, y la larga hermosura egipcia, y la espera inquieta de Israel, y el perfume lentamente destilado de las místicas orientales, y la sabiduría cien veces refinada de los griegos para que sobre el árbol de Jesé y de la Humanidad pudiera brotar la Flor. Todas estas preparaciones eran cósmicamente, biológicamente, necesarias para que Cristo hiciera su entrada en la escena humana. Y todo este trabajo estaba maduro por el despertar activo y creador de su alma en cuanto esta alma humana había sido elegida para animar al Universo. Cuando Cristo apareció entre los brazos de María, acababa de revolucionar el Mundo” (Teilhard de Chardin).

 

*************************************************

 

NAVIDAD EN EL HOGAR SACERDOTAL

 

QUERIDOS HERMANOS: ¡Feliz Navidad! Quiero ahora compartir con vosotros este gozo de ser católico y creyente en la Navidad porque la Navidad nos enseña muchas cosas a todos los que hemos tenido el gozo de encontrarnos con la locura de amor de un Dios hecho niño por amor a todos los hombres, Jesucristo, y poder celebrarla con fe y amor.

    La Navidad cristiana nos dice muchas cosas a todos los hombres, al mundo entero: nos dice que somos eternos y estamos salvados porque el Hijo de Dios con amor infinito al hombre se hace hombre para decirnos que Dios Trinidad nos ama y nos espera para una eternidad de gozo con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Y para quitarnos toda duda de su amor y salvación ese niño Dios nació humano porque quiso morir  en una cruz para abrirnos a todos la eternidad de gozo con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y para que nunca dudásemos de su Amor.

Y ese Dios hecho niño, qué misterio de amor, cuando vino ya sabía lo que tenía que sufrir por todos nosotros. La pena es que muchos humanos no lo sepan o no lo crean, incluso gobernantes que lo rechcen, qué pena, Señor, y Tú lo sabías y Tú todos los años haces presente este misterio de amor aunque muchos hombres lo ignoren o lo nieguen y no crean… qué pena, Señor, este mundo actual, es más, incluso los que creemos qué pena que no lo vivamos con ese amor tuyo tan loco y apasionado por nosotros porque siendo Dios y no necesitando nada de nosotros viniste con amor infinito para ser amigo y salvador de todos los hombres, y eso es la Navidad cristiana  porque aunque sobren champán y turrones si Cristo no nace por amor en el corazón de los creyentes no será auténtica Navidad Cristiana.

¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú EXISTES Y NOS AMAS CON AMOR ETERNO, y sin necesitar nada del hombre -- ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas, si eres infinito, lo tienes todo?—has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor, para llenarme de tu misma felicidad, que nos trajo tu Hijo amado hecho hombre en el seno de la Virgen bella y Madre María.

        Querido Dios hecho niño, creo, creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo y que cada uno de nosotros, hombre finito y Tú eres Dios y lo tienes todo.

Queridos hermanos, cuando el creyente cree de verdad,  se llena de gozo y felicidad en la Navidad, y no se cansa de creer más y más y cantar villancicos, porque la Navidad es una locura de amores  infinitos y eternos hechos tiempo y humano, que no se curan porque son infinitos, vienen del mismo Dios, que herido de amor, se hace niño – pero Dios hecho niño, qué locura, pero ¿lo creo o no lo creo? y viene a mi encuentro, a nuestro encuentro…, la Navidad es  Dios amando locamente al hombre que viene a un encuentro de amor y felicidad… es la mayor locura de amor… es que no tiene explicación: que el Dios infinito se haga criatura, hombre finito y sabiendo lo que le iba a pasar, cómo

corresponderían los hombres de entonces y de ahora y de todos los tiempos…, porque no siempre ha sido correspondido con amor por los hombres.

Por eso, nosotros, contemplando a un Dios hecho niño en la cuna, sólo queremos adorarte, Niño Dios, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte razones y motivos de este misterio de amor, es decir, orar, contemplarte, mirarte,  orar mucho, pasar largos ratos contemplándote, contemplando el misterio de tu Navidad, recogerse en tu presencia ahora en todos los Sagrarios de las iglesias y en la misa-eucarística y meditar muy despacio, sin prisas, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprenderemos nunca sino que solamente tocamos y barruntamos por amor en ratos de oración: ¿ Por qué, pues has llagado aqueste corazón de amor, no le sanaste…. Descubre tu presencia y máteme tu rostro y...

        ¡Dios santo, Tú existes, querido hermano, la Navidad existió y existe de verdad, porque Él te amó y nos ama y caídos en el pecado se hizo hombre y luego un poco de pan para salvarnos y llevarnos desde el tiempo a su gozo eterno que empieza en la tierra en ratos de Sagrario! Tú nos amas de verdad, Dios niño en Belén y te haces un trozo de pan para alimentar nuestra fe, esperanza y caridad sobrenatural en cielo anticipado.

Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Y se ha hecho hombre para hacernos divinos, eternos. Eso es la Navidad. Es Dios amando apasionadamente a los hombres para hacernos herederos de su cielo y eternidad. ¡Dios existe y nos ama, es verdad! Basta creer en la Navidad y celebrarla con fe y amor y esperanza sobrenatural. La Navidad es Dios amando apasionadamente a todos los hombres creados y redimidos por un Dios que se hace hombre por salvar al hombre. Correspondamos a tanto amor de Dios en Navidad. Celebremos así la Navidad cristiana.

 

**********************************

Por eso, el hombre, los hombres modernos, alejándose de Ti con estos políticos ateos, nos estamos quedando vacíos de la Navidad cristiana, de Cristo, de la verdadera Navidad del amor  fraterno de un Dios hecho hombre.

En cuanto nos hemos alejado de ti, niño Dios nacido en Belénn en esta sociedad de político ateos, tenemos más sexo y placeres que nunca, incluso desde la infancia, qué pena estas leyes españolas, pero estamos todos más tristes, porque nos falta Dios, porque Tú eres el amor y la felicidad verdadera, plena e infinita. El hombre moderno necesita volver a Dios, creer en la Navidad, vivir la Navidad para encontrar el motivo de su existencia y la razón de su caminar por este mundo.

También estoy un poco triste, mi Dios hecho niño y te lo digo en voz un poco baja, porque algunos de tus cristianos, algunos solo no te buscan y vienen a encontrarse contigo en ratos de oración, de amor, sobre todo ante tu presencia en los Sagrarios de las parroquias… no tienen tiempo para agradecer tu amor hasta el extremo, para estar contigo en oración y diálogo de amor, por pura rutina, sin entrar en contacto contigo especialmente en la cuna de tu presencia permanente en el Sagrario.

        Queridos hermanos: Ha nacido el Señor, queridos hermanos, ha nacido el Redentor del mundo y de los hombres, venid y adorémosle. Ha nacido en carne humana el eterno, el invisible, el Hijo de Dios, que, por los hombres y por nuestra salvación, descendió de los cielos y se encarnó en el seno de la hermosa nazarena, Virgen bella y hermosa, María Santísima.

Hermanos, Dios te ama, tu vida es más que esta vida, Él ha venido para hacernos eternos con Él en el cielo, por eso se hizo no solo niño, carne humana, sino un trozo de pan para elimentar nuestra hambre de Dios y eternidad ya en la tierra.

Alegrémonos y felicitémonos en Dios Padre, que hizo la Navidad, este proyecto de amor Salvador para los hombres por medio del Hijo; felicitémonos y alegrémonos en el Hijo, que nos amó tanto que  obedeció y se hizo hombre como nosotros por amor de hermano; alegrémonos y felicitemos al Espíritu Santo que realizó este misterio amor infinito y salvación en María, Madre de Cristo y Madre nuestra que se hizo esclava de Dios por amor a Él y a todos los hombres; y no nos olvidemos de felicitar y alegrarnos tambien en José, que fue humilde y creyó y colaboró en el plan de Dios.

DIOS MÍO, TRINIDAD SANTÍSIMA, PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO, CREO, CREO, ADORO, ESPERO Y TE AMO, Y TE PIDO PERDÓN EN ESTE DÍA DE NAVIDAD POR TODOS LOS QUE NO CREEN, NO ADORAN, NO ESPERAN Y NO TE AMAN. Y CONFÍO Y ESPERO TU ABRAZO ETERNO DE AMOR EN TU HIJO ENCARNADO POR AMOR DE ESPÍRITU SANTO A TODOS LOS HOMBRES. AMÉN, ASÍ SEA, ASÍ LO PIDO EN ESTA SANTA MISA.

*******************************

SEGUNDA HOMILÍA

 

“Y EL VERBO SE HIZO CARNE Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS”

 

        1.- QUERIDOS HERMANOS: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Así describe San Juan, en el Prólogo de su Evangelio, la Encarnación del Hijo de Dios. Pero antes, en el comienzo del mismo, nos dice que este Hijo de Dios estaba ya junto a Dios y era Dios: “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y  la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios”.

        Nosotros celebramos hoy el cumplimiento de todas estas promesas por la Navidad que hace presente por la Liturgia de este día, especialmente por la Eucaristía, este «hoy» de la primera Navidad.

El Nacimiento de Jesús fue el año 5199 de la creación del mundo, cuando al principio creó Dios el cielo y la tierra; en el año 2957 del Diluvio; en el año 2015 del nacimiento de Abrahán; en el 1510 de Moisés y de la salida del pueblo de Israel de Egipto; en el año 1032 de la unción del rey David; en la semana 65 de la profecía de Daniel; en la Olimpíada 194; en el año 752 de la fundación de Roma; en el 42 del Imperio de Octavio Augusto, estando todo el orbe en paz; en la sexta edad del mundo: Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre, queriendo consagrar  al mundo con su misericordiosísimo advenimiento, concebido por el Espíritu Santo, y pasados nueves meses de su concepción, nació, hecho hombre, de la Virgen María, en Belén de Judá.

       

2.- Todo era silencio aquella noche. Dormían los hombres y «cuando la noche llevaba mediado su camino y las cosas se hallaban en medio del silencio, bajó a la tierra la Palabra omnipotente». La liturgia estalla de gozo recordando a los profetas. Todo es gozo y alegría: Aleluya, aleluya:“Díjome el Señor: Mi hijo eres tú; yo te he engendrado hoy”. Y el gran anuncio: “Sabed que hoy vendrá el Señor y mañana veréis su rostro”.

        Suenan en el cielo las voces de un coro de ángeles que cantan el primer villancico de la Navidad: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”.

        Y así han pasado miles de años; y llenos de gozo, podemos cantar: «En el portal de Belén/ hay estrellas, sol y luna:/ la Virgen y San José/ y el Niño que está en la cuna».

        La Encarnación del Verbo, la obra más grande de Dios fuera de sí mismo, destinada a iluminar y a salvar al mundo entero, se lleva a cabo en la oscuridad, en el silencio y en medio de las circunstancias más humildes y más humanas. El edicto del César obliga a María y a José a dejar su casita de Nazaret y a ponerse en camino, no obstante la situación del embarazo tan adelantado de María. Ellos obedecen con prontitud  y sencillez. Quien se lo manda es un hombre, pero en la orden del emperador su profundo espíritu de fe descubre la voluntad de Dios. Y así se ponen en camino confiando en la providencia de Dios.

        Nada sucede por casualidad; aún el lugar  del nacimiento del Salvador ha sido indicado por el profeta: “Y tú, Belén de Éfrata, pequeño entre los clanes de Judá, de ti me saldrá quien señoreará en Israel” (Mq 5, 1). La profecía se cumple por la obediencia de los humildes esposos. En Belén no hay albergue para ellos. Y tienen que cobijarse en una gruta de las afueras. La miseria de aquel aposento de animales no les inquieta, ni les escandaliza: saben que el niño que va a nacer es el Hijo de Dios, pero saben también que las obras y los modos de proceder de Dios son muy distintos a los de los hombres.

Y si Dios lo quiere y ha elegido este lugar para nacer, ellos no se oponen. María y José, profundamente humildes, no se desconciertan, son dóciles y están llenos de fe en los designios de Dios. Y Dios, conforme a su estilo, se sirve de ellos para llevar a término su obra más grande: la Encarnación de su Hijo.

 

        3.-“Y sucedió que estando allí se le cumplió la hora del parto”. Nos lo cuenta San Lucas. “María envolvió a Jesús en unos pañales y le recostó con amor en el pesebre”.

        Sólo María podía hacer este trabajo porque sólo ella estaba llena de gracia y de fe y de amor para hacerlo, porque es la criatura más divina y perfecta que ha existido. Todos los gestos fueron expresión  de su fe y ternura en su hijo, Hijo de Dios. Le besaría los pies, porque era su Señor; le besaría las manos y la cara porque era su hijo. Y se quedaría mucho tiempo contemplándole, tratando de comprenderle, porque era la Palabra eterna del Padre a los hombres, el Amor Infinito de Dios, a quien ella había dado carne. Porque el pesebre es una cátedra de la revelación del Amor de Dios para todos los que creemos en Jesucristo.

        Desde la cátedra del pesebre, el Niño Dios, hecho hombre, tiempo, límite, pobre, necesitado e indigente, nos enseña muchas cosas:

        4.- El niño nacido en Belén nos revela el amor que Dios siente por el hombre. Es un amor gratuito, Dios no necesita del hombre y viene para llenarle de su plenitud: “En esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

         Es un amor que se manifiesta en obras, encarnándose en la humildad de la carne humana. Es misericordioso: viene a salvar, a perdonar.

        Es un amor que escoge el camino de la pobreza y la austeridad para demostrarnos que sólo le interesa el hombre, no sus cosas, sus posesiones, sus palacios, como los reyes de la tierra. Nace pobremente para que nadie pueda asustarse de Él, para que todos puedan acercarse. Nace pobre para enseñarnos que la felicidad de Dios no consiste en la abundancia de los bienes de la tierra sino en el amor y la entrega del hombre y se compromete con la pobreza de la tierra, no quedan excluidos sino preferidos. Por eso la liturgia de este día exclama: «Rey del Universo, a quien los pastores encontraron envuelto en pañales, ayúdanos a imitar siempre tu pobreza y sencillez».

        5.- En este día de Navidad, fiesta cristiana del amor de Dios y de la alegría humana, todos nosotros, como los pastores, debemos dirigirnos por la fe y el amor al portal para adorar a nuestro Salvador, como cantamos en el villancico: «No hay tal andar como buscar a Cristo, no hay tal andar como a Cristo buscar, que no hay tal andar». Ningún camino merece la pena si no termina en Cristo.

        San León Magno exclama: «no puede haber lugar a la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad y nos infunde la alegría de la eternidad prometida».

        Queridos hermanos: cuando en el día de hoy contemplemos un nacimiento o nos acerquemos a besar al Niño, que nos sintamos todos amados, buscados, salvados por Dios y experimentemos la alegría que brota de este Nacimiento de Dios entre los hombres. Demos gracias a Dios por ello, y pidamos a María, la Madre, la gracia de permanecer siempre fieles a este Niño Dios, misterio de amor, hasta la muerte.

 

********************************************

NAVIDAD 2ª HOMILÍA DEL DÍA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS.-“Y sucedió que estando allí se le cumplió la hora del parto”. “María envolvió al niño Jesús en unos pañales y le recostó con amor en el pesebre”. Es la navidad cristiana, el nacimientos de nuestro Señor Jesucristo, de un Dios que se hace hombre para salvar a los hombres, creamos, amemos, confesemos con fe viva y agradecida este misterio.

        Sólo María podía hacer este trabajo porque sólo ella estaba llena de gracia y de fe y de amor para hacerlo, porque es la criatura más divina y perfecta que ha existido en este mundo. Todos los gestos fueron expresión  de su fe y ternura en su hijo, Hijo de Dios.

Le besaría los pies, porque era su Señor; le besaría las manos y la cara porque era su hijo. Y se quedaría mucho tiempo contemplándole, tratando de comprenderle, porque era la Palabra eterna del Padre a los hombres, el Amor Infinito de Dios, a quien ella había dado carne. Porque el pesebre es una cátedra de la revelación del Amor de Dios para todos los que creemos en Jesucristo. Imitemos también nosotros este día a María, adoremos, besemos, acariciemos con amor al mismo Hijo de Dios, que se ha hecho niño y pobre para salvarnos.

        Desde la cátedra del pesebre, el Niño Dios, hecho hombre, hecho tiempo, límite, pobre, necesitado e indigente, nos enseña muchas cosas:

        1º primero: El niño nacido en Belén nos revela el amor que Dios siente por el hombre. Dios te ama, Dios existe, Dios te busca y viene a  tu encuentro, querido hermano. Es un amor sin límites de tiempo y espacio, abarca a todos los hombres, es infinito y gratuito, porque Dios no necesita del hombre y viene para llenarle de su plenitud: “En esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”, nos dice San Juan    

         Es un amor que se manifiesta en obras, encarnándose en la humildad de nuestra carne. Es misericordioso: viene a salvarnos, a perdonarnos, a dar su vida para que todos la tengamor eterna.

        Es un amor que escoge el camino de la pobreza y de la austeridad para demostrarnos que sólo le interesa el hombre, no sus cosas, ni sus posesiones, ni sus palacios, que Él podía haber tenido, como los reyes de la tierra. Por eso la liturgia de este día exclama: «Rey del Universo, a quien los pastores encontraron envuelto en pañales, ayúdanos a imitar siempre tu pobreza y sencillez».

2º.- Para comprender verdaderamente este misterio de la Navidad, hay que contemplarlo en oración, en silencio, hay que pasar ratos mirando al Niño en el portal de nuestros nacimientos, sobre todo en los Sagrarios de la tierra, porque es el mismo de ayer y de siempre, el que nació y murió y permanece ahí, en todos los sagrarios, para llevarnos a todos al cielo, a la vida eterna, única razón de su nacimiento como hombre, por la que vino en la Navidad. Hermanos, agradezamos este amor viniendo a misa estos días, confesando y comulgando, oremos ante el sagrario, sólo orando, el corazón puede llegar a sentir y vivir estos misterios de amor que la razón no entiende ni comprende.

3º.- Que Cristo no encontrase hospedaje entonces, lo puedo comprender por las circunstancias históricas de su nacimiento; pero lo que no se puede explicar, es que tú y yo y nosotros no le demos hospedaje de amor y de fe en nuestros corazones, que pasemos indiferentes ante este misterio, que no le recibamos estos días en nuestras vidas y familias y recemos con un corazón lleno de amor a Dios y a todos. Que no hagamos las paces en los matrimonios, en las familias, los padres con los hijos y los hijos con los padres, vecinos y amigos.

En estos tiempos de ateísmo e indiferencia y lejanía religiosa, muchos han cerrado las puertas a Cristo y no le han dejado nacer en ellos, en sus vidas y familia, basta mirar la política. Recemos y pidamos por los nuestros y por todos los cristianos y por el mundo entero. Porque «Aunque Cristo nazca mil veces, si no nace en nuestro corazón, no será Navidad cristiana, habrá sido una navidad pagana, inútil», aunque sobren champán y turrones.

        Y nada más, queridos hermanos. Pido y deseo de todo corazón, como los ángeles del Señor, que el feliz acontecimiento del Nacimiento de Jesucristo, sirva para gloria de Dios en las alturas y salvación de los hombres en la tierra. Amen, así sea y lo pido en esta santa misa.

Segundo: En este día de Navidad, fiesta cristiana del amor de Dios y de la alegría humana, todos nosotros, como los pastores, debemos dirigirnos con fe y amor al portal para adorar a nuestro Salvador, como cantamos en los villancicos.    San León Magno exclama: «no puede haber lugar a la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad y nos infunde la alegría de la eternidad prometida».

        Queridos hermanos: cuando en el día de hoy contemplemos un nacimiento o nos acerquemos a besar al Niño, que nos sintamos todos amados, buscados, salvados por Dios y experimentemos la alegría que brota de este Nacimiento de Dios entre los hombres. Demos gracias a Dios por ello, y pidamos a María, la Madre, creer como ella que Dios nace niño por amor a los hombres, amarle como ella que se hizo su esclava por amor, y esperar como ella esperó a pesar de la pruebas que ella tuvo que soportar en la pobreza de un establo y que su amor de madre de todos los hombres nos consiga  consiga del su hijo la gracia de permanecer siempre fieles a este Niño Dios, misterio de amor, hasta siempre, hasta la eternidad. Amén, así sea para todos.

 

 

***************************************

 

DOMINGO INFRAOCTAVA DE LA NAVIDAD O FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

 

PRIMERA LECTURA: Eclesiástico 3,3-7. 14-17ª

 

        Expone esta lectura los deberes para con los padres y desentraña el valor religioso que encierra el cumplimiento de estos deberes:

— Honrar a los padres equivale al sacrificio cultual expiatorio de los pecados, atrae las bendiciones de Dios (largos días, contento, prosperidad...) y da eficacia a la oración.

— Particularmente se destaca el valor expiatorio que encierra el cumplimiento de los deberes filiales; y, en contraposición, la gravedad del pecado que es abandonar a los padres y que se atrae la maldición divina (cfr Ef 6, 1-3; Col 3, 20).

 

SEGUNDA LECTURA: Colosenses 3, 12-21

 

        La vida familiar en el Misterio del Pueblo de Dios:

a) debe estar presidida por el amor, como lazo de unión de todos los elementos familiares;

b) la paz de Cristo, es decir, las relaciones amistosas con el Padre que Cristo ha logrado restablecer, ha de ser el árbitro que dirima los conflictos ordinarios de la vida familiar, buscando que no se rompa la unidad en el Cuerpo de Cristo.

c) La Palabra de Cristo debe ser aceptada en todas sus manifestaciones carismáticas.

 d) Finalmente Pablo expone una moral familiar sencilla, pero que lleva a toda la familia a vivir «en el Señor», es decir cristianamente (cfr Ef 5, 21-23; 1 Ped 3, 1-7).

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2, 41-52

       

       QUERIDOS HERMANOS: Hoy, fiesta de la Sagrada Familia nos invita la Iglesia a que pidamos y recemos a Dios Padre por las familias del mundo. La fiesta de la Sagrada Familia, colocada litúrgicamente en pleno clima navideño, pone de relieve que el Hijo de Dios, viniendo al mundo, ha querido inserirse, como todos los hombres, en un núcleo familiar; ha querido seguir el camino de todos los hombres,  tener una familia como la nuestra, incluso más humilde y pobre.

        La Sagrada Familia es propuesta por la Iglesia en esta solemnidad como modelo de toda familia, especialmente cristiana. Ante todo, por la supremacía de Dios reconocida profundamente, aún en medio de dificultades y escollos casi insuperables.

        Por eso, cuando en una familia, todo se inspira en semejantes principios, en el amor y unión con Dios y con sus miembros, la familia no se rompe, sino que esta armonía y unión se fortalece más aún en medio de las penas y dificultades, superando con dolor y lágrimas a veces, incomprensiones entre esposos, comportamientos, palabras a veces inoportunas que pueden romper la unión familiar;  el amor y santo temor de Dios les ayuda a obedecer a Dios y sus mandamientos, a perdonarse, a respetarse, a honrar a los padres, a servir a los hermanos, a comprenderse y amarse mutuamente, a sacrificarse los unos por los otros y a educar y vivir respetando la voluntad de Dios que quiere que permanezcan todos unidos hasta que la muerte nos separe temporalmente.

        En una familia verdaderamente cristiana lo primero es el amor, porque Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir; lo mismo en la familia, en el matrimonio, lo primero es el amor, porque el hombre y la mujer están hechos a semejanza de Dios, dice la primera página de la Biblia,  y, si dejan de amar, dejan de asemejarse a su Creador y se autodestruyen. Que es lo que está pasando hoy día con muchas leyes destructivas del plan y proyecto de Dios sobre el hombre y la familia, dando lugar a separaciones y divorcios, que no niego que sean necesarios en algunos casos, pero como norma la ley debiera favorecer el amor y la unión. Y desde luego, el que se case en cristiano, el matrimonio es para toda la vida, por voluntad de Cristo: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”.

        Hoy, festividad de la Sagrada Familia, vamos a pedir dos dones divinos y humanos para todas las familias, especialmente cristianas. Lo primero que pedimos para todos, como he dicho, es el amor, una unión familiar que no se rompa nunca y que no se compra hecha en ninguna parte, sino que hay que hacerla rezando, orando y sacrificándose con la ayuda de Dios y de todos sus miembros:”Familia que reza unida, se mantine unida”.

Lo primero en la famiia es el amor, no como una realidad totalmente conseguida, sino como proyecto permanente de cultivo y conservación entre todos los miembros de la familia; el amor familiar como ilusión y conquista, en tensión permanente, sin descanso y desfallecimiento, superando dificultades, con la mirada siempre en Dios y mirando siempre el ejemplo de María y de José que permanecieron fieles siempreen medio de todas lasdificultades.

        Y para que esto sea así, para que la familia sea comunidad de amor, pedimos que sea comunidad de fe, que recen, que tengan presente a Dios en sus vidas. Es la segunda gracia que pido en esta santa misa para todos los matrimonios actuales.

Si queremos construir una familia verdaderamente cristiana, donde crezca el amor, la paz, y la armonía y las vocacones religiosas, lo primero es rezar unidos en familia para crecer en la fe, cultivar la fe y desde la fe viva en Dios habrá amor en los padres para  toda la vida y vocaciones sacerdotales y religiosas para la iglesia y el mundo. Así lo pedimos hoy a Dios en esta santa misa.

1.- Nuestra madre la Iglesia, como insigne maestra y pedagoga de la fe de sus hijos, después de habernos extasiado contemplando el Nacimiento de Jesús, Hijo de Dios, quiere que hoy le contemplemos María como madre de Dios, y como consecuencia, la grandeza de todas las madres de la tierra.

Por eso, al comenzar el año nuevo, en el primer día del año, pone la festividad de la Maternidad divina de Maríapara alegrarnos, para que felicitemos al Hijo y al Padre y al Espíritu Santo que la eligieron y la hicieron madre del Hijo de Dios en la tierra, para que cantemos con ella el «magnificat», proclama mi alma la granadeza del Señor, y  para que nos llenemos de esperanza y confianza en su ayuda y protección maternal en este nuevo año que Dios nos ha permitido empezar.

        La Maternidad es, sin duda, la idea más relevante de este día litúrgico, como se destaca en las Oraciones de la Misa y en la segunda lectura; Maternidad divina de María que se prolonga naturalmente en la maternidad espiritual sobre todos nosotros, sobre toda la Iglesia.

        El Concilio Vaticano II en relación con la Maternidad divina de María nos dirá: «… la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y de la Iglesia>>, de los hombres.

 

ESTA FIESTA DE LA MATERNIDAD DIVINA DE LA VIRGEN SUSCITA EN NOSOTROS MUCHOS SENTIMIENTOS:

 

PRIMERO:  Alegrarnos y felicitarla de que Dios la haya hecho tan grande, tan divina, tan llena de gracia y de Dios por este hecho de ser la madre del Hijo de Dios en la tierra. Me alegro, Madre, de que seas tan grande: María, hermosa nazarena, Virgen bella, madre del alma, cuánto te quiero, cuánto nos amas; gracias por habernos dado a tu Hijo; gracias por habernos llevado hasta Él; y gracias también por querer ser nuestra Madre, nuestra madre y modelo, gracias.

 

B) Hoy tenemos que cantar con Ella el Magnificat, agradeciendo a Dios la grandeza de su maternidad divina, origen y fundamento de todas sus grandezas y elegirla también así para madre de todos los hombres: “Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava; desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí...”

 

C) Si Dios confió totalmente en ella, y la eligió entre todas las mujeres, yo también la elijo a María y se lo digo todos los días, las rezo todos los días, como Madre y Reina, la elijo yo y la prefiero a todas y me consagro y le consagro el nuevo año que empieza: Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco enteramente a vos y en prueba de mi filial afecto te consagro  en este nuevo año mis ojos, mis oídos, mi corazón; en una palabra  todo mi ser; ya que soy todo tuyo, oh madre de bondad; guárdame y defiéndeme, como cosa y posesión tuya.

D) Y como madre del Dios que todo lo puede y madre de la Iglesia, que vive en este mundo, le pido por la paz, paz del mundo y de las familias, lo ponemos todo en sus manos, y le pido por todos vosotros en esta misa que la ofrezco con ella al Padre por vuestras familias y vuestros hijos, por el mundo, por los niños, por los jóvenes, por los mayores, por los enfermos, los ancianos, los abandonados. Ella es madre, y los hijos pueden olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos.

 

**************************************************

       

QUERIDOS HERMANOS:

 

        Celebramos hoy la festividad de la Sagrada Familia; celebramos el misterio de Cristo Jesús, Palabra eterna del Padre, que quiso nacer de una familia y que vivió hasta su vida pública en una familia. Nació y creció en una familia concreta, humilde, trabajadora y así se fue realizando como persona en el lento aprendizaje de la vida y de las cosas.

        Voy a seguir en esta homilía la notade los Obispos de la Subcomisión para la Familia en la Jornada de Familia del año 2005. Con ocasión del Día de la Familia y de la Vida, que se celebra en medio de estos días tan entrañables de la Navidad, los Obispos han hecho, con Juan Pablo II en su último viaje a España, una llamada a cada familia cristiana, y a todas las familias en general bajo el lema: “Cuida tus raíces, defiende la vida”.

 

        1. “Como el árbol plantado al borde de la acequia”. Las raíces más hondas de la familia se encuentran en Dios creador, que hizo al hombre a su imagen, le llamó al amor y a la comunión, e hizo fecunda su unión en los hijos. Dios “los creó hombre y mujer y los bendijo diciendo: creced y multiplicaos, llenad la tierra” (Gn 1 ,27-28). En la propia realidad corporal del hombre y de la mujer hay una llamada al amor y a la comunión.

        El amor conyugal es algo que el hombre descubre en un momento dado de su vida. Nace de la admiración ante la belleza y la bondad del otro e incluye una llamada a la comunión y a la transmisión de la vida. Quien fue primero hijo querido por sus padres, descubre después el amor esponsal que le lleva a la entrega; luego, será padre responsable y amoroso. Mediante la comunión de personas, que se realizo en el matrimonio, hombre y mujer dan origen a la familia.
        La familia tiene en sí misma una rica potencialidad, al ser una institución sólidamente arraigada en la naturaleza misma del hombre. La familia cristiana tiene, además, la gracia del Espíritu Santo que recibió en el sacramento del matrimonio, y que nunca le faltará en el cumplimiento de su vocación y misión. Las más hondas raíces del matrimonio y la familia están en Dios.

                2. “Señor, tú has sido nuestro refugio, de generación en eneración”. La familia se encuentra hoy con graves desafíos. El matrimonio, la familia y la vida son una preocupación muy especial de la Iglesia de nuestro tiempo, porque son muy graves los peligros, en el terreno filosófico, moral y en algunas legislaciones civiles, que hoy la amenazan.                    

  Sobre la base de un concepto de libertad, que se olvida de la verdad sobre la naturaleza y dignidad de la persona humana, algunos intentan imponer falsos conceptos de matrimonio y de familia. Se pone en duda la propia identidad de la familia, «fundada sobre el matrimonio, esa unión íntima de vida, complemento entre hombre y mujer, constituida por el vínculo indisoluble del matrimonio, libremente contraído, públicamente afirmado, y que está abierta a la transmisión de la vida». (Carta de los Derechos de la Familia, presentada por la Santa Sede, 22 de octubre de 1983).

        La institución familiar experimenta una preocupante fragilidad. El ambiente cultural y social conforman un sujeto débil, incapaz muchas veces de asumir sus propias responsabilidades y de entregarse en el matrimonio como plena donación recíproca y de amor verdadero.

 

3. «No rompáis vuestras raíces cristianas».       El árbol ge- nealógico de cada uno de nosotros tiene un tronco, nuestros padres; y unas raíces, nuestros abuelos, bisabuelos, etc. Las ramas necesitan un tronco fuerte, —un matrimonio que viva un amor plenamente humano, total, fiel y fecundo— y unas raíces hondas que aporten la savia necesaria de los valores y el sentido de la vida, heredados de su mejor tradición y de la experiencia de los antepasados. Estas raíces están vivificadas por el amor de Dios “de quien procede toda paternidad”.

En su último viaje a España, en la canonización de varios Beatos españoles celebrada en Madrid, en la Plaza de Colón, Juan Pablo II anunciaba con convicción: “Surgirán nuevos frutos de santidad si la familia sabe permanecer unida, como auténtico santuario del amor y de la vida”. Y hacía, después, una firme llamada: “No rompáis vuestras raíces cristianas”. La familia, pequeña iglesia, está llamada a la santidad por el amor, arraigada en la fe y en la esperanza.

El hombre, como el árbol, no puede vivir sin raíces. Dicen que la encina tiene tanto volumen de raíces bajo tierra, como ramas hacia el cielo. Así, bien arraigada con sus raíces a la tierra, es capaz de soportar la pertinaz sequía o el fuerte vendaval. Así, el hombre mantendrá en pie su dignidad, será un árbol capaz de soportar los embates del viento y las tormentas, si la familia sabe transmitir y vivir la fe en Dios y el amor al hombre, en la verdad, la libertad verdadera, la defensa del más débil, el esfuerzo por 1a paz y la justicia, el amor al bien y la belleza.

Hemos recibido en España la visita de las Reliquias de Santa Teresita del Niño Jesús. Con qué santo gozo escribe, en su Historia de un Alma, hablando de sus padres: “El buen Dios me ha dado un padre y una madre, más dignos del cielo que de la tierra”. En otro pasaje escribe: “Yo escuchaba, en efecto, pero confieso que miraba más a menudo a mi padre que al predicador. ¡Me decía tantas cosas su hermoso rostro! Llenábansele a veces los ojos de lágrimas, y en vano procuraba contenerlas. Cuando escuchaba las verdades eternas, diríase que no habitaba ya en la tierra; su alma parecía arrobada en otro mundo”. Con unos padres así, de estas raíces, creció en muy pocos años una gran santa.


             4.-Cuidad la vida. “El niño Jesús crecía en edad, sabiduría y gracia”.         Los hijos son el fruto del amor de los esposos. La vida humana es un don recibido, para ser a su vez dado. En la procreación de una nueva vida, los padres acogen al hijo como el fruto de su entrega amorosa. El hijo es fruto del amor de los esposos. Y es, también, don de Dios que los esposos han de cuidar y proteger, para que crezca, como el Niño Jesús, “en edad, sabiduría y gracia, ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 52).

        Hace pocos años ha sido beatificada la Madre Teresa de Calcuta, la madre de los pobres más pobres, la defensora de la vida de los no nacidos, la que ayudó a morir con dignidad a tantos moribundos tirados en la calle. Ella escribió: “Es maravilloso pensar que Dios ha creado a cada niño, que Dios ama a cada uno.

        Leemos en la Sagrada Escritura: “Aunque una madre se olvide del hijo de sus entrañas, yo no te olvidaré... Te llevo grabado en la palma de mi mano. Y te he llamado por tu nombre”.

        “Toda vida pertenece a Dios. El aborto mata la paz del mundo... Es el peor enemigo de la paz; porque si una madre es capaz de destruir a su propio hijo ¿qué me impide matarte? ¿Qué te impide matarme? Ya no queda ningún impedimento”.
        Un número muy grande de abortos se producen en madres adolescentes. “A vosotros jóvenes os digo -escribe la Madre Teresa- vosotros sois el futuro de la vida familiar; sois el futuro de la alegría de amar. Mantened la pureza, mantened ese corazón, ese amor, virgen y puro, para que el día que os caséis podáis entregar el uno al otro algo bello: la alegría de un amor puro. Pero, si llegáis a cometer un error, os pido que no destruyáis al niño, ayudaos mutuamente a querer y acoger a ese niño que aún no ha nacido. No lo matéis, porque un error no se borra con un crimen”.

Cuando le dicen a la Madre Teresa que hay demasiadas criaturas en la India, ella responde: «¿Piensa usted que hay demasiadas flores en el campo? ¿Demasiadas estrellas en el cielo? Mire a esta niña, es portadora de la vida, ¿no es una maravilla? ¿Cómo no quererla? El aborto es un homicidio en el vientre de la madre. Una criatura es un regalo de Dios. Si no quieren a los niños, dénmelos a mí”.

        A la familia de Nazaret encomendamos, una vez más, nuestras familias para que se mantengan unidas en el amor y produzcan abundantes frutos de santidad.

 

***************************************************

 

SEGUNDA HOMILÍA

 

LA SAGRADA FAMILIA

 

        QUERIDOS HERMANOS: La fiesta de la Sagrada Familia, colocada litúrgicamente en pleno tiempo y clima navideño, pone de relieve que el Hijo de Dios, viniendo al mundo, ha querido inserirse, como todos los hombres, en un núcleo familiar; ha querido seguir el camino de todos los hombres,  tener una familia como la nuestra, incluso más humilde y pobre.

        La Sagrada Familia es propuesta por la Iglesia en esta solemnidad como modelo de toda familia cristiana. Ante todo, por la supremacía de Dios reconocida profundamente, aún en medio de dificultades y escollos casi insuperables.

        Por eso, cuando en una familia, todo se inspira en semejantes principios, en el amor y unión con Dios y con sus miembros, la familia no se rompe, sino que esta armonía y unión se fortalece más aún en medio de las penas y dificultades, superando con dolor y lágrimas a veces, incomprensiones entre esposos, comportamientos, palabras a veces inoportunas que pueden romper la unión familiar;  el amor y santo temor de Dios les ayuda a obedecer a Dios y sus mandamientos, a perdonarse, a respetarse, a honrar a los padres, a servir a los hermanos, a comprenderse y amarse mutuamente, a sacrificarse los unos por los otros y a educar y vivir respetando la voluntad de Dios que quiere que permanezcan todos unidos hasta que la muerte nos separe temporalmente.

        En una familia verdaderamente cristiana lo primero es el amor, porque Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir; los mismo en la familia, en el matrimonio, lo primero es el amor, porque el hombre y la mujer están hechos a semejanza de Dios, dice la primera página de la Biblia,  y, si dejan de amar, dejan de asemejarse a su Creador y se autodestruyen. Que es lo que está pasando hoy día con muchas leyes destructivas del plan y proyecto de Dios sobre el hombre y la familia, dando lugar a separaciones y divorcios, que no niego que sean necesarios en algunos casos, pero como norma la ley debiera favorecer el amor y la unión. Y desde luego, el que se case en cristiano, el matrimonio es para toda la vida, por voluntad de Cristo.

        Hoy, festividad de la Sagrada Familia, vamos a pedir tres dones para todas las familias, especialmente cristianas. Lo primero que pedimos para todos es el amor, una unión familiar que no es compra hecha en ninguna parte, sino que hay que conseguirla, orando y trabajando y sacrificándose con la ayuda de Dios y de todos sus miembros. Lo primero es el amor, no como una realidad totalmente conseguida, sino como proyecto permanente de aumento y desarrollo entre todos los miembros de la familia; el amor familiar como ilusión y conquista, en tensión permanente, sin descanso y desfallecimiento, regándolo, abonándolo, porque no crece sin ayudas, con la mirada siempre en Dios y mirando siempre a María y a José que permanecieron fieles en medio de todas las dificultades.

        Pedimos, por vosotros, queridos esposos y queridas familias, que no abandonéis nunca esta ascesis y cultivo, porque el amor es la base, el fundamento y la esencia de la familia, de su armonía y de su felicidad. Me impresionó lo que leí hace tiempo en una revista: En el hospital, el médico va acompañado por la enfermera, al llegar junto a una cama donde hay uno niño, le dice: al niño de la número 33 hay que recetarla una ración de besos. Eso mismo pido yo esta mañana para todos los matrimonios y familias presentes. Muchos matrimonios y familias necesitan vitaminas o medicinas de amor. Ya sabéis mi frase que repito con frecuencia y que debéis tener siempre presente: Hoy los matrimonios están más tristes, las familias más triste, los jóvenes y los hijos más tristes, porque falta el amor; y ahora que lo compramos todo y lo tenemos todo, estamos más solos y tristes y más vacíos, porque nos falta el amor, nos falta Dios, porque nos falta la fe y el amor a Dios. Y por eso, estamos muchas veces solos aun estando acompañados. Necesitamos a Dios en el hogar.

        Y para que esto sea así, comunidad de amor, pedimos que la familia se sea comunidad de fe, iglesia doméstica. Es la segunda gracia que pido en esta santa misa para todos: la fe en Dios, en Cristo. Los padres, verdaderos creyentes, saben que la transmisión de la fe a sus hijos no puede reducirse a la enseñanza de una doctrina, ni de unas costumbres o prácticas religiosas. Ha de ser la propia vivencia de fe la que sirva de testimonio vivo que suscite y eduque la fe de los hijos. Y es que nadie da lo que no tiene. Ya sabéis lo que dicen los niños de Primera Comunión de nuestra parroquia: Si tenemos padres cristianos, no necesitamos ni curas. Si un niño ve rezar a sus padres, si un niño ve a su padre de rodilllas, esto no lo olvidará nunca en la vida. Pero aunque tenga los mejores catequistas del mundo o vengan los ángeles del cielo a darle catequesis, si sus padres no rezan, él tampoco rezará en cuanto haga la Primera Comunión. La fe es el fundamento del amor verdaderamente cristiano, de la familia verdaderamente cristiana, en un mundo descristianizado, laico, ateo. Si queremos constituir una familia verdaderamente cristiana, donde crezca el amor, la paz, y la armonía, lo primero es crecer en la fe, cultivar la fe.

        (Como consecuencia de la secularización, «son muchos los padres que han abdicado de esta obligación   fundamental, incluso entre aquellos que llevan a sus hijos a la   escuela católica», pues muchas veces eligen el centro religioso por razones sociales y calidad de la enseñanza, pero no por centro cristiano.

Y veo que son legión los matrimonios que no enseñan a sus hijos a rezar, ni les inician en el conocimiento del Señor o en la   devoción a la Virgen, en el descubrimiento del prójimo o la experiencia de la generosidad, en las virtudes y normas morales y,   mucho menos, en la esperanza cristiana». Por este motivo, «no es extraño,   pues, que abunden entre los niños, adolescentes y jóvenes conductas insolidarias y egoístas, cuando no delictivas, y que en tantos casos el horizonte vital de muchos de ellos sea chato, alicorto y sin la   amplitud de ideales que ha caracterizado siempre a la juventud».

        Y para terminar, un tercer don pido a Dios para las familias de hoy; y es  que de ordinario procuren que comer juntos en torno a la misma mesa y a la misma hora;  hablar juntos sin televisión,  y jugar y divertirse juntos más veces, siempre que puedan.

 

 

**************************************************

 

 

 

 

 

 

 

DÍA 1 DE ENERO

 

OCTAVA DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR

 

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

 

PRIMERA LECTURA: Números 6,22-27

 

        Cuando el pueblo de Israel fue liberado con grandes prodigios divinos, el nombre de Yahvéh fue santificado, fue puesto a gran altura pasando de la humillación a la glorificación (Ez 36). De ahí que la invocación del nombre sobre el pueblo sea una fuente de bendición y una garantía de benevolencia, pues es una actualización de la elección divina de donde le vienen a Israel todas las bendiciones.

 

SEGUNDA LECTURA: Gálatas 4, 4-7

 

El Misterio de la Encarnación:

a) sucede en la plenitud de los tiempos, como realización de una larga esperanza de los hombres;

b) tiene un efecto doble: da a los hombres la filiación divina y los libera de la esclavitud de la ley mosaica;

c) para producir este efecto, la Encarnación se realiza por vía normal de los hombres y de la ley: Cristo nace de mujer y sometido a la ley;

d) la ley sitúa a Cristo en la historia de la salvación, en la historia de su pueblo. La mujer lo sitúa entre los hombres, sus hermanos, a los que viene a liberar y a salvar haciéndolos, como es Él, hijos del Padre (cfr. Rm 8, 15-16; Ef 1, 10; Col 2, 20).

       

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2, 16-21

 

        DÍA 1º DE ENERO: MARÍA, MADRE DE DIOS

 

QUERIDOS HERMANOS: en este día primero del año estamos celebrando la solemnidad de María Madre de Dios que, por ser la Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia y Madre de todos los creyentes.

 

        1.- El Evangelio de hoy nos muestra a María cumpliendo su misión de madre de su hijo, Dios encarnado: dice claramente que los pastores encontraron a María junto al niño recién nacido, por ser y hacer de madre, por ejercer su función maternal,. Y esto es lo que hace hoy la Iglesia. Quiere llevarnos a todos a Jesucristo, su hijo, por el mejor camino que existe, que es su Madre, María. Así que en el primer día del año, nos pone a la Madre, porque sabe que esta Madre no vive más que para su Hijo, nuestro Salvador. En la Navidad el Hijo nos viene por María; al comenzar el año y durante toda la vida hay que ir al Hijo por la Madre.

        Queridos hermanos: Si Dios se fió de ella, si el Hijo la eligió por Madre… ¿no nos  vamos a fiar nosotros de ella? ¿No nos vamos a confiar con ella y a poner bajo su protección materna el nuevo año que empieza? Cómo es nuestra devoción a la Virgen, qué tiempo le dedicamos en nuestra vida? Eso es lo que hace hoy la Iglesia, poniendo el primer día del año a María como Madre y Protectora de todos los hombres.

La Iglesia sabe muy bien que la meta de la vida cristiana y de todo es Dios; Dios debe ser lo absoluto y lo primero de todo; pero para que esto sea así, el camino más seguro hasta Dios, para vivir la vida cristiana, es  María.

¡Qué certeza, qué confianza, qué fuerza nos da ser devotos de la Virgen, qué poder tiene intercediendo ante Dios, qué seguridad nos da ante Dios! Estoy totalmente convencido de lo que os digo. Soy totalmente mariano, devoto de la Virgen, por mi experiencia cristiana de muchos años y de muchas luchas y de muchas penas y alegrías y ayudas recibidas. Estoy totalmente seguro y convencido de esta verdad. María y Sagrario y todo se soluciona en nuestras vidas, amad a la Virgen y a su hijo Eucaristía y tendréis fuerza para amar, perdonar, gozar y sufrir en este mundo hasta la eternidad.

 

        2.- Por eso, la Iglesia quiere empezar el año mirando a la Virgen Madre, tomándola como modelo de vida cristiana y poniendo todo el año que empieza bajo su protección maternal. Hagámoslo todos nosotros, pongámonos y pongamos a nuestras familias bajo su protección, todos los días, el rosario o los tres avemarías la acostarnos.

Sabe muy bien la Iglesia la importancia de una madre para la vida de los hombres. Malo es que en una casa falte el padre, pero la experiencia demuestra a cada paso que se nota mucho más la ausencia de la madre. Si la madre vive, los hijos siguen adelante, se mantiene el orden, la limpieza y las comidas en casa y todos llegan a su término.

Precisamente esta es una de mis principales preocupaciones como sacerdotes, falla el cristianismo actual en España, porque faltan madres cristianas de 50 años para abajo, lo noto en la iglesia, en primeras comuniones, en la vida pastoral, no tenemos grupos cristianos, como hace 20 años, de mujeres de 50 años para abajo.

        Ya esta sería la otra nota importante de la fiesta de hoy. Descubrir la importancia  que la Iglesia da y quiere que tenga María madre, como ejemplo y modelo de todas las madres, en nuestra vida cristiana, individual y familiar; es tan importante la función maternal de María, dentro de la fe y de la vida cristiana, que se la pone en alto en el primer día del año para que todos la invoquen y se consagren a su amor maternal  en esta fiesta primera del año.

Secundemos, pues, los deseos de la Iglesia: miremos en este día primero y en todo el año a la Virgen, invoquemos a María, sigamos su ejemplo de fe, humildad, silencio, obediencia a Dios, trabajo.

Al comenzar el año, pongamos bajo su protección maternal, nuestra familia, hijos, trabajo, salud, vida y enfermedad, alegrías y tristezas… todo bajo su mirada protectora y su intercesión. Que todo este año lo vivamos bajo su protección maternal y así nos será más fácil el camino. Repito, el rosario, las tres avemarías al acostarnos, nosotros y nuestros hijos, como nos enseñaron nuestras madres, a los que tenemos años…

        En realidad, la importancia de María en la obra de la Salvación se la empezó dando el mismo Dios, que quiso contar con ella para que fuera la Madre de su Hijo cuando llegó la plenitud de los tiempos. Toda la grandeza de María, todos sus dones y privilegios radican en su maternidad divina. Es el origen de todas sus gracias.

        Es Madre y Modelo de la fe para nosotros, que debemos imitar, porque por la fe creyó el misterio que se realizaba en ella: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. le dijo su prima santa Isabel.

        Es Madre y Modelo del amor salvador de Cristo porque lo concibió y se unió a Él junto a la cruz, en el momento del amor extremo de su Hijo en su muerte, acompañando a su Hijo y uniéndose a Él en su ofrenda al Padre por los hombres, sus hermanos, sus hijos, como la proclamó el Hijo desde la cruz.

        Es Madre y Modelo de la esperanza cristiana, porque ella fue la única que permaneció, esperando contra toda esperanza, junto a su Hijo en la cruz, que moría solo y abandonado por todos, creyendo que era el Salvador del mundo y de los hombres, quien moría de esa manera, y esperando su resurrección.

        ¡Bien sabía el Señor la elección que había hecho! Esta es la verdadera grandeza de María, que podía pasar desapercibida para los ojos de los hombres, pero no para Dios.  Dios buscó en María fidelidad en la fe, en el amor, en la esperanza, en las alegrías y en las penas.

Eso mismo podemos encontrar nosotros en ella, si, desde el comienzo del año, la invocamos como Madre, como auxiliadora, como intercesora de todo el pueblo santo de Dios. Por eso tiene tanto poder ante Él. Es omnipotente suplicando. Si Dios la quiso por madre, esto nos inspira a todos tranquilidad, seguridad, certezas, consuelo.   Encomendémonos a ella al empezar el año, para que ella nos lleve siempre de su mano. Queridos hermanos: un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida nunca de sus hijos.     «¿A quién debo llamar yo vida mía, sino a ti, Virgen María? Nunca me verán decir: vida mía, sino a ti, Virgen María».

 

SENTIMIENTOS ANTE ESTA FIESTA DE LA MATERNIDAD DIVINA DE LA VIRGEN

 

A) Alegrarnos y felicitarla de que Dios la haya hecho tan grande, tan divina, tan llena de gracia y de Dios por este hecho de ser la madre del Hijo de Dios en la tierra. Me alegro, Madre, de que seas tan grande: María, hermosa nazarena, Virgen bella, madre del alma, cuánto te quiero, cuánto nos amas; gracias por habernos dado a tu Hijo; gracias por habernos llevado hasta Él; y gracias también por querer ser nuestra Madre, nuestra madre y modelo, gracias.

B) Cantar con Ella el Magnificat, agradeciendo a Dios la grandeza de su maternidad divina, origen y fundamento de todas sus grandezas y elegirla también así para madre de todos los hombres: “Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava; desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí...”

 

C) Si Dios confió totalmente en ella, y la eligió entre todas las mujeres, yo también la elijo como Madre y Reina, la elijo yo y la prefiero a todas y me consagro y le consagro el nuevo año que empieza: Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco enteramente a vos y en prueba de mi filial afecto te consagro  en este nuevo año mis ojos, mis oídos, mi corazón; en una palabra  todo mi ser; ya que soy todo tuyo, oh madre de bondad; guárdame y defiéndeme, como cosa y posesión tuya.

 

D) Y como madre del Dios que todo lo puede y madre de la Iglesia, que vive en este mundo, le pido por la paz, paz del mundo y de las familias, lo ponemos todo en sus manos, y le pido por todos vosotros en esta misa que la ofrezco con ella al Padre por vuestras familias y vuestros hijos, por el mundo, por los niños, por los jóvenes, por los mayores, por los enfermos, los ancianos, los abandonados. Ella es madre, y los hijos pueden olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos.

 

********************************************

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- Nuestra madre la Iglesia, como insigne maestra y pedagoga de la fe de sus hijos, después de habernos extasiado contemplando el Nacimiento de Jesús, Hijo de Dios, quiere que hoy le contemplemos como hijo de María. Y lo quiere, porque sabe por la Historia de la Salvación que Dios ha querido que María sea camino de encuentro con su Hijo, camino de salvación para todos los hombres.

Por eso, al comenzar el año nuevo, en el primer día del año, pone la festividad de la Maternidad divina de Maríapara alegrarnos, para que felicitemos al Hijo y al Padre y al Espíritu Santo que la eligieron y la hicieron madre del Hijo de Dios en la tierra, para que cantemos con ella el «magnificat», para que nos llenemos de esperanza y confianza en su ayuda y protección en este nuevo año que Dios nos ha permitido empezar.

        Son varias las ideas que enriquecen este día dentro del tiempo litúrgico navideño en que celebramos el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios: octava de Navidad, maternidad divina de María, jornada mundial de la paz y comienzo del año civil. La Maternidad es, sin duda, la idea más relevante de este día litúrgico, como se destaca en las Oraciones de la Misa y en la segunda lectura; Maternidad divina de María que se prolonga naturalmente en la maternidad espiritual sobre la Iglesia.

        2.- En su exhortación apostólica Marialis cultus Pablo VI afirma que «el tiempo de Navidad constituye una prolongada memoria de la maternidad divina, virginal y salvífica de María» (cf.Mc 5,1). Y sobre la recuperación litúrgica de la fiesta de hoy y su sentido, añade: «La Solemnidad de la Maternidad de María, fijada el día primero de enero según una antigua sugerencia de la liturgia romana, está destinada a celebrar la parte que tuvo María en el misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la Madre Santa, por la cual merecimos recibir al Autor de la vida» (MC 5,2). Esta verdad la confesamos y creemos y vivimos cuando rezamos el Credo Niceno-Constantinopolitano: «que por nosotros y por nuestra salvación bajó del  cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombres».

        El Concilio de Éfeso (431), confirmando lo que ya creía y confesaba el pueblo cristiano, definió como dogma de fe que María es «Madre de Dios» (theotókos, en griego; DS 252). Así resolvió una controversia que no era estrictamente mariana, sino cristológica; y condenó la doctrina de Nestorio que negaba la identidad personal entre el hombre Jesús, hijo de María, y el Hijo de Dios. Afirmando la única persona divina de Cristo en dos naturalezas, la divina y la humana, se concluía que María es la Madre de Dios, por ser quien dio la naturaleza humana a Cristo Jesús.

        3.- El Concilio Vaticano II recuerda al de Éfeso (LG 66), y hablando de la tradición litúrgica de las Iglesias Orientales dice: “Los Orientales ensalzan con hermosos himnos a María siempre Virgen, a quien el concilio ecuménico de Éfeso proclamó solemnemente santísima Madre de Dios, para que Cristo fuera reconocido verdadera y propiamente Hijo de Dios e Hijo del hombre, según las Escrituras” (UR 15,2).

        Es cierto que la verdad de fe que encierra la expresión «Madre de Dios» referida a María ha de entenderse correctamente, pues María no es ni podía ser madre, es decir, causa generadora y origen, de la divinidad de Cristo,
porque Dios no tiene origen temporal. María, pues, no origina la divinidad de Cristo que Él recibe solamente del Padre Dios. Por eso no es madre de Cristo, es decir, en cuanto Dios, sino que es la madre de Cristo que ya es Dios anteriormente y ahora se hace también y simultáneamente hombre, encarnándose en su seno. Y esta maternidad divina es la razón básica de la grandeza y dignidad sin igual de María, la clave de toda la teología mariana o mariología.

        4.- La maternidad divina es el dato y la realidad profunda que condiciona y da sentido a toda su vida y misión dentro del plan de Dios que el ángel le expone a María en la Anunciación pidiendo su consentimiento. Es también la grandeza de su maternidad lo que origina las demás características y funciones de la figura sublime de María de Nazaret: Concepción inmaculada, Corredención, Asunción, mediación subordinada a la de Cristo, maternidad espiritual sobre la Iglesia y su condición de miembro, tipo, modelo e imagen de la misma; así como el culto y devoción del pueblo cristiano a María la Madre del Señor (cf.LG 52-69).

        El Concilio Vaticano II en relación con la Maternidad divina de María nos dirá: «… la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor» (LG 53).

«En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando, en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia, suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2,1-11)» (LG 58).

«La Santísima Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la encarnación del Verbo, por disposición de la divina Providencia, fue en la tierra la Madre excelsa del divino Redentor, compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas y humilde esclava del Señor» (LG 61).

«… la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, y unida a El con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo» (LG 53).

«…desde los tiempos más antiguos, la Santísima Virgen es venerada con el título de “Madre de Dios”, a cuyo amparo los fieles suplicantes se acogen en todos sus peligros y necesidades» (LG 66).

«En este culto litúrgico, los orientales ensalzan con hermosos himnos a María, siempre Virgen, a quien el Concilio ecuménico de Éfeso proclamó solemnemente Santísima Madre de Dios, para que Cristo fuera reconocido verdadera y propiamente Hijo de Dios e Hijo del hombre, según las Escrituras» (Ec15b).

«La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une con el Hijo Redentor, y por sus gracias y dones singulares, está también íntimamente unida con la Iglesia» (LG 63).

 

****************************************

1º DE ENERO: MARÍA, MADRE DE DIOS

 

        QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hoy, esta palabra «hermanos», tiene una resonancia especial y un sentido pleno y total. Porque en este día primero del año estamos celebrando la solemnidad de María Madre de Dios; y María, al ser la Madre de Dios es automáticamente también Madre de la Iglesia construida por su hijo Jesucristo. Y todo esto por disposición de Dios, porque Dios la quiso y eligió así como madre para su Hijo y automáticamente la quiere como madre de todos los hombres, especialmente nosotros, los cristianos creyentes en su hijo y en ella

        1.- El Evangelio de hoy, con discreción y naturalidad, nos presenta a María, cumpliendo su función de madre, cuidando “del niño acostado en el pesebre”. La narración de Lucas deja entrever a María, que, poco después del nacimiento de su hijo, acoge a los pastores y les muestra al recién nacido y ella escucha atenta todo lo que ellos cuentan de la aparición de la estrella y el anuncio del ángel. Luego, cuando se  van los pastores glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído (Lc 2,20): “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”, nos narran los Evangelios.

        María es madre de Jesús no sólo porque le ha dado la carne y la sangre, sino también porque ha penetrado íntimamente en su misterio y se ha unido a Él de la manera más profunda que pueda existir. Dice el Vaticano II: «se consagró totalmente a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con Él y bajo  Él”» (LG 56). Por eso María «es nuestra Madre en el orden de la gracia» (LG 61), concluye el Vaticano II.

        El Evangelio nos dice claramente que los pastores encontraron al Niño en los brazos de su madre María que ejercía así su misión maternal, confiada por el Padre. Y esto es lo que hace hoy la Iglesia. Hoy, primer día del año, quiere llevarnos a todos ante Jesucristo, nuestro Dios y Salvador por el mejor camino que existe en la tierra, que es su Madre, María. Así que al comenzar el año, nos pone todos los hombres, especialmente a los creyentes, bajo la protección de María, Madre, de Dios y de la Iglesia porque sabe que esta Madre no vive más que para su Hijo, nuestro Salvador y sus hijos, todos los hombres por los cuales nació el Hijo en su seno. En la Navidad el Hijo nos viene por María; al comenzar el año y durante toda la vida la Iglesia quiere que vayamos al Hijo por su Madre. Amémos a la Virgen, recemos a María, la Iglesia nos pide en este primer día del año que si Dios la eligió como Madre es porque quiere y sabe que es la mejor madre del mundo y de todos los hombres.

        Y nosotros, queridos hermanos, si Dios la eligió por Madre y el Hijo se confió totalmente en ella… ¿no la vamos nosotros a elegir como madre de gracia y no  vamos a confiarnos totalmente a ella? ¿No nos vamos a fiar a ella y a poner bajo su protección materna nuestras vidas en el nuevo año que empieza? Eso es lo que quiere nuestra madre la Iglesia en este primer día del año, quiere en este primer día del año que si Dios la eligió como Madre nosotros la elijamos tambien madre nuestra, madre de todos los hombres, Madre de la Iglesia y Protectora de todos sus hijos los hombres.

La Iglesia sabe muy bien que la meta de la vida cristiana y de todo es Dios; Dios debe ser lo absoluto y lo primero para todos los hombres; pero para que esto sea así, el camino más seguro que Él eligió para venir a nosotros fue y siempre será María, la mejor madre y el mejor camino para vivir la vida de Cristo su hijo como ella lo vió. Por eso, hermanos, elijamos a María como madre de gracia y amor a su hijo. Por eso, nuestra madre la Iglesia pone esta fiesta de María madre de Dios al comenzar el año.

¡Qué confianza y seguridad nos da María en este día primero del año, qué fuerza, qué poder tiene ante Dios, qué seguridad hasta Dios! Estoy totalmente convencido de lo que os digo, porque como vosotros lo he experimentado muchas veces en mi vida. Soy totalmente mariano, devoto de la Virgen, por experiencia de muchos años y muchas luchas. Estoy seguro de esta verdad, como vosotros. En este día primero del año renovemos nuestra filiación mariana, renovemos nuestra consagración a María madre de Dios y de todos los creyentes, consagremos nuestras vidas y del mundo a María, madre de la Iglesia y de todos los hombres.MARÍA, HERMOSA NAZARENA, VIRGEN BELLA, MADRE DEL ALMA, CUANTO NOS QUIERES, CUÁNTO TE QUEREMOS.**************************

 

**********************************************************

 

2º DOMINGO DESPUÉS DE LA NAVIDAD

 

PRIMERA LECTURA: Eclesiástico 24, 1-4. 12-16

 

En los libros sapienciales la sabiduría se describe en algunos pasajes con rasgos personales e incluso divinos. Este fragmento es, sin duda, el que recoge las ideas más evolucionadas sobre la sabiduría. La sabiduría está unida íntimamente a Dios; pero es distinta de Él; realiza acciones que en los otros libros del Antiguo Testamento son propias del Señor: cubre la tierra, como el espíritu de Dios (Gn 1,2), es presencia llena de luz de Dios entre los hombres (Prover 1, 11-33)… etc.

 

SEGUNDA LECTURA: Efesios 1, 3-6; 15-18

 

La primera parte de la Lectura (3-6) expone dos de las seis bendiciones del Padre, en las que Pablo sintetiza el Misterio de salvación: la elección de Dios y la filiación divina. El pueblo de Dios lo forman unos hombres bendecidos por el Padre.

La segunda parte (15-18) dice cómo se realiza concretamente el Misterio en la comunidad cristiana de Éfeso: en la raíz está la adhesión a Jesús y el amor a los hermanos.

 

SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 1, 1-18

 

QUERIDOS HERMANOS: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Este  versículo del evangelio de San Juan, que hemos proclamado hoy, repetido como estribillo en el salmo responsorial, sintetiza la liturgia de este domingo segundo de la Navidad, que prolonga la reflexión meditativa sobre el misterio del Verbo Encarnado. Muchas veces me he preguntado si los cristianos entenderán esa profunda teología encerrada en el prólogo del Evangelio de este cuarto evangelista, místico y teólogo. Vamos a intentarlo un poco.

        Dice el evangelio de hoy: “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios”. En castellano, el significado de los términos “palabra” y “verbo” puede ser el mismo, y así decimos «es un hombre de verbo o palabra fácil y elegante». Cuando en la Biblia lo veáis escrito con letra mayúscula se refiere  a Jesucristo, como Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad, que existió siempre, infinito y eterno como el Padre y el Espíritu Santo, igual en Gloria, Poder, Amor…

        “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios”. Aquí se encierra todo el misterio trinitario de Dios y San Juan trata de explicarlo utilizando la analogía, la semejanza con la inteligencia y la palabra humana. Es una explicación, una asimilación del proceso intelectivo humano.

¿Por qué San Juan llama a la segunda persona de la Santísima Trinidad Verbo o Palabra? Para los que hayan estudiado en Filosofía la teoría aristotélica del conocimiento es muy sencillo: de la misma forma que al pensar en una realidad, esa realidad la hago existir dentro de mí y la doy un nombre, el Dios infinito, entrando dentro de sí mismo y viéndose todo entero e infinito concibe una idea, que  abarca y refleja y contiene todo su mismo ser infinito y esa idea se identifica con Él mismo y es eterna e infinita como Él y eternamente la tiene, la ve y se la está diciendo o pronunciando en su esencia para sí solo con fuego de Espíritu Santo.

Y como al existir al mismo tiempo dentro de si mismo se ven y se descubren amando, en ese eterno y continuo amanecer infinito y sin límites de tiempo, poder, conocimiento y amor, al contemplarse tan llenos de Verdad y de Vida se  aman con amor tan grande a ellos, tan infinito que abarca todo su ser y ese amor tan infinito como ellos es el Espíritu Santo. Y por eso el Padre es Padre en cuanto existe y se mira a sí mismo y tiene su idea y visión de su esencia, y  esa idea, ese verbo y palabra con que se explica totalmente a sí mismo es el Hijo, que le hace Padre, al aceptarse como Imagen suya perfecta. Y por eso, el Padre es Padre en cuanto el Hijo es Hijo. Y al verse y conocer así, simultáneamente se aman y ese amor es el Espíritu Santo, eterno, infinito y uno como el Padre y el Hijo.

        En el lenguaje humano, idea es una realidad en cuanto está en mi mente y es inmaterial; se hace verbo o palabra cuando la pronuncio para otros con signos materiales para que los demás la conozcan. Pues bien, Jesucristo es Idea y Palabra en Dios, porque en cuanto amanece, aparece en Dios, el Padre la pronuncia con todo su Amor de Espíritu Santo para sí en eterno silencio y por eso es eterno como el Padre y el Espíritu Santo. Cuando esa idea la pronuncia lleno de amor para nosotros, es Jesucristo, nacido en Belén. El Padre se conoce plenamente en su Idea, que es engendrada por Él desde toda la eternidad y por eso le llamamos Hijo, que luego la expresa lleno de amor para nosotros y por eso le llamamos Verbo, Palabra, Revelación del Padre, en cuanto que la pronuncia para nosotros para que le conozcamos, igual que nosotros comunicamos nuestras ideas, las que nadie conoce porque están en nuestra mente y las pronunciamos en palabras para que los demás las conozcan.

        En el principio, es decir, desde siempre ha existido esta idea en Dios, que es a la vez expresión de la totalidad de la divina esencia y por tanto Verbo o Palabra del Padre, que estaba junto a Dios, en la que el Padre se dice enteramente a sí mismo y se ve enteramente a sí mismo en totalidad de ser y amor: el Padre y el Hijo, al existir y verse totalmente, se aman y ese amor es y llamamos Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad. Y esa Palabra y ese Amor son personales, son personas divinas, iguales en poder, amor, verdad y vida.    Así nos presenta Juan la segunda persona de la Santísima Trinidad que preside la creación del mundo, porque es la palabra que el Padre pronuncia para crearlo; pero sobre todo la presenta como vida y luz de los hombres que viene al mundo para iluminarlos y llenarlos de vida, porque es luz que ilumina nuestra inteligencia y nuestra vida. Es el mismo pensamiento que nos ha presentado San Pablo en la segunda Lectura: La Palabra, el Verbo de Dios, Hijo de Dios, encarnándose, tomando carne humana, viene al mundo, nos revela y expresa el proyecto del Padre y se llama Cristo Jesús y los que lo reciben, o sea, los que creen en su nombre, se hacen por Él y en Él hijos de Dios, se hacen hijos en el Hijo.

        Por otra parte, según San Juan, nosotros, nuestro entendimiento puede tener muchas ideas y necesita de muchas ideas para comprender y saber de todo; sin embargo, el Padre Dios todo lo sabe con una sola idea, una sola palabra; y esa palabra contiene todo, porque es infinita, es Dios como el Padre que la concibe. Dios Padre sólo tiene una Palabra, una Idea y en esa Idea lo contiene todo. Si la pronuncia fuera de sí, esa Idea se convierte en Palabra para nosotros, que nos da todo lo que tiene el Padre en su esencia y por Ella le comprendemos hasta donde nos es posible. Por esa Palabra se ha hecho el mundo y todo lo que contiene el mundo. El prólogo del evangelio de San Juan culmina con la contemplación del Verbo o Palabra encarnada, hecha carne: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, gloria propia del Hijo único de Dios, lleno de gracia y de verdad.”

        El evangelista habla de Él como testigo ocular, que lo ha tocado y lo ha visto con sus propios ojos y le ha escuchado con sus propios oídos; lo ha visto hombre entre los hombres, pero al mismo tiempo ha podido contemplar su gloria: en el Tabor, en las apariciones del Resucitado, en la Ascensión a los cielos.

        Todo lo que San Juan ha visto y contemplado quiere comunicarlo a los que lean su testimonio, para que crean en Cristo, Palabra divina, encarnada para que todos conozcan al Padre y reciban gracia tras gracia,  especialmente la gracia de conocer por Él al Dios Trino y Uno, su amor a los hombres y su plan divino de Salvación  Éste ha sido también mi intento en esta homilía: daros a conocer un poco el misterio de Dios encerrado en el prólogo de San Juan. Así sea. Que Dios os conceda esa gracia.

**********************************************

SEGUNDA HOMILÍA

 

        QUERIDOS HERMANOS:    La Navidad cristiana es una explosión reveladora del Amor divino hacia la humanidad. Es la Palabra de Salvación pronunciada por el Padre, lleno de fuego y amor de Espíritu Santo; es la gloria y la luz inmarcesible de Dios que aparece revestida de carne humana de un niño que se nos da y se nos ofrece; es la revelación más concreta del proyecto de Salvación del Dios Trino y Uno en forma histórica y humana.

        Vamos a meditar sobre este hecho revelador de la ternura y del amor extremo de Dios, de esta explosión de gozo divino comunicado a los hombres. Nos ponemos delante del niño Dios y le preguntamos por qué se encarnó, qué nos quiere enseñar, qué nos quiere entregar, qué nos quiere revelar y manifestar viniendo a nuestro encuentro de esta manera. Hoy es como una meditación mirando al niño que acaba de nacer.

        El misterio de la Navidad y el nombre mismo de Jesús representan así para la humanidad el designio de salvación universal de Dios, en el que se contiene la historia de la creación entera y de todos los pueblos y naciones.

        En este nombre, Jesús, Salvador, está contenido todo: la vida, la pasión, la muerte y resurrección, la cruz y la gloria. Toda la buena nueva, toda la revelación de Dios, todo el evangelio y misterio de Cristo. Todo nos lo ha revelado el Padre por el Hijo hecho carne: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por medio de los profetas, ahora, en la etapa final de la historia, nos ha hablado por medio del Hijo…”.  ¿Qué nos dice, qué nos revela el Padre y nos enseña por el Hijo nacido hombre en Belén?

 

        1.- Si Dios se hace hombre, lo hace por amor gratuito y apasionado porque el hombre no puede darle nada que Él no tenga. Nosotros debemos devolverle amor por amor, debemos esforzarnos por amarle así. Nace pobre para hacernos ricos, para enseñarnos que la felicidad y el amor a Dios no consiste fundamentalmente en los bienes creados, sino en el bien increado que es Él mismo que se nos entrega y nos abre los brazos en un niño. Dios se hace límite, tiempo, hombre pobre, necesitado… ¿quién quiere imitarlo? Los que lo intentan esos son los que entran en el corazón de la Navidad.

 

                2.- Si Dios se hace hombre, todo hombre es mi hermano, porque Dios asume nuestra naturaleza humana;  en la suya asume y se hace solidario de toda naturaleza humana. De esta forma todo hombre se convierte en presencia de Dios entre los hombres y por eso la Navidad es el fundamento teológico de la caridad, del amor cristiano. La Navidad nos invita a asumir y aceptar nuestra humanidad y la de todos los hombres, en especial, los más pobres y necesitados, porque Él quiso nacer así. La Navidad nos empuja a socorrer a los necesitados y censura nuestros comportamientos egoístas.

 

        3.- En la Navidad Dios se hace hombre para hacer al hombre hijo de Dios. La Navidad nos descubre y revela todo el misterio del hombre, el concepto y el plan que Dios tiene sobre el hombre. Dios le quiere felicidad eterna con Él, nos quiere hijos en el Hijo con su mismo Espíritu de Amor. El hombre es más que hombre, es más que este tiempo y espacio, el hombre es eternidad con Dios. Por eso ser hombre, haber nacido hombre o mujer es la realidad más maravillosa que nos ha podido acontecer. Ya no dejaremos de ser y existir. Somos eternos. El hombre ha sido creado, está llamado por el mero hecho de existir a ser eternidad en Dios.

 

        4.- Si ésta es la Navidad cristiana, nosotros debemos buscar en primer lugar a Dios en este niño, creer en Él, fiarnos de Él; debemos creer en todo el amor que encierra para nosotros y debemos vivir en este gozo; debemos imitarle,   aprender de Él todas las lecciones que nos da de pobreza, sencillez, humildad, entrega, confianza en el Padre Dios, a pesar de las circunstancias diversas.

 

***************************************

 

DÍA 6 DE ENERO

 

EPIFANÍA DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 60, 1-6

 

        La salvación de Jesucristo se describe como una luz de amanecer que disipa las sombras de muerte que dominan el mundo. Dios mismo es la aurora. Él ilumina a la ciudad. Su resplandor guía a los pueblos. Jerusalén contempla con gozo cómo acuden a ella de todas partes. Todos vienen cargados de dones: traen a sus hijos dispersos y traen ofrendas para el culto. Jesús es la luz de Dios, que ilumina y atrae a los hombres desde todos los confines de la tierra (cfr Is 2, I-5 4, 2-6).

 

 

SEGUNDA LECTURA: Efesios 3, 2-3; 5-6

 

        Pablo, Apóstol de los gentiles, describe el plan salvífico de Dios, revelado con plenitud de los tiempos a los santos apóstoles y profetas. Ellos han recibido por revelacion del Espíritu el conocimiento del misterio: que también los gentiles son herederos de la promesa. Ha desaparecido toda disparidad, toda discriminación en el orden de la salvación: Uno solo es el cuerpo. Todos son miembros de la única Iglesia de Cristo.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 2, 1-12

 

QUERIDOS HERMANOS: El evangelio de hoy es una catequesis profunda sobre la fe, el camino de la fe que hemos de recorrer si queremos encontrarnos con Jesús y adorarlo como Dios y salvador del mundo. Es una lección de mística.

Vemos cómo la iniciativa de nuestro encuentro con Dios es primero por fe, la estrella de la fe, y luego, por la visión cara a cara con Jesús en el cielo; este es el sentido de la estrella y del encuentro. Nosotros tenemos muchas estrellas: padres, catequistas, sacerdotes, parroquia, acontecimientos diversos, «los signos de los tiempos», que nos llevan a Dios. De los Magos debemos aprender a estar alerta para captar los signos de Dios en nuestra vida personal y comunitaria. Son las estrellas que Dios nos envía y debemos cooperar con la gracia de Dios para encontrarlo.

        La mejor forma de estar en alerta permanente es mirar al cielo todos los días como los Magos: esto es, hacer oración, mirar al cielo, tratar de mirar a Dios es encontrarlo todos los días en un ato de oración, de soledad, de sagrario. Sin oración diaria no hay encuentro con Cristo. Toda nuestra vida cristiana depende de la oración: «Que no es otra cosa sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama» (Santa Teresa).

Este será siempre el gran problema de la Iglesia: se ora poco por parte de todos, tanto de los de arriba como de los de abajo. Conocemos y amamos a las personas, dialogando con ellas. Sin diálogo no hay conocimiento, y sin conocimiento, no hay amor; lo mismo da que sea con los hombres como que sea con Dios. Y esto es la oración.

 La gran pobreza de la Iglesia, la mayor pobreza de los cristianos es la pobreza de oración, de conocimiento personal de Dios, de vida mística, de experiencia de la fe, de los que creemos, de no experimentar lo que creemos. Sin oración, sin ratos de estar a solas con el que amamos, no hay vida cristiana, ni gozo de Cristo, ni de Sagrario, ni de Eucaristía, ni convencimiento sino rutina y mediocridad de vida y religiosidad, rutina vacía de misa y comuniones sin encuentro con Cristo, sin experiencia. Porque no hay encuentro vivo con Jesucristo vivo; sino sólo rutinario,  vacío, ,teórico y abstracto. Porque la comunión, a Cristo, al Evangelio de Cristo no se les comprende hasta que no se viven en comuniones sentidas, fervorosas, encendidas de fe y amor.

 

        4.- Los Magos dejaron sus casas, sus posesiones, su país, su comodidad y salieron tras la estrella al encuentro de Cristo. Preguntaron a los doctores, a Herodes, al pueblo… La fe en cada uno de nosotros debe ser una búsqueda continua y permanente de Cristo, que dura toda la vida, aunque seas cura y obispo, porque siempre hay que adentrarse más y más en el misterio de Dios.

Y hay que contar con enemigos: Herodes, los sabios y entendidos, el pueblo indiferente y comodón… Hay que contar con  noches de la fe, de no sentir nada, comulgar y no sentir, venir a misa, visitar al Señor y no sentir, es más, tener dudas, las pruebas de la vida, la estrella de la fe que aparece y se oculta y desaparece a veces.

Maestros en este camino de fe nuestro místicos, san Juan de la Cruz, santa Teresa. A todos nos pasa. No hay que asustarse. La crisis es buena, si nos ayuda a convertirnos más a Dios, a purificarnos, a poner en Él nuestra única esperanza. La noche y la crisis y la sequedad de fe o de amor a Dios, no sentirlo en temporadas es buena, porque Dios quiere que pasemos de nuestros criterios, apoyos y seguridades de todo tipo, de nuestra comodidad, de la posesión de una fe heredada a una fe más personal y purificada, por vivencias propias y no de otros. Si no hay crisis en nuestra fe es que estamos instalados, no avanzamos en nuestra fe y amor a Dios.

Pasadas estas noches, estas purificaciones, cuando uno empalma con Dios, el diálogo ya no se acaba y siempre es subir y subir porque Dios habita en lo infinito, es llegar a la oración mística, al cielo en la tierra, al quedéme y olvidéme... Pero para eso, el único camino es la oración llamada mental, el evangelio en la manos u otros libros y leer y meditar mirando al Sagrario. Hay que iniciar la búsqueda de un encuentro más personal con Cristo, más afectivo, para  encontrarle vivo, vivo en el Evangelio, pero, sobre todo, en la Eucaristía, renunciando a vivir instalados en la mediocridad de vida para  hacernos con Él una ofrenda agradable al Padre.

        5.- Una vez que hemos encontrado al Señor, tenemos que adorarlo, como los Magos, tenemos que ponernos y poner nuestra vida y todas nuestras cosas de rodillas ante Él, porque Él es Dios, lo absoluto en nuestra vida y nosotros somos simples criaturas.  Y aquí está el gozo. Cuando uno encuentra al Dios vivo en la tierra, en la oración, uno lo da todo y no quiere más riqueza y posesión que Dios mismo. Este encuentro ya no se olvida: los santos, los místicos, las personas buenas ya no saben vivir de otra forma: vivo sin vivir en mi, y de tal manera espero, que muero porque…

 

        6.- Finalmente, algo que nunca debe faltar ni faltará en nuestra vida, si queremos encontrarnos con el Señor ya en este mundo, es María: “Entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Ahora y siempre, el mejor camino para encontrarnos con Jesús es María. Lo dice la experiencia, la historia, los santos. Dios mismo escogió este camino; Cristo nos vino por María; los magos encontraron al niño en brazos de su Madre. Nosotros tenemos que ir a Cristo por el mejor camino que existe: su Madre, María. Reza a María, busca a María, sé limpia de corazón como María y encontrarás a Cristo.

         ¡María, hermosa Nazarena, Virgen guapa, Madre del alma; ¡cuánto te quiero! ¡Cuánto me quieres! gracias por haberme dado a Jesús, gracias por querer ser mi madre; mi madre y mi camino de encuentro, mi modelo. Gracias, Madre.

 

**********************************************

REYES MAGOS.

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS DOMINICAS: El evangelio de hoy, el camino de los Reyes Magos hasta encontrarse con Cristo, es una catequesis profunda sobre el camino de la fe por la oración diaria que todos tenemos que recorrer si queremos encontrarnos con Cristo ya en esta vida, es el camino de la fe que han de recorrer todos aquellos que quieran encontrarse con Jesús ya en este mundo, el mismo que nació en Belén y está en el cielo y en todos los sagrarios de la tierra y adorarlo como Dios y salvador del mundo y sentirlo y vivirlo y gozarlo.

Y eso solo se consigue en esta vida por medio de la oración-conversión, es decir, ir convirtiéndonos a lo que el Señor nos dice en la meditación del evangelio, de su palabra y de lo que nos dice en ese rato diario de conversación con Él, primero con libro, y luego sin  libros y ayudas porque Él nos va instruyendo  por la oración-meditación primero y luego contemplativa, sin necesidad de libros, solo con mirarle y estar en su presencia.

Y este camino de la oracion tiene diversas etapas, son las etapas de purificacion de nuestra fe y amor a Dios, de nuestra conversión primero por la oración  meditativa, cuando hay que coger el evangelio y meditarlo, porque si no, no te sale el diálogo con Dios;  luego viene la oración contemplativa, ya no te hace tanta falta coger un libro para meditar porque el Espíritu Santo nos va comunicando los pensamientos y sentimientos de Cristo, y finalmente, viene la oración de unión o transformación total en Cristo, en que el alma ya no necesita meditar o contemplar porque está unida, se siente habitada, templo y morada de la Trinidad: “Quedéme y olvideme…” A este estado de contemplación y  vida estáis llamadas todas vosotras

Y todo esto, desde el primer Kilómetro, se va realizando en el alma, por la oración- conversión, oración-conversión, en que a traves de los años el alma va vaciándose de sí misma, de su yo,de sus ideas y egoismos e imperfecciones y va convirtiéndose a Cristo, va llenándose solo de Cristo hasta poder decir con S. Pablo “ya no soy yo es Cristo quien vive en mi” o como todos los místicos que llegan al gozo y experiencia de Dios ya en este vida: descubre tu presencia y máteme….

Y esta es la vocación a la que estamos llamados todos los cristianos por la vida de gracia desde el santo bautismo, vida de Dios Trinidad en nosotros, especialmete mediante la vida de oración, pero especialmente vosotras que Dios os ha llamado y regalado esta vocación. Todo esto lo tengo escrito y desarrollado en varios de mis libros. Por eso, no quiero alargarme más y empiezo desarrollando este camino en los Reyes Magos.

Empezamos: los reyes magos, siguiendo la estrella, encontraron a Jesús ¿qué nos enseña esto? Lo que os he dicho:Nos enseña que la fe es la estrella que debe quiar nuestras vidas, sobre todo de contemplativas y esta fe cultivada y progresando por la vida de oración-conversion, nos

lleva poco a poco a Cristo a través de los años y purificaciones de nuestrso defectos, a ver y sentir a Cristo, como los magos; para eso tuvieron que salir de sus casas, y preguntar y caminar y pasar diversas pruebas; son las pruebas y las noches fe y amor que describe muy bien S. Juan de la Cruz y que este cura tuvo la gracia de Dios de hacer su tesis doctoral en teología en Roma, y es camino obligado para todos los místicos, para todos los que queramos llegar a la unión total con Cristo.

Pues bien, todos nosotros, como los magos, tenemos muchas estrellas que nos llevan a Dios en nuestras vidas: padres cristianos catequistas, sacerdotes, acontecimientos diversos, son «los signos de los tiempos», que nos llevan a Dios.

        Los Magos, mirando la estrella, encontraron a Cristo; nosotros, mirando la estrella de la fe todos los días por la oración personal, especialmente ante el Sagrario, nos encontramos con Cristo. Toda nuestra vida de santidad depende de la oración y la oración, según santa Teresa: « no es otra cosa sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Y esto, seas cura, fraile o monja, y obispo, como no hagas oración-conversión diaria, no llegas a estas alturas, al gozo y a la experiencia de la fe, que creemos. Y de esto tiene mucha necesidad hoy la Iglesia sobre todo en sus sacerdotes, obispos y y…

Y una vez que hemos encontrado al Señor, tenemos que adorarlo, es decir, tenemos que poner nuestra vida y todas nuestras cosas de rodillas ante Él, como hicieron los magos y este es el sentido de la vida religiosa de estas monjas contemplativas sean dominicas o carmelitas o trinitarias… renunciando a todo, solo para ser de Dios, solo Dios, solo Dios en su vida, y el cielo ha comenzado ya para ellas en la tierra, si llegan a este estado de conversión y oración.

Bien, y ahora y siempre, la mejor ayuda para encontrarnos con Jesús es su madre:María:  “los mago entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Lo dice el evangelio y la experiencia y la vida de los santos.   

 

*********************************

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS DOMINICAS: Decíamos ayer y diré siempre que el mejor camino, la mejor ayuda para encontrarnos con Jesús es su madre:María:“los mago entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Lo dice el evangelio y la experiencia y la vida de los santos.

Dios mismo escogió este camino; Cristo nos vino por María; los magos encontraron al niño en brazos de su Madre. Nosotros tenemos que ir a Cristo por el mejor camino que existe: su Madre, María. Queridos hermanos, recemos a María, buscad a María y encontraremos a Cristo en sus brazos.

         ¡María, hermosa Nazarena, Virgen guapa, Madre del alma; ¡cuánto te quiero! ¡Cuánto nos quieres! Gracias por habernos dado a tu Hijo, gracias por querer ser nuestro camino para encontrar a tu Hijo; y gracias también por ser nuestra madre y modelo. Gracias, Madre. Virgen guapa, Hermosa nazarena.

“Encontraron al niño en brazos de su madre”.María ocupa un lugar importante en este caminar. Jesús nos vino por María. Y Dios quiere que nuestro camino de fe hasta encontrar a Cristo pase por María. No olvidarlo. No es sentimentalismo, piedad popular, no, es plan y proyecto de Dios: Hay que cultivar la devoción a María, como madre y modelo de la fe y camino para encontrarnos con Cristo.

Así lo hizo y lo quiere su Hijo. En las grandes pruebas de la fe, cuando todos dejaron a Cristo abandonado en la cruz, allí «no sin designio divino» quiso el Señor que estuviera su Madre para entregárnosla también como Madre en la persona de Juan. Jesús permitió el abandono de todos los suyos, menos Juan, pero no quiso estar sin su Madre. Por algo será. Nosotros, tampoco, en nuestro camino de santidad y perfección cristiana.

Repito: algo que nunca debe faltar ni faltará en nuestra vida, si queremos encontrarnos con el Señor, es María: “Entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Ahora y siempre, el mejor camino para encontrarnos con Jesús, es María. Lo dice la experiencia, la historia, los santos. Dios mismo escogió este camino; Cristo nos vino por María; los magos encontraron al niño en brazos de su Madre. Nosotros tenemos que ir a Cristo por el mejor camino que existe: su Madre, María.

“Lo encontraron en los brazos de María”. María es el camino elegido por Dios para venir hasta nosotros. Es a su vez, el camino que Dios quiere para que lleguemos hasta Él. Por eso, es Madre de la Iglesia, de todos los hombres. María nos ofrece, como madre, el fruto de su vientre. Es la nota mariológica de la Navidad. Maria, hermosa nazarena, Virgen bella, gracias por haber querido darnos a tu hijo. Gracias por querer ser su madre, su madre y nuestra madre; gracias. ¡Cuánto nos quieres, cuánto te queremos! Gracias.

Con María y por María llegamos al encuentro gozoso de Cristo, meta de nuestro caminar en la fe y en el amor cristiano sobre todo por la oracion, el mejor camino de la vida cristiana. Y le adoramos, es decir, le ofrecemos toda nuestra persona, nuestro ser y existir queda consagrado a Él, porque le reconocemos como único Dios de nuestra vida, abajo todos los ídolos que hasta entonces hemos dado culto.        El encuentro con el Señor te hará feliz, querido hermano, como a los magos. Pregunta a todos los santos que en el mundo han existido. Por eso, Señor, cómo te deseo, cómo te busco, con qué hambre de Tí camino por la vida. Quiero verte para tener la luz del “camino, de la verdad y de la vida”. Quiero comulgarte para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor. Y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo una sola ofrenda agradable al Padre, cumpliendo tu voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero entrar así en el misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

POR MARÍA, A JESÚS Y CON JESÚS EUCARISTÍA, A LA STMA.TRI.

       

Una vez que hemos encontrado al Señor, tenemos que adorarlo, como los Magos, tenemos que ponernos y poner nuestra vida y todas nuestras cosas de rodillas ante Él, porque Él es Dios, lo absoluto en nuestra vida, y nosotros somos simples criaturas.  Y aquí está el gozo. Cuando uno encuentra al Dios vivo, uno lo da todo y no quiere más riqueza y posesión que Dios mismo. Este encuentro ya no se olvida: los santos, los místicos, las personas buenas ya no saben vivir de otra forma. Todas vosotras, por la oración y vocación de Dominicas, tenéis que llegar hasta aquí, como todo cristiano, por el santo bautismo.

        La oración-adoración es personal. Es un encuentro que comprendía también sus presentes de oro, incienso y mirra, dones que se hacían a un Rey por considerado divino, como nosotros tenemos que hacer con nuestras vidas. Adorar a Dios es reconocerle como el único absoluto de su vida. Y para esto hay que orar, orar y convertirse, y preguntar y buscar a Dios como los magos hasta encontrarlo por la oración y conversión elevadas, siempre con ayuda de María, saliendo de nosotros mismos. Hermanos y hermanas, adoremos sólo a Dios, pongamos nuestro y posesiones a sus pies ¡Queridas hermanas dominicas, queridos hermanos y feligreses, salid de la comodidad y la pereza al encuentro de Cristo. Lo encontraréis en brazos de su Madre, María. Rezad a la Virgen, imitad a la Virgen, amad a la Virgen, seguid a la Virgen.

Queridas hermanas, que la fiesta de los Reyes Magos nos ayude a todos nosotros, fieles cristianos, a valorar la estrella de nuestra fe cristiana y a seguirla con la perseverancia de los Reyes Magos hasta que lleguemos al encuentro gozoso y verdadero con Jesucristo, Único Salvador del mundo y de los hombres, y siempre en los brazos de su madre, María, esperándonos a cada uno de nosotros, a todos sus hijos e hijas, los hombres, las Dominicas, con St. Domingo, devotísimo de María, a su lado en el cielo.Amén.

 

************************************

 

QUERIDOS HERMANOS:

        1.- La fiesta litúrgica que hoy celebramos se llama con palabra griega y litúrgica: «Epifanía», que significa mostrar algo a alguien; hoy es la fiesta de la manifestación del Señor al mundo entero, como único Salvador; así lo rezamos en el Prefacio de este día, dirigiéndonos al Padre: «porque hoy has revelado en Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra salvación»; y en este día es reconocido y se manifiesta como salvador de todos los pueblos, por medio de los Reyes Magos, que no pertenecen al pueblo judío, al pueblo elegido, como lo hizo en la Nochebuena, por medio de los pastores, que pertenecían  a la nación judía.

        También podía decir de forma sencilla e inteligible que la Navidad es Dios que viene al encuentro del hombre;  y, en la fiesta de los Reyes Magos, somos nosotros los hombres los que vamos al encuentro de Dios.

        Los evangelios han querido también exponer otra verdad: que mientras Jesús vino a los suyos, pero estos no lo reconocieron, excepto los pastores, los Reyes Magos llegaron hasta Jesús y lo reconocieron adorándolo como Salvador, guiados por la estrella, que simboliza la fe cristiana. Frente a la dureza de los judíos vemos  la aceptación de la fe por los pueblos paganos, que preguntando y entre dificultades, perseverando en el camino de la estrella, encuentran al Niño con María, su Madre, y gozosamente los aceptan, los adoran y le ofrecen sus dones.

        Es muy conveniente fijarse bien en este itinerario de la fe, seguido por los Reyes Magos, porque no hay otro. Insistiría en tres aspectos de nuestro camino de búsqueda de Dios por la luz de la fe:

 

        2.- “Vieron una estrella”. La estrella, es decir, la iniciativa, es de Dios, viene siempre de arriba. Bien directamente por una estrella interior, una iluminación personal, una reflexión o luz interior; o bien por una estrella exterior: un sacerdote, un amigo, un creyente, una lectura, un suceso, una desgracia, una predicación…

        La fe de los Magos, como la de los pastores de Belén, destaca frente a la incredulidad del propio pueblo elegido y de sus jefes políticos y religiosos: Herodes, sacerdotes, letrados. La liturgia de este día es el desafío a las tinieblas por parte de la “luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo; en el mundo estaba y el mundo no le conoció”. Más todavía, “vino a los suyos pero los suyos no le reconocieron… pero a los que le reconocieron le dio poder para ser hijos de Dios...”

        Este encuentro, este camino no es posible sin la luz de la estrella: la fe. Entonces como hoy, después de veinte siglos, muchos no han visto la estrella: predilección de Dios para unos, negación para otros; no lo sé, misterio de Dios para mí, porque Cristo, como estrella de luz y salvación, ha aparecido en el mundo para la salvación de todos. Valoré siempre la fe como el mayor regalo de Dios en mi vida, el mayor don de Dios para el hombre.

        Vemos, pues, por el relato evangélico, que no basta con ver la estrella. Los Reyes Magos me enseñan que hay que seguirla para que su luz me lleve al encuentro con Cristo. Muchos vieron la estrella, además de los Magos, pero sólo ellos la siguieron y encontraron al Señor, porque la siguieron.

 

        3.- Los Magos dejaron sus casas, sus posesiones, su país, su comodidad y salieron tras la estrella al encuentro de Cristo. Preguntaron a los doctores, a Herodes, al pueblo… La fe es una búsqueda continua y permanente de Cristo, que dura toda la vida, porque siempre hay que adentrarse más y más en el misterio de Dios. Hay que contar con enemigos: Herodes, los sabios y entendidos, el pueblo indiferente y comodón… Hay que contar con la noche de la fe: la duda, la prueba, la envidia es la estrella que se oculta y desaparece. A todos nos pasa. No hay que asustarse.

        Las dificultades en el  camino, la crisis en la fe es buena, si nos ayuda a convertirnos a Dios, a poner en Él nuestra morada. La noche y la crisis y la sequedad es buena, porque Dios quiere que pasemos de nuestros criterios, apoyos y seguridades de todo tipo, morales o conceptuales, de nuestras posesiones afectivas,  de nuestra comodidad, de la posesión de una fe heredada a una fe más personal y purificada, por vivencias propias y no de otros.

        Si no hay crisis en nuestra fe es que estamos instalados, siempre lo mismo, y no avanzamos. Cuando uno empalma con Dios, el diálogo ya no se acaba y siempre es subir y subir porque Dios habita en lo infinito. Hay que iniciar la búsqueda de un encuentro más personal con Cristo, más afectivo, para  encontrarle vivo, vivo en el Evangelio, pero, sobre todo, en la Eucaristía, renunciando a vivir instalados en la mediocridad para  hacernos con Él una ofrenda agradable al Padre.

        Vemos que no basta tener fe, hay que seguirla para encontrarse con Cristo en el amor. De la misma forma, no basta la fe, el bautismo, el conocimiento de las verdades divinas que Dios nos revela y manifiesta, hay que seguirlas, vivirlas, ponerse en camino. Respecto a la fe, podemos decir que hay dos clases de conocimiento, como en el orden natural: el primero se llama ciencia: es puro conocimiento de la realidad; el segundo se llama sabiduría, que es conocimiento por la vivencia, por saboreo de la verdad poseída y vivida. Se puede tener fe y no vivirla. Y a Cristo y a su Evangelio no se les llega a comprender hasta que no se viven, hasta que no llegan al corazón.

        Mientras la fe, la Revelación de Dios, el evangelio no tocan el corazón y se hacen experiencia de amor, no se comprenden, no se siguen, no nos liberan de nuestras esclavitudes. Mientras la fe no toque el corazón, nadie se pone en camino. No hay fuerza para caminar al encuentro sapiencial de Cristo.

        Ahora bien, cuando la luz de la estrella, de la fe, baja del conocimiento de la inteligencia al corazón, todos nos ponemos automáticamente en camino, camino de conversión, de salir de la comodidad y de sus casas hasta encontrar a Cristo y adorarle, abrazarle y besarle,  como los Reyes Magos; camino de santidad, de esfuerzo por unirse a Cristo: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado”, como a los Magos. El camino no se puede recorrer si uno no es atraído por la gracia, la fe, que es un don del Padre. Por eso, dice San Agustín que es necesario oír las palabras de Cristo con el afecto del corazón. Si la Navidad, si las verdades de fe, si la inteligencia de las verdades de fe no toca el corazón, como a los Magos, no se mueve mi vida, dejando cosas y casas, comodidad y rutina, para encontrarme con Cristo en el seguimiento de su evangelio.

 

        3.- “¿Dónde está el nacido rey de los judíos?” Luego viene ponerse en camino, preguntar, superar las dificultades que vayan saliendo. Sin crisis, sin sufrir, sin renunciar a la comodidad, a los propios criterios, vida, sentimientos, no hay encuentro con los sentimientos y la vida de Cristo. La fe, a los comienzos, nunca es posesión pacífica de la verdad y descansar ya como plenamente poseída o adquirida. Todos los que han recorrido este camino nos hablan de avanzar y purificarse de todo pecado: Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Madre Teresa de Calcuta… Dios exige el vacío de lo nuestro para llenarnos de lo suyo. La fe es transformación lenta en lo que creemos y amamos, en Dios. Voy creyendo en la medida en que voy renunciando a cosas por Dios.

       

4.- “Encontraron al niño en brazos de su madre”. María ocupa un lugar importante en este caminar. Jesús nos vino por María. Y Dios quiere que nuestro camino de fe hasta encontrar a Cristo pase por María. No olvidarlo. No es sentimentalismo, piedad popular, no, es plan y proyecto de Dios: Hay que cultivar la devoción a María, como madre y modelo de la fe. Lo quiere su Hijo. En las grandes pruebas de la fe, cuando todos dejaron a Cristo abandonado en la cruz, allí «no sin designio divino» quiso el Señor que estuviera su Madre para entregárnosla también como Madre en la persona de Juan. Jesús permitió el abandono de todos los suyos, menos Juan, pero no quiso estar sin su Madre. Por algo será. Nosotros, tampoco.

Repito: Finalmente, algo que nunca debe faltar ni faltará en nuestra vida, si queremos encontrarnos con el Señor, es María: “Entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Ahora y siempre, el mejor camino para encontrarnos con Jesús, es María. Lo dice la experiencia, la historia, los santos. Dios mismo escogió este camino; Cristo nos vino por María; los magos encontraron al niño en brazos de su Madre. Nosotros tenemos que ir a Cristo por el mejor camino que existe: su Madre, María.

“Lo encontraron en los brazos de María”. María es el camino elegido por Dios para venir hasta nosotros. Es a su vez, el camino que Dios quiere para que lleguemos hasta Él. Por eso, es Madre de la Iglesia, de todos los hombres. María nos ofrece, como madre, el fruto de su vientre. Es la nota mariológica de la Navidad. Maria, hermosa nazarena, Virgen bella, gracias por haber querido darnos a tu hijo. Gracias por querer ser su madre, su madre y nuestra madre; gracias. ¡Cuánto nos quieres, cuánto te queremos! Gracias.

 

        5.- Con María y por María llegamos al encuentro gozoso de Cristo, meta de nuestro caminar en la fe y en el amor cristiano. Y le adoramos, es decir, le ofrecemos toda nuestra persona, nuestro ser y existir queda consagrado a Él, porque le reconocemos como único Dios de nuestra vida, abajo todos los ídolos que hasta entonces hemos dado culto.

        El encuentro con el Señor te hará feliz. Pregunta a todos los santos que en el mundo han existido. Por eso, Señor, cómo te deseo, cómo te busco, con qué hambre de Tí camino por la vida. Quiero verte para tener la luz del “camino, de la verdad y de la vida”. Quiero comulgarte para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor. Y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo una sola ofrenda agradable al Padre, cumpliendo tu voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero entrar así en el misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

       

        6.- Una vez que hemos encontrado al Señor, tenemos que adorarlo, como los Magos, tenemos que ponernos y poner nuestra vida y todas nuestras cosas de rodillas ante Él, porque Él es Dios, lo absoluto en nuestra vida, y nosotros somos simples criaturas.  Y aquí está el gozo. Cuando uno encuentra al Dios vivo, uno lo da todo y no quiere más riqueza y posesión que Dios mismo. Este encuentro ya no se olvida: los santos, los místicos, las personas buenas ya no saben vivir de otra forma.

        7.- Su adoración es personal. Es una adoración que comprendía también sus presentes oro, incienso y mirra, dones que se hacían a un Rey considerado divino. La adoración tiene un contenido y comporta también una donación. Los personajes que venían de Oriente, con el gesto de adoración, querían reconocer a este niño como su Rey y poner a su servicio el propio poder y las propias posibilidades, siguiendo un camino justo. Sirviéndole y siguiéndole, querían servir junto a Él la causa de la justicia y del bien en el mundo. En esto, tenían razón. Pero ahora aprenden que esto no se puede hacer simplemente a través de órdenes impartidas desde lo alto de un trono. Aprenden que deben entregarse a sí mismos: aprenden que su vida debe acomodarse a este modo divino de ejercer el poder, a este modo de ser de Dios mismo. Adorar a Dios es reconocerle como el único absoluto de su vida. Y para esto hay que orar, orar mucho y preguntar a Dios como los magos.

 

        8.- Quién adora, ora; quién adora y ora, se sitúa en un estado interior de liberación. La adoración verdadera al Dios verdadero aleja toda clase de ídolos, los va derribando, convirtiendo en escombros. Sólo la adoración llevada hasta las últimas consecuencias, erradica de nuestro corazón cualquier tipo de idolatría o de egolatría. Sólo es espiritualmente joven, rico, vigoroso, robusto, quién no permite que le ate ni el más débil hilo, ni el más leve afecto o defecto, la santidad es nuestra única salida. ¿A qué hemos venido, pues, a esta tierra? Hemos venido a este mundo, se nos ha dado el regalo de la vida, para que le adoremos y nos dejemos elevar hasta las mismas habitaciones del buen Dios. Hemos venido a adorarle. Nuestra razón de vivir, el gran porqué de nuestra existencia, no es otra que el de destruir ídolos, en nosotros y en los demás, en nuestra propia casa y en la casa, casa pequeña, aldea de la humanidad. 

        Quien destruye ídolos —la «soberbia de la vida, la concupiscencia de los ojos y la concupiscencia de la carne»— construye libertades. Sólo quien destruye ídolos abre los grandes caminos de la esperanza para el tiempo y para la eternidad. Sólo quien asume con todas las consecuencias su misión como cristiano es ciudadano de los espacios, dignificadores de la historia.

        Hermanos, adoremos sólo a Dios ¡Queridos feligreses, salid de la comodidad y la pereza al encuentro de Cristo. Lo encontraréis en brazos de su Madre, María. Rezad a la Virgen. Sed devotos de María.

Queridos hermanos, que la fiesta de los Reyes Magos nos ayude a todos nosotros, fieles cristianos, a valorar la estrella de nuestra fe cristiana y a seguirla con perseverancia y eficacia hasta que lleguemos al encuentro gozoso y verdadero con Jesucristo, Hermosura y Delicia del Padre y Salvador nuestro. Amén.

 

*****************************************************

 

PRIMER DOMINGO DESPUÉS DE LA EPIFANÍA

 

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 42,1-4, 6-7

 

El poema presenta a un hombre, siervo de Yahvéh elegido por Él. Su espíritu lo consagra para establecer entre los pueblos el derecho que es la ley del Señor, su revelación. El siervo se presenta humilde, sencillo, manso, delicado; pero en su actuación es firme, tenaz, fiel hasta conseguir la aceptación de su mensaje. Dios lo guía amorosamente, le pone como alianza para las naciones, luz de los pueblos, libertador de los oprimidos. El bautismo significa para Jesús su unción como siervo amado y salvador.

