MARÍA, HERMOSA NAZARENA VIRGEN BELLA, MADRE SACERDOTAL IV. HOMILÍAS Y MEDITACIONES MARIANAS. FIESTAS Y TIEMPOS LITÚRGICOS

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

(ANUNCIACIÓN (Detalle) Fray Angélico

IV

HOMILIAS Y MEDITACIONES MARIANAS

DE FIESTAS Y TIEMPOS LITÚRGICOS

PARROQUIA DE SAN PEDRO.-PLASENCIA. 1966-2018

SIGLAS

BAC= Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1944

Bpa= Biblioteca Patrística, Ciudad Nueva,

         Madrid1986

CMP= Corpus Maríanum Patristicum, S. Álvarez

         Campos, Ediciones Aldecoa, 8 vols., Burgos

         1970-1985

LG= Lumen gentium. Constitución sobre la Iglesia.

DV= Dei Verbum. Constitución sobre la revelación

        divina.

SC= Sacrosanctum Concilium, sobre la liturgia.

GS= Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo.

MC= Maríalis cultus, Exhortación de Pablo VI.

RM= Redemptoris Mater, Carta A. de Juan Pablo II

CEC = Catecismo de la Iglesia Católica

DS = Denzinger-Schonnet. Enchiridium Symbolorum

PG = Patrología griega, Migne.

PL=  Patrología latina, Migne

NDM=Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid 1988.

• Colección VIDA Y MISIÓN, N.° 155

• Cuadro de portada:

© EDIBESA

Madre de Dios, 35 bis - 28016 Madrid

Tel.: 91 345 1992-Fax: 91 3505099

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ISBN: 978-84-8407-535-6

Depósito legal: M-978-84-8407-535-6

Impreso en España por: Gráficas Romero

Jaraiz de la Vera.

EDIBESA. MADRID. 2009

 

 

 

 

¡SALVE,

 

MARÍA,

 

HERMOSA NAZARENA,

 

VIRGEN BELLA,

 

MADRE SACERDOTAL,

 

MADRE DEL ALMA

 

CUÁNTO ME QUIERES,

 

CUÁNTO TE QUIERO

 

GRACIAS POR HABERME DADO A JESÚS

 

SACERDOTE ÚNICO, SALVADOR DEL MUNDO 

 

ENCARNADO EN TU SENO.

 

GRACIAS POR HABERME LLEVADO HASTA ÉL,

 

Y GRACIAS TAMBIÉN POR QUERER SER MI MADRE,

 

MI MADRE SACERDOTAL Y MI MODELO

 

¡GRACIAS!

FIN DEL CURSO PARROQUIAL EN EL PUERTO CON EL GRUPO DEL MARTES DE LOS HOMBRES (12) Y SUS ESPOSAS AÑO 1977

QUERIDOS HERMANOS:

         Hemos subido al Puerto, junto a la Madre, para estar con Ella, para despedir oficialmente bajo su mirada maternal este curso parroquial y para pedirla, como siempre, su ayuda y protección, para mantenernos fieles a los compromisos durante todo el verano.

         Como sabéis, siempre he confesado mi amor filial a la Virgen con toda verdad y sin reparo alguno, he procurado mantenerme siempre fiel, y, si caigo, Ella me ayuda a levantarme; confieso también que siempre han sido unas relaciones sencillas, nada de teologías complicadas y mis pies y mi coche saben bien este camino de encuentro con Ella y de consulta y consuelo buscado.

         De la imágenes de la Virgen mi gustan aquellas que tienen también al Hijo en sus brazos, sobre todo, esta nuestra, donde está amamantándole: es su grandeza; María todo se lo debe a su maternidad divina, a que Dios la llenó de gracias y dones para que fuera digna madre del Hijo de Dios, del Verbo Encarnado. Por eso, las Inmaculadas de Murillo, Velázquez y demás pintores son bellas, pero María con su hijo en brazos es toda la ternura y el amor de Dios en una criatura.

         Vamos a reflexionar ahora un poco sobre el misterio precisamente de la Encarnación, de la Anunciación de la Virgen.

         Hay un autor, Carlo Carretto, que en uno de sus libros trae este episodio, que nos puede ayudar a comprender a María y a José en este acontecimiento: «Vivía en Hoggar, en una comunidad de hermanitas del P. Foucauld. En poco tiempo simpaticé con los tuareg. Fue en mi encuentro con ellos, cuando tuve conocimiento de un hecho importante. Me había enterado, casi al azar, de que una muchacha del campamento había sido prometida como esposa a un joven de otro campamento, pero que no había ido a convivir con el esposo por ser muy joven. Instintivamente relacioné el hecho con el fragmento de San Lucas, donde se narra precisamente que la Virgen  María había sido prometida a José, pero que no había ido a convivir con él (Mt 1,18)

         Dos años después, al pasar de nuevo por aquel campamento, espontáneamente pregunté a uno de los siervos del amo si había tenido lugar el matrimonio de su señor. El siervo miró alrededor  con circunspección, me hizo una señal que conocía muy bien y pasó la mano por el cuello para decirme que había sido degollada; ¿el motivo? Antes del matrimonio se había descubierto que estaba encinta y el honor de la familia traicionada exigía aquel sacrificio. Sentí un estremecimiento  pensando en la muchacha muerta por no haber sido fiel a su futuro esposo». Hasta aquí su relato.

         A nosotros quizás nos sorprendan hechos de esta clase. Pero es debido a nuestra ignorancia de la historia. Entre los judíos la defensa de la castidad matrimonial era terrible. El mismo Moisés había establecido apedrear a este tipo de mujeres (Dt 22, 24; Ju 8, 5).

         Jomeini, en Irán ahora ordena fusilar a las adúlteras. Los hombres, si fallan, no pasa nada. El Islam, que no ha tenido a Jesús, el cual corrigió las leyes con la misericordia, ahorca o corta las manos por motivos más leves.

         Por eso, para comprender la grandeza de María prescindamos ahora de todas las joyas y coronas que la ponemos en sus imágenes, recojamos nuestros ojos y escuchemos el evangelio de San Lucas que nos dice: “Estando desposada su madre María con José, antes de que conviviesen, se halló que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. Mas José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla públicamente, deliberó repudiarla en secreto” (Mt. 1, 18-19).

         Todo dependía de José. Si él la denunciaba, sería apedreada, y su padre Joaquín, tal vez representando el papel de un Jomeini, cumplidor riguroso de la Ley, la hubiera dicho: “Moisés nos dijo que hay que dar muerte a estas mujeres” (Jn 8, 5).

         Recordad a la adúltera del evangelio. Ha sido zarandeada, arrastrada, arrojada a los pies de Jesús; va a ser apedreada, está sentada en el suelo, como arrodillada, con las manos cruzadas en señal de impotencia.

         Así veo yo a María en este trance. La veo no en un pedestal, sino ahí en el suelo; me imagino a cualquiera de vuestras hijas; está en estado y sentada en la arena, pequeña, débil, indefensa, esperando la sentencia de José, su esposo, de sus padres, de sus vecinos.

         Y leyendo este pasaje evangélico y meditándolo, la siento cerca, muy cerca y siento deseos de ayudarla, de echarle una mano. Es tan joven, tan indefensa. Es María.

         Cómo puede defenderse María. ¿Dice la Verdad? ¿Dice que Dios es el padre del aquel hijo? Seria blasfemar y entonces además de adultera, la tendrían como sacrílega. ¿Quien la va a creer? Mejor callar. Lo pone todo en las manos del Señor. Él, si quiere y es su proyecto, saldrá en su defensa. Y si no sale como no salió con Jesús, su Hijo, ante la condena de los judíos, está dispuesta a todo, a ser apedreada.

         Así es María. Así de humilde, indefensa, pobre como nosotros. Así me gusta. Así puede estar más cerca de nosotros. Así me acerco mejor al misterio de María. Así veo yo a María, así me gusta mirarla. Aunque la vea en un altar, yo la veo bajar junto a mi cuando la miro y ponerse a mi lado como una hermana, como una amiga, como mi Madre recorriendo y pisando la arena del mundo, de  incomprensiones, calumnias, críticas como las mías, como las suyas. María, yo te quiero así. Tú puedes ayudarme así, porque eres humana como yo, y a la vez, grande, porque creíste, te fiaste de Dios y lo arriesgaste todo por Él, porque le amaste más que a tu vida. Ayúdame a fiarme así de Dios, más que de mí mismo y de mis planes y proyectos.

         Meditando todo esto comprendo por qué Isabel su prima, a la que María había ido a visitar, conocedora de todo lo que había pasado, pudo decirla: “Dichosa tú que has creído”. Es lo máximo que se puede decir a una muchachita sencilla que ha tenido la suerte de hablar con ángeles y que ha escuchado que le decían que habría de tener un hijo que será el Hijo del Altísimo.

         Nosotros debemos también proclamarla dichosa. Es lo primero. Alabarle, bendecirla: Magníficat: “proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha mirado la pequeñez de su esclava”. Y elegirla como maestra de nuestra fe y confianza en Dios.

Porque María ha recorrido todo el camino de la fe a píe, como nosotros, Sin claridades ni apoyos extraordinarios, sino confiando sólo en la palabra de Dios. Tuvo que fiarse, correr el riesgo. Mirándola así, ya no es una persona de sólo culto, sino una amiga y compañera de viaje, la maestra de nuestra fe.

         Cuando tenga pruebas, oscuridades, dudas, cuando Dios me exija apoyarme sólo en Él y dejar todas las apoyaturas humanas y personales, renunciando a los criterios humanos, miraré a los ojos de María de Nazaret en silencio e intentaré imitarla.

         A mí me gustaría que después de meditar en aquel hecho, que mencionábamos al principio de esta reflexión, de la muchacha madre muerta en el campamento tuareg, por haber sido sorprendida en adulterio, nuestras relaciones con María fueran más íntimas, menos de culto y más de hermana y maestra  en la fe. Porque ella ha pasado por nuestros caminos, ha pisado la tierra de la duda y de la noche, ha tenido que arriesgarlo todo fiándose y aceptando el designio de Dios sobre ella, pero ignorando su desarrollo.

         María, por la fe, tuvo el valor de confiar en el Dios de los imposibles, y dejarle a Él la solución de sus problemas. La suya fue una fe pura. Esta es la grandeza  de María. No necesita de tantos mantos y coronas como ponemos en sus imágenes. Ella sólo quiere que nosotros sus hijos la sigamos e imitemos. Y para esto, basta coger el evangelio y seguir sus pasos.

María, yo te alabo y bendigo como Isabel porque has creído. Dichosa porque aceptaste el plan de Dios sobre tu vida aunque tuviste que pasar por silencios, humillaciones y calumnias. Por eso, Madre, yo te proclamo madre y maestra de mi caminar en fe y confianza en Dios. María, ayúdanos.

JUBILEO DEL HIJO, JUBILEO DE LA MADRE

(Bajada de la Virgen del Puerto: 2000)

HOMILIA DE LA MISA EN LA CATEDRAL

Queridos hermanos y hermanas, hijos todos amados y amantes de nuestra Reina y Madre, la Virgen del Puerto:

         La tradición cristiana, especialmente desde la edad media, se ha detenido con frecuencia en contemplar a la Virgen abrazando a su Hijo, el niño Jesús. Alredo de Rievaulx, por ejemplo, se dirige afectuosamente a María invitándola a abrazar a ese Hijo, al que , después de tres días, ha hallado en el Templo: «Estrecha, dulcísima Señora, estrecha a Aquél a quien amas, échale los brazos al cuello, abrázalo y bésalo y compensa sus tres días de ausencia con multiplicados besos».

         Si la inspiración de los devotos y de los artistas encontraba en la Virgen con el niño en los brazo un gesto maternal, lo verdaderamente asombroso y tierno dentro de esta piedad maternal, es sorprender a María dando el pecho a su Hijo. Qué pocas devociones contemplan y se ayudan de María dando el pecho a su Hijo para alimentar su amor a la Madre y al Hijo. Nosotros tenemos este privilegio y debemos agradecerlo y valorarlo.

         Pregunto yo, Hermanos, si esta infancia de Jesús tan llena de amor por su Madre y San José, no tuvo una influencia decisiva en esos gestos varias veces narrados por el evangelio en que Jesús cogía y abraza también a los niños con el amor y ternura con el que Él fue abrazado, recordando su propia infancia.         

         Si hoy está demostrado que al niño se le educa fundamentalmente hasta los cinco años y que desde su nacimiento, es más, aún antes de nacer, el niño ya está recibiendo influencias de la madre, de amor o de angustía, según viva ella en el ambiente familiar, tan singular gesto de Jesús revela en primer lugar la delicadeza de su corazón, capaz de vibrar con todos los toques de la sensibilidad y de los afectos humanos.

         Ciertamente en estos gestos con los niños se revela la eterna ternura que Él, como Verbo de Dios, ha recibido del Padre, que desde toda la eternidad, lo ama en el Espíritu Santo, que le ha hecho hombre en el seno de María, y que el Padre ha seguido viendo al Hijo amado en Él, en quien tiene todas sus complacencias.

         Gloria a la Santísima Trinidad que un día nos sumergerá en este océano infinito de amor y de ternura. Pero como os decía, en ese gesto de Jesús abrazando a los niños, Él ve su propia infancia gozosa con María y en este gesto se revela además del amor de su Padre Dios Trino y Uno, la ternura plenamente femenina y materna de la que le rodeó María en los largos y silenciosos años pasados en la casa de Nazaret.

          Este gesto maternal de María, reflejado por Jesús en su conducta, nos mueve a recodar y dar gracias a Dios por María de toda la ternura que nos dieron nuestros padres en nuestra infancia, damos gracias y pedimos por ellos, a la vez que rezamos para que este modelo maternal sea imitado por las madres actuales, algunas de las cuales se manifiestan mas preocupadas por otros valores menos esenciales e importantes para la vida familiar y que hace que esta no refleje toda la paz y serenidad y amor que requiere la convivencia familiar. Qué cerca tendrán a la Virgen si la invocan y la tienen por modelo. No basta engendrar, hay que cuidar con amor de esas vidas, eternidades que Dios les ha confiado.

         Hay que invertir más tiempo y dedicación a los hijos, hay que enseñarlos a rezar y amar, a ser hombres íntegros y cristianos. Para esto ha bajado también la Virgen. Para recordarnos la dedicación y el amor que todos, especialmente las madres cristianas, tienen que dedicar a la infancia, que es cuando se educa el hombre del mañana. Ella se hizo esclava del Hijo y el Hijo la hizo Señora y Reina del mundo y de la Iglesia. Solo las madres esclavas por amor de sus hijos serán coronadas por Dios y por ellos Señoras de su casa, de su familia y de sus corazones.

         Honor y alabanza a las madres, a los padres, a María modelo y ejemplo de madres. La grandeza de María radica en su maternidad divina. Porque Dios la eligió para madre, fué concebida sin pecado y gozó de una relación totalmente única también con el Padre y el Espíritu Santo. Y ahora también sigue gozando de esta relación tan poderosa que la hace ser omnipotente suplicando, rezando por sus hijos, los hombres.

         Por eso estamos reunidos aquí esta mañana. Porque es nuestra madre en el camino cristiano, porque es nuestro modelo y porque es nuestra abogada de gracia e intercesora ante Dios. Ella es la Hija predilecta del Padre, como afirma el Vaticano II. Si es verdad que todos hemos sido llamados por Dios en la persona de Cristo por pura iniciativa suya para ser sus hijos, hijos en el Hijo, esto vale de  una forma singular en María, quien le corresponde el privilegio de poder repetir con plena verdad humana la palabra que Dios Padre pronunció sobre Jesús: “Tu eres mi Hijo” Por esta excepcional cercanía a Dios goza de santidad y poder únicos que nosotros podemos y debemos utilizar. María es la Madre del Verbo encarnado y como tal Cristo la ama y la honra.

         Cristo le debe muchas cosas a la Virgen en lo humano. En el camino de la gracia ella depende totalmente de Dios. “El poderoso ha hecho obras grandes por mí... porque ha mirado la humildad de su esclava” Ella ciertamente es la madre en lo humano, pero al mismo tiempo lo reconoce como su Dios y Señor, haciéndose   discípula de corazón atento y fiel a su hijo. María es modelo de la Iglesia que peregrina por la fe, ella representa a la humanidad nueva, redimida dispuesta a recorrer el camino de la Salvación que es Cristo. Ella nos enseña a acoger plenamente a su Hijo, su mensaje de salvación, a ser dóciles a la Palabra, a acogerla en nuestro corazón, a meditarla, a cumplirla. Ella sustenta nuestra fe, refuerza nuestra esperanza, reaviva la llama del amor.

         Estamos celebrando los dos mil años del nacimiento del Hijo. Pero resulta natural que el jubileo del Hijo sea también Jubileo de la Madre. Por ello cabe esperar que de entre los frutos de este año de gracia, junto al de un amor más fuerte a Cristo, se coseche también el de una piedad Maríana renovada con una devoción que para ser auténtica:

– debe estar correctamente basada en la Escritura y en la Tradición, valorando en primer lugar la liturgia y hallando en ésta una orientación segura para las manifestaciones espontáneas de la religiosidad popular.

– ha de expresarse en el esfuerzo por imitar a la «Todasanta» en un camino de perfección personal;

 

– debe permanecer alejada de cualquier manifestación de forma de superstición y vana credulidad, acogiendo con discernimiento las manifestaciones extraordinarias con que Ella se complace en manifestarse no pocas veces por el bien del Pueblo de Dios.

– debe ser capaz de remontarse siempre a la fuente de la grandeza de María, transformándose en incesante Magníficat de alabanza al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

         Queridos hermanos: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí” nos ha dicho Jesús en el Evangelio. Con mayor razón podría decirnos: “El que acoge a mi Madre, me acoge a mí”. Y María, a su vez, acogida con amor filial, una vez más nos señala al Hijo como hiciera en las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga.”

NOVENA A LA VIRGEN DEL PUERTO (Lunes, 24 abril 2006)

HOMILÍA DE LA MISA

Muy queridas hermanas y hermanos, hijos todos de la Virgen del Puerto:

Con gozo y alegría profunda nos hemos reunido esta tarde y muy temprano, a las 4, para celebrar esta eucaristía para alabanza y gloria de Dios,  y para venerar y bendecir en su novena, a nuestra Madre del Puerto.

Esta imagen de la Virgen del Puerto, con su hijo en brazos amamantándolo, es el signo de la ternura de Dios a los hombres y de los hombres a Dios; pero sobre todo, es imagen del título más grande de María, fundamento y base todos de los demás títulos y prerrogativas que recibió nuestra madre del Puerto del Señor y de los hombres: María con su hijo en brazos, nos está demostrando el origen de todas sus grandezas y dones, porque ella, mujer de nuestra raza, ha sido escogida por Dios para que fuera su madre. María es Madre del Hijo de Dios. He aquí su esplendor, su fuerza, su luz y su misterio.

         La maternidad divina de María es el fundamento de todas sus gracias y prerrogativas: porque Dios la quiso Madre suya, la hizo limpia de pecado e Inmaculada desde el primer instante de su ser,  se confió a ella y quiso tenerla junto a Él en la cruz, y no permitió que su cuerpo se corrompiera en el sepulcro y se la llevó junto a Él en el cielo y desde allí vive preocupada por todos sus hijos de la tierra, intercediendo ante su Hijo. Si Dios la eligió y la quiso madre suya ¿Cómo no vamos a elegirla y tenerla nosotros como Madre, como reina y señora de nuestra vida cristiana para que nos alimente y nos ayude en nuestra existencia humana y cristiana?

