ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS

ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS (168)

Lunes, 11 Abril 2022 09:20

COMPLETAR" A CRISTO, COMPARTIR SU MISMA SUERTE

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     V. "COMPLETAR" A CRISTO, COMPARTIR SU MISMA SUERTE

 

     1. Compartir la suerte de Cristo

     2. Tener los sentimientos de Cristo

     3. Completar a Cristo

 

 

1. Compartir la suerte de Cristo

     A partir de la encarnación y de la redención, la vida humana adquiere sentido esponsal. Cristo ha compartido nuestra existencia y nuestro caminar. Desde entonces, nuestra vida es parte de la suya. La mejor suerte que le puede tocar a un ser humano es la de compartir con Cristo su misterio de Belén, Nazaret y Calvario. No se trata de simples palabras, sino de realidades, porque verdaderamente se puede compartir su pobreza, su marginación, su trabajo de cada día, su vida oculta, su sacrificio, su cruz y su glorificación.

     A Pablo le tocó en suerte compartir esta vida de Cristo para anunciarla a todos los pueblos: "A mí, el menor de todos los creyentes, se me ha concedido este don de anunciar a las naciones la insondable riqueza de Cristo" (Ef 3,8). Hay muchas cruces de adorno, porque tal vez son pocos los cristianos que pueden decir como Pablo: "estoy crucificado con Cristo" (Gal 2,19); "jamás presumo de algo que no sea la cruz de Cristo... ya tengo bastante con llevar en mi cuerpo las llagas de Jesús" (Gal 6,17).

     Si se mira la cruz sólo como sufrimiento, no puede menos de espantarnos. Pero si se la considera como "alianza" o desposorio, entonces se descubre como una declaración de amor de Cristo Esposo que invita a compartir su misma suerte. La comunidad eclesial y todo creyente está invitado a reconocerse como esposa de Cristo que, por nacer de su costado, está llamada a compartir su misma vida. "Del costado de Cristo dormido en la cruz, nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC 5, citando a San Agustín).

     El título de "Esposo" aplicado a Cristo no es de adorno, ni una simple metáfora. Jesús se presenta con este calificativo (Mt 8,15; 25,6). Toda la acción pastoral de Pablo tendía a que la comunidad cristiana fuera fiel esposa de Cristo Esposo: "mis celos por vosotros son celos a lo divino, pues os he desposado con un solo marido, presentándoos a Cristo como una virgen casta" (2Cor 11,1-2).

     Esta línea esponsal cruza toda la Escritura, como antigua y nueva alianza (desposorio), sellada con sangre, como un pacto de amor definitivo. Cristo selló este desposorio con su propia sangre (Lc 22,20) y, por esto, invita a su esposa a beber su misma copa de bodas (Mt 26,27-28; Mc 10,38).

     Cuando no se quiere compartir la suerte de Cristo Esposo crucificado, nacen en el corazón ambiciones camufladas que impiden comprender el misterio pascual de Cristo y que intentan transformar a la Iglesia en un trampolín para escalar; fue también ésta la tentación de los primeros discípulos (Mc 9,31.41). La esterilidad espiritual y apostólica comienza a encubarse cuando no existe la cruz de Jesús.

     Toda vocación cristiana tiene sentido de desposorio: compartir la vida con Cristo. Por esto no admite rebajas en la entrega y en la misión. Cuando no se fomenta en los fieles este ideal cristiano de perfección, todos los demás deberes quedan cuestionados: compartir los bienes, vida familiar y matrimonial, evangelización, vida de oración... Los diversos modos de "vida apostólica" (sacerdotal, consagrada...) no tienen sentido si no es para compartir el mismo modo de vivir de Cristo, que fue humilde, obediente, casto, pobre...

     Sin la "mirada amorosa" de Cristo (Mc 10,21), que llama a un seguimiento esponsal, no se comprendería la doctrina evangélica sobre la cruz: "si alguno quiere seguirme, que renuncia a sí mismo, que tome su cruz y que me siga" (Mc 8,34); "el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí" (Mt 10,38).

     "Estar con él" es el secreto de toda oración cristiana, especialmente cuando se trata de la vida apostólica: "estuvieron con él" (Jn 1,39); "llamó a los que quiso para estar con él" (Mc 3,13-14); "habéis estado conmigo desde el principio" (Jn 15,27). Cuando se vive esta intimidad con Cristo, no se hacen tantas cábalas sobre el sufrimiento. Al discípulo le basta con "seguir" al Maestro que se declara esposo y amigo. Basta con mirarle, amarle y seguirle, siempre confiando en su presencia y su ayuda.

     Una joven apóstol, que sufrió persecución y cárcel, decía que aprendió a "comulgar" diciendo "fiat" a todos los sacrificios. En su corazón experimentaba la presencia consoladora de Cristo que nunca abandona. Después de fundar una institución apostólica y después de muchos años de trabajos, siguió la misma costumbre. En el momento de su muerte pronunció estas palabras: "de mí ya no queda nada... 'fiat', 'magnificat'" (Paquita Rovira Nebot).

     Los santos, precisamente por estar enamorados de Cristo, han usado expresiones que no tienen sentido fuera del contexto de desposorio. "Muerte mística" es una de estas expresiones (San Pablo de la Cruz). No hay ningún motivo sólido para abandonar esta terminología cristiana nacida del amor y que ha animado grandes obras de caridad. Hay que acostumbrarse a escuchar en el corazón lo que Cristo dice en realidad a los suyos: "si te envío la cruz es porque te amo".

     Un fervoroso hindú manifestó a un obispo indio su extrañeza de ver que los cristianos usamos mucho la cruz como signo externo, pero que no aparece en nuestras vidas como realidad del crucifixión con Cristo. En toda religión, especialmente en nuestros días, hay quienes buscan dos tendencias facilonas: hacer de la religión un adorno o una cosa útil. La religión, como relación personal con Dios, no es un "quita y pon", una conveniencia ocasional, una experiencia sentimental..., como tampoco es un poder político, económico, ideológico... Las sectas y los fundamentalismos actuales acostumbran a ir por estas desviaciones o por otros sucedáneos que no son auténtica religiosidad. A este fenómeno sólo se puede hacer frente y responder con un cristianismo que transparente a Cristo crucificado. Pero hay que reconocer que este estilo de vida está algo lejos de nuestras comunidades.

     No hay mucha diferencia entre una religión de adorno o de utilitarismo, y una actitud "secularizante" de buscar sólo la eficacia inmediata, el poseer, dominar, disfrutar. Las dos tendencias son caducas porque no pasan de ser una tempestad de verano. Sólo va a quedar para el futuro lo que nazca del amor. Acomodarse a estas tendencias ("religiosas" o secularizantes) sería construir un cristianismo sin cruz y, por tanto, sin el mandato del amor y sin las bienaventuranzas.

     Compartir la suerte de Cristo incluye cruz y resurrección. De momento, se experimenta y se palpa sólo el sufrimiento, pero en el corazón comienza a sentirse el gozo de la presencia y del amor de Cristo. La fe inquebrantable en la resurrección de Cristo y en la nuestra, es, a la vez, dolorosa y gozosa, oscura y luminosa: "si ahora padecemos con él, seremos también glorificados con él" (Rom 8,17).

     Hay que decidirse a seguir esponsalmente a Cristo. No se trata de contabilizar el sufrimiento ni de hacer de él una tragedia. Basta con olvidarse de sí mismo, para vivir "una vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). La cruz se vive con la sonrisa en los labios, sirviendo a todos, fijándose en las necesidades y pequeñas circunstancias de los demás. Cuando llegue el momento del desprecio, de la humillación y del dolor, es Cristo quien nos hará experimentar el gozo de su presencia. Este gozo es un don exclusivamente suyo, que sólo él puede comunicar: "los apóstoles se fueron contentos... porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús" (Act 5,41).

     La Iglesia, esposa de Cristo, encuentra en esta realidad de fe, viviéndola con María, la "asociada" a Cristo Redentor (LG 58). Por esto imita de la Virgen "la fe prometida al Esposo" (LG 64). "La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contem­plándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo" (LG 65). María y la Iglesia comparten la misma "espada" o sufrimiento de Cristo (Lc 2,34.35), para mostrar en la propia vida la eficacia salvífica de su palabra y del escándalo de la cruz.

     Esta asociación esponsal con Cristo crucificado es un don suyo, que él da con largueza a todos los que le quieren seguir. Por esto hay que aprender a empezar diariamente, como estrenando un "sí" que lleva hasta la donación en la cruz. La Iglesia se siente identificada con María en el Calvario. "Junto a la cruz estaba su madre... Jesús, al ver a su madre y junto a ella, al discípulo que tanto amaba, dijo a su madre: 'Mujer, ahí tienes a tu hijo'" (Jn 19,25-26). En los momentos de crucifixión, hay que aprender a vivir la presencia activa y materna de María, diciéndole como en la liturgia de la fiesta de la Virgen Dolorosa: "¡Oh Madre, fuente de amor! - hazme sentir tu dolor - para que llore contigo... Y porque a amarte me anime - en mi corazón imprime - las llagas que tuvo en sí... porque acompañar deseo - en la Cruz donde le veo - tu corazón compasivo"...

 

2. Tener los sentimientos de Cristo

     Ningún tema cristiano se entiende, si no es a partir de los amores de Cristo. La cruz, como "anonadamiento" de Cristo, asumido por amor, sólo se capta en sintonía con él: "tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús" (Fil 2,5). La santificación es seguimiento de Cristo para compartir su misma suerte (Mc 10,38). "No se puede comprender y vivir la misión, si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar" (RMi 88).

     Los sentimientos o amores de Cristo son de donación esponsal a toda la humanidad y a cada ser humano. La "Iglesia" es la comunidad de creyentes, "convocada" y hecha partícipe de la misma vida de Cristo. El amor de Cristo a su Iglesia es de donación sacrificial: "amó a su Iglesia y se entregó en sacrificio por ella" (Ef 5,2. Por esto el apóstol y todo cristiano "siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia como Cristo" (RMi 89).

     Las vivencias de Cristo son de sintonía con la voluntad del Padre y con el amor del Espíritu Santo, que le llevan al "desierto" (Lc 4,1), a "evangelizar a los pobres" (Lc 4,18) y al "gozo" de hacer de la vida una donación sacrificial por todos los hermanos (Lc 10,21ss; Mt 11,28). Estas son las reglas del discernimiento cristiano: "desierto", "pobres", "gozo". El sufrimiento personal de cada uno comienza a comprenderse y a hacerse "gozo" de Pascua, cuando se vive en esa misma dinámica de Cristo: entrar en los designios de Dios (oración) para poder servir y evangelizar a los hermanos (caridad).

     El "gozo pascual" nace en el corazón cuando, gracias a la presencia de Cristo, las dificultades se transforman en donación. Esa es la actitud de las bienaventuranzas, de reaccionar amando en toda circunstancia, sin lo cual no existe acción evangelizadora eficaz. "La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la 'Buena Nueva' ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza" (RMi 91).