 

SEGUNDA LECTURA: Hechos de los Apóstoles 10, 34-38

 

        La perícopa es la conclusión de la narración de la conversión de Cornelio. El discurso de Pedro es una síntesis de la proclamación del Evangelio, tal como lo presentaban los Apóstoles: síntesis de toda la fe, núcleo de los Evangelios (cfr otros discursos similares; Hch 2, 14-39; 3, 12-26; 4. 9-12; 5, 29-52; 13,16-41). La admisión de este grupo primero de paganos en la Iglesia presentó serias dificultades para Pedro. La manifestación clara del Espíritu forzó a Pedro a darles el Bautismo. Tenemos en este pasaje la proclamación del Mensaje previa a la fe,  el bautismo y la manifestación clara del Espíritu.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 3, 15-16

 

QUERIDAS HERMANAS DOMINICAS: Celebramos hoy la fiesta del Bautismo del Señor, motivo especial para recordar nuestro propio bautismo y las riquezas y obligaciones del mismo, aunque sabemos que el bautismo de Cristo no es igual al nuestro porque Jesús no tenía pecado original y estaba lleno de la gracia y del amor a Dios, su Padre desde el primer instante de su existencia en cuanto hombre.

        Como he dicho, el bautismo de Cristo nos recuerda nuestro propio bautismo, sacramento que nos llenó de la gracia santificante y que nos hece a todos los bautizados hijos y templos de la Santísima Trinidad por su inhabilitación en nuestras almas y que algunos cristianos, sobre todo, vosotras, consagradas y religiosas, si vivíis en plenitud esta vida de gracia y de amor a Dios y os dejáis purificar de vuestros defectos e imperfeccines por las etapas activas y pasivas de la oración primero activas luego pasivas-- son las noches activas y pasivas de S. Juan de la Cruz- llegaréis ya en esta vida purificada, llegaréis a tener el cielo en la tierra, esto es, a sentir y vivir la vida trinitaria en vosotras, a vivir el amor y la presencia de Dios Trinidad en vuestras almas, a sentiros amadas y habitadas por Dios Trinidad como hijas predilectas y elegidas por Él para una vida totalmente de amor y plenitud ya en este mundo.

Esto es de lo que os hablo muchas veces y os hablaré siempre porque todas vosotras estáis llemadas a este grado de oración contemplativa, a este amor e intimidad con la Santísima Trinidad y porque además lo tengo muy estudiado desde mi juventud ya que por mi vida de oración y por desear vivirlo hize incluso mis estudios especiales, mi tesis doctoral en Teología en la Universidad de Roma por este motivo.

QUERIDAS HERMANAS: esto es lo que proclama muy claro el prefacio de este día: “En el bautismo del Señor, Dios Padre realizó signos prodigiosos para manifestar el misterio del nuevo bautismo, y, por medio del Espíritu, ungió a su Siervo Jesús…”.La liturgia, pues, de este día, fiesta del bautismo del Señor, nos recuerda nuestro propio bautismo y nos invita  a hablar de él y a revisarnos y a vivirlo en plenitud ya que hoy día por la falta de oración y purificación, único camino para llegar a este experiencia, son muy pocos los que llegan a estas alturas de oración e intimidad con nuestro Dios Trino y Uno que nos habita por la gracia desde nuestro bautismo porque quiere ya en esta vida empezar el cielo en cada uno de los bautizados, a que tengamos ya por la vida de oración y purificación un poco elevada la experiencia de Dios Trino y Uno habitándonos y amándonos en su mismo amor trinitario ya en esta vida.

        En nuestro bautismo, queridas hermanas dominicas, realizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y limpiándonos de todo pecado original y personal, Dios Trinidad nos ama tanto que limpiados de pecado y llenos de su gracia y amor viene a habitarnos porque nos ama con amor de Padre y para esto nos envió y murió y resucitó su Hijo amado.

En nuestro bautismo nos convertimos en moradas de la Santísima Trinidad, somos hechos templos y moradas de Dios Trino y Uno, es el cielo ya en la tierra que vivirá en el cristiano mientras permanezca en la vida de gracia recibida ya en el bautismo y en los demás sacramentos, sobre todo vivida y potenciada por nuestra vida de oración un poco elevada y purificada, no basta cantar muy bien ni celebrar litúrgicamente la santa misa, todo sacerdote, necesita vaciarse de sí mismo para que Dios Trinidad le pueda llenar y desgraciadamente de esto veo muy poco incluso en obispos y cardenales.

Pero repito, esta vivencia es la razón de vuestra vida de religosas contemplativas, de que tenéis que llegar a este grado de oración y amaor a Dios Trinidad desde la oració primero vocal, luego meditativa y finalmente contemplativa por la oración-conversión permanente, por el vacío de si mismos para que Dios nos pueda llenar y vivir por la vida de gracia en plenitud hasta experimentar y sentir a las Tres divinas Personas que nos habitan por la vida de gracia y de amor como ya nos prometió Jesucristo: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él haremos morada en él.”

Hoy es un buen día para revisar si vamor progresando en esta vida de gracia y amor total a Dios por la oración-purificación, vaciándonos de nosotros mismos para que Dios Trinidad nos pueda llenar y habitar y así poder sentirlo. Y este es el sentido principal de vuestra vida de clausura,  alejaros del mundo y vanidades para vivir solo y principalmente para Dios, esta es la razón de la vida contemplativa hoy tan necesaria en la Iglesia, sobre todo en sus ministros sacerdotes y religiosos-as: llegar por la oración-purificación de pecados y defectos veniales hasta esta unión y experiencia de Dios Trinidad.

Porque como no nos vaciémos de nosotros mismos y nos llene Dios, aunque seamos curas y obispos y cardenales y religiosas contemplativas, no podremos llegar a esta alturas y santificarnos y santificar a la Iglesia aunque prediquemos y hagamos apostolados. Y desgraciadamente oración-conversión muy poco pero en la Iglesia actual, en obispos, sacerdotes y cardenales. Porque para esto el único camimo es la oración-conversión diaria y profunda yñ al hacerlo así “ Si alguno me ama, me Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

        Queridas hermanas: Que vivamos la vida de gracia en plenitud, para eso Dios nos ha dado esta vocación tan privilegiada y el único camino en nosotros es por la oración y conversión permanente hasta llegar a sentir a la Santísima Trinidad que nos habita por la gracia desde el santo bautismo, y nada de comuniones o misas aunque sean catadas y celebradas muy liturgicamente, como no te vaciés de ti mismo, auque comulgues y digas misa y seas cura y obispo, Dios no te puede llenar.

Queridas hermanas, que hagamos de nuestra vida una ofrenda pura a la Santísima Trinidad y que un día, en su presencia del cielo, gocemos en plenitud lo que ahora hacemos y poseemos por la fe y la esperanza y la caridad sobrenaturales, sobre todo en ratos de oración un poco purificada de nuestros  defectos e imperfeciones: 

 “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.  Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierto en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

        Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas. (Sor Isabel de la Stsma Trinidad, 21-11- 1904).

 

**********************************

 

 “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.  Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierto en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

        Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como adorador, como reparador y como salvador.

        Oh Verbo Eterno, palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñado para aprenderlo todo de vos; y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh amado astro mío! fascinadme, para que nunca pueda ya salir de vuestro resplandor.

        Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí, para que en mi alma se realice una como Encarnación del Verbo; que sea yo para él una humanidad supletoria, en la que él renueve todo su misterio.

        Y vos, Oh Padre, inclinaos sobre esta vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra; no veáis en ella sino al amado, en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.

        Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas. (Sor Isabel de la Stsma Trinidad, 21-11- 1904).

 

****************************************

 

QUERIDOS HERMANOS, queridos paisanos: Celebramos hoy la fiesta del Bautismo de Cristo, motivo especial para recordar nuestro propio bautismo y las riquezas y obligaciones del mismo, aunque sabemos que el bautismo de Cristo no es igual al nuestro porque Jesús, en cuanto hombre nacido de nuestra madre la Virgen del Salobrar, no tenía pecado original y estaba lleno de gracia y amor a Dios, su Padre, y a todos nosotros, los hombres, y por eso nació y se hizo hombre y murió y resucitó y demostró que era Dios haciendo milagros, calmando tempestades y resucitando a muertos.

        Como he dicho, el bautismo de Cristo nos recuerda nuestro propio bautismo, sacramento que nos marcó con el signo de Cristo, nos llenó de la gracia santificante que nos hizo hijos de Dios y herederos del cielo, como nos dice el Catecismo de la Iglesia.

Por eso me da mucha pena, que hoy muchos padres no bauticen a sus hijos porque somos eternos y un día tenemos que presentarnos ante el Padre y los que no estén bautizados, no pueden entrar en el cielo, porque no se hicieron hijos de Dios por el bautismo y no pueden ser herederos, no pueden entrar en la herencia eterna de Dios nuestro Padre, herencia que ya algunas personas santas, almas de misa o comunión o visita al Santísimo diaria esperimentan ya en esta vida con sumo gozo, santos y santas de todos los tiempos, que incluso gozaban tanto y lo sentian tan fuertemente que deseaban morirse para irse con Él.

Yo conozco a personas de esta altura espiritual y religiosa que con santa Teresa pueden decir: Sácame de aquesta vida… esta vida que yo vivo… y reconozco y algunos de los mayores que están aquí ahora escuchándome  también lo pueden decir, porque antes, hasta hace treinta años, hasta los años 1990 más o menos, en mis 30 primeros años de sacerdocio, había más y mejores cristianos con esta altura de fe y amor cristiano, aquí mismo en Jaraiz, esposos y esposas, madres de familias que no solo bautizaban a todos sus hijos sino que los llevaban a la iglesia y venían a misa todos los domingos, hacían la primera comunión todos los niños y se confirmban…

yo he visto totalmente llenas las dos iglesias de mi querido pueblo de Jaraiz, llenas de feligreses, pero ahora si no vienen los padres… cómo van a venir los hijos…y no solo los domingos y fiestas, sino las dos parroquias, al menos de la san Miguel que yo conocía mejor, permanecían abiertas todo el día y la gente, mayores y pequeños, los novios, al salir de paseo por la tarde, venían a visitar al Señor en el Sagrario, lo he visto yo, que fui monaguillo varios años de san Miguel, y luego durante mis doce años en el seminario, durante las vacacones de verano, cuando yo venía a hacer oración.. y no digamos qué novenas… al Corarzón de Jesús… con exposición del Señor..

Por eso, aunque algunos de vuestros hijos no sean creyentes o practicantes, procurad que todos sus hijos están bautizados, hechos hijos de Dios por la gracia, vida de Dios en nosotros y marcados con el signo de la salvación. Y hoy es un día para que todos nosotros demos gracias a Dios, hagamos una comunión fervorosa y demos gracias al Señor porque por su gracia recibida en el bautismo y que conversamos, estamos salvados y procuremos que todos nuestros hijos y nietos lo estén  y procurad bautizarlos.

Queridos paisanos, por el santo bautismo somos eternos, somos hijos de Dios y herederos del cielo, nuestra vida es más que esta vida, qué gozo ser católico, estar bautizado en Cristo Jesús, nuestra vida no termina con la muerte, los muertos bautizados, nuestros padres y mayores, todos los bautizados en Cristo están vivos con Dios en el cielo… están salvados aunque algunos tengan o hayan tenido que purificarse en el Purgatorio, pero no están en el otro sitio, que no me gusta ni mencionar y donde pueden caer todos los que no fueron bautizados o no vivieron la fe y el amor a Dios y no cumplieron sus mandamientos, como hay tantos hoy desgraciadamente.

Cómo ha cambiado España, la vida, los pueblos, sobre todo inducidos por muchos políticos ateos y vacíos del sentido no digo ya cristiano, sino incluso humano de la vida, abortos, divorcios a montones, esposos que se matan entre sí, hijos que matan a sus padres, y lo que no hacen ni los animales, madres que matan a sus hijos, pero dónde estamos llegando, padres mayores abandonados y todo, porque nos estamos alejando de Dios por estas televisiones y radios y guassads y móviles y medios modernos donde no aparece Dios, ni iglesia, ni Cristo, ni bautizos, ni sacramentos y si ponen bodas, ocultan o silencian la parte de la iglesia y solo ponen las fotos de fuera.

 Termino, queridos paisanos, hoy es día de agradecer a Dios ser católicos, estar bautizados, venir a misa los domintos, día de esperar en Dios nuestro Padre por la virtud de la esperanza cristiana del cielo que practicamos poco. Por vosotros y los vuestros ofrezco esta santa misa que es Cristo dando su vida para que todos la tengamos eterna. Para esto vino en la Navidad que hoy terminamos y para esto murió y resucitó, para que todos tengamos vida eterna y para esto se hace ahora pan de vida eterna que comulgamos y para esto permanece en todos los sagrarios de la tierra para llevarnos a la vida eterna. Visitadle con frecuencia.

Amén. Asi sea.

 

*******************************************************

       

QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy el bautismo del Señor, que cierra el ciclo litúrgico de la Natividad del Señor.

 

        1.- Es ECO DE LA NAVIDAD porque el bautismo marcó el inicio de la actuación pública de Jesús, del niño nacido en Belén y de la misión para la que se había encarnado. Aquí está el eco de la Navidad: Jesús tomó en la Encarnación naturaleza humana, y ahora, en el bautismo, consecuente con esta encarnación, se hace semejante en todo al hombre de su tiempo y se pone en la hilera de los que van a ser bautizados, como signo de la condición asumida y solidaridad con aquellos que tenía que salvar; así cumplía con lo que Dios quería de Él.

        Esto es lo que hoy celebramos y esto es lo que proclama muy claro el prefacio de este día: “En el bautismo del Señor, Dios Padre realizó signos prodigiosos para manifestar el misterio del nuevo bautismo, y, por medio del Espíritu, ungió a su Siervo Jesús para que los hombres reconociesen en Él al Mesías, enviado a anunciar la salvación a los hombres”.

        La liturgia, pues, de este día, fiesta del bautismo del Señor, nos recuerda nuestro propio bautismo y nos invita  a hablar de Él.

        3.- En su bautismo Jesús es investido oficialmente como Mesías y enviado a anunciar la salvación a los hombres. También en la vida del cristiano hay un momento inicial, que es punto de referencia constante en su caminar hacia Dios, de nuestra vida cristiana; es su bautismo. Aquí está el punto de arranque de nuestra misión como hijos de Dios en el mundo.

        Y en nuestro bautismo, a semejanza del bautismo de Cristo, hay una declaración pública de la Santísima Trinidad, que a nosotros nos hace hijos y nos convierte en misioneros de la fe, de la misma forma que a Jesús, en su condición de naturaleza humana, lo manifestó al mundo como Hijo de Dios y oficialmente le autorizó a predicar el mensaje de la Salvación.      

Todos nosotros, bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es decir, de la Santísima Trinidad, comenzamos nuestra vida cristiana, nuestra historia de Salvación, y profesamos públicamente nuestra fe en Dios Trino y Uno, y el bautismo se convierte para todos nosotros en el punto de partida y comienzo de toda nuestra existencia pública de cristianos. En el santo bautismo somos constituidos sacramental y oficialmente hijos de Dios Trino y Uno, y nos consagran misioneros de la fe y de la salvación para el mundo entero.

        Hoy tristemente muchos niños no son bautizados. Pero para nosotros es un buen día para revisar estas exigencias y compromisos en nuestra vida y ver si estamos cumpliendo con lo prometido y profesado: vivir nuestra fe y proclamarla con palabras y obras, ya que todos hemos sido constituidos  apóstoles y misioneros de la fe en Jesucristo, por la unción del Espíritu Santo.       4.- Al recordar lo que somos, agradezcamos a Dios el don de la fe, de la filiación, de la salvación en Cristo. Gratuitamente hemos sido llamados a participar de la misma vida, eternidad, felicidad de Dios, a su herencia eterna, al cielo. Y pidamos fe, aumento de fe para vivir tan grandes y maravillosos misterios. El existir, el vivir es un don, un privilegio. Dios me ha preferido a millones de seres que no existen, que no existirán nunca. Si existo, Dios me ama, y tiene un proyecto de eternidad feliz para conmigo. Mi vida es más que esta vida, que este tiempo, mi vida es una eternidad con Él. Y la puerta para todo esto es el bautismo por la fe.

        Qué pocos saben y celebran el día de su bautismo. Y yo pregunto desde la fe: ¿Para qué toda esta vida presente si no tengo fe? Valoremos la fe, pidamos fe, agradezcamos y cuidemos la fe cristiana.

Bueno sería en este día, renovar y profesar la liturgia del bautismo: ¿Crees en Dios Padre, todopoderoso, creador y dador de vida? También en las renuncias que hicimos: ¿Renuncias al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios, a saber, a la soberbia, a la envidia entre vosotros? Repasad un poco la liturgia de nuestro bautismo.

        5.- Finalmente, pidamos, pidamos la fe para todos y el coraje para confesarla públicamente, sin sentir vergüenza, cobardías… Confesemos de palabra y de obra que creemos en Dios, que creemos en Cristo, que es el dueño de nuestra vida, que somos miembros conscientes y adultos gozosos de la Iglesia católica. Seamos consecuentes con todas las exigencias de nuestro bautismo para que el mundo crea por nuestro testimonio cristiano de buenas obras; para que podamos rezar y cumplir el Padrenuestro, abriéndonos así al amor fraterno y universal. Vivamos nuestro bautismo para vencer el pecado, la muerte, el egoísmo. Que vivamos en la gracia de la filiación recibida en el santo bautismo, que hagamos de nuestra vida una ofrenda a la Santísima Trinidad y que un día, en su presencia, gocemos en plenitud lo que ahora poseemos por la fe y la esperanza

 

**************************************************

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- Celebramos la fiesta del Bautismo de Cristo, que cierra el ciclo litúrgico de la Navidad y es un eco manifiesto y público de la Navidad y de la Epifanía. En primer lugar hay que decir que:

a) El bautismo de Cristo no es igual al nuestro por varias razones: primero, porque Jesús no tiene pecado; es Hijo consubstancial al Padre; Él es la gracia, tiene la plenitud de la gracia, y viene a redimirnos de todo pecado y lejanía del Padre.

b) El bautismo de Cristo, por otra parte, es eco de la Navidad: Porque para recibir el bautismo de Juan, bautismo de penitencia, manifestación de sus deseos de luchar contra el pecado, Cristo se pone solidariamente en la hilera de los que van a ser bautizados, demostrando su condición humana, pero no pecadora, asumida en el seno de María y dada a luz en la Navidad.

        c) El bautismo de Cristo finalmente es eco de la Epifanía: Porque en ese día por medio de la estrella se revela como Salvador de todas las naciones por medio de la adoración de los Magos; igual que hoy en el Jordán, por la voz del Padre y la presencia del Espíritu Santo, es proclamado Mesías, el Ungido, el Hijo de Dios, para el mundo entero.

        Esto es lo que hoy celebramos y que proclamamos muy claro en el prefacio de la misa: «En el bautismo del Señor, Dios Padre realizó signos prodigiosos para manifestar el misterio del nuevo bautismo y por medio del Espíritu ungió a su siervo Jesús para que los hombres reconocieran en Él al Mesías, enviado a anunciar la salvación a los pobres».

                2.- El bautismo de Cristo nos recuerda y hace presente nuestro propio bautismo en la fe y salvación por la gracia de Cristo. Es día de agradecer y tomar conciencia de la riqueza y de la exigencia de conversión permanente a la fe de Cristo y a la vivencia de su evangelio que esto supone.

        Dar gracias primero y revisar nuestros compromisos de seguimiento de Cristo siguiendo sus mismas huellas de amor a Dios y a los hermanos, de no tener rencores y odios, de perdonarnos mutuamente, de ser honrados y castos, de ayudarnos como hijos del mismo Padre, de ser familia, comunidad de fe, amor y vida cristiana, de defender a Cristo, a la Iglesia, a nuestra fe, de defenderla contra la persecución camuflada y otras veces abierta de nuestros gobernantes, contra la religión, contra la moral, contra la enseñanza de la religión católica, porque el Estado somos los ciudadanos que somos mayoría católica.

        Hay que ser más conscientes de nuestros compromisos cristianos recibidos en el santo bautismo, que no fue ceremonia que pasó, sino un sacramento que nos marca para toda la vida con la señal de cristianos, con el carácter y el sello indeleble. Hay muchos cristianos políticos y no políticos, que se han olvidado de estos compromisos, que no aman ni ayudan a la Iglesia, que hablan privada y públicamente mal de ella, que blasfeman públicamente del nombre de Dios, de la Eucaristía, que no los vemos rezar, invocar, honrar a Dios en la misa de los domingos, obligación fundamental de todo católico verdadero, bautizados que se han alejado de la fe católica, porque son cobardes y por intereses de cargos y política y poder no la aman ni defienden ni creen, aunque sigan bautizando a sus hijos o casándose por la Iglesia, que más bien es una mofa que una profesión verdadera de fe, ante la cobardía de tantos y tantos sacerdotes y algún obispo que otro, que se lo tragan todo y permiten esta mofa de lo sagrado con tal de que ellos no sean perseguidos, calumniados o censurados en la prensa o arrinconados. ¡Tantos y tantos matrimonios y bautizos y primeras comuniones civiles dentro de la misma Iglesia, consentidos por nuestra falta de amor y delicadeza con Cristo y de fe verdadera en Él, como Dios y Señor de todo!    

        La Iglesia así no es la Iglesia de Cristo ni puede convencer ni puede avanzar para gloria de Dios y salvación de los hombres. Esta forma de vivir la fe ni alaba y da gloria a Dios ni santifica a los hombres, nuestros hermanos. Es fruto de un profesionalismo sacerdotal, no de un sacerdocio vivido y sentido en unión con Cristo. Y los cristianos que no amen de verdad a Cristo, no se enteran ni comprenden ni defienden lo que  estoy diciendo en estos momentos, porque han perdido la sensibilidad, la vivencia, el amor sentido a Dios y a su Hijo Jesucristo.

        Hay mucho cristiano aburguesado. Sólo tiene sensibilidad para su comodidad e intereses personales por encima de su fe. Hoy necesitamos sacerdotes y cristianos no meramente predicadores de la fe o del evangelio de Cristo, sino testigos y mártires de la fe, viviéndola y defendiéndola y sufriendo por Cristo, por la fe, por la Iglesia Santa de Dios. En esto, sólo en esto, ejemplo nos dan los creyentes musulmanes, los mahometanos.

 

        3.-Y como el bautismo de Jesús fue el punto de arranque de su misión salvadora, también nuestro bautismo es la puerta de entrada en el seno de la Iglesia, de su misión salvadora en el mundo, marcados por el sello de la Santísima Trinidad en nuestra alma, con carácter imborrable. Nosotros somos hechos hijos de Dios en el bautismo por la gracia,  mientras que Jesús, en el suyo, no recibió gracia alguna, porque era Dios.

        4.- Jesús quiso ponerse en la fila de los pecadores, porque quiso ser considerado como hombre, porque había asumido voluntariamente nuestra condición humana, pero sin pecado. Esta condición forma parte de su voluntaria kénosis o humillación, como dice San Pablo: “Siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios…antes al contrario se despojó de su rango y se humilló y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos…”  Por eso, la declaración pública del Padre sobre la filiación divina del hombre Jesús: “Tú eres mi Hijo amado, el predilecto”, es el respaldo de Dios, la investidura por el Espíritu Santo para la misión profética de Jesús. Es la carta credencial que augura su anuncio del reino de Dios.

                5.- También en la vida del cristiano hay un momento inicial que es punto de referencia constante en su caminar hacia Dios, es el bautismo. Aquí está el arranque de nuestra misión como hijos de Dios en el mundo. En el bautismo, realizado también bajo fórmula trinitaria, somos hechos hijos amados y predilectos del Padre, para salvar al mundo. Y para esta ardua tarea Dios nos da, como a Jesús, la fuerza de su Espíritu.

        El santo bautismo es una gracia, un don de predilección de Dios por la Iglesia que nos marca con signo indestructible como hijos suyos, llamados a la herencia eterna del Padre en el cielo.

        Estamos salvados porque Dios nos ha marcado con su mismo Espíritu, que es el sello de la Santísima Trinidad. Y por la potencia de amor del Espíritu Santo somos transformados por el fuego divino trinitario con carácter irrevocable. Esto es un bien, por eso, cuando los padres son verdaderamente cristianos, se recibe por sus hijos, aunque recién nacidos.

        Este sacramento del bautismo, dice el Catecismo de la Iglesia Católica, por el agua y el poder del Espíritu Santo, invocado y actuando por las oraciones y los signos sacramentales del crisma y la unción del santo óleo, hará de vuestro hijo, un hijo de Dios, un hijo de la familia de la Iglesia de Cristo, que es la entrada en la Salvación eterna.

        Pero hoy las circunstancias han cambiado y conviene a veces retrasarlo y hacerlo como en los primeros siglos de la Iglesia, donde primero se predicaba la Palabra: “y los que creían se bautizaban  y entraban a formar parte de la Iglesia”.         Hoy muchos padres no garantizan esta conversión y esta fe en Cristo. Y no bastan dos catequesis bautismales a los padres. En esto la Iglesia debe cambiar, porque los tiempos ya no son ni garantizan la educación cristiana de los niños y deben ser cristianos convencidos los que pidan y se responsabilicen de los niños o retrasar el sacramento del bautismo hasta que se reciba en edad adulta.

        6.- Cuando dos esposos más se quieren, nace lo más hermoso que hay en este mundo, que es la vida humana, el hijo, fruto de vuestro amor y de vuestra vida, que Dios bendice con el hijo nacido de vuestras entrañas.

        Por eso, los padres, en el santo bautismo de sus hijos, vienen a dar gracias a Dios por la vida y por la fe. Nunca ha estado tan cerca el poder de Dios como en la vida de vuestro hijo. Venís para dar gracias y para pedir el santo bautismo que es la puerta de entrada en la historia de la Salvación de vuestro hijo, la puerta de entrada en la Iglesia, comunidad de los redimidos por Cristo.  Para entrar en la Iglesia, la puerta es el bautismo; de hecho, antes, la primera parte del rito del bautismo se celebraba en el exterior del templo, en la puerta, y desde allí, el sacerdote preguntaba a los padres qué pedían a la Iglesia; ellos respondían: la fe, el santo bautismo, la salvación, y luego entraban y se desarrollaba el resto del rito del bautismo dentro de la Iglesia.

        Durante cinco veces, de una forma clara y manifiesta, la Iglesia os va a manifestar a los padres que para pedir este sacramento tenéis que estar dispuestos a educar en la fe a vuestro hijo, debéis de obligaros a cumplir este compromiso con Dios y con vuestro hijo.

        7.- Muchos de vosotros pensaréis que esto se cumple enseñando a vuestros hijos las oraciones. Y yo os digo abiertamente que no. Por lo tanto, ante esta pregunta: ¿Qué es lo primero que unos padres tienen que hacer para educar en la fe cristiana a sus hijos?; yo os respondo en nombre de la Iglesia: lo primero es que os améis como prometisteis en el día de vuestro matrimonio. Desde este amor tienen que nacer vuestros hijos a la vida y a la fe. Lo primero y el fundamento de todo es que los padres se quieran, se valoren, se respeten, se muestren cariñosos de palabra y con gestos de amor para que lo hijos crezcan sabiendo que tienen un fundamento y una razón para creer en Dios que es Amor. Porque si los padres dicen creer en Dios y luego no se aman, no digamos si se han separado, lógicamente este Dios no entusiasmará al hijo. Y si lo ve reñir con su madre… difícilmente podrá rezar el Padre nuestro, porque si el padre del cielo es como el que él ve en la tierra…. Y no perdona las ofensas: “Dios es Amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero…”.

        8.- Bueno, ahora ya nos amamos; ¿podemos ya enseñarle a rezar? Tampoco. Porque los hijos no deben aprender las oraciones, los hijos no aprenden, sino que imitan a sus padres. Antes de enseñar tenéis que rezar vosotros, que vuestros hijos os vean rezar, ir a misa… si un hijo ve a su padre de rodillas, nunca lo olvidará, lo imitará y él lo hará también. Pero como un padre y una madre no recen en casa, Dios no esté en la mesa que se bendice, no esté en la oración en familia por las necesidades, alegrías y problemas de la vida, no aprenderán, mejor, aprenderán, pero al día siguiente se le olvidará. Primera y última comunión, última misa… La misa del domingo es el fundamento sobre el que hay que edificar la vida cristiana. Sin misa de domingo no hay cristianismo.

        ***************************************************

LA SANTA CUARESMA

       

«Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del Bautismo y mediante la Penitencia, dése particular relieve en la liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo» (SC 109).

        La Cuaresma es ante todo un tiempo de preparación para la Pascua del Señor. Nos preparamos por el recuerdo o la preparación del Bautismo y por la Penitencia. Es tiempo de conversión, de renovación cristiana, profundizando en nuestra condición de bautizados, convertidos a Cristo e incorporados a su misterio pascual.

        Además de este enfoque cristocéntrico y pascual, la Iglesia quiere que se viva la dimensión social de esta preparación penitencial. Porque es una renovación anual de toda la Iglesia en el misterio pascual por los sacramentos, «La penitencia del tiempo cuaresmal no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y social». (SC 110). Los tres grandes sacramentos de esta renovación, el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía, son eminentemente pascuales.

        Las lecturas bíblicas cuaresmales contienen una gran riqueza de catequesis bautismal. Se prefieren para los domingos las perícopas tradicionales del Evangelio de San Juan que ordenaban el catecumenado. En los dos primeros domingos de Cuaresma se conservan las narraciones de las tentaciones y de la transfiguración del Señor. En los tres domingos siguientes se restituyen los tres Evangelios clásicos de San Juan que narran el encuentro con la samaritana, la curación del ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro. Estos tres Evangelios pueden mantenerse en cualquiera de los tres ciclos por razón de su importancia.

 

RETIRO DE CUARESMA

(Otras meditaciones de Cuaresma, en mis libros ARDÍA NUESTRO CORAZÓN, ciclo A y B, Edibesa, Madrid)

 

PRIMERA MEDITACIÓN

 

SERMÓN DE LAS SIETE PALABRAS

Aurelio García Macías  (Valladolid 2006)

 

Bendito sea Jesucristo,

Hijo amado de Dios Padre,

Siervo Ungido por el Santo Espíritu,

Señor de todo lo creado,

Señor del tiempo y de la historia,

Alfa y Omega, Principio y fin,

el que es, el que era y el que va a venir,

el que estuvo muerto y vive,

el Crucificado Resucitado;

a Él nuestra alabanza

y nuestra acción de gracias

hoy y siempre.  Amén.

 

PRÓLOGO

 

Era la hora tercia cuando crucificaron a Jesús (Mc 15,25). Culminaba, hacia las nueve de la mañana, una noche de pasión, de acelerados e injustos procesos judiciales, de amarga traición de hermanos, de silencio agónico e impotente frente a los excesos imaginables del corazón humano. La noche huía y el amanecer sorprendió a todos con las manos manchadas.

Tras la condena a muerte dictada por el gobernador Pilato, la triste comitiva de condenados se dirigía extramuros, hacia el lugar siniestro de las ejecuciones, al lugar de la vergüenza, denominado La Calavera. Era acompañada por multitud de judíos y forasteros que estaban allí para celebrar la fiesta de Pascua y no querían perderse el espectáculo. Los condenados a muerte eran expulsados de la ciudad santa, siempre morían fuera de Jerusalén y del templo, lejos de los hombres y de Dios. Nosotros, sin embargo, hemos sido convocados, bien de mañana, por el clamor de la trompeta a venir de todos los barrios y calles al corazón más público de nuestra ciudad, a esta plaza mayor que nos reúne a todos cada Viernes Santo. Hemos acompañado también a la comitiva de condenados tallados hermosamente en estas imágenes multiseculares y no ha faltado tampoco la multitud de cofrades y turistas en el desfile.

Aquellos contemporáneos de Jesús ignoraban la identidad del Nazareno y la repercusión de aquel trágico acontecimiento. Nosotros, conscientes del misterio acontecido, meditamos paso a paso el significado de cada uno de los detalles para comprender mejor el ejemplo de Jesús.

Aquellos no tenían ningún interés de escuchar las últimas voluntades de un ajusticiado entre el polvo de la muerte y el ruido del tumulto; nosotros venimos determinadamente a meditar su mensaje y ejemplo para comprender mejor nuestra vida de fe.

Allí estaban también representadas las autoridades políticas y religiosas, los forasteros y soldados, el pueblo en masa, frente al Crucificado, como lo estamos nosotros esta misma mañana en Valladolid. Pero no presenciamos un acto cruento como el de entonces, no es un espectáculo de entretenimiento ni siquiera cultural, a pesar del valor artístico de las hermosas tallas, no es un acto meramente social de la Semana Santa vallisoletana. Es un acto de fe, hermanos.

        Cada año se nos convoca aquí, en esta plaza de la ciudad, para hacer memorial público de la Pasión del Señor. Para los cristianos no es un viernes cualquiera, es Viernes Santo, porque santo es el misterio que celebramos: la muerte de nuestro Redentor; Viernes de la Cruz, porque la cruz será el instrumento de su tormento y glorificación; Viernes primordial, -como afirma la tradición armena-, porque Jesús es el Primero que al pasar por el sufrimiento de la muerte experimenta la Luz primordial, la vida de la resurrección, que ya no muere más.

        Cada año, hermanos, al recordar los acontecimientos de la Pasión y muerte del Señor reviven en esta plaza los acontecimientos salvadores de aquel Viernes único. Se hacen contemporáneos nuestros aquellos mismos personajes evangélicos que presenciaron el momento extremo de su vida. Y escuchamos también, sus mismas palabras, las de siempre, las que se hacen nuevas y únicas cada año, porque nosotros y el mundo siempre somos diferentes.

        Hoy, Viernes de la Cruz, estamos de nuevo en la Jerusalén de entonces. Queridos cofrades, turistas y autoridades; queridos enfermos y ancianos, aquellos que os hacéis presentes por la radio o la televisión; queridos religiosos y laicos, presbíteros y diáconos; querido Pastor y Obispo de esta Iglesia de Valladolid, os invito a todos a contemplar a Jesús en esta hora crucial de su historia y de la historia, y aprender su ejemplo. Al contemplar al Cristo clavado en la cruz, me he preguntado muchas veces ¿cuál sería la escena ante los ojos del Crucificado? ¿Cuál sería el espectáculo horrible que viera desde la cruz? Contemplemos lo que Él contempló desde lo alto del madero.

Os invito, hermanos, a escuchar a Jesús en su coloquio último con el Padre y los hombres y aprender su testamento.  ¿Cuál fue la respuesta humana en aquellos trágicos momentos?, ¿cuáles fueron las últimas palabras que escuchó de los hombres antes de morir? Escuchemos lo que Él escuchó desde lo alto de la cruz.

Os invito, hermanos, a revivir en nosotros los mismos sentimientos de Cristo en la hora de la verdad, de la máxima verdad de la vida; cuando ya no hay tiempo para las apariencias e hipocresías; cuando ya no importa la gente ni la imagen ni el quedar bien ni el qué dirán; cuando uno se enfrenta al final y a la verdad de sí mismo; y ya no hay más posibilidades de vida. Ésta es la hora última de Cristo, del sufrimiento y del amor extremos, cuando se hizo tiniebla incluso en el corazón mismo del mediodía. Era la hora sexta.

 

 

PRIMERA PALABRA“PADRE PERDÓNALES, PORQUE NO SABEN LOS QUE HACEN”

 (Lc 23, 33-37)

 

"Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen... Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: Ha salvado a otros; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido. También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!"(Lc 23, 33-37).

 

"Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Si es el Rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: Soy Hijo de Dios"(Mt 27,41-43).

“Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos"(Mc 15, 32).

 

El pueblo ya había hablado; ahora observa impasible lo que está ocurriendo y asiste a una diversión acostumbrada. Algunos que pasaban por allí le insultaban y, meneando la cabeza, decían… ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz! (Mt 27, 39-40). Blasfemias, burlas e injurias contra el condenado. Es la influencia de la muchedumbre, que grita instigada por los jefes, bajo el impulso de la emoción. Gritan porque gritan los demás y como gritan los demás. El pueblo, ayer y hoy, puede ser víctima de la mentalidad dominante, de la opinión pública, que a menudo coincide con la opinión publicada. Prefieren el éxito propio a la verdad. De esta forma, el miedo y la cobardía han sofocado la voz de la conciencia; la reputación social pisotea la justicia; y el inocente es maltratado, condenado y asesinado.

Las autoridades judías (sumos sacerdotes, escribas, ancianos) allí presentes también se burlan de Jesús: ¡Si es el Mesías de Dios… que le salve ahora; si a otros salvó… que baje ahora de la cruz y creeremos en él! Es la actitud de los prepotentes frente al humillado; la burla de los arrogantes ante el débil indefenso; la gloria de los vencedores que ansían el poder. Se ríen de Jesús. Se burlan de quien está sufriendo. Su actitud es un insulto no sólo a la justicia, más aún a la dignidad humana. La ironía de sus palabras y gestos son caricatura de una tarea al servicio del bien común. Defendían a Dios de un blasfemo, matando injustamente a un hombre. Se burlan del médico que ayudó a otros y no puede ayudarse a sí mismo (Mt 27,42); del que confió en Dios y ahora no le ayuda.

Los soldados romanos también se burlan, insultan y torturan a Jesús: si tú eres el rey de los judíos... sálvate a ti mismo. Después del ajetreo nocturno, habían considerado una merecida diversión golpear y abofetear a Jesús en el cuartel romano. Se limitan al cumplimiento mecánico de la condena: crucificar a tres malhechores con la cruel rutina de los matarifes. Su ambicioso egoísmo les lleva incluso a rivalizar por las ridículas ropas de los ajusticiados. Refleja la sinrazón errada de los verdugos a sueldo, la crueldad absurda de los criminales, que se divierten con el dolor de los demás.

        Por tanto, el pueblo ríe y calla, con la ignorancia del que ha sido manipulado. Las autoridades judías ríen y desafían a un blasfemo idólatra, con la satisfacción del que ha vencido. Los soldados romanos ríen y ejecutan a un rebelde, con la conciencia del deber cumplido. Todos se ríen. Todos le echan en cara su doctrina, dudan de su mesianidad: Si eres el Hijo de Dios, que te salve ahora (Sal 22,8-9). Todos exigen pruebas evidentes y signos visibles del extraordinario poder que tuvo con otros: Baja de la cruz. En este preciso momento: Ahora. Si eres capaz de hacerlo, creeremos en ti.

¿Cuál fue la actitud de Jesús? Abruma su silencio ante las acusaciones. No entra en la provocación violenta de sus amenazadores, porque sabe que la agresividad aumenta la violencia. Su silencio es la respuesta al odio. Indefenso ante el despiadado sarcasmo humano y humillado por las burlas, no baja de la cruz; está dispuesto a entregar su vida al Padre para la salvación de todos. Es el misterio del Jesús sufriente y mudo ante el misterio del mal y de la muerte.

Él, que desde el inicio de su ministerio público había enseñado a sus discípulos: Sed compasivos con todos y perdonad (Lc 6, 36-37).

Él, que a la pregunta de Pedro: ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? (Mt 18,21-22), le había respondido: ¡siempre!

Él, que nos enseñó a orar: perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

Él, que aconsejaba: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persigan (Mt 5,44).

Él, que salva la vida de la mujer adúltera a punto de ser lapidada y la perdona (Jn 8,11), como a tantos otros pecadores y enfermos… Ahora, perdona, disculpa y ora por sus torturadores. No se deja llevar por la venganza ni grita contra sus adversarios. Simplemente perdona. El perdón es su respuesta al látigo, la mofa y al verdugo. Disculpa, incluso a sus ejecutores: no saben lo que hacen. Y ora e intercede por ellos ante el Padre (Is 53,12): al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con justicia (1 P 2,23).

        Es la actitud de Cristo, y ha de ser la actitud de los cristianos. Bien sabemos todos que no es fácil. Cuando condenamos a quien nos condena; cuando juzgamos a quien nos juzga; cuando perdonamos y no olvidamos… no perdonamos. Seguimos con la antigua ley del talión que equiparaba el castigo al daño producido (Ex 21,25). Cristo perdonó porque tuvo compasión; y el cristiano perdona como Cristo porque "padece con" sus prójimos. Este es el mensaje de la cruz, que no es lugar de amenaza, venganza o condenación, sino de compasión y misericordia siempre y con todos (Mt 18,21; Gn 4,24).

 

ORACIÓN:

 

Señor Jesús,

¿Por qué nos cuesta tanto perdonar?

¿Por qué nos cuesta tanto querer?

Desde la cruz hablas de perdón

a una cultura que busca la prepotencia, la competitividad y el ser los primeros;

desde la cruz das ejemplo de perdón

a familias marcadas por la división, la ruptura y el no hablarse;

desde la cruz perdonas

a quien se burla, desprecia y tortura.

Nuestra sociedad no entiende de perdón;

es signo de debilidad contracultural;

de humillación en la que se pierde la razón.

Y sin embargo, al contemplarte crucificado,

comprendemos que

quien mira a la cruz es libre;

quien mira a la cruz no tiene miedo;

quien mira a la cruz perdona.

 

 

 

SEGUNDA PALABRA

 

“HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO”

(Lc 23, 39-43)

 

                      "Uno de los malhechores colgados le insultaba: ¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros! Pero el otro le increpó: ¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. Jesús le dijo: Te aseguro, hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso".

 

Junto a la cruz de Jesús crucificaron a dos delincuentes, uno a cada lado. Jesús era para ellos un malhechor más. Los tres compartían el mismo suplicio al final de su vida. Sin embargo, el relato evangélico describe una hermosa página de aceptación y rechazo, de libertad humana y misericordia divina.

La tradición popular fijó el nombre de Gestas para el mal ladrón. Aparece como un hombre impetuoso que, influenciado tal vez por los gritos de la gente y la angustia de estar sujeto al tormento de los criminales, insulta a Jesús. Se dirige a Él y le propone su última tentación: ser un Cristo de poder y gloria, de signos milagrosos que liberen del suplicio mortal a la vista de todos. Al mirar a Jesús, no ve más que un rostro maltratado y marcado por el dolor, lleno de sangre y heridas, como el suyo.

El otro bandido, distinguido popularmente con el nombre de Dimas, también mira a Jesús. Después de ver caras de ira y odio hacia él, encuentra la mirada comprensiva y misericordiosa del inocente injustamente condenado. Entonces, con valentía y humildad, reconoce su propia verdad, asume en el trance de muerte su equivocación y fracaso. Es entonces cuando recrimina y corrige la actitud altiva de su compañero: ¿Es que no temes a Dios? Es entonces cuando se dirige a Jesús con el título político de Rey, motivo de su condena señalado en el letrero de la cruz, y suplica su salvación. Paralizado por los clavos de la muerte, el buen ladrón arrepentido conserva su última libertad, la de la fe. Ha presentido que el Reino de Dios ha llegado para él, es Jesús; ha experimentado la presencia del Dios de la Vida en el suplicio mismo de la muerte; ha suplicado perdón y goza ya de la misericordia divina.

        En estos dos personajes advertimos dos reacciones contrarias ante el mismo espectáculo y la misma persona; dos actitudes diversas fruto del misterio de la libertad humana. ¡Este es el hombre! Nuestro destino se compendia en el destino de los dos malhechores: uno blasfema contra Dios y el otro cree; uno se retuerce en su propia rebelión interna, el otro confía. Ellos son nosotros.

        Pero, ¿cuál fue la reacción de Jesús ante ellos? Silencio ante la provocación de uno; aceptación de la súplica del otro; misericordia para ambos. Jesús no responde al desafío airado del mal ladrón que exigía la liberación milagrosa de los condenados. Reta a Jesús como última posibilidad para librarse del suplicio mortal. Pero no funciona. Jesús no responde ni a sus insultos ni a su provocación.

        Sí responde a la súplica sentida del buen ladrón. Y sorprende la contundencia de su respuesta: Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso. Es evidente la inminencia de su muerte. El hoy expresa la inmediatez y la gratuidad de la salvación. Hoy, en tu último instante, hermano ladrón, te llega la salvación. No importa el momento, estarás conmigo. Eso es el paraíso: estar con Dios, estar en Dios. A veces, el término paraíso nos suena a felicidad perdida y añorada, a promesas ofrecidas por ideologías de todo tipo, que siempre fracasaron.             No, hermanos, no hay paraísos políticos, ni económicos, ni turísticos... Todos son paraísos virtuales de plástico y ficción. Jesús promete un paraíso a quien pasa por la cruz, a quien asume con fe y humildad la fragilidad de la vida y la verdad de la propia existencia. Por eso, la cruz, instrumento de tortura y lugar de sufrimiento, es puerta del paraíso y promesa de salvación. La respuesta de Jesús al buen ladrón es aliento de vida en el momento último de la muerte. Es vida prometida al pecador arrepentido.

        Esto es lo que había enseñado a sus discípulos durante su vida pública: no he venido a condenar, sino a salvar lo que estaba perdido; no necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Así lo hizo él, cuando fue a Jericó y encontró a Zaqueo, jefe de publicanos y rico. Como publicano había pactado con el invasor romano, había traicionado a su pueblo judío, y se estaba lucrando con los impuestos que cobraba injustamente. Era odiado por todos. Sin embargo, en medio de aquella curiosa multitud Jesús se dirige precisamente a él y se autoinvita a comer en su casa. Zaqueo lloró de alegría. Alguien le miraba sin resentimiento y le trataba con amor. Los demás murmuraban contra Jesús: Ha ido a hospedarse a casa de un pecador. Sí, hermanos, Jesús se relacionaba con los pecadores, miraba con compasión a los que todos odiaban, transmitió misericordia a quien no la tenía. Por eso, Zaqueo descubre su verdad, reconoce su engaño y reacciona con amor multiplicado: Señor, daré la mitad de mis bienes a los pobres; y si defraudé a alguien, le devolveré cuatro veces más. Y Jesús afirmó entonces  lo mismo que afirma ahora en la cruz:Hoy ha llegado la salvación a esta casa...

Hermanos, la misericordia con los otros hace milagros. El ejemplo de Jesús nos insta en esta mañana santa a practicar la compasión; a buscar el arrepentimiento; a primar la misericordia.

 

ORACIÓN:

 

Señor Jesús,

Rey sin reino,

incluso en el momento último de la cruz

constatas la ambigüedad del corazón humano.

Unos te insultan y desprecian;

otros te encuentran y confiesan.

Unos te ignoran; otros te anuncian.

Unos te siguen; otros te persiguen.

Y a todos diriges tu mirada de compasión,

Tu palabra de misericordia,

Tu promesa de salvación.

Señor Jesús,

acuérdate de mí, cuando me encierre en mi egoísmo;

acuérdate de nosotros, cuando nos cerremos al perdón;

acuérdate de aquellos que cierran los ojos

para ignorarte y borrarte de la historia.

Acuérdate de todos, cuando llegues a tu Reino.

 

 

TERCERA PALABRA

 

“MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO... HIJO AHÍ TIENES A TU MADRE”(Jn 19, 25-27)

 

"Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa".

 

Después de entregarse a sí mismo, Jesús entrega lo más querido, el único amor que le queda, se despoja de lo más íntimo de su corazón: la madre y los amigos, su verdadera familia de sangre y de fe. Junto a la cruz están María, su Madre, y Juan, el Discípulo Amigo. Mira a la Madre para entregar al Discípulo, y mira al Discípulo para entregar a la Madre. Son confiados mutuamente. Y establece entre los tres una íntima comunión que nos hace a todos hermanos en el Hijo e hijos en la Madre.

        En el colmo del sufrimiento, Jesús encuentra la mirada de su madre María. Es una mirada de común e indecible dolor y aliento. Había desaparecido de todo protagonismo durante su misión pública, pero le ha seguido muy de cerca hasta la cruz. Ahora asiste impotente a la tortura del hijo de sus entrañas, ve al pueblo burlarse de él, sus ropas sorteadas para otro, clavado a una cruz cual criminal... desnudo y desangrado. ¡Ahora entiende la hondura de las palabras profetizadas sobre ella! María se siente traspasada por la espada de dolor anunciada en su juventud. ¡Qué bien lo ha captado el pueblo cristiano en su devoción a la Madre dolorosa, Virgen de las angustias, Señora de la piedad!

        Pero María no huye como los demás. No tiene miedo como los demás. Ahora entiende las palabras angélicas de aquel día: No temas, María (Lc 1, 30). Ahora comprende las consecuencias de su fiat, del hágase como has dicho (Lc 1, 38). Pero permanece fiel y dolorida, sin temor y lacrimosa junto a la cruz de su hijo. Permanece junto a la cruz con el valor de la madre, con la fidelidad de la madre, con la fe de la madre. Bendita tú que has creído (Lc 1, 45). Al igual que creyó en el momento increíble de su gozosa maternidad, cree ahora en el momento de la mayor humillación de su hijo. Precisamente por ser Madre fiel y creyente, Jesús le entrega a Juan, y en Juan a todos sus discípulos.

Al escuchar las palabras ahí tienes a tu madre, el corazón de María se inunda de dolor, porque presiente la inminente separación mortal del hijo. Pero al escuchar las palabras ahí tienes a tu hijo, su corazón se inunda de inmensa ternura por el amor que revela una nueva maternidad. La que es llamada mujer ahora es denominada madre. El discípulo del Hijo se convierte en hijo de la misma Madre. Bajo la cruz de Jesús, María se convierte en Madre de la Iglesia. Allí donde muere el Hijo nacen  innumerables hijos, y en el lugar de la muerte, -La Calavera-, brota un manantial de vida, nace la Iglesia.

        María acoge el testamento de su Hijo y espera bajo la cruz hasta ver su muerte y sepultura. María es lo primero que ven los ojos de Jesús al nacer en Belén; y lo último que ve antes de cerrar sus ojos en el Gólgota. Su madre, María, fue la primera y la última...

        Juan es el único discípulo que permanece fiel hasta el final. Comparte el sufrimiento de la madre y obedece el mandato del Maestro. Acoge a María, no sólo en su casa, sino también en su amor; un amor que acompaña y consuela.

        En Juan contemplamos al discípulo de todos los tiempos que acoge siempre. ¿Qué decir, hermanos, de los miles de personas que huyen de su tierra y vagan por el mundo sin dignidad ni identidad? ¿Qué decir, hermanos, de los miles de refugiados recluidos en nuevos y anónimos campos de concentración tratados como no-personas? ¿Qué decir, hermanos, de las personas que mueren solas en los barrios populosos de la gran ciudad occidental? ¿Qué decir, hermanos, de las mujeres obligadas a prostituirse por las mafias reconocidas, o los niños esclavos condenados de por vida a producir? No es demagogia, hermanos. Son personas. Son hermanos. Son hijos. De nada sirve compadecer con palabras y sentimientos los sufrimientos de este mundo, si nuestra vida continúa insensible al dolor de los demás. Juan nos muestra un amor que socorre y consuela.

        En María contemplamos la fidelidad del amor en los momentos duros de dolor y sufrimiento; el consuelo silencioso de la madre cuando ya nadie sabe qué decir; la presencia materna al lado de la cruz de innumerables hijos, que son crucificados de modos diversos en cualquier rincón del mundo. En María contemplamos el dolor de las madres que lloran a un hijo humillado, herido, desaparecido o asesinado. María nos muestra un amor que sabe compartir el sufrimiento.

        Y en ambos, contemplamos el amor y la fidelidad de la débil Iglesia representada en ellos, que escucha la Palabra de su Señor. La Madre y el Discípulo Amigo nos muestran el amor universal que ama a todos, que sufre con todos, que acoge a todos.

 

 

ORACIÓN:

 

Señor Jesús,

cuando viene el dolor y el sufrimiento

que hunde en la amargura y la tristeza,

quisiera estar junto a esa cruz como María,

Madre de los dolores.

Cuando asaltan las dudas y el desánimo,

y la fe oscurecida todo lo derrumba,

quisiera estar en pie como María,

Madre de los creyentes.

Cuando viene la soledad y el desamparo

en los que nadie se siente acompañado,

quisiera esperar junto a la cruz como María,

Madre de la Iglesia.

 

 

CUARTA PALABRA

“DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?”

(Mt 27, 45-46)

 

"Alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: ¡Elí, Elí ¿lemá sabactaní?, es decir, ¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado? Al oírlo algunos de los que estaban allí decían: A Elías llama éste. Y enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber. Pero los otros dijeron: Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarle"(Mt 27, 45-49).

Si en algo se distingue el ministerio público de Jesús es porque revela el amor preferencial de Dios a los más pobres e indefensos, a los enfermos y marginados, a los pecadores y abandonados. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré (Mt 11, 28). Jesús se presenta como el consuelo de Dios para quien no lo encuentra en esta tierra. Él mismo cuida y acompaña a sus discípulos y amigos, incluso en las circunstancias más adversas. Calma su desconcierto en la temible tempestad del lago, acompaña y llora con Marta y María la muerte de Lázaro, se compadece de la muchedumbre desorientada que lo sigue... Y sin embargo, ahora, cuando más lo necesita, cuando se consume  clavado en el madero de la cruz, el que no abandonaba a los suyos se siente abandonado de todos.

        Jesús experimenta el abandono de su pueblo. Antes le había buscado para aclamarlo como Rey, le había recibido exultante y curioso en Jerusalén... Ahora lo expulsa de la ciudad santa al lugar de la vergüenza. Fuera de la viña de Israel, fuera de la sociedad políticamente correcta, fuera de la creación de Dios. Desechado del reino de los poderosos y expulsado al basurero de los criminales. Colgado en una cruz, sujeto por los clavos, desnudo ante la gente, expuesto a la deshonra. Jesús es vulnerado por la tortura física de su cuerpo y ofendido en su dignidad. Ser desnudado en público significaba no ser ya nadie. Ser ajusticiado en cruz suponía maldición de Dios, tal como enseñaba la ley judía: Maldito todo aquel que penda de un madero (Dt 21,23). El pueblo abandona a Jesús. Pueblo mío, ¿por qué me has abandonado?

        Jesús experimenta el abandono de sus discípulos. Se fiaba de ellos porque los amaba. Eran su familia... pero le dejan solo. Le seguirán de lejos, perdidos y asustados; marcados por la infidelidad y la cobardía. La pasión de Jesús es amistad traicionada. Ya en el momento de su agonía en Getsemaní, mientras todos dormían, Judas, el único despierto, ultima la traición. El beso de amor se transforma en signo de odio. Es el auténtico traidor, que inicia la cadena de entregas hasta el nefasto desenlace del discípulo y del Maestro, de Judas y Jesús. La perdición de Judas fue la avaricia, el ansia de poder y la ambición de dinero, la complicidad con los poderosos y la prepotencia reinante en el corazón de todo hombre, que desde el inicio de la historia se llama egoísmo. Judas fue vulnerable al dinero y la traición. Judas, hermano mío, ¿por qué me has abandonado?

Pedro tampoco está. Es víctima de su propia presunción. Se cree fuerte, y es débil; se cree seguro, y va a fallar; se cree único, y es como todos. Jesús presiente la debilidad del más fuerte, pero Pedro está seguro de seguirle hasta el final. Cuando en el camino nocturno de casa en casa y de juicio en juicio, Pedro encuentre la mirada de Jesús y entre en sí mismo descubrirá su negación traidora y llorará amargamente. Lágrimas de humildad para ahogar su orgullo. Lágrimas más por sí mismo que por el Señor. Jesús es víctima del miedo paralizante del que se quiere sólo a sí mismo, de la cobardía de quienes no quieren exponerse al juicio de los demás, del temor de aquellos que viven de la opinión engañosa e hipócrita de la gente. Pedro, ¿tú también? ¿Por qué me has abandonado?

        Jesús experimenta también el abandono de la justicia. Pilato gobierna sin otra verdad que su poder. Sabe que ese condenado es inocente. Su corazón está dividido y sometido a enorme presión política que obliga a pronunciar sentencia. Pero, prefiere su posición social al derecho. Halaga a la muchedumbre para canalizar su ansia de poder y ambición. Sigue la cruel sabiduría de los dominadores que entregan chivos expiatorios a las masas. Pilato, representante del poder, juez injusto, ¿por qué me has abandonado?

        En esta extrema desolación, Jesús se dirige al Padre y grita el dolor de su abandono: Dios mío, ¿por qué? ¿Por qué me has abandonado?  ¿Por qué soy entregado al horror de la muerte? ¿Por qué te siento ausente ahora? ¿Por qué? Es grito de queja y angustia, no desesperación. Jesús experimenta el silencio del Padre. Con esta lamentación del salmo 21, Jesús asume en sí el Israel sufriente, la humanidad que padece el desgarro del sufrimiento y el drama de la oscuridad de Dios. Es un diálogo íntimo entre Dios y Dios, entre Padre eterno e Hijo Encarnado.  No me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación (Sal 26,9). Pero, en la cruz, Jesús manifiesta la fidelidad de un Dios que parece ausente e indiferente; que ama silencioso en el sufrimiento; que no se defiende en su respeto infinito al hombre. 

El pueblo y los soldados presentes en el lugar siniestro de la Calavera no entienden lo que dice. Al utilizar la expresión hebrea Elí para dirigirse a Dios, creen que llama a Elías, por la creencia judía de que este profeta socorría a los justos en necesidad. Pero pronto reaccionan. Le ofrecen la amarga bebida del vinagre para que calle y prosiguen su afrenta irónica.

Jesús experimenta el desprecio de su pueblo, la traición del hermano, el abandono de sus discípulos, la cobardía del gobernador, la crueldad de los soldados y hasta el silencio de Dios. Es la misma experiencia de muchos otros discípulos suyos que continúan gritando: Dios mío, ¿por qué nos has abandonado? Y la respuesta está en Jesucristo. Permaneció en la cruz confiando en Dios. La fe nos salvará.

 

ORACIÓN:

 

Señor Jesús, el abandonado de los abandonados.

¿Por qué, a veces, quien más reivindica palabras de tolerancia

se muestra como el más intolerante con todos?

¿Por qué, a veces, quién más sonríe triunfante en sus negocios

es quien se siente más desdichado?

¿Por qué, a veces, personas sencillas que socialmente no cuentan son las personas más queridas y amadas por los demás? Señor, en cada mirada siento tu presencia y tu dolor.

 

 

QUINTA PALABRA

 

“TENGO SED”

 

"Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: Tengo sed. Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca".(Jn 19,28-29)

 

Las mujeres solían llevar a los condenados vino  mezclado con mirra para aliviar sus sufrimientos. Pero Jesús no bebió el calmante (Mc 15,23). Quiso asumir conscientemente todo el dolor de la crucifixión. Hasta ahora no se había quejado de su tortura física, sólo manifiesta su sed. Es comprensible por la pérdida de sangre. Pero, ¿no es extraño que en medio de tanto dolor y necesidad sólo manifieste su sequedad? En el abandono más absoluto, Jesús experimenta la debilidad de sus fuerzas físicas, el agotamiento de su cuerpo, la radical fragilidad humana. Tengo sed.

Es la misma súplica que expresó al inicio de su misión a la mujer samaritana. Pasaba por la región de Samaría hacia su tierra de Galilea. Estaba fatigado por el camino y el calor del mediodía, se sienta junto al pozo de Jacob y allí encuentra a la samaritana. Sin conocerla, suplica: Dame de beber. Y aquella mujer se extraña y sorprende. ¿Tú, hombre judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana? Pero... si los judíos odian a muerte a los samaritanos; pero... si entre nosotros ningún hombre suplica a una mujer... Y se establece un diálogo insólito entre ambos, al mismo nivel de respeto y verdad. La mujer da a beber a Jesús un agua que calma momentáneamente la sed; y Jesús promete un agua viva que calma la sed para siempre. Hablaba del don del Espíritu, que se convertirá en el cristiano en un manantial interior de gracia y vida. Y la mujer creyó en él; y habló de él a todos sus paisanos; y muchos desde entonces siguieron a Jesús.

        Ahora, al final de su vida, vuelve a manifestar su sed y pide de beber a los allí presentes. Tiene sed porque le falta la vida. Para continuar la burla, un soldado empapó una esponja en la bebida ácida que usaban los romanos y le ofreció de beber. Agua de muerte al que prometió agua viva.

        Es inevitable establecer una comparación entre ambos momentos y personajes. Jesús manifiesta únicamente su sed al inicio de su misión a una mujer samaritana y al final de su vida a un soldado romano. ¡Qué casualidad! Ambos extranjeros e impuros, es decir, odiados por el pueblo judío y considerados malditos de Dios; mujer de cinco maridos y hombre con las manos manchadas de sangre. Precisamente a ellos es a quien manifiesta su sed y pide de beber. Jesús muestra con este signo su deseo de comunión con los considerados malditos y excluidos del pueblo elegido.

        Sed de comunión con los no amados, sean ricos o pobres, hombres o mujeres, jóvenes o ancianos.  Tuve sed y me disteis de beber… ¿Cuándo te vimos sediento y te dimos de beber?.. Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis (Mt 25,35-40). Si algún día cayeras en desgracia y quienes te rodean ahora huyeran de ti y te menospreciaran, ¿te gustaría sentirte acogido y amado? Hermano, busca ser comunión con todos.

Sed de justicia para todo tipo de víctima inocente. El misterio de la cruz de Cristo se prolonga en el dolor de quien es injustamente utilizado o rechazado; sediento de ser tratado como persona humana. La cruz de Cristo pervive en el sufrimiento de pueblos sometidos a la llamada limpieza étnica y comunidades cristianas flageladas por la persecución estatal. ¿Imagináis que un día nosotros, los satisfechos del Norte, pidiéramos agua a los famélicos del Sur y que éstos levantaran muros de insolidaridad ante nosotros y tuviéramos que calmar nuestra sed con las aguas mortales del océano? Hermano, busca ser justo donde estás.

        Sed de vida en una cultura de muerte. Al que tenga sed, yo le daré del manantial del agua de la vida (Ap 21,6). Quien sigue a Cristo, cree en un Dios de vivos, no de muertos. Quien conoce a Cristo respeta la vida, que procede de Dios y es sagrada. Quien cree en Cristo da la vida para dar vida a los demás. Para el cristiano Dios es amor. Y si el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, el hombre es amor. Esa es su esencia. No deja de existir cuando muere, sino cuando deja de amar. Hermano, ama la vida de los demás.

        Sed de fe y amor correspondido en la sociedad del bienestar. Si alguno tiene sed, que venga a mí; el que cree… de su seno correrán ríos de agua viva.  El hombre presuntuoso de occidente, cansado de creer, ya no cree en nada y desconfía de todas las religiones. Puede prescindir de todas ellas. Su autosuficiencia pretende vivir sin Dios y considera la fe expresión de debilidad cultural. Se impone la indiferencia. Pero este nuevo paganismo tiene un peligro: olvidándose definitivamente de Dios se ha desentendido de los hombres. Y hemos sido esclavizados por el poder de las ideologías, entretejidas de mentiras y falsas promesas, en las que el ser humano no es más que un voto o una mercancía que se compra o se vende. Hermano, vuelve a Dios. El Cristo sediento de la cruz manifiesta a la humanidad contemporánea que la única respuesta a su sed se encuentra en el misterio de la Cruz vivificante.

 

ORACIÓN

Señor Jesús,

Tu sed manifiesta la indigente debilidad del ser humano.

Tengo sed de vida.

Tu sed recuerda la necesaria ayuda de los otros.

Tengo sed de comunión.

Tu sed revela que Dios suplica al hombre el sí de su amor.

Tengo sed de fidelidad.

Dichosos los que tengan sed… porque quedarán saciados.

 

SEXTA PALABRA

 

“TODO ESTÁ CUMPLIDO”

(Jn 19,30)

 

"Era ya cerca de la hora sexta cuando se oscureció el sol... (Jn 23,44) "Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: Todo está cumplido"(Jn 19,30).

 

Jesús no es víctima de un acto terrorista, nadie le quita la vida; sino que Él la entrega voluntariamente por amor. Así lo anticipa Él repetidas veces a sus discípulos antes de su pasión: Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida... Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente... esa es la orden que he recibido de mi Padre (Jn 10, 17-18). Su vida se comprende como el cumplimiento obediente de la misión encomendada por Dios Padre. Y, ¿cuál es esa misión? ¡Qué bien lo sintetiza el apóstol San Pablo en el hermoso himno de la Carta a los cristianos de la ciudad griega de Filipos:

Jesús, siendo Dios y gozando del eterno amor del Padre, se despojó de su rango, se rebajó, pasando por un hombre cualquiera como nosotros. Más aún, quiso asumir la condición de siervo, el último lugar, para que nadie pudiera sentirse menospreciado por debajo de Él. Y como hombre experimentó el dolor del sufrimiento y de la muerte. Más aún, experimentó una muerte ignominiosa, la más cruel y despreciable de entonces, la reservada a los criminales, para asumir en sí todo el dolor de los hombres y crucificar en Él nuestras cruces. Precisamente por esta obra y actitud Dios Padre lo levantó, lo resucitó, lo glorificó y lo ha constituido «Kyrios», Señor de todo cuanto existe.

Esto es lo que intentó decirnos a lo largo de su ministerio en sus enseñanzas y signos. Cuando Él se identifica con la imagen del pastor, quiere comunicarnos que da su vida por nosotros (Jn 10,15). No sé si alguna vez habéis vivido cerca de un pastor. Yo, sí. He visto cómo se consumían sus días y sus años pendiente exclusivamente de acompañar y atender al rebaño. No tenía domingos ni descansos, porque el rebaño necesitaba ser atendido; no podía hacer viajes, más que pidiendo ayuda a los demás para que lo sustituyeran; y muchas de sus enfermedades las ha curado en la soledad de nuestros páramos. Una vida sacrificada y ofrecida, -como la de tantos otros trabajos-, para poder vivir él y su familia. Cuando se quiere dar cuenta, se le ha pasado la vida traspasando veredas y alternando estaciones. Cristo quiso identificarse al pastor bueno que da su vida por el rebaño para hablar de su misión entre nosotros. Dar la vida por los demás. ¡Qué mal suena a nuestros oídos postmodernos!, ¿verdad? Y sin embargo, ésta es la clave de la fe cristiana: amar, amar de verdad, incluso estando dispuesto a dar la vida por el otro. No hay amor más grande que dar la vida (Jn 15,13), dice Jesús.

        Esto es lo que intentó enseñarnos durante su última Cena. Al celebrar la normal cena pascual judía, presenta una sustancial novedad a los ojos de sus discípulos. Al repartir el pan y la copa de vino, Jesús lo presenta como su Cuerpo entregado y su Sangre derramada. Los discípulos no entendían nada; pero Jesús ya les advierte que lo entenderán más tarde. ¿Cuándo? En el Calvario. Jesús anticipa en este gesto el sacrificio de su propia entrega culminado en la cruz y constantemente actualizado en la Eucaristía.  Pero hubo un gesto más. Nos lo relata el evangelista Juan y ayer tarde lo renovábamos en nuestras iglesias. Durante la cena, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. ¿Cómo? Se puso a lavar los pies a los discípulos. Y, ¿qué importancia tiene eso? En la época de Jesús este oficio estaba reservado exclusivamente a los esclavos y a los "tontos del pueblo" que no podían trabajar. Jesús se pone, una vez más, en el lugar de los esclavos y últimos. Pedro no lo puede consentir. ¡Cómo el Maestro y el Señor va a hacer este servicio indigno! Pero Jesús lo impone como gesto característico de su discipulado. Sólo entonces y por este motivo acepta Pedro. Después, Jesús vuelve al lugar presidencial de la mesa y como buen maestro les pregunta si han comprendido la lección. Y concluye: os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo. Celebrar la Eucaristía supone estar dispuesto a lavar los pies, como gesto de amor. Ser discípulo de Cristo significa estar dispuesto a entregar la vida, a ser Cuerpo entregado y Sangre derramada para servir con humildad a los otros.

        Ahora, el suplicio de la cruz no es más que la culminación de una vida entregada. Es la consecuencia lógica de una vida que se ha ido entregando, poco a poco y día a día, en sacrificio callado por los demás. Clavado en la cruz, se despoja totalmente de sí mismo. Humillado en su dignidad interior y deformado en su apariencia externa. Ya no volverá a ser el mismo. Su rostro ha sido desfigurado, sin aspecto atrayente ante el que se vuelve la cara para no verlo (Is 53,4-6).

        En este estado, cuando presiente ya la hora fatídica de su muerte, reconoce el final de su misión. Todo está cumplido, Padre, tal como tú me has confiado. Ha llegado el fin. Es el grito del que concluye su vida con la satisfacción del deber cumplido, pese al dolor y sufrimiento inevitables. Es la exclamación del siervo humilde que ha ofrecido su vida para colaborar con Dios en este plan de amor que tiene para el mundo. Sólo quien tiene una razón por la que merece la pena dar la vida, tiene también una razón por la que merece vivir (Enzo Bianchi, Dare senso al tempo, 82).

Precisamente en este momento sólo hay silencio y tiniebla en el lugar de la Calavera. Todos los personajes callan y desaparecen de esta escena evangélica. Ya no se oye el griterío de la gente, que poco a poco se aleja del lugar. Se presiente la ausencia de todos, excepto de los más íntimos. En pleno mediodía Jesús grita: Todo está cumplido, Padre; tal como Tú has deseado. Consumatum est.

 

 

 

ORACIÓN:

 

Señor Jesús,

has elegido el camino de la humildad

frente a la farsa social y la soberbia;

has elegido el camino de la entrega

frente al utilitarismo y la avaricia;

has elegido el camino de la verdad

frente a la mentira y la explotación;

has elegido el camino de la cruz

frente al éxito y la frivolidad.“El que se ama a sí mismo se pierde” (Jn 12,25)

 

 

SÉPTIMA PALABRA

 

“PADRE, EN TUS MANOS PONGO MI ESPÍRITU”

(Lc 23, 44-49)

 

"Y toda la tierra quedó en tinieblas hasta la hora nona. El velo del Santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: Padre, en tus manos pongo mi espíritu. Y dicho esto, expiró"(Lc 23,44-49).

"Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: Verdaderamente este hombre era justo. Y toda la muchedumbre que había acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvió dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos y las mujeres que le habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo estas cosas".

 

"Fueron los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua"(Jn 19,32-34).

 

La última palabra de Jesús Crucificado se dirige al Padre; como la primera. La escuchamos con la veneración y ternura del que escucha por última vez la voz de un ser querido. Es su palabra final. Vuelto al Padre, le confía su vida y su obra, todo. Es el abandono en las manos del Padre que acogen el último aliento del Hijo amado. Del Padre vino y al Padre vuelve. Salió del seno del Padre y ahora sale del seno de la tierra para volver a Él. Su vida es el misterio de un abajamiento y exaltación; el misterio de un abandono en íntima comunión entre el Padre y el Hijo. En la impotencia del Crucificado brilla la omnipotencia de Dios. En el abandono del Hijo se hace presente la fidelidad del Padre. Jesús ora con un versículo del salmo 31: En tus manos abandono mi vida...  yo confío en Dios.

        Hace unos momentos, Jesús había mostrado su dolor interior por sentirse abandonado del Padre en el tormento mortal. Ahora se abandona a Él en actitud de amor infinito y confianza suprema. Precisamente cuando se siente más abandonado del Padre se encomienda a Él, le ofrece todo lo que ha sido y es, todo lo que ha hecho y hace, toda su vida y ministerio mesiánico. Supera el abandono de Dios confiando en Él. ¿Por qué? Porque se siente unido a Él y sabe que no le defraudará. Así lo expresa el salmo  y cantamos en el Te Deum los días solemnes: En ti Señor confié, no me veré defraudado para siempre. Su absoluta confianza en el Padre ahuyenta la desconfianza. Es el momento de la fidelidad y de la fe, como enseña el Apocalipsis: Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida.

Mientras Jesús luchaba entre la vida y la muerte, los personajes de aquella escena evangélica están ajenos a este momento y diálogo trascendental. La mayoría del pueblo curioso se había marchado cansados ya de esperar y urgidos por preparar la solemnidad que se iniciaba esa misma tarde. Nada se dice de los discípulos, a excepción de Juan. Tan sólo se menciona a las mujeres del grupo de Jesús, que observan desde lejos esperando fieles. Estarán presentes en su entierro y serán los primeros testigos de su resurrección. Los soldados aguardan impasibles para certificar el cumplimiento de la condena; y se aseguran de la muerte de Jesús con la lanzada que atravesó su pecho. Sin embargo, sorprende la reacción del centurión romano que ha presenciado toda la escena. Ha escuchado sus palabras y ha observado su actitud; ha oído hablar de perdón y ha presenciado la promesa a uno de los malhechores; le ha visto orar y no ha devuelto las injurias recibidas. Tras su muerte, el centurión atónito exclama: Verdaderamente este hombre era hijo de Dios ¿Qué ha contemplado este hombre para decir esto? ¿Qué ha visto en este Crucificado que no viera en los demás? El testimonio de un hombre justo; el ejemplo supremo del verdadero amor. Este es el hombre. Ecce homo. Este es Dios. Ecce Deus.

        En medio de aquel revuelo, es precisamente un pagano el que confiesa la verdad de Jesucristo; un no creyente, el que invita a creer que el Crucificado es verdaderamente quien había dicho, el Hijo de Dios, el Mesías esperado, el Salvador del mundo. Aquello que no aceptaron los creyentes judíos lo profesa un romano pagano. Hermanos, la meditación de la última palabra es una llamada a la fe y a la fidelidad de todos los creyentes en Jesucristo.

        Una llamada a la fe incluso en los momentos de máximo abandono y sufrimiento de la vida. Así lo vivió Jesús; y ese fue su ejemplo. En la oscuridad de la muerte puso su confianza en Dios y se fió de su promesa. Todo el que cree en Él, aunque haya muerto vivirá. Vivirá, sí; no morirá. Es el misterio que captó el centurión al contemplarle traspasado y que profesó en alta voz ante los presentes. Es la experiencia que tuvo el incrédulo apóstol Tomás que no aceptaba creer sin demostraciones visibles y evidentes. El evangelio de san Juan recoge en sus capítulos finales la última bienaventuranza de Jesús: Dichosos los que crean sin haber visto. Dichosos, hermanos, aquellos que se fíen de la promesa del Señor, que se fíen de Dios... porque verán su salvación.

        Esta última palabra es una llamada a la fidelidad. Cristo confía y permanece fiel a Dios hasta el final. Es el misterio prolongado en tantos mártires de Cristo presentes en todos los momentos de la historia. Mártires que se debaten entre la seducción y la persecución de este mundo. Primeramente la gente te seduce con halagos y alabanzas para ganarte a sus criterios, para usarte a su antojo y manipularte según el propio interés. Pero si te opones con razones propias y contradices lo más mínimo sus planteamientos, pasas inmediatamente a ser perseguido. Desde entonces te conviertes en el enemigo más peligroso y buscarán aniquilarte por todos los medios posibles. Es decir, ha comenzado tu pasión, tu personal abandono y martirio. Mártir es quien nos enseña a decir un sin condiciones al amor por el Señor; y un no a los halagos y componendas injustas con el fin de salvar la vida o gozar de un poco de tranquilidad. No se trata sólo de heroísmo sino de fidelidad. Jesús no se salvó a sí mismo. El creyente que mira al Crucificado vence el miedo y aviva el amor; porque en Cristo encuentra la respuesta a todos sus interrogantes y un ejemplo a seguir en su vida cristiana. Creemos para vivir, no para amargarnos la vida.

        San Juan finaliza su evangelio con estas palabras: Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro. Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre. Para que creáis y tengáis vida. Éste es el objetivo, hermanos, del Evangelio, del trabajo y predicación de la Iglesia, de la entrega y desvelos de todos los cristianos en sus respectivas vocaciones, de misioneros lejanos y comunidades cercanas, del sufrimiento de los mártires actuales: Vivir la fe y creer en la vida.

 

ORACIÓN

Señor Jesús,

al contemplar el instante final de tu vida

y al escuchar tu última palabra

alienta nuestra fe y confianza en Dios,

reaviva nuestro sentimiento de perdón y misericordia,

fortalece nuestra caridad sincera

para seguir anunciando al mundo de todos los tiempos

la admirable confesión del centurión pagano:

Verdaderamente este hombre era hijo de Dios.

 

EPÍLOGO

 

Era la nona cuando murió Jesús; hacia las tres de la tarde, después de seis horas expuesto al cruel dolor de la cruz. Fue depuesto en un sepulcro cercano con el llanto de todos, los presentes y los ausentes. Nadie sospechaba el milagro de su resurrección. Igual que el grano de trigo es depositado en tierra durante la sementera y tras la espera silenciosa del invierno aparece vivo y trasformado en el primer brote de primavera, así resucitó Cristo de la oscuridad de la muerte. Éste es el milagro que admira cada año el labrador. Este es el misterio que celebra cada año el cristiano. Jesús ha vivido su pasión y muerte como paso a la resurrección. En el lugar de la muerte ha resucitado la vida. La cruz y la resurrección son inseparables, ambas acontecen en el Calvario. Son dos caras de una misma moneda. Su pasión y muerte son el precio de la pascua, de la victoria de Cristo sobre todo mal que oprime al hombre. La cruz levantada el Viernes Santo contrasta con el Cirio levantado en la Vigilia Pascual. La cruz, hermanos, se ha convertido en luz. Y este es el misterio que actualizamos cada año y cada día. Toda la vida es gloria y cruz; todos los días vivimos muerte y resurrección; siempre hay luces y sombras en nosotros y junto a nosotros. Pero sabemos que la última palabra no la tiene el mal, el pecado o la muerte, sino el bien y la vida. La última palabra es de Dios.

Queridos jóvenes, al contemplar en esta mañana la valentía de Jesús Crucificado, seguid a Cristo. No tengáis miedo ni complejo a nada y a nadie que pueda impedir expresarnos y creer libremente en Él. Recordad una de las últimas palabras que os legó Juan Pablo II en su último viaje a España: Podemos ser cristianos y modernos. El mundo necesita de vuestra fe para poder prolongar el amor verdadero.

        A vosotros, cofrades, que con vuestro esfuerzo hacéis posible la belleza de la Semana Santa hasta en los mínimos detalles; sois co-fratres, es decir, hermanos en común, que continúan el camino procesional de estos días a lo largo de todo el año sabiendo perdonar y amar con la misma penitencia y humildad.

A todas las familias que peregrináis entre las dificultades y alientos de cada día, os invito a mirar al que traspasaron para vivir la comunión entre todos; para creer en el perdón siempre; para respetar la vida sagrada que Dios hace surgir como fruto de vuestro amor.

        A vosotros, queridos enfermos, ancianos y cuantos os sentís más abandonados, clavados en la cruz de una cama o de una silla de ruedas, en una enfermedad pasajera o mortal; Mirad a Cristo Crucificado con esperanza y confiad en su promesa. Dios no te abandona. Te da ejemplo para confiar en Él y amar a los demás, incluso en tu desgracia.

Quienes representáis los poderes públicos no convirtáis el sublime servicio al bien común en el arte del engaño, no os encerréis en ideologías inhumanas ni en provincialismos trasnochados que destruyen y dividen al hombre; respetad la absoluta dignidad de todo ser humano en cualquiera de las fases de su vida, especialmente cuando es más indefenso.

A quienes formamos la Iglesia, especialmente a los que somos pastores, una llamada a buscar la fidelidad al Evangelio más que nuestra seguridad y autosuficiencia. Prolongar la misión de Jesucristo requiere en estos tiempos el servicio de una humilde caridad y el testimonio creíble de una fe auténtica. La gente está harta de palabras y de teorías sin fe. Hoy sólo convence el ejemplo.

        A todos los presentes y oyentes, ¡quien mira a Cristo no se siente abandonado! ¡Quien escucha a Cristo se siente esperanzado! ¡Quien cree en Cristo ama y se siente amado! Hermanos todos, adentrémonos hoy en la espesura de la cruz para resucitar gozosos en la "noche-día" de Pascua.

 

REFLEXIÓN:

 

“No hay amor más grande que dar la vida”(Jn 15,13)

 

- «Dios desciende voluntariamente al mal, a la muerte...para hacernos vivir que en los profundo de todas las cosas no existe la nada, sino el amor... El sufrimiento del cuerpo, el escarnio social, la desesperación del alma abandonada, todo se concentra con el fin de que Dios se revele aquí, no como plenitud que aplasta, juzga y condena, sino como  apertura sin límites de amor en el respeto ilimitado a nuestra libertad» (O. Clement).

- Lo que ha vivido la Cabeza vivirá también el Cuerpo. «En su Cabeza tienen los miembros la esperanza de seguirle en el tránsito» (S. Agustín, In Jn) Todo hombre de oración y compasión es un portador de la cruz. Sólo la cruz es portadora de resurrección. Es el mismo Dios quien sufre humanamente en el Gólgota para abrirnos caminos de resurrección. La respuesta al indisoluble problema del mal es precisamente el Calvario.  El árbol de la vergüenza se convierte en el árbol de la vida. Las espadas que traspasan y los garrotes que quebrantan pueden dar la muerte, pero no la vencen. Esperanza: "He enjugado las lágrimas de vuestros ojos, ya no hay muerte, ni llanto ni dolor, pues lo de antes ha pasado" (Ap 21,4). Estoy clavado en la muerte y quiero resucitar. Dios Padre continúa su obra de compasión. La Vida desciende a las profundidades de la muerte, iluminando los lugares más tenebrosos del infierno.  Amor, fuerte como la muerte (Ct 8,6).  Jn 1,5: la luz brilla en las tinieblas. Jesús hace de la cruz un testimonio vivo y vivificante por la que nos ofrece la salvación, la vida. El instrumento y momento de muerte asumido y aceptado es paso a la vida.

- Visión del Apocalipsis, es la visión de la historia: "Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero... el Cordero los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos"

- Misterio de muerte. "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto” (Jn 12, 24). Interpreta todo su itinerario terrenal como el proceso del grano de trigo, que solo mediante la muerte llega a producir fruto. Muerte como ofrecimiento de sí, acto de amor. Cae en tierra y muere para dar mucho fruto. Nos aferramos a nuestra vida. No queremos abandonarla, sino guardarla para nosotros mismos. Queremos poseerla, no ofrecerla. Sólo entregándola salvamos nuestra vida.

La cruz es la entrega de nosostros mismos. Líbranos del temor de la cruz, del miedo a las burlas de los demás, del miedo a que se nos pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con afán todo lo que se nos ofrece. Ayúdanos a desenmascarar las tentaciones que prometen vida, pero cuyos resultados al final sólo nos dejan vacíos y frustados. Ayúdanos a no apoderarnos de la vida, sino a darla. Perder la vida, camino del amor, camino que verdaderamente nos da la vida en abundancia.

- Es la hora de la verdad, el tiempo del cumplimiento, cuando ya no hay ocasión de farsas y frivolidades, cuando uno repasa la verdad de su propia historia.

- Es el culmen de la misión confiada y asumida libremente (Jn 4,34; 17,4). Es la meta de la actitud disponible a la voluntad del Padre: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

- Te adoramos, Cristo, y te bendecimos,que por tu santa cruz has redimido al mundo.

-- “Consumatum est”.Todo está cumplido, tal como tú, Padre, has deseado. Tras la lanzada todo calla. Es un Silencio misterioso. Ha llegado la hora del paso definitivo. Ha llegado la pascua. Jesús, inclinando la cabeza, entregó su espíritu. Era la hora nona.

-- Hay que pasar muchos padecimientos para entrar en el reino de los cielos. - Act 7,59: mientras le apedreaban Esteban hacia esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». “Mirarán al que traspasaron”.

 

Mirad a Cristo.

Mirad el árbol de la Cruz, el madero maldito que portó al Dios bendito.

Tú vences la muerte con la muerte.

Ayúdanos a comprender que nuestras cruces son tu cruz inseparable de tu resurrección.

Arrodillados ante tu cruz repetimos:

Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios.

 

 

*******************************************

 

SEGUNDA MEDITACIÓN DE CUARESMA

 

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna” (Jn 3, 16).

“Dios es Amor…en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó y nos envió a su hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4, 7-10”).

 

        En la meditación de la pasión y muerte de Cristo, que vamos a  contemplar, entrarían muy directamente tanto San Juan como San Pablo, para quien el misterio de Cristo, enviado por el Padre como redención de nuestros pecados,  es un misterio que le habla muy claramente de esta predilección de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en corazón de Dios y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne, especialmente por la pasión, muerte y resurrección del Señor: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mÍ; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2,19-20). 

        San Juan, que estuvo junto a Cristo en la cruz, resumió  todo este misterio de dolor y de entrega en estas palabras: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los creen en el” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta este extremo, porque para el discípulo amado la palabra “entregó” parece tener aquÍ sabor de «traicionó».

Y realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, que es  su pasión y muerte, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por San Pablo como plenitud de amor y totalidad de entrega dolorosa y extrema. Al contemplar a Cristo doliente y torturado,  no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”. Por eso, San Pablo, que lo considera “todo basura y estiércol, comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo,” llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...”.

        Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea...qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora. Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros.  “Tanto amó Dios al hombre que entregó (traicionó) a su propio Hijo”. Porque  no hay justicia. No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios ha hecho por levantarlos. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo redentor, su propio Hijo, para el ángel no hubo redentor. Por qué para nosotros sí y para ellos no. Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí... es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al hombre, que entregó...”  Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del amor del Padre y del Hijo: “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” y  Cristo la dio por todos nosotros.

        Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre, viéndole caído y alejado para siempre de su proyecto de felicidad,  entra dentro de sí mismo, y mirando todo su ser, que es amor también misericordioso, y toda su sabiduría y todo su poder, descubre un nuevo proyecto de salvación, que a nosotros nos escandaliza, porque en él abandona a su propio Hijo, prefirió en ese momento el amor a los hombres al de su Hijo. No tiene nada de particular que la Iglesia, al celebrar este misterio en su liturgia, lo exprese admirativamente casi con una blasfemia:“Oh felix culpa...” oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal Salvador. Esto es blasfemo, la liturgia ha perdido la cabeza,  oh feliz pecado, pero cómo puede decir esto, dónde está la prudencia y la moderación de las palabras sagradas, llamar cosa buena al pecado, oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal salvador, un proyecto de amor todavía más lleno de amor y condescendencia divina y plenitud que el primero.

        Cuando San Pablo lo describe, parece que estuviera en esos momentos dentro del Consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice Sab Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y nos lo revela a nosotros. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y Revelación llena de Amor de su mismo Espíritu, es Palabra ungida de Espíritu Santo, es Jesucristo, la explosión del amor de Dios a los hombres. En Él nos dice: os amo, os amo hasta la locura, hasta el extremo, hasta perder la cabeza. Y esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al  llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley” ( Gal 4, 4).“Y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención  por su sangre...” (Ef 1, 3-7).

        Para San Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz: «Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado».

        Cuando en los días de la Semana Santa, leo la Pasión o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver pasar a Cristo junto a mí, escupido, abofeteado, triturado... Y siempre me pregunto lo mismo: por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto escarnio... Fue necesario para que el hombre nunca pueda dudar de la verdad del amor de Dios. Nos lo ha dicho antes San Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

        Por todo esto, cuando miro al Sagrario y el Señor me explica todo lo que sufrió por mí y por todos, desde la Encarnación hasta su Resurrección, yo sólo veo una cosa: amor, amor loco de Dios al hombre.  Jesucristo, la Eucaristía, Jesucristo Eucaristía es Dios personalmente amando locamente a los hombres. Este es el único sentido de su vida, desde la Encarnación hasta la muerte y la resurrección. Y en su nacimiento y en su cuna no veo ni mula ni buey ni pastores... solo amor, infinito amor que se hace tiempo y espacio y criatura por nosotros...“Siendo Dios… se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado...”; en el Cristo polvoriento y jadeante de los caminos de Palestina, que no tiene tiempo a veces ni para comer ni descansar, en el Cristo de la Samaritana, a la que va  a buscar y se sienta agotado junto al pozo porque tiene sed de su alma, en el Cristo de la adúltera, de Zaqueo... solo veo amor; y como aquel es el mismo Cristo del sagrario, en el sagrario sólo veo amor, amor extremo, apasionado, ofreciéndose sin imponerse, hasta dar la vida en silencio y olvidos,  solo amor...

        Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos y otras personas, tan sentido en las penas  propias y ajenas, no  se va a conmover ante el amor tan «lastimado» de Dios, de mi Cristo... tan duro va a ser para su Dios  Señor y tan sensible para los amores humanos. Dios mío, pero quién y qué soy yo, qué es el hombre, para que le busques de esta manera; qué puede darte el hombre que Tú  no tengas, qué buscas en mí, qué ves en nosotros para buscarnos así...no lo comprendo, no me entra en la cabeza. Cristo, quiero amarte, amarte de verdad, ser todo y sólo tuyo, porque nadie me ha amado como Tú. Ayúdame. Aumenta mi fe, mi amor, mi deseo de Ti.  Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.

        Hay un momento de la pasión de Cristo, que me impresiona fuertemente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre por el hombre y que San Juan expresa maravillosamente en las palabras antes citadas: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”. Es en Getsemaní. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado,  siente solo su humanidad en “la hora” elegida por el proyecto del Padre según San Juan, no  siente ni barrunta su ser divino ... es un misterio. Y en aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mi este cáliz...” Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta, no hay ni una palabra de ayuda, de consuelo,  una explicación para Él...  Cristo, qué pasa aquí. Cristo, dónde está tu Padre, no era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos, no decías Tú que te quería, no dijo Él que Tú eras su Hijo amado... dónde está su amor al Hijo… No te fiabas totalmente de Él... qué ha ocurrido.. Es que ya no eres su Hijo, es que se avergüenza de Ti... Padre Dios, eres injusto con tu Hijo,  es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu hijo amado en el que tenías todas tus complacencias.

        Qué pasa, hermanos, cómo explicar este misterio... El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos, que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos  por el Hijo y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.  Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el sagrario, quiero decir con San Pablo desde   lo más profundo de mi corazón: "Me amó y se entregó por mí"; " No quiero saber más que de mi Cristo, y éste, crucificado".

        Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: pero qué es el hombre, qué será el hombre para Dios, qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre; qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor... Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre. Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta este extremo para buscar el amor del hombre.

         Dios mío, no te comprendo, no te abarco y sólo me queda una respuesta, es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje. Te pregunto, Señor, ¿es que me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que sin él no serías infinitamente feliz? ¿Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito? ¿Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz? Padre bueno,  que Tú hayas decidido en consejo con los Tres no querer ser feliz sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Tí; comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, lo veo pero bueno... no me entra en la cabeza, pero es que viendo lo que has hecho por el hombre es como decirnos que mis Tres, el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre, es como cambiar toda la teología donde Dios no necesita del hombre para nada, al menos así me lo enseñaron a mi, pero ahora veo por amor, que Dios también necesita del hombre, al menos lo parece por su forma de amar y buscarlo... y esto es herejía teológica, aunque no mística, tal y como yo la siento y la gozo y me extasía. Bueno, debe ser que me pasa como a San Pablo, cuando se metió en la profundidad de Dios que le subió a los cielos de su gloria y empezó a “desvariar”.

        Señor, dime qué soy yo para Tí, qué es el hombre para tu Padre, para Dios Trino y Uno, que os llevó hasta esos extremos: “Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios... se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres;  y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” ( Fil 2,5-11).

        Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el sagrario, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido, Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan, Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a Él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.                                    Señor, si Tú me predicas y me pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso y si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mis cargos y honores... solo quiero ser de un Dios que ama así. Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado... pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas... ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde, no me hagas caso... hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo amar. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.

        Hermano, cuánto vale un hombre, cuanto vales tú. Qué tremenda y casi infinita se ve desde aquí la responsabilidad de los sacerdotes, cultivadores de eternidades, qué terror cuando uno ve a Cristo cumplir tan dolorosamente la voluntad cruel y tremenda del Padre, que le hace pasar por la muerte, por tanto sufrimiento para llevar por gracia la misma vida divina y trinitaria a los nuevos hijos, y si hijos, también herederos. Podemos decir y exigir: Dios me pertenece, porque Él lo ha querido así. Bendito y Alabado y Adorado sea por los siglos infinitos. Amén.

        Qué ignorancia sobrenatural y falta de ardor apostólico a veces en nosotros,  sacerdotes,  que no sabemos de qué va este negocio, porque no sabemos lo que vale un alma, que no trabajamos hasta la extenuación como Cristo hizo y nos dio ejemplo, no sudamos ni nos esforzamos  todo lo que debiéramos  o nos dedicamos al apostolado, pero olvidando  lo fundamental y  primero del envío divino, que son las eternidades de los hombres, el sentido y orientación trascendente de toda acción apostólica, quedándonos a veces en ritos y ceremonias pasajeras que no llevan a lo esencial: Dios y la salvación eterna, no meramente terrena y humana. Un sacerdote no puede perder jamás el sentido de eternidad y debe dirigirse siempre hacia los bienes últimos y escatológicos, mediante la virtud de la esperanza, que es el cénit y la meta de la fe y el amor, porque la esperanza nos dice si son verdaderas y sinceras la fe y el amor que decimos tener a Dios, ya que una fe y un amor que no desean y buscan el encuentro con Dios, aunque sea pasando por la misma muerte, poca fe y poco amor y deseo de Dios son, si me da miedo o no quiero encontrarme con el Dios creído por la fe y  amado por la virtud de la caridad. La virtud de la esperanza sobrenatural criba y me dice la verdad de la fe y del amor.

        Para esto, esencialmente para esto, vino Cristo, y si multiplicó panes y solucionó problemas humanos, lo hizo, pero no fue esto para lo que vino y se encarnó ni es lo primero de su misión por parte del Padre. A los sacerdotes nos tienen que doler más las eternidades de los hombres, creados por Dios para Dios, y vivimos más ocupados y preocupados por otros asuntos pastorales que son transitorios; qué pena que duela tan poco y apenas salga en nuestras conversaciones la salvación última,  la eternidad de nuestros  hermanos, porque precisamente olvidamos su precio, que es toda la sangre de Cristo, por no vivirlo, como Él, en nuestra propia carne: un alma vale infinito, vale toda la sangre de Cristo, vale tanto como Dios, porque tuvo que venir a buscarte Dios a la tierra y se hizo pequeño y niño y hasta un trozo de pan para encontrarnos y salvarnos:  “¿De qué le sirve a un hombre ganar  el mundo entero, si pierde su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta”. (Mt 16 26-7).

        Cuando un sacerdote sabe lo que vale un alma para Dios, siente pavor y sudor de sangre, no se despista jamás de lo esencial, del verdadero apostolado, son profetas dispuestos a hablar claro a los poderes políticos y religiosos y están dispuestos a ser corredentores con Cristo, jugándose la vida a esta baza de Dios, aunque sin nimbos de gloria ni de cargos ni poder, ni reflejos de perfección ni santidad,  muriendo como Cristo, a veces incomprendido por los suyos.

        Pero a estos sacerdotes, como a Cristo, como al Padre, le duelen las almas de los hombres, es lo único que les duele y que buscan y que cultivan, sin perderse en  otras cosas, las añadiduras del mundo y de sus complacencias puramente humanas, porque las sienten en sus entrañas, sobre todo, cuando comprenden que han de pasar por incomprensiones de los mismos hermanos, para llevarlas hasta lo único que importa y por lo cual vino Cristo y para lo cual nos ordenó ir por el mundo y ser su prolongación sacramental: la salvación eterna, sin quedarnos en los medios y en otros pasos, que ciertamente hay que dar, como apoyos humanos, como ley de encarnación, pero que no son la finalidad última y permanente del envío y de la misión del verdadero apostolado de Cristo. “Vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna” (Jn 6,26). Todo hay que orientarlo hacia Dios, hacia la vida eterna con Dios, para la cual hemos sido creados.

        Y esto no son invenciones nuestras. Ha sido Dios Trino y Uno, quien lo ha pensado; ha sido el Hijo, quien lo ha  ejecutado; ha sido el Espíritu Santo, quien lo ha movido todo por amor, así consta en la Sagrada Escritura, que es Historia de Salvación: ha sido Dios quien ha puesto el precio del hombre y quien lo ha pagado. Y todo por ti y por mí y por todos los hombres. Y ésta es la tarea esencial de la Iglesia, de la evangelización, la esencia irrenunciable del mensaje cristiano, lo que hay que predicar siempre y en toda ocasión, frente al materialismo reinante, que destruye la identidad cristiana, para que no se olvide, para que no perdamos el sentido y la razón esencial de la Iglesia, del evangelio, de los sacramentos, que  son principalmente  para conservar y alimentar ya desde ahora la vida nueva,  para ser eternidades de Dios, encarnadas en el mundo, que esperan su manifestación gloriosa.“Oh Dios misericordioso y eterno... concédenos pasar a través de los bienes pasajeros de este mundo sin perder los eternos y definitivos del cielo,” rezamos en la liturgia.

        Por eso, hay que estar muy atentos y en continua revisión del fín último de todo: llevar las almas a Dios, como decían los antiguos, para no quedarse o pararse en otras tareas intermedias, que si hay que hacerlas, porque otros no las hagan, las haremos, pero no constituyen la razón de nuestra misión sacerdotal, como prolongación sacramental de Cristo y su apostolado.

        La Iglesia tiene también  dimensión caritativa, enseñar al que no sabe, dar de comer a los hambrientos, desde el amor del Padre que nos ama como hijos y quiere que nos ocupemos de todo y de todos, pero con cierto orden y preferencias en cuanto a la intención, causa final, aunque lo inmediato tengan que ser otros servicios... como Cristo, que curó y dio de comer, pero fue enviado por el Padre para predicar la buena noticia, esta fue la razón de su envío y misión. Y así el sacerdote, si tiene que curar y dar de comer, debe hacerlo todo orientándolo todo a la predicación y vivencia del evangelio, por lo tanto no es su misión primera y menos exclusiva:“Id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado... les acompañarán estos signos... impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos. Ellos se fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban” (Mc16, 15-20).

        Los sacerdotes tenemos que atender a las necesidades inmediatas materiales de los hermanos, pero no es nuestra misión primera y menos exclusiva,  ni lo son los derechos humanos ni la reforma de las estructuras... sino predicar el evangelio, el mandato nuevo y la salvación a todos los hombres, santificarlos y desde aquí, cambiar las estructuras y defender los derechos humanos, y hacer hospitales y dar de comer a los hambrientos, si es necesario y  otros no lo hacen. Nosotros debiéramos formar a nuestros cristianos seglares para que lo hagan. Pero insisto que lo fundamental es «La gloria de Dios es que el hombre viva. Y la vida del hombre es ver a Dios» (San Ireneo).  Gloria sean dadas por  ello a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu  Santo,  que nos han llamado a esta intimidad con ellos y a vivir su misma vida.

        Dios me ama... me ama... me ama...  y qué me importan  entonces todos los demás amores, riquezas, tesoros... qué importa incluso que yo no sea importante para nadie, si lo soy para Dios; qué importa la misma muerte, si no existe. Voy por todo esto a amarle y a dedicarme más a Él, a entregarme totalmente a Él, máxime cuando quedándome en nada de nada, me encuentro con el TODO de TODO, que es Él.

        Me gustaría terminar con unas palabras de San Juan de la Cruz, extasiado ante el misterio del amor divino: «Y cómo esto sea no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice San Juan: Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste, es a saber que tengan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: no ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en Mí. Que todos ellos sean una misma cosa de la manera que Tú, Padre, estás en Mí, y yo en  ti; así ellos en nosotros sean una misma cosa. Y yo la claridad que me has dado he dado a ellos, para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y Tu en mí  porque sean perfectos en uno; porque conozca el mundo que Tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo...» (Can B 39,5).

        «¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿Qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables, y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (Can B, 39.7).

        Concluyo con San Juan: “Dios es amor”. Todavía más simple, con palabras de Jesús:“el Padre os ama… me voy a mi Dios y a vuestro Dios; a mi Padre y a vuestro Padre”. Repetidlas muchas veces. Creed y confiad plenamente en ellas. El Padre me ama. Dios  me ama y nadie podrá quitarme esta verdad de mi vida: «Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio: ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio» (Can B 28). Y comenta así esta canción S. Juan de la Cruz: «Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que  de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de este tiempo en estarse con Dios en oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ellas; porque de otra manera todo es martillar y hace poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño. Porque Dios os libre que se comience a perder la sal (Mt 5,13), que, aunque más parezca hace algo por fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios» (Can 28, 3).

        Perdámonos ahora unos momentos en el amor de Dios. Aquí, en ese trozo de pan, por fuera pan, por dentro Cristo,  Verbo hecho carne de pan, está encerrado todo este misterio del amor de Dios Uno y Trino. Que Él nos lo explique. El sagrario es Jesucristo vivo y resucitado, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a los hombres. Está aquí la Revelación del Amor del Padre, el Enviado, vivo y resucitado, confidente y amigo. Para Ti, Señor, mi abrazo y mi beso más fuerte; y desde aquí, a todos los hombres, mis hermanos, sobre todo a los más necesitados de tu salvación.

 

 

*************************************

 

 

TERCERA MEDITACIÓN

 

LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

        1.- La Pasión del Señor supone un apasionamiento, la pasión propia de una persona enamorada que se entrega totalmente por el amado y que suscita el apasionamiento del que la contempla en oración para salir de sí y adentrarse en el Amado; la Pasión de Cristo provoca y provocó siempre el éxtasis, la salida de sí y de amor ordinario para adentrarse en el amor apasionado de Cristo. La Pasión de Cristo provoca la pasividad, la contemplación infusa, patógena, recogimiento y oración de quietud frente a tanta actividad frenética y quizás prometéica, porque nos hace sentirnos amados y ese amor pasivo y aceptado en el alma enciende todas nuestra potencias en fuego de amor y correspondencia.

        Dice San Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”; “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo, por el cual yo estoy crucificado para el mundo y el mundo para mí”;“No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”; “Me amó y se entregó por mí”.

        Es en el mismo San Pablo donde encontramos una de esas formulaciones más clásicas del Kerigma que podemos encontrar en otras partes del Nuevo Testamento: “Fue entregado a la muerte por nuestros delitos y resucitado para nuestra rehabilitación” (Rom 4, 25). Y Pablo encontraba en esta manifestación de la debilidad y de la muerte de Cristo toda la fuerza de su Evangelio, de la Buena Noticia de su predicación: “Porque yo no me acobardo de anunciar la buena noticia, fuerza de Dios para salvar a todo el que cree (Rom 1, 16).

        Por eso, si en este retiro de Cuaresma queremos evangelizarnos, acojamos nosotros en toda su fuerza y eterna novedad, el núcleo central del evangelio, que es la muerte y resurrección de Cristo. Ellas son una síntesis de donde brota todo el mensaje de la Salvación, cuando el Evangelio no estaba escrito. La pasión de Cristo es el secreto más profundo del amor de Dios a los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo, para que no perezca ninguno de los que creen en Él”.

        En primer lugar debemos adentrarnos en la pasión interior más que en los sufrimientos exteriores, en la pasión de su alma que es el alma de todos sus sufrimientos: “Estoy triste hasta la muerte”, cuando aún no había sido aprehendido. Era el sufrimiento de un hombre-Dios, que nosotros no podemos ni sospechar, de su humanidad que se sentía abandonada de la Divinidad. Este dolor sólo podemos sentirlo si por la oración unimos herida con herida en el alma, como intentaremos hacerlo en dos momentos de su Pasión: en Getsemaní y en el Calvario.

 

 

2.- EL ROSTRO DOLIENTE DE CRISTO

 

Quiero hablaros ahora en esta segunda parte de la meditación del rostro doliente de Cristo, que estos días de Semana Santa contemplaremos en lecturas sacras y en procesiones. Se trata de una sencilla reflexión sobre este tema, que, al ser tan profundo y difícil, -cómo pudo sufrir Jesucristo siendo Dios,- me impresiona fuertemente y me impacta.

