HOMILÍAS Y MEDITACIONES EUCARÍSTICAS DEL PAPA PABLO VI

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

PABLO VI

HOMILIAS EUCARÍSTICAS 

SANTA MISA "IN CENA DOMINI"

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Basílica de San Juan de Letrán. Jueves Santo 26 de marzo de 1964

Nos mismo hemos querido celebrar este rito “in coena Domini” porque hemos sido solicitados por la invitación, por el impulso de la reciente Constitución del Concilio Ecuménico sobre la Sagrada Liturgia, decididamente dirigida a aproximar las estructuras jerárquicas y comunitarias de la Iglesia lo más posible al ejercicio del culto, a la celebración, a la comprensión, al gozo de los sagrados misterios, contenidos en la oración sacramental y oficial de la Iglesia misma.

Si todo sacerdote, como cabeza de una comunidad de fieles, si todo obispo, consciente de ser el centro operante y santificador de una Iglesia, desea, pudiéndolo, celebrar personalmente la santa misa del Jueves Santo, día memorable en que la santa misa fue celebrada por primera vez e instituida por el mismo Cristo para que lo fuese luego por los elegidos para ejercer su sacerdocio, ¿no debería el Papa, dichoso de tener esta oportunidad, realizar él mismo el rito en la conmemoración anual, que evoca su origen, medita su típica institución, exalta con sencillez pero con toda la posible e inefable interioridad su santísimo significado, y adora la oculta pero cierta presencia de Cristo santificador mismo para nuestra salvación?

Si quisiéramos justificar con otros motivos este propósito nuestro no tendríamos dificultades en encontrar muchos y excelentes; dos, por ejemplo, que pueden contribuir a hacer más piadosa y gozosa nuestra presente celebración; Nos sugiere el primero el múltiple movimiento, que fermenta en tantas formas diversas en el seno de nuestra sociedad contemporánea, y la estimula, aún a su pesar, a expresiones uniformes primero y unitarias después; el pensamiento humano, la cultura, la acción, la política, la vida social, la económica también —de por sí particular y que tiende al interés que distingue y opone a cada uno de los interesados—, están encaminados a una convergencia unificadora; el progreso lo exige y la paz se encuentra allí y de todo aquello tiene necesidad.

Pero el misterio que nosotros celebramos esta tarde es un misterio de unificación, de unidad mística y humana; bien lo sabemos; y aunque se realiza en una esfera distinta de la temporal, no prescinde, no ignora, no descuida la socialidad humana en el acto mismo que la supone, la cultiva, la conforta, la sublima, cuando este misterio, que justamente llamamos comunión, nos pone en inefable sociedad con Cristo, y mediante El en sociedad con Dios y en sociedad con los hermanos con relación diversas, según sean o no partícipes con nosotros de la mesa que juntamente nos une, de la fe que unifica nuestros espíritus, de la caridad que nos compagina en un solo cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo.

El segundo motivo, que si hace referencia, como decíamos, a todo sacerdote, a todo obispo, respecta principalmente a Nos, a nuestra persona y a nuestra misión que Cristo quiere poner en el corazón de la unidad de toda la Iglesia católica, y ennoblecerla con un título, impuesto por un Padre, desde los albores de la historia eclesiástica, de “presidente de la caridad”.

Creemos nos incumbe el grande y grave oficio de recapitular aquí la historia humana anudada como a su luz y salvación, al sacrificio de Cristo, sacrificio que aquí se refleja y de modo incruento se renueva; nos toca atender una mesa a la que están invitados místicamente todos los obispos, todos los sacerdotes, todos los fieles de la tierra; aquí se celebra la hermandad de todos los hijos de la Iglesia católica; aquí está la fuente de la socialidad cristiana, convocada a sus principios constitutivos trascendentes y socorridas por energías alimentadas, no por intereses terrenos, que son siempre de funcionamiento ambiguo, ni por cálculos políticos, siempre de efímera consistencia, no por ambiciones imperialistas o dictámenes coercitivos, ni siquiera por el sueño noble e ideal de la concordia universal, que puede, a lo más, intentar el hombre, pero que no sabe realizar ni conservar; por energías, decimos, potenciadas por una corriente superior, divina, por la corriente, por la urgencia de la caridad, que Cristo nos ha conseguido de Dios y hace circular en nosotros, para ayudarnos a “ser una sola cosa” como lo es El con el Padre.

Hermanos e hijos míos; ni las palabras ni el tiempo son suficientes para decirnos a nosotros mismos la plenitud de este momento; esta es la celebración de uno y de muchos, la escuela del amor superior de los unos para con los otros, la profesión de la estima mutua, la alianza de la colaboración recíproca, el empeño del servicio gratuito, la razón de la sabia tolerancia, el precepto del perdón mutuo, la fuente del gozo por la fortuna de los demás, y del dolor por la desventura ajena, el estímulo para preferir el dar dones a recibirlos, la fuente de la verdadera amistad, el arte de gobernar sirviendo y de obedecer queriendo, la formación en las relaciones corteses y sinceras con los hombres, la defensa del respeto y veneración a la personalidad, la armonía de los espíritus libres y dóciles, la comunión de las almas, la caridad.

Leíamos, estos días, unas tristes palabras de un escrito contemporáneo, profeta del mundo sin amor y del egoísmo proclamado libertador: “Yo no quiero comunión de almas...”. El cristianismo no es así, está en los antípodas. Nos quisiéramos construir, bajo los auspicios de Cristo, una comunión de almas, la comunión más grande posible.

Digamos, por tanto a nuestros sacerdotes, ante todo, las palabras sacrosantas del Jueves Santo: “"Amémonos los unos a los otros como Cristo nos ha amado”. ¿Puede haber un programa más grande, más sencillo, más innovador de nuestra vida eclesiástica?

Digamos a vosotros, fieles, que formáis un coro en torno a este altar, y a todos vosotros distribuidos en el inmenso círculo de la santa Iglesia de Dios, otras palabras igualmente pronunciadas por Cristo el Jueves Santo; recordad que éste ha de ser el signo distintivo a los ojos del mundo de vuestra cualidad de discípulos de Cristo, el amor mutuo. “En esto todos conocerán...”.

Diremos a cuantos pueda llegar el eco de nuestra celebración de la cena pascual, en la fe de Cristo y en su caridad, las palabras del Apóstol Pedro: “Complaceos en ser hermanos” (1 P 2, 17). Por este motivo confirmamos aquí también nuestro propósito al Señor, de conducir a buen término el Concilio Ecuménico, como un gran acontecimiento de caridad en la Iglesia, dando a la colegialidad episcopal el significado y el valor que Cristo pretendió conferir a sus apóstoles en la comunión y en el obsequio al primero de ellos, Pedro, promoviendo todos los propósitos encaminados a aumentar en la Iglesia de Dios la caridad, la colaboración, la confianza.

También con este sentimiento de caridad en el corazón saludamos desde esta Basílica, cabeza y madre de todas las Iglesias, a todos los hermanos cristianos, por desgracia aún separados de nosotros, pero pretendiendo buscar la unidad querida por Cristo para su única Iglesia. Enviamos nuestro saludo pascual, el primero quizás en ocasión tan sagrada como ésta, a las Iglesias orientales ahora separadas de Nos, pero a Nos muy ligadas en la fe; salud y paz pascual para el patriarca ecuménico Atenágoras, por Nos abrazado en Jerusalén en la fiesta latina de la Epifanía; paz y salud a los demás patriarcas saludados por Nos, en la misma ocasión; paz y salud a los demás jerarcas de aquellas antiguas y venerables Iglesias, que han mandado sus representantes al Concilio Ecuménico Vaticano; paz y salud también a todos cuantos esperamos encontrar confiados un día en el abrazo de Cristo.

Salud y paz a toda la Iglesia anglicana, mientras que con sincera caridad y con la misma esperanza deseamos poder un día verla unida honrosamente en el único y universal redil de Cristo.

Salud y paz a todas las demás comunidades cristianas procedentes de la reforma del siglo XVI, que las separó de nosotros. Que la virtud de la Pascua de Cristo indique el justo y quizás largo camino para renovarnos en la perfecta comunión, mientras que ya buscamos con mutua estima y respeto cómo abreviar las distancias y cómo practicar la caridad, que esperamos un día verdaderamente victoriosa.

Mandamos también un saludo cordial, de reconocimiento, a los creyentes en Dios de una y otra confesión religiosa no cristiana, que acogieron con festiva reverencia nuestra peregrinación a los Santos Lugares.

También pensamos en estos momentos en toda la humanidad, estimulados por la caridad de Aquél que amó de tal forma al mundo que por él dio su vida. Nuestro corazón adquiere las dimensiones del mundo; ojalá adquiriera las infinitas del corazón de Cristo. Y vosotros, hermanos e hijos y fieles, estáis aquí presentes, ciertamente para celebrar con Nos el Jueves Santo, el día de la caridad consumada y perpetuada de Cristo por nuestra salvación.

FIESTA DE ORACION

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 3 de mayo de 1964

El Santo Padre recuerda a los presentes que el Evangelio del día recoge las últimas palabras que Jesús dirigió a los Apóstoles al final de su vida temporal. Estas son las últimas palabras de despedida del Señor durante la Última Cena, antes de la gran oración sacerdotal. Jesús, previendo la Pasión, quiere desprenderse con infinita delicadeza de los discípulos: y sus palabras son de una claridad que no admite dudas; como quien está a punto de morir, dice las cosas supremas y hace las recomendaciones más importantes.

En esta contingencia tan dolorosa, delicada y sagrada, Jesús habla de las relaciones que había establecido con las personas con las que había estado cerca durante su vida. Después de anunciar la venida del Espíritu Santo y la continuidad de la misión de los Apóstoles, recomienda la oración. Por tanto, podríamos definir este domingo como la fiesta de la oración. El Señor nos deja su última recomendación: reza, únete a mí y al Padre, a través de este esfuerzo del alma que se llama oración. Conmigo solo habrá desapego de los sentidos, pero vuestras almas estarán en contacto con Dios.

Jesús consuela esta suprema recomendación suya con una observación que huele a reproche: aún queda mucho por hacer en el campo de la oración y esto también nos lo comunica para nuestra reflexión y para nuestra superación. De hecho, dice: hasta ahora no has rezado. Sin embargo, los apóstoles le habían pedido a Jesús que les enseñara a orar y habían compartido muchos momentos de oración con él; conocían las oraciones de los Salmos y las que habían recitado en la Cena de Pascua. 

Entonces, ¿por qué dice Jesús esto? Lo explica agregando: reza en mi Nombre; en el Nombre de Cristo que, como dice San Pablo, es el vínculo entre la humanidad y Dios; mediador, intermediario entre la Iglesia y Dios.

No es fácil recordar estas palabras a la gente de hoy, así como a los jóvenes presentes, ya mucha gente del mundo de los estudios y los negocios. Es difícil hablar de oración al hombre moderno, precisamente porque es moderno, porque está cada vez más en perfecto e interesante contacto con el mundo, con la tierra, con sus energías, con este magnífico cuadro de la naturaleza que nos rodea, con este universo, al que nos acercamos con nuestros sentidos, y con la inteligencia, que transformamos y hacemos útil; que conquistamos y que nos embriaga.

Y esta relación entre nosotros y el mundo parece apaciguar y satisfacer los deseos del hombre, de modo que el hombre se dice a sí mismo: esta es la solución: debo intentar conquistar la tierra, el mundo que me rodea; y aquí están las maravillosas realidades que sueldan esta relación y son las máquinas, las herramientas, los inventos de la ciencia. Y entonces el hombre ya no tiene el deseo ni la actitud de buscar algo que no se pueda medir con nuestros medios de observación. Ya no sentimos la necesidad ni tenemos la capacidad de conversar con Dios.

Y cuando el tema de la oración vuelve a su esencialidad ante nosotros y decimos oraciones, y vamos a la iglesia los domingos, creemos que estamos contentos de haber cumplido así este deber fundamental de la vida cristiana.

¿Son unas oraciones, una peregrinación, el encendido de una vela la fórmula exacta de los actos religiosos? Son actos externos y, a veces, incluso se vuelven supersticiosos; entonces, frente a la exterioridad, el alma inteligente, que quiere reafirmar el reino del espíritu, se concentra en sí misma y entra en una esfera interior de repensar, en la que busca expresar por sí misma la verdadera vida espiritual, y es una que se podría decir psicológico, humano, sentimental, es decir, lo que concierne sólo al punto de partida, es decir, al yo; que se pone en una condición de esfuerzo por trascender lo que va más allá.

Y aquí está la oración según nos dice el Evangelio: conversación, conversación, contacto con Dios. Un encuentro casi aterrador entre el Yo, el pobre de este mundo, y el Infinito, el Creador. Pero ante la consternación que nos puede embargar, Jesús nos invita a hablar con una conversación verdadera y viva. Y aquí recordamos la actitud del pobre publicano del Evangelio que no se atreve a entrar en el templo y reconoce su propia pequeñez, debilidad e indignidad. Esta es una verdadera actitud religiosa del sentido de la propia indignidad y la incapacidad de hacer contacto con el Creador. La oración, por tanto, supone la realidad de Dios y la realidad del yo, y se deriva del contacto entre las dos realidades.

La palabra de Jesús: reza en mi Nombre, resuelve todas las dificultades. Y entonces la oración se vuelve dulce, se vuelve fácil, hermosa, habitual, nuestra. Y esta oración se llama liturgia y el Santo Padre recuerda lo que se habló durante el Concilio. La liturgia es el misterio de la presencia de Dios ante nosotros y la fórmula solución de la relación entre el alma y Dios. De ahí la alegría de hablar con Dios sabiendo que somos escuchados: no hay vacío ni sordera más allá, sino bondad y amor; allí está el Padre, feliz de amarnos y de venir a nuestro encuentro.

Si entendiéramos qué es la oración, esta media hora semanal no nos pesaría, pero estaríamos ansiosos y felices por este encuentro con Dios, por esta cita que nos da cada semana, para la celebración de sus misterios, para ampliar nuestro alma, en la confianza infinita de su bondad, y acoger en nuestra pequeñez la inmensa riqueza de su amor, de su sabiduría, de sus promesas.

El Santo Padre nos exhorta a recordar que la oración no destruye nuestras relaciones con el mundo, sino que las sublima y las transforma, las vivifica, las santifica y las encamina hacia los verdaderos destinos de nuestra vida. Así de este contacto sacamos energía para poder "inter mundanas varietates " para encaminarnos hacia la felicidad suprema que el Cielo nos prepara. Aceptemos, por tanto, la invitación de la Iglesia que nos exhorta a orar juntos para transformar nuestra vida en la suya en unión con Cristo. Y Jesús, haciéndose presente ante nosotros, en el altar, danos su gracia y la alegría de participar en la vida infinita de Dios.

PRIMER ANIVERSARIO DE LA ELECCIÓN DE SU SANTIDAD

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo 21 de junio de 1964

Debemos ahora, de entre todos, saludar la gran peregrinación de la Arquidiócesis de Milán, de Nuestra querida siempre, siempre recordada Iglesia Ambrosiana.

Nos alegra y conmueve verlo presente aquí, en este aniversario de Nuestra elección a la Cátedra de San Pedro, en excelente forma: aquí está S E Monseñor Giovanni Colombo, ex Rector de los Seminarios de Milán y por lo tanto Nuestro gran colaborador y apoyo en el gobierno pastoral de la Arquidiócesis, y Nuestro más digno sucesor en esa gloriosa y bendita sede; aquí está al frente de la Romería, que ha venido a saludarnos con intención y solemnidad oficial; He aquí S E Mons. Giuseppe Schiavini, Vicario General y Obispo Auxiliar, entonces y todavía hoy; aquí está Mons. Guido Augustoni, Presidenteel Colegio de párrocos urbanos con una hermosa corona de prebostes y párrocos y sacerdotes; aquí está la representación del Capítulo Metropolitano y de la venerable Curia y de la Fabbrica del Duomo; y aquí están las autoridades civiles, que con tanta deferencia quisieron sumarse a la Romería para traernos el saludo de la Ciudad, representada por S E el Excmo. Avv. Luigi Meda, teniente de alcalde de Milán, acompañado de cinco concejales, por Noi, por el nombre que lleva y por el cargo que ejerce, muy apreciado; y para traernos el saludo de la Provincia de Milán, presente aquí en la ilustre y querida persona del Presidente de la Diputación Avv. Adrio Casati, con tres Consejeros, de los que teníamos tantas pruebas de adhesión respetuosa y afectuosa y de a quien le debemos un recuerdo especialmente agradecido; también participa en esta audiencia el Dr. Ossola, Alcalde de Varese con el Sr. Teniente de Alcalde; así consejero de esa administración provincial; representantes tan conspicuos de los seminarios diocesanos y lombardos de Roma, de la Universidad Católica, de la valiente Acción Católica, del periódico católico "L'Italia", de laCaritas Ambrosiana; luego el conspicuo del Ospedale Maggiore; y prebostes y párrocos, y grupos parroquiales en gran número.

Queridos milanés! Todos os saludamos cordialmente y os agradecemos esta visita, tan religiosa en su sentido, tan fiel en sus sentimientos, tan consoladora que nos permite ver vuestro fervor y vuestras intenciones. Nos traes, para que tus sentimientos sean aún más expresivos, una primera piedra para ser bendecida para una nueva iglesia, que, dedicada a los santos Juan y Pablo, quiere asociar la memoria del Papa Juan, nuestro lamentado y venerado con el culto de estos. Santos, predecesor y del Papa, que ahora os habla y que fue vuestro Pastor durante ocho años y medio. ¡Qué prueba de bondad y generosidad !, ¡qué nuevo título para Nuestro afecto y Nuestra gratitud !, y ¡qué aliciente para Recordarnos a todos, para guardarlos en Nuestro corazón y en Nuestra oración!

Tu presencia, así documentada, reaviva en Nosotros una pregunta, que muchas veces surge en Nuestro espíritu, y que no nos cansamos de satisfacer con largas respuestas interiores. La pregunta es la siguiente: ¿qué lazos nos unen aún a Milán?

Comprendes cómo la pregunta misma habla de Nuestra sensibilidad no dormida de un desapego, que de repente se apoderó de Nosotros y que produjo una de las lágrimas más fuertes que nos ha reservado la experiencia de Nuestra vida, más bien variada y discontinua. 

De hecho, cuando el 16 de junio del año pasado salimos del aeropuerto de Milán, no parecía en absoluto un saludo de despedida, lo que nos sugirió la cortesía de muchas personas y autoridades presentes, sino más bien un deseo más vivo de un próximo encuentro. Debemos asegurarle, queridos milaneses, que hemos puesto entre ustedes las raíces de todo Nuestro afecto. 

El propósito enunciado en Nuestra entrada en la Arquidiócesis Ambrosiana, repetido solemnemente al comienzo de Nuestra Visita Pastoral, y luego manifestado y confirmado en cada ocasión, fue consagrar todas nuestras fuerzas a Milán todos los días. todos los intereses y afectos de la vida que la Providencia todavía nos había permitido llamar nuestros. Como San Pablo, parecíamos poder decir: "Estás en Nuestro corazón para la vida y para la muerte" (2 Cor . 7, 3). 

Por tanto, nuestra elección al pontificado romano fue para nosotros un desprendimiento muy sentido; y si tantas razones nos obligan a considerar nuestro destino al tremendo y sublime oficio apostólico como el consejo de la divina Providencia, y por tanto a gozar, aunque en la confusión y opresión de su formidable responsabilidad, las misteriosas y misericordiosas intenciones divinas, no obstante no no podemos sentirnos faltos de lo que ya ocupaba todo nuestro corazón: ustedes, queridísimos hijos; ustedes, venerables hermanos de la amada tierra ambrosiana!

Pero la pregunta, que insiste en hacernos conscientes de los lazos espirituales que aún nos mantienen unidos a ti, nos consuela con muchas buenas respuestas, la primera de las cuales ya estamos explicando, incluso celebrando; y es memoria. Sí, queridos hijos, Nuestro recuerdo para ustedes no es menos constante y cordial que el suyo para Nosotros. ¿Queremos aprovechar esta oportunidad para unir nuestras almas en una promesa recíproca de memoria mutua? También en este sentido, en lo que a nosotros concierne, San Pablo nos ayuda con su palabra: "Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes, mencionándolo en nuestras oraciones, y sin dejar de recordar en la presencia de Dios y Padre nuestro, la esperanza trabajadora y constante que tienes en Jesucristo nuestro Señor "( 1 Tes.. 1, 2). Así será de nuestra parte, y así será de la suya.

Sin embargo, la memoria no es el único vínculo que nos mantiene atados a ti, también porque, como decíamos, se expresa en agradecimiento. Nos sentimos agradecidos contigo por una gran gratitud, por la bondad con la que nos has acogido, ayudado, soportado, animado. No es que Nuestra estadía entre ustedes estuvo exenta de un gran dolor; el esfuerzo pastoral es por su naturaleza paciencia, sufrimiento, sacrificio; Para Nuestros débiles hombros el peso de la pastoral de una Diócesis como la Ambrosiana, por sus dimensiones, por sus problemas, nos parecía muy grave y sensible. 

Pero una vez más ese peso, que nos vino de Cristo, fue, al mismo tiempo, suave y ligero, y en gran parte gracias a ustedes. Te damos las gracias de corazón y siempre agradeceremos a quienes ayudaron al humilde Arzobispo a llevar su enorme cruz. Y por eso hemos extraído de este ejercicio de pastoral no sólo la experiencia del corazón milanés y la virtud del Clero y del pueblo ambrosiano. pero también el directo de los problemas religiosos, morales y sociales de la vida moderna. 

Gran experiencia, gran escuela, gran fortuna para Nosotros la estadía entre ustedes; y en este sentido os confiamos aquí: es decir, ser esta Iglesia, donde los dos Santos Obispos, gigantes de la sabiduría y la santidad, Ambrosio y Carlos, particularmente bendecidos y privilegiados, herederos de una tradición, han sembrado enseñanzas y ejemplos espirituales. de incomparable valor, todavía dueño de un magnífico patrimonio religioso y moral; y decimos esto no tanto porque esté orgulloso y ambicioso al respecto (que, después de todo, debe ser, cuando la fuente de tantos beneficios se reconoce en la bondad de Dios y el propósito en su gloria), sino por una doble razón más: es decir, que primero te sientas responsable de tan abundante riqueza de talentos, y sepas celosamente conservarlos y comerciarlos; y que entonces veas en esto una vocación al ejemplo y a la caridad hacia la región de Lombardía, hacia la nación italiana, hacia toda la Iglesia.

Y aquí entonces salen a la luz otros lazos que aún nos unen, y más que nunca, a la Arquidiócesis de Milán; y son los de su pertenencia a la Iglesia católica, que tiene el centro de su unidad en Roma. Si antes fuimos Pastor y Maestro para el oficio del Episcopado para ti, ahora todavía estamos, en diferentes niveles y con diferentes ejercicios, para el oficio del Sumo Pontificado, que nos obliga a amarte, a servirte con corazón y con compromiso no menos que antes. Recordemos aquí la larga historia de las relaciones eclesiásticas entre Milán y Roma, relaciones que tú, Nosotros conocemos, conocemos muy bien, y con admirable fidelidad, para tu alarde, para nuestro consuelo, aún nutres hoy; este encuentro es prueba de ello. 

La palabra de San Ambrosio se ha convertido en ley para ti,En ómnibus cupio sequi Ecclesiam Romanam ,. . . cuius typum in omnibus sequimur et formam "; en todo lo que deseo, dijo San vuestro Obispo, seguir la Iglesia Romana, ... seguimos siempre su modelo y forma ( De Sacram . III, 5). Y entonces el vínculo no es unilateral, con un simple hilo, entre Nuestro ministerio y vuestra Iglesia, sino bilateral, con un doble hilo, entre el vuestro, también Ambrosiana, y esta Iglesia romana.

Y como es así, este vínculo no es sólo histórico y jurídico, sino vital para la caridad mutua.

Y es con esta caridad, queridos hermanos e hijos, que os saludamos especialmente hoy; e incluimos en nuestro auspicioso saludo con la comunidad diocesana también la civil, toda la tierra ambrosiana, todas las provincias que coinciden con ella total o parcialmente: Milán, Varese, Como, Bérgamo, Pavía; y al pronunciar el nombre de estas ciudades, capitales de provincia, vienen a nuestros labios otros nombres ilustres de ciudades de este vasto y floreciente territorio: real Monza, y Lecco, y Rho, y Legnano, y Gallarate, y Busto Arsizio, y Magenta, y Melzo, y Abbiategrasso, y Desio, y Cantù, y Erba, y Treviglio, y Vimercate, y Saronno, y Sesto San Giovanni, y Tradate, etc., y muchos otros que quisiéramos mencionar, como siempre lo hemos hecho en nuestro memoria.

Diremos, terminando, de nuevo con San Pablo, es justo que pensemos en todos ustedes, ¡porque los tenemos en nuestro corazón! (cf. Fil . 1, 7). Sí, en el corazón; y de corazón sacamos Nuestra Bendición para todos ustedes.

SANTA MISA EN EL DISTRITO DE LOS VALLES DE MONTE SACRO

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad del Corpus Domini
Jueves 9 de junio de 1966

Estamos entre vosotros , estamos con vosotros para realizar juntos el gran acto de culto al sacramento de la presencia y el sacrificio de Cristo, que la fiesta de hoy del " Corpus Domini " propone a los fieles, a los más fieles de la comunidad eclesial. ; a ustedes hoy, fieles del Monte Sacro, ya ustedes, conciudadanos de la ciudad, que han venido a unirse a este solemne rito de celebración.

Entiendes la intención pastoral, que este año hizo que tu barrio eligiera celebrar la hermosa procesión eucarística: es una intención honorífica, que quiere rendir homenaje a esta parte nueva y periférica de la ciudad: aquí también está Roma, Roma. no debe ser menor que el antiguo digno de tal nombre, y por lo tanto debe integrarse, no solo bajo el aspecto urbanístico, sino también bajo el aspecto moral, social, espiritual del pueblo romano; es una intención fraterna y paternal, por tanto, la que nos lleva aquí, y queNos permite, incluso en este momento sumamente sagrado, dirigir a todos ustedes, habitantes de este barrio, el saludo de Nuestra caridad; es una intención espiritual, que con esta celebración quiere consolar vuestros sentimientos religiosos, despertar en vosotros la conciencia de vuestra pertenencia al Pueblo de Dios en la familia de Cristo, que es la Iglesia, y establecer lazos de mayor comunión en fe, en la oración, en el ejercicio del bien y en la profesión cristiana. 

Sí, queridos hijos, ante el misterioso y prodigioso Sacramento, que nos hace reconocer y exaltar al Cristo vivo entre nosotros, nuestro saludo humano y afectuoso para todos y para cada uno de ustedes no es profano, sino piadoso, es litúrgico, es Se entiende la acción más religiosa, que estamos celebrando,Dominus vobiscum! ; la paz sea contigo, pax vobis! ; tal como el mismo Señor dijo y repitió, presentándose resucitado a sus discípulos. Que el Señor esté con ustedes, sí, queridos hijos; que su paz sea contigo. Nuestro saludo va a cada uno de su pueblo, a sus hijos, a sus hijos, a sus enfermos, y en especial a ustedes, los padres cristianos, a ustedes, a las familias de estas casas, a todos ustedes que viven, trabajan y viven aquí: el Señor sea con ustedes, y su paz contigo!

Entiendes entonces cómo a nuestra intención pastoral hay que añadir, como es propio de Nuestro ministerio, otra intención, la propiamente doctrinal y religiosa: estamos aquí con un doble propósito, religioso, inmenso y sublime. El primero, el segundo. inmenso y humano. Queremos decir: estamos aquí para hacer un gran acto de fe en la realidad mística de la Eucaristía; y estamos aquí para recoger una gran lección de bondad y amor, que de la Eucaristía, para quienes prestan atención y devoción, irradia dulce y magníficamente. 

Esta solemne ceremonia nuestra no sería perfecta, no estaría coronada por su máxima y más auténtica expresión espiritual, si no culminara, por parte de toda esta multitud, como por parte de cada corazón, de cada voz, en una profesión de fe franca, firme y cordial: "Tú solo, ¡Oh Señor, tienes palabras de vida eterna! Hemos creído y conocido que eres el Cristo Hijo de Dios "(I. 6, 69-70). 

Y dicho esto, habiendo realizado este acto de fe, una serie de maravillosas enseñanzas llueven sobre las almas sedientas de conversación divina. Una conversación singular, que se expresa en el silencio, pero que teje un diálogo espiritual y moral muy interesante; es el diálogo que hace suyo el lenguaje sacramental, el de las cosas hechas signos, hechas palabras, del pensamiento y la acción de Cristo, que se reviste de este lenguaje sólo, en su verdad profunda, "existencial", accesible al creyente, y por eso viene a hablar con sus fieles. 

Nuestra codicia de saber, de comprender y también, de alguna manera, de sentir, presiona con preguntas infantiles pero legítimas: ¿por qué, Señor, te has revestido de las apariencias del pan? Para enseñarte, Cristo nos responde usando el lenguaje sacramental,Yo . 6, 48), es decir, el alimento, el principio interior, renovador, beatificante de tu transitoria y efímera existencia terrena. ¿Y por qué, Señor, incluso con algunas clases de vino te has vestido? pregunta nuestra rama por curiosidad; para satisfacer e intoxicar nuestra sed de felicidad? Sí, responde el Señor; pero más aún para hacerte pensar y participar en la separación de mi cuerpo de mi sangre, es decir, en mi pasión, en mi sacrificio; la Eucaristía es el memorial de la muerte redentora de Cristo.

¡Y cuántas otras enseñanzas podemos derivar de esta síntesis del dogma católico, que es la Eucaristía! Este no es el momento de prolongar este discurso; pero es el momento propicio para exhortaros a todos a ser contemplativos del gran y tan popular misterio de la Eucaristía. Todos decimos, pensando a qué generación perteneces, hombres de nuestro tiempo, gente moderna, niños del siglo XX. 

Diremos una paradoja: ustedes, todos los estudiantes de la mentalidad contemporánea, están en mejores condiciones, de madurez mental y de necesidad espiritual, que las generaciones pasadas, para apreciar el Sacramento de la Eucaristía, aunque solo sea por el impensable descubrimiento de que todos - hasta cierto punto, incluso aquellos que no tienen la suerte de creer, todos podemos hacerlo con mayor satisfacción que la intención, ¿cómo puedo decirlo? - social, universal, accesible a todos, para todos y cada uno de los concebidos, propiamente expresado en este sacramento, que multiplica a las dimensiones del hambre, de la receptividad humana, la ofrenda que Cristo hace de sí mismo a todo aquel que quiera encontrarse y vivir con él y con él ».

En la Eucaristía esta intención está contenida y es evidente: el don de Cristo para todos, para cada uno, para nosotros, para ti. Lo dijo con una indicación muy clara: «Este es mi Cuerpo, entregado por ustedes; esta es mi Sangre, derramada por ti. Haced esto en memoria mía ". el don de Cristo para todos, para cada uno, para nosotros, para ti. Lo dijo con una indicación muy clara: «Este es mi Cuerpo, entregado por ustedes; esta es mi Sangre, derramada por ti. Haced esto en memoria mía ". el don de Cristo para todos, para cada uno, para nosotros, para ti. Lo dijo con una indicación muy clara: «Este es mi Cuerpo, entregado por ustedes; esta es mi Sangre, derramada por ti. Haced esto en memoria mía ".

Cómo avanza ahora la exploración del maravilloso misterio eucarístico No te lo decimos; pero solo concluiremos exhortándolos nuevamente (por eso estamos celebrando aquí el " Corpus Domini ")a que intenten esta exploración por ustedes mismos. Quien lo inicia bien nunca retrocede, sino que se deja llevar por el encanto de la revelación, y ya no sólo por el pensamiento de Cristo: sino por el más humano, el más divino, su amor implacable: "Dilexít me " ; Me amaba ( Gal. 2, 20). ¿Entiendes esta palabra?

 Bueno, recordad que no se necesitan los sentidos para entrar en la esfera misteriosa y envolvente de la Realidad Eucarística, si no para introducirnos en el lenguaje de los signos sagrados; no basta la inteligencia, que debe ofrecer todo su humilde esfuerzo, pero sigue siendo desigual para la comprensión de la verdad oculta; habrá que decir, como ahora cantamos: " sola fides suficit ", ¿basta la fe? Sí, si la fe no está sola; es decir, si la caridad la vivifica. 

En el reino eucarístico incluye a los que creen y a los que aman. El amor se convierte en coeficiente de inteligencia, porque finalmente es posesión. En la conquista de las cosas divinas, el amor es más necesario que cualquier otra de nuestras facultades espirituales.

Y lo mencionamos para recordarles que esta forma de amor está abierta a todos. Es la forma fácil y habitual que te invita a la misa festiva; que, como sabéis, es una celebración de la caridad fraterna para el culto y la conquista de la caridad divina.

Aquí lo tienes; Les dejamos esta única y máxima recomendación: sean asiduos, sean partícipes, sean cariñosos en su Misa festiva y comunitaria; presta atención a Cristo, que se hace presente para renovar su sacrificio y su fiesta de inefable amistad por tu salud; hacednos esta promesa en vuestro corazón: que daréis importancia, daréis interés, afecto, fidelidad a la celebración de la Santa Misa; y seremos felices; y estaremos seguros de que no en vano hemos celebrado contigo la fiesta del " Corpus Domini "; y con todo nuestro corazón ahora oraremos a Cristo el Señor para que te dé su bendición.

«MISSA EN COENA DOMINI» EN LA ARCHIBASÍLICA LATERANA

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves Santo, 11 de abril de 1968

¡Venerables hermanos y queridos hijos!

Tal es la amplitud, tal riqueza, tal profundidad de los hechos, de los misterios, de los ritos, que el Jueves Santo nos ofrece a nuestra consideración, que también nosotros volveremos a renunciar a todo para comprender, a decir todo; y elegiremos uno de los aspectos de esta dolorosa y gozosa recreación de la " Cena del Señor", en la que concentramos, por un breve momento, nuestra reflexión, como si fuera el punto fácil, que nos permite para vislumbrar los significados que muchos de los eventos celebrados.

LA FORMA DE AMOR MÁS AUTÉNTICA Y DIGNA

Nos parece claro que este punto focal es el amor.

Y no se pronuncia fácilmente esta palabra tan fácil, con sus múltiples y ambiguos significados, en la que se unen extrañamente las más variadas y contradictorias expresiones de sentimiento y voluntad, desde la más baja y depravada pasión y vicio hasta la más alta y sublime de 'heroísmo y caridad, a los trascendentes incluso de la bondad infinita efusiva de Dios con el mismo nombre de amor. Pero este encuentro de la palabra, incluso de la realidad del amor en esta celebración del Jueves Santo es para nosotros una fortuna, una escuela; la de saber distinguir entre las muchas formas equívocas o imperfectas de amor la más verdadera, la más auténtica, la más digna de tal nombre.