Y mirando a esta Madre del Puerto, imagen y reflejo de la que está viva y gloriosa en el cielo, junto a su Hijo, intercediendo y suplicando por todos nosotros, le pregunto: Madre, explícame un poco, por qué eres Madre de Dios, por qué le tienes en tus brazos, por qué le amamantas, por qué le miras con tanto cariño y ternura?

Y la Virgen me dice: Por Dios Padre que quiso que fuera la Madre de su mismo Hijo pero en cuanto hombre; por Él mismo, por su Hijo Jesucristo, Verbo y Palabra de Dios que me quiso madre, me quiso como hijo nacido en mis entrañas; y por el Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, que con su potencia de amor divino, lo formó en mi seno, en mi vientre de madre de fe, amor y esperanza.

         El primer anuncio, por parte de Dios Padre, de la Virgen Madre, de una mujer que dará a luz un hijo que aplastará la cabeza de la serpiente, lo tenemos en el Génesis, inmediatamente después del pecado de nuestros primeros padres: “Dios dijo a la serpiente: pongo enemistades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él herirá tu cabeza, cuando tú hieras su talón”.

         Por eso, muchas imágenes de la Virgen Inmaculada tienen la serpiente a sus pies, al pecado, pisoteado porque Ella fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, inmaculada, intacta, impoluta, por los méritos de su Hijo aplicados a ella anticipadamente. Esa mujer que triunfará con su Hijo sobre la serpiente no es otra que María, la Virgen del Puerto con su hijo en brazos.

         Pero yo quiero preguntarte más concretamente a ti, Madre del Puerto,  reflejada en esta imagen tan materna, amamantando a tu hijo, yo quiero preguntarte ¿cómo fue y cuando se realizó esta promesa de Dios Padre de salvar a todos los hombres por su hijo nacido de una mujer?

         Queridos hijos de la tierra, quiero deciros a todos, que yo era una joven sencilla y humilde, una más de mi aldea de Nazaret. Vivía con mis padres Joaquín y Ana, tenía amigas, iba a la sinagoga, obedecía, jugaba… madre, perdona, soy tu hijo y ya me conoces, muchas veces me dices que me paso… pues bueno es que no tenemos tiempo esta tarde, porque son diez minutos de predicación, así que abrevia porque si no no me dejarán hablar más veces-

         Pues bien a ti y a todos los que estáis aquí esta tarde os digo brevemente: un día estaba orando, como todos los días, orando mientras cosía o barría o fregaba o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar… y el piso se ha iluminado de golpe y al abrir los ojos me he quedado sorprendida, porque he visto una luz muy fuerte, fue la primera luz de ese tipo que ví, como luego yo misma la llevé en mis apariciones en Lourdes, Fátima.. y otros lugares, luz del cielo traída por un ángel, un mensajero de Trino y Uno, es decir, no solo del Padre, sino trayendo un mensaje de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

         Leyendo el evangelio de la Anunciación irlo comentando en forma de diálogo de la Virgen con sus hijos, los devotos: Madre, perdona pero no hay más tiempo y yo quiero decir dos cosas, mejor dicho, lo han dicho otros que saben más que yo de ti. Yo las leo. Pablo VI, antes de terminar el Concilio Vaticano II, porque parecía que algunos teólogos no se habían enterado muy bien. Es en honor tuyo, Madre: «Para gloria de la Virgen y consuelo nuestro, Nos proclamamos a María Santísima, Madre de la Iglesia, es decir, del Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman Madre amorosa. Queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título».

         Y para que no quedaran dudas, de que este título de ser madre de Dios y de los hombres es el más grande y honroso para ella y para nosotros, el documento de la Iglesia, como luz de las gentes, añade: «Desde la Anunciación…mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, donde no sin designio divino, se mantuvo de pié, se condolió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con su amor a la inmolación de la víctima engendrada por ella misma (Jn 19, 25-27».      

         Queridos hermanos: Para mí la Virgen del Puerto, con su hijo en brazos, es un cuadro o reflejo del Amor del Dios Trino y Uno, de la Trinidad. En primer lugar de Dios Padre. Dice San Juan: Dios es Amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado… Dios me amó antes de existir, Dios la eligió a ella en su Hijo como Madre suya y mía. El Hijo, viendo al Padre entristecido porque el primer plan se había roto, se ofreció: “Padre no quieres ofrendas y sacrificios…” Ese hijo ha querido ser mi hermano.. Y la Virgen del Puerto es reflejo del Espíritu Santo, porque Él obró el milagro y formó en su seno al Hijo de Dios por el Amor del Padre. Me siento amado por el Padre, salvado por el Hijo, santificado por el Espíritu de Amor del Padre y el Hijo, que es el Espíritu Santo.     

MARÍA Y LA RESURRECCIÓN

(Segundo día)

QUERIDOS HERMANOS: Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, María «es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección»  La espera que vive la Madre del Señor el Sábado Santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas.   

Los evangelios refieren varias apariciones del Resucitado, pero no hablan del encuentro de Jesús con su madre. Este silencio no debe llevarnos a concluir que, después de su resurrección, Cristo no se apareció a María; al contrario, nos invita a tratar de descubrir los motivos por los cuales los evangelistas no lo refieren.

         Suponiendo que se trata de una «omisión», se podría atribuir al hecho de que todo lo que es necesario para nuestro conocimiento salvífico se encomendó a la palabra de «testigos escogidos por Dios» (Hch 10,41), es decir a los Apóstoles, los cuales «con gran poder» (Hch 4,33) dieron testimonio de la resurrección del Señor Jesús.

         Antes que a ellos, el Resucitado se apareció a algunas mujeres fieles, por su función eclesial: “Id avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28,10). Si los autores del Nuevo Testamento no hablan del encuentro de Jesús resucitado con su madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que los que negaban la resurrección del Señor podrían haber considerado ese testimonio demasiado interesado y, por consiguiente, no digno de fe.

 

2. Los evangelios, además, refieren sólo unas cuantas apariciones de Jesús resucitado, y ciertamente no pretenden hacer una crónica completa de todo lo que sucedió durante los cuarenta días después de la Pascua.

         San Pablo recuerda una aparición “a más de quinientos hermanos a la vez” (1 Co 15,6). ¿Cómo justificar que un hecho conocido por muchos no sea referido por los evangelistas, a pesar de su carácter excepcional? Es signo evidente de que otras apariciones del Resucitado, aun siendo consideradas hechos reales y notorios, no quedaron recogidas.
¿Cómo podría la Virgen, presente en la primera comunidad de los discípulos (cf. Hch 1,14), haber sido excluida del número de los que se encontraron con su divino Hijo resucitado de entre los muertos?

3. Más aún, es legítmo pensar que verosímilmente Jesús resucitado se apareció a su madre en primer lugar. La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (cf. Mc 16,1; Mt 28,1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que ella ya se había encontrado con Jesús? Esta deducción quedaría confirmada también por el dato de que las primeras testigos de la resurrección, por voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las cuales permanecieron fieles al pie de la cruz y por tanto, más firmes en la fe.

         En efecto, a una de ellas, María Magdalena, el Resucitado le encomienda el mensaje que debía transmitir a los Apóstoles (cf Jn 20,17-18). Tal vez, también este dato permite pensar que Jesús se apareció primero a su madre, pues ella fue la más fiel y en la prueba conservó íntegra su fe.

         Por último, el carácter único y especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la cruz, parecen postular su participación particularísima en el misterio de la Resurrección.

         Un autor del siglo V, Sedulio, sostiene que Cristo se manifestó en el esplendor de la vida resucitada ante todo .a su madre. En efecto, Ella, que en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la resurrección para anunciar su gloriosa venida. Así inundada por la gloria del Resucitado ella anticipa el «resplandor» de la Iglesia (cf. Sedulio Carmen pascale, 5,35 7-3 64: CSEL 10,14 Os).


4. Por ser imagen y modelo de la Iglesia, que espera al Resucitado y que en el grupo de los discípulos se encuentra con Él durante las apariciones pascuales, parece razonable pensar que María mantuvo un contacto personal con su Hijo resucitado, para gozar también Ella de la plenitud de la alegría pascual.

         La Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes Santo (cf. Jo 19,25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf Hch 1,14), fue probablemente testigo privilegiada también de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos.

         En el tiempo pascual la comunidad cristiana dirigiéndose a la Madre del Señor, la invita a alegrarse: «Regina caeli lactare. Alleluia». «Reina del cielo alégrate. Aleluya!». Así recuerda el gozo de María por la resurrección de Jesús prolongando en el tiempo el «Alégrate!»; que le dirigió el ángel en la Anunciación para que se convirtiera en «causa de alegría» para la humanidad entera.

(Catequesis durante la audiencia general del 3 de abril de 1996, n. 2: «LOsservatore Romano», edición en lengua española, 5 de abril de 1996, p. 3).

HOMILÍA DE LA VIRGEN

LA PERSONALIDAD DE MARÍA

CONOCER A MARÍA:

1. ES UN TESORO

Algunas personas, con su forma de ser y de afrontar las circunstancias de la vida, nos ayudan a vivir la nuestra, a hacerla más intensa y agradable. Conocer. a alguien así es un tesoro que no tiene precio: conocer a María, aprender de Ella a vivir cada situación ¡y vivirla con Ella al lado!, dejarse contagiar por sus cualidades, es ese tesoro que se nos ofrece hoy ¡y que no podemos dejar escapar! Cada aspecto de su personalidad es un detalle de amor de Dios hacia nosotros, pues Él mismo nos la ha regalado como Madre, como Amiga, como Consejera.

ENCONTRAR UNA FE AUDAZ

Lo primero que nos brinda María es su propio camino de fe, su audacia que ya en la Anunciación cree lo humanamente imposible, acepta de corazón la «locura» de un Dios que se hace niño en su seno. Y su audacia, a partir de Belén, se convierte en perseverancia de fe cuando el Niño llora como todos, necesita a su madre como todos... pero Ella sigue creyendo que es el Hijo del Altísimo que ha venido a traer la salvación.

         ¡Cómo atamos las manos al Señor cuando no le damos la oportunidad de hacer en nuestra vida «lo humanamente imposible»! Qué alegría aprender a esperar con María los tiempos del Señor, a «calar” su forma humilde de actuar tan diferente de la nuestra. Ella no pone condiciones ni plazos, no pasa factura ni regatea, no acepta con «resignación’ ¡sino con gozo y confianza!

3. MUJER DE SILENCIO

María se expresa también en el silencio y nos enseña a apreciar su valor. Ese silencio no es sólo sobriedad al hablar, sino sobre todo capacidad de comprensión empapada de amor. En un mundo que no sólo padece sino también busca el ruido tanto exterior como interior, Ella nos enseña que no hay que temer al silencio sino convertirlo en momento de conversación con el Señor, en lugar de compañía cariñosa y amable de Aquél que nunca nos deja, que nos comprende y nos habla desde dentro de nuestro propio corazón. El silencio no es soledad sino compañía, no es un vacÍo sino una riqueza espiritual.

4. HUMILDAD: ATENTA A MIS NECESIDADES

         Pero si estamos hablando de características de la personalidad de María es inevitable destacar de qué manera testimonia con su vida el valor de una existencia humilde y escondida. ¡Con lo que nos gusta ser la excepción! Pero mira por dónde María, que era de verdad “la excepción”, la única criatura concebida sin pecado original, la de una pureza intachable, no sólo no reivindica las ventajas que le corresponden como Inmaculada y Madre de Dios, sino que no deseó nunca honores ni privilegios. Sus ojos no estaban puestos en Ella misma, sino en Jesús y en todos los que la rodeaban, por eso tenía -y tiene!- esa capacidad finísima de ver lo que cada uno necesita, le falta o le preocupa. Cuando uno se llena de Dios, el corazón se sanea, deja uno de estar pendiente de si me hacen caso o no, de si me tienen consideración o no, de si me tratan como merezco... ¡y tantas cosas que son raíces de orgullo que no traen más que amarguras! María, despojada de sí misma y pendiente de la voluntad de Dios y de las necesidades de sus hijos es entonces la mujer más feliz del mundo. Que la felicidad está más en dar que en poseer. ¡Qué grande se hace Dios en lo pequeño!

5. CAUSA DE NUESTRA ALEGRIA

         Tampoco podemos dejar, entre las muchísimas ayudas que la Virgen nos ofrece, la de ser “causa de nuestra alegría”, como dicen las letanías del Rosario. No es sólo modelo, sino causa. Esto significa que Ella, por gracia de Dios, es capaz de comunicarnos la alegría que nace de la esperanza incluso, y, sobre todo, en medio de las pruebas de la vida, que a Ella no le faltaron y a nosotros tampoco.

         No sabemos cómo es exactamente el rostro de María, pero sin duda es un rostro alegre, sonriente como tantas veces hemos visto: «el rostro alegre de la Iglesia»

NOVENA DE LA VIRGEN DEL CARMEN (2004)

HOMILÍA

MARÍA, ASOCIADA A LA SALVACIÓN DE CRISTO EN LA CRUZ

QUERIDAS HERMANAS CARMELITAS Y HERMANOS TODOS: Un año más nos hemos reunido para honrar a la Virgen en su novena del Carmen. A mí me hubiera gustado que las hermanas Carmelitas me hubieran asignado un tema sobre la Virgen para hablaros hoy, pero no han queridos hacerlo, porque lo dejan a nuestra elección. Entonces yo elegido un tema que me gusta mucho, me encanta hablar de la maternidad divina y eclesial de la Virgen. Me gusta la Virgen de la Anunciación, con el Hijo en su seno y caminando por los parajes de Palestina, como diría Isabel de la Trinidad.

Hay muchas facetas de la Virgen que me recrean y enamoran, por ejemplo, esta de la que quiero hablaros hoy. Me da mucha luz y esperanza en los momentos duros de la vida. En la noches de fe, esperanza y amor que tan maravillosamente describe San Juan de la Cruz. Por eso, si tuviera que poner un titulo a mis breves palabras de esta tarde sería este: María, asociada a Cristo y unida a su misterio salvador, en silencio, que sería la primera parte; y la segunda: mediante la cruz y el sufrimiento.

Qué poco habló la Virgen; por los menos qué poco nos hablan los evangelios de sus palabras. Y ahora parece que habla mucho y se aparece mucho. Tantas revelaciones y apariciones en estos tiempos... parece que hubiera cambiado la Virgen de carácter. A ver si la que se aparece no es la Virgen de los Evangelios, que habló poquísimo pero hizo muchísimo por la salvación de los hombres, sus hijos, y todo en silencio, calladamente, sin reflejos de gloria ni resplandores de perfección, sin quejas, sin explicaciones de ningún tipo.

Hay que aprender de la Virgen a obrar calladamente, a no excusarnos a sufrir en silencio, incluso la difamación, la calumnia, el dolor injusto e inmerecido, porque así nos unimos al dolor salvador de Cristo y hacemos actual su salvación. Porque cuando hablamos y predicamos anunciamos la salvación, pero cuando sufrimos unidos a lo que falta a su pasión, la realizamos, la hacemos presente.

Dice la Lumen gentium: «Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn 19,25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas palabras: “¡Mujer, he ahí a tu hijo! “(Jn 19,26-27)». Pero en todo esto no habló nada, no nos dicen nada los evangelios.

Me encanta esta victimación total de la Virgen unida a  su Hijo por nuestra salvación, en silencio, sin palabras, en unión de espíritu, sin gestos llamativos, en pié y con mirada contemplativa. María realizó la victimación y el ofrecimiento de su vida sin dar explicaciones, sin pedir aclaraciones, en silencio y sin quejas.

Antes de la Anunciación, qué dijo, qué hablo, qué sabemos de Ella; nada; fijaos cuando quedó en estado, no habló, no dio explicaciones ni a José, a sus parientes. Es incomprendida por su esposo, calumniada por la gente... no dice nada. Sufre y calla. Cómo me gustaría imitarla con más perfección. Todo para Dios. Qué humildad, que confianza, qué manera de ponerlo todo en sus manos. Recorremos todo el evangelio y encontramos cuatro palabras: “He aquí la esclava del Señor, proclama mi alma la grandeza del Señor, mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados, no tienen vino...”

Y fijaos luego en la cruz: Imposible mayor vivencia victimal que la que tuvo María allí; imposible mayor espíritu sacrificial, mejores actitudes sacerdotales y no dijo ni una palabra, todo fue con el corazón. Y así debe ser también en la liturgia, cuando se renueva el sacrificio, debe celebrarse sobre todo con el corazón. Ni siquiera defiende a su Hijo, inocente. ¡Y mira si tenía motivos!.

Es una invitación a todos nosotros a que soportemos en silencio el dolor, sin protestar, nos enseña a sufrir  sin explicaciones de nuestro martirio.

Recuerdo a este propósito un vía crucis que hacíamos en el Seminario donde decíamos: que venga abajo mi vida, mi salud, mi reputación, mi ideales... hay que aprender de María a sufrir ni rechistar; que venga abajo mi fama, y me dicen algo que no me gustas y ya me hundo: pues, Gonzalo, no decías que querías ser santo, ofrecerte totalmente con Cristo al Padre, estar junto a la cruz como María... Y nos aguantamos y nos damos la vuelta en cuanto podemos María de esta forma se convirtió en modelo perfecto para todos los que quieran asociarse sin reservas como ofrenda agradable con Cristo al Padre.

“Junto a la cruz”estaba la Madre; su presencia no era sólo cuestión de “carne y sangre”. Era la obediencia al Hijo para que se uniera a su sacrificio por la salvación de todos sus hijos los hombres. La Virgen nos enseña a realizar ahora mediante el sufrimiento la salvación. La palabra lo anuncia, el sacrificio y el dolor unido a la pasión de Cristo lo hace presente. Así es lo que tenemos que hacer todos los que queramos con Cristo salvar al mundo.

“He ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”y “el discípulo la recibió en su casa”. Esto significa que el discípulo ha respondido inmediatamente a la voluntad de Jesús. Hagamos nosotros lo mismo. Recibamos en nuestra casa, en nuestro corazón a María como modelo de nuestra entrega.

HOMILÍA EN LA NOVENA A LA VIRGEN DEL PUERTO  (Catedral, abril 1988)

MARÍA Y LA RECONCILIACIÓN: a) Porque se hizo esclava del proyecto salvador del Padre por el Hijo; b) porque vivió unida al Hijo especialmente en el misterio de dolor; c) porque es modelo de fidelidad, de esperanza y de amor para todos los redimidos.

DEBEMOS, EN CONSECUENCIA, siguiéndola y amándola reconciliarnos con Dios, con la Iglesia, con nosotros mismos y aspirar a identificarnos con Ella para llegar a Cristo en todos los estados de vida cristiana.

MISA: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo...Queridos hermanos: en los relatos pascuales de estos días, no encontramos ningún reproche de Jesús resucitado a sus discípulos por el abandono o traición que ha sufrido: una y otra vez el mismo saludo. Es también mi saludo pascual en esta tarde: LA PAZ SEA CON VOSOTROS.