Antes de contemplar este rostro doliente de Cristo, qué es lo que encierra y nos revela, hay que adentrarse en la zona límite del misterio, en la autoconciencia de Cristo: Cristo hombre, cómo tuvo conciencia de ser el Hijo de Dios, cómo la divinidad le fue comunicando su realidad divina a la vez de no anular su realidad humana para que pudiera pensar y actuar como verdadero hombre que no lo sabe todo ni lo puede todo, para que pudiera ser totalmente humano como nosotros menos en el pecado. Porque si todo lo tuvo claro desde el principio, no pudo sufrir verdaderamente ni tener limitaciones como todos nosotros tenemos en la infancia, juventud y madurez.

San Juan en el prólogo de su evangelio tiene una afirmación que hemos leído y proclamado muchas veces, sobre todo en tiempo de Navidad: “La Palabra se hizo carne” (Jn 1, 14). Es decir, la Palabra de Dios, que es su Hijo, se hizo hombre. Y esta afirmación sobre la personalidad de Cristo está confirmada por todo el Nuevo Testamento: Palabra de Dios y carne humana, gloria divina y sangre humana se unen en Cristo personalmente, en una sola persona.

Es lo que afirma como dogma de fe el Concilio de Calcedonia: Una persona en dos naturalezas. «Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, N.S.J., el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad». Ahora bien, para ser perfecto hombre, tiene que tener limitaciones  en la comprensión de las cosas como nosotros, porque si como hombre todo lo sabía y podía, habría sido ficticiamente hombre. Y es dogma de fe que es verdaderamente hombre con limitaciones como nosotros.

Este rostro de Hijo de Dios, esta identidad divino-humana es la que brota vigorosamente de sus palabras y hecho en los Evangelios, que nos ofrecen una serie de elementos gracias a los cuales podemos introducirnos en esa zona límite del misterio de Cristo, representado en su autoconciencia. La Iglesia no duda de que en sus narraciones los evangelistas, inspirados por el Espíritu Santo, captaron correctamente, en las palabras de Jesús la verdad que él tenía en su conciencia sobre su persona.

Esto es sin duda lo que San Lucas nos quiere expresar recogiendo las primeras palabras de Jesús, a los doce años, en el templo de Jerusalén. A su Madre, que le hace notar la angustia con que ella y José lo han buscado, Jesús le responde sin dudar: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debía estar en la casa de mi Padre?”.

En la madurez,  su leguaje expresará firmemente la profundidad de su misterio como está abundantemente subrayado por los evangelios: En su autoconciencia, Jesús no tiene dudas: “El Padre está en mí y yo en el Padre”(Jn 10, 38). Y esta condición humana, “aunque iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia” (Lc 2,52) hace que la conciencia humana de su misterio -unión de lo divino y de lo humano- tenga autoconocimiento de ser el Hijo de Dios: “Yo soy igual al Padre”; “Yo hago las obras de mi Padre”; “Yo y el Padre somos Uno”.

Esta fue en definitiva la causa de su condena y de su muerte. En efecto, dice el evangelista San Juan “buscaban matarlo, porque no solo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios”   (Jn 5, 18 ).

En toda la Pasión, especialmente en el marco de Getsemanì y del Gólgota, la conciencia humana de Jesús se verá sometida a la prueba más dura. Será el momento de mayor sufrimiento, porque la divinidad, su conciencia de ser el Hijo de Dios, de tal manera queda oscurecida, nublada y abandonada para poder sufrir como hombre por la salvación de todos, que, aunque nunca quedó rota, conseguirá afectar esta separación a su misma conciencia como hombre, que no se siente apoyada por el Padre.

Aquí entraría de lleno la afirmación de San Pablo: “Se hizo pecado por nosotros”. Es decir, vivió sin divinidad, vivió sin Dios, en Getsemaní sintió en su conciencia la ruptura con la vida de Dios, que causa el pecado, aunque realmente no la rompió por el pecado, porque “fue semejante a nosotros en todo menos en el pecado”, no lo tuvo jamás. Y por eso en Getsemaní y en el Gólgota es donde la contemplación del rostro doliente de Cristo, nos lleva a acercarnos al aspecto más paradójico de su misterio, como se ve en la hora extrema, la hora de la Cruz. Allí es su humanidad entera, desde lo más profundo de su conciencia, la que no siente la divinidad por ningún sitio, y si fuertes son los dolores físicos, infinitamente superiores son los sufrimientos espirituales e interiores, donde su identidad, sin quedar rota, de tal forma queda oscurecida y ocultada, que sufre sólo como hombre lo que no se puede sufrir sin Dios, sin el consuelo y apoyo divino.

Esto es un misterio dentro del misterio, ante el cual el ser humano ha de postrarse en adoración. Nadie como Cristo podrá comprender a los deprimidos y a los angustiados interiormente, a los que se quedan sin apoyos y referencias personales, a los que sufren las noches del alma y del espíritu.

Nuestra mirada se fija especialmente en la escena de la agonía en el huerto de los Olivos, donde todavía no se ha soltado ni el primer latigazo, ni el primer salivazo, ni clavado el primer clavo pero en la que siente una agonía, una soledad interior incomprensible e inexplicable para nosotros, que le lleva a buscar en la compañía de los hombres la ausencia de su Padre, en su conciencia humana, que le nubla la identidad de Hijo, por haberse hecho pecado por nosotros.

Jesús, abrumado por la previsión de la prueba que le espera, se siente solo, sin autoconciencia de Hijo y le pide a Dios que si es posible aleje de Él la copa del sufrimiento.

Fijaos bien, lo dice Él, que nos ha puesto como felicidad y meta cumplir siempre la voluntad del Padre. Y no encuentra eco, y lo repite varias veces porque Él no tiene conciencia de que el Padre le escuche.

“Quien no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en Él”(2Cor 5,21) Es decir, para que los hombres pecadores, que habían dejado de ver el rostro de Dios como Padre, volvieran a verlo así. Él tuvo que dejar de verlo como Padre y como Hijo, tuvo que cargarse del rostro del pecado, que no tiene ojos para ver a Dios, ni alma ni sentimientos de Dios.

Nunca acabaremos de conocer la profundidad de este misterio. Es toda la amargura, soledad y aspereza de esta paradoja la que se refleja en el grito de dolor y soledad afectiva que sale de sus labios: “¡Eloí, Eloí, lamá....!¡ Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado!

¿Es posible un sufrimiento mayor, una oscuridad más densa? Es verdad, sin embargo, que Jesús, al recitar este salmo 22, en sus palabras iniciales, sabe que termina con sentimientos de confianza: “en ti esperaron nuestros padres, esperaron y tú los liberaste” ¡No andes lejos de mí, que la angustia está cerca, no hay socorro para mí!”

El grito de Jesús en la cruz, queridos hermanos y hermanas, no es nunca el grito de un desesperado sino de su humanidad hecha pecado «abandonada» por el Padre y en el cual definitivamente Él también se entrega sin sentir el gozo de su presencia. Por eso, repito, que su Pasión fue sufrimiento atroz de alma, de espíritu, mucho más que de cuerpo, porque estuvo localizada en su interior, en su autoconciencia de unión profunda con el Padre, fuente de su paz y en la ausencia, causa de este grito de abandono. La presencia de estas dos dimensiones aparentemente irreconciliable está arraigada realmente en la profundidad insondable de su ser divino y humano.

Ante este misterio, además de la investigación bíblica, que hemos intentado hacer, podemos encontrar una ayuda eficaz en aquel patrimonio teológico que es la teología vivida de los santos. Ellos nos ofrecen unas indicaciones preciosas que permiten acoger más fácilmente la intuición de la fe, gracias a las luces particulares que han recibido del Espíritu Santo, pero sobre todo a través de las experiencias que ellos mismos han vivido en estos estados terribles del alma que la tradición mística describe como la noche oscura del alma, noche de fe, de amor y de esperanza, la noche del espíritu, los sufrimientos del purgatorio ya en esta vida. En esta materia San Juan de la Cruz es la máxima autoridad y nadie ha descrito mejor los sufrimientos de esta noche del espíritu.

Santa Teresa del Niño Jesús vivió su agonía en comunión con la de Jesús, verificando en sí misma la paradoja de Jesús: estar unida con Dios sin sentir esta presencia: «Nuestro Señor en el huerto de los Olivos gozaba de todas las alegrías de la Trinidad, sin embargo, su agonía no era menos cruel. Es un misterio pero le aseguro que de lo que yo misma pruebo, comprendo algo».

Ante este hecho del rostro doliente de Cristo, los sentimientos que brotan espontáneamente de nuestro corazón son de amor personal y abrazo fuerte con el Señor que tanto sufrió por nosotros, confiarnos en Él en nuestras noches de fe y amor y ofrecerlo todo como Él por la salvación y redención nuestra y de todos nuestros hermanos los hombres.

 

3.- JESÚS EN GETSEMANÍ

 

        La agonía de Cristo en Getsemaní es un hecho atestiguado en los evangelios a cuatro columnas, es decir, por los cuatro evangelios.

        También Juan habla de ella a su manera, cuando pone en los labios de Jesús las palabras: “Ahora me siento agitado” (que recuerda las  de los sinópticos:“Mi alma está triste hasta la muerte”) y aquellas otras: “Padre, sácame de esta hora”, que recuerda el texto de los sinópticos: “que pase de mí este cáliz” (Jn 12, 27).

        Un eco de estos sentimientos de Cristo se encuentra también en la carta a los Hebreos, donde dice que “Cristo, en los días de su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas al que podía librarlo de la muerte” (Hbr 5,7). Es verdaderamente sorprendente que este hecho tan humillante y poco atractivo haya encontrado tanto eco en la tradición.

        En Getsemaní los apóstoles encontraron un Jesús irreconocible. Él, ante cuya palabra y gestos cesaron los vientos, fueron expulsados los demonios, curó todas las enfermedades, las masas escuchaban durante jornadas seguidas sin cansarse, está ahora reducido a un espectáculo lastimoso y les pide ayuda a ellos. Jesús, está escrito, empezó a sentir horror y angustia y dijo a sus  discípulos: “Sentaos aquí mientras yo voy a orar” (Mc 14, 33ss). Jesús está solo; solo ante la soledad más grande de Divinidad que pueda darse; solo ante el drama que se avecina, sin ningún punto de apoyo divino ni humano, porque los discípulos se han dormido, no le acompañan, no tiene apoyo por ninguna parte.

        Sus gestos repetitivos, machacones son propios de una persona sumida en la angustia mortal: se desploma de bruces, suda sangre, se levanta para buscar compañía en los discípulos, están dormidos, vuelve a arrodillarse, nuevamente vuelve a la repetición: “Padre, si es posible para ti, pase de mí este cáliz…” (Mc 14,36).

        Ahora en Getsemaní Jesús es la impiedad, toda la impiedad del mundo. Él es el hombre hecho pecado. Cristo, está escrito, murió por los impíos, en su lugar, no sólo en su favor. Él ha de responder por todos; es el responsable de todos, es el culpable ante Dios, se ha revestido de nuestros pecados. Y es contra él, contra quien se revela la cólera de Dios y esto es “beber el cáliz”, “pasar el trago”.

        Hay que evitar para la recta comprensión de este trance del Señor, poner por un lado los pecados y por otro, a Jesús que sufre y expía la pena de los pecados, pero quedándose a distancia, intacto en su interior; no, todo lo contrario; la relación entre Jesús y pena de pecados no es a distancia, jurídica, indirecta, sino directa y personal, esto es, los pecados están en Él y sobre Él, los lleva cargados en su corazón y en sus hombros y espalda, porque “había cargado libremente: Él, en su persona, subió nuestros pecados a la cruz” (1P2,24). En cierta manera, Él se sentía el pecado del mundo. Jesús ha cargado sobre sí todo el orgullo humano, toda la rebelión contra Dios, toda la lujuria, toda la hipocresía, toda la injusticia, toda la violencia, toda la mentira, todo el odio. Jesús ha entrado en la noche oscura del espíritu, en la noche de oscuridad y tiniebla descrita tan maravillosamente por San Juan de la Cruz y que consiste en experimentar de forma real y abismal la insufrible oscuridad y soledad del pecado y la lejanía de Dios.

        En el Jesús de Getsemaní encuentran su plena realización las palabras de Isaías: “Traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes, nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos han curado” (Is 53,5).

        Ahora se cumplen las palabras de tantos salmos, por ejemplo, el 88: “Tu cólera pesa sobre mí… me echas encima todas tus olas… me abruman tu terror y delirio… tus espantos me han consumido”. Jesús cargó con nuestros pecados y mientras los llevó sobre sus espaldas Dios estuvo lejos de Él y éste era su mayor sufrimiento, no sintió la divinidad, la atracción que había sentido siempre como hombre Hijo e hijo, como Dios y como hombre, atravesado como estaba por la repulsa de Dios al pecado, contrario a la suma santidad de Dios que rechaza la suma malicia del pecado de que estaba revestido Jesús en su pasión y muerte.

        Por eso no podemos asombrarnos de las palabras que salen de su alma angustiada, de su corazón en noche oscura del alma: “Mi alma está triste, me muero de tristeza…” Nos asombra más el que sudara sangre… tal vez los místicos le comprenderán mejor en esta situación. Ángela de Foligno escribe: «Fue el de Cristo un dolor indescriptible, múltiple y misterioso. La voluntad de Dios, en efecto, que ninguna mente humana puede definir y que está unida a Cristo eternamente le reservó el culmen de todos los dolores».

        Ya lo he dicho en la meditación anterior, pero me impresiona tanto que permitidme que me lo repita a mi mismo ante vosotros. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado,  siente solo su humanidad en “la hora” elegida por el proyecto del Padre según San Juan, no  siente ni barrunta su ser divino... es un misterio. Y en aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz...”. Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta, no hay ni una palabra de ayuda, de consuelo,  una explicación para él...  Cristo ¿qué pasa aquí? Cristo ¿dónde está tu Padre? ¿No era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos? ¿No decías Tú que te quería, no dijo Él que Tú eras su Hijo amado? ¿Dónde está su amor al Hijo?  ¿No te fiabas totalmente de Él? ¿qué ha ocurrido? ¿Es que ya no eres su Hijo, es que se avergüenza de Ti? Padre Dios, eres injusto con tu Hijo ¿es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu hijo amado en el que tenías todas tus complacencias?

        Qué pasa, hermanos, cómo explicar este misterio... El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos, que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos  por el Hijo y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.  Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el sagrario, quiero decir con San Pablo desde   lo más profundo de mi corazón: "Me amó y se entregó por mí"; " No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado".

        Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: pero qué es el hombre, qué será el hombre para Dios, qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre; qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor... Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre. Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta este extremo para buscar el amor del hombre ¡Dios mío, no te comprendo, no te abarco!

 

4.- “POR NOSOTROS Y POR NUESTROS PECADOS”. QUERIDOS HERMANOS: La meditación de la pasión de Cristo no puede limitarse a una reconstrucción objetiva e histórica del hecho, aunque sea interiorizada, como hemos tratado de hacer en la primera parte de este retiro. Sería quedarse a mitad. El Kerigma o anuncio de la Pasión está formado siempre, incluso en sus formulaciones más breves, por dos elementos, a saber, por el hecho mismo en sí: “padeció”, “murió”; y por la motivacion del hecho: “por nosotros”, “por nuestros pecados”. Pablo, en la carta a los Romanos, dice textualmente: “ha sido entregado a la muerte por nuestros pecados…” (Rom 4,25), “por nosotros” (Rom 5,6-8).

        Este segundo punto ha aflorado continamente hasta aquí como inciso. Ha llegado ahora el momento de sacarlo a la luz y concentrarnos en él. Porque la pasión del Señor puede permanecer como hecho ajeno y extraño a nosotros si no entramos en ella a través de esta pequeña puerta del “por nosotros”, puesto que esto indica que es nuestra, es nuestra obra.

        Si Cristo ha muerto “por mí” y “por mis pecados”, eso quiere decir transformando la frase en activa, que he matado a Cristo, que mis pecados han azotado y crucificado. Es lo que Pedro proclama con fuerza a los treinta mil oyentes, el día de Pentecostés: “¡Vosotros matásteis a Jesús de Nazaret! ¡Rechazásteis al santo, al justo!” (Hch 2,23).

        San Pedro sabía que esos treinta mil y los otros a los que dirige la misma acusación, no habían estado presentes en el Calvario, clavando, materialmente, los clavos, ni tampoco ante Pilato, pidiendo que fuera crucificado. Y a pesar de ello, tres veces repite esa tremenda afirmación a los oyentes,  bajo la acción del Espíritu Santo; eso indica que es verdad, una verdad que ellos aceptan: “Estas palabras les traspasaron el corazón y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?”.

        Esta debiera ser también nuestra actitud. Entre esos que escuchan a Pedro y reconocen su verdad, debemos estar todos nosotros, quiero estar yo, porque yo estaba entre los que crucificaron al Señor. Y ante este hecho que se hace presente por la meditación, es necesario que, como en la muerte de Cristo, el velo de mi templo se rasgue de arriba abajo y las piedras de mi dureza para con el Señor se partan. De ello nos dan ejemplo el ladrón arrepentido, el centurión y las personas pías que asistieron a la pasión y muerte del Señor: “Acuérdate de mí, cuando estés en tu reino”; “verdaderamente este hombre es hijo de Dios”; “la multitud bajaba golpeándose el pecho” (cfr Lc 23,39).

        Por la gracia y la contemplación que Dios infunde por la oración en las almas, muchos santos y místicos se han acercado a esta experiencia, a esta vivencia de la pasión y muerte del Señor:

        «Por un momento me vi totalmente inmersa en sangre, mientras mi espíritu comprendía que era la Sangre del Hijo de Dios, de cuya efusión yo misma era culpable a causa de mis pecados que en ese momento volvía a tener delante de mí y que habían producido aquel derramamiento de sangre. Si la bondad de Dios no me hubiera sostenido, hubiera muerto de espanto. Tan horrible y espantosa es la visión de un pecado por pequeño que sea. No hay lengua humana capaz de expresarlo. Ver a mi Dios de infinita bondad y pureza ofendido por un gusano terreno. Ver, además, que uno es el culpable y que, aunque hubiera sido la única en pecar, el Hijo de Dios habría hecho por mí lo que hizo por todos, destroza y anonada el alma» (B. María de la Encarnación).

        El mismo Pedro, si dice aquellas palabras de acusación, es porque él mismo ha tenido esa experiencia. Él mismo se las ha dirigido a sí mismo: «tú, tú mismo has renegado del Justo y del Santo». En el evangelio leemos: “El Señor, volviéndose, dirigió  una mirada a Pedro, y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente” (Lc 22, 61ss). La mirada de Jesús lo traspasó de arriba abajo y lo transformó.

        Y así debemos meditar la Pasión todos nosotros. No podemos considerarla como un hecho acaecido hace dos mil años y concluído para siempre: ¿Cómo no conmoverse y llorar mis pecados actuales, que crucificaron a Cristo y hacen presente su Pasión y muerte por la potencia de Amor del Espíritu Santo, que es la memoria de la Iglesia y de Cristo, que hace presente todos sus misterios, presencializa su pasión y muerte ahora en la Eucaristía como en mi corazón? Digamos con San Pablo: “Tened vosotros los mismos sentimientos que  Cristo Jesús”; “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne,vivo en la fe del Hijo de Dios que me me amó y se entregó por mí”; también podemos escuchar a San Juan que nos dice en su evangelio: “verán al que traspasaron”, y sigue diciendo, citando la profecía: “Harán duelo como por un hijo único, llorarán como se llora a un primogénito” (Zac 12,10).

        Toda la meditación de la pasión de Cristo, que ha llenado la historia de la Iglesia y producido tantos y tantos santos, se basa en esto, es el cumplimiento de esta profecía. Y en mi vida: ¿se ha realizado ya esta profecía o espera su cumplimiento? ¿He mirado alguna vez a quien he traspasado? Es la hora ya de realizar aquel “ser bautizado en la muerte de Cristo”,  de que el hombre viejo y de pecado muera en la muerte de Cristo  y quede sepultado para siempre y resucite el hombre nuevo, nacido de la luz de la resurrección. Como hizo San Pablo: “Con Cristo quedé crucificado y ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).

        El fruto de la pasión de Cristo es, pues, conducir a la muerte al hombre viejo y hacer renacer al nuevo, que vive de acuerdo con Dios, que está ligado a la resurrección del Señor. En ella se realiza esta parada y cambio de direccion, simbolizada por la sepultura bautismal, presencializada por la Eucaristía, e interiorizada y vivenciada por la oración personal.

        De esta forma la pasión y la muerte de Cristo, mirada y contemplada así, pasa de ser acusación de nuestros pecados y ofensas a Dios, motivo por tanto de tristeza y lamento, a ser motivo de certeza de amor, de seguridad de nuestra salvación, de gozo de nueva amistad en Dios por Cristo. En consecuencia, dice el Apóstol: “Ahora no pesa condena alguna sobre los que son del Mesías Jesús” (Rom 8,1), porque la condena ha agotado en Él su curso y ha cedido su lugar a la benevolencia y al perdón.

        De esta forma, la cruz aparece ahora como la gloria, como el triunfo, como la cátedra del amor y del reino; para el  evangelista Juan, Cristo reina desde la cruz. Para Pablo, que ha llegado a ella por la fe, descubriendo la gratitud de la salvación en Cristo, se convierte en alabanza y acción de gracias: “Por lo que a mí respecta, Dios me libre de gloriarme más que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”. De esta forma el “por mí” y “por nosotros” de la muerte de Cristo, se ha convertido en gloria nuestra, mía: “Está escrito que a quien no había conocido el pecado, Dios lo trató como pecado a favor nuestro, para que nosotros pudiéramos convertirnos, por medio de él, en justicia de Dios” (2Cor 5,21).

        Cuando por la fe y el amor nos unimos a la Pasión de Cristo, entonces nos convertimos, de hecho, en los justos de Dios, los santos. Podemos concluir con San Pablo: “Por lo que a mí respecta, lejos de gloriarme más que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual yo estoy crucificado para el mundo y el mundo para mí”.

 

**************************************************

MIÉRCOLES DE CENIZA

 

REFLEXIÓN INTRODUCTORIA

 

Queridos hermanos: Este miércoles, 14 de febrero, celebramos el Miércoles de Ceniza, que marca el comienzo de la santa Cuaresma, que son los 40 días antes del Domingo de Ramos, día de inicio de la Semana Santa.

La Iglesia llama en estos cuarenta días a todos los fieles a la conversión y a prepararse para la Pascua mediante la oración, la limosna y el ayuno.

El Miércoles de Ceniza se caracteriza además por el rito de la imposición de la ceniza en la frente, haciendo la señal de la cruz, mientras el sacerdote dice las siguientes frases extraídas de la Biblia: «Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás» o «Conviértete y cree en el Evangelio».

La ceniza se obtiene tras quemar los ramos de olivo y las palmas bendecidas el Domingo de Ramos del año anterior. La Iglesia hoy invita a todos sus hijos a inclinar la cabeza para recibir la ceniza en señal de humildad y a pedir perdón por los pecados; al mismo tiempo nos recuerda, que en pena de nuestras culpas, un día tendremos que volver al polvo.

Además, el miércoles de ceniza es un día de ayuno y abstinencia obligatoria, al igual que el Viernes Santo, para los mayores de 18 años y los menores de 60. El ayuno consiste en hacer una comida al día, pero no se prohíbe tomar algo por la mañana o por la noche. Todos los viernes de Cuaresma los fieles mayores de 14 años deben abstenerse de comer carne.

La palabra Cuaresma proviene de la contracción del término latino «quadragesima (dies», «cuarenta días». De hecho, el número 40 simboliza en la Biblia un tiempo de preparación y de renovación espiritual, que recuerdan los 40 días que de Cristo en el desierto antes del comienzo de su vida pública o los cuarenta años que pasó en el desierto el pueblo de Israel tras huir de Egipto conducido por Moisés.

        Toda la cuaresma mira a la preparación y celebración de la Pascua, de la Resurrección de Cristo venciendo a la muerte merecida por nuestros pecados. Al ser la fiesta más trascendental del cristianismo, la Iglesia siempre la vivió con solemnidad, con verdad y profundidad de fe y religiosidad. Y se preparaba durante estos cuarenta días y noches para celebrarla, a imitación de Cristo, que se preparó durante cuarenta días en el desierto para predicar e instaurar el Reino de Dios en la tierra, por la conversión y el perdón de los pecados.

La Iglesia nos invita hoy a todos sus hijos a inclinar la cabeza para recibir la ceniza en señal de humildad y a pedir perdón por los pecados; al mismo tiempo nos recuerda que así debemos preparamos a celebrar la pasión, muerte y resurrección de Cristo, que es garantía y fundamento de nuestra resurrección y de la vida eterna conseguida por su muerte y resurrección para toda la humanidad.

Queridos hermanos, vivamos así la santa Cuaresma. Retirémonos durante este tiempo con más frecuencia al desierto de la oración, vengamos más a la iglesia, a la santa misa durante la semana, al viacrucis los viernes, recemos el rosario solos o en familia, hagamos alguna obra de caridad, visitemos a los enfermos, algún sacrifico o mortificación de la lengua, de cosas que nos gustan… para resucitar con Cristo en la pascua con más fe y amor y caridad a Dios y nuestros hermanos los hombres.

Lo necesitan nuestras familias, nuestros hijos, este mundo que se está quedando tan solo, triste y pagano, sin Dios, sin amor, sin amigos. Sacrifiquémonos y vivamos este año la santa cuaresma. Lo necesitamos todos, lo necesita la Iglesia de Cristo.

«El miércoles que precede al primer domingo de Cuaresma, los fieles cristianos inician con la imposición de la ceniza el tiempo establecido para la purificación del espíritu. Con este signo penitencial, que viene de la tradición bíblica y se ha mantenido hasta hoy en la costumbre de la Iglesia, se quiere significar la condición del hombre pecador, que confiesa externamente su culpa ante el Señor y expresa su voluntad interior de conversión, confiando en que el Señor se muestre compasivo con él. Con este mismo signo comienza el camino de conversión, que culminará con la celebración del sacramento de la Penitencia,  en los días que preceden a la Pascua».

(Ceremonial de Obispos, núm. 253).

 

*****************************

MIÉRCOLES DE CENIZA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con el miércoles de ceniza, que celebramos hoy, comienza la santa cuaresma. La cuaresma es tiempo de gracia, concedido por Dios a sus hijos para la conversión y para la renovación espiritual. La perspectiva de la cuaresma es la Pascua, es decir, la celebración anual del misterio central de la fe y salvación cristianas: Jesucristo es entregado a la muerte para el perdón de nuestros pecados como víctima de propiciación y Jesucristo resucita de entre los muertos, venciendo a su muerte y la nuestra, abriéndonos de par en par las puertas del cielo a toda la humanidad. Son cuarenta días de preparación, cincuenta días de celebración hasta la fiesta de Pentecostés.

En la Pascua, Dios quiere renovar nuestras vidas con la vida que viene del Resucitado y con la fuerza de su Espíritu Santo, quiere hacer de nosotros nuevas criaturas, quiere hacernos hijos suyos dándonos su misma vida.

La cuaresma que comenzamos hoy dura 40 días, evocando los cuarenta días que Jesús vivió en el desierto en ayuno y oración, enfrentándose al diablo que vino a tentarle y al que venció ya desde el comienzo de su ministerio. Evoca también los cuarenta años que el pueblo de Dios vivió peregrino en el desierto camino de la tierra prometida, sometido a todo tipo de pruebas.

La Iglesia con el miércoles de ceniza nos invita a la penitencia y a la conversión. La ceniza es signo de esa actitud humilde de penitencia, porque somos pecadores e imploramos de Dios su misericordia sobre nosotros y sobre el mundo entero. Las pautas de este camino catecumenal hacia la Pascua son: el ayuno, la oración y la limosna.

Por el ayuno, se nos invita a privarnos de aquello que nos estorba en el camino de la vida cristiana. Hemos caminado muchas veces dando gusto a nuestros caprichos, necesitamos austeridad de vida y actuar en contra de nuestros defectos y pecados. Hemos de privarnos no sólo de comida, sino de tantas cosas que nos impiden en el camino de la santidad y amor total a Dios.

Por la oración se nos invita a estar más con Dios, a acercarnos todos los días más a él, a cuidar esta relación de nuestra vida, que a veces dejamos desatendida. Nuestra relación con Dios es filial desde el santo bautismo que nos hace hijos de Dios por la vida de gracia, que nos configura con su Hijo único, Jesucristo. Y esto lleva trato de amistad frecuente, abundante para vivirla y desarrollarla. La cuaresma es tiempo especial de oración, para vivir nuestra vida desde Dios y ver nuestra historia y los acontecimientos que nos rodean con los ojos de Dios. Es decir, por una vida más intensa de oración que alimenta las virtudes teologales que nos unen a Dios,fe, esperanza y caridad y nos hacen templos de la Stma. Trinidad.

Finalmente la limosna es la apertura del corazón a los demás, es la caridad con  los hermanos, especialmente más necesitados de ayuda tanto material como espiritual. Rezar y pedir por ellos porque por naturaleza humana nos blindamos en nosotros mismos y vivimos y pensamos solo en nosotros y para nosotros. La apertura a Dios por la oración y el ayuno, nos disponen al amor a los hermanos para compartir con los demás lo que somos y lo que tenemos. La relación con los demás nos hace crecer en santidad, en amor a Dios y a los hermanos, cumpliendo su mandato: “Amaos los unos a los otros como yo os amo”.

Queridos hermanos, que la santa cuaresma que empezamos hoy, miércoles de ceniza, nos ayude en este sentido y sea eso para todos nosotros y para toda la iglesia, para el mundo entero, sea santa y santificadora porque la santa cuaresma  es tiempo de oración con Cristo, de caridad, de solidaridad con los hermanos, de acercarnos a Dios y a los que sufren física o moralmente y de compartir sus sufrimientos.    

Queridos hermanos: Que la santa cuaresma que empiezamos hoy sea para toda la iglesia un tiempo de profunda renovación espiritual de nuestras vidas por la oración y la penitencia para purificar y aumentar nuestro amor a Dios sobre todas las cosas y a los hermanos. Vivamos así la santa cuaresma más unidos a Cristo por la oración para llegar con Éla la vida nueva de la Pascua, de la resurrección con Cristo a su misma vida de amor y entrega total al Padre y a los hermanos. Así sea.

 

***********************************

 

PRIMERA LECTURA: Joel  2, 12-18: “Rasgad los corazones y no las vestiduras”.

SEGUNDA LECTURA: 2 Cor 5, 20-6,2: “Reconciliaros con Dios...  ahora es el tiempo favorable… el día de la salvación”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN  MATEO 6,1-6. 16-18.

 

QUERIDOS HERMANOS: 1.- La imposición de la ceniza en este miércoles, en que inauguramos la santa cuaresma, es signo de conversión y renovación interior y espiritual. Nuestra súplica es la del salmista: “Oh, Dios, crea en mí un corazón puro, implanta en mis entrañas un espíritu nuevo; no me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu” (Sal 51[50], 12-13).

Esta oración del rey David, rey de Israel, grande y poderoso, pero al mismo tiempo frágil y pecador, es nuestra oración esta tarde en esta liturgia inaugural de la santa cuaresma.

La Iglesia, al inicio de estos cuarenta dias de preparación para la Pascua, pone sus palabras en los labios de todos los que participan en la austera liturgia del Miércoles de Ceniza. “Crea en mí un corazón puro... no retires de mí tu santo espíritu”. Sentiremos resonar esta invocación en nuestro corazón, mientras dentro de poco nos acercaremos al altar del Señor para recibir, según una antiquísima tradición, la ceniza sobre la cabeza. Se trata de un gesto rico en evocaciones espirituales, un signo importante de conversión y de renovación interior. Es un rito litúrgico sencillo, si se considera en sí mismo, pero muy profundo por el contenido penitencial que expresa: con él la Iglesia recuerda al hombre creyente y pecador su fragilidad frente al mal y, sobre todo, su total dependencia de la infinita majestad de Dios. La liturgia prevé que el celebrante, al imponer la ceniza sobre la cabeza de los fieles, pronuncie las palabras: «Recordad que sois polvo y en polvo os convertiréis» o bien «Convertíos y creed en el Evangelio». 

 

2.- La existencia terrena está inserta desde su inicio en la perspectiva de la muerte. Se vive teniendo ante sí esta meta: cada día que pasa nos acerca a ella con progresión imparable. Y la muerte tiene en sí algo de aniquilamiento. Con la muerte parece que acabe todo para nosotros. Y he aquí, que precisamente frente a esa desconsoladora perspectiva, el hombre consciente de su pecado, eleva un grito de esperanza hacia el cielo: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, implanta en mis entrañas un espíritu nuevo; no me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu».

También hoy el creyente, que se siente amenazado por el mal y por la muerte, invoca así a Dios, sabiendo que le está reservado un destino de vida eterna. Sabe que no es sólo un cuerpo condenado a la muerte a causa del pecado, sino que tiene también un alma inmortal. Por eso se dirige a Dios Padre, que tiene el poder de crear de la nada; a DiosHijo unigénito, que se hizo hombre para nuestra salvación, murió por nosotros y ahora, resucitado, vive en la gloria; a Dios Espíritu Santo de vida inmortal, que llama a la existencia y vuelve a dar la vida. «Crea en mí un corazón puro, implanta en mis entrañas un espíritu nuevo». La Iglesia entera hace suya esta oración del salmista: «Convertíos y creed en el Evangelio».

 

3.- Esta invitación, que encontramos al comienzo de la predicación de Jesús, nos introduce en el tiempo cuaresmal, tiempo para dedicarnos de un modo especial a la conversión y a la renovación, a la oración, al ayuno y a las obras de caridad. Recordando la experiencia del pueblo elegido, nos preparamos casi a recorrer de nuevo el mismo camino que Israel realizó a través del desierto hacia la Tierra Prometida.

También nosotros llegaremos a la meta; sentiremos, después de estas semanas de penitencia, la alegría de la Pascua. Nuestros ojos, purificados por la oración y por la penitencia, podrán contemplar con mayor claridad el rostro de Dios vivo, hacia el cual el hombre realiza su propia peregrinación a lo largo de los senderos de la existencia terrena.

“No me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu”. Este hombre, creado no para la muerte sino para la vida, reza propiamente así. Aunque consciente de sus debilidades, camina sostenido por la certeza de los divinos destinos.
             Que Dios omnipotente escuche las invocaciones de la Iglesia que, en esta liturgia del Miércoles de Ceniza, dirige con mayor confianza su alma hacia lo alto. Que el Señor misericordioso nos conceda a todos nosotros abrir el corazón al don de su gracia, para que podamos participar con nueva madurez en el misterio pascual de Cristo, nuestro único Redentor. 

       

4.-En la Primera Lectura, el profeta Joel exclama en nombre del Señor: “Convertíos a mí de todo corazón”. En la lengua propia del Antiguo Testamento, la noción de conversión se expresa de manera muy concreta a través del verbo «regresar», es decir «volverse atrás». Por la Sagrada Escritura sabemos que el pueblo de Israel se ve continuamente tentado de alejarse de Dios para seguir caminos que no son buenos. Por ello, cada vez que se aleja, el Señor le envía a sus profetas para que le digan: “Volveos atrás”, es decir: «Invertid vuestra dirección, retomad la dirección correcta, convertíos al Señor». Y es que no tenemos que convertirnos a una ideología, sino al Señor.

Y ello porque nuestra fe no es una ideología, sino adhesión a Cristo Señor. El propio Señor lo declara: “¡Convertios a mi!”. Y un poco más adelante, el Profeta explica y motiva dicha invitación: “Convertíos al Señor Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso”, y, por su parte, no hace sino comprender y perdonar.

El mensaje de la Primera Lectura va aún más lejos. El clamor de las trompetas llega al oído de todos —ancianos, muchachos, niños de pecho, esposos, sacerdotes—, porque como pueblo están llamados a reunirse y al deber de convertirse. No es la conversión experiencia que podamos vivir solos, pues nace principalmente, en el Nuevo Testamento, del encuentro litúrgico eucarístico. Y es que la Eucaristía, como nos recordó el Concilio Vaticano II, es «fuente y culmen» de toda la vida cristiana (SC, n. 10).

 

5.- La limosna, la oración y el ayuno:

 

En la página de Mateo, Jesús indica tres formas de vivir la conversión: la limosna, es decir la compartición; la oración, o el encomendarse al Señor; el ayuno, o sea la capacidad de saber imponerse unos límites. Pero estas conductas no significan conversión auténtica si se ven motivadas por mera conveniencia formal: “Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”.

Tanto para el ayuno como para la oración, Jesús insiste en el aspecto interior. La verdadera oración, junto con la conversión auténtica que de ella se deriva, ha de brotar de un corazón resuelto a la conversión. En efecto, según la Biblia, es en el corazón donde se juega el destino del hombre Jesús no hace sino apremiarnos a vivir esta interioridad tanto en el momento de la oración personal como especialmente durante la oración litúrgica.

El apóstol Pablo nos ayuda a sacar conclusiones de nuestra escucha de la Palabra de Dios. Exhorta a los cristianos de Corinto a que se reconcilien con Cristo. Efectivamente, la conversión es reconciliación: la vertical, con Dios, que todo cristiano debe en primer lugar cultivar en su corazón, y a la que ha de corresponder la reconciliación horizontal con los hermanos. Ahora bien: si la conversión surge principalmente del encuentro litúrgico, hemos de preguntarnos si nuestra vida constituye una síntesis sincera de estos tres momentos: liturgia, conversión y reconciliación.

 

6.- La belleza del sacramento de la Penitencia:

 

Mi cargo de penitenciario me permite experimentar cada dia la belleza del sacramento de la Penitencía, don de gracia, don de vida en el que se renueva la amorosa compasión de Cristo por el hombre y, al mismo tiempo, se reintegra la gracia, la alegría del corazón, la vestidura nupcial que permite la entrada en la vida eterna.

        Queridos hermanos y hermanas: sólo la Iglesia está capacitada para conciliar, tanto en lo más íntimo del hombre como en la comunidad humana, las tensiones que el mundo vive a todos los niveles. El Santo Padre nos ha recordado con frecuencia (cf. Const. Apost. Pastor Bonus) el deber de dar a la Iglesia y al mundo el elevado ejemplo de la concordia recíproca, de la paz en su sentido más noble, es decir en el que tiene su origen en Cristo Jesús. Y es que Él es, según la Carta a los Efesios (2, 14), nuestra paz. Estoy convencido de que, antes aún que los solemnes documentos, es el libro de nuestra propia vida lo que debe testimoniar al mundo que la reconciliación—es decir la paz— es posible.

A la pregunta que el mundo actualmente cada vez más se plantea: «¿Dónde está nuestro Dios?», ha de responderle el testimonio convincente de nuestra vida. Y es que la presencia y la compasión de Dios no caen del cielo. La presencia activa y eficaz de Dios cerca de las mujeres y de los hombres de hoy se realiza por mediación nuestra, especialmente cuando nos reunimos «como Iglesia» alrededor de la mesa de la Palabra y del Pan de vida.

 

*****************************************

 

SEGUNDA HOMILÍA

 

1.- LA CUARESMA, CAMINO HACIA LA PASCUA.

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- Queridos hermanos: Pocos tiempos litúrgicos, en su retorno anual, han dejado tan profunda huella en el pueblo cristiano, como la Cuaresma. Desde los primeros siglos este ha sido uno de los tiempos fuertes de la Liturgia de la Iglesia. La Cuaresma es un verdadero sacramental, puesto a disposición de toda la comunidad cristiana, para que cada año reviva con Cristo el paso de la muerte a la vida, del hombre viejo de pecado al hombre nuevo de la gracia por la meditación de la muerte y resurrección del Señor.

        La Cuaresma son los cuarenta días que el Señor quiso pasar en el desierto en oración antes de comenzar abiertamente el camino de la Salvación, que le llevaría por la pasión y la muerte hasta la nueva y definitiva pascua con el nuevo pueblo adquirido por la muerte y la sangre derramada del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.”

        La Cuaresma es el camino de la Pascua, corazón de todo el año litúrgico y fundamento de todo el Credo. Sin pascua de Resurrección, Cristo no es Dios, no nos ha salvado, la religión católica no tiene fundamento. Al ser la fiesta más trascendental de la fe, la Iglesia siempre la preparó con esmero y cuidado sumo.

La Cuaresma es el camino que nos prepara para el misterio pascual de Cristo, que debe hacerse nuestro y de la Iglesia, por unirnos y vivir con Cristo su pasión, muerte y resurrección.

        Qué lejos estamos todavía de haber llegado a la Pascua de una vida llena de Cristo resucitado. Para morir y resucitar con Cristo a su vida nueva necesitamos muchas cuarentenas de oración y penitencia, muchas cuaresmas. La santa Cuaresma es tiempo de adentrarnos por la oración y los sacramentos en los misterios de Cristo, que son los misterios de la misma vida de Dios y de los hombres, el misterio de la vida y de la muerte humana a la luz de la muerte  y resurrección de Cristo.

        En la Cuaresma vuelven a hacerse presentes el paraíso y el pecado de Adán y Eva, la promesa de Salvación, la liberación de Egipto y la Alianza en la sangre, el desierto y la oración, el madero y la cruz, el pecado y la misericordia, el nacer y renacer a la vida de Dios, el bautismo y la cena eucarística, la nueva y definitiva Alianza en la sangre del Cordero que quita el pecado del mundo y el triunfo sobre el pecado y la muerte por la pascua de Cristo Resucitado. Para todo esto es la Cuaresma. Para que lo recordemos y lo vivamos.

 

2.- LOS SIGNOS CUARESMALES

 

        QUERIDOS HERMANOS: “Eres polvo y en polvo te convertirás” (Gen 3,19). Estas palabras del Señor,  dirigidas por vez primera a Adán a causa del pecado cometido, las repite hoy la Iglesia a todo cristiano, en la liturgia de la imposición de la ceniza, para recordarle tres verdades fundamentales: su nada, su condición de pecador y la realidad de la muerte.

        El polvo —la ceniza colocada sobre la cabeza de los fieles—, algo tan ligero que basta un leve soplo de aire para dispersarlo, expresa muy bien cómo el hombre es nada. “Señor... mi existencia cual nada es ante ti” (Sal 39, 6), exclama el salmista. Cómo necesita hacerse añicos el orgullo humano delante de esta verdad. Y es que el hombre, por sí mismo, no sólo es nada, es también pecador; precisamente porque se sirve de los mismos dones recibidos de Dios, como Adán, para ofenderle.

        La Iglesia hoy invita a todos sus hijos a inclinar la cabeza para recibir la ceniza en señal de humildad y a pedir perdón por los pecados; al mismo tiempo nos recuerda, que en pena de nuestras culpas, un día tendremos que volver al polvo. Pecado y muerte son los frutos amargos e inseparables de la rebeldía del hombre ante el Señor. “Dios no creó la muerte” (Sab 1. 13), ella entró en el mundo mediante el pecado y es su triste salario (Rom 6, 23).

        El hombre fue creado por Dios para la vida, la alegría y la amistad eterna con Dios; por el pecado, pasará por la muerte de yo pecador, para resucitar con Cristo a la vida nueva de la gracia. Y este camino es la Santa Cuaresma que hoy inauguramos.

        Queridos hermanos: Con el miércoles de ceniza, comenzamos la santa Cuaresma. Santa, porque es tiempo de gracia y de salvación. Cuaresma, porque son cuarenta días de preparación para la Pascua. Como hemos repetido muchas veces, la Cuaresma es camino hacia la Pascua, no tiene otra razón de existir. La Pascua es el paso salvador de Cristo por la tierra, consumado especialmente con su pasión, muerte  y resurrección. Sin pascua no hay resurrección y sin resurrección no hay salvación.

        Por eso la Pascua, la Resurrección del Señor es el hecho más importante de su vida y de la nuestra, es el acontecimiento de la Salvación que da sentido y fuerza a toda su vida y su mensaje, autentificándolos. Porque Cristo ha resucitado, todo lo que ha dicho y hecho es verdad, Cristo es la Verdad. Sin Pascua no hay cristianismo; porque sin Pascua, Cristo no ha resucitado y “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”. La fe católica tiene su fundamento en la Pascua de la Resurrección de Cristo.

        Al ser la fiesta más trascendental del cristianismo, la Iglesia siempre la vivió con solemnidad, con verdad y profundidad de fe y religiosidad. Y se preparaba durante cuarenta días y noches para celebrarla, a imitación de Cristo, que se preparó durante cuarenta días en el desierto para predicar e instaurar el Reino de Dios en la tierra, por la conversión y el perdón de los pecados.

        En la Iglesia primitiva era tiempo de desierto, de oración, de ascesis y catequesis prebautismales, de penitencia y   mortificación de los pecados para recibir la gracia del Resucitado por medio del bautismo de los catecúmenos, revestidos de túnicas blancas, iconos de la nueva vida del Resucitado por la gracia de los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía; por eso, la Santa Cuaresma era y es tiempo de vivir más profundamente los compromisos bautismales.

 

        3.- El tiempo de Cuaresma nos ofrece una gran cantidad de signos y símbolos litúrgicos, llenos de mensajes, que debemos saber interpretar. Siguiendo el libro publicado por Cáritas los resumiríamos así:

CENIZA: Quiere ser el reconocimiento de nuestra condición de hombres mortales, que hemos de pasar por la corrupción de la materia: “Acuérdate de que eres polvo y en polvo te convertirás”. Es una mirada a nuestra condición humana, tan limitada y corruptible. Quiere ser un toque de atención a nuestro orgullo y autosuficiencia, pero sobre todo, una llamada a poner en Dios el único fundamento de nuestra existencia; no en nosotros ni en nuestras posesiones, sino en Cristo, el único que puede librarnos de la muerte y corrupción mediante su vida y resurrección. Por eso, al imponernos la ceniza, nos dicen: “Convertíos y creed la buena noticia”.

 

                LA CENIZA QUE DIOS QUIERE:

* Que no te gloríes de tus talentos, los recibiste para servir.

* Que no te consideres dueño de nada sino simple administrador.

* Que aprecies el valor de las cosas sencillas.

* Que no temas la muerte, porque Cristo la ha vencido.

        AYUNO Y ABSTINENCIA.

Antes era, sobre todo, de la carne, porque suponía un gran sacrificio. Hoy hay otros manjares más caros y exquisitos. Hemos de preferir siempre los bienes espirituales a los terrenos, hemos de saber superar hambre y sed de consumismo para servir más 1ibremente a Dios y poder así ofrecer el fruto de nuestro ayuno y abstinencia a los más necesitados del mundo.

 

        EL AYUNO Y LA ABSTINENCIA QUE DIOS QUIERE:

* Que no seas esclavo del consumo, del tabaco, del alcohol... de nada.

* Que no gastes tanto en modas, caprichos, marcas.

* Que no pases tanto tiempo en la tele y sepas controlarte y discernir lo bueno.

* Que seas solidario y generoso.

 

        CRUZ. El cristiano debe gloriarse en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Por eso, la cruz preside siempre los templos, nuestras celebraciones, los hogares cristianos. La cruz no es sólo dolor y sufrimiento sino amor hasta la muerte, hasta salvación y victoria. La cruz no es sólo para lucirla, sino para vivirla. Tenemos que amar a los hermanos como Cristo, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor extremo, hasta dar la vida. La cruz es meta, estímulo, camino, abrazo con Cristo.

 

LA CRUZ QUE DIOS QUIERE:

* Que sepas llevar la cruz de cada día, en unión con Cristo, para ser corredentor.

* Que sepas morir al yo, soberbia y egoísmo, por amor a Dios y a los hermanos.

* Que seamos cirineo de los sufrimientos ajenos.

* Que nunca pongas cruces a los demás.

 

*****************************************************

 

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA

 

PRIMERA LECTURA: Deuteronomio 26, 4-10

 

        Al presentar a Dios sus primicias, el israelita pronunciaba el texto que recoge la lectura de hoy, la cual constituye una auténtica profesión de fe. En este Credo se contienen los tres artículos de fe más importantes y más antiguos de Israel: a) la elección de los Patriarcas; b) la estancia en Egipto y el éxodo; c) la donación de la Tierra. Estos tres dogmas están estrechamente relacionados entre sí y forman el núcleo central de todo el Pentateuco. Todas estas intervenciones salvíficas reclamaban una respuesta por parte del hombre. La ofrenda de los primeros frutos tenía precisamente este carácter de respuesta.

 

SEGUNDA LECTURA: Romanos 10, 8-13

 

        Como en la primera lectura de este día se lee la confesión de fe vetero-testamentaria del Deuteronomio, en esta se nos ofrece la naturaleza de la confesión de fe cristiana que salva y el contenido de esa confesión. El orden que sigue la fe y la confesión de la misma es primero la proclamación de la  Palabra; a esta proclamación sigue la aceptación interna de la misma por la fe; esta aceptación se exterioriza con la confesión pública de la misma. Esta confesión de la fe cristiana se verificaba en los orígenes del cristianismo en los actos litúrgicos, especialmente en los sacramentos del bautismo y de la Eucaristía.

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El anuncio gozoso de la Pascua nos pone en camino hacia la fiesta principal del Año litúrgico: la muerte y la resurrección del Señor. La Cuaresma es un catecumenado anual para prepararnos a esta fiesta principal, en la cual renovaremos las promesas bautismales y se renueva la vida de la Iglesia. Pongámonos en camino.

Jesús santificó este tiempo santo con los cuarenta días en el desierto, previos a su ministerio público. Pero ese periodo de cuarenta recuerda los cuarenta años que el Pueblo de Dios anduvo por el desierto, saliendo de la esclavitud de Egipto hasta llegar a la Tierra prometida.

La Cuaresma tiene por tanto un sentido de prueba, de desierto, de tentación, de combate contra el mal, de superación con el ejercicio del bien. La pauta que nos marca Jesús para este tiempo es la oración, el ayuno y la limosna (Mt 6, 1ss).

“La oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida”, nos recuerda el Papa Francisco en su Mensaje de Cuaresma. La oración nos abre a Dios y a sus dones, y ahí está el origen de todos los bienes para nuestra vida. Volvamos a Dios, él nos espera como el padre del hijo pródigo con los brazos abiertos para abrazarnos y devolvernos la dignidad de hijos y el sentido fraterno con nuestros hermanos.

“La limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida”, insiste el Papa. La limosna perdona nuestros pecados y abre nuestro corazón para compartir lo que tenemos con los demás. Hemos recibido mucho, qué menos que compartamos algo con quienes no tienen nada. “La medida que uséis, la usarán con nosotros” (Lc 6, 38). Nos funciona instintivamente el deseo de tener más, eso es la avaricia. La Cuaresma es tiempo de ir contra esa tendencia, ejercitándonos en la generosidad con los demás, especialmente con los pobres. El cristiano es generoso y sabe compartir con los demás.

“El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre”, nos recuerda el Papa. Se dice tantas veces que el ayuno no está de moda. Sin embargo, quizá hoy más que nunca esté extendida la práctica del ayuno. Tanta gente es capaz de privarse de cosas por un fin superior: dieta diaria, ejercicio físico, etc. Lo que no está de moda es el ayuno por motivos religiosos, y la Cuaresma nos pone delante de los ojos esta necesidad de nuestro espíritu.

En este primer domingo de Cuaresma aparece Jesús luchando contra Satanás en el desierto, al que vence con la oración y el ayuno, apoyado en la Palabra de Dios. Por toda nuestra diócesis se inician Viacrucis y preparación para las estaciones de penitencia. Tomemos en nuestras manos el Evangelio de cada día y dediquemos un rato cada día para templar nuestro espíritu. Pongamos a punto nuestro espíritu, hagamos un plan personal para esta Cuaresma. Dios nos espera para hacernos partícipes de sus dones. Tengamos presente en todas las parroquias y grupos las “24 horas para el Señor”, el viernes 9 y el sábado 10 de marzo. Que se multiplique la adoración en esas 24 horas y que tengamos fácil acceso al sacramento de la Penitencia. El Papa nos lo recuerda. Recibid mi afecto y mi bendición: Cuaresma, tiempo de gracia, camino hacia la Pascua

 

*****************************

Queridos hermanos: Pocos tiempos litúrgicos, en su retorno anual, han dejado una huella tan profunda en el pueblo cristiano como la Cuaresma. Desde los primeros siglos este ha sido uno de los tiempos fuertes de la Liturgia de la Iglesia.

     La cuaresma es un tiempo de gracia y de renovación espiritual, por medio principalmente de la oración más intensa y de la santa misa que deben ser más frecuente en estos días.

La cuaresma, acompañando a Cristo durante 40 días en el desierto de la oración y penitencia, es el camino hacia la Pascua, hacia la vida nueva y resucitada en Cristo. La pascua es el corazón de todo el año litúrgico y fundamento de todo el cristianismo.

Sin pascua de Resurrección, no hay cristianismo, si Cristo no ha resucitado, Cristo no es Dios, no nos ha salvado, la religión católica no tiene fundamento. Por eso la necesidad de prepararnos y vivir la santa cuaresma. Haced un esfuerzo por venir más a la Iglesia, rezar, confesar, hacer oración.

Al ser la fiesta más trascendental de la fe cristiana, la Iglesia siempre la preparó con esmero y cuidado, durante los cuarenta días de la santa Cuaresma, camino, como he dicho y repito, que nos prepara para el misterio pascual de Cristo, fundamento de nuestra fe y del cristianismo, que debe hacerse uniéndonos a Cristo en su pasión y muerte para llevarnos a todos a su resurrección.

        Desde la antigüedad este camino cuaresmal ha estado dominado principalmente por la oración, la conversión y la penitencia, a ejemplo de Cristo, que pasó cuarenta días de ayuno y oración en el desierto para prepararse para cumplir su misión en conformidad absoluta a la voluntad del Padre.

        En el evangelio se nos recuerda que Jesús vivió cuarenta días en el desierto, donde experimentó tentaciones de todo tipo como nosotros y que únicamente pueden ser superadas por la oración y la penitencia o mortificación de las pasiones.

Los cuarenta días en desierto de la oración y la penitencia le dieron fuerza a Cristo para mantenerse fiel al Padre y prepararse para predicar e instaurar el Reino de Dios contra el materialismo, el orgullo del poder y la idolatría del propio yo, que continuamente quieren quitar a Dios del centro de nuestra vida y del culto que le debemos.

Y este también es y debe ser nuestro camino de amor y salvación en Cristo, sobre todo en la cuaresma, retirarnos a la oración, venir más a la Iglesia, a Cristo, a la Comunión para vencer las tentaciones que sufrimos hoy nosotros y el mundo entero: haz que estas piedras….convertirlo todo en pan, en dinero, en placeres, en sexo… Con la oración y la penitencia las superó el Señor y nosotros debemos superarlas siempre.

        También nosotros hoy sufrimos las tentaciones de Cristo en este mundo instalado en el consumismo e idolatría de los bienes temporales, idolatría de los ídolos creados por el mismo materialismo contra el amor de Dios y el servicio a los hermanos, con matrimonios y familias rotas, abuelos abandonados, crímenes de padres, esposos, hijos… 

        El hombre actual, incluso muchos que se llaman cristianos, dudan de la vida eterna y de la resurrección de Cristo y sólo viven para esta vida terrena, porque el pecado oscurece la fe en Dios y en la eternidad, te lo digo con amor, examínate tú también querido hermano que me escuchas... porque la tele, los medios, los guasad están inundados de estos pecados y te pueden dañar, de hecho a muchos les ha alejado de la fe, a lo peor, a tus mismos hijos. Y sé que esto sólo se vence si hay verdadera fe en Dios, con ratos de iglesia, en comunidad, la santa misa algún día entre semana.

        Cristo oró, tuvo que orar como hombre ante el Padre en la soledad del desierto para vencer las tentaciones, no lo hizo por darnos ejemplo, como a veces se oye; no, tuvo que orar para vencer estas tentaciones de reinos mesiánicos puramente materialistas y terrenos que le proponía el demonio.

Tuvo que convertirse de verdad a la voluntad del Padre: “No sólo de pan vive el hombres sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” Y esto suponer violencia, ir muchas veces contra los propios instintos, hacer penitencia. Para vencer las tentaciones la ayuda más poderosa es la oración, leer y meditar la Palabra de Dios, creerla y vivirla y asimilarla por la oración, la penitencia y los sacramentos. Dime tu frecuencia de oración y Eucaristía y te diré la calidad de tu cristianismo.

        Queridos hermanos, vivamos así la santa Cuaresma. Retirémonos durante este tiempo con más frecuencia al desierto de la oración, vengamos más días durante la semana a la santa misa, al viacrucis, recemos, si es posible, el rosario en familia, hagamos algún sacrifico o mortificación de nuestra lengua, visitemos a los enfermos, alguna obra de caridad… y resucitaremos con Cristo en la pascua llenos de más fe y amor y caridad a Dios y nuestros hermanos, los hombres.

Lo necesitamos todos nosotros, desde el cura hasta el último, lo necesitan nuestras familias, nuestros hijos, en este mundo tan solo, triste y pagano, porque se está alejando de Dios, y por eso se está quedando sin amor, sin familia, sin amigos…ateo, sin Dios.

 

*******************************************

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 4,1-13

        1.- Hemos comenzado la Cuaresma. Pocos tiempos litúrgicos, en su retorno anual, han dejado una huella tan profunda como la Cuaresma en el pueblo cristiano. Esta ha sido  verdaderamente uno de los tiempos llamados «fuertes» de la vida de la Iglesia, «de la milicia cristiana» para la puesta a punto de las armas de la luz.

        La Cuaresma, que nosotros celebramos, es una síntesis de un triple itinerario ascético y sacramental: la preparación de los catecúmenos al bautismo, la penitencia pública y la preparación de toda la Comunidad Cristiana a la Pascua.

        Moisés y Elías y el mismo Jesús, llevado por el Espíritu al desierto durante 40 días, han consagrado este tiempo, al que la Liturgia no duda en llamar “Sacramento Cuaresmal”, es decir, signo de la gracia de Cristo y tiempo sagrado de salvación.

        El Concilio Vaticano II subraya estos aspectos, cuando dice: «Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a escuchar la palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo, mediante el recuerdo o preparación del bautismo. Y mediante la penitencia, dése particular relieve en la liturgia al doble carácter de dicho tiempo».

        San Atanasio de Alejandría escribía en el año 334: «Cuando Israel era encaminado a Jerusalén, primero se purificó y fue instruido en el desierto para que olvidara las costumbres de Egipto. Del mismo modo es conveniente que, durante la santa cuaresma que hemos emprendido, procuremos esta experiencia y recordando el ayuno, podamos subir al Cenáculo con el Señor para cenar con Él y participar en el gozo del cielo. De lo contrario, si no observamos la cuaresma, no nos será lícito ni subir a Jerusalén ni comer la Pascua».

        2.- El relato evangélico que hemos leído nos presenta a Cristo venciendo las tentaciones que habían hecho sucumbir al pueblo de Israel en el desierto: el maná, el becerro de oro: idolatría.

        ¿Por qué la liturgia cuaresmal nos recuerda la caída de Adán y del pueblo de Israel en el desierto? Para decirnos que nosotros también somos pecadores y que necesitamos de la gracia de Dios para salir del pecado. Para decirnos que sentir las tentaciones es bueno, porque es señal de sensibilidad religiosa, humana, social… pero que deben ser vencidas para la gloria de Dios y la mayor santificación nuestra, para la realización del proyecto de Dios sobre el mundo y sobre nuestras vidas.

        Las tentaciones de Jesús atentan al mismo contenido de su función mesiánica. Frente a la seducción del mesianismo terreno que tanto atraía a sus contemporáneos, incluso a sus discípulos, Él acepta el mesianismo del Padre: el reino de Dios, donde Dios sea el único dios de nuestra vida; abajo todos los ídolos del dinero, el sexo, el placer por el placer en contra del servicio y amor a Dios y a los hermanos; Dios, el único Dios y todos los hombres, hermanos, porque son los hijos de Dios; hay que amar más, servir más a los hermanos y no servirnos de ellos; son días de perdonar, de visitar enfermos, de vivir la caridad fraterna. Ése es el reino del Padre que Cristo ha venido a instaurar en la tierra: Dios, el único Dios; todos los hombres, hermanos, y hacer una mesa muy grande del mundo, donde todos se sienten, pero especialmente los pobres, los desheredados de la cultura, poder y demás bienes, esto es, sentar en la mesa de la vida y del mundo a los que no son invitados.    

        Cristo nos da ejemplo también de cómo hay que vencer esta tentación que todos sus seguidores, laicos o sacerdotes, incluso la misma Iglesia, sentimos en nuestro espíritu y en nuestra carne que  sólo quiere y prefiere el reino del mundo, de la carne, del sexo, del consumismo presente frente a la escatología, la trascendencia, frente al reino de Dios, frente al evangelio y los mandatos divinos.

       

        3.- En la primera tentación, el reino de Dios, que se expresa y se contiene en la Palabra de Dios, es preferido al reino del comer egoísta; y el reino de Dios y el proyecto de Dios sobre el hombre, de familia, y sociedad es preferido al concepto del mundo sobre estas mismas realidades; lo natural tiene que subordinarse a lo sobrenatural, hay que vivir con criterios de fe; hay que vivir pendientes más de la voluntad de Dios que de lo que nos guste o no nos guste al sentido.

        La Cuaresma constituye el punto de arranque de ese camino de conversión y reconciliación, tiempo privilegiado de gracia y misericordia, propuesto a todos los creyentes para que renovemos nuestra adhesión personal a Cristo, único Salvador del hombre.

La liturgia de hoy nos invita a orar para que el Padre celestial conceda al pueblo cristiano iniciar con el ayuno un itinerario de conversión auténtica y afrontar victoriosamente, con las armas de la penitencia, el combate contra el espíritu del mal.

 Éste es el mensaje de la Cuaresma. El hombre, todo hombre, queda invitado a la conversión de los pecados y a la lucha penitencial por huir de las ocasiones para vivir los mandatos de Dios y poder recibir el don de la vida sobrenatural, que colma las aspiraciones más profundas de su corazón.

 

4.- Esto se expresa en los signos que recibíamos el miércoles de ceniza. Al recibir la ceniza, se nos recuerda que somos polvo y al polvo volveremos. Este pensamiento —que constituye una certeza humana— no se reitera con el fin de generar en nosotros una resignación pasiva al destino. Al contrario, la liturgia, al subrayar que somos criaturas mortales, nos recuerda la iniciativa misericordiosa de Dios, que quiere hacernos partícipes de su misma vida eterna y bienaventurada.

En el sugestivo rito de la imposición de la ceniza resuena para el creyente una invitación a no dejarse atar a las realidades materiales, las cuales, por muy apreciables que sean, están destinadas a desaparecer. En cambio, debe dejarse transformar por la gracia de la conversión y de la penitencia para alcanzar las arduas pero pacificadoras cumbres de la vida sobrenatural. Sólo en Dios el hombre se reencuentra a sí mismo y descubre el significado último de su existencia.

 

5.- A la imposición de la ceniza le acompaña la práctica tradicional de la abstinencia y el ayuno, de la que da ejemplo Cristo hoy retirándose al desierto. No se trata desde luego de preceptos puramente externos ni de cumplimientos rituales, sino de señales elocuentes de la necesidad de un cambio de vida. El ayuno y la abstinencia, por encima de todo, fortifican al cristiano en su lucha contra el mal y al servicio del Evangelio gozando de mayor libertad interior, disponiéndose así a la escucha atenta de la Palabra de Dios y a la ayuda generosa de los hermanos necesitados.

Abstinencia y ayuno deben pues verse acompañados de gestos de solidaridad para quien sufre y atraviesa por momentos difíciles. De esta forma, la penitencia se vuelve compartición con quien se encuentra marginado y necesitado, haciéndonos sensibles a las necesidades de los pobres.

 

6.- «Convertíos y creed el Evangelio» (Mc 1, 15). Abramos el corazón a estas palabras, que resuenan frecuentemente en el tiempo cuaresmal; que todo cristiano sienta profundamente, en esta Cuaresma el compromiso a reconciliarse con Dios, consigo mismo y con sus hermanos. Por este camino se realizará la deseada plena comunión de todos los discípulos de Cristo. Ojalá llegue pronto el tiempo en que, gracias a la oración y al testimonio fiel de los cristianos, el mundo reconozca a Jesús como único Salvador y, creyendo en Él, obtenga la paz.

 

        7.- En la segunda tentación, el halago, la mentira trata de imponerse sobre la verdad. Estar más pendiente de buscar la propia gloria aunque sea transgrediendo la ley de Dios, agradarse a sí mismo más que tratar de agradar a Dios. Cristo no se dejó llevar por los halagos. ¡Qué difícil sustraerse a los halagos! Ya casi nadie dice la verdad, ni siquiera los que predicamos la verdad evangélica. El que me permite todo eso es mi amigo: Estado, escuela, persona, aunque sean los padres, que ya no dicen la verdad.

         Jesús está  ungido, empapado de Espíritu Santo, que es Verdad y Amor. La Verdad nos hará libres, ha dicho el Señor. Por eso Él es un hombre libre para amar a su Padre por encima de todo, su yo está sometido en adoración permanente al  servicio del Padre; sus pasiones están totalmente sometidas a su voluntad, que busca la verdad del hombre, lo que le hace  bien y por eso su amor es libre de esclavitudes.

       

8.- En la tercera tentación entran todas las idolatrías que nos hacen ponernos de rodillas y nos esclavizan: instinto de poseer y gozar sobre otros deberes y obligaciones; instinto de comprar y comprar sólo porque tengo dinero… obsesión de vestir, comer… moral de situación, poder, honores, comodidad.

        Jesús viene a liberar al hombre de todo lo que le esclaviza: sus pasiones, el sexo, el dinero, el liberalismo egoista y natural, el mundo con sus criterios de bienestar presente sea a costa de lo que sea. Jesús nos trae la verdad sobre el hombre, es la buena noticia.

        Hoy una sociedad permisiva juega precisamente con este equívoco de fondo: dar al individuo la ilusión de que es libre porque le deja satisfacer todos su instintos y pasiones: placer, sexo, bienestar presente, diversión, consumismo: Las elecciones son entre consumismos y esclavitudes para después dominar al hombre y manipularlo, esclavizarlo: la droga, toda pasión…

        Consecuencias de la falta de dominio, de libertad son la tristeza de vivir fuera de sí, la dependencia de otras cosas, el infantilismo permanente, la falta de personalidad, de independencia, de seguridad

        Jesús ha venido a dar la buena noticia: liberación a los pobres y cautivos. Es necesaria la liberación de toda esclavitud a los ídolos del mundo y de los instintos si queremos ser hijos de Dios y no del mundo; si queremos ser nosotros mismos, si queremos educar en libertad de consumismos, de ver o no tele, de gastar más o menos, de estudiar y vencerme.

 

                9.- Hemos hablado muchas veces de las tentaciones, tentaciones de todo tipo: dinero, vanidad, crítica, comodidad.  Hoy vamos a preguntarnos algo muy elemental: ¿nos sentimos tentados?¿Nos damos cuenta de que somos tentados? Sentir la tentación, darse cuenta de estar tentados es bueno:

        a) Indica vida espiritual, sensibilidad ante Dios y los hombres, atención al espíritu. Lo contrario es instalamiento, esclavitud, sometimiento a lo natural, estar sometido al pecado ambiental, social.

        b) Indica lucha, esfuerzo por vivir en gracia, conversión permanente, único camino para llegar a la unión con Dios.

        c) Indica sensibilidad y escucha de la Palabra, oración permanente, único camino de la santidad. Jesús sintió las tentaciones en la oración  y en la oración recibió las fuerzas necesarias para vencerlas. Oración es luz para ver y fuerza para luchar, es esfuerzo continuado por vencer las tentaciones, conversión. La oración es absolutamente necesaria para vivir en cristiano.

 

        10.- Si no nos sentimos tentados podíamos hacernos la misma pregunta anterior: ¿por qué no nos sentimos tentados? Casi se responde igual que si nos preguntamos por qué no nos confesamos de nuestros pecados:

a) Porque hemos perdido la conciencia de pecado ante Dios y los hombres;

b) Porque no queremos convertirnos, porque no queremos luchar y  superarnos, porque no amamos a Dios sobre todas las cosas, porque nos amamos más a nosotros mismos;

c) Porque nos supone humillación arrodillarnos, reconocer ante el sacerdote nuestro pecado, porque hemos perdido sensibilidad religiosa y espiritual, profundidad de fe. Es cosa buena sentir la tentación, convertirnos y confesarnos. Y el camino es la oración. Ella nos da luz, nos convence, nos hace arrodillarnos, nos acerca a Dios y  a su gracia y perdón.

 

*****************************************

 

I CUARESMA. Queridos hermanos: Pocos tiempos litúrgicos, en su retorno anual, han dejado tan profunda huella en el pueblo cristiano, como la Cuaresma. Desde los primeros siglos este ha sido uno de los tiempos fuertes de la Liturgia de la Iglesia.

La cuaresma es un verdadero sacramental, tiempo de gracia y de renovación espiritual, por medio principalmente de la oración más intensa y de la santa misa más frecuente en estos días,  y puesto a disposición de toda la comunidad cristiana, para que cada año reviva y potencia la gracia del bautismo, pasando de la muerte a la vida, del hombre viejo de pecado al hombre nuevo de la gracia.

La cuaresma, acompañando a Cristo en el desierto de la oración y penitencia, es el camino hacia la Pascua, corazón de todo el año litúrgico y fundamento de todo el cristianismo y del Credo cristiano. Sin pascua de Resurrección, Cristo no es Dios, no nos ha salvado, la religión católica no tiene fundamento.

Al ser la fiesta más trascendental de la fe, la Iglesia siempre la preparó con esmero y cuidado sumo, mediante los cuarenta días de la santa Cuaresma, camino, como he dicho y repito, que nos prepara para el misterio pascual de Cristo, fundamento de nuestra fe y del cristianismo, que debe hacerse nuestro uniéndonos a Cristo en su pasión y muerte para llevarnos a todos a su resurrección, que es el fundamento de la nuestra, somos eternos, en Cristo muerto y resucitado hemos vencido a la muerte.

        Desde la antigüedad este camino cuaresmal ha estado dominado principalmente por la oración, la conversión y la penitencia, a ejemplo de Cristo, que pasó cuarenta días de ayuno y oración en el desierto para prepararse para cumplir su misión en conformidad absoluta a la voluntad del Padre.

        En el evangelio se nos recuerda que Jesús vivió cuarenta días en el desierto, donde experimentó tentaciones de todo tipo como nosotros y que únicamente pueden ser superadas por la oración y la penitencia o mortificación de las pasiones. Los cuarenta días en desierto de la oración y la penitencia le dieron fuerza a Cristo para mantenerse fiel al Padre ay prepararse para predicar e instaurar el Reino de Dios contra el materialismo, el orgullo del poder y la idolatría del propio yo, que continuamente quieren quitar a Dios del centro de nuestra vida y del culto que le debemos.

Y este también es nuestro camino toda la vida, sobre todo en la cuaresma, oración, venir más a la Iglesia, a Cristo, a la Comunión para vencer las tentaciones que sufrimos hoy nosotros y el mundo entero: materialismo, haz que estas piedras….convertirlo todo en pan, en dinero, en placeres, en sexo… Con la oración y la penitencia las superó Él y así tienen que ser superadas siempre por todos sus discípulos, por todos los cristianos. Y como en estos tiempos no se hace oración y de 50 años para abajo, vuestros hijos y nietos, en general, no vienen a la iglesia, a la misa del domingo, pues están vencidos por estas tentaciones y a nosotros nos toca sufrir sus faltas de amor y correspondencia. Hablo en general…

        También nosotros, en el desierto de nuestra travesía por esta vida pecadora hasta la nueva y resucitada de la gracia, sentiremos estas mismas tentaciones, que hoy prácticamente para el mundo no son tentaciones, sino que están tan generalizadas y propagadas, incluso públicamente, que más bien son normas prácticas de vida y comportamiento, ya que el mundo está instalado en el consumismo, sustitutorio de Dios y en la idolatría de los ídolos creados por el mismo materialismo contra el amor y servicio al Dios verdadero, que nos exige obediencia a sus mandamientos, austeridad, servicialidad y entrega a los hermanos, fidelidad en el amor matrimonial, respeto a la vida desde el primer instante. (El miércoles de ceniza, en el ABC, por el ordenador, leí cursos En el tiempo actual las tentaciones son)

        El hombre actual, incluso muchos que se llaman cristianos, dudan de la vida eterna y de la resurrección de Cristo y sólo viven para ésta terrena, porque el pecado oscurece la fe en Dios y en la eternidad. El 30/100 de los españoles no tienen fe y confianza en la vida futura conseguida por Cristo mediante su muerte y resurrección. Y unas veces esto es la causa del olvido de Dios y otras, el olvido o la negación de Dios es la causa de esto. Y sé que esto sólo se vence si hay verdadera fe en Dios, o si se ha oscurecido por el pecado, si existe verdadera penitencia de los mismos, para recobrar la luz y la fuerza de la fe en Cristo y en su misterio Pascual: muerte y resurrección por nuestros pecados.

        Cristo oró, tuvo que orar, no lo hizo por darnos ejemplo, como a veces se oye; no, tuvo que orar para vencer estas tentaciones de reinos mesiánicos puramente materialistas o acomodados a nuestras apetencias, que son las de entonces y las de siempre. Tuvo que convertirse de verdad a la voluntad del Padre: “No sólo de pan vive el hombres sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” Y esto suponer violencia, ir muchas veces contra los propios instintos, hacer penitencia. Para vencer las tentaciones una ayuda muy poderosa es la  Palabra de Dios, creerla y vivirla y asimilarla por la oración, la penitencia y los sacramentos. Dime tu frecuencia de oración y sacramentos de Penitencia y Eucaristía y te diré la calidad de tu cristianismo.

        Queridos hermanos, vivamos así la santa Cuaresma. Retirémonos durante este tiempo con más frecuencia al desierto de la oración, vengamos más días durante la semana a la santa misa, al viacrucis, recemos el rosario en familia, hagamos algún sacrifico o mortificación de la lengua, visitemos a los enfermos, alguna obra de caridad… y resucitaremos con Cristo en la pascua con más fe y amor y caridad a Dios y nuestros hermanos los hombres. Lo necesitan nuestras familias, nuestros hijos, este mundo tan solo, triste y pagano, sin Dios, sin amor, sin amigos.

 

************************************************

 

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

 

PRIMERA LECTURA: Génesis 15, 5-12. 17-18

 

        La historia de la Salvación está jalonada por el pensamiento de la alianza. En la alianza patriarcal, las dos grandes promesas que se hacen a Abrahán son la de una descendencia numerosa y la de una patria. La Biblia misma nos enseña a actualizar las promesas patriarcales cuando cuenta entre los descendientes de Abrahán no tanto a los que llevan su misma sangre cuanto a sus hijos en la fe (Mt 3,9, Rom 9, 7-8). La lectura de hoy subraya la fe de Abrahán como respuesta a las promesas del Señor: “Creyó al Señor y se le contó en su haber”. El mejor comentario es el de San Pablo en Rom 4, 18-22ss).

 

SEGUNDA LECTURA: Filipenses 3, 17-21. 4,1

 

        Pablo expone la nota principal de nuestra condición cristiana: el derecho al cielo conseguido por los méritos de Cristo. Por eso debemos de mirar continuamente al cielo, donde está nuestra morada definitiva. Para ello nuestro cuerpo será transformado por la resurrección del Señor, “por su condición gloriosa”. El cristiano, consciente de este final celeste con Cristo resucitado, debe pensar, actuar y buscar las cosas del cielo. Para ello tenemos que mortificar las inclinaciones que impiden esta transformación y vida nueva conseguida por Cristo resucitado.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 9, 28B-36

TRANSFIGURACIÓN POR LA ORACIÓN: LA SUBIDA AL MONTE TABOR

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- Jesús se retira a lo alto del monte a orar, porque en el silencio de las cosas y de las voces humanas se oye mejor la voz y las llamadas de Dios. El ejemplo de Jesús lo siguen todas las personas que quieren ser cristianos de verdad, todos los santos que ha habido y habrá, todos los místicos que han existido y existirán. Sólo en lo alto del monte de la oración nos podemos encontrar con Dios, sólo allí podemos sentirnos amados por Él; sólo en lo alto de la oración veremos a Cristo transfigurado. En mi vida pastoral y parroquial conozco almas buenas, todas son almas de oración, ni una sola que no se retire todos los días un rato al silencio para contemplar a Dios, hablar con El, amarle, pedirle perdón…

 

        2.-Sin oración personal no se puede contemplar a Cristo transfigurado,  no hay cristianismo serio y profundo,  no hay transformación de las almas en Cristo. El Tabor es la experiencia del Dios vivo por la oración. Sin Tabor no hay gozo profundo de la fe experimentada, no hay amor ardiente y fuego de Espíritu Santo, no puede haber conversión permanente y santidad. Para ser cristianos serios y convencidos necesitamos absolutamente de la oración personal, porque es allí donde el Cristo de la fe, de nuestras comuniones eucarísticas, de nuestro sagrario se transfigura  y nos transfigura llenándonos de su luz.

 

        3. El Tabor existe. Cristo sigue transfigurándose ante sus amigos. No todos los Apóstoles subieron a lo alto de la montaña. Cristo en el sagrario desea transfigurarse ante los que le van buscando y quieren amarle en profundidad, de verdad. Si no hemos llegado a verle transfigurado, es porque no buscamos el silencio y la altura de la montaña de la oración o hemos subido poco alto por ella, porque no renunciamos a las comodidades y criterios de nuestra vida y pecados, no queremos avanzar por la conversión permanente, ascendiendo, sacrificándonos y muriendo al propio yo, que no quiere renunciar a la comodidad de la llanura, sin el esfuerzo de la subida por el monte Tabor, o Carmelo, o Sinaí, donde veremos a Dios lleno de esplendores y luz. Todos los cristianos estamos llamados a esta experiencia de Dios. Hemos sido creados y estamos convocados a ella. Es el cielo anticipado en la tierra.

 

        4.- “Este es mi hijo amado, escuchadle”. Para orar, para hablar con Dios, lo mejor y el primer paso es escucharle. Hay que leer y meditar y vivir el evangelio para comprenderlo. Sin contemplar, sin hablar con Cristo no podemos responderle con la fe y la vida: Lectio, meditatio, oración y contemplación..

 

        5.- “¡Qué bien se está aquí!” dice Pedro y el evangelista añade que no sabía lo que decía ¡Vaya si lo sabía! Como Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Isabel de la Trinidad, Madre Teresa de Calcuta, Teresita del Niño Jesús: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado.”

San Juan de la Cruz  describe así esta transfiguración de las almas: «¡Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste, amado con amada, amada en el amado transformada».  Isabel de la Trinidad:  «Y vos, oh Padre, inclináos sobre esta pobrecita criatura vuestra, no veáis en ella sino al Amado en quien habéis puesto todas vuestras complacencias: Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita en la que me pierdo, entrégome sin reservas a Vos, sepultaos en mí para que yo me sepulte en Vosotros hasta que vaya a contemplaros en la infinitud de tu Gloria. Amén”

 

        6.- Y así es cómo la vida cambia y todo se vive de otra forma y podemos decir con San Pablo: “no soy yo es Cristo quien vive en mí”, y Dios se entrega totalmente a las almas y las transforma: «Oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro».  Y con Teresa de Jesús: «Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero que muero porque no muero».

       

***********************************************

 

SEGUNDA HOMILÍA

 

        1.-Este evangelio nos invita a reflexionar sobre la esperanza cristiana. La transfiguración es un anticipo de lo que esperamos: ser totalmente felices en Dios, contemplando su rostro, su misma esencia divina, volcán de Verdad y Belleza de paisajes de conocimiento y de Amor en eterna erupción,  viviendo su misma vida trinitaria, su serse en eterna infinitud de Verdad y de Amor.

Jesucristo deja en este monte Tabor que su humanidad deje transparentar un momento y un poco el Dios que se ha encarnado, lo suficiente para que sus discípulos queden maravillados y alucinados de tanta luz y hermosura. Pedro tampoco describe mucho lo que ve, sólo expresa sus sentimientos y emociones: “Señor, qué bien se está aquí”. Que esto sea eterno, hagamos tres tiendas, pero no para nosotros, sino para Ti, Elías y Moisés… En esos estados de oracion uno sale de sí mismo, es el éxtasis. O si queréis, uno es patógeno, surge el impacto vivo del Dios de la gloria infinita, que le llena de luz, que le impacta, le hiere y uno sufre esta herida de amor, pero no puede describir nada porque se siente desbordado.

        La transfiguración en sí es una manifestación muy limitada y parcial de la divinidad, que se ha dado clara y fuertemente en  la vida de los santos, y no de todos, sino de los que subiendo por la montaña de la oración han conseguido llegar a la cima de la contemplaciòn de la Divinidad de Jesucristo, del Verbo de Dios encarnado.

San Juan de la Cruz lo describe muy bien en «LLAMA DE AMOR VIVA, qué tiernamente hieres, de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro».

 

        2.- Nosotros hemos sido creados para la transfiguración total en Dios por Jesucristo, Verbo e Imagen de Dios, para contemplar a Dios eternamente en su esencia,  por la visión intuitiva de la que nos habla la teología. Dice San Hilario: «la gloria de Dios es que el hombre viva y la vida del hombre es ver a Dios».  Esta es nuestra meta y esta es por tanto nuestra esperanza: conseguir el fín para el que hemos sido creados, la santidad o la unión total con la Santísima Trinidad a la que hemos sido llamados por el Dios Amor: «Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme de mí y establecerme enteramente en Vos, tranquilo y sereno, como si mi alma ya estuviere en la eternidad».

        Quiero hablaros un poco de la esperanza, porque hablamos poco de ella y la ejercitamos menos; porque comprendemos muy bien lo que es la fe, creer en Dios; el amor: amar a Dios;  pero no ejercitamos mucho la esperanza: esperar a Dios como meta de nuestra existencia. Y es que nos hacemos a la idea de que para eso tenemos que morir; pero ya he dicho que aquí abajo podemos empezar el cielo porque el cielo es Dios y Dios está en lo más profundo de nuestro ser. Si fe es creer en Dios y amor es amarle, esperanza es buscarle desde esa fe y amor hasta encontranos con Él totalmente en el gozo y en la unidad de ser y existir. La plenitud de la esperanza, de la unión, de la visión con Dios viene en la vida eterna.

        ¿Por qué algunos santos, desde San Pablo, desean morir para estar con Dios, y nosotros no? Porque nos falta la virtud sobrenatural de la esperanza cultivada y lograda, que nos una a Dios y nos haga desearle y esperarle. Tenemos fe y amor suficientes para creer y amar, pero no desear y buscar ese encuentro con todo nuestro ser, nuestras fuerzas, nuestro corazón, sobre todas las demás esperas.

        La esperanza es el éxtasis de la fe y del amor, es la culminación, la plenitud de ambas virtudes; si nuestro amor estuviera en la cima, desearíamos este encuentro o por lo menos no tendríamos tanto miedo. Por eso no hemos comprendido ni vivimos suficientemente que el cristiano sea el hombre de la esperanza. Nos falta Tabor, transfiguración, experiencia de Dios, gustarlo, verlo, sentirlo de verdad.

        El Tabor es la experiencia del Dios vivo por la oración. Sin Tabor no hay experiencia de Dios ni gozo de la fe ni posibilidad de transformación de la vida de gracia en plenitud. Sin Tabor no hay santidad ni seguimiento total de Cristo. Y el camino es la oración.

 

        3.- La esperanza es una virtud teologal; quiere decir que nos une directamente con Dios, no como la prudencia, la justicia,  que llega a Dios a través de los hombres porque la practicamos con los hombres y Dios nos lo premia. La esperanza nos une a Dios directamente como meta y final de nuestra vida. Debe ser una virtud dinámica y no estática; quiere decir que si yo espero no puedo permanecer con los brazos cruzados; si espero, debo esforzarme, trabajar en ese sentido y tratar que ese pensamiento ilumine, dinamice  y dirija toda mi vida: Dios como horizonte de mi existir.

        El reino de Dios empieza en este mundo y se consuma en el encuentro con Él en la  eternidad. La esperanza es, en definitiva, Dios como objeto de mi deseo y final de mi vida, terrena y celeste.

 

        4.- Hoy hay una crisis muy grande de esperanza; vivimos en un mundo sin esperanza, vivimos mejor comidos y descansados que antes, pero más tristes. El hombre, satisfechas todas sus esperanzas terrenas está insatisfecho, porque las migajas de criaturas no pueden dar la hartura de la divinidad, de lo infinito que lleva en lo más profundo de su corazón;  hablo en general. Sólo la fe y el amor a Dios, sólo la religión, la unión y el encuentro total y pleno con Dios puede llenarle de sentido y plenitud al hombre en esta vida.

 

        5.- El camino de la esperanza es el de la fe y del amor a Dios por la oración, por la subida de oración y conversión hasta la cima del monte Tabor, del Monte Carmelo para San Juan de la Cruz, del Sinaí para Elías; es llegar a la cima de la contemplación infusa en que Dios impacta al alma y la transfigura. No hay posibilidad de Tabor sin oración. Es el único y esencial camino; hay que subir a las alturas del silencio contemplativo. La mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza de la vida mística, de Tabor, de experiencia de Dios.

 

        6.- TENER Y VIVIR LA ESPERANZA DE DIOS:

 

-- Nos hace más alegres, pacíficos, esperanzados en todo, sin hundirnos, aunque suframos o las cosas nos salgan mal humanamente, porque la virtud de la esperanza sobrenatural relativiza todo lo presente y pone su única mirada en Dios.

 

-- La esperanza cristiana nos da luz, humildad y paciencia positiva ante los males y dificultades de la vida presente: enfermedad, fracasos, sufrimientos..

-- La esperanza da sentido último a todo y lo orienta hacia la meta final: no hemos sido creados para esta tierra, nuestra vida es más que esta vida, que este espacio y este tiempo, somos eternidad en Dios, no hemos sido creados para hacernos ricos y tener más tierras y posesiones finitas, sino para hacer el peregrinaje  hasta lo Absoluto y lo infinito que es Dios; los bienes son necesarios porque Dios nos creó corporales, pero el fín del hombre está solo en la plenitud de lo Infinito, Dios.  Hemos sido creados para transfiguración en la esencia de Dios; por eso ante la misma muerte, se aviva la esperanza de Dios.

-- Para acostumbrarnos y recordarlo con frecuencia, en lugar de decir siempre: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser… habría que decir esperarás en el Señor tu Dios con todo tu ser, con todas tus fuerzas, con toda tu alma; conviene decir y repetir esto muchas veces y orientarlo todo en este sentido.

 

*********************************************

TERCER DOMINGO DE CUARESMA

 

PRIMERA LECTURA: Éxodo 3, 1-8. 13-15

 

        El relato de la vocación de Moisés es uno de los textos más importantes del A T por su densidad teólogica, al unir en esta perícopa la primera manifestación histórica de Dios con su elección personal para ser liberador del pueblo elegido. En la teofanía, que tiene lugar en el monte Sinaí, lo más importante no son la zarza ardiendo y demás elementos secundarios sino el encuentro con Dios, que se decide a salvar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Y el guía elegido por Dios es Moisés. Las intervenciones salvíficas de Yahvé culminarán en la plenitud de los tiempos en la suprema  manifestación de Jesús de Nazaret.

       

SEGUNDA LECTURA: 1Corintios 10, 1-6. 10-12

 

        Pablo hace una relectura de lo sucedido al pueblo de Dios durante el éxodo de Egipto y la doctrina del Evangelio. Para la liberación del pueblo y de los cristianos es necesaria la conversión. Entre los dos textos Pablo explica cómo las infidelidades de los israelitas en el desierto son un motivo de escarmiento para los cristianos, para que no sean como ellos: prevaricadores y duros para las exigencias de fidelidad al Señor. Como al pueblo elegido no le basta pertenecer a su raza, tampoco al cristiano le basta tener la fe sin vivir en conformidad con ella.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 13, 1-9

QUERIDOS HERMANOS:

Estamos ya en el tercer domingo de Cuaresma y nos vamos adentrando en uno de los aspectos principales de este caminar por el desierto de la oración y la penitencia: la conversión. En el evangelio de hoy encontramos dos unidades narrativas distintas: una de ellas trata de dos tristes sucesos de muerte y desgracias conocidos por el pueblo; la otra, de la parábola de la higuera estéril; pero ambas unidades coinciden en la exigencia de conversión antes del encuentro con Dios.

1.- “Si no os convertís, todos pereceréis igualmente”. Ante la noticia de la muerte violenta de unos galileos, cuya sangre vertió Pilato  con los sacrificios que ofrecían en el templo, Jesús pregunta: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo”. Pregunta y respuesta que vuelve a repetir Jesús comentando la muerte accidental de dieciocho personas al derrumbarse una torre en Siloé, al sur de Jerusalén.

Ante hechos semejantes y actuales, muchas personas dicen: «Dios lo ha querido». Sin embargo,  en muchos casos, ciertamente sabemos que Dios no lo quiere, porque no quiere crímenes y pecados, pero tiene que respetar el orden que ha establecido en la naturaleza. De esta forma, Dios no es causa directa y por tanto, no tiene culpa de muchos de nuestros delitos, muerte y males morales, físicos, etc. Para Jesús, en este pasaje, no hay relación entre desgracia y pecado, entre fortuna y virtud. Muchos se deben al mal uso de la libertad de los hombres. Y lo que está claro es que por principio no son nunca venganza o castigo de Dios por nuestros pecados. Porque Dios no es vengativo “y no se complace de la muerte del pecador sino que se convierta y viva” (Ez 33,11).

En otra ocasión, ante un ciego de nacimiento los discípulos preguntaron a Jesús: “Maestro, ¿quien pecó?, ¿ este o sus padres para que naciera ciego?”. Y la respuesta de Jesús es la misma y tajante: “ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifieste en él las obras de Dios” (Jn 9, 2).

La segunda parte del evangelio contiene la parábola de la higuera estéril, que viene a ilustrar lo dicho en la primera parte, suavizando el final con la concesión de un año como plazo de gracia, año que se perpetúa hasta el final de la vida. Esta parábola refleja la misericordia de Dios, tema preferido por Lucas, y que proclamamos en el salmo responsorial: “Nuestro Dios es compasivo y misericordioso”,   manifestando a la vez la urgencia de producir en nosotros los frutos del Reino de Dios.

        Señalando «quién es quién»en la parábola, diríamos que la higuera estéril es el pueblo de Israel y ahora podemos ser nosotros, como comunidad o miembros de la misma, a los que Jesús hoy nos dirige su Palabra. El dueño de la higuera es Dios Padre, el viñador es Cristo y los profetas. Los tres años que el viñador viene buscando fruto inútilmente es quizá una alusión a la duración de la vida pública de Jesús y a los años de nuestra vida, recibiendo el mensaje de la conversión al reino de Dios; el año de gracia es la misericordia de Dios en el final de la vida, el purgatorio incluso.

 

2.- CONVERSIÓN: En definitiva lo que se nos pide en este evangelio es la conversión. Convertirnos del pecado. ¿De qué pecado? Del único que tenemos: del pecado original, de la idolatría del yo, que se manifiesta en la mente con criterios contrarios a los del evangelio, de preferir y preferirnos a Dios, con apegos del corazón contrarios al reino de Dios y con obras de idolatría o culto idolátrico al mundo y a sus posesiones, al dinero, al poder, al sexo…

a).- En primer lugar tenemos que cambiar nuestros criterios por los de Cristo, para asimilar sus criterios, su esquema doctrinal y de ahí su estilo de vida tal y como lo expresó repetidamente en el evangelio.

b).- En segundo lugar nuestro corazón tiene que convertirse a la fraternidad, desprendimiento, concordia, generosidad y esperanza. Finalmente  hay que dejar de dar culto al consumismo y valorar más los dones del Reino de Dios que los terrenos. Y todo esto supone mucha fe, esperanza y amor sobrenaturales porque estamos instalados en el culto al yo mediante la comodidad y el placer.

        c).-  Y esta conversión debe durar toda la vida; la Santa Cuaresma lo único que hace es recordárnoslo, pedirnos que volvamos a la oración y la penitencia para renovarla y continuarla de forma ascendente, hasta nuestro encuentro con Dios, hasta la medida de Cristo. En definitiva es cumplir el primer mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…”,  eso es en positivo; y en negativo: «te convertirás al Señor tu Dios con todo tu corazón…», porque hay que “buscar primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura”.

        Y ésta es la conversión que nos pide la Cuaresma, conversión del corazón, que debe plasmarse en nuestra vida y conocerse por sus frutos, debe expresarse y celebrarse singularmente por el sacramento de la Penitencia, que nos reconcilia con Dios, con los hermanos y con nosotros mismos.

3.- Para aviso y escarmiento nuestro, el posible error al leer esta Escritura es creernos seguros, condenando fácilmente la conducta del pueblo judío. Pero San Pablo, en la segunda Lectura de hoy (1 Co 10, 1ss), nos avisa: “El que se cree seguro, ¡cuidado no caiga!” (v.12). Y desarrolla toda una tipología del AT respecto del Nuevo. Es decir, la historia de Israel sucedió como ejemplo y fue escrita para escarmiento nuestro. Dirá en la segunda a Timoteo: “Toda Escritura inspirada por Dios es útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena” (2 Tm 3,16s). En esta línea y para explicar cómo leer la Biblia, Pablo se fija hoy en la experiencia israelita del desierto. Como veíamos hace dos domingos, el desierto es imagen de la Cuaresma, como oración y penitencia; pero, sobre todo, lo es de la travesía de la vida, de salir de la vida mediocre y pobre de Dios.

Convertirse es la respuesta y actitud adecuadas. Convertirse urgentemente, pero ¿de qué y a qué? Hay mucha diferencia entre vivir la urgencia de la conversión como una amenaza o como una invitación liberadora. En el caso de amenaza, la inminencia del juicio de Dios crea angustia; como invitación liberadora, en cambio, se trata de una llamada estimulante que genera gozo porque nos libra del lastre que nos impide crecer como personas y como creyentes. Pero ¿de qué convertirnos en concreto, y a qué?

Respondiendo al primer punto de la cuestión, es obvio que la conversión es siempre del pecado, que es el mal radical. Pero el pecado en abstracto no es asible; lo que cuenta es el agente del pecado, es decir la persona, nosotros. Según esto, lo primero que debemos cambiar es nuestra manera de pensar, para asimilar los criterios de Jesús y su estilo de conducta tal como lo expresó en todo el conjunto de su vida y doctrina, por ejemplo en las bienaventuranzas. Así, convertiremos el corazón al desprendimiento, la fraternidad, la paz, la concordia, la limpieza de corazón, la misericordia, el amor, la alegría, la generosidad y la esperanza.

Cambiar por dentro nos cuesta mucho porque estamos instalados muy a gusto en nuestra mezquindad y en la hojarasca inútil de nuestra higuera, frondosa quizá pero estéril, con todas las soluciones en la mano, pero sin aplicar ninguna para renovarnos y mejorar el ambiente en que nos movemos. Pues no se trata de que cambien los demás; somos nosotros, cada uno, los llamados a la reforma. Nadie es neutral e inocente; todos somos culpables individual y solidariamente. Y no basta tranquilizarnos con la crítica o la denuncia de la culpabilidad ajena. Jesús dijo: “Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”.

             4.- La conversión debe ser permanente, porque la unión y el  crecimiento hasta la estatura de Cristo es continuo. De un corazón convertido a los valores del Reino de Dios y del Evangelio se seguirán naturalmente los frutos visibles de una conversión que toca la realidad de la vida. Pero esta conversión es un proceso continuo; no es un dato instantáneo, puntual y de una vez por todas, sino que constituye un crecimiento ininterrumpido y ascendente.

Se crece en desarrollo físico y vegetativo, en conocimientos, en fuerza y en años. Y de forma paralela se debe crecer psíquica y personalmente, es decir, en madurez y en valores personales, aun cuando físicamente uno entre en la edad descendente cuyo proceso es imparable a pesar de toda la industria montada al respecto. Lo más que se puede conseguir es mantenerse en forma, pero nadie puede frenar la pendiente del envejecimiento físico.

No obstante, psíquica y espiritualmente siempre podemos y debemos seguir creciendo en cristiano hasta el último momento: crecer hasta la medida del discípulo perfecto de Cristo. Para lograr este ideal hemos de convertirnos con todo nuestro ser al Reino de Dios.

            5.- Conversión al Reino de Dios. Hoy como ayer “el Reino de Dios sufre tensión y solamente los esforzados le dan alcance” (Mt 11, 12). Ser testigo del Reino es el gran desafío actual para los discípulos de Jesús, que fue el gran testigo del amor de Dios Padre al hombre con su vida, muerte y resurrección. Cristo nos recordó la primacía del Reinado de Dios: “Buscad sobre todo el Reino y su justicia; lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6, 33). La buena noticia del Reinado de Dios, inaugurado en Jesús, no sólo ha de infundir sentido y alegría de la vida a los hombres, sino también pan, justicia y libertad, especialmente para aquellos que más lo necesitan. ¡Cuántos cristianos nominales hoy día! Vivimos tiempos en que se decanta lo que es cada uno y queda al descubierto una fe sin compromiso, la separación de fe y vida, la religión de herencia socio-familiar, la ignorancia religiosa, el fariseísmo y la rutina en la práctica de la fe.

La conversión del corazón a que nos urge la Cuaresma, además de expresarse en la vida y conocerse por sus frutos, tiene un sacramento que la encauza: la Penitencia o Reconciliación, el sacramento del perdón donde Dios nos reconcilia consigo y con los hermanos. La conversión se manifiesta también en la virtud de la penitencia que verifica el cambio que vamos operando en la dirección del Reino de Dios. De ahí el sentido penitencial de toda la vida cristiana.

***********************************************

SEGUNDA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS:

       

1.- Esta parábola de la higuera infructuosa nos enseña a no ser sordos a las llamadas continuas del Señor a convertirnos y dar frutos de buenas obras; me empuja a estar presto y diligente para cumplir su santísima voluntad. En la descripción de la parábola vemos cómo el dueño ha plantado y rodeado a la higuera de toda clase de cuidados.  Échase de ver la solicitud del Señor por la higuera en que la tenía no en un terreno cualquiera, inculto, descuidado, donde no tuviera elementos de que nutrirse, sino en su misma viña, es decir, en tierra bien cuidada. En Pa1estina toda viña es un vergel y se cuida mucho y se trabaja con sumo cuidado; con lo cual los árboles en ella plantados es natural que prosperen notablemente y produzcan abundantes frutos, como plantas escogidas. Por eso vino el Señor “en busca de fruto”; y sin duda de lejos pensó que había de hallarlo, pues estaba la higuera llena de hojas y de lozanía.


2.- Varias interpretaciones pueden darse a este pasaje; pero para nuestro caso podemos ver representada en la higuera nuestra alma, plantada en la Iglesia, «vinea electa», viña escogida, y todavía dentro de esa viña, en porción elegida, en una familia de veras cristiana. Tiene, pues, Dios derecho a esperar frutos abundantes. Sin embargo nuestra conducta ha sido bien reprochable y suficiente a causar disgusto en nuestro Señor, como lo causó la esterilidad de la higuera en el dueño de la viña.

“Tres años seguidos que vengo a buscar fruto... y no lo hallo: córtala y échala al fuego”.  Y dictó una sentencia dura,  justa, pero no definitiva: tres años de cuidados, en tierra buena, daban fundado motivo a la esperanza, y el verse ésta fallida, era causa más que suficiente para excitar el enojo del propietario. Parece imposible que Cristo pueda pronunciar una sentencia así viéndole en el evangelio tan suave y manso, tan fácil en perdonar, como nos lo demostraron hechos repetidos del Evangelio, Zaqueo,la Magdalena, la adúltera, Pedro, etc.        

Sin embargo, contra los que no querían aprovecharse de la gracia se mostraba duro y severo. Recuérdense las terribles palabras pronunciadas contra las ciudades por Él evangelizadas, que no quisieron aprovecharse de su predicación: “¡Ay de ti, Corazaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Que si en Tiro y en Sidón se hubiesen hecho los milagros que se han obrado en vosotras, tiempo ha que habrían hecho penitencia, cubiertas de ceniza y de cilicio. Por tanto, os digo que Tiro y Sidón serán menos rigurosamente tratadas en el día del juicio que vosotras” (Mt. 3).

¿Qué sería de nosotros, si las gracias que hemos recibido, las hubieran recibido otras almas? ¿No hubieran correspondido mucho mejor que  lo hemos hecho nosotros?  Sin embargo, vivamos tranquilos y si a Él acudimos, bien seguros podemos estar de lograr su perdón y gracia. Pero estemos alerta y apliquémonos lo que nos dice San Agustín «timeo Jessum transeuntem», temo el paso de Jesús junto a mi sin hacerle caso.

 

3.- Intervención del viñador. Aboga el viñador en favor de la higuera y logra sea suspendida la ejecución de la terrible sentencia. Tenía sin duda cariño a la higuera; acaso la había plantado él mismo y vísto crecer, prodigándola abundantes cuidados. Ahora se brinda a cuidarla con mayor solicitud haciendo con ella nuevas labores para que diera. Nada nos dice el texto evangélico de si el dueño de la viña accedió a la súplica; da a entender que sí, que terminó bien la parábola, como terminará nuestra vida, que regada por la palabra de Dios en este día, se decidirá a dar los frutos pertinentes. Todos nosotros tenemos al mejor abogado: “tenemos abogado ante el Padre” (1 Jo. 2.l), intercediendo continuamente por nosotros con su pasión y muerte por darnos vida. Oremos al Corazón amorosísimo de Jesús agradeciendo la bondad con que nos ama y nos brinda su perdón y su gracia. Confiemos y trabajemos.

 

*********************************************

 

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

 

PRIMERA LECTURA: Josué 5, 9a. 10-12

 

         El paso del Jordán y la entrada en la tierra prometida están presentados como una réplica de los acontecimientos del Éxodo. El Señor detiene el curso del Jordán para dar paso a los israelitas, como lo había hecho en el mar Rojo; el caudillo del pueblo es aquí Josué, lo mismo que allí lo era Moisés; en el momento del Éxodo tiene lugar la primera circuncisión, aquí la segunda; la entrada en Palestina se inaugura con la celebración de la Pascua, fiesta que evocaba precisamente la liberación de la esclavitud egipcia. Esta presentación de los hechos subraya la importancia extraordinaria de la nueva etapa salvífica que empieza con la entrada en la tierra prometida, comparable a la inaugurada con la salida de Egipto. Esta misma idea quiere acentuar el autor sagrado cuando repite por dos veces que en este momento el maná y los israelitas empiezan a tomar de los frutos de la tierra santa.

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Cor 5, 17-21

 

        La novedad de la existencia cristiana es absoluta: el creyente es un hombre nuevo. Así lo ha querido Dios, por cuya iniciativa Cristo asumió el servicio de reconciliarnos con Dios al precio de su muerte. Pablo se sabe apóstol de la reconciliación por el hecho de ser apóstol de Cristo. El texto es denso, teológicamente; la lectura recoge unos rasgos de esta nueva vida reconciliada en Cristo: el cristiano debe ser luz y caminar en ella desde el bautismo; ha de saber lo que agrada y desagrada al Señor y debe renunciar a la obras malas, poniéndolas en evidencia para corregirlas. Estas ideas están concentradas en un fragmento de un probable himno cristiano bautismal.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 15, 1-3

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- La parábola de la misericordia relatada por San Lucas es digna de figurar en las antologías de la literatura universal; pero, sobre todo, en la memoria y el corazón de todos los hombres. Porque el contenido religioso de la vulgarmente llamada «parábola del hijo pródigo», que también podría llamarse «del hermano mayor» y, mejor aún, «del Padre misericordioso», nos afecta a todos: a los malos y los buenos, pues todos necesitamos convertirnos.