EL SIGNIFICADO INMENSO DEL CUENTO DEL EVANGELISTA JUAN

Escuchemos al evangelista Juan, que en esa velada bendita, aprovechando el clima espiritual y místico que se produjo durante esa cena tan deseada (cf. Lc 22, 15), por parte del Maestro, incluso más que el puesto de convivencia a tocado, merecía descansar la cabeza en el pecho de Jesús. Abre su relato con estudiadas palabras: "Antes de la fiesta de la Pascua, Jesús, sabiendo que había llegado el momento de pasar de este mundo al Padre, desde que había amado sus amigos. "estaban en el mundo, los amó hasta el fin" ( Io. 13, 1). Hasta el final, ¿qué significa? ¿Hasta el final de la vida temporal? Esto indica que estamos en una vigilia consciente, antecedente de la tragedia de la Pasión, es decir, en esa hora testamentaria, en la que todo termina con acentos y gestos de suprema sinceridad, y el corazón revela sus reservas más profundas en la simple solemnidad de la confidencias extremas? Es decir, quiere decir: ¿hasta el final de toda medida concebible, hasta el exceso, hasta el límite improbable, al que sólo el Corazón de Cristo podría llegar? ¿Hasta entregarse con la totalidad que exige el verdadero amor, y con el derramamiento que sólo un amor divino puede concebir y realizar? Cualquiera que sea la interpretación que demos a esa expresión superlativa, recordaremos que pone el amor en la clave de la última vigilia de Cristo,Yo . 15, 13). Amar significa dar; dar medios para amar. Da todo, da tu vida. Aquí está la verdadera línea del amor, aquí está su término.

EL DON DEL SACRIFICIO REPETIDO Y MULTIPLICADO POR LA EUCARISTÍA

Pensemos entonces en el misterioso acontecimiento que concluyó aquella cena de Pascua. San Pablo, el primero en sellarlo en la historia bíblica, escribe: "El Señor Jesús, la noche en que fue traicionado, tomó el pan y dio gracias, lo partió y dijo: toma y come, este es mi Cuerpo, que se le dará por usted; esto lo haces en memoria mía. Y también la copa ... diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre. Esto lo haces, cada vez que lo bebes, en memoria mía "( 1 Cor.. 11, 23-25). 

El don de sangre que Cristo estaba a punto de ofrecer a la humanidad en su inminente sacrificio de la cruz se reproduce, se multiplica, se perpetúa en el don idéntico pero incruenta del Sacrificio Eucarístico. Es imposible de entender si no se piensa en el amor, que esa noche inventó esta extraordinaria forma de comunicarse. Nos es imposible acoger como corresponde esta presencia real inmolada de Cristo en la Eucaristía, que estamos a punto de celebrar, si no entramos en esa proyección de amor que Él nos dirige; de nuevo San Pablo, que exclama: "Me amó y se entregó a sí mismo por mí" ( Gal 2, 20 ).

Nos persigue este amor inefable e imparable. Somos así conocidos, recordados, asediados por este amor poderoso y silencioso, que no nos da tregua, que quiere comunicarse con nosotros, que quiere que seamos comprendidos, recibidos, correspondidos. Todo el cristianismo está aquí. El cristianismo es la comunión de la vida divina, en Cristo, con la nuestra. El cristianismo es la apropiación de Dios; y Dios es caridad, es amor.

La Revelación, aunque siempre velada por un sistema de palabras y signos, el sistema sacramental, para dejar intacta nuestra libertad incluso en esta plenitud de encuentro, se vuelve deslumbrante. Si creemos en este "mysterium fidei", si entramos en el cono de luz y amor que nos arroja, ¿cómo podemos permanecer impasible, tan inertes, tan distraídos, tan indiferentes? El amor quiere amor: "amor que no perdona a nadie" ... ( Dante , 1, 5, 103). Es fuego: ¿cómo no sentir su calor? ¿Cómo no tratar de corresponderle de alguna manera?

" TE DOY EL NUEVO MANDAMIENTO "

El Señor también ha provisto para esto desde esa bendita noche. Para entender lo que dijo al respecto, después de la desconcertante lección de amor y humildad que dio a sus seguidores con el lavatorio de los pies, debemos imaginarnos tenerlo a él, Jesucristo, aquí entre nosotros, en esta Iglesia Romana suya, que custodia sus palabras, poderes, ejemplos, su eterna promesa; y debemos preguntarnos: ¿qué nos diría? ¿Qué recomendación nos daría? ¿Qué lección conectaría con su misterio pascual, que estamos celebrando? Que nuestras almas callen un instante, interiormente, y escuchemos: «Os doy el mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros, como yo os he amado. . . "  ( Yo. 13, 34). 

Todavía hablamos de amor. Pero esta vez, el amor debe venir de nosotros. El amor recibido de Cristo debe ser seguido por el nuestro hacia el prójimo, para la comunidad que nos encuentra unidos a su alrededor, la presencia física, ocasional, externa debe convertirse en unión espiritual, perpetua, interior; así se forma la Iglesia, así se une su Cuerpo místico. Una nueva circulación de la caridad debe hacernos amigos como enemigos, como hermanos extraños. Con este compromiso paradójico: debemos amar como él nos amó.

EL INMEJORABLE PODER DE LA CARIDAD

Eso es lo que te marea. Nos advierte que nunca habremos amado lo suficiente. Nos advierte que nuestra profesión de amor cristiano está todavía en su infancia. Nos advierte que el precepto de la caridad contiene en sí mismo desarrollos potenciales, que ninguna filantropía puede igualar jamás. La caridad todavía está contraída y encerrada en los confines de las costumbres, los intereses, el egoísmo, que creemos habrá que expandir. Dilatentur Spacia caritatis , exclama San Agustín ( Sermo 10 de verbis D.ni ). Y para nuestro estímulo, y quizás para nuestro reproche, estas otras inolvidables palabras brotan de los dulces y tremendos labios de Cristo, siempre sobre el amor: "En esto todos sabrán que son mis discípulos, si se aman" (Yo . 13, 35). El amor, por tanto, es el sello distintivo de la autenticidad cristiana.

¡Oh! que lección! ¡Cuál programa! qué renovación, qué "actualización" se propone siempre a los nuestros. fidelidad a Cristo el Señor! Que nos plazca que estas divinas palabras, dignas del Jueves Santo, resuenen en este salón, en esta asamblea, en esta Iglesia romana, para encontrar allí su humilde, feliz y voluntarioso cumplimiento; y que nuestro Maestro y Salvador Jesús nos conceda esta gracia pascual de saber recordarlos, vivirlos y revivirlos siempre.

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA DEL CORPUS DOMINI EN HOSTIA LIDO

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad del «Corpus Domini»
Lido di Ostia - Jueves 13 de junio de 1968

LOS VOTOS DEL PADRE DEL ALTAR DE CRISTO

¡Saludos a ustedes, en el nombre del Señor, Hijos y Hermanos que residen en el área de Ostiamare! ya todos vosotros que habéis venido desde Roma para celebrar con nosotros la fiesta del Corpus Domini en este distrito civil y eclesiástico, que ahora está agregado a la ciudad y diócesis de Roma.

¡Salud a todos y bendición! Aquí hemos venido personalmente a mostraros cómo sois Nosotros, Hijos y Hermanos, no sólo como católicos y creyentes, sino también como fieles de Nuestra Diócesis, y por tanto, queridos por Nosotros también por este título de comunión especial: ¡sois Nuestros diocesanos! y como tal te consideramos en esa especial relación de interés , cuidado y amor que la Iglesia establece al promover y determinar su ministerio pastoral.

Queremos expresar Nuestros votos, llenos de reverencia y afecto, especialmente a Nuestro Cardenal Vicario, ausente de Roma; luego a Mons. Cunial, Subgerente General ya Monseñor Trabalzini, Obispo Auxiliar de Nuestro Cardenal Vicario y residente aquí; y luego al párroco de esta iglesia dedicada a María "Regina Pacis", el P. Colafranceschi, y con él a sus cohermanos, a los otros cinco párrocos de Ostia, a los sacerdotes que ejercen allí el sagrado ministerio, al varón y religiosas, que tienen aquí su hogar y campo de apostolado, a los más queridos laicos de las asociaciones católicas, a todos los fieles, con especial recuerdo a los jóvenes, los enfermos y los pobres. Por lo tanto, queremos expresar Nuestro agradecimiento devoto a todas las Autoridades civiles y militares que ayudan a esta parte moderna, vasta y variada de Roma,

Saludos a todos, decimos, convencidos de que la celebración, en la que ahora participamos juntos, puede gozar de una mayor plenitud espiritual a través de esta diligente presentación nuestra, destinada a concienciar a todos de la caridad que nos une hoy aquí alrededor del altar. de Cristo.

ACTO DE FE ARDIENTE EN EL SEÑOR NUESTRA GUÍA INDIVIDUAL Y SOCIAL

¡Queridos hermanos e hijos!

¿Qué significa el rito inusual y solemne que estamos realizando?

Has pensado sobre eso? Nos alejamos del secreto silencio de nuestros Tabernáculos, al que sólo los iniciados, nos referimos a los fieles creyentes y devotos, educados en los misterios de nuestra religión, pueden acceder conscientemente a la Santísima Eucaristía; y lo sacamos, ante la sociedad profana y profana, en medio de las plazas, las calles, las casas, donde transcurre la vida terrena, turbada en sus asuntos temporales, paramos por un momento el ritmo febril de la civilización circulación, y profesamos con cierto esfuerzo y cierta pompa de publicidad esta verdad extraordinaria y casi impensable: ¡Él está aquí! ¡Jesús está entre nosotros! ¡Cristo está presente! Y proclamamos esta realidad misteriosa con énfasis y alegría, para llevar nuestro acto de fe al punto del entusiasmo y la embriaguez,

"VEN A MI Y YO TE CONSOLERARÉ"

Se così è, due significati, due scopi ha questa celebrazione. Il primo quello di scuotere certa nostra abituale assuefazione, certa nostra intollerabile insensibilità davanti al fatto eucaristico, misterioso fin che si vuole, ma reale, ma vicino, ma presente, ma urgente per una qualche nostra migliore comprensione, per un qualche nostro più aperto e più cordiale incontro con quel Gesù, che, mediante a questo sacramento, a noi, a ciascuno di noi si offre, si dona, per noi si immola, per comunicarsi, per essere ricevuto, per diventare in noi principio di vita nuova, di vita sua, divina, comunicata anche al corpo destinato alla risurrezione e all’eternità. Egli così ci aspetta, così ci invita, così ci parla, con un suo dialogo tutto interiore, tutto tessuto della sua Parola, che s’intreccia nella nostra umana esperienza, e tutto sgorgante di grazie e di verità.

Para lograr este primer fin será necesario que nuestro culto eucarístico, lleno de himnos festivos y expresado de forma muy comunitaria y pública, no acabe con el final de esta ceremonia, sino que persevere, y desde retornos externos internos, de lo social. se vuelve personal., de exuberante y activo se vuelve más intensamente adorador, casi extático, todo absorbido por el sentido profundo del misterio eucarístico.Y eso es lo que todos tenemos que hacer.

Sacudidos y despertados por esta celebración solemne, debemos dedicarnos inmediatamente al culto contemplativo de la Eucaristía, explorar de alguna manera su riqueza arcana, conectar la forma sacramental que la encierra con la forma concreta de nuestra vida presente y con la esperanza confirmada del futuro, abandonándonos al amor que la Eucaristía, a través de la fe, nos ofrece infinitamente. La invitación es para todos. No es esotérico. Es la invitación a la mesa de la casa de Jesús, los pequeños son los primeros invitados. Se espera de los sabios y casi se les desafía a pensar, a comprender. Pero todos los creyentes son llamados; los pobres, los hambrientos y sedientos, los que sufren y los afligidos. Jesús vuelve a llamar desde su humilde escondite eucarístico: «Venid a mí todos los que estáis cansados ​​y oprimidos; y yo te consolaré "( Matth. 11, 28). Este es el primer objetivo.

El otro propósito de la fiesta del Corpus Domini es arrojar luz sobre la vida social como tal, ya sea que comprenda o no la fuente de donde proviene esta luz.

LA LUZ DEL SACRAMENTO DRAIGA CADA ASPIRACIÓN DE LOS HOMBRES

¿Esta celebración pretende constituir una demostración, una comparación con respecto a las diferentes opiniones de los demás? Ciertamente no, porque el velo sacramental mismo, que contiene y esconde la presencia divina, se abre sólo a los que quieren, a los que creen; el acceso es reservado y gratuito al mismo tiempo; la fe se presenta, no se impone; y lo que presenta hoy es la simpatía humana, es amor. Debemos reflexionar un momento sobre esta reflexión eucarística sobre el mundo, a cuya atención mostramos nuestro pan misterioso, y observar cómo la única luz que emana de él, la presencia sacramental de Jesús, se refracta, posándose en el escenario humano circundante, en muchos colores, es decir, en tantos aspectos como virtualidades hay, es decir, las posibilidades de desarrollo, aspiraciones, necesidades de la humanidad. Describir esta iridiscencia de la Eucaristía en el marco de nuestra vida, es decir, las lecciones de verdad y amor que nos proyecta, sería un largo discurso. Solo necesitamos ahora una muy breve referencia a la más evidente e inmediata de estas reflexiones: la unidad.

LA EUCARISTÍA, EL SIGNO PERFECTO DE UNIDAD

No os parece, gente que Nos escucha, que una primera, suprema e indiscutible lección de unidad ofrece la Eucaristía a la misa anónima sin estructura interior, de la que se compone la ciudad moderna; ¿De unidad, si se quiere, a la multitud compacta y consciente, sí, de ser un pueblo, pero siempre en sí dividido por antagonismos irreductibles? 

Debemos recordar aquí lo que este sacramento simboliza y produce. Palabra de San Pablo: "Formamos un solo cuerpo, aunque somos muchos, porque todos participamos de un solo pan", que es "comunión en el cuerpo de Cristo" ( 1 Co 10, 17 y 16). Palabra de la antigua doctrina apostólica: "Así como este grano ahora molido se esparció en los campos, en las montañas, luego se recogió se convirtió en uno, así la Iglesia se reúne desde los confines de la tierra" celebrando la Eucaristía (cf.Didache , 9, 1). 

Palabra del teólogo, médico y cantor de la Eucaristía: "La realidad, es decir, la gracia propia de este sacramento, es la unidad del Cuerpo Místico", que es la Iglesia ( S. Th. III, 73, 3). ¿No es, por tanto, la Eucaristía un signo al que el mundo, nuestro mundo moderno debería mirar con absoluta simpatía, si la unidad que busca y produce, a veces dividida y desordenada, pero siempre ansiando y recomponiendo casi fatalmente, es la unidad?, digamos, el pináculo de sus aspiraciones?

 Si la fraternidad de los hombres, si su colaboración orgánica, si la paz es finalmente el bien supremo en el orden temporal y social, el mundo no debe descubrir en la Eucaristía la fórmula más simple y clara que la interpreta, define y orienta. Y si el mundo se desespera de sí mismo, es decir, de ser capaz de hacer de la humanidad una verdadera familia (¡y cuántas pruebas siniestras puede generar en ella esta desesperación!), El mundo no pudo escuchar el mensaje eucarístico,

EL DON MÁXIMO DE JESÚS A SUS SEGUIDORES

Hijos y hermanos, al menos nosotros, creyentes y devotos de este misterio obrador, aceptemos su invitación a ser, como Jesús mismo expresó (cf. Io 17, 21), uno, para buscar la armonía y la unidad entre nosotros, para promover lo que juntos nos une, no lo que nos divide y nos opone unos a otros, para "construir la Iglesia", que es ese Cuerpo místico de Cristo, al que se le da su Cuerpo sacramental y real, y por el cual entre nosotros, a lo largo del tiempo, se perpetúa.

Que si quisiéramos considerar otras reflexiones sociales y morales que la Eucaristía difunde en el mundo, tendríamos mucho que decir. Por ejemplo, este sacramento no es un don, un gran don total de Cristo a sus seguidores, más bien un don sacrificial de sí mismo, una renovación representativa e incrédula de la inmolación, que sufrió de manera cruel y sangrienta, hasta la muerte, por nuestra redención y salvación? Y también este aspecto del eurorista, ¿qué valor moral ofrece a la consideración, incluso profana, del hombre inteligente sobre los verdaderos valores que construyen un mundo mejor?

¿No podríamos, entonces, razonar sobre el ejemplo de la caridad para los hermanos necesitados que nos llega de este Pan ofrecido y multiplicado por el hambre de todos? ¿Y no podríamos pensar todavía en la alegría que la Eucaristía derrama a nuestro alrededor, si es, como dice la reminiscencia bíblica de la liturgia ( Sab 16,20 ), el pan "que todo se deleita en sí mismo " ? Es decir, ¿si la Eucaristía nos enseña a hacer nuestro peregrinaje de la vida presente, tantas veces agobiada por las aflicciones y las dolencias, con la esperanza segura de la última expectativa escatológica del encuentro bendito y final con Cristo resucitado y glorioso?

Que estos rayos de luz atraviesen hoy nuestra ciudad, y brillen especialmente en esta nueva parte de la ciudad, que toca el mar, y recibe a muchos huéspedes en busca de sol, aire y salud marina; y asegurémonos de que estos rayos eucarísticos no hayan deslumbrado los ojos de nuestras almas, humildes, dóciles y felices por la celebración del Corpus Domini .

CLAUSURA DEL «AÑO DE LA FE» EN EL XIX CENTENARIO
DEL MARTIRIO DE LOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO

HOMILÍA Y PROFESIÓN DE FE DE SU SANTIDAD PABLO VI

Plaza de San Pedro
Domingo 30 de junio de 1968

Venerables hermanos y queridos hijos:

1. Clausuramos con esta liturgia solemne tanto la conmemoración del XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo como el año que hemos llamado de la fe. Pues hemos dedicado este año a conmemorar a los santos apóstoles, no sólo con la intención de testimoniar nuestra inquebrantable voluntad de conservar íntegramente el depósito de la fe (cf. 1Tim 6,20), que ellos nos transmitieron, sino también con la de robustecer nuestro propósito de llevar la. misma fe a la vida en este tiempo en que la Iglesia tiene que peregrinar era este mundo.

2. Pensamos que es ahora nuestro deber manifestar públicamente nuestra gratitud a aquellos fieles cristianos que, respondiendo a nuestras invitaciones, hicieron que el año llamado de la fe obtuviera suma abundancia de frutos, sea dando una adhesión más profunda a la palabra de Dios, sea renovando en muchas comunidades la profesión de fe, sea confirmando la fe misma con claros testimonios de vida cristiana. Por ello, a la vez que expresamos nuestro reconocimiento, sobre todo a nuestros hermanos en el episcopado y a todos los hijos de la Iglesia católica, les otorgamos nuestra bendición apostólica.

3. Juzgamos además que debemos cumplir el mandato confiado por Cristo a Pedro, de quien, aunque muy inferior en méritos, somos sucesor; a saber: que confirmemos en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32). Por lo cual, aunque somos conscientes de nuestra pequeñez, con aquella inmensa fuerza de ánimo que tomamos del mandato que nos ha sido entregado, vamos a hacer una profesión de fe y a pronunciar una fórmula que comienza con la palabra creo, la cual, aunque no haya que llamarla verdadera y propiamente definición dogmática, sin embargo repite sustancialmente, con algunas explicaciones postuladas por las condiciones espirituales de esta nuestra época, la fórmula nicena: es decir, la fórmula de la tradición inmortal de la santa Iglesia de Dios.

4. Bien sabemos, al hacer esto, por qué perturbaciones están hoy agitados, en lo tocante a la fe, algunos grupos de hombres. Los cuales no escaparon al influjo de un mundo que se está transformando enteramente, en el que tantas verdades son o completamente negadas o puestas en discusión. Más aún: vemos incluso a algunos católicos como cautivos de cierto deseo de cambiar o de innovar. La Iglesia juzga que es obligación suya no interrumpir los esfuerzos para penetrar más y más en los misterios profundos de Dios, de los que tantos frutos de salvación manan para todos, y, a la vez, proponerlos a los hombres de las épocas sucesivas cada día de un modo más apto. Pero, al mismo tiempo, hay que tener sumo cuidado para que, mientras se realiza este necesario deber de investigación, no se derriben verdades de la doctrina cristiana. Si esto sucediera —y vemos dolorosamente que hoy sucede en realidad—, ello llevaría la perturbación y la duda a los fieles ánimos de muchos.

5. A este propósito, es de suma importancia advertir que, además de lo que es observable y de lo descubierto por medio de las ciencias, la inteligencia, que nos ha sido dada por Dios, puede llegar a lo que es, no sólo a significaciones subjetivas de lo que llaman estructuras, o de la evolución de la conciencia humana. Por lo demás, hay que recordar que pertenece a la interpretación o hermenéutica el que, atendiendo a la palabra que ha sido pronunciada, nos esforcemos por entender y discernir el sentido contenido en tal texto, pero no innovar, en cierto modo, este sentido, según la arbitrariedad de una conjetura.

6. Sin embargo, ante todo, confiarnos firmísimamente en el Espíritu Santo, que es el alma de la Iglesia, y en la fe teologal, en la que se apoya la vida del Cuerpo místico. No ignorando, ciertamente, que los hombres esperan las palabras del Vicario de Cristo, satisfacemos por ello esa su expectación con discursos y homilías, que nos agrada tener muy frecuentemente. Pero hoy se nos ofrece la oportunidad de proferir una palabra más solemne.

7. Así, pues, este día, elegido por Nos para clausurar el año llamado de la fe, y en esta celebración de los santos apóstoles Pedro y Pablo, queremos prestar a Dios, sumo y vivo, el obsequio de la profesión de fe. Y como en otro tiempo, en Cesarea de Filipo, Simón Pedro, fuera de las opiniones de los hombres, confesó verdaderamente, en nombre de los doce apóstoles, a Cristo, Hijo del Dios vivo, así hoy su humilde Sucesor y Pastor de la Iglesia universal, en nombre de todo el pueblo de Dios, alza su voz para dar un testimonio firmísimo a la Verdad divina, que ha sido confiada a la Iglesia para que la anuncie a todas las gentes.

Queremos que esta nuestra profesión de fe sea lo bastante completa y explícita para satisfacer, de modo apto, a la necesidad de luz que oprime a tantos fieles y a todos aquellos que en el mundo —sea cual fuere el grupo espiritual a que pertenezcan— buscan la Verdad.

Por tanto, para gloria de Dios omnipotente y de nuestro Señor Jesucristo, poniendo al confianza en el auxilio de la Santísima Virgen María y de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, para utilidad espiritual y progreso de la Iglesia, en nombre de todos los sagrados pastores y fieles cristianos, y en plena comunión con vosotros, hermanos e hijos queridísimos, pronunciamos ahora esta profesión de fe.

Profesión de fe
Credo del Pueblo de Dios

8. Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Creador de las cosas visibles —como es este mundo en que pasamos nuestra breve vida— y de las cosas invisibles —como son los espíritus puros, que llamamos también ángeles[1]— y también Creador, en cada hombre, del alma espiritual e inmortal[2].

9. Creemos que este Dios único es tan absolutamente uno en su santísima esencia como en todas sus demás perfecciones: en su omnipotencia, en su ciencia infinita, en su providencia, en su voluntad y caridad. Él es el que es, como él mismo reveló a Moisés (cf. Ex 3,14), él es Amor, como nos enseñó el apóstol Juan (cf. 1Jn 4,8) de tal manera que estos dos nombres, Ser y Amor, expresan inefablemente la misma divina esencia de aquel que quiso manifestarse a si mismo a nosotros y que, habitando la luz inaccesible (cf. 1Tim 6,16), está en si mismo sobre todo nombre y sobre todas las cosas e inteligencias creadas.

Sólo Dios puede otorgarnos un conocimiento recto y pleno de sí mismo, revelándose a sí mismo como Padre, Hijo y Espíritu Santo, de cuya vida eterna estamos llamados por la gracia a participar, aquí, en la tierra, en la oscuridad de la fe, y después de la muerte, en la luz sempiterna. Los vínculos mutuos que constituyen a las tres personas desde toda la eternidad, cada una de las cuales es el único y mismo Ser divino, son la vida íntima y dichosa del Dios santísimo, la cual supera infinitamente todo aquello que nosotros podemos entender de modo humano[3].

Sin embargo, damos gracias a la divina bondad de que tantísimos creyentes puedan testificar con nosotros ante los hombres la unidad de Dios, aunque no conozcan el misterio de la Santísima Trinidad.

10. Creemos, pues, en Dios, que en toda la eternidad engendra al Hijo; creemos en el Hijo, Verbo de Dios, que es engendrado desde la eternidad; creemos en el Espíritu Santo, persona increada, que procede del Padre y del Hijo como Amor sempiterno de ellos. Así, en las tres personas divinas, que son eternas entre sí e iguales entre sí [4], la vida y la felicidad de Dios enteramente uno abundan sobremanera y se consuman con excelencia suma y gloria propia de la esencia increada; y siempre hay que venerar la unidad en la trinidad y la trinidad en la unidad [5].

11. Creemos en nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. El es el Verbo eterno, nacido del Padre antes de todos los siglos y consustancial al Padre, u homoousios to Patri; por quien han sido hechas todas las cosas. Y se encarnó por obra del Espíritu Santo, de María la Virgen, y se hizo hombre: igual, por tanto, al Padre según la divinidad, menor que el Padre según la humanidad[6], completamente uno, no por confusión (que no puede hacerse) de la sustancia, sino por unidad de la persona [7].

12. El mismo habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad. Anunció y fundó el reino de Dios, manifestándonos en sí mismo al Padre. Nos dio su mandamiento nuevo de que nos amáramos los unos a los otros como él nos amó. Nos enseñó el camino de las bienaventuranzas evangélicas, a saber: ser pobres en espíritu y mansos, tolerar los dolores con paciencia, tener sed de justicia, ser misericordiosos, limpios de corazón, pacíficos, padecer persecución por la justicia. Padeció bajo Poncio Pilato; Cordero de Dios, que lleva los pecados del mundo, murió por nosotros clavado a la cruz, trayéndonos la salvación con la sangre de la redención. Fue sepultado, y resucitó por su propio poder al tercer día, elevándonos por su resurrección a la participación de la vida divina, que es la gracia. Subió al cielo, de donde ha de venir de nuevo, entonces con gloria, para juzgar a los vivos y a los muertos, a cada uno según los propios méritos: los que hayan respondido al amor y a la piedad de Dios irán a la vida eterna, pero los que los hayan rechazado hasta el final serán destinados al fuego que nunca cesará. Y su reino no tendrá fin.

13. Creemos en el Espíritu Santo, Señor y vivificador que, con el Padre y el Hijo, es juntamente adorado y glorificado. Que habló por los profetas; nos fue enviado por Cristo después de su resurrección y ascensión al Padre; ilumina, vivifica, protege y rige la Iglesia, cuyos miembros purifica con tal que no desechen la gracia. Su acción, que penetra lo íntimo del alma, hace apto al hombre de responder a aquel precepto de Cristo: Sed perfectos como también es perfecto vuestro Padre celeste (cf Mt 5,48).

14. Creemos que la Bienaventurada María, que permaneció siempre Virgen, fue la Madre del Verbo encarnado, Dios y Salvador nuestro, Jesucristo [8] y que ella, por su singular elección, en atención a los méritos de su Hijo redimida de modo más sublime [9], fue preservada inmune de toda mancha de culpa original [10] y que supera ampliamente en don de gracia eximia a todas las demás criaturas [11].

15. Ligada por un vínculo estrecho e indisoluble al misterio de la encarnación y de la redención[12], la Beatísima Virgen María, Inmaculada, terminado el curso de la vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste [13], y hecha semejante a su Hijo, que resucitó de los muertos, recibió anticipadamente la suerte de todos los justos; creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia [14], continúa en el cielo ejercitando su oficio materno con respecto a los miembros de Cristo, por el que contribuye para engendrar y aumentar la vida divina en cada una de las almas de los hombres redimidos [15].

16. Creemos que todos pecaron en Adán; lo que significa que la culpa original cometida por él hizo que la naturaleza, común a todos los hombres, cayera en un estado tal en el que padeciese las consecuencias de aquella culpa. Este estado ya no es aquel en el que la naturaleza humana se encontraba al principio en nuestros primeros padres, ya que estaban constituidos en santidad y justicia, y en el que el hombre estaba exento del mal y de la muerte. Así, pues, esta naturaleza humana, caída de esta manera, destituida del don de la gracia del que antes estaba adornada, herida en sus mismas fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte, es dada a todos los hombres; por tanto, en este sentido, todo hombre nace en pecado. Mantenemos, pues, siguiendo el concilio de Trento, que el pecado original se transmite, juntamente con la naturaleza humana, por propagación, no por imitación, y que se halla como propio en cada uno[16].

17. Creemos que nuestro Señor Jesucristo nos redimió, por el sacrificio de la cruz, del pecado original y de todos los pecados personales cometidos por cada uno de nosotros, de modo que se mantenga verdadera la afirmación del Apóstol: Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (cf. Rom 5,20).

18. Confesamos creyendo un solo bautismo instituido por nuestro Señor Jesucristo para el perdón de los pecados. Que el bautismo hay que conferirlo también a los niños, que todavía no han podido cometer por sí mismos ningún pecado, de modo que, privados de la gracia sobrenatural en el nacimiento nazcan de nuevo, del agua y del Espíritu Santo, a la vida divina en Cristo Jesús [17].

19. Creemos en la Iglesia una, santa, católica y apostólica, edificada por Jesucristo sobre la piedra, que es Pedro. Ella es el Cuerpo místico de Cristo, sociedad visible, equipada de órganos jerárquicos, y, a la vez, comunidad espiritual; Iglesia terrestre, Pueblo de Dios peregrinante aquí en la tierra e Iglesia enriquecida por bienes celestes, germen y comienzo del reino de Dios, por el que la obra y los sufrimientos de la redención se continúan a través de la historia humana, y que con todas las fuerzas anhela la consumación perfecta, que ha de ser conseguida después del fin de los tiempos en la gloria celeste [18]. Durante el transcurso de los tiempos el Señor Jesús forma a su Iglesia por medio de los sacramentos, que manan de su plenitud [19]. Porque la Iglesia hace por ellos que sus miembros participen del misterio de la muerte y la resurrección de Jesucristo, por la gracia del Espíritu Santo, que la vivifica y la mueve [20]. Es, pues, santa, aunque abarque en su seno pecadores, porque ella no goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus miembros, ciertamente, si se alimentan de esta vida, se santifican; si se apartan de ella, contraen pecados y manchas del alma que impiden que la santidad de ella se difunda radiante. Por lo que se aflige y hace penitencia por aquellos pecados, teniendo poder de librar de ellos a sus hijos por la sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo.

20. Heredera de las divinas promesas e hija de Abrahán según el Espíritu, por medio de aquel Israel, cuyos libros sagrados conserva con amor y cuyos patriarcas y profetas venera con piedad; edificada sobre el fundamento de los apóstoles, cuya palabra siempre viva y cuyos propios poderes de pastores transmite fielmente a través de los siglos en el Sucesor de Pedro y en los obispos que guardan comunión con él; gozando finalmente de la perpetua asistencia del Espíritu Santo, compete a la Iglesia la misión de conservar, enseñar, explicar y difundir aquella verdad que, bosquejada hasta cierto punto por los profetas, Dios reveló a los hombres plenamente por el Señor Jesús. 

Nosotros creemos todas aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios escrita o transmitida y son propuestas por la Iglesia, o con juicio solemne, o con magisterio ordinario y universal, para ser creídas como divinamente reveladas[21]. Nosotros creemos en aquella infalibilidad de que goza el Sucesor de Pedro cuando habla ex cathedra [22] y que reside también en el Cuerpo de los obispos cuando ejerce con el mismo el supremo magisterio [23].

21. Nosotros creemos que la Iglesia, que Cristo fundó y por la que rogó, es sin cesar una por la fe, y el culto, y el vinculo de la comunión jerárquica [24]. La abundantísima variedad de ritos litúrgicos en el seno de esta Iglesia o la diferencia legítima de patrimonio teológico y espiritual y de disciplina peculiares no sólo no dañan a la unidad de la misma, sino que más bien la manifiestan [25].

22. Nosotros también, reconociendo por una parte que fuera de la estructura de la Iglesia de Cristo se encuentran muchos elementos de santificación y verdad, que como dones propios de la misma Iglesia empujan a la unidad católica[26], y creyendo, por otra parte, en la acción del Espíritu Santo, que suscita en todos los discípulos de Cristo el deseo de esta unidad [27], esperamos que los cristianos que no gozan todavía de la plena comunión de la única Iglesia se unan finalmente en un solo rebaño con un solo Pastor.

23. Nosotros creemos que la Iglesia es necesaria para la salvación. Porque sólo Cristo es el Mediador y el camino de la salvación que, en su Cuerpo, que es la Iglesia, se nos hace presente [28]. Pero el propósito divino de salvación abarca a todos los hombres: y aquellos que, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, sin embargo, a Dios con corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, por cumplir con obras su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, ellos también, en un número ciertamente que sólo Dios conoce, pueden conseguir la salvación eterna [29].

24. Nosotros creemos que la misa que es celebrada por el sacerdote representando la persona de Cristo, en virtud de la potestad recibida por el sacramento del orden, y que es ofrecida por él en nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo místico, es realmente el sacrificio del Calvario, que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares. Nosotros creemos que, como el pan y el vino consagrados por el Señor en la última Cena se convirtieron en su cuerpo y su sangre, que en seguida iban a ser ofrecidos por nosotros en la cruz, así también el pan y el vino consagrados por el sacerdote se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, sentado gloriosamente en los cielos; y creemos que la presencia misteriosa del Señor bajo la apariencia de aquellas cosas, que continúan apareciendo a nuestros sentidos de la misma manera que antes, es verdadera, real y sustancial[30].

25. En este sacramento, Cristo no puede hacerse presente de otra manera que por la conversión de toda la sustancia del pan en su cuerpo y la conversión de toda la sustancia del vino en su sangre, permaneciendo solamente íntegras las propiedades del pan y del vino, que percibimos con nuestros sentidos. La cual conversión misteriosa es llamada por la Santa Iglesia conveniente y propiamente transustanciación. Cualquier interpretación de teólogos que busca alguna inteligencia de este misterio, para que concuerde con la fe católica, debe poner a salvo que, en la misma naturaleza de las cosas, independientemente de nuestro espíritu, el pan y el vino, realizada la consagración, han dejado de existir, de modo que, el adorable cuerpo y sangre de Cristo, después de ella, están verdaderamente presentes delante de nosotros bajo las especies sacramentales del pan y del vino[31], como el mismo Señor quiso, para dársenos en alimento y unirnos en la unidad de su Cuerpo místico [32].

26. La única e indivisible existencia de Cristo, el Señor glorioso en los cielos, no se multiplica, pero por el sacramento se hace presente en los varios lugares del orbe de la tierra, donde se realiza el sacrificio eucarístico. La misma existencia, después de celebrado el sacrificio, permanece presente en el Santísimo Sacramento, el cual, en el tabernáculo del altar, es como el corazón vivo de nuestros templos. Por lo cual estamos obligados, por obligación ciertamente suavísima, a honrar y adorar en la Hostia Santa que nuestros ojos ven, al mismo Verbo encarnado que ellos no pueden ver, y que, sin embargo, se ha hecho presente delante de nosotros sin haber dejado los cielos.