         Y después Jesús les dijo: “Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para el perdón de los pecados. Vosotros sois testigos de estas cosas” (Luc 24, 46-48).

         A mí me toca esta tarde ser testigo para esta querida ciudad de Plasencia de este mandato del Señor Resucitado: predicar la conversión para el perdón de los pecados.

         Esta es la experiencia pascual que pido para vosotros y para mi: Resucitar del pecado y vivir un vida más evangélica. Es un don. Pidámoslo unos para otros. Este momento de la misa es para eso.

HOMILÍA

QUERIDOS AMIGOS: La experiencia pascual fue para los apóstoles primeramente una experiencia de perdón. Una y otra vez, para los que le habían abandonado y traicionado, Jesús repite el mismo saludo: “Paz a vosotros”. Es más, Jesús quiere que experimentado el perdón, sea ésta a su vez la primera experiencia que los discípulos ofrezcan a los demás. Así se lo recomendó en las primeras apariciones: “Recibid el Espíritu Santo, a los que perdonéis los pecados, les quedan perdonados” (Jn 20, 23).

María, madre del resucitado, que nos invita  a resucitar de nuestros pecados, ha tenido una parte activa en esta reconciliación y hasta su cuerpo y espíritu han llegado las consecuencias de nuestros pecados, porque vivió intensamente los misterios dolorosos de nuestra redención, ya que acompañó a su Hijo en este camino porque desgranó  en peregrinación heroica de fe  la pasión y muerte de Jesús por todos los hombres.

Ya en las primeras páginas de la Biblia, junto al pecado del hombre, parece la promesa de una mujer cuyo hijo aplastará la cabeza de la serpiente.

Adán acaba de independizarse de Dios. Ha tratado de decir lo que es bueno o malo contra lo que Dios había dicho. Adán es imagen  de todo hombre que peca ¡Pobre Adán, pobre hombre que peca, se quedan desnudos ante la Verdad de Dios. Sin Dios no sabemos qué somos, a dónde vamos, por qué y para qué vivimos. Al romper la relación con Dios, se rompe la armonía de la creación. El pecado es ruptura con Dios, de la relación de la criatura con su creador, del hijo con su padre.

El pecado es ruptura de la fraternidad universal: Adán acusa a Eva, Caín mata a Abel. El pecado engendra  la violencia, la mentira con Dios y con los hombres, la culpabilidad que quita la paz del alma; el pecado rompe el gozo de compartir unidos la creación, el amor, la vida... Pero Dios no acepta, no quiere esa ruptura y en ese mismo momento del pecado, aparece su amor misericordioso; misericordioso, digo, porque el hombre siempre será débil y pecador, necesitado del perdón y de la gracia de Dios.

“Entonces Yahvé Dios dijo a la serpiente: pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza, mientras acechas tú su calcañal”(Gn 3,15).

La revelación posterior del Nuevo Testamento nos permite descubrir en este pasaje su sentido mariológico: esa mujer que triunfará con su hijo sobre el pecado no es otra que María.

En la Anunciación, María, con su Sí al plan salvador de Dios, es constituida canal de la Salvación que nos viene por Jesucristo, único Salvador y Mediador. En el Calvario, María se convierte en Madre redentora, como dice estupendamente el Vaticano II, «en donde, no sin designio divino, se mantuvo en pie, se condolió vehementemente con su Hijo y se asoció con corazón maternal a su sacrificio consintiendo con amor en la inmolación de la Víctima Engendrada». Es decir, que estuvo sufriendo como madre del Redentor y madre de los redimidos, como ya lo había anunciado Simeón en la presentación del niño en el templo: “una espada atravesará tu corazón...” Es así como la Madre dolorosa realizó el máximo grado de unión con su Hijo, precisamente allí en el Gólgota, por medio de las virtudes teologales.

Pero ya todo esto ha pasado. Ha sido un parto dolorosísimo. Cristo ha resucitado y vive para siempre. Y nosotros, esta tarde, por el sacramento de la reconciliación y por la vivencia de la fe, vamos a experimentar a Cristo como resurrección y vida, y a Ella, como madre del que da la paz al corazón por el perdón de los pecados.

Yo traigo el encargo de la Señora y Madre del Puerto de deciros a todos sus hijos de Plasencia, que si creéis en el sufrimiento de su Hijo, debemos reconciliarnos con Dios, con la Iglesia, con nosotros mismos. Me ha dicho la Madre que tanto dolor maternal y toda la agonía de Cristo habrá sido inútil si los que están en pecado, los que rompieron con el Padre no vuelven a su casa y a sus brazos. Porque una madre no puede sentirse feliz y tranquila si todos los hijos no están en casa; y muchos hijos de esta ciudad de Plasencia no han celebrado todavía la reconciliación con el Padre.

Me ha dicho que la Pascua florida de este año de su bajada a la ciudad, ni es Pascua ni florida si hay hijos que permanecen muertos por su lejanía de la gracia de su Hijo. Que la Pascua es resurrección y el pecado es muerte. Que la Pascua de Resurrección no se puede celebrarse en pecado; que su novena, la verdadera no puede celebrarse con el pecado en el alma y en el corazón. Que hay que arrepentirse del mal obrado y limpiar la conciencia de toda culpa. Cómo podremos alegrar el corazón de la Madre si cuando nos mire nos encuentra manchados y sucios; qué madre puede alegrarse de ver así a sus hijos. Cómo honrarla en pecado.

Nos tiene que doler Cristo, sus espinas, los sufrimientos de su Hijo por redimirnos. Y también los dolores de la Madre junto a la cruz del Hijo para redimirnos de todo pecado en unión con Él.

Pero para vosotros que habéis celebrado con tanta devoción su novena, me ha dicho algo especial. Que está muy bien todo esto que hemos organizado en su honor; pero organizadores y organizados debemos entrar sinceramente dentro de nosotros mismos y ver lo que ha significado su venida. Qué vamos a realizar para que deje huella en nosotros este hecho tan importante.

Que si no vamos a querernos más, a perdonarnos más, a esforzarnos más por ser mejores hijos suyos, pues para eso es mejor que no la bajemos. Porque esta bajada tiene que ser fundamentalmente gracia de conversión para nosotros. Y me ha dicho también para los partidarios de que la bajen, como para los partidarios de que no la bajen todos los años, que no riñamos por eso, que comprendamos que todos quieren a la Madre, pero en formas diferentes y que hagamos las paces. Que todos los hijos quieren a la Madre, los unos y los otros, y cada uno quiere lo mejor para Ella. Así que a hacer las paces y alegrémonos todos con Ella.

Y la bajada de la Virgen no sólo deber ser una llamada a la conversión, a la paz y armonía entre todos, sino que siguiendo su ejemplo debe suscitarse almas heroicas de fe y de amor eminentes como Ella. Debemos ante la Madre y por su llamada reconciliarnos con Dios, con la Iglesia, especialmente amor y comprensión para los sacerdotes, instituciones de la Iglesia, con todos los hijos de la misma Madre. De esta manera su bajada es una llamada a la santidad propia de cada estado, santidad sacerdotal, religiosa, consagrada, laical, juvenil...

Porque María, no sólo coopera a la salvación de los hombres sufriendo con su Hijo, como hemos visto, sino que con su ejemplo de fe y amor y con su intercesión nos ayuda a recorrer el único camino de la Salvación que es Jesucristo.

Ella es la realización perfecta y acabada de lo que debemos ser nosotros, sus hijos, en nuestra vida de fe, esperanza y amor, se nos ha dicho en estos días,.

María es modelo y ejemplo para todos sus hijos. Y como causa ejemplar lo que más me maravilla es su fe y confianza absoluta en Dios desde la Anunciación, creyendo que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas, hasta el Calvario, creyendo que era el Hijo de Dios el que moría en su naturaleza humana recibida de Ella.

Queridos hermanos; cuando no se comprenden los planes de Dios porque lo exige todo; cuando son dolorosos porque no coinciden con los nuestros, que siempre son de buscar éxito y placer; cuando uno ha dicho sí con esfuerzo y cree que ya  ha realizando el proyecto de Dios y de pronto, una calumnia, una muerte, una desgracia, inesperada e inmerecida, la soledad de un viudez larga y triste, un fracaso con un hijo que se hundió en el fango... ayuda saber que María pasó por pruebas más duras y confió en el Señor.

Necesitamos madres, viudas, hombres, jóvenes de fe heroica. La Diócesis de Plasencia necesita de estas almas entregadas, generosas, que nos estimulen a todos. Que nos den fogonazos de eternidad, de vida espiritual, reflejos de Dios, de experiencia de lo que creemos, de vocaciones a la vida sacerdotal o religiosa, a la santidad, a la perfección.

MADRE DEL PUERTO, que no te decepcionemos, que  estemos dispuestos a acompañarte hasta donde sea necesario y Tú nos llames. Hermosa nazarena, Virgen bella, que nuestra reconciliación con Dios, con la Iglesia y con los hermanos te haga sonreir, y al sonreir Tú, también sonría el niño que llevas entre tus brazos.

Madre dulce, dulcísima, amiga y confidente, que tantos misterios de dolor y de gozo hemos desgranado juntos, no te olvides de nosotros. Un hijo puede olvidarse de su madre pero una madre no se olvida jamás de sus hijos. Qué confianza y seguridad nos inspiras por ser nuestra Madre de la gracia y del amor.

Madre del Puerto, madre querida, madre del Apocalipsis con dolores del parto hasta que formes en todos nosotros a Cristo, hasta que nos alumnbres a todos a la vida eterna, no olvides a tus hijos de Plasencia que tanto te aman, que tanto te aman.

FINAL DE LA MISA: Nadie piense que se me ha aparecido la Virgen. Ella me ha hablado como habla a cualquiera de sus hijos que se ponen delante de ella y la rezan, la miran con amor y las preguntan cosas. Entonces Ella empieza a hablarles inspirándoles ideas, buenos pensamientos y mejor deseos en su corazón. A Ella le gusta mucho este encuentro, este diálogo, esta oración con sus hijos. Ella siempre nos está esperando. Esperando a todos y siempre. Hacedlo todos los días. Amén.

MEDITACIÓN MARÍANA: “He aquí la esclava del Señor”

(Mayo 1982)

MARÍA, SIERVA DE DIOS Y DE LOS HOMBRES

1. Vamos a meditar esta tarde sobre la respuesta de María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y vamos a meditar sobre esta respuesta de la Virgen precisamente porque la palabra servir no tiene buena prensa ni aceptación entre nosotros mismos, que tratamos de vivir en cristiano, especialmente el grupo de la parroquia.

         La Declaración de los Derechos Humanos insta a que nadie sea siervo o esclavo de otro. Cada persona deber ser libre y responsable de su vida y de sus actos. No podemos aceptar que haya hombres esclavos. Entonces ¿cómo poder afirmar que María es  la esclava, la sierva del Señor? ¿Qué sentido pueden tener estas palabras?

2. Lo primero que debemos afirmar es que María, la sierva del Señor, está en la llena del servicio a Dios y no de esclavitud. María quiere servir a Dios, a sus planes y para eso se entrega totalmente, pone toda su voluntad, toda su persona al servicio del proyecto de Dios.

         Y para poder hacer esto plenamente, lo primero que se requiere en la Virgen es ser y sentirse libre. Cómo puede realmente ponerse al servicio pleno de Dios, aunque uno lo afirme, si no está totalmente libre de pasiones fuertes o débiles como la soberbia, el egoísmo, la comodidad que le impiden a la persona ser y vivir con libertad y totalidad para con Dios y los hermanos? ¿Cómo poder servir sin fallos, sin reservas quien es esclavo de sí mismo?

Precisamente este es el sentido de la mortificación cristiana, de la revisión de vida en los grupos; es descubrir y mortificar las ramificaciones del yo que impiden el total amor y servicio y entrega a la voluntad de Dios y de los hermanos.

Y esto que es necesario para la relación con Dios, lo es igualmente para las relaciones humanas en el matrimonio, en las amistades, en la vida cristiana y en el grupo: ¿cómo creerse uno que ama  al esposo, al amigo, y decir te amo con todo su corazón, cuando uno es esclavo de sí mismo y se ama casi exclusivamente a sí mismo, y se busca a sí mismo incluso en la relación con el esposo o los amigos? Cuanto más esclavo sea uno de sí o de cosas, menos fuerza y entrega puede tener para amar y entregarse de verdad a los demás.

De aquí la necesidad del servicio del amor que soporta los fallos del otro y le  perdona, la necesidad diaria de superar las faltas de amor de los otros, de amar a fondo perdido, de amar con gratuidad sin exigir o esperar a cada paso la tajada de recompensa, de amar como la Virgen, gratuitamente, como sierva que no tiene ego, egoísmo, amor propio o amor a sí misma más que a los demás.

Si no se ama así, si en la amistad, en el matrimonio no se perdona gratuitamente, vendrá el divorcio, la separación, so pretexto de libertad, de derechos y autonomías, el mismo aborto es una derecho que dan a la madre estos gobiernos ateos sin mencionar los derechos de hijo a la vida y al amor.

María, por ser y sentirse libre, puede decir: “He aquí la esclava, la sierva del Señor”, porque al no buscar su egoísmo puede servir totalmente a Dios. Nosotros, para poder optar por Dios, necesitamos estar más libres de orgullos, de amor propio, de egoísmos, de envidias y soberbias... porque todo esto nos hace esclavos, nos incapacita para amar a Dios y a los hermanos.

3. El servicio de María es libre, no se busca a sí misma, sólo busca amar a Dios sobre sí misma, y cumplir su voluntad por encima de todo. Y por eso, cuando el Espíritu Santo “la cubre con su sombra” y engendra al Hijo de Dios, no da explicaciones a nadie y soporta la calumnia y las murmuraciones y la incomprensión, por otra parte, lógica y santamente llevada por su esposo José, y se lo confía todo a Dios.

El sí de María es amar a Dios y ponerse a su servicio por encima de todo, amar sobre todas las cosas; he aquí el verdadero amor, el que se vacía de sí mismo, el que piensa en Dios y en los demás más que en uno mismo.

Quien ama de verdad, está siempre a disposición de la persona amada, no concibe la vida sin ella, no se ve sino en ella, no se realiza sin ella. María, por amor a Dios, se hace libre de esclavitudes y lo hace por amor obedencial y servicial a Dios. María amó y se pone al servicio total de Dios. María, desde la libertad y del amor total, se hace sierva de Dios y de los hombres. Desde esta perspectiva Maríana sí que podemos decir que «servir es amar» y «amar es servir».

4. María fue saludada por el ángel como “kejaritomene, la llena de gracia”. Si estuvo llena de gracia desde el primer instante de su ser, también estuvo llena del amor de Dios. Y “Dios es amor”, dice San Juan. Amor gratuito, servicial y entrega total al hombre sin esperar nada de él porque el hombre no le puede dar nada que Él no tenga. Y este amor es el que llena a María.

Ella ama gratuitamente, sin esperar nada, sólo por amor, por hacer feliz a la persona amada. Nosotros, por naturaleza, somos egoístas, tenemos el pecado de origen, que consiste en amarnos a nosotros mismos más que a nadie. Pero “Dios es amor... en esto consiste el amor, en que Dios envió a su Hijo Único al mundo para que vivamos por Él... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1jn. 4, 8-10. María, lo afirma el arcángel Gabriel, estuvo llena de este amor.

El amor de Dios es gratuito, por el puro deseo de amarnos y hacernos felices.  Él nos ama para que vivamos su misma vida de amor y felicidad. Quiere hacernos igual a Él: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propio Hijo, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan  vida eterna”. Sólo hay una cosa que Dios no tiene si nosotros no se lo damos, nuestro amor.

5. En el Evangelio Cristo nos dice que vino al mundo para “servir y no para se servido... haced vosotros lo mismo”. Servir al Padre cumpliendo su voluntad: “mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado”. Y siendo maestro el Señor está con los suyos como el que sirve, lavando los pies de sus discípulos, atendiendo a las necesidades de los hombres, curando sus heridas, sanando sus enfermedades, consolando, acariciando a los niños (Lc 22,26-27; Jn 13, 1-17).

Este amor servicial y amistoso de Dios y de su Hijo nos ha llegado a ser totalmente extraño en estos tiempos en que sólo se habla de derechos; esta forma de amar en cristiano resulta ajena hoy a los mismos cristianos, seguidores del“Siervo de Yahvéh”  por las circunstancias de la política y sindicatos y  sociedad que sólo habla de derechos.

El amor de servicio es algo de lo que hablamos en la iglesia, cuando predicamos o meditamos, pero no nos sirve luego para la vida, nada de ponerlo en práctica, como programa de vida y relación con los demás; pensamos así aquí ahora, viendo y oyendo a Cristo, pero luego nos comportamos como todos los demás: nos ponemos en una postura de servirnos de los demás, como hace todo el mundo y no en una mentalidad y actitud de servicio.

Sin embargo, fijémonos en lo que Cristo nos enseña con su comportamiento. Dice así el Evangelio: “Jesús llamó a los discípulos y le dijo: sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro servidor; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida como rescate por muchos” (Mt. 20, 25-27).

6. María captó plenamente esta mentalidad de Dios: se pone  al servicio de la Palabra de Dios, al servicio de Isabel, del niño por el que tiene que huir a Egipto, al servicio de los novios que no se enteran, igual que el resto de los invitados a la boda de Caná, de que se han quedado sin vino, porque sólo pensaban en sí mismos y estaban pendientes de pasarlo bien ellos. María está pendiente de los demás, más que de sí misma y por eso se da cuenta de que falta el vino. María, hasta el Calvario, fue puro servicio a todos. Por eso todos la quieren, desde Dios hasta el más pecador.

Aprendamos de María a ser cada día más serviciales, más libres de esclavitudes, para poder amar y servir a todos como Ella. Este  servicio debe ser motivado desde el amor a Dios, que es el más gratuito y fuerte. Sin deseos de querer amar más Dios y a los hombres, al esposo, al grupo de amigos no es posible emprender este camino de liberación, de superación, de gratuidad, porque supone una generosidad que naturalmente no tenemos, tiene que ser por la gracia de Dios.

Que María nos ayude a comprender todo esto. Que Ella nos convenza de que así deber ser un cristiano, fiel al ejemplo de Cristo, siguiendo y pisando sus huellas; que Cristo nos de su fuerza, su gracia, su amor para amar así, que seamos fieles a lo que Cristo nos pide. De esta forma todos los problemas del grupo, de los matrimonios, de las relaciones humanas quedarían superados por el amor servicial y gratuito.

María, madre y sierva del Señor, que por amor a Dios te hiciste esclava de tus hijos los hombres, danos deseos de imitarte como tú imitaste a tu Hijo. Queridas hermanas: Repitamos durante todo este mes de mayo: María, modelo de entrega a Dios, ruega por nosotros a tu Hijo, para que seamos semejantes a ti, y podamos decir tus mismas palabras con tus mismos sentimientos “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Amén.

MEDITACIÓN

MARÍA, MADRE DE FE, DE ESPERANZA Y DE AMOR PARA TODOS SUS HIJOS

         Queridos hermanos:

          María es primeramente madre; Madre de Cristo y Madre de todos los creyentes en Cristo. María es nuestra Madre. Porque Dios lo quiso. Y lo quiso al enviarnos a su Hijo y elegir a María para Madre. Madre de la Cabeza, madre del cuerpo místico, que es la Iglesia, que somos todos nosotros.