El problema para encajar esta parábola maravillosa es que hoy hemos perdido el sentido del pecado, y por lo tanto nos consideramos buenos, sin necesidad de arrepentirnos. Pero, precisamente por esta falta de sensibilidad moral, fruto de la inmoralidad reinante, donde hasta ofende hablar de pecado, necesitamos más que nunca la parábola de Jesús sobre la miseria humana y la misericordia divina, para recuperar la conciencia de culpa y el gozo del perdón.

 

2.- Según el diagnóstico de Jesús, el pecado es el mal uso de la libertad, simbolizada por ese tesoro reclamado por el pródigo: “Dame la parte de la fortuna que me toca”. Peor aún: el pecado es el alejamiento del Padre Dios, en un anticipo del infierno: “Emigró a un país lejano”. Y a nivel personal, el pecado es la pérdida de la propia dignidad: “Derrochó su fortuna, viviendo perdidamente” y cuidando cerdos, símbolo judío de la degradación.

Pero, si nos vemos retratados en el lado negativo del hijo pródigo, demos la vuelta a la moneda para imitarle también en su cara positiva. Lo primero que hizo y debemos hacer los pródigos de todos los tiempos es reconocer la propia miseria espiritual: “Recapacitando entonces se decía: Me muero de hambre”. Mas, para que el arrepentimiento sea eficaz, hay que dar el segundo paso, volverse hacia Dios: “Me pondré en camino hacia donde está mi Padre”.

 

3.- El tercer paso para la verdadera vuelta al hogar paterno es la confesión de nuestras culpas: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”. Convertirse es reconocer humildemente la realidad de nuestra conducta pecaminosa que nos hace indignos de ser llamados hijos de Dios: “Ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros”.

 Entonces nos encontramos con la gratísima sorpresa del hijo pródigo: el corazón de Dios. “Cuando aún estaba lejos, su padre le vio y se conmovió”. ¿Sabéis por qué no aparece en la parábola la madre? Porque el padre es símbolo de Dios, que une en su personalidad el amor paternal y maternal, porque Dios es Padre y Madre a la vez. El perdón prodigioso de Dios se encierra en esta frase entrañable: “Echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo”.

Si el pródigo se creía indigno de llamarse hijo, el padre prodigioso le devuelve todas las prerrogativas de la condición filial: la gracia divina, simbolizada en el traje de fiesta y el anillo en la mano. Jesús nos dice que “hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan penitencia”. En esta parábola, el Padre celestial desborda de gozo, celebrando un banquete por la vuelta del hijo. ¿No le daremos esta dicha a Dios?

 

4.- El hijo mayor. Pero, si nuestra vanidad o ceguera no nos permite vernos retratados en el espejo del pródigo, entonces contemplemos a su hermano mayor, el «bueno» de la parábola. Tal vez nosotros somos de los que dicen a Dios: “Hace tantos años que te sirvo, sin desobedecer una orden tuya”. Felices, si es verdad que somos los hijos fieles del Padre, que pueden presentar realmente tal hoja de servicios prestados durante mucho tiempo. Sin embargo, ¿es todo bueno en nuestra conducta moral y religiosa? ¿O imitamos también al hermano del pródigo en sus defectos? Si él “se indignó y no quería entrar” a celebrar la vuelta de la oveja negra de la familia, con mucha frecuencia, los tenidos a sí mismos por buenos, albergan en su corazón ese rencor y desprecio por los malos, aunque se hayan arrepentido. Si somos así, aún no conocemos el abecé del cristianismo: amar a Dios y al hermano.

Por eso, también los llamados buenos necesitamos convertirnos a la fraternidad del segundo mandamiento, semejante al primero de amar a Dios: “Hijo mío, deberías alegrarte porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”. Recordemos la sentencia de Jesús, que antepone la reconciliación fraterna al culto de Dios: “Si cuando vas a ofrecer tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tienes algo contra tu hermano, ve primero y haz las paces con él”.

5.- Otro defecto de los que se consideran buenos hijos de Dios es que se sienten mal correspondidos por Él, como el hermano del hijo pródigo: “Nunca me has dado un cabrito para merendar con mis amigos”. En lugar de sentirnos defraudados porque Dios no parece premiar nuestro servicio fiel de «católicos de toda la vida», paladeemos el gozo de que servir a Dios es el mejor premio: “Hijo mío, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”.

Tenemos que elegir. Si somos el hijo pródigo del Dios prodigioso, convirtámonos de nuestros pecados, para poder participar del banquete eucarístico y celestial. Si somos el hermano fiel de la parábola, hermanemos el amor al Padre Dios con el amor a los hombres, porque Dios los ama como a nosotros.

 

**************************************************

 

 

SEGUNDA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- La trilogía de las parábolas de la misericordia divina recogidas por San Lucas en el capítulo 15 de su evangelio constituye la representación más nítida de la búsqueda activa y de la espera amorosa de Dios con respecto a la criatura pecadora. Al realizar la «metanoia», el hombre pecador, por su conversión, como el hijo pródigo, vuelve a abrazar al Padre, que nunca lo ha olvidado ni abandonado.

        San Ambrosio, comentando esta parábola del padre, pródigo de amor con respecto al hijo que se ha alejado de la casa del amor paterno, introduce la presencia de la Trinidad: «Levántate, date prisa en venir a la Iglesia: aquí está el Padre, aquí está el Hijo, aquí está el Espíritu Santo. Te sale al encuentro, porque te escucha mientras estás reflexionando en lo más íntimo de tu corazón. Y cuando aún estás lejos, te ve y corre hacia ti. Ve en tu corazón, y acude para que nadie te detenga, y además te abraza (...). Se arroja al cuello, para levantar al que yacía en tierra, y para hacer que quien ya estaba oprimido por el peso de los pecados e inclinado hacia las cosas terrenas, dirigiera nuevamente la mirada hacia el cielo, donde debía buscar a su Creador. Cristo se arroja a tu cuello, porque quiere arrancarte de la nuca el yugo de la esclavitud y ponerte en el cuello un yugo suave» (In Lucam VII, 229-230).

 

2.- El encuentro con Cristo cambia la existencia de una persona, como enseña el caso de Zaqueo; lo mismo sucedió a los pecadores y pecadoras que se cruzaron con Jesús a lo largo de su camino. En la cruz hay un acto supremo de perdón y esperanza dado al malhechor que lleva a cabo su conversión, su metanoia, su cambio de dirección en la vida, cuando llega a la última frontera entre la vida y la muerte y dice a su compañero: “Nosotros recibimos lo que hemos merecido con nuestras obras” (cf. Lc 23, 41). Cuando este malhechor implora: “Acuérdate de mí cuando entres en tu reino”, Jesús le responde: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 42-43). Así, la misión terrena de Cristo, que comenzó con la invitación a convertirse para entrar en el reino de Dios, se concluye con una conversión y una entrada en su reino.

3.- El salmista canta: “De mi vida errante llevas tú la cuenta” (Sal 56, 9). En esta frase breve y esencial se contiene la historia del hombre que peregrina por el desierto de la soledad, del mal, de la aridez. Con todo, Dios nunca está lejos de su criatura, más aún, permanece siempre presente en su interior, de acuerdo con la hermosa intuición de San Agustín: «¿Dónde estabas entonces tú? ¡Y qué lejos! ¡Muy lejos, peregrinaba yo sin ti! (...). Pero tú estabas más dentro de mi que lo más íntimo de mi, y más alto que lo supremo de mi ser» (Confesiones, III, 6, 11).

Ya el salmista había descrito en un himno estupendo la inútil fuga del hombre de su Creador: “¿Adónde iré lejos de tu aliento?, ¿adónde escaparé de tu mirada? Si escalo al cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro; si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha. Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche en torno a mí», ni la tiniebla es oscura para ti; la noche es para ti clara como el día” (Sal 139, 7-12).

 

4.- El gozo de la reconciliación. La parábola del hijo pródigo o del padre misericordioso tiene su clímax en el gozoso abrazo de reconciliación del padre al hijo menor que vuelve arrepentido. La parábola viene a decir: Así es Dios de bueno, de comprensivo, de indulgente,  tan lleno de misericordia y tan rebosante de amor como el padre que se alegra del retorno de su hijo.

Los observantes fariseos, quizá con buena voluntad, pero con estrechez de miras, se habían hecho una idea de Dios a su medida. Pero por la enseñanza y conducta de Jesús ven, o debieran ver, que no responde a la realidad. Dios es más compasivo y menos exigente de lo que ellos se imaginaban; por eso ofrece siempre a todos la posibilidad de un perdón que regenera a la persona para una existencia nueva, como al hijo perdido y recuperado. Cuando Dios perdona nuestros pecados rompe la ficha del archivo y comienza historial nuevo.

La parábola que nos ocupa es la escenificación de la misericordia de Dios, significado en el padre; es un canto al amor perdonador de Dios, es la síntesis de la Buena Nueva de Jesús; es una sublime radiografía del corazón de Dios Padre, de sus hijos los hombres, y de los hermanos entre sí; es, en suma, una muestra esplendorosa del gozo de la reconciliación.

A la Iglesia y sus ministros ha confiado Dios el mensaje y el servicio de reconciliar al hombre pecador con Él y con los hermanos. Por eso nos dirá Pablo en la Segunda Lectura de hoy: “Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio nuestro” (v.20). Sublime herencia eclesial que nos viene de Cristo: haber institucionalizado el perdón de Dios mediante un sacramento, el de la Penitencia, donde Dios Padre ha institucionalizado el abrazo con todos los hijos que vuelven a su casa, a su amor, a su corazón.

 

5.- También la misión de los Apóstoles comenzó con una apremiante invitación a la conversión. A los oyentes de su primer discurso, que estaban compungidos y preguntaban con ansia: “¿Qué hemos de hacer?”, San Pedro les respondió: “Convertíos y que cada uno de vosotros reciba el bautismo en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2, 37-38). Esta respuesta de San Pedro fue acogida con prontitud: “cerca de tres mil personas” se convirtieron en aquel día (cf. Hch 2, 41).

Después de la curación milagrosa de un tullido, San Pedro renovó su exhortación. Recordó a los habitantes de Jerusalén su horrendo pecado: «Vosotros renegasteis del Santo y del Justo… y matasteis al autor de la vida» (Hch 3, 14-15), pero atenuó su culpabilidad, diciendo: “Ya sé yo, hermanos, que obrásteis por ignorancia” (Hch 3, 17); luego los invitó a la conversión (cf. Hch 3, 19) y les dio una inmensa esperanza: “A vosotros en primer lugar Dios (...) lo envió para bendeciros, y para que cada uno se convierta de sus iniquidades” (Hch 3, 26).

 

 

*******************************************

 

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 43, 16-21

       

        En el destierro los creyentes desesperaban de su liberación y el recuerdo de la intervención pasada de Dios en Egipto no hacía más que agrandar su pena y agravar el esfuerzo por mantener la fe. El profeta les anima anunciándoles una nueva salvación tan estupenda que les hará olvidar la antigua. Tan seguro está el profeta que puede describir la esperada salvación.

        Las imágenes son fuertes. Dios, más que en abrir caminos en la mar, piensa en hacer del desierto un camino de retorno y un manantial para apagar la sed de su pueblo exiliado. Si el pueblo tuvo un gran pasado, el que Dios le concedió, tendrá un futuro aún mejor, el que está ya programado por Dios y puede ser visto ya por sus fieles. El recuerdo del buen Dios siempre alimenta la esperanza de encontrar un Dios mejor: lo mejor de Dios está siempre por venir, si se le recuerda para mantenerse fiel cueste lo que cueste.

       

SEGUNDA LECTURA: Filipenses 3, 8-14

 

        En uno de sus raros pasajes autobiográficos, Pablo desvela su experiencia más íntima de Cristo Resucitado. El cambio en él operado no puede ser más radical ni menos inexplicable: todo su pasado de fidelidad y celo por la ley es ahora basura. Su presente está dominado por el conocimiento vivencial de Cristo y la misión de darlo a conocer a los gentiles.

Y el saber que, a pesar de poseer el premio que señala la meta de su vida, no lo tiene asegurado todavía, le hace seguir esforzándose; cuanto le queda por ver es mejor y mayor que lo ya visto. Quien se ha encontrado ya con Cristo sabe que le espera aún lo mejor de Él por conocer. Por eso él llena su tiempo desviviéndose por dar a conocer que sólo Cristo merece la pena.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 8,1-11

 

        QUERIDOS HERMANOS: 1.- La escena de este evangelio se desarrolla en el pórtico de Salomón. Es una multitud de hombres muy selectos, doctores y peritos de la Ley. Quieren meterle en apuros al Señor, dejarle en ridículo y condenarle: “Esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. La ley de Moisés manda apedrearla, tú qué dices?”. No tiene escapatoria: o deja que apedreen a la mujer y dejará de ser misericordioso y la gente se alejará de Él, porque no cumple su doctrina de perdón a los pecadores,  o le apedrean a Él los fariseos, por no cumplir la ley: ¿Tú qué dices?

         Y si nos lo hubieran preguntado a nosotros sabiendo que, como consecuencia de ello, íbamos a perder nuestro dinero, nuestra salud o la misma vida, ¿qué hubiéramos respondido? Pero como dijo el filósofo: El corazón tiene razones que la razón no entiende ni se le ocurren. Jesús empieza a escribir en el suelo. “Tú ¿qué dices?” y Jesús ha empezado a escribir, a decirles algo por escrito, no sabemos qué fue. Quizás escribió sus pecados o hechos ocultos  de los presentes... No lo sabemos, pero ellos se largaron.

Y el Corazón  de Jesús, el mismo que está aquí en el Sagrario, les habló alto y claro a todos los presentes, para que nosotros también le oigamos: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Y nadie tiró la primera ni la segunda ni ninguna. Y la mujer quedó sin acusadores. ¡Dios quiera que nosotros tampoco tiremos nunca piedras a los pecadores, que tratemos de conquistarlos para el perdón de Dios, que nunca les lancemos pedradas de condena a los hermanos caídos en el pecado! Que aprendamos esta lección de perdón y misericordia que nos da el Corazón de nuestro Cristo, el Corazón de Jesús Sacramentado. 

 

        2.- Quiero recordar ahora para vosotros un hecho vivido por mí hace ya muchos años, pero que me impresionó tanto que todavía lo recuerdo. Fue en Roma,  en mis años de estudio. Con los obispos españoles del Vaticano II  vimos una película: EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO, de Pasolini y nunca olvidaré los ojos de Cristo a la mujer adúltera y de la mujer adúltera a Cristo. Fue de las cosas que más me impresionaron de la película y en mis predicaciones lo saco algunas veces ¿Qué vió aquella mujer en los ojos de Cristo, que no había visto antes jamás, ni siquiera  en los que la habían explotado sexualmente durante su vida y menos en los hipócritas, que la querían apedrear? ¡Qué ternura, qué perdón, qué amor, qué ojos de misericordia los de Jesús para que saliera de aquella vida de esclava! Aquella mujer no volvió a pecar.

        ¡Santa adúltera! Ruega por mí al Señor, que yo también sienta su mirada de amor, que me enamore de Él y me libere de todos los pecados de la carne, de los sentidos, que ya no vuelva a pecar. Santa adúltera, que le mire agradecido como tú y nunca me aparte de Él.

        Los ojos de Cristo son  lagos transparentes en los que se reflejan todas las miserias nuestras y quedan purificadas por su amor, por su compasión, por su perdón. Nunca miró con odio, envidia, venganza: “¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco, vete en paz y no peques más”. Y la mujer quedó liberada de morir apedreada y fue perdonada de su pecado.

       

3.- Sin embargo, ante aquellos cumplidores de la ley,  Jesús quedó ya condenado como todos los que se atreven a oponerse a los poderosos. Quedó condenado a muerte en el mismo momento  que perdonó a la mujer. Pero el Corazón de Jesús es así, no lo puede remediar, es todo corazón. Y murió en la cruz por todos nuestros pecados, por los pecados del mundo y por los pecados de los que le condenaron injustamente, siempre perdonando, siempre olvidándose de sí mismo por darse a los demás.

        Y ese corazón está aquí, y lo estamos adorando y lo vamos a comulgar.  Hoy ya no estamos en Palestina, pero los pecadores existen y Cristo sigue siendo el mismo. Debemos procurar acercarnos mediante la oración y la penitencia a Cristo para que nos perdone y procurar también acercar con nuestra oración a los que no quieren reconocer su pecado o acercarse directamente a Él. Cristo siempre perdona. Dijo a la adúltera: “No quieras pecar más.”

 

        4.- En nuestras visitas y oraciones tenemos que pedir mucho por los pecadores, para que reconozcan su pecado y se acerquen a Cristo, que no les condena, sino que quiere decirles lo mismo: “Vete en paz y no peques más”.

El mundo actual necesita estas oraciones, penitencias, comuniones por los pecadores. Para ser perdonados, todos necesitamos la mirada misericordiosa del Corazón de Cristo, que nos ama hasta el extremo y en cada misa nos dice: Os amo, os amo y doy mi vida por vosotros y os perdono con mi sangre derramada por vuestros pecados. Venid a mi, no tengais miedo. Yo he venido al mundo para buscar lo que estaba perdido. Yo os amo.

 

        5.- Esta actitud de amigo --“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”--  la mantiene el Señor, después de la misa, en el  Sagrario, desde donde nos sigue diciendo lo mismo. Sólo hace falta acercarse a Él y  convertirse a Él un poco más cada día, para que Él vaya haciendo nuestro corazón semejante al suyo, para que, al contemplarle todos los días, vayamos contagiándonos y lleguemos todos a tener un  corazón limpio y misericordioso como el suyo.

        Querida hermana, querido hermano, déjate purificar y transformar por Él. Para eso se ofrece y derrama su sangre en cada Eucaristía, para eso viene en la comunión; para eso se queda en el Sagrario, para animarnos, ayudarnos, revisarnos y purificarnos. ¡Corazón limpio y misericordioso de Jesús, haced mi corazón semejante al tuyo!

 

 

*************************************************

 

 

 

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 50, 4-7

 

        Yahvé capacita al siervo para cumplir su misión como consolador de los abatidos. Él está siempre a la escucha de lo que Dios habla, dispuesto siempre a cumplir su voluntad, aunque le acarree dolores y ultrajes. Expresa su confianza amorosa en Yavéh que le ayuda a soportar esos dolores. Al final, esa confianza salva al siervo, y le da la victoria sobre sus enemigos, aunque sea a través de la muerte.

 

SEGUNDA LECTURA: Filipenses 2, 6-11

 

        La perícopa es un himno cristológico que canta el misterio de la Encarnación, afirmando la existencia divina de Cristo; pero Cristo, en su vida humana, no retuvo su condición divina exigiendo honores, sino que se humilló y se vació de sí mismo para darse totalmente a los hombres muriendo en la cruz por ellos, por lo cual fue exaltado en su Resurrección y Ascensión, sentado a la derecha del Padre.

 

PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS 22-14-23,56

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- Toda la reflexión de la liturgia de este día, Domingo de Ramos, podría compendiarse en dos palabras, probablemente gritadas por la misma gente a pocos días de distancia, y que expresan perfectamente el significado de los dos acontecimientos que recordamos en la presente liturgia dominical: “¡Hosanna!”, “¡Crucifícale!”. La palma y la cruz son los símbolos que mejor lo expresan y significan.

Con la aclamación “¡Bendito el que viene!”, en un arrebato de entusiasmo, las gentes de Jerusalén, agitando ramos de palmera, reciben a Jesús que entra en la ciudad montado en un pollino. Con el “¡Crucifícale!”, gritado dos veces en un «crescendo» de furor, la muchedumbre exige al gobernador romano la condena del acusado, el cual permanece callado y de pie en el Pretorio.

Nuestra celebración comienza pues con un “¡Hosanna!” y se remata con un “¡Crucifícale!”. La palma del triunfo y la cruz de la Pasión, lejos de constituir un contrasentido, es el corazón del misterio que queremos proclamar. Jesús se entrega voluntariamente a la Pasión, no se ve oprimido por fuerzas más poderosas que Él. Afrontó libremente la muerte de cruz y en la muerte triunfó.

Escudriñando la voluntad del Padre, comprendió que había llegado la “hora”, y la acogió con la obediencia libre del Hijo y con amor infinito a los hombres: “Sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1).

2.- Hoy contemplamos a Jesús que se acerca al término de su vida y se presenta como Mesías esperado por el pueblo, enviado por Dios y venido en su nombre a traer la paz y la salvación, si bien de forma diferente a como lo esperaban sus contemporáneos. La obra de salvación y liberación que Jesús realizó continúa a lo largo de los siglos. Por ello la Iglesia, que firmemente lo cree presente, si bien invisible, no se cansa de aclamarlo en la alabanza y en la adoración. Una vez más, pues, proclama nuestra asamblea: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”.

3.- La lectura de la página evangélica ha puesto ante nuestra mirada las terribles escenas de la Pasión de Jesús: su sufrimiento físico y moral, el beso de Judas, el abandono de los discípulos, el proceso ante Pilato, los insultos y escarnios, la condena, la calle de la Amargura, la crucifixión. Por último, el sufrimiento más misterioso: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Luego, un fuerte grito, y la muerte.

¿Por qué todo esto? El Prefacio, principio de la plegaria eucarística, nos brindará la respuesta: «Siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores, y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales. De esta forma, al morir, destruyó nuestra culpa, y al resucitar, fuimos justificados».

Nuestra celebración significa por tanto agradecimiento y amor a aquel que se sacrificó por nosotros, al Siervo del Señor que, como anunciara el profeta, “no se rebeló, no se echó atrás, ofreció la espalda a los que lo golpeaban, no ocultó el rostro a insultos y salivazos” (ls 50, 4-7).

4.- La Iglesia del siglo XXI, sin embargo, al leer el relato de la Pasión no se limita a considerar exclusivamente los sufrimientos de Jesús, sino que se acerca con temblor y confianza a este misterio, sabedora de que su Señor ha resucitado.

La luz de Pascua desvela la gran enseñanza de la Pasión: la vida se afirma mediante la entrega total de un sí hasta arrostrar la muerte por los demás. No concibió Jesús su existencia terrenal como búsqueda de poder, como competición arribista por conseguir el éxito, como voluntad de dominio sobre los demás. Al contrario, renunció a los privilegios de su condición divina, asumió la condición de esclavo haciéndose semejante a los hombres, obedeció al proyecto del Padre hasta morir en la cruz. Así legó a sus discípulos y a la Iglesia una preciada enseñanza: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24).

5.- ¿Qué vemos en la cruz que ante nosotros se alza y a la cual, desde hace dos mil años, el mundo no deja de interrogar y que la Iglesia no se cansa de contemplar? Vemos a Jesús, el Hijo de Dios que se hizo hombre para devolver el hombre a Dios. Él, el sin pecado, está ahora crucificado ante nosotros. Está libre, si bien clavado al madero. Es inocente, aun bajo una inscripción que anuncia el motivo de su condena. Ningún hueso se le ha quebrado (cf. Sal 34, 21), pues es la columna portante de un mundo nuevo. Su túnica no ha sido rasgada (cf. Jn 19, 24), porque ha venido para reunir a todos los hijos de Dios que el pecado había dispersado (cf. Jn 11, 52). Su cuerpo no se arrojará al suelo, sino que se colocará dentro de una roca (cf. Lc 23, 53), porque no puede sufrir corrupción el cuerpo del Señor de la vida, que venció a la muerte.

6.- Queridos hermanos: Jesús murió y resucitó, y ahora vive para siempre. Él entregó su vida, pero nadie se la quitó; la entregó “por nosotros” (Jn 10, 18). Mediante su cruz nos ha llegado la vida. Gracias a su muerte y resurrección el Evangelio triunfó y nació la Iglesia. En este día repitamos con San Pablo:  “Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él” (2 Tm 2, 11). Porque solo Jesús es “Camino, Verdad y Vida” (cf. Jn 14, 6).

Entonces, “¿quién podrá apartarnos del amor de Cristo?”. El Apóstol respondió también por nosotros: “Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 8, 38-39).

«¡Gloria y alabanza a ti, oh Cristo, Verbo de Dios, Salvador del mundo!».

 

*************************************************

 

SEGUNDA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS: Cuando leo el evangelio, los dichos y hechos de Jesús, me dejo interpelar por ellos, los medito e interiorizo, para terminar siempre hablando, dialogando sobre ellos con Él mismo. Y ese amor, como somos pecadores, se manifestará, desde el principio, en un sincero deseo de conversión, de ordenar nuestros criterios, afectos y acciones, que deberán conformarse con  los de Cristo. Aquí me juego mi amistad con Cristo, mi oración, mi unión, mi santidad.

        Hoy quisiera meditar con vosotros sobre la Pasión de Cristo, misterio de su amor apasionado al hombre, que tantas conversiones y tantas cimas de santidad ha conseguido en el corazón de creyentes y no creyentes, que se expresa maravillosamente en aquel soneto que todos nosotros, los que tenemos algunos años, aprendíamos de memoria de labios de nuestros padres:

 

No me mueve mi Dios para quererte

el cielo que me tienes prometido

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte

clavado en esa cruz y escarnecido,

muéveme el ver tu cuerpo tan herido,

muévenme tus afrentas y tu muerte.

 

Muéveme al fin tu amor y en tal manera

que, aunque no hubiera cielo, yo te amara

y, aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,

pues, aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

 

  ( Manda la liturgia de este día, que leída la Pasión, se tenga una breve homilía. Voy a ceder mi palabra a Santa Brígida en esta oración-reflexión que hace de la Pasión del Señor).

 

1.- ORACIÓN DE SANTA BRÍGIDA

 

«Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la última cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.

        Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así de manera bien clara tu caridad para con el género humano.

        Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado  ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato, para ser juzgado por él.

        Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado con punzantes espinas, y aguantaste con una paciencia inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa, que te taparan los ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu mejilla y tu cuello.

        Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado, que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato, cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos, como el Cordero inocente.

        Honor a ti,  mi Señor Jesucristo, que, con todo tu glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte de cruz, cargaste sobre sus sagrados hombros el madero, fuiste llevado inhumanamente al lugar del suplicio, despojado de tus vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.

        Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que, en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, que nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que cuidara de ella con toda fidelidad.

        Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que, cuando estabas agonizando, diste a todos los pecadores la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.

        Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste entre las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de la muerte.

Bendito seas Tú, mi Señor Jesucristo, que, por nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.

        Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, y que ella lo envolviera en lienzos y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran allí guardia.

        Honor por siempre a tí, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino. Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono, en tu reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tu miembros santísimos, que tomaste de la carne de la Virgen. Y así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos: tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.» (De las oraciones atribuidas a santa Brígida, Liturgia de las Horas, III, pgs. 1391-93,).

 

**********************************************

 

TERCERA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con el Domingo de Ramos y la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de la borriquita, comenzamos la Semana Santa, la semana más importante de la Iglesia y de la fe católica en que celebramos anualmente los misterios centrales de nuestra fe cristiana: la muerte y la resurrección de Jesucristo.

Hemos venido preparándonos durante la cuaresma (40 días) y lo celebraremos durante el tiempo pascual (50 días), para rematar en Pentecostés con la venida del Espíritu Santo. En este domingo aparece Jesús que camina libremente hacia la muerte. “Nadie me quita la vida, la doy yo libremente” (Jn 10,18).

Jesús no es sorprendido por lo que le viene encima, sino que lo conoce y desea que se cumpla. “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer” (Lc 22,15).

 Llama la atención la libertad con la que Jesús se enfrenta a su muerte redentora. Más que un reo, aparece como un juez poderoso, dueño de la situación. El secreto de todo ello está en el amor que mueve su corazón. Jesús no va a la muerte a empujones o a la fuerza, va libremente, como libre es el amor que le acompaña. Amor al Padre, al que se entrega en obediencia amorosa. Jesús conoce el plan redentor de su Padre Dios y ha entrado de lleno en esa voluntad de salvar a todos, entregándose a la muerte. Su obediencia es también un acto de amor a todos los hombres, por los que se entrega voluntariamente a la muerte para que nosotros recuperemos la dignidad de hijos de Dios.

Los sufrimientos de la pasión que le viene encima serán terribles. Sufrimientos físicos: azotes, corona de espinas, clavado en cruz, sed agotadora, muerte por asfixia. Sufrimientos sicológicos: humillación, tremenda humillación. Siendo hijo de Dios,Será tratado como un malhechor. Sometido a una sentencia injusta, él no abrió la boca. Tremendamente llamativo el silencio de Jesús a lo largo de la pasión. “Jesús, sin embargo, callaba” (Mt 26,62

Pero lo más misterioso es ese silencio de Dios, que le hace gritar a Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”(Mt 27, 46). Dios Padre no abandonó nunca a su Hijo, y bien lo sabía Jesús que el Padre nunca le abandona. Sin embargo, la zona inferior de su humanidad se sintió desgarrada ya desde la oración en el huerto de los olivoo. Jesús quiso tocar de esta manera tantas situaciones humanas donde el hombre al sufrir situaciones muy dolorosas piensa que Dios le ha abandonado y no es así como lo vemos en Cristo luego resucitado y salvador de todos nosotros.

Y Jesús ha pasado por ese trago, para que cuando nos toque pasarlo a nosotros no nos sintamos solos. Ha sido muy honda la humillación y el descenso hasta lo más inferior. Y es que será muy grande la exaltación por la resurrección. Bien lo expresa el himno que cantamos en la liturgia y que ya cantaban aquellos primeros cristianos como respuesta a la predicación de los apóstoles, y concretamente a la predicación del apóstol Pablo. “Cristo, siendo de condición divina... se despojó de su rango, obediente hasta la muerte de Cruz. Por eso, Dios lo exaltó sobre todo” (Flp 2, 6-11).

Queridos hermanos y hermanas: Entremos hoy de lleno en la semana santa, entremos con Jesús en Jerusalén, aclamémosle con palmas y ramos, uniéndonos al griterío de los niños y jóvenes que le aclaman como rey: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Participemos, pues, en la liturgia de estos días santos Especialmente participemos en la celebración litúrgica del triduo pascual, jueves santo en la tarde, viernes santo y vigilia pascual al atardecer. Y, si le acompañamos en la muerte, tendremos parte en la alegría de su resurrección. Las procesiones de Semana Santa sean todas expresión de este acompañamiento a Jesús que camina libre hacia la muerte para llevarnos a todos a la resurrección de una nueva vida. Santa Semana para todos y feliz Pascua de resurrección. Recibid mi afecto y mi bendición

**************************************************

SANTO TRIDUO PASCUAL

 

JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR

 

(Para homilías del Jueves Santo pueden consultar mis libros: ¡TU CUERPO Y SANGRE, SEÑOR! o también ARDÍA NUESTRO CORAZÓN, ciclo A y B, Edibesa, Madrid).

 

PRIMERA LECTURA: Éxodo 12, 1-8. 11-14

 

La Pascua hebrea, si en un principio fue una fiesta litúrgica de pastores, andando el tiempo se convirtió en un rito puesto en relación con la gran experiencia religiosa de la liberación de Egipto, bajo la visible protección de Yahvé. Esa gran experiencia había de conmemorarse y vivirse periódicamente por todas las generaciones de Israel, que en la Pascua actualizaban la salida de la cautividad de Egipto y la marcha hacia la Tierra Prometida. La Pascua antigua como la Alianza antigua desembocaron en la nueva Pascua y en la nueva Alianza. La nueva Pascua se presencializa en la Eucaristía en la que Cristo actualiza, mediante su muerte y resurrección, la salida de la esclavitud de todos los hombres hacia la tierra prometida de la plena amistad y alianza con Dios Trino y Uno.

 

SEGUNDA LECTURA: 1Corintios 11, 23-26.

 

Pablo recuerda a los corintios la enseñanza, recibida por revelación o por comunicación de los otros apóstoles, sobre la institución de la Eucaristía: nueva Pascua cristiana. El pan y el vino consagrados por el Señor son realmente su cuerpo y su sangre, es decir, son la vida completa del Salvador entregada para salvación de todos. La celebración eucarística es el memorial o evocación del sacrificio salvador de Cristo. El cristiano ha de participar en este misterio con plena conciencia de lo que hace y con dignas disposiciones.

 

EL JUEVES SANTO, DÍA DE LA EUCARISTÍA: INSTITUCIÓN (Jn 13,1-15)

 

        QUERIDOS HERMANOS: En estos días solemnísimos de la Semana Santa Cristo en persona debería realizar la liturgia, porque nuestras manos son torpes para tanto misterio y nuestro corazón débil para tantas emociones. Pero Cristo con su presencia corporal e histórica, quiso hacerla  visiblemente sólo una vez, la primera, y luego, oculto en en el pan consagrado de la Última Cena y en la humanidad de otros hombres, los sacerdotes, quiso continuar su obra hasta el final de los tiempos.

Por eso, ya que indignamente me toca esta tarde hacer presente ante vosotros a Cristo en la Última Cena que estamos celebrando, os pido que me creáis, porque os digo la verdad, siempre os digo la verdad, pero hoy de una forma especial en nombre de Cristo, a quien represento, aunque mi pobre vida sacerdotal más que revelaros esta presencia de Cristo en medio de vosotros, alguna vez pueda velarla.

Os pido que me creáis, cuando os hable esta tarde de esta maravillosa presencia de Cristo en su ofrenda total al Padre por nosotros y nuestra salvación, de esta presencia para siempre en el pan consagrado; de su presencia también en el barro de otros hombres, los sacerdotes, y cuando os recuerde también su presencia en los hermanos, con el mandato de amarnos los unos a los otros como Él nos amó.

 

1.- Todos recordáis aquella escena. La acabamos de evocar en la lectura del Evangelio. Fue  hace ventiún siglos, aproximadamente sobre estas horas, en la paz del atardecer más luminoso de la historia, Cristo nos amó hasta el extremo, hasta el extremo de su amor, hasta el extremo del tiempo y de sus fuerzas, instituyendo el sacramento de la Eucaristía, de su Amor extremo hasta la muerte y hasta el final de los tiempos. 

Aquel primer Jueves Santo de la Historia Jesús estaba emocionado, no lo podía disimular, le temblaba el pan en las manos porque sus palabras eran efluvios de su corazón: “Tomad y Comed, esto es mi cuerpo... bebed todos de la copa, esta es mi sangre que se derrama por vosotros..”. Y como Él es Dios, así se hizo, porque su poder y su amor es infinito, Él que hace el mundo, los claveles tan rojos, unos cielos de estrellas tan bellas e incontables.

Por eso, queridos hermanos, antes de seguir adelante, hagamos un acto de fe plena y total en la presencia real y verdadera de Cristo en el pan consagrado por Él en la Eucaristía como misa, comunión y sagrario. Porque Él está aquí. Siempre está ahí esperándonos con los brazos abiertos,, en el pan consagrado, pero hoy, Jueves Santo, día de la institución de este misterio casi lo vemos y barruntamos, sentimos más vivamente su presencia, que quisiera como saltar de nuestros manos sacerdotales o salir de nuestros sagrarios para vivir y establecerse en el corazón de cada uno de nosotros aquí presentes.

 

2.- Queridos hermanos, esta entrega, esta presencia de amor debiera revolucionar toda nuestra vida, si tenemos una fe viva y despierta en su presencia eucarística en la santa misa, en nuestras comuniones y en todos los Sagrarios de la tierra. Este Cristo Eucaristía nos está diciendo: Hombres, mujeres, niños, yo sé de otros cielos, de otras realidades insospechadas para vosotros, que os he venido a decir y conquistar para todos, Dios existe y os ama y por mi quiere se el camino y el alimento para la vida eterna, una vida que no terminará nunca ya, porque está llena Dios Trinidad, de su amor y felicidad infinitas.

Y Jesús en el evangelio de hoy nos viene a decir: Yo he venido a la tierra y he predicado este amor y os he amado hasta dar la vida para deciros y demostraros que todo esto es verdad, y desde el Pan eucarístico os estoy diciendo que todo el evangelio es verdad, que el Padre existe y os ama por mí pan consagrado os alimentais para la vida eterna con Dios; yo soy“el testigo fiel” de todo esto que, y por estar convencido de ellas, vine a vosotros, me hice hombre y luego un poco de pan dando mi vida para que vosotros todos tengaisla tengais eterna, desde cada Sagrario y misa y comunión os lo estoy diciendo y haciendo: Yo soy el pan de la vida, el que come de este pan vivirá eternamente: Yo soy el pan de la vida eterna, el que come de este pan tiene la vida eterna”  porque“Tanto amó Dios al mundo que  entregó  a su propio hijo para que perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”.

También el sacerdote, que os está predicando en este momento,  se siente pobre y falto de palabras  para describir toda la emoción y profundidad del amor de Cristo en  la Última Cena que estamos haciendo presente y celebrando esta tarde, pero todos vosotros que estais ahora aquí, dice el Señor, sois unos privilegiados porque me habéis descubierto en el pan consagrado, rezad por este mundo que se está alejadando de mí, de la eternidad de vida y gozo con Dios Trinidad.

Señor, todos los que estamos aquí creemos y confiamos en Ti. Sobre todo nosotros sacerdotes y religiosas con nuestra vida y entrega total te hemos demostrado que confiamos en Ti y vivimos para la vida eterna renunciando a muchas cosas de este mundo y todos, al pecado. Y en ratos de Sagrario o misa o comunión queremos que Tú nos incendies de amor y nos abrases, misas y comuniones más fervorosas, visitas todos los días a tu Presencia de amor en todos los Sagrarios de la tierra y te pedimos especialmente por todos los hombres y parte del pueblo cristiano que no cree en tu presencia de amor en los Sagrarios, ni viene a misa los domingos ni comulgan en su vid.

Señor, nosotros creemos en Ti porque Tú conservas intactas en tu corazón todas las emociones del primer Jueves Santo, Tú puedes hacerlas ahora presentes para todos nosotros; Señor, quémanos con ellas el corazón, porque estas cosas no se comprenden si no se viven, solo se comprenden si amamos como Tú... y nosotros no podemos, sólo un corazón en llamas como el tuyo del primer jueves santo puede captar estas realidades divinas, inabarcables para la inteligencia humana, solo tu amor puede tocarlas y fundirnos en una sola realidad en llamas contigo, pan divino de Eucaristía. Señor, danos ese amor, tu amor, para que yo pueda amarte como Tú me amas en la Eucaristía, en la santa misa, en la Comunión, en todos los Sagrarios de la tierra.

 

*****************************************

 

EL JUEVES SANTO, DÍA DE LA INSTITUCIÓN DEL SACERDOCIO

 

Queridos hermanos: El Jueves Santo es el día de la institución de la Eucaristía,pero también delSacerdocio católico que la realiza.Cristo hizo a los sacerdotes porque en el correr de los siglos vio una multitud necesitada de Salvación y hambrienta de Dios, de cielo, de eternidad...Jesús hizo a los  sacerdotes encargados de amasar este pan de Eucaristía, esta harina divina, Jesús hizo a los sacerdotes, cuando les dio el mandato de seguir celebrando la Eucaristía: “Haced esto en conmemoración mía”: seguid haciendo esto mismo vosotros; por el amor que tengo a todos los hombres de todos los tiempos, seguid vosotros y vuestros sucesores consagrando esta Hostia santa en mi nombre y así hizo Jesús a los sacerdotes, así instituyó Jesús el sacerdocio católico como prolongación de su mismo sacerdocio, con su mismo poder sobre su cuerpo  físico, la Eucaristía, y sobre su cuerpo místico, la Iglesia. ¡Qué grandeza ser sacerdote, cuánta gracia, cuánto poder!

Cuando las almas tienen fe, se sobrecogen ante el misterio del sacerdocio, porque el sacerdote católico tiene poderes divinos, es sembrador, cultivador y recolector de eternidades, cultiva la  salvación eterna, única y trascendente del hombre, y para eso tiene el poder divino de la Eucaristía y del perdón de los pecados. Si tuviéramos más fe, pero fe viva, viva... ¡Qué grande es ser sacerdote!

¡Qué bueno es el Señor! Para que nunca faltase sobre nuestros altares su ofrenda de adoración al Padre y salvación de los hombres; para que nunca pasásemos hambre de eternidad y de Dios, para que siempre tuviéramos el perdón de los pecados, Jeús hizo a los sacerdotes, como sembradores de eternidades y continuadores de su vida y misión salvadora y santificadora.

Aquella noche santa, de un mismo impulso de su amor, brotaron la Eucaristía y los encargados de amasarla. Por eso están y deben permanecer siempre tan unidos la Eucaristía y el sacerdote. La Eucaristía necesita esencialmente del sacerdote para realizarse y por eso el sacerdote nunca es tan sacerdote como cuando celebra la Eucaristía: el sacerdocio tiene relación directa con la Eucaristía y la Eucaristía está pidiendo un sacerdote que la realice con el poder y el amor del Único Sacerdote, Jesucristo, y la siga adorándo con su vida.

 

4.-“Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí..”.dice el Señor.Qué profundo significado encierran estas palabras para todos, especialmente para nosotros, los sacerdotes. Todos debiéramos recordarlas cuando celebramos la santa Eucaristía: “acordaos de mí...”.  acordaos de mis sentimientos y deseos de redención por todos los hombres, acordaos de mi emoción y amor por vosotros, acordaos de mis ansias de alimentar en vosotros mi misma vida de amor, de amor divino de Dios hecho hombre hasta morir por amor en la cruz para la salvación de todos y todo esto, todo, por amor gratuito, toda su vida, toda su muerte y resurrección se hacen presente por medio de nosotros, los sacerdotes, o mejor, de Cristo Sacerdote en nosotros y por nosotros…, qué misterio, qué grandeza ser sacerdote…y nosotros a veces, distraidos olvidando, estamos distraídos en nuestras Eucaristías, en nuestras comuniones, pasamos poco ratos de amor ante el Sagrario, ante los sagrarios olvidados de nuestras parroquias, iglesias muchas veces sin presencia de amor diarias de sacerdotes o religiosos como amigos agradecidos al amor y confianza y responsabilidad de eternidades de los hombres nuestros hermanos que Dios ha puesto sobre nosotros,  pasamos ante el Sagrario como si el sagrario fuera un trasto más de la iglesia, sí, al que tal vez ponemos flores a veces, pero sin nosotros, sin nuestra presencia diaria de amor, sin nuestra amistad y compañía.

El Señor siempre nos está diciendo desde la Eucaristía: Vosotros, los sacerdotes, cuando consagréis este pan y vosotros, los  comulgantes, cuando comulguéis este pan, acordaos de toda esta ternura verdadera que ahora y siempre siento por vosotros, de este cariño que me está traicionando y me obliga a quedarme para siempre tan cerca de vosotros en el pan consagrado, sabiéndolo todo, sí, pero confiando en vuestra respuesta de amor... “Acordaos de mí…”

“Acordaos de mí…”Nosotros, Señor, esta tarde de Jueves Santo, NO TE OLVIDAMOS. Quisiéramos celebrar esta Eucaristía y comulgar tu Cuerpo con toda la ternura de nuestro corazón, que te haga olvidar todas las  traiciones y sufrimientos que sufriste entonces y por las de ahora, por tantos olvidos y distracciones e indiferencias nuestras y de tantos cristianos;  nosotros ahora, Señor, nos  acordamos agradecidos de todo lo que nos dijiste e hiciste y sentiste y sigues sintiendo por nosotros: os amo, doy mi vida por vosotros, me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos. Tomad y comed, esto es mi cuerpo… vosoros sois mis amigos, nadie ama más que el da la vida por los amigos” y tú la das por todos en cada Eucaristía, en cada Sagrario como la diste entonces y ahora y por eso te recordamos y recordaremos siempre agradecidos, desde lo más hondo de nuestro corazón.

Jueves Santo, día grande cargado de misterios, día especial para la comunidad creyente, nuestro día más amado, deseado y celebrado, porque es el día en que Jesús se quedó para siempre con nosotros de dos formas: una, material, en el pan consagrado; otra, humana, bajo la humanidad de otros hombres. Porque la Eucaristía es Cristo oculto y sacramentado bajo las especies del pan y del vino, y el sacerdote es también Cristo mismo, bajo el barro de otros hombres. Las apariencias son accidentales, pero los sacerdotes y el pan y el vino consagrados, por dentro, son Jesús. Y por eso, en cada misa el sacerdote puede decir: “Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”… la mía, la de Gonzalo, no la de Cristo… y sin olvidar la tercera verdad y enseñanza de Cristo en el Jueves Santo: “amaos los unos  a los otros como yo os he amado”todos los que venimos a misa o comulgamos o visitamos a Cristo en el Sagrario tenemos que amar y amarnos como Él nos amó: tercera verdad que debemos meditar en el jueves santo para practicarla en nuestra vida, el amor fraterno que Cristo instituyó y quiere que vivamos los creyentes. Este mandato de amor del Cristo Eucaristía no lo debemos olvidar nunca sobre todo cuando cumulgamos y le visitamos en el Sagrario. Así lo deseo y lo pido en este día del Jueves Santo. Amén, así sea.

 

****************************************************

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 13, 1-15

       

QUERIDOS HERMANOS: 1.- Hoy es Jueves Santo y el Jueves Santo es anochecer de amores, de redenciones, de traiciones. Anochecer de amores de Cristo a su Padre y a todos los hombres, amando hasta los límites de sus fuerzas y del tiempo, mediante la institución de la Eucaristía, del Sacerdocio y del Mandato Nuevo. Es anochecer de la redención y salvación del mundo: anochecer de la Nueva Pascua y la Nueva Alianza.  Dios de rodillas ante sus discípulos y ante el mundo, para limpiar toda suciedad y pecados: anochecer del mandato nuevo. Anochecer de traiciones de Judas y de todos, de venta por dinero, anochecer  de un Dios que quiere servir al hombre y de unos hombres que quieren servirse de Dios.

Por eso, el Jueves Santo es amor, redención, entrega, traición y perdones, pero por encima de todo, el Jueves Santo es Eucaristía, mesa grande sin aristas, redonda, donde se juntan todos los comensales, en torno al pan eucarístico que unifica, alimenta y congrega, donde las diferencias se difuminan y el amor se agranda y comparte.

El hombre se mide por la grandeza y la profundidad de su amor y hoy es día de proclamar a Jesucristo como cúlmen y modelo de todo amor, amor que se hizo visible en aquel que se arrodilla ante sus íntimos, como si fuera su esclavo, aún del traidor; amor que se entrega y se da por nosotros en comida y en cruz; amor que desea la eternidad de todos los hombres con la entrega de su vida, porque, en definitiva, esto es la Eucaristía. Hoy sólo quiero deciros que Él existe, que Él es Verdad, que Él es Amor, que Él es sacrificio de salvación, que está aquí en el pan y en el vino consagrado. Y dicho esto, no quisiera añadir nada más para no distraeros de este misterio, para no ocultar con mi palabra  tanta verdad.

2.- ¡Parroquia de San Pedro, tú a los pies de Cristo, arrodíllate, aprende de Él a perdonar, a entregarte, a servir! ¡Parroquia de San Pedro, ponte de rodillas ante este misterio y pide fe y amor para adorarlo! ¡Parroquia de San Pedro, toda entera, por la Eucaristía, consúmete como la lámpara de aceite del Sagrario, mirando y contemplando a tu Señor; alumbra e indica con tu fe encendida esta incomprensible presencia del Amado y del Amor, mira y clava tus ojos en el pan consagrado hasta que lo transparenten y vean al Hijo Amado en canto de amor por el hombre, ansiado el  encuentro definitivo con Él sin mediaciones de ningún tipo!  Dile desde lo más profundo de tu amor: «¿Por qué pues has llagado este corazón/ no le sanaste, /y, pues me lo has robado,/ por qué así lo dejaste, /y no tomas el robo que robastes?/ Descubre tu presencia/ y máteme tu rostro y hermosura,/ mira que la dolencia de amor/que no se cura,/ sino con la presencia y la figura» (San Juan de la Cruz).

La iglesia parroquial es hoy un cenáculo donde Cristo va a hacer presente la cena pascual. El párroco presta  su humanidad a Cristo y se convierte en presencia sacramental del  Señor. Hay una numerosa concurrencia de invitados: hombres, mujeres y niños, la comunidad de sus íntimos en el siglo XXI. Estamos todos reunidos, la mesa preparada y Jesús hace presente ahora, de forma mistérica, todos los gestos, palabras y acciones de la Última y eterna cena.

Voy a recordar los dos gestos principales: Al celebrar la normal cena pascual judía, presenta una sustancial novedad a los ojos de sus discípulos. Al repartir el pan y la copa de vino, Jesús lo presenta como su Cuerpo entregado y su Sangre derramada. Los discípulos no entendían nada; pero Jesús ya les advierte que lo entenderán más tarde. ¿Cuándo? En el Calvario. Jesús anticipa en este gesto el sacrificio de su propia entrega culminado en la cruz y constantemente actualizado en la Eucaristía.

3.- Pero hubo un gesto más. Nos lo relata el evangelista Juan: “Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita el manto y tomando una toalla se la ciñe; luego echa agua en una jofaina y se pone a lavar los pies a los discípulos secándoselos con la toalla que se había ceñido”.

Durante la cena, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. ¿Cómo? Se puso a lavar los pies a los discípulos. Y, ¿qué importancia tiene eso?

En la época de Jesús este oficio estaba reservado exclusivamente a los esclavos y a los “tontos del pueblo” que no podían trabajar. Jesús se pone, una vez más, en el lugar de los esclavos y últimos. Pedro no lo puede consentir. ¡Cómo el Maestro y el Señor va a hacer este servicio indigno! Pero Jesús lo impone como gesto característico de su discipulado. Sólo entonces y por este motivo acepta Pedro. Después, Jesús vuelve al lugar presidencial de la mesa y como buen maestro les pregunta si han comprendido la lección. Y concluye: “os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo”.

Queridos hermanos: Celebrar la Eucaristía del Señor nos exige a todos, sacerdotes y fieles, estar dispuesto a lavar los pies de los hermanos, como gesto de amor. Ser discípulo de Cristo significa estar dispuesto a entregar la vida, a ser Cuerpo entregado y Sangre derramada para servir con humildad a los otros.

 Hermanos, éste es el gran ejemplo de humildad, de servicio, de caridad que Cristo nos da. San Juan no narra la institución de la Eucaristía y en su lugar pone el lavatorio de los pies. Para San Juan esto supone la Eucaristía, es presencia y efecto de la Eucaristía, es condición y efecto de la verdadera celebración eucarística. Por amor extremo es capaz de arrodillarse, de lavar los pies de sus criaturas, es decir, de echar sobre sí la suciedad de todos mis pecados y llevarlos a la cruz, para lavarlos con su sangre, en el fuego de un holocausto perfecto.

Señor Jesús, has elegido el camino de la humildad frente a la farsa social y la soberbia de este mundo; has elegido el camino de la entrega frente al utilitarismo y la avaricia de los que nos gobiernan y somos gobernados; has elegido el camino de la verdad frente a la mentira y la explotación de tantos mandatarios y poderosos; has elegido el camino de la cruz frente al éxito y la frivolidad que tantas veces domina nuestra vida.

4.- Después del lavatorio, entra en escena Judas. Jesús se sienta a la mesa y mientras comían, dijo: “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarse unos a otros:”¿soy yo acaso, Maestro? Entonces preguntó Judas el que lo iba a entregar:¿Soy yo acaso, Maestro? Él respondió: Así es”.

Jesús ha ido consciente al suplicio, ha sabido quién lo entregaba:“Mi amigo me traicionará con un beso”; “El que meta la mano conmigo en el plato, me entregará en manos de los pecadores”. Terrible traición la de Judas, pero con ella Jesús iba a redimir también nuestras traiciones y cobardías y los de toda la humanidad. Ante esta traición, es lógico que el corazón de toda la asamblea aquí reunida tiemble esta tarde. Porque todos hemos pecado y todo pecado es una traición a su amor y la causa de su entrega sacrificial. 

“Era de noche”,dice San Juan. La noche es signo de pecado, de dolor y de muerte, de traiciones, noche oscura del inescrutable  misterio de Dios, que redime el pecado del mundo con la sangre y la muerte del Hijo. No hubo compasión para Él. En Getsemaní implorará la ayuda del Padre:“Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”,  pero el Padre está tan pendiente de la salvación de los hombres, desea tanto, tanto, que nosotros seamos de nuevo hijos suyos, que se olvida del Hijo por los nuevos hijos que va a conseguir.

«Hijo de Dios, -reza la liturgia griega-, Tú me admites como comensal en tu maravillosa Cena. Yo no entregaré tu misterio a tus enemigos. Yo no te daré un beso como Judas, sino que, como el buen ladrón, me arrepiento y te digo: acuérdate de mí, Señor, en tu reino».

Pero en esta noche, no celebramos tan sólo el día en que Jesús fue entregado, sino principalmente el día en el que nuestro Señor se entregó a nosotros y por nosotros:“ El Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan, lo bendijo y lo entregó a sus discípulos, diciendo: Tomad y comed todos de él, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros, haced esto en memoria mía...”. Entregar quiere decir que yo doy del todo una cosa, soltándola de mis manos para que pase a otra persona. Él se me ha entregado todo entero en este don sin reservas y la verdad es que no quiero defraudarle. Él ha hecho ya todo lo que tenía que hacer. Ya no tiene ningún dominio sobre este tesoro. Él sólo tiene que obedecerme, hacer y recibir lo que yo haga... Es Jesucristo, es el Hijo de Dios, el Padre me lo ha confiado y tengo que dar un día cuenta de ello.

¡Jesucristo Eucaristía, Tú lo has dado todo por nosotros, con amor extremo, hasta dar la vida; también nosotros queremos darlo todo por Ti, porque para nosotros Tú lo eres todo, nosotros queremos que lo seas todo! ¡Jesucristo Eucaristía, nosotros creemos en Ti! ¡Jesucristo Eucaristía, nosotros confiamos en Ti! ¡Jesucristo Eucaristía, Tú eres el Hijo de Dios, Tú lo puedes todo!

Hermanos todos, parroquia y sacerdote de San Pedro, vosotros habéis recibido esta presencia corporal de Dios, cómo la cuidas, cómo la veneras, cómo lo agradeces. Aquí está el fundamento y la base y la escuela y la fuente de todo apostolado, de toda vida cristiana, de la vitalidad de todos los grupos, de todas las instituciones cristianas, de todas las catequesis, de toda la vida parroquial. 

Hoy es también día de la institución del sacerdocio. Quisiera terminar hoy con un texto de San Juan de Ávila: «El sacerdote en el altar representa, en la Eucaristía, a Jesucristo Nuestro Señor, principal sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio; y es mucha razón, que quien le imita en el oficio, lo imite en los gemidos, oración y lágrimas, que en la misma que celebró el Viernes Santo en la cruz, en el monte Calvario, derramó por los pecados del mundo: “Et exauditus est pro sua reverentia”, como dice San Pablo. En este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote, para conformarse en los deseos y oración con Él; y, ofreciéndose delante del acatamiento del Padre por los pecados y remedio del mundo, ofrecerse también a sí mismo, hacienda y honra y la misma vida, por sí y por todo el mundo. Y de esta manera será oído, según su medida y semejanza con Él, en la oración y gemidos» (Tratado del sacerdocio).

Cristo, permíteme levantarme en este momento de la cena, y salir apresuradamente afuera y poniéndome a la puerta de tu casa, gritar a todos los que llevan tu nombre sin amarte, sin tener hambre de ti, permíteme gritarles: Oh vosotros, los sedientos de plenitud de vida, de sentido y de felicidad, venid a las aguas... aún los que no tenéis dinero. Venid, comed y comprad sin dinero, bebed el vino sagrado sin pagar. Dadme oídos y venid; así esta tarde de Jueves Santo no habrá ningún espacio vacío en el mesa del Señor, así Cristo podrá llenar con vuestra presencia la ausencia de Judas, así se llenarán nuestros cenáculos, las iglesias del mundo entero, como muchedumbres inmensas, movidas como trigales por el viento de una sola fe y un mismo amor: Jesucristo Eucaristía.

 

**************************************************

HORA SANTA ANTE EL MONUMENTO

 

CANTO

 

 

 

Pange, lengua, gloriosi

corporis mysterium,

sanguinisque pretiosi,

quem in mundi pretium,

fructus ventris generosi

Rex effudit Pentium.

 

In supremae nocte coenae

recumbens cum fratribus,

observata lege plene

cibis in legalibus,

cibum turbae duodenae,

se dat suis manibus.

 

 

MONITOR: Hermanos, esta noche en que la Iglesia conmemora la Última Cena del Señor y su oración en el Huerto de los Olivos, en las que quiso estar acompañado de sus íntimos, nos reunimos en torno al Sacramento de su Presencia real para recordar sus últimas palabras y recoger con ánimo agradecido los preciosos dones de la Eucaristía y del sacerdocio, cuya institución conmemoramos.

 

 

ORACIÓN DE TODOS LOS PRESENTES

 
        Señor nuestro Jesucristo, como Pedro, Santiago y Juan, que oyeron tu voz angustiada en el huerto de los olivos al decirles: “velad conmigo”, también nosotros esta noche la escuchamos y queremos estar muy cerca de ti.

        Hace poco que les has entregado tu cuerpo y tu sangre, hechos “alimento para la vida de los hombres”. Por eso hoy tu presencia, en medio de nosotros, es una realidad. Déjanos estar contigo. Tenemos mucho que agradecerte por tu legado a la iglesia en la Última Cena: institucion de la Eucaristia, institución del  sacerdocio  y mandato del amor fraterno. En la larga oración de aquella noche pediste al Padre por  todos lo que creeriamos en ti.

        Nosotros, fruto de tu oración y de  tu salvación, hemos venido a tu presencia para agradercerte todos estos dones, especialmente tu presencia eucarística, presencia de amigo, ofrecida permanentemente a todos los hombres, con amor extremo, hasta dar la vida.

        Necesitamos pedirte muchas cosas para nosotros y para el mundo, como tú lo hiciste,  aquella noche en la cena, cena de la amistad, del sacerdocio y del amor fraterno, ampliamente explicado en todos los evangelios. Nosotros también  queremos orar y pedir esta noche en tu presencia eucarística, porque “el espiritu está pronto pero la carne es débil.” Y queremos, sobre todo, acompañarte en la noche en que te entregaste  en ofrenda sacrificial, en banquete de alianza y en amistad permanente en el pan consagrado, que adoramos y veneramos en estos momentos, y que eres Tú mismo, Jesucristo, vivo y resucitado.

        Acéptanos, Señor, en tu compañía. Queremos acompañarte en esta noche en que tanto sufriste por nosotros. Queremos corresponderte. Haz que sea así  fecundo en nosotros tu sacrificio redentor.

        Jesucristo, Eucaristía divina, Tú lo has dado todo por nosotros, con amor extremo, hasta dar la vida. También nosotros queremos darlo todo por Ti, porque para nosotros, Tú lo eres todo; nosotros queremos que lo seas todo.

        ¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CREEMOS EN TI!

        ¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CONFÍAMOS EN TI!

        ¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, TÚ ERES EL HIJO DE DIOS!

 

MONITOR: El Señor esta noche nos prometió que no nos dejaría huérfanos. Y no nos dejó. Se quedó perpetuamente con nosotros en la Eucaristía hasta la consumación de los siglos.

 

LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DE SAN PABLO A LOS CORINTIOS ll, 23-26:

       

“Yo he recibido una tradición que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido; Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan  y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros, Haced esto en memoria mía.»

Lo mismo hizo con la copa, después de cenar, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía».Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, prnclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva».

(SILENCIO MEDITATIVO)

 
MONITOR: Por eso nosotros hoy no tenemos por qué envidiar a la hemorroísa que tocó la fimbria de su vestido, ni a Zaqueo que le hospedó en su casa, ni a los hermanos de Betania que tanta veces se sentaron a la mesa con Él.

 

CANTO  (DE PIE)

 

 CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES, CANTEMOS AL SEÑOR…

 

MONITOR: Por eso, porque está aquí, nosotros podemos hablarle esta noche, como le hablaban las gentes de su tiempo en Palestina. Y lo vamos a hacer con las mismas palabras que sus oídos de carne escucharon entonces. Avivemos nuestra fe en la presencia de Jesús Sacramentado, repitiendo las palabras del Apóstol Santo Tomás:

 

(Ver el Manual de la Adoración Nocturna Española)

 

¡Señor mío y Dios mío!

Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel.

Sí, Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo que ha venido a este mundo.

Señor, aumenta nuestra fe.

Creo, Señor, pero ayuda Tú mi incredulidad.

                                 __________________


Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.

Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron.

Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas.

                                 ____________________


Dichosos los ojos que ven lo que nosotros vemos y los oídos que oyen lo que nosotros oímos; porque muchos patriarcas y profetas quisieron verlo y no lo vieron, oírlo y no lo oyeron.

Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

Señor, ¡qué bien estamos aquí!

Quédate con nosotros, Señor, que anochece.

Jesús, hijo de David, ten compasión de nosotros.

                                     _____________________

 

Señor, si Tú quieres, puedes limpiarme.

Señor, que se abran nuestros ojos y veamos.

Explícanos, Señor, estas parábolas.

Señor, el que amas está enfermo.

Señor, danos siempre de ese pan, que eres Tú en la Eucaristía.

Señor, danos siempre de esa agua, que eres Tú, fuente de vida.

Enséñanos a orar.

 

MONITOR: Fieles a la recomendación del Señor y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir: Padre nuestro…                               

                                  

 

********************************

 

SEGUNDA PARTE DE LA HORA SANTA

 

MEDITACIÓN EUCARÍSTICA

(Más  homilías y meditaciones en mi libro ¡TU CUERPO Y SANGRE, SEÑOR!, Edibesa,  Madrid )

 

MEDITACIÓN DEL JUEVES SANTO

 

QUERIDOS HERMANOS:

El Jueves Santo encierra muchos y maravillosos misterios. Pero el más grande de todos es la Eucaristía. “El Señor Jesús, la noche en que fue entregado,” 1 Cor 11, 23), instituyó el Sacrificio Eucarístico de la Nueva y Eterna Pascua en su cuerpo “que se entrega” y en su sangre “derramada”. Las palabras del apóstol Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos; la salvación no queda relegada al pasado, pues «todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos» (Ecclesia de Eucharistia, 11).

Es tan impresionante este misterio, que la misma liturgia, extasiada en cada  Eucaristía ante la grandeza de lo que realiza, nada más terminar la consagración, por medio del sacerdote, nos invita a venerar lo que  acaba de realizarse sobre nuestros altares, diciendo: «¡Grande es el misterio de nuestra fe!» Y el pueblo, admirado por su grandeza, exclama:  «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús».

Tengo que confesar, sin embargo, que la liturgia copta supera en esta aclamación a la liturgia romana y me impresiona su respuesta extasiada ante el misterio eucarístico, que  acaba de realizarse. Con fuerza y con canto agradecido se dirige al Padre, dador de todo don: «Amén, creo, hasta expirar mi último aliento confesaré que esto es el Cuerpo dador de vida de tu Unigénito Hijo, de nuestro Señor y Dios, de nuestro Salvador Jesucristo. El cuerpo que recibió de la Virgen María, Señora y Reina nuestra, la Madre purísima de Dios. A su divinidad unió Dios ese cuerpo, sin mezcla, fusión o cambio. Creo que su divinidad no ha estado separada ni por un momento de su humanidad. Él es quien se dio por nosotros, en perdón de los pecados, para traernos la vida y salvación eternas. Creo, creo, creo que todas estas cosas son así».

Todavía lo recuerdo con emoción y fue hace años, en una  Eucaristía, celebrada en la cripta de los Papas, en la Basílica de San Pedro en Roma, cuando pude escucharlo por vez primera; quedé admirado de sus bailes y cantos ante el Señor.

Y la verdad es, queridos hermanos, que para el hombre creyente, no son posibles otras palabras ante el misterio realizado por el amor extremo de Cristo en la noche suprema. La Iglesia, que en los Apóstoles recibió el tesoro y las palabras de Cristo, no recibió, no pudo recibir explicación plena del mismo, porque la palabra siempre será pobre para expresar el inabarcable amor divino. Heredó de Cristo gestos y palabras: “Haced esto en memoria mía”, y ella, fiel a su Señor, por la liturgia, realiza con fe inconmovible lo mandado.

        «Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y «se realiza la obra de nuestra salvación» (LG 3). Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes. Así todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotablemente. Ésta es la fe, de la que han vivido a lo largo de los siglos las generaciones cristianas. Ésta es la fe que el Magisterio de la Iglesia ha reiterado continuamente con gozosa gratitud por tan inestimable don. Deseo, una vez más, llamar la atención sobre esta verdad, poniéndome con vosotros, mis queridos hermanos y hermanas, en adoración delante de este Misterio: Misterio grande, Misterio de misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega “hasta el extremo” (Jn 13, 1), un amor que no conoce medida» (Ecclesia de Eucharistia, 11b).

El apóstol Juan, que en la Última Cena ocupó el lugar inmediato a Jesús, quedó marcado profundamente por la experiencia de esta hora. Lo que vivió en aquellos momentos, lo expresó en estas palabras, que tantas veces hemos repetido:“Jesús, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Por lo tanto, para Juan y para todos nosotros, la Eucaristía es amor extremo de Jesús a su Padre y a los hombres.

Durante dos mil años, los hombres han luchado, han reflexionado, han rezado para desentrañar el sentido de este misterio. Y no hay más explicación que la de San Juan: “Dios es amor... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1 Jn 4, 10). 

Jesucristo es Amor extremo de Dios a los hombres. Por eso no dudo en expresar mi temor al tratar de explicar el contenido de lo que Cristo realizó aquella noche cargada de misterios. Lo que Jesús hizo transciende lo humano, todo este tiempo y espacio. Sólo la fe y el amor pueden tocar y sentir este misterio, pero no explicarlo.

Para acercarse a la Eucaristía, como ella es todo el misterio de Dios en relación al hombre, toda la salvación, todo el evangelio,  hay que creer no sólo en ella, sino en todas las verdades que la preparan y preceden: hay que creer en el proyecto de amor eterno y gratuito de un Dios Trino y Uno que me crea sin necesitar nada absolutamente del hombre, sino sólo para hacerle compartir eternamente su misma dicha: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El  nos amó…”  y la lógica de sentido añade: nos amó primero, cuando no existíamos; si existo es que Dios me ama y me ha llamado a compartir una eternidad de gozo con Él; si existo,  es porque Él, viéndome en su inteligencia infinita me amó, y con un beso de amor me dio la existencia y me prefirió a millones y millones de seres que no existirán nunca.

En segundo lugar hay que creer que, perdido este primer proyecto de amor sobre el hombre, por el pecado de Adán, Dios no sabe vivir sin él y sale en su busca por medio del Hijo; es la segunda parte del texto antes citado: “y entregó a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1 Jn 4, 9-10); “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad...” (Hbr 10, 5).

«Este aspecto de caridad universal sacrificial del Sacramento eucarístico se funda en las palabras mismas del Salvador. Al instituirlo, no se limitó a decir “Este es mi cuerpo”, “Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre”, sino que añadió “entregado por vosotros…derramada por vosotros” (Lc 22, 19-20). No afirmó solamente que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en la cruz algunas horas más tarde, para la salvacion de todos» (Ecclesia de Eucharistia, 12).

Cristo es la manifestación del amor extremo e invisible de un Dios-Trinidad, Amor infinito que me ha llamado a compartir con Él su eternidad trinitaria de gozo y felicidad; hay que creer que Cristo me revela y me manifiesta este amor desde la Encarnación hasta la Ascensión a los cielos, para seguir adorando la voluntad del Padre y salvando a los hombres; hay que creer que la Eucaristía  es el compendio y el resumen de toda esta historia de amor y salvación que se hace presente en cada Eucaristía, en un trozo de pan; hay que creer sencillamente que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir, por eso no tiene más remedio que amarme y perdonarme, porque eso le hace ser feliz. Y ahora pregunto: ¿por qué me ama tanto, por qué me ama así? ¿Qué le puedo dar yo a Dios que Él no tenga?  “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”.

La Eucaristía es amor extremo de Dios Trinidad por su criatura, algo inexplicable, incomprensible para la mente humana, pero realizado por su Hijo para salvación de todos, por obra del Espíritu Santo, para cumplir el proyecto del Padre, para alabanza de gloria de los Tres y gozo de los hombres, de aquellos que creen en Él y viven enamorados de su presencia eucarística.

Los hechos, que ocurrieron aquella noche, todos los sabemos, porque hemos meditado en ellos muchas veces,  especialmente en estos días de la Semana Santa. Después de la cena pascual judía, Cristo ha tomado un poco de pan y ha dicho las palabras: “Tomad y comed, este es mi cuerpo que se entrega por vosotros”; “Tomad y bebed, esta es mi sangre que se derrama por la salvación de muchos...”Y a continuación, ha instituido el sacerdocio con el mandato de seguir celebrando estos misterios: “Haced esto en conmemoración mía”. Este Jueves Santo vamos a reflexionar un poco sobre estas palabras de Jesús  profundizando más en su contenido: “Haced esto en conmemoración mía.”

Lo primero que quiero explicar esta tarde es que la Eucaristía es memorial, no mero recuerdo de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Recordar es traer a la memoria un hecho que no se hace presente y por eso lo evocamos mediante el recuerdo: por ejemplo, todos los años celebramos nuestro cumpleaños, pero no hacemos presente el hecho de nuestro  nacimiento. Cuando digo memorial, sin embargo, quiero expresar más que esto; no es simple recuerdo, sino que, al recordar, se hace presente el hecho mencionado.

Por eso, al afirmar que la Eucaristía es el memorial de la muerte y resurrección de Cristo, afirmo y creo que en cada Eucaristía se hacen  presentes, se presencializan estos hechos salvadores de la vida de Cristo, su pasión, muerte y resurrección; es más, se hace presente toda la vida de Cristo, desde su nacimiento hasta su Ascensión a los cielos. El recuerdo no hace presente el hecho y menos tal y como aconteció. El memorial sí lo hace presente, superando las dimensiones del espacio y del tiempo, hace presente a las personas y sus sentimientos; en la consagración, es como si con unas tijeras divinas se cortase toda la vida de Cristo, desde que se ofreció al Padre hasta que subió a los cielos, y se hicieran presentes sobre el altar, con las mismas palabras y gestos,  los mismos sentimientos y actitudes que tuvo Cristo.

Cuando afirmo que la Eucaristía es un memorial, afirmo que la Eucaristía hace presente a Jesús y todo lo que Él hizo y vivió y padeció y sintió. Por ella y en ella está tan real y verdaderamente presente Jesús, como lo estuvo en aquella Noche Santa; en cada Eucaristía está en medio de nosotros, como lo estuvo en Palestina y ahora en el cielo. No es que vuelva a sufrir y a derramar sangre ni a repetir aquellos mismos gestos y palabras, sino que todo aquello cortado por la tijeras divinas se hace presente en cada Eucaristía, lo diga el Papa o cualquier sacerdote, siempre el mismo hecho, las mismas actitudes, los mismos y únicos sentimientos, porque no hay más Eucaristía que una, la de Cristo, la que celebró aquella Noche Santa y que los sacerdotes hacemos presente en cada Eucaristía, por el mandato de Cristo: “Haced esto en conmemoración mía”.

Hoy, Jueves Santo, recordamos todos hechos y dichos de Jesús, especialmente los de la Última Cena, que se hacen presentes. Y los hacemos presentes, recordando; mientras que Jesús, en la Última Cena, los hizo presentes, anticipándolos, «profetizándolos». En cada Eucaristía me encuentro con el mismo Cristo, con el mismo amor, las mismas palabras, la misma entrega, el mismo deseo de amistad... no hay otro ni otras actitudes, ni se repiten, son la mismas y únicas del Jueves Santo y de toda su vida, única e irrepetible, que se presencializan, se hacen presentes, como aquella vez, en cada Eucaristía. Bastaría esto para quedarme en contemplación amo rosa después de cada consagración, después de cada Eucaristía, hoy y todos los días.

 La Eucaristía necesita para ser comprendida ojos llenos de fe y amor, no sólo de teología seca y árida o de liturgia de meros ritos externos, que no llegan hasta el hondón del  misterio. Qué poco y qué superficialmente se contempla, se adora, se medita, se comulga, se penetra en la Eucaristía. “Cuantas veces comáis este pan y bebáis de esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva”: Es decir, cada vez que comulgamos, entramos en comunión con el acto único que selló la nueva Alianza, nos quiere decir San Pablo. Veneremos y adoremos este amor de Cristo presente entre nosotros no como puro recuerdo sino como aquella y única vez en que realizó estos misterios preñados de ternura y salvación para el hombre.

“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré el cáliz de la salvación, invocando su nombre”, dice el salmo; claramente nos indica cuáles deben ser nuestras disposiciones y nuestra respuesta admirativa ante este misterio. Alabar y bendecir, “benedicere,” decir cosas bellas al Señor, por tanta pasión de amor y entrega hacia todos los hombres.

 En primer lugar, la Eucaristía, ofrecida por Cristo al Padre en cumplimiento de su voluntad, es el sacrificio de adoración y alabanza a la Santísima Trinidad, porque en ella Cristo le entrega en obediencia lo que más vale, su vida, y hace así el acto de adoración máximo que se puede hacer.

Por eso, la Eucaristía es el «sacrificium vital», el sacrificio por excelencia. Cada vez que la celebramos, damos al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo el mayor culto y veneración posible en la Iglesia, superior a todos los demás juntos. Y por eso también, la vida y el ministerio y las ocupaciones y la profesión de cada uno de nosotros, seglares y sacerdotes, deben estar  preñadas de esta alabanza y adoración de Cristo a Dios Trino y Uno, uniéndonos a Él en una sola ofrenda,  transformándonos todos en el mismo «sacrificium crucis,» que se convierte en el sacrificio de la adoración perfecta a Dios. De aquí sacan sus deseos de victimación y alabanza y de adoración las almas eucarísticas, de aquí los santos sacerdotes, las santas y santos religiosos, madres y padres cristianos, todos los buenos cristianos que han existido y existirán, ofrecen sacrificialmente su vida con Cristo al Padre.

El memorial de la muerte y resurrección de Cristo sigue siendo, por ese amor de Cristo, obedeciendo en adoración al Padre hasta el extremo, la fuente de remisión de deudas y pecados. La Eucaristía es la fuente del perdón, tiene más poder y valor que la confesión, porque de aquí le viene a este sacramento toda su capacidad de perdonar: de la muerte y resurrección de Cristo. Este paso pascual de la muerte a la vida en ningún sacramento tiene su plenitud como en la santa Eucaristía. Aquí vuelve Dios a darnos la mano, a renovar el pacto y la amistad, la alianza que habíamos roto por nuestros pecados. No hay pecado que no pueda ser perdonado por la fuerza de la Eucaristía, aunque el canal de esta gracia la Iglesia lo administre también por el sacramento de la Penitencia.

Y como Cristo es el Amado del Padre, el Hijo predilecto, cuando queramos pedir y suplicar al Padre, por vivos y difuntos alguna gracia de cuerpo y alma, ningún mérito mayor, ninguna fuerza convincente mayor, nada mejor que ponerle al Padre, delante de nuestras peticiones, al Hijo amado, por el cual nos concede todo lo que le pidamos. 

       

 

************************************************

 

VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 52,13-53.12

 

        El poema describe la pasión salvadora y gloriosa del siervo de Yahvé; atribuido a Isaías, está escrito siete siglos antes de la Pasión del Señor, pero es tan asombrosa su coincidencia con el texto histórico de San Juan que más bien parecen contemporáneos. Si Juan nos habla de Cristo traicionado, insultado, abofeteado, desfigurado, coronado de espinas, escarnecido y presentado al pueblo con mofa como rey, Isaías lo hace igual siete siglos antes.

        Los hombres huyen de Él, le desprecian como castigado por Dios. Pero su dolor descubre no su propio pecado, porque es inocente, sino el pecado del pueblo. El castigo que pesa sobre Él es salvador: sufre en lugar del pueblo, para reunirlo. El siervo acepta este plan de Dios, consciente de que le lleva a la muerte. Pero Dios le asegura la exaltación después de la muerte: los salvados serán su herencia. Cristo es el siervo de Yahvé, se entrega a la muerte por el pueblo. La resurrección constituye su exaltación gloriosa. Los cristianos son su herencia: “Mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de Él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado. É1 soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso,  herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre Él, sus cicatrices nos curaron”.

 

SEGUNDA LECTURA: Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9

 

        En este pasaje de la Carta a los Hebreos Jesús es presentado como Hijo de Dios, pero no tan distante de nosotros que no pueda compadecerse de nuestras debilidades y flaquezas: “Tenemos un Sumo Sacerdote que penetró los cielos, Jesús, el Hijo de Dios. Mantengamos firme la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas”. Pero este Sumo Sacerdote es a la vez la víctima del Sacrificio por el cual fuimos salvados. Al ser víctima, ha experimentado en su vida, especialmente en su pasión, todos nuestros sufrimientos, flaquezas y debilidades, menos el pecado: “Probado en todo, como nosotros, menos en el pecado”.     Y continúa luego la Carta con un texto que parece  como un eco de la oración del Señor a su Padre en Getsemaní: “Pues Cristo, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas, con poderoso clamor y lágrimas, al que podía salvarle de la muerte…”. Pero no sufrió inútilmente, sino que: “llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna, para todos los que le obedecen”.

 

 PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN 18, 1-19,42

 

PRIMERA PALABRA

 

“PADRE PERDÓNALES, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN” (Lc 23, 33-37).

 

"Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen... Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: Ha salvado a otros; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido. También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!”(Lc 23, 33-37).

"Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Si es el Rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: Soy Hijo de Dios"(Mt 27, 41-43).

 

“Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos"(Mc 15, 32).

 

El pueblo ya había hablado; ahora observa impasible lo que está ocurriendo y asiste a una diversión acostumbrada. Algunos que pasaban por allí le insultaban y, meneando la cabeza, decían… ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz! (Mt 27, 39-40) Blasfemias, burlas e injurias contra el condenado. Es la influencia de la muchedumbre, que grita instigada por los jefes, bajo el impulso de la emoción. Gritan porque gritan los demás y como gritan los demás. El pueblo, ayer y hoy, puede ser víctima de la mentalidad dominante, de la opinión pública, que a menudo coincide con la opinión publicada. Prefieren el éxito propio a la verdad. De esta forma, el miedo y la cobardía han sofocado la voz de la conciencia; la reputación social pisotea la justicia; y el inocente es maltratado, condenado y asesinado.

Las autoridades judías (sumos sacerdotes, escribas, ancianos) allí presentes también se burlan de Jesús. ¡Si es el Mesías de Dios… que le salve ahora; si a otros salvó… que baje ahora de la cruz y creeremos en él! Es la actitud de los prepotentes frente al humillado; la burla de los arrogantes ante el débil indefenso; la gloria de los vencedores que ansían el poder. Se ríen de Jesús. Se burlan de quien está sufriendo. Su actitud es un insulto no sólo a la justicia, más aún a la dignidad humana. La ironía de sus palabras y gestos son caricatura de una tarea al servicio del bien común. Defendían a Dios de un blasfemo, matando injustamente a un hombre. Se burlan del médico que ayudó a otros y no puede ayudarse a sí mismo (Mt 27, 42); del que confió en Dios y ahora no le ayuda.

Los soldados romanos también se burlan, insultan y torturan a Jesús: si tú eres el rey de los judíos... sálvate a ti mismo. Después del ajetreo nocturno, habían considerado una merecida diversión golpear y abofetear a Jesús en el cuartel romano. Se limitan al cumplimiento mecánico de la condena: crucificar a tres malhechores con la cruel rutina de los matarifes. Su ambicioso egoísmo les lleva incluso a rivalizar por las ridículas ropas de los ajusticiados. Refleja la sinrazón errada de los verdugos a sueldo, la crueldad absurda de los criminales, que se divierten con el dolor de los demás.

        Por tanto, el pueblo ríe y calla, con la ignorancia del que ha sido manipulado. Las autoridades judías ríen y desafían a un blasfemo idólatra, con la satisfacción del que ha vencido. Los soldados romanos ríen y ejecutan a un rebelde, con la conciencia del deber cumplido. Todos se ríen. Todos le echan en cara su doctrina, dudan de su mesianidad: Si eres el Hijo de Dios, que te salve ahora (Sal 22, 8-9). Todos exigen pruebas evidentes y signos visibles del extraordinario poder que tuvo con otros: Baja de la cruz. En este preciso momento: Ahora. Si eres capaz de hacerlo, creeremos en ti.

¿Cuál fue la actitud de Jesús? Abruma su silencio ante las acusaciones. No entra en la provocación violenta de sus amenazadores, porque sabe que la agresividad aumenta la violencia. Su silencio es la respuesta al odio. Indefenso ante el despiadado sarcasmo humano y humillado por las burlas, no baja de la cruz; está dispuesto a entregar su vida al Padre para la salvación de todos. Es el misterio del Jesús sufriente y mudo ante el misterio del mal y de la muerte.

Él, que desde el inicio de su ministerio público había enseñado a sus discípulos: Sed compasivos con todos y perdonad (Lc 6, 36-37).

Él, que a la pregunta de Pedro: ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? (Mt 18, 21-22), le había respondido: ¡siempre! Él, que nos enseñó a orar: perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Él, que aconsejaba: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persigan (Mt 5,44).

Él, que salva la vida de la mujer adúltera a punto de ser lapidada y la perdona (Jn 8,11), como a tantos otros pecadores y enfermos… Ahora, perdona, disculpa y ora por sus torturadores. No se deja llevar por la venganza ni grita contra sus adversarios. Simplemente perdona. El perdón es su respuesta al látigo, la mofa y al verdugo. Disculpa, incluso a sus ejecutores: no saben lo que hacen. Y ora e intercede por ellos ante el Padre (Is 53, 12): al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con justicia (1 P 2, 23).

        Es la actitud de Cristo, y ha de ser la actitud de los cristianos. Bien sabemos todos que no es fácil. Cuando condenamos a quien nos condena; cuando juzgamos a quien nos juzga; cuando perdonamos y no olvidamos… no perdonamos. Seguimos con la antigua ley del talión que equiparaba el castigo al daño producido (Ex 21,25). Cristo perdonó porque tuvo compasión; y el cristiano perdona como Cristo porque «padece con» sus prójimos. Éste es el mensaje de la cruz, que no es lugar de amenaza, venganza o condenación, sino de compasión y misericordia siempre y con todos (Mt 18, 21; Gn 4, 24).

 

ORACIÓN:

Señor Jesús, ¿Por qué nos cuesta tanto perdonar?¿Por qué nos cuesta tanto querer? Desde la cruz hablas de perdóna una cultura que busca la prepotencia, la competitividad y el ser los primeros;

desde la cruz das ejemplo de perdón a familias marcadas por la división, la ruptura y el no hablarse;desde la cruz perdonas a quien se burla, desprecia y tortura. Nuestra sociedad no entiende de perdón; es signo de debilidad contracultural;de humillación en la que se pierde la razón.

Y sin embargo, al contemplarte crucificado,comprendemos que

quien mira a la cruz es libre;quien mira a la cruz no tiene miedo;quien mira a la cruz perdona.

 

**********************************

 

VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- En la cruz casi infinitamente grande y dolorosa, formada por nuestros delitos y pecados, quiso Cristo ser clavado para redimir al mundo y al hombre de su condena.

        En esta tarde memorable del Viernes Santo, la sombra gigantesca de un crucificado se desploma aplastante de dolor y de tristeza sobre nosotros, sobre nuestras cabezas, sobre nuestros corazones y sobre nuestros ojos.

        A la sombra de  esta cruz formada por nuestros pecados debemos permanecer silenciosamente hasta la mañana pascual de la resurrección, porque Jesucristo Dios de amor por los hombres ha muerto en su humanidad que había asumido para salvarnos. No se trata de la muerte de un hombre santo, sino de un hombre en quien Dios se encarnó y se hizo presente con nuestra carne para poder sufrir por el hombre y demostrarle su amor.

Es un hecho único e inaudito que no existe en ninguna otra religión, y que nosotros no podríamos haber ni sospechado si Él no nos lo hubiera revelado y realizado con palabras y gestos muy reales y concretos, que sobrepasan toda comprensión puramente humana. Es una realidad, un hecho que si lo creemos es para quedarse aquí para siempre y morir de amor por Él como Él murió por todos nosotros.

        Debió ser un espectáculo impresionante. El Evangelio lo expresa así: “Viendo el centurión que estaba frente a Él de qué manera morías, dijo: verdaderamente este hombres era Hijo de Dios.” Igual la multitud de personas que lo habían presenciado y que, “golpeándose el pecho”, marchaban a sus casas.

        Nosotros también, Señor, contemplándote esta tarde del Viernes Santo clavado en la cruz, no podemos menos de admirarte, venerarte y reconocer tu amor, que te hizo pasar por dolores y humillaciones y sufrimientos atroces de todo tipo para que el hombre no dudase nunca del amor y perdón del Padre. Era yo el que tenía que sufrir esos dolores por mis pecados, éramos nosotros los que merecíamos tanto escarnio, tantas humillaciones por nuestras infidelidades; éramos nosotros los que estábamos condenados a morir con muerte eterna por nuestros pecados, pero Tú quisiste sufrirlo todo por nosotros para librarnos a todos los hombre de la condena a muerte merecida por nuestros pecados.

         Por eso, Señor, tu cruz y tus sufrimientos me echan en cara en pirmer lugar mis pecados y mis faltas de amor, todos mis pecados, todas mis cobardías en seguirte cuando me exiges el cumplimientos de tus mandamientos y evangelio, son un reproche vivo y sangrante contra mi faltas de amor, de entusiasmo, mi flojedad, mi rutina, ni pereza en el seguimiento de tu vida y consejos evangélicos. Tú eres inocente, yo soy el culpable. Mis pecados y mis faltas de amor te crucificaron. “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen, lo que hacemos muchas veces en nuestras vidas. Por eso, hoy, Señor, la verte sufrir y clavado en esa cruz, no basta llorar, tengo que amarte, convertirme de verdad a tu amor, hacer cambios en mi vida.

        Si, queridos hermanos, “Consumatum est”, todo está ya terminado, consumado, conseguido, su salvación y nuestro perdón. Lo acaba de decir Cristo desde la cruz: “Consumatum est”, Todo esta rematado. Entre todos hemos matado a Cristo con nuestros pecados. Ya no podemos volvernos atrás. Porque todos hemos pecado. Tenemos por eso las manos aún  manchadas, teñidas de sangre y con salpicaduras sobre nuestro cuerpo pecador y sobre nuestro rostro que ha injuriado a Dios con palabras y juicios contrarios al evangelio, no cumpliendo la voluntad del Padre.      Nos dijeron siempre que el hombre no puede vencer a Dios, pero en esta ocasión lo hemos logrado por nuestros pecados y del mundo y sobre todo por su exceso de amor de su parte.

Ha sido la única vez que todos los hombres de todos los tiempos y de todas las razas nos hemos puesto de acuerdo para hacer algo memorable, algo imponente, algo que ya nada ni nadie podrá borrar de la historia. “consumatum est” Todo ha sido consumado, realizado por el amor más extremo e infinito que existe y puede existir: que Dios ha muerto. Hemos merecido que por amor entregado Dios entregue su vida por sus criaturas. Eso es un Cricifijo: el amor extremado de un Dios hecho hombre para poder morir por el hombre, por sus criaturas que no lo quieren y reconocen. Porque si tú, querido hermanos, le amas a Cristo y te acercas a Él crucificado, El se descuelga y te abraza con esos mismos brazos de Amor. Hagámoslo un momento ahora porque Él lo está esperando y lo merece y… lo necesita en estos tiempos de políticos ateos y sin fe y amor. (Silencio)

Los teólogos y los filósofos nos dijeron que Dios no podía morir porque su poder es infinito; pero no sabían que su amor es infinito también y lo puede hacer en carne humana. Por eso se encarnó y se hizo hombre. Que vengan los teólogos y lo vean. Pero sobre todos que nos lo expliquen los místicos de todos los tiempos que lo han sentido y vivido.

 

        2.- “Consumatum est… todo está cumplido””. Vamos a ver, Jesús, esto sólo lo puede decir uno que sabia lo que iba a pasar. Luego Tú, Jesús, lo dijiste porque sabías lo que te iba a suceder. Entonces, perdona, Señor, pero no mereces compasión porque Tú lo sabías, lo sabías y no lo evitaste, lo has cumplido y sufrido todo por amor.

Entonces, perdona Jesús que te lo diga, Tú estuviste loco, Tú estás loco de amor a los hombres, a cada uno de nosotros, tú me amas locamente porque era yo quien merecía esos sufrimientos por mis pecados. Tú te has buscado esta locura de sufrimientos y deprecios, esa muerte, estos sufrimientos; Tú sabías que muchos te escupirían, que te crucificarían con su desprecios, pecados, con sus falta de fe en tu amor, Tú sabías que el crucifijo y el crucificado no significarían nada en la vida

de muchos hombres, incluso bautizados, que quitan imágenes y crucifijos de sus casas, habitaciones, despachos, Tú sabías que te dejarían solo, abandonado camino del Calvario porque se avergonzarían de ti en la televisión, en la prensa, Tú lo sabías todo y, sin embargo, dejaste que te clavasen en la cruz para que el Padre los perdonase a todos, nos perdonase todos nuestros pecados y para que nosotros nunca dudásemos de tu amor, del amor de un Dios infinito que nos crea y caídos y alejados de su amistad por el pecado, se hace hombre viene a nuestro encuentro de salvacion y para eso y por eso se deja clavar en la cruz por todos nosotros, para que volvamos a tener vida de amistad contigo y con Dios Padre y se no abriesen las puertas del cielo eternamente. Tú estuviste loco de amor. El crucifijo es la mayor muestra de amor y pasión por el hombre que existe en el mundo y nosotros lo creemos y lo besaremos siempre, especialmente en este día.

        3.- Por eso, “consumatum est”, todo está terminado por el amor loco, infinito y apasionado de un Dios loco de amor por su criatura. Había olvidado que Tú antes de morir habías dicho que “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”, Tú eres el mejor amigo del hombre, el mejor amigo que tengo, que existe y puede existir, porque eres infinito amando. Tú eres Amor y si dejas de amar dejas de existir.

         Por eso, Señor, ese tu rostro muerto y crucificado me está volviendo loco, yo quiero estar también como Tú loco de amor a mi Cristo crucificado. Por eso quiero terminar esta tarde del Viernes Santo con las palabras del poeta:

 

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

 

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

 

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

 

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

 

Jesús, había olvidado que al ver a tu Padre entristecido por el pecado, que impedía al hombre entrar en su amistad, Tú te ofreciste voluntariamente en el seno de la Santísima Trinidad para decirle: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. Nosotros jamás comprenderemos este amor, porque los hombres sabemos matemáticas y derechos e igualdad y en un crucificado no existe nada de eso; por eso no lo comprenderemos nunca.   

        4.- Ese rostro, Señor, condena abiertamente mi falta de amor, mi comodidad, mi poca exigencia en seguirte, mis cobardías en llevar tu cruz sobre mis hombros. Por otra parte, hubiera bastado una gota de tu sangre, pero quisiste darla toda para que nunca dudase de la verdad de tu amor. Por eso, siempre que vea un crucifijo, puedo estar segura de que alguien me ama hasta dar su vida por mí.

        Mirándote en la cruz me explico y comprendo todas las frases de San Pablo: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”; “Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”; “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo, por el cual yo estoy crucificado y el mundo para mi”; “estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi”. Comprendo también al poeta: «No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido, para dejar por eso de ofenderte…Tú me mueves, muéveme el verte, clavado en esa cruz y escarnecido… Muéveme y en tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara, y aunque no hubiera infierno te temiera.»

 

 

 

*****************************************************

************************************************

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

TIEMPO DE PASCUA

 

RETIRO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN

 

PRIMERA MEDITACIÓN: CONTEMPLAR EL ROSTRO DEL RESUCITADO

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

En los días sagrados de la Semana Santa, hemos contemplado en la liturgia, en la oración personal y por las calles de nuestros pueblos, el rostro doliente de Cristo, ese rostro ensangrentado desde el espíritu hasta los poros de su rostro, en el cual se esconde la vida de Dios y se ofrece la salvación al mundo.

Pero este rostro doliente de Cristo no es el último y definitivo que contemplaron los Apóstoles y la Iglesia. Porque Él es esencialmente el Resucitado. Si no fuese así, vana sería nuestra predicación y vana nuestra fe, como afirma San Pablo en su primera carta a los Corintios. Jesús murió para que todos resucitásemos y nos llenásemos de la nueva luz de claridad y santidad y vida del Resucitado. La resurrección fue la respuesta del Padre a la obediencia de Cristo, como recuerda la carta a los Hebreos: “Y aún siendo Hijo de Dios, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para los que creen en El” (5, 7-9).

En esta primera meditación de la Pascua yo quiero hablaros de tres verdades fundamentales de nuestro sacerdocio y de toda vida cristiana: 1º, hoy la gente nos pide no ser meramente predicadores de Cristo resucitado, sino ser testigos del que está vivo y ha resucitado; 2º, el camino para ver a Cristo resucitado es la oración, porque a Cristo no se le comprende hasta que no se vive; y sólo la oración personal como saliva gustativa y asimiladora de la Palabra, de los Sacramentos y del pastoreo en la Caridad apostólica; 3º, la vivencia de Cristo por la oración debe ser el fundamento de todo apostolado, entendiendo por apostolado no toda acción apostólica sino la realizada en el Espíritu de Cristo: “Sin mí no podéis hacer nada”; “Él (el Espíritu Santo) os guiará hasta la verdad completa”.

“Los discípulos se llenaron de alegría de ver al Señor”(Jn20, 20) afirma San Juan en su evangelio. El rostro que contemplaron los Apóstoles, después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida,  mostrándoles “las manos y el costado”.

A pesar de verlo así, no fue fácil para algunos el creer, porque en la pasión y la muerte y la sensación de fracaso y el miedo a morir con Él fue muy fuerte en la mayoría de los Apóstoles. Con la muerte del Señor, quedaron desconcertados. Cuando todo iba bien, aunque hubiera algunas incomprensiones y disputas, todo se superó apoyados en la palabra y los milagros del maestro.

Pero cuando el Maestro muere, aunque se lo tenía bien dicho, y cuando para ellos surge el peligro de sufrir y morir por lo que creían creer y estar seguros, cuando se pierden las apoyaturas humanas y nos quedamos solos ante el Misterio de Cristo, no queda más que la fe. Pero si esa fe ha estado más apoyada en el ambiente favorable de otros tiempos, en que el sacerdote predicaba y la gente escuchaba y hacía y obedecía, pero ahora se han perdido esas apoyaturas y es el sacerdote el que se queda solo y con la iglesia vacía, ha llegado el momento en que la fe tiene que ser personal. Y como uno no la haya hecho experiencia y vivencia personal, pues lo pasará mal.

Y no digo más, porque yo veo cosas y afirmaciones que me huelen a crisis de fe, y lógicamente de amor personal a Jesucristo. Porque hoy no basta un amor ordinario a Cristo, hoy es necesario un amor personal y apasionado por Cristo. Y esto sólo lo da la vivencia. Y esta vivencia sólo es por la oración. No conozco otro camino en los santos, en todos los santos; los habrá de derechas o de izquierdas, activos o contemplativos, liturgos o teólogos, porque el saber la teología y realizar la liturgia no bastan para hacer vivientes del misterio sin oración personal. Por ejemplo, la Eucaristía, pero me da lo mismo cualquier misterio de Cristo, Cristo mismo en persona, no basta creer en Él con toda la teología que sabemos, no basta celebrarlo en sus misterios, en la santa Eucaristía, hay que vivirlo. De otra forma, al no vivirse se olvida y termina uno no viviendo la fe.

Por eso lo que más me preocupa en los momentos actuales no es la crisis de fe externa a la Iglesia, el ateísmo externo, sino la crisis de fe interna a la misma Iglesia; ya lo explicaré más ampliamente luego: no basta la fe heredada de nuestros padres y educadores, es necesario llegar a la fe personal; algunos pudieron descuidarse en este cultivo personal de la fe por la oración personal con Cristo, y ahora tienen fe, pero pueden sufrir purificaciones que tuvieron que sufrir antes en su camino personal hacia la vivencia de Cristo, pero que no surgieron tan fuertemente esas dificultades o no se vieron porque las iglesias estaban llenas, todos respetaban al sacerdote y la fe católica era valorada o por lo menos respetada por la mayoría.

A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, que es el conocimiento que Dios tiene de sí mismo, y esto a través de un camino cuyas etapas nos presenta el evangelio repetidas veces. Quiero afirmar esto con dulzura y claridad a la vez para tantas hermanas y hermanos que no acaban de dar el paso definitivo de la fe, del encuentro personal con Cristo, de la amistad personal con Él, quedándose en el puro conocimiento, aunque sea teológico. El salto de la fe, el salto a lo que no se ve y que no se va a conocer con verdad completa hasta que no se vive, como les pasó a los Apóstoles en el día de Pentecostés, que hemos celebrado en estos días; hay que darlo desde la oración, a pesar de todas las noches de fe y sentimientos, como Cristo en Getsemaní; sin pruebas y asideros humanos, afectivos o intelectuales de ningún tipo, hay que lanzarse y fiarse totalmente en Dios, a pesar de todas las apariencias, abrirse al absoluto, sin apoyaturas personales y humanas, fiados sólo del que todo lo puede. Él quiere este gesto de total abandono, como lo ha demostrado en su Hijo y en los santos que ha habido y habrá, sin honores, sin cargos, sin nimbos de gloria, sin nada. Para llegar al Todo hay que dejarlo todo, hay que pisar  la nada. Lo dice muy claro San Juan de la Cruz. Me duele ver hermanos y hermanas que han cultivado su vida cristiana, incluso con servicios a la Iglesia en vocación sacerdotal o religiosa, pero que todavía no han dado el paso definitivo a la amistad con Cristo sin apoyos de ningún tipo, con la muerte del yo. Y así, por la oración, es como se pasa de lo que no se puede ver por la carne, a lo que se nos revela por su Espíritu.

Lo dice muy clara y largamente el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte:

 

 

UN ROSTRO PARA CONTEMPLAR

 

16. «Queremos ver a Jesús» (Jn 12, 21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizás cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?

Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El Gran Jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.

 

17. La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el final, está impregnada de este misterio, señalado oscuramente en el Antiguo Testamento y revelado plenamente en el Nuevo, hasta el punto de que san Jerónimo afirma con vigor: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo». Teniendo como fundamento la Escritura, nos abrimos a la acción del Espíritu (cf. Jn 15, 26), que es el origen de aquellos escritos, y, a la vez, al testimonio de los Apóstoles (cf. Ib. 27), que tuvieron la experiencia viva de Cristo, la Palabra de vida, lo vieron con sus ojos, lo escucharon con sus oídos y lo tocaron con sus manos (cf. 1Jn 1, 1).

 

El camino de la fe

19. «Los discípulos se alegraron de ver al Señor» (Jn 20, 20). El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años, y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles «las manos y el costado» (ib). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso itinerario del espíritu (cf. Lc 24, 13-35). El apóstol Tomás creyó únicamente después de haber comprobado el prodigio (cf. Jn 20, 24-29). En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro. Ésta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf. Mt 16, 13-20). A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la «gente» que es él, recibiendo como respuesta: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16,14). Respuesta elevada, pero distante aún —y ¡cuánto!— de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, Jesús es muy distinto. Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que él espera de los «suyos»: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16, 15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: «Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16).

 

20. ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). La expresión «carne y sangre» evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de «revelación» que viene del Padre (cf ib). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús «estaba orando a solas» (Lc 9, 18).

Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14).

 

La profundidad del misterio

 

21. ¡La Palabra y la carne, la gloria divina y su morada entre los hombres! En la unión íntima e inseparable de estas dos polaridades está la identidad de Cristo, según la formulación clásica del Concilio de Calcedonia (a. 451): «Una persona en dos naturalezas». La persona es aquella, y sólo aquella, la Palabra eterna, el hijo del Padre con sus dos naturalezas, sin confusión alguna, pero sin separación alguna posible, son la divina y la humana.

Somos conscientes de los límites de nuestros conceptos y palabras. La fórmula, aunque siempre humana, está sin embargo expresada cuidadosamente en su contenido doctrinal y nos permite asomarnos, en cierto modo, a la profundidad del misterio. Ciertamente, ¡Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre! Como elapóstol Tomás, la Iglesia está invitada continuamente por Cristo a tocar sus llagas, es decir a reconocer la plena humanidad asumida en María, entregada a la muerte, transfigurada por la resurrección: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado» (Jn 20, 27). Como Tomás, la Iglesia se postra ante Cristo resucitado, en la plenitud de su divino esplendor, y exclama perennemente:

«¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28).

 

23. «Señor, busco tu rostro» (Sal 27 (26), 8). El antiguo anhelo del Salmista no podía recibir una respuesta mejor y sorprendente más que en la contemplación del rostro de Cristo. En él Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho «brillar su rostro sobre nosotros» (Sal 67(66), 3). Al mismo tiempo, Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico rostro del hombre, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre».

Jesús es el «hombre nuevo» (cf. Ef 4, 24; Col 3, 10) que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites y contradicciones, moviéndose hacia Dios mismo, más aún, hacia la meta de la «divinización», a través de la incorporación a Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinitaria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.

 

Rostro del Resucitado

 

28. La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que llora por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21, 15.17). Lo hace unido a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1, 21). Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. «Jesu, dulcis memoria, dans vera cordis gaudia»: ¡Cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, animada por esta experiencia, retoma hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 3,8).

CAPÍTULO 3

 

CAMINAR DESDE CRISTO

 

29. «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Esta certeza, queridos hermanos y hermanas, ha acompañado a la Iglesia durante dos milenios y se ha avivado ahora en nuestros corazones por la celebración del Jubileo. De ella debemos sacar un renovado impulso en la vida cristiana, haciendo que sea, además, la fuerza inspiradora de nuestro camino. Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, nos planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» (Hch 2, 37).

Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!

No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz. Sin embargo, es necesario que el programa formule orientaciones pastorales adecuadas a las condiciones de cada comunidad.

Doy las gracias por la cordial adhesión con la que ha sido acogida la propuesta que hice en la Carta apostólica Tertio millennio adveniente. Sin embargo, ahora ya no estamos ante una meta inmediata, sino ante el mayor y no menos comprometedor horizonte de la pastoral ordinaria. Dentro de las coordenadas universales e irrenunciables, es necesario que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial, como siempre se ha hecho. En las Iglesias locales es donde se pueden establecer aquellas indicaciones programáticas concretas —objetivos y métodos de trabajo, de formación y valorización de los agentes y la búsqueda de los medios necesarios— que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura.

Por tanto, exhorto ardientemente a los Pastores de las Iglesias particulares a que, ayudados por la participación de los diversos sectores del Pueblo de Dios, señalen las etapas del camino futuro, sintonizando las opciones de cada Comunidad diocesana con las de las Iglesias colindantes y con las de la Iglesia universal.

Nos espera, pues, una apasionante tarea de renacimiento pastoral. Una obra que implica a todos. Sin embargo, deseo señalar, como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales que la experiencia misma del Gran Jubileo ha puesto especialmente de relieve ante mis ojos.

 

 

LA SANTIDAD

 

30.- “En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad... Este don de santidad, por así decir, se da a cada bautizado...“Esta es la voluntad de Dios; vuestra santificación” (1Tes 4, 3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor” (Lumen Gentium, 40).