27. Confesamos igualmente que el reino de Dios, que ha tenido en la Iglesia de Cristo sus comienzos aquí en la tierra, no es de este mundo (cf. Jn 18,36), cuya figura pasa (cf. 1Cor 7,31), y también que sus crecimientos propios no pueden juzgarse idénticos al progreso de la cultura de la humanidad o de las ciencias o de las artes técnicas, sino que consiste en que se conozcan cada vez más profundamente las riquezas insondables de Cristo, en que se ponga cada vez con mayor constancia la esperanza en los bienes eternos, en que cada vez más ardientemente se responda al amor de Dios; finalmente, en que la gracia y la santidad se difundan cada vez más abundantemente entre los hombres.

Pero con el mismo amor es impulsada la Iglesia para interesarse continuamente también por el verdadero bien temporal de los hombres. Porque, mientras no cesa de amonestar a todos sus hijos que no tienen aquí en la tierra ciudad permanente (cf. Heb 13,14), los estimula también, a cada uno según su condición de vida y sus recursos, a que fomenten el desarrollo de la propia ciudad humana, promuevan la justicia, la paz y la concordia fraterna entre los hombres y presten ayuda a sus hermanos, sobre todo a los más pobres y a los más infelices.

Por lo cual, la gran solicitud con que la Iglesia, Esposa de Cristo, sigue de cerca las necesidades de los hombres, es decir, sus alegrías y esperanzas, dolores y trabajos, no es otra cosa sino el deseo que la impele vehementemente a estar presente a ellos, ciertamente con la voluntad de iluminar a los hombres con la luz de Cristo, y de congregar y unir a todos en aquel que es su único Salvador. Pero jamás debe interpretarse esta solicitud como si la Iglesia se acomodase a las cosas de este mundo o se resfriase el ardor con que ella espera a su Señor y el reino eterno.

28. Creemos en la vida eterna. Creemos que las almas de todos aquellos que mueren en la gracia de Cristo —tanto las que todavía deben ser purificadas con el fuego del purgatorio como las que son recibidas por Jesús en el paraíso en seguida que se separan del cuerpo, como el Buen Ladrón— constituyen el Pueblo de Dios después de la muerte, la cual será destruida totalmente el día de la resurrección, en el que estas almas se unirán con sus cuerpos.

29. Creemos que la multitud de aquellas almas que con Jesús y María se congregan en el paraíso, forma la Iglesia celeste, donde ellas, gozando de la bienaventuranza eterna, ven a Dios, como Él es[33] y participan también, ciertamente en grado y modo diverso, juntamente con los santos ángeles, en el gobierno divino de las cosas, que ejerce Cristo glorificado, como quiera que interceden por nosotros y con su fraterna solicitud ayudan grandemente nuestra flaqueza [34].

30. Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmente que en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones, como nos aseguró Jesús: Pedid y recibiréis (cf. Lc 10,9-10; Jn 16,24). Profesando esta fe y apoyados en esta esperanza, esperamos la resurrección de los muertos y la vida del siglo venidero.

Bendito sea Dios, santo, santo, santo. Amén.

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A BOGOTÁ

ORDENACIÓN DE DOSCIENTOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
EN LA SEDE DEL CONGRESO EUCARÍSTICO

HOMILÍA DEL PAPA PABLO VI

Jueves 22 de agosto de 1968

¡Señor Jesús! Te damos gracias por el misterio que acabas de realizar Tú, mediante el ministerio de nuestras manos y de nuestras palabras, por obra del Espíritu Santo.

Tú, te has dignado imprimir en el ser personal de estos elegidos tuyos una huella nueva, interior e imborrable; una huella, que les asemeja a Ti, por lo cual cada uno de ellos es y será llamado: otro Cristo. Tú has grabado en ellos tu semblante humano y divino, confiriéndoles no sólo una inefable semejanza contigo, sino también una potestad y una virtud tuyas, una capacidad de realizar acciones, que sólo la eficacia divina de tu Palabra atestigua y la de tu voluntad realiza.

Tuyos son, Señor, estos tus hijos, convertidos en hermanos y ministros tuyos, por un nuevo título. Mediante su servicio sacerdotal, tu presencia y tu sacrificio sacramental, tu evangelio, tu Espíritu, en una palabra, la obra de tu salvación, se comunicará a los hombres, dispuestos a recibirla; se difundirá en el tiempo de la generación presente y de la futura una incalculable irradiación de tu caridad e inundará de tu mensaje regenerador esta dichosa Nación este inmenso continente, que se llama América Latina, y que acoge hoy los pasos de nuestro humilde, pero incontenible, ministerio apostólico.

Tuyos son, Señor, estos nuevos servidores de tu designio de amor sobrenatural; y también nuestros, porque han sido asociados a Nos, en la gran obra de evangelización, como los más cualificados colaboradores de nuestro ministerio, como hijos predilectos nuestros; más aún, como hermanos en nuestra dignidad y en nuestra función, como obreros esforzados y solidarios en la edificación de tu Iglesia, como servidores y guías, como consoladores y amigos del Pueblo de Dios, como dispensadores, semejantes a Nos, de tus misterios.

Te damos gracias, Señor, por este acontecimiento, que tiene origen en tu infinito amor y que, más que hacernos dignos, nos obliga a celebrar tu misericordia misteriosa y nos incita solícitamente, casi con impaciencia, para salir al encuentro de las almas a las cuales está destinada toda nuestra vida, sin posibilidad de rescate, sin límites de donación, sin segundas intenciones de intereses terrenos.

¡Señor! en este momento decisivo y solemne, nos atrevernos a expresarte una súplica candorosa, pero no falta de sentido: haz, Señor, que comprendamos.

Nosotros comprendemos, cuando recordamos que Tú, Señor Jesús, eres el mediador entre Dios y los hombres; no eres diafragma, sino cauce; no eres obstáculo, sino camino; no eres un sabio entre tantos, sino el único Maestro; no eres un profeta cualquiera, sino el intérprete único y necesario del misterio religioso, el solo que une a Dios con el hombre y al hombre con Dios, Nadie puede conocer al Padre, has dicho Tú, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo, que eres Tú, Cristo, Hijo del Dios vivo, quisiere revelarlo (Cf. Mt 11, 27; Jn 1,18). Tú eres el revelador auténtico, Tú eres el puente entre el reino de la tierra y el reino del cielo: sin Ti, nada podemos hacer (Cf. Jn 15,5) . Tú eres necesario, Tú eres suficiente para nuestra salvación. Haz, Señor, que comprendamos estas verdades fundamentales.

Y haz que comprendamos, cómo nosotros, sí, nosotros, pobre arcilla humana tomada en tus manos, milagrosas, nos hemos transformado en ministros de esta tu única mediación eficaz (Cf. S. Th. III, 26, 1 ad 1). Corresponderá a nosotros, en cuanto representantes tuyos y administradores de tus divinos misterios(Cf. 1 Cor 4,1; 1 Petr 4, 10) difundir los tesoros de tu palabra, de tu gracia, de tus ejemplos entre los hombres, a los cuales desde hoy está dedicada totalmente y para siempre toda nuestra vida (Cf. 2 Cor 4, 5).

Esta misma mediación ministerial nos sitúa, hombres frágiles y humildes como seguimos siendo, en una posición, sí, de dignidad y de honor (Cf. 2 Cor 4, 5), de potestad,(Cf. 1 Cor 11, 24-25; Jn 20-33; Hech 1, 2 2 ; 1 Petr 5, 2 etc.) de ejemplaridad (Cf. 1 Cor 4, 16; 11, 1; Phil 3, 17; 1 Petr. 5, 3), que califica moral y socialmente nuestra vida y tiende a asimilar el sentimiento de nuestra conciencia personal al mismo que embargó tu divino corazón, oh Cristo, (Cf. Phil 2, 5; Eph 5, 1) habiéndonos convertido nosotros también, casi conviviendo contigo, en Ti, (Gal 2, 2) en sacerdotes y víctimas al mismo tiempo, (Cf Gal 2, 19) dispuestos a cumplir con todo nuestro ser, como Tú, Señor, la voluntad del Padre, (Cf. Gal 2, 19) obedientes hasta la muerte, como lo fuiste Tú hasta la muerte de cruz (Cf. Phil 2, 8.) para salvación del mundo (Cf. 1 Cor 11, 26).

Pero ahora, Señor, lo que quisiéramos entender mejor, es el efecto sicológico que el carácter representativo de nuestra misión debe producir en nosotros y la doble polarización de nuestra mentalidad. de nuestra espiritualidad y también de nuestra actividad hacia los des términos que encuentran en nosotros el punto de contacto y de simultaneidad: Dios y el hombre, en una analogía viviente y magnífica contigo, Dios y hombre.

Dios tiene en nosotros su instrumento vivo, su ministro y por tanto su intérprete, el eco de su voz; su tabernáculo, el signo histórico y social de su presencia en la humanidad, el hogar ardiente de irradiación de su amor hacia los hombres. Este hecho prodigioso (haz, Señor, que nunca lo olvidemos) lleva consigo un deber, el primero y el más dulce de nuestra vida sacerdotal: el de la intimidad con Cristo, en el Espíritu Santo y por lo mismo contigo, ¡oh Padre! (Cf. Jn 16, 27) ; es decir, el de una vida interior auténtica y personal, no sólo celosamente cuidada en el pleno estado de gracia, sino también voluntariamente manifestada en un continuo acto reflejo de conciencia, de coloquio, de suspensión amorosa, contemplativa (Cf. S. Greg., Regula Pastoralis I: contemplatione suspe

nsus). La reiterada palabra de Jesús en la última Cena: « manete in dilectione mea »(Jn 15, 9; 15, 4 etc) se dirige a nosotros, amadísimos Hijos y Hermanos. En este anhelo de unión con Cristo y con la revelación, abierta por El en el mundo divino y humano, está la primera actitud característica del ministro, hecho representante de Cristo e invitado, mediante el carisma del Orden sagrado, a personificarlo existencialmente en sí mismo. Esto es algo importantísimo para nosotros, es indispensable.

Y no creáis que esta absorción de nuestra consciente espiritualidad en el coloquio íntimo con Cristo, detenga o frene el dinamismo de nuestro ministerio, es decir, retrase la expansión de nuestro apostolado externo, o quizá sirva también para evadir la molesta y pesada fatiga de nuestra entrega al servicio de los demás, la misión que se nos ha confiado; no, ella es el estímulo de la acción ministerial, la fuente de energía apostólica y hace eficiente la misteriosa relación entre el amor a Cristo y la entrega pastoral (Cf. Jn 21, 15 ss).

Más aún, es así como nuestra espiritualidad sacerdotal de representantes de Dios ante el Pueblo, se orienta hacia su otro polo, de representantes del Pueblo ante Dios. Y esto, fijaos bien, no sólo para prodigar a los hombres, amados por amor a Cristo, toda la actividad, todo nuestro corazón, sino también y en una fase anterior sicológica, para asumir nosotros su representación: en nosotros mismos, en nuestro afecto, en nuestra responsabilidad, recogemos al Pueblo de Dios.

Somos no sólo ministros de Dios, sino también ministros de la Iglesia (Cf. Enc. Mediator Dei, AAS, 1947, p. 539); más aun, deberemos tener siempre presente que el Sacerdote cuando celebra la Santa Misa, hace « populi vices » (Pío XII, Magnificate Dominum, AAS, 1954 p. 688); y así, por lo que se refiere a la validez sacramental del sacrificio, el sacerdote actúa « in persona Christi »; mientras que en cuanto a la aplicación actúa como ministro de la Iglesia. (Cfr. Ch. Journet, L’Eglise du Verbe Incarné, I, p. 110, n. 1, 1° ed.; Cf. S. Th. III, 22, 1; Cf. 2 Cor. 5, 11).

Pidamos pues al Señor que nos infunda el sentido del Pueblo que representamos y que llevamos en nuestra misión sacerdotal y en nuestro corazón de consagrados a su salvación; del Pueblo que reunimos en comunidad eclesial, que convocamos en torno al altar, de cuyas necesidades, plegarias, sufrimientos, esperanzas, debilidades y virtudes somos intérpretes. Nosotros constituimos, en el ejercicio de nuestro ministerio cultual, el Pueblo de Dios.

Nosotros hacemos coincidir en nuestro carácter representativo y ministerial las diversas categorías que componen la comunidad cristiana: los niños, los jóvenes, la familia, los trabajadores, los pobres, los enfermos y también los lejanos y los adversarios. Nosotros somos el amor que une a las gentes de este mundo. Somos su corazón. Somos su voz, que adora y ruega, que goza y llora. Nosotros somos su expiación (Cf. 2 Cor 5, 21). Somos los mensajeros de su esperanza.

Haz, Señor, que comprendamos. Tenemos que aprender a amar así a los hombres. Y también a servirlos así. No nos costará estar a su servicio, al contrario, esto será nuestro honor y nuestra aspiración. No nos sentiremos nunca apartados socialmente de ellos, por el hecho de que seamos y debamos ser distintos en virtud de nuestro oficio. No rehusaremos jamás ser para ellos hermanos, amigos, consoladores, educadores y servidores.

Seremos ricos con su pobreza y pobres en medio de sus riquezas. Seremos capaces de comprender sus angustias y de transformarlas no en cólera y en violencia, sino en la energía fuerte y pacífica de obras constructivas. Sabremos estimar que nuestro servicio sea silencioso (Cf. Mt. 6, 3.), desinteresado (Cfr Mt 10, 8) y sincero en la constancia, en el amor y en el sacrificio; confiados en que tu poder, Señor, lo hará un día eficaz (Cf. Jn 4, 37). Tendremos siempre delante y dentro del espíritu, a la Iglesia, una, santa, católica, en peregrinación hacia la meta eterna; y llevaremos grabada en la memoria y en el corazón nuestro lema apostólico: Pro Chisto ergo legatione fungimur (2 Cor 5, 20).

Mira, Señor; estos nuevos sacerdotes, estos nuevos diáconos harán propia la divisa, la consigna de ser embajadores tuyos, tus heraldos, tus ministros en esta tierra bendita de Colombia, en este cristiano continente de América Latina.

Tú, Señor, los llamaste, Tú los has revestido ahora de la gracia, de los carismas, de los poderes de la ordenación, sacerdotal en unos y diaconal en otros. Haz, que todos sean siempre ministros fieles tuyos.

Nos te suplicamos, Señor, que, mediante su ministerio y su ejemplo, se conserve la fe católica en estos países; se encienda con nueva luz y resplandezca en la caridad operante y generosa; Te pedimos que su testimonio haga eco al de sus Obispos y robustezca el de sus hermanos, a fin de que todos sepan alimentar la verdadera vida cristiana en el Pueblo de Dios; que tengan la lucidez y la valentía del Espíritu para promover la justicia social, para amar y defender a los Pobres, para servir con la fuerza del amor evangélico y con la sabiduría de la Iglesia, madre y maestra, a las necesidades de la sociedad moderna; y, finalmente, Te suplicamos que, recordando este Congreso, ellos busquen y gusten en el misterio eucarístico la plenitud de su vida espiritual y la fecundidad de su ministerio pastoral. ¡Te lo pedimos! ¡Escúchanos, Señor!  

BEATIFICACIÓN SOLEMNA DE MARÍA DE LOS APÓSTOLES

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo 13 de octubre de 1968

UN CRISTIANISMO TODO PROTESTADO AL SERVICIO DE LAS ALMAS

Señores Cardenales, Venerables Hermanos e Hijos amados y Fieles todos, y ustedes hoy merecedores de Nuestra particular consideración, ¡Excelentes Hermanas del Divino Salvador!

Que se nos permita, después de la ceremonia sagrada en honor a la nueva Beata María de los Apóstoles, Fundadora de las Religiosas Salvatorianas, y después de agradecer al Señor con el rito eucarístico celebrando su divina presencia y su perenne asistencia entre nosotros, a expresar, no como ilustración, sino como signo de nuestra complacencia, una palabra sobre esta beatificación, que alegra a toda la Iglesia; que llena de alegría y defuerte una numerosa familia religiosa femenina y consecuentemente la masculina que le dio su origen y nombre; que plantea como ejemplo común y edificación estimulante una figura de mujer fuerte y muy distintiva, que en su linaje y en sus virtudes naturales y cristianas honra a su gran patria; que se extiende por toda la tierra, donde las instituciones caritativas y la actividad religiosa de las Hermanas Salvatorianas dan fe de la vitalidad providente de la obra fundada por los más piadosos, hoy glorificada por la Iglesia; y que ofrece al mundo de hoy, y ciertamente al de mañana, el testimonio de un catolicismo que lucha enteramente por su servicio y su salvación. Complacencia, digamos, como la que surge en la mente de quienes quieren repasar la historia de Teresa von Wüllenweber, luego cubierta como un manto sagrado del nombre religioso de Maria degli Apostoli:

EL IDEAL DE LA EXISTENCIA ELECT: "APOSTOLADO Y MISIÓN"

Nuestra complacencia se limita, en este momento, a admirar el doble aspecto que define la vocación y la vida del Beato: el apostolado y la misión. No son dos aspectos distintos, casi como si calificaran una figura de dos caras; más bien, son dos títulos que encajan en una misma figura, que hizo del apostolado el motivo de su vida y el motivo de su entrega, su total abnegación por la causa de Cristo; y quería que su apostolado se atreviera a aspirar y llegar a su expresión evangélica y moderna más atrevida, la misionera.

A TREVES TODO LO POSIBLE POR EL REINO DE DIOS

¿Qué es el apostolado? Considerado en su sentido psicológico, donde la gracia anima la intimidad interior de nuestro espíritu, el apostolado es ante todo una voz interior que pronuncia, de vez en cuando, una valoración desconcertante de las cosas, anulando algunas, incluso las buenas y queridas, exaltando a otras. , creído difícil, ajeno, utópico; una voz inquietante y tranquilizadora a la vez, una voz tan dulce como imperiosa, una voz acosadora y a la vez amorosa, una voz que, coincidiendo con imprevistos y hechos graves, se vuelve en un momento atractivo, decisivo, casi revelador de nuestra vida y nuestro destino, incluso profético y casi victorioso, que finalmente escapa a toda incertidumbre, r; cada timidez e incluso cada miedo, y simplifica no para finalmente ponértelo fácil, deseable y feliz la respuesta de todo nuestro ser, en la expresión de esa sílaba, que revela el secreto supremo del amor: sí; sí, oh Señor, dime qué debo hacer, y me atreveré, lo haré. Como San Pablo, golpeado a las puertas de Damasco: "¿Quid vis me facere? ¿Que quieres que haga? ( Hechos 9, 5).

La raíz del apostolado está en esta profundidad: es vocación, es elección, es encuentro interior con Cristo, es abandono de la autonomía personal a su voluntad, a su presencia intrusa; es una cierta sustitución de nuestro corazón, pobre, inquieto, veleidoso ya veces infiel, pero ávido de amor, por el suyo, por el corazón de Cristo, que comienza a latir en su criatura elegida. Entonces se produce el segundo acto del drama psicológico del apostolado: la necesidad de difundir, la necesidad de hacer, la necesidad de dar, la necesidad de hablar, la necesidad de inculcar el propio tesoro, el propio fuego en los demás. De lo personal, el drama se vuelve social, del interior al exterior.

La caridad de la relación religiosa se convierte en la caridad de la relación con el prójimo. Y así como la primera caridad ha revelado dimensiones ilimitadas (cf. Efesios 3, 18), la segunda ya no quiere límites; el apostolado se convierte en la expansión continua de un alma, se convierte en la exuberancia de una personalidad poseída por Cristo y animada por su Espíritu, se convierte en la necesidad de correr, de hacer, de inventar, de atreverse tanto como sea posible por la difusión de la Reino de Dios, para la salvación de los demás, de todos. Es casi una intemperancia de acción, que sólo el choque con dificultades externas podrá moderar y modelar en obras concretas y por tanto limitadas.

EN LA IGLESIA HAY DIVERSIDAD DE MINISTERIO PERO UNIDAD DE MISIÓN

El siglo pasado, siglo de grandes convulsiones en las ideas y en la sociedad, ha conocido a muchas almas, a las que el Espíritu Santo ha infundido esta conciencia y esta energía, y de las que la Iglesia ha sacado su despertar y la recuperación de las riquezas perdidas en transformaciones culturales y sociales; el apostolado se ha convertido en la fórmula de muchas nuevas familias religiosas, las femeninas no inferiores en ardor e ingenio a las masculinas, y superiores en número. Entre ellos se encuentra la familia religiosa, que hoy obtiene, en la beatificación de su Fundadora, el más alto y auténtico reconocimiento de la Iglesia, una vez más encendida con fuego apostólico.

No es de extrañar, por tanto, que esa Hija Elegida de la Iglesia viva haya asumido para sí, casi como programa, el nombre que le decimos, María de los Apóstoles, y que haya descubierto su polo rector en el ideal misionero. Del amor de Cristo, recibido por él y correspondido por él, brota el apostolado; el espíritu misionero desde el apostolado. "El impulso misionero debe referirse a la apostolicidad de la Iglesia" (Journet, L'Eglise , II, 1208). Es ella quien escribe: "Siempre fue mi primera inclinación dedicarme a las misiones y ayudarlas como pueda" (carta citada); y poco antes: "Hace siete años le prometí al buen Dios, casi como un voto, dedicarme, en la medida de mis fuerzas, todo a las misiones" (Lett. a Mons. von Essen, 25-IV-1882) .

Intuyó que el campo misionero no sólo comienza más allá de los confines de la Iglesia ya fundada y desarrollada, sino que también se ofrece al apostolado en el ámbito territorial y sociológico de la Iglesia; la multiplicidad de sus obras lo demuestra; y quizás, en la plenitud de su entusiasmo apostólico, ha intuido también lo que en este siglo ha sido más claramente revelado a la conciencia de la Iglesia y que el reciente Concilio ha declarado expresamente; es decir, "la vocación cristiana es por su naturaleza también vocación al apostolado" ( Apost. actuos . n. 2); y además que "en la Iglesia hay diversidad de ministerio, pero unidad de misión" ( ib..), la qual cosa confortò in lei, donna, a intraprendere l’apostolato missionario, propriamente detto, cioè lo sforzo d’annunciare il Vangelo e di fondare la Chiesa dove ancora né l’uno è arrivato, né l’altra è stabilita, quando non esistevano, o appena stavano sorgendo, famiglie religiose femminili a ciò consacrate. Fu ardimento provvidenziale e immediatamente fecondo. Non possiamo tacere, a questo punto, il nome d’un Sacerdote tedesco, che fu alla Beata ispiratore e maestro, il servo di Dio Padre Francesco Maria della Croce, al secolo Giovanni Battista Jordan, fondatore dei Salvatoriani. E non possiamo guardare queste due fiorenti ed esemplari famiglie religiose dei Salvatoriani e delle Salvatoriane, delle quali Roma si onora d’aver ospitato le prime sedi, e sparse ormai in tutto il mondo, senza esprimere la Nostra ammirazione, la Nostra riconoscenza e la Nostra fiducia.

LAS INSTITUCIONES VIVIENTES Y OPERATIVAS PARA IRRADIAR EL MENSAJE DEL EVANGELIO

Y no podemos, para concluir, recordar que estos maravillosos hechos eclesiales, estos prodigios de fe y caridad, estas instituciones vivas y trabajadoras (¡llamémoslas estructuras canónicas!) De la Iglesia contemporánea, han nacido, han crecido, están consagradas en el más ferviente dedicación y generosidad a la irradiación del mensaje del Evangelio y al bien de la humanidad en la firme convicción de que Jesucristo es el Salvador, es el verdadero Salvador, es el único Salvador, es el Salvador necesario; y en la elocuente experiencia de que de esta tumba del apóstol Pedro, punto de convergencia y punto de partida, centro de unidad y catolicidad, brota el amor apostólico y deriva ese mandato misionero, que configuran su apariencia religiosa, nutren sus incansables energías, santifica a sus valientes huestes.

Que la nueva beata, con su brillante ejemplo, con su protección celestial, fije para siempre esta visión y confirme este voto.

Saludos a los compatriotas del Beato. "Representa auténticamente la noble y fuerte tradición católica del pueblo germánico".

Representa auténticamente la noble y fuerte tradición católica del pueblo germánico, posee las mejores virtudes del carácter germánico formado por el espíritu sincero y la profesión católica franca, demuestra hasta su juventud una exquisita sensibilidad religiosa y una fuerte conciencia moral, por lo que ella dirige inmediatamente su vida hacia un arduo y sublime ideal de perfección religiosa que sólo en la edad adulta se concreta en un plan de apostolado misionero, titulado al Divino Salvador. Este evento, del que se originará la nueva Congregación religiosa de las Hermanas Salvatorianas, tiene lugar bajo la dirección de un gran y humilde sacerdote alemán Giovanni, luego Francesco Maria Jordan, aquí en Roma, donde la nueva fundación encuentra su cuna y su espíritu. . Una vez más, en la historia de la Iglesia,

También por este hecho María de los Apóstoles se convierte en maestra de renovada vitalidad cristiana: la naturaleza y la riqueza de su obra lo prueba. También se convierte en un símbolo, un ejemplo, un deseo, demostrando en su persona que la Iglesia ha considerado digno de la Bendición, y en su familia religiosa cuánto y cómo esa feliz fusión puede ser honorífica para el nombre alemán, fecunda para el católico. causa., universal para su difusión en el mundo, benéfica para la humanidad, gloriosa por el nombre de Jesucristo nuestro Salvador.

Estamos muy contentos por esto y expresamos Nuestra íntima satisfacción, impartiendo a quienes, en esta Basílica y en todo el mundo, la comparten, Nuestra Bendición Apostólica.

RITO SAGRADO EN EL DÍA DEL "CORPUS DOMINI"

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves, 5 de junio de 1969

Venerables hermanos, queridos hijos,

El rito, que nos encuentra reunidos en este momento de la evocadora víspera romana, es, como veis, una celebración de culto público, exterior y solemne en honor a la Eucaristía. Es un deber y una alegría del pueblo cristiano; es una alegría para las almas que miran a Cristo con fe ; es un acto comunitario de amor por él, rey y centro de todos los corazones, el pastor que nos alimenta con su carne y su sangre. La solemnidad del Corpus Domini fue deseada por la Iglesia precisamente para que sus hijos pudieran expresar su alabanza a Cristo con la sonoridad de la voz, con plenitud de amor, con sobria alegría de júbilo - sit laus plena, sit sonorous, sit iucunda, sit decora: para que también exteriormente manifestaran esa gratitud que el Jueves Santo, día de la conmemoración de la institución de la Eucaristía, se transformó en tristeza, en contemplación amorosa, en participación silenciosa en la inminente Pasión del Redentor, sumergiéndose entonces en el recuerdo. , oración, adoración. Hoy, aquel celebrado lleno de cariño estalla en júbilo, se libera en el canto, se levanta de la vía pública, en todas las ciudades y distritos del mundo católico, para celebrar la caridad de Cristo, que se ofreció en la Cruz por nosotros, y porque se entregó, hasta dejarnos su Cuerpo y su Sangre, la renovación de su sacrificio, su presencia misteriosa y real, el Pan de vida eterna, el memorial de su Pasión, la prenda de la resurrección final.

MISTERIO DE LA FE

Por tanto, estamos llamados a regocijarnos externamente; y que el Papa se complazca con ustedes, hijos de Roma, con ustedes, habitantes de esta populosa zona de la ciudad, con ustedes, Autoridades y representantes de las Autoridades, el Clero y las Familias religiosas, con ustedes, miembros de organizaciones parroquiales y asociaciones interparoquiales, asociaciones de Acción Católica, apostolado laical, desde los pequeños de Primera Comunión a los jóvenes generosos, a los adultos de todas las edades: con tu presencia nos cuentas cómo este deber gozoso del pueblo cristiano hacia la Eucaristía ha entrado tan profundamente en sus corazones, que era natural y lógico que vinieran aquí para rendir su tributo público de amor a Cristo.

Esta ceremonia solemne nos obliga también a reflexionar, a repensar, a tomar conciencia de este Misterio de fe y caridad, Mysterium fidei , repite el sacerdote en el momento más sagrado de la Misa: Mysterium fidei hace eco al pueblo, vitoreando. La Eucaristía es, de hecho, un misterio central y, por tanto, debemos confirmar y aclarar en nosotros mismos, en esta gran e impresionante ocasión, alguna idea buena, alguna grandiosa, alguna estimulante sobre el Santísimo Sacramento.

Ciertamente no es posible, en breves instantes, agotar su contenido, insondable, a cuya penetración cada vez más profunda, a lo largo de los siglos, contribuyó la sabiduría de los Padres, el genio de los teólogos, la experiencia vivida de los santos. Pero esta noche nos gustaría llamar su atención sobre el nombre que la piedad cristiana da a la Eucaristía. ¿Cómo lo llamamos habitualmente? La "Comunión". Está bien, eso es correcto. Pero ¿Comunión con quién? Y aquí el horizonte se expande, se expande, se expande en un radio ilimitado. Es una doble comunión: con Cristo y entre nosotros, que en él somos y somos hermanos.

"SIGNUM UNITATIS"

La Eucaristía es ante todo Comunión con Cristo, Dios de Dios, Luz de Luz, Amor de Amor, vivo, verdadero, sustancial y sacramentalmente presente, Cordero sacrificado por nuestra salvación, Maná refrescante para la vida eterna, Amigo, Hermano, Esposo, misteriosamente escondido y rebajado bajo la sencillez de las apariencias, pero glorioso en su vida resucitada, que vivifica comunicándonos los frutos del misterio pascual. 

Oh, nunca habremos meditado lo suficiente sobre la riqueza que nos abre esta íntima comunión de fe, amor, voluntad, pensamientos, sentimientos, con el Cristo Eucarístico. La mente está perdida, porque tiene dificultad para comprender, los sentidos dudan, porque se enfrentan a realidades comunes y conocidas: el pan y el vino, los dos elementos más simples de nuestra alimentación diaria. 

Sin embargo, el mismo "signo" con el que esta divina presencia se nos ofrece, nos muestra cómo debemos pensarlo: el pan y el vino, estas especies tan comunes, tienen el valor de un símbolo, un signo: ¿un signo de qué? ¡Oh, qué grande es la potencia de Cristo, que también aquí, según su estilo -que es el estilo de Belén, de Nazaret, del Calvario- esconde las más grandes realidades bajo las más humildes apariencias y, precisamente por eso, a todos accesibles : este sacramento es signo de que Cristo quiere ser nuestro alimento, nuestro sustento, principio interior de vida de cada uno de nosotros, y nos aplica los frutos de su encarnación, con la que -como bien dijo el Concilio- "el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre "(Gaudium et spes , 22).

La encarnación se extiende en el tiempo, de modo que todo cristiano se convierte verdaderamente, como el pámpano que se alimenta del tronco de la única vid ( Io . 15, 1), la extensión de Cristo, y puede decir con el apóstol Pablo: "Ya no vivo. , pero Cristo vive en mí. La vida que vivo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí ”( Gal . 2, 20). Se multiplica para estar disponible para todos, para ser para todos: ignorado, quizás; descuidado, quizás; ofendido, quizás; pero cerca, pero presente, pero trabajando por los que creen, por los que esperan, por los que aman.

Si la Eucaristía es un gran misterio, que la mente no comprende, al menos podemos comprender el amor, que allí brilla con una llama secreta y consumidora. Podemos reflexionar sobre la intimidad que Jesús quiere tener con cada uno de nosotros; es su promesa, son sus palabras, las que la liturgia nos ha repetido hoy: «El que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él. . . Quien me come, él también vivirá para mí: vivet propter me "( Io . 6, 56-57). Él es el Pan de vida eterna, para nosotros los peregrinos de este mundo, que a través de Él ya somos transportados e introducidos por el rápido fluir del tiempo a la orilla de la eternidad.

Comunión con Cristo, por tanto, Eucaristía, como sacramento y como sacrificio: pero también comunión entre nosotros hermanos, con la comunidad, con la Iglesia: y es Revelación volver a decirnos, en palabras de Pablo: "Ya que hay es un solo pan, nosotros, que somos muchos, formamos un solo cuerpo; ya que todos compartimos de este único pan ”( 1 Cor . 10, m). 

El Concilio Ecuménico Vaticano II puso de relieve esta realidad cuando llamó a la Eucaristía "fiesta de comunión fraterna" ( Gaudium et spes , 38); cuando dijo que los cristianos, "alimentándose del cuerpo de Cristo en la Sagrada Comunión, muestran concretamente la unidad del Pueblo de Dios, que por este augusto sacramento se expresa adecuadamente y se realiza admirablemente" ( Lumen Gentium, 11).

Y verdaderamente, la Eucaristía pretende unir en unidad a los creyentes, los creyentes que somos, unidos a todos los hermanos del mundo. Ésta es otra caridad: partiendo de Cristo, debemos ejercerla. Y la celebración de la Eucaristía es siempre un principio de unión, de caridad, no sólo en el sentimiento, sino también en la práctica: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" ( Io . 15, 12). 

Es el "mandamiento nuevo", el que debe distinguir a los hijos de la Iglesia: y encuentra la razón, el ímpetu, el manantial secreto en la Comunión, en la Misa, que es la celebración de la comunidad cristiana, el alimento de caridad. «En toda comunidad que participa en el altar -aún es el Concilio el que nos lo repite-. . . se ofrece el símbolo de esa caridad y unidad del Cuerpo Místico, sin el cual no puede haber salvación (S. THOM.,Summ. Theol . III, 73, 3). En estas comunidades, aunque a menudo pequeñas y pobres, o dispersas, Cristo está presente, en virtud de quien está reunida la Iglesia ”( Lumen gentium , 26).

TRABAJA PARA OTROS

Por tanto, el amor que parte de la Eucaristía es un amor radiante: se refleja en la fusión de los corazones, en el afecto, en la unión, en el perdón; nos hace comprender que debemos gastarnos en las necesidades de los demás, de los pequeños, de los pobres, de los enfermos, de los presos, de los exiliados, de los que sufren. 

Esta caridad también mira a los hermanos lejanos, a quienes la aún no perfecta unidad con la Iglesia católica no les permite sentarse a la misma mesa con nosotros, y nos hace rezar para que el momento se apresure. 

Esta "comunión" también tiene una reflexión social, porque empuja hacia la solidaridad mutua, las obras de caridad, el entendimiento mutuo, el apostolado: ambos en la Iglesia, "cuyo bien espiritual común está sustancialmente contenido en el sacramento de la Eucaristía" (S THOM ., Summ. Theol.III, 65, 3 ad 1), ambos entre nosotros, que, comunicándonos junto con el Pan de vida, nos convertimos en "el Cuerpo de Cristo: no muchos, sino un solo cuerpo", y así permanecemos unidos unos con otros y con Cristo en el Sacramento (cfr. S. IOANN. CHRYSOSTOMUS, En 1 Cor ., Hom. 24, 17; PG 61, 200) y trabajamos nuestro bien, que es "el cariño, el amor fraterno, estar unidos y unidos, en un vida que transcurre en paz y mansedumbre "(ID., En Ep. ad Rom. , 26, 17; PG 60, 638).

¡Amados hermanos e hijos! La enseñanza que nos llega del Sacramento Eucarístico reaviva, pues, estas profundas convicciones en la Iglesia romana, cabeza y centro de todas las Iglesias, como en todas las comunidades del mundo, a las que hoy nos sentimos más unidos por los lazos de fe y amor.: hacer arder nuestro amor a Cristo, renovando ante él el compromiso de un testimonio constante, generoso, que nunca transige con el espíritu del mundo corrupto y corruptor; y nos insta a amarnos a nosotros mismos "como él nos amó", viviendo en la auténtica caridad del Evangelio, sintiendo las necesidades de los demás, a llorar con los que lloran y alegrarse con los que se alegran, en el signo de la participación en su Pan de la vida.