Dios envió a su Hijo para salvarnos y quiso que tuviera una madre, como todos nosotros. Y el Hijo la eligió como madre. Y la quiso madre para todos nosotros, porque así nos la entregó a todos en la persona de Juan: “He ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”. Y el parto de este alumbramiento fue doloroso, porque fue el de su pasión y cruz de Cristo a la que quiso asociar a su Madre, la Virgen de los Dolores: “estaban junto a la cruz su madre...” Así la proclamó solemnemente Pablo VI en pleno Concilio Vaticano II:

«Para gloria de la Virgen y consuelo nuestro Nos proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, del Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman Madre amorosa. Queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título»,

El título de Madre de la Iglesia era ciertamente nuevo en cuanto a su proclamación, pero no en su contenido, porque desde siempre todos los cristianos se han considerado hijos de María y la han invocado como Madre, con afecto filial.

Ya en las primeras páginas de la Biblia se nos promete como tal: “Pongo hostilidades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; ella herirá tu cabeza, cuando tu hieras su talón” (Gn 3, 15).

La revelación posterior del Nuevo Testamento nos permite descubrir en este pasaje su sentido mariológico: esa mujer que triunfará con su Hijo sobre la serpiente no es otra que María.

Pero es, sobre todo, en el misterio de la Anunciación, donde María, con su Sí al plan salvífico del Padre, es constituida Madre de todos lo redimidos, acogiendo en su seno la Palabra divina Encarnada en su seno , Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador.

Tenemos este texto maravilloso de la Lumen gentium: «Desde la Anunciación... mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consistiendo con su amor a la inmolación de la víctima engendrada por ella misma» (Jn 19, 25-27).

Y allí en el Calvario, fue proclamada solemnemente por Cristo como madre de los hombres en la figura de Juan: “Mujer, he ahí a tu hijo”, a tus hijos.

Si hay una madre, lógicamente  tiene que haber  hijos. Podíamos ahora considerar nuestra relación, nuestros deberes de hijos para con Ella, pero nos vamos a detener más bien en sus deberes y relación de Madre para con nosotros, en su maternidad actual para con todos los hijos de la Iglesia, con todos los hombres. Y citamos nuevamente la Lumen gentium:

«Esta maternidad de María en la economía de la gracia, perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la consumación de todos los elegidos. Pues, asunta en cuerpo y alma a los cielos, no ha dejado esta misión solidaria, sino que con su múltiple intercesión, continúa obteniéndonos los dones de la Salvación Eterna» (LG 62).

María, como madre, se ha convertido así en fuente de gracias, y a la vez en arquetipo y modelo de santidad y virtudes cristianas y evangélicas para todos nosotros, sus hijos. Es madre y modelo de santidad evangélica.

2. Madre y modelo de fe. Desde la Inmaculada Concepción hasta el Calvario caminó sin vacilar por el camino de la fe que mantuvo viva su esperanza y la hizo caminar y  vivir en caridad y entrega permanente a los planes de su Hijo Dios y sus hijos, los hombres. Y como modelo y madre, Ella es la realización anticipada de los que estamos llamados a ser cada uno de sus hijos. Mirando a nuestra Madre como modelo, nos animamos a vivir las virtudes teologales, que son la base de toda la vida cristiana.

Madre de fe en la Anunciación, donde sin ver claro, aceptó la palabra divina y se abrazó a la voluntad salvífica de Dios. Concibió creyendo  al que dio a luz creyendo. Madre de la fe sin límites al pié de la cruz, cuando se consumaba el misterio de la Redención de la forma mas paradójica, fracasando su Hijo ante el pueblo y creyendo que era Dios, el Hijo que moría de forma tan cruel y dolorosa. Sólo una fe del todo singular pudo sostener a la Madre en su unión salvífica con el Hijo.

Queridos hermanos, cuando no se comprenden los planes de Dios, porque no coinciden con los nuestros, que siempre van buscando el éxito inmediato; cuando no se entiende lo que Dios quiere y nos propone y uno tiene que decir Sí a Dios sin saber donde le va a llevar ese sí; cuando crees que ya lo vas realizando y se van cumpliendo los planes de Dios, pero viene una desgracia que los mata en la cruz del fracaso, sin apoyos y explicaciones, en noche oscura y total de fe, de luz, de comprensión y explicación, como pasó con María; Ella, como Madre de la fe oscura y heroica te ayudará a pasar ese trance doloroso y estará junto a ti y sentirás su presencia como Jesús quiso que estuviera junto a su cruz, junto al Hijo de su entrañas y de su amor. Ella es ejemplo de cómo tenemos que vivir esos momentos dolorosos de la vida.

3. María, Madre de fe, es también madre auxiliadora en los momentos de peligros y desgracias, es auxiliadora e intercesora del pueblo santo de Dios. Además, lo puede todo, es omnipotente suplicando y pidiendo a su Hijo por nosotros. Como toda madre es intercesión para sus hijos. Todos  sabemos y decimos que no hay nada como el amor de una madre. Triste es la orfandad de cualquiera de los padres, pero  si la madre permanece, existe hogar y los hijos siguen unidos y caminan hacia adelante. Un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvidará jamás de sus hijos. Si Dios nos dio a María por madre, esto nos inspira consuelo, paz, tranquilidad, seguridad. Es Dios quien lo ha querido y lo ha hecho.

4.- María, madre de fe, es esperanza nuestra; vida, dulzura y esperanza nuestra como rezamos en la Salve. María ha conseguido la plenitud de vida y salvación que buscamos. Ha sido asunta, es Madre del cielo, es premio, eternidad dichosa en Dios que abre su regazo para todos sus hijos. Es cita de eternidad. Es cielo anticipado para sus hijos. El cielo de María es que todos sus hijos se salven y lleguen a su Hijo, a Dios, para lo que su Hijo se encarnó en su seno.

Recemos: María, madre de fe y esperanza, auxiliadora del pueblo de Dios, intercede por tus hijos ante el Hijo que nos salvó y todo lo puede; tú lo puedes todo ante Él suplicando, porque es tu Hijo, lo llevaste en tus entrañas.

Madre, llévanos de la mano un día a donde tu ya vives como reina de la ángeles, tú que eres la mujer nueva, la Virgen Madre vestida del resplandor del Sol divino que es tu Hijo, coronada de estrellas, madre del cielo. Amén.

 

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Complemento de María, Madre y Modelo de fe.

Así como en el Antiguo testamento rompe Abrahán la marcha de la fe y es llamado padre de los creyentes,, porque se fía del Señor que le invita  a salir de su tierra y parentela para caminar hasta la tierra prometida y fiado en esa misma palabra está dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac, así también en el Nuevo Testamento María abre la marcha de los creyentes como madre de la fe, creyendo en la palabra que Dios le envía por medio del arcángel Gabriel que la hace por el Espíritu Santo madre del Salvador.

         Esta fe-confianza de María la encontramos totalmente clara y reflejada en el misterio de la Encarnación del Verbo, creyendo que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas. Y esta fe la aceptó orando, estaba orando cuando el ángel la saludó y le trajo buenas noticias de parte de Dios. Orando, mientras cosía o barría, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar. Así se le aparece el ángel y le descubre el misterio: “concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús...será grande y se llamará Hijo del Altísimo...”

         Y María lo admite y sólo quiere saber qué tiene que hacer. Porque Ella tiene voto de virginidad: ¿Cómo puede ser eso? Y el ángel dice que el Señor con su poder se encargará de solucionarlo todo y ante esto y siguiendo sin ver claro pero fiándose totalmente: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

         Si para que se cumpla este proyecto de Dios es necesario que venga abajo mi reputación, mis planes, mi fama, incluso ante mi marido José, he aquí la que ya no tiene voluntad ni planes propios, pero que Dios haga en mí sus planes. Se fía y se entrega totalmente a Dios: “Bienaventurada tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”, le dirá luego su prima Isabel cuando María va a visitarla, porque está también embarazada.

         La fe de María ha sido el principio en el tiempo de nuestra salvación, es el principio de la maternidad divina de María. Pero quede claro, que esta fe, esta confianza no le descubre el misterio de Cristo y su misión, sino que lo irá descubriendo en la medida que  se vaya realizando. Lo tiene que ir descubriendo en contacto con su Hijo y su misterio: “María consevaba todas estas cosas en su corazón”. Siempre lo fue descubriendo por la oración. Por ejemplo, se ha perdido el niño. Y Ella lo busca, no sólo para sí sino para todos nosotros. Porque Ella está versada  en las Escrituras santas y sabe que el Mesías nos salvará. Por eso quiere encontrarlo para todos: “Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Y recibe esta respuesta desconcertante: “No sabíais que debía ocuparme de la casa de mi Padre”.

         Y añade muy acertadamente San Lucas, que lo escucharía de la Virgen: “María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”. María meditaba, reflexionaba y su fe iba abriendo y descubriendo y aumentando y ejercitando hasta la perfección, como aumenta la tuya y la mía mediante la oración y las puestas con la  confianza en Dios.

         La fe dolorosa y redentora de la Virgen aparece sobre todo en el Calvario. Sigue siendo una fe abrahámica. La de Madre de todos los creyentes. En aquella oscuridad dolorosa del Viernes Santo hay una doble luz: primero, el amor invencible al Hijo y del Hijo, y la fe invencible de la Madre. Allí está ella de pie, firme, creyendo contra toda evidencia, dando a luz a la Iglesia, que está naciendo de los dolores del Hijo crucificado, a los que ella se une en noche de fe, sin ver nada, todo lo contrario, con una fe muy oscura y dolorosa y más meritoria que la de Abrahán  porque él no llegó a sacrificar a su hijo y verlo muerto, y María, sí. Y, sin embargo, cree, cree en la Victoria del Hijo viéndole morir en el más vergonzoso fracaso. Cree en la vida que está naciendo de la muerte de su Hijo. Y de hecho, con la palabra del Hijo, queda explicada toda esa noche de fe, porque realmente se ha convertido, unida al dolor de su Hijo en madre de todos los creyentes. Así se lo testifica su Hijo: “Mujer, he ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”.

         Con estas palabras del Hijo ha quedado todo explicado, manifestado, descubierto: María por su fe, unida al sacrificio de su Hijo, se ha convertido en Madre de la Iglesia., de los creyentes, y al perder el Hijo, ha conseguido la multitud de todos, los nuevos hijos: Juan es el representante.

         Y María ensancha aún más, en la misma pérdida del Hijo, su amor y caridad por esta fe y nos recibe a todos en su corazón que adquiere dimensiones universales como la redención de Cristo.

 

HOMILÍA

MARÍA, MADRE DEL AMOR HERMOSO: AMÉMOSLA, IMITÉMOSLA, RECÉMOSLA

QUERIDOS HERMANOS: Ni uno solo de nosotros piensa que un niño exista sin madre o pueda vivir recién nacido sin el cuidado materno. Dios ha querido que existan las madres que son la presencia de Dios en la naturaleza. No sé cómo algunos puedan pensar que no existe Dios cuando existen las madres, su presencia más evidente y luminosa en el orden natural.

Hasta los animalitos más pequeños Dios ha querido que no les falte el cuidado de una madre para nacer y crecer. Es la realidad más dulce y hermosa y esencial para ser y existir como realidad animal y humana. Por eso no debemos extrañarnos de que Dios haya querido tener una madre para nacer como hombre.

Podía haber bajado directamente del cielo, incluso con portentos y relámpagos, podía haber venido adulto o haber inventado mil modos para salvar al hombre. Pero Dios escogió el camino inventado por Él en el orden natural. “Nacido de una mujer” es toda la Mariología de San Pablo. Y el capítulo VII de la LG 56 lo expresa así: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma que renueva todas las cosas... fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad... enriqueciéndola desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular».

Queridos amigos: Pensemos un momento. Dios pudo escoger madre, Dios eligió la mujer y tipo de madre que le convenía y más le gustó, Dios escogió a María. Es más: Dios puede hacer todo lo que quiera, es omnipotente, Dios hizo lo más grande que pudo hacer e hizo así a su madre y esa es María; María: conjunto de todas las gracias, llena hasta la plenitud desde el primer instante  de su concepción. Y ahora una pregunta: Si Dios se fió de Ella, ¿no nos vamos a fiar y confiar en Ella nosotros? Si Dios la eligió por Madre ¿no la vamos a elegir nosotros?

Cuando el arcángel Gabriel la visita para anunciarla el proyecto de Dios, queda admirado de su belleza y plenitud interior que nosotros no podemos ver como los ángeles, y estupefacto exclama: “Dios te salve,  jaire, quejaritomene, o Kurios metá sou... te saludo, la llena de gracia, el Señor está contigo...”

Si los reyes de la tierra preparan a sus hijos para la tarea de su misión y es para unos años y para unos hombres determinados, qué no habrá hecho Dios en María para que fuera su Madre y madre de todos los hombres y para todos los siglos.

Queridos hermanos: felicitemos a Dios por habernos dado a su propia madre, felicitémonos nosotros mismos por tener este regalo de María Madre de fe, amor y esperanza nuestra, alegrémonos de tener la misma madre de Dios, tengamos la certeza y el gozo de saber que Cristo la quiso madre suya y nuestra, y que está preparada para serlo en plenitud de gracias y dones y se fió de Ella. Qué seguridad la nuestra. Qué certeza y hermosura de madre. “Cantad al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas” cantemos con el salmista. Y la maravilla más grande es que nos haya dado a su propia madre.

El prefacio ambrosiano de la fiesta de la Inmaculada Concepción expresa maravillosamente esta alegría que debe existir en nosotros los creyentes al hablar de que ha  querido Dios compartir su madre, al darnos a su propia madre: «Es muy justo y conveniente, Dios todopoderoso, que te demos gracias y con la ayuda de tu poder celebremos la fiesta de la Bienaventurada Virgen María. Pues de su sacrificio floreció la espiga que luego nos alimentó con el pan de los ángeles. Eva devoró la manzana del pecado, pero María nos restituyó el dulce fruto del Salvador ¡Cuan diferentes son las empresas de la serpiente y de la Virgen! De aquella provino el veneno que nos separó de Dios; en María se iniciaron los misterios de nuestra redención. Por causa de Eva prevaleció la maldad del tentador; en María encontró el Salvador una cooperadora. Eva, con el pecado, mató a su propia prole; en María, por Cristo, resucitó su propia prole; en María , por Cristo, resucitó esta prole, devolviéndola a la libertad primera».

Y dónde adquirimos nosotros la libertad primera, la redención de los pecados: en la cruz de Cristo junto a la cual esperándonos está la Madre, la Virgen de la cruces, del Calvario, de los dolores, la madre del crucificado.

Por eso, cuando Cristo desde la cruz dice: “he ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”, la fe redentora y dolorosa de María descubre el sentido de aquel alumbramiento de los nuevos hijos que Dios le confía en la persona de Juan. Jesús descubre el sacramento que se ha realizado: María se ha convertido en madre de la Iglesia, de todos los creyentes. No ha sido un premio gratuito, una realidad improvisada, un gesto puramente sentimental, ha sido un proyecto del amor de Dios, ha sido el parto más doloroso que haya podido tener madre alguna sobre la tierra: y desde aquel momento María recibió a toda la Iglesia en su Corazón y su amor adquirió dimensiones eternales y universales como la misma obra de Cristo.

Lo expresa muy bien la LG 58: «Desde la Anunciación mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo en pié, se condolió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con su amor a la inmolación de la Víctima engendrada por ella misma (Jn 19, 25-27).Aquí está el fundamento de la devoción a la Virgen de la Cruces, la teología de la Virgen de los dolores, el misterio más profundo de cooperación entre la criatura y  Dios, aquí se hizo madre de todos los creyentes en el dolor.

Me encantas, María, Madre de las cruces, no lo puedo remediar. De todos los hechos de tu vida, me quedo con la Encarnación y tu presencia de pie junto a la Cruz de tu hijo. Aquel es un misterio gozoso de tu vida que rezamos en el santo rosario; éste es misterio doloroso. Me quedo atónito, asombrado ante esta victimación total con tu hijo por nosotros los hombres.

«¡Oh dulce fuente de amor! Hazme sentir su dolor, para que llore contigo. Y que por mi Cristo Amado, mi corazón abrasado, más viva en él que conmigo! ¡Virgen de vírgenes santa, llore yo con ansias tantas que el llanto dulce me sea, porque su pasión y muerte, tenga en mi alma de suerte, que siempre sus penas vea». (Stabat Mater).

¿Qué sentimientos debemos tener todos nosotros, sus hijos, en relación con la Madre del Amor hermoso, con la Virgen de las Cruces, Nuestra Señora de los Dolores?

Amor. Madre, me alegro de que existas, de que Dios te haya hecho tan grande, de que seas mi madre. Te amo, te quiero, te bendigo, es decir, te digo las cosas más bellas que mi corazón pueda sentir y mi inteligencia expresar, quiero cantarte, alabarte porque eres toda hermosa, un portento de lágrimas de amor y belleza de sentimientos. Si amar es desear el bien de la persona amada, quiero que todos te conozcan y te amen. ¿Por qué? Porque me inspiras confianza y seguridad plena. Ha sido Dios mismo quien te hizo así y me la ha dado como madre. Gracias. Te queremos.

HOMILÍA

CON MARÍA, A LA BÚSQUEDA DE DIOS

(Homilía especialmente para religiosas y consagradas)

Queridas hermanas y hermanos religiosos y consagrados: “La gracia del Señor Jesús esté con vosotros. Mi amor con todos vosotros en Cristo Jesús” (1 Cor 16,23). Con estas palabras del apóstol Pablo, quiero empezar saludándoos a todos esta mañana. Quisiera meditar con vosotros este lema escogido para la reflexión de esta jornada: «Con Santa María, de la escucha de Dios al servicio de la vida». Éste centra nuestra reflexión sobre la necesidad de lograr que el testimonio de cada uno de nosotros y de nuestras instituciones sean cada vez más fieles al carisma de los orígenes y al mismo tiempo más cercano a las necesidades del hombre contemporáneo.
La Virgen es para todos nosotros la Estrella que ilumina nuestro camino y la referencia segura de toda vuestra programación apostólica.


1. Con Santa María en la búsqueda de Dios.


La búsqueda de Dios es una componente esencial de la vida consagrada. La Virgen María es guía segura en este itinerario. ¡Buscad al Señor! Habéis colocado la reflexión de este tema, centro de vuestra vocación, en el primer lugar de vuestros trabajos. ¡Sí! Buscad a Cristo; buscad su rostro (cfr Sal 27,8). Buscadlo cada día, desde la aurora (cfr Sal 63,2), con todo el corazón (cfr Dt 4,29; Sal 119,2). Buscadlo con la audacia de la Sionita (cfr Ct 3, 1-3), con el asombro del apóstol Andrés (cfr Jn 1,25-39), con la premura de María Magdalena(cfr Jn 20,1-18). Siguiendo su ejemplo, buscad también vosotros al Señor en los momentos gozosos y en las horas tristes; imitad a María que va a Jerusalén llena de angustia a buscar su Hijo adolescente (cfr Lc 2,44-49), y más tarde, al comienzo de la vida pública de Jesús, corre presurosa a buscarlo (cfr Mt 3,22), preocupada por algunos rumores que le habían llegado a sus oídos (cfr ibid., 3,20-21). Sentir la exigencia de buscar a Dios es ya un don que debe ser acogido con espíritu agradecido. En realidad, es siempre Dios el que nos sale al encuentro primero, ya que ha sido el primero en amarnos (cfr l Jn 4,10).