     El sufrimiento personal se hace frustración y soledad absurda cuando no se vive en unión con Cristo. Uniéndose a él, la persona que sufre se convierte en "una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad" (SD 31), porque "sufrir significa hacerse particularmente receptivos, particularmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios, ofrecidas a la humanidad" (SD 23).

     Al experimentar la propia debilidad en el sufrimiento, hay que trascender esas limitaciones descubriendo a Cristo presente. En realidad es él quien se muestra cercano a nuestras llagas. en sus sentimientos de "compasión" por nosotros (Mt 15,32), comprendemos que la cruz es una declaración de amor, porque "nace del amor y se completa en el amor" (DM 7), como "toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre" (DM 8).

     Cristo nos contagia de su misma experiencia: el amor del Padre, tanto en el Tabor como en el Calvario. Nuestro amor a Cristo incluye el alegrarnos con él por ser el Hijo de Dios, amado por el Padre en el amor del Espíritu Santo. De esta vivencia, se pasa a descubrir nuestra existencia como prolongación de la suya. Ese "paso" es la "pascua": por la cruz, a la resurrección.

     A San Ignacio de Antioquía, camino del martirio, encontraba la fuerza para afrontar el sufrimiento al pensar que podría imitar los padecimientos y la muerte de Cristo. Humanamente es inexplicable la audacia de los santos ante la cruz, puesto que sentían, como nosotros, el rechazo y la debilidad de la naturaleza ante el sufrimiento y ante la muerte. No son las ideas y los conceptos los que transforman su vida, sino "alguien" que primero murió por ellos (2Cor 5,15).

     Los sacrificios que Cristo afrontó en su vida y, especialmente, la muerte en cruz, tuvieron su significado de reparación: "el Hijo del hombre ha venido para dar la vida en rescate por todos" (Mc 10,45; Mt 20,28). Será siempre difícil (si no imposible) explicar teológicamente el por qué de este misterio; pero todos los días, al celebrar la eucaristía, se repiten las palabras del Señor, en las que aparece el motivo principal de su inmolación: "para el perdón de los pecados" (Mt 26,28). El misterio de la encarnación y el de la redención seguirán siendo misterios basados en el "excesivo amor" de Dios (Ef 2,4). "El 'amor hasta el extremo' (Jn 13,1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.616).

     Quien está enamorado de Cristo no se preocupa tanto de las explicaciones teóricas, cuanto de vivir la realidad del misterio de Cristo. El amó así, dándose en reparación por nuestros pecados y para la salvación del mundo. Sufrir con Cristo y reparar los pecados con Cristo, para extender su Reino en todos los corazones, es un nota dominante de quien desea de verdad ser santo y apóstol. "El valor salvífico de todo sufrimiento, aceptado y ofrecido a Dios con amor, deriva del sacrificio de Cristo, que llama a los miembros de su Cuerpo Místico a unirse a sus padecimientos y completarlos en la propia carne (cfr Col 1,24)" (RMi 78).

     Tener los sentimientos de Cristo (Fil 2,5) incluye vivir de los amores de su Corazón. El deseo de compartir la cruz de Cristo nace del deseo de compartir sus amores. La sintonía con los "sentimientos" de Cristo comporta orientar hacia él toda la interioridad: convicciones, motivaciones, decisiones. Es un proceso permanente de purificación e iluminación, que unifica el corazón con Cristo crucificado: "los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y concupiscencias" (Gal 5,24).

     Precisamente por sintonizar con los sentimientos de Cristo, el amor a la cruz nos hace participar en el "abandono" doloroso y en el gozo indecible de su entrega total al Padre en el amor del Espíritu. Es la "locura" de la cruz, que no tiene explicación humana, sino que es comunicación o "noticia amorosa" por parte de Dios, más allá de las ideas y reflexiones. Sencillamente se sigue la invitación de Cristo: "permaneced en mi amor" (Jn 15,9).

     A la luz de las vivencias de Cristo, aparece el "carácter creador del sufrimiento" (SD 24). Sufrir con Cristo significa "hacerse particularmente receptivos" a los planes salvíficos de Dios en Cristo (SD 23). La vida humana, con sus "gozos y esperanzas, tristezas y angustias", se convierte en sintonía con los sentimientos de Cristo y, consecuentemente, en solidaridad afectiva y efectiva con todos los hermanos.

     Por el hecho de estar "injertados" en la muerte y en la resurrección de Cristo (Rom 6,5), el cristiano vive de los criterios, escala de valores y actitudes de Cristo, quien, desde su encarnación "se ha abierto y constantemente se abre a cada sufrimiento" (SD 24).

     En el corazón de Cristo encontramos solución también para nuestra cobardía y defecciones ante el misterio de la cruz. Nuestra cruz se hace más dolorosa cuando no hemos perseverado con fe, esperanza y amor. También entonces Cristo nos invita a experimentar sus sentimientos de compasión por nosotros y por todos. Su "carga" se nos hace "ligera" al escuchar y seguir su llamada: "venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11,28).

     La Iglesia vive con María estos sentimientos de Cristo: "Virgen de vírgenes santas, - llore yo con ansias tantas - que el llanto duce me sea... haz que su cruz me enamore; - y que en ella viva y more - de mi fe y amor indicio" (fiesta de la Virgen de los Dolores). La "nueva maternidad" de María y de la Iglesia pasan por la cruz, vivida conjuntamente como desposorio con Cristo. "El divino Redentor quiere penetrar en el ánimo de todo paciente a través del corazón de su Madre Santísima, primicia y vértice de todos los redimidos" (SD 26). Por esto, "cada sufrimiento, regenerado con la fuerza de esta cruz, se convierte, desde la debilidad del hombre, en fuerza de Dios" (ibídem).

 

3. Completar a Cristo

     Compartir la misma vida de Cristo (Mc 10,38) y vivir en sintonía con sus sentimientos (Fil 2,5), es una realidad cristiana que transforma al creyente en "complemento" o prolongación de Cristo en el tiempo. La realidad eclesial de ser "pleroma" o complemento de Cristo (Ef 1,23) tiene lugar principalmente cuando se comparte su misma cruz (Col 1,24). "El quiere en efecto asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios (cfr Mc 10,39; Jn 21,18-19; Col 1,24). Eso lo realiza de forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cfr Lc 2,35)" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.618).

     El misterio de la encarnación tiene esta dimensión esponsal de hacernos consortes y complemento de Cristo. El Padre nos hace partícipes de la misma vida divina de su Hijo: "Dios envió a su Hijo nacido de mujer... para que recibiéramos la adopción de hijos" (Gal 4,4-5). Al mismo tiempo, nos transforma a nosotros en instrumentos de esta vida para "formar a Cristo" en los demás (Gal 4, 19). Este proceso de fecundidad eclesial pasa por el sufrimiento (Jn 16,20-22; Gal 4,19). María, "la mujer", es la figura de la Iglesia que, asociada a Cristo Redentor, se hace instrumento de filiación divina para todos (Gal 4,4-7.26; cfr Apoc 12,1).

     Poder completar a Cristo significaba, para Pablo, una vida hecho instrumento de gracia, precisamente por participar en la cruz de Cristo. Sus sufrimientos apostólicos eran fecundos (Gal 4,19) porque eran prolongación de los de Cristo: "ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y suplo en ni carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, por el bien de su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).

     La cruz es la "gloria" del apóstol (Gal 6,14), como "cooperador" de Cristo (1Cor 3,9). A partir de esta experiencia personal, el apóstol sabrá guiar a la Iglesia esposa por este camino de desposorio con Cristo crucificado: "alegraos porque compartís los padecimientos de Cristo, para que también en la manifestación de su gloria os regocijéis alborozados" (1Pe 4,13).

     Esta realidad de poder "completar" la pasión de Cristo se convierte en luz y en fuerza, especialmente en los momentos de sufrimiento por la Iglesia y también de parte de la Iglesia. Sólo la presencia amorosa de Cristo, profundamente sentida en la oscuridad de la fe, puede sostener la entrega en esos momentos de sufrimiento humanamente inexplicable. Siempre se encuentran personas e instituciones que, por ser fieles a la Iglesia, sufren, por una parte, la marginación causada por quienes no tienen "sentido" ni amor de Iglesia; pero, por otra parte, sufren también la incomprensión y la acusación de quienes dicen defender a la Iglesia. Así le pasó al Cardenal arzobispo de Milán, Andrés Carlos Ferrari, ahora ya beatificado por la Iglesia.

     Es sólo Cristo quien puede comunicar un amor entrañable a la Iglesia, precisamente cuando se sufre por ella y de ella: "muero de pasión por la Iglesia" (Santa Catalina de Siena); "al fin, muero hija de la Iglesia" (Santa Teresa de Avila); "vivo y viviré por la Iglesia, vivo y moriré por ella" (Bto. Francisco Palau). En la tumba del P. Kentenich se lee el mejor epitafio que le puede caer en suerte a un apóstol: "Amó a la Iglesia" (cfr. Ef 5,25).

     Por esta participación en los sufrimientos del Señor, los cristianos son "los brazos de la cruz" de Cristo prolongados en el tiempo (San Ignacio de Antioquía). Es él quien hizo suya nuestra cruz "cargándola" como propia (Jn 19,17). Decía un misionero en los últimos momentos de su vida: "Cristo no tuvo cáncer; en mí tiene cáncer". Un moribundo recién bautizado decía a Madre Teresa de Calcuta: "muero feliz porque así puedo completar la muerte de Jesús". Una misionera, en plena juventud y a las puertas de la muerte, comunicó dejó a su comunidad este testamento: "Jesús ha perferido mi vida a mis obras".

     Cristo continúa sufriendo en cada hermano necesitado. Los creyentes se convierten en su "humanidad complementaria" (Bta. Isabel de la Trinidad). Cuando se profundiza en esta fe, brotan del corazón expresiones parecidas a las de San Ignacio de Antioquía: "dejadme ser imitador de la pasión de mi Dios... mi amor está crucificado".

     San Pedro invitaba a todos los cristianos a convertirse en "piedras espirituales" del tempo donde se inmola Cristo (1Pe 2,5); de ahí nace el gozo de la esperanza: "habéis de alegraros en la medida en que participéis en los padecimientos de Cristo, para que en la revelación de su gloria exultéis de gozo" (1Pe 4,13). Sufrir amando como Cristo es señal de que "el Espíritu de Dios reposa sobre nosotros" (1Pe 4,14). La imitación de Cristo es auténtica cuando incluye el asumir con él el sufrimiento por amor. Ser, con Cristo, "Sacerdote y Víctima... Estas palabras han sido mi vida en la tierra y espero que serán mi gloria en el cielo" (José María Lahiguera).