¿Quieres responder a esta petición que el Papa te hace esta noche en nombre de Cristo? De ello estamos seguros, por el progreso humano y social de esta ciudad nuestra, por el bien de la sociedad en su conjunto, por la defensa de la familia, por la fidelidad a la Iglesia. Y en el nombre de Cristo los bendecimos, abrazando a sus familias, a sus hijos, a sus enfermos, a sus hogares, a su trabajo con la señal de la Cruz; hacer a todos ustedes, aquí presentes, y a toda la Iglesia, una sola ofrenda de dulce perfume a Dios, que Él apreciará y corresponderá con la plenitud de sus dones. Amén, amén.

CELEBRACIÓN DEL «CORPUS DOMINI» EN LAS EXTERIORES DE LA URBE

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Solemnidad del "Corpus Domini"
Jueves 28 de mayo de 1970

¡Queridos hermanos e hijos!

Nuestro primer saludo reverente y respetuoso va al cardenal Angelo Dell'Acqua, nuestro vicario general para esta querida Diócesis de Roma, y ​​queremos saludar y bendecir, con una íntima unión de fe y caridad, a toda nuestra diócesis de Roma, presente. aquí., o representado aquí.

SALUDOS PATERNALES

A continuación, saludamos cordialmente a vuestro párroco Don Carlo Bressan, digno hijo de Don Bosco, que con sus buenos cohermanos presta su ministerio pastoral a esta nueva parroquia, galardonada con el hermoso título de Santa Maria della Speranza; lo mismo a toda la Parroquia, que se está convirtiendo, con sus oratorios salesianos, masculinos y dos femeninos, en una comunidad numerosa, viva y orgánica: a todos ya cada miembro de ella, especialmente a las familias cristianas, nuestro saludo afectuoso y de bendición. Lo extendemos a las parroquias cercanas, a todo el distrito y a todos los que vinieron a esta celebración para honrar a nuestro Señor Jesucristo en el sacramento eucarístico: gracias a todos ustedes por su presencia, que no estará exenta de abundantes bendiciones del Señor.

Aún otros saludos especiales: a los jóvenes, a quienes conocemos aquí asistidos y animados por el espíritu de San Juan Bosco; ¡Gente joven! Un gran saludo para ti: te llevamos en el corazón y hoy en la oración de esta Misa especial; tenemos confianza en tu fe en Cristo, en tu fidelidad a la Iglesia, en tu sentido de caridad social por el bien de toda esta naciente y floreciente comunidad parroquial. Entonces nuestros pensamientos van a todos aquellos que necesitan consuelo y ayuda: los que sufren, los pobres, los extraños, los niños, los infelices; por todos invocamos de Nuestra Señora de la Esperanza, de Cristo amigo de todos los atribulados el consuelo del corazón y la asistencia de la caridad de los hermanos, que aquí, esperamos, no los dejarán fallar.

Dirigimos un gran saludo a la cercana Universidad Salesiana, que suma a sus méritos el de albergar la parroquia, a la espera de que también tenga su propia iglesia. Y a todas las instituciones que pertenecen a este nuevo y ya célebre Ateneo, y especialmente a su digno Rector Don Luigi Colonghi y a todo el distinguido cuerpo universitario, Profesores y Estudiantes, un sincero deseo de prosperidad y particular asistencia de la Sabiduría divina.
Por último saludamos con devota cordialidad al cardenal Carlo Wojtyla, arzobispo de Cracovia, y con él a los venerables hermanos en el episcopado polaco, que lo acompañan y que guían con él al numeroso y querido grupo de sacerdotes polacos peregrinos a Roma y presentes hoy aquí. . Su presencia nos recuerda el aniversario que celebran de su ordenación sacerdotal; nos recuerda el gran sufrimiento que no pocos de ellos, prisioneros y deportados durante la guerra, soportaron con fuerza invencible y paciencia cristiana; nos recuerda su patria, la Polonia católica, una nación querida por nosotros, por cuya prosperidad civil y religiosa, oraremos hoy con sinceridad, sinceramente agradecidos de tener con nosotros hoy una representación tan conspicua de ese país heroico y cristiano.

Para celebrar bien la fiesta que nos reúne aquí, la fiesta del "Corpus Domini", fiesta del sacramento eucarístico, necesitamos un momento de reflexión, como lo estamos haciendo ahora.

COMUNIDAD VIVA

Un momento de reflexión. Empecemos así: ¿quiénes somos? Somos Iglesia; una porción de la Iglesia católica, una comunidad de creyentes unidos en la misma fe, en la misma esperanza, en la misma caridad, una comunidad viva en virtud de una animación, que nos viene del Señor, de Cristo mismo y que su El espíritu nutre; somos así parte de su cuerpo místico.

Ahora la Iglesia posee en sí misma un secreto, un tesoro escondido, un misterio. Como un corazón interior. Posee al mismo Jesucristo, su fundador, su maestro, su redentor. Cuidado: lo tiene presente. ¿Aquí estoy? Sí. ¿Con la herencia de su Palabra? Sí, pero también con otra presencia. ¿El de sus ministros? de sus apóstoles, de sus representantes? de sus sacerdotes? es decir, de su tradición ministerial? Sí; pero hay más. El Señor ha dado a sus sacerdotes, a estos ministros calificados suyos, un poder extraordinario y maravilloso: el de hacerle presente de manera real y personal. Yo vivo? Sí. ¿Solo él? Sí, realmente Él. Pero, ¿dónde está, si no se le puede ver? Aquí está el secreto, aquí está el misterio: la presencia de Cristo es verdadera y real, pero sacramental. Es decir, oculto, pero a la vez identificable.

Entonces, ¿es un milagro? Sí, de un milagro, que Él, Jesucristo, dio el poder de realizar, de repetir, de multiplicar, de perpetuar a sus Apóstoles, haciéndolos Sacerdotes y dándoles este poder de hacer presente todo su Ser, divino y humano, en este Sacramento, que llamamos Eucaristía, y que bajo las apariencias de pan y vino contiene el Cuerpo, la Sangre, el alma y la divinidad de Jesucristo. Es un misterio, pero es la verdad. Y es esta verdad milagrosa, poseída por la Iglesia católica, y custodiada con una conciencia celosa y silenciosa, la que celebramos hoy, y queremos, en cierto sentido, publicar, manifestar, mostrar, hacer entender, comprender. exaltar. La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, celebra hoy el Cuerpo real de Cristo, presente y escondido en el Sacramento de la Eucaristía.

VERDAD MILAGROSA

¿Pero es difícil de entender? Sí, es difícil; porque es un hecho real y muy singular, realizado por el poder divino, y que sobrepasa nuestra normal y natural capacidad de comprensión. Debemos creer en él, en la palabra de Cristo; es el "misterio de la fe" por excelencia.

Pero tengamos cuidado. El Señor se nos presenta, en este sacramento, no como es, sino como quiere que lo consideremos; cómo quiere que nos acerquemos a él. Se nos presenta bajo el aspecto de signos, de signos especiales, de signos expresivos, elegidos por él, como si dijera: mírame así, conóceme así; los signos del pan y el vino te dicen lo que quiero ser para ti. Nos habla a causa de estas señales y nos dice: así que ahora estoy entre ustedes.

PRESENCIA REAL

Por tanto, si no podemos disfrutar de la presencia sensible, podemos y debemos disfrutar de su presencia real, pero bajo su aspecto intencional. ¿Cuál es la intención de Jesús que se entrega a nosotros en la Eucaristía? ¡Oh! esta intención, si reflexionamos bien, nos es muy abierta, y nos dice muchas, muchas cosas de Jesús; sobre todo nos habla de su amor. Nos dice que él, Jesús, escondido en la Eucaristía, se revela en la Eucaristía; se revela en el amor.

El "misterio de la fe" se abre en un "misterio de amor". Piensa: aquí está el vestido sacramental, que al mismo tiempo esconde y presenta a Jesús; pan y vino, dado por nosotros.
Jesús se da a sí mismo, se da a sí mismo. Ahora bien, este es el centro, el punto focal de todo el Evangelio, de la Encarnación, de la Redención: Nobis natus, nobis datus : nacido para nosotros, dado por nosotros.

¿Para cada uno de nosotros? Sí, para cada uno de nosotros. Jesús multiplicó su presencia real pero sacramental, en tiempo y en número, para poder ofrecernos a cada uno, digámosle a cada uno, la suerte, la alegría de acercarnos a él, de poder decir: él es para mí. , él es mío. "Me amó, dice San Pablo, y se entregó por mí". ( Gálatas 2. 20).

¿Y para todos también? Si, para todos. Otro aspecto del amor de Jesús, expresado en la Eucaristía. Conoces las palabras con las que Jesús instituyó este Sacramento, y que el Sacerdote repite en la Misa, en la consagración: «cómelos todos, beberlos todos". Tanto es así que este mismo Sacramento se instituye durante una cena, un camino y un tiempo, familiar y ordinario, de encuentro, de unión. La Eucaristía es el sacramento que representa y produce la unidad de los cristianos; este es un aspecto característico de la Eucaristía, muy querido por la Iglesia y muy considerado hoy. Por ejemplo, el Concilio reciente dice, con palabras muy significativas: Cristo "instituyó en su Iglesia el maravilloso sacramento de la Eucaristía, mediante el cual se significa y se realiza la unidad de la Iglesia" ( Unitatis redintegratio , 2). 

San Pablo, primer historiador y primer teólogo de la Eucaristía, ya había dicho: "Formamos un solo cuerpo, todos los que compartimos el mismo pan" ( 1 Cor.. 10, 17). Es realmente necesario exclamar, con San Agustín: «¡Oh Sacramento de bondad! o signo de unidad! ¡Oh vínculo de caridad! " (S. AUG., En I. Tr. , 26; PL 15, 1613). Aquí: de la presencia real, tan simbólicamente expresada en la Eucaristía, se derrama una irradiación infinita, una irradiación de amor. De amor permanente. Del amor universal. Ni el tiempo ni el espacio le imponen límites.

Una pregunta más: ¿pero por qué este simbolismo se expresa a través de las especies de alimentos: pan y vino? Aquí también la intención es clara: el alimento entra en quien se alimenta, entra en comunión con él. Jesús quiere entrar en comunión con los fieles que toman la Eucaristía, tanto que estamos acostumbrados a decir que al tomar este sacramento hacemos "comunión". Jesús quiere no solo estar cerca, sino en comunión con nosotros: ¿podría amarnos más? ¿Y por qué es esto? porque quiere ser, como alimento del cuerpo, principio de vida, de vida nueva; Lo dijo: «El que come, vivirá; vivirá de mí; vivirá por la eternidad "(Cf. Io . 6, 48-58). ¿Adónde llega el amor de Cristo?

SACRIFICIO Y SALVACIÓN

Y habría otro aspecto a considerar: ¿por qué dos alimentos, pan y vino? Dar a la Eucaristía el sentido y la realidad de carne y hueso, es decir, de sacrificio, figura y renovación de la muerte de Jesús en la cruz. Nuevamente palabra del Apóstol: "Siempre que comáis este pan y bebáis esta copa, renovaréis el anuncio de la muerte del Señor hasta que Él venga" ( 1 Co 11, 26). ¡Amor extremo por Jesús! Su sacrificio por nuestra redención está representado en la Eucaristía, para que se nos extienda el fruto de la salvación.

Amor de Cristo por nosotros; aquí está la Eucaristía. Amor que se da, amor que permanece, amor que se comunica, amor que se multiplica, amor que se sacrifica, amor que nos une, amor que nos salva.

Escuchemos, queridos hermanos e hijos, esta gran lección. El Sacramento no es sólo este denso misterio de verdades divinas de las que nos habla nuestro catecismo; es una enseñanza, es un ejemplo, es un testamento, es un mandamiento.

Precisamente en la noche fatal de la Última Cena, Jesús tradujo esta lección de amor en palabras inolvidables: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" ( Io . 13, 34). ¡Ese "cómo" es terrible! ¡Debemos amar como él nos amó! ¡Ni la forma, ni la medida, ni la fuerza del amor de Cristo, expresado en la Eucaristía, será posible para nosotros! pero no por eso su mandamiento, que emana de la Eucaristía, es menos exigente para nosotros: si somos cristianos, debemos amar: "En esto todos sabrán que sois mis discípulos, si tenéis amor mutuo" (ibíd . 35).
Celebramos el "Corpus Domini". Pensamos: celebramos la fiesta del Amor. Del amor de Cristo por nosotros, que explica todo el Evangelio. Debe convertirse en una fiesta de nuestro amor a Cristo y de Cristo a Dios, que es todo lo que debemos hacer más indispensable y más importante en nuestra vida, destinada precisamente al amor de Dios. Entre nosotros, de nuestro amor a nuestros hermanos - y todos son hombres, desde los más cercanos hasta los más lejanos; a los más pequeños, a los más pobres, a los más necesitados, hasta los que eran desagradables o enemigos. Esta es la fuente de nuestra sociología, esta es la Iglesia, la sociedad del amor. Y, por tanto, de todas las virtudes religiosas y humanas que conlleva el amor de Cristo, del don de uno mismo por los demás, de la bondad, de la justicia, de la paz, especialmente.
       Quizás, tanto se dice sobre el amor, ¡ay! de cual amor -, que creemos que conocemos el significado y la fuerza de esta palabra. Pero solo Jesús, solo la Eucaristía, puede enseñarnos su significado total, verdadero y profundo. Y aquí estamos celebrando, humildes, recogidos, exultantes, la fiesta del "Corpus Domini".

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Jueves 10 de junio de 1971

¡Saludos a todos, queridos hermanos e hijos!

A ustedes, sacerdotes, operadores y ministros de la Eucaristía: hoy la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo es una gran fiesta para su elección, para su mediación, para su doble identificación: con el Pueblo de Dios, al que pertenecen. , como hermanos y servidores en el ministerio; con Cristo, de quien ejercen los poderes prodigiosos que los asimilan a él, como sacerdotes y como víctimas en el sacrificio eucarístico. Medita y regocíjate en el silencio: ¡es tu celebración!

Saludos a todos ustedes, fieles, que aquí para nosotros representan a la Roma católica, la ciudad central de toda la Iglesia, su historia, su fidelidad, su vitalidad actual; ¡y quieres estar con Nosotros para celebrar el encuentro sacramental y perenne con Cristo vivo, en la fe, en la esperanza, en el amor!

A ustedes, en especial, queridos, queridos Enfermos Enfermos, que traen a esta celebración el incienso ardiente y perfumado de su dolor, y que nos dan la paciente alegría de encontrarse con ustedes, de estar cerca de ustedes durante una hora, de expresar Nuestro conmovedor. cariño para ti., para compartir tus dolores y tus oraciones, salud! ¡salud! ¡Oh! como quisiéramos que en este deseo estuviera la virtud, que significa y espera, esa salud que Jesús, Hijo de Dios e Hijo del hombre, confería a los enfermos y dolientes, encontró durante su estancia terrena: Él sí, todos consoló y sanó: "De él, escribe San Lucas, el evangelista médico, emanaba una fuerza que sanaba a todos" ( Luc.. 6, 9). 

Este poder milagroso no nos ha sido transmitido, pero ciertamente no menos precioso, de comunicar no salud física, sino salvación espiritual; y esta hora queremos hacerte saborear de alguna manera celebrando junto a ti y para ti esta fiesta misteriosa y grandiosa del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Sufres de dos males, uno físico, que los médicos y asistentes tratan, con tanta habilidad y cuidado, de remediar; la otra espiritual, que no es menos grave, sentida y complicada: al menos esta celebración puede reconfortarla.

MISTERIO DE LA PRESENCIA

¿Por qué? Escuche por un momento. ¿Cuál es el verdadero significado de esta ceremonia? ¿Qué ocurrirá durante este rito, como siempre, cuando se celebre una Misa? Sucederá esto: que Jesús, precisamente Él, Jesucristo estará presente, estará aquí, estará entre nosotros, estará para ti. Estamos recordando no solo su memoria, sino su presencia, su presencia real, velada, escondida, accesible solo a quienes creen en su palabra divina, repetida y poderosa, por quienes poseen su prodigioso sacerdocio, pero presencia verdadera, viva, personal. Él, bendito Jesús, estará presente. 

La Eucaristía es ante todo un misterio de presencia. Pensemos detenidamente: Jesús mantiene su palabra profética en esta forma y en esta hora: "Estaré contigo hasta el fin de los tiempos" ( Mateo 28, 28). "No los dejaré huérfanos, vendré a ustedes" (Yo . 14, 18). Entonces él dijo, y así lo hace: Él estará aquí, para Nosotros, para ustedes, para cada uno de ustedes. Ahora diga, oprimido por el sufrimiento: ¿no es la soledad, la sensación de estar solo y casi separado de todos, lo que hace que su sufrimiento sea grave, ya veces insoportable y desesperado? El dolor es, en sí mismo, aislante; y esto da miedo y aumenta el dolor físico. Bueno, para los que creen en la Eucaristía, para los que tienen la suerte de recibirla, esta tremenda soledad interior ya no existe. Él, Jesús, está con los que sufren. Conoce el dolor. Lo consuela. Lo comparte. Él es el médico interior. Es el amigo del corazón. Escucha los gemidos del alma. Habla en lo profundo del espíritu.

EL EJEMPLO DE JESÚS

Por tanto, escuchen de nuevo este lenguaje propio de la Eucaristía. Les dijimos: Jesús estará presente. Pero, ¿cómo estará presente? Estará presente, aunque sin sangre, como "el varón de dolores " ( cf. Is . 53, 3 ) ; como víctima, como "cordero de Dios " ( Io . 1, 29 ) ; estará presente como estuvo en la hora de su pasión, de su sacrificio, como crucifijo. Esto significa la doble especie de pan y vino, figuras del Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo. 

Jesús se ofrece a sí mismo por nosotros y por nosotros mientras estaba en la cruz, sacrificado, torturado, consumido por el dolor llevado a su más alto grado de sensibilidad física y desolación espiritual; recuerda sus dolores muy humanos: «¡Tengo sed! "(Yo . 19, 28 ) ; y sus inefables tormentos: «¡Dios! ¡Dios! ¿por qué me has abandonado? »( Mateo 27, 46 ) ; ¿Te acuerdas? ¿Quién sufrió tanto como Jesús? El sufrimiento es proporcional a dos medidas: a la sensibilidad (¿y qué sensibilidad más fina que la de Cristo, Hombre-Dios?), Y al amor: la capacidad de amar se mide por la capacidad de sufrir. ¿Entienden cómo Jesús es su ejemplo, su colega, hombres y mujeres, que traen aquí sus dolorosas vidas? ¿Entiendes por qué hemos querido celebrar la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo precisamente contigo?

OFRECE EL DOLOR PARA LA IGLESIA

Y te contamos más: ¿entiendes ahora qué es la comunión y qué consigue en ti la toma de la Eucaristía? Es la fusión de tu sufrimiento con el de Cristo. Cada uno de vosotros puede repetir, con mayor razón que cualquier otro fiel que se comunique, las palabras de san Pablo: «. . . Me regocijo en el sufrimiento. . . . y hago en mi carne lo que les falta a los sufrimientos de Cristo "( Col.. 1, 24). ¡Sufriendo con Jesús! ¡Qué suerte, qué misterio! Aquí tienes una gran noticia: ¡el dolor ya no es inútil! ¡Si se une al de Cristo, nuestro dolor adquiere algo de su virtud expiatoria, redentora y salvadora! ¿Entiendes ahora por qué la Iglesia honra y ama tanto a sus hijos enfermos y desdichados? Porque son el Cristo sufriente que, precisamente en virtud de su pasión, salvó al mundo. Ustedes, queridos enfermos, pueden cooperar en la salvación de la humanidad si saben unir sus dolores, sus pruebas con las de Jesús, que ahora vendrá a ustedes en la Sagrada Comunión.

Y luego dirijámonos una oración, sugiriendo que entregue a sus sufrimientos la misma intención que inspiró al Apóstol, cuyas famosas palabras le hemos citado, estas otras que integran su pensamiento: Disfruto, dijo, de sufrir por completar. la pasión del Señor "a favor de su cuerpo (místico), que es la Iglesia" ( ibid. ): bueno, esto te lo pedimos, que tienes que ofrecer (ver: ¡el sufrimiento se convierte en ofrenda!) tus dolores por la iglesia. ; sí, para toda la Iglesia, y para esta romana en particular. Puede que conozcas sus necesidades.

Tendrás, y así juntos habremos celebrado dignamente la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo: fiesta de dolor, amor, consuelo, esperanza y salvación, ¡para ti y para todos!

CELEBRACIÓN DE ORACIÓN POR LA UNIÓN DE CRISTIANOS

HOMILIA DE PABLO VI

Lunes, 24 de enero de 1972

Nuestra conversación con Dios se interrumpe por un instante para convertirse en conversación con la "Ecclesia", con la asamblea aquí reunida, con ustedes, hermanos, aquí presentes, como para tener la seguridad mutua de que queremos cumplir la conocida palabra evangélica de estar reunidos en el nombre de Cristo y, por tanto, tenerlo a Él mismo, Cristo nuestro Señor, entre nosotros (cf. Mat . 18:20 ). 

Cristo está aquí. Honramos su presencia. Celebramos este misterio, resultado precisamente de que el motivo de nuestro reencuentro es la confesión de su nombre, no sólo reconocido e invocado fuera de nosotros, sino sentido en su atribución interior a cada uno de nosotros: todos somos cristianos, tenemos insertado, mediante el bautismo, en el Cuerpo místico de Cristo, que es su Iglesia (Cf. Const. Sacrosanctum Concilium , 6 y 7; Const. Lumen gentium , 15; Decreto Unitatis redintegratio , 2-3), todos nos hemos convertido en hijos de Dios, nuestro inefable Padre celestial, todos tenemos fe en Él, Cristo el Señor, y todos esperamos de Él ser perdonados, redimidos y salvos, en la misma vida. -Dar Espíritu Santo y santificar. Aquí ya está la base de esa unidad ecuménica, que buscamos con pasión.

Porque ecuménica es la intención de esta ceremonia, destinada a acoger y saludar entre nosotros a un eminente representante de la venerable Iglesia Ortodoxa, el Metropolitano Melito de Calcedonia, enviado por Su Santidad el Patriarca Atenágoras de Constantinopla, muy piadoso y querido por nosotros, para traernos, como sabéis, el «Tomos ag ápis ", el volumen de la caridad, que recoge la documentación y correspondencia sobre las relaciones entre el Patriarcado de Constantinopla y la Iglesia de Roma durante los últimos doce años, regocijándose de haber redescubierto ramas del mismo árbol, nacidas de la misma raíz, ahora sufriendo por no haber podido consumir juntos, bebiendo del mismo cáliz místico, esa comunión perfecta, que sanciona entre las dos comunidades la unión orgánica y canónica propia de la única Iglesia de Cristo.

Con profunda alegría y sincera devoción saludamos a este ilustre y venerado Huésped, con el honorable pueblo de su séquito, aquí hoy entre nosotros, portador de un libro, que la historia hará suyo. Invitado no extranjero de la Sede Apostólica y con su presencia se hizo ahora signo, esperanza, promesa de espera, feliz celebración de la plena comunión en la fe y en la caridad de quienes ya se han declarado ciento cien veces, como el documentos del libro .hermanos. Y nos parece que el título en sí, que califica al distinguido Metropolitano de la Iglesia Ortodoxa, el título de Calcedonia, hace que su visita a la Iglesia de Roma sea particularmente querida y significativa, haciendo que nuestros pensamientos vuelvan a nuestro predecesor inmortal, San León. el Grande (Ver DENZ.-SCH. 300-302), quien, a través de su carta a Flaviano,

Entonces, ¿quién mejor que tú, eminente metropolitano Melito, puede llevar nuestro agradecimiento al patriarca Atenágoras por la misión de piedad, cortesía y paz que se te ha confiado? Díganle a la venerable vejez que esta misión, aquí, en la sacrosanta Basílica de Letrán, presentes Cardenales, Obispos, Prelados y Clero de la Curia y de la Diócesis de Roma con los fieles de la Iglesia Romana, tuvo su coronación solemne y sagrada. Cuéntenos cómo hemos realizado juntos con intensidad religiosa un acto piadoso y consciente de ese "ecumenismo espiritual", al que nos exhortó el reciente Concilio Vaticano II (Decr. Unitatis redintegratio, 8), porque no solo hemos rezado por los Hermanos con los que deseamos estar en perfecta comunión, sino que con gran alegría en el Espíritu Santo todos hemos rezado con ellos.

Y significa también, venerable Metropolitano Melito, a ese santo Patriarca y a los venerables Hermanos y Fieles, que se reúnen a su alrededor, como esta auspiciosa celebración, que tuvo lugar en la Iglesia, que la tradición de la Iglesia occidental, histórica y teológica, llama omnium urbis et orbis ecclesiarum mater et caput (Clemente XII) para ser la Catedral del Obispo de Roma, sucesor del Beato Apóstol Pedro, lejos de halagar nuestra ambición humana por el oficio pastoral, confiado por Cristo a quienes se sientan en este cátedra de acto como "principio perpetuo y visible y fundamento de la unidad tanto de los obispos como de la multitud de los fieles" (Const. Lumen Gentium, 23), nos recordó profundamente personalmente la conciencia de este grave privilegio nuestro. 

Aquí, más que en ningún otro lugar, nos sentimos "siervos de los siervos de Dios". Aquí pensamos en nosotros mismos como hermanos con nuestros hermanos en el episcopado y con ellos colegialmente en solidaridad. 

Aquí estamos pensando en el propósito de otro gran predecesor, Gregorio el Grande, quien, mientras afirmaba su función apostólica (Cf. Regist . 13, 50), quiso considerar el honor de toda la Iglesia y la eficiencia como su propio honor. los Obispos locales individuales (Cfr. Reg . 8, 30; PL 77, 933); aquí recordamos la concepción de San Cipriano de la unidad de la Iglesia: una Ecclesia per totum mundum in fine membrana divisa ( Ep. 36, 4), es decir, como un cuerpo compuesto y articulado, en el que las partes y los grupos pueden modelarse en formas típicas particulares, y donde las funciones pueden ser distintas, aunque fraternales y convergentes. 

Aquí, en el corazón de la unidad y en el centro de la catolicidad, soñamos con la belleza viva de la Esposa de Cristo, la Iglesia, envuelta en sus ropas de colores ( Sal.44 , 15), vestida, es decir, por un legítimo pluralismo de expresiones tradicionales. Aquí entonces nos parece escuchar el eco claro de una voz lejana tuya: Пέτρε τής Пίστεως η Пέτρα "¡Oh tú, Peter, piedra vil de la fe!" (Cfr. Menei , V, 394).

De modo que nos resta invocar esa asistencia divina, que consolará nuestra debilidad en la práctica de las virtudes necesarias para que el ecumenismo iniciado llegue a su feliz conclusión. Diremos con San Pablo "tener confianza precisamente en esto, que quien inició la buena obra en" nosotros ", la llevará a buen fin" ( Fil . 1, 6), convencidos de que al cumplirse el la gran empresa de la recomposición de la unidad de los cristianos, será necesaria una condición de todos nosotros, una expansión de la caridad: "Dilatentur Spatia caritatis", diremos que los límites del amor se ensanchan, para usar una expresión querida. a nosotros de San Agustín ( Serm.69 ; PL38, 440-441). Una expansión de la caridad: que nos permite a todos encontrarnos en la fraternidad de la misma Iglesia, miembros del mismo cuerpo de Cristo. 

ORDEN EPISCOPAL DE DIECINUEVE PRESULI

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo 13 de febrero de 1972

Venerables hermanos e hijos amados,

El rito litúrgico se desarrolla en dos momentos psicológicos; uno mueve nuestra alma para expresar sus sentimientos y sus pensamientos, y lo empuja a la oración que eleva sus alabanzas a Dios o dirige sus propias invocaciones a Dios; el otro impone el silencio y la quietud en nuestra alma y la dispone para acoger la voz interior del Espíritu; el primero habla a Dios, el segundo lo escucha. Este segundo es ahora para nosotros; interrumpe los preceptos y gestos de esta gran ceremonia, y quiere que estemos callados e inmóviles; el primero activo, el otro pasivo. Como el marinero detiene el esfuerzo de sus remos, y deja que el viento hinche su vela y guíe su barco, así el alma de cada uno de nosotros se calma en un momento de descanso interior y se entrega al soplo del Paráclito para escucharlo. el lenguaje tácito pero convincente.

1. Escuchamos. Escuchemos primero la voz arcana de las cosas silenciosas, que se han vuelto elocuentes al expresar su significado espiritual. Escuchemos lo que dice este famoso y aún misterioso lugar: es el "trofeo" de un sepulcro; el sepulcro que conserva las reliquias del apóstol Pedro. Estamos reunidos en el sepulcro de aquel a quien Cristo transformó del humilde y débil Simón, hijo de Jonás, en Pedro, sobre el cual él, Cristo, profetizó para edificar su edificio indestructible, "su Iglesia".

¿No hablan aquí las cosas que vemos, que nos rodean? ¿No tienen un discurso elocuente, incluso en la muda materialidad de su presencia? No habría necesidad de nuestra palabra. El punto está aquí: repitamos, solo escucha. Aquí habla la Tumba de Pedro, que recoge los pobres y triunfales restos del Pescador de Galilea; Aquí se habla del hecho de que estamos reunidos, miembros de la única santa Iglesia católica y apostólica, cimentados, a pesar de la diversidad de origen, lengua, mentalidad, por esta fe que expresamos unánimemente en el Credo. ¿No adquiere así el sacramento de sucesión apostólica, que celebramos, una evidencia histórica y casi sensible? 

Los obispos no son los sucesores, no son puramente jurídicos, sino herederos en la comunión sobreviviente de animación y ministerio, de los apóstoles? y el primero de ellos, Simón Pedro, tal vez no contenga una lección en esta Basílica dedicada a él, si recordamos la profecía de la primera carta del mismo apóstol Pedro (1 Petr . 2, 4-10), donde parece que su calificación no es otra que el sacramento vicario de la verdadera y primera piedra viva, el mismo Cristo, fundador supremo de la casa mística, donde también cobra vida todo elemento superpuesto, se convierte en un elegido linaje, real sacerdocio, pueblo santo, conquistado por el plan luminoso y misericordioso, ¿de dónde nace el Pueblo de Dios? La distinción y el parentesco del sacerdocio común de los fieles, que forman con nosotros el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, no adquieren un sentido orgánico y armónico con respecto a nuestro sacerdocio ministerial y episcopal, en el que el depositario y el poder comunicativo está plenamente infundido. de los misterios de Dios?

La economía de la sucesión apostólica, que es jerárquica y ministerial, adquiere aquí un testimonio casi histórico y sensible para todos los presentes, pero impresiona con más fuerza en nuestras almas, que los obispos, la conciencia de nuestra elevación a la vocación apostólica, a la función de testigos y maestros de la fe, a la misión de los operadores de la gracia, a la tremenda y amorosa responsabilidad de los pastores. Dejémonos penetrar por este sentido superior de ordenación, que imprime en nuestra persona el carácter sacerdotal de Cristo.

2. Pero escuchemos de nuevo lo que, como consecuencia lógica e histórica, espiritual y real, brota de este hecho arcano e irrefutable de la sucesión apostólica; lo que también debe atraer nuestro espíritu esta mañana es la unión que resulta. La Iglesia, fundada sobre los Apóstoles, procede de un designio eterno de Dios Padre, quien, mediante la antigua Alianza, eligió a su Pueblo, heredero de las promesas mesiánicas, y lo reunió mediante el sacrificio de su único Hijo, mediante el rito de el nuevo pacto. 

La sucesión apostólica es la garantía de esa unidad por la cual Cristo murió y resucitó ( Io. 11, 52): los obispos presiden las Iglesias particulares y locales individuales, que, aunque distantes en el tiempo y en el espacio, no dejan de ser un único Pueblo de Dios, como uno es el Dios que los llama y los santifica. 

La conciencia de su unidad radica en la conciencia de la universalidad de la Iglesia: “Un solo cuerpo y un solo espíritu, así como uno es la esperanza a la que has sido llamado por tu vocación. Un Señor, una fe, un bautismo; un Dios y Padre de todos, el cual, sobre todo, obra en todos y está en todos "( Ef.. 4, 4-6). 

Esta conciencia ha regido a la Iglesia a lo largo de los siglos de su historia: más allá de cualquier ruptura, más allá de cualquier cisma. Iglesia universal e iglesias particulares: Sucesora de Pedro y Sucesora de los Apóstoles: es el lenguaje vivo de la historia, que hoy captamos aquí, en su viveza y autenticidad, y nos reconforta y tranquiliza a todos. También escuchamos hoy esta voz de unidad vital y orgánica, en esta pausa de meditación, en la celebración de los misterios divinos.

3. Pero escuchemos otra voz arcana, que continúa en el hilo de las reflexiones anteriores. Y es que el carisma del poder pastoral, conferido a los obispos de la Iglesia de Dios de acuerdo a la voluntad precisa de Cristo y la disposición del Espíritu Santo (cf. Act 20, 28).: Posuit Spiritus Sanctus regere. El carisma interior y exterior del obispo es, por tanto, el de ser llamado a la cabeza de la parte del rebaño que le ha sido confiada y que pertenece a la única Iglesia: y se expresa en el ejercicio de la triple función pastoral: de enseñar, de ministerio y conducción. No se nos escapa cómo, sobre todo en los últimos tiempos, se ha pretendido oponer la Iglesia carismática a la jerárquica, como si se tratara de dos organismos distintos, en efecto, en sí mismos contrastantes y opuestos. 

De hecho, aquí, en la pastoral, el carisma y la autoridad coinciden: hemos recibido al Espíritu Santo, que se manifiesta así en la misión episcopal, en esta simbiosis simultánea del magisterio, asistido por la luz del Paráclito, de ministerium santificando por su gracia y derégimen , en la caridad del servicio: estas son las facultades del Obispo y los dones del Espíritu. 

Es la voz de Pablo la que nos recuerda y confirma esto: “Ciertamente hay varios carismas distintos, pero el mismo es el Espíritu; y hay varios ministerios, pero un mismo Señor; y diversas operaciones, pero es el mismo Dios quien hace todas las cosas en todos "( 1 Cor.. 12, 4-6). 

Del único Dios-Trinidad desciende la única Iglesia, de la que los Obispos tienen la responsabilidad primordial, con unicidad de atribución carismática y jerárquica. Los carismas particulares de los fieles ciertamente no se niegan, ni mucho menos; el mismo pasaje de la primera carta a los Corintios los supone y los reconoce, porque la Iglesia es un organismo vivo, animado por la vida misma, misteriosa y múltiple, imprevisible y móvil, santificadora y transformadora, de Dios; pero los carismas concedidos a los fieles, como todavía señala Pablo ( 1 Cor . 14, 26-33, 40), están sujetos a la disciplina, que es la única asegurada por el carisma de la pastoral, en la caridad.