         Es consolador buscar a Dios, pero es al mismo tiempo exigente; supone hacer renuncias y tomar opciones radicales. ¿Cómo repercute esto entre nosotros, en el contexto histórico actual? Seguramente supone acentuar la dimensión contemplativa, intensificar la oración personal, revalorizar el silencio del corazón, sin llegar nunca a contraponer la contemplación a la acción, la oración a la celebraciones litúrgicas, la necesaria «fuga del mundo» a la presencia del que sufre:  La Experiencia demuestra que sólo desde la contemplación intensa puede nacer una fervorosa y eficaz accion apostólica.

 2 Con Santa María a la escucha de Dios.

En estrecha conexión con la búsqueda de Dios está la escucha de su Palabra de salvación. También en este itinerario María es para nosotros ejemplo y guía; de Ella la Iglesia resalta su singular relación con la Palabra.

         «Santa María es la Virgen de la escucha», siempre dispuesta a hacer suya, en actitud de humildad y sabiduría, las palabras que el Ángel le dirige. Con su “fiat” María acogió al Hijo de Dios, Palabra que existe desde el principio y que en Ella se hace carne para la salvación del mundo.

         Un buen modo, y siempre oportuno, de escuchar la Palabra es la «lectio divina», que vosotros tanto apreciáis. De ella hacéis explícita mención a veces en la misma fórmula de la profesión solemne, pues os comprometéis a vivir “en la escucha de la Palabra de Dios”.

         María escucha y en Ella la Palabra es acogida dócilmente mucho antes en el corazón que en su seno virginal. Imitando su “Fiat” (cfr Lc 1,38) también vosotros pronunciáis vuestro sí total a Dios que se revela (cfr Rom 16,26). En la palabra de la Sagrada Escritura Dios muestra las riquezas de su amor, revela su proyecto de salvación y confía a cada uno una misión en su Reino.

         El amor por la Palabra os llevará a reconsiderar la oración comunitaria. a privilegiar la vida litúrgica, y a hacerla mas participativa y viva. Vuestra oración comunitaria sea tal que la oración personal prepare y prolongue la celebración litúrgica. De este modo se cumplirá entonces también en vosotros la exhortación del Apóstol: “La Palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente” (Col 3,16).

3 Con Santa María en una vida de servicio.


Mirando a la Virgen, siempre en actitud de humilde servicio, tratemos que todos los hijos de María se distingan por un estilo de gozosa dedicación a hermanos, de ardor y de empuje, valoración de las relaciones humanas y de atención a las necesidades de la persona. Un estilo que no busque por encima de todo la eficiencia de las estructuras y el progreso de la tecnología, sino que más bien demuestre la eficacia de la gracia del Señor en la debilidad y en la pequeñez de lo humano como en María

         Entre las muchas formas de servicio, y en un mundo en el cual parece prevalecer la cultura de la muerte, sed sembradores de la vida, fieles a Dios que “no es Dios de muertos sino de vivos” (Mt 22,  32) y heraldos de la esperanza bajo la protección de Santa María, “Madre de la vida”.

4 Con Santa María al servicio de la animación vocacional.


         Las vocaciones son un don para la Iglesia y para cada una de nuestras instituciones. Por las que se debe implorar incesantemente en la oración. La imagen de la Virgen de Pentecostés ilumine vuestra reflexión. En el Cenáculo María aparece como la Orante; junto a los Apóstoles implora la venida del Espíritu, suscitador de toda vocación. María es Madre de la Iglesia: en el Cenáculo la Virgen comienza a ejercitar, en la comunidad de los discípulos, la maternidad que su Hijo moribundo en la Cruz le confió.

         A parte de la oración (cfr Lc 10,2) también se favorece el nacimiento de las vocaciones con el testimonio coherente y fiel de los que son llamados a vivir con radicalidad el seguimiento evangélico. Las nuevas generaciones os miran, atraídas no por una vida consagrada “facilote”, sino por la propuesta de vivir el evangelio sin añadiduras. Esto lleva a dar un testimonio de pobreza todavía más riguroso, que se traduzca en un sobrio tenor de vida y la práctica de una fiel comunión de bienes.                                       

MISA Y VIGILIA MARÍANA EN EL PUERTO (Mayo 1976)

SALUDO AL COMENZAR LA MISA: A la madre más madre, con el cariño más grande, devotos de Plasencia y su parroquia de San Pedro, dedicamos esta hora de la noche para honrarla y bendecirla. Virgen del Cenáculo, danos la gracia de celebrar y vivir esta Eucaristía.

HOMILÍA: QUERIDOS HERMANOS, hijos todos de María. En esta noche luminosa y clara de la fe ante la presencia de nuestra Madre, acariciados nuestros rostros por el aura rumorosa y fresca de la montaña del Puerto, impregnados por el aroma de sus jaras y sus flores, hemos venido ante el altar de la Canchalera, para celebrar su amor y sus favores, para llamarla: Madre, y sentirnos hijos, para implorar sus gracias y sus ayudas, para consagrarnos y consagrarle nuestros hogares, hijos, inquietudes, todo nuestro ser y existir como personas y creyentes.

Santa María del Puerto, Virgen nuestra, te queremos, nos das tanta seguridad y certezas de amor que nos sentimos amados y salvados rezándote y hoy queremos celebrar tu amor sobre nosotros.

Tú eres la seguridad de Plasencia, la guardesa de estos campos y ermita, la madre de Dios y madre nuestra.

En cada día de mi vida, Señora, se tú nuestra gracia, nuestro perdón, nuestro encuentro.

Queridos hermanos, dos van a ser las miradas que vamos a meditar esta noche. La mirada de la Virgen al mundo, mirada de amor y ayuda. Lo hacemos para agradecer su entrega de Madre a los hombres. Y en esa misma mirada queremos meditar en la que los hombres debemos a la Virgen. Mirada de imitación, Ella es modelo nuestro en la vida cristiana, y mirada también de gratitud.

Primera mirada: Demostrar que María no ha cesado de amarnos desde Nazaret hasta hoy es muy fácil.

Basta abrir el evangelio y observar las intervenciones de María en el Evangelio y en la historia de la Iglesia desde el Cenáculo. Una mirada de fe descubre la relación de María para con nosotros en todos sus misterios desde la Anunciación, “la llena de gracia”, Inmaculada y Virgen, Madre en Belén, Presentación, búsqueda y encuentro de Jesús en el Templo de Jerusalén, Boda de Caná, “junto a la cruz” de su Hijo, Asunción para estar más cerca de todos los hombres (Recorrerlos brevemente dando una nota de su amor a los hombres).

2. MODELO DE VIDA CRISTIANA

A) HUMILDAD: Anunciación: He aquí la esclava, la que renuncia a su propia voluntad por cumplir el proyecto de Dios sobre nosotros. Magníficat. Caná: más pendiente de los demás que de sí misma.

B) FIDELIDAD: Ver toda su vida, Virgen fiel. No abandonó a su Hijo en la cruz, ante la cobardía de todos.

C) CARIDAD: Todo lo hizo por amor: recorrer su vida: el Sí a Dios, rápidamente visita a su prima Isabel, Caná.

Ella está aquí, hablamos con Ella y la agradecemos todo su amor, entrega y protección. La damos gracias. Y en la santa misa celebramos esta salvación por su Hijo Jesucristo. Todo por Jesucristo. Como Ella. Cristo es la razón y el fundamento de todo y de todos.

36. HOMILÍA MARÍANA SOBRE EL MAGNÍFICAT: “Enaltece a los humildes y a los ricos despide vacíos”.

QUERIDAS RELIGIOSAS, amigos todos: Nadie se hizo tan pequeña y sencilla ante el Misterio de Dios, como María, que se convierte así en tipo y modelo de la Iglesia, para todos nosotros. María, siendo rica de gracias y dones de Dios, reconoce su pequeñez y se hace esclava del Señor: “Proclama mi alma...” y en sintonía con el pensamiento de Jesús expresado en el evangelio, continúa: “Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.

¿Por qué reza así la Virgen? Porque Ella ha sentido esto en su corazón La humilde nazarena se ha reducido a nada de propiedad e iniciativa, a nada de propia voluntad, a nada de propio querer ante la voluntad del Padre. Es la esclava, la que no tiene voluntad  propia. Por eso, a Ella hemos de volver los ojos generación tras generación para aprender a ser sencillos y humildes.

Vamos a meditar un poco esta tarde estas palabras de Cristo en el evangelio de hoy que explican un poco su propia vida y la vida de su Madre y nos indican el único camino par a entrar en el reino: hacernos pequeños y sencillos: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla; sí, Padre, así te ha parecido mejor”.

Reino de Dios aquí no es el cielo o la salvación eterna, sino la amistad y el conocimiento sabroso de Dios, la unión de amor y de intereses con Él, responsabilizarse de la tarea que Jesús trajo a la tierra. El reino de Dios, lo que Dios nos pide y quiere es que hagamos con el esfuerzo de todos una mesa muy grande, muy grande, donde todos los hombres se sienten, especialmente los que nunca se sientan por ser pobres, y que éstos sean los invitados y preferidos, los incultos, los sencillos, los que ocupan los últimos puestos en el banquete del mundo.

Al bendecir Jesús al Padre porque ha tenido ocultos sus propósitos y riquezas del reino a los sabios y entendidos, no significa con ello que los sabios sean excluidos. Solamente afirma que para pertenecer al reino de Dios, a su amistad e intimidad, hay que hacerse sencillo y humilde. Y los ricos de poder, de dinero, de privilegios, de cultura deben hacerse pobres.

Queridos hermanos, vosotros queréis saber por qué dice Cristo que es muy difícil a los ricos de su yo, de dinero y de poder entrar en la amistad e intimidad de Dios?

1. Rico de dinero: Posee y está lleno de seguridades y poder en el mismo, y no tiene a Dios como el mayor tesoro. No le busca ni lo desea con el afán y el dinero y el tiempo que invierte en conseguir más dinero. Satisfecha su hambre de dinero no siente necesidad ni hambre de Dios, necesitado y pobre de su amor y gracias.

2. Rico de cultura. Qué difícil no menospreciar a los que no la tienen. Que el culto aprecie y hable con el inculto, no abusando de su saber. El reino de Dios es cuando el ingeniero trata con igualdad al peón de albañil.

3. Rico de perfección humana: qué difícil que acepte sus defectos: soberbia, envidia, que sienta necesidad de perfeccionarse, de ser humilde. No se siente pobre y necesitado de la gracia de Dios, de convertirse de sus defectos, del perdón de Dios. No siente necesidad de orar, de los sacramentos. No se convertirá, no entrará en el reino de Dios, no pasará del hombre viejo de pecado al hombre nuevo de la vida en Dios. Esto explicaría por qué el cristianismo encuentra muchas dificultades para entrar en esos ambientes, porque exige renunciar a los esquemas del

mundo para aceptar y vivir según el evangelio, según Cristo.

         Comprenderemos por qué Jesús da gracias al Padre porque su evangelio lo han comprendido y vivido los que se han hecho pobres y sencillos. María lo hizo. Por eso, María atrae la admiración y el amor de su Hijo, porque se hizo su esclava. Y por eso Ella, que lo vivió, da gracias a Dios por sus dones: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la pequeñez de su esclava... desde ahora me felicitarán todas las generaciones.

         Madre, nosotros nos unimos a ese coro que te alaba y te pedimos parecernos a Ti; ayúdanos porque Tú eres nuestro modelo y ejemplo. Necesitamos tu ayuda; nos cuesta mucho; pero contigo todo lo podemos, porque Tú todo lo puedes suplicando y pidiendo a Dios por nosotros.

SEGUNDO DIA: “Miró la pequeñez de su esclava”

QUERIDOS HERMANOS: “Miró la pequeñez de su esclava”, pudo decir la Virgen Inmaculada. Porque cuando en cada circunstancia de su vida, aunque sea pobre e indigente de la gracia de Dios, dice Sí a la voluntad del Padre, Dios llena su pequeñez y la transforma en Amor.

         María desde el Sí de la Encarnación del Hijo de Dios nos ayuda y estimula a nosotros, sus hijos pobres y necesitados, a decir un sí auténtico y hondo a los planes de Dios, que es fundamentalmente de toda nuestra vida cristiana. Y todo esto, en medio de la oscuridad de la fe, de lo que nos pueda ocurrir, permaneciendo con María meditando la palabra del Señor y así nos iremos disponiendo para el reino de Dios, para la amistad con Dios.

         Hacerse disponible para amar corresponde a la labor que cada uno debe realizar durante su vida cristiana. Es abrir los ojos a los planes de Dios Amor, sentir la llamada acuciante de cambio, palpar la propia pobreza, enrolarse en la marcha de la Iglesia, abrirse al diálogo con Dios, decidirse a realizarse totalmente en Cristo, descubrir a Cristo escondido en nuestras circunstancias, sintonizar con sus sentimientos y actitudes, entablar una mistad profunda con Él para correr su misma suerte, celebrar la Pascua personal, la muerte y resurrección en vida.

“SÍ, PADRE”: Aprender a decir Padre, es un compromiso de vida, no una fórmula de rezo. Es tomar una postura de irse configurando con Cristo para tener su misma fisonomía y sentimientos y palabra y su misma voz. Decir Padre supone un esfuerzo duro y diario para sentirnos hijos parecidos a Él, un esfuerzo constante y permanente contra todo lo que nos aleja de su obediencia para poder llegar a decir con verdad: Sí, Padre.

         “Nadie conoce al Padre sino el Hijo aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.  Solo el Hijo conoce al Padre. “Dios es Amor” y todo su amor nos lo ha revelado en el Hijo, en una sola Palabra, pronunciada con amor Personal de Espíritu Santo a cada uno de nosotros. “En esto consiste el Amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sin en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”;  “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”. Con una sola Palabra se expresa a Sí mismo en una donacion infinita de Amor que le hace Padre en el Hijo que lo acepta como Padre. Por eso nadie conoce al Padre sino el Hijo. Y esta Palabra que el Padre ha pronunciado eternamente, desde siempre, la ha pronunciado en María en el tiempo para nosotros en carne humana. “ Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Es una palabra de amor comunicada por su mismo Espíritu, Espíritu Santo de Amor, a los hombres por medio de la Encarnación en María. En su Palabra, en su Hijo Dios nos ha dicho todo. Ya no puede decirnos más. Vivir en Cristo es nuestra respuesta a la Palabra de Dios pronunciada, cantada, deletreada por amor a nosotros.

VIRGEN DEL SALOBRAR EN JARAÍZ DE LA VERA (1977)

QUERIDOS HERMANOS, AMIGOS Y PAISANOS de Jaraíz de la Vera, la Virgen del Salobrar, Reina y Señora de Jaraíz, nos ha reunido esta tarde en torno a su imagen bendita. Estamos ahora en el corazón de su fiesta, y al caer la tarde, hemos venido par estar con Ella, para mirarla más de cerca y a la luz de su ojos, aumentar la luz de nuestra mirada de fe , caminando más seguros, con más potencia de amor, sabiendo que la Madre nos mira.

Hoy vamos a contemplar a María, recibiendo el anuncio del ángel para ser Madre de Dios. Es el primero de los misterios gozosos del santo rosario. Se expresa como la Anunciación del ángel a nuestra Señora, si miramos al ángel que le anuncia noticias de parte de Dios; decimos Encarnación del Hijo de Dios, si nos fijamos en la obra de Dios por el Espíritu Santo a través del anuncio del ángel ya que ha decido hacerse hombre para salvarnos en la entrañas purísimas de esta Virgen nazarena, que se llama “la llena de gracia”; así la llama el ángel: Kejaritomene.

“Salve, llena de gracia, el Señor está contigo”. Se sorprende la Virgen. Y el mensajero continúa:“No temas, María, porque has hallado gracia de parte de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo. Dijo María al ángel: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te dará su sombra”; por lo que cual el que ha de nacer será santo y se llamará Hijo de Dios.

María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. 

Queridos hermanos: Son estas las palabras más importantes pronunciadas por María y contenidas en los evangelios. Y son las mas importantes porque ellas dan entrada al Verbo de Dios en la historia humana y a su plan de salvación sobre el mundo, María se convierte en Madre de Dios fundamento de todos sus privilegios y porque ellas nos manifiestan y descubren la actitud de obediencia y sumisión total de la Virgen a la Palabra de Dios. Con estas palabras María entra casi en la esfera de la Trinidad, su maternidad es irrepetible, está en la misma orilla de Dios, aunque humana como nosotros, y se convierte para nosotros en modelo de fe y confianza en Dios.

Y no penséis, hermanos, que ante este anuncio del ángel  nuestra Señora de Salobrar lo vio todo claro y asequible; tuvo que creer que era Dios el que nacía en sus entrañas, no sabe cómo será, barrunta las calumnias que surgirán, la incomprensión de José... cuánto me gusta esta fe de la Virgen la Anunciación. Esto es fe. Fe no es evidencia de lo que se cree, no es conocimiento razonado de la verdad, la fe es fiarse y ponerlo todo en manos de Dios. La fe es aceptar lo que te dice una persona, fiarse de ella. Y esta persona es Dios. Es renunciar a las propias ideas y proyectos para seguir los de Dios

Por eso la fe se  entiende mejor desde la confianza, desde el amor, desde la amistad con la persona. Creer a una persona quiere decir aceptar a esa persona, fiarnos de ella, tender hacia ella para hacernos uno con ella. Debemos fiarnos de Dios, amarle hasta poner en Él nuestra seguridad; creer en el evangelio, en la palabra de Cristo hasta preferirla a la del mundo y la carne.

Más en concreto, si tú ves que alguien te ha ofendido, te ha echado la zancadilla, según la carne, tiende naturalmente a vengarte; pero coges el evangelio y allí oyes a Jesús que te dice: has de perdonar setenta veces siete, es decir, siempre. Y entonces tú dices: Señor, yo siento ganas de vengarme, pero por Ti, le perdono y lo olvido. Porque quieres obedecer a Cristo que te dice: “Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón”.

Tú estás violento, en casa o en el trabajo, por las cosas que pasan, te entran ganas de reaccionar molestando, dando voces o insultos, y allí te acuerdas de las palabras de Jesús, y por Él perdonas. Uno que ama y cree en Jesús, se fía de sus palabras, porque cree en ellas.

Esta fe exige oración diaria para recordar las palabras del Señor, meditarlas, ponerlas en práctica. Sin oración todo se olvida, no tenemos ánimo ni fuerza para cumplirlas. Necesitamos rezar a la Virgen, renovar nuestra consagración: «Oh Señora mía y Madre mía, yo me ofrezco enteramente a vos...», el santo rosario, si es en familia o con algún amigo, mejor; hay que seguir cultivando la devoción a la Virgen, que recibimos de nuestros padres, de la parroquia con sus catequistas, con el sacerdote. Tener una imagencita de la Virgen del Salobrar, mirarla todos los días y brota espontánea la oración, el Ave María, sin esfuerzo ninguno: Madre del Salobrar, quiero se buen cristiano, buen hijo tuyo, ayúdame.