 

31.- “Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede “programar” la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias... Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos “genios” de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno... Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia”.

 

 

LA ORACIÓN

 

32.- “Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración... Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos:“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11, 1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Jn 15, 4).

Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial (cfr. SC 10), pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas”.

 

33.- “La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede enseñar mucho a este respecto. Muestra cómo la oración puede avanzar, como verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre. Entonces se realiza la experiencia viva de la promesa de Cristo: “El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Se trata de un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual, que encuentre también dolorosas purificaciones (la “noche oscura”), pero que llega, de tantas formas posibles, al indecible gozo vivido por los místicos como “unión esponsal”. ¿Cómo no recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Jesús?

Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas “escuelas de oración”, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el “arrebato del corazón”. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparte del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.

Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino “cristianos con riesgo”. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición.

Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral... Cuánto ayudaría que no sólo en las comunidades religiosas, sino también en las parroquiales, nos esforzáramos más, para que todo el ambiente espiritual estuviera marcado por la oración”.

 

Primacía de la gracia

 

38.- “En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15, 5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5, 5). Éste es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: ¡Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitid al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración.”

 

Escucha de la Palabra

 

39.- “No cabe duda de que esta primacía de la santidad y de la oración sólo se puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios. Desde que el Concilio Vaticano II ha subrayado el papel preeminente de la palabra de Dios en la vida de la Iglesia, ciertamente se ha avanzado mucho en la asidua escucha y en la lectura atenta de la Sagrada Escritura. Ella ha recibido el honor que le corresponde en la oración pública de la Iglesia. Tanto las personas individualmente como las comunidades recurren ya en gran número a la Escritura, y entre los laicos mismos son muchos quienes se dedican a ella con la valiosa ayuda de estudios teológicos y bíblicos. Precisamente con esta atención a la palabra de Dios se está revitalizando principalmente la tarea de la evangelización y la catequesis. Hace falta, queridos hermanos y hermanas, consolidar y profundizar esta orientación, incluso a través de la difusión de la Biblia en las familias. Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia”.

 

Anuncio de la Palabra

 

40.- “Alimentarnos de la Palabra para ser «servidores de la Palabra» en el compromiso de la evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio. Ha pasado ya, incluso en los Países de antigua evangelización, la situación de una «sociedad cristiana», la cual, aún con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza. He repetido muchas veces en estos años la «llamada» a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Cor 9, 16).

Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos «especialistas», sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo».

Queridos hermanos: Todo apóstol de Jesucristo, sea sacerdote o religioso, sea madre o padre cristiano, sea catequista o seglar militante, que quiera transmitir y educar en la fe a su hijo, a sus catequizandos, repito, todo obispo, sacerdote, cualquier cristiano que quiera conducir hasta Cristo a una persona, si quiere que su apostolado sea eficaz, debe contemplar todos los días este rostro del Resucitado, debe llegar a verlo y sentirlo dentro de sí, debe ser un testigo más que un predicador, porque esto es lo que nos exige el ambiente ateo de hoy, porque no hay apoyaturas cristianas o naturales de pensamientos o morales como en tiempos cercanos y pasados; con sólo palabras, palabras, aunque sean teológicas, daremos un rostro oscurecido y sin entusiasmo, menguado y desfigurado por las propias carencias y oscuridades nuestras. La fe es don de Dios que se transmite principalmente por contagio de los que experimentan al Viviente.

 

***********************************************

 

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

En esta segunda meditación nos situamos frente a la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, documentada por el Nuevo Testamento, creída y vivida como central por las primeras comunidades cristianas, transmitida como fundamental por la tradición, jamás despreciada por los verdaderos cristianos, y hoy bien profundizada, estudiada y predicada como parte esencial del misterio pascual, esto es, nos situamos y meditamos en la resurrección de Cristo, juntamente con la cruz. San Pablo nos dirá que “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”. Y el Credo de los Apóstoles  nos dice que «al tercer día resucitó de la muerte»; y el Símbolo nicenoconstantinopolitano precisa: «Al tercer día resucitó según las Escrituras».

Es un dogma de la fe cristiana que se enmarca en un hecho históricamente sucedido y comprobado. Trataremos de investigar, «con las rodillas de la mente inclinadas», el misterio enunciado por el dogma y contenido en el hecho, comenzando por el examen de los textos bíblicos que lo atestiguan.

 

1.- Testimonios de la resurrección.

 

El primero y más antiguo testimonio escrito sobre la resurrección de Cristo se encuentra en la primera Carta de San Pablo a los Corintos. En ella el Apóstol recuerda a los Corintios, destinatarios de la carta (hacia la Pascua del año 57 después de Cristo): «Pues, a la verdad, os he transmitido, en primer lugar, lo que yo mismo he recibido, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, que resucitó al tercer día, según las Escrituras, y que se apareció a Cefas y luego a los Doce. Después se apareció una vez a más de quinientos hermanos, de los cuales muchos permanecen todavía, y algunos durmieron. Luego se apareció a Santiago, luego a todos los apóstoles; y después de todos, como a un aborto, se me apareció también a mí” (1 Cor. 15, 3-8).

Como se ve, el Apóstol habla aquí de la viva tradición de la resurrección, de la que él había tenido conocimiento después de su conversión a las puertas de Damasco (Cfr. Hch 9, 3-18). Durante su viaje a Jerusalén se había reunido con el apóstol Pedro y también con Santiago, como es concretado en la Carta a los Gálatas (1, 18,3), que ahora cita como a los dos principales testigos del Cristo resucitado.

Debe observarse también que, en el texto citado, San Pablo no solo habla de la resurrección acaecida en el tercer día “según las Escrituras” (referencia bíblica que ya afecta a la dimensión teológica del hecho), sino que al mismo tiempo recurre a los testigos, a aquellos a los que Cristo se ha aparecido personalmente.

Es una señal, entre otras, de que la fe de la primera comunidad de los creyentes, expresada por San Pablo en la Carta a los Corintos, está basada en el testimonio de hombres concretos, conocidos por los cristianos y en gran parte todavía vivientes en medio de ellos. Estos “testigos de la resurrección de Cristo” (Cfr. Hechos 1,22) son, en primer lugar, los doce apóstoles, pero no solamente ellos. Pablo habla expresamente de más de quinientas personas, a las cuales Jesús se apareció una vez, además de Pedro, Santiago y todos los apóstoles.

2.- La Resurrección, acontecimiento histórico y afirmación de fe: Lectura: 1 Cor. 15, 3-8.

 

Frente a este texto paulino pierden toda credibilidad las hipótesis con las que, bajo diversas formas, se ha pretendido interpretar la resurrección de Cristo prescindiendo del orden físico, a fin de no reconocerla como un hecho histórico. Por ejemplo, la hipótesis según la cual la resurrección no sería otra cosa que una especie de interpretación del estado en el que Cristo se encuentra después de la muerte (estado de vida y no de muerte), o bien la otra hipótesis que reduce la resurrección a la influencia que Cristo, después de su muerte, no cesó de ejercer -y que, más aún, reiteró con nueva e irresistible fuerza- sobre sus discípulos.

Estas hipótesis parecen implicar una prejudicial repugnancia con la realidad de la resurrección, considerada solamente como el «producto» del ambiente, o sea, de la comunidad de Jerusalén. Ni la interpretación ni el prejuicio encuentran correspondencia en los hechos.

        San Pablo, en cambio, en el texto citado, recurre a los testigos oculares del «hecho». Su convencimiento sobre la resurrección de Cristo tiene, pues, una base experimental. Está unida a aquel argumento «ex factis», que vemos elegido y seguido por los apóstoles justamente en aquella primera comunidad de Jerusalén.

Cuando, en efecto, se trata de la elección de Matías, uno de los discípulos más constantes de Jesús, para completar el número de los «Doce» que había quedado incompleto por la traición y el final de Judas Iscariote, los apóstoles exigen como condición que aquel que resulte elegido no solamente haya sido su «compañero» en el período en el que Jesús enseña y actuaba, sino que, sobre todo, él pueda ser “testigo de su resurrección” gracias a la experiencia hecha en los días anteriores al momento en el que Cristo -como dicen ellos-  “ha subido al cielo de entre nosotros” (Hch 1,22).

La verdad sobre la resurrección no es un producto de la fe de los apóstoles o de los demás discípulos ante o pos-pascuales. De los textos se deduce más bien que la fe «prepascual» de los seguidores de Cristo ha sido sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro. Él mismo había anunciado esta prueba, especialmente con las palabras dirigidas a Simón Pedro cuando se encontraba ya en el umbral de los trágicos acontecimientos de Jerusalén: “Simón, Simón, Satanás os busca para echaros como trigo, pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe” (Lc 22, 31 -32).

La sacudida provocada por la pasión y muerte de Cristo fue tan grande que los discípulos, al menos la mayoría, inicialmente no dieron crédito a la noticia de la resurrección. En todos los evangelios encontramos pruebas de ello. En particular, Lucas nos da a conocer que cuando las mujeres, volviendo del sepulcro anunciaron todo esto (es decir, el sepulcro vacío) a los Once y a todos los demás... aquellas palabras les parecieron como desatinos y no las creyeron (Lc, 24, 9-11).

 

3.- No es producto de la fe de los apóstoles

 

Esta tesis que algunos tratan de justificar, es rechazada también por cuanto es narrado cuando el resucitado en persona se apareció en medio de ellos y dijo: “¡Paz a vosotros!”.  “Ellos, en efecto, creían ver un fantasma”. En aquella ocasión Jesús mismo debió vencer sus dudas y su temor y convencerlos de que “era El…Palpadme y ved, que el espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”. Y dado que ellos “todavía no creían y estaban asombrados”, Jesús les pidió que le dieran alguna cosa para comer y “lo comió delante de ellos” (Cfr. Lc 24, 36-43).

Además, es bien conocido el episodio de Tomás, el cual no se encontraba con los demás Apóstoles cuando Jesús llegó a ellos por vez primera, entrando en el Cenáculo a pesar de que la puerta estaba cerrada (Cfr Jn 20,19). Cuando, a su entrada, los demás discípulos le dijeron: “Hemos visto al Señor”, Tomás se mostró maravillado e incrédulo, y respondió: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no creeré”.  Después de ocho días Jesús vino nuevamente al Cenáculo, para satisfacer la petición de Tomás «incrédulo» y le dijo: “Alarga acá tu dedo y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel”. Y cuando Tomás profesó su fe con las palabras “¡Señor mío y Dios mío!”, Jesús le dijo: “Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron” (Jn 20, 24-29).

La exhortación a creer, sin pretender ver lo que está oculto en el misterio de Dios y de Cristo, sigue siendo siempre válida; pero la dificultad del apóstol Tomás para admitir la resurrección sin haber experimentado personalmente la presencia de Jesús viviente, y después su cesión ante las pruebas que le había sido facilitadas por Jesús mismo, confirman lo que se deduce de los evangelios sobre la resistencia de los apóstoles y de los discípulos a admitir la resurrección. No tiene, por ello, consistencia la hipótesis de que la resurrección ha sido un «producto» de la fe o de la credulidad de los apóstoles. Su fe en la resurrección había nacido, en cambio -bajo la acción de la gracia divina- de la directa experiencia de la realidad de Cristo resucitado.

 

4.- El cuerpo crucificado es el resucitado.

 

Es Jesús mismo el que después de la resurrección se pone en contacto con los discípulos a fin de comunicarles el sentido de la realidad y de disipar la opinión (o el miedo) de que se trata de un «fantasma», y, por tanto, de que puedan ser víctimas de una ilusión.

En efecto, Él establece con ellos relaciones directas, justamente mediante el tacto. Así en el caso de Tomás, que acabamos de recordar, pero también en el encuentro descrito en el Evangelio de San Lucas, cuando Jesús dice a los discípulos asustados: “Palpadme y ved: Un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo” (Lc 24, 39).

Les invita a comprobar que el cuerpo resucitado, con el cual se presenta ante ellos, es el mismo que ha sido martirizado y crucificado. Aquel cuerpo posee, sin embargo, al mismo tiempo nuevas propiedades. Se ha «hecho espiritual» y «glorificado», y, por tanto, ya no está sometido a las limitaciones connaturales a los seres materiales y, por ello, a un cuerpo humano. De hecho Jesús entra en el Cenáculo a pesar de estar cerradas las puertas, aparece y desaparece, etc... Pero, al mismo tiempo, aquel cuerpo es auténtico y real. En su identidad material está la demostración de la resurrección de Cristo.

 

5.- El encuentro en el camino de Emaús.

 

Narrado en el Evangelio de San Lucas, es un acontecimiento que hace visible de forma particularmente evidente cómo ha madurado en la conciencia de los discípulos la persuasión de la resurrección justamente mediante el contacto con Cristo resucitado (Cfr. Lc. 24, 15-21).

Aquellos dos discípulos de Jesús, que al comienzo del camino se encontraban “tristes y abatidos”, ante el recuerdo de cuanto había sucedido al Maestro el día de la crucifixión y no ocultaban la desilusión experimentada al ver hundida la esperanza depositada en Él como Mesías liberador: “Nosotros esperábamos que sería Él quien liberaría a Israel”, experimentan inmediatamente una transformación total, cuando para ellos aparece claro que el desconocido, con el que han hablado, es justamente el mismo Cristo de antes, y se dan cuenta de que Él, por tanto, ha resucitado.

De toda la narración se deduce que la certeza de la resurrección de Jesús había hecho de ellos casi hombres nuevos. No solamente habían recuperado la fe en Cristo, sino que estaban también dispuestos a dar testimonio sobre la verdad de la resurrección.

Todos estos elementos del texto evangélico, entre sí convergentes, demuestran el hecho de la resurrección, que constituye el fundamento de la fe de los apóstoles y de todos los cristianos, que tenemos la fe apostólica y católica, base de nuestra esperanza y vida cristiana.

 

6.- ¡Ha resucitado! Este es el grito, que, desde hace más de dos mil años, no cesa de resonar por el mundo entero y que nosotros esta noche hemos oído a las mujeres, a Pedro y Juan, a María Magdalena, que se ha encontrado con Él en forma de hortelano, a los ángeles que encontraron las mujeres: “No os asustéis; ¿buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado?  No está aquí, ha resucitado, como os lo había dicho”.

        San Pedro, lleno de emoción, predicará a Cristo, a quien “Dios le resucitó el tercer día y nos lo dio a conocer a los testigos escogidos de antemano y que comimos y bebimos con Él después de resucitar de entre los muertos”.  Y en otro pasaje dirá: “os hemos dado a conocer el poder y la venida de Nuestro Señor Jesucristo, no con fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad”.

        La resurrección del Señor, tal como Pedro la proclama ante los primeros gentiles, es acontecimiento síntesis que abarca e ilumina la totalidad del misterio de Cristo. Es esta luz de la resurrección la que arroja su luz sobre toda la vida de Jesús, sobre todos sus dichos y hechos salvadores y los llena de verdad, de certeza y de vida, porque son del Resucitado, verdaderamente Hijo de Dios, y, por tanto, son verdad, son salvadores, lo que dijo e hizo es verdad de Dios. Y por su resurrección, el Padre Dios le ha confirmado como juez de vivos y muertos, de toda la creación. La presencia del Espíritu Santo se había manifestado ya en las curaciones y en las obras  que había realizado: “Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con Él”.

        Pedro lo recuerda emocionado porque ha sido un testigo directo de toda su vida y su obra, especialmente  de su Pasión, Muerte y Resurrección. Pedro lo describe en su discurso: “Vosotros sabéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea”.

        El Evangelio es buena noticia de la salvación. Esto es lo que anuncia y proclama Pedro. “Los que creen en Él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados”. De aquí la imperiosa necesidad de anunciar el Evangelio en el mundo entero. Esta es la responsabilidad del cristiano, del apóstol; la nuestra, la de todo bautizado, que si entra dentro de sí mismo se verá misionero, enviado al mundo entero. El mundo de hoy necesita bautizados cristianos que sientan su vocación apostólica y sus acciones evangelizadoras.

        Y esta afirmación de la resurrección del Señor la corrobora San Juan con estos términos: ”Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocamos con nuestras manos acerca de la Palabra de la vida,  os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Os escribimos esto, para que vuestro gozo sea completo”. No se puede hablar con más claridad, con más fuerza, con más verdad que lo hace San Juan.

 

7.- Y porque Cristo ha resucitado:-- Él es la Verdad, es Verdad, es Hijo de Dios, y todo lo que dijo e hizo, todo el Evangelio es Verdad. Tenemos que creerlo y vivirlo. Tenemos que fiarnos totalmente de Él y de que cumplirá en nosotros todo lo que nos ha prometido. Él es nuestra fuerza y tenemos que amarlo como Única Verdad y Vida. Es el Hijo de Dios.

-- Cristo ha resucitado, y todos los Apóstoles lo atestiguaron, ninguno calló y todos dieron su vida en testimonio de esta verdad; todos murieron confesando esta verdad. Si dan la vida, no pudieron estar más convencidos. Es el máximo testimonio: dar la vida por lo que afirmamos. No se puede estar más convencido ni ser más fiel a la verdad.

-- También nosotros resucitaremos. Porque Cristo ha resucitado, tenemos que esperar totalmente en Él. Nuestra esperanza en Él es totalmente segura. Porque Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos. Somos eternos, porque Él nos lo ha merecido y nos lo ha prometido. Los muertos ya gozan de esta gloria. Nuestros difuntos no están muertos, están todos vivos en Dios. El cielo es Dios. Aquí nadie muere. O se acierta para siempre o se equivoca uno para siempre, para siempre.

-- Porque Cristo ha resucitado, nosotros somos más que este tiempo y este espacio. Somos semilla de eternidad y de cielo. Por eso vivamos ya la esperanza del encuentro definitivo con Dios, vivamos ya para Él, vivamos este tiempo con esperanza y desde la esperanza. Esforzándonos por conseguir los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros. Lo expresa muy claramente San Pablo: “Porque habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha del Padre” (Col 3, 1-3).

-- Porque Cristo ha resucitado, celebremos la Pascua, nos dice este mismo Apóstol. Pascua en Cristo es paso de la muerte a la vida, pasemos de nuestro hombre viejo de pecado, que nos lleva a la muerte, al hombre nuevo creado según Cristo. Recordemos ahora las promesas que anoche renovamos de nuestro bautismo: ¿Renunciáis al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios? ¿Renunciáis a vuestras soberbias, avaricias, envidias…?

-- Si Cristo ha resucitado y permanece vivo en la Eucaristía es porque busca, sigue buscando al hombre para salvarlo. “El que me coma vivirá por mí”; “Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan vivirá para siempre”. Son días de comer la carne resucitada de Cristo, de comer vida nueva, renovación interior y espiritual con Cristo. Jesucristo resucitado vive en el cielo en manifestación gloriosa y en el pan consagrado, en Presencia de amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres. «Hay que comulgar por pascua florida», por educación, por fe, por coherencia con lo que creemos y amamos. Y una comunión cariñosa, afectuosa, agradecida, nada de oraciones de otros, ni siquiera hoy padrenuestros. De tú a tú con el Amado.  

8.- Y desde este amor extremo que le llevó a la muerte y resurrección, desde este deseo y amistad sentida y deseada quiero y queremos felicitar a Cristo por lo que dijo e hizo, por todo lo que caminó y sufrió, pero, sobre todo, porque resucitó para que todos pudiéramos tener vida eterna, ser felices con Él eternamente en el cielo. Él es el cielo con el Padre y el Espíritu Santo. Él es un cielo. No comprendo que nos quiera tanto, no comprendo que quiera ser nuestro amigo, que nos haya elevado hasta  su mismo nivel, su mismo cielo con el Padre y el Espíritu Santo, y quiera una eternidad de amistad conmigo, contigo, con todos los hombres… No lo comprendo; que me resucite para esto, porque quiere ser mi amigo, ahora en el sagrario y luego en el cielo… Es algo que no comprendo, pero es verdad. Por eso me gustaría decirle con San Juan de la Cruz: «Descubre tu presencia y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura». Cristo resucitado, nosotros creemos en Ti. Cristo vivo y resucitado, nosotros confiamos en Ti, esperamos en Ti. Cristo vivo, vivo y resucitado, aquí en el pan consagrado, Tú lo puedes todo, Tú sabes que te amamos.

 

*************************************************

 

SÁBADO. VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA

 

Según una antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor, y la Vigilia que tiene lugar en la misma, conmemorando la Noche Santa en la que el Señor resucitó, ha de considerarse como «la madre de todas las santas Vigilias» (San Agustín). Durante la Vigilia, la Iglesia espera la resurrección del Señor y la celebra con los sacramentos de la iniciación cristiana (Ceremonial de los Obispos, núm. 332).

        Los fieles, tal como lo recomienda el Evangelio (Lc 12, 35-48), deben asemejarse a los criados que con las lámparas encendidas en sus manos esperan el retorno de su Señor, para que, cuando llegue, los encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa. Toda la celebración de la Vigilia pascual debe hacerse durante la noche. Por ello no debe escogerse ni una hora tan temprana que la Vigilia empiece antes del inicio de la noche ni tan tardía que concluya después del alba del domingo. Esta regla ha de ser interpretada estrictamente. Cualquier costumbre o abuso contrarios han de ser reprobados.

        Esta vigilia es figura de la Pascua auténtica de Cristo, de la noche de la verdadera liberación, en la cual, «rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo» (Pregón pascual). Desde su comienzo la Iglesia ha celebrado con una solemne vigilia nocturna la Pascua anual, solemnidad de las solemnidades.

        La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza, y, por medio del Bautismo y de la Confirmación, somos injertados en el misterio pascual de Cristo, morimos con Él, somos sepultados con Él y resucitamos con Él, para reinar con Él para siempre (cf. SC 6; Rm 6, 3-6; Ef 2, 5-6; Col 2, 12-13; 2 Tm 2, 11-12). La práctica de organizar en una misma comunidad parroquial dos vigilias pascuales, una abreviada y otra muy desarrollada, es incorrecta, como contraria a los más elementales principios de la celebración pascual, que requieren una única asamblea, signo de la única Iglesia que se renueva en la celebración de los misterios pascuales (Epacta  y Misal Romano).

LITURGIA DE LA PALABRA

        En esta Noche Santa se proponen siete lecturas, aparte de la Epístola y el Evangelio. Se pueden omitir algunas del Antiguo Testamento, pero no la del Éxodo.

 

PRIMERA LECTURA: Génesis 1, 1-31; 2, 1- 2

        Nos ofrece el misterio del origen de la creación, según la tradición Sacerdotal. El poema exalta el sábado como día dedicado al culto de Yahvé. Toda la creación ha salido de Dios, culmina en el sábado y vuelve a Él en los cultos sabáticos. 

 

SEGUNDA LECTURA: Génesis 22, 1-18

        Prueba de la fe de Abrahán, cuando Dios le pide que sacrifique a su hijo Isaac. El texto proviene de la tradición Elohísta. El proceder de Dios con Abrahán habrá de quedar como camino a recorrer por la fe y la confianza total en Yahvé.

 

TERCERA LECTURA: Éxodo 14, 15-15, 1

        Es la narración del paso del Mar Rojo. Este texto es un típico ejemplo de amalgama de las diversas fuentes, yahvista, elohista y sacerdotal. Este último tiende a magnificar los prodigios. Pero ambos autores coinciden en que Yahvé actuó prodigiosamente en favor de su pueblo.

 

CUARTA LECTURA: Isaías 54, 5-14.

        Promesa de una nueva Alianza de paz entre Dios y el pueblo de Israel, y anuncio de la reconstrucción de Jerusalén. Es un mensaje de consuelo dirigido por el Deutero-Isaías a los desterrados de Babilonia.

 

QUINTA LECTURA: Isaías 55, 1-11

        Como un vendedor ambulante Isaías pregona y trata de ofrecer gratis al pueblo la Palabra de Dios. Promete de parte de Dios una alianza perpetua. Para encontrarse con Dios hay que hacer un éxodo; hay que salir del pecado porque los caminos del Señor no son nuestros caminos.

 

SEXTA LECTURA: Baruc  3, 9-15. 32-4, 4

        Es una invitación a seguir el camino de la sabiduría y de la Ley, porque únicamente en ellas se fundan la salvación y redención y la unidad nacional. Este texto es una reflexión sapiencial sobre la situación presente. La supervivencia del pueblo de Dios depende del cumplimiento de la Ley.

 

SÉPTIMA LECTURA: Ezequiel  36, 16-28

        En pleno destierro, rota la antigua alianza por las infidelidades, Dios anuncia una vez más la Nueva Alianza. Su vínculo íntimo es la unión perfecta con Dios; la fuente es el amor puro de Dios que obra por sí mismo; su principio vivificante y transformador es el Espíritu de Dios.

 

EPÍSTOLA: Romanos 6, 3-11

 

        La historia de la salvación culmina en el misterio pascual de Cristo y se hace historia de cada hombre mediante el bautismo, que lo inserta en este misterio. De hecho, por este sacramento “fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva”. Esto explica por qué ocupa un lugar tan importante el bautismo en la Liturgia de la Vigilia Pascual, tanto en los textos escriturísticos y en oraciones, especialmente  en el rito de la bendición del agua y de la administración del sacramento a los neófitos, como en la renovación de las promesas bautismales.

        Celebrar el bautismo es celebrar sacramentalmente la Pascua, es morir al pecado para vivir la resurrección: “Porque si nuestra existencia está unida a Él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya”. Todo esto no debe quedarse en teoría o puros deseos sino que requiere nuestro esfuerzo y nuestro compromiso: “Comprendamos que nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores y nosotros libres de la esclavitud del pecado, porque el que muere ha quedado absuelto del pecado”. Y éste es el gozo y el compromiso de la Pascua cristiana y la razón de cantar el Aleluya: “Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor Nuestro”.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS: 24, 1-12.

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: 1.- ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (Lc 24, 5-6).

Estas palabras de dos hombres “con vestidos resplandecientes” refuerzan la confianza en las mujeres que acudieron al sepulcro, muy de mañana. Habían vivido los acontecimientos trágicos culminados con la crucifixión de Cristo en el Calvario; habían experimentado la tristeza y el extravío. No habían abandonado, en cambio, en la hora de la prueba, a su Señor.

Van a escondidas al lugar donde Jesús había sido enterrado para volverlo a ver todavía y abrazarlo por última vez. Las empuja el amor; aquel mismo amor que las llevó a seguirlo por las calles de Galilea y Judea.¡Mujeres dichosas! No sabían todavía que aquella era el alba del día más importante de la historia. No podían saber que ellas, justo ellas, habían sido los primeros testigos de la resurrección de Jesús.

 

2.- “Encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro” (Lc 24, 2).

Así lo narra el evangelista Lucas, y añade que, “entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús” (24, 3). En un instante todo cambia. Jesús “no está aquí,  ha resucitado». Este anuncio que cambió la tristeza de estas piadosas mujeres en alegría, resuena con inalterada elocuencia en la Iglesia, en el curso de esta Vigilia pascual.

Extraordinaria Vigilia de una noche extraordinaria. Vigilia, «madre de todas las Vigilias», durante la que la Iglesia entera permanece en espera junto a la tumba del Mesías, sacrificado en la Cruz. La Iglesia espera y reza, escuchando las Escrituras que recorren de nuevo toda la historia de la salvación.

Pero en esta noche no son las tinieblas las que dominan, sino el fulgor de una luz repentina, que irrumpe con el anuncio sobrecogedor de la resurrección del Señor. La espera y la oración se convierten entonces en un canto de alegría: «Exsultet jam angelica turba caelorum... Exulte el coro de los Angeles».

Se cambia totalmente la perspectiva de la historia: la muerte da paso a la vida. Vida que no muere más. Enseguida cantaremos en el Prefacio que Cristo «muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la vida». He aquí la verdad que nosotros proclamamos con palabras, pero sobre todo con nuestra existencia. Aquel que las mujeres creían muerto está vivo. Su experiencia se convierte en la nuestra.

 

3.- ¡Oh Vigilia penetrada de esperanza, que expresas en plenitud el sentido del misterio! ¡Oh Vigilia rica en símbolos, que manifiestas el corazón mismo de nuestra existencia cristiana! Esta noche todo se resume prodigiosamente en un nombre, el nombre de Cristo resucitado.

Oh Cristo, ¿cómo no darte las gracias por el don inefable que nos regalas esta noche? El misterio de tu muerte y tu resurrección se infunde en el agua bautismal que acoge al hombre antiguo y carnal y lo hace puro con la misma juventud divina.

En tu misterio de muerte y resurrección se adentraran los catecúmenos que hoy recibirán  el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía; y nosotros también nos sumergiremos enseguida, renovando las promesas bautismales.

 

4.- Sí, queridos hermanos y hermanas, Jesús está vivo y nosotros vivimos en Él para siempre. He aquí el regalo de esta noche, que ha revelado definitivamente al mundo el poder de Cristo, Hijo de la Virgen María, que nos fue dada como Madre a los pies de la Cruz.

«Haec est dies quam fecit Dominus: exsultemus et laetemur en ea - Este es el día que ha hecho el Señor: regocijémonos y exultemos de alegría». ¡Alleluya!

“En la resurrección de Cristo hemos resucitado todos”. Desde que tu tumba, oh Cristo, fue encontrada vacía y Cefas, los discípulos, las mujeres, y “más de quinientos hermanos” (1 Co 15, 6) te vieron resucitado, ha comenzado el tiempo en que toda la creación canta tu nombre “que está sobre todo nombre” y espera tu retorno definitivo en la gloria. En este tiempo, entre la Pascua y la venida de tu Reino sin fin, tiempo que se parece a los dolores de un parto (cf. Rm 8, 22), sosténnos en el compromiso de construir un mundo más humano, vigorizado con el bálsamo de tu amor.

Víctima pascual, ofrecida por la salvación del mundo, haz que no decaiga este compromiso nuestro, aún cuando el cansancio haga lento nuestro paso. Tú, Rey victorioso, ¡danos, a nosotros y al mundo la salvación eterna!

Esta Vigilia nos introduce en un día que no conoce el ocaso. Día de la Pascua de Cristo, que inaugura para la humanidad una renovada primavera de esperanza.

 

***********************************************

 

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 10, 34. 37-43

 

        La Resurrección de Jesús, tal como Pedro la proclama ante los primeros gentiles convertidos (Hch 10, 36-43), es «el acontecimiento-síntesis», que abarca e ilumina la totalidad del misterio de Cristo. El ministerio público de Jesús (10, 37-38) adquiere su verdadera dimensión salvífica, a la luz de la Resurrección. La «unción» en el Bautismo (10, 38a) es una anticipación de la Resurrección, en la cual Dios le hace “Señor y Cristo” (ungido) (2, 36). La venida del Espíritu sobre Jesús y la manifestación de su «poder» en las curaciones y victoria sobre el demonio (10, 38b) llegan a su plenitud en la Resurrección, por la que queda constituido “Hijo-de-Dios-en-poder, por el Espíritu Santo” (Rm 1, 4; 1 Tm 3, 16). “Dios Rmestaba con él” (ro, 38c) sobre todo en «el gran día de su actuación » (Sal 117, 24) cuando “resucitó a su Hijo” (Hch 10, 40).

 

SEGUNDA LECTURA: Colosenses 3, 1-4

 

        Pablo exige al cristiano que viva una vida nueva en virtud de la incorporación que tiene desde su bautismo con Cristo resucitado. El bautismo hace al cristiano participar de la vida gloriosa, resucitada del Señor; le adentra en una vida nueva de realidades divinas. Siguiendo la imagen del rito bautismal, Pablo dice que la vida nueva del cristiano es una vida escondida, sumergida, con Cristo en Dios: todo cuanto le rodea y penetra es Dios manifestado en Cristo. Esta vida está oculta durante el tiempo en que el cristiano vive en el mundo; pero se manifestará plenamente en la venida del Señor. (cfr Rm 6, 2-11; Gal 2, 20; Col 2, 12).

 

VIGILIA PASCUAL

 

PRIMERA PARTE: SERVICIO DE LA LUZ

Introducción del Celebrante

 

Después SE BENDICE EL FUEGO, SE ENCIENDE EL CIRIO PASCUAL, se hace la procesión a la Iglesia y se canta EL PREGÓN PASCUAL.

 

 

SEGUNDA PARTE: LITURGIA DE LA PALABRA: 2ª fija, LAS 3 del  ANTIGUO TESTAMENTO.

 

TERMINADA LA PALABRA: GLORIA CANTADO… Y ORACIÓN COLECTA

Y SE ENCIENDEN LAS VELAS DEL ALTAR

 

LECTURAS PROPIAS DE LA MISA. EVANGELIO: HOMILIA

 

TERCERA PARTE: LA LITURGIA DEL BAUTISMO

Nota: Si no hay bautismos ni se bendice la pila bautismal, las letanías de los santos se omiten, y se hace inmediatamente la bendición del agua, seguida de la renovación de las promesas del bautismo. 

RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS BAUTISMALES

ORACIÓN DE LOS FIELES

 

RESTO: MISAL ROMANO

 

PODÉIS IR EN PAZ, ALLELUYA, ALLELUYA, ALLELUYA

DEMOS GRACIAS A DIOS…

 

 

  • Celebración del fuego: en este acto el sacerdote bendice el fuego y enciende el cirio pascual.
  • Liturgia de la palabra: se leen siete pasajes de la Biblia, desde la Creación hasta la Resurrección.
  • Liturgia bautismal: durante es este momento se bendice el agua, se bautiza a los nuevos cristianos y se renuevan los compromisos bautismales.
  • Liturgia de la Eucaristía: es la Eucaristía más especial. Los cristianos reciben la bendición.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 1-9

 

        QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: 1.- “No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron (Mc 16, 6). Con estas palabras narra el evangelista San Marcos el encuentro del ángel con las mujeres que acudieron muy de mañana, el primer día después del sábado, al lugar donde había sido colocado Jesús. “Entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido de una túnica blanca y se asustaron” (Mc 16, 5). “No temáis”, le dijo el ángel.

“No temáis”; esta exhortación del ángel recorre los siglos y llega hasta nosotros: “No os asustéis, no busquéis a Jesús de Nazaret en el sepulcro: ha resucitado; ya no está aquí. Ha resucitado como lo había predicho”.

        “¡Ha resucitado!”. Éste es el anuncio sorprendente de la Pascua. Ha resucitado, como lo había anunciado, dando así  pleno cumplimiento a las Sagradas Escrituras.

        La pascua es el  centro del año litúrgico, la base y el fundamento de nuestra fe, el soporte de nuestra vida cristiana, el alimento y cimiento del cristiano precisamente porque es el memorial del misterio central de la Salvación, que da sentido y verdad a todos los dichos y hechos salvadores de Jesucristo. Si Cristo ha resucitado todo lo que ha dicho y hecho es verdad y merece nuestra fe y amor, porque ha muerto y ha resucitado por nosotros y para nosotros.

        2.- Desde luego se trata de una realidad sorprendente, pero al mismo tiempo estamos ante un dato histórico que se puede comprobar en realidad. San Pedro escribía así a los primeros cristianos: “Os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad” (2Pe 1, 16).

        Esta misma afirmación del Príncipe de los Apóstoles la corrobora San Juan cuando dice: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros… Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo” (1Jn 1, 1-4).

        Y Lucas, al comienzo de su evangelio, asegura que “investigó todo diligentemente desde los orígenes” e “intentó narrar ordenadamente” la vida y las enseñanzas de Jesús.

        En los evangelios, textos históricos y auténticos, se nos refieren datos y detalles prácticos que atañen a la resurrección de Jesús: el sepulcro vacío, la incredulidad de los Apóstoles –al principio escépticos ante el anuncio de las mujeres, considerándolo “delirio” (Cf. Lc 24, 11)--, las diversas apariciones de Cristo resucitado y, sobre todo, sus encuentros con los discípulos.

        “¿Por qué os turbáis y por qué surgen dudas en vuestro corazón?” repite el Señor Jesús resucitado a los Apóstoles, asombrados y atónitos frente a los acontecimientos sorprendentes de los que han sido testigos directos: “Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que tengo yo” (Lc 24, 38-39).

        3.- Por eso la resurrección del Señor en sí misma tiene un valor apologético indestructible, avalado todo ello con la muerte martirial de los Apóstoles. Estos Apóstoles, los mismos que huyeron de Getsemaní y dejaron solo al Maestro, los mismos que no se creyeron la resurrección ante la afirmación de las mujeres, los mismos que dudaron cuando se les apareció, luego se alegraron, aunque permanecieron con las puertas cerradas por miedo a los judíos, hasta que vino sobre ellos el Espíritu Santo, que es el mismo Cristo, pero no hecho palabra o milagro o apariciones como anteriormente, sino hecho fuego de llama de amor viva que les quema por dentro y ya no pueden contenerlo y abren todos los cerrojos, todo su corazón y todas las puertas y anuncian lo que viven dentro de sí mismos.

Una verdad no se comprende hasta que no se vive; por eso cuando experimentan a Cristo resucitado abren la puerta del Cenáculo y Pedro convierte a tres mil aquel día y se van por el mundo entero, predicando que ese Jesús, que se ha encarnado, que ha predicado y ha muerto, es el Hijo de Dios, enviado como único Salvador del mundo. Esos Apóstoles que primero le abandonaron y le dejaron, luego todos dieron la vida por Él.  Y eso para nosotros es muy importante, porque uno que muere por defender una verdad, es que está totalmente convencido. Eso es estar convencidos de Cristo, de su humanidad y divinidad, y experimentar su fuerza y su vida y su amor y su verdad. Además Jesús Resucitado ha hecho y sigue haciendo muchos milagros, y atendiendo a nuestros ruegos, y dejándose sentir en el corazón y haciéndonos felices.

Y ¡ojo! con los tiempos actuales porque se está repitiendo la historia. Muchos cristianos están acobardados, otros han dejado la fe en Jesucristo, otros dudan… Dice el Papa: hoy no basta creer o predicar a Cristo, hay que ser testigos. Hay que experimentar la fe y la gracia y la vida cristiana. Y eso es principalmente por la oración. Y sin oración no hay vivencia de fe. Y esto es lo que está pasando hoy. Muchos no oran y dejaron de ir a misa los domingos, que es lo más importante del cristianismo. Y han perdido la fe.

Hay que recogerse todos los días para hacer un poco de oración, para hablar o pensar en Dios y hay que venir a misa los domingos. Sin estas dos realidades, una persona, sea cura o monja o cristiano, da lo mismo, uno se queda sin fe.

4.- ¡Cristo ha resucitado como Él mismo lo había prometido! Y su resurrección tiene un indudable valor apologético. Un conocido estudioso del pasado siglo, Romano Guardini, del cual guardo en mi biblioteca una abundante bibliografía desde hace muchos años, meditando en el misterio pascual y en sus consecuencias para la vida del creyente y de la Iglesia, afirma que «la fe cristiana se mantiene o se pierde en la medida en que se cree o no se cree en la resurrección del Señor. La resurrección no es un fenómeno marginal de la fe y mucho menos un desarrollo mitológico, que la fe hubiera tomado de la historia, y que más tarde pudo desaparecer sin perder su contenido: es  su centro» (El Señor, parte VI, 1).

        El anuncio de la muerte y resurrección de Cristo es el centro de la fe. De la adhesión dócil y alegre a este misterio brota el auténtico seguimiento del Señor y la misión salvífica en la tierra a la vuelta de la espera gloriosa de Jesús.

        A la luz de esta verdad evangélica tan fundamental, se comprende plenamente que Jesucristo y sólo Jesucristo es realmente camino, verdad y vida. También a la luz de esta  verdad se percibe la profundidad de sus palabras: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre… creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14, 9-11). Y asimismo: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”.

        5.- Queridos hermanos: Si Cristo ha resucitado… la muerte ha sido vencida, nosotros no moriremos, somos eternos en Dios.

        Si Cristo ha resucitado, la vida es más que esta vida, que este espacio, mi vida es eternidad gozosa en Dios.

        Si Cristo ha resucitado, vivamos ya esa vida nueva inaugurada por Cristo. La resurrección de Cristo es para los creyentes la garantía fehaciente y decisiva de su Divinidad, en virtud de la cual todo lo que ha dicho y ha prometido es verdad. Por eso su resurrección es garantía de la nuestra, es la victoria definitiva de la vida sobre la muerte.

        Os invito a vivir estos días de esta alegría, de esta esperanza, de esta certeza, que ahora se hace presente en la santa misa donde Cristo nos dice: os amo y doy mi vida por vosotros, para que todos la tengáis eterna. Es Él mismo en persona el que consagra este pan y este vino para que nos encontremos con Él y con su amor y su gracia. Es Él. Señor, yo creo, pero aumenta mi fe.

Recemos con la liturgia de la misa: « Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra y reunida aquí en el domingo, día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal». Acuérdate, Señor, y manifiéstate a nosotros, creyentes del siglo veintiuno como te mostraste a los apóstoles y tantos miles y miles de cristianos que te han conocido y amado a través de estos siglos: niños, jóvenes, adultos. Hoy el mundo se ha alejado de ti y de tu Padre. Es ateo porque así se lo predican desde los púlpitos modernos de la televisión y prensa y medios y la gente no tiene sentido crítico para ver cómo los manipulan los poderosos, a quienes no les interesa Dios, porque es una viva condena a su vida y a sus vicios y no les interesa que Dios les señale con su dedo acusador. Queridos hermanos: Que Cristo resucitado habite en vuestros corazones y os llene de vida, del gozo de su resurrección, que es garantía y certeza de la nuestra. ¡Feliz Pascua a todos!

 

***********************

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El núcleo central del cristianismo y de nuestra fe es una persona, Jesucristo. Y el núcleo central de nuestra fe en Jesucristo que estamos celebrando estos días de pascua es la muerte y la resurrección del Señor.

Los días de Semana Santa hemos asistido con emoción, conmovidos, a la celebración de la pasión y muerte de Jesús, tal como nos la narran los Evangelios y tal como nos lo transmite la Iglesia.

La liturgia tiene la capacidad de traernos el misterio que celebramos, de manera que podamos asistir en directo a los acontecimientos que sucedieron una vez y se nos trasmiten en directo en la celebración litúrgica. Impresiona contemplar a Jesús que va a la muerte, como cordero al matadero, en actitud de amor obediente al Padre y en actitud de amor solidario con toda la humanidad, con cada persona.

Lo vemos colgado en la cruz, no como un objeto decorativo, sino como una realidad histórica que ha sucedido hace dos mil años. Sólo el contemplar los distintos momentos de esa pasión que culmina en la muerte, conmueve al que lo contempla. Y si además profundiza en los motivos, se da cuenta del amor desbordante que ha movido todo esto. “Amó más que padeció”, le gustaba repetir a san Juan de Ávila.

Si nos detenemos a contemplar estos acontecimientos es porque están saturados de amor a cada uno de nosotros, de manera que cada uno podemos decir en primera persona: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).

Contemplar la pasión no es cosa sólo de semana santa, sino de toda la vida del cristiano, porque contemplando tanto amor, uno se siente provocado a amar de la misma manera. Todo eso no sería más que un nostálgico recuerdo del pasado, si no hubiera resucitado. El acontecimiento de la resurrección es el que da sentido a todo.

Aquel que colgó en el madero de la cruz, que murió y fue sepultado, HA RESUCITADO. Ha vencido la muerte, la suya y la nuestra. Y esta noticia ha llegado hasta los confines de la tierra y ha llenado el corazón de regocijo para todos.

Nadie, ningún líder de la humanidad ha tocado tan a fondo el problema del hombre; este hombre con tanto deseo de vivir y, sin embargo, sometido a la muerte. Sólo Jesús, cordero inocente, ha llegado hasta nosotros y ha compartido nuestra desgracia, la muerte como consecuencia del pecado. Y sólo Él ha vencido la muerte resucitando para no morir nunca más. Sólo Jesús ha resuelto este problema, el problema del hombre.

El acontecimiento de la resurrección es un hecho real, no imaginario ni virtual. Le sucedió al mismo Jesús, de manera que ya no está muerto, su sepulcro está vacío: “No busquéis entre los muertos al que vive, porque ha resucitado”.

Es un hecho histórico, que sucedió en un lugar y en una fecha concreta y ha dejado huellas históricas constatables. Y sobre todo, es un hecho del que hay numerosos testigos, que lo han visto, han estado con Él, lo han tocado y han convivido hasta su ascensión a los cielos.

No hay acontecimiento en la historia de la humanidad que goce de tanta historicidad como la resurrección del Señor. Ha sido sometido a todo tipo de análisis, ha hecho correr ríos de tinta en todas las épocas, es un hecho verificado con todas las garantías.

Los apóstoles son testigos directos, y su testimonio es prolongado por la Iglesia a lo largo de la historia. El acontecimiento de la resurrección de Jesús ha cambiado la vida de muchísimas personas y ha cambiado el curso de la historia humana, introduciendo en la misma la novedad del Resucitado.

Cuando llegamos a estas fechas de celebración de la resurrección del Señor, se afianza la fe del pueblo creyente. Y muchos que no creían, comienzan a creer, como le pasó al apóstol Tomás, que cuando se lo contaron dijo: “si no lo veo no lo creo”. Jesús tuvo la condescendencia y la paciencia de mostrarle sus llagas, y Tomás se rindió confesando: “Señor mío y Dios mío”.

La fe en Jesús resucitado no es sencilla consecuencia de un razonamiento, sino fruto de un encuentro con Jesús, de donde brota la fe.

Celebrar en la liturgia este hecho, quiere introducir en nuestra vida una renovación de la fe y de la esperanza, que desemboca en un amor ardiente capaz de transformarlo todo.

Feliz Pascua de resurrección a todos. ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! Nosotros lo hemos “visto” y damos testimonio al mundo entero de esta gran noticia para que la alegría llegue a todos los corazones. Recibid mi afecto y mi bendición: Ha resucitado, aleluya.

 

*********************************************

DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estamos celebrando la Pascua del Señor. Feliz Pascua a todOs. ¡Cristo ha resucitado! Verdaderamente ha resucitado! Para esto vino a este mundo, para dar su vida por todos, para que todos tuviéramos vida eterna, algo muy olvidado en estos tiempos pero que vosotras, religiosas contemplativas, vivís ya anticipadamente en unión de oración y amor por Él y por todos.

El domingo, así se llamó ese día, todos los domingos es el día en que celebramos la resurrección del Señor, que es también la nuestra, por eso un cristiano no puede faltar a misa el domingo. Por eso la resurrección de Cristo llena de alegría el mundo entero, especialmente a los que creemos en Cristo muerto y resucitado para que todos tengamos vida eterna con Dios y los nuestros en el cielo.

El acontecimiento de la resurrección del Señor ha cambiado por completo la historia humana, llenándola de esperanza. La muerte ya no es la última palabra; la última palabra la tiene el Dios de la vida y es una palabra de vida y felicidad eterna en favor de los hombres.

 La resurrección de Cristo es la realidad más importante de la vida humana, somos eternos, nuestra vida es más que esta vida, viviremos eternamente porque Cristo ha muerto y resucitado para que todos tengamos vida eterna en el cielo con todos los nuestros en la Gloria de nuestro Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Celebrarlo cada año de manera solemne enciende en nosotros santos deseos de que esa vida llegue a todos, incluso a los que todavía no creen en Cristo resucitado.

Y la mejor forma de vivir esta nueva vida del Resucitado en nosotros es la misa de domingo, la celebración semanal del domingo, en la que Cristo resucitado por medio del sacerdote ofrece su vida para que todos la tengamos eterna con Él en el cielo. Todos los bautizados en la muerte y resurrección de Cristo somos convocados cada domingo a reiterar la victoria de Cristo sobre su muerte y la nuestra, especialmente comiendo la carne resucitada de Cristo en la sagrada Comunión para apropiarnos esa victoria y vivirla luego en nuestras vidas durante la semana hasta el siguiente domingo mediante la fe y el amor a Dios y a los hermanos

Sin embargo hoy día desgraciadamente para muchos el domingo se ha convertido sin más en el día del descanso semanal o diversión sin Cristo, sin misa de domingo; de cincuenta años para abajo tenemos muy poca gente en nuestras iglesias los domingoS, es una de mis mayores tristezas sacerdotales.

El domingo, sin embargo, para nosotros, los católicos verdaderos, es el primer día de la semana, el más importante y así lo creemos y cantamos –“este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”–, es el día de la resurrección de Cristo y de la nuestra –al tercer día Cristo resucitó–, es el octavo día después de la resurrección del Señor, instituido por el mismo Jesús: “A los ocho días...” nos dice el Evangelio Jesús se apareció de nuevo a sus apóstoles, cuando Tomás estaba ya con todos en el Cenáculo. Tomás había expresado su incredulidad ante la resurrección del Señor: “Si no lo veo, no lo creo”, y Jesús tuvo la delicadeza y la misericordia de hacerse presente al domingo siguiente, a los ocho días para crtificarle que estaba vivo y resucitado.

Sin embargo, a nosotros, personas del siglo XXI nos hace bien esta duda de Tomás, porque todos como él podermos tener nuestras dudas y vacilaciones pero viendo a Tomás que dudaba y que después confiesa abiertamente su fe en Jesús resucitado, este hecho nos devuelve a todos la esperanza de que a pesar de nuestras dudas, Jesús eeguiráhaciéndose presente –domingo tras domingo– para afianzar nuestra fe y esperanza en la eternidad con Él y Dios Padre con Amor Eterno del Espíritu Santo. Qué gozo, hermans, ser religiosa contemplativa, vivir ya en la verdad y eternidad con Dios, haber comenzado el cielo en la tierra, muriendo para este mundo y viviendo solo ya para Dios. Os felicito, pero que lo vivais de verdad en santidad de vida y conversión total a Dios, no solo estar en el convento.

En el siglo IV los mártires del Abitene fueron llevados ante el gobernador, que había prohibido la celebración del domingo, la reunión de los cristianos en los domingos para celebrar la resurrección del Señor. Ellos comparecieron ante el gobernador, que los amenazó con la muerte, y ellos prefirieron el martirio a dejar de celebrar el domingo diciéndole: “no podemos vivir sin el domingo”. Y prefirieron morir antes que dejar la misa dominical.Buen ejemplo para los cristianos de todos los tiempos.

Sin el domingo no somos nada. Esta vida no tiene sentido ni importancia porque nuestra vida no es eternidad con Dios y sin el domingo, el tiempo discurre sin Jesucristo y sin su victoria sobre la muerte. Sin el domingo el único horizonte es la muerte. Por eso, los cristianos como los mártires de Abitene no podemos vivir sin el domingo, sin encontrarnos todos los domingos con Cristo resucitado que es nuestra resurrección y vida eterna empezada en el tiempo, sobre todo para vosotras que habéis renunciado a la vida del mundo y sus vanidades. Pero que renuncieis de verdad al yo para vivir todas en Xto.

Termino: Queridas hermanas, cada domingo celebramos en la santa misa la resurrección del Señor que es la nuestra; la celebración del domingo, la misa de los domingos estimula en nosotros la certeza del encuentro con el Señor Resucitado, por la cual vosotros habéis renunciado a este mundo y sus vanidades que son pasajeras para sentir ya en la tierra su amor y salvación eternas, para entrar en su Corazón, para compartir sus sentimientos y para participar en su victoria.

Queridas hermanas dominicas: Que la misa del domingo nos haga cada vez más fieles a su espiritualidad, a lo que es y celebramos como día de la resurrección de Cristo y la nuestra, ahora espiritual del pecado y de las imperfecciones con el Señor y con la comunidad de hermanas con las que compartimos esta  fe y esperanza eterna y esperamos gozarla juntas con todos los nuestros, por los cuales oramos y hemos ofrecido nuestras vida y renunciado al mundo y sus vanidades para vivir totalmente para el Resucitado, como único Señor y esposo y Amor eterno de nuestras vidas que ya hemos comenzado en este mundo. El Domingo es el día de la resurrección del Señor y de la nuestra. Amén.  

 

 ************************************

 

II DOMINGO DE PASCUA

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 5, 12-16.

 

        Según esta lectura, tres son las características de la Iglesia primitiva: los milagros que obran los apóstoles, la unión fraterna y el favor del pueblo. Los milagros realizados por los apóstoles hacen actual la promesa de Jesús en Mc 16,18. Crece el número de los creyentes en el Señor que se adhieren a la Iglesia. Y sobre todo en Jerusalén, los Apóstoles realizan muchas curaciones y milagros, testimoniando el mensaje de Cristo, símbolo de la realización continuada en ellos de los tiempos del Mesías, que se prolongan en el tiempo de la Iglesia.

       

SEGUNDA LECTURA: Apocalipsis 1, 9-11. 12-13. 17-19.

 

En esta visión inaugural, el Apocalipsis (Revelación) presenta a Jesús Resucitado. Tiene lugar la visión en el “día del Señor” «el día de su Resurrección». Todos los atributos cristológicos de la visión conceptual, compuesta de elementos poco armonizables, le designan como Rey (ceñidor de oro...), Sacerdote (túnica talar), en una palabra, como Dios Omnipotente (v 17 s). Este Jesús, presentado así en toda su gloria, en medio de las Iglesias, trae un mensaje para ellas: El tiene las llaves de la Historia y de la Muerte. Es el mensaje del Apocalipsis: consuelo para los cristianos perseguidos, atribulados (cfr. Jn 16, 33).

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20,19-31

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:

 

1.- Este segundo domingo de Pascua nos permite observar cómo los Apóstoles no creyeron fácilmente en Cristo resucitado, no les fue fácil creer y aceptar la resurrección del Señor; y no lo digo sólo por la obstinación de Tomás sino por todos.

Lo cual por una parte es lamentable por su falta de fe y confianza en Cristo, en su palabra, en lo que les había predicho y anunciado sobre su muerte y resurreción, pero por otra parte, para nosotros, hombres y mujeres del siglo 21 esta falta de fe de los mismos apóstoles nos ayuda más facilmente a creer en la resurrección de Cristo, al ver que los apóstoles no fueron unos bobalicones que se lo creyeron todo a la primera, sino que exigieron pruebas que valen también para nosotros y el mundo entero de todos los tiempos y con sus  dudas y desconfianzas nos ayudan mejor a nosotros a fundamentar y creer en la resurrección de Cristo a veinte siglos de distancia.

Una vez más, vemos cómo el mismo Cristo resucitado viene a su encuentro lleno de vida y alegría y paz y les perdona su falta de amor en su muerte y la poca fe que han dado a sus palabras; pero por esto mismo, esta falta de fe y confianza en la resurrección de Cristo es bueno para nosotros, porque nos ayuda en nuestras posibles dudas y desconfianzas, ya que vemos en los Apóstoles a unas personas que no se lo creen todo a la primera y exigen ruebas y demostraciones que fundamentarán la fe en la resurrección de Cristo y de la nuestra en las generaciones venideras.

        El estado de ánimo de los discípulos, después de la muerte de Jesús, es deplorable: “puertas cerradas por miedo a los judíos”, dicen los evangelios: tristeza, aislamiento e incomunicación, duda radical en Jesús de Nazaret, en quien habían puesto tantas esperanzas, aunque principalmente terrenas y materiales; basta ver el comportamiento de todos, menos de la mujeres.     En este contexto comunitario tiene lugar la inesperada aparición de Jesús al atardecer. Cristo les saluda: “Paz a vosotros”.

      Es maravilloso y digno de ser meditado e imitado este primer gesto de perdón del Señor resucitado, ante unos discípulos que no se lo merecían,  porque le han abandonado cobardemente. Si hubiéramos sido alguno de nosotros en circunstancias similares hubiéramos empezado con una censura.

Ésta es la vida nueva que tenemos que vivir porque Cristo ha resucitado y nos la ha comunicado. Y esto es una nota más que tenemos que aprender de Jesús resucitado. Hay que perdonar, hay que reaccionar amando ante las ofensas. Con este saludo Cristo ha perdonado todas sus huidas y traiciones. No les echa en cara su traición y cobardía. Es un anticipo y una experiencia del poder que le va a comunicar de poder perdonar los pecados de los hombres. Primero perdona personalmente y luego les envía a perdonar y practicar y enseñar este perdón a todos los hombres en nombre suyo.

Este poder hay que vivirlo y practicarlo especialmente en la «pascua florida», como enseñaba el antiguo catecismo. Todos nosotros tenemos que participar por el Sacramento de la Penitencia en la nueva vida del Resucitado. No podemos permanecer muertos y sin vida resucitada y nueva. La Iglesia tiene este poder recibido del Señor. Cristo resucitado nos trae el perdón de nuestros pecados y cobardías en confesar y vivir nuestra fe, nos trae la alegría de la reconciliación y del encuentro con Dios y con los hermanos; hacerlo y vivirlo es un ejercicio de humildad y de fe y amor a Dios y a los hombres.

Queridos hermanos, por fe, amor y agradecimiento a Cristo tenemos que comulgar con su cuerpo resucitado en esta pascua florida. Hay que confesar y comulgar, es un mandamiento de nuestra madre la Iglesia y el mayor acto de fe y amor en Cristo resucitado.

 

2º.- El Resucitado que tienen ante ellos es el mismo que fue crucificado y que vivió y predicó junto a ellos durante tres años. Es el mismo Jesús de Nazaret en quien Dios se ha manifestado en poder y gloria de resurrección para todos nosotros. Ha cumplido lo que había profetizado y prometido, pero ellos no habían captado.

Y esto mismo, que les pasa a ellos, es lo que les ocurre a muchos hombres de nuestro tiempo, sobre todo, jóvenes, que todavía no creen hombres y mujeres de cincuenta años para abajo, que no viven ni practican la fe, y están de acá para allá vacíos de Dios, de fe, de cristianismo, de vida de gracia, y qué va a pasar cuando dentro de un rato, pero qué son cien o cincuenta años comparados con la eternidad, qué va a pasar cuando se encuentren con Cristo resucitado y ya para siempre, para siempre, con el Cristo del evangelio, del Sagrario, presente y vivo en todos los sagrarios de la tierra, que no creen ni visitan ni adoran ni rezan…, y todo porque no se han enterado de que el sepulcro está vacío: “¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí, HA RESUCITADO. Mirad el sitio donde lo pusieron”.

Era el sepulcro vacío, donde le habían puesto muerto. Las mujeres fueron a buscarle muerto pero se encontraron con Él vivo, vivo y resucitado. Si tú le buscas a Cristo en ratos de oración y sagrario, lo encuentras… porque «Cristo ha resucitado y vive para siempre»: este es un letrero luminoso que puse en el Cenáculo de la Parroquia de San Pedro, al año de llegar a ella. Allí permanece como signo de fe y esperanza y amor a Cristo, que nos amó hasta el extremo, hasta el extremo de sus fuerzas, de su amor y de los tiempos, quedándose junto a nosotros como amigo en el Sagrario.

Cristo, resucitando, está cumpliendo lo que les había dicho: “Me iré y volveré a vosotros y vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Jn 16, 20). Efectivamente, el Señor ha resucitado y esta profesión de fe pascual, basada en su experiencia y constatación inmediata de ver y hablar y comer con el Resucitado es la esperanza y el fundamento y la base del anuncio y del mandato de Cristo de pregonarlo al mundo entero; es la base del Credo y de la Liturgia y de la Vida de la Iglesia: es su fundamento y corazón de vida, es el Cristianismo.

 

3.- “Al resucitar Cristo, todos hemos resucitado”; esta afirmación de San Pablo a los Romanos es la mejor noticia que podemos recibir los hombres. Nosotros ya no moriremos para siempre. Mi vida es más que esta vida, que este espacio y este tiempo, mi vida es una eternidad de vida y felicidad con el Resucitado que empieza ya en esta vida y muchos la han experimentado.

Creamos a Cristo resucitado, Él nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre”. Creamos a la liturgia de la Iglesia que en su prefacio de misa de difuntos reza para todos: «Porque la vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo».  Digamos con San Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe y nosotros somos los más necios del mundo”; “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.

        Éste es nuestro gozo y alegría en esta Pascua de Resurrección que estamos celebrando, la fiesta principal de la Iglesia. Recemos y cantemos con el salmista, como lo hemos hecho al comenzar la santa misa: “Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo; dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia; que lo diga la casa de Israel, es eterna su misericordia; que lo diga la casa de Aarón, es eterna su misericordia; que lo digan los fieles del Señor, es eterna su misericordia”.

        En el Apocalipsis de San Juan, Cristo resucitado nos dice a todos: “No temas nada, yo soy el primero y el último, el Viviente; estuve entre los muertos, pero ahora vivo para siempre”. Y termino con un texto de San Pablo a los Romanos: “Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu que habita en vosotros” (Rom 8, 11).

 

4.- Quiero citar unos textos del Vaticano II, que nos ayudan a reflexionar y comprender la vida del hombre sobre la tierra a la luz de este misterio:

 «El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte» (GS 18).

 «… son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsiste todavía?» (GS 10).

 «La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación perdida por el pecado» (GS 18).

«Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: “¡Abba! ¡Padre!”» (GS 22).

«Constituido Señor por su resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra, obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin» (GS 38).

 

¿QUÉ NOS ENSEÑA Y MANIFIESTA A TODOS CRISTO JESÚS RESUCITADO?

 

Normas de vida espiritual que surgen de la resurrección a la vida nueva de Cristo Resucitado:

«…el nuevo convertido emprende un camino espiritual por el que, participando ya por la fe del misterio de la muerte y de la resurrección, pasa del hombre viejo al nuevo hombre perfecto en Cristo» (AG 13).

« Es necesario que todos los miembros se hagan conformes a Él hasta el extremo de que Cristo quede formado en ellos (cf. Gal 4,19). Por eso somos incorporados a los misterios de su vida, configurados con Él, muertos y resucitados con Él...» (LG 7).

« [La Iglesia] está fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas...» (GS 8).

«… la norma cristiana es que hay que purificar por la cruz y la resurrección de Cristo y encauzar por caminos de perfección todas las actividades humanas...» (AG 37 ).***********************************

DOMINGOS DE PASCUA: CRISTO HA RESUCITADO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estamos celebrando el domingo, la Pascua de la resurrección del Señor, que es la garantía de nuestra resurrección y la de todos los que han muerto y viven ya eternamente…¿habéis entendido bien?, que nuestros difuntos viven, que todos los que han muerto están vivos con Dios… porque Cristo vino a este mundo, murió y resucitó únicamete para esto, para que todos tuviéramos vida eterna, y Él lo dijo muchas veces: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mi aunque… y lo rezamos en el prefacio de las misas de difuntos: “porque la vida de los que en ti creemos no termina…y lo constatamos en las apariciones que Cristo y la Virgen siguen realizando, porque están vivos, Lourdes, Fátima, Siracusa…Él es Dios y no miente y lo puede todo

Esta es nuestra certeza y la verdad fundamental de nuestra fe cristiana. Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe, y seríamos los más necios del mundo, pero no, Cristo ha resucitado y con Él todos resucitaremos, nos dice San Pablo, que fue perseguidor suyo, y se convirtió a Cristo al ser derribado del caballo cuando iba camino de Damasco persequiendo a los cristianos que decían que Cristo había resucitado y estaba vivo como lo había dicho y se estaba apareciendo a los cristianos, no solo a los apóstoles.

Y Pablo no se lo creía y por eso los perseguía y el Señor tuvo que tirarlo del caballo y tuvo que empezar el camino de la fe como todos nosotros, para encontrar a Cristo resucitado; ya sabéis que se retiró tres años al desierto de Arabia en oración y allí, por la oración, encontró y amó a Cristo más que los mismos discípulos que habían estado con Él durante su vida en la tierra.

Hermano, haz oración y encontrarás tú también a Cristo vivo y resucitado en el Sagrario. Hermanos ¿cuánto tiempo pasamos en oración ante el Señor en nuestras iglesias, cuánto tiempo te pasas tú junto al sagrario de tu parroquia, cuántos cristianos visitan y rezan al Señor resucitado o vienen a misa los domingos? Cómo van a tener experiencia de Él sin visitarlo, sin hablar con Él, sin comulgar ni una vez al año?

Repito, hermanos, la resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra resurrección y de la vida eterna con Dios que nos espera a todos y para la cual vino Cristo, y murió y resucitó para que todos tengamos vida eterna, y os digo la verdad, si yo no tuviera experiencia y certeza de que Cristo vive y está resucitado, no sería sacerdote, es más, dejaría de ser cura ahora mismo; yo solo soy cura porque Cristo está vivo y resucitado y llena mi vida y lo siento en ratos de oración, sobre todo,  ante el sagrario;de hecho algunos de mis libros los escribí así mirando al Sagrario.

        Por lo tanto, hermanos, Cristo resucitó y a este día los discípulos lo llamaron domingo, que significa día del Señor y este domingo que estamos celebrando, como todos los domingos, es el día en que la Iglesia, todos los cristianos celebramos con Cristo en la santa misa su resurrección, que es el fundamento y garantía de la nuestra y por eso es obligatoria para todos los cristianos.

Por eso, NINGÚN DOMINGO SIN MISA, qué gozo ser católico, venir a misa los domingos, saber que mi vida es más que esta vida, que mi vida no termina con la muerte y celebrar todos los domingos, en la resurrección de Cristo, la nuestra, comulgando además con Él, hecho pan de la vida eterna:”Yo soy el pan de vida..

Hermanos, rezad por vuestros hijos y nietos, que no vienen a misa, son eternidades, que Dios os ha confiado, sus vidas son más que esta vida. Sé que esto os puede molestar, pero tengo la obligación de decirlo, para eso soy sacerdote de Cristo, porque soy sembrador y recolector de eternidades mediante los sacramentos del bautismo, de la comunión y la santa misa.

Hoy, los domingos son una pena en muchos lugares; actualmente para muchos el domingo se ha convertido sin más en el descanso semanal, para otros, el domingo se ha convertido en un día dedicado al deporte u otras actividades lúdicas y para otros, el domingo o el fin de semana es el momento de encuentro con las familias. Está bien, pero el domingo es el día del Señor, el día de la resurrección del Señor y de la nuestra, y hay que venir a misa para celebrarlo, como lo celebró el Señor resucitado en el primer domingo de la historia apareciéndose a los discípulos y celebrando la santa misa con ellos en el Cenáculo.

Hermanos, qué gozo ser católico, creer, amar y esperar a  Jesucristo, saber que mi vida es más que esta vida, que viviré ya siempre con el Señor y los míos en el cielo. Qué gozo sentirlo esto algunas veces en la tierra en oración ante el Sagrario. Celebremos así cada domingo en unión con los nuestros que ya lo celebran eternamente en el cielo, como lo rezaremos ahora en la misa en el memento de difuntos, porque que ya todos viven con Dios en el domingo eterno del cielo y como un día nosotros eternamente lo celebraremos, con Cristo, y la Virgen, nuestra patrona, y los nuestros para siempre, para siempre. Amén, Así sea. Qué gozo ser católico, sentirse salvado por Cristo Eucaristia, pan de vida eterna.

 

***************************************

 

III DOMINGO DE PASCUA

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 5, 27b-32. 40b-41.

 

Nueva confrontación con las autoridades judías. La nota dominante es la libertad y valentía del testimonio apostólico, que manifiesta la fuerza del Espíritu (cfr Hch 4, 29. 31; Mt l0, 19-20). Pero por encima de las prohibiciones humanas está la obediencia a Dios (5, 29b). Son más bien las autoridades judías las que han desobedecido “al Dios de nuestros padres”, dando muerte a Jesús. Los Apóstoles, fortalecidos por el Espíritu, obedecen al mandato de predicar y dar testimonio de la actuación salvífica de Dios en Cristo (5, 31-32). El poder salvifico del Nombre de Jesús resucitado se nos hace presente en cada celebración eucarística.

 

SEGUNDA LECTURA: Apocalipsis 5, 11-14.

 

El Apocalipsis nos muestra la liturgia celeste donde Cristo es el Cordero sacrificado, y por ello glorioso, el Único, el que es capaz, Él solo, de leer el Libro de los siete sellos, del plan de Dios y de su triunfo final en la Historia. Como tal lo aclama toda la corte de Dios, en todos esos cuatro grados bien jerarquizados, que tienen la función de «pedestal» de la Gloria de Dios. La descripción está compuesta de elementos tomados de los profetas, sobre todo de Ezequiel. El tono es litúrgico pascual, tomado acaso de la liturgia contemporánea del Asia Menor. Son expresiones magníficas de la exaltación del Resucitado junto al Padre.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 21, 1-19

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- La Resurrección de Jesús es el objeto principal de la fe cristiana porque nos revela la verdadera identidad del Mesías y naturaleza propia de su salvación. Si Cristo ha resucitado todo lo que ha dicho y hecho es verdad. La Resurrección de Cristo arroja la luz divina sobre todos sus dichos y hechos. Ya lo dice San Pablo: “Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe… pero no, Cristo ha resucitado”. Todos estamos llamados a participar de esta resurrección: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá”; para eso todos debemos cooperar en la construcción del Reino de los cielos, cuyo fundamento ha sido establecido en Cristo resucitado. Esta vida de resucitados tenemos que vivirla nosotros en este mundo. Nosotros hemos resucitado con Cristo por medio del bautismo, que nos incorpora a su Cuerpo.

 

2. La importancia de las apariciones de Cristo es muy grande, porque son una señal manifiesta de la resurrección del Señor, fundamento de nuestra fe. El texto más antiguo es el de Pablo (alrededor del año 35 d. C.) de unos 6 años después de la muerte de Jesús. Pablo cita un gran número de testimonios importantes (1Cor 15, 3-8) con el fin de mostrar que la fe de la Iglesia está fundada sobre bases bien sólidas.

El modo cómo habla de las apariciones nos indica que éstas no fueron «visiones» puramente subjetivas. No fueron Pedro, ni los Doce y los demás los que vieron al Señor, sino que fue Jesús el que “se apareció a ellos”. No se trató de una pura experiencia subjetiva, sino de experiencia que ellos tuvieron después de una aparición objetiva y real, no imaginativa de Jesús; han visto no una creación de su fantasía, sino el cuerpo real del Señor; un cuerpo, que, aunque real, tiene una forma de existencia diversa de la que tenía antes, de la de un cuerpo terrestre (Mc 16, 12). Es un «cuerpo espiritual», bienaventurado, totalmente animado por el Espíritu Santo. No puede ser percibido por nuestros sentidos, a no ser por una gracia de Dios.

 

3.- Tres son los elementos esenciales y constantes que se dan en las apariciones de Jesús:

 

a) La iniciativa es siempre de Jesús resucitado. Las apariciones no tienen lugar cuando los discípulos las están esperando; sino que Cristo se les aparece en la forma más impensada y cuando menos lo esperaban. Esto subraya el carácter no subjetivo, sino real de las apariciones. Y Cristo desaparece de improviso, cuando desearían estar todavía con Él.

b) El reconocimiento del Resucitado no es fácil ni espontáneo, sino lento y difícil. Cristo tiene que convencer a los suyos de que es Él y no un fantasma, pidiéndoles algo de comer, mostrándoles las manos y el costado con la señal de las heridas. Se dan cuenta que se encuentran ante un misterio, y lo pueden superar sólo con un acto de fe.

 

c) La misión: Cristo se aparece a los suyos y se da a conocer para enviarlos en misión, después de darles la inteligencia de la Escrituras. El carácter misionero de las apariciones es claro (Mt 28, 19s; Jn 20, 21).

 

4.- Cada aparición de Cristo resucitado a sus Apóstoles se cierra siempre, en Juan, con una transmisión de poderes. Juan coloca intencionadamente esta transmisión después de la Resurrección (al contrario de Mt 16, 13-20),  para dejar bien claro que los poderes misioneros y sacramentales de la Iglesia no son más que la irradiación de la gloria del Resucitado (Mt 28, 18-19).

En nuestro pasaje, los poderes transmitidos se refieren de manera más especial al primado de Pedro. Pedro había negado tres veces a su Maestro (Jn 18, 17-27) y por tres veces le pide Jesús una confesión de amor. Quiere que se ponga por delante de los demás en el orden del amor (v. 15). Pedro no se atreve a afirmar abiertamente su amor al Señor, y con humildad recurre al conocimiento de Cristo (v. 15-17).

La revelación del amor (ágape) hecha por Cristo en su muerte (Jn 15, 14), se convierte en la Iglesia conducida por Pedro, en sacramento visible del ágape del Salvador. El primado no es una recompensa concedida al amor de Pedro hacia su Maestro; es una institución que significa el amor de Cristo hacia los hombres. Por eso, el amor a Dios y a los hermanos es nota esencial de la Iglesia de Cristo.

 

5.- Era entre dos luces. Los pescadores faenan de noche. Jesús se manifiesta y aparece al amanecer. Entre oscuridades de amanecer se oye una voz… No se distingue bien. Pero el evangelio dice expresamente: “Aquel discípulo que Jesús tanto quería…” fue el que por el amor lo distinguió primero y se lo dijo a los demás. El amor va siempre por delante en el conocimiento del Señor, antes  que la teología o la inteligencia humana. San Juan de la Cruz nos dice que la oración es cuestión de amor. Para Santa Teresa, el amor tiene absoluta primacía en la oración, que es «trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».

Sólo amándonos las personas, nos patentizamos mutuamente la verdad que somos. Sólo el amor, en cuanto aceptación y acogida, donación y ofrecimiento, abre la puerta a la verdad personal.

Voy a insistir un poco en este aspecto. Se plantea Santa Teresa directamente dónde se halla «la sustancia de la perfecta oración». Y contra el parecer de algunos que creen que «está todo el negocio en el pensamiento», ella se inclina decididamente a pensar que «el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho». Escribe en las Moradas: «Para aprovechar mucho en este camino y subir a las moradas que deseamos, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho». Amor seguro, sin ocaso, permanente. En eterno presente. «Nos ama».

Sin forzar las cosas lo más mínimo, sin caer en reducciones simplistas, puede decirse que la oración es el progresivo descubrimiento, la experiencia viva de que Dios nos ama. El amor es el que motiva siempre nuestro acercamiento a Dios y que tratemos asiduamente de amistad con Él. Es este amor el que vence todas las resistencias que nacen de nuestra condición de pecadores y que bloquean y hacen abortar la amistad.

La certeza teologal de que Dios le ama sostiene al orante en la oración: «Sufre que Dios esté con él». El amor que nos tiene. Es lo primero que Jesús, Maestro de oración, nos dice y enseña; y de ahí venimos al conocimiento de Dios, que es Amor. 

Por eso se lo exige en este evangelio a  Pedro por tres veces. Es verdad que lo negó, pero amó y lloró amargamente. El haber pecado no impide nunca ser amigo de Cristo si uno no permanece en el pecado. Para eso es la oración. La oración nos saca de todo pecado, porque es ejercicio de amor. Precisamente aquí está la causa de que dejemos la oración. Porque ella es una invitación permanente a la conversión. Convertirse, amar y orar se conjugan igual. Si uno no deja el pecado, se acabó la oración. Si la oración fuera cuestión de inteligencia o teología, los teólogos serían siempre hombres de oración. Es cuestión de oración, de grandes amantes, de amor permanente. Y de este amor y esta oración, surge el apostolado, la misión.

 

6.- El Papa Juan Pablo II lo ha dicho muy claro en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte. Hago un breve resumen, poniendo los números de la misma Carta, por si alguno quiere completar esta reflexión: 

 

«1. Al comienzo del nuevo milenio, mientras se cierra el Gran Jubileo, en el que hemos celebrado los dos mil años del nacimiento de Jesús, y se abre para la Iglesia una nueva etapa de su camino, resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús, después de haber hablado a la muchedumbre desde la barca de Simón, invitó al Apóstol a «remar mar adentro» para pescar: «¡Duc in altum!» (Lc 5, 4). Pedro y los primeros compañeros confiaron en la palabra de Cristo y echaron las redes. «Y habiéndolo hecho, recogieron una cantidad enorme de peces» (Lc 5,6).

Duc in altum! Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: «Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre» (Hbr 13,8).

 

28. Como en el Viernes y en el Sábado Santo, la Iglesia permanece en la contemplación de este rostro ensangrentado, en el cual se esconde la vida de Dios y se ofrece la salvación del mundo. Pero esta contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado! Si no fuese así, vana sería nuestra predicación y vana nuestra fe (cf. 1Cor 15,14). La resurrección fue la respuesta del Padre a la obediencia de Cristo, como recuerda la Carta a los Hebreos 5, 7.

La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que lloró por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21,15.17). Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1,21).

Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. «Dulcis lesu memoria, dans vera cordis gaudia»: ¡Cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, animada por esta experiencia, retoma hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Heb 13, 8).

 

19. «Los discípulos se alegraron de ver al Señor» (Jn 20,20). El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años, y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles «las manos y el costado» (ib). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso itinerario del espíritu (cf. Lc 24,13-35). El apóstol Tomás creyó únicamente después de haber comprobado el prodigio (cf. Jn 20, 24-29).

En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro. Ésta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf. Mt 16, 13- 20). A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la «gente» que es él, recibiendo como respuesta: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16,  14). Respuesta elevada, pero distante aún --¡y cuánto!-- de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero que no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, ¡Jesús es muy distinto! Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que él espera de los «suyos»: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16, 15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16).

 

16. «Queremos ver a Jesús» (Jn 12, 21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizás cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio? Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro.

 

23. «Señor, busco tu rostro» (Sal 27(26), 8). El antiguo anhelo del Salmista no podía recibir una respuesta mejor y sorprendente, más que en la contemplación del rostro de Cristo. En él, Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho «brillar su rostro sobre nosotros» (Sal 67(66), 3). Al mismo tiempo, Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico rostro del hombre, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre».

Jesús es el «hombre nuevo» (cf Ef 4, 24; Col 3, 10) que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites y contradicciones, moviéndose hacia Dios mismo, más aún, hacia la meta de la «divinización», a través de la incorporación a Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinitaria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.

La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que lloró por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21, 15.17). Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1, 21).

Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. «Dulcis lesu memoria, dans vera cordis gaudia»: ¡Cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, animada por esta experiencia, retoma hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hbr 13, 8).

 

**********************************************

 

IV DOMINGO DE PASCUA

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 13, 14. 43-52.

 

El discurso inaugural de Pablo despierta un vivo «interés» entre muchos judíos y prosélitos (13, 42-44). Pero en seguida cambia el panorama. La «reacción» de los judíos (13, 45) corresponde más bien a la actitud hostil provocada por el discurso inaugural de Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 28-29), y a la persecución desencadenada por las autoridades contra los Apóstoles (capítulos 4-5) y contra Esteban (capítulos 6-7). También la misión entre los gentiles nace bajo el signo de la «persecución» (13, 50). Pero al mismo tiempo, la hostilidad de los judíos pone de relieve la valentía apostólica de Pablo y Bernabé (13, 46); y hace resaltar la doble actitud ante la palabra de Dios: los judíos, en virtud de sus prejuicios, la rechazan y los paganos la aceptan y, llenos de la alegría del Espíritu, dan gloria a Dios y entran en el camino de la salvación (13,47-48. 50).

 

SEGUNDA LECTURA: Apocalipsis 7, 9. 14b-17Visión casi final de un ciclo del Apocalipsis, que expresa, por eso mismo, un aspecto del mensaje total del libro. En contraste con la multitud precedente (Apc 7, 1-8) perfectamente numerada (doce veces enormes múltiplos de doce), ésta no se puede contar. El Apocalipsis está hablando a los cristianos en una u otra forma “perseguidos”, “atribulados” en su enfrentamiento con el mundo en la “gran tribulación” que siempre comporta la vida cristiana. Y les expone el triunfo final que les espera.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 10, 27-30

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- En la iconografía cristiana, especialmente en las catacumbas romanas, la imagen del buen pastor referida a Cristo, es anterior y aun preferida a la imagen del Crucificado. El arte y la piedad la pintaron y esculpieron en infinidad de monumentos; esta página evangélica estuvo muy presente entre los primeros cristianos, que así contemplaron y oraron a Cristo, como buen pastor. Para ellos, como para nosotros, Jesucristo es el buen pastor que nos amó y dio su vida por todos nosotros; por eso su amor es el más grande.

        En la historia de la Salvación, Dios suscitó a Abrahán, Moisés, David como pastores, que condujeron a su pueblo hacia la tierra prometida, sufriendo muchas veces la incomprensión del mismo rebaño que guiaban, de Israel; pero los pastores no dejaron de amar y conducir y apacentar a su grey, por mandato del Señor en los mejores pastos.    

2.- Por eso, la imagen de pastor que Cristo se atribuye a sí mismo en este Evangelio no deja de suscitar en nosotros, que somos su rebaño, sentimientos de amor, seguridad, fortaleza, alegría porque sabemos que es el mejor pastor del mundo, enviado por el Padre Dios, para llevarnos a las verdes praderas de la salvación eterna.

        Hoy es un día para contemplar la imagen de Cristo buen pastor, que conduce y lleva sobre sus hombros la oveja, fuertemente agarrada, dando la sensación de seguridad y firmeza, mostrando que la oveja no tiene nada que temer, porque el pastor no permitirá que nadie ni nada pueda hacerle daño.

        Nuestra civilización mecanizada nos tiene más bien acostumbrados a ver parques de coches que rediles de ovejas. Para entender el texto de hoy, tenemos que recordar con nuestra imaginación esta descripción de una escena de la vida pastoril, tan frecuente y diaria en los tiempos de Cristo.

Los pastores reunían sus rebaños, al atardecer, en un redil confiado a la vigilancia de uno de ellos, que custodiaba la puerta durante la noche. Quien en estas circunstancias intentara entrar en el redil con intenciones de matar y de robar, se veía obligado a saltar por las paredes del cercado. Allí pasaban la noche todas juntas.

Las ovejas de los distintos rebaños conocían la voz de su respectivo pastor. Este se presentaba en la puerta por las mañanas, y el guarda le abría. Al sonar la llamada de cada pastor, que las ovejas reconocían sin equivocarse, cada rebaño se reunía en torno a su pastor y salían a pastar.

        Jesús se compara a sí mismo con el pastor; es el pastor de toda la humanidad, de toda la inmensa familia humana. Conoce a la humanidad entera lo mismo que a cada hombre en particular. Nadie más que Él ha sido ni será ni podrá ser para la humanidad mejor pastor. No sólo es el pastor, sino también la puerta del redil. No se llega al conocimiento profundo de la comunidad humana ni del hombre ni del sentido de la vida, si no es a través del conocimiento de Cristo.

Existen otros caminos, ciertamente, pero son, más o menos, vericuetos de pillaje. Los llamamientos dirigidos a los hombres que no lleven el acento de Cristo, les conducen a términos que carecen de la plenitud de salvación proporcionada por el único Pastor Salvador. Detengámonos en analizar algunas de las cualidades del buen pastor:

        3.- Cristo, buen pastor, quiere que veamos en Él, a un pastor lleno de amor a los hombres, pero de un amor gratuito, que sólo busca el bien de las ovejas, no su carne o leche; es un  amor infinito que terminará llevándole con amor extremo hasta dar la vida por las ovejas. No es, por tanto, un asalariado, que trabaja y está con las ovejas por dinero, por intereses personales; por siete veces nos dirá que Él es el buen pastor enviado por el Padre a salvar a los hombres. Todos los cristianos, especialmente los sacerdotes, tendríamos que aprender de Él a luchar contra los lobos que surgen y surgirán siempre en todas las épocas de la historia y que hacen estragos irreparables entre niños, jóvenes y adultos por la televisión y en los medios de comunicación, llenos de basura y destrucción de valores humanos y religiosos, sin caminos de verdad, humanidad y vida.

        Tantos hombres hoy disfrazados de lobos del consumismo, corrupción, vicios, sexo que corrompen la inocencia de nuestros niños y jóvenes ante la pasividad de tantos padres, educadores y poderes políticos que debieran defender la infancia y juventud, y con su falta de cuidado permiten e incluso establecen leyes que pervierten, obligando a  niños y juventud a beber en fuentes contaminadas y envenenadas de violencia, sexo prematuro, corrupción de todo género, fomentando con pastillas el sexo entre preadolescentes que a muchos les llevará a la muerte de abortos que no podrán ya olvidar nunca en su vida.

        ¡Cristo, buen pastor! Este mundo te necesita más que nunca, necesita de tu presencia, amor y cuidados. Porque se nos está muriendo de sed, ya que bebe en aguas envenenadas de nihilismo, de ideologías vacías de sentido, llenas de egoísmo, consumismo y materialismo. Los creyentes necesitamos repetir sus nombres ante Tí, rezando y suplicando muy fuerte el salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas… Aunque vaya por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan”.  Debo escuchar tu voz, Señor, y obedecerte. Enséñame tus leyes y  a cumplir tus mandamientos; quiero vivir tu Evangelio.

        4.- “Yo soy el buen pastor que conozco a mis ovejas…”. Jesús es el buen pastor que nos conoce, porque Él es la Palabra por la que todo ha sido hecho, es la Palabra llena de amor pronunciada por el Padre para crear el mundo y a los hombres. Si existimos, es porque estuvimos primero en Él, que es el pensamiento y la idea y el proyecto del Padre; Él es su Idea, en la que están todas las cosas y planes del mundo; el Padre, viéndonos en su Idea, en Él, en su Hijo, nos creó por amor, porque quería que existiéramos, que fuéramos sus amigos. Cristo me conoce y me escucha siempre: conoce mis entradas y salidas del rebaño, mis pecados y mis aciertos, reconoce mi voz cuando le hablo. Si el pastor nos conoce, las ovejas deben conocer al pastor. Debo hablarle y conocerle por la oración. Necesidad de la oración.

        5.- “Llama a sus ovejas por su nombre”. Esto quiere decir que el Señor conoce a cada persona en particular. Vivimos en una sociedad que, paulatinamente, reduce a las personas al anonimato de una ficha de ordenador; esto no deja de admirarme y consolarme. Al matar a la persona desde el aborto hasta la eutanasia, al tender a desaparecer hoy el valor único de la persona, se reacciona estudiando científicamente el problema de las relaciones interpersonales, de la violencia, de la incomprensión, del abandono de los mayores, y no se dan cuenta que han metido ellos el cuchillo hasta dentro y, al hacer esto, se destruye el valor de la vida y de la persona. Ya no son valores absolutos. Pueden depender del egoísmo y del capricho del poderoso, del que existe o está más en el poder. ¿Qué es lo que resta? Para el cristiano, resta que le conoce Dios por su nombre, es decir, en su intimidad personal, única e incomunicable.

        Cuando nos suceda que nos sintamos muy solos en medio de la multitud, pensemos en Uno que nos conoce personalmente. No estoy solo en el mundo, hay alguien que siempre piensa en mí, que me ama, que me mira, que vive pendiente de mí. «Sus ojos tiene puestos en su ovejas. Y su corazón también. Mírenle ellas a Él, que Él mira a ellas» (San Juan de Ávila).

        6.- “Yo vine para que tengan vida”. La vida que Cristo nos proporciona es lo que se denomina gracia santificante, es decir, una participación en la vida misma de Dios. Esa vida la vivimos en este mundo en sus etapas iniciales, en espera de su expansión total, cuando se realice nuestra comunión en la resurrección del Señor. Jesucristo es quien nos trae la vida de hijos de Dios, el conocimiento de Dios, la esperanza en Dios.      

« ¡Oh Jesús!, tú has dicho: “Yo soy la puerta. El que por mí entrare se salvará”... No quiero contentarme con sólo leer tus palabras, meditarlas, aprobarlas, admirarlas y predicarlas; ayúdame, Señor, a ponerlas en práctica, a vivirlas, a convertirlas en vida mía... Ayúdame a vivir de fe, dejando a un lado la razón humana que es locura delante de ti, y regulando mi vida en conformidad con las palabras de tu sabiduría divina que es oscura delante de los hombres. Que yo pueda entrar por ti, amándote con todo mi corazón... Que pase por ti imitándote... obedeciéndote... Las ovejas van unidas a su Pastor porque lo miran, lo siguen, le obedecen; que yo también te siga y te ame, divino Pastor; que yo te mire con la contemplación, te siga con la imitación, y te obedezca (CARLOS DE FOUCAULD, Meditaciones sobre el Evangelio).

        7.- “Tengo otras ovejas que no son de este redil, también a esas las tengo que traer…”. El pastor bueno nunca descansa, siempre está pensando en sus ovejas y no abandona ni siquiera a las que se han perdido por su cuenta, las echa de menos al contarlas todos los días, porque las creó por amor y con amor quiere llevarlas al Padre, a la Salvación. A las descarriadas quiere llevarlas sobre sus hombros, quiere curarlas, acariciarlas, tenerlas fuertemente agarradas para que no caigan por el precipicio.

        Los sacerdotes, los padres, los educadores y catequistas de la fe deben ser pastores al estilo de Cristo. De Él debemos aprender a conocer, amar y dar la vida por las ovejas que se nos han confiado. Pidamos esta gracia. Nosotros no sabemos ni podemos. Pero Él nos ha llamado y elegido para ser pastores de su  grey. Y estamos alegres. Porque sabemos que es lo mejor que nos ha podido acontecer. Ser en Él y por Él pastores y conductores de eternidades hasta la Eternidad del Amor Trinitario, redil universal de toda la creación.

 

*********************************************

 

DOMINGO IV PASCUA: CRISTO, BUEN PASTOR

 

QUERIDOS HERMANOS SACERDOTES: El cuarto domingo de Pascua, que hemos celebrado, es el domingo de Jesucristo, buen pastor. Una imagen preciosa de Jesucristo, con la que él mismo quiso identificarse.

A la luz de esta imagen de Jesús buen pastor, celebrábamos en este domingo la Jornada mundial de oración por las vocaciones y las Vocaciones nativas, con el lema: “Di sí al sueño de Dios”. La Jornada,pues, nos invita a caer en la cuenta que toda vocación es ante todo una iniciativa de Dios, es un “sueño de Dios”. Dios tiene un proyecto de amor para cada uno de nosotros, eso es la vocación.

Existe toda una tradición bíblica, que aplica a Dios esta imagen de providencia, de ternura, de cuidado amoroso de Dios. Es célebre la expresión del profeta Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y experiencia” (Jr 3, 15). Y el profeta Ezequiel arremete contra los malos pastores: “¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos!” (Ez 34, 2) para llegar a la conclusión de que será Dios mismo quien apaciente su rebaño: “Yo mismo cuidaré de mi rebaño... las apacentaré en buenos pastos” (34, 11ss).

Por eso, cuando Jesús se presenta a sí mismo como el buen Pastor, los oyentes le entienden perfectamente de qué está hablando: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11). Jesús se identifica una vez más con Dios Padre, que viene a ser el pastor de su pueblo. Y tomando esta imagen se entretiene en describir cuál es su misión de cuidar las ovejas, de dar la vida por ellas en contraste con el asalariado, que no le importan las ovejas y huye cuando llega el peligro.

En el evangelio de este domingo (ciclo C), brevemente, Jesús señala un aspecto muy importante de su misión redentora: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27). Se da, por tanto, un conocimiento mutuo y un seguimiento por parte de las ovejas ¿Cómo y dónde? por la oración diaria que nos lleva a todos al seguimiento de Cristo. Sin oración diaria y conversión permanente no hay conocimiento  ni seguimiento de Cristo, aunque uno sea sacerdote, obispo o cardenal. Y este será siempre problema de la Iglesia, unas veces más y otras, menos, pero siempre problema y necesidad de la oración en los elegidos para conocer y seguir a Cristo, para ser sacerdotes según su corazón y espíritu sacerdotal.

Jesús conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a él; se trata de un conocimiento mutuo lleno de amor. Y dónde adquirimos este conocimiento de Cristo Pastor? En el trato diario con Él por la oración, principalmente ante el Sagrario, ante Cristo vivo y esperándonos todos los días en el Sagrario. Cómo predicar que ahí está el Señor y luego no nos ven a los sacerdotes  junto a Él? Si a ti te aburre Cristo cómo vas a entusiasmar a la gente con El, iAllí Él nos enseña a cuidar y amar a la ovejas como Él las ama y da la vida por ellas en la eucaristía. Allí, todos los días, en ratos de encuentro, diálogo y conversión permanente a su vida y amor. Y esta es la hostoria de todos los santos pastores que ha habido y habrá en la Iglesia. Y también de los asalariados.

A la luz de esta imagen de Jesús buen pastor, celebremos toda esta semana la Jornada mundial de oración por las vocaciones y las Vocaciones nativas, con el lema: “Di sí al sueño de Dios”. Tantas veces pensamos que la vocación es un proyecto personal de futuro, algo que uno elige libremente. Y repito, todo eso es verdad, pero la Jornada nos invita a caer en la cuenta que toda vocación es ante todo una iniciativa de Dios, es un “sueño de Dios”. Dios tiene un proyecto de amor para cada uno de nosotros, eso es la vocación. Háblalo con Él ahora en este y otros ratos de oración.

Cada uno de nosotros hemos venido a la existencia como un proyecto amoroso de Dios; acertar con ese proyecto de Dios es una tarea de discernimiento que se realiza especialmente durante la juventud. “Señor, qué quieres de mí”, es la pregunta de quien se ha encontrado con Jesucristo y quiere cumplir la voluntad de Dios en su vida.

Necesitamos respuesta de jóvenes, chicos y chicas, para las distintas vocaciones en la Iglesia. Necesitamos sacerdotes, que prolonguen al buen pastor. Necesitamos el corazón y la vida entera de muchas mujeres y hombres, que entregando su vida a Jesús como verdadero esposo, sirvan a la Iglesia y a toda la humanidad en tantos campos en donde se necesita relevo. Necesitamos hombres y mujeres especialmente en los territorios de misión para que la Iglesia quede implantada con vocaciones nativas. Oremos en este jueves eucarístico y sacerdotal por las vocaciones, porque Dios sigue llamando y nos necesita; la Iglesia necesita jóvenes que sean generosos para decir sí al sueño y promesa de Dios, de Cristo Sacerdote, como lo fuimos nosotros un día y así cumpla sus deseos para con su pueblo: “Os daré pastores según mi Corazón”.

 

*****************************************************

 

DOMINGO CUARTO DE PASCUA: JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES SACERDOTALES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El cuarto domingo de Pascua es el domingo de Jesucristo, buen pastor. Una imagen preciosa de Jesucristo, con la que él mismo quiso identificarse.

Existe toda una tradición bíblica, que aplica a Dios esta imagen de providencia, ternura, cuidado amoroso de Dios. Es célebre la expresión del profeta Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y experiencia” (Jr 3, 15). Y el profeta Ezequiel arremete contra los malos pastores: “¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos!” (Ez 34, 2) para llegar a la conclusión de que será Dios mismo quien apaciente su rebaño: “Yo mismo cuidaré de mi rebaño... las apacentaré en buenos pastos” (34, 11ss).

Por eso, cuando Jesús se presenta a sí mismo como el buen Pastor, los oyentes le entienden perfectamente de qué está hablando: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11). Jesús se identifica una vez más con Dios, que viene a ser el pastor de su pueblo. Y tomando esta imagen se entretiene en describir cuál es su misión de cuidar las ovejas, de dar la vida por ellas en contraste con el asalariado, que no le importan las ovejas y huye cuando llega el peligro.

 En el evangelio de este domingo (ciclo C), brevemente, Jesús señala un aspecto muy importante de su misión redentora: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27). Se da, por tanto, un conocimiento mutuo. Jesús conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a él; se trata de un conocimiento lleno de amor. Y añade “Mi Padre me las ha dado... y nadie puede arrebatarlas de mi mano” (Jn 10, 29). Nadie nos puede separar de Jesús, a no ser que nosotros le diéramos la espalda. Pero queriendo estar con él, nada ni nadie nos podrá separar, porque es Dios Padre quien nos ha puesto en su mano.

A la luz de esta imagen de Jesús buen pastor, celebramos en este domingo la Jornada mundial de oración por las vocaciones y las Vocaciones nativas, con el lema: “Di sí al sueño de Dios”.

 Tantas veces pensamos que la vocación es un proyecto personal de futuro, algo que uno elige libremente. Y todo eso es verdad, pero la Jornada nos invita a caer en la cuenta que toda vocación es ante todo una iniciativa de Dios, es un “sueño de Dios”.

Dios tiene un proyecto de amor para cada uno de nosotros, eso es la vocación. Se trata, por tanto, no sólo de decidir qué es lo que más me gusta, por dónde me siento atraído, sino de preguntarse cuál es el sueño de Dios para mí. Cada uno hemos venido a la existencia como un proyecto amoroso de Dios, y Dios quiere siempre para cada uno de nosotros lo mejor, lo que realmente me va a hacer feliz.

Acertar con ese proyecto de Dios es todo un arte, y es una tarea de discernimiento que se realiza especialmente durante la juventud. “Señor, qué quieres de mí”, es la pregunta de quien se ha encontrado con Jesucristo y quiere cumplir la voluntad de Dios en su vida.

A este propósito el Papa Francisco se dirige a los jóvenes para esta Jornada: “No seáis sordos a la llamada del Señor. Si él os llama por este camino no recojáis los remos en la barca y confiad en él. No os dejéis contagiar por el miedo, que nos paraliza ante las altas cumbres que el Señor nos propone. Recordad siempre que, a los que dejan las redes y la barca para seguir al Señor, él les promete la alegría de una vida nueva, que llena el corazón y anima el camino”.

Necesitamos respuesta de jóvenes, chicos y chicas, para las distintas vocaciones en la Iglesia. Necesitamos sacerdotes, que prolonguen al buen pastor. Necesitamos el corazón y la vida entera de muchas mujeres y hombres, que entregando su vida a Jesús como verdadero esposo, sirvan a la Iglesia y a toda la humanidad en tantos campos en donde se necesita relevo.

Necesitamos hombres y mujeres especialmente en los territorios de misión para que la Iglesia quede implantada con vocaciones nativas. Oremos en este día por las vocaciones.

 

HOMILÍA

 

        QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy el domingo del Buen Pastor, que nos invita a renovar esa cercana intimidad con Jesús que nos trajo su Resurrección de entre los muertos. En este domingo se celebra en la Iglesia Universal la Jornada mundial por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Es tan importante y esencial el problema de las vocaciones que quiero ceder mi palabra al Papa Juan Pablo II, tan amante e interesado por esta necesidad de la Iglesia las vocaciones, en una de sus homilías.

 

1.- YO SOY LA PUERTA DE LAS OVEJAS

 

En el domingo IV de Pascua contemplamos a Cristo resucitado que dice de sí mismo: “Yo soy la puerta de las ovejas” (Jn 10, 7). Él se llama también a sí mismo “Yo soy la puerta de las ovejas”. También se llama a sí mismo el buen Pastor; de esta forma, Jesús completa, en cierto sentido, esta verdad, dándola una nueva dimensión: “Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas sino que salta por otra parte, éste es ladrón y bandido; pero el que entre por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz y él va llamando por el nombre a las ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Jn 10, 1-5).

Jesús, pues, es la puerta del aprisco. Al atribuirse este título, Jesús se presenta a sí mismo como el camino obligado para entrar pacíficamente en la comunidad de los redimidos: efectivamente, Él es el único mediador por medio del cual Dios se comunica a los hombres y los hombres tienen acceso a Dios. Quien no entre por esta puerta es “ladrón y bandido”.

Con todo, se pasa a través de esta puerta siguiéndole a Él, que es el verdadero Pastor. Mirad bien y comenta San Agustín «que Cristo, nuestro Señor es la puerta y el Pastor: la puerta, abriéndose en la revelación; y pastor, entrando él mismo».

Y ciertamente, hermanos, ha comunicado también a sus miembros las prerrogativas de pastor; y así es pastor Pedro, y Pablo es pastor, y pastores son los otros apóstoles y pastores los buenos obispos y sacerdotes. Pero ninguno de nosotros se atreve a llamarse puerta. Cristo se ha reservado solamente para Él ser la puerta “a través de la cual entran las ovejas”.

 

2.- LA PASTORAL VOCACIONAL

 

Esta imagen de Cristo que como “único buen Pastor” es al mismo tiempo “la puerta de las ovejas” debe estar ante los ojos de todos nosotros. Debéis de tenerla ante los ojos, de modo particular vosotros, queridos hermanos míos, que concelebráis conmigo esta Santa Misa, con la que se inaugura el Congreso Internacional de Vocaciones.

Este Congreso desarrolla la Pastoral Vocacional en las Iglesias Particulares. Se propone mejorar la mediación de la Iglesia local en orden a las vocaciones. El deseo, avalado por la oración común, es que se convierta también en el punto de partida para un nuevo impulso a favor de la Pastoral Vocacional, en cada una de las Iglesias Particulares, parroquias, etc.

El problema de las vocaciones sacerdotales y también de las religiosas, tanto femeninas como masculinas, es, lo diré abiertamente, el problema fundamental de la Iglesia. Es una comprobación de su vitalidad espiritual y es la condición misma de esta vitalidad. Es la condición de su misión y de su desarrollo. Es necesario, pues, considerar este problema en cada una de sus reales dimensiones, si nuestra actividad en el sector del florecimiento de las vocaciones quiere ser apropiado y eficaz.

 

 

3.- LAS VOCACIONES SON LA COMPROBACIÓN DE LA VITALIDAD DE LA IGLESIA

 

La vida engendra vida. No por casualidad el decreto sobre la formación sacerdotal, al tratar del deber de incrementar las vocaciones, subraya que la “comunidad cristiana está obligada a realizar esta tarea, ante todo, con una vida plenamente cristiana” (OT 2). Lo mismo que un terreno demuestra la riqueza de su propio “humus” vital con la lozanía y el vigor de la mies que en él se desarrolla (la referencia a la parábola evangélica del sembrado es aquí espontánea: (Cf. Mt 13,3-32) así una comunidad eclesial da prueba de su vigor y de su madurez con la floración de las vocaciones que llegan a ser realidad en ella.

Las vocaciones son también la condición de vitalidad de la Iglesia. No hay duda de que ésta depende del conjunto de los miembros de cada comunidad, del “apostolado común”, en particular, del apostolado de los laicos.

Sin embargo, es igualmente cierto que para el desarrollo de este apostolado es indispensable precisamente el ministerio sacerdotal. Por lo demás, esto lo saben muy bien los mismos laicos. El apostolado auténtico de los laicos se basa sobre el ministerio sacerdotal y, a su vez, manifiesta la propia autenticidad logrando, entre otras cosas, hacer brotar nuevas vocaciones en el propio ambiente.

Podemos preguntarnos por qué las cosas están así. Tocamos aquí la dimensión fundamental del problema, es decir, de la condición misma de la Iglesia tal como ha sido plasmada por Cristo en el misterio pascual y como se plasma constantemente bajo la acción del Espíritu Santo.

Para reconstruir en la conciencia o profundizar en ella, la convicción acerca de la importancia de las vocaciones hay que remontarse a las raíces mismas de una sana Eclesiología, tal como ha sido presentada por el Vaticano II. El problema de las vocaciones, el problema de su florecimiento pertenece de modo orgánico a esa gran tarea que se puede llamar «la realización del Vaticano II».

 

 

4.- LUZ QUE NOS VIENE DE LA ECLESIOLOGÍA DEL VATICANO II

 

Las vocaciones sacerdotales son comprobación y, al mismo tiempo, condición de la vitalidad de la Iglesia, ante todo, porque esa vitalidad encuentra su fuente incesante en la Eucaristía, como centro y vértice de toda evangelización. Y de la vida sacramental plena. De aquí brota la necesidad indispensable de la presencia del ministro ordenado que esté precisamente en disposición de celebrar la Eucaristía.

Y luego ¿qué decir de los otros sacramentos mediante los cuales se aumenta la vida de la comunidad cristiana? ¿Quién administraría el sacramento de la Penitencia si faltase el sacerdote? Y este sacramento es el medio establecido por Cristo para la renovación del alma y para su interacción activa en el contexto vital de la comunidad.

¿Quién atendería el servicio de la Palabra? Y, sin embargo, en la economía actual de la Salvación “la fe es por la predicación, y la predicación, por la palabra de Cristo” (Rom 10, 17).