Esta misión, que ha sido conferida al cuerpo episcopal, nos obliga a mirar a la Iglesia y al mundo, al servicio del cual Dios nos ha puesto: en la Iglesia somos los órganos vivificantes de la familia de Dios, llamada a dar, como Cristo, a imitación y seguimiento de él ( Io.15 , 16), servicio y sacrificio en la inmolación diaria del rebaño, garantizando al mismo tiempo seguridad, comunión, alegría y todos los dones. del Espíritu (cf. Gálatas 5, 22-23). ¡Maravillosa y tremenda y al mismo tiempo exaltante visión de nuestro lugar en la Iglesia, a la que debemos asegurar la cohesión, en la obediencia y el amor de nuestros queridos hijos! Y, para ello, debemos recordar que hemos sido en cierto modo segregados, elegidos: "segregatus in Evangelium Dei" (Rom . 1, 1).

Las exigencias de nuestro ministerio exigen una entrega total de uno mismo y nos separan de cualquier vínculo vinculante o equívoco con el mundo; pero al mismo tiempo nos hacen pensar que hemos sido constituidos para el mundo, para su elevación y santificación, para su animación y consagración. Ay del Pastor que se olvida incluso de una oveja, porque se le pedirá que dé cuenta de todas ellas: es la tradición bíblica, profética y evangélica la que nos lo recuerda con espantosa severidad. La caridad de Cristo, que nos confirió el carisma de la pastoral, nos la ha conferido para todos los hombres y, de manera particular, para "los que de alguna manera se han desviado de la vida de la caridad, o aún desconocen de ella". el Evangelio y su misericordia salvadora "(Decr. Christus Dominus , 11).

Queridos hermanos e hijos,

Estas son las voces que, en esta basílica, cerca de la Tumba de Pedro, entre la asamblea orante aquí presente, resuenan hoy en nuestros oídos, y que hemos tratado de captar, captando sólo una parte de la riqueza del mensaje que ellos TRAENOS. Pero la meditación continúa. Especialmente para vosotros, nuevos "fratres our apostoli ecclesiarum, gloria Christi" ( 2 Cor . 8, 23), para que, para utilizar de nuevo las palabras de San Pablo, "sepáis comportarnos en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios viva, columna y sostén de la verdad "(Cf. 1 Tim.. 3, 15). Y el compromiso de atesorar esta hora de gracia no se detiene ahí. Nos deseamos el uno al otro. A medida que continuamos la Misa, unidos a Cristo Sumo Sacerdote y Pastor, que nos santifica a todos y nos presenta al Padre en la renovación del único sacrificio redentor, le pediremos que nos dé una comprensión cada vez más amorosa, atenta y completa. de ella. Y, con inteligencia, danos la gracia de vivir nuestra vocación en comunión con el Pueblo de Dios.

RITO SAGRADO "EN CENA DOMINI"

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves Santo, 30 de marzo de 1972

Queridos hermanos e hijos, todos en Cristo.

Dedicamos este breve momento de reflexión sobre los ritos, incluso sobre los misterios que estamos celebrando, a la comunión en la que nos sumergen, una doble comunión: comunión con Cristo y comunión con la Iglesia; comunión con el cuerpo real del Señor y comunión con su cuerpo místico. No son dos actos separados; se trata del mismo acto, participación en la Eucaristía, considerada en su realidad sacramental que actualiza en cada uno de nosotros la presencia sacrificial de Jesús, quien, bajo las apariencias del pan y del vino, nos ofrece su carne y su sangre; y participación, que debemos considerar al mismo tiempo en la afección específica de este sacramento, es decir, nuestra fusión en el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia (Cf. S. TH.,III , 73, 2-3).

EL GRADO MÁS ALTO DE ADHESIÓN A CRISTO

Conocemos las palabras conocidas, pero nunca suficientemente meditadas, de san Pablo, que preceden a las recién escuchadas de su primera carta a los Corintios: «La copa de bendición, que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre? de Cristo? y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? porque formamos un solo pan y un solo cuerpo, aunque somos muchos, ya que todos compartimos el mismo pan ”( 1 Co 10, 16).

Este es el momento de pensar en este grado máximo de adhesión a Cristo, nuestra vida, que nos es concedida, la comunión: podemos unirnos a él escuchando y acogiendo su palabra, es decir, con fe; podemos entrar en comunión inicial y vital con él, mediante la gracia bautismal, que es el fundamento de la vida espiritual (S. TH, ib . ad 3); y luego nos unimos a él por la imitación de sus ejemplos y el seguimiento de sus enseñanzas; comunión moral (cf. Mat . 7, 21; Io . 12, 26); y finalmente nos incorporamos a él, a través de la asunción de su propia vida, que se nos ofrece en la Eucaristía: “Yo soy el pan de vida; . . . el que me come vivirá de mí "; comunión que podemos decir de convivencia, como la del sarmiento sobre el muñón de la vid ( Io.6 , 48, 58; Io.15 , l-11; Gal.. 2, 20). 

La práctica religiosa y el estudio del Evangelio nos han acostumbrado a estas palabras, cuyo realismo casi nos turba y luego nos embriaga; ya menudo nuestra devoción se ha detenido en esta comunión como si fuera suficiente para significar la medida de gracia accesible a nuestra meditación teológica y nuestra capacidad imaginativa: ¿qué otra comunión podemos desear más y más plena? No hemos reflexionado lo suficiente que la comunión con Cristo, cabeza de la Iglesia, implica no sólo una comunicación con la Iglesia, sino una comunión, una unidad con el cuerpo social y místico de Cristo mismo; un grado, es decir, una mayor plenitud de unión con él, con el "Christus totus", como dice San Agustín (Cfr. S. Aug. Serm . 341, 1; PL 39, 1493; Ep . 4, 7;PL 43, 395), una inserción simultánea en la circulación universal de la caridad de Cristo Señor. 

El misterio eucarístico de Cristo, que nos es dado como individuos, se difunde en el misterio de la Iglesia, con la que estamos tan vitalmente asociados. Entonces parece que comprendemos algo del misterio eucarístico, es decir, de esta multiplicación del Cristo idéntico, pan sacramentalmente hecho, si fijamos la mirada en el fin por el que esta multiplicación brotó de la bondad omnipotente de su corazón: llegar a todos. ; hacer a todos uno, como elogió en la última cena; al final, este es su plan supremo: que todos sean uno ( Io . 17, 21, 23).

LA EUCARISTÍA HACE LA IGLESIA

Hermanos, este sea nuestro estudio, nuestro propósito en esta hora: extraer de la Eucaristía la enseñanza, es más, el principio de nuestra comunión eclesial. Bien se ha dicho: la Eucaristía hace a la Iglesia (H. DE LUBAC, Méd. Sur l'Eglise , 116 ss.); consociatur Ecclesia (S. AUG. Contra Faustum , XII, 20; PL 42, 265): la Iglesia, celebrando la Eucaristía, se convierte en Iglesia, es decir, sociedad, fraternidad, comunión. El ágape eucarístico es el momento de su plenitud, de su vitalidad. Supone fe, genera amor. Es el signo de su unidad, es el vínculo de su caridad (siempre hablando San Agustín) (IDEM, Tr. In Io . 26, 13; PL 35, 1613).

En este punto nos parece importante una observación: mientras estamos en la fase eucarística de comunión con el cuerpo real de Cristo, se puede decir, independientemente de las disposiciones necesarias para tal encuentro (Cf.1 Co 11, 28). , pasivos, receptivos, es decir, recibimos la comunión, en la fase en lugar de la comunión operativa de la gracia específica de la Eucaristía, la "res", como dicen los teólogos, que tiende a asociarnos con el cuerpo místico de Cristo, estamos comprometidos a ser activos, es decir, a colaborar con la gracia, a apoyar el impulso y compromiso que nos viene de participar en el ágape., a la caridad unificadora y activa de la celebración eucarística. Somos invitados y ayudados a formar el cuerpo místico, es decir, la Iglesia, la sociedad de los cristianos, como Jesús quiso, sostuvo, incluso generó ministerialmente por el sacerdocio jerárquico, y fraternal en una comunidad libre de cualquier cerco egoísta interno.

¡Qué deber, qué programa deriva para nosotros, por tanto, de la celebración típica de la Eucaristía, propia del Jueves Santo, día que conmemora su institución y revela sus divinas intenciones! Jesús se convierte en Eucaristía, es decir, víctima incruenta que lo refleja como víctima sangrienta en el sacrificio de la cruz por nuestra redención, para que, creyentes y redimidos, podamos estar en comunión simultánea con él y entre nosotros uno.

HUMILDAD Y CARIDAD

Y nos enseña el camino con el ejemplo, incluso antes que las palabras, es decir, cómo también se nos permite cooperar en la formación de una unidad semejante: la humildad, este descenso a la "quenosis", la aniquilación conceptual, la moral metafísica y espiritual de lo falso. la persuasión de que somos algo nuestro, algo autónomo: criaturas somos, y cuanto más grandes somos, más en deuda con la única y soberana fuente creadora; el Magnificat della Madonna ce lo ricorda; ma alunni sordi e degeneri noi siamo, quando peccatori ci erigiamo, quasi emuli e nemici, nella sfida orgogliosa e folle di Dio; e la lezione ci è data da Gesù là dove l’umiltà è più difficile, quasi impossibile all’orgoglio della nostra personalità posta al confronto sociale col prossimo; ci è data con la lavanda dei piedi eseguita da Gesù nella sua ripugnante realtà, per ricordarci che la comunione con gli uomini derivante dall’Eucaristia esige un superamento tendenzialmente totale della nostra superbia. Umiltà ed Eucaristia fanno binomio inseparabile, tanto per la comunione col corpo reale di Cristo nel sacramento eucaristico, quanto per la comunione col suo corpo mistico nel sacramento ecclesiale.

Y luego la caridad: el nuevo mandato del amor recíproco, al menos a imitación, si no nos es posible en la medida en que Él, Cristo, nos amó, también lo formula el Maestro en la Eucaristía, en esa Última Cena, que estamos, a nuestra manera, recordando y reproduciendo. Eucaristía y caridad son también una combinación: ¿podemos quizás separarnos una de la otra?

Y es por eso, hermanos, que queremos celebrar esta hora bendita en la visión transparente y dinámica de la comunión eucarística a través de la realidad física e histórica que nos rodea. ¿Dónde estamos? En la Basílica de San Juan de Letrán, la catedral de la Iglesia de Roma, que se ha ganado desde su nacimiento el título de "presidente enamorado" (S. Ignazio D'ANT. Carta a los Romanos, introd.): ¡qué título! que compromiso! ¿Podemos decir que la Iglesia de Roma, en su estructura interior y en la misión católica que le ha sido encomendada, sobresale en la caridad? Sí, con humilde verdad y por la gracia del Señor; pero ninguno de nosotros pretendemos decir que nuestra caridad, cuando la medida de la caridad es desmesurada, puede bastar, ya que viene de su magnífica tradición, pero a veces desgastada por el tiempo, y cuando hoy está rodeada de tantas disputas. ; y cuando sobre todo los tiempos, es decir, los hombres lo exigen, y en ciertos aspectos lo favorecen en nuevas y mayores expansiones.

Caridad, ágape, comunión. Te lo ofrecemos, te lo pedimos, Hermanos que nos rodean; a ustedes, cardenales, nuestro sabio y fiel presbiterio pontificio; a ustedes, miembros activos de la Curia Romana; a ti, clero diligente de nuestra querida Diócesis, de esta ciudad, que debe brillar por su comunión pastoral; a vosotros, todos los fieles de Roma, pedimos un aumento de la caridad local en la profesión cristiana y en la organización eclesial; Veamos todos, junto con nosotros mismos y con el mundo, no para nuestro honor, sino para el ejemplo y el consuelo común, que esta Iglesia antigua y eterna de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo es, como la primera comunidad eclesial en la cuna del Cenáculo en Jerusalén, "Un solo corazón y una sola alma" ( Hechos. 4, 32), abierto a las dimensiones católicas de la Iglesia y del mundo. Que así sea.

CELEBRACIÓN DIOCESANA EN LA PARROQUIA DEL

SANTO SACRAMENTO DE TOR DE 'SCHIAVI

HOMILIA DE PABLO VI

Solemnidad del "Corpus Domini"
Jueves 1º de junio de 1972

Hermanos

Celebramos la fiesta del "Corpus Domini", la fiesta del Sacramento de la Eucaristía.

Tratemos de comprender algo de este misterio, porque, en primer lugar, decir "sacramento" significa algo oculto. Es decir, ambos ocultos y manifestados al mismo tiempo; escondido en su realidad sensible, pero manifestado por algún signo. ¿De qué realidad estamos hablando? no es menos que Jesucristo. De él, precisamente de él verdadero y real, como está ahora en el cielo, en la gloria del Padre. ¿Y con qué signo nos lo representa? Un signo que quiere recordarnos lo que fue en la última cena, o más bien lo que fue en su sacrificio de la cruz, porque hasta la última cena fue un signo, una figura representativa de la pasión.

La Eucaristía es un signo, un recuerdo; pero no solo un signo, sino un signo que contiene la realidad que quiere significar, contiene a Jesús, revestido para nosotros de la Eucaristía con los signos del pan y del vino.Somos admirados, pero confundidos. ¿Por qué Jesús quiso hacerse presente de esta manera? Esta pregunta no es indiscreta, si se expresa con humildad y amorosa sinceridad. Observamos bien, porque habría muchas cosas que decir; elegimos el que parece más simple e importante. ¿Cuál fue la intención de Jesús al instituir la Eucaristía? Incluso un niño, instruido en el Catecismo, y también un fiel que mira estas cosas maravillosas, puede responder y dicen: Jesús instituyó este Sacramento de la Comunión, es decir, para darse en comunión a quienes lo reciben.

De hecho, ¿qué significa tomar la Primera Comunión? o tomar la Comunión? significa recibir ese sacramento prodigioso de la Eucaristía, es decir, del Cuerpo y la Sangre del Señor, como alimento, como alimento para la vida. Jesús quiso ponerse en condiciones de poder ser el alimento interior y vivificante de nuestra existencia humana y presente. 

Recuerde las palabras explícitas, aunque difíciles de entender, de Jesús, quien dijo: “Yo soy el pan de vida. . . Yo soy el pan vivo. . . El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. . . El que me come vivirá de mí. . . El que coma de este pan vivirá para siempre "( Io. 6). Palabras difíciles, repetimos; sino palabras del Señor, palabras verdaderas. 

En resumen: ¿qué quiso decir el Señor cuando declaró su intención de convertirse en alimento de sus fieles, es decir, de quienes aceptan su palabra y creen en ella, y acogen este superlativo "misterio de la fe"? Quería hacer posible nuestra "comunión" con él, incluso necesaria. sí comunión, es decir, unión íntima, profunda, perfecta. Una especie de simbiosis mística, como decía San Pablo: "Para mí el vivir es Cristo" ( Fil.. 1, 21). 

Pero, ¿alguna vez es posible, digamos, físicamente? ¿Cómo podemos acercarnos a Jesús, cada uno de nosotros? ¿Jesús que vivió hace muchos siglos, Jesús que vivió en un pequeño país lejano? el tiempo y el espacio nos separan de él; ¿Como es posible? y luego, Él, el Hijo del Dios viviente y Dios mismo, Él el Mesías, Él el Salvador del mundo, Él el primogénito de la humanidad redimida, el centro de la historia y del mundo? (Cf. Col. 1) ¿Cómo es moralmente posible que cada uno de nosotros, los pecadores, entremos en contacto con Él? Se hace decir, con el centurión del Evangelio: «Señor ,. . . ¡No soy digno! " (Cfr. Lucas 7, 6). Sin embargo, su palabra resuena así: «Venid a mí todos. . . " ( Mateo 11, 28).

Aquí debemos detenernos. Que tiene la inteligencia de las cosas verdaderas, de las cosas profundas, que tiene el valor de la verdad y del amor, que ha intuido lo que es la Palabra creadora, que sale de los labios de Cristo, de Aquel que había multiplicado los panes para alimentar a la multitud.

En resumen, quien crea en Cristo debe decirse a sí mismo: yo también estoy invitado; Él es el Pan de vida también para mí; la comunión con Él está lista; también se ofrece para mí. Siempre que me purifique del pecado, quienquiera que sea, quienquiera que sea, pequeño, miserable, infeliz, enfermo y viejo, o cargado y sobrecargado de fatiga y tareas, también estoy invitado; El me esta esperando; El es para mi. . . "Me amó y dio su vida por mí" ( Gal. 2, 20). La comunión está lista. Esta es la realidad, esta es la fiesta, esto es el "Corpus Domini". A todos se nos espera en la mesa del Señor, que quiere incorporarnos a sí mismo, incorporándose a nosotros.

La maravilla está en su apogeo. La puerta de la nueva vida, por encima del plano de la vida natural, está abierta. La vida del reino de Cristo, incluso en los niveles de intensidad espiritual, experiencia mística, preludio y prenda de la vida eterna, todos pueden decir, es también para mí. La comunión con Cristo, muy personal en profundidad, es para mí.

Pero eso no es todo: de nuevo, de nuevo: esta reflexión elemental sobre la Eucaristía nos revela otra comunión. Sí, las comuniones que produce la Eucaristía son dos. Uno está con Cristo, dijimos. El otro es con hombres. Especifiquemos: es con aquellos hombres que se sientan a la misma mesa divina, que comen ese mismo Pan vivo, que es Cristo. 

Todos conocemos las reveladoras palabras de San Pablo al respecto. Escribe: "¿No es el pan que compartimos una comunión con el cuerpo de Cristo?" entonces uno es el pan y uno es el cuerpo que nosotros, aunque muchos, formamos, ya que todos compartimos un solo pan ”(Cf. 1 Cor.10, 16-17). Para que nuestra comunión individual con Cristo produzca una comunión social con los cristianos. 

La misma vida divina circula en toda la comunidad de quienes comparten la misma fe, la misma gracia, la misma sociedad eclesial: digamos más: el mismo cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. El cuerpo real y sacramental del Señor nutre y hace vivir por su Espíritu el cuerpo espiritual y social que somos, miembros de la humanidad unida en Cristo. 

Hay que dar gran importancia a esta teología fundamental, que establece una correspondencia entre las dos comuniones, una con Cristo vivo y personal en el Cielo, que se nos concede en el signo conmemorativo y sacrificial del amor que nos prodiga, la otra con Cristo presente en los hombres hechos nuestros hermanos por el mismo amor. 

El tema es rico en otras visiones:Matth . 5, 23); no se puede entrar al altar con odio en el corazón, o con remordimiento por haber ofendido a un hermano; y no se puede dejar la mesa del Señor, olvidando el "precepto nuevo", que él con intencional gravedad, entregándose a nosotros, nos transmitió: "amaos los unos a los otros como yo os he amado" ( I. 13, 34). 

La Eucaristía se convierte en nosotros en la gran fuente del amor fraterno, incluso de la caridad social. Quienes honramos la Eucaristía debemos demostrar en el sentimiento, en el pensamiento, en la práctica, que realmente sabemos amar al prójimo, incluso a los que no se sientan a la mesa del Señor con nosotros, incluso a los que todavía carecen de comunión de fe, de esperanza, caridad, unión eclesial, es decir, le falta algo necesario para la vida: dignidad, defensa, asistencia, educación, trabajo, pan, optimismo, amistad; toda deficiencia humana se convierte en un programa en la escuela de Cristo.

 La enseñanza del amor, que brota de la Eucaristía, debe encontrarnos a todos estudiantes dispuestos a perdonar, a beneficiar, a servir al prójimo, en la medida en que se amplíen los límites de nuestras posibilidades. No es utopía, no es una hipérbole; es la raíz de la sociedad humana, no fundada en el egoísmo, el odio, la venganza, la violencia, sino en el amor. Este, después de la Eucaristía, será el sello distintivo de los diversos discípulos: el arte de amarse unos a otros (Yo . 13, 35; 15, 12).

Oh queridos hermanos e hijos, que escuchen nuestra humilde voz, por favor escuchen la voz divina que habla desde el sacramento que ahora estamos adorando y meditando, por su salvación, por el honor de esta Roma cristiana, por la prosperidad y la paz de el mundo en el que vivimos; la invitación a la comunión sacramental con Cristo ya la comunión social en Cristo con todos los hombres.

VISITA A UDINE PARA EL XVIII CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL

HOMILIA DE PABLO VI

Sábado, 16 de septiembre de 1972

¡Venerables hermanos y queridos hijos!

En primer lugar, le debemos nuestro saludo. Es parte del misterio, que ahora queremos celebrar juntos, misterio de caridad y unidad (Cfr. S. AUG. En Ioannem , tracto 26, 13; PL 35, 1613).

A la Iglesia de Cristo, presente y residente en Udine, promotora y anfitriona del XVIII Congreso Eucarístico Italiano, nuestro primer saludo alegre y alegre: a las Iglesias de la Región Triveneta reunidas aquí con sus Pastores y con un gran número de su Clero y sus fieles; a la Iglesia italiana, que aquí está representada de manera tan calificada y con un número tan grande de hermanos; y a todos aquellos de regiones cercanas y lejanas que han venido aquí peregrinos, llamados por la misma fe y emulando devoción, el voto de gracia, alegría y paz, de nuestra parte, como Obispo de la Iglesia Romana, Pastor de todos los católicos dispersos. Iglesia en toda la tierra, en el nombre del Dios vivo, Padre del Señor Jesucristo y nuestro, en el Espíritu Santo vivificante y unificador.

Nuestro saludo reverente y auspicioso va dirigido también a las autoridades de la sociedad civil aquí presentes, ya quienes con su consejo y obra han favorecido el éxito de este Congreso; y, además, ninguno de los que sufren, trabajan, oran, o porque son pequeños, o tienen problemas, o necesitan misericordia, ayuda y consuelo, creen que hemos sido olvidados y excluidos de nuestra afectuosa bendición. Les llega un saludo especial, emigrantes del Véneto y especialmente de Friuli, reunidos aquí para esta feliz ocasión; ya ustedes, eslovenos, que unen tantos lazos históricos y étnicos a esta región, y que han deseado con esta presencia soldar especialmente los lazos espirituales que unen los suyos con esta población.

Ahora tenemos que decirte por qué vinimos; y esta será toda nuestra breve charla. Hemos venido a adorar junto a vosotros este misterio eucarístico, que ahora pretendemos celebrar aquí con esa intensidad de reflexión interior y culto exterior, que debe sacudir nuestra fe y hacernos comprender mejor y, en cierta medida, saborear "el abismo de la riqueza, de la sabiduría y el conocimiento de Dios "(Cf. Rom.. 11, 33), evidente en el signo, oculto en la realidad, contenido en la Eucaristía, nunca suficientemente explorada, honrada, compartida. Este esfuerzo, que aquí compromete a los católicos de toda una nación, en la que también nosotros estamos insertos local, histórica y espiritualmente, para celebrar el misterio eucarístico con adhesión unánime y solemnidad cordial, no podía dejarnos material y personalmente extraños, aunque el venerado cardenal, Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, enviado expresamente por nosotros para presidir este Congreso, que ya os muestre nuestra plena adhesión. 

Teníamos que venir. Tuvimos que venir a pesar de los obstáculos, que quienes saben un poco de nuestro día a día pueden imaginar, aunque solo sea el de no hacer mal a otras invitaciones similares y atractivas, a lo cual, para nuestro pesar, no siempre podemos corresponder materialmente. Pero a vuestra invitación, queridos hijos de Udinesi, no pudimos dejar de adherirnos, porque al mérito de vuestra Iglesia y al cariño que le brindamos, a la meditación y celebración se le añadió la elección del tema prefijado, entre los muchos posibles. de este Congreso; un tema teológico y eclesiológico, que concierne no solo a la relevancia de los estudios y discusiones posconciliares, sino que toca un aspecto de nuestro ministerio apostólico, a saber, la relación de la Iglesia local con la Eucaristía, porque a su vez toca la unidad de la Iglesia; y donde está en juego la unidad en la Iglesia y de la Iglesia, se cuestiona el oficio apostólico confiado a Pedro y, por tanto, también al último en los méritos de sus sucesores. 

Queridos hijos de Udinesi, no podíamos dejar de adherirnos, porque al mérito de vuestra Iglesia y al cariño que le brindamos, la elección del tema prefijado, entre los muchos posibles, se sumó a la meditación y celebración de este Congreso; un tema teológico y eclesiológico, que concierne no solo a la relevancia de los estudios y discusiones posconciliares, sino que toca un aspecto de nuestro ministerio apostólico, a saber, la relación de la Iglesia local con la Eucaristía, porque a su vez toca la unidad de la Iglesia; y donde está en juego la unidad en la Iglesia y de la Iglesia, se cuestiona el oficio apostólico confiado a Pedro y, por tanto, también al último en los méritos de sus sucesores pero toca un aspecto de nuestro ministerio apostólico, a saber, la relación de la Iglesia local con la Eucaristía, porque a su vez toca la unidad de la Iglesia; y donde está en juego la unidad en la Iglesia y de la Iglesia, se cuestiona el oficio apostólico confiado a Pedro y, por tanto, también al último en los méritos de sus sucesores (cf. Lumen gentium , 23).

Ya lo sabes todo al respecto. Queridos y piadosos Maestros ya han ilustrado este capítulo inmenso y esencial de la doctrina eucarística. Os exhortamos a fijar la atención, y luego, más tarde, la memoria, en la gracia específica de la Eucaristía, en la "res", dicen los teólogos, de este sacramento, es decir, en la intención central que tuvo Cristo, en la cumbre de su amor por nosotros, al instituirlo, es la gracia específica que nos trae; y es, ya sabes, la unidad de su cuerpo místico (Cfr. S. TH. III, 73, 3). 

La palabra de san Pablo, elegida como eje de la meditación y celebración de este Congreso, la dice con sencillez escultórica y con una profundidad insondable: uno y el mismo Pan, es decir, Cristo que se hizo alimento para nosotros, debe corresponder a uno. y el mismo Cuerpo, su cuerpo místico, la Iglesia. Sí, la Iglesia corresponde a la Eucaristía; al Cuerpo personal y real de Cristo, contenido en los signos del pan y del vino, para representar y perpetuar su sacrificio salvífico en el designio amoroso de ser transfundido, a modo de alimento, de nutrición sacrificial, en los creyentes en Él, corresponde su Cuerpo sociales y místicos, que son los católicos, es decir, la humanidad reunida en el organismo unitario, que llamamos Iglesia. La Cabeza, Cristo, vierte vida en los miembros de su cuerpo místico.Rom . 5, 5); y sostenido por la esperanza que no defrauda ( Io . 6, 57) de la resurrección final ( Io . 6, 51-58).

Nótese en memoria de este Congreso, con atención reflexiva, el genio unitario, suprema revelación del corazón del Señor (Cf. Io.17 , 21-22) y expresión característica de la fe católica: todos debemos ser uno, todos debemos constituir una sola sociedad unánime, no sólo unida en virtud de un pensamiento idéntico, de fe y de un afecto comunitario, de caridad, de una sociedad viva y sobrenatural, en virtud de un principio existencial idéntico, la gracia unificadora que emana del Cristo Eucarístico; de modo que todos debemos formar el "cuerpo" del "Cristo total", el Cristo del Evangelio la Cabeza, nosotros, esparcidos por el mundo y en la historia, los miembros (Cfr. S. AUG. En. en Sal . 17 , 51; PL 36, 154).

No olvidaremos, no, cómo la Eucaristía es perfectiva para los fieles individuales que se alimentan de este pan divino, y cómo tiene para cada uno de nosotros el don adecuado de una plenitud gozosa para conferir: omne delectamentum in se habentem , ma este don no es el término completo y final de la alimentación eucarística; porque no es solo un regalo personal, individual; es un don que se desborda de los fieles individuales y se derrama sobre los hermanos fieles, destinado a convertirlos en un organismo espiritual unificado; repetimos: el cuerpo místico de Cristo, la Iglesia.

Y lo que decimos sobre los fieles individuales, lo diremos igualmente sobre esa porción de la única Iglesia que llamamos Iglesia local, aquella en la que se ha centrado la atención de este Congreso, y en la que ofrece la celebración sacramental y litúrgica de la Eucaristía. la visión unificada de Iglesia, y adquiere un doble aspecto, uno y otro sumamente interesante. 

Y en la Iglesia local -y aquí el pensamiento desde el perímetro diocesano, que define por excelencia el carácter propio de una Iglesia local, reconocida constitucionalmente como tal, se expande y ramifica en expresiones parroquiales y otras expresiones particulares y legítimas- podemos reconocer la punto de contacto efectivo donde el hombre se encuentra con Cristo y donde se le abre el acceso al plan concreto de salvación: aquí el ministerio, aquí la fe, aquí la comunidad, aquí la palabra, aquí la gracia, aquí el mismo Cristo que se ofrece a los fieles insertados en la Iglesia universal. 

La Iglesia local es, por tanto, el momento inicial y final de la economía religiosa católica; y como el fruto con respecto a las raíces, el árbol, las ramas; es decir, la fase de plenitud espiritual disponible para todos. Jesús mismo parece describir su belleza y fecundidad: "Yo soy la vid, él dice, ustedes son los pámpanos" (Yo . 15, 5). 

Aquí termina la estructura de su proyecto, y aquí comienza la prometida maduración del reino de Dios. Escuche el Concilio: "La diócesis, es decir, la Iglesia local, es una porción del Pueblo de Dios confiada a la pastoral de el Obispo, asistido por su presbiterio, para que, adhiriéndose a su Pastor, y mediante el Evangelio y la Eucaristía, (esa porción) reunida por él en el Espíritu Santo, constituya una Iglesia particular, en la que la Iglesia de Cristo, una, está verdaderamente presente y en acción. Santo, católico y apostólico ”( Christus Dominus , 11; Lumen Gentium , 26).

La Iglesia local como madre debe ser amada. Tu propio campanario debe ser preferido como el más hermoso de todos. Todos deben sentirse felices de pertenecer a su propia Diócesis, a su propia Parroquia. En su propia Iglesia local cada uno puede decir: aquí Cristo me esperó y me amó; aquí lo conocí, y aquí pertenezco a su Cuerpo místico. Aquí estoy en su unidad. Cuántos aquí somos hay que insertarnos en Cristo y ser uno con él y entre nosotros. Y es la Eucaristía la que nos da, la que debe darnos este sentido de comunión. La Eucaristía es la mesa del Señor: nos reunimos alrededor del mismo altar, como comensales de Cristo y comensales de los demás fieles, a quienes debemos considerar como Hermanos.

¿Por qué nos demoramos en alabar a la Iglesia local?Porque una renovada y aumentada estima de la respectiva Diócesis, de nuestra propia Parroquia, o de nuestra legítima comunidad, y en consecuencia de cualquier forma de relación humana honesta, debe ser fruto de este Congreso. 

Cristo, en la Eucaristía, Sacerdote, víctima y alimento de su mesa de sacrificio, es también para nosotros el maestro de la caridad y la unidad. Es de su mesa que nos dejó en su testamento el ejemplo de la humildad incluso desconcertante de él, como él mismo se definía entonces, Señor y Maestro, que se inclina para lavar los pies de sus discípulos ( I. 13); nos dejó el mandamiento nuevo de amarnos unos a otros; donde la novedad, nos parece, reside en el "cómo". Nos amó, un "cómo" insondable: "Les doy un mandamiento nuevo, dijo, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado". Un mandamiento, que debe ser característico y distintivo: "Todos sabrán que son mis discípulos si se aman" ( Io . 13, 35). Firma, prenda, impulso, fuente y fuerza de esta impensable comunión entre nosotros seguidores y estudiantes, entre nosotros los cristianos, comunión con él, la Eucaristía.

Una conciencia renovada de nuestra socialidad eclesial debe ser sin duda la consecuencia de un Congreso Eucarístico, dedicado a la comunidad local; una consecuencia que ya no nos permite vivir la vida cristiana en el caparazón cerrado y confortable del individualismo, tanto espiritual como práctico, y en el desinterés por las necesidades, problemas, esfuerzos, alegrías de la propia comunidad; una consecuencia, que nos impide fomentar los defectos de los ambientes confinados; las antipatías, celos, chismes, rencores, disputas, aversiones, peleas, que a menudo vegetan incluso en nuestras comunidades; una consecuencia, en cambio, que pone el amor al prójimo como programa real y general de nuestra convivencia eclesial, y que lo aplica con generosidad y humildad en todos los acontecimientos de la vida diaria; y que hace que todos sientan como propias las necesidades de la comunidad, las de los pobres, los desocupados, los que sufren, la infancia y la juventud, así como las de la vida religiosa y civil. 

Estamos felices de tener hoy con nosotros, casi como una confirmación de la amistad de la que una Iglesia local, histórica y étnicamente caracterizada como la de Udine, es capaz de acoger como invitados y hermanos, multitudes de trabajadores, que personifican las pasiones y el esperanzas sociales de una gran parte del pueblo italiano, y expresarles nuestra solidaridad cristiana.

Unidad en la Iglesia local. Luego la unidad de la Iglesia, partiendo también en este punto de una conciencia reafirmada de comunión con la Iglesia universal, y con la Iglesia que está en su base y en el centro, a instancias de Cristo, la Iglesia de Pedro, la Iglesia romana.

No hablamos por nuestro orgullo ni por nuestra ventaja egoísta. Siervo de los siervos de Dios, investido de la función pastoral de todo el rebaño de Cristo, hablamos por nuestro deber y su honor, citando una conocida palabra de San Juan Crisóstomo: "Quien está en Roma sabe que los indios son sus miembros »( In Io . Hom. 65, 1; PG59, 361); hablamos en beneficio de las Iglesias locales, por lo que sería muy triste perder el sentido de la catolicidad del único Pueblo de Dios y ceder a la tentación del separatismo, la autosuficiencia, el pluralismo arbitrario, el cisma, olvidando que Para gozar de la auténtica plenitud del Espíritu de Cristo es necesario estar insertado orgánicamente en el Cuerpo de Cristo (cf.1 Co 12 1 ss.; Co 1, 9; Gál 3, 28; Rom. sesenta y cinco; 11, 17 y siguientes; etc.; San Agustín). 

Desde la Eucaristía la unidad comunitaria y jerárquica, que desde la convergencia hacia su punto focal, visible, el ministerio apostólico, invisible, el misterio del Espíritu de Cristo, se difunde como un abanico ilimitado en la catolicidad de la Iglesia, extendida por toda la tierra. , en un impulso de amor misionero y ecuménico: este es el horizonte que se abre sobre nosotros, si realmente hemos celebrado el sacrificio eucarístico de Jesús ofrecido "pro mundi vita" por la vida del mundo ( Io . 6, 51).

CEREMONIA DE OFERTA DEL CERI

HOMILIA DE PABLO VI

Fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo
Viernes 2 de febrero de 1973

Occursus, en latín, Ypapanté , en griego, esta fiesta se llamaba en la Iglesia de Oriente primitiva; y el nombre significaba el encuentro, es decir, el hecho del encuentro del niño Jesús, llevado al templo de Jerusalén cuarenta días después de su nacimiento, según la ley mosaica, para ser ofrecido allí a Dios, como si le perteneciera. : todos sabemos que en la realización de este rito legal y religioso el encuentro con el el viejo Simeón, quien, invadido por el Espíritu Santo, reconoció a Jesús como el Mesías y lo proclamó "Luz para iluminar a las naciones"; e inmediatamente después también tuvo lugar el encuentro con la venerable profetisa Ana, de ochenta y cuatro años, quien igualmente "empezó a alabar al Señor y a hablar del niño a los de Jerusalén que esperaban la redención" ( Luc.. 2, 38). Un encuentro mesiánico, por tanto, que adquiere significado profético y voz histórica, y que inaugura públicamente la era de Cristo precisamente en el lugar consagrado al culto del único y verdadero Dios, y a la conciencia del Pueblo Elegido sobre sus misteriosos destinos. .