Esta tarde quiero dirigirle a Nuestra Señora del Salobrar esta oración:

«Señora y Madre querida del Salobrar, con la seguridad de que siempre nos escuchas, hemos venido esta tarde junto a ti para pedirte que aumentes nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor a tu Hijo Jesucristo.

Yo sé que en estos momentos, Madre, recuerdas a todos tus hijos de Jaraíz, presentes y ausentes.Yo también recuerdo, todos nosotros recordamos que Tú has estado siempre junto a nosotros, en nuestra vida, en nuestro diario despertar y al acostarnos con el rezo de las tres ave marías.

Cuántas veces, en la calle, abriéndonos paso entre las gentes, nosotros te hemos llamado, Madre, y Tu has estado junto a nosotros.

Te pedimos, Madre, para tu pueblo querido de Jaraíz unos hijos más llenos de fe, esperanza y amor a tu Hijo, unos matrimonios que no se rompan nunca, unos hijos más cariñosos y respetuosos contigo y con sus padres, que no los abandones nunca por falta de amor, unos jóvenes más enamorados que se comprometan en amor y fidelidad para toda la vida y un pueblo más creyente, más fraterno, más amigo y acogedor, donde todos se sientan felices. Amén.

FIESTA DE LA VIRGEN DEL SALOBRAR EN MADRID

QUERIDOS HERMANOS: La Virgen del Salobrar, Reina y Señora de Jaraíz de la Vera, nos ha reunido esta mañana en Madrid en torno a su altar, a todos sus hijos venidos y residentes bien en el pueblo natal bien en este Madrid y entorno madrileño.

Hemos venido a su presencia, nos hemos encontrado con Ella, y en Ella nos hemos encontrado todos sus hijos de Jaraíz, recordando años de infancia y juventud en torno a su fiesta en Jaraíz. Esta fiesta es eco de aquella.

Al ver muchos de vuestros rostros que hacía tiempo que no veía ni hablaba con vosotros, aquellos rostros de niños que jugábamos a la peonza o el escondite, o de jóvenes que paseabais junto a vuestras chicas o bailabais en la verbena del «gato» junto a la carretera, no he podido menos de sentir emoción y hasta lágrimas, porque se han precipitado vivencias que conservo intactas, recién estrenadas, como si acabara de vivirlas  ahora.

Por eso creedme; me cuesta trabajo pensar que esta mañana habéis venido de Madrid, Alcorcón, Móstoles..etc, no más bien creo que hemos oído la campanas de la iglesia de arriba, de Santa María, y hemos venido de la calle nueva, de la fuentecilla, de San Migues, desde la calle del Agua, Damas, Pedrero,  calle del Coso, Encementada, Plaza Mayor, de los portales de arriba o de abajo, calle estrecha del Cañito, en fín, para qué enumerar, todos tenéis en la memoria estos nombres, calles que nos vieron correr y jugar, desde el Eriazo, para nosotros Leriazo hasta el Egido, donde jugábamos los partidos oficiales de futbol.

Hemos venido esta mañana para saludar a la Virgen y encontrarnos con Ella, nuestra Virgen del Salobrar de los ojos saltones, bellísima, Virgen hermosa. Y queremos saludarla como un día la saludó el arcángel Gabriel: “Dios te salve, María”, lo cual quiere decir: te traigo saludos de parte de Dios, María, y en nombre suyo te los doy.

“Tú eres la llena de gracia”. Llena de gracia y de plenitud de Dios tuvo nuestra Señor desde el momento de su Concepción Inmaculada. Más que todos los santos y ángeles juntos. Llena estuvo siempre y, sin embargo, crecía. Diríamos que la capacidad iba creciendo a medida que la gracia iba aumentando en ella, para que así en todos los momentos de nuestra vida la pudiéramos rezar: Tú eres la llena de gracia.

“El Señor está contigo”.Dios está siempre en el corazón de los que le aman y como María le amó más que nadie, más que todos los ángeles y santos juntos, desde el primer instante de su ser, resulta que María estuvo siempre llena de su presencia y amor.

Luego su prima santa Isabel añadió otras alabanzas que la rezamos en el ave maría: “Bendita tú entre todas las mujeres”. Grandes mujeres habían existido en el Antiguo Testamento. Las escogidas por Dios para liberadoras de su pueblo: Débora, Judit, Esther. Y grandes mujeres santas habían de existir en la Iglesia de Cristo. Pero incomparablemente más hermosa y unida a Dios que María, ninguna, porque lo llevó en su seno, fue su madre. María, siendo humana, estuvo en la misma orilla de Dios.

Y nosotros seguimos rezando para terminar el ave María: “Y bendito el fruto de tu vientre”. He aquí la raíz y el fundamento de todas las grandezas de la Virgen; ha aquí la fuente de donde manan todos sus dones y privilegios. María es la Madre de Dios. Tremendo Misterio que los hombres no comprenderemos nunca. Cristo nos vino por María, es decir, por María nos vino a todos los hombres la Salvación, la Redención, la Revelación y el Amor de Dios Trino y Uno por el Espíritu Santo que “la cubrió con su sombra”. Dios la eligió por Madre y se fió de Ella.

Pudo Dios escoger y formar otro tipo de muher para ser su madre. Pero Él quiso un tipo concreto: María. Esto quiere decir que María es el modelo que Dios prefiere y que nosotros, sus hijos, tenemos que imitar. Porque es el que más le agrada.

Y ¿qué buscó Dios en María? Buscó fidelidad. Porque el Padre buscaba confiar a su Hijo, todo su proyecto de Salvacion en una persona perfecta para esta misión. Esto era algo que desborda lo puramente humano. Era necesaria por parte de esta persona una confianza, una fe, una entrega que superara toda evidencia y se fiara totalmente de su palabra y esto lo encontró en María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. La Virgen viene a decir: no entiendo cómo podrá ser esto, qué es lo que yo pueda hacer, pero aquí está su esclava, la que renuncia a todo lo suyo, a su voluntad propia para hacer la voluntad del Padre.

Queridos hermanos, si Dios se fió de Ella, ¿no nos vamos a fiar y confiar nosotros? Pongamos en sus manos todas nuestras necesidades y problemas, nuestras alegrías y penas, nuestros proyectos y deseos, porque Dios se fió de Ella.

La fidelidad fue lo que más le agradó a Dios de María. Como en nosotros. Antes a los cristianos se les llamaba los fieles cristianos. Y ahora somos fieles: fieles a la fe, esperanza y amor a Dios y a los hombres. Debemos esforzarnos por ser fieles en el amor matrimonial, filiar, a la amistad, a los compromisos cristianos de nuestro bautismo, primera comunión. En esto consiste principalmente la devoción a nuestra Señora, la Virgen del Salobrar. Ser hijos de María, ser devotos de María exige parecernos a Ella, rezar como Ella, amar a Dios y a los hombres nuestros hermanos como Ella. Fijaos en la boda de Caná, nadie se ha dado cuenta de que falta el vino sólo Ella que vive más pendiente de nuestros problemas que nosotros mismos.

Queridos paisanos y amigos todos, estoy tan a gusto con vosotros hablando de la Madre que no quisiera terminar. Pero todo tiene su fin. Y a mí me gustaría para terminar esta conversión con vosotros, que eso significa homilía, hacerlo con aquel canto que tantas veces entonábamos a la Virgen en nuestras procesiones del pueblo: «Salve, Madre, en la tierra de mis amores». Bueno de mis amores y de tus amores: Jaraíz de la Vera. Recuerdo que siempre nos hacíamos un lío, porque los dos pegan bien: en al tierra de tus amores, porque Jaraíz entero, donde quiera que se encuentre, es todo entero tuyo, de la Virgen del Salobrar; en la tierra de mis amores: porque lo es mi pueblo y lo eres Tu, Virgen santa, Jaraíz y Virgen de mi infancia y juventud, rodeado de las estribaciones de Gredos y la llanura del Tietar, tierra hermosa y bella como Tu; los hijos de Jaraíz hemos nacido entre matas de pimiento y tabaco, somos de unas tierras feraces que en tres meses dan cosechas, nosotros sabemos de toda clase de frutales, de prados verdes y gargantas, de nieves de Gredos y de llanuras fértiles por cientos de hectáreas. Nosotros, Madre, no renunciamos de nuestras raices, son tan hermosas: Jaraíz de la Vera y Virgen del Salobrar.

«Salve, Madre, en la tierra de mis amores..» y como todos sabemos, al final había una estrofa, que a mí me impresionaba y me hacía llorar. Creo que a ella debo gran parte de mi fidelidad a la fe y al sacerdocio. Decía así: «Mientras mi vida alentare, todo mi amor para Ti, pero si mi amor te olvidare... Habrá algún hijo de Jaraíz que se olvide de su madre, que haya abandonado su fe cristiana.

Pues aunque así fuere, yo en este momento, en su nombre y en el de todos los hijos de Jaraíz, me atrevo a rezarle cantando: «Virgen Santa, Virgen Pura, aunque mi amor te olvidare, Tú no te olvides de mí»

FIESTA DE LA VIRGEN DEL PUERTO EN MADRID (1996)

QUERIDOS HERMANOS concelebrantes, autoridades, cofrades y devotos de la Santísima Virgen del Puerto: Desde las riberas del Jerte, he venido esta mañana con gran alegría, para comunicaros el mensaje de la que habita entre canchos y encinas, entre alcornoques y escobas. Como todos los sábados he subido por ese camino o carretera tan llena de recuerdos para la mayor parte de todos vosotros. He subido hasta su ermita para pedirle a la Señor su protección y su ayuda, para recibir de Ella el mensaje que traigo en su nombre para todos vosotros. He ascendido entre curvas continuas hasta  el Puerto, me he postrado y he rezado por este día entre vosotros, y he vuelto a bajar por ese camino tantas veces recorrido por muchos de vosotros. Me alegró encontrarme con uno de vosotros que me dijo: siempre que voy a Plasencia, cuando diviso desde la carretera el Puerto, lo primero es la Salve y antes de entrar en la ciudad, subo al Puerto a rezar a la Virgen.

Como me gustaría que todos lo hiciéramos antes de atravesar esas calles para siempre inscritas en nuestro corazón, donde transcurrieron nuestros juegos de niños y primeros amores de juventud; cuántos recuerdos y vivencia afloran en estos momentos en nuestra mente y en nuestro corazón, cuántas emociones.

Y ahora aquí, en su ermita de Madrid, qué gran ermita la de nuestra Virgen del Puerto, en el día de su fiesta, estamos celebrando la Eucaristía, la acción de gracias que Cristo celebró en la Última Cena antes de morir, para darle gracias al Padre por todos los beneficios de nuestra salvación.

Yo quisiera que esta mañana, juntamente con Cristo, en esta acción de gracias al Padre, nosotros también unidos a Él diéramos gracias por todos los dones recibidos, dones de vida y de fe, dones de pruebas superadas y de necesidades de amistad conseguidas, de hijos, matrimonio, de fe, esperanza y amor por mediación y protección de la Virgen del Puerto. Porque Ella es Madre de la Iglesia, la mejor creyente, en la que Dios se confió totalmente, la mejor Madre; cómo no te vamos a querer, a fiarnos de ti, si Dios mismo, el Dios infinito que sabe lo que hay en el corazón de todos los hombres, se fió y se entregó a ti como Hijo. Tú eres también para nosotros, Madre, nuestro mayor auxilio y amparo, como te cantamos en el himno de la Coronación: «Desde niño tu nombre bendito, de mi madre en el seno aprendí, Ella alienta mi alma y mi vida, nunca madre mejor conocí... Placentinos, Placentinos, en el Puerto su trono fijó, una Madre, una Reina, que Plasencia leal coronó».

La Virgen del Puerto, con su Hijo en brazos, es la mayor expresión del amor de Dios a una criatura porque quiso tenerla por Madre. Y si Dios la quiso así, nosotros queremos también que sea nuestra madre, queremos ser hijos suyos. Me gustan las imágenes o los cuadros de la Virgen donde Ella aparece con el Hijo en brazos, porque ésta es toda su grandeza, aquí está el fundamento de todas las gracias que Dios la concedió.

Esta Madre nos enseña fe, fe total en las palabras de Dios, como Ella aceptó el mensaje del ángel: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo”. Se sorprende la Virgen. Y el mensajero continúa:“No temas, María, porque has hallado gracia de parte de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo. Dijo María al ángel: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te dará su sombra; por lo que cual el que ha de nacer será santo y se llamará Hijo de Dios. María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. 

Queridos hermanos: Son estas las palabras más importantes pronunciadas por María y contenidas en los evangelios. Y son las mas importantes porque ellas dan entrada al Verbo de Dios en la historia humana y a su plan de salvación sobre el mundo, María se convierte en Madre de Dios fundamento de todos sus privilegios y porque ellas nos manifiestan y descubren la actitud de obediencia y sumisión total de la Virgen a la Palabra de Dios. Con estas palabras María entra casi en la esfera de la Trinidad, su maternidad es irrepetible, está en la misma orilla de Dios, aunque humana como nosotros, y se convierte para nosotros en modelo de fe y confianza en Dios.

Y no penséis, hermanos, que ante este anuncio del ángel  nuestra Señora lo vio todo claro y asequible; tuvo que creer que era Dios el que nacía en sus entrañas, no sabe cómo será, barrunta las calumnias que surgirán, la incomprensión de José... cuánto me gusta esta fe de la Virgen la Anunciación. Esto es fe. Fe no es evidencia de lo que se cree, no es conocimiento razonado de la verdad, la fe es fiarse y ponerlo todo en manos de Dios. La fe es aceptar lo que te dice una persona, fiarse de ella. Y esta persona es Dios. Es renunciar a las propias ideas y proyectos para seguir los de Dios

Por eso la fe se  entiende mejor desde la confianza, desde el amor, desde la amistad con la persona. Creer a una persona quiere decir aceptar a esa persona, fiarnos de ella, tender hacia ella para hacernos uno con ella. Debemos fiarnos de Dios, amarle hasta poner en Él nuestra seguridad; creer en el evangelio, en la palabra de Cristo hasta preferirla a la del mundo y la carne. Imitemos a nuestra Madre en la fe en Dios, en su Palabra, en sus mandamientos.

La fe es el don más precioso que Dios nos ha dado. Debemos valorarla, cultivarla mediante la oración, el rezo del rosario, las tres ave marías al acostarnos, en las ocasiones de peligros contra la religión hoy tan combatida.

Desgraciadamente hoy muchos han perdido la fe en esta España nuestra donde la religión es atacada desde el Gobierno y los medios de comunicación.  La fe nos dice que hemos sido creados para una eternidad con Dios. Mi vida es más que esta vida. La muerte no es caer en el vacío o en la nada. Es caer en los brazos de Dios que nos soñó para una eternidad de gozo con Él.

Hermanos, somos eternidades, no moriremos para siempre. Es un privilegio el existir porque ya no moriremos nunca. Siéntete viviente, eternidad en el Dios que nos vino por la Virgen para abrirnos las puertas de la eternidad, vino en nuestra búsqueda para llevarnos al cielo. Para eso se hizo hombre en María. Felicita a la Virgen, felicita al Hijo que nos trajo esta salvación eterna de parte del Padre. Madre, tu eres la mejor garantía de mi eternidad. Recemos como el ángel les enseñó a los niños en Fátima: «Dios mío, yo creo, adoro espero y te amo; te pido perdón por todos los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman». 

 

La Virgen también nos enseña el amor a los hermanos, la caridad: Las bodas de Caná. Ella vive más pendiente en Caná de las necesidades de los demás que los mismos interesados. E insiste ante su Hijo. Y adelanta la «hora» y no dice a los criados comprometiendo al Hijo y se hace el milagro, como los sigue alcanzando ahora de su Hijo si le rezamos, si la invocamos con fe y confianza. Yo en mis necesidades siempre le digo a la Virgen: «díselo, díselo a tu Hijo», porque sé que todo lo alcanza de Él.

Finalmente como Ella buscó a su hijo perdido nos enseña en estos tiempos a buscar y rezar a todos los hijos que se han perdido en el camino de la fe y de la salvación cristiana. Tened confianza, no os desaniméis, seguid rezando. La oración ante la Virgen que se lo pide a su Hijo, todo lo alcanza: «Virgen santa y hermosa del Puerto, en las horas de muerte y dolor, cierra tu con cariño mis ojos, lleva mi alma en tus brazos a Dios».

PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO

(Luis M Mendizábal, S.J)

Queridos hermanos y hermanas: Justo cuando nos disponemos a comenzar el santo tiempo de la Cuaresma, con el horizonte del Calvario, podemos retomar nuestra contemplación del misterio de la Presentación del Señor desde el matiz que Juan Pablo II recalcó en su encíclica Redentoris Mater (cf. n° 16). Él lo llama «segundo anuncio a María». El primero fue por labios del ángel, este segundo por labios de Simeón. En el primero se anuncia su maternidad, en el segundo se anuncia cómo su maternidad implica asociarse al sufrimiento redentor de su Hijo.

Por la luz del Espíritu reconoce al Señor

         El anciano que lleva tantos años en torno al Templo, reconoce al Niño, por su docilidad al Espíritu. Esto sólo puede ocurrir por la luz del Espíritu, porque no correspondía en nada a las descripciones espectaculares que habían dicho los profetas. No venía con triunfo ni ruido, venía silenciosamente en brazos de una joven madre. Reconocer al Señor en sus visitas es lo más grande que podemos vivir. Reconocer a Dios en las personas con las que tratamos.

        Reconoce al Mesías en un niño indefenso insignificante y lo toma en brazos, la Virgen se lo da, la Virgen es una madre generosa, parece que no lleva al Niño más que para darlo, da la impresión de que el Niño se le iba de los brazos, de las ganas que tenía de irse a aquel anciano... entonces lo torna en brazos, lo levanta en brazos. Con El levantado en brazos es como tenemos que escuchar el himno, ese himno que la Iglesia repite cada noche en las completas, en labios de sus sacerdotes y religiosos, que es como querer indicar que cada día tenemos que haber  encontrado también nosotros al Mesías. Entonces podemos decir, ya puedo dormir en paz, ya puedo descansar en paz porque mis ojos han visto al Salvador. Lo he visto en las personas con las que he tratado, en los acontecimientos, en la oración, en el trato personal con El, lo he encontrado y ahora puedo descansar en paz.

         Simeón lo que levanta es al Niño que se ha ofrecido y que ha sido ofrecido al Padre. Es la anticipación de Cristo crucificado, es reconocer al Mesías, al que enviado por el Padre da su vida por nosotros. Y eso es lo que levanta, como el sacerdote la Hostia después de la consagración. Lo levanta al Padre y lo presenta a la humanidad. Y en cada misa, en el altar podemos también nosotros, como el anciano Simeón contemplar al que es “luz de las gentes y salvador de tu pueblo Israel”.

         Lo que es luz de las gentes es el Jesús ofrecido e inmolado por nosotros. Es el Cristo crucificado, es el Niño presentado y ofrecido por manos de María, el Cristo crucificado a cuyos pies está también la Virgen y en la sombra gozoso siempre, silencioso, contemplativo, San José, que es testigo de todo eso y es arrebatado por ese misterio, también metido en él, introducido en él, envuelto en ese misterio de entrega, de inmolación de iluminación del mundo.