Están luego las vocaciones a la vida consagrada. Ellas son la comprobación y, a la vez, la condición de la vitalidad de la Iglesia, porque esa vitalidad debe encontrar, por la voluntad de Cristo, su expresión en radical testimonio evangélico del Reino de Dios en medio de todo lo que es temporal.

 

5.- SERVICIO A LA COMUNIDAD ECLESIAL

 

El problema de las vocaciones no deja de ser, queridos hermanos, un problema por el que tengo mucho interés, de modo muy especial. Estoy convencido de que, a pesar de todas las circunstancias que forman parte de la crisis espiritual existente en toda la civilización contemporánea, el Espíritu Santo no deja de actuar en las almas. Más aún, actúa todavía con mayor intensidad. Precisamente de aquí nacen también para la Iglesia de hoy perspectivas favorables en cuanto a vocaciones con tal de que ella trate de ser auténticamente fiel a Cristo, con tal de que espere ilimitadamente en el poder de su redención y trate de hacer todo lo posible para “tener derecho” a esta confianza.

Servir a la comunidad del pueblo de Dios en la Iglesia significa cuidar las diversas vocaciones y los carismas en lo que le es específico y trabajar a fin de que se complete recíprocamente, igual que cada uno de los miembros en el organismo (1Cor 12, 12).

Podemos mirar confiadamente hacia el futuro de las vocaciones, podemos contar con la eficacia de nuestros esfuerzos, si alejamos de nosotros de modo consciente y decisivo esa “particular tentación eclesiológica” de nuestro tiempo. Me refiero a las propuestas que tienden a “laicizar” el ministerio y la vida sacerdotal, a sustituir a los ministros sacramentales por otros “ministerios”, juzgando que responden mejor a las exigencias pastorales de hoy, y también privan a la vocación religiosa del carácter de testimonio profético del Reino, orientándola exclusivamente hacia funciones de animación social e incluso de compromiso directamente político.

Esta tentación también afecta a la Eclesiología como expresó lúcidamente Pablo VI, hablando a la Asamblea Episcopal Italiana:

“En este punto lo que nos aflige es la suposición más o menos difundida en ciertas mentalidades de que se puede prescindir de la Iglesia tal como es, de su doctrina, de su constitución, de su origen histórico, evangélico y hagiográfico, y que se pueda crear e inventar una nueva Iglesia según determinados esquemas ideológicos y sociológicos, también ellos mutables y no garantizados por exigencias eclesiales intrínsecas. Así vemos a veces cómo lo que alteran y debilitan a la Iglesia en este punto no son tanto sus enemigos de fuera, sino algunos de sus hijos de dentro, que pretenden ser sus libres fautores”.

 

 

6.- FUTURO DEL PUEBLO DE DIOS

 

¡Cristo es la puerta de las ovejas! ¡Que todos los esfuerzos de la Iglesia, que todas las oraciones de esta asamblea eucarística de hoy vuelvan a confirmar esta verdad que le dan eficacia plena! ¡Que entren a través de esta puerta nuevas generaciones de Pastores de la Iglesia! ¡Nuevas generaciones de administradores de los misterios de Dios! (1Cor 4,1). Siempre nuevas generaciones de hombres y mujeres que con toda su vida, mediante la pobreza, la castidad y la obediencia libremente aceptadas y profesadas, den testimonio del Reino, que no es de este mundo y que no pasa jamás.

Que Cristo, puerta de las ovejas, se abra ampliamente hacia el futuro del pueblo de Dios en toda la tierra. Y que acepte todo lo que según nuestras débiles fuerzas, pero apoyados en la inmensidad de su gracia, tratamos de hacer para despertar vocaciones.

Que interceda por nosotros, con estas iniciativas, la humilde Sierva del Señor, María, que es el modelo más perfecto de todos los llamados. Ella, que a la llamada de lo alto, respondió: “Heme aquí, hágase en mí según tu palabra” (Cf Lc 1, 38).

 

*****************************************

 

V  DOMINGO DE PASCUA

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 14, 20b-26

 

La misión de Pablo y Bernabé termina con la vuelta a Antioquía, recorriendo, a la inversa, el mismo itinerario de ida. El retorno al punto de partida tiene, ante todo, un carácter de  «consolidación» de la Iglesia porque  “anima a los discípulos”, y “los exhortan a permanecer en la fe” (14, 22; cfr 11, 23; 13, 43; 16, 5). El primer viaje misional entre los gentiles es, ante todo, “obra del Espíritu”: una tarea encomendada por el Espíritu (13. 2, 14, 20); realización de signos y prodigios, por la fuerza del Espíritu (13, 9. 11; 14, 3. 8-10). La tarea apostólica, más que obra humana, es “todo lo que Dios había hecho por medio de ellos” (14, 27; cfr 15, 4. 12 21, 19).

 

SEGUNDA LECTURA: Apocalipsis 21, 1-5a

 

El Apocalipsis supone que la Resurrección de Cristo no ha eliminado de la vida de los cristianos el Mal y los males; siguen aquellos en medio del mundo. Pero el mensaje del Apocalipsis es que habrá en Cristo una victoria definitiva sobre el Mal y los males. Éste es el desenlace de la lucha, desenlace que comienza a exponer el Apocalipsis en esta lectura. La Jerusalén nueva es el nuevo pueblo de Dios del Nuevo Testamento en su instalación definitiva en la nueva «Tierra Santa». (¡No dejarse perturbar en la lectura del Apocalipsis por la preocupación de localizaciones en espacio y tiempo!).

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- “Ahora el Padre es glorificado”. Jesús afirma abiertamente a sus discípulos que está a punto de vivir su pasión, muerte y resurrección en la que el Padre va a ser glorificado por su muerte salvadora hecha por amor y obediencia total al Padre y por amor total a todos sus hermanos, los hombres, hasta dar la vida por ellos.

 Jesús trae un camino nuevo de salvación al mundo que es el del amor y para recorrer ese camino de salvación eterna: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Tenemos la obligación de amarnos hasta el extremo de dar la vida por los hermanos como Él ha hecho.

Esto es la esencia del cristianismo, que tenemos que tratar de vivir durante toda nuestra vida: ¿amo yo, me esfuerzo yo por amar a mis hermanos los hombres como Cristo hasta dar la vida por ellos? Pues esto es lo que mide y manifiesta mi amor a Dios, mi fe y caridad, mi cristianismo, en definitiva el cumplimiento del primer mandamiento de la Ley de Dios, hoy poco predicado y practicado dentro de la misma iglesia: Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser, y al prójimo, como a ti mismo.

Este nuevo mandamiento debe ser para siempre el signo diferenciador de la Iglesia de Cristo y la manera más evangélica  de reconocer a los cristianos. Y les pide que estén siempre dispuestos para amar o tratar de amar como Él nos ha amado, hasta dar la vida. Jesús exige un amor sin límites. Y esta es la gloria del Padre y del Hijo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”. Y repito y perdonadme que insista: este mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas y a los hemanos como a nosotros mismos hoy me parece poco practicado y poco vivido dentro de la misma iglesia.

Y hoy ya no predicaría más, pero quiero hacer un poco de historia. En los albores del cristianismo la comunidad primera de Jerusalén era un testimonio de amor y de unión no solo entre ellos sino también ante los de fuera. Los creyentes eran bien vistos del pueblo y la gente se hacía lenguas de ellos porque en el grupo de los discípulos todos pensaban y sentían lo mismo, teniendo una sola alma y un solo corazón (Cf.  Hch 4, 32).   

        Ciento cincuenta años más tarde, según el escritor Tertuliano (a. 155-220), esa continuaba siendo la opinión de la calle, de tal suerte que la gente al ver a los cristianos, comentaban: « ¡Mirad cómo se aman!».

        Hoy creo que ya no se puede decir lo mismo. Por lo menos en algunos países cristianos de la Europa creyente, y en concreto, en España. Y es una pena grande porque nos encontramos todos más tristes y solos:matrimonio rotos, y como concecuencia, esposos que se matan, que matan a sus hijos y si un padre o una madre es capaz de matar a sus hijos… ya todo es posible en este sentido.

Hermanos, por no cumplir el primer mandamiento de amara a Dios y a los hermanos, estamos llegando a límites insospechados. Basta leer la prensa.Hermanos, escuchando este y otros evangelios de Cristo debemos esforzarnos por dar plena gloria a Dios y a Cristo, amándonos más, esforzándonos por pensar más en los hermanos, ayudando, echando una mano en todo lo que podamos, sobre todo en nuestras comunidades, parroquias, en nuestra casa, donde todos estamos necesitados.

        Tagore, después de un largo viaje por las viejas naciones de Europa, al volver a la India, afirmó que el Rabí de Galilea debiera haber vivido junto al Ganges, pues su mensaje de amor y fraternidad habría sido mejor captado y practicado.

        Éste es un reto permanente de la Iglesia de todos los tiempos, especialmente en esta época de consumismo egoísta y de individualismo materialista. De nosotros depende que la Iglesia de Cristo sea reconocida como hijos y familia de Dios. Es un reto personal y comunitario, incluida nuestra comunidad. Me pregunto si hoy nos podrán reconocer por este mandamiento del Señor a los cristianos. Me gustaría que a cada uno nos pudieran identificar como cristianos y seguidores de Cristo y sacerdotes de Cristo por el amor fraterno que debe ser el carnet distintivo de los creyentes en Cristo Jesús, que vino para salvarnos dando su vida por todos. Y esto lo hacemos presente ahora en su Palabra y en el sacrificio de la Eucaristía, en que Cristo da la vida por la salvación de todos.

¿Por qué no amamos así y fallamos en el amor al prójimo? Porque nos amamos más a nosotros mismos, a nuestros intereses y egoísmos, y es más inmediato y más rentable a corto plazo, pero luego sentimos su ausencia, soledad, la falta de compañía, de amor fraterno y de amor a Dios; tenemos que esforzarnos por querernos y perdonarnos más y mejor, debemos dar esta gloria y alabanza y gozo al Padre de todos, que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

 

***********************************************

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 13, 31-33A

 

Queridos hermanos y hermanas: Estamos en el quinto domingo del tiempo pascual, que es el tiempo de la glorificación de Jesús.

El Evangelio que acabamos de escuchar nos recuerda que esta glorificación se realizó mediante la pasión. En el misterio pascual pasión y glorificación están estrechamente vinculadas entre sí, forman una unidad inseparable. Jesús afirma: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él» (Jn 13,31) y lo hace cuando Judas sale del Cenáculo para cumplir su plan de traición, que llevará al Maestro a la muerte: precisamente en ese momento comienza la glorificación de Jesús.

El evangelista san Juan lo da a entender claramente: de hecho, no dice que Jesús fue glorificado sólo después de su pasión, por medio de la resurrección, sino que muestra que su glorificación comenzó precisamente con la pasión.

En ella Jesús manifiesta su gloria, que es gloria del amor, que entrega toda su persona. Él amó al Padre, cumpliendo su voluntad hasta el final, con una entrega perfecta; amó a la humanidad dando su vida por nosotros. Así, ya en su pasión es glorificado, y Dios es glorificado en él.

Pero la pasión —como expresión realísima y profunda de su amor— es sólo un inicio. Por esto Jesús afirma que su glorificación también será futura (cf. v.32). Después el Señor en el momento de anunciar que deja este mundo (cf. v.33), da como testamento a sus discípulos un mandamiento para continuar de modo nuevo su presencia en medio de ellos: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros» (v.34). Si nos amamos los unos a los otros, Jesús sigue estando presente entre nosotros, y sigue siendo glorificado en el mundo.

Jesús habla de un «mandamiento nuevo». Cuál es su novedad? En el Antiguo Testamento Dios ya había dado el mandato del amor; pero ahora este mandamiento es nuevo porque Jesús añade algo muy importante: «Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros». Lo nuevo es precisamente este «amar como Jesús ha amado». Todo nuestro amar está precedido por su amor y se refiere a este amor, se inserta en este amor, se realiza precisamente por este amor.

El Antiguo Testamento no presentaba ningún modelo de amor, sino que formulaba solamente el precepto de amar. Jesús, en cambio, se presenta a sí mismo como modelo y como fuente de amor. Se trata de un amor sin límites, universal, capaz de transformar también todas las circunstancias negativas y todos los obstáculos en ocasiones para progresar en el amor. Y en los santos de esta ciudad vemos la realización de este amor, siempre desde la fuente del amor de Jesús.

Al darnos el mandamiento nuevo, Jesús nos pide vivir su mismo amor, vivir de su mismo amor, que es el signo verdaderamente creíble, elocuente y eficaz para anunciar al mundo la venida del reino de Dios.

Obviamente, sólo con nuestras fuerzas somos débiles y limitados. En nosotros permanece siempre una resistencia al amor y en nuestra existencia hay muchas dificultades que provocan divisiones, resentimientos y rencores. Pero el Señor nos ha prometido estar presente en nuestra vida, haciéndonos capaces de este amor generoso y total, que sabe vencer todos los obstáculos, también los que radican en nuestro corazón. Si estamos unidos a Cristo, podemos amar verdaderamente de este modo.

Amar a los demás como Jesús nos ha amado sólo es posible con la fuerza que se nos comunica en la relación con él por la oración, especialmente por la oración eucarística, ante el sagrario y la santa misa, en la que se hace presente de modo real su sacrificio de amor que genera amor: es la verdadera novedad en el mundo y la fuerza de una glorificación permanente de Dios, que se glorifica en la continuidad del amor de Jesús en nuestro amor.

Estas deben ser ahora unas palabras de aliento en particular a los sacerdotes y a los diáconos de la Iglesia, que se dedican con generosidad al trabajo pastoral, así como a los religiosos y a las religiosas. A veces, ser obreros en la viña del Señor puede ser arduo, los compromisos se multiplican, las exigencias son muchas y no faltan los problemas: aprended a sacar diariamente de la relación de amor con Dios en la oración la fuerza para llevar el anuncio profético de salvación; volved a centrar vuestra existencia en lo esencial del Evangelio; cultivad una dimensión real de comunión y de fraternidad dentro del presbiterio, de vuestras comunidades, en las relaciones con el pueblo de Dios; testimoniad en el ministerio el poder del amor que viene de lo Alto, viene del Señor presente entre nosotros.

La primera lectura que hemos escuchado nos presenta precisamente un modo especial de glorificación de Jesús: el apostolado y sus frutos. Pablo y Bernabé, al término de su primer viaje apostólico, regresan a las ciudades que ya habían visitado y alientan de nuevo a los discípulos, exhortándolos a permanecer firmes en la fe, porque, como ellos dicen, «es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios» (Hch 14,22).

La vida cristiana, queridos hermanos y hermanas, no es fácil; sé que no faltan dificultades, problemas, preocupaciones: pienso, en particular, en quienes viven concretamente su existencia en condiciones de precariedad, a causa de la falta de trabajo, de la incertidumbre por el futuro, del sufrimiento físico y moral; pienso en las familias, en los jóvenes, en las personas ancianas que con frecuencia viven en soledad, en los marginados, en los inmigrantes.

Sí, la vida lleva a afrontar muchas dificultades, muchos problemas, pero lo que permite afrontar, vivir y superar el peso de los problemas cotidianos es precisamente la certeza que nos viene de la fe, la certeza de que no estamos solos, de que Dios nos ama a cada uno sin distinción y está cerca de cada uno con su amor. El amor universal de Cristo resucitado fue lo que impulsó a los apóstoles a salir de sí mismos, a difundir la Palabra de Dios, a dar su vida sin reservas por los demás, con valentía, alegría y serenidad.

Cristo resucitado posee una fuerza de amor que supera todo límite, no se detiene ante ningún obstáculo. Y la comunidad cristiana, especialmente en las realidades de mayor compromiso pastoral, deber ser instrumento concreto de este amor de Dios.

 Exhorto a las familias a vivir la dimensión cristiana del amor en las acciones cotidianas sencillas, en las relaciones familiares, superando divisiones e incomprensiones, cultivando la fe que hace todavía más firme la comunión.

Que en el rico y variado mundo de la Universidad y de la cultura tampoco falte el testimonio del amor del que nos habla el evangelio de hoy, con la capacidad de escucha atenta y de diálogo humilde en la búsqueda de la Verdad, seguros de que es la Verdad misma la que nos sale al encuentro y nos aferra.

Deseo también alentar el esfuerzo, a menudo difícil, de quien está llamado a administrar el sector público: la colaboración para buscar el bien común y hacer que la ciudad sea cada vez más humana y habitable es una señal de que el pensamiento cristiano sobre el hombre nunca va contra su libertad, sino en favor de una mayor plenitud que sólo encuentra su realización en una «civilización del amor». A todos, en particular a los jóvenes, quiero decir que no pierdan nunca la esperanza, la que viene de Cristo resucitado, de la victoria de Dios sobre el pecado, sobre el odio y sobre la muerte.

La segunda lectura de hoy nos muestra precisamente el resultado final de la resurrección de Jesús: es la nueva Jerusalén, la ciudad santa, que desciende del cielo, de Dios, engalanada como una esposa ataviada para su esposo (cf. Ap 21,2).

Aquel que fue crucificado, que compartió nuestro sufrimiento,  ha resucitado y nos quiere reunir a todos en su amor. Se trata de una esperanza estupenda, «fuerte», sólida, porque, como dice el libro del Apocalipsis: «(Dios) enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado» (Ap 21,4).

Cristo afrontó la cruz para atajar el mal; para hacernos entrever, en su Pascua, la anticipación del momento en que para nosotros enjugará toda lágrima y ya no habrá muerte, ni llanto, ni gritos ni fatigas.

El pasaje del Apocalipsis termina con la afirmación: «Dijo el que está sentado en el trono: “Mira que hago un mundo nuevo”» (Ap 21,5). Lo primero absolutamente nuevo realizado por Dios fue la resurrección de Jesús, su glorificación celestial, la cual es el inicio de toda una serie de «cosas nuevas», a las que pertenecemos también nosotros.

«Cosas nuevas» son un mundo lleno de alegría, en el que ya no hay sufrimientos ni vejaciones, ya no hay rencor ni odio, sino sólo el amor que viene de Dios y que lo transforma todo.

Queridos hermanos, he venido entre vosotros para confirmaros en la fe. Deseo exhortaros, con fuerza y con afecto, a permanecer firmes en la fe que habéis recibido, que da sentido a la vida, que da fuerza para amar; a no perder nunca la luz de la esperanza en Cristo resucitado, que es capaz de transformar la realidad y hacer nuevas todas las cosas; a vivir de modo sencillo y concreto el amor de Dios en la ciudad, en los barrios, en las comunidades, en las familias: «Como yo os he amado, así amaos los unos a los otros».

 

*****************************************

 

QUERIDOS HERMANOS:

1.- “Ahora es glorificado”. Jesús enseña a sus discípulos que el Padre va a ser glorificado por su muerte. Y en dos versículos sale cinco veces esta palabra. Tendrá que abandonar a sus discípulos, pero no sin haberles dicho lo que esta hora significará para ellos y para los que creyeran por ellos. Él trae un orden nuevo al mundo: el del amor: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

Este nuevo mandamiento será para siempre el signo diferenciador de la Iglesia de Cristo y la manera más evangélica  de reconocer a los cristianos. Y les pide que estén siempre dispuestos a renunciar a los criterios humanos para amar o tratar de amar como Él nos ha amado. Jesús exige una caridad sin límites. Es una característica que encontramos en otros lugares de la predicación del Señor. Se manifiesta en la renuncia a la venganza (Mt 5, 39s), en el ejercitar la caridad sin esperar recompensa (Lc 6, 31-34), en el bendecir sin nunca maldecir (Lc 6, 27ss). Jesús pide a los suyos un amor sin límites. Este amor ha de estar siempre dispuesto a perdonar (Mt 18, 21s; Lc 17, 4) y a orar por los enemigos (Mt 5, 43-48).

Y esta será su gloria. Gloria es la alabanza que recibe una persona por sus buenas obras. El Padre va a ser glorificado por la muerte de amor extremo, en obediencia y adoración total a Él hasta dar la vida. Este amor hasta la muerte glorificará al Padre y al Hijo, porque la cruz es manifestación del amor de ambos: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él”.

El amor a los hombres es también gloria y alabanza a Dios. Dios es Padre y se alegra viendo que sus hijos se aman. La muerte por amor es la gloria de Cristo, gloria para el Padre y para el Hijo. Y también para nosotros, porque fuimos amados hasta ese extremo; pero sobre todo si vivimos ese amor, si nos amamos como Cristo nos amó y ama.


            2. En tiempo de Cristo, los escribas y fariseos distinguían 613 mandatos. Jesús propone un sólo principio unificador: el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. La Ley y los Profetas dependen de estos dos preceptos. El amor al prójimo es inseparable del amor a Dios. Jesús nos dice que el primado pertenece al amor de Dios(Mt 22, 34-40; Mc 12, 28-34; Lc 10, 25-28), aunque el amor al prójimo sea inseparable del amor a Dios. Estas dos exigencias contenían toda la Torah; eran la suma de la Ley.

 

 3. Lo que es importante en la enseñanza de Jesús, y lo que constituye su novedad, es la unión de los dos mandatos del amor a Dios y al prójimo,la extensión del término prójimoa todos los hombres, y, finalmente, el hecho que ambos mandatos forman un solo, único e indivisible mandato. Para Jesús, el camino que conduce a Dios deberá pasar a través del prójimo (Mt 6, 14s; 5, 43ss; 18, 35). Dios decide la suerte del hombre teniendo en cuenta el comportamiento que él ha tenido con el prójimo. El culto practicado por el que olvida la caridad fraterna no tiene ningún valor. Amar a Dios y al prójimo es el mandamiento más importante.

La novedadde Jesús se encuentra en concentrar en el amor a Dios todas las exigencias religiosas y cultuales. El amor que Jesús exige no tiene límites, porque el mismo Dios, en su amor, no tiene límites. En efecto, el samaritano considera prójimo suyo a aquel que se encuentra en necesidad, sin preocuparse si es amigo o enemigo (Lc 10, 33ss). El amor se muestra siempre en un caso concreto: aquel que está herido sobre el camino tiene necesidad de mi ayuda. El amor deberá estar siempre dispuesto a perdonar.

Cristo nos dice: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a  otros como yo os he amado” (v. 34). Se trata de un precepto realmente nuevo. Pertenece a una economía nueva de Dios, y se trata de algo que debe abarcar a todos los hombres; es una institución sacramental, escatológica y misionera, que sustituye, como la Eucaristía, la presencia de Cristo visible (v. 33). El amores la institución que permite a Cristo permanecer presente entre los hombres después de su muerte. El amor que los discípulos deben profesarse ha ser como el que Cristo les había manifestado. El amor que 1os cristianos se profesan entre sí y a los demás, prolonga hasta tal punto la misión de Jesús entre los hombres, que el mundo no creyente podrá distinguir, gracias a esta señal, a los discípulos del Señor.

        4.-  Tenemos, pues, que el amor es gloria del Padre, gloria del Hijo y gloria de los cristianos, porque es signo esencial distintivo de la Iglesia de Cristo, por donde todos deben conocernos como seguidores del Señor. Es la señal por la que el mundo conocerá que somos seguidores del Crucificado y Exaltado a la derecha del Padre, glorificado por el Dios Amor que se vió reflejado total y perfectamente en el Hijo, por eso es su Gloria, Alabanza, Esplendor de la Gloria-Esencia-Amor del Padre. El amor es esencial para conocer a los cristianos.

        Según Jesús debemos diferenciarnos de los demás en que amamos más; tanto, que se nos pueda ver donde los demás no llegan, sirviendo, perdonando, dedicándoles nuestra atención, dinero y tiempo, ayudándoles en sus penas y necesidades, desterrando de nuestro proceder la soberbia, la indiferencia, el menosprecio, el olvido.

       

5.- En los albores del cristianismo la comunidad primera de Jerusalén era un testimonio de amor y de unión ante los de fuera. Los creyentes eran bien vistos del pueblo y la gente se hacía lenguas de ellos porque en el grupo de los discípulos todos pensaban y sentían lo mismo, teniendo una sola alma y un solo corazón (Cf.  Hch 4, 32).       

        Ciento cincuenta años más tarde, según el escritor Tertuliano (a. 155-220), esa continuaba siendo la opinión de la calle, de tal suerte que la gente al ver a los cristianos, comentaban: « ¡Mirad cómo se aman!».

        Hoy creo que ya no se puede decir lo mismo. Por lo menos en algunos países cristianos. Y es pena. Debemos esforzarnos por dar plena gloria a Dios y a Cristo, amándonos más, esforzándonos por pensar más en los hermanos, ayudando, echando una mano en todo lo que podamos.

        Tagore, después de un largo viaje por las viejas naciones de Europa, al volver a la India, afirmó que el Rabí de Galilea debiera haber vivido junto al Ganges, pues su mensaje de amor y fraternidad habría sido mejor captado y practicado.Éste es un reto permanente de la Iglesia de todos los tiempos, especialmente en esta época de consumismo egoísta y de individualismo materialista. De nosotros depende que la Iglesia, que Cristo sea reconocido. Se trata de la gloria de Dios y de Cristo y de su Iglesia. Es un reto personal y comunitario. Es la gloria de la Santísima Trinidad que es un Dios Trino y Uno en el Amor, un Dios Amor. Me pregunto si hoy nos podrán reconocer por este mandamiento nuevo del Señor a los cristianos. Me gustaría que a cada uno nos pudieran identificar como cristianos y seguidores de Cristo, mostrando este carnet distintivo de los creyentes en Jesús de Nazaret.

 

        6.- ¿Por qué no amamos así y fallamos en el amor al prójimo? Porque nos amamos más a nosotros mismos, a nuestros intereses y egoísmos, es más cómodo y más rentable, nos cuesta menos trabajo y tensión; realmente no  queremos dar gloria y alabanza y gozo a Cristo, a nuestro Padre Dios; no nos preocupa agradarle ni alegrarle ni cumplir su voluntad.

Veo claro por la experiencia pastoral parroquial, por la vida de los santos, por la historia de la Iglesia, veo claro que sólo se esfuerzan por amar a los hermanos los que quieren amar a Dios, los que se esfuerzan por cumplir su voluntad sobre todas las cosas; los que quieren imitar y vivir como Jesús, los que quieren ser amigos de Jesús, esos son los que tratan de vivir como Él.

El amor a Dios pasa por el amor a los hermanos. El amor fraterno es indicador y termómetro del amor a Dios, es termómetro de mi amor a Cristo, signo de la verdad de mi vida cristiana, signo diferenciador de los no cristianos, piedra fundamental y base de la construcción de la Iglesia y de la comunidad cristiana como en los tiempos primeros del Cristianismo cuando el amor a Cristo era tan vivo e intenso.      

 

        7.-Vamos a esforzarnos en vivir más y mejor el mandato nuevo. Vamos a distinguirnos por esto y no sólo por ritos y partidas de bautismo. Vamos a vivir más la Eucaristía y de la Eucaristía, vamos a dejarnos plasmar por el amor eucarístico de Cristo, que en cada Eucaristía vuelve a manifestarnos su amor hasta el extremo dando la vida por nosotros y glorificando al Padre amando hasta el extremo. La Eucaristía es la gloria de Dios porque es la muerte de Cristo por amor a Él y a los hombres, presencializada por los ritos sagrados y litúrgicos. Amén. Así sea.

 

*************************************************

 

VI  DOMINGO DE PASCUA

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 15, 1-2. 22-29

 

En la comunidad de Antioquía (15,1-2) nacen las primeras disensiones. El motivo: la misión entre los gentiles. La «mayoría» de los hermanos se alegran de la actuación de Dios (15, 3-4); una «minoría», «algunos» (15, 1) se oponen invocando la necesidad salvífica de observar la ley mosaica (15, ib. 5b). El problema es grave: la salvación ¿se debe a la vida de Dios en nosotros o requiere las prácticas de la Ley? Situación típica eclesial (cfr. Rm 2, 29; 3, 19-24; 4, Gal 5, 16-21) que continúa hasta nuestros días.

 

SEGUNDA LECTURA: Apocalipsis 21, 10-14. 22-23

 

En la lectura segunda del domingo pasado, describía el Apocalipsis la «economía» y la «sociología» de la nueva Jerusalén, formada por los vencedores de la lucha. Aquí describe la «urbanística» de la ciudad, con datos no conmensurables en nuestro espacio y en nuestro tiempo, porque está situada en “un cielo  nuevo y una tierra nueva”. Los detalles están inspirados en gran proporción de la nueva Jerusalén postexílica de Ez 40-43 e Is 60. Historiadores antiguos describen a Babilonia y a Nínive como ciudades cuadradas. Aquí importa ante todo la impresión de perfección y belleza. El número 12 alude a las tribus de Israel y a su presentación y continuación en los doce Apóstoles del nuevo Israel. En contraste con la Jerusalén de Ezequiel, que se centra en el Templo, aquí el centro que llena la ciudad es el Señor y el Cordero. El triunfo del Resucitado es el origen de la Ciudad.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 14, 23-29

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- “Si alguno me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. ¡Cuánto y qué verdadero debe ser el amor que Dios nos tiene que es capaz de rebajarse y pedirnos nuestro amor! Y uno se pregunta: ¿Pero qué puedo darle yo a Dios que Él no tenga? Y Dios responde: lo tengo todo menos tu amor si tú no me lo das; porque yo te he hecho libre y tú puedes hacer con tu  amor lo que quieras; hasta ofenderme y yo no te castigo ni te quito la vida por eso.

Dice San Juan: “Dios es Amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su hijo como propiciación de nuestros pecados”.  Dios me ha amado y me ha destinado a vivir su mismo amor y felicidad en el seno de la Santísima Trinidad. Éste es el proyecto de Dios sobre el hombre. Dios me ha amado y me ha elegido a compartir con Él su misma esencia de vida, de belleza y de gozo en el volcán infinito de su divina esencia, contemplando paisajes de luz y esplendor en su Imagen perfecta que el Hijo con su mismo amor de Espíritu Santo.

Si yo le doy entrada en mi corazón al Hijo, Él es Hijo porque el Padre está eternamente amándole y creándole como Hijo y Él le hace Padre con el mismo Amor de los Tres que es el Espíritu Santo.

Por eso, no se pueden separar ninguna de las Personas de la Santísima Trinidad. Si yo amo al Hijo, estoy amando al Padre que continua y esencial y eternamente lo engendra como Hijo en el mismo amor que el Hijo le hace Padre. Y de ese mismo amor participo yo por la gracia, que es vida de Dios participada. Qué bien lo comprendió Sor Isabel de la Santísima Trinidad:

        «Oh Díos mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mi para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de Vos, oh mi Inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.

        Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierta en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

        Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita,   inmensidad en la que me pierdo; entrégome sin resersa a Vos como una presa; sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vosotros, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas».

 

        2.- “Si alguno me ama…”  Dios quiere que el hombre le ame y para ganárselo le ha enviado a su Hijo, y con Él viene su Amor, esto es, su mismo Amor que es Espíritu Santo, y así vienen los Tres, viene toda la Trinidad al corazón del que le ame. Y esto no es pura teoría; primero porque lo dice el Señor y segundo porque en la historia de la Iglesia han sido muchos los santos, místicos y personas verdaderamente cristianas que han llegado a sentirse amados y habitados por la Santísima Trinidad en su alma, en su corazón.

San Ireneo dirá: «La gloria de Dios es que el hombre viva…» pero que viva su misma vida, porque el hombre fue creado por el Dios Amor y recreado por el Hijo por la potencia de Amor del Espíritu Santo y yo soy por la gracia hijo en el Hijo y Dios necesita del Hijo, ama al Hijo y quiere a todos los hombres unidos y hechos hijos en el Hijo. Por eso repito con San Ireneo: «La gloria de Dios es que el hombre viva…y la vida del hombre es ver a Dios», la esencia divina contemplada y vivida en los Tres.

 

3.- “Cuando venga el Paráclito, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”.

 

 Analicemos su nombre: Espíritu Santo

 

        a) Le llamamos Espíritu, porque no tiene rostro humano. La sagrada Escritura no presenta una imagen o retrato visible del Espíritu de Dios: es amor, fuerza interior, vida, es espíritu. Cristo dijo de Él: “Le conoceréis porque permanece en vosotros”. Si le dejamos vivir en nosotros, le conoceremos por sus efectos santificadores. Sólo se le puede conocer si habita en nosotros, si vive en nuestra alma como en su casa; por eso son pocos los cristianos que le conocen porque no tiene rostro y vive en lo interior: hay poca devoción al Espíritu Santo.

        b) Le llamamos espíritu, porque es el alma, la vida de nuestra vida. Lo que es el alma para el cuerpo, así es el Espíritu Santo para la Iglesia: es el principio de todo en el hombre, de su vida, de su inteligencia, de su amor; sin embargo, muchas veces no llegamos a descubrirle, porque nos quedamos en el exterior de nosotros, de la Iglesia, de los sacramentos.

La Iglesia, el cristiano, no puede vivir sin el Espíritu de Cristo. Como no tiene rostro externo o sensible, para conocerlo hay que dejarse invadir por Él, sentir su presencia en nuestro espíritu por la vida de gracia, hacernos dóciles a sus inspiraciones escuchándole en oración, aceptar su acción santificadora dentro de nosotros:

        « ¡Oh Espíritu Santo, Amor sustancial del Padre y del Hijo, Amor increado, que habitas en las almas justas! Ven sobre mí con un nuevo Pentecostés, trayéndome la abundancia de dones, de tus frutos, de tu gracia y únete a mí como Esposo dulcísimo de mi alma.

        Yo me consagro a ti totalmente: invádeme, tómame, poséeme toda. Sé luz penetrante que ilumine mi entendimiento, suave moción que atraiga y dirija mi voluntad, energía sobrenatural que dé vigor a mi cuerpo. Completa en mí tu obra de santificación y de amor. Hazme pura, transparente, sencilla, verdadera, pacífica, suave, quieta y serena, aun en medio del dolor, ardiente caridad hacia Dios y hacia el prójimo.

        Ven, oh ardiente de caridad hacia Dios y hacia el prójimo. Ven, oh Espíritu vivificante, sobre esta pobre sociedad y renueva la faz de la tierra, preside las nuevas orientaciones,
danos tu paz, aquella paz que el mundo no puede dar. Asiste a tu Iglesia, dale santos sacerdotes, fervorosos apóstoles; solicita     con suaves invitaciones a las almas buenas, sé dulce tormento a las almas pecadoras, consolador refrigerio a las almas afligidas, fuerza y ayuda a las tentadas, luz a las que están en las tinieblas y en las sombras de la muerte» (SOR CARMELA del ESPÍRITU SANTO).

 

        c) Santo. Santo es igual que santificador. Es la misión del Espíritu, unir a Dios, y eso se llama santificar. Sin Espíritu Santo no hay cristiano ni cristianismo. Ser cristiano es «ser y vivir en el Espíritu», es amar y conocer a Dios en el Espíritu Santo y la Verdad: Jesucristo. Él es la fuerza de toda oración que se haga “en espíritu y verdad”, por eso hay que invocarle siempre al empezarla, para escucharle y hacernos dóciles a Él.     Y nos santifica como alma de nuestra alma y de nuestra vida, como fuerza que va desde dentro hacia el exterior: «¡Oh Espíritu Santo, Fuego de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro y me consagro totalmente a Tí! Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante y conviérteme por una nueva encarnación  sacramental en humanidad supletoria de Cristo para que Él renueve y prolongue en mÍ todo su misterio de Salvación. Quisiera hacer presente a Cristo, ante la mirada de Dios y de los hombres, como Adorador del Padre, como Salvador de los hombres, como Redentor del mundo».

 

4.- Queridos hermanos, ¿qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia de Pentecostés que Jesús nos promete y quiere para todos su discípulos? Primero pedir con insistencia el Espíritu Santo al Padre, en nombre del Señor Resucitado, como Él nos lo mandó, y luego, esperar que el Padre responda, esperar siempre en oración, en diálogo, en espera activa, no de brazos cruzados, porque la esperanza, la oración verdaderamente cristiana es siempre acción por la contemplación, es suscitar diálogo con el Señor, deseos de Él, pensamientos y fuerzas para seguir trabajando; la oración, si es oración y no puro ejercicio mental, es siempre gracia eficaz de Dios y la necesitamos siempre para nosotros, para nuestra parroquia, apostolado y  necesidades de todo tipo; la oración y la liturgia verdaderas  siempre son dinámicas, siempre es estar con Él para enviarnos a predicar.

Se preguntaba San Buenaventura: ¿Sobre quién viene el Espíritu Santo? Y contestaba con su acostumbrada concisión: «Viene donde es amado, donde es invitado, donde es esperado”.   

¿Qué significa decir ¡Ven! a alguien que ya hemos recibido en el Bautismo, Confirmación, Orden sacerdotal… decir “ven” a quien tenemos presente dentro de nosotros? Santo Tomás de Aquino nos da una explicación teológica de las nuevas “venidas” del Espíritu Santo en nosotros. Observa, ante todo, que el Espíritu Santo «viene no porque se desplace de lugar, sino porque por gracia empieza a estar de un modo nuevo en aquellos a quienes convierte en templos suyos.» Textualmente: «Hay una misión invisible del Espíritu cada vez que se produce un avance en la virtud o un aumento de gracia. Cuando uno, impulsado por un amor ardiente, se expone al martirio o renuncia a sus bienes, o emprende cualquier otra cosa ardua y comprometida». (I, q 43,a 6)

        Y KarL Rahner añade: «No podemos negar que el hombre puede hacer en esta vida ciertas experiencias de gracia, que le dan una sensación de liberación, le abren horizontes del todo nuevos, se graban profundamente en él y le transforman, moldeando, incluso durante mucho tiempo, su actitud cristiana más íntima. Nada impide llamar a esta experiencia “bautismo del Espíritu”.

        Pentecostés es el primer bautismo del Espíritu del Señor Jesucristo Resucitado y sentado a la derecha del Padre, con el mismo poder y amor que Él. Jesús al anunciarlo antes de la Ascensión, dijo: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días”. Toda su obra mesiánica consiste en derramar el Espíritu sobre la tierra. Así lo dijo en la sinagoga de Cafarnaún.

¿Qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal? Primero, pedir con insistencia, como he dicho, el Espíritu Santo al Padre por el Hijo resucitado y glorioso, sentado a su derecha como Él nos encomendó. Y luego esperarlo reunidos con María y la Iglesia en oración personal y comunitaria, en la acción y oración litúrgica. Esperarlo y pedirlo, porque la iniciativa siempre es de Dios “… y el viento nadie sabe de dónde viene ni a dónde va”.

 

 

***********************************************

 

VII DOMINGO DE PASCUA

 

SOLEMNIDAD: LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 1, 1-11

 

En la Plegaria Eucarística III, al celebrar la culminación de la obra salvífica de Cristo, rezamos: «Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la Pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión a los cielos, mientras esperamos su venida gloriosa…».

La Ascensión es el punto final de todo el ministerio terrestre y de la obra salvífica de Cristo. Lucas presenta el ministerio de Jesús como una ascensión -palabra típica y casi exclusiva de Lucas- de Galilea a Jerusalén (cfr Lc 99, 51), de Jerusalén al cielo (Lc 24, 50-51). De la misma manera, al comienzo de los Hechos, un resumen del ministerio de Jesús (1, 2-4) culmina en el relato de la Ascensión (1, 4-7), que es, al mismo tiempo, punto de partida de la misión de Iglesia (8, 8).

 

SEGUNDA LECTURA: Efesios, 1, 17-23

Pablo pide para los Efesios (1, 17-23) “espíritu de sabiduría y revelación para conocer el plan salvífico de Dios y la grandeza de su poder”. La fuerza del poder de Dios se manifestó en la Resurrección de Cristo y en la exaltación “a su derecha” (v. 17-20). El «señorío» alcanzado por Cristo en su exaltación está por encima de cuanto pueda existir en el presente y en el futuro (v. 21), y por encima de las jerarquías celestes y de todas las cosas creadas (v. 22); y también sobre la Iglesia, de la que ha sido constituido cabeza (v. 23). Cristo resucitado, “sentado a la derecha del Padre” es,  al mismo tiempo, “espejo de la gloria del Padre”, y centro y coronamiento de la creación.

 

ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 

QUERIDAS HERMANAS DOMINICAS: Estamos celebrando la solemnidad de la Ascensión del Señor. La Ascensión del Señor al cielo es el punto culminante de su Resurrección, de la victoria total y definitiva de Cristo sobre la muerte. Hoy, subiendo al cielo, vence también el tiempo y el espacio y entra como vencedor y como Señor de la creación en la Gloria, “Gloria propia del hijo único de Dios...”.Es la entrada oficial en la gloria que correspondía al Resucitado, Cristo hombre, después de las humillaciones de la Pasión y del Calvario; es la vuelta al Padre del Hijo Dios, cumplida la misión que el Padre le había confiado: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.

        1.- En este día, toda la naturaleza humana, todos nosotros, toda la familia humana es elevada al cielo y su resurrección y ascensión es garantía  de la nuestra. Aquí está el fundamento de nuestra fe y esperanza cristiana, de vuestra vocación total contemplativa como religiosas, porque todo lo hacéis y estáis aquí en renuncia del mundo por la certeza y esperanza del cielo, de la  vida eterna con Dios Trinidad.

Vosotras sois la certeza del cielo, de la vida eterna por la cual habéis renunciado a los gustos y placeres de este mundo, sois eternidades comenzadas, pero para gozarlo y sentirlo, lo de siempre, tenéis que avanzar en santidad, especialmente por el camino de la oración conversión de vida para que Dios, Cristo y en últimas etapas, la Santísima Trinidad os pueda llenar de su presencia, amor y felicidad en la tierra por su inhabitación en vuestras almas, pero para eso, es necesaria vuestra santidad en vuestras vidas, vacío de si mismas para que la Santísima Trinidad pueda llenaros.

Este es el fin y sentido fundamental de vuestras vidas de oración continua y contemplativa. Y es lo que expresamos y pedimos en la oración colecta de este día: “Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, como miembros de su cuerpo”,

Vosotras, generosas y decididas habéis comenzado ya este camino de esperanza y fe profunda y verdadera en vuestras vidas, precisamente por esto, porque queréis vivir ya para la vida eterna en plenitud renunciando a cosas de este mundo y como esta fe y valentía escasea en la vida y juventud de estos tiempos por eso hoy hay tan pocas o nulas vocaciones religiosas contemplativas, porque no hay fe ni esperanza de eternidad, de Dios,de cielo en este mundo materialista y ateo. Sois unas privilegiadas, todas vosotras podéis rezar: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudar a olvidarme de mí misma para establecerme en Vos, tranquila y serena…

        Los evangelistas refieren el hecho de la Ascensión del Señor con mucha sobriedad, y, sin embargo, su narración hace resaltar el poder de Cristo y su gloria:“El Señor Jesús… fue levantado a los cielos y está sentado a la derecha de Dios”.  El Señor habla como quien todo lo puede y les envía a sus Apóstoles por el mundo entero para dar la buena noticia de la Salvación:“Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra… Id al mundo entero y predicad el Evangelio”.

Cristo se va, pero no nos deja solos, se queda vivo y real y gloriso, como está ahora en el cielo, en todos los Sagrarios de la tierra y nos promete su presencia espiritual en nuestras almas por su mismo Espíritu de Amor, Espíritu Santo del Padre y del Hijo, mediante la vida de gracia que podemos vivir y sentir nuestras vidas, sobre todo en ratos de oración un poco elevada, nos lo asegura el mismo Cristo antes de partir:“Enviaré el Espíritu Santo, que os llevará hasta la verdad completa”, la verdad completa, el cristianismo completo es la inhabitación y experiencia de Dios Trinidad en nuestas almas, Padre, Hijo y Espíritu Santo por la vida de gracia plena y oración contemplativa: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

        2.- Queridas hermanas. Meditemos ahora brevemente en los diversos aspectos que constituyen este misterio de la Ascensión del Señor a los cielos. En primer lugar:

        1) meditemos el hecho: Asciende, no es ascendido; porque lo hace con su propia fuerza y virtud y poder. Ya lo había anunciado. Asciende no a un lugar, el cielo no es un lugar, sino Dios Trinidad y asciende por su divinidad a la que está unida su humanidad que representa a todas las nuestras, por eso puede decir: “Subo a mi Padre y vuestro Padre”.

        2) Un sentimiento: Hoy debemos dar gracias a Cristo por todo lo que ha hecho y ha sufrido por nosotros. Vino del cielo para salvar a todos los hombres y morir por ellos: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. El Padre se lo agradece y sienta hoy a su derecha su humanidad, es decir, al hombre Jesús, haciéndo así totalmente hijo, hombre con el Hijo, Dios.

        Por eso, hoy hay que agradecer a Cristo todo lo que ha hecho y sufrido por nosotros, porque todos podamor gozar de Dios Trinidad, en su mismo gozo y amor de Espíritu Santo, eso es el cielo; hoy hay quehacer una comunión fervorosa. Nada de padres nuestros o rezos de libros. Abracemos en Cristo pan de vida eterna a la Stma. Trinidad que nos ama y habita, vivamos para este cielo en nuestras almas, agradecidos a Cristo Eucaristía y visitésmosle con amor por todo lo que ha hecho y nos quiere y sigue haciendo por nosotros. Tenemos que hacerlo hoy y todos los días, en estos tiempos en  que la humanidad se está olvidando de Dios en medios y televisiones, pero sobre todo en las juvnetudes, donde le se olvidan o le niegan en sus vidas y en los medios y guassads y en que tan pocos cristianos vienen a su presencia en los Sagrarios o en las misas dominicales para honrarle y agradecerle todo lo que ha sufrido y conseguido por todos nosotros.

        3) El Señor Jesús, al despedirse de los discípulos y de la Iglesia naciente, nos dejó un mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Con la Ascensión termina la misión terrena de Cristo  y empieza la tarea de los Apóstoles, la de la Iglesia, la tuya y la mía. “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

        Hoy es un día para renovar nuestro compromiso misionero, nuestra vocación de apóstoles de Cristo, todos los bautizados, sobre todo los sacerdotes y religiosos, sobre todo los de vida contemplativa. Todos somos misioneros desde el santo bautismo, y sobre todo, desde el Sacerdocio o profesión religiosa:“Seréis mis testigos… id por el mundo entero y predicad el evangelio”: Vosotras, por la oración y el sacrificio de vuestras vidas, tenéis que rezar y sacrificaros por el mundo entero ¿Lo cumplimos todos los creyentes? Padres y madres de familia, sobre todo, los sacerdotes y vosotras religiosas contemplativas, toda nuestra vida tiene que se una ofrenda de santidad por la salvación de todos los hombres, para eso no ha elegido el Señor: hay que hacerlo, tenéis que hacerlo, mirando al cielo, pero no para nosotros solos, sino para todos. Esta es la grandeza de nuestra  vocación de creyentes, sobre todo de nosotros elegidos, por medio de nuestra vida de oración y penitencia para el cielo nuestro y de todos los hombres. Para eso el Señor nos llamó al sacerdocio y a la vida religiosa.

 

*****************************************************

 

ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 

1º.- QUERIDAS HERMANAS DOMINICAS: Vosotras sois la certeza del cielo para los que caminamos por el mundo, sois la certeza y esperanza de la vida eterna por la cual habéis renunciado a los gustos y placeres de este mundo, sois eternidades comenzadas, pero para gozarlo y sentirlo, lo de siempre, tenéis que avanzar en santidad, especialmente por el camino de la oración conversión de vida para que Dios, Cristo y en últimas etapas, la Santísima Trinidad os pueda llenar de su presencia, amor y felicidad en la tierra por su inhabitación en vuestras almas, pero para eso, es necesaria vuestra santidad en vuestras vidas, vacío de si mismas para que la Santísima Trinidad pueda llenaros.

Este es el fin y sentido fundamental de vuestras vidas de oración continua y contemplativa. Vosotras, generosas y decididas habéis comenzado ya este camino de esperanza y fe profunda y verdadera en vuestras vidas, precisamente por esto, porque queréis vivir ya para la vida eterna en plenitud renunciando a cosas de este mundo y como esta fe y valentía escasea en la vida y juventud de estos tiempos por eso hoy hay tan pocas o nulas vocaciones religiosas contemplativas, porque no hay fe ni esperanza de eternidad, de Dios,de cielo en este mundo materialista y ateo. Sois unas privilegiadas, todas vosotras podéis rezar: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudar a olvidarme de mí misma para establecerme en Vos, tranquila y serena…

        Queridas hermanas dominicas: Vosotras ofrecéis vuestra vida de oración y sacrifico y  renuncia permanente al mundo y sus vanidades  por la salvación de los hombres porque hoy muchos no creen en Dios, en el cielo, del que S. Pablo convertido a Cristo y sintiéndolo, decía: “Ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que le aman, deseo morir para estar con Cristo….deseo morir para estar con Cristo”... y fijaos que fue perseguidor de los cristianos…Vosotras, en cambio, sois unas creyentes y practicantes de cielo anticipando en nuestros conventos por medio de la oración un poco elevada y purificada y por eso habéis renunciado al mundo y sus placeres, como todos los santos; podéis decir con S. Juan de la Cruz, “Sácame de aquesta vida, mi Dios, y dame la muerte… Yo he conocido feligreses que lo ha sentido y vivido. Y algunos ya están con Él para siempre en la felicidad Trinitaria.

        Que el Señor os bendiga y os llene de su presencia y gozo anticipado del cielo.

 

*************************

2º (Guardamos un minuto de silencio meditativo después de cada punto o reflexión…es más, si no estuviéramos en la capilla, yo invitaría a que cada una dijera en voz alta lo que el Espíritu Sato le inspira, como hacía yo en mis 10 grupos de oración que tenía semanalmente en ´mi parroquia)

        A)Vamos a meditar ahora en las diversas realidades y aspectos que constituyen este misterio de la Ascensión del Señor a los cielos. En primer lugar: a) El hecho: Asciende no a un lugar, el cielo no es un lugar, sino Dios, de donde había bajado: “Subo a mi Padre y vuestro Padre”. El cielo anticipado está en nosotros porque el cielo es Dios y Dios Trinidad está en nosotros por la vida de gracia desde el santo bautismo, somos templos de la Santisima Trinidad y las religiosas contemplativas tenéis esta gracia y misión especial. Debemos buscarlo y encontrarlo por la oración diaria y la  vida ccntemplativa. Meditemos: Oh Dios mío, Trinidad a quien adoraro….

        B) Hoy debemos dar gracias a Cristo por todo lo que ha hecho por nosotros. Ha tenido que sufrir mucho. Vino del cielo sabiéndolo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.    Hoy hay que vivirlo todo esto en  una misa y una comunión fervorosa en diálogo permanente con Cristo que debe continuar todo el día, oración, contemplación, nada de padres nuestros o rezos solo vocales, oración, meditación, contemmplación, todo el día ente tanto misterio de amor. De tú a tú con el Señor, con la Santísima Trinidad que nos habita, con palabras de amor salidas del alma. Gracias, Señor Tú sí que nos amas, te quiero y agradezco lo que has hecho por mí, permanecer todo el día en diálogo de amor con Cristo.

        c) Hay un mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.VEAMOS CÓMO LO ESTAMOS CUMPLIENDO CON NUESTRA VIDA Y NUESTRA ORACIÓN. Es el mandato de Cristo. Todos debemos ayudar y cooperar para que el Evangelio sea conocido y vivido en el mundo entero. CADA UNO DESDE SU VOCACIÓN ESPECÍFICA.

        Porque “Sin mí no podéis hacer nada”, y para que Cristo lo haga por medio de nosotros, especialmente sacerdotes y religiosas, es necesario la santidad de vida, la oración permanente, la mortificación de los sentidos, el amor verdadero y fraterno que nos purifique de nuestros pecados que le impiden a Cristo vivir plenamente en nosotros. Seréis mis testigos…” Todos podemos y debemos ayudar en esta tarea, cada uno desde su vocación de critiano o religioso o sacerdote debe ayudar a que todos conozcan a Cristoy se salven, y es porque lo vivimos, Y ORAMOS Y ESTAMOS EN UN CONVENTO DEDICADADAS TOTALMENTE A LA SALVACIÓN ETERNA NUESTRA Y DE TODOS LOS HOMBRES, DEL MUNDO ENTERO. Cristo necesita de nosotros. DE VOSOTRAS, DE TODOS LOS CRISTIANOS. Ha querido darnos esta vocación, este apostolado, este trabajo, este gozo. No le decepcionemos.

 

        3º DÍA.- LA ASCENSIÓN DE JESÚS AL CIELO PROVOCA Y ALIMENTA EN TODOS NOSOTROS una virtud: la esperanza, DE LA CUAL VOSOTRAS TENÉIS QUE VIVIR Y PRACTICAR ESPECIALMENTE. La Ascensión de Cristo al cielo es nuestra vida, nuestra  esperanza cristiana: hay que pensar más en el cielo, trabajar más para el cielo, vivir más de los bienes del cielo que de los de la  tierra. San Pablo en sus cartas lo repite muchas veces. No se puede vivir sin esperanza. La nuestra es el cielo, es el encuentro con Dios, es sumergirnos en la misma Esencia Trinitaria del Amor de Padre y de Hijo y del Espíritu Santo.      

Este deseo de Dios, de cielo debe influir más en nuestras vidas de religiosas contemplativas. Toda ella debemos vivirla mirando la eternidad con Dios que nos espera. Es el fin de nuestra fe, esperanza y amor. La esperanza es el culmen del amor y de la fe. Poca fe y poco amor hay si no deseamos a Dios:porque “Ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que le aman”. Así los santos: lo deseaban, incluso querían morirse, porque deseaban a Dios: “que muero porque no muero,” porque eran sinceros en su esperanza, porque deseaban irse con Él, porque estaban convencidos; no como nosotros, que creemos pero no vivimos la esperanza.

        De todas formas ¿cómo es posible creer y amar y no ESPERAR, NO TRABAJAR POR EL CIELO,POR EL ENCUENTRO DEFINITO Y ETERNO CON DIOS NUESTRO PADRE, CON CRISTO, NUESTRO SALVADOR Y AMOR, con la Virgen Bella, con nuestros padres y todos los nuestros, con la infinitud de la gloria y amor de Dios Padre y del Hijo QUE LO DIO TODO PARA CONSEGUIRNOS LA ETERNIDAD DE GOZO EN LA SANTISIMA TIRNIDAD…

La esperanza cristiana es una virtud dinámica, por eso no es cruzarse de brazos esperando el cielo; es trabajar y vivir para alcanzar el cielo:«Tu resurrección, oh Señor, es nuestra esperanza, tu Ascensión es nuestra glorificación... Haz que ascendamos contigo y que nuestro corazón se eleve hacia ti. Pero, haz que levantándose, no nos enorgullezcamos ni presumamos de nuestros méritos como si fuesen de nuestra propiedad: haz que tengamos el corazón en alto, pero junto a ti, porque elevar el corazón no siendo hacia ti, es soberbia, elevarlo a tí, es seguridad; Tú ascendido al cielo te has hecho nuestro refugio...¿Quién es ese que asciende? El mismo que descendió. Has descendido por sanarme, has ascendido para elevarme. Si me elevo a mí mismo caigo; si me levantas tú, permanezco alzado... A ti que te levantas digo: Señor, tú eres mi esperanza, tú que asciendes al cielo; sé mi refugio». (San AGUSTIN, Ser. 261. 1).

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 24, 46-53.

 

QUERIDOS HERMANOS: Estamos celebrando la solemnidad de la Ascensión del Señor. La Ascensión es el punto culminante de su Resurrección, de la victoria total y definitiva de Cristo sobre la muerte. Es la entrada oficial en la gloria que correspondía al Resucitado, después de las humillaciones de la Pasión y del Calvario; es la vuelta al Padre, en el día de Pascua, cumplida la misión que el Padre le había confiado: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.

 

        1.- La Ascensión manifiesta a los Apóstoles que Él es el Mesías  y por eso“era necesario que sufriera para entrar así en su gloria”. En la Ascensión, este Mesías es ya glorificado, porque, vencida ya la muerte, hoy vence también el tiempo y el espacio y entra como vencedor y como Señor de la creación en su Gloria, “Gloria propia del hijo único de Dios...”.

        En este día, toda la naturaleza humana, toda la familia humana es elevada al cielo y su resurrección y ascensión es garantía  de la nuestra. Aquí está el fundamento de nuestra esperanza. Es lo que expresamos y pedimos en la oración colecta de este día: “Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, como miembros de su cuerpo”.

        Los evangelistas refieren el hecho con mucha sobriedad, y, sin embargo, su narración hace resaltar el poder de Cristo y su gloria:“El Señor Jesús… fue levantado a los cielos y está sentado a la derecha de Dios”.  El Señor habla como quien todo lo puede y les envía a sus Apóstoles por el mundo entero para dar la buena noticia de la Salvación: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra… Id al mundo entero y predicad el Evangelio”.  Se va, pero no nos deja solos, nos promete su presencia por su mismo Espíritu, cuya fiesta, tan importante para la Iglesia, celebraremos el próximo domingo:“Enviaré el Espíritu Santo, que os llevará hasta la verdad completa”, “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

 

        2.- Vamos a meditar ahora brevemente en las diversas realidades y aspectos que constituyen este misterio de la Ascensión del Señor a los cielos. En primer lugar:

 

        a) El hecho: es una realidad que se hace en el tiempo y en el espacio, por el poder del Señor de la Creación, con dominio sobre la misma, y para dejarlos y dejarnos ya para siempre en manifestación terrena e histórica. Asciende, no es ascendido; porque lo hace con su propia fuerza, virtud, poder. Ya lo había anunciado. Asciende no a un lugar, el cielo no es un lugar, sino Dios, de donde había bajado: “Subo a mi Padre y vuestro Padre”.

 

        b) Un sentimiento: Hoy debemos dar gracias a Cristo por todo lo que ha hecho por nosotros. Ha tenido que sufrir mucho. Vino del cielo sabiéndolo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. No lo tuvo todo claro ni fácil. Se pasó en el amor; podía habernos salvado con menos sufrimientos; pero nos amó hasta el extremo, hasta dar la vida. El Padre se lo agradece y lo sienta hoy a su derecha, es decir, al hombre Jesús le hace totalmente igual al Verbo, lo Verbaliza, lo hace Hijo.

        Hoy hay que hacer una comunión fervorosa. Nada de padres nuestros o rezos. De tú a tú con el Señor que ha sufrido tanto, pero podemos decirle que no ha sido en balde, que se lo agradecemos y que queremos serle fiel hasta la muerte, en medio de tantos perseguidores de su persona y doctrina, como hay hoy en España. Señor, no somos dignos de Ti. Gracias. Tú sí que nos amas, te quiero y agradezco lo que has hecho por nosotros.

 

        c) Hay un mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Con la Ascensión termina la misión terrena de Cristo  y empieza la tarea de los Apóstoles, la de la Iglesia, la tuya y la mía. Hay una doble partida: la del Señor al cielo y la de los Apóstoles a la evangelización. “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

        Hoy es un día para renovar nuestro compromiso misionero: los sacerdotes, los padres, los educadores, los amigos. Todos tenemos que ser misioneros, porque hemos sido enviados por Cristo desde nuestro bautismo, otros desde la Confirmación, algunos, desde el sacramento del Sacerdocio:“Seréis mis testigos…” del Evangelio, de la fe, de mi amor, humildad, generosidad. Todos podemos y debemos trabajar en esta tarea, ayudar a que todos conozcan a Cristo, por la palabra y por nuestro testimonio de vida. Cristo necesita de nosotros. Ha querido darnos ese gozo. No le decepcionemos.

       

d) Una lección: es el sufrimiento que acompaña a toda labor evangelizadora. Como Él sufrió. Así estaba escrito: “ El Mesías padecerá …y salvará a muchos… y al tercer día resucitará...”. Los cristianos tenemos que aprender a sufrir con Cristo antes de entrar en la gloria. Por eso, todo hay que hacerlo mirando al cielo, pero no egoístamente, para nosotros solos, sino para todos, mirando el cielo de todos. Somos sembradores, cultivadores y colectores de eternidades. Hay que hacerlo siempre mirando al cielo, es decir, con esperanza. El cielo es Dios. Debe ser una ascensión continuada y permanente.

 

        e) Y una virtud: la esperanza. Hoy es el día de la esperanza cristiana: hay que pensar más en el cielo, amar más el cielo, trabajar más por el cielo. Este deseo de Dios, de cielo debe influir más en nuestra vida. Toda ella debemos vivirla mirando a Dios. La esperanza es el culmen del amor y de la fe. Poca fe y poco amor si no deseamos a Dios. San Pablo: “Ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que le aman”. Así los santos: deseaban, incluso querían morirse, porque amaban y deseaban a Dios: “que muero porque no muero.” Nosotros por lo menos, no actuemos desconociendo lo que nos espera, o no preparando la marcha, o hacerlo sólo por temor.

¿Cómo decir que creemos, que amamos a Dios y luego no queremos  pensar, ni trabajamos ni deseamos estar con Él? La esperanza cristiana es una virtud dinámica, activa, trascendente, cristológica, esto es, en Cristo y por Cristo al Padre. Por eso no es cruzarse de brazos esperando el cielo; es dinámica: trabaja para alcanzar el cielo. Cierta: porque ya está nuestra cabeza y nosotros somos los miembros de esa cabeza, que es Cristo. “Los Apóstoles fueron y proclamaron el Evangelio en todas partes”. Como tenemos que hacerlo nosotros. Gracias a ellos, el Evangelio ha llegado hasta nosotros. Y con Él, la salvación y el cielo que a todos deseo, cumpliendo la voluntad de Dios “en la  tierra como en el cielo”. Siempre el reino de Dios: creído, amado, esperado, propagado. Tenemos que pensar más en el cielo, amar más el cielo, esperar más el cielo. El cielo es Dios. Y Dios está en nosotros. Si tenemos fe viva, sentimos el cielo dentro de nosotros. Amén.

 

«Tu resurrección, oh Señor, es nuestra esperanza, tu Ascensión es nuestra glorificación... Haz que ascendamos contigo y que nuestro corazón se eleve hacia ti. Pero, haz que levantándose, no nos enorgullezcamos ni presumamos de nuestros méritos como si fuesen de nuestra propiedad: haz que tengamos el corazón en alto, pero junto a ti, porque elevar el corazón no siendo hacia ti, es soberbia, elevarlo a tí, es seguridad; Tú ascendido al cielo te has hecho nuestro refugio...¿Quién es ese que asciende? El mismo que descendió. Has descendido por sanarme, has ascendido para elevarme. Si me elevo a mí mismo caigo; si me levantas tú, permanezco alzado... A ti que te levantas digo: Señor, tú eres mi esperanza, tú que asciendes al cielo; sé mi refugio». (San AGUSTIN, Ser. 261. 1).

 

 

******************************************

 

Queridos hermanos: Esta homilía podría titularse: La subida al monte Tabor de la transfiguración por el camino de la oración.

1.- Jesús se retira a lo alto del monte a orar, porque en el silencio de las cosas y de las voces humanas se oye mejor la voz y la llamada de Dios. El ejemplo de Jesús lo han seguido y lo siguirán todas las personas que quieran ser cristianos de verdad, que quieran contemplar  el rostro de Dios, que quieran contemplar y sentir lo que creen por la fe,  todos los santos que han existido y existirán, todos los místicos que lo han sentido y sentirán: “descubre tu presencia y máteme tu rostro y hermosura… y para eso san Juan de la Cruz, santa Teresa, Madre Teresa de Calcuta, Isabel de la Trinidad, bueno, ya santas, están canonizadas, para ese encuentro ellos y ellas nos dicen que el camino único es la oración diaria con la conversión permanente de nuestros pecados, que son los velos que nos impiden ver a Cristo transfigurado y contemplar su rostro y hermosura, repito, para nosotros como para todos los santos, el único camino para ver y sentir a Dios, a Cristo, es la oración-conversión permanente que nos lleva a pasar de la  meditación a la contemplación, para llegar así a la unión transformativa en Cristo.

Y el único camino para ver y sentir a Cristo transfigurado en nuestro corazón como en el Sagrario, es la oración, primero meditativa-reflexiva, luego contemplativa, - cuando uno ya no necesita tanto de libros y lecturas porque entra en oración, en diálogo con Dios, sobre todo, Eucaristía, solo con mirarle, con estar en su presencia.

Y para eso, ratos de oración-conversión personal en los que Cristo, sobre todo, Eucaristía, me ilumina y me hace ver mis defectos de soberbia, envidias y caridad, etc. y en la medida que me vaya vaciando de mi mismo, Él me va llenando y yo voy avanzando y sintiendo su presencia en mi alma, y me va llenando y yo lo voy sintiendo más en la medida de mis vacíos de mi yo.

Repito, porque es poquísimo lo que oigo hablar de esto, en nuestra vida cristiana y sacerdotal y formación permanente, nunca se tienen que separar en nuestra vida espiritual oración y conversión. Y así vaciándome de mí mimo cada vez más por la oración-conversión, Cristo me ya llenando y lo voy sintiendo vivo, vivo en mi corazón, sobre todo la Eucaristía, en el Sagrario.

no lo dudéis, por la oración-conversión llegamos a la contemplación y vivencia de Cristo vivo, vivo y resucitado y transfigurado: al cielo en la tierra: ahí teneis a San Pablo, tres años en el desierto de Arabia una vez caído del caballo y de no creer y perseguirle… “para mí la vida es Cristo…deseo morir para estar...todo lo considero basura…

Tengo el gozo de haberme encontrado con personas así en mi vida pastoral y parroquialo:he conocido almas contemplativas, todas, almas de oración, ni una sola que no se retire todos los días un rato largo al silencio para contemplar a Dios, hablar con El, amarle, pedirle perdón…

 

        2.-Es que sin oración personal no se puede contemplar a Cristo transfigurado,  no hay cristianismo serio y profundo,  no hay transformación de las almas en Cristo. El Tabor es la experiencia del Dios vivo por la oración. Sin Tabor no hay gozo profundo de la fe experimentada, no hay amor ardiente y fuego de Espíritu Santo, no puede haber conversión permanente y santidad.

Para ser cristianos serios y convencidos necesitamos absolutamente de la oración personal, porque es allí donde el Cristo de la fe, de nuestras comuniones eucarísticas, de nuestro sagrario se transfigura  y nos transfigura llenándonos de su presencia y amor.

        3. El Tabor existe. Y Cristo sigue transfigurándose ante le buscan en la oración y en la vida. No todos los Apóstoles le vieron tranfigurado, porque no todos subieron a la montaña del Tabor. Cristo se quedó en el sagrario porque desea transfigurarse ante cada uno de nosotros, pero para eso hay que buscarle en ratos largos de oración. Si no hemos llegado a verle transfigurado, es porque no le buscamos y subimos por la montaña de la oración-conversión.

        4.- “Y se ojó la voz del PadreEste es mi hijo amado, escuchadle”. Padre eterno, lo tendremos en cuenta. Le escucharemos a tu Hijo todos los días en la oración, sobre todo aquí en el sagrario, monte Tabor permanente. Y para eso, leer y meditar y vivir el evangelio primero para comprenderlo y luego sentirlo y vivirlo: Lectio, meditatio, oratio et contemplatio... no hay otro camino, aunque seas obispo o papa.

        5.- “¡Qué bien se está aquí!” dice Pedro y el evangelista añade que no sabía lo que decía ¡Vaya si lo sabía! Como Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Isabel de la Trinidad, Madre Teresa de Calcuta, Teresita del Niño Jesús y todos los que han llegado a estar alturas: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado.”

San Juan de la Cruz  describe así esta transfiguración de las almas: «¡Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste, amado con amada, amada en el amado transformada».  Isabel de la Trinidad:  «Y vos, oh Padre, inclináos sobre esta pobrecita criatura vuestra, no veáis en ella sino al Amado en quien habéis puesto todas vuestras complacencias: Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita en la que me pierdo, entrégome sin reservas a Vos, sepultaos en mí para que yo me sepulte en Vosotros hasta que vaya a contemplaros en la infinitud de tu Gloria. Amén”

        6.- Y así es cómo la vida cambia, y el cielo empieza ya en la tierra, y las almas desean morirse para verlo plenamente en el cielo y todo se vive de otra forma y podemos decir con San Pablo: “deseo morir para estar con Cristo…. Vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mí”, y Dios se entrega totalmente a las almas y las transforma: «Oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro».  Y con Teresa de Jesús: «Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero que muero porque no muero… esta vida que yo vivo, es privación…».

 

 

********************************************

 

 

 

 

 

 

 

 

 

RETIRO DE LA ASCENSIÓN

 

Y AHORA, PADRE, GLORIFICA A TU HIJO» (Ascensión)

 

Jesucristo  resucitado sólo permaneció cuarenta días con
sus discípulos; pero, como dice San León, «no los pasó ociosos» . Jesús, en sus múltiples apariciones y conversaciones con sus apóstoles, «al hablarles del reino de Dios» 2, llenó de gozo sus corazones, fortaleció la fe en su triunfo, en su persona y en su misión y les dió igualmente «sus últimas instrucciones» acerca del establecimiento y organización de la Iglesia.

 Una vez cumplida su misión en la tierra, y llegada la hora de volver al Padre, «cual divino gigante que ha andado su carrera en la tierra» , vuela a disfrutar ya en toda su plenitud de los goces profundísimos de su maravilloso triunfo y a consumar con su Ascensión gloriosa a los cielos su vida en este mundo.

Entre las fiestas de nuestro Señor, m atrevería a decir que la Ascensión es en alguna manera la mayor, por ser la glorificación suprema de Cristo Jesús. La santa madre Iglesia llama a la Ascensión «admirable» » y «gloriosa» 6, y en todo el Oficio de esta fiesta nos hace cantar las grandezas de este misterio.
Nuestro divino Salvador había pedido a su Padre que
«le glorificase con aquella gloria que poseía su divinidad en los resplandores eternos de ios cielos . ((Con la victoria de la resurrección comenzó a apuntar la aurora de la glotificacjón personal de Jesucristo » 8; su admirable ascensión señala su mediodía: «Fué elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios » . Es la glorificación divina de la humanidad de Cristo por encima de todos los cielos.
Digamos, pues, algo de esta glorificación, de las razones en que estriba, de la gracia especial que nos trae, todo lo cual parece resumirlo la Iglesia en la oración de la misa: «Concédenos, te lo rogamos, Dios Todopoderoso, que los que creemos que hoy subió al cielo tu Unigénito y Redentor nuestro, vivamos también con la mente en los cielos, » Esta oración da cuenta en primer lugar de nuestra fe en el misterio, recordando los títulos de Hijo único » y de ((Redentor» qu se predican de Jesucristo; luego indica la Iglesia los motivos de la exaltación de su Esposo a los cielos, y finalmente la gracia que lleva aneja el misterio para nuestras almas.

 

  1. TRIUNFO MAGNÍFICO DE JESÚS EN SU ASCENSIÓN A LA DIESTRA DEL PADRE
  2.  

Hállase representado de un modo sensible y muy conforme a nuestra naturaleza el misterio de la Ascensión de Jesús, ya que contemplamos a la sacratísima Humanidad elevándose desde la tierra y volando visiblemente hacia los cielos.

Reúne Jesús por última vez a sus discípulos y condúcelos consigo a Betanja, a la cumbre del monte de los Olivos; allí les encomienda otra vez la misión de predicar por toda la tierra, prometiéndoles estar siempre con ellos por su gracia y por la virtud de su Espfritu 10; luego los bendice y se eleva por su propio poder divino y el de su alma gloriosa por encima de las nubes y desaparece a sus miradas. Pero esta Ascensión material, tan real y maravillosa como aparece, es también símbolo de otra ascensión, cuyo final no presenciaron ni siquiera los apóstoles, ascensión más admirable todavía, aunque incomprensible para nosotros. Nuestro Señor sube ((por encima de todos los cielos» 11, sobrepasa a todos los coros de los ángeles, «sin detenerse hasta llegar a la diestra del Padre».

Ya sabéis que esta expresión ((a la diestra del Padreo rio es más que una figura y no hay que tomarla literalmente, pues Dios, como espíritu puro, no tiene nada corporal. Pero la Sagrada Escritura y la Iglesia la emplean para iniciar los subjimes honores y el triunfo magnífico que se tributaron a Cristo en el santuario de la divinidad.

De igual modo, cuando decimos que Jesucristo ((está sentado», queremos dar a entender que entró para siempre en posesión de aquel descanso eterno que le merecieron sus gloriosos combates, sin que dicho reposo excluya, no obstante, el ejercicio continuo de la omnipotencia que el Padre le comunica para regir, santificar y juzgar a todos los hombres.

San Pablo cantó en su carta a los Efesios, en términos grandiosos, esta glorificación divina de Jesús, diciendo: «Dios desplegó en la persona de Cristo la eficacia de su fuerza victoriosa, resucitándole de entre los muertos y colocándole a su diestra en los cielos, sobre todo principado y potestad y virtud y dominación y sobre todo nombre, por celebrado que sea, no sólo en este siglo, sino también en el futuro,, y puso todas las cosas bajo sus pies y le constituyó cabeza y soberano de toda la Iglesia» 14

De hoy más Jesucristo es y será para toda alma el único venero de salud, de gracia, de vida, de bendición, y su nombre, como dice el Apóstol, es tan grande, tan deslumbrador y tan glorioso, que ((toda rodilla se doblará al oírlo así en el cielo como en la tierra y en los infiernos... y toda lengua publicará que Jesús vive y reina para siempre en la gloria de Dios Padre » 15 Ved, si no, cómo desde aquell hora bendita «la innumerable muchedumbre de escogidos de la Jerusalén celestial, donde el Cordero inmolado es la luz eterna, arrojan sus coronas a sus pies, postrándose ante Él, y proclamándole en nutrido coro, cuyas sinfonías semejan el ruido del mar, y que es digno de todo honor y de toda gloria, porque El es el principio y fin de su salvación y eterna felicidad)) 1»
Desde aquella hora, en toda la faz de la tierra, todos los días, durante la santa Misa, la Iglesia eleva desde sus templos sus súplicas y sus alabanzas, pues que en Él está la fuente única de toda fortaleza y de toda virtud y Él solo puede Sostenerla en sus luchas. «Tú que estás sentado a la diestra del Padre, ten piedad de nosotros, pues sólo Tú eres santo; Tú, el único Sefior, el único Altísimo, oh Jesucristo, junto con el Espfritu Santo en la gloria de Dios Padre. »
Desde aquella hora también, los príncipes de las tinieblas, a quienes Cristo ya vencedor arrancó para siempre su presa 17, están presos de terror con sólo oír el nombre de Jesús, y se ven forzados a huir y abatir su orgullo ante el signo victorioso de su cruz.

Tal es la magnificencia del triunfo con que entró para siempre en el cielo l humanidad de Jesús el día de su admirable Ascensión.

 

2. MOTIVOS PRINCIPALES DE ÉSTA EXALTACIÓN MARAVILLOSA DE CRISTO: ES EL Hijo DE Dios, Y SE HA ABISMADO EN LAS IGNOMINIAS DE LA PASIÓN

 

Ahora me preguntaréis el porqué de esta exaltación suprema de Cristo, de esta gloria inconmensurable que fué como la herencia de su santa Humanidad.
Todas las razones pueden reducirse a dos principales: la primera es que jesucristo es el Hijo mismo de Dios, y la segunda, que, para rescatamos, se abismó en la humillación. Jesús es Dios y hombre. Como Dios, llena cielos y tierra con su divina presencia; de modo que sube en cuanto hombre a la diestra del Padre. Mas como la Humanidad en Jesús está unida a la persona del Verbo, de ahí que es la Humanidad de u Dios, y, como tal, goza de plenísimo derecho para pretender la gloria divina en medio de los resplandores eternos.
Esta gloria la había mantenido Cristo velada y oculta durante su vida mortal, menos el día de la Transfiguración 18 El Verbo quiso unirse a una humanidad flaca como la nuestra, pasible, sometida a las miserias, al sufrimiento y a la misma muerte. Ya vimos cómo Jesús desde la aurora de su resurrección entró en posesión de aquella clarísima gloria, con la cual quedaba su santa Humanidad para siempre gloriosa e impasible, aunque morando todavía en un lugar Corruptible, donde reina la muerte. Para llegar a la cumbre y último ápice de esta gloria, necesitaba Jesús resucitado un lugar que correspondiese dignamente a su nuevo estado; su lugar propio eran las alturas del cielo, desde donde pudiesen ya irradiar en toda su plenitud su gloria y poder sobre toda la sociedad de los escogidos y redimidos.

Jesús, Hombre Dios, Hijo de Dios e igual a su Padre, tiene derecho a sentarse a su diestra y a participar con Él de la magnificencia de la gloria divina, de la felicidad infinita y de la omnipotencia del Ser Soberano »°.

La segunda razón de esta suprema glorificación consiste en que es una recompensa de las humillaciones sufridas por Jesús por amor a su Padre y por caridad para con nosotros. Al entrar Cristo en este mundo, como ya llevo varias veces repetido, se entregó enteramente al divino beneplácito del Padre: «Heme aquí que vengo a hacer, oh Dios mío, tu voluntad» 21; aceptó el llevar a cabo hasta su total realización todo el programa de humillaciones anunciadas, y apuró hasta las heces el cáliz amargo de dolores e ignominias sin cuento., anonadándose hasta la maldición de la cruz.

¿Por qué todo esto? «Para que sepa el mundo que amo a mi Padre» «1 tas, sus perfecciones y su gloria, sus derechos y voluntad. He ahí por qué: pro pter quod — notad las palabras empleadas por San Pablo, ellas indican la realidad del motivo —, «he aquí por qué Dios Padre glorificó a su Hijo, y por qué le ha sublimado por encima de todo cuanto existe: cielo, tierra e infierno» ».

Terminado el combate, suelen los príncipes de la tierra recompensar en medio de regocijos a los esforzados capitanes que defendieron sus prerrogativas, vencieron al enemigo y dilataron con sus conquistas los confines de su reino. El día de la Ascensión, ¿no ocurrió algo de esto en el cielo, aunque con una magnificencia incomparable? Jesús había realizado fidelísimamente la obra que su Padre le había confiado: Quae placita sant ei facio semper.
Opus consurnnravj
24; entregándose a los golpes de la justicia como víctima santa, bajó a incomprensibles abismos de dolores y oprobios. Expiada ya y saldada nuestra deuda, desbaratados los poderes de las tinieblas y reconocidas las perfecciones del Padre, vengados sus derechos y abiertas de nuevo las puertas del cielo a todo el humano linaje, no podemos comprender el inefable gozo que sentiría el Padre eterno — osando así balbucear tales misterios — al coronar a su Hijo, después de la victoria ganada al príncipe de este mundo. ¡

Qué alegría la de llamar a aquella santa Humanidad de Jesús - gustar de los esplendores, felicidad y poderío de una eterna exaltación! Y tanto más cuanto que Jesús, ya a punto de consumar su sacrfficio, pidió a su Padre esta gloria, que había de dilatar la gloria misma del Padre: «Padre, llegada es la hora: glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifiques u « Sí, Padre mío, llegada es la hora: tu justicia está ya satisfecha por mi expiación; séalo igualmente por los hoflores que reciba tu Hijo, a causa del amor que te ha manifestado en medio de sus dolores. ¡Padre soberano, glorifica a tu Hijo, afianza su reino en los corazones de cuantos le aman, reduce a su aprisco las almas que de Él se apar 2XbiS taron, atrae hacia Él a aquellas que, sepultadas en las tinieblas, aun no han llegado a conocerle! ¡ Glorffica a tu Hijo, para que Él, a su vez, te glorffique, manifestando tu Ser divino, tus perfecciones y tus deseos.! »
Oíd ahora la respuesta del Padre: «Le he glorificado y le glorificaré todavía más» 26 Y dice al mismo Cristo aquellas palabras solemnes y proféticas del salmista: «Tú eres mi Hijo... Pídeme y yo te daré por herencia las naciones... y tus dominios se extenderán hasta los últimos confines de la tierra... Siéntate a mi diestra hasta tanto que haga a tus enemigos servir de escabel a tus pies »
En las obras divinas brillan inefables y secretas armonías, cuyo sabor peculiar hechiza a las almas fieles.

Notad aquí: ¿dónde comenzó Jesucristo su Pasión? Al pie del monte de los Olivos. Allí, durante tres horas largas y continuas, su alma santísima — que con la luz divina preveía la trama toda de su Pasión, las angustias y dolores que habían de constituir su sacrificio — se vió presa de mortal tristeza y abatimiento, de hastío, miedo y angustia. Nunca jamás llegaremos a comprender la cruel agonía por que pasó el Hijo de Dios en el jardín de los Olivos; Jesús sufrió allí, en alguna manera, todos los dolores de la Pasión: «Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz» 28

¿Dónde inauguré nuestro divino Salvador las alegrías de su Ascensión? Jesús, que es la Sabiduría eterna, que es todo uno ccni su Padre y el Espíritu Santo, quiso escoger, para volar a los cielos, la nilsma montaña que había sido testigo de sus congojas y agonías. Allí, en donde, a manera de torrente vengador, se cebé en Cristo la justicia divina, allí mismo le corona ahora de honor y gloria 2s; y el lugar mismo que fué testigo de los más recios combates, es el teatro donde apunta la aurora de su incomparable triunfo.
¿No tiene sobrada razón, pues, nuestra Madre la Iglesia, para ensalzar y proclamar «admirable» la Ascensión de su divino Esposo?

 

3. GRACIA QUE NOS COMUNICA CRISTO EN ESTE MISTERIO PENETRAMOS CON ÉL EN LOS CIELOS COMO MIEMBROS DE SU CUERPO MÍSTICO

Tal es el misterio de la Ascensión: sublime glorificación de Jesucristo por encima de toda criatura, a la diestra de Dios Padre. « Salió Jesús del Padre » y tomó a su Padse » °, después de haber terminado su misión en la tierra. «A manera de gigante que se lanza animoso a recorrer su Camino» «salió de lo alto de los cielos», del santuario de la divinidad, y ((se remonta a las más empinadas cumbres para gozar allí de la gloria, de la felicidad y del poder divino».

Este triunfo, en lo que tiene propiamente de divino, es privilegio exclusivo de Cristo, Hombre Dios y Verbo encarnado, pues a Él solo, como Hijo de Dios y Redentor del género humano, le es debida esta gloria infinita. Por eso decía San Pablo: «dA quién de los Ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a mi diestra?» 32
Idéntico pensamiento expresaba Nuestro Señor conversando con Nicodemo: ((Nadie subió al cielo, decía Jesús, sino aquel que ha descendido del cielo, a saber, el Hijo del hombre que está en el cielo » Jesús es por su Encarnación el Hijo del hombre; mas al encarnarse sigue siendo el Hijo de Dios, que está siempre en el cielo. Al descender del cielo desde el seno del Padre para vestirse de nuestra naturaleza, vuelve a subir allí Cristo como a lugar natural de su morada, puesto que a Él solo, como verdadero Hijo de Dios, le pertenece de pleno derecho subir de nuevo junto al Padre y participar de los sublimes honores de la Divinidad, a Él solo reservados.

¿Entraremos nosotros en los cielos, o bien quedaremos excluídos de aquella morada de gloria y de bienandanza? ¿No tendremos alguna parte en la ascensión de Jesús? Sí, por cierto; mas, como ya lo sabéis, entraremos en el cielo con Cristo y por medio de Cristo.

¿De qué modo? Por el bautismo, que nos hace hijos de Dios. Así lo declaró Nuestro Señor en la entrevista que tuvo con Nicodemo: «Quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios)) ». Que es como sí dijera: no es posible entrar en el cielo si no se renace de Dios; hay un nacimiento eterno en el seno del Padre, y éste es el mío; con pleno derecho me subo al cielo, por ser yo el propio Hijo de Dios, engendrado en los esplendores de los santos; pero hay también otros hijos de Dios y son ((aquellos que nacen de Él» por el bautismo. Éstos son los hijos de Dios, y por lo mismo «sus herederds», como dice San Pablo, y a la vez ((coherederos de Cristo » 36, pues participan de su misma herencia eterna.

El bautismo, al hacernos hijos de Dios, nos hace asimismo miembros vivos de aquel cuerpo místico cuya Cabeza es Cristo. ¡En términos tan claros se expresa el Apóstol! : ((Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno por su parte)) u; y con más viveza si cabe, dice también: «Nadie aborrece su propia carne; antes bien, la sustenta y cuida; vosotros mismos estáis formados de carne de Cristo y de sus huesos)).

Y como los miembros participan de la gloria de la Cabeza, y el gozo de la persona trasciende a todo su cuerpo, de ahí que participemos nosotros de todos los tesoros que Cristo posee, y sus alegrías, sus glorias y su dicha sean también nuestras. ¡Prodigio grande de la misericordia divina! ((Rico es Dios — exclama el Apóstol — en misericordia; movido de la excesiva caridad con que nos amó, aun cuando estábamos muertos por los pecados, nos dió vida juntamente con Cristo (por cuya gracia vosotros habéis sido salvados), y nos resucitó con Él, y nos hizo sentar en los cielos con Él, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia, en vista de la bondad usada con nosotros por amor de Jesucristo»

 Así como todo lo que obra el Padre lo hace de igual modo el Hijo 40 Jesucristo lleva en pos de sí nuestra humanidad para que ocupe en el cielo la silla preparada. Ésta es la gran obra, la hazaña heroica de este gigante divino:
volver a abrir con sus padecimientos las puertas del cielo cerradas a la humanidad caída y trasladarla consigo a los resplandores del cielo 41•
Cuando Jesucristo subió a los cielos, afirma San Pablo, toda una comitiva de Santos, que eran su glorioso trofeo, entró con Él en la gloria: Captivam duxit captivitatem. Pero estos justos, que hacían la escolta a Jesús en su triunfo, no son sino las primicias de la pingüe cosecha, ya que sin cesar suben al cielo almas que, hasta el día en que el reino de Cristo llegue al colmo de su plenitud, perpetuarán su Ascensión.

«La Ascensión de Cristo a los cielos es también la nuestra; la gloria de la cabeza es gran motivo de esp eran- za para el resto del cuerpo; en este día santo ya no sólo se nos ha dado la certeza de entrar en posesión de la gloria eterna, sino que también penetramos en las alturas del cielo con Jesucristo» 42 oLLa astucia del enemigo nos había derribado del encumbrado sitial del cielo; el Hijo de Dios, incorpora’ndonos a é1 nos ha colocado a la diestra de su padre)) .
¡ Qué cánticos, qué acciones de gracias no entonarán los Santos en loor del Cordero inmolado por los hombres1 Qué ovaciones y adoraciones no harán sin cesar a Aquel que con indecibles tormentos compró su dicha eterna!]

No nos ha llegado aún la hora de esta glorificación; pero hasta unirnos al coro de los bienaventurados, debemos vivir con el pensamiento y fervorosos deseos en el cielo, donde Jesucristo, nuestra Cabeza, mora y reina por los siglos de los siglos.

Somos en la tierra huéspedes y extranjeros que caminamos en busca de la patria, como miembros de la ciudad de los santos y la casa de Dios; «por la fe y la esperanza debemos ya vivir en el cielo» ‘, como dice San Pablo.
Esta gracia es la que quiere la Iglesia que pidamos en dicha festividad: « ¡Oh Dios Omnipotente! Ya que creemos que vuestro Hijo Único y Redentor nuestro subió hoy a los cielos, coricédenos que también nosotros vivamos con el pensamiento en el cielo.» En la poscomunión de la misa pedimos «sentir los efectos invisibles de aquellos misterios de los que visiblemente participamos». Por la sagrada Comunión nos unimos a Jesús; al venir a nosotros, Nuestro Señor nos hace participantes en esperanza de la gloria de que Él está gozando «y nos da de ello una prenda segura» ».

¡Oh, le diremos, llévanos en pos de ti, Héroe magnánimo y poderoso: Trahe nos post te; danos el subir contigo a los cielos y habitar allí por la fe, la esperanza y la caridad! Concédenos el desasimiento de todo lo terreno y caduco, para no buscar más que los bienes verdaderos y perdurables «Vivamos allá con el corazón, donde creemos que tu santa Humanidad subió corporalmente» ».

 

4. SENTIMIENTO DE Gozo PROFUNDO QUE DESPIERTA EN NOSOTROS ESTA GLORIFICACIÓN DE Jzsús: «Tu ESTO NOSTRUM GAUDIUM»

Múltiples son los sentimientos que la Ascensión de Jesús despierta en el alma fiel que la contempla con devoción, pues si bien es cierto que Cristo ya no merece más, su Ascensión tiene empero la virtud de producir eficazmente las gracias que significa o simboliza.

Ella robustece nuestra fe en la. divinidad de Jesús; aumenta nuestra esperanza mediante la visión de la gloria de nuestro Caudillo, y, animándonos a la observancia de sus mandamientos, en la que estriban nuestros méritos, que son principio de nuestra futura bienaventuranza, hace que nuestro amor sea todavía más ardiente. En la Ascensión de Cristo admiramos su triunfo magnífico y le agradecemos el que nos haya dado participación de este mismo misterio. «Elevando nuestras almas a las celestiales n’sil dades, aviva en ellas el desapego de las cosas traii,dlo rías» 47; nos da paciencia en las adversidades, pues, eoitei dice San Pablo: ((Si compartimos los padecjrnjeut 1. Cristo, seremos también asociados a su gloria)) •

Hay, no obstante esto, dos sentimientos en los ciialr’ quiero entreteneros unos breves instantes, porque brniiui más espontáneos y abundosos de la contemplación piado de este misterio y son singularmente fecundos para itin tras almas: son los sentimientos de gozo y de confianza.

En primer lugar, ¿por qué gozarnos en este misterio?
Nuestro Señor mismo se lo decía a sus apóstoles anloii de separarse de ellos: «Si me amaseis, os alegraríais It» que vaya al Padre» ». Otro tanto nos dice también a noN otros. Si le amamos, nos regocijaremos de su glorificacj)’i,1, nos gozaremos de que, terminada su carrera mortal, suma a la diestra del Padre, para ser ensalzado en lo más alto de los cielos, para gozar, acabados sus trabajos, sus dolor4lN y su muerte, de un descanso eterno envuelto en gloria inconmensurable. Rodéale y compenétrale para siempre en el seno de la divinidad una dicha para nosotros incoin prensible, puesto que le ha sido dado un poder supretiio sobre toda criatura.

¿Cómo no gozar al ver que Jesús recibe del Padre tuh, aquello que en justicia se le debía?

Mirad cómo nos invita la Iglesia en su liturgia a celo brar con alegría esta exaltación de su Esposo, nuestro Día a y Redentor nuestro. Unas veces exhorta a los pueblos todos a demostrar NO plena alegría en repetidos himnos: « ¡ Aplaudid, nacioiwN todas! ¡Alabad a Dios con voces de júbilo!» «Porque el Señor asciende entre aclamaciones, y las trompetas cole brari su ida al cielo. ¡Cantad a nuestro Dios! ¡Caniasi o nuestro Rey! ¡ Cantad armoniosos salmos! Porque el Soíioi reina sobre las naciones, y está sentado sobre su santo ti’u fo» »°. «Ensalzad al Rey de reyes, y cantad un himno a Dios ».

Otras interpela a las potestades angélicas: ((Levantad, príncipes de los cIelos, vuestras puertas, para que entre Rey de la gloria»: Maravillados, los ángeles se pregun¿ Quién es este Rey de la gloria?)) « Es el Señor lleno
fuerza y poder, el Señor que manifiesta su brazo en batallas.» Y los espfritus del cielo repiten: « ¿Quién es, ss, ese Rey de la gloria?» ((Es el Señor de los ejérçitos, solo es el Rey de la gloria)) Finalmente, otras veces, en un lenguaje perfumado de sía, la Iglesia se dirige al mismo Jesús, y le dice con
Salmista: «Ensálzate, oh Señor, por tu poder divino, irque nosotros cantaremos y ensalzaremos tus triunfos59. rFit majestad resplandece en lo más alto de los cielos » Itas hecho de las nubes tu carroza, y andas sobre las olas los vientos; revestido estás de luz y majestad; cubierto lás de luz, como de vestidura»
Alegrémonos muy de veras. Los que aman a Jesús nten en sí un intenso y profundo gozo al contemplarle el misterio de su Ascensión, al dar gracias al Padre por aiber dispensado tal gloria a su Hijo, y al felicitar a Jesús nr ser Él el objeto de esta disposición altísima y nunca

Regocijémonos, además, porque este triunfo y esta gbación de Jesús son también los nuestros.«Yo vuelvo a mi Padre, que es también vuestro Padre, mi Dios y Dios vuestro» Jesús tan sólo nos precede, urS Élno se aparta de nosotros ni nos separa de Sí. Si ,ntra en su glorioso reino, es ((para prepararnos allí un itial». Promete «volver un día para tomarnos)) y sentarnos cabe Sí, y «hacer que estemos donde Él está» Por tanto, ya estamos de derecho en la gloria y felicidad de Jesuoristo, y en la realidad lo estaremos también algún día. Iues, »no ha pedido a su Padre que donde Él esté estelos también nosotros?)) »». ¡Oh qué poder el de esta oras’ióii y qué dulzura la de esta promesa!
Demos, pues, libertad a nuestro corazón para ir en 1 nisca de esta íntima y espiritual alegría; no hay nada que  «dilate» tanto nuestras almas como este sentimiento, imclii que las haga «correr con más generosidad por el cainhio de los mandamientos, de los mandamientos del Señor» , En estos días santos repitamos a menudo a Jesús las vii lidas aspiraciones del himno de la fiesta:
u ¡Sé Tú nuestra alegría, ya que algún día serás nuesl ro premio; y toda nuestra gloria en Ti vaya siempre cifuola por los siglos de los siglos » «o.

 

5. INALTERABLE CONFIANZA QUE DEBE ANIMARNOS TAuBIN EN ESTA SOLEMNU3AD: CRIsTo PENETRA EN EL SAMIO DE LOS SANTOS COMO PONTÍFICE SUPREMO Y CONTINÚA L1t COMO ÚNICO MEDIANERO

 

Debemos unir una firmz’sima confianza a esta profunda alegría. Esta confianza estriba principalmente en el eré. dito todopoderoso de Cristo cerca de su Padre, no ya sólo por ser Rey invencible que hoy inaugura su triunfo, Sino también por ser Pontífice supremo que intercede siempre por nosotros, después de haber ofrecido a su Padre una oblación de valor infinito. Pues bien; esta mediación única, Jesús la comenzó más particularmente el día de su Ascensión gloriosa a los cielos. Ahí tenéis un aspecto muy íntimo del misterio en e1 cual es muy conveniente pararnos unos momentos. San Pablo, que es quien nos le reveló en la Epístola a los Hebreos, le llama «inefable».

Sin embargo de ello, voy a tratar, guiado por el gran Apóstol, de daros una idea. El Espíritu Santo nos haga comprender lo prodigiosas que son las obras divinas. En primer lugar, San Pablo recuerda los ritos del sacrificio más solemne de la Antigua Alianza. Y ¿por qué este procedimiento? Sin duda porque él hablaba a los judíos y convenía hacerlo de modo que ellos le entendiesen. Pero hay otra razón más profunda. ¿Cuál es? El mismo Apóstol nos la descubre. Es la relación íntima, establecida por Dios, entre el ceremonial antiguo y el sacrificio de Cristo. Y ¿cuál es esa relación?

Dios, como sabéis, en su presciencia eterna abarca toda h serie de siglos; además, con su sabiduría infinita, dispoiio todas las cosas con medida y equilibrio perfectos. Ahora bien, l ha querido que los principales sucesos que han señalado la historia del pueblo escogido, y los sacrificios con qüe estableció la religión de Israel fuesen otros tantos tipos imperfectos y símbolos oscuros de las realida(les grandiosas que debían suceder cuando el Verbo Encariiado apareciese en la tierra: «Estas cosas todas les acaeç’fnn figurativamente... » «2 ((Sombra de las cosas que habían do venir» 63 He ahí por qué el Apóstol insiste primero en el sacrificio de los judíos; y no lo hace tanto por el gusto de sentar una simple comparación para facilitar a sus oyenles la inteligencia de su tesis, cuanto porque la antigua Alianza presagiaba, por sus medias luces, los esplendores de la nueva Ley fundada por Jesucristo.
Recuerda además San Pablo cuál era la estructura del templo de Jerusalén, planeado todo por el mismo Dios. «Había en él, dice, un primer «tabernáculo», llamado el Santo, adonde entraban de continuo los sacerdotes para el servicio del culto; detrás del velo estaba el altar de oro para el incienso y el arca de la alianza» •

El «Santo de los Santos» era el lugar más augusto de la tierra y el centro hacia el cual convergía todo el culto do Israel. Hacia él volaban los pensamientos y se elevaban las manos de todo el pueblo judío. ¿Por qué así? Porque [)ios había puesto allí su morada especial, y prometido «tener fijos en él sus ojos y su corazón» 65; allí recibía ri los homenajes, bendecía los votos y atendía las súplicas de Israel y entraba, como en estrecho contacto, con ui pueblo.

Mas este contacto, como también lo sabéis, no se estaIdecía sino por mediación del gran sacerdote. Era, en efeclo, tan temible la majestad de este tabernáculo, donde Dios habitaba, que solamente el sumo pontífice de los judíos podía penetrar en él, estando prohibida la entrada a todos los demás, bajo pena de muerte. El pontífice entral)a allí revestido de los hábitos pontificales, llevando ol)re su pecho el misterioso «racional», hecho de doce

piedras preciosas, en las que se veían grabados los nombres de las doce tribus de Israel: sólo de esta manera simbólica el pueblo tenía acceso al «Santo de los Santos».

Además, el mismo sumo sacerdote no podía salvar el velo de este tan santo tabernáculo sino una vez al año, y aun antes debía inmolar, fuera, dos víctimas, una por sus pecados y la otra por los pecados çlel pueblo, rociando con sangre el propiciatorio, donde reposaba la majestad divina, mientras que los levitas y el pueblo llenaban el atrio. Este solemne sacrificio, por el que el gran sacerdote de la religión judía ofrecía a Dios, una vez al año, en el Santo de los Santos, los homenajes de todo su pueblo y la sangre de las víctimas por el pecado, constituía el supremo y más augusto acto de su sacerdocio.

Sin embargo de ello, ‘como os lo dije ya, conforme al pensamiento de San Pablo, «todo esto no era más que figuras» 66• Y cuántas imperfecciones no envolvían estos símbolos! Este sacrificio podía tan poco, que era preciso renovarlo cada año; el pontífice era tan imperfecto que carecía del poder de abrir la entrada del santuario al pueblo que representaba; como quiera que él mismo sólo podía penetrar en él una vez al año, y esto protegido, por decirlo así, por la sangre de las víctimas ofrecidas por sus propios pecados. ¿En dónde están las realidades? ¿Dónde el perfecto y único sacrificio que reemplazará para siempre estas ofrendas vulgares e impotentes? Encontrámoslas en Jesucristo; con qué plenitud tan cabal y perfecta!

Jesucristo, dice San Pablo, es el pontífice supremo, pero un «pontífice santo, inocente, apartado de los pecadores y encumbrado sobre los cielos» «entra en un tabernáculo no hecho por mano de hombré » 68, sino « en los cielos», en el santuario de la divinidad 69 entra allí, como el gran sacerdote, llevando la sangre de la víctima. ¿ Cuál es esta víctima? ¿Acaso serán animales como en la Antigua Alian za? ¡ Oh! no, esta sangre es «SU propia sangre» 70, sangre preciosa y de valor infinito, vertida «afuera», es decir, en l& tierra, y derramada por los pecados, no ya sólo del pue 66 blo de Israel, sino de todo el género humano; penetra por entre el velo, esto es, por su santa humanidad; «por medio de este velo es como se nos ha abierto en lo sucesivo el camíno del cielo» II; finalmente, Él entra, no ya una vez al año, sino «una vez para siempre» 72; pues siendo su sacrificio perfecto y de, valor infinito, es « ónic6 y basta para procurar siempre la perfección a aquellos que quiere santificar» ‘.
Mas Cristo no ha entrado solo; y precisamente por esto, la obra divina resulta más admirable, y la realidad excede a toda figura. Nuestro pontífice nos lleva consigo, no de una manera simbólica, sino, en realidad de verdad, porque somos sus miembros, su «plenitud» , como dice el Apóstol.
Antes de Él era imposible la entrada en los cielos, lo cual estaba simbolizado por el temible entredicho de traspasar el velo del «Santo de los Santos»; el Espíritu Santo nos declara esto, como dice San Pablo ».
Empero Jesucristo con su muerte ha reconciliado la humanidad con su Padre, y rasgado con sus llagadas manos el decreto de nuestra expulsión 76; ahí tenéis por qué, al expirar Él se dividió en dos partes el velo del templo. ¿ Qué signfficaba esto? Significaba que la Antigua Alianza firmada con el pueblo judío había llegado a su fin, que los símbolos dejaban el lugar a una realidad más grande y eficaz, y que Cristo nos volvía a abrir las puertas del cielo y nos devolvía la herencia eterna antes perdida.

Cristo, Pontífice supremo del género humano, en el día de su Ascensión nos lleva consigo a los cielos, en derecho y esperanza.
No olvidéis jamás que sólo por Él podemos entrar allí; ningtíri hombre penetra en el «Santo de los Santos» sino con Él; ninguna criatura puede gozar de Ja eterna felicidad sino a continuación de Jesús; el precio de sus méritos es el que nos alcanza la bienaventuranza infinita. Toda la eternidad le estaremos diciendo: « Oh Jesucristo, por Ti y por tu sangre derramada por nosotros, nos vemos en pre 71 sencia de Dios; tu sacrificio y tu inmolación nos merecen continuamente nuestra gloria y nuestra dicha; a Ti, Cordero inmolado, todo honor, toda alabanza y toda acción de gracias! »

Hasta tanto que Jesucristo venga a buscarnos, como lo ha prometido, «nos prepara un lugar)), y sobre todo, nos ayuda con su intercesión. Porque ¿qué hace este pontífice supremo en los cielos? San Pablo nos responde que ha entrado en el cielo «a fin de estar ahora por nosotros presente ante la majestad de Dios» .

Su sacerdocio es eterno, y, por ende, eterna es también su mediación. ¡ Qué poder infInito el de su crédito! Allí está delante de su Padre, presentándole sin cesar su sacrifIcio, que recuerdan las cicatrices de sus llagas, que para eso ha querido conservar; allí está «viviendo siempre para interceder por nosotros)) 78• Pontífice siempre atendido, repite en favor nuestro la oración sacerdotal de la cena: «Padre, por ellos ruego... Ellos están en el mundo... Guarda a los que me habéis dado... Ruego por ellos para que tengan en sí mismos la plenitud de la alegría... Padre, es mi voluntad que allí donde yo estoy se encuentren ellos conmigo, para que vean la gloria que me habéis dado.., y que el amor con que me habéis amado también sea con ellos y que yo mismo esté en ellos» .

¿Cómo no van a despertar en nosotros confianza inquebrantable estas sublimes verdades de nuestra fe? Almas de poca confianza. Con esto, ¿qué podemos temer, o qué no podremos esperar? ¡Jesús ora siempre por nosotros! « Si, pues, como decía San Pablo, antiguamente la sangre imperfecta de las víctimas de animales purificaba la carne de aquellos que con ella eran rociados; la sangre de Cristo, que se ofreció a sí mismo sin mancilla a Dios, ¿no será capaz de purificar nuestra conciencia de las obras

Tengamos, pues, una absoluta confianza en el sacrfficio, méritos y oración de nuestro pontífice. Penetró hoy en los cielos e inaugura su incesante mediación con su triunfo; es el Hijo muy amado en quien el Padre tiene todas sus delicias. Pues, ¿cómo dejará de ser oído después de haber manifestado con su sacrificio tal amor a su Padre? «Fué escuchado por razón de su reverencian 81•
¡ Oh Padre!, considera a tu Hijo; mira sus llagas, y concédenos por Él y en Él estar algún día donde Él está, para que asimismo por Él, en Él y con Él os rindamos todo honor y gloria.