Pues bien, comencemos nuestra ceremonia piadosa dándole al encuentro, que nos reúne aquí, el sentido religioso y espiritual que refleja, bajo ciertos aspectos, lo que la liturgia nos hace conmemorar hoy. Vienes aquí para realizar un acto de reconocimiento de la misión encomendada a nuestra humilde persona de realizar y continuar en el tiempo la de Jesús, el Cristo, luz y salvación del mundo. 

Es un encuentro que expresa principalmente dos de sus sentimientos, uno de fe, uno de fe en Cristo, en su Evangelio y en su Iglesia; de adhesión abierta, de respeto filial del otro al Papa, a vuestro Obispo, al Apóstol Pedro, a quien el Señor confió las llaves, es decir, la potestad del reino de los cielos, y al mismo tiempo la función pastoral sobre toda la Iglesia. Conscientes de nuestras limitaciones humanas, estaríamos tentados a huir de este encuentro, pero la investidura, Viniendo a nosotros por legítima sucesión, el oficio apostólico no lo permite, al contrario nos hace una seria y dulce obligación de acogerlo con todo nuestro corazón. Sí, bendito sea este encuentro que nos ofrece la grata oportunidad de tener a nuestro alrededor una asamblea tan plena, tan variada, tan devota, como la que ahora nos rodea, y que nosotros mismos hemos querido preparar con esmero, en este monumental y piadoso Basílica, no para nosotros, sino para vuestro honor, queridos y venerables hijos. El encuentro habla de unidad, dice armonía, dice amistad, dice conciencia de la sociedad jerárquica y orgánica y al mismo tiempo religiosa y espiritual, que juntos componimos, amamos y servimos. El encuentro dice Iglesia, y aquí Iglesia Romana, Iglesia apostólica. 

Ahora para nosotros esta conciencia común, hecho actual y casi experimental por el doble hecho de la presencia de representantes de muchos cuerpos eclesiales, viviendo en la misma ciudad, pero no fáciles de converger en el mismo lugar y en la misma ceremonia; y debido a que cada una de estas representaciones lleva la ofrenda de una de sus velas, símbolo rico en múltiples significados y entre ellos en primer lugar el del vínculo cordial, por lo que toda institución representada quiere estar en la fe y en la caridad vinculada a nosotros, lleva una profunda alegría espiritual: celebramos a Cristo juntos: por él y con él celebramos la Iglesia. 

¿Qué más puede animarnos y consolarnos más cálidamente? y debido a que cada una de estas representaciones lleva la ofrenda de una de sus velas, símbolo rico en múltiples significados y entre ellos en primer lugar el del vínculo cordial, por lo que toda institución representada quiere estar en la fe y en la caridad vinculada a nosotros, lleva una profunda alegría espiritual: celebramos a Cristo juntos: por él y con él celebramos la Iglesia. ¿Qué más puede animarnos y consolarnos más cálidamente? y debido a que cada una de estas representaciones lleva la ofrenda de una de sus velas, símbolo rico en múltiples significados y entre ellos en primer lugar el del vínculo cordial, por lo que toda institución representada quiere estar en la fe y en la caridad vinculada a nosotros, lleva una profunda alegría espiritual: celebramos a Cristo juntos: por él y con él celebramos la Iglesia. ¿Qué más puede animarnos y consolarnos más cálidamente?

Ahora muchas veces pensamos que ese gran acontecimiento, del que nuestro siglo será memorable, el Concilio Ecuménico que acaba de finalizar, tenía que servir, en las intenciones de la divina Providencia, para reavivar, profundizar, armonizar ese sentido de Iglesia, que las doctrinas conciliares se han nutrido de espléndidos temas y que la evolución de los tiempos exige más que nunca clara y contundente; por tanto, estamos llenos de alegría y confianza cuando tenemos una experiencia rápida y particular, casi sensible, del "sentido de Iglesia".

 ¡Cuánto nos agrada y nos mueve a disfrutar ahora de la comunión eclesial de nuestra diócesis contigo! Como es fácil para nosotros suponer que los Apóstoles, sus fundadores, que sus mártires y santos, con la Santísima Virgen, salus Populi Romani, ayúdanos en este momento de encuentro espiritual, tan expresivo; más bien, piense en el misterio de la presencia secreta entre nosotros de Cristo mismo, quien prometió encontrarse en medio de aquellos que se congregan en su nombre ( Mat . 18:20 ).

No podemos dejar de notar una circunstancia que caracteriza esta ceremonia y que le da una espléndida nota de piedad y solemnidad. ¿Ves quién tiene la mayor y mejor parte hoy en la basílica? son las religiosas, son nuestras hermanas, son las vírgenes y viudas, consagradas al Señor, que viven en Roma y son parte de nuestra comunidad. 

¡Saludos a ustedes, hijas en Cristo, queridísimas! Benditos, que habéis aceptado nuestra invitación a este encuentro que, como decíamos, quiere reunirnos en torno al misterio mesiánico de la presentación del niño Jesús en el Templo y expresar así la red de vínculos espirituales y canónicos, que da forma. y coherencia con la unidad religiosa y social en la Iglesia de Roma. Porque queríamos a las monjas "romanas" en esta asamblea (así las describe su estancia, o incluso su estadía temporal en nuestra diócesis) tienen un lugar distinto hoy? ¡Oh! por muchas razones ! entre los que aquí hay algunos. 

Queremos que la comunidad diocesana tenga una vez la ocasión de demostrar la estima y el cariño que rodea a estas elegidas hijas suyas, humildes y fuertes. No están "marginados", no; son las flores de su jardín. Queremos el estilo de ellosevangelica testificatio, de su testimonio evangélico sean honrados y reivindicados frente a la devaluación secularista, que quisiera secularizar hasta las almas más ardientes y fieles en el seguimiento de Cristo. Queremos una sensibilidad generosa despierta de la comunidad de fieles para no olvidar las necesidades de las religiosas más pobres que a menudo carecen de los medios de subsistencia. 

Queremos que la tradición ascética, contemplativa o activa de vida religiosa sea por todos, especialmente por la comunidad eclesial, reconocida como válida y actual, restaurada como debe ser según el espíritu del reciente Concilio y según las normas sugerido por los documentos de esta Sede apostólica, en efecto, en conformidad con el esfuerzo renovador que las familias religiosas individuales han sabido plasmar en sus propias costumbres, a veces fatigadas y puramente formales, a través de las sabias revisiones de sus estatutos, estudiadas y realizadas en sus recientes capítulos generales. 

Queremos las vocaciones específicas, que califican a los institutos religiosos, como la oración y la penitencia, el aislamiento y el silencio para una absorción interior más intensa en la búsqueda de la conversación con Dios, o más bien el don infatigable de sí en la ardua y providente actividad escolar, o en la asistencia experta a los enfermos o diversas necesidades sociales, o en relación con las misiones católicas, y según el genio inventivo de su piedad y caridad, se insertan honorable y orgánicamente, quizás incluso a

través de alguna sagrada iniciación, en la estructura eclesial. También queremos promover y perfeccionar el encargo de los religiosos, que tengan el gusto y la preparación.

Las queremos junto a la Iglesia orante, docente, trabajadora, sufriente, evangelizadora, estas hijas nuestras generosas y valientes, estas hermanas nuestras piadosas y trabajadoras, estas mujeres adornadas de sencillez y dignidad, siempre ejemplares y, según el nombre. atribuido a los miembros sinceros de las primitivas comunidades cristianas, ¡santo!

¡Oh! ¡Sí! amadas hijas de la santa Iglesia, dejad que el espíritu de comunión, del que ella vive, entre en vuestros hogares, más allá de las puertas de vuestras cláusulas, entre en vuestras almas e infunda el aliento de la renovación deseada por el Concilio Ecuménico, y también os de hecho a ti especialmente, la visión de los grandes designios divinos que atraviesan la humanidad y marcan sus destinos en relación a su elevación sobrenatural y escatológica, a la armonía y paz del mundo.

Aquí vosotras, hijas benditas, nada menos que los eclesiásticos y los laicos, habéis comprendido y, siguiendo los pasos de Nuestra Señora en el camino evangélico, interpretados por el rito litúrgico que celebramos, venís al altar trayendo vuestro don simbólico. también., tu vela. Nos haces pensar en la parábola de las vírgenes en el Evangelio de San Mateo; nos recuerdas los múltiples significados que el lenguaje ritual y espiritual atribuye a esta fuente de luz pura y primitiva, la vela; y ustedes nos proponen que nos recomiende hacer de la vela el símbolo de sus propias personas: por su rectitud y su dulzura, una imagen de inocencia y pureza; por su función de quemar e iluminar, a la que está destinada la vela, realizando en sí misma la definición de tu vida, toda destinada al amor único, ardiente y total, al Padre, para Cristo, en el Espíritu Santo, fuego de amor; un amor que con la oración, el ejemplo, la acción ilumina providencialmente la habitación y el camino de la Iglesia y del mundo circundante; por su destino, en fin, el de consumirse en el silencio, como tu vida en el drama ahora irrevocable de tu corazón consagrado: el sacrificio, como Cristo en la Cruz, en una caridad dolorosa y feliz, que no se extinguirá finalmente. día, pero sobreviviendo, brillará para siempre en el eterno encuentro con el divino Esposo.

Para ustedes, para todos los presentes, con afectuoso agradecimiento nuestra Bendición Apostólica.


El anuncio del cardenal morado al Pro Vicario de Roma

Al final del sagrado rito, el Santo Padre da el siguiente anuncio al encuentro, subrayado con vívidas aclamaciones.Creemos que no perturbaremos el espíritu de esta ceremonia al anticiparles buenas noticias. Suelen decir que las religiosas son las últimas en enterarse. Esta vez eres el primero. Pronto se publicará la noticia de que, invocando al Espíritu Santo, hemos decidido agregar a Monseñor Ugo Poletti, Pro Vicario de Roma, al Colegio Cardenalicio. Y démosle la bendición también a todas vuestras familias religiosas.

SAGRADO RITO EUCARÍSTICO "CENA EN DOMINI"

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves Santo, 19 de abril de 1973

Hermanos

Bienvenidos a esta ceremonia de Jueves Santo, a la que todos sentimos que debemos asistir con total adhesión. El hecho mismo de que lo celebremos en esta basílica, el corazón de la Iglesia católica, y que estemos deliberadamente juntos, todos penetrados por el sentido interior de la solemnidad del rito, y deseosos de unirnos a la participación en la comprensión de lo que que estamos haciendo, nos pone buscando, casi ansiosos, ciertamente fervientes, de su significado.

Lo diremos muy brevemente, centrando nuestra atención en unas palabras de Jesús, el invitado protagonista de aquella última cena. Él mismo dijo que para él era la última ( Lc 22, 15-16), y lo hizo entender a lo largo de todos los discursos de ese íntimo y muy triste encuentro de convivencia, motivado por la celebración del ritual judío de la Pascua (Cf. Io 16, 5-7; etc.), que culminó, como sabemos, en las misteriosas palabras de la institución de la santísima Eucaristía, concluidas con esos preceptivos y ellos mismos instituyentes de otro sacramento, el Orden sagrado, ministerial generador de la Eucaristía. mismo: "Esto lo haces en memoria mía" ( Luc . 22, 19; 1 Cor.. 11, 24-25). Él dijo. Es en virtud de estas palabras que estamos reunidos aquí esta noche. Son palabras testamentarias. Serán verdaderos y efectivos hasta su última venida, al final del presente orden temporal, al final de los siglos: donec veniat , hasta que él, Jesús, tenga que volver, declara san Pablo. Es, por tanto, el acto memorial por excelencia que recordamos y repetimos en este momento, cumpliendo el precepto que lo hace perenne en el desarrollo de la historia; es la presencia del Señor que acompaña el camino de su Iglesia en el tiempo, en el "misterio de la fe", que presupone la presencia real de Jesús en el sobre sacramental, y exige una comprensión obediente, una acogida de la fe de nuestra parte, el homenaje amoroso de una calificada memoria nuestra.

Este esfuerzo de recuerdo es fundamental para nuestra celebración. La prodigiosa facultad de la memoria se ejerce como estímulo para nuestra capacidad receptiva a la Eucaristía. Afecta a quienes la reciben en virtud de su propio ex opera operato , pero su acción está orientada al ejercicio de nuestro recuerdo, es decir, a la acogida de Cristo recibido y pensado en nosotros, a su permanencia personal, viva y real en nuestro interior. nosotros, pero al mismo tiempo conceptual y reflejado en nuestra mente, en nuestra psicología, en nuestro corazón, según nuestra actitud para asimilarlo, aceptarlo, amarlo, coincidir, por así decirlo, con él: donec formetur Christus in vobis , hasta que Cristo se forme en vosotros, dice San Pablo ( Gal. 4, 19).

 Una intención fundamental de permanencia domina el misterio de la Eucaristía; es decir, de la permanencia de Jesús entre nosotros más allá del abismal límite de su pasión y muerte, de la verdadera permanencia, pero bajo la pantalla sacramental, que mientras nos quita la alegría de su sensible visión, nos ofrece la seguridad de su eficaz presencia, y al mismo tiempo la otra inestimable ventaja de su indefinida y unívoca multiplicabilidad, en tiempos y lugares, lo que se necesita para saciar el hambre de quienes permanecerán en su fe y en su amor. Permanecer es la intención sacramental de la Eucaristía, es decir, con respecto a Jesús; Permanecer es la intención moral, es decir, con respecto a nosotros, de quienes Jesús quiere ser el viático, el compañero, el sustento de nuestro peregrinaje en el tiempo: debemos, pues, permanecer en su amor.Yo . 15).

Por tanto, un deber, hermanos, debemos reavivar en nuestras almas, el de "recordar" a Jesús, como él quiso ser; y he aquí, de este particular memorial nuestro, brota con ímpetu, es decir, amorosa abundancia nuestro culto eucarístico, al que la Iglesia nos invita y exhorta con infatigable preocupación.

Entonces, limitando siempre nuestra búsqueda al sentido esencial de ese banquete pascual, con el que Cristo quiso despedirse de sus discípulos, no podremos pretender el paso de la figura del cordero a la realidad de la verdadera víctima para nuestro. Pascua, que es el mismo Cristo inmolado (cf.1 Cor.. 5, 7), transición hecha con la institución de la Eucaristía, que en la figura del pan y el vino, representa y renueva el sacrificio redentor de Jesús de manera incruenta. y teología dramática? Bienaventurados seamos si la deficiencia de nuestro discurso y aún más de nuestro pensamiento compensa, después del acto de fe que hemos mencionado, compensa el amor. 

La Eucaristía es el punto privilegiado del encuentro del amor de Cristo por nosotros; un amor que se pone a disposición de cada uno de nosotros, un amor que se convierte en cordero de sacrificio y alimento de nuestro hambre de vida, un amor que se expresa en la forma y medida de su autenticidad específica, más alta y exclusiva, es decir, un amor que todo se da: dilexítame - dice el Apóstol -et tradidit semetipsum pro me , me amó y se sacrificó por mí ( Gá . 2, 20; Ef . 5, 2; 5, 25); y del encuentro de nuestro amor pobre y vacilante por él, que en tanta caridad apremiante encuentra finalmente el atrevimiento de superar toda timidez, toda debilidad y responder con Pedro: «Señor. . . ¡Sabes que te quiero! »( Io . 21, 15-17 ) . 

El amor tendrá la suerte de penetrar en algunas de sus intuiciones místicas y con algo de su anticipada plenitud (cf. Ef 3, 17, 19) en el misterio de la caridad, que supera todo entendimiento, el misterio del sacrificio eucarístico. y sumergirse en él participando de ese rito humilde e inconmensurable que es nuestra santa misa.

Hermanos, no os contamos más. Pero no concluiremos estas balbuceas palabras sin confiaros que tenemos otro en nuestro corazón, también tomado de los inolvidables de la Cena del Señor, y es este: "Os doy el mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros, como yo. te he amado "( Io . 13, 34; 15, 12).

 Ese "yo" es Jesús, el Cristo, nuestro Señor; que "ustedes" son los Apóstoles, todos los fieles que creyeron en él, "según su palabra " ( Ibid . 17:20 ); somos nosotros, la Iglesia Romana y la Iglesia Católica, nosotros, hijos de la tierra y del siglo, los que hoy, Jueves Santo, debemos sentirnos todos impresionados por el amor crucificado y eucarístico de Cristo; y aún nos queda mucho por aprender a amarnos, según su ejemplo y precepto.

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves, 21 de junio de 1973

La reverencia por el misterio eucarístico que estamos celebrando absorbe nuestra atención, y ciertamente la de ustedes; y nos impide expresarnos a todos ustedes, presentes en este rito, al párroco de esta comunidad reunida en torno a la Iglesia de Santa Silvia, a los cohermanos, a los fieles que residen aquí, y también a las autoridades civiles que sabemos que han reunidos en esta celebración con gran gratitud, para expresar, decimos, el saludo que tenemos en el corazón para todos y cada uno, la alegría de estar entre ustedes y de poder con ustedes y de poder realizar la solemne ceremonia de "Corpus". Domini ", los votos que formulamos ante el Señor para vosotros, también para los ausentes, para los que queremos convocar a este encuentro de fe común, especialmente para los enfermos, para los niños, los jóvenes, los jóvenes, los trabajadores, los padres. de todas las familias de este barrio,dignamente representado. Pero lo que en este momento no podemos expresar con las debidas palabras, lo expresamos con nuestra presencia, con nuestra oración tácita.

La Eucaristía nos absorbe y nos obliga a concentrar todos nuestros actos, todos nuestros pensamientos en ella. Ahora es el punto focal de nuestra alma, y ​​queremos suponer que este también es el caso de sus almas. Todos creemos, todos sabemos, que aquí, ahora, entre nosotros, Jesucristo está presente. Vivo y verdadero, nuestro Señor, nuestro Salvador, nuestro Maestro, Jesucristo está presente. El tema de esta presencia misteriosa pero real por sí solo retiene nuestros pensamientos durante estos breves momentos.

Para ser simple lo clasificamos en dos conjunciones gramaticales: por lo tanto y por lo tanto. Por tanto, nuestro Señor Jesucristo está presente; esto dice que la celebración del "Corpus Domini", de hecho ahora mejor formulado con el título de "fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo", es una fiesta de la Eucaristía.

Reflexionando, ya hemos celebrado esta fiesta; y eso fue el Jueves Santo. Recordamos todo sobre esa liturgia, extremadamente realista debido a su adherencia casi textual al relato del Evangelio conmemorado; la última cena del Señor con sus discípulos, todo impregnado por el recuerdo de la inmolación ritual del Cordero pascual y por el presentimiento de la inminente tragedia que pende sobre la vida temporal del Maestro, para convertirlo en la verdadera víctima de una Pascua redentora; y todo tejido en el hilo de los discursos, pronunciados por Jesús casi en un monólogo, en una tensión incomparable de sentimientos, oraciones, preceptos, actos profundos y definitivos, que sólo su conciencia divina de celebración testamentaria, sacramental y sacrificial, pudo dominar. y llenarse de significados ilimitados. ¿Qué pasó en esa fatídica hora? ¿Te acuerdas? La cena se convirtió en un memorial: "haz esto en mi memoria" (Luc . 22, 19; Cor . 11, 24). 

¿Memorial de qué? del sacrificio que Jesús, el verdadero Cordero de Dios sacrificó por la salvación del mundo, estaba a punto de consumir con dolor, deshonra, en la sangre de su oblación en la Cruz; memorial de su presencia idéntica, aunque de diferente figura, que se puede recordar a través del encargo, la investidura, el poder, en ese mismo momento conferido a los apóstoles cenadores, de renovar de manera real, pero incruenta, el sacrificio que hizo de Víctima divina, expresada en los signos sacramentales del pan y el vino, alimento del cuerpo y sangre de Jesús, entregado a la cúspide del amor por la vida del mundo. ¡Es demasiado! ¡es demasiado! ¿como entender? ¿como comportarse? como hacer juego

Quedamos, en la re-evocadora celebración del Jueves Santo, casi aturdidos y abrumados por el entrelazamiento inmensamente dramático del relato evangélico de esa velada suprema y por los misterios desbordantes, concentrados en el rito, que se erige no sólo como imagen, sino como una realidad sublime. Parecíamos vislumbrar algo excesivamente extraordinario en esa liturgia por excelencia, porque no nos bastaba con asistir a su celebración inmediata, sino que parecía nuestro deber ir inmediatamente después, haciendo una peregrinación a los llamados "sepulcros", es decir. , a los altares donde está la Eucaristía se custodió y honró, en un ambiente de tenaz memoria, de pasión desoladora, del esperado desenlace final de tan insoportable drama. Como sucede en el velorio de algunos de nuestros fallecidos, quedamos absortos en una tristeza indefinible pero tierna y dulce,

Y así pasó el Jueves Santo, dejándonos con la impresión de que no habíamos comprendido ni cobrado íntegramente su inefable herencia. Y aquí está la fiesta actual, el "Corpus Domini", que bien puede considerarse una ocurrencia tardía, una vuelta a esa última cena, a esa noche misteriosa, a esa herencia no tan valorada.

Hemos perdido la presencia sensible de Jesús, pero nos ha dejado su presencia sacramental. Cuán verdaderas son las palabras de Él, pronunciadas precisamente en esa noche de despedida: «No os dejaré huérfanos; Vendré a ti ”( Io . 14, 18). Palabras validadas por las últimas palabras pronunciadas por Jesús resucitado, antes de su desaparición del escenario temporal de este mundo: "He aquí, estoy con vosotros siempre, hasta el fin del mundo" ( Mat . 28, 20).

¡Entonces Jesús está con nosotros! Esta es nuestra conclusión, que da el motivo de nuestra celebración, así como de todas las que suscita el "Corpus Domini" en la Iglesia católica.

¡Entonces Jesús está con nosotros! El Ángel se lo había dicho a San José en un sueño ( Ibid . 1, 23), repitiendo la profecía de Isaías: «. . . la Virgen dará a luz un Hijo, que se llamará Emmanuel, que significa: Dios con nosotros ». ¡Jesús permaneció entre nosotros los hombres! Nosotros, sus seguidores y creyentes, lo sabemos: ¡Jesús todavía está presente! Mientras un Sacerdote celebre una Misa en esta tierra, Jesús, ese Jesús del Evangelio y ese mismo Jesús que ahora está en el cielo, y está sentado en gloria a la diestra del Padre, está presente aquí.

Debemos reavivar en nosotros mismos el sentido de esta maravillosa presencia. Jesús está con nosotros. ¿Donde como? ahora no lo decimos. Nos basta con afirmar y casi sentir esta presencia: una presencia que nuestros sentidos no pueden percibir, pero, a través de la fe, el alma sí. Es el "misterio de la fe" el que nos obliga a ejercitar esta virtud fundamental de todo nuestro sistema religioso con energía convencida. Creemos en la Palabra de Cristo: "este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre". Temblemos y alegrémonos: está presente.

Otro orden de consecuencias surge entonces de esta misteriosa realidad. Está presente: ¿por lo tanto? así que lo busco, lo encuentro, lo amo, lo amo. Nuestra religión personal y comunitaria se enciende con este descubrimiento eucarístico. Si Cristo nos invita personalmente a su mesa, ¿cómo podemos rechazar su bondad? Aceptar la invitación significa participar en el rito supremo y central de nuestra fe, significa participar en la Santa Misa. La obligación se convierte en un derecho. Un derecho que debe encantarnos: adquirimos la posibilidad de hacer de Cristo no solo nuestro comensal, sino ¿quién lo diría? - nuestra comida: quien la coma, se dice, vivirá; vivirá para la vida eterna.

Por tanto , esta es la lógica de la Eucaristía que continúa, por tanto, cada uno de nosotros debe sentir el hambre de tal sacramento, principio verdadero y activo de la vida, que, alimentado por el mismo Cristo, no puede llamarse vida cristiana.

Por lo tanto, nuevamente las consecuencias de la Eucaristía son inmensas para la existencia espiritual de cada individuo, así como para la existencia espiritual de una verdadera comunidad cristiana y católica. De esta manera se forma el Pueblo de Dios, primero en su unidad interior, luego en su caridad social. La unidad del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, es la gracia específica - la res - de la Eucaristía (Cf. S. TH. III, 73, 3). 

Ningún sentido de solidaridad, y por tanto de progreso civil, podría ser más auténtico, pleno y eficaz que el que surge de la conciencia comunitaria de la Eucaristía. El misterio se vuelve luz, se vuelve fuerza. Y cuánto más podríamos contaros continuando el discurso sobre la fecundidad vital de la Eucaristía presente entre nosotros: qué fuente de bondad colectiva, qué consuelo para los sufrimientos comunes, qué esplendor para la moral pública, qué esperanza para nuestra justicia y nuestra paz. !

Si Él está presente, ¡así debe ser! ¡así puede ser! Por eso celebramos la fiesta del "Corpus Domini" fuera de nuestras Iglesias: su caridad tiene derecho a ella; nuestra humanidad lo necesita. Vamos a recordarlo. Amén.

SANTA MISA "EN CENA DOMINI"

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Jueves Santo, 11 de abril de 1974

¡Mis hermanos e hijos queridísimos!

¿Donde estamos? ¿Por qué estamos reunidos aquí? ¿que estamos haciendo? La celebración de este rito requiere de nosotros un momento de intensa concentración.

También es cierto: es esencialmente solo una Santa Misa, que celebramos todos los días y multiplicamos en muchos lugares diferentes. Pero hoy este rito quiere adquirir su significado pleno y original. Quiere recordar, es más, renovar sus razones constitutivas, y adquiere para nosotros, en todos los aspectos, una importancia particular; queremos honrar su misteriosa y compleja realidad; su origen, que es la Última Cena del Señor; su naturaleza, que es el sacrificio eucarístico; su relación con la Pascua judía, memorial de la liberación del pueblo judío de la esclavitud y luego signo de la promesa mesiánica sobre los destinos futuros de ese pueblo; su aspecto innovador, que es la inauguración de un nuevo

Testamento, de una nueva alianza, es decir, de un nuevo nivel religioso, eminentemente superior y más perfecto, entre Dios y la humanidad. Estamos situados en la encrucijada de las grandes trayectorias de los destinos históricos, proféticos y espirituales de la humanidad: aquí termina el Antiguo Testamento; aquí se inaugura el Nuevo; aquí el encuentro con Cristo, desde lo evangélico y particular, se vuelve sacramental y universalmente accesible, aquí la intención fundamental de su presencia en el mundo, con la celebración de los dos misterios esenciales de su vida en el tiempo y en la tierra, la Encarnación y la Redención, se revela en gestos y palabras inolvidables: "conociendo a Jesús, de hecho dice el Evangelio, que había llegado su tiempo de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" ( Io.13 , 1), es decir, hasta el límite extremo, hasta el don supremo de Sí mismo.

Este es el tema en el que ahora debemos fijar nuestra atención. No seremos realmente capaces, así como nuestros ojos no son capaces de sostener la mirada directa de la luz del sol. Pero estos ojos humanos y fieles no deben cansarse de contemplar lo que hace brillar ante nosotros el misterioso esplendor de la Última Cena: los gestos de amor que se ofrece y se entrega, y que adquieren apariencia y dimensión de un absoluto, divino. amor; amor que se expresa en sacrificio.

Amor, en la experiencia humana, es un término terriblemente equívoco, según los bienes a los que se dirige; puede significar las pasiones más abyectas y sórdidas, puede disfrazarse en el egoísmo más exigente y maligno, puede equilibrarse en legítima reciprocidad al contentarse con lo que recibe por lo que ha dado, y puede darse el gusto de hacer cálculos de interés casi inadvertido; y finalmente puede darse libremente, realizándose en su definición esencial, por amor, sin considerar el mérito de quien lo recibe, ni la compensación que le corresponda.

Amor puro, total, libre, salvador; tal fue el amor de Cristo por nosotros: y esta última tarde de su vida terrena nos ofrece pruebas conmovedoras y profundas de ello.

Bienaventurados somos si, codiciosos como somos de cosas grandes y singulares, sabemos detenernos en el estudio, en la contemplación inagotable de este amor de Cristo, en cierto modo al dejarnos encantar por la visión sensible de las cosas ilimitadas. , del cielo profundo, del mar sin orillas, del panorama con límites inaccesibles! Y esto tanto más cuanto que sabemos cómo la Eucaristía, que ahora nos deslumbra, es la figuración, transparente a la fe, de la Cruz: que Jesús, que ahora es glorioso en el cielo a la derecha del Padre, quiere ser detectado por nosotros en el acto perenne de su sacrificio; tal es precisamente el significado sangriento del Cuerpo y la Sangre, sacrificados en la Cruz, que se nos aparece en los símbolos incruenta de las especies del pan y del vino. El Crucifijo está frente a nosotros. El dolor y el amor nos invaden. La escena del Calvario parece tomar forma a nuestro alrededor. La mesa se ha convertido en un altar: «Toma y come, este es mi Cuerpo; toma y bebe, esta es mi Sangre ».

El prodigio continúa y se expande. "Haced esto en mi memoria": el sacerdocio católico nace de este amor y de este amor: todo cristiano fiel será así invitado a esta mesa inefable, a esta comunión incomparable: "Nosotros, el Apóstol dirá, somos un solo cuerpo , aunque son muchos, porque todos compartimos de un mismo pan ”(1 Co 10, 17).

Aquí el espíritu, fijo en el estudio del misterio eucarístico, descubre el perfil del "Cristo total": Jesús, la cabeza y sus miembros formando un solo cuerpo místico, su Iglesia, viviendo en él animado por el Espíritu Santo: aquí están los mil y mil elegidos para participar en el sacerdocio de Cristo, "descendencia que el Señor ha bendecido" , isti sunt semen cui benedixit Dominus como leemos en Missa chrismalis ( Is. 61, 9) de esta mañana; son nuestros hermanos, son nuestros colaboradores, a quienes se ha conferido el sacerdocio ministerial, esta especie de poder prodigioso, que nos identifica, en ciertos aspectos, con el mismo Cristo, capacitándonos para actualizar su presencia sacramental y resucitar las almas muertas. por el pecado en virtud de su obra de misericordia. Que el saludo gozoso y tembloroso - in osculo pacis - de nuestra comunión en Cristo vaya a ustedes, sacerdotes, que nos asisten aquí, y a todos y a los sacerdotes individuales de la Santa Iglesia, esparcidos por la faz de la tierra, en este momento, el único y sumo sacerdote de la nueva Alianza, sancionado por él en la cena sacrificial y conmemorativa del Jueves Santo.

Y así resplandece de inmediato el otro prodigio de la multiplicación sacramental de la Eucaristía, accesible, a través de nuestro humilde y sublime ministerio sacerdotal, en su inmediata plenitud de comunión con Cristo a todos y a los fieles individuales, dispuestos al encuentro inefable: a todos. , a cada uno de estos hermanos hoy el alegre saludo de nuestra paz. Que decimos ¿qué celebrando? ¿Toda la Iglesia, alimentada por el Cristo único, víctima inmolada por nuestra salvación, salvación consumada en la transfusión en nosotros de su vida divino-humana, por la comunión con él, se ha convertido en nuestro alimento sacramental? "El que come de mí, para mí vivirá" ( Io . 6, 56-57), proclama Cristo Jesús, ¿es así realmente? Lo escuchamos con fe, ensoñadores, extáticos, casi en un sueño surrealista; ¡bendito!

Pero el mundo, nuestro mundo, ¿cómo puede recibir este mensaje? ¿No crea una distancia insuperable entre la Iglesia viva y el mundo moderno, secularizado y profano? ¡Oh! ¡es cierto! Durus est hic sermo , este discurso es difícil ( Io . 6. 60). Es difícil, sí; pero es el discurso de unidad, amor, gozo, salvación, verdad; ¿No es acaso un discurso también para el hombre moderno, para el hombre auténtico, para el hombre en constante búsqueda de novedad y de vida? Esperamos que el hombre moderno también pueda, afortunadamente para él, comprenderlo.

CONCELEBRACIÓN CON LOS OBISPOS ITALIANOS

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Sábado, 8 de junio de 1974

Queridos y venerables hermanos en Cristo Señor.

Aquí estamos una vez más unidos en la celebración de los santos misterios de la Última Cena de nuestro Señor Jesucristo, es decir, de nuestra santa Misa, que actualiza entre nosotros el recuerdo siempre vivo, siempre idéntico, siempre auténtico de él; relata las palabras sublimes e inagotables de su tránsito ritual y dramático como las pronunciamos para nosotros; a través de nuestro humilde pero prodigioso ministerio sacerdotal se da cuenta de la presencia real, sacramental y adorable de él, Jesús el Señor; refleja con misteriosa fidelidad, que ignora toda distancia de tiempo, lugar, circunstancia, la trágica inmolación de Él en la cruz, y hace de este banquete un sacrificio, el verdadero sacrificio redentor a nuestra disposición, ofreciéndonos luego como nuestro alimento santificador y vivificante. , bajo las especies de pan y vino, la carne y la sangre de la Víctima divina; Cristo celebra así en nosotros, sus miembros místicos, la extensa plenitud de nuestra única y suprema Cabeza, Cristo, que es precisamente la Cabeza de la Iglesia que somos; Nos hace saborear la embriagadora efusión de su Paráclito; e ilumina en nosotros el verdadero sentido de la vida presente con la radiante promesa de su gloriosa parusía futura. Tal es la riqueza del sacrificio eucarístico.

Pero un pensamiento del Señor, un voto suyo, domina y concluye este testamento suyo; hemos recogido la reiterada expresión de esto escuchando el anuncio del pasaje evangélico, elegido para esta celebración; y un deseo suyo dirigido a nosotros, como a los sucesores de los Apóstoles, como a los herederos más directos y calificados en la fe de su testimonio, también nosotros somos objeto de una oración intencional de Cristo al Padre celestial: "Yo Orad, dijo Jesús en ese supremo anhelo de su corazón mesiánico, incluso por aquellos que por su palabra (de Apóstoles) creerán en mí, para que ". . . y hay dos propósitos de tan tensa y ardiente oración de Cristo, "que todos sean uno", el primer propósito; «Uno en nosotros, para que», según el propósito, «el mundo crea que Tú me enviaste. . . " E inmediatamente repite,Yo . 17, 20, 23).

Unidad, cumbre del Evangelio para los seguidores de Cristo, para sus apóstoles, especialmente para sus ministros; y unidad, apología del Evangelio y de la fe frente al mundo, a la humanidad.

El divino Maestro, unidad, en la que se identifican fe y caridad, nos llama siempre a este centro focal de nuestra vida religiosa; nos invita el reciente Concilio, que ha reabierto sus caminos convergentes hacia el ecumenismo; y, casi por providencial maduración histórica, la teología y la estructura canónica de la Iglesia católica nos conduce: la unidad.