         En la primera ocasión fue enviado un ángel para anunciar su maternidad. En esta segunda decimos que fue enviado un anciano llamado Simeón para anunciarle cómo a ser su maternidad.     Reconocer al mesías en el niño sólo puede ocurrir por la luz del Espíritu. No venía con triunfo ni ruido, venía silenciosamente en brazos de una joven madre. Reconocer al Señor en sus visitas es lo más grande que podemos vivir.

         Simeón siente ahora que su espera está bien pagada, todo lo que él ha tenido que subir uno y otro día al templo con deseos de encontrarse con el Mesías está ahora cumplido y se siente inmensamente feliz, ya ha visto cumplido su deseo, ya su vida puede terminar, porque  “mis ojos han visto al salvador”.

         Ojalá El nos concediera que le viéramos también nosotros y de esta manera pudiéramos morir a lo que es pecado, a lo que es desorden, para vivir sólo para el Señor. Una especie de muerte para entrar en la vida, en la vida que es esa “luz para las gentes y gloria del Señor”. Y dirigiéndose a María le da el «segundo anuncio».

         La otra anunciación. En la primera ocasión fue enviado un ángel para anunciar su maternidad. En esta segunda decimos que fue enviado un anciano llamado Simeón para anunciarle cómo va a ser su maternidad. Por una parte será “luz de las gentes” pero por otra “signo de contradicción”. Y añade: “una espada atravesará tu corazón”. Aquí hay algo importante. El Señor nos va llevando y va descubriéndonos aspectos de nuestra vida.

         La Virgen desde la anunciación creyó. Vive en obediencia de fe. Isabel le dice: “dichosa tú que has creído” (Lc 1,45). Creyó con todo lo que significa creer. Creyó no sólo a la palabra que se le había dado, sino creyó entregándose a esa Palabra con una entrega total, en una obediencia de fe. Con sencillez, con humildad se entregó para ser madre de Jesús. Ella tiene esa postura fundamental de esclava del Señor que mantiene en todos los pasos, también en la cruz estará como esclava del Señor, lo mismo que Jesús mantiene siempre la actitud de su corazón.

         El Concilio nos dice que María se entregó a la persona y a la obra de Jesús: aceptó ilimitadamente su misión. El Papa asemeja esa fe de María a la fe de Abraham que sale de su tierra sin saber a dónde iba, pero sabiendo que estaba siguiendo a Dios. Esta es la verdadera fe y la oscuridad de la fe. No es sólo salir sin saber siquiera si es lo que Dios quiere. Es no saber dónde va a terminar el camino. Pero en la certeza de caminar con el Señor. Y caminar sin preguntar qué circunstancias van a ser. Abraham camina sin preguntar. Se pone en camino hacia un lugar que no conoce nada, fiándose de Dios que es quien le hace salir. Está seguro de que es Dios quien le hace salir y nada más.

         La Virgen también camina así. Dando cada paso según la voluntad de Dios pero sin saber dónde va a terminar. Con una inmensa confianza en esa obediencia de fe por los caminos oscuros del Señor. También para María son oscuros ¡os caminos del Señor. Basta recordar las dudas de San José, los titubeos después de la anunciación y en estos mismos momentos ella no sabe concretamente lo que va a ser, cómo va a ser.

 

         Un si que se renueva en cada paso del camino. Incluso no es aventurado y no es una temeridad pensar -hace a ello alguna referencia el Papa- que ella había entrevisto el triunfo del, Mesías porque se le había anunciado: “Él ocupará el trono de David su  Padre, será Rey” (Lc 1,32). Hay una cierta aureola de triunfo. Sin embargo, ella sigue ese camino que el Señor le traza, quizás con esa ilusión en el fondo, de ir hacia ese triunfo.

         Pero su voluntad era una voluntad radical, aceptó la voluntad de Dios radicalmente y aún sin conocer todos los detalles, dispuesta a todo. Esta es la verdadera postura del corazón enamorado. Cada cristiano, al entregarse ahora, no conoce los detalles de lo que va a ser su vida, pero la acepta y la entrega. Solemos imaginarla con ciertos rasgos de triunfo.

         María estaba disponible a ser Madre de Jesús con todas sus consecuencias. Ella, pues, aceptó la voluntad de Dios no en cada uno de sus detalles -que no conocía-, pero sí la aceptó sin excluir nada, aunque no lo incluyera positivamente. Es esta la buena postura. En cambio, si uno empezara a imaginarse el futuro con sus dificultades se atormentaría inútilmente. Eso no es fiarse del Señor. Solemos además imaginar algo en el fondo más triunfante. Pero aún sin saber, puedo dar mi sí al Señor con todas sus consecuencias.

         Ahora bien, ella sí conocía alguna relación con la redención de Israel, pero no cómo iba a ser esa salvación de Israel. Ella reconoce que en el hecho de la aceptación de su maternidad, Dios recibe a Israel su siervo, lo acoge. El ángel había dicho también a José: “El sacará a su pueblo de los pecados” (JIt 1,21), pero no cómo, cuál sería ese camino.

         También en el benedictus Zacarías había anunciado: “anunciando la salvación para el perdón de los pecados” (Lc 1,77). Pero ¿comprendió la Virgen que esa función le asociaba a un misterio doloroso? No tenemos ningún argumento para ello. Pero en las palabras de Simeón sí se le abre este camino. Por eso es una segunda anunciación. Se añaden unas matizaciones. Dice el Papa que es segundo anuncio hecho a María dado que indica la dimensión histórica concreta en la cual el hijo cumplirá su misión, es decir, en la incomprensión y en el dolor. Se le revela además que ella deberá vivir en el sufrimiento su obediencia de fe al lado del Salvador que sufre y que su maternidad será oscura y dolorosa. Esto es el anuncio del anciano Simeón.

FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR (1997)

 

QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy, día 2 de febrero, a los cuarenta días después de la Navidad, la fiesta de la Presentación del Niño en el Templo de Jerusalén. Y aunque caiga en domingo, prevalece sobre la liturgia dominical, porque es un domingo ordinario, y hoy es fiesta del Señor, como son las de Epifanía, etc.

El suceso es narrado en el Evangelio y en la primera Lectura; el salmo también encarece el momento solemne de la Entrada del Señor en el Templo. El profeta Malaquías nos dice: “Miradlo entrar”. Y el salmo repite: “va a entrar el rey de la gloria”.

La segunda Lectura desentraña la esencia del sentido de esta fiesta: Jesucristo es presentado en el Templo en brazo de su Madre María y es ofrecido, mejor dicho, se ofrece Él mismo con toda su vida para cumplir la voluntad del Padre, que se consumará en el sacrificio de la cruz.

La voluntad del Padre no es otra que la entrega total del Hijo por la salvación de los hombres hasta la muerte de cruz, como anunciará el anciano Simeón; sólo así llegará a la consumación, a la glorificación ya que Cristo “puede aniquilar al que tenía el poder de la muerte y liberar a todos los que por miedo a la muerte, pasaban la vida como esclavos”; Cristo “ha expiado nuestros pecados y puede auxiliar a los que pasan con Él la prueba del dolor”.

La vida de Jesús ofrecida, sacrificada “la ofrenda como es debido”, en expresión del profeta Malaquías, es “Salvación para todos”, como dijo el anciano Simeón, pues nuestro destino es el suyo, porque “participa de nuestra carne y sangre.” Y unidos a Él, “nuestro Pontífice fiel y compasivo”, podemos ofrecer, juntamente con Él, la ofrenda de nuestra vida, “ofrenda agradable a Dios”.

El sentido de la Presentación es que Dios es el autor de la vida; el hombre es ser creado por Dios, dependiente y necesitado de Dios: criatura que debe dar gracias por la vida que le viene de Dios y ponerla a su disposición.

Jesucristo, en su Presentación en el Templo, nos anticipa la ofrenda sacrificial que irá haciendo a los largo de toda su vida y que culminará en el Templo de  Sí mismo, en su Cuerpo y Sangre entregada en el altar de la Cruz, ofrenda sacrificial que Él nos ha dejado como memorial en el Sacramento de la Eucaristía.

La santa misa debe ser para nosotros ofrenda agradable con Cristo al Padre, para quedar consagrados con Él para gloria de la Santísima Trinidad. Y como nos hemos ofrecido con Él y hemos sido consagrados con Él al Padre, cuando salimos del templo ya no nos pertenecemos, hemos perdido la propiedad de nosotros mismos a favor del servicio a los hermanos; para gloria de Dios, tenemos que vivir o dejar que Cristo viva en nosotros su ofrenda al Padre. Esto es la santa misa. Esta es su espiritualidad y su liturgia. Es ofrenda y consagración con Cristo para gloria de Dios y  servicio y entrega a los hombres.

En la celebración de la Presentación de Jesús estuvo María íntimamente unida a este Misterio de su Hijo, como la Madre del Siervo de Yaveh, ejerciendo un deber propio del Antiguo Israel y presentándose a la vez como modelo del nuevo pueblo de Dios, constantemente probado en la fe y la esperanza por el sufrimiento y la persecución (Cr Maríalis cultus 7).

«Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la Concepción virginal de Cristo hasta su muerte... Y cuando hecha la ofrenda propia de los pobres lo presentó al Señor en el templo oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la madre, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (LG 57).

Con Simeón y Ana todos nosotros y todos los hombres debemos de salir al encuentro del Señor que viene. Debemos reconocerle como ellos como Mesías, “Luz de la Naciones” “Gloria de Israel”, pero también “signo de contradicción”.

La espada de dolor predicha a María será el signo y la consecuencia de esa contradicción que anuncia otra oblación perfecta y única, la de la Cruz, que dará la salvación que Dios ha preparado “ante todos los pueblos”.

La monición de entrada nos explica perfectamente el sentido de esta fiesta: «Hace cuarenta días celebramos llenos de gozo la fiesta del Nacimiento del Señor. Hoy es el día en que Jesús fue presentado en el templo para cumplir la ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente. Impulsados por el Espíritu Santo, llegaron al  templo los santos ancianos Simeón y Ana, que, iluminados por el mismo Espíritu, conocieron al Señor y lo proclamaron con alegría.

De la misma manera nosotros, congregados en una sola familia por el Espíritu Santo vayamos a la casa de Dios, al encuentro de Cristo. Lo encontraremos y lo conoceremos en la fracción del pan, “hasta que vuelva revestido de gloria.

SANTIDAD MARÍANA DEL SACERDOTE
(FISONOMÍA MARÍANA DE LA SANTIDAD SACERDOTAL)


La santidad de María aclara la vida y el misterio sacerdotal

Cardenal José Saraiva Maralins


Introducción


         El punto de inicio de nuestra reflexi6n no puede ser otro que el horizonte del capítulo VIII de la Constitución Lumen gentium, de la cual se cumple este año el 40 aniversario de su promulgación. Su alcance era puesto en evidencia por Pablo VI: “Es la primera vez (...) que un Concilio ecuménico presenta una síntesis tan amplia de la doctrina católica en relación al lugar que María santísima ocupa en el ministerio de Cristo y de la Iglesia” (Discurso de cierre de la III Sesión del Concilio Vaticano II, 21 de noviembre de 1964).

         La perspectiva conciliar nos lleva a entender que no es posible hablar de Cristo, ni de su Cuerpo místico, omitiendo la Virgen María. La sobriedad con la que el Nuevo Testamento presenta la persona y la misión de la Madre del Señor seguramente no se puede asimilar a la irrelevancia de su figura. María, al contrario, es decisiva al considerar la verdad de Dios hecho hombre y, por tanto, para fundamento de toda la entera economía de la salvación. Si por un lado el hablar de Cristo y de la Iglesia lleva naturalmente a hablar de María (pensemos
en el alcance cristológico de la definición de la maternidad divina en el Concilio de Efeso del 431), por otro lado, la consideración de la figura de María conduce rápidamente a Cristo y a la Iglesia: el dicho tradicional «ad Iesum per Maríam». Distinta sería una falsa devoción a la Virgen, construida según nuestro entendimiento, pero no según la revelación bíblica y la tradición eclesial de Oriente y Occidente.

         Con relación a la unión con la Iglesia, de la cual es hija y madre, imagen y espejo, María refleja el Pueblo de Dios, en su conjunto como cada uno de sus miembros, cada uno de ellos con los propios carismas, misión, condición, estado de vida, función... Ya San Ambrosio, hablando a las vírgenes consagradas, recordaba que la vida de María «es regla de conducta para todos» y no sóio para quien se ha entregado públicamente al seguimiento de Cristo con amor único. No hay de hecho una categoría de creyentes que, de algún modo, se acerque más que otros a María, ya que, representando la «creyente» por excelencia, todos los discípulos de Jesús pueden y deben reconocerse en ella, advirtiendo que en su experiencia espiritual se revive de alguna manera aquella de María. Si consideras, de hecho, aquello que ha dicho Jesús: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21; Mc 3,35; Mt 1 2,50).

         La cualidad de vida santa de María clarifica entonces cada estado de vida, siendo definida por actitudes interiores esenciales para la vida como cristianos, que precede las varias vocaciones existentes en la Iglesia. Ya que María es la primera y más perfecta discípula de Jesús, todos los cristianos son exhortados a imitarla, conscientes de que para seguir Cristo es necesario cultivar las virtudes que tuvo María: la excelencia del camino Maríano para vivir en Cristo ha sido bien ilustrada en la Carta apostólica Rosarium Virginis Maríae de Juan Pablo II (16.10.2002).

         Se podría decir que como la fe, la esperanza y la caridad no son virtudes de una vocación en la Iglesia pero se suponen presentes en todas las vocaciones, del mismo modo, en analogía, la santidad de María informa la santidad cristiana, de modo que no hay santo o santa que no presente en su propia santidad el perfil Maríano.

         En verdad, la fisonomía Maríana de la santidad de los cristianos se antepone a su devoción a María, porque está implícita en la configuración Cristo. En otras palabras, para adherirse a Dios completamente es natural apropiarse de aquel conjunto de virtudes espirituales que resplandecen con plenitud de la luz de la Virgen María, icono de la Iglesia de Cristo. Si todos los santos y las santas, en las distintas condiciones de vida (apóstoles, mártires, obispos, presbíteros, diáconos, religiosos, laicos, vírgenes, casados), llevan en sí el reflejo de la santidad de la Iglesia, ninguno de ellos puede llamarse «imagen purísima de la Iglesia» como en cambio confesamos de María (cf. Sacrosanctum Concilium n. 103).

         Nos lo enseña magistralmente Lumen gentium 65: «Mientras que la Iglesia en la Santísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda lo comunidad de los elegidos, como modelo de virtudes».

         Por otro lado, el sello Maríano marca profundamente la Iglesia, su identidad y misión, como ha destacado Juan Pablo II al observar que la dimensión Maríana de la Iglesia es antecedente a la petrina. Como María expresa y refleja ia credencial de la fe verdadera, así ella reúne en si y refleja el sentido y alcance de la santidad cristiana: ¿Quién, aparte de ella, puede testimoniar el haber “tocado” la santidad de Dios, de haber recibido en su persona - espíritu, alma y cuerpo - al solo Santo? Mirar a la Todasanta es, de algún modo, comprender que la “santidad” le ha sido otorgada: desde el primer instante de su concepción, María es santa porque es gratuitamente santificada por Dios; y por otra parte, es entender que la santidad de María es una respuesta total, generosa, perseverante, al don del tres veces Santo, que la ha elegido como su propio santuario viviente. El don y la respuesta implicados en la santidad de María aparecen en los títulos que tradición eclesial le ha atribuido: casa de Dios, morada consagrada a Dios, templo de Dios...

         Tal misterio está bien ilustrado por el icono oriental de la Panagici, donde María está representada en un comportamiento orante, con los brazos abiertos, y que lleva sobre el corazón - regazo el círculo que encierra Aquel que los mismos cielos no pueden contener:
quien la hace Panagia es Aquel que ella ha recibido en sí, el Santo Hijo de Dios, rostro visible del Padre invisible que está en los cielos; y esto en virtud de la potencia del Espíritu Santo y de la docilidad a éste.

         La santidad de María es santidad recibida por gracia y correspondida con libertad; es santidad testimoniada, irradiada, transmitida a todos, sin excepciones y preferencias. Por medio de ella hemos recibido al Santo que santifico nuestras almas. Si debemos, por lo tanto, reconocer que la santidad de María no tiene que ver más con los sacerdotes que con los laicos o los religiosos, debemos añadir que los sacerdotes no pueden dejar de inspirar su vida y su misterio sin tomar referirse de la Todasanta.

         En esta línea, quisiera explicitar el tema de la espiritualidad Maríana del sacerdote, subrayando algunos aspectos que no hablan solo de cultivar la piedad Maríana, sino que son vitales para vivir el misterio que el Espíritu Santo ha difundido en los corazones y puesto en las manos de los sacerdotes.

 

2. El vínculo “filial” que une al sacerdote y María


         Como enseña Presbyterorum Ordinis, en el n. 1 8, la santidad del sacerdote se alimenta sobre todo mediante la economía sacramental, la cual une vitalmente a Cristo implicando toda la vida, en comunión y siguiendo el ejemplo de María: «Los ministros de la gracia sacramental se unen íntimamente a Cristo Salvador y Pastor por la fructuosa recepción de los sacramentos, sobre todo en la frecuente acción sacramental de la Penitencia, puesto que, preparada con el examen diario de conciencia, favorece tantísimo la necesaria conversión del corazón al amor del Padre de las misericordias. A la luz de la fe, nutrida con la lectio divina, pueden buscar cuidadosamente las señales de la voluntad divina y los impulsos de su gracia en los varios aconteceres de la vida, y hacerse, con ello, más dóciles cada día para su misión recibida en el Espíritu Santo. En la Santísima Virgen María encuentran siempre un ejemplo admirable de esta docilidad, pues ella, guiada por el Espíritu Santo, se entregó totalmente al misterio de la redención de los hombres; veneren y amen los presbíteros con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio».

         En este texto se observa que la devoción Maríana del sacerdote no está dictada por una inclinación radicada en el sacramento recibido: los sacerdotes están completamente consagrados, por el Espíritu derramado sobre ellos, al misterio de Cristo Salvador. Para responder con diligencia a su vocación, ellos - advierte el Concilio- deben venerar y amar María con devoción y culto filial. El adjetivo “filial” merece detenerse a reflexionar, ya que cualifico una unión constitutiva que precede y suscita la misma devoción Maríana: no es el homenaje caballeresco a la propia mujer (Madonna), ni el sentimentalismo que no incide sobre la vida, sino que es obediencia al don de Cristo, según la mutua entrega - recibimiento entre María y el discípulo amado, por deseo testamentario del Redentor (cf. Jn 1 9,25-27). Es más, el amor “filial” hacia la Madre del Señor, prolongando el amor por ella nutrido por su Hijo divino, debe recubrir las características del mismo amor filial de Cristo, quien, desde la Encarnación, ha sido el primero en decir a María “totus tuus”. En este sentido la calificación de “filial” no expresa el amor como optativo, dejando a los más sensibles a la espiritualidad Maríana, siendo circunscrito en la objetividad del ser discípulos - hermanos de Jesús.

         Sabemos que la entrega de María al discípulo amado no involucra sólo al apóstol Juan: Jesús la entregó como madre a todos los discípulos. Pero tratándose de una relación entre personas, se entiende que María desarrolla su maternidad en relación con cada hijo, reconocido en su propia originalidad.