´

6. APOYÁMONOS EN CRISTO A FIN DE « PRESERVARNOS DEL MAL» EN MEDIO DE LAS TRISTEZAS Y PRUEBAS DE LA VIDA PRESENTE

 

Al acercaros estos días santos a la Comunión, dad en vuestra alma libre entrada a estos pensamientos de alegría y confianza.
Uniéndoos a Jesucristo, os incorporáis a Él, Él está en vosotros y vosotros en Él, estáis en presencia del Padre eterno. Sin duda vuestros ojos no le ven, mas por la fe sabéis que estáis en presencia de Dios con Jesús que os presenta a Él; que estáis con Él en el seno del Padre, en el santuario de la divinidad. Ahí está para nosotros la gracia profunda de la Ascensión: participar, por la fe, de la inefable intimidad que Jesucristo posee en el cielo con su Padre.

Cuéntase en la vida de Santa Gertrudis que un día, en la solemnidad de la Ascensión y al recibir de mano del sacerdote la hostia santa, oyó a Jesús que le decía: « Heme aquí; vengo, no para decirte adiós, sino para llevarte conmigo a la presencia de mi Padre)) “. Nuestra alma, apoyada en Jesús, es poderosa, porque Cristo la ha hecho copartícipe de todas sus riquezas y tesoros. «¿Quién es ésta que sube del desierto, rebosando en delicias, apoyada en su amado?» . No temamos, pues, jamás acercarnos a Dios, a pesar de nuestras miserias y flaquezas; podemos estar siempre, con la gracia del Salvador y acompañados de Él, en el seno de nuestro Padre celestial,

Apoyémonos en jesucristo, no sólo en la oración, sino en todo lo que obramos, y entonces seremos fuertes. Sí, «sin Él nada podemos» 84; «con Él lo podemos todo» «. Encontramos en Él, además de la fuente de una gran confianza, el más eficaz motivo de la paciencia y de la fidelidad en medio de las tristezas, reveses, pruebas y penalidades que forzosamente nos han de salir al paso mientras vivamos en este destierro.

Momentos antes de acabar Jesús su vida mortal, dirige a su Padre una conmovedora oración por sus discípulos a quienes iba pronto a dejar: «Padre Santo, cuando estaba con ellos, Yo mismo los guardaba; ahora que vuelvo junto a Ti, Yo te ruego, no que los saques de este mundo, sino que los libres de todo mal»

Qué solicitud tan divina revela esta oración! Nuestro Señor la pronunció por todos nosotros, y la Iglesia, que siempre entra en los sentimientos de su Esposo, en ella se ha inspirado para la ((secreta)) de la misa de la Ascensión:
«Recibe, Señor, los dones que te ofrecemos en memoria de la gloriosa Ascensión de tu Hijo; dígnate librarnos de los peligros de la presente vida y haz que lleguemos a la vida eterna, por el mismo Jesucristo, Señor nuestro.» ¿Por qué la Iglesia tomó de nuevo esta oración de Jesús? Porque se cruzan siempre estorbos que nos impiden ir a Dios, y estos tropiezos se resumen todos en el pecado que de Dios nos aparta. Nuestro Señor pide que seamos librados del mal, es decir, del pecado, el cual nos enemista con su Padre celestial y es el único verdadero mal. Abandonados a nosotros mismos, a nuestra fragilidad natural, somos incapaces de salvar estos escollos; pero lo podremos si nos apoyamos en Cristo. Él sube hoy al cielo, vencedor de Satanás y del mundo. ((Tened confianza: yo he vencido al mundo » 87, « El príncipe de este mundo no tiene en mí nada que le pertenezca)) 88, Penetra como pontífice omnipotente en el divino santuario. «Se presentó.., con el sacri 84 ficio de sí mismo» 89 Por la Comunión, Nuestro Sefmer nos hace partícipes de su poder y de su triunfo. Ésa es la razón por la que debemos apoyarnos tanto en Él.
Con Cristo y ofreciendo a su Padre sus méritos, no hay tentaciones invencibles, ni dificultad insuperable, ni adversidad sin consuelo, ni alegría insensata de que no podamos desasimos. Hasta tanto que gocemos con Jesús en los cielos, o más bien, que nos traiga Él hacia Sí, puesto que «nos prepara allí un lugar», vivamos aquí confiados en el ilimitado poder de su oración y crédito, con la esperanza de compartir un día su felicidad, con la caridad que nos entrega alegre y generosamente al entero cumplimiento de sus voluntades y deseos ‘°: de este modo participaiemos plenamente de este admirable misterio de la gloriosa Ascensión de Jesús. También nosotros tengamos nuestra mente en los cielos.

 

************************************

 

 

 

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 2, 1-11

 

Esta primera Lectura nos describe la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Pentecostés era una fiesta judía que se celebraba 50 días después de la Pascua. Era fiesta de la cosecha y de la renovación de la Alianza (Ex 23, 16). Con terminología y detalles que recuerdan la teofanía del Sinaí (Ex 19), nos describe Lucas la inauguración de una Alianza Nueva y la promulgación de la ley del Espíritu. Se cumplieron las profecías del AT (Joel 2, 28-32), y la promesa de Jesús de enviar el Espíritu (Jn 14, 1: Lc 24, 49; Act 1, 4. 8). Signos externos de esta presencia son las lenguas de fuego (Act 2, 3) y el don de lenguas (v. 4. 6). La multiplicación de los oyentes indica el carácter universal y misionero de la Iglesia naciente y de la alianza del Espíritu.

 

SEGUNDA LECTURA: 1 Corintios 12, 3b-7. 12-13

 

Pablo trata de esclarecer una situación especial creada en esta comunidad por los «carismáticos». Pablo enseña que los carismas auténticos son un signo de la presencia del Espíritu Santo. Hay diversidad de carismas, de servicios y de funciones, pero todos adquieren unidad tanto en su origen, el Espíritu de Dios, como en su finalidad que es el bien común mediante la edificación de la comunidad (v. 3-7). Basándose en el símil del cuerpo humano, explica Pablo que todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar el cuerpo en Cristo Jesús (v. 12-13). En la Iglesia existe, por tanto, un pluralismo bajo la forma de “diversidad de carismas, diversidad de ministerios..., diversidad de operaciones” (v. 4-6). Este pluralismo es legítimo, porque es querido por Dios y fruto de la acción del Espíritu Santo. Pero perdería la propia legitimidad, si no se considera como fundado y sostenido por el mismo Espíritu, por el mismo Señor, por el mismo Dios.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 19-23

 

  • QUERIDOS HERMANOS: Estamos celebrando este domingo la fiesta de Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo. Pentecostés histórico y primero fue la venida del Espíritu Santo de Dios derramado sobre la Iglesia naciente reunida en torno a María y los apóstoles. ¡Qué importancia tuvo entonces su venida y qué importancia, lógicamente, sigue teniéndola ahora para la Iglesia, para todos nosotros!
  • Dice el Vaticano II: «Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés, para que santificara continuamente a la Iglesia… Es entonces cuando la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación» (LG 4).
  • 1.- Y ¿quién es el Espíritu Santo? Es la tercera persona de la Santísima. Trinidad, Don de Amor y de Vida Divina y Trinitaria del Padre al Hijo y del Hijo al Padre que le hace al Padre ser Padre porque el Hijo acepta total y esencialmente ser su Hijo por esta misma Vida y Amor comunicada por su Espíritu Santo. Todo lo que sea don, amor y vida procede del Padre y viene al Hijo por la comunicación del Espíritu Santo, que devuelve todo ese amor y vida, hecha Hijo, al Padre, por lo cual el Padre queda constituido como Padre porque el Hijo acepta con amor infinito ser Hijo Amado en el mismo Espíritu. En la liturgia tiene otros nombres:
  • Espíritu de Dios, porque es lo más íntimo de Dios. Lo mismo que en nosotros, lo más íntimo es el espíritu. Es lo más profundo, íntimo, sabroso de Dios. Sin espíritu no hay vida en el hombre, ni en Dios; «exhalar» el espíritu es morir. Por eso, si uno no tiene el Espíritu de Dios, está muerto a la vida de Dios.

 

  • b).- Santo. Porque es santificador. Es la gracia de Dios a los hombres. Es la vida de Dios, que se comunica por puro amor a los hombres. Como es don de Dios es obra de su amor,  del Espíritu Santo. Lo dice el Señor.

 

  • c).- Paráclito o Consolador, porque se les dió a los apóstoles, llenos de miedo, como ayuda o consuelo. Y a nosotros, también. Sin Él no hay alegría y fuerza para superar la tristeza y el sufrimiento en confesar la fe.

 

  • d).-  Dulce huésped del alma, porque las habita, si están en gracia, si participan de la vida de Dios, si le aman a Dios, si se dejan guiar por su acción: “si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”. Es el hacedor de todas las gracias místicas y de la experiencia verdadera de Dios en nuestra alma.

 

  • e).- Fuego de Dios, porque se manifestó así a los apóstoles y los quemó el corazón en deseos de amar y predicar y seguir a Cristo. Como a nosotros. Es misión del Espíritu Santo, lo más subido  y elevado junto a Dios de nuestras almas y de la obra santificadora.

 

  • 2.- “Os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo… Él os llevará a la verdad completa”. Vemos que Cristo dio la máxima importancia a la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Nos bastaría con las palabras de Cristo. Pero de hecho vemos que los apóstoles siguieron con miedo y con las puertas y los cerrojos echados, incluso después de haber visto a Cristo resucitado, por miedo a los judíos.
  • Sin embargo, cuando vino Cristo a los Apóstoles, pero ya no hecho solo palabras, ni milagros, ni predicación, sino fuego y llama de amor viva, el día de Pentecostés, al tener experiencia de Cristo y de todos sus dichos y hechos salvadores, pero no externamente, sino interiormente y hecho fuego de amor de Espíritu Santo, todos sintieron esta pasión de amor y abrieron los cerrojos y las puertas y empezaron a predicar claro y alto y no tuvieron miedo ya a la muerte. Y no tenían ya el Cristo histórico.
  • Quizás por estas dos razones ya nosotros debiéramos invocar también al Espíritu Santo en este día para  que sea también Pentecostés para nosotros: porque Cristo lo dice y por los efectos que vemos realizados en los discípulos. La Iglesia también necesita hoy esta experiencia viva de Dios; la mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza de vida mística en un mundo falto de vivencia de Dios. El mundo hoy necesita no predicadores sino testigos de Dios, de Jesucristo, de Eucaristía, de las verdades de fe.

 

  • 3.- En la vida íntima de Dios, el Amor es su vida porque Dios es Amor, su esencia es amar y si deja de amar, deja de existir. Por eso el Padre es el Amor, el Amante; y el Hijo es el Amado, y para ser Padre e Hijo, esto es, Amante y Amado necesitan el Espíritu Santo, que es el Amor, el Dios Amor, la Persona Amor y por tanto la Vida, el Alma de Dios Trino y Uno. Sin Él no existirían como Padre e Hijo. Él es el amor esencial y personal, el don del Padre al Hijo y del Hijo al Padre que le hace Padre aceptando ser Hijo, por el don de su amor. Y por eso, todo lo que Dios hace o dice es fruto del amor y todo nos lo ha dicho en una sola Palabra que es su Hijo, el Amado, esto es, en una sola Palabra, que le abarca totalmente y está dicha con Amor a los hombres. Y este Espíritu, este amor es el que el hombre necesita para vivir la vida de Dios y entrar en la amistad e intimidad con la Santísima Trinidad.

 

  • 4.- Los Hechos de los Apóstoles nos narran el episodio de San Pablo en Éfeso, cuando se encuentra con unos discípulos a los que pregunta: “¿Recibisteis  el Espíritu Santo al aceptar la fe?. La respuesta de aquellos discípulos fue: “Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo”.
  • Honestamente ésta podría ser tal vez la respuesta de algunos de nosotros. Porque el Espíritu Santo sigue siendo el gran desconocido para muchos cristianos en su vida religiosa, en la obra de la santificación de los hombres y en las obras de apostolado. No era así en la Iglesia primitiva y en las Iglesia de los catecúmenos. Se ha dicho que Jesús fue el protagonista de los Evangelios; sin embargo el Espíritu Santo es el gran actor de los Hechos de los Apóstoles, ni siquiera los apóstoles.
  • El Espíritu Santo es el protagonista de la Iglesia de todos los tiempos. Al comienzo no se van a presentar grandes definiciones del Espíritu Santo, pero se habla de Él como de alguien que está presente y activo en la vida de los creyentes. Jesús afirma: “Le conoceréis porque permanece en vosotros”.
  • «Espíritu Santo, Alma y Vida de la Iglesia, ven sobre nosotros y haznos perfectos hijos de Dios en el Amado. Abre nuestros corazones a tus siete dones para que seamos dóciles y obedientes a tus inspiraciones. Mira, Señor, que sin tu ayuda no sabemos ser cristianos y vivir la fe y el Amor. Sin tu luz, a nuestras mentes les falta claridad y certezas. Sin luz y amor no podemos ser apóstoles del Amor, que eres Tú mismo,  y de la Verdad, que es Jesucristo, Palabra de Amor del Padre».

 

  • 5.- Es el Espíritu Santo el que va a abrir los cerrojos y las puertas de aquel Cenáculo y convertir en valientes predicadores del nombre de Jesús a los que antes se escondían atemorizados; es el Espíritu Santo el que va a iluminarlos y darle luz y amor para que entiendan las Escrituras y puedan explicarlas a las diversas culturas de los oyentes por medio de la cultura universal del amor de Dios; es el Espíritu al que van a sentir presente y activo las primeras comunidades cristianas; es que va a llenar el corazón de Esteban, el primer testigo mártir del Evangelio; es el Espíritu el que es invocado por los Apóstoles para constituir a los primeros obispos y presbíteros; es el Espíritu “el que ha sido enviado a nuestros corazones para que podamos decir: Abba, Padre” (Gal 4, 6); “Nadie puede decir: ¡Jesús es el Señor! sino por influjo del Espíritu Santo” (1Cor 12, 3). Y para entrar en contacto con Cristo, en su vivencia y experiencia más íntima, es necesario que el Espíritu Santo habite en nosotros y nos llene de su luz e iluminación de amor para que podamos descubrirlo y encontrarle dentro. Es Él quien nos precede y acompaña y consuma la unión con Cristo. Y todo esto y más es lo que creemos y afirmamos cuando rezamos en el Credo: «Creo en el Espíritu Santo».
  • “Dios es Amor”(1Jn 8, 16) y el amor es el primer don que contiene a todos los demás. Este amor “Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5,5). Gracias a Él, somos hijos de Dios y podemos dar fruto: “Los frutos del Espíritu son caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, mansedumbre, templanza” (Gal 5, 22-23).
  • Por la comunión con Él, nos hacemos espirituales, podemos vivir la vida según el Espíritu de Dios; por eso es maestro último y primero de oración, de amor y vivencia de Dios; Él es la misma vida y amor de Dios en nosotros, participada por la gracia.
  • «Sin el Espíritu Santo, Dios está lejano; Jesucristo queda en el pasado, el Evangelio es como letra muerta; la Iglesia, una simple organización; la misión, una propaganda; el culto, una evocación; el actuar cristiano, una moral de esclavos: Pero en el Espíritu, el Cristo resucitado está presente; el Evangelio es una potencia de vida; la Iglesia significa la Comunión Trinitaria; la autoridad, un servicio liberador; la misión, un nuevo Pentecostés; la liturgia, un memorial y una anticipación».

 

  • **************************************

 

  • PENTECOSTÉS: ESPIRITU SANTO, RENUËVALO TODO

 

  • QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés es como el culmen del año litúrgico. Jesucristo es el centro de la vida cristiana, y a lo largo de todo el año celebramos los misterios de la vida de Cristo: su nacimiento, su vida de familia, su vida pública, su predicación, su pasión, su muerte y resurrección y su ascensión a los cielos. Al final del año, celebraremos su venida gloriosa al final de los tiempos.
  • La fiesta del Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo, porque Jesús al despedirse nos prometió que nos enviaría de parte del Padre el Espíritu Santo para que fuera nuestro abogado y nos llevara a la verdad completa. Y Jesús cumplió. Cincuenta días (pentecostés) después de su resurreción, y diez días después de su ascensión a los cielos, envió el Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en oración con María.
  • “De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en la casa donde se encontraban... Se llenaron todos de Espíritu Santo” (Hech 2, 2). El Espíritu Santo irrumpió con fuerza como un viento recio, como llamas de fuego.
  • Pero el Espíritu Santo es una persona divina, no una cosa, ni una fuerza, ni algo impersonal. Es la tercerea persona de Dios, que brota del aliento del Padre y del Hijo, del amor que envuelve al Padre y al Hijo. Es el Aliento, el beso de amor que abraza al Padre y al Hijo, una persona divina. Como tal persona entabla relaciones personales con cada uno de nosotros y espera nuestra correpondencia de relación personal.
  • El es amor de Dios que entra en nuestros corazones y nos enseña interiormente quién es Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo–, nos lo hace saborear, nos infunde el espíritu de piedad hacia el Padre, nos da conocimiento interno de Jesús y capacidad de imitarle reproduciendo en nosotros sus mismos sentimientos, sus mismas actitudes.
  • El Espíritu Santo nos recuerda las palabras de Jesús, nos va enseñando por dentro a comprenderlas y vivirlas y nos va conduciendo a la verdad completa. “Ahora no podeis con todo, cuando venga el Espíritu Santo él os conducirá a la verdad completa” (Jn 16, 13).
  • Una de las verdades más hondas es la conciencia de ser hijos de Dios. “Este Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios” (Rm 8, 15).
  • Es el Espíritu Santo el que nos da a saborear las cosas de Dios y el que nos hace experiementar a Dios mismo con el don de piedad.
  • El Espíritu Santo es el autor de toda la vida espiritual, porque la vida espiritual consiste en dejarse mover por el Espíritu Santo. Es el autor de la gracia, de las virtudes y los dones en nosotros. Y es el que nos une en un mismo Cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo –la Iglesia–, que prolonga a Cristo en la historia, cuya alma es el Epíritu Santo.
  • La fiesta de Pentecostés es una gran fiesta de Iglesia, en la que se celebra la Iglesia como comunidad universal, que vive y camina en cada Iglesia particular o local. Esa universalidad de la Iglesia se concreta en cada una de nuestras diócesis y comunidades locales, en nuestras parroquias, grupos, comunidades, movimientos, etc.
  • Allí donde hay vida cristiana es porque está presente y actuante el Espíritu Santo, allí donde está el Espíritu Santo necesariamente hay vida en todos los niveles. Es, por tanto, la fiesta de la Iglesia en sus pequeñas comunidades extendidas por toda la tierra y especialmente la fiesta de la Iglesia donde ésta todavía no está del todo implantada, en los territorios de misión.
  • Hoy esos territorios o zonas donde es preciso el anuncio misionero, no sólo se encuentra a miles de kilómetros de nosotros. Hoy esa misión es necesario volver a vivirla en nuestros ambientes descristianizados, hay que volver a proponer la fe de la Iglesia, la experiencia de comunidad con su testimonio en nuestra generación, en tantos lugares de occidente, de donde partió la primera evangelización y donde hay que volver a anunciar a Jesucristo con el primer anuncio que hicieron los Apóstoles.
  • Es un día para vivir la comunión de todos los miembros de la Iglesia, pastores, religiosos y seglares. Y de todos los grupos donde el Espíritu alienta la vida cristiana. Conocerse, alentar la vida, alegrarse de la existencia de tantos carismas en la Iglesia: un solo Cuerpo y un solo Espíritu en las distintas diversidades de carismas que el mismo Espíritu ha suscitado.
  • Ven Espíritu Santo, dulce huésped del alma, y renúevalo todo con el Aliento de Dios. Que todos experimentemos esa profunda renovación que necesitamos en nuestros corazones y en nuestro mundo de hoy, para instaurar en este mundo la civilización del amor.

 

  • *********************************************
  • PENTECOSTÉS

 

  • QUERIDOS HERMANOS: Dice el Señor a los Apóstoles: “Muchas cosas me quedan por deciros todavía, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Cuando venga el Espíritu Santo, el espíritu de la verdad, Él os llevará hasta la verdad completa”.

 

  • 1.- Vamos a celebrar el próximo domingo Pentecostés. Pentecostés es la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y María Santisimia. Esta persona divina, Dios igual al Padre y al Hijo tiene con nosotros los cristianos unas relaciones muy especiales. Son muchas y muy importantes. Entre las principales podemos colocar la que Jesús mismo nos dice en el Evangelio: Él nos tiene que llevar “hasta la verdad completa”, es decir, a la experiencia de Dios para vivir “en espíritu y verdad” el Evangelio entero y completo, la vida de gracia en plenitud y la amistad con Dios hasta la experiencia de sentirnos amados por Él. Verdad completa es la que no se queda solo en la inteligencia, sino que llega a la voluntad, al corazón, a la vivencia. Porque todos sabemos que Cristo y su Evangelio no se comprenden hasta que  no se viven. 
  • El Espíritu Santo tiene, por tanto, esta misión: guiar y llevar a todos los hombres hasta la verdad completa. Porque nosotros, como los Apóstoles, sabemos muchas verdades religiosas, mucha teología, pero no las vivimos, porque nos falta la experiencia, el amor para tocarlas y sentirlas con el corazón. De hecho, los apóstoles abandonaron al Señor en su muerte, a pesar de haberle visto su vida y milagros, incluso haberle visto resucitado, permanecían con las puertas cerradas por miedo a los judios, a morir, era por tanto un conocimiento incompleto de Cristo, de su vida, de su doctrina. En cambio, cuando viene el Espíritu Santo, abren las puertas y no tienen miedo a morir.  Eso se llama verdad completa.
    • Y para eso hay que subir por la oración y conversión permanente para vacianos de nosotros mismos, nuestros criterios y comodidades para llenarnos no solo de conocimiento y teología y liturgia, sino del amor de Cristo, y para todo esto, el único guía y maestro, según el Señor, es el Espíritu Santo, es Él pero no carne y palabra, sino espíritu y fuego de amor y para eso, el unico camino es la oración, la oración-conversión, el irnos vaciando de nostros mismos, de nuestros criterios y  egoismos para que el Espíritu Santo nos llene del Espíritu de Cristo, de su amor y vivencia, no solo teología o liturgia de ritos.
  • Ciertamente vivir el cristianismo completo, con todas sus exigencias, es algo que cuesta mucho. Por eso precisamente Jesús nos quiere enviar al Espíritu Santo, para que ilumine nuestra inteligencia y fortalezca nuestra debilidad, que es tan grande como la de los Apóstoles antes de recibirle.  Porque el Espíritu Santo es la fortaleza y la fuerza de Dios; es la potencia de Dios que, invocada en los sacramentos, nos trae a Cristo en la Eucaristía y en los demás sacramentos;  y Él es quien nos tiene que ayudar en esta labor tan dura, que en definitiva no es otra cosa que ser santos. 

 

  • 2.- “Me voy y vuelvo a vosotros”,  les había dicho el Señor resucitado antes de subir a los cielos en la Ascensión, porque en Pentecostés vino el mismo Cristo, pero hecho fuego y llama de amor viva; de hecho Pedro y todos empezaron solo a hablar de Él; porque vino hecho fuego de Espíritu Santo metido en el corazón de los creyentes; no vino hecho carne ni palabra, sino espíritu y experiencia de amor, vino a sus corazones directamente sin limitaciones de palabra, carne, ideas, realidades limitadas y finitas; porque lo importante de Cristo no era su exterior, ni sus milagros, lo importante de Cristo estaba en su interior, en su Espíritu, en su Divinidad y ésa se pudo expresar mejor de corazón a corazón que por palabras o hechos finitos y limitados. El mismo Cristo les había dicho muchas veces: “Me iré y volveré y se alegrará vuestro corazón”; “Porque os he dicho estas cosas os habéis puesto triste, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya”.

 

  • 3.- LOS APÓSTOLES ,        Habían escuchado a Cristo y su Evangelio, han visto sus milagros, han comprobado su amor y ternura por ellos, le han visto vivo y resucitado, han recibido el mandato de salir a predicar, pero aún permanecían inactivos, con las “puertas cerradas por miedo a los judíos”; no se le vienen palabras a la boca ni se atreven a predicar que Cristo ha resucitado y vive.
  • ¿Y qué pasó? ¿por qué Cristo les dijo que se prepararan para recibir el Espíritu Santo, que Él rogaba por ellos para que le recibieran?;  ¿Por qué dijo y deseó Cristo esta venida para ellos y para todos los cristianos? porque hasta que no vuelve ese mismo Cristo, hasta que la fe, el evangelio no se hace fuego de amor, no es enseñado por el Espíritu Santo en nuestro espíritu, Cristo es mera letra o verdad pero no se hace fuego, Espíritu, llama de amor viva, llama ardiente de experiencia de Dios.
  • Y lo vemos hoy en las Lecturas de la misa de este domingo: hasta que no viene el Espíritu Santo, los Apóstoles, que han oído el evangelio entero y  completo a Cristo, que han visto todos sus hechos salvadores, que le han visto incluso resucitado, que han celebrado la Pascua en Él resucitado, hasta que no viene hecho fuego de Espíritu Santo no abren las puertas y los cerrojos y predican desde el balcón del Cenáculo, y todos entienden el lenguaje de amor del Espíritu Santo, aún siendo de diversas lenguas y culturas y empieza el verdadero conocimiento y conversión a Cristo y el verdadero apostolado, y es la Iglesia  completa, la verdad completa del cristianismo.
  • Hasta que no llega Pentecostés, hasta que no llega el Espíritu y el fuego de Dios, todo se queda en los ojos, o en la inteligencia o en los ritos. Es el Espíritu, el don de Sabiduría, el «recta sápere», el gustar y sentir y vivir, lo que nos da el conocimiento completo de Dios, la teología completa, la liturgia completa, el apostolado completo.
    • Es necesario que la teología, la moral, la liturgia baje de la cabeza al corazón por el espíritu de amor para quemar los pecados internos, perder los miedos y complejos, abrir las puertas y predicar no lo que se sabe, que en el fondo no se sabe porque no se vive, sino lo que se vive porque se sabe por el Espíritu Santo, por el amor, porque uno lo siente y lo experimenta.
  • Y el único camino para esta venida del Espíritu Santo es la oración, la oración, la oración-conversión, vaciándonos de nosotros mismos, de nuestros miedos y complejos y egoismos y miedos para que puede llanarnos el Espíritu de Cristo, su vida y su evangelio y su amor.
  • Y para esto, no olvidarlo nunca, el camino es la oración: “los apóstoles permanecieron reunidos en oración en el Cenáculo con María, la Madre de Jesús. Aquí está otra maravilla: la dulce Nazarena. Simplemente constatar su presencia en el momento fundante de la Iglesia. Nada se dice de su entusiasmo al recibir al Espíritu Santo. Lógico. Ella lo había recibido ya mucho antes.

 

  • 4.- Queridos hermanos,  la pobreza de la Iglesia de ahora y de siempre es pobreza de vida mística, de sentiri y vivir lo que cree. Vamos a invocar al Espíritu Santo, nos lo dice y nos lo pide el mismo Cristo, “ES necesario que yo me vaya… vemos que lo necesitamos para nosotros y para toda la Iglesia, lo necesita la Iglesia.
  • Cristo nos dijo: “Le conoceréis porque permanece en vosotros,” esta es la forma perfecta de conocer a Dios, a Cristo, la fe, los sacramentos, los misterios, que no sea todo lo mismo, que sean distintos los misterios y las realidades teológicas y litúrgicas y los amores y los pasajes de espíritu y todo y sólo por la venida en todos nosotros del Espíritu Santo, por la nueva vivencia de Pentecostés. ¡Señor, enviamos tu Espíritu Santo! ¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de sus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor; envía tu Espíritu y todo será creado de nuevo, será visto de forma distinta, será vivido en plenitud!
  • NECESITAMOS PENTECOSTÉS. Ven, Espíritu divino….

 

*******************************************

 

PENTECOSTÉS

 

        Queridos hermanos: Estamos celebrando la festividad de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Virgen Madre y toda la Iglesia naciente. Y esta  venida del Espíritu Divino, del Dios Amor, según el Evangelio, se manifiesta principalmente con signos y gracias de transformación interior.

Por esta transformación interior del Espíritu los apóstoles pasaron de tener “las puertas cerradas por miedo a los judios”, nos dicen los evangelios, pasaron a abrirlas y predicar abiertamente a Cristo, al muerto resucitado y mira que Jesús resucitado se les habia aparecido y manifestado de muchas maneras, pero hasta que no viene hecho  vivencia de amor, vivencia del Cristo que han visto y vivido, todos permanecieron con miedo y las puertas cerradas.

Y esto pasó y seguirá pasando siempre en la Iglesia a través de los siglos; ya puede ser uno papa, obispo, sacerdote y religioso, y saber toda la teología, ser doctor en teología y dominar la Cristología entera y completa, pero como no llegue a tener vivencia de todo esto interioremente por obra del Espíritu Santo por medio del amor de Cristo en una oración un poco elevada, no solo reflexión, sino contemplación pasiva provocada en nosotros no por nuestras facultades activas de comprensión e inteligencia sino pasivas, recibidas del mismo Santo Espíritu que vino sobre los Apóstoles,  hasta que por la oración mística y contemplativa, esto es, viva y vivida, no lleguemos a sentir y vivir lo que sabemos por teología o celebramos ritualmente o comulgamos, no tendremos experiencia del misterio que predicamos o celebramos y recibimos, no podremos contagiar de Cristo vivo, vivo y resucitado con fuego y amor de Espíritu Santo a nuestros hermanos, porque nadie da lo que no tiene, daremos teología, conocimientos de Dios y  desde luego salvación, pero no experiencia de su amor, sencillamente porque no lo tenemos y a estas alturas, a esta situación, como los apóstoles, solo se llega “estando en oración con María la madre de Jesús”, lo dicen los evangelios.

 

        1.- Cristo manifestó repetidas veces a los apóstoles la necesidad absoluta de recibir al Espíritu Santo para “llegar a la verdad completa” y poder cumplir la misión salvadora que les había confiado: “porque os he dicho estas cosas, os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo… Él os llevará a la verdad completa”.

        Verdad completa de la fe y de la religión cristiana no es solo saber sino sentir y gustar la Verdad del Verbo del Padre pronunciado y venido hasta los hombres por Amor de Espíritu Santo. Mi pregunta es ésta: ¿es que Cristo, el Verbo y la Palabra del Padre no les había dicho la verdad completa, no les había dicho todo lo que tenían que saber y practicar? ¿Qué indica esto de que es el Espíritu Santo el que tiene que llevarlos a la verdad completa? ¿ Es que Él no puede llevarlos?

        Podíamos responder apriorísticamente diciendo que la afirmación de Cristo es verdad por el mero hecho de que está dicha por Él. Pero es Pentecostés lo que nos demuestra el sentido y la verdad de esta afirmación de Cristo, son los efectos y gracias de Pentecostés los que confirmaron el sentido y la verdad de lo que Cristo les decía.

No es que Cristo no les hubiera manifestado y predicado toda la verdad, todo el evangelio. Lo que pasa es que a Cristo y su evangelio, a Cristo Eucaristía y Sagrario, a Cristo comunión o teología no se le comprende y descubre en verdad completa hasta que no se vive, es que los dogmas y las verdades cristianas no se comprenden hasta que no se viven; una verdad no es completa, no llega a ser verdad completa en nosotros, aunque seamos teólogos y sepamos toda la teología, hasta que no se vive y experimenta.

Cristo, el Evangelio, la Eucaristía, los sacramentos, las verdades de la fe todos las creemos y nos van a salvar, nos van a salvar y están salvando, pero no las experimentamos, no las vivimos como las viviremos en el cielo, como la vivieron muchos santos y santas ya en la tierra y las contagiaron,  sin amor y fuego y vivencia de amor de Espíritu Santo. Y esto solo es posible como en los Apóstoles “por estar reunidos en oración con María, la madre de Jesús”, solo por la oración. Porque a Cristo, su Evangelio, la Eucaristía, la fe cristiana no se comprende en verdad completa,repito, hasta que no se vive, aunque seas doctor en Teología.

((QUERIDOS HERMANOS, aunque seamos teólogos, Dios, Cristo, la Eucaristia, la santa misa, la comunión eucarística o los ratos de Sagrario con Cristo, no se comprenden perfectamente y con amor y fuego hasta que no se viven con fuego de Espíritu Santo; estas realidades sólo se comprenden cuando se viven, cuando se experimentan y esto solo es posible cuando el alma cuando la persona, sea cura, obispo o papa se ha vaciado de si mismo, de su yo por el camino de la oración-conversión permanente en que me voy vaciando de mí mismo y Dios me va llenado de su vida y amor y conocimiento de verdad completa)).

 La Iglesia siempre necesita y necesitará esta experiencia para poder comunicarla, lo vemos en este día de Pentecostes y en la historia de la Iglesia, almas que vivan y prediquen a Cristo y su evangelio vivido y experiemtado por la oración-conversión permanentes de sus vidas en que se van vaciando de sí mismas para que el Espíritu Santo les vaya llenando de la vivencia de lo que oran y meditan de Cristo, como les pasó a los Apóstoles; los Apóstoles han visto su vida y sus milagros, han escuchado sus palabras y amor que le llevó hasta la muerte y resurrección, le han visto y hablado resucitado, pero hasta que no viene el mismo Cristo hecho fuego de Espíritu Santo, hecho experiencia y llama de amor viva, permanecieron con las puertas cerradas.

Pidamos que esta fiesta renueve a los apóstoles de Cristo y a toda la Iglesia con este fuego de Pentecostés. Lo necesitamos ahora y siempre y por todos los siglos, necesitamos Pentecostés, la venida permanente del Espíritu Santo sobre la Iglesia, especialmente sobre los sacerdotes para que podamos contagiar a los demás. Así lo vamos a pedir a Cristo en esta santa misa siguiendo sus consejos: “porque os he dicho estas cosas, os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo… Él os llevará a la verdad completa”. Que se cumplan en nosotros estos deseos de Cristo y que venga sobre la Iglesia y sobre cada uno de nosotros el Espíritu de amor y santidad de Dios que tanto necesimos siempre, pero especialmente en estos tiempos. Amén, así sea.

********************************************

FIESTAS DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 

JUEVES DESPUÉS DE PENTECOSTÉS:

 

FIESTA: JESUCRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE

 

PRIMERA LECTURA: Hebreos, 10, 12-23

 

El sacrificio de Cristo fue eficacísimo y bastó una sola vez para siempre. Por eso, sólo hay una redención y una verdadera remisión de los pecados para siempre. Ésta es la razón de que no sean necesarios más sacrificios, como fueron necesarios anteriormente hasta la llegada del sacrificio de Cristo. Esta doctrina es de una importancia decisiva para los que venían del pueblo judío, acostumbrados a continuos sacrificios y oblaciones. Los versículos de este pasaje son de gran contenido doctrinal; son el corazón de la misma doctrina de Cristo, como sumo y eterno sacerdote, sentado a la derecha del Padre: “Y mientras que todo sacerdote asiste cada día para ejercer su ministerio y ofrecer muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados, éste, habiendo ofrecido un sacrificio por los pecados, para siempre se sentó a la diestra de Dios, esperando lo que resta hasta que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies. De manera que con una sola oblación, perfeccionó para siempre a los santificados”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 22, 14-20

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- Celebramos hoy la fiesta de Jesucristo, Sumo y eterno Sacerdote. Cristo rompió radicalmente con el sacerdocio del Antiguo Testamento que lo era por línea de sangre o de familia. Cristo no era descendiente de Aarón ni necesita del sacramento del Orden,  porque Jesús por su mismo ser y existir, es y fue mediador entre Dios y los hombres.  No hubo un instante en que su naturaleza divino-humana no fuera sacerdotal. Lo fue desde la misma Encarnación. Y ejerció su sacerdocio desde el mismo instante de su concepción en el seno de María y lo consumó en la Última Cena anticipando el Viernes y el Sábado de Gloria.

El sacerdote, por el sacramento del Orden,  es sacramento de la presencia y de la vida de Cristo, de la mediación de Cristo, de la ofrenda victimal de Cristo, de la salvación de Cristo, de su perdón, de sus gracias, de sus dones,  pero también de su testimonio, de su amor al Padre y a los hombres y nuestro corazón es de carne y se cansa y duda y no abarca el misterio. Con vuestra ayuda nos será más fácil, menos costoso prolongar a Cristo, representar y reproducir a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres, como puse en la estampa de mi ordenación y primera Eucaristía, ser, en definitiva, un signo sencillo pero viviente de Cristo.

La verdad es que me siento muy agradecido al Señor por su llamada a seguirle en el sacerdocio; considero una llamada a su intimidad y vivir su misma vida con sus mismos sentimientos. Por eso, también el sacerdote que os está predicando en estos momentos,  se siente pobre y falto de palabras  para describir toda la emoción y profundidad de este sacramento, por el cual somos configurados a Cristo Sacerdote. Muchas veces le digo: Señor, yo hago lo que puedo, les   repito tus palabras, tus hechos, pero no puedo robarte tu corazón que es el centro y la fuente de toda esta liturgia. Mi vida también es pobre. Yo les he dicho que Tú estás aquí por amor en la Eucaristía que celebramos, en el pan que consagramos. Háblales Tú del sacerdocio y de la Eucaristía con esas palabras que incendian, abrasan y que jamás se olvidan. Señor, Tú conservas intactas en tu corazón todas las emociones de aquel Jueves Santo; Tú puedes y debes hacerlas ahora presentes para todos nosotros; Señor, quémanos con ellas el corazón, porque estas cosas sólo se comprenden si amamos como Tú... con ese amor que Tú mismo nos tienes que dar: “los que me coman vivirán por mí”, porque la Eucaristía es un misterio de amor, que  sólo se comprende cuando se ama así, hasta el extremo, como Tú; sólo un corazón en llamas puede captar estas realidades divinas, inabarcables para la inteligencia, sólo el amor puede tocarlas y fundirse en una sola realidad en llamas con ellas, sólo el amor... Señor, danos ese amor, tu amor, para que yo pueda amarte como Tú me amas.

 

2.- El Jueves Santo es el día de la Eucaristía, pero también delSacerdocio. Porque después de veinte siglos, ¿de qué nos hubiera servido a nosotros tanto amor, tanta entrega, si no hubiera alguien encargado de multiplicarlo y ponerlo sobre nuestros altares? Por eso, porque en el correr de los siglos Cristo vio una multitud hambrienta de Dios, de cielo, de eternidad... Jesús hizo a los  encargados de amasar este pan, esta harina divina, Jesús hizo a los sacerdotes, cuando les dio el mandato de seguir celebrando la Eucaristía: “haced esto en conmemoración mía”: seguid haciendo esto mismo vosotros; por el amor que tengo a todos los hombres, seguid consagrando vosotros y vuestros sucesores esta Hostia santa. Comunicad este poder sagrado a otros. Haced que otros puedan consagrar... y así instituyó Jesús el sacerdocio católico como prolongación de su mismo sacerdocio, con poder sobre su cuerpo  físico, la Eucaristía, y sobre su cuerpo místico, la Iglesia. Qué grandeza ser sacerdote, cuánta gracia, cuánto poder.

Cuando las almas tienen fe, se sobrecogen ante el misterio del sacerdocio, porque el sacerdote católico tiene poderes divinos, trascendente, es sembrador, cultivador y recolector de eternidades, cultiva la  salvación única y trascendente del hombre, tiene el poder divino de la Eucaristía y del perdón de los pecados:“Dijeron, éste blasfema, sólo Dios puede perdonar los pecados”. Si tuviéramos más fe.....

¡Qué bueno es el Señor! Para que nunca faltase sobre nuestros altares su ofrenda de adoración al Padre, en obediencia extrema, hasta dar la vida; para que nunca pasásemos hambre de Dios, para que siempre tuviéramos el perdón de los pecados, hizo a los sacerdotes, como continuadores de su misión y tarea. Aquella noche, de un mismo impulso de su amor, brotaron la Eucaristía y los encargados de amasarla. Por eso están y deben permanecer siempre tan unidos la Eucaristía y el sacerdocio. La Eucaristía necesita esencialmente de sacerdote para realizarse y por eso el sacerdote nunca es tan sacerdote como cuando celebra la Eucaristía: el sacerdocio tiene relación directa con la Eucaristía y la Eucaristía está pidiendo sacerdote que la realice.

 

3.-“Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí...”dice el Señor. Qué profundo significado encierran estas palabras para todos, especialmente para nosotros, los sacerdotes. Todos debiéramos recordarlas cuando celebramos la santa Eucaristía: “Acordaos de mí...”, acordaos de mis sentimientos y deseos de redención por todos, acordaos de mi emoción y amor por vosotros, acordaos de mis ansias de alimentar en vosotros la misma vida de Dios, acordaos... y nosotros, muchas veces, estamos distraídos sin saber lo que hacemos o recibimos; bien estuvo que nos lo recordases, Señor, porque Tú verías muchas distracciones, mucha rutina, muchos olvidos y desprecios, en nuestras Eucaristías, en nuestras comuniones, distraídos sin darte importancia en los sagrarios olvidados como trastos de la iglesia, sin presencia de amigos agradecidos.

Vosotros, los sacerdotes, cuando consagréis este pan y vosotros, los  comulgantes, cuando comulguéis este pan, acordaos de toda esta ternura verdadera que ahora y siempre siento por vosotros, de este cariño que me está traicionando y me obliga a quedarme para siempre tan cerca de vosotros en el pan consagrado, en la confianza de vuestra respuesta de amor... Acordaos de mí; NO TE OLVIDAMOS, SEÑOR.

 Quisiéramos celebrar esta Eucaristía y comulgar tu Cuerpo con toda la ternura de nuestro corazón, que te haga olvidar todas las  distracciones e indiferencias nuestras y ajenas;  nos acordamos agradecidos ahora de todo lo que nos dijiste e hiciste y sentiste y sigues sintiendo por nosotros y te recordamos y recordaremos siempre agradecidos, desde lo más hondo de nuestro corazón.

El Jueves Santo, día grande cargado de misterios, fue el día en que Jesús se quedó para siempre con nosotros de dos formas: una, material, en el pan consagrado; otra, humana, bajo la humanidad de otros hombres. Porque la Eucaristía es Cristo oculto y sacramentado bajo las especies del pan y del vino, y el sacerdote es también Cristo mismo, bajo el barro de otros hombres. Las apariencias son accidentales, pero los sacerdotes y el pan y el vino consagrados, por dentro, son Jesús.

Qué gozo ser sacerdote, tener un hijo sacerdote, un hermano sacerdote, un amigo sacerdote, tan cerca de Cristo, tan omnipotente... valóralo, estímalo, reza por ellos en este día, es  mejor que todos los puestos y cargos del mundo. No os maravilléis de que almas santas hayan sentido en su corazón un aprecio tan grande hacia el sacerdocio, cuando Dios las ha iluminado y han podido ver con fe viva este misterio; no había nada de exagerado en sus expresiones, todo es cuestión de fe, si Dios te la da.

 

4.- Una Teresa de Jesús, que se quejaba dulcemente al Señor, porque no hubiera nacido hombre para poder ser sacerdote. Una Catalina de Siena, que después de contemplar su grandeza, corría presurosa a besar las huellas de los dulces Cristos de la tierra. Un San Francisco de Asís que decía: Si yo viera venir por un camino a un ángel y a un sacerdote, correría decidido al sacerdote para besarle las manos, mientras diría al ángel: espera, porque estas manos tocan al Hijo de Dios y tienen un poder como ningún humano.

Comenzó Jesús exagerando la grandeza del sacerdocio, cuando en la Última Cena se postró ante ellos, ante los pies de los futuros sacerdotes y les dijo: “De ahora en adelante ya no os llamaré siervos, sino amigos, porque un siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamaré amigos, porque todo lo que me ha dicho mi Padre, os lo he dado a conocer”. Y desde entonces, desde que Jesús dijo estas palabras, nosotros, los sacerdotes, somos sus íntimos y confidentes. Por eso, nos confía lo más sagrado que hay en el mundo: su cuerpo y las almas, la eternidad de los hombres.

Cómo me gustaría que las madres cristianas cultivaran con fe y amor en su corazón la semilla de la vocación, para transplantarla luego al corazón de sus hijos, como  cultiváis en vuestras eras  las semillas de tomate o de pimiento, para luego transplantarlas a la tierra. Hacen falta madres sacerdotales, en estos tiempos de aridez religiosa y desierto espiritual en nuestras comunidades. 

Queridas madres, qué maravilla tener un hijo sacerdote,  que todas las mañanas toca el misterio, trae a Cristo a la tierra, lo planta entre los hombres con todos los dones de la Salvación. Si tuvieras más fe, querida madre... hacer a Dios de un trozo de pan y que fuera Navidad y Pascua para las almas que se acercan con amor...qué ayuda prestas a Dios y qué beneficio haces a la humanidad con un hijo sacerdote.  Querida madre, ¿cuánto vale un alma? Cualquiera, no sólo la tuya o la mía sino hasta la del pecador más empedernido... vale una eternidad y tu hijo, sacerdote, puede salvarla con Cristo: “vete en paz, tus pecados están  perdonados; a vosotros no os llamo siervos sino amigos...” y tu hijo es amigo de Cristo para siempre y no siervo... y en cada Eucaristía, si está despierto en la fe, entra en el misterio de la Santísima Trinidad por el Espíritu, que da vida al Hijo, mediante una nueva encarnación sacramental en el pan, para gloria del Padre y tu hijo sacerdote se mete y dialoga con los Tres sobre su proyecto por el Hijo, sacerdote y víctima de Salvación eterna para el mundo y los hombres y todo se realiza con la Potencia del Amor Personal del Espíritu Santo porque para el sacerdote, en ese momento, el tiempo ya no existe, ha terminado y a veces vienen ganas hasta de morir para vivir plenamente lo que está celebrando. Qué pena, Señor, que falte fe en el mundo, en las madres, para hablar de estas realidades a sus hijos, para decirles que Tú nos amas hasta el extremo.

 

        5.-“Se fió de mí”, a pesar del pasado de Pablo, a pesar de mi pasado... Cristo me ha preferido, me ha llamado y me sigue llamando en un acto de confianza plena a estar con Él y enviarme a predicar, en un acto de predilección eterna,  que jamás sabré agradecer ni por toda la eternidad, cuando todo lo vea a plena luz y amor y me goce eternamente en la contemplación de mi identificación con su sacerdocio celeste a la derecha del Padre y así ya para siempre, para siempre, para siempre... toda la eternidad sacerdote celeste con Cristo glorioso  para alabanza de  gloria de la Santísima Trinidad y mis hermanos, los redimidos.Y esta confianza depositada por el Señor en nosotros, los sacerdotes, debe llevarnos a una correspondencia de gratitud y confianza inquebrantable en su persona y en su misión: “Sé de quién me he fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio”.

Por eso, perdonad que en esta tarde de tan profundos ecos sacerdotales, yo públicamente agradezca a Cristo este don y renueve mi entrega sacerdotal con San Pablo: “Doy gracias a Cristo Jesús, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio”.

Hermanos, sabéis de mi sinceridad, y desde ella os digo: mil veces nacido, mil veces sacerdote por amor, porque Cristo existe y es verdad, la verdad más luminosa de mi vida. Él vale más que todo lo que existe, porque no hay nada más grande que mi Cristo, nuestro Cristo, Hijo de Dios, hecho pan de Eucaristía, sacerdote eterno en el barro de otros hombres.

 

**************************************************

 

DOMINGO. SOLEMNIDAD: SANTÍSIMA TRINIDAD

 

PRIMERA LECTURA: Proverbios 8, 22-31

 

La sabiduría aparece en el presente pasaje y en todos los libros sapienciales como proveniente de Dios y perteneciente al ámbito de lo divino (cfr. Sab 7, 25 ss; Eclo 24, 3). Ella está con Dios, asiste con Él a la obra de la creación y en ello se deleita (cfr. Prv 3, 19 ss; Sab 9, 9); a los que la poseen los hace amigos de Dios (Sab 7, 27 ss). Progresivamente Dios revela el misterio de la sabiduría. En el libro que lleva su nombre se manifiesta también, activamente creadora. Sin embargo, no podemos decir que en el Antiguo Testamento se revele como una personalidad propia, distinta de Dios. La doctrina de la sabiduría divina conduce a la iluminación de la doctrina del Verbo, una vez que se nos ha revelado en Cristo; y viceversa, la doctrina sobre la sabiduría y sus relaciones con Dios son iluminadas por Cristo, «sabiduría de Dios» (1 Cor 1, 24).

 

SEGUNDA LECTURA: Romanos 5, 1-5

 

        El tema central del texto es que las tribulaciones constituyen una garantía de la verdad de la espera cristiana de la gloria. En efecto, la justificación trae al hombre no sólo la pacificación interior y el estado de gracia, sino también una nueva y firme persuasión de obtener la gloria. El modo de ese afianzamiento lo describe Pablo por la esperanza mantenida en medio de los sufrimientos. Una vez situada el alma en la dimensión de la esperanza, ya nada hay que temer. En efecto, esa disposición de esperanza es posible gracias al amor de Dios que, mediante Cristo, ha sido derramado por el Espíritu Santo; y una tal esperanza no puede fallar, decepcionar, frustrarse. Es la obra de la Trinidad en nuestras vidas.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 16,12-15

 

QUERIDOS HERMANOS: 

       

        1.- Nuestra Madre la Iglesia, como insigne maestra y pedagoga, va proponiéndonos progresivamente en el año litúrgico los principales misterios de nuestra fe, para que, celebrándolos, meditándolos y viviéndolos, sirvan para mayor gloria y alabanza de Dios y santificación nuestra.

        Después de haber considerado todos los misterios de la salvación -desde el nacimiento de Cristo hasta Pentecostés en el último domingo-, la Iglesia dirige su mirada al misterio primordial del cristianismo, la Santísima Trinidad, principio y fin de todo el misterio y vida de nuestro Dios Trino y Uno, fuente de todo don y de todo bien.

        Si el domingo pasado la Iglesia nos invitaba a venerar y alabar al Espíritu Santo en su manifestación pública de Pentecostés, hoy nos invita a los fieles a cantar las alabanzas y dar gracias al Dios Trino y Uno, diciendo, con mayor fe y amor que nunca, esta breve aclamación, que todos los días repetimos, sin darle excesiva importancia: «Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo».

Nada más justo, si echamos una mirada hacia atrás, para ver todos los misterios, que han salido del Amor Trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y que hemos ido celebrando durante todo el año litúrgico, que ha terminado.        Y si, hace unos días, cantábamos a Cristo resucitado que subía a los cielos para sentarse a la derecha del Padre, y el último domingo, honrábamos al Espíritu Santo, que inundaba de su fuego y su luz a la Iglesia naciente, hoy queremos adorar a los Tres, porque en consejo trinitario y en Poder del Padre y Sabiduría del Hijo y en el Amor del Espíritu han concebido, han realizado y han consumado esta obra tan maravillosa de la creación, de la salvación y de la santificación de los hombres.

        2.- Hay una realidad misteriosa, pero verdadera y revelada por el Señor Jesús, que muchos cristianos han vivido intensamente en su vida; es la inhabitación de Dios en nuestra alma, en nuestra vida y en nuestros sentimientos. Lo reveló el mismo Señor: “Si alguno me ama, mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

Es todo un regalo de la bondad de Dios nuestro Padre para con los que le aman con todo el corazón. El Espíritu Santo no es mencionado, porque Él es el Amor de Dios, y siempre que Jesús dice que el Padre nos ama, está diciendo que nos da su mismo Espíritu de Amor para que podamos amarle y amarnos con su mismo Amor, que es Espíritu Santo.

Y en esta misma línea van otras afirmaciones de Jesús: “Que todos sean uno, como tú, Padre en mí y yo en ti, que ellos sean uno en nosotros”; “No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros; en aquel día conoceréis que yo estoy en el Padre, yo en vosotros y vosotros en mí… y yo rogaré al Padre y os dará otro abogado que estará con vosotros para siempre, vosotros le conoceréis porque permanecerá con vosotros y estará con vosotros” (Jn 19, 21-25).

        San Pablo manifestará esta misma vivencia y verdad con innumerables textos: “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?; “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”; “No entristezcáis al Espíritu Santo que mora en vosotros”.

        3.- ¿Por qué falla la vivencia de este misterio entre los cristianos? ¿Por qué no es tan frecuente como debiera? Realmente hay que confesar que la experiencia de este misterio pertenece a la cumbre de la mística en su fase más elevada. La razón de todo está en que la vida de gracia se queda en semilla en nuestros corazones y no se desarrolla y evoluciona hasta producir esta floración y fruto de la vivencia de la Trinidad en nosotros.

Al no convertirse en árbol frondoso esta semilla, las vedades de la fe se quedan en “verdad incompleta”, porque faltan los dones del Espíritu Santo, que hacen que no sólo creamos sino que vivamos esas verdades en la intimidad de nuestro corazón. Así nos quedamos en la verdad incompleta, al faltar la experiencia de los que creemos, y no llegamos a la plenitud de los Apóstoles en el día de Pentecostés, por falta de generosidad nuestra, que nos impide la plenitud la vida de Dios en nosotros por la gracia y las virtudes sobrenaturales de la fe, la esperanza y la caridad.

San Juan de la Cruz es el doctor en estas noches y purificaciones que hay que pasar hasta llegar a estas alturas de transfiguración y transformación en Dios hasta poder decir: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado; cesó todo y dejéme mi cuidado, dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado». Para San Juan de la Cruz, Santa Teresa y todos los místicos, la falta esencial de todo esto es la falta de oración, no haber ascendido por el monte de la oración o no haber entrado hasta las moradas últimas para entrar y encontrarnos con Dios en el aposento más íntimo de las moradas de Dios en nosotros.

        Y si la falta de oración impide el desarrollo de la vida de gracia y amistad con Dios, lo peor de todo es el pecado, que pone una separación, una pared de kilómetros de ancha para unirse a Dios: “Los limpios de corazón verán a Dios”.

Cuando el alma está en gracia es como una piscina limpia, se refleja perfectamente el rostro de Dios en nosotros. Por eso es necesaria la purificación de los pecados, incluso las mismas raíces que no se ven ni manifiestan. Los pecados veniales consentidos impiden la unión total con Dios y por lo tanto su experiencia.

        4.- La experiencia de la Santísima Trinidad. En mis tiempos de Seminario leí un libro que me impactó y me hizo mucho bien, porque trataba de estas alturas que yo no comprendía pero me entusiasmaba y me encendía. Se titulaba la DOCTRINA ESPIRITUAL DE SOR ISABEL DE LA TRINIDAD. Fue una joven francesa que entró en el Carmelo de Gijón y tomó el nombre de Sor Isabel de la Trinidad por la devoción a este misterio y porque se sentía habitada por Dios. Hace unos años ha sido beatificada. He de decir que en ella primero fue la experiencia y luego la inteligencia del misterio de la inhabitación de Dios en su alma. Porque estas verdades no se comprenden hasta que no se viven. Por eso nos quedamos sin comprender muchas verdades de nuestra fe, porque no las vivimos. Y mira que lo dijo claro el Señor: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23). Pero esto sólo es posible por el Espíritu Santo. Y también lo dijo el Señor: “Le conoceréis porque permanece en vosotros”.

        Sor Isabel de la Trinidad fue una de esas almas luminosas y heroicas, que saben adherirse a una de esas grandes verdades, las más sencillas y vitales, lo mismo que Santa Teresita, permaneciendo niña toda la vida ante el amor de Dios Padre, y encuentran en ella bajo la apariencia de vida sencilla y ordinaria, el secreto de una vida santísima totalmente unida a Dios.

Para ella, la inhabitación de Dios en lo más íntimo de su alma fue la gran realidad de su vida espiritual. Lo dice ella misma con estas palabras: «La Trinidad, he ahí nuestra morada, nuestra «casa», la casa paterna de la que no debemos salir nunca… Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, puesto que el cielo es Dios y Dios está en lo más profundo de mi alma. El día que comprendí esto, todo se iluminó dentro de mí».

        5.- Y para vivir estos misterios, como buena discípula de San Juan de la Cruz, sabía que el camino eran las virtudes teologales y la purificación de las mismas. Escribía: «Para acercarse a Dios hay que creer. La fe es la sustancia de las cosas que hay que esperar y la convicción de las que no se ven. San Juan de la Cruz dice que la fe nos sirve de pies para ir a Dios y que sin la posesión de Dios es todo oscuro. Sólo ella puede darnos verdaderas luces sobre Aquel que amamos; y nuestra alma debe escogerla como medio para llegar a la unión bienaventurada”.

        El desarrollo de la fe, esperanza y caridad es lo que constituye la vida mística. La víspera de su muerte podía escribir: «Creer que un ser que se llama Amor habita en nosotros en todo instante del día y de la noche y que nos pide que vivamos en Sociedad con Él, he ahí, os lo confío, lo que ha hecho de mi vida un cielo anticipado». Y esa fue toda su breve vida de carmelita.

        «Todo mi ejercicio, escribía ella, es entrar adentro y perderme en los que están ahí. ¡Lo siento tan vivo en mi alma! No tengo más que recogerme para encontrarlos dentro de mí. Eso es lo que constituye toda mi felicidad». « Llevamos nuestro cielo en nosotros, puesto que Aquel que sacia a los glorificados en la luz de la visión, se da a nosotros, en la fe y en Misterio. Es el mismo. Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, puesto que el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que comprendí esto, todo se iluminó para mi y quisiera decir este secreto en voz muy baja a todos los que amo…».

        Al acercarse la fiesta litúrgica de la Santísima Trinidad, la invadía una fuerza irresistible. Durante esa semana la tierra no existía para ella. Decía: «Esta fiesta de los Tres es por cierto la mía. Para mí no hay otra cosa que se le parezca. En este gran misterio te doy cita para que sea nuestro centro... Que el Espíritu Santo te transporte al Verbo, que el Verbo te conduzca al Padre, para que seas consumada en el Uno, como sucedía verdaderamente con Cristo y nuestros santos”.

        El día 21 de noviembre del 1904, fiesta de la Presentación de la Virgen, el Carmelo entero renovaba los votos de profesión. De vuelta a su cuarto, tomó la pluma y en una simple hoja de libreta, sin vacilación alguna, sin la menor tachadura, de un solo trazo, escribió su célebre oración a la Santísima Trinidad como un grito que se le escapa del corazón. Para mí es una de las más bellas y profundas que conozco. De ella viven muchas almas que la repiten todos los días, al empezar la jornada, en su oración:

 

********************************************

 

SANTÍSIMA TRINIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Lo más original del cristianismo es que el Dios que Jesús nos ha revelado no es un ser solitario, lejano o inaccesible, sino un Dios cercano, entrañable, preocupado por nuestra felicidad. Vive una comunidad de amor de las tres Personas, en una felicidad desbordante, que quieren compartirla libremente con todas las personas que llaman a la existencia, con cada uno de nosotros. Estamos llamados a disfrutar de la felicidad de Dios.

¿Para qué se nos ha revelado este profundo misterio?, se pregunta santo Tomás de Aquino. Para que lo disfrutemos, responde. Y es así. A muchos cristianos les da miedo entrar en este misterio profundo, porque piensan que se van a hacer un lío con las tres Personas, una sola naturaleza o vida en Dios. Un Dios en tres Personas. Prefieren tratar a Dios de lejos, en abstracto, como un ser que me desborda, pero al que no tengo fácil acceso.

Cuando Jesús nos ha hablado de Dios, nos ha dicho que el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob es su Padre y que él es su Hijo único, y que del amor de ambos brota el Espíritu Santo. Y los Tres ponen su morada en los corazones que acogen esta gracia de Dios.

Precisamente, Jesús ha hecho que el misterio de Dios no sea algo inaccesible, sino un misterio atrayente como la zarza que Moisés vio sin consumirse en el monte. O como aquel huésped que se acercó a la tienda de Abrahán –eran uno y tres al mismo tiempo– y Abrahán le rogó que no pasara sin detenerse. De esta visita y de esta presencia les vino a él y a Sara la gracia de tener un hijo, Isaac, que fue la alegría de la casa y de todo el pueblo elegido.

Hay un Dios, al que se accede por la razón, el Dios de los filósofos. Es Dios verdadero, pero quedarse sólo ahí resulta un Dios frío y especulativo. Y está el Dios revelado, el que ha salido al encuentro del hombre desde antiguo, por medio de los profetas, y últimamente en su único Hijo Jesucristo, plenitud y centro de la revelación.

Conocer el Dios de Jesús significa entrar en lo más profundo del misterio. Como si Jesús nos hubiera presentado a su Padre Dios, hablándonos abundantemente de él, revelándolo como Padre misericordioso (ahí están las preciosas parábolas del Evangelio), y abriendo el horizonte a una fraternidad universal, que tiene por Padre al mismo Dios.

Jesús no nos ha revelado este profundo misterio para satisfacer nuestro entendimiento en cotas de conocimiento que la mente humana nunca hubiera podido alcanzar. Jesús nos ha revelado este misterio, nos ha introducido en él para que lo disfrutemos, para llenar nuestro corazón de felicidad. Para que nos gocemos de tener a Dios como Padre y no vivamos nunca más como huérfanos, sino amparados por su cobertura paternal que se hace providencia cada día. Para que sintamos la cercanía y la semejanza con Cristo, el Hijo único, que nos ha hecho hermanos y nos ha enseñado a amar como él nos ama, hasta la muerte, hasta dar la vida. Para que contemos siempre con ese poder sobrenatural del Espíritu Santo que nos hace parecidos a Jesús desde dentro y nos consuela continuamente con sus dones y carismas. Sería una pena que un cristiano no gozara de este misterio continuamente, porque lo considerara algo difícil e inaccesible, algo sólo para iniciados.

El misterio de Dios, Santísima Trinidad, se nos ha comunicado para que lo disfrutemos, para que vivamos siempre acompañados por su divina presencia en nuestras almas. Y esto desde el momento de nuestro bautismo. Para que aprendamos a vivir en comunidad, donde el amor transforma todas las diferencias en riquezas mutuas. Para que aprendamos a aceptarnos a nosotros mismos y a los demás también en nuestras limitaciones y pecados con un amor capaz de perdonar, una amor que todo lo hace nuevo.

 Con motivo de esta solemne fiesta de la Santísima Trinidad, la Iglesia nos recuerda el papel de los contemplativos en la vida de la Iglesia. Jornada pro Orantibus, que este año tiene como lema: “Contemplar el mundo con la mirada de Dios”. En nuestra diócesis de Plasencia hay 8 monasterios de monjas y 1 monasterio de monjes, que nos están recordando a todos esta mirada contemplativa del mundo con la mirada de Dios.

 Agradecemos esta vocación tan bonita y beneficiosa para la Iglesia y para la humanidad. Por aquellos que continuamente oran por nosotros, hoy oramos nosotros por ellos con gratitud y esperanza. Recibid mi afecto y mi bendición: Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

 

******************************************

 

SANTÍSIMA TRINIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de este domingo quiere subrayarnos la originalidad del Dios cristiano, que Jesucristo nos ha revelado para que lo disfrutemos.

Jesús aparece en el escenario de la historia presentándose como el Hijo único de Dios Padre. De esta manera, entendemos que Dios tiene un Hijo, que convive con él en la eternidad, desde siempre y para siempre.

Este Hijo es su imagen perfecta, son de la misma naturaleza: el Padre da, engendra, el Hijo recibe, es engendrado. Y entre ambos se establece una corriente de amor muy subido, tan intensa, que constituye el Espíritu Santo. Dios, por tanto, no es un ser solitario y aburrido.

El Dios de Jesucristo es un Dios comunitario, que viven en familia, donde se intercambian, se dan y se reciben, se aman, y son superfelices, sin que nadie les pueda robar esa felicidad, tan propia de Dios. Por un designio libre y lleno de amor han decidido los Tres crear el mundo, llenarlo de habitantes y poner al Hijo en el centro de todo, haciéndose hombre.

Y aquí viene el misterio de Cristo, que conocemos, desde su entrada en el seno virginal de María y su nacimiento en Belén hasta su muerte, resurrección y ascensión a los cielos en Jerusalén. Toda la vida de Cristo es manifestación en la historia del misterio íntimo de Dios en la eternidad.

En cualquiera de las fiestas aparecen las tres personas divinas actuando, cada una a su manera, con el deseo de incorporar a cada uno de los hombres al círculo de su intimidad. ¿Para qué se nos ha revelado este misterio de la Stma. Trinidad?

Para que lo disfrutemos, responde Santo Tomás. Celebrar esta fiesta sirve para caer en la cuenta de que Dios nos invita a entrar en su misterio, abriendo nuestro corazón para que el único Dios en sus tres personas vengan a poner su morada en nuestra alma cuando está en gracia. Somos templo y morada de Dios, que vive en nosotros y quiere poner su casa en nosotros por vía de amor. No estamos solos, estamos siempre acompañados, y qué compañía tan cercana (desde dentro), tan eficiente (nos va transformando), tan universal (para llevar a todos a la plenitud).

La actitud correspondiente es la adoración. Adorar es reconocer la grandeza de Dios, que nos desborda. Adorar es acoger el abrazo amoroso de Dios, que nos envuelve y nos diviniza. Junto a esta actitud de adoración está la alabanza a Dios que es tan grande, lo llena todo y es amigo del hombre.

En este día celebramos la Jornada de la Vida contemplativa, para dar gracias a Dios por tantas personas –hombres y mujeres– que han consagrado su vida a la alabanza divina en el claustro o en la soledad eremítica.

Estas personas nos recuerdan a todos que si Dios se ha abajado hasta nosotros, es para que vivamos pendientes de él como lo único necesario para el hombre. Con facilidad nos distraemos de lo fundamental y nos enredamos en tantas cosas que nos despistan.

Los contemplativos nos recuerdan, haciéndolo vida en sus vidas, que Dios es lo único necesario, y que todo lo demás nos vendrá por añadidura. “Sólo Dios” repetía San Rafael Arnaiz. “Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”, decía Santa Teresa de Jesús. “Evangelizamos orando” es el lema de esta Jornada.

La evangelización, que lleva consigo obras de caridad, de predicación y de culto, debe ir acompañada por la oración. Y los contemplativos nos lo recuerdan. En nuestra diócesis de Córdoba hay monasterios y ermitaños, monjas de clausura y contemplativas de distintos carismas. En esta Jornada queremos agradecerles su vocación y su misión en la Iglesia. ¡Nos hacen tanto bien! Con mi afecto y mi bendición Oh, santísima Trinidad.

 

DOMINGO de TRINIDAD:  EL ALMA EN GRACIA

 

QUERIDOS HERMANOS: 1.- “Si alguno me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. ¡Cuánto y qué verdadero debe ser el amor que Dios nos tiene que es capaz de rebajarse y pedirnos nuestro amor! Y uno se pregunta: ¿Pero qué puedo yo darle a Dios que Él no tenga? Si Dios es Dios y lo tiene y lo puede todo porque es infinito, no tiene límites de nada y en nada, ¿pero qué le puedo dar la criatura a Dios que Él no sea o lo tenga en grado infinito.

Y Dios responde: lo tengo todo menos tu amor si tú no me lo das, porque eso es personal y yo te he dado libertad como criatura para amarme o no amarme; yo te he soñado para una eternidad de unión y gozo eterno conmigo y te he hecho libre y tú puedes hacer con tu  amor lo que quieras; puedes hasta ofenderme pero yo desde que vienes a este mundo, respetando tu amor y libertad,  quiero vivir en tu alma bautizada y regenerada por la gracia e inhabitada por la Santisima Trinidad y participando en la misma vida divina de nosotros Tres por las virtudes infusas y teologales de fe, esperanza y caridad que nos unen y te hacen vivir ya en la tierra unido y sintiendo a los Tres en tu alma como templo y morada de la Trinidad, vida una y trinitaria de mis tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo, viendo y sintiendo cómo el Padre contemplándo la belleza y plenitudd de su ser y  esencia divina ve y contempla al Hijo como Idea e imagen perfecta y total de su mismo ser que le abraza y le besa y se funde en unidad esencial de Amor con su mismo Amor de Espíritu Santo en Unidad Substancial de las Tres Personas divinas con un mismo abrazo y beso de Amor de Espíritu Santo…

Nosotros Tres como un solo ser y existir infinito en unidad de Amor queremos vivir en todos vosotros, amadísimos hijos, por el santo bautismo que os hace hijos de Dios y herederos del cielo, hijos con nuestra misma vida de belleza y amor Trinitario, ya desde tu santo bautismo, que te hace por la gracia en tu alma morada de la Santisima Trinidad por el gran sacramento del santo bautismo, hoy poco valorado y despreciado por muchos, potenciando esta morada sentida y vivida por muchas alma por las tres virtudes teologales fe, esperanza y caridad,  que te unen a Dios Trinidad,  empezando ya en la tierra por el santo bautismo y la oración contemplativa que te purifica y te hace ver en tu alma y vvir y sentir la misma vida de la Trinidad en el cielo pero aquí participada de forma limitada por ser criaturas,  una vida de amor y amistad eterna que se prologará ya para siempre en mi misma esencia y eternidad y ya para siempre contemplada y vivida en gloria celestia con los Tres, vida de amor y gozo en Dios Trinidad que ya no teminará nunca porque la eternidad empieza en el tiempo por la gracia del santo bautismo pero se perfecciona y consuma en la misma vida y eternidad de los Tres en su esencia divina y trinitaria.

Hermanos, Dios nos ama y no habita, toda persona en gracia de Dios desde el santo bautismo es templo y morada de la Santísima Trinidad: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro presente en mi alma, ayudarme a olvidarme en mí…

Dice San Juan: “Dios es Amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su hijo como propiciación de nuestros pecados”.  Queridos hermanos, que Dios existe, que es infinito en todo, que nosotros no podemos darle nada que Él no tenga pero El quiere darse totalmente a nosotros… y por eso Dios es Amor infinito, el Amor más grande que existe y puede existir, porque nos ama no por necesidad de nada sino solo por amor gratuito, para llenarnos de su mismo amor y felicidad y gozo infinito trinitario en diálogo perpetuo de amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, pero ya desde este mundo: almas contemplativas que por la oración van llegando a estas cimas de unión con la Trinidad y tienen ya en este mundo experiencia de Dios Trinidad.

Dios me ha amado y me ha destinado a vivir su mismo amor y felicidad en el seno de la Santísima Trinidad. Cosa que yo no comprendo, porque Dios es ser infinito en amor y en via, no tiene necesidad de nada ni de nadie, nos supera a todo los creado y recreado por gracia, nos supera en amor y gozo y generosidad y en todo, nos supera infinitamente en ser y existir, no tiene en nada absolutamente necesidad del hombre para ser feliz.

Y este es el proyecto de Dios sobre el hombre. Dios me ha amado y me ha elegido a compartir con Él su misma esencia de vida, de belleza y de gozo en el volcán infinito de su divina esencia, contemplando paisajes de luz y esplendor en su Imagen perfecta que el Hijo con su mismo amor de Espíritu Santo.

Si yo le doy entrada en mi corazón al Hijo, Él es Hijo porque el Padre está eternamente amándole y creándole como Hijo y Él le hace Padre con el mismo Amor de los Tres que es el Espíritu Santo. Lo que ocurre, hermanos, es que hoy muchos cristianos, sobre todo, chicas y chicos jóvenes de este tiempo, qué diferencia de mi juventud en que las chicas guardaban la castidad hasta el matrimonio porque se sentían morada de Dios y se casaban vírgenes, hoy los jóvenes cristianos no piesan ni saben esta verdad fundamental de la fe católica: la inhabitación de la Santísima Trinidad en toda alma que esta en gracia de Dios, sin pecado grave.

Por eso, no se pueden separar ninguna de las Personas de la Santísima Trinidad. Si yo amo al Hijo, estoy amando al Padre que esencial y continua y eternamente lo engendra como Hijo en el mismo amor que el Hijo le hace Padre, Espíritu Santo. Y de ese mismo amor participo yo por la gracia, que es vida de Dios participada del Hijo por su mismo Amor de Espíritu Santo. Qué bien lo han comprendido y vivido muchos santos, como lo comprendió y vivió Sor Isabel de la Santísima Trinidad por su oración mística y contemplativa, sin haber estudiado teología:

        “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.  Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierto en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

        Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como adorador, como reparador y como salvador.

        Oh Verbo Eterno, palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñado para aprenderlo todo de vos; y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh amado astro mío! fascinadme, para que nunca pueda ya salir de vuestro resplandor.

        Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí, para que en mi alma se realice una como Encarnación del Verbo; que sea yo para él una humanidad supletoria, en la que él renueve todo su misterio.

        Y vos, Oh Padre, inclinaos sobre esta vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra; no veáis en ella sino al amado, en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.

        Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas. (Sor Isabel de la Stma Trinidad, 21-11- 1904).

 

        A) Para llegar a la vivencia de este misterio de vida divina y trinitaria, para sentir a la S. Trinidad que vive en nosotros por gracia desde el Bautismo si no la hemos echado fuera de nuestra alma por el pecado mortal o tapado por los pecados veniales, hay que correr el camino de la oración-purificación-transformación: todo por la oración.

        Pero para hablar de esto, tengo escrito algunos libros, así que nos quedamos adorando en fe y el que pueda en contemplació de amor a los tres que nos habitan: el cielo en la tierra.

       

2.- “Si alguno me ama…”  Dios quiere que el hombre le ame y para ganárselo le ha enviado a su Hijo, y con Él viene su Amor, esto es, su mismo Amor que es Espíritu Santo, y así vienen los Tres, viene toda la Trinidad al corazón del que le ame. Y esto no es pura teoría; primero porque lo dice el Señor y segundo porque en la historia de la Iglesia personas verdaderamente cristianas, almas todas de oración purificación , muchos bautizado santos, místicos  que han llegado a sentirse habitados por la Santísima Trinidad en su alma, en su corazón, porque en el santo bautismo todos fuimos hechos templos de la Santísima Trinidad.

San Ireneo dirá: «La gloria de Dios es que el hombre viva y la vida del hombre es ver a Dios», esto es, ver y contemplar en su alma la esencia divina vivida en los Tres.…».

 

3.- “Cuando venga el Paráclito, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”. Analicemos su nombre: Espíritu Santo

        a) Le llamamos Espíritu, porque no tiene rostro humano. La sagrada Escritura no presenta una imagen o retrato visible del Espíritu de Dios: es amor, fuerza interior, vida, es espíritu. Cristo dijo de Él: “Le conoceréis porque permanece en vosotros”. Si le dejamos vivir en nosotros, le conoceremos por sus efectos santificadores. Sólo se le puede conocer si habita en nosotros, si vive en nuestra alma como en su casa; por eso son pocos los cristianos que le conocen porque no tiene rostro y vive en lo interior: hay poca devoción al Espíritu Santo.

        b) Le llamamos espíritu, porque es el alma, la vida de nuestra vida. Lo que es el alma para el cuerpo, así es el Espíritu Santo para la Iglesia: es el principio de todo en el hombre, de su vida, de su inteligencia, de su amor; sin embargo, muchas veces no llegamos a descubrirle, porque nos quedamos en el exterior de nosotros, de la Iglesia, de los sacramentos.

La Iglesia, el cristiano, no puede vivir sin el Espíritu de Cristo. Como no tiene rostro externo o sensible, para conocerlo hay que dejarse invadir por Él, sentir su presencia en nuestro espíritu por la vida de gracia, hacernos dóciles a sus inspiraciones escuchándole en oración, aceptar su acción santificadora dentro de nosotros:

 

        « ¡Oh Espíritu Santo, Amor sustancial del Padre y del Hijo, Amor increado, que habitas en las almas justas! Ven sobre mí con un nuevo Pentecostés, trayéndome la abundancia de dones, de tus frutos, de tu gracia y únete a mí como Esposo dulcísimo de mi alma.

        Yo me consagro a ti totalmente: invádeme, tómame, poséeme toda. Sé luz penetrante que ilumine mi entendimiento, suave moción que atraiga y dirija mi voluntad, energía sobrenatural que dé vigor a mi cuerpo. Completa en mí tu obra de santificación y de amor. Hazme pura, transparente, sencilla, verdadera, pacífica, suave, quieta y serena, aun en medio del dolor, ardiente caridad hacia Dios y hacia el prójimo.

        Ven, oh ardiente de caridad hacia Dios y hacia el prójimo. Ven, oh Espíritu vivificante, sobre esta pobre sociedad y renueva la faz de la tierra, preside las nuevas orientaciones, danos tu paz, aquella paz que el mundo no puede dar. Asiste a tu Iglesia, dale santos sacerdotes, fervorosos apóstoles; solicita     con suaves invitaciones a las almas buenas, sé dulce tormento a las almas pecadoras, consolador refrigerio a las almas afligidas, fuerza y ayuda a las tentadas, luz a las que están en las tinieblas y en las sombras de la muerte» (SOR CARMELA del ESPÍRITU SANTO).

        c) Santo. Santo es igual que santificador. Es la misión del Espíritu, unir a Dios, y eso se llama santificar. Sin Espíritu Santo no hay cristiano ni cristianismo. Ser cristiano es «ser y vivir en el Espíritu», es amar y conocer a Dios en el Espíritu Santo y la Verdad: Jesucristo. Él es la fuerza de toda oración que se haga “en espíritu y verdad”, por eso hay que invocarle siempre al empezarla, para escucharle y hacernos dóciles a Él. Y nos santifica como alma de nuestra alma y de nuestra vida, como fuerza que va desde dentro hacia el exterior: «¡Oh Espíritu Santo, Fuego de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro y me consagro totalmente a Tí! Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante y conviérteme por una nueva encarnación  sacramental en humanidad supletoria de Cristo para que Él renueve y prolongue en mÍ todo su misterio de Salvación. Quisiera hacer presente a Cristo, ante la mirada de Dios y de los hombres, como Adorador del Padre, como Salvador de los hombres, como Redentor del mundo».

 

4.- Queridos hermanos, ¿qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia de Pentecostés que Jesús nos promete y quiere para todos su discípulos? Primero pedir con insistencia el Espíritu Santo al Padre, en nombre del Señor Resucitado, como Él nos lo mandó, y luego, esperar que el Padre responda, esperar siempre en oración, en diálogo, en espera activa, no de brazos cruzados, porque la esperanza, la oración verdaderamente cristiana es siempre acción por la contemplación, es suscitar diálogo con el Señor, deseos de Él, pensamientos y fuerzas para seguir trabajando; la oración, si es oración y no puro ejercicio mental, es siempre gracia eficaz de Dios y la necesitamos siempre para nosotros, para nuestra parroquia, apostolado y  necesidades de todo tipo; la oración y la liturgia verdaderas  siempre son dinámicas, siempre es estar con Él para enviarnos a predicar.

Se preguntaba San Buenaventura: ¿Sobre quién viene el Espíritu Santo? Y contestaba con su acostumbrada concisión: «Viene donde es amado, donde es invitado, donde es esperado”.   

¿Qué significa decir ¡Ven! a alguien que ya hemos recibido en el Bautismo, Confirmación, Orden sacerdotal… decir “ven” a quien tenemos presente dentro de nosotros? Santo Tomás de Aquino nos da una explicación teológica de las nuevas “venidas” del Espíritu Santo en nosotros. Observa, ante todo, que el Espíritu Santo «viene no porque se desplace de lugar, sino porque por gracia empieza a estar de un modo nuevo en aquellos a quienes convierte en templos suyos.» Textualmente: «Hay una misión invisible del Espíritu cada vez que se produce un avance en la virtud o un aumento de gracia. Cuando uno, impulsado por un amor ardiente, se expone al martirio o renuncia a sus bienes, o emprende cualquier otra cosa ardua y comprometida». (I, q 43,a 6)

        Y KarL Rahner añade: «No podemos negar que el hombre puede hacer en esta vida ciertas experiencias de gracia, que le dan una sensación de liberación, le abren horizontes del todo nuevos, se graban profundamente en él y le transforman, moldeando, incluso durante mucho tiempo, su actitud cristiana más íntima. Nada impide llamar a esta experiencia “bautismo del Espíritu”.

        Pentecostés es el primer bautismo del Espíritu del Señor Jesucristo Resucitado y sentado a la derecha del Padre, con el mismo poder y amor que Él. Jesús al anunciarlo antes de la Ascensión, dijo: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días”. Toda su obra mesiánica consiste en derramar el Espíritu sobre la tierra. Así lo dijo en la sinagoga de Cafarnaún.

¿Qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal? Primero, pedir con insistencia, como he dicho, el Espíritu Santo al Padre por el Hijo resucitado y glorioso, sentado a su derecha como Él nos encomendó. Y luego esperarlo reunidos con María y la Iglesia en oración personal y comunitaria, en la acción y oración litúrgica. Esperarlo y pedirlo, porque la iniciativa siempre es de Dios “… y el viento nadie sabe de dónde viene ni a dónde va”.

 

**********************************************

 

SEGUNDO DOMINGO  DE PENTECOSTÉS:

 

SOLEMNIDAD: SANTÍSIMO CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

 

PRIMERA LECTURA: Génesis 14, 18-20

 

Melquisedec, rey de Salem (Jerusalén) y sacerdote del Dios Altísimo, sale al encuentro de Abrahán que vuelve victorioso; y le presenta pan y vino. Melquisedec, esta figura misteriosa que aparece sin genealogía, es todo un símbolo de realidades futuras. Es rey-sacerdote y ofrece el pan y el vino, que representa un sacrificio más espiritual que la sangre de los animales. Su misteriosa figura ha servido al autor de la Carta a los Hebreos (7, 2-3) para hablar de un sacerdocio superior y más universal que el levítico: el sacerdocio de Cristo, sacerdote “según el orden de Melquisedec” (Hebr 7, 1-3; Sal 110, 4). En el pan y el vino ha visto la tradición cristiana litúrgica simbolizada ya la Eucaristía.

 

SEGUNDA LECTURA: 1Corintios 11, 23 26

 

Pablo recuerda a los Corintios las líneas exactas y «tradicionales» de la celebración de la Cena del Señor para cortar los abusos del ágape que precedía a la Cena litúrgica (11, 18-22). Pablo no había sido testimonio ocular de la Última Cena, pero sí lo era de la liturgia y de la tradición de la Iglesia primitiva (v. 23). La versión de Pablo coincide con la de Mc 14, 22-25; pero Pablo añade: “Haced esto en recuerdo mío” (v. 24-25), para evidenciar el realismo de este Memorial de la muerte del Señor (v. 26). La fe del Apóstol en la presencia real queda patente en el v. 27 que no se lee en esta perícopa. En efecto, aquí memoria no ha de entenderse como recuerdo de un pasado, sino como actualización o presencialización de la Última Cena. Para Pablo la celebración de la Eucaristía es un banquete tanto conmemorativo como de espera (v. 26).

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 9, 11b-17.

 

(Más homilías del Corpus Christi en mi libro: «TU CUERPO Y SANGRE, SEÑOR, Edibesa, Madrid»).

 

 

CORPUS CHRISTI: QUERIDOS HERMANOS: Con gozo y emoción estamos celebrando la festividad del Corpus Christi, del Cuerpo y la Sangre de Cristo, es decir, de Jesucristo vivo en el pan eucarístico.

Esta fiesta del Cuerpo de Cristo es una festividad de precepto para toda la Iglesia Universal, manifestando así la importancia que tiene para la vida cristiana y para toda la Iglesia la veneración y adoración de nuestro Señor Jesucristo en su presencia eucarística.

        1.- Jesucristo Eucaristía, viviente en el Pan consagrado, en todos los Sagrarios de la tierra, es la mayor prueba de amor a los hombres, después de su Encarnación, muerte y Resurrección, sobre todo, sabiendo además que no sería correspondido en amor, no digo por los no creyentes, sino incluso por muchos de los que nos llamamos católicos y seguidores suyos.

Medítalo tu mismo: tú le visitas, tú crees que Jesucristo, hijo de Dios y Salvador de los hombres está en el Sagrario, el mismo que está en el cielo con los nuestros, el que estuvo en Palestina, cómo correspondes tú, el pueblo cristiano,  a Cristo vivo y real aquí presente, tantas iglesias cerradas y sagrarios abandonados incluso por los mismos (sacerdotes), a pesar de la emoción del Señor al quedarse con nosotros y de tántos y tántos milagros hechos en la Eucaristía a través de la historia?

Jesucristo, Hijo de Dios y Único Salvador del mundo, quiso quedarse con nosotros hasta el final de los tiempos en el pan consagrado, como lo había prometido después de la multiplicación de los panes y de los peces y realizó esta promesa en la noche del Jueves Santo, diciendo: Esto es mi cuerpo, esta es m sangre, y como Él es Dios así se hizo y lo sigue haciendo ahora por medio de los sacerdotes.

En la Eucaristía y en todos los sagrarios de la tierra está presente el mismo Cristo venido del seno del Padre, nacido de María Virgen, muerto y resucitado por nosotros. No está como en Palestina, con presencia temporal y mortal sino que está ya glorioso y resucitado, como está desde la resurrección, triunfante y celeste, sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros y esperándonos siempre, desde el Sagrario, lleno de amor, con los brazos abiertos para abrazarnos y escucharnos a todos, como así le sienten muchas almas ¿entonces para qué quiso quedarse en el Sagrario? Para esperarte a ti, y a ti y a todos. Y él es Dios...

El mismo Cristo que contemplan los bienaventurados en el cielo, es el que nosotros adoramos y contemplamos por la fe en el pan consagrado. Permanece así entre los hombres cumpliendo su promesa:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

Dice Santo Tomás de Aquino en el oficio de las Horas de este día: «En la última cena, después de haber celebrado la Pascua con sus discípulos, cuando iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento, como el memorial perpetuo de su pasión... el más grande de los milagros... y les dejó este sacramento como consuelo incomparable a quienes su ausencia llenaría de tristeza...»

El sacramento de la Eucaristía como misa, comunión y presencia de amistad es el mayor de todos los sacramentos, porque contiene al mismo Cristo, el Evangelio entero y completo,  la salvación entera y completa, que se hace presente para hacernos partícipes de su misma vida, alimentando y transformado nuestras vidas, cristificándolas, haciéndolas suyas, salvándolas.

2.- En este día del Cuerpo y la Sangre de Cristo nos fijamos y veneramos especialmente la Eucaristía como presencia de Cristo en el pan consagrado, como sacramento permanente en el sagrario. Dice San Cirilo de Jerusalén: «No veas en el pan y en el vino meros elementos naturales, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos vean otra cosa» (Catequesis mistagógicas, IV,6:SCh 126, 138)

Cantemos con el doctor Angélico: «Adorote devote, latens Deitas», Te adoro devotamente, oculta Divinidad, porque el que te contempla con fe desfallece de amor. Ante este misterio de amor infinito de un Dios al hombre, la razón humana experimenta toda su limitación.

Esta Presencia de Jesús Sacramentado junto a nosotros, en nuestras iglesias, junto a nuestras casas y nuestras vidas, debe convertirse en el centro espiritual de toda la comunidad cristiana, de toda parroquia y de todo cristiano. Cuando estamos junto al Sagrario estamos junto a Cristo glorioso, con la misma intimidad que si estuviéramos en el cielo en su presencia.  

Por eso se ha dicho que el sagrario es la puerta del cielo y así los experimentan muchas almas, puesto que el cielo es Dios y el mismo Hijo de Dios que contemplan los bienaventurados del cielo, el mismo, vivo y resucitado, lo experimentamos nosotros como amigo y confidente en todos los sagrarios de la tierra. Por eso esta presencia del Señor en la Eucaristía debe ser amada, correspondida y respetada por todos los creyentes con mucho cuidado, con mucho amor,  porque nos jugamos toda nuestra vida cristiana y de amistad con Él ya en la tierra.

Queridos hermanos, termino esta homilía repitiendo lo que siento: me gustaría que todos los creyentes visitaran al Señor todos los días en el Sagrario y que vinieran a misa los domingos y comulgaran con amor. Es Dios, lo ha dado todo por nosotros, está para llevarnos al cielo:”El que coma de este pan, vivirá eternamente; démosle nosotros también nuestro amor y compañía. El Sagrario es Jesucristo vivo y celeste, amándonos hasta el final de los tiempos, es el cielo en la tierra.

ADORADO SEA JESUCRISTO EN  EL SANTÍSIMO SACREMENTO DEL ALTAR, SEA POR SIEMPRE BENDITO Y ADORADO.

 

**************************************************

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Celebramos en estos días la gran fiesta del Corpus Christi. Es una fiesta que brota del Jueves santo, cuando Jesús reunido para la Última Cena con sus discípulos, instituyó el sacramento de la Eucaristía y el sacramento del Orden sacerdotal, al tiempo que nos dejaba el mandato del amor fraterno.

Es una fiesta de gran gozo en honor de nuestro Señor. Es una fiesta para agradecer un don tan inmenso. Es una fiesta para revisar nuestro acercamiento a este divino sacramento, si lo hacemos en condiciones apropiadas y si produce el fruto que pretende. Tenerlo tan cerca que hasta lo puedo tocar es un signo de su cercanía. Pero puede también prestarse a considerarlo ordinario y rutinario, porque nos acostumbrásemos a convertir lo siempre extraordinario  en cotidiano.

Necesitamos esta fiesta para dejarnos invadir por el asombro, al considerar que Jesús está vivo y glorioso aquí en el sacramento, y que a través de este ingenioso invento Él se hace contemporáneo  todos nosotros, a todos los hombres, eternamente joven para cada uno de nosotros, en cada generación, para acompañarnos en el camino de la vida. Eso es lo que queremos expresar y vivir en las procesiones del Santísimo Sacramento, este año más reducida por las circunstancias de la pandemía que estamos viviendo.

En el sacramento eucarístico Jesús cumple su palabra de estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. ((Por eso, cómo hemos notado no poder acercarnos a recibirlo sacramentalmente durante estos meses de pandemia.)) Que la fiesta de este Corpus nos acerque a él en nuestra parroquia, en nuestra comunidad, en la adoración eucarística, en la celebración de la santa Misa.

Queridos hermanos: Necesitamos sentirlo cerca, poder abrazarlo, comerlo sacramentalmente, digerir y asimilar este alimento de vida eterna en el silencio de nuestro corazón, en ratos largos de oración eucarística ante  el Sagrario, entablar ese diálogo de amor con quien sabemos que nos ama. El amor de Cristo hacia cada uno de nosotros no es una teoría, no son bellas palabras. Es una realidad muy consoladora que todos podemos experimentar.

Cuando profundizamos en ella, constatamos que este amor le ha llevado a Jesús a entregar su vida por mí y por todos los pecadores, para hacernos caer en la cuenta del absurdo del pecado, del desastre de nuestro alejamiento de Dios.

No olvidemos que lo empezó a celebrar en la Cena del Jueves santo, pocas horas antes de empezar su Pasión y Muerte. Y al mismo tiempo, teniéndolo cerca, que podamos percibir los abundantes bienes que trae consigo estar con él, abrir nuestro corazón a su presencia y a su acción todopoderosa, saciar nuestra hambre y nuestra sed de su amor sin medida.

Queridos hermanos y hermanas, hemos nacido para amar y ser amados. La Eucaristía es punto de encuentro de esta necesidad vital tan honda. Comer la carne gloriosa de Cristo nos sitúa en clima eucarístico, es decir, de ofrenda, de entrega. No comemos la carne de Cristo para la autocomplacencia, sino para dejarnos contagiar de la entrega que le ha movido a Jesucristo a dar su vida por mí, por nosotros. Para qué vale la vida, sino para entregarla en amor, para gastarla por Dios para los demás.

Jesucristo nos introduce en la perspectiva de la vida eterna, que ya ha comenzado por el bautismo y no acabará nunca, y ni siquiera quedará truncada por la muerte porque Él la ha superado con su muerte y resurrección que hace presente en la santa misa. Y Él da la vida  y nos alimenta con su cuerpo resucitado, pan de vida eterna, cumpliendo así su misión de redimirnos a los que pasamos de la vida de esclavos por el pecado para llevarnos a la libertad gozosa de hijos de Dios, por eso la comunión hay que recibirla en gracia con Dios.

Y así a nosotros la Eucaristia nos infunde  ese dinamismo de  donación de sí mismo, de gastar la propia vida para que otros tengan vida, nos empuja  al amor fraterno que brota de la Eucaristía ofrecida y comida en la comunión, nos conduce al amor fraterno, tal como Cristo nos lo ha enseñado: “Amaos unos a otros, como yo os he amado”, y ese amor incluye el amor incluso a los enemigos. No podemos odiar a nadie porque el Cristo que comulgamos y ofrecemos en la misa y visitamos dio la vida por ellos en la cruz: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen. Los que comulgamos no podemos tener odio ni rencor a nadie, hay que perdonar a todos como el Cristo que comulgamos.

Por eso el amor cristiano no es un entretenimiento, ni es un juego. El amor cristiano es “darse hasta hacerse daño”  como decía Sta. Teresa de Calcuta. Y la fiesta del Corpus nos impulsa a ello, a acercarnos a todos los que lo pasan mal por una u otra razón, acercarnos a todos los que son víctima de la injusticia de los demás, a los pobres de amor y de dinero. Cáritas. Porque el Corazón de Cristo, si comulgamos de verdad, Él nos va infundiendo este amor suyo, su misma vida entera y completa hasta dar la vida por los hermaos y también su amor, su certeza de cielo y eternidad, donde le escucharemos decir: Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre, estuve desnudo… siempre que lo hicísteis con cualquiera de mis hermanos necesitados.

Finalmente quiero deciros que la adoración eucarística ante su presencia en los Sagrarios o la Santa Custodia es como una “fisión nuclear” de amor, cuya onda expansiva es capaz de transformarlo todo, porque poco a poco adorándole y amándole nos va transformado nuestro corazón en el suyo. Qué gran invento, Jesús está vivo junto a nosotros. Visítemosle, comúlguemosle, celebremos con Él en cada misa nuestra muerte al pecado y nuestra resurrección a la vida plena de amor con Él y con los hermanos. Así sea.

 

**********************************************

 

 

TRIDUO DEL CORPUS CHRISTI

 

PRIMERA HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS: Con gozo y emoción estamos celebrando la festividad del Corpus Christi, del Cuerpo y Sangre del Señor. La primera fiesta del Corpus se celebró en la diócesis de Lieja, en el año 1246, por petición reiterada de Juliana de Cornillon. Algunos años más tarde, en el 1264, el Papa Urbano IV hizo de esta fiesta del Cuerpo de Cristo una festividad de precepto para toda la Iglesia Universal, manifestando así la importancia que tiene para la vida cristiana y para la Iglesia la veneración y adoración del Cuerpo Eucarístico de nuestro Señor Jesucristo.

Sobre el sentido y la espiritualidad propia de esta fiesta del Corpus dice el Ceremonial de los Obispos:

        «Aunque en la Misa de la Cena del Señor se tiene un recuerdo especial de la institución de la Eucaristía, cuando Cristo cenó con sus discípulos y les entregó el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre para ser celebrado en la Iglesia, sin embargo, en la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo se ofrece a la piedad de los fieles el culto de tal salvífico Sacramento, para que celebren las maravillas de Dios significadas en Él y realizadas por el misterio pascual, para que aprendan a participar en el sacrificio eucarístico y a vivir más intensamente de él, para que veneren la presencia de Cristo el Señor en este Sacramento y den las debidas acciones de gracias a Dios por los bienes recibidos» (Ceremonial de los Obispos, n. 385; IGMR 3).

 

1.- Jesucristo, el Hijo de Dios y el Salvador del mundo, quiso quedarse con nosotros hasta el final de los tiempos en el pan consagrado, como lo había prometido después de la multiplicación de los panes y de los peces y realizó esta promesa en la noche del Jueves Santo.

En la Eucaristía y en todos los sagrarios de la tierra está presente el mismo Cristo venido del seno del Padre, nacido de María Virgen, muerto y resucitado por nosotros. No está como en Palestina, con presencia temporal y mortal sino que está ya glorioso y resucitado, como está desde la resurrección, triunfante y celeste, sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros desde el sagrario y en el cielo. El mismo Cristo que contemplan los bienaventurados en el cielo, es el que nosotros adoramos y contemplamos por la fe en el pan consagrado. Permanece así entre los hombres cumpliendo su promesa:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

 Dice Santo Tomás de Aquino en el oficio de las Horas de este día: «En la Última Cena, después de haber celebrado la Pascua con sus discípulos, cuando iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento, como el memorial perpetuo de su pasión... el más grande de los milagros... y les dejó este sacramento como consuelo incomparable a quienes su ausencia llenaría de tristeza...». El sacramento de la Eucaristía como misa, comunión y presencia de amistad es el mayor de todos los sacramentos, porque contiene al mismo Cristo, el evangelio entero y completo,  la salvación entera y completa, que se hace presente para hacernos partícipes de su vida, alimentando y transformando nuestras vidas, cristificándolas, haciéndolas como la suya.

En este día del Cuerpo y de la Sangre del Señor nos fijamos y veneramos  especialmente la Eucaristía como presencia de Cristo en el pan consagrado, como sacramento permanente en el Sagrario: «No veas -exhortaba san Cirilo de Jerusalén- en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa» (Catequesis mistagógicas, IV,6:SCh 126, 138)

 

2.-«Adoro te devote, latens Deitas, seguiremos cantando con el Doctor Angélico. Ante este misterio de amor, la razón humana experimenta toda su limitación. Se comprende cómo, a lo largo de los siglos, esta verdad haya obligado a la teología a hacer arduos esfuerzos para entenderla. Son esfuerzos loables, tanto más útiles y penetrantes cuanto mejor consiguen conjugar el ejercicio crítico del pensamiento con la fe viva de la Iglesia, percibida especialmente en el carisma de la verdad del Magisterio y en la comprensión interna de los misterios, a la que llegan todos sobre todo los santos» (Ecclesia de Eucharistia 15c).

Esta Presencia de Jesús Sacramentado junto a nosotros, en nuestras iglesias, junto a nuestras casas y nuestras vidas, debe convertirse en el centro espiritual de toda la comunidad cristiana, de toda la parroquia y de todo cristiano. Cuando estamos junto al Sagrario estamos con la misma intimidad que si estuviéramos en el cielo en su presencia.  

Por eso se ha dicho que el Sagrario es la puerta del cielo y así lo experimentan muchas almas, puesto que el cielo es Dios y el mismo Hijo de Dios que contemplan los bienaventurados del cielo, el mismo, vivo, vivo y resucitado, lo experimentamos nosotros como amigo y confidente en el Sagrario.

Y esta presencia del Señor en la Eucaristía debe ser amada, correspondida y respetada y tratada por todos los creyentes con mucho cuidado, con mucho amor,  porque nos jugamos toda nuestra vida cristiana. Al entrar en la iglesia hay que mirar al Sagrario con amor, tenemos que guardar silencio y compostura en su presencia, pensar y vivir en esos momentos para Él, hacer bien la genuflexión, siempre que podamos,  como signo de adoración y reconocimiento.

Cuánta fe, teología y amor hay en una genuflexión bien hecha, hecha físicamente, si se puede por los años,  con ternura y mirándole; y por el contrario, qué poca fe, qué falta de amor, qué poca delicadeza  expresan a veces la ligereza de nuestros comportamientos en su presencia eucarística, especialmente en el silencio debido y religioso, signo de adoración, en el arreglo y cuidado del Sagrario, en las flores y la lámpara siempre encendida, signo de nuestro amor y nuestra fe permanente; con qué facilidad y poco respeto se habla a veces en la iglesia, antes o después de las Eucaristías, como si allí ya no estuviera el Señor, como si aquel fuera un salón de la casa.

        Precisamente nunca debemos olvidar que el Cristo del Sagrario es el mismo que acaba de sacrificarse por nosotros en la misa, de ofrecerse por nuestra salvación y que ahora, en el Sagrario, continúa intercediendo y sacrificándose por nosotros.

Me parecen muy oportunas en este sentido la doctrina y enseñanzas del Directorio:

 

**********************************************

 

SEGUNDO DÍA DEL TRIDUO DEL CORPUS CHRISTI

 

3.-LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

 

        «La adoración del santísimo Sacramento es una expresión particularmente extendida del culto a la Eucaristía, al cual la Iglesia exhorta a los Pastores y fieles. Su forma primigenia se puede remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la celebración de la misa en la cena del Señor y a la reserva de las Sagradas Especies. Ésta resulta muy significativa del vínculo que existe entre la celebración del memorial del sacrificio del Señor y su presencia permanente en las Especies consagradas.

        La reserva de las Especies Sagradas, motivada sobre todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en cualquier momento, para administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en los fieles la loable costumbre de recogerse en oración ante el sagrario, para adorar a Cristo presente en el Sacramento.

        La piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la santa Eucaristía, les atrae para participar de una manera más profunda en el misterio pascual y a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo.     Al detenerse junto a Cristo Señor, disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salvación del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio un aumento de fe, de esperanza y de caridad. De esta manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que es conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que nos ha dado el Padre».

       

5.- «La adoración del santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras:

- la simple visita alsantísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa;
- adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas, en la custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve;

- la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.

        En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del año litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progresivamente que durante la adoración del santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los santos. Sin embargo, dado el estrecho vínculo que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría ayudar a dar a la oración una profunda orientación cristológica, meditando en él los misterios de la Encarnación y de la Redención».

(Directorio, nn. 164-165).

 

6.- Queridos hermanos: Iniciado este diálogo con el Señor en el sagrario, pronto empezamos a escuchar a Cristo, que en el silencio del templo, sentados delante de Él, nos señala con el dedo y nos dice con lo que está y no está de acuerdo de nuestra vida:  “ El que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” y aquí está el momento decisivo y trascendental: si  empiezo a convertirme, si comprendo que amar a Dios es hacer lo que Él quiere: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, si escucho a Cristo que me dice y me pide: “Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado” y empiezo a alimentarme de la humildad, paciencia, generosidad, amor evangélico, del que Él me da ejemplo y practica en el sagrario, si empiezo a comprender que mi vida tiene que ser una conversión permanente a su misma vida, para hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre como la suya, necesitando a cada paso de Cristo, de oírle y escucharle, de recibir orientaciones y fuerza, ayudas, porque yo estaré siempre pobre  y necesitado de su gracia, de su oración, de sus sentimientos y actitudes, si comprendo y me comprometo en  mi conversión, entonces llegaré a cimas insospechadas, al Tabor en la tierra.    

Podrá haber caídas pero ya no serán graves, luego serán más leves y luego quedarán para siempre las imperfecciones propias de la materia heredada con un genoma determinado, que más que imperfecciones son estilos diferentes de vivir. Siempre seremos criaturas, simples criaturas elevadas sólo por la misericordia y el poder y el amor de Dios infinito.

Y el camino siempre será personal, trato íntimo entre Cristo y el alma, guiada por su Espíritu, que es amor y luz y fuerza, pero que actúa cómo y cuando quiere.

Queridos hermanos, termino esta homilía repitiendo esta idea: me gustaría que todos los feligreses, desde el párroco hasta el niño de primera comunión, cada uno tuviera su tienda junto al sagrario para desde allí escuchar, contemplar, aprender, imitar, y adorar tanto amor, tanta amistad, tanto cielo anticipado pero visto y aprendido directamente del  mismo Cristo. Me gustaría introducir a todos, pero especialmente a los niños y a los jóvenes, sin excluir a nadie, en el sagrario, en este trato diario, íntimo, amoroso, gratificante con Jesucristo Eucaristía. A Él sean dados todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

**************************************

TERCERA HOMILÍA DEL TRIDUO DEL CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS: Hoy es la fiesta del CUERPO Y  DE LA SANGRE DE CRISTO, la fiesta de su presencia amiga en medio de los hombres. El pueblo católico, en estos tiempos tan malos para la fe, va perdiendo poco a poco la clave de su identidad cristiana, que es Cristo Eucaristía. Por eso se secan tantas vidas de jóvenes y adultos bautizados, porque se alejan de la «fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta fonte está escondida, en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche».