Tomemos conciencia de este momento sagrado, en el que celebramos una forma de unidad muy hermosa y significativa para la comunidad eclesial italiana, que, antes de estos nuevos planes organizativos de la asamblea nacional del episcopado, nunca se había celebrado en este país. . Marcamos esta hora en nuestros corazones como histórica; sí, una hora preciosa y dinámica de unidad, y reconocemos a esta unidad numérica, externa, ocasional su valor trascendente, espiritual y exigente. Es un hecho colegiado; ¿Acaso el Concilio no nos hizo avanzar en el conocimiento de este aspecto constitucional del orden episcopal? Ninguno de nosotros debe sentirse disminuido por las exigencias de caridad, armonía, colaboración, a las que la colegialidad educa a sus miembros;

Además, esta unidad es la expresión más auténtica y autorizada de una propiedad esencial de la Iglesia, la de ser comunión.

La unidad católica es comunión. Este es un título que pertenece a toda la Iglesia en su conjunto; y debemos ser los primeros en reproducir su espíritu y formas en esta conferencia episcopal; no solo, sino también en la conciencia y expresiones asociativas de la Iglesia italiana; cuanto más corresponde una Iglesia a su definición de la auténtica Iglesia de Cristo, mejor refleja en sí misma, en su animación y en sus estructuras concretas, el principio profundo y constitucional de unidad. El pluralismo de opiniones y agrupaciones, que ahora se extiende también en el ámbito católico, no nos deja indiferentes y completamente tranquilos, como lo que muchas veces nos parece derivar no de un propósito de una eclesialidad libre, sino orgánica y sustancialmente unitaria. cuerpo, sino más bien por un inquieto, y básicamente egoísta,1 Cor . 12, 12 y siguientes; Ef. 4, 25; Col. 3, 11; Rom.12 , -1 y sigs.).

Hay hoy quienes hablan con énfasis de la comunión eclesial, y la apelan como su propio registro sobrenatural; pero a menudo, por desgracia, más ansioso por afirmar sus propios carismas particulares, o por defender sus derechos personales, impugnando tanto los aspectos históricos como canónicos de la Iglesia viva y visible, que permanecer en la obediencia dócil, filial y ejemplar al legítimo poder eclesial; prácticamente, si no siempre con abierta disensión, se libera de esta perfecta comunión, sin prestar atención a que con su comportamiento hostil se corta la rama que lo sostiene y lo une a la planta mística de la unidad, que es la misma. Cristo nuestro bendito Señor, un Ser místico con su Iglesia.

Necesitamos la unidad, los obispos primero, que tenemos la misión de promoverla, protegerla, testimoniarla, servirla, vivirla, en el circuito de la fe y la caridad (Cfr. Ef. 4, 15-16).

Este tema nos obliga a mencionar, incluso en este lugar tan espiritual y sereno, el resultado del reciente Referéndum, que nos ha dado la dolorosa confirmación de ver documentado cuántos ciudadanos de este siempre querido país no han sido solidarios en un experimento relacionado Al tema, la indisolubilidad del matrimonio, que, por indiscutibles razones civiles y religiosas, debería haberlos encontrado mucho más acordes y más comprensivos.

No lo convertiremos en un tema de controversia obsoleta por este motivo. Más bien, haremos un llamamiento paternal a los eclesiásticos y religiosos, a los hombres de cultura y acción, y a muchos queridos fieles y laicos de educación católica, que no han tenido en cuenta, en esta ocasión, la fidelidad debida a una explícita evangélica. mandamiento, al principio claro de la ley natural, al recordatorio respetuoso de la disciplina eclesial y de la comunión, tan sabiamente enunciado por esta Conferencia Episcopal y validado por nosotros mismos: los instaremos a todos a dar testimonio de su amor declarado a la Iglesia y de su regreso a la plena comunión eclesial, comprometiéndose con todos los hermanos en la fe al verdadero servicio del hombre y de sus instituciones, para que internamente estén cada vez más animados por un auténtico espíritu cristiano.

Expresaremos la esperanza de que se alimente un sentido vigilante de responsabilidad personal y comunitaria en el alma de todos, especialmente de los cónyuges, es decir, de quienes han elegido el estado conyugal para dar felicidad y valor a su vida, y luego en particular. de los que tienen una misión pastoral, educativa o social entre las personas, y rogaremos a Dios que este sentido vital siga siendo la protección inviolable y el orgullo muy humano de la familia italiana. Y, por tanto, instamos a todos aquellos que tienen el deber y la posibilidad de intensificar su trabajo a dar una asistencia cada vez más rápida y adecuada a los valores y necesidades familiares.

¡Venerables hermanos!

Reanudamos la celebración de la Santa Misa

Con esta invitación a la unidad, la gratitud está en nosotros por el testimonio que nos da tu misma presencia; en nosotros está la complacencia por el trabajo realizado por vuestra asamblea, especialmente en lo que se refiere a la evangelización de los sacramentos de la penitencia y la unción de los enfermos; alabamos y alentamos sus iniciativas para el Año Santo; y por favor lleven a sus diócesis, y especialmente a los sacerdotes, la bendición que les damos de todo corazón.

SOLEMNIDAD DEL "CORPUS DOMINI"

HOMILIA DEL SANTO PADRE PABLO VI

Jueves, 13 de junio de 1974

¡Queridos hijos y hermanos!

Escuchar. Les diremos una duda que surgió en nuestro corazón, cuando nos propusimos venir entre ustedes para celebrar juntos la fiesta del "Corpus Domini". Y la duda es la siguiente: si nuestra presencia entre vosotros habría beneficiado realmente la celebración de una solemnidad religiosa como ésta, enteramente concentrada en el culto más ardiente, exterior e interior, personal y comunitario de la Santísima Eucaristía, sobre el misterio de la presencia sacramental y el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo, es decir, si mi venida a este barrio, a esta parroquia, hubiera sido motivo, sí, de júbilo y hacinamiento, pero más bien de distracción que de atracción hacia el verdadero objeto de la vida. tu devoción.

       Es decir, nos preguntamos en nuestro corazón si nuestra presencia habría interesado más vuestra atención que la presencia, única digna de vuestra alegría y adoración, de Jesús escondido y evidente en el sacramento eucarístico. Dos presencias: nuestra extraordinaria, visible, humana, representante, sí, del Señor, pero infinitamente inferior, despreciable en verdad en comparación con la presencia habitual, es verdadera, pero prodigiosa, sagrada, divina, incomparable de Cristo el Señor.

Por eso, cuando decidimos venir hoy, aquí, al Quadraro, a la aún joven Parroquia de la Asunción de la Santísima Virgen María, nos propusimos contaros esta breve palabra, que estamos diciendo, no tanto de nuestra presencia personal. , la presencia del Papa (diremos, si alguna vez, una indirecta más adelante, al final de la ceremonia), pero sobre la presencia real, misteriosa, pero verdadera de Él, de Jesús, aquí en el Quadraro, en este naciente comunidad; la presencia divina del Señor, que merece todo nuestro interés y que es el motivo principal de esta fiesta del "Corpus Domini".

Y esta invitación a centrar la atención en Jesús, en el Jesús del Evangelio, en el Jesús de la Última Cena, en el Jesús de la Cruz, en el Jesús resucitado, en Jesús ahora en la gloria del cielo ", sentado en el mano derecha del Padre "(como cantamos en el Credo), tiene una primera razón muy simple pero decisiva, que nuestra persona no merecería ninguna consideración especial, si no fuera la de un Obispo, de un Papa, es decir, de quien toma el lugar, de Vicario, de representante, el de ministro, es decir, de siervo, que extrae toda su dignidad y autoridad de Aquel que lo eligió para actuar en su nombre. Por tanto, cuanto más nos miran, con afecto filial y con satisfacción por nuestra visita, más lo miran a él, a Cristo, presente en nuestro ministerio.

Y fija tu pensamiento, hoy más que nunca, para que se convierta en habitual y siempre inspirador, en el hecho misterioso y central de toda nuestra fe, la de la Presencia del Hijo de Dios, hecho hombre, entre nosotros; misterio de la Encarnación, que nos autoriza a repetir el verdadero nombre de Jesús, nacido de María y residente en Nazaret, el nombre de "Dios con nosotros" (cf. Is . 7, 14; Mat.1, 23). ¡Nobiscum Deus! Y entonces vemos el plan, el sentido de su venida a este mundo, la intención directiva de su aparición entre nosotros los hombres, en la historia de la humanidad, reunidos bajo este nombre, propio de Jesús: esta intención se resuelve en un nombre, así muy común ya menudo profanado, que aquí se eleva a la cima de la divinidad; este nombre es amor. "Así amó Dios al mundo, para dar a su Hijo unigénito" para su salvación ( Io 3, 16; cfr. Efesios 2, 4; 5, 2; etc.). Toda nuestra religión es una revelación de la bondad, la misericordia y el amor de Dios por nosotros. "Dios es caridad" (1 I. 4, 16), es decir, amor derramado y prodigado; y todo se resume en esta verdad suprema, que todo lo explica e ilumina todo. La historia de Jesús debe verse bajo esta luz: "Él me amó", escribe San Pablo, y cada uno de nosotros puede y debe repetirlo por sí mismo: Él me amó, "y se sacrificó por mí" ( Gal . 2, 20).

Y luego también entendemos algo de la Eucaristía, que hoy celebramos públicamente. La Eucaristía es un misterio de presencia, por amor. «No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros», dijo Jesús dando a entender que su vida temporal estaba al final.

Dulcísima promesa, que después de la resurrección se vuelve solemne, y marca el destino y la realidad de nuestra historia religiosa y humana: "He aquí, estoy con vosotros siempre, hasta el fin de los tiempos " ( Mat . 28, 20).

Dios con nosotros; ¡Cristo con nosotros! Todo el cristianismo es un hecho, un misterio, de Presencia.

Y si estamos aquí esta tarde, es precisamente para este propósito: despertar en nosotros, en ti, en quienes escucharán el eco de nuestra voz, la advertencia de esta realidad, verdadera y sobrenatural: aquí está Jesús. se celebra la Eucaristía, se revela y se proclama este "misterio de la fe": aquí está Jesús, el Cristo, nuestro Salvador, vivo y verdadero. ¡Aquí estoy!

Cuando dejamos que esta dulce y tremenda verdad penetre en nuestras conciencias, ya no podemos permanecer indiferentes, impasibles y tranquilos: ¡está aquí! nuestro primer sentimiento es de adoración y júbilo; y casi confuso: ¿qué debemos hacer? que debemos decir ¿cantar? ¿llorar? ¿a orar? ¿O acaso callar y contemplar, como María, hermana de Marta, toda agitada y deseosa de servir al Señor, mientras ella, María, "sentada a los pies de Jesús, le escuchaba hablar"? ( Luc . 10, 39) De ahí el culto eucarístico.

Pero nos invade un segundo sentimiento, el de una legítima curiosidad. La doctrina católica, expresión de nuestra fe, nos asegura: Cristo, vivo, verdadero, real, está presente. Y entonces surgen una serie de preguntas en nuestro espíritu: ¿está presente? ¿pero cómo? ¿Dónde está? ¿y por qué? ¿Y se deja ver, acercar, tocar, como hacía la gente en el Evangelio? (Cf. 1 Io . 1, 1) Está escondido; pero, ¿es identificable? y por que escondido y ¿cómo puede estar en tantos lugares simultáneamente? ¿Es esto quizás una nueva y repetida multiplicación milagrosa de los panes? y ¿cómo puede Él ser alimento, para ser alimentado? el pan y el vino se transforman en carne y sangre, como lo fue Jesús en la cruz? "¡Este discurso es difícil"! ( Yo. 6, 60) De ahí la teología sobre la Eucaristía. Si, es dificil. Pero sabéis que Jesús fue inflexible al exigir que su gran discurso sobre el misterio eucarístico fuera aceptado literalmente (cf. Io 6, 61 ss.).

Tienes que creer. Crea la Palabra y la Palabra de Cristo. Ahora dijimos: es un misterio de fe. Pero no del todo incomprensible, incluso para nuestro tímido cerebro: cómo una sola imagen puede reflejarse de forma idéntica en cuántos espejos la recogen; cómo la misma voz puede ser captada por quienes la escuchan; como la misma palabra puede convertirse en pensamiento en quien la comprende, así un solo Jesús puede estar presente en los muchos, innumerables signos sacramentales que lo representan; pero esto no sin un prodigio divino, y el prodigio consiste en que no se trata aquí, por virtud divina, de una simple representación, un simple signo significativo, una figura sacramental; Se trata de que en esta misma figura, es decir, bajo las especies de pan y vino, se esconde una Realidad que sustituye a la sustancia del pan y del vino,III , 73, 6).

Pero escuche por un momento. Precisamente en este punto, que para nosotros es superior a nuestra experiencia e inteligencia, comenzamos a comprender muchas cosas maravillosas, que nos permiten comprender, si no el cómo, por qué Jesús quiso convertirse en sacramento eucarístico. ¿Porque? pertenecer a todos. Se ha multiplicado de esta manera extraordinaria para estar disponible para cada uno de nosotros. Y, por tanto, hacernos uno a todos, su Cuerpo místico, la Iglesia una ( 1 Co 10, 17). Pero la pregunta persiste: ¿pero por qué está disponible como alimento? ¿No es extraño, impensable que Cristo quisiera hacernos comida?

He aquí una nueva maravilla: Cristo se hizo a sí mismo alimento espiritual para mostrarnos que Él es necesario para nosotros: sin alimento no podemos vivir, y luego que Él es el verdadero alimento, interior y personal, de la vida eterna, de la que todos tenemos. necesidad y del que todos, si queremos, tenemos la suerte de nutrirnos, de penetrar en "comunión" con él, por el sustento actual y la plenitud inmortal de nuestra existencia.

Surge otra pregunta: ¿y por qué Jesús quiso distinguir este sacramento en dos tipos diferentes, pan y vino, sobres sensibles de contenido sustancial muy diferente? ¿Sólo para dar bajo estas cifras comida y bebida al hambre de nuestras almas? (Ver S. TH. III, 73, 2) Sí; pero la respuesta sería más larga y compleja. Al fin y al cabo, vosotros, cristianos fieles, ya lo sabéis así: Jesús quiso dar a este sacramento un doble sentido de sacrificio: uno que sustituye al de la Pascua, haciéndose cordero de la liberación; el otro es figurativo del de su crucifixión, que hizo brotar la sangre de la redención de la carne torturada. Jesús en la Eucaristía es la víctima, que refleja en sí mismo el único y válido sacrificio redentor, el de la Cruz, participando en el cual, por la comunión, nos asociamos con los frutos de la inmolación salvífica de Cristo.¡Cuantas cosas! ¡Cuántos misterios confluyen en este misterio central de la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía! ¿Cómo recordarlos a todos? ¿cómo revivirlos en nuestra vida individual y eclesial?

Bueno: recuerda al menos una palabra de Jesús; escucha su voz. Es la de su invitación evangélica: "¡Venid a mí!".Sí: "Venid a mí todos los que estáis cansados ​​y oprimidos, y yo os consolaré" ( Mat. 11, 28).Sí, la Eucaristía es una presencia acogedora. Invita como amigo, acercándote tácitamente, esperando sin descanso, dispuesto a recibir a todos. Invitar a una mesa, que es todo una celebración muy dulce, de unión, de dolor, de amor. Es una llamada dirigida preferentemente a quienes más sufren y cansancio; a los pobres y lloran; a los que están solos y desamparados; a los pequeños e inocentes. Jesús llama e invita.Su voz llega también a los lejanos, a los engañados, a los fugitivos del camino. Ven, la entrada es gratuita, para arrepentidos y creyentes.

Ven, dice: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" ( Io . 14, 6).

Esta es su voz, que hoy se derrama de este sacramento silencioso, presente entre nosotros. Elevado en su fiesta ante todo el pueblo, él, con su acento divino y humano, exclama, como ya caminando sobre las olas se apareció a sus discípulos, en la tormenta nocturna del Evangelio: «Tengan confianza; soy yo, no temas "( Mateo 13:27 ). ¡Vamos!

¡Que así sea!

SANTA MISA EN " CENA DOMINI "

HOMILIA DE PABLO VI

Giovedì Santo, 27 de marzo de 1975 

Que este sea el momento de revivir el gran recuerdo. Todo está presente en nuestro espíritu de lo dicho, de lo realizado en esta última cena, tan deseada por el mismo divino Maestro ( Luc . 22, 15), en vísperas de su pasión y de su muerte. Él mismo quiso darle a ese encuentro tal plenitud de significado, tal riqueza de recuerdos, tal emoción de palabras y sentimientos, tal novedad de actos y preceptos, que nunca dejaremos de meditar y explorar. Es una Cena Testamentaria; Es una Cena infinitamente cariñosa ( Io . 13, 1), e inmensamente triste ( Ibid.. 16, 6), y al mismo tiempo revelando misteriosamente promesas divinas, visiones supremas. 

La muerte acecha, con presagios sin precedentes de traición, abandono, inmolación; la conversación se apaga de inmediato, mientras la palabra de Jesús fluye continuamente, nueva, sumamente dulce, dirigida a confidencias supremas, casi flotando entre la vida y la muerte. 

El carácter pascual de esa Cena se intensifica y evoluciona; la alianza antigua y secular que se reflejaba en ella se transforma y se convierte en una nueva alianza; el valor sacrificial, liberador y salvador del cordero sacrificado, que da alimento y símbolo a la comida ritual, se explica y concentra en una nueva víctima, en una nueva comida; Jesús declara ser él mismo, su Cuerpo y su Sangre, objeto y sujeto del sacrificio, aquí, en la mesa, previsto, es decir, ofrecido, estar en continuidad de intención y acción cumplida, consumada, sufrida; hizo alimento para los que tenían aptitud y hambre de la vida eterna. 

Aquí viene el sacrificio eucarístico de aquella cena de despedida, dolorosa y amorosa; lo sabemos y nos deslumbra; pero he aquí una sorpresa extrema, la que para nosotros, esta noche, constituye el punto focal de nuestra atracción y de nuestra compasión; ¿Quién hubiera podido suponer una palabra similar, sumaria, perpetua, que sale de labios del Maestro, ahora candidato a la muerte, y quién es el verdadero, el único cordero pascual: "Haced esto en memoria mía"? ( y nos deslumbra; pero he aquí una sorpresa extrema, la que para nosotros, esta noche, forma el punto focal de nuestra atracción y de nuestra compasión; ¿Quién hubiera podido suponer una palabra similar, sumaria, perpetua, que sale de labios del Maestro, ahora candidato a la muerte, y quién es el verdadero, el único cordero pascual: "Haced esto en memoria mía"? ( y nos deslumbra; pero he aquí una sorpresa extrema, la que para nosotros, esta noche, constituye el punto focal de nuestra atracción y de nuestra compasión; ¿Quién hubiera podido suponer una palabra similar, sumaria, perpetua, que sale de labios del Maestro, ahora candidato a la muerte, y quién es el verdadero, el único cordero pascual: "Haced esto en memoria mía"? (1 Cor . 11, 24)

Hermanos e hijos, estamos en este momento cumpliendo esta palabra del Señor. Siempre, celebrando la Misa, renovando el sacrificio eucarístico, repetimos esa palabra que asocia la institución del sacramento de la presencia inmolada de Cristo, es decir, de la Eucaristía, con la institución de otro sacramento, el del sacerdocio ministerial, a través del cual el "memorial" de la Última Cena y el sacrificio de la cruz no es simplemente nuestro acto de recuerdo religioso (como quisieran algunos disidentes), sino una anamnesis misteriosa, efectiva y real de lo que Jesús logró en la Cena y el Calvario; es decir, el fiel reflejo de su único sacrificio, con una misteriosa victoria sobre las distancias del tiempo y del espacio, ¡Misterio de la fe! También lo sabemos, y siempre adoramos y contemplamos, con inagotable fervor: reavivaremos su fuego en la fiesta del "Corpus Domini".

Pero ahora nos embarcamos en este descubrimiento, porque tal es siempre la consideración del sacerdocio católico, del poder conferido a un ministerio humano para renovar, perpetuar, difundir el misterio eucarístico.

Diremos inmediatamente dos cosas; es decir, que en el ofrecimiento de la Eucaristía todo el Pueblo de Dios, creyentes y fieles, participa y actúa, ya que se le otorga un "real sacerdocio", como escribe el apóstol Pedro ( 1 Petr . 2, 5 et 9) y como reiteró felizmente el reciente Concilio ( Lumen Gentium, 10); y como tal hoy, Jueves Santo, está particularmente invitado a regocijarse por la institución de la Eucaristía, a exaltar sus infinitos tesoros divinos de amor y sabiduría, y a participar de ella precisamente de acuerdo con la intención difusora y multiplicadora que Cristo, y con él la Iglesia quiso caracterizar este sublime misterio del Pan eucarístico puesto a disposición de todos. 

Y, en segundo lugar, recordaremos que la distinción esencial del sacerdocio ministerial del común no se concibe como un privilegio que separa al sacerdote de los fieles, sino como un ministerio, un servicio que el primero debe prestar al segundo, un carácter, sí, todo propio de quien es elegido para servir como ministro sacerdotal del Pueblo de Dios, pero intencionalmente social, digamos mejor, capacitado para la caridad,1 Cor . 4, 1; 2 Cor. 6, 4; cf. M. DE LA TAILLE, Mysterium Fidei , pág. 327 y siguientes).

Pero lo que en la plenitud consciente de este momento sagrado nos parece justo reafirmar es el misterio de nuestro sacerdocio católico, que acompaña al eucarístico, y se interpenetra y confunde con él. El goce inefable de la comunión específica surge espontáneamente en nuestro corazón, que nos une hoy con todos nuestros Hermanos en el sacerdocio. ¿Quién más que nosotros, venerables sacerdotes, puede decir con auténtica y mística realidad: "Ya no vivo yo, sino Cristo vive en mí"? ( Gálatas 2, 20) ¿Qué mayor caridad podría mostrarnos Jesucristo, que llamándonos, a todos y cada uno de nosotros, sus amigos ( I. 15, 14; 15, 15) y transfiriendo en cada uno de nosotros el prodigioso poder de con

sagrar la Eucaristía? (Cf. DENZ.-SCHÖN 1764 (957)) ¿Podría darnos más prueba de confianza? ¿Y cómo podríamos cuestionar nuestra elección de tanto ministerio, cuando debemos recordar que surge de una iniciativa preferencial suya (Cf. Io 15,16), al encuentro con nuestra respuesta personal, libre y amorosa? ¿No deberíamos acaso hacer nuestra la respuesta sencilla pero estupenda que nos ha dado en estos días un buen Sacerdote, golpeado, como tantos hoy, por las preocupaciones y dudas de las disputas propias de nuestro tiempo: "Soy feliz"?

Sí, venerados hermanos y todos ustedes, queridos fieles; hoy debemos agradecer al Señor por haber instituido este sacramento divino y misterioso, la Eucaristía; y todos debemos sumar a su gloria y nuestro consuelo: nos alegra que junto a ella, la Eucaristía, para hacerla actual, multiplicar y difundir, tú, Señor, hayas comunicado a algunos elegidos y responsables de tu Iglesia la tu Sacerdocio santo y maravilloso. ¡Que esta sea nuestra expresión espiritual para este Jueves Santo!

SANTA MISA DE NOCHE EN "CENA DOMINI"

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves Santo, 15 de abril de 1976

La comunión es la palabra que sale de los labios, si quieren romper el silencio de los corazones que componen los misterios que estamos celebrando. Pensemos en el pasado, revivamos la hora de la última cena de Jesús con sus discípulos; una hora ya seria por su significado conmemorativo, como para formar la conciencia religiosa e histórica del pueblo judío, que recordó, sacrificando el cordero, el éxodo aventurero de la esclavitud a una patria para ser recuperada y poseída en fidelidad a su destino religioso , por siglos.

       La comunión fue el nuevo ambiente en el que se celebró esa cena pascual: un intenso ambiente afectivo cargado de esos sentimientos que van más allá del estilo habitual de conversación, aunque el lenguaje del Maestro siempre tuvo como objetivo llevar el entendimiento de sus discípulos más allá de los márgenes. experiencia sensible e invitarla a respirar en una zona superior de misterio y descubrimiento trascendente de la verdad oculta y la realidad divina. 

Pero esa noche, el nivel sentimental y espiritual es inmediatamente tan alto que a los discípulos de la cena les resulta más difícil que nunca hablar de ello. Mientras tanto, escuchemos los acentos sumamente cordiales, que están en la clave para abrir la efusión discursiva del Maestro. «Cuando llegó la hora, escribe el evangelista san Lucas, tomó su lugar a la mesa y los apóstoles con él, y dijo:Luc . 22, 15). 

La cena adquiere un carácter testamentario: el propio Gesti la define como el epílogo de su vida terrena; Le da al banquete un carácter concluyente. El evangelista Juan, el amado iniciado en los secretos del corazón del Señor, escribe: "Antes de la fiesta de la Pascua, Jesús, sabiendo que su tiempo había llegado a pasar de este mundo al Padre, después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin "( Io . 13, 1). 

San Agustín comenta: "El amor lo llevó a la muerte" (S. AUGUSTINI In Io. Tract . 55, 2: PL35, 1786); y también la exégesis moderna: "Jesús, que siempre ha amado a los suyos, demuestra ahora su amor hasta el final, no sólo cronológicamente hasta el final de su vida, sino mucho más intensamente hasta el final alcanzable, hasta el extremo posible del amor mismo". "(G. RICCIOTTI, Vida de Jesucristo , 541).

El grado de intensidad afectiva que producen las palabras y los actos de Jesús en ese banquete ritual, ya en sí mismo capaz de despertar una emoción fuerte y comunicativa en el espíritu, crece durante la vigilia convivial en una escala ascendente: del tan temido anuncio. De los discípulos de la inminente muerte sangrienta del Maestro (cf. Io . 11, 16; 12, 24; etc.), ahora afirmada abiertamente, a la inesperada y vergonzosa escena del lavamiento de los pies, realizado por Jesús después del primer parte de la cena ( Io. 13, 2-17), y luego al patético y ahora abierto indicio de traición inminente; y luego, el presunto traidor abandonó la mesa ( Ibid. 13, 26 ss.).

Un momento de suprema despedida: «Hijos (¡así llama a los discípulos!), Estoy un rato más con ustedes. . . Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros, cómo (como: ¡fíjense en la comparación, fíjense en la medida!), Como yo los he amado, así también ustedes se amen los unos a los otros. De esta manera todos sabrán que son mis discípulos si se aman los unos a los otros "( Ibid.. 13, 33-35). También aquí permanece una relación, una comunión, en la costumbre informativa de una sociedad compuesta de amor. Llegamos así al momento de la suprema y misteriosa sorpresa. 

Escuchemos las reveladoras palabras: «Mientras estaban cenando, Jesús tomó el pan y, habiendo dicho la bendición, lo partió y se lo dio a los discípulos diciendo: tomad y comed, esto es mi cuerpo. Luego tomó la copa y, después de dar gracias, se la dio diciendo: Bebed de todo, porque esto es mi sangre del pacto, derramada por muchos, para remisión de los pecados "( Mateo 26, 26-28). .

¡Milagro! ¡Misterio de la fe! ¡Creemos en el milagro cumplido! Creemos, como dice el Concilio de Trento, que Él, Cristo, «se celebra la antigua Pascua. . . . instituyó una nueva Pascua, inmolándose, confiriendo poder a la Iglesia a través de los Sacerdotes, bajo signos visibles, en memoria de su tránsito de este mundo al Padre ”(DENZ-SCHÖN., 1741).

Si es así, y es así, el misterio irradia ante nosotros, mientras podamos contemplarlo, en una epifanía de comunión.

Comunión con Cristo, Sacerdote y víctima de un Sacrificio consumido de manera sangrienta en la cruz, incruenta en la Misa, cumbre de nuestra vida religiosa, donde él, mediante su palabra sacramental, redujo el pan y el vino a simples signos sensibles para convertir su sustancia en su carne y sangre, se ofrece a sí mismo, Cordero sacrificado en holocausto, restableciendo la comunión de gracia entre los vivos y los muertos, con Dios Padre todopoderoso y misericordioso (Cfr. DENZ-SCHÖN., 1743; 3847). Comunión ontológica, teológica, vital.

Comunión nuevamente con Cristo, personal, mística, interior; comunión bipolar de nuestra humilde y fugaz vida humana y mortal con la Vida misma de Cristo, que es la Vida misma por definición ( Io . 14, 6), y quien dijo de sí mismo: "Yo soy el Pan de Vida" ( Ibid . 6). , 35-49 et 51), para que resuenen en nuestra conciencia profunda las palabras de la comunión más íntima y convivencial: "Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" ( Gal . 2, 20). ¿Quién podrá medir la fecundidad de esta comunión interior, que Cristo maestro tiene, tiene su camino, verdad y vida ( Io . 14, 6), la tiene como la savia de un árbol en sus brotes florecientes y fructíferos? ( Ibíd . 15, 1 y sig.)

Comunión también de inefable eficacia social, es decir, principio válido para cimentar en la unidad sobrenatural pero también eclesial y comunitaria del Cuerpo Místico de Cristo a quienes se nutren del pan eucarístico. San Pablo lo enseña de nuevo: «La copa de bendición que consagramos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Como hay un solo pan, nosotros, aunque muchos, somos un solo cuerpo; de hecho, todos participamos de un solo pan ”(1 Cor . 10, 16-17).

Comunión, pues, en el espacio de la tierra y en la dimensión de la humanidad creyente y de la participación en el banquete divino, dondequiera que se celebre regularmente: todos son invitados allí por el mismo Señor: compelle intrare, ¡exhortadlos a entrar! la parábola del Evangelio nos enseña ( Luc . 15, 23). El hecho mismo de que Cristo hizo posible, a través del ministerio de los sacerdotes, multiplicar este pan eucarístico bendito, que es Él mismo, Emmanuel, el Dios con nosotros que acompaña a los hombres en todos sus caminos y llama a todos con voz pentecostal a su única Iglesia. , ¿no hace evidente a la más simple observación su divina intención de comunión universal? Ut omnes unum sint ,para que todos sean uno! así oró Cristo en esa noche profética, después de la Última Cena.

Y quizás a esto no se le suma otra comunión, que en el tiempo, la de la permanencia de Jesucristo con nosotros, la de la tradición viva a lo largo de los siglos, una comunión coherente, fiel, victoriosa del tiempo que pasa devorador, porque este milagro eucarístico ¿Está destinado, como escribe San Pablo, al último donec veniat , hasta que Él, Cristo, regrese (1 Cor . 11:26 ), el último día de la parusía? Y esto es exactamente lo que Cristo mismo declaró, como nos dicen las últimas palabras de su Evangelio: "He aquí, estoy con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos" ( Mat . 28, 20).

En este punto nuestra meditación, que investiga la comunión polivalente resultante del misterio eucarístico, se vuelve curiosa por los cálculos y la estadística. Si Cristo es el centro, en el sacramento de su sacrificio, que atrae a todos hacia sí (cf. Io . 12, 32), surge la pregunta: ¿están todos realmente fascinados y atraídos por esta comunión con él? ¿Cuántos estamos unidos en la unidad de la que nos dejó su aspiración testamentaria? ( Ibíd .17)

Y estamos verdaderamente en esa unidad de fe, amor y vida que está en el deseo soberano y misericordioso de Jesús, dispuestos a hacer de la unidad interior de la Iglesia y en la Iglesia nuestra aspiración constitutiva, nuestro programa de vida ¿eclesial? ¿Es real y siempre un soplo del Espíritu Santo que a menudo frena y a veces rompe los lazos de nuestra bendita comunión en el cuerpo visible y místico de Cristo con empuje centrífugo y ambición individualista? ¿No es este el día, el momento de abandonar todas las reservas egoístas por la reconciliación fraterna, el perdón mutuo, la unidad del amor humilde? ¿Podemos darles a los niños lejanos un afectuoso recordatorio de su regreso a la mesa espiritual común? ¡Qué fervor misionero surge en nosotros de la celebración de este Jueves Santo! que espíritu fraterno, ¡Qué celo pastoral, qué propósito apostólico! ¡Qué esperanza de comunión cristiana!

¿Y no tendremos en esta noche bendita un pensamiento, un saludo, una oración ecuménica por tantos hermanos cristianos todavía separados de nosotros?

Y para todos aquellos que sufren o tienen hambre de verdad, justicia y paz, pero con los ojos nublados en su búsqueda insatisfecha, no seremos capaces de recordar, al menos en nuestra oración interior, la invitación que siempre les dirige Aquel que es el único que puede. concédelas: "Venid a mí todos los que estáis cansados ​​y oprimidos, y yo os refrescaré"? ( Mateo 11, 28) ¡La Iglesia es una comunión!

Que así sea, que así sea, con nuestra cordial Bendición.

SANTA MISA "EN CENA DOMINI"

HOMILIA DE PABLO VI

Jueves, 7 de abril de 1977

Todos de alguna manera somos conscientes de la gravedad, la densidad, la importancia del rito religioso que hoy, conmemorando, incluso renovando el Jueves Santo, es decir, la víspera de la Pasión y muerte de Jesucristo, celebramos. 

Es cierto que el significado de este rito, que es la Misa, la Santa Misa que se celebra todos los días en la Iglesia de Dios, pesa y brilla siempre en la mente de quienes tienen la inestimable fortuna de convertirla en oblación religiosa, o de asistirte con la participación, ni el hábito de este acto religioso, supremo por excelencia, atenúa la emoción de los sentimientos que le son propios, pero el hecho de que hoy, con un acto reflexivo y total, la liturgia nos invita a fijar nuestra piedad en el momento histórico, renovable y perenne, de la institución de la santísima Eucaristía nos obliga a intentar una consideración integral del misterio, porque verdaderamente es un misterio que estamos cumpliendo; y el deber de la brevedad, especialmente cuando se habla a Fieles competentes, nos permite condensar en tres reflexiones lo que debemos recordar sobre este misterio.

La primera reflexión, que podríamos calificar de convergencia, se refiere al hecho de que la escena evangélica puesta ante nuestra atención es una cena, la última cena de Jesús con sus discípulos, una cena ritual, la cena del cordero pascual, judía, anticipada. pero idéntico a lo que el día siguiente, viernes, celebrará la clase saduceo y sacerdotal (Cfr. G. RICCIOTTI, Vida de Jesucristo, n. 75 et 536 ss.). 

¿Quién no sabe qué importancia histórica y ritual tuvo la consumación de esta cena en la costumbre del pueblo judío, en la que el cordero era símbolo de la liberación del sometimiento a Egipto? Jesús ya había sido aclamado por Juan el Bautista: "el cordero de Dios, que quita los pecados del mundo" ( Io . 1, 29 36; et cfr. Ier . 11, 19 etEs . 53, 7). 

Pues Jesús, víctima, único verdaderamente liberador de la esclavitud del pecado, toma el relevo de la figura que lo había representado durante el Antiguo Testamento e inaugura el Nuevo Testamento; y así establece una relación religiosa más perfecta, inmensamente más íntima y activa con aquellos que tendrán la suerte de creer en él y estar asociados con la vida misma de Cristo (cf. 1 Petr. 1, 19 ). La nueva era, la nuestra, la de la Redención, se abre así al género humano que sigue a Cristo.

La segunda reflexión se refiere al eje central de la cena de despedida. Aquí domina el amor. Por las que parece que rebosa de las palabras del Señor, rebosa de la acción: «. . . . después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin "( Io. 13, 1). 