     San Pablo ni siquiera intentó esbozar una "teología" sobre el por qué podemos "completar" a Cristo. El sabía que esta realidad cristiana forma parte del misterio de la sabiduría de Dios, que se manifiesta en el amor de Cristo (1Cor 1,22-24). Por esto se dedicó a vivir y a anunciar "el misterio (de Cristo) escondido por los siglos en Dios" (Ef 3,9) y "la caridad de Cristo que supera toda ciencia" (Ef 3,19). Lo importante es que Cristo viva en el corazón de todo creyente (Ef 3,17); es entonces cuando se vive en él (Gal 2,20) y se sabe sufrir por él (Col 1,24), para a llegar a triunfar con él (Rom 8,17).

     Por estar injertados en Cristo, nuestra existencia completa la suya, como una página adicional de su biografía. El asumió nuestro sufrimiento y nuestro gozo en el suyo. "Cristo, en cierto sentido, ha abierto el propio sufrimiento redentor a todo sufrimiento del hombre... Ha obrado la redención completamente y hasta el final; pero, al mismo tiempo, no la ha cerrado. En este sufrimiento redentor, a través del cual se ha obrado la redención del mundo, Cristo se ha abierto desde el comienzo y constantemente se abre, a cada sufrimiento humano. Sí, parece que forma parte de la esencia misma del sufrimiento redentor de Cristo el hecho de que haya de ser completado sin cesar" (SD 24).

     En la conciencia de los santos, manifestada en sus escritos autobiográficos, había una convicción honda de completar a Cristo con la propia vida. No se trataba sólo de los grandes sufrimientos, sino también de los detalles pequeños de todos los días: una sonrisa, un servicio, un actitud de escucha y de perdón, una actitud constante de servicio y colaboración para hacer agradable la vida a los demás... Hay incluso un olvido del propio sufrimiento, para no hacerlo pesar sobre los otros. Ofrecer un rostro sereno es también fruto de este sacrificio de donación.

     San Ignacio de Loyola, en su autobiografía, pedía ser "puesto" en Cristo. En los "Ejercicios", invita a compartir el "dolor con Cristo doloroso" y el "gozo" de Cristo resucitado. La vida se hace oblación total a Cristo para poder "pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza" por su amor. La vida ya tiene sentido porque se vive como respuesta al amor de Dios en Cristo: "dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta".

     Es frecuente encontrar en Iglesias de misión, algunos misioneros ancianos y enfermos que van terminando sus días como una lamparita del sagrario que está para consumirse. Han hecho obras maravillosas, a veces un tanto olvidadas (o criticadas) por quienes las disfrutan. Ahora ya sólo les queda la paz en el corazón y la serenidad en el rostro. Su cruz, amasada de gozo y de dolor, continúa suscitando, sin grandes propagandas, vocaciones y conversiones.

 

                             * * *

 

                         RECAPITULACION

 

- La vida cristiana consiste en compartir la misma vida de Cristo muerto y resucitado. La "Alianza" de Dios con la humanidad tiene sentido esponsal. La nueva Alianza está sellada con la sangre de Cristo. El cristiano le ha tocado en suerte beber la misma copa de Cristo, es decir, compartir su misma vida.

 

- Las exigencias del seguimiento de Cristo están enmarcados en el símbolo de la cruz: "si alguno quiere seguirme, que renuncia a sí mismo, que tome su cruz y que me siga" (Mc 8,34). El sufrimiento de esta cruz sólo se comprende a partir de una declaración de amor, que es el punto de partida de la vocación cristiana. Sólo el amor entiende de donación sacrificial.

 

- Las obras apostólicas marcadas con la cruz no fracasan. El apóstol, como Pablo, quiere hacer de su vida una prolongación de la vida de Cristo crucificado: "estoy crucificado con Cristo" (Gal 2,19); "jamás presumo de algo que no sea la cruz de Cristo... ya tengo bastante con llevar en mi cuerpo las llagas de Jesús" (Gal 6,17).

 

 

- María es el Tipo o figura de la Iglesia en esa asociación esponsal con Cristo crucificado. Ella sigue siendo modelo y ayuda materna junto a la cruz. La nueva maternidad de María y de la Iglesia está sellada con la cruz (Jn 19,25-27).

 

- La fuerza para afrontar la cruz deriva de la sintonía con los sentimientos o amores de Cristo (Fil 2,5). En unión con él, se comprende todo su mensaje salvífico iluminado por la cruz y la resurrección. "Si ahora padecemos con él, seremos también glorificados con él" (Rom 8,17). Su pobreza, su obediencia, su sacrificio, su humillación y su muerte, con expresiones de sus actitudes internas de donación.

 

- Sintonizar con los amores de Cristo comporta unirse a sus sentimientos de alabanza, gratitud y reparación de los pecados del mundo. Una sociedad de consumo no entiende de sacrificios, de penitencia ni de reparación, porque tampoco entiende el amor de donación vivido por Cristo desde la encarnación hasta la cruz. "Cristo amó a su Iglesia y se entregó en sacrificio por ella" (Ef 5,2). "Sin cruz no tendrás llave para abrir las puertas del cielo... Dirige todas tus mortificaciones a humillar tu amor propio y hacerte dueño de ti mismo... Sufre por Dios... sufre en silencio, y nadie podrá quitarte el mérito" (Bto. Pedro Poveda).

 

- La fe cristiana en la encarnación del Verbo y en la redención, pone de manifiesto la dignidad del ser humano "injertado" en Cristo y redimido por él. Dios "salva al hombre por medio del hombre", decían los Santos Padres. Todo redimido por Cristo completa a Cristo en su vida, pasión, muerte y resurrección (Col 1,24; Ef 1,23). Por esto dice San Pedro: "habéis de alegraros en la medida en que participéis en los padecimientos de Cristo, para que en la revelación de su gloria exultéis de gozo" (1Pe 4,13).

 

- Los cristianos prolongamos la cruz de Cristo en el espacio y en el tiempo. El sufrimiento de Cristo y el nuestro forman una sola cruz: la del "Cristo total". "Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y suplo en ni carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, por el bien de su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).

 

Lunes, 11 Abril 2022 09:20

LA CRUZ DEL MISTERIO PASCUAL

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     IV. LA CRUZ DEL MISTERIO PASCUAL

 

     1. Los ojos de la fe

     2. El gozo pascual de la esperanza

     3. Cristo resucitado: el amor vence a la muerte

 

1. Los ojos de la fe

     "Creer quiere decir 'abandono' a la verdad misma de la palabra de Dios viviente, sabiendo y reconociendo humildemente ¡cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos" (RMa 14; cfr. Rom 11,33). El modelo más acabado de esta fe fue María, que "mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn., 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma" (LG 58). De este modo, "María, guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres" (PO 18).

     El sufrimiento humano no tiene sentido si no es a la luz de la fe en Cristo crucificado. El hombre seguirá preguntando siempre sobre el sufrimiento: ¿por qué?. "Para poder percibir la verdadera respuesta al 'por qué' del sufrimiento, tenemos que volver nuestra mirada a la revelación del amor divino... en la cruz de Jesucristo" (SD 13). Si Dios no existiera, la vida sería un absurdo. Si no se revelara el amor divino en la cruz de Cristo, el sufrimiento no tendría sentido.

     Hay que buscar en la fe cristiana las motivaciones suficientes para "asumir el propio sufrimiento por amor" (SD 25). La fe es adhesión personal a Cristo y a su mensaje. El significado del sufrimiento y de la cruz sólo aparecen a la luz de la "misión mesiánica de Cristo" (SD ibídem) y, por tanto, sólo tienen sentido como imitación de Cristo y unión con él, para compartir su misma vida. La Iglesia prolonga la misma misión salvífica del Señor.

     Es posible sufrir por Cristo cuando se ha aprendido a sufrir con él. Entonces se aprende el camino del "hombre nuevo" (Ef 4,24). La vida adquiere una nueva dimensión cuando se descubre que "Cristo, sufriendo, ha tocado con su cruz las raíces mismas del mal: las del pecado y las de la muerte" (SD 26).

     Al "por qué" del sufrimiento, Cristo responde con su propio sufrimiento asumido por amor. A partir del sufrimiento convertido en cruz de Cristo (suya y nuestra), se descubre una nueva dimensión de la existencia: "los manantiales de la fuerza divina brotan precisamente en medio de la debilidad humana" (SD 27). Por esto, "la Iglesia siente necesidad de recurrir al valor de los sufrimientos humanos para la salvación del mundo" (ibídem).

     "La cruz es como un toque del amor eterno sobre las heridas más profundas de la existencia terrena del hombre" (DM 28). El amor verdadero purifica restaurando. "El amor que no crucifica no es amor" (Concepción Cabrera de Armida). La cruz, para Cristo y para nosotros, es el lugar del encuentro con el amor del Padre.

     La pedagogía de Dios es constructiva. Al permitir que experimentemos el dolor, entonces llegamos a tocar el límite propio de nuestro ser más hondo, donde nos espera Dios Amor. Uno ya no se siente capaz de dar "cosas", puesto que no las tiene; pero todavía puede hacer lo mejor: darse a sí mismo, desde su misma pobreza. Ese es el misterio de la cruz.

     La invitación profética de Juan, de "mirar al que traspasaron" (Jn 19,37; Zac 12,10), es la actitud del "discípulo amado", quien, "apoyando su cabeza sobre el pecho de Jesús" (Jn 13,23s), sabe descubrir "la gloria" de Cristo a través de su humillación (Jn 1,14) y de su sepulcro vacío (Jn 20,8). A Cristo se le descubre escondido y manifestado en la "nube luminosa" (Mt 17,5) y en la bruma del lago (Jn 21,7), cuando uno ha aprendido a compartir su cruz (Jn 19,25).

     No hay que olvidar que Jesús trata a sus amigos haciéndoles partícipes de su misma suerte, aunque la lógica humana se quede a oscuras. "Es ante todo consolador... notar que al lado de Cristo, en primerísimo y muy destacado lugar junto a él, está siempre su Madre Santísima" (SD 25).

     Esta actitud de fe ha hecho cambiar la historia del mundo y de la Iglesia. En el corazón de Cristo, clavado en cruz, muchos santos y misioneros (como Daniel Comboni) encontraron solución a dificultades que eran humanamente insolubles. Es la fe en la cruz y en el amor de Cristo la que traslada las montañas (Mt 17,20). Dar la vida como Jesús, que derramó su sangre por todos, es la donación que puede comunicar el "agua viva" de la gracia, que es vida nueva en el Espíritu. Nuestra santificación y nuestra misión participan de esta misma cualidad redentora de Cristo.

     La Iglesia se hace "sacramento", es decir, signo transparente y portador de Cristo para toda la humanidad, en la medida en que cada creyente y cada comunidad eclesial se decidan a caminar por el camino de la cruz (LG 42). "La Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz del Señor hasta que venga" (LG 8). De este modo, "por la cruz llega a aquella luz que no conoce ocaso" (LG 9). En la celebración eucarística se perpetúa el sacrificio de la cruz, donde la Iglesia esposa aprende a compartir la misma suerte de Cristo (SC 47), haciéndose "realmente solidaria del género humano y de su historia" (GS 1).