Creo que en este día, en que vamos a llevar por nuestras calles y plazas a Jesucristo Eucaristía, nosotros, los católicos creyentes y convencidos, debemos exponer con claridad, con valentía y sin complejos, los motivos de nuestra fe y amor a la Eucaristía.  Y si alguien nos preguntase por qué cantamos, adoramos y sacamos en procesión este pan consagrado, nosotros respondemos con toda claridad:

 

1.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Padre que me pensó para una Eternidad de felicidad con Él, y, roto este primer proyecto por el pecado de Adán, me envió a su propio Hijo, para recuperarlo y rehacerlo, pero con hechos maravillosos que superan el primer proyecto, como es la institución de la Eucaristía, de su presencia permanente entre los hombres. Por eso, la adoramos y exponemos públicamente al “amor de los amores”: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

 

2.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Hijo que se hizo carne por mí, para revelarme y realizar este segundo proyecto del Padre, tan maravilloso que la Liturgia Pascual casi blasfema y como si se alegrase de que el primero fuera destruido por el pecado de los hombres: «¡Oh feliz culpa, que nos mereció un tan grande Salvador!» La Eucaristía y la Encarnación de Cristo tienen muchas cosas comunes. La Eucaristía es una encarnación continua de su amor en entrega a los hombres.

 

3.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Cuerpo, sangre, alma y Divinidad de Cristo, que sufrió y murió por mí y resucitó para que yo tuviera comunión de vida y amor eternos con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él”; “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan, vivirá para siempre... vivirá por mí...”.

        «La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento. Cuando Jesús anuncia por primera vez esta comida, los oyentes se quedaron asombrados y confusos, obligando al Maestro a recalcar la verdad objetiva de sus palabras: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,53). No se trata de alimento metafórico: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6,55)»  (Ecclesia de Eucharistia 16).

 

4.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está Jesucristo vivo, vivo y resucitado, que antes de marcharse al cielo... “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en la noche de la Última Cena, cogió un poco de pan y dijo: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre que se derrama por vosotros” y como Él es Dios, así se hizo y así permanece por los siglos, como pan que se reparte con amor, como sangre que se derrama en sacrificio para el perdón de nuestros pecados.

«La eficacia salvífica del sacrificio se realiza cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, “derramada por muchos para perdón de los pecados” (Mt 26, 28). Recordemos sus palabras: “Lo mismo qu el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también  el que me coma vivirá por mí”. Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente». (Ecclesia de Eucharistia, 16).

 

5.- PORQUE EN ESTE PAN EUCARÍSTICO está el precio que yo valgo, el que Cristo ha  pagado para rescatarme; ahí está la persona que más me ha querido, que más me ha valorado, que más ha sufrido por mí, el que más ha amado a los hombres, el único que sabe lo que valemos cada uno de nosotros, porque ha pagado el precio por cada uno.

Cristo es el único que sabe de verdad lo que vale el hombre,  la mayoría de los políticos, de los filósofos, de tanto pseudo-salvadores, científicos y cantamañanas televisivos no valoran al hombre, porque no lo saben ni han pagado nada por Él ni se han jugado nada por Él; si es mujer, vale lo que valga su físico,  y si es hombre, lo que valga su cartilla, su dinero, pero ninguno de esos da la vida por mí...

El hombre es más que hombre, más que esta historia y este espacio, el hombre es eternidad. Solo Dios sabe lo que vale el hombre. Porque Dios pensó e hizo al hombre, y porque lo sabe, por eso le ama y entregó a su propio Hijo para rescatarlo. ¡Cuánto valemos! Valemos el Hijo de Dios muerto y resucitado, valemos la Eucaristía.

 

6.- PORQUE «EN LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA SE CONTIENE TODO EL BIEN ESPIRITUAL DE LA IGLESIA, A SABER, CRISTO MISMO, PASCUA Y PAN VIVO QUE DA LA VIDA A LOS HOMBRES, VIVIFICADA Y VIVIFICANTE POR EL ESPÍRITU SANTO» (PO 6). 

 

«...Los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente unidos a la Sagrada Eucaristía y a ella se ordenan». «Ninguna Comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzar toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 5 y 6).

Por todo ello y mil razones más, que no caben en libros sino sólo en el corazón de Dios, los católicos verdaderos, los que creen de verdad y viven su fe, adoramos, visitamos y celebramos los misterios de nuestra fe y salvación y nos encontramos con el mismo Cristo Jesús en la Eucaristía.

Queridos hermanos, en este día del Corpus expresemos nuestra fe y nuestro amor a Jesús Eucaristía por las calles de nuestra ciudad, mientra cantamos: «adoro te devote, latens  deitas...»  Te adoro devotamente, oculta divinidad,  bajo los signos sencillos del pan y del vino, porque quien te contempla con fe, se extasía de amor. ¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

Esta presencia de Cristo no se puede experimentar y vivir con gozo desde los sentidos, sólo la fe viva y despierta por el amor nos lleva poco a poco a reconocerla y descubrirla y gozar al Señor, al Amado, bajo las especies del pan y del vino.

“¡Es el Señor!”exclamó el apóstol Juan en medio de la penumbra y niebla del lago de Genesaret, después de la resurrección,  mientras los otros discípulos, menos despiertos en la fe y en el amor, no lo habían descubierto. Si no se descubre su presencia y se experimenta, para lo cual no basta una fe heredada y seca sino que hay que pasar a la fe personal e  iluminada por el fuego del amor,  el sagrario se convierte en un trasto más de la iglesia y una vida eucarística pobre indica una vida cristiana y un apostolado pobre, incluso nulo.

Qué vida tan distinta en un seglar, sobre todo en un sacerdote, qué apostolado tan diferente entre una catequista, una madre, una novia eucarística y otra que no ha encontrado todavía este tesoro y no tiene intimidad con el Señor.

Conversar y pasar largos ratos con Jesús Eucaristía es vital y esencial para mi vida cristiana, sacerdotal, apostólica, familiar, profesional... para ser buen hijo, buen padre, buena madre cristiana... A los pies del Santísimo, a solas con Él, con la luz de la lamparilla de la fe y del amor encendidos, aprendemos las lecciones de amor y de entrega, de humildad y paciencia que necesitamos para amar y tratar a todos y también poco a poco nos vamos encontrando con el Cristo del Tabor en el que el Padre tiene sus complacencias y nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, algún día luminoso de nuestra fe, cuando el Padre quiera, oiremos su voz desde el cielo de nuestra alma habitada por los TRES que nos dice: “Este es mi Hijo, el amado, escuchadle”.

Venerando y amando a Jesucristo Eucaristía, no solo me encuentro con Él, me voy encontrando poco a poco también con todo el misterio de Dios, de la Santísima Trinidad que le envía por el Padre, para cumplir su proyecto de Salvación, por la fuerza y potencia amorosa del Espíritu Santo, que lo forma y  consagra en el seno de María y en el pan y en el vino, y se nos manifiesta y revela como Palabra y Verbo de Dios, que nos revela todo el misterio de Dios.

Venerándole, yo doy gloria al Padre, a su proyecto de Salvación, que le ha llevado a manifestarme su amor hasta el extremo en el Hijo muy amado, Palabra pronunciada y velada y revelada para mí en el sagrario por su Amor personal que es el Espíritu Santo y al contemplarle en esos momentos de soledad y de Tabor, iluminado yo por esa Palabra pronunciada con Amor y por el Amor, el Padre no ve en mí sino al Amado en quien ha puesto todas sus complacencias.

 

*************************************************

 

CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Tendría que ser en jueves, pero ha sido trasladado al domingo hace años. Todavía este jueves en algunos lugares (Priego, entre otros) y el domingo de manera universal, celebramos la fiesta grande del Cuerpo y de la Sangre del Señor, la fiesta del Corpus Christi.

Qué fiesta tan bonita para acompañar a Jesús Eucaristía, para tirarle los pétalos de nuestro cariño, para agradecerle este gran invento de la Eucaristía, Dios con nosotros hasta el final de la historia.

Es como una prolongación del Jueves Santo, cuando Jesús, la víspera de su pasión, cenó la Pascua con sus apóstoles y al final de aquella cena instituyó el sacramento de la Eucaristía y todos comieron aquel pan consagrado como el Cuerpo del Señor y bebieron de aquel cáliz la Sangre del Señor. El Jueves Santo concluye la santa Misa con una procesión al Monumento, que subraya la presencia de Jesucristo prolongada después de la celebración.

Ahora, la fiesta del Corpus lleva en procesión al Rey de los reyes, Dios mismo en persona hecho hombre y eucaristía por nosotros. Desde su trono regio, desde la custodia (qué custodias, qué ostensorios tan bonitos), Jesús va bendiciendo a todos: en nuestras calles, en nuestras plazas, entrando en nuestros hogares y en nuestros corazones.

La fiesta del Corpus nos trae esa compañía tan consoladora de Jesucristo cercano, amigo, que recorre nuestro camino para acompañarnos, para que podamos compartir con Él nuestras preocupaciones y podamos sentir el consuelo de un amigo que siempre está ahí.

Ha crecido notablemente en nuestros días la adoración eucarística, estar ratos largos con Jesús en la Eucaristía. Y tenemos que fomentarlo mucho más. Cómo serena el alma esa presencia, cómo enciende el corazón en el amor de su Corazón, cómo se desvanecen tantas preocupaciones y angustias con tan buen amigo presente. No acabaremos nunca de darle gracias por este precioso regalo de la Eucaristía.

En este sacramento, Jesús trae hasta nosotros su sacrificio realizado una vez para siempre. Lo que en el Calvario fue sacrificio cruento, en la Eucaristía es sacrifico incruento. Pero es el mismo y único sacrificio, que nos invita a nosotros a ofrecernos con él, a hacer de nuestra vida una ofrenda permanente.

La vida adquiere nuevo valor cuando es ofrecida con Jesucristo, nuestra vida se convierte en ofrenda de amor por la salvación del mundo entero. Para que esta ofrenda sea agradable a Dios, Dios mismo nos envía su Espíritu Santo que nos transforma en ofrenda permanente. Y todo ello se alimenta en la Eucaristía.

Y la Eucaristía es sacramento en forma de comida y bebida, invitándonos a comer el Cuerpo del Señor y a beber su sangre redentora. “Tomad, comed todos de él... Tomad, bebed todos de él”. Compartir la misma comida nos une en un mismo Cuerpo, eso es la comunión. La comunión tiene su fuente permanente en la Eucaristía.

Es en este sacramento donde se fragua el amor cristiano, que se desborda en la caridad hacia los hermanos. Comulgar con Cristo nos lleva a comulgar con los hermanos, nos lleva a entregar nuestra vida en favor de los demás, como ha hecho Jesucristo.

Por eso, en esta fecha tan señalada se nos recuerda el compromiso cristiano de la caridad para con los demás. Coincidiendo con la fiesta del Corpus, celebramos el Día de Cáritas, como una llamada y una provocación al ejercicio del amor fraterno. Quiero agradecer a todos los que desde Cáritas hacen el bien a los demás. Cuántas horas de voluntariado, gratuitamente, por parte de tantas personas en el servicio a los demás: enfermos, pobres, transeúntes y sin techo, inmigrantes, mujeres maltratadas, niños explotados, ancianos solos. “Tus buenas obras pueden cambiar miradas”, dice el lema de este año.

(En la diócesis de Plasencia, 700 voluntarios en 88 Cáritas parroquiales. 30.000 personas atendidas, 3.000 familias, con una inversión de 2,5 millones de euros, procedentes de la caridad de los fieles).

Si Cáritas no existiera, habría que fundarla. Es la caridad organizada de la Iglesia Católica. Gracias a todos los que colaboráis con Cáritas, haciendo visible el rostro más amable de la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: El Cuerpo y la Sangre del Señor.

 

*********************************************

 

CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus es la fiesta de la Eucaristía, el sacramento que contiene a Cristo vivo, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

La Eucaristía es el sacramento que Cristo instituyó en el contexto de su pasión redentora para dejarnos el testamento de su amor y de su presencia viva. “¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gozo y nos da la prenda de la gloria futura!”.

LA EUCARISTÍA ES Misa y prolongación de su presencia después de la misa, para ser adorado y para llevar la comunión a los enfermos. El sagrario, lugar privilegiado del templo, contiene a Jesús sacramentado con su lamparita roja que nos delata esa presencia. La adoración eucarística, que se va incrementando por todas partes.

Con la Eucaristía, Cristo alimenta nuestra fe. Él es el pan vivo bajado del cielo, y el que coma de este pan vivirá para siempre. Él tiene poder para hacerlo, porque es Dios, pero nos dice “Dadles vosotros de comer”.

Se lo dijo a sus apóstoles, recabando un pequeño bocadillo, que con su poder multiplicó para dar de comer a más de cinco mil. Nos lo dice hoy a nosotros, porque pudiéndolo hacer Él solo, quiere que cooperemos con Él en saciar el hambre de nuestros contemporáneos. Y, ¿cuál es el hambre de nuestros contemporáneos? ¿Cuáles son sus necesidades?

Nuestros contemporáneos tienen hambre de pan, y por eso repartimos desde Cáritas y desde tantas otras instituciones el pan de cada día, hasta que cada uno pueda adquirirlo por sí mismo, por su trabajo. “Dadles vosotros de comer”. No podemos esperar a que el mundo cambie, a que se supere la crisis, a que haya para todos. Es urgente dar de comer hoy, para que la gente no quede extenuada por el camino.

La caridad cristiana retrasa la justicia (decía Marx). No, no la retrasa. Al contrario, la estimula para hacer un mundo más solidario y fraterno. Y hasta que llegamos a esa meta, salimos al encuentro del hermano para compartir hoy, quitándonoslo de nuestra boca. Es una caridad que proviene del ayuno.

Nuestros contemporáneos necesitan amor, necesitan compasión, incluso ternura. En un mundo en que tenemos de todo, falta a veces ese amor generoso, que brota como respuesta generosa al amor que Dios nos tiene. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” Cuando amo a mis hermanos, no hago más que devolver algo de lo mucho que he recibido de Dios.

“Dadles vosotros de comer”. Jesús nos invita a abrir nuestro corazón y repartir amor a tantas personas que lo necesitan. Amar a todos, amar incluso a los enemigos, es el mandamiento nuevo de Cristo a sus discípulos.

Nuestros contemporáneos necesitan a Dios. El hombre que no tiene a Dios, padece la mayor de las carencias, o porque no lo ha descubierto o porque lo ha rechazado. Sin Dios, el hombre está vacío y padece una orfandad que le asfixia progresivamente, aunque esté lleno de cosas exteriores. “Dadles vosotros de comer”.

Urge llevar el Evangelio a todos, llevarles la buena noticia de que Dios es amor y ama a todos, de que Dios perdona siempre. Urge sanar las heridas que el enemigo (Satanás) ha producido en el alma. Urge restaurar al hombre herido por el pecado y abocado a la muerte.

 Esta es la fiesta del Corpus. Pan para todos. No sólo el pan material, sino también el pan del cielo, Jesucristo Eucaristía. La fiesta del Corpus une todos estos aspectos. Y ante todas estas necesidades, escuchamos en el Evangelio: “Dadles vosotros de comer”. Dios podría hacerlo antes y mejor, pero quiere hacerlo con nosotros, porque quiere que nos hagamos nosotros.

“Dadles vosotros de comer” no significa que Dios se desentiende de tantas necesidades, sino que nos pide que aportemos lo que somos y tenemos, poco o mucho, porque es dando como crecemos. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

********************************************

 

CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Qué fiesta tan bonita para acompañar a Jesús Eucaristía, para tirarle los pétalos de nuestro cariño, para agradecerle este gran invento de la Eucaristía, Dios con nosotros hasta el final de la historia.

Es como una prolongación del Jueves Santo, cuando Jesús, la víspera de su pasión, cenó la Pascua con sus apóstoles y al final de aquella cena instituyó el sacramento de la Eucaristía y todos comieron aquel pan consagrado como el Cuerpo del Señor y bebieron de aquel cáliz la Sangre del Señor. El Jueves Santo concluye la santa Misa con una procesión al Monumento, que subraya la presencia de Jesucristo prolongada después de la celebración.

Ahora, la fiesta del Corpus lleva en procesión al Rey de los reyes, Dios mismo en persona hecho hombre y eucaristía por nosotros. Desde su trono regio, desde la custodia (qué custodias, qué ostensorios tan bonitos), Jesús va bendiciendo a todos: en nuestras calles, en nuestras plazas, entrando en nuestros hogares y en nuestros corazones.

La fiesta del Corpus nos trae esa compañía tan consoladora de Jesucristo cercano, amigo, que recorre nuestro camino para acompañarnos, para que podamos compartir con Él nuestras preocupaciones y podamos sentir el consuelo de un amigo que siempre está ahí.

Ha decrecido notablemente en nuestros días la adoración eucarística, estar ratos largos con Jesús en la Eucaristía. Y tenemos que fomentarlo mucho más. Cómo serena el alma esa presencia, cómo enciende el corazón en el amor de su Corazón, cómo se desvanecen tantas preocupaciones y angustias con tan buen amigo presente. No acabaremos nunca de darle gracias por este precioso regalo de la Eucaristía, presente en todos los sagrarios del mundo.

Pero también este sacramento, Jesús trae hasta nosotros su sacrificio realizado una vez para siempre. Lo que en el Calvario fue sacrificio cruento, en la Eucaristía es sacrifico incruento. Pero es el mismo y único sacrificio, que nos invita a nosotros a ofrecernos con él, a hacer de nuestra vida una ofrenda permanente.

La vida adquiere nuevo valor cuando es ofrecida con Jesucristo, nuestra vida se convierte en ofrenda de amor por la salvación del mundo entero. Para que esta ofrenda sea agradable a Dios, Dios mismo nos envía su Espíritu Santo que nos transforma en ofrenda permanente. Y todo ello se alimenta en la Eucaristía.

Y finalmente la Eucaristía como comunión es sacramento en forma de comida y bebida, invitándonos a comer el Cuerpo del Señor y a beber su sangre redentora. “Tomad, comed todos de él... Tomad, bebed todos de él”. Compartir la misma comida nos une en un mismo Cuerpo, eso es la comunión. La comunión tiene su fuente permanente en la Eucaristía.

Es en este sacramento donde se fragua el amor cristiano, que se desborda en la caridad hacia los hermanos. Comulgar con Cristo nos lleva a comulgar con los hermanos, nos lleva a entregar nuestra vida en favor de los demás, como ha hecho Jesucristo.

Por eso, en esta fecha tan señalada se nos recuerda el compromiso cristiano de la caridad para con los demás. Coincidiendo con la fiesta del Corpus, celebramos el Día de Cáritas, como una llamada y una provocación al ejercicio del amor fraterno. Quiero agradecer a todos los que desde Cáritas hacen el bien a los demás. Cuántas horas de voluntariado, gratuitamente, por parte de tantas personas en el servicio a los demás: enfermos, pobres, transeúntes y sin techo, inmigrantes, mujeres maltratadas, niños explotados, ancianos solos. “Tus buenas obras pueden cambiar miradas”, dice el lema de este año.

(En la diócesis de Plasencia, 700 voluntarios en 88 Cáritas parroquiales. 30.000 personas atendidas, 3.000 familias, con una inversión de 2,5 millones de euros, procedentes de la caridad de los fieles).

Si Cáritas no existiera, habría que fundarla. Es la caridad organizada de la Iglesia Católica. Gracias a todos los que colaboráis con Cáritas, haciendo visible el rostro más amable de la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: El Cuerpo y la Sangre del Señor.

 

 

*****************************************************

***************************************

 

 

VIERNES DESPUÉS DEL CORPUS CHRISTI: SOLEMNIDAD:

 

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 

PRIMERA LECTURA: Ezequiel 34, 11-16

 

La presente Lectura contiene una de las más bellas alegorías del Antiguo Testamento. El Señor se manifiesta como el verdaderopastor de su pueblo (Sal 22, 1-4: Salmo responsorial). Como el pastor se preocupa de su rebaño en tiempo de tempestad y peligro, así Dios revela su bondad y compasión con su pueblo deshecho y disperso entre las naciones en tiempo del destierro babilónico. El Señor consuela a los desterrados por medio de sus profetas con la promesa de la vuelta a la patria y de la próxima restauración (cfr. Ez 11, 17). Jesús es el buen pastor que busca pastos para sus ovejas, que defiende a las que están en peligro, que da su vida por ellas (cfr. Jn l0, 7ss).

 

 

SEGUNDA LECTURA: Romanos 5, 5-11

 

Esta lectura contiene las pruebas del amor de Dios para con nosotros. La primera prueba es el don del Espíritu Santo, que cree en nuestro interior el amor con que amamos a Dios y a nuestros hermanos. Este amor es el principio de la firme esperanza de la gloria. La segunda prueba es haber entregado a su propio Hijo a la muerte por nosotros, con el detalle de que tal entrega fue en el tiempo en que estábamos aún enemistados con Él. La tercera prueba es la seguridad que nos da esta finura de amor que nos amó en el pasado, proyectado hacia el futuro, en orden a la plena salvación que esperamos obtener el día del Juicio.

Pero no es únicamente el Padre, también el Hijo nos ama: Él fue quien murió por los impíos, en el tiempo de la enemistad, para llevarnos a la reconciliación con el Padre.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 15, 3-7

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

Nos hemos reunido esta tarde en la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús  para venerar, adorar y agradecer su presencia eucarística. Este Cristo, ahora viviente en la Hostia santa,  es el mismo Cristo del evangelio, el mismo de la misa, el mismo que ya permanece en nuestros sagrarios hasta el final de los tiempos en amistad y salvación permanentemente ofrecidas.

 

1.- Queridos hermanos: Está con nosotros aquí y ahora, en esta hostia santa, el cuerpo que se dejó tocar por un inmundo y un apestado de aquellos tiempos. Mirad cómo lo dice el evangelista.

Se acercan a una aldea Jesús y bastante gente, mujeres, hombres y niños, una pequeña multitud. De pronto se oye un grito, un lamento, es alguien que pide socorro desde un basurero. No se ve a nadie. La gente aprieta el paso para pasar cuanto antes aquel mal olor. Mezclado entre la basura aparece un leproso, la gente huye con las narices tapadas, es un maldito, un castigado por la justicia de Dios, nadie le puede tocar, quien le toque queda impuro y debe ser purificado por el sacerdote. Jesús, el que está con nosotros y vamos a comulgar, es el único que se para, lo mira con amor y se acerca y lo toca; es el mismo evangelista el que nos lo cuenta sorprendido. El leproso ha quedado curado pero Jesús ha quedado manchado según la ley.

Sin embargo, Jesús no va al templo para purificarse. Jesús lo ha hecho todo por amor, espontáneamente, no ha podido contenerse, no ha podido reprimir su compasión: es así su corazón, el corazón eucarístico de Jesús. Miremos y contemplemos ahora a este mismo Jesús en la Hostia santa que adoramos y comulgamos. Es el mismo con los mismos sentimientos.

 

2.- Otro relato evangélico: ahora es en Jericó, la ciudad de las palmeras. Otra vez la gente entusiasmada como siempre, no dejándole caminar ni comer ni descansar. Otra vez un grito desde la orilla del camino. Esta vez la gente no corre, pero le quiere hacer callar. Pero esta vez, como la otra vez y como siempre, Jesús lo ha oído y se para y hace que se pare toda la gente.

Ante los necesitados, Jesús nunca huye, El siempre escucha: “Domine ut videam”, “Señor, que vea”. Jesús no quiere privarle de lo más hermoso de la vida: ver. Jesús quiere ver esos ojos abiertos para la belleza y el amor. Jesús no quiere la oscuridad para nadie, para ninguno de nosotros. Tampoco quiere la oscuridad espiritual, la falta de fe y amor en su persona y evangelio.  Y aquel ciego vio y lo siguió. Como nosotros si se lo pedimos. No lo puede remediar. Es así su corazón, el corazón eucarístico de Jesús. Contemplemos ahora a Cristo en la Custodia santa y hablemos y pidamos y hagamos la misma súplica del ciego: “Domine, ut videam”.

 

3.-Ahora es en Naím: se encuentra un cortejo fúnebre con una madre viuda, llorando a su hijo muerto, a quien va a enterrar. Aquí nadie grita ni llama al maestro, porque van muy apenados y nadie, ni la misma madre, sospecha que Jesús pueda prestarle alguna ayuda. Pero Él, sin que nadie le pida nada, se ha anticipado personalmente. Dice el evangelista Lucas: “El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: no llores. Luego se acercó, tocó el féretro, los que lo llevaban se detuvieron; Él dijo: ‘joven, yo te lo mando, levántate. Y se lo entregó a su madre”.

Con su poder divino lo resucitó y nos demuestra que debemos fiarnos de su palabra: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá”. Y ese Jesús está aquí. Y tiene los mismos sentimientos. Ama y se compadece de todos. No lo puede remediar, es así su corazón, el corazón eucarístico de Jesús. No hay en tu familia alguno que esté muerto por el pecado: Pídele a Cristo que lo resucite.

 

4.- Y lo  mismo pasó con su amigo Lázaro. En esta ocasion dicen los evangelios que se emocionó y lloró. Es que siente de verdad nuestros problemas y angustias. Le dió pena de sus amigas Marta y María, que se habían quedado solas, sin su hermano. Fueron a la tumba y allí lloró lágrimas de amor verdadero, nos lo dicen testigos que lo vieron. Y Lázaro resucitó por su palabra todopoderosa. Y luego todos lloraron de alegría.

Y nosotros también lloramos de emoción, de saber que es el mismo, que está aquí con nosotros, que nos ama así, como nadie puede amar, porque así lo ha querido Él y éste es el camino de amor, misericordia y perdón que él ha escogido para encontrarse con nosotros, para relacionarse con el hombre. Y El es Dios, es decir, no nos necesita. Todo lo hace gratuitamente. Su corazón es así, no lo puede remediar, así es el corazón eucarístico de Jesús.

 

*******************************************

SEGUNDA HOMILÍA

 

El Sagrado Corazón de Jesús, una devoción permanente y actual

QUERIDOS HERMANOS: CELEBRAMOS HOY la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Todo el mes de junio está, de algún modo, dedicado por la piedad cristiana al Corazón de Cristo. Hay quien podría pensar que la devoción al Sagrado Corazón es algo trasnochado, propio de otras épocas, pero ya superado en el momento actual. Sin embargo, el Papa Juan Pablo II, en la carta entregada al Prepósito General de la Compañía de Jesús, P. Kolvenbach, en la Capilla de San Claudio de la COLOMBIÉRE, el 5 de octubre de 1986, en Paray-le-Monial, animaba a los jesuitas a impulsar esta devoción.

1.- Los elementos esenciales de esta devoción «pertenecen de manera permanente a la espiritualidad propia de la Iglesia a lo largo de toda la historia», pues, desde siempre, la Iglesia ha visto en el Corazón de Cristo, del cual brotó sangre y agua, el símbolo de los sacramentos que constituyen la Iglesia; y, además, los Santos Padres han visto en el Corazón del Verbo encarnado «el comienzo de toda la obra de nuestra salvación, fruto del amor del Divino Redentor del que este Corazón traspasado es un símbolo particularmente expresivo».

        2.- Tal como afirma el Vaticano II, el mensaje de Cristo, el Verbo encarnado, que nos amó «con corazón de hombre», lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad para el progreso humano y, fuera de Él, nada puede llenar el corazón del hombre (cfr. Gaudium et spes, 21). Es decir, junto al Corazón de Cristo, «el corazón del hombre aprende a conocer el sentido de su vida y de su destino».

Se trata, por consiguiente, de una devoción a la vez permanente y actual. Esta exhortación de Juan Pablo II enlaza con la enseñanza de sus predecesores. Como es sabido, existe un rico magisterio pontificio dedicado a explicar los fundamentos y a promover la devoción al Corazón de Jesús: desde las encíclicas «Annum Sacrum» y «Tametsi futura», de León XIII; pasando por «Quas primas» y «Miserentissimus Redemptor», de Pío Xl; hasta «Summi Pontificatus» y «Haurietis aquas», del Papa Pío XII. Igualmente, Pablo VI dirigió en 1965 una Carta Apostólica a los Obispos del orbe católico, «Investigabiles divitias».

En ella animaba a: «Actuar de forma que el culto al Sagrado Corazón, que —lo decimos con dolor— se ha debilitado en algunos, florezca cada día más y sea considerado y reconocido por todos como una forma noble y digna de esa verdadera piedad hacia Cristo, que en nuestro tiempo, por obra del Concilio Vaticano II especialmente, se viene insistentemente pidiendo...».

Al honrar el Corazón de Jesús, la Iglesia venera y adora, en palabras de Pío XII, «el símbolo y casi la expresión de la caridad divina». Poco después del Gran Jubileo de los 2000 años del nacimiento de Jesucristo, meditar sobre la devoción al Corazón de Jesús es un medio propicio para secundar la iniciativa del Papa que nos invitaba a contemplar el acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios, misterio de salvación para todo el género humano.

3.- El fundamento del culto al Corazón de Jesús: La Encarnación. El fundamento del culto al Corazón de Jesús lo encontramos precisamente en el misterio de la Encarnación del Verbo, quien, siendo «consustancial al Padre», «por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre». Adoramos el Corazón de Cristo porque es el corazón del Verbo encarnado, del Hijo de Dios hecho hombre, de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que, sin dejar de ser Dios, asumió una naturaleza humana para realizar nuestra salvación.El Corazón de Jesús es un corazón humano que simboliza el amor divino. La humanidad santísima de Nuestro Redentor, unida hipostáticamente a la Persona del Verbo, se convierte así para nosotros en manifestación del amor de Dios. Sólo el amor inefable de Dios explica la locura divina de la Encarnación: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que el que crea en El no muera, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3, 1-6).

Es el misterio de la condescendencia divina, del anonadamiento de Aquel que “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse a la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2,6 ss)

 

4.- El Corazón de Cristo transparenta el amor del Padre En la vida de Jesucristo se transparenta el amor del Padre: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14, 9): «El, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino...» (Dei Verbum», 4).

Toda su existencia terrena remite al misterio de un Dios que es Amor, comunión de Amor, Trinidad de Personas unidas por el recíproco amor, que nos invita a entrar en la intimidad de su vida.

 

5.- La ternura de Jesús.  El Evangelio deja constancia de la ternura de Jesús. Él es «manso y humilde de corazón». Es compasivo con las necesidades de los hombres, sensible a sus sufrimientos. Su amor privilegia a los enfermos, a los pobres, a los que padecen necesidad, pues «no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos».

La parábola del hijo pródigo resume muy bien su enseñanza acerca de la misericordia de Dios. El Señor, con su actitud de acogida con respecto a los pecadores, da testimonio del Padre, que es «rico en misericordia» y está dispuesto a perdonar siempre al hijo que sabe reconocerse culpable. «Sólo el Corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, ha podido revelarnos el abismo de su misericordia de una manera a la vez tan sencilla y tan bella» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1439).

La parábola del hijo pródigo es, a la vez, una profunda enseñanza acerca de la condición humana. El hombre corre el riesgo de olvidarse del amor de Dios y de optar por una libertad ilusoria. Por el pecado se aleja de la casa del Padre, donde era querido y apreciado, para ir a vivir entre extraños. El mal seduce prometiendo una felicidad a corto plazo. El hombre sigue así un camino que lleva a la esclavitud y a la humillación.

Nuestra época constituye un testimonio claro de este engaño. Vivimos en una cultura que margina positivamente lo religioso, que, dejando a Dios de lado, prefiere rendir culto a los ídolos falsos del poder, del placer egoísta, del dinero fácil.

Es importante —lo recordaba el Papa— ayudar a descubrir en la propia alma la «nostalgia de Dios». En el fondo de todo hombre resuena una llamada del Amor; una llamada que no debe ser desoída. Quizá el ruido externo no permite captarla y por eso es urgente crear espacios que no ahoguen la dimensión espiritual que todo ser humano posee en tanto que creado por Dios y llamado a la comunión de vida con Él.

 

6.- Promesas del Sagrado Corazón de Jesús para quienes viven su espiritualidad.

1. Les daré todas las gracias necesarias a su estado.

2. Los pecadores hallarán misericordia. 

3. Les consolaré en todas sus aflicciones.

4. A los sacerdotes les daré la gracia de mover los corazones más endurecidos.

5. Te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que su amor omnipotente concederá a todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la perseverancia final, no morirán en mi desgracia y sin haber recibido los sacramentos, mi divino Corazón será su asilo seguro en los últimos momentos.

6. No perecerá ninguno que se me consagre.

 

***********************************************

 

8 DE DICIEMBRE. SOLEMNIDAD: LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

PRIMERA LECTURA: Génesis 3, 9 15.20

 

        Consumado el pecado, el hombre se esconde de Dios: se avergüenza de su desnudez. El relato, centrado en la reacción de Dios frente a la desobediencia del hombre, transmite el diálogo de un Dios que busca entender qué pudo haber pasado en su paraíso y con sus criaturas: todos los protagonistas del drama reciben un castigo que no es más que la descripción de su propia naturaleza. Queda claro que Dios hubiera deseado otro final, porque el fracaso del hombre, en cierto sentido, es  también el fracaso de su proyecto, por eso, en el mismo momento, compromete  un Salvador: “Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza, cuando tú le hieras en el talón”.

 

SEGUNDA LECTURA: Efesios 1, 3-6.11.12

 

        Desde la experiencia de la realización del plan de salvación, se alaba a Dios por ser Cristo Jesús la bendición divina que anula cualquier maldición, por merecida que hubiere sido. Se descubre nuestra inclusión en un programa salvífico ideado por Dios antes de ser pecadores; incluso antes de nuestro existir terreno, Dios ha tenido como objetivo hacernos sus hijos conforme a la Imagen de su Hijo: “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo… que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo”.

 

SOLEMNIDAD: LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

 

QUERIDOS HERMANOS:El 8 de diciembre del 1854, el Papa Pío IX definía en la bula Ineffabilis Deus: «Es doctrina revelada por Dios y, por tanto, ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención  a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción» (DS. 2803).

Y el Concilio Vaticano II ha vuelto sobre esta realidad luminosa de la Virgen y nos dice: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Nuestra Madre la Virgen Maria fue, pues, concebida inmaculada, incontaminada, sin macha alguna, desde el primer instante de su ser. Reflexionemos brevementes sobre este hecho de la gracia de Dios:    

        1.- María fue concebida Inmaculada por voluntad de la Trinidad para ser Madre de Jesucristo, Hijo de Dios. Así la llamó el ángel de parte de Dios: “llena de gracia”. No estaba bien que ni por un momento el pecado la poseyese, la hiciera enemiga de Dios a la destinada a ser su madre en la tierra.Así que Maria fue  redimida perfecta desde el vientre de su madre.

        2.- Fue concebida Inmaculada por voluntad del Hijo para ser corredentora. Convenía que fuera preservada  de todo pecado desde el primer instante de su ser la que iba a estar muy unida a Cristo, Único Redentor, que quiso asociarla a su madre y tenerla junto a la cruz.

        3.- Inmaculada, finalmente, por amor de Espíritu Santo, para ser modelo e imagen de la Iglesia, santa e inmaculada, de toda la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todos los hombres, de lo que Dios quiere y nos pide a todos nosotros. Bien está el que se arrepiente y se levanta. Pero mejor es no caer en pecado alguno. Maria por ser elegida como madre de Dios, tuvo este privilegio. Es la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis.

        En el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. En los versos de la Hidalga del Valle, de nuestros poetas clásicos, queda perfectamente reflejada esta teología: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia, y es falta a la decencia, si pudiendo, no quería. Pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».

        6.- Queridos hermanos: qué grande hizo Dios a su madre, y no sólo para Él sino para todos nosotros, Nuestros sentimientos hacia ella en este día en que celebramos su Concepción Inmaculada son estos:

        a) El primer sentimiento será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales desde el primer momento de su Concepción. Y lo hacemos con sus mismas palabras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

        b) El segundo sentimientos debe ser deseos de imitarla en lo que podamos porque los hijos deben imitar a sus madres y nosotros vemos en María el modelo de vida cristiana querida por Dios.  Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su pureza y humildad, su confianza y su fiarse totalmente de Dios en las dificultades, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, con obediencia y seguimiento total a Dios “hágase en mí según tu palabra”, como le dijo al ángel .

María, madre de todos los creyentes en Cristo, es modelo de fe, de amor y de esperanza cristiana en la Palabra y promesas de Dios. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que nació en su seno y moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo el que moría abandonado de todos en la cruz, hasta de sus mismos discípulos.

        Todo este misterio de María elegida por Dios como madre inmaculada  provoca en todos nosotros confianza y amor total; si Dios confió y se fió de ella, cómo no hacerlo nosotros, ella nos provoca sentimientos de hijos, sentimientos de petición y de súplica. ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Queremos ser buenos cristianos, seguidores de tu Hijo, pero caemos a cada paso. Queremos salvar a los hermanos, pero nos cansamos. ¡Ayúdanos tú, Virgen santa y bendita, Virgen Inmaculada, Auxiliadora del pueblo de Dios. Porque eres tan grande y poderosa ante Dios, Virgen Santa e Inmaculada, que eres omnipotente suplicando a tu Hijo y lo consigues todo. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

        Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada. Ella es la mejor madre de la fe y del amor y de la esperanza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a todos los creyentes! ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

        ¡María, hermosa Nazaretana, Virgen bella, Madre del alma, cuánto nos quieres, cuanto te queremos. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre, madre y modelo; gracias.

 

**********************************************

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA VIRGEN MARÍA

 

(Fue mi primera homilía de la Inmaculada, predIcada en mi último año del Seminario-diciembre 1959-, ordenado ya diácono, con los tonos de oratoria propios de la época, como nos enseñaba en las clases de Oratoria D. Pelayo, canónigo magistral; pero, como siempre, con el mismo amor de hijo a la hermosa Nazarena, a la Virgen bella, en la novena del Seminario de Plasencia, en 1959)

       

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Al comenzar la santa Misa, la acción de gracias más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón de haber pecado con el pensamiento, con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia  de nuestras obras manchadas de soberbia y de  egoísmo, de nuestras palabras manchadas, de nuestros pensamientos  y deseos manchados. Hasta al niño recién nacido lo sometemos al rito del bautismo para borrar su pecado de origen.

Por eso, el recuerdo anual de la Inmaculada, redimida desde el primer instante de su Concepción, nos llena de alegría y orgullo a nosotros, los manchados hijos de Eva.Todos los hombres necesitamos las aguas bautismales; sólo Ella fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, excepcionalmente concebida, inmaculada, intacta, impoluta, incontaminada.

        Por eso, hermanos, este día es de suma veneración, día grande, cuya solemnidad aventaja a la solemnidad de todos los santos porque en él nuestra Virgen, la Purísima, fue concebida Inmaculada, llena de gracia de Dios, sin mancha de pecado original, llena de luz y amor divino en el seno materno.

       

        2.- Queridos hermanos, todos los hombres somos engendrados con el pecado de Adán y necesitamos las aguas bautismales para limpiar esta sombra de luz divina que en todos nosotros empaña el resplandor de nuestra alma. Sólo ella, la Virgen bella María, fue concebida llena de gracia y amor divino y sobrenatural desde el primer instante de su ser, fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, llena de Dios Trinidad, porque no hay corriente tan impetuosa que no pueda ser detenida por la Omnipotencia de Dios.

El sol sigue siempre su eterna carrera; el agua del río nos impide el camino y el abrazo entre ambas orillas y el fuego nos quema siempre. Sin embargo, cuando Dios quiso, el sol se detuvo en su carrera, para que venciese su pueblo, el Jordán y el mar Rojo mostraron un camino seco a los israelitas y el fuego del horno no quemó a Daniel y sus compañeros.

        Con esta misma potencia, queridos hermanos, pero con más amor y voluntad que nunca, Dios quiso que la impetuosa corriente del pecado de Adán, que hiere e infarta al hombre en lo más profundo de su ser, no lesionara ni tocara a la que sería su Madre, y así fue concebida María, Inmaculada. Ella, la única y simplemente por privilegio divino, porque Dios Trinidad quiso y la elegió como Madre del Hijo-hijo que se iba a encarnar en su seno, porque fue elegida como madre del Hijo desde el primer momento de su Concepción Inmaculada.

       

        3.- Acabo de decir que Dios lo puede todo y, sin embargo, no es verdad. La Omnipotencia divina que detiene al sol y separa las aguas, tiene también sus límites, porque los tiene también su libertad. Dios, por ejemplo, no es libre para dejar de ser Dios, ya que el Infinito tiene que existir en razón de su mismo Ser que es vida eterna, sin límites en ninguna dirección. Dios puede sí colgar más y más estrellas en el cielo para que nosotros inexactamente digamos que son infinitas; puede construir un mundo más dilatado y variado, de colores más brillantes; puede, desde luego y con mucha facilidad, crear otros cielos más limpios, un mar más azul y profundo, unos claveles más rojos, unas cascadas más altas e impresionantes. Puede todo eso y otras cosas más difíciles que ni siquiera la mente humana puede imaginar. Pero el poder de Dios tiene un límite, se puso un límite, no puede traspasarlo, porque sería crear otro Dios, y por eso no puede ni quiere inventar ni plasmar para su Hijo una madre más buena y hermosa, más limpia y excelente, que la  bienaventurada Virgen María, Inmaculada desde su Concepción.

       

        4.- Es impresionante el esfuerzo hecho por Dios para realizar en carne humana la idea más perfecta que de mujer haya concebido en su mente divina. Para plasmarla, como hemos dicho, cogió el azul de los mares, el resplandor de los soles, el frescor de las auras, la suavidad más dulce de las brisas; lo juntó todo y lo llamó María.

María, la misma mujer y humilde jovencita Nazarena, que acarreaba el agua y la leña para su casa y en cuyas manos ponemos nosotros ahora todas nuestras plegarias, María es el límite que Dios se ha impuesto a sus esfuerzos creadores. Al conjunto de todas las aguas nosotros lo llamamos en latín:«maria»; y Dios, al conjunto de todas las gracias que puede conceder a una criatura, la llamó “María”.

        Por esto, María es Virgen bella, Estrella de todos los mares, Señora del buen aire, Reina de los cielos y Señora de todo lo creado. Nadie puede existir ya más perfecto que ella, simplemente porque Dios así lo quiso y lo quiere, porque escogió para ella todo lo sobrenatural más bello y gracioso que pueda existir. La Virgen contiene en sí la suma perfección de todas las cosas creadas y creables, por eso es distinta de todos y de todo: Es Virgen Inmaculada, impecable, dotada de todas las gracias, en la misma orilla de Dios, casi divina.

       

        5.- Cuando antes de crear los mundos, desfilaron todos los seres posibles ante los ojos de la Santísima Trinidad, se detuvieron amorosos ante una criatura singular. El Padre la amó, la miró  y dijo: tú serás mi Hija Predilecta; el Hijo la besó diciendo: serás mi madre amada y el Espíritu Santo la abrazó lleno de Amor Divino y le dijo: Tú serás mi esposa amada, que por mi poder y el Amor de Dios Trinidad pondré en tu seno al Hijo de Dios encarnado haciéndose hijo tuyo; los Tres la  llenaron de regalos y de gracias sobrenaturales y divinas, y cuando la Reina estuvo vestida de luz, los Tres colocaron sobre sus sienes una corona de gracias y dones, en el centro ponía: Inmaculada.

        Queridos hermanos, en ratos de oración, contemplando a María, con la luz y el fuego del Espíritu Santo, es dulce pensar en aquellas tareas preparatorias de la Trinidad dichosa. Imaginémonos a Dios Trino y Uno ocupado con Amor de Espíritu Santo, ternura de Hijo y  anhelos de Padre creador de vida, trazando el semblante, el rostro y los rasgos de su hija predilecta y escogida con el semblante y hermosura de su mismo Ser contemplado y visto y plasmado con el Esplendor de su Imagen e Idea creadora del Hijo “Amado por quien todo ha sido hecho”; qué miradas entre el Padre y el Hijo, qué diálogos de Amor, qué miradas de gozo entre los Tres al crearla, qué contemplación de Amor, qué fuerza creadora del Hijo Dios creando a su madre de la tierra como hijo, qué Hermosura, Esplendor infinito del Ser y Reflejo del Padre infinito haciendo a su madre, qué potencia creadora con su Amor de Espíritu Santo contemplando el poder infinito del Padre.

Con qué manos temblorosas de emoción el Padre la creó en su Mente divina trinitaria; con qué manos emocionadas el Hijo la acarició en su mismo Ser de Hijo imagen del Padre; con qué potencia de beso de amor el Espíritu Santo la plasmó en cuerpo y alma.

        Queridos hermanos, nuestras iglesias han de levantarse sobre un terreno bendecido, acotado, libre de todo aprovechamiento humano. Un delito ocurrido en ellas las inutiliza para el culto divino, porque impide la tranquila presencia de Dios. Y es que Dios es Dios y para el Dios Infinito y Grande siempre el templo, limpio; los corporales, bien planchados; la patena, de buen metal y la Madre,  Inmaculada.     

        La Madre Inmaculada, asociada por Cristo a la obra redentora de la humanidad convenía que desde el primer instante de su ser, en su misma concepción divina y humana, estuviera libre de toda mancha y pecado que había de redimir como corredentora con el hijo-Hijo Salvador de todos los hombres, hijos  de María. Muchas son las razones porque las que Dios quiso que María estuviera limpia de todo pecado y llena de dones y blancura en la redención y salvación de todos sus hijos, los hombres.

 

        6.- Entre estas razones, la principal de tener una madre limpia era la conveniencia que iba a tener de asociarla a su obra salvadora. Todo el que redime de pecados debe estar libre de la culpa, del pecado que quita; lo mismo que, para lavar los objetos o personas, las manos que ayudan a limpiar las manchas deben estar previamente lavadas, limpias de la suciedad que tratan de quitar.     

        Por eso, María elegida como madre y corredentora con el hijo-Hijo vino a nuestra tierra en  Concepción Inmaculada desde el seno de su madre, Ana, anticipando así la venida de su hijo Jesús a su seno sin participación de José, su esposo que por eso quiso abandonarla, porque así nacemos todos nosotros, todos los hombres, menos Jesús  el Dios que quiso nacer hombre en su seno Inmaculado, por designio de amor del Padre, por exigencia de pureza del Hijo, por necesidad del Amor pleno y total del Espíritu Santo.

        Y este es el misterio de la Inmaculada Concepción de María que hoy estamos celebrando. Si removéis el cieno de una fuente, toda el agua que baja al río de la vida humana se enturbia y baja encenagada. Dios constituyó a Adán, fuente de vida humana; al comer la manzana, al comer del árbol del bien y del mal, esto es, al no querer obedecer a Dios y tratar de ser él Dios, diciendo lo que está bien y mal en contra de lo establecido por Dios, vino el pecado original que a todos nos mancha menos a María concebida Inmaculada sin pecado original; nosotros todos sin embargo procedemos de la carne manchada de nuestro primer padre, Adán.

        Solo ella, procediendo de esa misma fuente, fue preservada de toda mancha de pecado en razón de los méritos y deseos de su Hijo, y recibió la vida desde Dios, limpia y transparente y su concepción fue inmaculada desde el seno de madre santa Ana. 

        Dios que estaba preparando a su propia madre no podía consentir que fuera escupida por el veneno de la serpiente, del reptil inmundo, por eso, en la imágenes de María aparece pisoteada. ¿Quién de nosotros no lo haría si lo hubiera podido hacer? El Hijo no podía consentir que el seno donde Él quería nacer entre los hombres para salvarnos y abrirnos las puerta del cielo ni por un momento fuera pisado por la serpiente del pecado, de la enemistad con Dios, esto es, que su madre fuera su enemiga y rebelde por el pecado original.

No lo quiso y como podía hacerlo, así lo hizo. Si el Hijo se estaba preparando su morada en la tierra, tenía que parecerse lo más posible a su morada del Cielo con su Padre y el Espíritu Santo, a la Santidad Esencial del Dios Trino y Uno lleno de Hermosura y Amor de Espíritu Santo; si Dios se preparaba su primer Templo y Sagrario  y Tienda en la tierra no podía consentir que estuviera primero habitada por el pecado contra Él mismo, contra Dios Padre y pisoteada por su enemigo, el demonio del pecado, que la estrenase la serpiente. No estaría bien en un Dios, en un Hijo, que pudo hacer a su propia madre, el Hijo-hijo Jesús, ni estaba bien para el Padre que pudo hacer a su propia hija el Padre y tampoco para el Espíritu Santo que concibió en su seno de Madre y Esposa de Espíritu Santo al mismo Hijo de Dios encarnado en el hijo de María. Los Tres, en consejo Trinitario, así lo decidieron y lo hicieron.

        María, por tanto,  fue siempre tierra virgen, limpia de toda mancha de pecado, sin pisadas de nadie, siempre paraíso de Dios entre los hombres, donde Dios Trinidad la poseyó desde el primer instante su Concepción Inmaculada.

Por eso, aunque siento amores e ideas encendidas de luz y fuego por mi Dios Trinidad en nuestra Madre, María Inmaculada, tengo que hacerlo y quiero hacerlo en poesía porque es la forma más bella de hacerlo y lo hago con los versos de la Hidalga del Valle:

«Decir que Dios no podía

es manifiesta demencia

y es faltar a la decencia,

si pudiendo, no quería;

pudo y quiso, pues lo hizo

y es consecuencia cabal

ser concebida María

sin pecado original».

 

*********************************

 

        QUERIDOS HERMANOS: Al comenzar la santa misa, la acción de gracias y la oblación más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón por haber pecado con el pensamiento  con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia de nuestras palabras manchadas de orgullo, de nuestros pensamientos manchados de materialismo, de nuestros deseos manchados de consumismo. Hasta al niño inocente y recién nacido le sometemos al rito del bautismo, para borrarle su pecado de origen.

        El recuerdo y la mirada filial que dirigimos hoy a la Virgen toda limpia, en su misterio de Concepción Inmaculada, nos llena de gozo y alegría y estímulo a nosotros, sus hijos, los manchados desde nuestro nacimiento, los hijos de Eva. Ella, concebida sin pecado, nos está invitando a todos nosotros, sus hijos, a vivir la pureza recibida en las aguas bautismales, a vivir siempre la gracia y la vida plena de Dios.

 

        1.-En el contexto del tiempo litúrgico del Adviento, en que salimos con gozo a esperar al Señor, la Iglesia quiere que dirijamos nuestra mirada hoy a la Madre, por la que nos vino la Salvación. Celebramos hoy la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen Maria: «comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura» (Prefacio)

        El 8 de diciembre del 1854, Pío IX definía en la bula Ineffabilis Deus: «Es doctrina revelada por Dios y, por tanto, ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención  a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción» (DS. 2803).

        El Concilio Vaticano II ha vuelto sobre esta realidad luminosa de la Virgen y nos dice: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Nuestra Madre la Virgen Maria fue, pues, concebida inmaculada, impecable, incontaminada, sin macha alguna, desde el primer instante de su ser.

       

1.- El testimonio más singular y válido de la Inmaculada Concepción de la Virgen lo constituyen las palabras traídas desde el seno de Dios por el ángel Gabriel, al anunciarla que será Madre de Dios: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc1,8). No sería “llena de gracia” si en algún momento no lo hubiera estado; no sería en sentido total si el pecado la hubiera tocado aun levemente en cualquier momento de su vida. María es la “llena de gracia” por antonomasia, porque su vida estuvo siempre rebosante de vida divina de amor a Dios.

 

        3.- Inmaculada por Madre. El saludo a la “llena de gracia” fue precisamente para anunciarla este mensaje de parte de Dios. María estaba destinada por Dios para ser la madre de su Hijo. Desde su Concepción debía estar llena totalmente de Dios, en cuanto a una criatura le es posible. Su maternidad debía ser un denso reflejo de la Paternidad Santa de Dios Padre y por otra parte, debía estar llena del Espíritu de Dios, pues por su potencia debía colaborar con ella en la generación humana del Verbo de Dios en Jesús de Nazaret.

        No estaba bien que ni por un momento el pecado la poseyese, la hiciera enemiga de Dios. Así que Maria fue un Sí total a Dios desde el primer instante de su ser. Fue la Gracia perfecta, la redimida perfecta.

 

        4.- Inmaculada por corredentora. Es una conveniencia que pide que Maria sea concebida sin pecado y llena de la gracia de Dios. Convenía que fuera preservada  de todo pecado desde el primer instante de su existir en función de estar muy unida a Cristo, Único Redentor, que quiso asociar a su madre y tenerla junto a la cruz cuando moría por la salvación de los hombres sus hermanos. Era congruente y estaba perfecto que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado como corredentora subordinada en esta tarea por su Hijo, la que iba a colaborar con su Hijo en la limpieza del mundo; por eso fue preservada de toda mancha para ejercer su misión adecuada y coherentemente.

        5.- Inmaculada por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todo creyente, de toda la Iglesia, santa e inmaculada. Ella ha sido elegida por Dios para ser imagen de lo quiere de todos nosotros. Bien está el que se arrepiente y se levanta. Pero mejor es no caer por su gracia. Maria tuvo este privilegio. Maria, desde el primer instante de su ser tenía que se la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis y es, en definitiva, la nueva criatura, la nueva creación.

        En el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. La desobediencia de la primera Eva fue reparada por la obediencia de la María, que por eso ha recibido el título de la Iglesia como “la madre de los vivientes”.

        Cristo y Maria representan a la nueva Humanidad restaurada de su condición primera. En los versos de la Hidalga del Valle, de nuestros poetas clásicos, queda perfectamente reflejada esta teología: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia, y es falta a la decencia, si pudiendo, no quería. Pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».

       

        6.- Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué grande hizo Dios a María y no sólo para Él sino para nosotros, qué plenitud de gracia, hermosura y amor. Nuestros sentimientos hacia ella en el día su fiesta son:

        a) El primer sentimiento nuestro para con María será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales desde el primer momento de su Concepción. Lo hacemos con sus mismas palabras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

 

        b) Dios ha hecho tan grande y limpia a Maria como icono y modelo nuestro.  Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su humildad en la grandeza, su fiarse totalmente de Dios en las dificultades, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, obediencia y seguimiento total. Es modelo de santidad en la fe, en el amor, en la esperanza cristianas. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza; amó hasta olvidarse de sí, creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo e el que moría abandonado de todos, hasta de sus mismos discípulos.

 

        c) ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Queremos ser buenos cristianos, seguidores de tu Hijo, pero caemos a cada paso. Queremos salvar a los hermanos, pero nos cansamos. ¡Ayúdanos tu, Virgen bella, Inmaculada, Auxiliadora del pueblo de Dios. Es tan grande tu poder ante Dios, porque eres omnipotente suplicando a tu Hijo que es omnipotente realizando, porque es Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

       

        Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada, recemos con ella con plena confianza. Ella es la mejor madre de la fe y del amor y de la esperanza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a los creyentes! ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

 

        ¡María, hermosa Nazaretana, Virgen guapa, Madre del alma, cuánto te quiero, cuánto nos quieres. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

Ésta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente: LA PURÍSIMA.

 

*****************************************

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Inmaculada brilla con esplendor de cielo azul. Un cielo limpio en el que brilla el sol de la pureza y de la gracia. La fiesta de la Inmaculada llena de alegría el alma del pueblo cristiano. Ella anuncia la cercanía de la redención, que viene a traer al mundo el Hijo de sus entrañas, Jesucristo, que nacerá en la Nochebuena como fruto bendito de su vientre virginal.

María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y de manera singular esta fiesta de la Inmaculada.

En un mundo como el nuestro, la vieja Europa nuestra que ignora sus raíces cristianas, va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. Todo ello es fruto del pecado, del egoísmo en todas sus formas. Injusticias, corrupción, desprecio de la vida y de los derechos humanos, odios, guerras.

El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad. En medio de todo ese estiércol ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia.

Nosotros que somos pecadores, y que no somos capaces de salir de nuestro pecado por nuestras solas fuerzas, al mirarla a ella sentimos el alivio de la gracia, que en ella resplandece con toda plenitud. El corazón se nos llena de esperanza.

Nosotros hemos nacido en pecado, el pecado original, y el bautismo nos ha librado de la muerte eterna, haciéndonos hijos de Dios. En nosotros permanece la inclinación al pecado, el atractivo del pecado (la concupiscencia, que no es pecado, pero procede del pecado e inclina al pecado).

María, sin embargo ha sido librada de todo pecado antes de cometerlo. Ni siquiera el pecado original ha tenido lugar en ella. Ni tampoco sombra alguna de pecado personal mortal o venial, ni la más mínima connaturalidad con el pecado. “El pecado más grande de nuestros días es la pérdida del sentido del pecado”, decía hace poco el papa Francisco recordando esta misma expresión del papa Pío XII.

Ciertamente, es necesario contemplar la belleza de María para sentirnos atraídos por esa meta a la que Dios quiere llevarnos: libres de todo pecado y llenos de gracia y santidad. Y esta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente.

Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el sentido de Dios, andan perdidos entre los afanes de este mundo, desnortados sin saber a dónde dirigir sus pasos, esclavos de tantas torceduras del corazón humano, víctimas de sus propios vicios que aíslan y encierran a la persona en sí misma y la incapacitan para amar. Todas estas y muchas más son las consecuencias del pecado, del alejamiento de Dios. Muchos incluso han perdido el sentido del pecado, porque su vida no hace referencia a Dios para nada.

Muchos viven en esas periferias existenciales, lejos de la casa de Dios, y al encontrarse con María recuperan el sentido de lo bello, la verdad de la vida, la fuerza para realizar el bien. La fiesta de la Inmaculada quiere traernos a todos esta buena noticia.

Por la encarnación redentora de su Hijo divino Jesucristo, por su muerte y resurrección, se nos han abierto de par en par las puertas del cielo. Es posible la esperanza, es posible otra forma de vida, es posible amar y salir de uno mismo para entregarse a los demás, es posible la vida de gracia y santidad. Más aún, hemos nacido para eso. Y si alguna vez nos viene la duda o se oscurece el horizonte, levantemos los ojos a María Santísima, la llena de gracia, la toda limpia, la Purísima.

Que el Señor os conceda a todos una profunda re- novación en este Año de la misericordia que, en el día de la Inmaculada, es abierto para toda la Iglesia.

Recibid mi afecto y mi bendición:

 

**************************************

INMACULADA

 

Queridos hermanos: Estamos celebrando con gozo la fiesta de María en su Inmaculada Concepción; todos los hombres necesitamos el bautismo para liberarnos del pecado original; María fue concebida y permaneció siempre limpia de todo pecado, fue concebida intacta, impoluta, llena de gracia y belleza divina.

María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y, de manera singular, esta fiesta de la Inmaculada.

En un mundo como el nuestro, la vieja Europa que va olvidándose y alejándose de sus raíces cristianas, y va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, de hijos y nietos, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad con abortos, crímenes de padres a hijos y de hijos a padres, con familias rotas, divorcios, guerras por dineros, petróleos, apostasías.

En medio de todo ese pecado ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el único que puede salvar el mundo de ahora y de siempre, miremos las historia.

Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo, mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia, auxilio para todos, especialmente para las familias que antes rezaban el rosario unidas, porque familia que reza unida permanece unida. Hoy no digo el rosario, ni el ave maría saben ni rezan los niños que vienen el primer año a la catequesis. Familia que reza unida, que viene a misa los domingos, permanece unida.

Ver así a María, tan bella y limpia, concebida sin pecado, nos está indicando el amor y predilección del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo sobre la elegida por la Santísima Trinidad para ser Madre del Hijo, preparando así una digna morada al Verbo de Dios encarnado en su seno, y nos invita a todos nosotros, sus hijos, a imitarla, a invocarla, a recurrir a ella en nuestras necesidades.

Nos llena de gozo y alegría a todos nosotros, sus hijos,  los manchados hijos de Eva, que caminamos en este mundo necesitados de su protección y ayuda permanente; esto nos da certeza y confianza a todos los hombres, los hijos de nuestra madre Inmaculada porque sabemos que nuestra oraciones y novenas y peticiones son siempre atendidas y escuchadas; y finalmente nuestra Madre, limpia de pecado, se convierte en modelo e imagen de lo que Dios quiere de todos nosotros, porque al verla así tan bella y limpia de toda mancha, nosotros sus hijos hemos de esforzarnos por parecernos a Ella, luchar para vivir siempre la gracia y la vida plena de amor a Dios y nuestros hermanos los hombres, recibida en las aguas bautismales.

        1.-    El Concilio Vaticano II nos dice al presentarnos a María: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo”, ”Salve”, es decir, alégrate, regocíjate, “llena de gracia”, porque Dios te ha predestinado ser Madre del Hijo encarnado.

        “El Señor está contigo”, prosigue el divino mensajero. Nuestra Madre estuvo desde el primer instante de su ser  más rebosante de gracia que todos los ángeles y santos juntos. Y así lo expresó públicamente su prima Isabel, al verla preñada del Hijo de Dios: “bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. 

        POR TRES MOTIVOS PRINCIPALES hizo Dios a María tan grande y bella:   

        2.- Inmaculada por Madre. No estaba bien que ni por un momento el maligno y el pecado poseyese a la que iba a ser morada y templo de Dios.

        3.- Inmaculada por corredentora. Convenía que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado la que el Hijo quería que fuera corredentora subordinada y unida a Él en su tarea de Único Salvador del los hombres;

        4.- Inmaculada también por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. Es la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis.

 

Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia hermosura y amor. Nuestros sentimientos hacia ella deben ser:

        1) El primer sentimiento será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales y rezar con ella el magníficat “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

        b) El segundo sentimiento es tratar de imitarla, parecernos a ella. Así quiere Dios que seamos todos sus hijos.

c) Recemos y hablemos todos los días con nuestra madre del cielo. ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Tú eres omnipotente suplicando y pidiendo a tu Hijo Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios.

        d) Queridos hermanos: recemos todos los días a María nuestra Madre; pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada. ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!¡Qué certeza y seguridad nos da a todos sus hijos! ¡Qué poder tiene ante Dios! ¡Madre Inmaculada, Madre del alma, cuánto nos quieres, cuánto te

queremos todos tus hijos. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

 

 

***********************************************

 

SEXTO DÍA: INMACULADA CONCEPCIÓN Y MATERNIDAD DIVINA Y HUMANA

 

Queridos hermanos concelebrantes, queridos paisanos y amigos todos, hijos de nuestra Madre la Virgen del Salobrar. Esta tarde, en este sexto día de su novena, vamos a meditar, a contemplar a nuestra Madre, la Virgen del Salobrar, en el misterio de su Inmaculada Concepción, concebida sin pecado en el seno de su madre santa Ana, desde el primer instante de su ser.

Esta mirada filial que dirigimos hoy a la Virgen limpia de todo pecado, en este día de su novena, nos llena de gozo y alegría y confianza en su poder a nosotros, sus hijos, los manchados hijos de Eva. Ella fue siempre tierra virgen, huerto cerrado, sin pisadas de nadie, llena de gracia desde el primer instante de su existencia terrena.

Verla así tan bella y limpia, concebida sin pecado, nos está indicando el amor y predilección del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo sobre la elegida por la Santísima Trinidad para ser Madre del Hijo, preparando así una digna morada al Verbo de Dios encarnado en su seno; nos llena también de gozo y alegría a todos nosotros, sus hijos,  los manchados hijos de Eva, que caminamos en este mundo necesitados de su protección ya ayuda permanente en y esto no da certeza y confianza a todos los hombres, los hijos de la tierra de que nuestra oraciones y novenas y peticiones son siempre atendidas y escuchadas aunque a veces se ajusten mas a la voluntad del Padre Dios que a las nuestra porque Él sabe  mejor lo que nos conviene; y finalmente nuestra Madre, limpia de pecado, se convierte en modelo e imagen de lo que Dios quiere de todos nosotros, porque al verla así tan bella y limpia de toda mancha, nosotros sus hijos hemos de esforzarnos por parecernos a Ella, luchar para vivir siempre la gracia y la vida plena de Dios recibida en las aguas bautismales.

Nuestra Madre, la Virgen María es la criatura más perfecta salida de las manos de Dios. Es tan buena, tan sencilla, tan delicada, tan prodigiosamente humilde y pura, que se la quiere sin querer.

        1.-    El Concilio Vaticano II nos dice al presentarnos a María: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Ha sido Dios mismo el que nos ha revelado este misterio por medio del Ángel Gabriel enviado a María para anunciarla que ha sido elegida para ser la Madre del Hijo de Dios encarnado: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc1,8).

        La escena, si queréis, podemos reproducirla así: La Virgen está orando. Adorando al Padre “en espíritu y verdad”. Orando, mientas cosía, barría, o hacía cualquier cosa, o, sencillamente, orando sin hacer otra cosa más que orar. El cronista San Lucas no especifica. El diálogo mantenido entre el ángel y aquella hermosa nazarena es un trenzado de alabanzas y humildad.

“Salve,  llena de gracia, el Señor está contigo...”Salve”, es decir, alégrate, regocíjate, “llena de gracia”, porque Dios te ha predestinado ser Madre del Hijo encarnado. Si la gracia es el mayor don de Dios, con cuánta gracia engrandecería el Omnipotente a su elegida por madre. Con la Hidalga del Valle podemos cantarla: <Decir que Dios no podía es m.. Por eso Dios que pudo hacer a su madre, así la hizo llena de gracia.

        “El Señor está contigo”, prosigue el divino mensajero. Nuestra Madre del Salobrar estuvo desde el primer instante de su ser  más rebosante de gracia y dones divinos que todos los ángeles y santos juntos. Y así lo expresó públicamente su prima Isabel, al verla preñada del Hijo de Dios: “bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. 

        Grandes mujeres habían existido en el Antiguo Testamento. Grandes habrían de existir en el N.T. Todas muy queridas de Dios, pero incomparablemente más que todas ellas, María, elegida para Madre de Dios.

        POR TRES MOTIVOS PRINCIPALES hizo Dios a María tan grande y bella:   

        2.- Inmaculada por Madre. No estaba bien que ni por un momento el maligno y el pecado poseyese a la que iba a ser morada y templo de Dios.

        3.- Inmaculada por corredentora. Convenía que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado la que el Hijo quería que fuera corredentora subordinada y unida a Él en su tarea de Único Salvador del los hombres;

        4.- Inmaculada también por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todo creyente, de toda la Iglesia, santa e inmaculada. Maria tenía que ser desde el primer instante de su ser la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis, en definitiva, la nueva criatura, la nueva creación.

        Por eso, en el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. La desobediencia de la primera Eva fue reparada por la obediencia de la María, que por eso ha recibido el título de la Iglesia como “la madre de los vivientes”.

        5.- Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia hermosura y amor, qué grande hizo Dios a María y no sólo para Él sino para nosotros. Nuestros sentimientos hacia ella deben ser:

        a) El primer sentimiento nuestro para con nuestra madre la Virgen del Salobrar será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales y rezar con ella el magníficat “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

        b) El segundo sentimiento es tratar de imitarla, parecernos a ella. Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su humildad en la grandeza, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, obediencia y seguimiento total. Es modelo de santidad en la fe, en el amor, en la esperanza cristianas. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza; amó hasta olvidarse de sí, creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo e el que moría abandonado de todos, hasta de sus mismos discípulos.

        c) Recemos y hablemos todos los días con nuestra madre del cielo. ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Tú eres omnipotente suplicando a tu Hijo que es omnipotente realizando, porque es Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

        d) Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada, recemos con ella con plena confianza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a todos sus hijos! ¡Qué poder tiene ante Dios!¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

        ¡Madre del Salobrar, Madre del alma, cuánto te quiero, cuánto te queremos todos tus hijos de Jaraiz, cuánto nos quieres tú, Virgen bendita del Salobrar. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

 

********************************************

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 1, 26-38

 

(Fue mi primera homilía de la Inmaculada, preducada con los tonos propios de la época, como nos enseñaba en las clases de Oratoria D. Pelayo, canónigo magistral; pero, como siempre, con el mismo amor de hijo a la hermosa Nazarena, a la Virgen bella, en la novena del Seminario de Plasencia, en 1959)

       

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Al comenzar la santa Misa, la acción de gracias más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón de haber pecado con el pensamiento, con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia  de nuestras obras manchadas de soberbia y de  egoísmo, de nuestras palabras manchadas, de nuestros pensamientos  y deseos manchados. Hasta al niño recién nacido lo sometemos al rito del bautismo para borrar su pecado de origen. Por eso, el recuerdo anual de la Inmaculada, redimida desde el primer instante de su Concepción, nos llena de alegría y orgullo a nosotros, los manchados hijos de Eva.         Todos los hombres necesitamos las aguas bautismales; sólo Ella fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, excepcionalmente concebida, inmaculada, intacta, impoluta, incontaminada.

        Este día, hermanos, es de suma veneración, día grande, cuya solemnidad aventaja a la solemnidad de los santos porque en él nuestra Virgen, la Purísima fue concebida Inmaculada sin pecado original, fue concebida sin mancha, llena de luz y de gracia en el seno materno.

       

        2.- Todos los hombres somos engendrados con el pecado de Adán, necesitamos las aguas bautismales para limpiar esta sombra de luz divina que en todos nosotros empaña el resplandor de nuestra alma. Sólo ella, la Virgen bella, la hermosa nazaretana fue siempre tierra virgen, materia limpia, fue concebida llena de amor divino y de gracia sobrenatural.

        No hay corriente tan impetuosa que no pueda ser detenida por la Omnipotencia de Dios. El sol sigue siempre su eterna carrera; el agua del río nos impide el camino y el abrazo entre ambas orillas y el fuego nos quema siempre. Sin embargo, cuando Dios quiso, el sol se detuvo en su carrera, para que venciese su pueblo, el Jordán y el mar Rojo mostraron un camino seco a los israelitas y el fuego del horno no quemó a Daniel y sus compañeros.

        Con esta misma potencia, queridos hermanos, pero con más amor y voluntad que nunca, Dios quiso que la impetuosa corriente del pecado de Adán, que hiere e infarta al hombre en lo más profundo de su ser, no lesionara ni tocara a la que sería su Madre, y fue concebida Inmaculada. Ella, la única y simplemente porque Dios quiso.

       

        3.- Acabo de decir que Dios lo puede todo y, sin embargo, no es verdad. La Omnipotencia divina que detiene al sol y separa las aguas, tiene también sus límites, porque los tiene también su libertad. Dios, por ejemplo, no es libre para dejar de ser Dios, ya que el Infinito tiene que existir en razón de su mismo Ser que es vida eterna, sin límites en ninguna dirección. Puede sí colgar más y más estrellas en el cielo para que nosotros inexactamente digamos que son infinitas; puede construir un mundo más dilatado y variado, de colores más brillantes; puede, desde luego y con mucha facilidad crear otros cielos más limpios, un mar más azul y profundo, unos claveles más rojos, unas cascadas más altas e impresionantes. Puede todo eso y otras cosas más difíciles que ni siquiera la mente humana puede imaginar. Pero el poder de Dios tiene un límite, se puso un límite, no puede traspasarlo, porque sería crear otro Dios, no puede ni quiere inventar ni plasmar para su Hijo una madre más buena y hermosa, más limpia y excelente, que la grandiosa bienaventurada Virgen María.

       

        4.- Es impresionante el esfuerzo hecho por Dios para realizar en carne humana la idea más perfecta que de mujer haya concebido en su mente divina. Para plasmarla, como hemos dicho, cogió el azul de los mares, el resplandor de los soles, el frescor de las auras, la suavidad más dulce de las brisas; lo juntó todo y lo llamó María. María, la misma mujer y humilde jovencita Nazarena, que acarreaba el agua y la leña para su casa y en cuyas manos ponemos nosotros ahora todas nuestras plegarias, es el límite que Dios se ha impuesto a sus esfuerzos creadores. Al conjunto de todas las aguas nosotros lo llamamos «maria»; y Dios, al conjunto de todas las gracias que puede conceder a una criatura, lo llamó María.

        Por esto, María es Virgen bella, Señora de todas las cosas, Estrella de todos los mares, Señora del buen aire y Reina de los cielos. No puede existir nadie ya más perfecto que ella, simplemente porque Dios no lo quiere, porque escogió para ella todo lo sobrenatural más bello y gracioso que pueda existir. La Virgen contiene en sí la suma perfección de las cosas creables, por eso es distinta de todos y de todo: Inmaculada, impecable, dotada de todas las defensas y hermosuras de la gracia, en la misma orilla de Dios, la Virgen es un ser aparte.

       

        5.- Cuando antes de crear los mundos, desfilaron ante los ojos de la Santísima Trinidad todos los seres posibles, se detuvieron amorosos ante una criatura singular. El Padre la amó  y dijo: serás mi Hija Predilecta; el Hijo la besó diciendo: será mi madre acariciada; el Espíritu Santo la abrazó y dijo: Tú serás mi esposa amada. La llenaron de regalos y de gracias, y cuando la Reina estuvo vestida de luz, los Tres colocaron sobre su sienes una corona: en el centro ponía: Inmaculada.

        Es dulce pensar en aquellas tareas preparatorias de la Trinidad dichosa. Imaginémonos a Dios Trino y Uno ocupado con Amor de Espíritu Santo, ternura de Hijo y  anhelos de Padre creador de vida, trazando el semblante, el rostro y los rasgos de su hija predilecta y escogida en el semblante y hermosura de su mismo Ser contemplado y visto y plasmado en el Esplendor de su Imagen e Idea creadora del Hijo “Amado por quien todo ha sido hecho”; qué miradas entre el Padre y el Hijo, qué diálogos de Amor, qué miradas de gozo, qué contemplación de Amor, qué fuerza creadora de lo visto y contemplado en el Hijo, Hermosura, Esplendor infinito del Ser y Reflejo del Padre infinito, qué potencia creadora con Amor de Espíritu Santo. Con qué manos temblorosas de emoción el Padre la creó en su Mente divina trinitaria; con qué manos emocionadas el Hijo la acarició en su mismo Ser de Hijo imagen del Padre; con qué potencia de beso de amor el Espíritu Santo la plasmó en cuerpo y alma.

        Nuestras iglesias han de levantarse sobre un terreno bendecido, acotado, libre de todo aprovechamiento humano. Un delito ocurrido en ellas las inutiliza para el culto divino, porque impide la tranquila presencia de Dios. Y es que Dios es Dios y para el Dios Infinito y Grande siempre el templo, limpio; los corporales, bien planchados; la patena, de buen metal; la Madre,  Inmaculada.   

        Asociada por Cristo a la obra redentora de la humanidad convenía que desde el primer instante de su ser, en su misma concepción divina y humana, estuviera libre de toda mancha y pecado. Muchas son las razones porque las que Dios quiso que María estuviera limpia de todo pecado y llena de dones y blancura.

 

        6.- Entre estas razones, la principal era la conveniencia de tener una madre limpia, que iba a asociar a su obra salvadora. El que redime debe estar libre de la culpa, del pecado que quita; lo mismo que, para lavar los objetos o personas, las manos que ayudan a limpiar las manchas deben estar previamente lavadas, limpias de la suciedad que tratan de quitar.       

        Por eso, María vino a esta tierra por concepción maternal y humana, como vendría su hijo, como venimos todos nosotros, pero Inmaculada, por designio de amor del Padre, por exigencia de pureza por el Hijo, por necesidad del Amor extremo del Espíritu Santo.

        Y este es el misterio de la Inmaculada Concepción de María que hoy estamos celebrando. Si removéis el cieno de las fuentes, toda el agua que baja al río de la vida se enturbia y baja encenagada. Dios constituyó a Adán, fuente de vida humana; al comer la manzana, al comer del árbol del bien y del mal, esto es, al no querer obedecer a Dios y tratar de ser él Dios, diciendo lo que está bien y mal en contra de lo establecido por Dios, vino el pecado; porque eso es el pecado, decir nosotros y decidir nosotros lo que está bien o mal en contra de lo que Dios dice. Nosotros procedemos de la carne manchada de Adán.

        Solo ella, procediendo de esa misma fuente, fue preservada en razón de los méritos y deseos de su Hijo, de toda mancha de pecado y recibió la vida desde Dios por su madre santa Ana, limpia y transparente y su concepción fue inmaculada, esto es, no maculada, no manchada.

        Dios que estaba preparando a su propia madre no podía consentir que fuera escupida por el veneno de la serpiente, del reptil inmundo. ¿Quién de nosotros no lo hubiera hecho si lo hubiera podido? El Hijo no podía consentir que ni por un momento fuera pisada por la serpiente de la enemistad con Dios, que su madre fuera su enemiga y rebelde por el pecado original. No lo quiso y como podía, lo hizo. Si el Hijo se estaba preparando su morada en la tierra, tenía que parecerse lo más posible a la del Cielo de su Padre, a la Santidad Esencial del Dios Trino y Uno; si Dios se preparaba su primer templo y sagrario  y tienda en la tierra no podía consentir que estuviera primero habitada por el demonio, pisoteada por su enemigo, que la estrenase la serpiente. No estaría bien en un Dios, en un Hijo, en un Esposo que pudo hacer a su propia madre, a su propia esposa, a su propia Hija.

        María por eso fue siempre tierra limpia y virginal, sin pisadas de nadie, siempre paraíso de Dios entre los hombres, donde sólo se paseó Él desde antes de ser concebida y en su misma Concepción Inmaculada. Había que concluir esta parte con los versos de la Hidalga del Valle: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia y es faltar a la decencia, si pudiendo, no quería; pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original». Son esas razones del corazón que la razón no entiende porque tiene uno que estar lleno de ese amor para comprenderlo: ¿Quiso y no pudo? No sería Dios todopoderoso. ¿Pudo y no quiso? No puede ser Hijo. Digamos, pues, que quiso y pudo.  Para que entendamos mejor: Quiso hacerla Inmaculada y no pudo, no es Dios porque no tiene poder infinito. Pudo y no quiso, no es Hijo, porque un hijo busca lo mejor para su madre. Digamos, pues, que Jesucristo, como Dios y como Hijo, pudo y quiso hacerla Inmaculada. Y así vino la Virgen desde la mente de Dios hasta esta tierra: vino toda ella limpia e Inmaculada, sin que el vaho y el aliento pestilente y dañino de la serpiente mordiese su alma y su cuerpo.

        Qué pura, qué divina, qué encantadora es la Virgen, hermanos, qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracias, y hermosura y amor. Qué dulce saber que tenemos una madre tan buena tan bella y tan en la orilla de Dios.

        Pensar, saber y, sobre todo, gustar del amor y trato con esta deliciosa madre es lo más hermoso que nos puede acontecer. Cuánto nos quiere la Virgen. Aprovechémonos de esta  madre tan dulce y sabrosa, cariño y  miel de nuestras almas. Porque es nuestra, hermanos, nos pertenece totalmente, Dios la hizo así de hermosa y de buena y de poderosa para nosotros, los desterrados hijos de Eva.

        Queridos hermanos, que la Virgen existe, que es verdad, que existe y nos ama, que no es una madre simbólica, para cuadros de pinturas; a nuestra madre se la puede hablar, tocar, besar, nos está viendo ahora mismo; está, pues, presente, no con presencia material, pero está real, realísima, nada de imaginación, sino real y verdaderamente cercana y atenta y con posibilidad de querer y amar y sentir su presencia y su mano protectora sobre nosotros. A nuestra madre se la puede hablar, abrazar, comérsela de amor.

        María está presente en cuerpo y alma en los cielos, y desde allí nos está viendo ahora mismo; está, pues, materialmente distante de nosotros, pero también es verdad que está presente con una presencia espiritual, afectiva y moral en todos los corazones recogidos que la besan y la invocan y la rezan y siente sus efectos maternales de gracia y salvación.

        Madre, haznos semejantes a ti. Limpia con tu poder intercesor todos nuestros pecados. Haznos limpios e inmaculados de corazón y de alma. Sea esta oración, esta mirada de amor, este recuerdo nuestro beso emocionado y de felicitación en el día de tu Concepción Inmaculada. ¡Madre, qué bella eres, qué gozo tener una madre así, haznos semejantes a ti!cia, si pudiendo, no queria

 

**********************************************

 

SEGUNDA HOMILÍA

 

(Homilía elaborada sobre una audiencia general de los miércoles del Papa, en 1983, del original italiano que escuché personalmente).

 

                QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- La fiesta que estamos celebrando nos sitúa en presencia de la obra maestra realizada por Dios en la Redención. María Inmaculada es la criatura perfectamente redimida: mientras todos los demás seres han sido liberados del pecado, ella fue preservada del mismo por la gracia redentora de Cristo.

La Inmaculada Concepción es un privilegio único que convenía a Aquélla que estaba destinada a convertirse en la Madre del Salvador. Cuando el Padre decidió enviar al Hijo al mundo quiso que naciese de una mujer, mediante la intervención del Espíritu Santo, y que esta mujer fuese absolutamente pura, para acoger en su seno, y luego en sus brazos maternales, a Aquel que es Santidad perfecta. Entre la Madre y el Hijo quiso que no existiese barrera alguna. Ninguna sombra debía oscurecer sus relaciones.

Por esto, María fue creada Inmaculada. Ni siquiera por un momento ha estado rozada por el pecado. Podemos decir que María en el misterio de su Inmaculada Concepción es la revancha de Dios sobre la degeneración humana por el pecado.

        Es esta belleza la que durante la Anunciación contempla el Ángel Gabriel, al acercarse a María: “Alégrate, llena de gracia”. Lo que distingue a la Virgen de Nazaret de las demás criaturas es la plenitud de gracia que seencuentra en Ella. María no recibió solamente gracias. En Ella todo está dominado y dirigido por la gracia desde el origen de su existencia. Ella no solamente ha sido preservada del pecado original, sino que ha recibido una perfección admirable de santidad.

        Es la criatura ideal, tal como Dios la ha soñado. Una criatura en la que jamás ha existido el más mínimo obstáculo a la voluntad divina. Por el hecho de estar totalmente penetrada por la gracia, en el seno de su alma todo es armonía y la belleza del ser divino se refleja en ella de forma más impresionante.

 

        2.- María, primera redimida. Debemos comprender el sentido de esta perfección inmaculada a la luz de la obra redentora de Cristo. En la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, María fue declarada «preservada intacta de toda mancha de pecado original, desde el primer instante de su concepción, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano» (DS 2803). Ella, pues, se benefició anticipadamente de los méritos del sacrificio de la Cruz.

        La formación de un alma llena de gracia aparecía como la revancha de Dios sobre la degradación que se había producido, tanto en la mujer como en el hombre, como consecuencia del drama del pecado. Según la narración bíblica de la caída de Adán y Eva, Dios impuso a la mujer un castigo, y comenzó a desvelar un plan de salvación en el que la mujer se convertiría en la primera aliada.

       

        3.- María corredentora o asociada a la Alianza de Dios con los hombres por medio de su Hijo. En el oráculo, llamado protoevangelio, Él declaró a la serpiente tentadora, la cual había conducido a la pareja al pecado: “Yo pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; Ella te aplastará la cabeza y tú le morderás el calcañal”. Estableciendo una hostilidad entre el demonio y la mujer, manifiesta su intención de considerar a la mujer como primera asociada en su alianza, con miras a la victoria, que el descendiente de la mujer obtendría sobre el enemigo del género humano.

        La hostilidad entre el demonio y la mujer seha manifestado de la forma más completa en María. Con la Inmaculada Concepción fue decretada la victoria perfecta de la gracia divina en la mujer, como reacción a la derrota sufrida por Eva en el pecado de los comienzos.

        En María se operó la reconciliación de Dios con la humanidad, pero de forma que María misma no tuvo necesidad, personalmente, de ser reconciliada, puesto que al haber sido preservada del pecado original, Ella vivió siempre de acuerdo con Dios. Sin embargo, en María se ha realizado verdaderamente la obra de la reconciliación, porque Ella ha recibido de Dios la plenitud de la gracia en virtud del sacrificio redentor de Cristo. En Ella se ha manifestado el efecto de este sacrificio con una pureza total y con un maravilloso florecimiento de santidad. La Inmaculada es la primera maravilla de la Redención.

       

        4.- La perfección otorgada a María no debe producir en nosotros la impresión de que su vida sobre la Tierra ha sido una especie de vida celestial, muy distante de la nuestra. En realidad, María ha tenido una existencia semejante a la nuestra. Ella conoció las dificultades cotidianas y las pruebas de la vida humana. Vivió en la oscuridad que comporta la fe.
Ella fue preservada del pecado que siempre es egoísmo, para poder vivir totalmente al servicio de todos los hijos, del natural Jesucristo y de los confiados por el Hijo en la cruz, todos los hombres.

        No en menor grado que Jesús experimentó la tentación y los sufrimientos de las luchas internas. Podemos imaginarnos en qué gran medida se ha visto sacudida por el drama de la pasión del Hijo. Sería unerror pensar que la vida quien estaba llena de gracia fue una vida fácil, cómoda. María ha compartido todo aquello que pertenece a nuestra condición terrena, con lo que ésta tiene de exigente y de penoso.

        Es necesario, sobre todo, tener presente que María fue creada Inmaculada, a fin de poder actuar mejor en favor nuestro. La plenitud de gracia le permitió cumplir plenamente su misión de colaboración con la obra de salvación: ha dado el máximo valor a su cooperación en el sacrificio. Cuando María presentó al Padre el Hijo clavado en la Cruz, su ofrecimiento doloroso fue totalmente puro. Y ahora también desde el cielo la Virgen Inmaculada, también en virtud de la pureza de su corazón y su presencia junto a Cristo Glorioso y triunfante del pecado y de la muerte, nos ayude a aspirar hacia la perfección por Ella conseguida. Y por esto es por lo que la Virgen ha recibido estas gracias especiales y ha sufrido singularmente, para poder así ayudarnos a nosotros pecadores, es decir, fue Inmaculada por el poder y amor singular de Dios para todos nosotros, la razón por lo que Ella ha recibido esta gracia excepcional.
        En su calidad de Madre, trata de conseguir que todos sus hijos terrenales participen de alguna forma en el favor con el que personalmente fue enriquecida. María intercede junto a su Hijo para que obtengamos misericordia y perdón. Ella se inclina invisiblemente sobre todos los que sufren angustia espiritual y material para socorrerlos y conducirlos a la reconciliación.

El privilegio único de su Inmaculada Concepción la pone al servicio de todos y constituye una alegría para todos los que la consideran como su Madre.    Su Inmaculada Concepción ha sido la primera maravilla de la Redención de la que todos hemos recibido la alianza y amistad con Dios que nos llevará a participar plenamente de su vida divina aquí abajo, mediante la lucha y la conversión permanente junto a la cruz de Cristo, y en el cielo, con este mismo Cristo Triunfante y Glorioso junto a Ella.

 

 

**************************************************

 

 

        ANEXO: PARA HABLAR DE LA INMACULADA: Conferencias, Meditaciones…

 

Mensaje de la LXXXIII Asamblea Plenaria de la CEE en el CL Aniversario de la definición del Dogma de la Concepción Inmaculada de la Virgen María

 

«Signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios».

 

1.- Al cumplirse el CL Aniversario de la proclamación del dogma de la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen María, los obispos españoles queremos hacer llegar a nuestros hermanos, los hijos de la Iglesia en España, unas palabras sobre el sentido de este dogma para nuestra vida de fe y una invitación a renovar nuestra consagración, personal y comunitaria, a nuestra Madre, la Virgen Inmaculada. De este modo, convocamos a todos a la celebración de un Año de la Inmaculada, que comenzará el próximo día 8 de diciembre y concluirá el 8 de diciembre de 2005.

 
              2. Sentido del dogma mariano:El dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, confiesa: «...la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano». Con la definición de este dogma culminó un largo proceso de reflexión eclesial, bajo el impulso del Espíritu Santo, sobre la figura de la Virgen María, que permitió conocer, de modo más profundo, las inmensas riquezas con las que fue adornada para que pudiera ser digna Madre del Hijo eterno de Dios.

Tres aspectos de nuestra fe han sido subrayados de modo singular con la proclamación del dogma de la Inmaculada: la estrecha relación que existe entre la Virgen María y el misterio de Cristo y de la Iglesia, la plenitud de la obra redentora cumplida en María, y la absoluta enemistad entre María y el pecado.


          3.- María Inmaculada en el misterio de Cristo y de la Iglesia

 

Elegida para ser la Madre del Salvador, María ha sido «dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante». En el momento de la Anunciación, el ángel Gabriel la saluda como llena de gracia (Lc 1, 28) y ella responde: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios. Preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción, María es la «digna morada» escogida por el Señor para ser la Madre de Dios.

 

4.- Abrazando la voluntad salvadora de Dios con toda su vida, María «colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia». Madre de Dios y Madre nuestra, María ha sido asociada para siempre a la obra de la redención, de modo que «continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna». En ella la Iglesia ha llegado ya a la perfección, sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), por eso acude a ella como «modelo perenne», en quien se realiza ya la esperanza escatológica…

 

 5- María Inmaculada, la perfecta redimida.

 

La santidad del todo singular con la que María ha sido enriquecida le viene toda entera de Cristo: «redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo», ha sido bendecida por el Padre más que ninguna otra persona creada (cf. Ef 1, 3) y ha sido elegida antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (Ef 1, 4).

Confesar que María, Nuestra Madre, es «la Toda Santa» --como la proclama la tradición oriental-- implica acoger con todas sus consecuencias el compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana:

«Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor». El amor filial a la «Llena de gracia» nos impulsa a «trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria», respetando «un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia».


6.- María Inmaculada y la victoria sobre el pecado.

 

María Inmaculada está situada en el centro mismo de aquella «enemistad» (cf. Gn 3, 15; Ap 12, 1) que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación. «Por su pecado, Adán, en cuanto primer hombre, perdió la santidad y la justicia originales que había recibido de Dios no solamente para él, sino para todos los seres humanos».     Sabemos por la Revelación que el pecado personal de nuestros primeros padres ha afectado a toda la naturaleza humana: todo hombre, en efecto, está afectado en su naturaleza humana por el pecado original.

El pecado original, que consiste en la privación de la santidad y la justicia que Dios había otorgado al hombre en el origen, «es llamado “pecado” de manera análoga: es un pecado “contraído”, “no cometido”, un estado y no un acto». Y aun cuando «la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente», comprobamos cómo «lo que la Revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia, pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males».

La Purísima Concepción —tal como llamamos con fe sencilla y certera a la bienaventurada Virgen María—, al haber sido preservada inmune de toda mancha de pecado original, permanece ante Dios, y también ante la humanidad entera, como el signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios. Esta elección es más fuerte que toda la fuerza del mal y del pecado que ha marcado la historia del hombre. Una historia en la que María es «señal de esperanza segura».

En María contemplamos la belleza de una vida sin mancha entregada al Señor. En ella resplandece la santidad de la Iglesia que Dios quiere para todos sus hijos. En ella recuperamos el ánimo cuando la fealdad del pecado nos introduce en la tristeza de una vida que se proyecta al margen de Dios.

En ella reconocemos que es Dios quien nos salva, inspirando, sosteniendo y acompañando nuestras buenas obras. En ella encuentra el niño la protección materna que le acompaña y guía para crecer como su Hijo, en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 52). En ella encuentra el joven el modelo de una pureza que abre al amor verdadero. En ella encuentran los esposos refugio y modelo para hacer de su unión una comunidad de vida y amor.

En ella encuentran las vírgenes y los consagrados la señal cierta del ciento por uno prometido ya en esta vida a todo el que se entrega con corazón indiviso al Señor (cf. Mt 19, 29; Mc 10, 30). En ella encuentra todo cristiano y toda persona de buena voluntad el signo luminoso de la esperanza. En particular, «desde que Dios la mirara con amor, Maria se ha vuelto signo de esperanza para la muchedumbre de los pobres, de los últimos de la tierra que han de ser los primeros en el Reino de Dios».


7.- El testimonio mariano de la Iglesia en España.

 

La evangelización y la transmisión de la fe en tierras de España han ido siempre unidas a un amor singular a la Virgen María. No hay un rincón de la geografia española que no se encuentre coronado por una advocación de
nuestra Madre. Así lo recordó Juan Pablo II en los comienzos mismos de su pontificado: «Desde los primeros siglos del cristianismo aparece en España el culto a la Virgen. Esta devoción mariana no ha decaído a lo largo de los siglos en España, que se reconoce como “tierra de María”». Y así lo ha venido reiterando desde su primer viaje apostólico a nuestra patria: «El amor mariano ha sido en vuestra historia fermento de catolicidad. Impulsó a las gentes de España a una devoción firme y a la defensa intrépida de las grandezas de María, sobre todo en su Inmaculada Concepción».

 

 

8.-La peculiar devoción a María Inmaculada en España.

El amor sincero a la Virgen María en España se ha traducido desde antiguo en una «defensa intrépida» y del todo singular de la Concepción Inmaculada de María; defensa que, sin duda, preparó la definición dogmática. Si España es «tierra de María», lo es en gran medida por su devoción a la Inmaculada.

¿Cómo no recordar en este punto el extraordinario patrimonio literario, artístico y cultural que la fe en el Dogma de la Inmaculada ha producido en nuestra patria? A la protección de la Inmaculada se han acogido desde época inmemorial Órdenes religiosas y militares, Cofradías y Hermandades, Institutos de Vida Consagrada y de Apostolado Seglar, Asociaciones civiles, Instituciones académicas y Seminarios para formación sacerdotal. Numerosos pueblos hicieron y renovaron repetidas veces el voto de defender la Concepción Inmaculada de María. Propio de nuestras Universidades era el juramento que, desde el siglo XVI, profesores y alumnos hacían en favor de la doctrina de la Inmaculada.

Como propio también de nuestra tradición cristiana es el saludo plurisecular del «Ave María Purísima...». Siguiendo una antiquísima tradición el nombre de la Inmaculada Concepción ha ido acompañando generación tras generación a los miembros de nuestras familias.

A cantar sus alabanzas se han consagrado nuestros mejores músicos, poetas y dramaturgos. Y a plasmar en pintura y escultura las verdades de la fe contenidas en este dogma mariano se han entregado nuestros mejores pintores y escultores. Una muestra selecta de estos tesoros artísticos podrá contemplarse en la exposición que bajo el título Inmaculada tendrá lugar, D.m., en la Catedral de la Almudena de Madrid, del 1 de mayo al 12 de octubre de 2005.

Con esta exposición la Conferencia Episcopal Española en cuanto tal desea unirse a las iniciativas semejantes que la mayoria de las diócesis ya están realizando o realizarán a lo largo del próximo año.

 

9.- Fuerte arraigo popular de la fiesta de la Inmaculada

 

En la solemnidad litúrgica del 8 de diciembre «se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción de Maria, la preparación primigenia a la venida del Salvador (Is 11, 1. 10) y el feliz exordio de la Iglesia sin mancha ni arruga».

Al inicio del Año litúrgico, en el tiempo de Adviento, la celebración de la Inmaculada nos permite entrar con María en la celebración de los Misterios de la Vida de Cristo, recordándonos la poderosa intercesión de Nuestra Madre para obtener del Espíritu la capacidad de engendrar a Cristo en nuestra propia alma, como pidiera ya en el siglo VII San Ildefonso de Toledo en una oración de gran hondura interior: «Te pido, oh Virgen Santa, obtener a Jesús por mediación del mismo Espíritu, por el que tú has engendrado a Jesús. Reciba mi alma a Jesús por obra del Espíritu, por el cual tu carne ha concebido al mismo Jesús (...). Que yo ame a Jesús en el mismo Espíritu, en el cual tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo».


             10.- Conscientes de esta riqueza, expresión de una fe que genera cultura, en diversas ocasiones la Conferencia Episcopal Española ha llamado la atención sobre el fuerte arraigo popular que la Fiesta de la Inmaculada tiene en España, considerada de «decisiva importancia para la vida de fe del pueblo cristiano».        

Al hacerlo hemos recordado que «la fiesta del 8 de diciembre viene celebrándose en España ya desde el siglo XI, distinguiéndose los diversos reinos de la Península en el fervor religioso ante esta verdad mariana por encima de las controversias teológicas y mucho antes de su proclamación como dogma de fe».

Tras la definición dogmática realizada por el Papa Pío IX en el año 1854, la celebración litúrgica de la Inmaculada Concepción ha crecido constantemente hasta nuestros días en piedad y esplendor», tal como demuestra, entre otros actos, la cada vez más arraigada «Vigilia de la Inmaculada». Con la Vigilia y la Fiesta de la Inmaculada de este año, se abrirá el mencionado Año de la Inmaculada, que concluirá también con la Vigilia y la Fiesta del año 2005.

 

11.- En el año de la Eucaristía


              La conmemoración del CL Aniversario del dogma de la Inmaculada coincide con el Año de la Eucaristía proclamado para toda la Iglesia por el Papa Juan Pablo II. «María guía a los fieles a la eucaristía». «María es mujer eucarística con toda su vida», por ello, creceremos en amor a la Eucaristía y aprenderemos a hacer de ella la fuente y el culmen de nuestra vida cristiana, si no abandonamos nunca la escuela de María: ¡Ave verum Corpus natum de María Virgine!

 

12. CONSAGRACION A MARIA INMACULADA

Al cumplirse el primer centenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada, el Papa Pío XII declaró el año 1954 como Año Mariano, de esa manera se pretendía resaltar la santidad excepcional de la Madre de Cristo, expresada en los misterios de su Concepción Inmaculada y de su Asunción a los cielos. En España aquel Año Mariano tuvo hitos memorables, como el magno Congreso celebrado en Zaragoza del 7 al 11 de octubre de 1954, en conexión con el cual, el 12 de octubre, se hizo la solemne consagración de España al Corazón Inmaculado de María.

Estamos convencidos de que los nuevos retos que se nos presentan como cristianos en un mundo siempre necesitado de la luz del Evangelio no podrán ser afrontados sin la experiencia de la protección cercana de nuestra Madre la Virgen Inmaculada.

Como centro de la celebración del Año de la Inmaculada, las Iglesias diocesanas de España, pastores, consagrados y laicos, adultos, jóvenes y niños, peregrinaremos a la Basílica del Pilar, en Zaragoza, los días 21 y 22 de mayo de 2005 para honrar a Nuestra Madre y consagrarnos de nuevo solemnemente a su Corazón Inmaculado.

Somos conscientes de que «la forma más genuina de devoción a la Virgen Santísima... es la consagración a su Corazón Inmaculado. De esta forma toma vida en el corazón una creciente comunión y familiaridad con la Virgen Santa, como nueva forma de vivir para Dios y de proseguir aquí en la tierra el amor del Hijo Jesús a su Madre María».

Rezamos con las palabras que el Papa Juan Pablo II dirigió a la Virgen María para consagrar el mundo a su Corazón Inmaculado, durante el Año Santo de la Redención:

 

ACTO DE CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

Madre de Cristo y Madre Nuestra,

al conmemorar el Aniversario
de la proclamación
de tu Inmaculada Concepción,

 deseamos unirnos
a la consagración que tu Hijo hizo
de sí mismo:
“Yo por ellos me consagro,

para que ellos sean consagrados
en la verdad”
(Jn 17, 19),
y renovar nuestra consagración,
personal y comunitaria,
a tu Corazón Inmaculado.


Te saludamos a ti, Virgen Inmaculada,

que estás totalmente unida

a la consagración redentora de tu Hijo.
Madre de la Iglesia:
ilumina a todos los fieles cristianos de España

en los caminos de la fe,

de la esperanza y de la caridad;

protege con tu amparo materno

a todos los hombres y mujeres de nuestra patria

en los caminos de la paz, el respeto y la prosperidad.

 

¡Corazón Inmaculado!
Ayúdanos a vencer la amenaza del mal

que atenaza los corazones de las personas

 

ÍNDICE

 

PRÓLOGO…………………………………………………………………………………………..……………..5

INTRODUCCIÓN..………………………………………………………………………………...……………7

 

TIEMPO DE ADVIENTO

Tiempo de Adviento…………………………………………………………………………….……………13

Retiro de Adviento……………………………………………………………………………….……..……15

Primera Meditación……………………………………………………………………………………………16

Segunda Meditación………………………………………………………………………..….…………….23

Tercera Meditación……………………………………………………………………………..….………..30

Cuarta Meditación…………………………………………………………………………………….…….. 36

Primer  Domingo de Adviento……………………………………………………….…..….…………41

Segundo Domingo de Adviento ……………………………………………….…...……...………..53

Tercer Domingo de Adviento……………………………………………….……..………….………. 60

Cuarto Domingo de Adviento……………………………………………………………...…………….65

 

TIEMPO DE NAVIDAD

Retiro de Navidad………………………………………………………………………………………………77

Primera Meditación…………………………………………………………………………………………...81

Segunda Meditación……………………………………………………………………………………..……83

25 de Diciembre. Natividad del Señor ……………………………………………………..……..90

Misa de medianoche……………………………………………………………………………………….….90

Misa del día ……………………………………………………………………………………………………..…94

Domingo de la Sagrada Familia………………………………………………………………..…….105

1 de Enero: Solemnidad de Santa María, Madre de Dios…………………………..…..113

II Domingo de Navidad………………………………………………………………………………..……123

6 de Enero: Solemnidad de la Epifanía del Señor…………………………………………...127

Domingo Fiesta del Bautismo del Señor……………………………………………………………137

 

TIEMPO DE CUARESMA

Retiro de Cuaresma………………………………………………………………………………………………………..…148

Primera Meditación…………………………………………………………………………………….………148

Segunda Meditación…………………………………………………………………………………………. 170

Tercera Meditación……………………………………………………………………………………………178

Miércoles de Ceniza…………………………………………………………………………..………………187

I Domingo de Cuaresma………………………………………………………………….……………….195

II Domingo de Cuaresma………………………………………………………………….…………....205

III Domingo de Cuaresma………………………………………………………………………..………210

IV Domingo de Cuaresma……………………………………………………………………………….…215

V Domingo de Cuaresma………………………………………………………………………….……….220

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor………………………………………………………222

 

TIEMPO PASCUAL

Jueves Santo de la Cena del Señor …………………………………………………………….….229

Hora Santa ante el Monumentos………………………………………………………………..….233

Meditación Eucarística……………………………………………………………………………....……236

Viernes Santo de la Pasión del Señor ……………………………………………..…….……..242

Retiro de Pascua de Resurrección………………………………………………………………... 246

Primera Meditación……………………………………………………………………………….………..246

Segunda Meditación……………………………………………………………………………..…………255

Sábado: Vigilia Pascual en la Noche Santa……………………………………………….……261

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor………………………………………….266

Segundo Domingo de Pascua …………………………………………………………………….…..271

Tercer Domingo de Pascua………………………………………………………………………….……277

Cuarto Domingo de Pascua…………………………………………………………………………….…283

Quinto Domingo de Pascua……………………………………………………………………………….294

Sexto Domingo de Pascua………………………………………………………………………………..302

Séptimo Domingo de Pascua: Slomenidad de la Ascensión del Señor……………307

Domingo de Pentecostés …………………………………………………………………………….……314

Jueves de Pentecostés:  Fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote………323

I Domingo después de Pentecostés:  Solemnidad de la Santísima Trinidad….328

II Domingo de Pentecostés: Solemnidad:Santísimo Cuerpo y SangredeCristo340

Viernes después del Corpus: Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús………358

8 de Diciembre:Solemnidad de la Inmaculada Concepción………………………...   388

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Visto 599 veces