         Por tal motivo, los sacerdotes deben tener conciencia, en calidad de ministros ordenados, del vínculo que los une con María por aquello que ella es y por lo que ellos son en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Aquella que consagró todo su ser en la obra del Redentor, es inspiración fundamental para quienes se consagran en el ministerio ordenado para anunciar y actuar la obra de la redención.

         No se debe olvidar que María no es sólo modelo de donación al Redentor y a los redimidos, sino, como Madre, es mafriz que genera en los sacerdotes, que la reciben y la aman con amor “filial”, la conformidad con Cristo su Hijo. El sacerdote está llamado por Jesús, en el estado que lo caracteriza, a recibir a María en su vida y en su ministerio, dispuesto a introducirla en todo el espacio de su ser y de su obrar, en calidad de ministro que obra in persona Christi.   La eficacia del ministerio sacerdotal está en cierta medida, condicionada por el comportamiento “filial” que une al sacerdote con la Madre de Cristo, en obediencia a la suprema voluntad del Redentor.

         De este modo el Santo Padre ha hablado de María Madre del sacerdocio, Madre de los sacerdotes, exhortando los ministros ordenados a aplicarse a ellos la entrega del testamento de Cristo: «De hecho, al discípulo predilecto, que siendo uno de los Doce había escuchado en el Cenáculo las palabras: “Haced esto en memoria mía”, Cristo, desde lo alto de la Cruz, lo señaló a su Madre, diciéndole: “He ahí a tu hijo”. Al hombre, que el Jueves Santo recibió el poder de celebrar la Eucaristía, con estas palabras del Redentor agonizante se le dio a su Madre como “hijo”. Todos nosotros, por consiguiente, que recibimos el mismo poder mediante la Ordenación sacerdotal, en cierto sentido somos los primeros en tener el derecho a ver en ella a nuestra Madre. Deseo, por consiguiente, que todos vosotros, junto conmigo, encontréis en María la Madre del sacerdocio, que hemos recibido de Cristo. Deseo, además, que confiéis particularmente a Ella vuestro sacerdocio».

         Desde este punto de vista, así escribe el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros publicado por la Congregación para el Clero en 1994: «La espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa si no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado, que quiso confiar a Su Madre al discípulo predilecto y, a través de él, a todos los sacerdotes, que han sido llamados a continuar Su obra de redención» (n.68). El vínculo “filial” con María, a la vez que permite experimentar a los sacerdotes la presencia materna, les enseña a vivir el ministerio dóciles al Espíritu Santo, imitando su ser Cristo foro por el mundo. A este respecto, es iluminante recordar un pasaje de la Lumen gentium donde la luz de la «maternidad» de María ilumina a cuantos son llamados al ministerio de regenerar los hombres en la santidad de Dios, como son justamente lo sacerdotes: «La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres» (n. 65).

         Comentando esta realidad, el Santo Padre Juan Pablo II auguraba en la Carta a los sacerdotes del Jueves Santo 1988: «Que la verdad sobre la maternidad de la Iglesia, como por ejemplo sobre la Madre de Dios, se haga más cercana a nuestras conciencias sacerdotales... Es necesario ir a fondo de nuevo en esta verdad misteriosa de nuestra vocación: esta paternidad en el espíritu, que a nivel humano es muy similar a la maternidad... Se trata de una característica de nuestra personalidad sacerdotal, que expresa justamente su madurez apostólica y su fecundidad espiritual... Que cada uno de nosotros permita a María ocupar un espacio en la casa del propio sacerdocio sacramental, como madre y mediadora de aquel gran misterio (cf. Ef 5,32) que todos queremos servir con nuestra vida».


3. La santidad inspiradora de María en el sacerdote.

 

La obra del Espíritu Santo y Santificador dirige la atención obviamente al Padre, «fuente de toda santidad», y el Hijo Redentor: el Espíritu «procede del Padre y del Hijo», como profesamos en el Símbolo. Pero implica también a María, como vemos en las páginas del Nuevo Testamento.

         La Virgen, junto al Espíritu, está presente en la hora de la Encarnación y de Pentecostés, inicio y fruto del mysterium salutis obrado por el Cristo: el Hijo del Altísimo se ha encarnado en el seno de la Virgen para efundir sobre cada criatura el Espíritu recreador. Si la efusión del Espíritu Santo en la Encarnación y en Pentecostés implica la presencia de María (Madre de Cristo Cabeza en Nazareth - Madre de la Iglesia, cuerpo de Cristo, en el Cenáculo), esto no puede ocurrir sin motivo: comprendemos que su cooperación materna está de alguna manera involucrada en la incesante santificación que el Espíritu de Cristo cumple en la vida de sus discípulos. Según dos dimensiones.

         La primera considera la misión de María con respecto a nosotros: si estamos unidos por gracia inmerecida al Santo, es también gracias a Aquella que nos lo ha donado. «Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad en la restauración de lo vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia»(Lumen gentium 61).

         El significado de la asociación de María a la obra del Redentor, se expresa así por Cirilo de Alejandria «Por ti María los creyentes llegamos a la gracia del santo bautismo... Por ti los apóstoles han predicado en el mundo la salvación».

         En esta línea, podemos agregar nosotros: Por ti, María, se dona la gracia del sacramento de la Ordenación; por ti los sacerdotes son aquello que son; por ti María los sacerdotes desarrollan el ministerio de la santificación en los miembros del cuerpo de Cristo». ( En ti se hizo Cristo Sacerdote, por ti vino el sacerdocio a los hombres, en ti Cristo fue ungido Sacerdote por el Espíritu Santo, Junto a ti en la cruz Cristo fue sacerdote de su propia víctima y consumó su victimación y obra redentora y sacerdotal)

         En la santa unción que, mediante el sacramento de la Ordenación, conforma a quien lo recibe con Cristo Sacerdote, podemos ver un reflejo Maríano. Como no se puede pensar en separar el sacerdocio de Cristo de la cooperación de María, que le ha dado el cuerpo y la sangre para el sacrificio de la nueva y eterna alianza, así debemos pensar que el vínculo entre María y los sacerdotes está ordenado para ofrecer un sacrificio agradable a Dios.

        

         La segunda dimensión contempla nuestra unión con la Todo- santa: para estar realmente unidos al Santo nos aferramos a María, aprendiendo de ella a vivir la santidad de la y en la Iglesia. Es lo que hicieron los Apóstoles en el Cenáculo, unidos a la Madre del Señor que imploraba «con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la Anunciación» ( LG 59). Desde aquel quincuagésimo día del alba de la resurrección del Hijo, María continua incesantemente inclinada a escuchar la oración de la comunidad cristiana, invocando el Espíritu Santificador sobre el ministerio de los sacerdotes, enseñándoles a recibirlo dignamente, dócilmente, con perseverancia, cotidianamente.

         La espiritualidad Maríana de tantos santos sacerdotes nos exhorta a recibir María en nuestra existencia, es decir a dejar espacio para que ella, por la potencia del Espíritu Santo, reproduzca en nuestras almas a Jesucristo vivo «Gestémonos en María, como cera en un molde para asemejamos perfectamente a Cristo» diría aún hoy Montfort a los sacerdotes.

         Lo retomaba también Pablo VI en estos términos: “María es el modelo estupendo de la dedicación total a Dios; Ella constituye para nosotros no sólo el ejemplo, sino la gracia de poder permanecer siempre fieles a la consagración, que hemos hecho de nuestra vida entera a Dios».


4. María,  maestra de vida espiritual

 
         A la pregunta ¿qué dice María a los sacerdotes?, es fácil responder recordando las sobrias pero importantes palabras que ella dijo a los siervos en las bodas de Caná: “Haced lo que El os diga” (Jn 2, 5). Es evocativo relacionar estas palabras con aquellas que Jesús dijo a los apóstoles en la Ultima Cena: “Haced esto en memoria mía”. Nutrir una verdadera devoción hacia María se resuelve de hecho en el obedecer existencialmente a Cristo, dejándolo «revivir» en nuestras personas y en nuestro ministerio sacerdotal. En síntesis, María nos llama maternalmente a comportarnos según la vocación recibida mediante la imposición de las manos, es decir a hacer memoria en la vida cotidiana de los santos misterios que celebramos en el altar in persona Christi.

         Prestar atención a las llamadas de María: “Haced lo que Él os diga”, quiere decir para nosotros sacerdotes dejarnos formar espiritualmente por la Madre del Sumo y eterno Sacerdote: ella educa a la santidad, acompañándonos en el camino; ella nos llama a convertirnos a la santidad; ella nos introduce a la comunión con Cristo en la Iglesia.

         Para ser fructuosos, el amor, la contemplación, la oración, la alabanza a María deben traducirse en «imitación de sus virtudes» como recuerda Lumen gentium 67. De ella aprendemos: las bienaventuranzas de la fe; la serenidad del dejarnos llevar por el aquí estoy, también cuando no está todo claro; el perseverar en la vocación recibida, de la cual somos humildes servidores y no dueños; el espíritu misionero del ir solícitos a llevar Cristo al prójimo, como ella hizo visitando a Isabel; la actitud eucarística del Magníficat; el guardar en el corazón meditando palabras y hechos; el silencio receptivo de frente al misterio que nos supera; la fuerza de abrazar con alegría el sufrimiento de la Pascua; el amor al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

         Una síntesis de los frutos que madura en los sacerdotes el recibir a María como Madre y Maestra de vida espiritual, se ofrece en el n. 68 del Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros publicado por la Congregación para el Clero: «La Siempre Virgen es para los sacerdotes la Madre, que los conduce a Cristo, a la vez que los hace amar auténticamente a la Iglesia y los guía al Reino de los Cielos. Todo presbítero sabe que María, por ser Madre, es la formadora eminente de su sacerdocio: ya que Ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal; la Virgen, pues, sabe y quiere proteger a los sacerdotes de los peligros, cansancios y desánimos: Ella vela, con solicitud materna, para que el presbítero pueda crecer en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres (cf Lc 2, 40). No serán hijos devotos, quienes no sepan imitar las virtudes de la Madre. El presbítero, por tanto, ha de mirar a María si quiere ser un ministro humilde, obediente y casto, que pueda dar testimonio de caridad a través de la donación total al Señor y a la Iglesia».

HOMILÍA

MARÍA, DESDE PENTECOSTÉS A LA ASUNCIÓN

Un misterio olvidado

 

Cumplida la Pasión, y habiendo tenido ya lugar la Resurrección, la Ascensión y Pentecostés, María, la Madre de Dios, Corredentora ya y Santísima, aún se quedó en la tierra. Parecía natural entrase en el cielo con su Hijo, San José y los demás santos del Antiguo Testamento, pero es que además era Madre de la iglesia. ¿Cuáles fueron su misión maternal y ejemplos tan especiales, que le hicieron permaneciese aún años con los primeros cristianos? Bien merecen nuestra atención e imitación, junto con nuestro agradecimiento.

 

1. Madre sacrificada


         La abnegación maternal de la Virgen es una constante sublime, y admirable modelo en toda su vida, que llega a su cénit al pie de la Cruz. Había empezado ya en el mismo momento en que comenzó a ser Madre de Cristo, y como tal, Madre también de su Cuerpo místico, la Iglesia.

          Comienzo que fue el molesto viaje y servicio doméstico para ayudar a su prima Santa Isabel en la natividad de San Juan Bautista. Y cuando la Iglesia está ya nacida, aún persiste su dedicación total, hasta el punto de retrasar su coronación gloriosa en el cielo, a fin de prestarle sus últimos cuidados maternales en esta vida.

         Para penetrar en este sacrificio que le supuso el desempeño perfecto de su oficio de Madre nuestra, pensemos los deseos que tendría de irse a reunirse con su Hijo, y de gozar de Dios, Ella que como nadie le conocía, le amaba y merecía.

         Pero todo lo pospuso, ¡durante veinte años!, al cumplimiento pleno de la misión recibida de Cristo: “Ahí tienes a tu hijo”. Como si ya no hubiera hecho bastante.

                                      * * *

         Madre admirable, más madre que ninguna, pues TU ABNEGACION MATERNAL ES LA MAYOR. Prueba que también tu amor por nosotros es superior al de cualquier otra madre.

         Ángel de mi guarda, ¡si llegase yo con tu asistencia, A CONVENCERME de este amor sin límites de mí Madre! Para agradecérselo sin cesar, para corresponder a él con mi entrega total a Cristo en sus manos, pues no es otro su deseo; para imitarla, como homenaje y muestra de amor.

         Imitarla particularmente LAS MUJERES en su abnegación maternal, ahora que el demonio quiere pervertirlas con sus halagos de independencia, de pasarlo bien, se trate de maternidad natural o sobrenatural, a la que no solamente las religiosas están llamadas.

         Imitarla TODOS en cumplir la misión encomendada por Dios, como cristianos: en la familia, trabajo, apostolado...


II. Madre oculta


         Si nos deja asombrados su abnegación hasta el fin, no es menor causa de admiración su humildad. De todos esos años, los de su mayor santidad, y por consiguiente inmenso tesoro de nuevos méritos y gracias para la Iglesia, no sabemos nada, ni tan siquiera de su dichoso tránsito al cielo.

         Ella misma proclamó diversas veces, en los momentos más significativos: “He aquí la esclava del Señor...Ha mirado la humildad de su esclava”.

         Humilde también en la plenitud y final de su vida. De este tiempo no cuentan nada de Ella los Hechos de los Apóstoles, ni sus cartas. Señal que en nada intervino públicamente.
         Esta vida oculta, segundo Nazaret, es otra corona más en su gloria sin par. Y el mismo Dios, su Hijo, la ha querido resaltar, precisamente silenciándola en los autores inspirados del Nuevo Testamento.

         Enseñándonos así, qué es lo más importante en la vida de la Iglesia. Humildad oculta que no excluye el hablar y entusiasmar con Cristo. Y se deduce de los Evangelios de San Lucas (c. 1 y 2; y 2,51) y San Juan (2,3-5; y todo su sentido profundo de la vida interior de Cristo), que debieron escuchar de labios de Santa María lo que guardaba en su corazón.

                                      * * *

         Virgen prudentísima, ENSEÑAME A CALLAR. A callar ante los hombres y hablar ante Dios. Por el misterio de tu silencio.

         ¡Me es tan difícil aprender la humildad! Que viéndote a ti, allá, escondida en tu celda, en una casita blanca de Éfeso, con San Juan, según suponemos, consiga vencer Ml AMBICION INSACIABLE de cosas, de placeres, de fama, de vanidad y soberbia.
¡Qué absurdo que cuando Tú, Reina del Universo, vives de incógnito, pretenda yo subir sobre los demás, y ser reverenciado!

                   Enséñame a hacer el bien sin focos de publicidad, ni siquiera con el reconocimiento a mis buenas obras. Mucho menos buscando la reverenda a mis limitadas cualidades, a mis imperfectas virtudes, a tanto oropel como me visto. Infinitamente más gozoso será participar, a tu lado, de la EXALTACION DE LOS HUMILDES por el poderoso brazo de Dios.

III. Madre orante

         Sin duda oraba siempre; en oración la sorprendió el Ángel Gabriel y en oración, por su oración recibieron el Espíritu Santo los Apóstoles. Si alguna virtud característica suya aparece en el Evangelio es esa. Oración son sus palabras al arcángel San Gabriel en la Anunciación. Oración, su saludo a Santa Isabel con el «Magníficat>’. Oración, su intervención en las bodas de Caná. Oración, su compañía a Cristo en el Calvario, el primer altar y sagrario. Oración, su reunión con los apóstoles en el Cenáculo, para rezar con insistencia (Hech. 1,14).

         ¡Qué no conseguiría la oración de la Virgen desde Éfeso (hoy Turquia) por la primitiva Iglesia! ¡Qué no conseguirá nuestra oración si la unimos a la suya! Porque es tanto su aprecio por la oración, que aun en el cielo sigue intercediendo por nosotros. Y nada menos que como Medianera universal, Madre de la divina gracia.

         Oración que para ser eficaz ha de estar acompañada, como Ella nos lo enseña,  de caridad abnegada y de humildad, sin prisa de tiempo, como tampoco la tuvo Ella de terminar su misión en la tierra.        Oración que resulta -se dice pronto, pero lo es todo-: de poner la confianza en Dios, no en los hombres, y procurar agradarle a Él, sin importarnos las críticas injustificadas, pues Él es quien rige la vida y la historia.* * *

++“Virgen fiel, DAME FIDELIDAD a la oración. Puerta del cielo, ABREME la del Corazón de Jesús.

++ Madre purísima, concédeme LIMPIEZA DE CORAZON para que vea a Dios.

++ Auxilio de los cristianos, SOCÓRREME en las luchas contra el demonio, el mundo y la carne, pues solamente los victoriosos en ellas comerán del árbol de la vida (Apoc. 2,7).

++ Que así limpio y victorioso me alcances ver a Dios en la oración, tener entrada y FAMILIARIDAD con Cristo Eucaristía, alimentarme de Éls, pues Él es mi vida.

++ QUE APRENDA DE TI, como los evangelistas, los misterios de Cristo y su significación, para hacerlos mi luz y mi alimento.

++QUE CONVIERTA CONTIGO mi vida en oración, y mi oración y sacrificio en apostolado fecundo: por las necesidades de mi familia, mi parroquia, mi diócesis, de la Iglesia toda. Amén.

ÍNDICE

FIN DEL CURSO PARROQUIAL EN EL PUERTO CON EL GRUPO DEL MARTES 12 HOMBRES Y SUS ESPOSAS AÑO 1977………………………….5

JUBILEO DEL HIJO, JUBILEO DE LA MADRE …………………..….………10

NOVENA A LA VIRGEN DEL PUERTO (Lunes, 24 abril 2006) HOMILÍA..…15

MARÍA Y LA RESURRECCIÓN…………………………………….…………19

LA PERSONALIDAD DE MARÍA………………………………………………23

NOVENA DE LA VIRGEN DEL CARMEN (2004)……………………………26

HOMILÍA EN LA NOVENA A LA VIRGEN DEL PUERTO 

(Catedral, abril 1988)………………………………………………………...……30

MEDITACIÓN MARÍANA: “He aquí la esclava del Señor”(Mayo 1982……..)37

MEDITACIÓN MARÍA, MADRE DE FE, DE ESPERANZA Y DE AMOR….43

MARÍA, MADRE DEL AMOR HERMOSO HOMILÍA ………………………51

CON MARÍA, A LA BÚSQUEDA DE DIOS  ………………………..……..…55

MISA Y VIGILIA MARÍANA EN EL PUERTO (Mayo 1976) ….....................60

VIRGEN DEL SALOBRAR EN JARAÍZ DE LA VERA (1977)………………..67

FIESTA DE LA VIRGEN DEL SALOBRAR EN MADRID……………………71

FIESTA DE LA VIRGEN DEL PUERTO EN MADRID (1996)…………..……76

PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO…………………………………81

FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR (1997)………………………86

SANTIDAD MARÍANA DEL SACERDOTE  (FISONOMÍA MARÍANA

DE LA SANTIDAD SACERDOTAL)………………………………….………90

MARÍA, DESDE PENTECOSTÉS A LA ASUNCIÓN………………………103

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