     Algunos hindúes, que conocen y aprecian el cristianismo, dicen que los cristianos usamos con frecuencia el signo de la cruz, pero que no se ve a Cristo crucificado en nuestras vidas. La cruz, en sí misma, es contraria a las tendencias naturales de nuestro ser. A nosotros nos gusta más encontrar a Dios en sus dones. Nos movemos a nuestro aire. Pero Dios nos ama más de lo que queremos y sentimos. Se cumple también en nosotros la profecía que hizo Jesús a Pedro: "cuando eras más joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas adonde querías; mas cuando seas viejo, extenderás los brazos y será otro quien te ceñirá y te conducirá adonde no quieras ir" (Jn 21,18).

     Lo importante es que todo sufrimiento puede cambiarse en "cruz": sufrir amando, es decir, dándose. El proceso o camino de la cruz es proceso de purificación desde lo más profundo de nuestro ser, para iluminarlo con la luz de Dios y transformarlo según su amor. Es un proceso doloroso de "nadas" y renuncias, para llenarse del Todo que es Dios. Dios es especialista en moldear la nada de nuestro barro, hasta hacerlo trascender. Nuestra santificación y nuestra misión participan de esta misma cualidad redentora de Cristo.

     La cruz del Calvario y de nuestra vida es la máxima epifanía de la Trinidad. Cuando Jesús se entrega totalmente al amor del Padre, manifiesta que es "el Verbo vuelto hacia Dios" (Jn 1,1), en quien contemplamos al Padre (Jn 14,12). En él, crucificado por amor, el Padre nos dice: "éste es mi Hijo muy amado, en quien me complazco, escucharle" (Mt 17,5). La expresión del amor mutuo entre el Padre y el Hijo es el Espíritu Santo, que es el "agua viva" comunicada por Jesús como fruto de su inmolación (Jn 7,38-39; 19,34). Compartir este amor de Cristo crucificado equivale a recibir la manifestación y comunicación (inhabitación) de Dios en el corazón Jn 14,23). Por esto, la vida cristiana es eminentemente crucificada y trinitaria: "gracias a Cristo, unidos en un solo Espíritu, tenemos acceso al Padre" (Ef 2,18). El amor, en Dios y en nosotros, es siempre oblativo.

     El sufrimiento ya tiene sentido cuanto se afronta con Cristo y como él: "uniendo el propio sufrimiento por la verdad y por la libertad al de Cristo en la Cruz, es así como el hombre puede hacer el milagro de la paz y ponerse en condiciones de acertar con el sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava" (CA 25).

     La victoria de Jesús sobre el sufrimiento se realiza continuamente a través de sus seguidores: "Gracias al sacrificio de Cristo en la Cruz, la victoria del Reino de Dios ha sido conquistada de una vez para siempre; sin embargo, la condición cristiana exige la lucha contra las tentaciones y las fuerzas del mal" (CA 25).

     En cada época histórica y en toda circunstancia, presentar la cruz y llamar a "tener los mismos sentimientos de Cristo" (Fil 2,5), producirá, según los casos, un rechazo violento o una aceptación esponsal. En el misterio de la cruz, no se dan medias tintas. A veces, el mismo apóstol, que anuncia este misterio de amor, será crucificado. Es la suerte que espera a los amigos de Cristo. La fuerza divina de la cruz aparece en la resurrección: "nosotros predicamos a un Cristo crucificado... que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1Cor 1,23-24).

 

2. El gozo pascual de la esperanza

     En el misterio de la cruz, ya comienza a clarear la resurrección. El "misterio pascual" de Cristo es un "paso" por la cruz hacia la glorificación (Jn 13,1; Lc 24,26). Ese es el fundamento de la esperanza cristiana. "Teniendo, pues, por cierto que los padecimientos de esta vida son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros (Rom 8,18; cfr. 2Tim 2,11-12), con fe firme aguardamos la esperanza bienaventurada y la llegada de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo (Tit 2,13), quien transformará nuestro cuerpo corruptible en cuerpo glorioso semejante al suyo (Fil 3,21)" (LG 48).

     La vida cristiana está teñida de esperanza, que es tensión entre lo que ya se tiene y lo que todavía no se la alcanzado. Los deseos que Dios ha sembrado en el corazón del hombre, encuentran su cumplimiento no en el desorden egoísta ni en la simple negación, sino en la búsqueda de los bienes definitivos.

     La fe en Cristo crucificado se completa con la esperanza y se transforma en amor. Al Señor no le quitaron la vida, sino que él la entregó por propia iniciativa (Jn 10,17-18). Por esto, en la celebración del Viernes Santo se vislumbra una esperanza entrelazada de dolor y gozo:

 

     "Mirad el árbol de la cruz,

     donde estuvo clavada la salvación del mundo.

     ¡Oh cruz fiel, árbol único en belleza!

     Jamás el bosque dio mejor tributo

     en hoja, en flor y en fruto.

     ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la vida

     empieza con un peso tan dulce en su corteza".

 

     Los santos inspiraron su vida en la cruz de Cristo, como misterio pascual. Su vida era una tensión de peregrinos, apoyada con confianza en las huellas que ya se tienen de Dios Amor, y aspirando al encuentro definitivo. Esta esperanza cristiana se convierte en afirmación y compromiso del presente: gastar la vida para "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10).

     Este gozo pascual de la esperanza da sentido al sufrimiento como participación en las bodas de Cristo con su Iglesia. Esto parecerá una "locura" (1Cor 1,18), pero es la locura de la cruz: "¡Oh cruz, hazme lugar, y recibe mi cuerpo, y deja el de mi Señor! ¡Ensánchate, corona, para que pueda yo ahí poner mi cabeza! ¡Dejad, clavos, esas manos inocentes, y atravesad mi corazón, y llagadlo de compasión y amor!... ¿Qué has hecho, Amor dulcísimo? ¿Qué has querido hacer en mi corazón? Vine aquí para curarme, ¡y me has herido! Vine para que me enseñases a vivir, ¡y me haces loco! ¡Oh sapientísima locura: no me vea yo jamás sin ti!" (San Juan de Avila, Tratado del amor de Dios).

     La tensión dolorosa en el camino de la contemplación, de la perfección y de la misión, se apoya en esta esperanza como deseo profundo de encuentro definitivo, aunque sea a través del sufrimiento. Son las quejas de los amigos de Dios: "salí tras ti clamando, y eras ido... no saben decirme lo que quiero... ¡Oh llaga de amor viva, que tiernamente hieres, de mi alma en el más profundo centro!... rompe la tela de este dulce encuentro"... (San Juan de la Cruz, Cántico y Llama).

     La vida cristiana es siempre sintonía con los sentimientos de Cristo (cfr Fil 2,5). Por esto la cruz, vivida con Cristo, se convierte en confianza y decisión inquebrantables: "Jesús, autor y perfeccionador de la fe, animado por el gozo que le esperaba, sufrió pacientemente la cruz, no le acobardó la ignominia y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios" (Heb 12,2). Es la actitud que se refleja en las "bienaventuranzas".

     La fecundidad de la vida, en los momentos de dificultad, tiene lugar por un proceso de sufrir amando (cfr Jn 16,20-22; Gal 4,19). El "gozo pascual", en el que se fundamenta el "máximo testimonio del amor" (PO 11), sólo se experimenta a partir de la cruz. Es el gozo del Espíritu Santo, que nada ni nadie puede arrebatar (Jn 16,22).

     Sólo el que sabe sufrir con Cristo puede experimentar y comunicar este gozo de la presencia de Cristo resucitado en la propia vida. Pero este gozo no se puede contabilizar, ni siquiera por quien lo experimenta, porque es "una vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Los que han sido marcados por la señal de la cruz (cfr. Ez 9,4), ya sólo viven de la escala de valores de Cristo, quien es "nuestra esperanza" (1Tim 1,1). ¿Qué mayor gozo que el compartir la misma suerte de Cristo? "Así como abundan en nosotros los padecimientos de Cristo, así por Cristo abunda nuestra consolación" (2Cor 1,5).

     El gozo pascual, que proviene de la cruz compartida con Cristo, no tiene que ver nada con la actitud egoísta de buscarse a sí mismo. Ni el sufrimiento ni el gozo se buscan directamente, sino que se busca sólo el amor de donación a la persona amada. A Dios se le busca por sí mismo, más allá de sus dones, aunque no se sienta su gozo. La esperanza fundamenta la gratuidad de la donación.

     La lección básica de la esperanza es la de saber "perder", arriesgando todo por Cristo. Por amor "a la verdad en la caridad" (Ef 4,5), es posible desprenderse de todo para no hacer mal a los hermanos ni buscarse a sí mismo (Mt 5,39-48). La experiencia cristiana de la esperanza deja bien a la claras que la fuerza divina se hace sentir en la propia debilidad (cfr 2Cor 12,10).

     La alegría pascual nace en el corazón cuando se ha sabido transformar las dificultades en donación. La cruz de Jesús no tiene sentido, si no es a la luz del gozo salvífico de que él es portador. "La característica de toda vida misionera auténtica es el gozo interior que proviene de la fe" (RMi 91).

     La siembra en siempre laboriosa, como lo es también la siega. Pero ya desde el inicio, el corazón alienta la vida y el trabajo con la esperanza del fruto venidero: "Al ir, iban llorando, llevando la semilla; al volver, vuelven cantando, trayendo las gavillas" (Sal 125,6).

     Cuando se desvanece la tempestad y vuelve la bonanza, el tiempo pasado aparece con nueva luz, como desentrañando su misterio. Todo se convierte en camino de bodas. "Beber el cáliz" de esas bodas fue muy doloroso, pero valía la pena. Hay que leer la historia personal y comunitaria apoyando la cabeza sobre el pecho abierto de Cristo Esposo: "No te llamarán más ya la 'desamparada'..., sino que te llamarán 'desposada', porque en ti se complacerá el Señor y tu tierra tendrá esposo... harás tú las delicias de tu Dios" (Is 62,4-5; cfr Is 66,10-14).

     Las obras de Dios tienen siempre sus "mártires" sin complejos de martirio. En la historia se pueden encontrar con cierta frecuencia fundadores e iniciadores de grandes obras, convertidos aparentemente en un trasto inútil o en una lamparita que se está consumiendo en un rincón. Pero difícilmente se encontrarán personas más felices que esas. No puedo olvidar la alegría de un misionero del norte de Sri Lanka, con su salud resquebrajada, inmerso en la pobreza más radical, feliz por poder todavía anunciar a Jesucristo, aunque sólo fuera en la sala común del hospital, con su rostro sereno y cu corazón soñando sobre el futuro de la evangelización del país. Esos "ilusos" han hecho cambiar la historia gracias a la esperanza que les animaba. A veces, pasados los años, nos acordamos de ellos para alabarlos, ahora que ya se fueron.