Estáis ciertamente presentes en vuestras almas, y el gesto de suprema humildad realizado por el Señor con el lavamiento de los pies de sus apóstoles, un Pedro ineficaz y reacio, y sobre todo la institución de la Eucaristía, a través de la cual, parece, violando con Amante del imperio omnipotente de las inexorables leyes físicas, Jesús se hace presente bajo las apariencias del pan y del vino para hacerse un alimento sacrificado y vital para sus invitados. . .! 

¡Imposible! ¡imposible! estaríamos a punto de gritar, si no hubiera sido el mismo Jesús quien afirmó con invencible aseveración: «Yo soy el pan de vida. . . Quien coma de este pan vivirá para siempre. . . " Este lenguaje es duro, comentan los discípulos aún incrédulos. Y Jesús refuerza: «¿Esto te ofende? . . . las palabras que les he hablado son espíritu y son vida ". ( Yo. 6, 58, 63), mientras que en el mismo escenario de la Cena hizo universal y perenne la posibilidad del milagro eucarístico con la institución simultánea de otro sacramento, el de las Órdenes sacerdotales, transfundiendo su poder divino en los atónitos discípulos: esto en memoria mía "( Luc . 22, 19; 1 Cor . 11, 24).

Pero es necesaria una tercera reflexión: durante la Cena las figuras aún hablan: el pan se convierte en el Cuerpo, pero conserva las apariencias del pan; el vino se vuelve sangre pero al verlo todavía aparece como vino: es decir, aquí la muerte de Cristo es incruenta, todavía se representa hoy. La Cruz está escondida, pero la oblación que se consumirá en la Cruz ya está en marcha: ¡la Eucaristía es sacrificio! (Véase DE LA TAILLE, Mysterium Fidei , c. III, p. 33 y siguientes; S. THOMAE Summa Theologiae , III, 48; P. NAU, Le mystère du Corps et du Sang du Seigneur .)

De modo que el Sacrificio del altar y el de la Cruz son la misma realidad misteriosa: en uno el otro refleja realmente el drama de la Cruz (Cfr. S. AUGUSTINI En Pr . 21, 27: PL 36, 178).

Aquí nuestras fuerzas especulativas parecen detenerse. La cabeza se inclina y adora, y la mente vacila ante Realidades tan superiores a nuestra capacidad para medirlas y contenerlas. Llegan a los labios las palabras del pobre padre del epiléptico en el Evangelio del Señor: "Creo, sí, pero ayúdame en mi incredulidad" Mc 9,24). Pero el corazón continúa, como el nuestro aquí, esta tarde, y exclama como San Pedro después del discurso de Cristo sobre la Eucaristía-sacrificio: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna "( Io . 6. 68).

SOLEMNIDAD DEL "CORPUS DOMINI"

HOMILIA DE PABLO VI

Domingo, 12 de junio de 1977

¡Venerables hermanos y queridos hijos!

Hoy celebramos la fiesta del "Corpus Domini", no en el día tradicionalmente prefijado, el jueves siguiente al domingo dedicado a honrar a la Santísima Trinidad, sino el domingo siguiente a esta solemnidad, y esto para hacer nuestro calendario litúrgico; pero enseguida declaramos que este giro puramente cronológico de recurrencia, hecho oportuno también en Italia, no quiere ni debe significar en lo más mínimo una disminución del culto a la Sagrada Eucaristía, sí, quiere reafirmarlo prácticamente y hacerlo más accesible y observado por todos los fieles. A ustedes, pastores de la Iglesia de Dios, a ustedes sacerdotes, ministros de tanto sacrificio y sacramento, a ustedes los religiosos y religiosas, que profesan particularmente su devoción, a todos ustedes los católicos,

¡Venerables hermanos y queridos hijos!

¡Escuchar! por eso también este año unas breves palabras para la adorada inteligencia del "Corpus Domini". El primer propósito de esta celebración es pedagógico, es decir, educativo; la de hacernos atentos, conscientes, exultantes de la realidad del misterio eucarístico. 

El hombre es un ser que se acostumbra a cosas extraordinarias y, a menudo, devuelve la impresión excepcional de un momento dado a una expresión ordinaria, convencional y superficial. El hombre se acostumbra; y también con respecto a las realidades, que sobrepasan su capacidad de comprensión habitual, muchas veces las considera normales y contenidas en la envoltura puramente verbal que las califica, sin atribuir y reconocer ya la exuberante riqueza de su propio sentido interior. 

Así nos pasa a menudo por este inefable sacramento de la Eucaristía, que ofrece a nuestro conocimiento sensible sólo las imágenes aparentes, las especies, del pan y del vino, mientras que en realidad oculta estas especies, de carne y hueso, y ellas mismas contienen en el altar los elementos de un sacrificio, de una víctima inmolada, de Cristo crucificado. , Cuerpo unido a su propia sangre, a su alma ya la Divinidad del Verbo. Sí, este es el "misterio de la fe" presente en la Eucaristía (Cf. CONC. TRIDENTE.De Eucharistia , 3); y este es el primer esfuerzo espiritual, al que nos invita y obliga este sacramento, un esfuerzo cognitivo, no apoyado en una experiencia experimental, que va más allá de las apariencias (también tan elocuente, pero significativo de otro concepto que no es el material y ordinario ( Cf. Io 6, 63), sino un esfuerzo de fe, es decir, de adhesión a una Palabra que domina las cosas creadas, una Palabra, una Palabra divina, presente.

Para acceder al sacramento del amor es necesario traspasar el umbral de la fe (Cfr. S. THOMAE Summa Theologiae , III, 73, 3 ad 3). ¡Misterio de la fe! Una vez que estamos en el ámbito de la Fe, que nos invita a leer en los signos sacramentales la Realidad inefable que ellos ubican y representan, Cristo se sacrificó y se hizo alimento espiritual para nosotros, una pregunta tímida-atrevida emerge en nuestra alma soñadora: ¿por qué? ¿Por qué, oh Señor, querías adoptar estas apariencias? ¿Por qué venir a nosotros tan escondido y tan descubierto? 

Contengamos la respiración por un momento y escuchemos. Sí, una palabra de Jesús se pronuncia, por así decirlo, por el don eucarístico que se nos presenta; la escuchamos de nuevo desde el Evangelio; Jesús dice una y otra vez: "Venid a mí todos los que estáis cansados ​​y oprimidos, y yo os refrescaré" (Matth . 11, 28). 

Por eso Jesús está en actitud de invitación, de conocimiento y de compasión por nosotros, incluso de ofrenda, de promesa, de amistad, de bondad, de remedio para nuestros males, de consolador y aún más de alimento, de pan, de fuente. . de energía y vida. "Yo soy el pan de vida" ( Io 6, 48), añade el Señor, Jesús pan, en su elocuente silencio. ¿Comida de Jesús? pero ¿a dónde quiere llegar el Señor? ¿No es ya demasiado que haya venido al mundo por nosotros? en efecto, ¿que se ha hecho tan accesible para multiplicar su presencia sacramental por cada altar, por cada mesa, donde otra presencia representativa y operativa suya, la de un sacerdote, posibilita la multiplicación indefinida de este prodigio? (Ver DE LA TAILLE, Mysterium Fidei, Eluc. 36 y sigs.)

Los aspectos de esta doctrina se expanden y multiplican a medida que se convierte en objeto de reflexión, hasta que nuestra mente se confunde, si la intención soberana del Señor no nos fuera evidente en la famosa palabra del apóstol Pablo, a quien está dedicada esta basílica , una palabra muy común en nuestro lenguaje religioso habitual. ¿Y cuál es esta intención divina y suprema, y ​​qué palabra nos expresa? La palabra "comunión", en griego "koinonía", término verbal que siempre se repite en nuestros labios, cuando quiere indicar la asunción de este sacramento; "Tomar la comunión" significa acercarse a la Eucaristía, recibir a Jesús en el sacramento que en su realidad profunda consiste en la unidad del Cuerpo místico del Señor (Cf. S. THOMAE Summa Theologiae, III, 73, 3). 

Hablando humanamente, más bien damos nuestro propio sentido subjetivo a la palabra "comunión", como si este acto estuviera adecuadamente expresado por nuestra acción de acercarnos a la Eucaristía, mientras prestamos menos atención a la iniciativa de Cristo que nos permite recibirlo. a quien se nos ofrece instituyendo y renovando este maravilloso sacramento con las benditas palabras: “Tomad y comed; Este es mi cuerpo entregado como sacrificio por ti. . . Esta es la copa de mi sangre derramada por ti. . . " Aquí se revela la extrema intención de Cristo hacia los hombres llamados a su religión, que finalmente se declara amor: "No hay amor más grande que este, dar la vida por los amigos, y ustedes son mis amigos". . . " ( Io . 15, 13 cf. Prov.. 8, 31, ss.).

¡Somos dignos, no, por supuesto! - ¿Somos capaces de entrar en el corazón de esta "exaltación" religiosa? Cuántos hombres no saben entenderlo; y cuántos, aunque vislumbren el secreto, no saben aceptarlo. Aquí el amor a Dios, el grande, el precepto supremo, se convierte en el gran don supremo de Dios. Somos los amados, antes que estemos dispuestos a amar; Él nos amó primero (1 Io.4 , 10-19) y cuántas veces nos hemos alejado de su amor, hemos sido creados por él, hechos para él, nos hemos negado a encontrarnos con él (cf. parábola de la invitación a la gran cena - Mateo 22, 1-10; Luc. 14, 15-24 -), quizás por el vil y secreto miedo de ser conquistados por un Amor, que hubiera cambiado nuestra vida. . . 

La Eucaristía es la invitación más directa y fuerte a la amistad, al seguimiento de Cristo. Además, la Eucaristía es el alimento que da la energía y la alegría para corresponderle. La Eucaristía sitúa así el problema de nuestra vida en un juego supremo del amor, de la elección, de la fidelidad, juego que, si se acepta como religioso, se vuelve social, según las reveladoras palabras del apóstol Pablo, que nosotros mismos haremos. Repetir al final y en memoria de nuestra celebración. El amor recibido por Cristo en la Eucaristía es comunión con él y por eso mismo se transforma y manifiesta en nuestra comunión con nuestros hermanos, actual o posible como todos los hombres lo son para nosotros. Alimentado con el Cuerpo real y sacramental de Cristo, nos convertimos cada vez más íntimamente en el cuerpo místico de Cristo: "la copa de bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo?" ¿Y el pan que partimos no es acaso comunión con el cuerpo de Cristo? Como hay un solo pan, aunque somos muchos, somos un solo cuerpo: todos compartimos el mismo pan "(1Cor . 10, 16 y ss.).

Repetimos con San Agustín: «¡Oh Sacramento de la piedad! o signo de unidad! ¡Oh vínculo de caridad! Quien quiera vivir, tiene de qué vivir ”(S. AUGUSTINI Tr . 26, 19: PL 35, 1615). ¡Y así sea para nosotros, queridos hermanos e hijos!

XIX CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL DE PESCARA

HOMILIA DE PABLO VI

Sábado, 17 de septiembre de 1977

Esta nuestra presencia en Pescara, con motivo del XIX Congreso Eucarístico Nacional, no puede faltar un prefacio a la reflexión religiosa, a la que nos obliga el rito que estamos celebrando; y esta palabra también asume una riqueza de temas y propósitos, que bastarían por sí mismos para dar sentido a un largo discurso, que ahora condensamos en un saludo sencillo, pero cordial y reverente, que en nombre de ese Cristo de quien nos llega último e indigno el oficio de representarlo, a todos los presentes nos complace dirigirnos: a nuestro Cardenal Legado Giovanni Colombo, Arzobispo de Milán, a Monseñor Antonio Jannucci, Obispo, digno Pastor de esta antigua y joven Diócesis, al Señores Cardenales, Venerables Hermanos en el Episcopado, Sacerdotes, Religiosos y Religiosas, Seminaristas, al Laicado Católico y a todos los fieles asistentes que tenemos la suerte de encontrar aquí, a todo el Pueblo de Dios, aquí reunido, o representado aquí o aquí espiritualmente presente, a todos los miembros de este mismo, santo, católico y Iglesia apostólica, gracia y paz en Cristo el Señor. Aquí ahora está la Iglesia, aquí no podía faltar Pedro, en la persona muy humilde de su Sucesor. Así que aquí estamos para una hora de plenitud de alegría contigo, con el más bendito saludo: ¡gracia y paz!

Tampoco podemos callar cuán cerca de nosotros en oración y esperanza están algunos dignos Representantes de fracciones de Iglesias, aún separados de nosotros: también a ellos y a quienes se honran a sí mismos llamándose cristianos y hoy confluyen aquí en la angustia, que fue y que es de Cristo, para poder unirnos con nosotros en la unidad y la caridad, sea nuestro saludo más sincero y anhelante.

Nuestro saludo reverente y agradecido se dirige luego a las Autoridades Civiles y Militares, nacional, regional, provincial y de la ciudad, que han otorgado espacio y honor a este evento religioso y popular, con especial agradecimiento a las Autoridades Gubernamentales y Municipales, que han honrado si honraron con su autorizada colaboración, con su presencia, con su palabra, con su adhesión el feliz y ordenado desenlace, no que el alto significado espiritual, moral y civil de este gran Congreso Eucarístico Nacional, digna expresión de las tradiciones de la fe católica y de las costumbres civiles de los siempre jóvenes y armoniosos italianos y, en particular, de los Abruzos.

Pero ahora invitamos su atención por un breve momento, como ya lo han hecho muy bien otros maestros de la palabra sagrada, sobre el sentido íntimo de la celebración religiosa que estamos realizando. Cristo con nosotros nos parece el pensamiento dominante, al que ahora rendimos homenaje de nuestro espíritu, expresión que, reflejada como el sol en estos mismos espíritus nuestros, se aclara por la tensión de la fe y el amor de una circunstancia excepcional, como el de este Congreso, repercute en el cielo que nos domina, y mejor dicho, en el ambiente histórico que nos rodea, en una bendita respuesta: ¡ nosotros con Cristo!

La palabra "comunión" la sella en un término que el hábito religioso ha hecho familiar; pero qué significado fecundo e ilimitado contiene y revela a aquellos que apenas consideran sus términos. Algunos recordamos, que enseguida nos devuelven, sí, a un océano de misterio, pero que no nos atrevemos, no podemos evadir, si tan pronto recordamos las palabras de la despedida final de Cristo, que sale de la delicada escena. de este mundo, pero no lo abandona, robado como es en la gloria sobrenatural del cielo: "He aquí, dice: Estoy contigo todos los días, hasta el fin de los tiempos" ( Mateo 28, 20).

Palabra divina, palabra eterna, palabra actual: Jesucristo permanece con nosotros. Jesús se esconde; pero Jesús continúa su presencia entre nosotros. ¿Pero cómo? con su Palabra? Sí, también aseguró esta presencia: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis Palabras no pasarán" ( Mat . 24, 35). ¿Se queda con su presencia mística e invisible, donde sus fieles seguidores se encuentran reunidos en su nombre? Sí, nos confió este secreto: "Donde dos o tres se congregan en su nombre, nos dijo, allí estoy entre ellos" ( Ibid.. 18, 20). Pero en forma insensible, sí bien interior, inefable. Y otras palabras del Evangelio, del Nuevo Testamento, nos revelan esta intención suprema y general de Dios, a través del diseño, podemos decir constitutivo, de la Religión, el de la Alianza, el de la Encarnación, el de establecer relaciones de amistad, de convivencia., de redención entre Dios y la humanidad. "Su nombre es Emmanuel, que significa: Dios con nosotros" ( Ibid . 1, 23).

Pero nadie suponía que este plan llegaría tan lejos: tener el Pan de vida en Cristo. ¿Recuerdas las palabras incontrovertibles del mismo Jesús: "Yo soy el Pan de vida"? ( Io.6 , 35 et 48) y recuerda las palabras que suceden, y presenta la visión de Cristo víctima que no solo se ofrece a sí mismo como alimento vital, sino como cordero destinado a la inmolación, que da carne y sangre para sacrificarse. por la salvación de los hombres; y esta doble afirmación referida a un hecho permanente, a un deber inevitable, y concerniente a toda la Iglesia. 

No en vano los comentaristas de estas misteriosas palabras del Señor, que en el texto del discurso evangélico las resuelve en el alimento de su propia carne y sangre, han leído el anuncio tanto de la institución de la Eucaristía como de la sacrificio de la cruz., que tendrá su memoria perpetua en la misma Eucaristía. ¿O Jesús, pan necesario, o Jesús cordero insustituible, entenderán tus seguidores que sin ti no pueden tener la vida verdadera y victoriosa sobre la muerte? ¿Entenderá el mundo? ¡Habla difícil! «¡Durus est hic sermo! y quien puede entenderlo? et quis potest eum audire? »( Yo. 6, 60). 

Fue el primer día en que se pronunció, después del sorprendente milagro de la multiplicación de los panes, que no bastaba para asombrar y tranquilizar al pueblo, que lo había disfrutado, y despertar en él el hambre de un pan celestial. , que inmediatamente Cristo, el hacedor de milagros, hizo que sucediera en la lógica de su revelación. La audiencia estaba decepcionada y dispersa. Habría querido la repetición del milagro económico, y mostró incomprensión y desconfianza en un milagro de orden diferente y superior, relativo a un pan celestial.

Así, hoy la psicología sociológica, con una visión estrecha de la realidad humana, visión que gana adherencia incluso en las filas de los seguidores de Cristo, quisiera de él la solución primordial de los problemas económicos y sociales, y acusar a su escuela, dirigida a misterios y conquistas. del mundo sobrenatural, del fracaso de su misión por no haber sabido aún saciar la legítima hambre de pan temporal, sin valorar debidamente la ambivalencia de la providencia de Cristo, quien, devolviendo las aspiraciones humanas a la esfera superior de la economía de fe y de gracia, satisface las necesidades superiores e inevitables del espíritu humano, y con esta satisfacción es urgente y la hace posible incluso para las necesidades temporales de la vida terrena. El reino de Dios, el reino de la caridad,Matth . 6. 33).

Esta visión de la historia y de la realidad humana no quita a todos la dificultad de comprender el misterio eucarístico. Las leyes físicas y metafísicas sufren transformaciones tan serias en la doctrina de este misterio, y tan superiores a la experiencia sensible, por no decir contraria, que nuestros pensamientos vacilan ante las palabras de Cristo sobre el pan y el vino de la Eucaristía: "Este es mi Cuerpo; esta es mi Sangre ”, que nosotros, celebrando este Congreso Eucarístico, elevamos a la cúspide de nuestra fe y, por tanto, de nuestra adoración.

¿Cómo vamos a hacer nuestro querido deber religioso y exigente, que todas las semanas y en algunos días festivos extraordinarios, nos obliga a ser reunidos y orando, "un solo corazón y una sola alma" ( Ley. 4, 32) para celebrar este recuerdo bendito y recurrente de la Pascua de la salvación, ¿que es la Misa festiva? Un Congreso como éste no puede quedar sin efecto en la restauración de una costumbre, que vuelve a ser el "gozne" de la vida religiosa; pero debe marcar verdaderamente una fecha de recuperación comunitaria en la observancia amorosa y fiel de este precepto vital. 

¡Hermanos e hijos! renovemos nuestra conciencia católica respondiendo al plan de Cristo. Reavivemos nuestra fe y tratemos de grabar en nuestro corazón las incomparables palabras del apóstol san Juan: "hemos creído en el amor"; y es esta fe en el Amor que el Señor tenía para nosotros, que ahora profesamos solemne y humildemente. Que ponga en nuestros labios y en nuestro corazón también esas otras palabras, las del apóstol Pedro, Responde, como todos proclamamos hoy: «Señor, ¿a quién iremos? Tienes palabras de vida eterna. Hemos creído y conocido que Tú eres el Santo de Dios ”( Io . 6, 68-69).

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DEL SEÑOR

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Basílica de San Pablo extramuros
Domingo 28 de junio de 1978

Venerados hermanos e hijos queridísimos:

Con paterna efusión de sentimiento queremos ante todo dirigir nuestro saludo a todos vosotros que, impulsados por la fe y por el amor, os habéis reunido en esta basílica para celebrar con nosotros la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, es decir, para tributar a Jesús eucarístico un acto de culto público y solemne, reconociendo en El al Pastor bueno que nos guía por los caminos de la existencia, al Maestro sabio que dispensa luz a nuestros corazones entenebrecidos, al Redentor que con tanta prodigalidad de amor y de gracia nos viene al encuentro y se hace inefablemente el Pan de vida para este caminar nuestro en el tiempo hacia la posesión eterna de Dios.

Querríamos llegar a cada uno de vosotros con una palabra personal y afectuosa, cual corresponde entre personas a quienes anima el mismo gozo, por estar llamadas a sentarse a la misma mesa festiva. Mas, desafortunadamente, no podemos, y por eso hemos de confiar en vuestra atenta y cordial intuición, que sabrá percibir en las palabras dirigidas a todos nuestra sincera intención de acercarnos, con respetuoso y participante cariño, a la situación particular de cada uno para invitaros a estar atentos, conscientes y exultantes por la realidad del misterio eucarístico.

Queridísimos hijos, la solemnidad que hoy celebramos fue querida por la Iglesia, como bien sabéis, para que sus hijos pudiesen tributar al sacramento de la Eucaristía, habitualmente oculto en el recoleto silencio de los sagrarios, ese testimonio público de gozoso reconocimiento, cuya apremiante necesidad no puede menos de sentir todo corazón consciente de la realidad de esta misteriosa presencia de Cristo. Por eso la fe de los cristianos prorrumpe hoy, con sobrio regocijo, en la exultación de oraciones corales y de cantos jubilosos, que se desborda también fuera de los templos, llevando a todas partes una nota de alegría y un anuncio de esperanza.

Y, ¿cómo iba a poder ser de otro modo, si bajo los blancos velos de la Hostia consagrada sabemos que tenemos con nosotros al Señor de la vida y de la muerte, "el que es y era y ha de venir" (Ap 1, 4)? Celebramos una fiesta del gozo porque, a despecho de todo, El está con nosotros cada día hasta el fin (cf. Mt 28, 28): una fiesta del pasado, que está presente en el recuerdo de la cena y de la muerte del Señor, por encima de toda distancia temporal; una fiesta del futuro, porque ya ahora, bajo los velos del sacramento; está presente aquel que lleva consigo todo futuro, el Dios del amor eterno (cf. K. Rahner, La fede che ama la terra, 1968, pág. 114).

¡Qué mies de consideraciones sugestivas y corroborantes se ofrece a la mirada pensativa del alma en oración! Es una meditación que preferiríamos llevar a cabo en el silencio de una contemplación adorante, más bien que encomendarla a las palabras; queremos proponeros, más sugiriendo que desarrollando, algunos rápidos puntos de reflexión.

Ante todo acerca del valor de "recuerdo" del rito que estamos celebrando.

Vosotros sabéis el porqué de las dos especies eucarísticas. Jesús quiso permanecer bajo las apariencias del pan y del vino, figuras respectivamente de su Cuerpo y de su Sangre, para actualizar en el signo sacramental la realidad de su sacrificio, es decir, de aquella inmolación en la cruz que trajo la salvación al mundo. ¿Quién no recuerda las palabras del Apóstol Pablo: "Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que El vuelva" (1 Cor 11, 26)?

Así, pues, Jesús está presente en la Eucaristía corno "varón de dolores" (cf. Is 53, 3), como "el cordero de Dios", que se ofrece víctima por los pecados del mundo (cf. Jn 1, 29).

Comprender esto significa ver abrirse ante uno perspectivas inmensas: en este mundo no hay redención sin sacrificio (cf. Heb 9, 22) y no hay existencia redimida que no sea al mismo tiempo una existencia de víctima.

En la Eucaristía se ofrece a los cristianos de todos los tiempos la posibilidad de dar al calvario cotidiano de sufrimientos, incomprensiones, enfermedades y muerte, la dimensión de una oblación redentora, que asocia el dolor de las personas a la pasión de Cristo, encaminando la existencia de cada uno a la inmolación de la fe que, en su última plenitud, se abre a la mañana pascual de la resurrección.

¡Cómo nos gustaría poder repetir esta palabra de fe y de esperanza a cada uno personalmente, y sobre todo a los que en este momento están oprimidos por la tristeza, por la enfermedad! ¡El dolor no es inútil! Si está unido con el de Cristo, el dolor humano adquiere algo del valor redentor de la pasión misma del Hijo de Dios.

La Eucaristía —ésta es la segunda reflexión que querríamos proponeros— es evento de comunión.

El Cuerpo y la Sangre del Señor se ofrecen como alimento que nos redime de toda esclavitud y nos introduce en la comunión trinitaria, haciéndonos participar de la vida misma de Cristo y de su comunión con el Padre. No es casual la íntima conexión de la gran oración sacerdotal de Jesús con el misterio eucarístico, come tampoco el hecho de que su apasionada invocación ut unum sint esté situada precisamente en la atmósfera y en la realidad de este misterio.

La Eucaristía postula la comunión. Bien lo entendió el Apóstol a quien está dedicada esta Basílica, el cual, escribiendo a los cristianos de Corinto, les preguntaba: "El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?" Intuición fundamental, de la cual el Apóstol, con lógica férrea, sacaba la bien conocida conclusión: "Como hay un solo pan, aun siendo muchos formamos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan" (1 Cor 10, 16-17).

La Eucaristía es comunión con El, con Cristo, y por eso mismo se transforma y se manifiesta en comunión nuestra con los hermanos: es invitación a realizar entre nosotros la concordia y la unión, a promoverlo que juntos nos hermana, a construir la Iglesia, que es el místico Cuerpo de Cristo, del cual es signo, causa y alimento el sacramento eucarístico. En la Iglesia primitiva el encuentro eucarístico era la fuente de aquella comunión de caridad, que constituía un espectáculo frente, al mundo pagano. También para nosotros, cristianos del siglo XX, de nuestra participación en la mesa divina debe brotar el verdadero amor, el que se ve, se expande y hace historia.

Hay también un tercer aspecto en este misterio: la Eucaristía es anticipo y prenda de la gloria futura.

Celebrando este misterio, la Iglesia peregrina se acerca, día tras día, a la Patria y, avanzando por el camino de la pasión y de la muerte, se aproxima a la resurrección y a la vida eterna.

El pan eucarístico es el viático que la sustenta en la travesía, llena de sombras, de esta existencia terrena y que la introduce, en cierto modo ya desde ahora, en la experiencia de la existencia gloriosa del cielo. Repitiendo el gesto divino de la Cena, nosotros construirnos en el tiempo fugaz la ciudad celeste, que perdura.

Así, pues, a nosotros, los cristianos, nos corresponde ser, en medio de los demás hombres, testigos de esta realidad, pregoneros de esta esperanza. El Señor, presente en la verdad del sacramento, ¿no repite acaso a nuestros corazones en cada Misa: "¡No temas! ¡Yo soy el primero y el último y el que vive!" (Ap 1, 17-18)?

Lo que tal vez más necesita el mundo actual es que los cristianos levanten alta, con humilde valentía, la voz profética de su esperanza. Precisamente en una vida eucarística intensa y consciente es donde su testimonio recabará la cálida transparencia y el poder persuasivo necesarios para abrir brecha en los corazones humanos.

¡Hermanos e hijos queridísimos, estrechémonos, pues, en torno al altar! Aquí está presente Aquel que, habiendo compartido nuestra condición humana, reina ahora glorioso en la felicidad sin sombras del cielo. El, que en otro tiempo domeñó las amenazantes olas del lago de Tiberíades, guíe la navecilla de la Iglesia, en la que estamos todos nosotros, a través de los temporales del mundo, hasta las serenas orillas de la eternidad. Nos encomendamos a El, reconfortados por la certeza de que nuestra esperanza no será defraudada.

ADORACIÓN EUCARÍSTICA EN LA BASÍLICA VATICANA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Sábado, 24 de noviembre de 1984

" Quédate con nosotros, Señor, que es de noche " ( Lc 24, 29 ).

1. Ésta es la invocación que surge espontáneamente del alma ante Cristo, presente en el sacramento de la Eucaristía, mientras estamos aquí reunidos ante él, al final de una jornada dedicada por vosotros al gran y maravilloso tema de la oración.

Es con un alma feliz y agradecida que quise unirme a ustedes en este momento de adoración antes de la Eucaristía, para orar y ser iluminado una vez más por la gracia de Cristo y por la luz del Espíritu Santo sobre la oración misma, el soplo. de vida cristiana, consuelo diario en esta peregrinación terrena, don vital de participación, a través de Jesús, en la vida de gracia de la Trinidad.

2. Al comienzo de mi pontificado dije que la oración es para mí la primera tarea y casi el primer anuncio, así como es la primera condición de mi servicio en la Iglesia y en el mundo (cf. Insegnamenti di Giovanni Paolo II , I [1978] 78). Hay que reafirmar que toda persona consagrada al ministerio sacerdotal o a la vida religiosa, así como todo creyente, debe considerar siempre la oración como obra esencial e insustituible de la propia vocación, el " opus divinum " que precede, casi en la cima de la todo su vida y su trabajo, cualquiera de sus otros compromisos. Sabemos bien que la fidelidad a la oración o su abandono son prueba de la vitalidad o decadencia de la vida religiosa, del apostolado, de la fidelidad cristiana (cf. Ioannis Pauli PP. II, Allocutio ad Religiosas , muere el 7 de oct. 1979: Enseñanzas de Juan Pablo II , II / 2 [1979] 680).

Quien conoce la alegría de rezar sabe también que hay algo inefable en esta experiencia y que la única forma de comprender su íntima riqueza es viviéndola: lo que es la oración se puede entender rezando. Con palabras sólo se puede intentar balbucear algo: rezar significa entrar en el misterio de la comunión con Dios, que se revela al alma en la riqueza de su amor infinito; significa entrar en el corazón de Jesús para comprender sus sentimientos; rezar significa también anticipar en cierta medida en esta tierra, en el misterio, la contemplación transfiguradora de Dios, que se hará visible más allá del tiempo, en la eternidad.

Por tanto, la oración es un tema infinito en su sustancia, y es igualmente infinito en nuestra experiencia, ya que el don de la oración se multiplica en quienes rezan, según la multiforme, irrepetible e impredecible riqueza de la gracia divina que nos llega en el acto. . de nuestra oración.

3. En la oración es el Espíritu de Dios quien nos conduce al conocimiento de nuestra verdad interior más profunda y nos revela nuestra pertenencia al cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Y la Iglesia sabe que una de sus tareas fundamentales consiste en comunicar al mundo su experiencia de la oración: comunicarla tanto al hombre sencillo como al sabio, al hombre meditativo como a quien se siente casi abrumado por el activismo.

La Iglesia vive en la oración su vocación de ser guía de toda persona humana que, ante el misterio de Dios, se encuentra necesitada de iluminación y apoyo, encontrándose pobre y humilde, pero también sinceramente fascinada por el deseo de encontrar a Dios por hablarle.

4. Jesús es nuestra oración. Este es el primer pensamiento de fe cuando queremos orar. Al hacerse hombre, la Palabra de Dios asumió nuestra humanidad para llevarla a Dios Padre como una nueva criatura, capaz de dialogar con Él, de contemplarlo, de vivir con Dios una comunión sobrenatural de vida por la gracia.

La unión con el Padre, que Jesús revela en su oración, es un signo para nosotros. Jesús nos asocia a su oración, es el modelo fundamental y la fuente del don de adoración en el que involucra a toda su Iglesia como cabeza.

Jesús continúa en nosotros el don de su oración, casi pidiéndonos que tomemos prestada nuestra mente, nuestro corazón y nuestros labios, para que en el tiempo de los hombres la oración que comenzó encarnándose y continúe eternamente, con su humanidad misma, en el cielo. (cf. Pío XII, Mediator Dei : AAS 39 [1947] 573).

5. Sabemos, sin embargo, que en las condiciones terrenales en las que nos encontramos siempre hay que hacer algún esfuerzo para orar bien, algún obstáculo que superar. La pregunta sobre las condiciones de la oración surge espontáneamente. En este sentido, los clásicos de la espiritualidad ofrecen algunas sugerencias útiles, que tienen en cuenta la concreción de nuestra condición humana.

En primer lugar, la oración requiere de nosotros el ejercicio de la presencia de Dios . Por eso los maestros espirituales llamaron a ese acto profundo de fe que nos hace conscientes de que cuando oramos, Dios está con nosotros, nos inspira y nos escucha, se toma en serio nuestras palabras. Sin este acto previo de fe, nuestra oración podría distraerse más fácilmente de su propósito principal, el de ser un momento de verdadero diálogo con el Señor.

Para rezar es necesario también realizar en nosotros un profundo silencio interior . La oración es verdadera si no nos buscamos a nosotros mismos en la oración, sino solo al Señor. Es necesario identificarse con la voluntad de Dios con el alma desnuda, dispuesta a estar totalmente dedicados a Dios. Entonces nos daremos cuenta de que cada una de nuestras oraciones converge, por su naturaleza, hacia la oración que Jesús nos enseñó y que se convirtió en su única oración. en Getsemaní: "No la mía, sino que se haga tu voluntad" (cf. Mt 6,10; Lc 22,42).

Finalmente, tengamos presente que en la oración somos, con Jesús, embajadores del mundo ante el Padre . Toda la humanidad necesita encontrar su propia voz en nuestra oración: es una humanidad que necesita redención, perdón, purificación. Además, lo que nos agrava, de lo que nos avergonzamos, debe entrar también en nuestra oración; aquello que por su naturaleza nos separa de Dios, pero que pertenece a nuestra fragilidad oa la pobreza de nuestras personas individuales (cf. Insegnamenti di Giovanni Paolo II , II [1979] 543). Entonces Pedro oró después de la pesca milagrosa, diciendo a Jesús: "Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lc 5,8).

Esta oración, que nace de la humildad de la experiencia del pecado y que se siente solidaria con la pobreza moral de toda la humanidad, toca el corazón misericordioso de Dios y renueva en la conciencia de quienes rezan la actitud del hijo pródigo, que estremeció el corazón del Padre.

6. Queridos hermanos y hermanas, reunidos ante el sacramento de la presencia real de Cristo, inclinamos la frente, conscientes de nuestra pequeñez, pero al mismo tiempo orgullosos de la inmensa dignidad que nos aporta esta presencia: "¡Qué gran nación tiene tanta divinidad! cerca de él, como el Señor nuestro Dios está cerca de nosotros cada vez que lo invocamos? " ( Dt 4, 7). Podemos reunirnos a su alrededor, podemos hablar con él de manera confidencial, sobre todo podemos escucharlo, permaneciendo en silencio frente a él, con el corazón alerta, dispuestos a escuchar el misterioso susurro de su palabra.

Rezar no es una imposición, es un regalo; no es una restricción, es una posibilidad; no es una carga, es una alegría. Pero para disfrutar de este gozo, uno debe crear las disposiciones correctas en su espíritu.

Por eso, también esta noche, encontramos en nuestros labios la invocación de los apóstoles: "¡Señor, enséñanos a orar!" ( Lc 11, 1). Sí, Señor Jesús, enséñanos en esta ciencia singular, la única necesaria (cf. Lc 10, 42), la única al alcance de todos, la única que traspasará los límites del tiempo para seguirte a la casa de tu Padre, cuando también nosotros "seremos como él, porque lo veremos como es" ( 1 Jn 3, 2). Enséñanos, Señor, esta ciencia divina; ¡es suficiente para nosotros!

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