 

3. Cristo resucitado: el amor vence a la muerte

     Lo que no nace del amor es caduco. Sólo el amor supera la caducidad del tiempo: "el amor nunca pasa" (1Cor 13,8); "el amor es más fuerte que la muerte" (Cant 8,6). La victoria de Cristo sobre el dolor, el pecado y la muerte se muestra en todo su esplendor cuando, apareciendo a sus discípulos, les muestra sus manos, sus pies y su costado abierto (Jn 20,20; Lc 24,40). La paz, el perdón y la vida nueva en el Espíritu son fruto de su cruz: "la paz sea con vosotros; y les mostró las manos y el costado... y dijo: recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonarais los pecados, les serán perdonados" (Jn 20,19-23).

     La presencia de Cristo resucitado entre nosotros es siempre bajo huellas y signos pobres, que, debido a su fragilidad, continúan siendo nuestra "cruz": el sepulcro vacío con la ausencia inexplicable de su cuerpo, la soledad, la búsqueda aparentemente infructuosa, la ineficacia inmediata de los trabajos... Se necesita la vista clara del discípulo amado para descubrir a Cristo resucitado en la soledad del sepulcro (Jn 20,8) o en un momento de fracaso humano (Jn 21,7). La búsqueda es ya un inicio del encuentro que se hace realidad cuando nos sentimos interpelados personalmente por la palabra de Cristo (Jn 20,16) o cuando experimentamos que "el corazón arde" por él durante un caminar doloroso (Lc 24,32).

     El camino doloroso de Emaús se convertirá en encuentro con Cristo resucitado, gracias a su palabra viva y a su pan eucarístico compartido con los hermanos. Valía la pena la fatiga y oscuridad de la búsqueda, para descubrir finalmente que, si no veíamos las huellas pobres de Cristo, era porque él unía sus pisadas a las nuestras. Pero, aún después de este encuentro, el camino no ha terminado, porque hay que "ir a los hermanos" (Jn 20,17; Lc 24,33-35) para transformar la convivencia en celebración eucarística donde se comparte el evangelio y la vida entera.

     El amor de Jesús, que murió perdonando, es preludio de su resurrección. "El amor viene de Dios" (1Jn 4,7) y, por tanto, manifiesta a Dios y vuelve a Dios. Todo el ser de Jesús es ya "el Verbo hecho carne" (Jn 1,14), que vuelve al Padre con todos nosotros, por el mismo camino de la cruz. A él no le han quitado la vida, sino que la ha dado en sacrificio; por esto (también viviendo en nosotros) tiene "el poder de darla y de volverla a tomar" (Jn 10,18).

     El mismo Espíritu de amor, que llevó a Cristo "al desierto" (Lc 4,1) y a "evangelizar a los pobres" (Lc 4,18), es el que le guió hasta derramar su sangre (Heb 9,14) y hasta la resurrección. Es siempre el Espíritu de amor que "ungió" y "envió" a Jesús (Lc 4,18), el que le llena del "gozo" de la Pascua (Lc 10,21). El "sí" de Jesús al Padre, en una donación total, es el preludio de su glorificación y de la nuestra (Jn 12,27-28; 17,1). "Esta obra de redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión. Por este misterio, con su muerte destruyó nuestra muerte y con su Resurrección restauró nuestra vida" (SC 5).

     Es, pues, a través de su pasión y muerte, transformada en donación, como Jesús llega a la resurrección: "Vemos a Jesús coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, para que, por gracia de Dios, gustase la muerte por todos" (Heb 2,9). Si nosotros nos "injertamos" en el sufrimiento y muerte de Cristo, amando como él, llegaremos a cambiar la cruz en resurrección gloriosa: "porque si hemos sido injertados en Cristo a través de una muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección" (Rom 6,5).

     Su muerte y su resurrección nos pertenecen (Rom 4,25). Por el hecho de compartir su misma muerte de amor, pasamos a participar de la vida nueva: "murió por nuestros pecados, para que vivamos unidos a él" (1Tes 5,10). Por el hecho de injertarnos en su misma vida de amor, Cristo resucitado se nos hace "primicias" de nuestra resurrección futura (1Cor 15,20).

     La fatiga del trabajo, asumida con amor, se convierte en participación del misterio pascual de Cristo. Su muerte y resurrección, que transformaron el sufrimiento en amor, han hecho la vida plenamente humana. "Por su sacratísima pasión en el madero de la cruz, nos mereció la justificación, enseña el concilio de Trento... y la Iglesia venera la cruz cantando: Salve, oh cruz, única esperanza" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.617).

     Jesús "pasó haciendo el bien" (Act 10,38), asumiendo el sufrimiento humano voluntariamente y por amor. De este modo, el mal ha quedado vencido por el amor. Por el hecho de llegar hasta las mismas raíces del sufrimiento, Jesús ha vencido el pecado y la muerte (cfr. SD 14-18).

     El rostro de Cristo crucificado, con expresiones de dolor y de confianza, siempre es la epifanía personal de Dios Amor. La cruz no es triunfalismo ni desesperación; pero abre el camino hacia la vida verdadera, porque es la manifestación de la verdad sobre el dolor. Desde hace veinte siglos, la cruz ya no es un simple concepto, sino un rostro concreto: el de Jesús de Nazaret.

     La fecundidad del amor se expresa en la cruz y en la resurrección. "Cristo resucitado, con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu:  ¡Abba! ¡Padre!" (GS 22).

     El triunfo de Jesús resucitado se convierte en un examen de amor para los suyos. El caminar eclesial es caminar de hermanos que no elimina la oscuridad y el fracaso (Jn 21,1-3). Después de la resurrección, sigue el aparente silencio y ausencia de Dios. Se necesita una mirara de fe que rasgue el velo de la oscuridad, para descubrir a Cristo presente: "es el Señor" (Jn 21,7). Y aún entonces seguirá la fatiga del trabajo diferente y complementario de cada uno. Si hay amor, esa fatiga se convierte en acción comunitaria y constructiva: cada uno, olvidándose de sí mismo, pone al servicio de los demás los dones recibidos. Sólo entonces se hace realidad la presencia de Cristo entre los suyos (Jn 21,7-14; cfr Mt 18,20).

     El examen de amor se dirige a cada uno personalmente: "¿me amas más, tú?" (Jn 21,15ss). Todos los días ese examen es nuevo y sorprendente. El amor de Cristo quiere penetrar hasta lo más hondo de nuestro ser, para orientarlo hacia el amor. Lo que resulta más difícil y doloroso para el ser humano, es el tener que decir el "si" de donación cuando se ha experimentado la propia pobreza: "Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo" (Jn 21,17).

     Vivir esa fe en Cristo, sin apoyarse en los propios méritos, es un salto de calidad, que sólo es posible confiando en él. "Bienaventurados los que sin ver, creen" (Jn 20,29). Esa fe, como la de María, modelo de la Iglesia, es la que hace posible tanto el perseverar junto a la cruz (Jn 19,25-27), como el recibir las nuevas gracias del Espíritu comunicado por Jesús resucitado (Act 1,14ss).

     En una charla a misioneras jóvenes sobre el tema de la fecundidad misionera de la cruz, estaba también presente una misionera anciana y enferma, quien dijo espontáneamente: "Pues yo, ahora, no puedo dar a Dios más que mi alegría de sentirme amada por él y de haber querido gastar mi vida por amarle y hacerle amar... ¿cómo puedo yo ahora seguir siendo misionera?"... Me dijeron luego que aquella ancianita era fuente de alegría para toda la comunidad misionera. Si "evangelizar" significa anunciar el "gozo" de Cristo resucitado, bastaría ese gozo para ser misionero. Es el "gozo pascual" (PO 11), que sólo nace de sufrir amando. "Ojalá que el mundo actual -que busca a veces con angustia, a veces con esperanza- pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo" (EN 80).

                             * * *

                         RECAPITULACION

 

- La "cruz", para los cristianos, es el sufrimiento mirado con fe, apreciado con esperanza y asumido con amor. La fe, como adhesión a la persona y al mensaje de Cristo, es capaz de descorrer el velo del sufrimiento, descubriéndolo como complemento de la cruz del Señor. "Completo lo que falta a los sufrimientos de Cristo"... (Col 1,24):  "Cristo crucificado... es fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1Cor 1,23-24).

 

- Propiamente no se puede descifrar el "por qué" o la causa del sufrimiento. Podemos apuntar al pecado original, al pecado de cada persona, a los atropellos provenientes de estos pecados, etc. Pero inmediatamente surge la idea de que Dios es amor y de que muchas personas son inocentes. La reflexión teológica no llega a penetrar del todo el misterio de la historia de salvación. "Extenderás los brazos y será otro quien te ceñirá y te conducirá adonde no quieras ir" (Jn 21,18).

 

- Cuando uno ama la cruz de Cristo, comienza a "intuir" que hay una razón para sufrir: compartir la vida del Hijo de Dios, el Inocente, hecho hombre y redentor. La cruz se "comprender" en sintonía de vivencias con Cristo: "tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús" (Fil 2,5).

 

-    El dolor nace de una tensión entre lo que ya se tiene (aunque no del todo ni definitivamente) y lo que todavía no se ha llegado a conseguir. Esta tensión se convierte en "gozo pascual" de esperanza: lo que ya se tiene, un día será plenitud en Cristo resucitado. El "paso" hacia esa plenitud es, a la vez, doloroso y gozoso.

 

- Mirando a la cruz de Cristo, el creyente queda impresionado por la confianza plena de Cristo en manos del Padre. El dolor no se aminora, pero la vida comienza a clarear como un camino de bodas o de "Alianza" (cfr Apoc 3,20; 21,1-2). "Los padecimientos de esta vida son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros" (Rom 8,18).

 

- El ser humano necesita un punto de apoyo básico: ser amado y poder amar. Mirando a Cristo "entregado" plenamente por nosotros, la convicción de ser amados y la decisión de amarle y de hacerle amar, se reafirman en el corazón. Si él, el Redentor, amó en el sufrimiento, ya no queda otro camino para sentirse realizado, si no es asumiendo el sufrimiento por amor. "Porque si hemos sido injertados en Cristo a través de una muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección" (Rom 6,5).

 

 

- El valor de una persona estriba en la donación. Es la "plenitud" de una "entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24). Será difícil humanamente (tal vez imposible) saber el por qué el camino hacia esa plenitud pasa por la cruz; lo importante es decidirse a compartir la misma donación de Cristo. Entonces, con él, se vence el dolor y la muerte. La "paz" que Cristo resucitado comunica, es a través de las huellas de la pasión: "la paz sea con vosotros; y les mostró las manos y el costado"... (Jn 20,19-23).

Lunes, 11 Abril 2022 09:20

JESUCRISTO SIN PRIVILEGIOS HISTORICOS

Escrito por

 

 

 

 

     III. JESUCRISTO SIN PRIVILEGIOS HISTORICOS

 

     1. Zarandeado por la historia

     2. Indefenso por amor

     3. Consorte y protagonista

 

 

1. Zarandeado por la historia

     Jesús se insertó plenamente en nuestra historia, hasta correr nuestros mismos riesgos. Insertarse en una cultura es más fácil que comprometerse en un mismo caminar. Establecer "su tienda" de caminante entre nosotros (cfr. Jn 1,14), comporta asumir nuestra historia con todas sus consecuencias de esperanzas, gozos y fatigas.

     En la vida de Jesús no existen privilegios. Vivió el "anonadamiento" ("kenosis") de Hijo de Dios hecho hombre, que "se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y en la condición de hombre se humilló" (Fil 2,7-8). Compartiendo nuestra realidad de sufrimiento y pobreza, nos enriqueció con sus dones divinos: "siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza" (2Cor 8,9).

     No es posible afrontar con esperanza y serenidad la propia historia, si no se aprende a convivir con Cristo penetrando el significado de los acontecimientos cotidianos de su vida terrena. La historia de Jesús no estaba prefabricada, sino que se construyó con amor día a día, sabiendo, no obstante, que había de ser la vida del "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" por medio de su inmolación (Jn 1,29.36; cfr. Lc 22,15; Jn 13,1).

     El misterio de su nacimiento en Belén, con todos sus detalles históricos y salvíficos, se encuadra en una decisión veleidosa de una autoridad romana que quería contabilizar el número de sus súbditos. La sagrada familia no gozó de ningún privilegio, ni durante el camino, ni en la llegada a la ciudad de David: "no hubo lugar para ellos en el mesón" (Lc 2,7). Los detalles del "pesebre", los "pañales" y los "pastores" (Lc 2,7-8) indican esta misma historia, hecha de retazos sencillos como la de cualquier mortal. Dios quiso mostrar la "gloria" del Hijo de Dios, "el Salvador", sin ahorrar ningún detalle de pobreza y marginación: "encontraréis al niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre" (Lc 2,12). El camino escogido por Dios al hacerse hombre, no fue el del poder, sino el de la pobreza, sufrimiento y compasión.

     El capricho de un tirano, que intentaba eliminar un posible contendiente de su trono, sembró el dolor en numerosas familias de Belén y exilió a la sagrada familia hacia Egipto. La providencia especial de Dios respecto a su Hijo, manifestada también con la venida de los "magos" de Oriente, no ahorró ninguna molestia: noches de insomnio, huida apresurada, aventuras y sacrificios de una migración forzada. María y José corrieron la misma suerte de Jesús: "toma al niño y a su Madre, y huye a Egipto" (Mt 2,13).

     Todo es providencial, en la vida de Cristo y en la nuestra. Hay que afrontar los imprevistos sin esperar más protección que la necesaria para seguir amando. El exilio de Egipto terminó para convertirse luego en marginación de Nazaret durante unos treinta años. Los condicionamientos históricos, que Dios no quiso cambiar milagrosamente, confinaron al Mesías en circunstancias anodinas que, para otros, podrían convertirse en frustración.

     Cristo no se consideró nunca frustrado, porque siempre se sintió amado por su Padre y capacitado para "ocuparse de sus cosas" (Lc 2,49), es decir, de la salvación de toda la humanidad. Se necesitaba la capacidad contemplativa de María (Lc 22,19.51) para entrever al "Salvador" en esas circunstancias de marginación y de atropello (Lc 1,31-32) y en los detalles de una vida ordinaria de crecimiento, obediencia y trabajo (Lc 2,40.51-52).

     Esta sencillez y ocultamiento de vida en la historia de Jesús no parecía ser la mejor preparación para que le aceptaran como Mesías: "¿no es éste el hijo de José?" (Lc 4,22-23); "el hijo del carpintero" (Mt 13,15); "¿no es éste el carpintero hijo de María?" (Mc 6,3)...

     Sus primeros discípulos se resintieron del escándalo de Nazaret: "¿de Nazaret puede salir cosa buena?" (Jn 1,46). Sus conciudadanos, después de un primer sentimiento de admiración, pasaron a la actitud de intentar "despeñarle" desde la cima del monte Nebisain (Lc 4,29-30). La firmeza de Jesús pudo más que aquel gesto inesperado y loco de quienes habían convivido con él durante casi treinta años.

     La vida de Jesús fue así, como la nuestra. Experimentó la incomprensión de sus parientes, el rechazo de las autoridades, los insultos, los malentendidos y las críticas, el abandono de algunos discípulos, la traición de un amigo, las debilidades de los suyos, la ingratitud de su ciudad querida Jerusalén... Quiso experimentar la debilidad de nuestra naturaleza: el cansancio de los caminos y del trabajo, el sueño, la sed, el agobio, la tristeza, el llanto, el miedo... Durante la pasión, sintió la "angustia" (Mt 26,37-38), el "pavor" (Mc 14,33), la "separación" de los suyos (Lc 22,46), la "agonía" (Lc 22,44)... Según él, era "la copa" preparada por el Padre para nuestra redención (Jn 18,11). Efectivamente, tenemos un hermano, "sacerdote (mediador) que puede compadecerse de nuestras flaquezas, porque las ha experimentado todas, excepto el pecado" (Heb 4,15).

     Esta experiencia es la que Jesús nos quiere comunicar, compartiendo nuestra vida y haciendo que sea complemento de la suya. Hasta el último "signo", el del costado abierto cuando ya estaba muerto en la cruz, es como un resumen de los aparentes absurdos de nuestra existencia. La lanzada del soldado no fue más que un abuso fuera de las ordenanzas; pero el Señor quiso mostrar así lo mejor de nuestra existencia humana cuando está unida a la suya: dando la vida (sangre), ya podemos recibir la vida nueva del Espíritu (agua). Hay que "mirar" con fe "al que traspasaron", para comprender el misterio de la cruz en la vida humana (Jn 19,33-37).

     Para Jesús, fue norma permanente vivir a la sorpresa de Dios. Desde el primer momento de la encarnación en el seno de María, era consciente de su filiación divina y de su condición de Redentor. La carta a los Hebreos nos describe ese primer momento: "al entrar en este mundo dice Cristo... aquí vengo ¡oh Dios! para hacer tu voluntad" (Heb 10,5-7; Sal 39,7-9). Sus palabras de niño de doce años indican una pertenencia a las cosas (o a la casa) de su Padre (Lc 2,49). Todos los momentos de su vida fueron una "sorpresa", como viviéndolos momento por momento, para "cumplir toda justicia" (Mt 3,15). En cada momento podría escuchar la voz del Padre: "éste es mi Hijo muy amado" (Mt 3,17; 17,5). Pero su vida quedó siempre entrelazada de gozo y de dolor, como la nuestra. El Padre y el Espíritu no se complacían en el sufrimientos del Hijo, sino en su amor de donación para salvarnos a todos.

     Getsemaní deja entrever un drama interno de Jesús, como experiencia profunda y única de sufrimiento. Durante la pasión habrá momentos difíciles de humillación, soledad, burlas, azotes, crucifixión, muerte. Todo es parecido a otras situaciones durante la historia de la humanidad. Lo original en el sufrimiento de Jesús es que su amor se convirtió en fuente de dolor, al ver que el Padre no era amado ("el Amor no es amado", diría San Francisco de Asís), al considerar a sus hermanos los hombres inmersos en el pecado, al constatar su debilidad e impotencia humana ante los planes maravillosos de salvación queridos por el Padre.

     Sólo a partir del amor e interioridad de Cristo se pueden comprender los detalles de su pasión y de la nuestra. La angustia de Getsemaní y el "abandono" ("silencio" de Dios) en la cruz, sólo tienen sentido a la luz de la actitud amorosa de Jesús: es la "copa de bodas" preparada por el Padre para salvar a la humanidad entera (su "esposa") (Jn 18,11; Lc 22,20). Lo que parecía "ausencia" de Dios se convertía en la máxima cercanía del Padre y en la máxima donación de Cristo por la salvación del mundo: "en tus manos, Padre"... (Lc 23,46).

     La actitud filial de Cristo ante el dolor nos comunica la vida nueva en el Espíritu que nos hace hijos de Dios (Rom 8,15). Dando su vida en sacrificio (=derramando su sangre), Cristo ya nos puede comunicar la vida nueva (=el agua viva) (Jn 19,34-37). Al resucitar, el Señor mostrará las llagas de sus manos, pies y costado (Jn 20,20; Lc 24,39), como indicando que la vida nueva del Espíritu es fruto de su sufrimiento transformado en amor de donación. "Cristo que había entre­gado el espíritu en la cruz como Hijo del hombre y Cordero de Dios, una vez resucitado va donde los apóstoles para 'soplar sobre ellos'... Cristo resucitado, como si preparara una nueva creación, trae el Espíritu Santo a los apóstoles. Lo trae a costa de su 'partida'; les da este Espíritu como a través de las heridas de su crucifixión: 'Les mostró las manos y el costado'. En virtud de esta crucifixión les dice: 'Recibid el Espíritu Santo' " (DEV 24).

     Recién salido de la cárcel, donde había estado 23 años, el obispo de Cantón contó algo de sus innumerables sufrimientos. A la pregunta sobre cómo había podido perseverar, contestó: "Jesús no abandona"...

 

2. Indefenso por amor

     A Cristo no se le comprende si no es desde su donación interna, desde sus amores, viviendo en sintonía con "sus sentimientos" (Fil 2,5), escuchando los latidos de su corazón (Jn 13,23-25), "mirándole" con los ojos de la fe (Jn 19,37; 20,8; 21,7). El secreto de Jesús consiste en sufrir amando. Personalmente él "cargó con su cruz", que era la nuestra (Jn 19,17).

     En la canonización de Claudio La Colombière (31 de mayo de 1992), Juan Pablo II trazó las pistas para que "el Corazón de Cristo sea reconocido en el corazón de la Iglesia", resumiéndolas en una actitud de sentirse amado, perdonado y contagiado de sus amores: "Dejar que el amor de Cristo nos ame, nos perdone y nos arrebate en su deseo ardiente de abrir a todos los hermanos los caminos de la verdad y de la vida".

     El poder salvífico de Cristo estriba en su flaqueza transformada en donación. Jesús, "víctima" desde el seno de María hasta la cruz, es el mismo que quedó "atado" fuertemente en Getsemaní (Jn 18,12). Humanamente indefenso por amor, "se convierte para todos en causa de salvación eterna" (Heb 5,9). Por esto "fue escuchado" por Dios, a partir de sus "lágrimas" y su "grito" de dolor, que eran expresión de su plena donación en medio de la máxima debilidad y pobreza (Heb 5,7-8).

     La "inmolación" de Cristo (Heb 5,9) sirve de reparación o "propiciación por nuestros pecados y los de todo el mundo" (1Jn 2,2). Nos amó hasta hacerse responsable por nuestros pecados. La cruz, es decir, la inmolación de Jesús en ella, es la máxima expresión de su amor: "llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que, muertos al pecado, viviéramos para la justicia, y por sus heridas habéis sido curados" (1Pe 2,24).

     Así es el amor del Buen Pastor, que "da la vida por sus ovejas" (Jn 10,11; 1Pe 2,25). "En esto hemos conocido el amor de Dios, en que él ha dado su vida por nosotros" (1Jn 3,16). Su amor, que es pura iniciativa suya ("él nos amó primero"), consiste principalmente en que "envió a su Hijo hecho víctima (propiciación) por nuestros pecados" (1Jn 4,10). En esto se ha mostrado Dios como "el Amor" (1Jn 4,8), es decir, el que se da con un amor totalmente gratuito.

     No existen privilegios en el sufrimiento de Jesús. Afrontó los acontecimientos y las actitudes adversas de los hermanos, como "signos de los tiempos" (Mt 16,3), es decir, signos de la voluntad salvífica del Padre, que es siempre providente. No necesitó excepciones, como podría haber sido el pedir protección especial por medio de "legiones de ángeles" (Mt 26,53), sino que le bastó asumir con amor la historia concreta, sin defensas armamentistas, como "copa de bodas" preparada por el Padre (Jn 18,11; Lc 20,22). Jesús afrontó "con decisión" el misterio pascual, como enamorado que camina apresurado hacia las bodas (Lc 9,51). Así amó a su Iglesia esposa, que debe ser la humanidad entera (Ef 25-27).

     Es el amor la clave del sufrimiento de Cristo. Vivió, sufrió y murió por amor. Su "sangre", es decir, su vida, fue derramada por nosotros llena de amor del Espíritu Santo: "la sangre de Cristo, que por el Espíritu Santo se ofreció a Dios como víctima sin tacha, purificará nuestra conciencia de sus obras muertas para servir al Dios vivo" (Heb 9,14).

     El amor del Padre se expresa en el hecho de "dar" a su Hijo en sacrificio para la salvación del mundo: "de tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). La fuerza de la cruz, para "atraer todas las cosas" hacia Cristo (Jn 12,32), procede de la humillación y aniquilamiento, "como el granito de trigo que muere en el surco" para producir la espiga (Jn 12,24). Mirar con los ojos de la fe a Cristo, humillado y "exaltado" en la cruz, es el único camino para superar y trascender el sufrimiento. La vida humana, también en sus avatares de dolor y muerte, ya sabe a "vida eterna" (Jn 3,14-15).

     La actitud de Jesús de no huir del sufrimiento, sino de afrontarlo por amor al Padre y a la humanidad, es el resumen de las bienaventuranzas. En toda circunstancia, todavía se puede hacer lo mejor: amar. "Yo no me resistía ni me hice atrás. Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba, mi rostro no hurté a los insultos y salivazos" (Is 50,5-6). Así es el sermón de la montaña pronunciado por Jesús: "no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también la otra" (Mt 5,39).

     Esta es la actitud más constructiva ante la historia, que transformará, sin destruir, nuestro ser y el de los hermanos, abriéndolo totalmente al amor: "amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os maltraten... y seréis hijos del Altísimo" (Lc 6,27-28.35).

     Un joven que se declaraba ateo o, al menos, agnóstico, dijo que a él le impresionaban las bienaventuranzas, pero que no entendía por qué Jesús había "perdido" el tiempo trenta años en Nazaret... Olvidaba que Nazaret no fue más que la práctica concreta y comprometida de las bienaventuranzas.

     En su vida de Nazaret, Jesús, junto con María y José, escuchó y meditó frecuentemente las profecías sobre el siervo de Yavé: "varón de dolores y sabedor de dolencias... eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba... ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus heridas hemos sido curados" (Is 53,3-5; cfr Sab 2,12-22). Su secreto era vivir y morir amando.

     Esta realidad inmolativa y amorosa de Cristo se hace presente en el sacrificio eucarístico, como invitación a vivir en sintonía y comunión con él.

     La actitud interna de Jesús es siempre de confianza plena en el Padre. Los salmos describen detalladamente la pasión y muerte del Mesías (Sal 21 y 37). Cristo los hizo suyos pronunciando los primeros versículos del salmo veintiuno: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Sal 21,2; cfr Mt 27,46; Mc 15,34). Eran los salmos del sacrificio de la tarde, y en ellos se refleja la plena confianza en Dios conjuntamente con el sentimiento de "ausencia": "han taladrado mis manos y mis pies, cuentan todos mis huesos... Señor, no te estés lejos" (Sal 21,17-20);  "en ti, Señor, he esperado... No me abandones, Señor" (Sal 37,16-22). La actitud de confianza plena se refleja de modo especial en el salmo treinta, también recitado por Jesús: "en tus manos encomiendo mi espíritu" (Sal 30,6; Lc 23,46)..

     No caben explicaciones de la cruz al margen de los criterios del mismo Cristo: "era preciso que el Mesías sufriera todo esto para entrar en su gloria" (Lc 24,26). Así fue de sencilla la explicación que Jesús resucitado dio a los dos discípulos de Emaús.

     Si "uno de la Trinidad ha sido crucificado" (como afirma Proclo, Patriarca de Constantinopla), el dolor humano ya tiene sentido. Para Cristo, la "cruz" es la expresión máxima del amor, el sacrificio total de sí mismo. La explicación de este misterio la puede dar y captar sólo el amor: "Cristo nos amó y se entregó a sí mismo en sacrificio por nosotros" (Ef 5,2). "La cruz de Cristo es a medida de Dios, porque nace del amor y se completa en el amor" (DM 7).

 

3. Consorte y protagonista

     Sólo a partir del misterio de la encarnación se comprende el misterio de la redención. Desde el seno de María, Jesús es el único Mediador, Dios hecho hombre, que asume la historia humana como hermano y "consorte" (esposo). Correr la suerte de sus hermanos, para Jesús comporta asumir su realidad de pecado y transformarla. "Toda la vida de Cristo es misterio de Redención. La Redención nos viene ante todo por la sangre de la cruz, pero este misterio está actuando en toda la vida de Cristo" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.517).

     El Verbo se hizo hombre para redimir al hombre, salvándole del pecado, del dolor y de la muerte. "Uno es el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos" (1Tim 2,5-6). "La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.616).

     Jesús es "nuestra esperanza" (1Tim 1,1). "En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de DIos con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdadera­mente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado" (GS 22).

     Cristo crucificado, el Verbo hecho nuestro hermano, muerto y resucitado, es el único Salvador. "Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta obscuridad" (GS 22). Por esto, "la salvación no puede venir más que de Jesucristo" (RMi 5).

     Cuando Pablo presenta a Cristo como "esposo" o consorte, invita a compartir su misma suerte, así como él ha compartido nuestra existencia por amor: "os he desposado con un solo marido, presentándoos a Cristo como una virgen casta" (2Cor 11,2). Es que Cristo ha amado esponsalmente a la Iglesia (Ef 5,25-27) y "ha muerto por todos", a fin de que "los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2Cor 5,15). Por esto hay que "caminar en el amor" (Ef 5,2), a imitación del amor sacrificado de Cristo.

     "¿Cómo es el 'yoga' de Jesús crucificado?", preguntaba un "guru" a un misionero, mostrándole un crucifijo que llevaba consigo desde hacía años. No resulta fácil ni cómodo responder a esta pregunta, porque, en todo caso, las palabras deben corresponder a la vida del que se atreva a dar una explicación. Jesús hizo de su vida una donación total: vivió amando, gozó y sufrió amando, murió y resucitó amando y perdonando a todos y a cada uno como parte de su mismo ser, como una página irrepetible de su biografía continuada en el tiempo. El "camino" (o "yoga") de Jesús crucificado es siempre el del amor, que transforma todo (también el sufrimiento) en donación. Un "yoga" para dominar los deseos y encauzar las fuerzas de nuestro ser, nunca puede equipararse al "camino" de Jesús crucificado.

     Cada línea del evangelio describe la cercanía de Cristo a cada hermano. Es como si encontrara a alguien que formar parte de su mismo corazón y de su misma vida. La sintonía o "compasión" de Cristo (Mt 14,14; 15,32) se expresa en acogida, comprensión, curación, perdón. Podía ser una mujer divorciada (la samaritana) o una pecadora (la Magdalena), un fariseo que buscaba la verdad (Nicodemo) o un publicano que deseaba verle para cambiar de vida (Zaqueo), una multitud inmensa de pobres y enfermos o una persona convertida en un harapo por la enfermedad, el pecado o la desgracia...

     Jesús hizo siempre suyo el dolor de cada persona que se cruzó en su camino. Nunca miró a una persona como extraña o forastera. Ante una madre que había perdido a su hijo único, Jesús se conmovió y resucitó al muchacho (Lc 7,11-17). A un paralítico que colocaron ante él, descendiéndole desde el techo, Jesús le perdonó y sanó. Jesús siempre "mira amando" (Mc 10,21), descubriendo en cada persona, más allá del dolor y del pecado, un "hijo" amado (Lc 15,24). "El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17; Is 53,4).

     El amor de Cristo a cada persona, especialmente en los momentos de sufrimiento, es amor esponsal. Nadie es extraño ni forastero en su corazón. Cada uno es como las "arras" de su boda (la "dracma") (Lc 15,8-10), y forma parte de "los amigos del esposo" (Mt 9,15). Por esto él se presenta como esposo o consorte (Mt 25,6). También los que le crucificaron y los malhechores que fueron crucificados con él, son parte de sus amores: "perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34).

     Este amor esponsal de Cristo desde el día de la encarnación, es amor redentor: llegar hasta las raíces del pecado, de donde procede todo dolor y todo mal. Cristo es el "Redentor", el esposo enamorado que libera a la esposa con el precio de su propia sangre: "no habéis sido liberados con bienes caducos, el oro o la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo" (1Pe 1,18-19; cfr. Act 20,28).

     Sólo a la luz de este amor esponsal del Verbo encarnado y redentor, se comprenden las afirmaciones neotestamentarias, que presentan a Cristo como responsable que asume nuestros pecados como propios: "Cristo nos ha liberado de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros maldición" (Gal 3,13); "a quien no conoció pecado, Dios le trató por nosotros como al propio pecado, para que, por medio de él, nosotros sintamos la fuerza salvadora de Dios" (2Cor 5,21); "él fue quien en su cuerpo soportó nuestros pecados sobre el madero" (1Pe 2,24).

     Este es el significado de la "alianza", como pacto esponsal de Dios con los hombres. La nueva alianza se ha sellado con la sangre del Hijo de Dios hecho nuestro hermano y "consorte": "esta es la copa de la nueva alianza sellada con mi sangre" (Lc 22,20). El objetivo de la redención es salvar a toda la humanidad, como esposa amada de Cristo. Jesús dio la vida por todos "para que, muertos al pecado, vivamos para alcanzar la salvación" (1Pe 2,24).

     El camino de Cristo hacia la cruz es camino esponsal. Va decidido a dar su vida por toda la humanidad, su esposa. Cada ser humano ocupa en su corazón un lugar irrepetible. Por esto invita a todos a compartir la misma "copa (de bodas) preparada por el Padre" (Jn 18,11). Jesús invita a todos: "bebed todos de ella, porque ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para perdonar los pecados" (Mt 26,27-28). En su camino hacia Jerusalén, como camino de Pascua, había invitado a los suyos a compartir la misma suerte: "¿podéis beber la copa que yo he de beber?" (Mc 10,38).

     Nuestra capacidad de reflexión no llega a captar plenamente el misterio de Cristo Redentor. Viéndole a él hecho un harapo por nuestro amor, destruido por el sufrimiento (Is 53,2-3), nos quedamos con el interrogante en el corazón y en los labios: "Señor, ¿adónde vas?" (Jn 13,36).

     Cuando experimentamos el sufrimiento, las ideas se nos nublan y las motivaciones se nos hacen insuficientes. Entonces todavía queda por descubrir el secreto del sufrimiento: no estamos solos. "No temas... estoy contigo" (Act 18,9-10). En momentos difíciles de huida o desánimo, es el mismo Cristo quien se nos hace encontradizo, cargando con su cruz que es la nuestra, como indicándonos que él quiere ir con nosotros allí de donde nosotros intentábamos escapar. El Señor es sorprendente. Acontece como en la bella narración del "quo vadis" ("¿adónde vas?"), que intenta describir a Pedro huyendo del martirio y topándose con el Señor cargado con la cruz y entrando en Roma. Esta narración literaria se hace realidad todos los días en la vida de cada uno de nosotros.

 

                             * * *

                         RECAPITULACION

 

- El misterio del sufrimiento revela su secreto sólo a la luz de Cristo que "fue crucificado por nosotros" (Credo). El Hijo de Dios hecho hombre vivió sin privilegios, zarandeado por el dolor que proviene de los acontecimientos y de los hermanos. Jesús afrontó siempre la realidad "guiado por el Espíritu Santo" (Lc 4,1), con la mirada puesta en el amor del Padre y de los hombres.

 

- La reacción de Cristo ante el sufrimiento es siempre el amor de donación. Todo sufrimiento humano se puede ver reflejado en la vida, pasión y muerte de Cristo. Pero, en él, la fuente principal del dolor fue su amor: "el Amor no es amado" (San Francisco de Asís); "tengo otras ovejas" (Jn 10,16); "todo lo he cumplido" (Jn 19,30). Su dolor principal provenía de ver que el Padre no era amado, que sus hermanos estaban en pecado y que él estaba envuelto en debilidad. Si el sufrimiento viene, en cierto modo, del amor, sólo se puede superar amando.

 

- Jesús vivió unido a cada persona, asumiendo el gozo y el dolor de cada uno como parte de su misma existencia. Este amor esponsal (ahora sin dolor) continúa en él ya resucitado y presente siempre entre nosotros. "Estaré con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos" (Mt 28,20).

 

- Jesús afrontó su propio sufrimiento amando esponsalmente, para que un día quedaran destruidos definitivamente el dolor, el pecado y la muerte. Estas realidades continúan y continuarán existiendo en la historia humana, pero en cada momento de la historia quedarán destruidas o cambiadas por Cristo, que se prolonga en cada ser humano para transformar el sufrimiento en donación. Cada uno de nosotros participamos en la única mediación de Jesús; la Virgen Dolorosa participó y participa de modo especial, como Madre del Señor y nuestra. A ella le tocó correr la misma "suerte", como herida por la misma "espada" que hirió a Jesús (Lc 2,35).

 

- La eucaristía, que presencializa la donación sacrificial y esponsal de Cristo, hace posible que cada creyente afronte el sufrimiento como participación en la "copa de bodas" de Cristo Esposo. Al participar de la eucaristía, vivimos de "la misma vida" de Cristo (Jn 6,56-57).

 

- La cruz sólo se comienza a entender a partir del corazón abierto de Cristo muerto en el madero: derramó su sangre, es decir, dio su vida en sacrificio, para podernos comunicar el "agua viva" de la gracia, que es la vida nueva en el Espíritu Santo.

Lunes, 11 Abril 2022 09:19

EL "MISTERIO" DE LAS LIMITACIONES HUMANAS

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      II. EL "MISTERIO" DE LAS LIMITACIONES HUMANAS

 

      1. El camino oscuro hacia la verdad y el bien

      2. Hermanos y acontecimientos: ¿silencio de Dios?

      3. El "misterio de la iniquidad"

 

1. El camino oscuro hacia la verdad y el bien

      La historia humana, de cada persona y de cada comunidad, es fascinadora y dramática a la vez. Siempre se busca la verdad y el bien, con aciertos y con errores, con éxitos y con fracasos. Ni el cosmos ni el corazón humano, por sí mismos, son malos. Pero hay mucha debilidad y desorden en el corazón y en la mente. El hombre es, para sí mismo, un misterio deslumbrante y doloroso. "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS 22).

      Se busca la verdad y el bien con los cinco sentidos, con el pensamiento, la imaginación, la fantasía, la memoria y la voluntad. Esa búsqueda se traduce muchas veces en esperanza de conseguir el objetivo y en gozo de haberlo conseguido; pero también se convierte en el dolor de no alcanzar el bien deseado o en el temor de que otros nos lo arrebaten o de que se nos escurra entre las manos.

      Con toda esta carga de buena intención y de buena voluntad, ¡cuántos disparates y opresiones se comenten en todas partes y en toda época histórica! El arte, la música, la poesía, la narrativa, las costumbres y la reflexión filosófica, han dejado en cada pueblo constancia de esta realidad gozosa y dolorosa. No hay persona, familia e institución, que no tenga en su historia retazos de esta vida amasada de luces y sombras. Olvidar esa historia y esas ciencias "humanistas" en nombre de la tecnología y de la ganancia, equivaldría a construir una sociedad suicida.

      Cuando se ha alcanzado una verdad, es decir, una partecita de la luz, uno se siente tentado a pensar que es toda la verdad. Y cuando se ha conseguido, o mejor, se ha recibido un bien, frecuentemente uno se imagina que es el único bien. A veces se quiere imponer a los demás aquella parte de verdad y aquel fragmento de bien, sin respetar la verdad y el bien que ya existe en los hermanos.

      Si sucede que la velita encendida se apaga o que la flor se marchita, surge en el corazón el desánimo, la agresividad o la indiferencia. Entonces, en algunas épocas e instituciones, se prefiere soslayar los principios permanentes y los compromisos duraderos, reduciéndolo todo a lo útil, lo inmediato, lo eficaz. A eso le llaman algunos la "modernidad", con la sequela de tantas vidas y pueblos jóvenes convertidos en estropajos de una nueva esclavitud.

      El hombre que busca la verdad y el bien tiene que luchar contra corriente. En primer lugar es su propia debilidad, cansancio, desorden y egoísmo, porque se quiere "conquistar" y "domesticar", olvidando que la verdad y el bien existen antes que nosotros.

      La libertad humana se va construyendo en el seguimiento de la propia conciencia iluminada  por esa luz oculta que "alguien" ha impreso en nuestro ser más profundo. Esa libertad se fragua en la fidelidad. "La verdad os hará libres" (Jn 8,32). Es la libertad del Espíritu (cfr. 2Cor 3,17), que se demuestra tanto en el respeto a la parte de verdad y de bien que hay en los demás, como en el compromiso de seguir y de anunciar fielmente la luz recibida en el propio corazón.

      Los "pluralismos" son sanos y constructivos cuando nacen de la unidad (no uniformidad) del corazón, y tienden a construir la comunidad humana en la diversidad de dones, según la "comunión", como reflejo de la comunión de Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo, "supremo modelo de unidad" (SRS 40). Lo que no nazca de esta comunión trinitaria, es caduco, dispersivo y virulento.

      La búsqueda de la verdad y del bien, en todos los niveles, se convierte frecuentemente en una serie de "preguntas angustiosas" sobre el sentido de la vida, del trabajo, de la historia, del dolor, de la muerte y del más allá. En medio de grandes adelantes técnicos, el hombre se pregunta sobre sí mismo, "quiere conocer su intimidad espiritual, y con frecuencia se siente más incierto que nunca de sí mismo" (GS 4). "A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar" (GS 10).

      El hombre se experimenta a sí mismo como "una síntesis del universo" y, al mismo tiempo, superior a toda la creación. Es precisamente la búsqueda y el encuentro de la verdad, del bien y de la belleza lo que caracteriza al ser humano. "Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino" (GS 14).

      Esta "búsqueda y amor de la verdad y del bien" anidan en el corazón de cada ser humano (GS 15). El dolor nace de los errores y limitaciones en esta búsqueda, que, a veces, tienen consecuencias fatales para pueblos enteros. Sólo cuando el hombre se abre a Dios (no como adorno, sino como "alguien"), descubre la dignidad de todo ser humano si excepción. "Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventu­rada perfección" (GS 17).

      A la verdad y al bien, que tienen a Dios como fuente y que se reflejan en el hombre y en el universo entero, sólo se puede llegar a través del conocimiento de la propia realidad, tal como es, con sus luces y sombras: "que me conozca a mí, para que te conozca a ti" (San Agustín). En esta nuestra realidad, grandiosa y dolorosa, nos espera Cristo y nos repite hoy como hace veinte siglos: "quien me sigue no anda en tinieblas" (Jn 8,12). Por esto se puede decir que "el punto central de toda cultura lo ocupa la actitud que el hombre asume ante el misterio más grande: el misterio de Dios" (CA 24). "El punto culminante del desarrollo conlleva el ejercicio del derecho-deber de buscar a Dios, conocerlo y vivir según tal conocimiento... A este derecho va unido, para su ejercicio y profundización, el derecho a descubrir y acoger libremente a Jesucristo, que es el verdadero bien del hombre" (CA 29).

      Todos sistemas políticos, sociales y culturales, dicen buscar la verdad y el bien. A nadie se le ocultan los grandes éxitos de esas instituciones, como tampoco los grandes fracasos con las consecuentes tragedias para innumerables seres inocentes, individuos y pueblos. Unos buscan preferentemente el bien de la persona humana dejándole amplia "libertad" en el trabajar, poseer y negociar. Otros subrayan la prioridad del grupo ("sociedad") como fuente de igualdad y bienestar para todos.

      Las dos líneas son buenas, consideradas en abstracto, pero al ser tiznadas por el egoísmo personal o colectivo, han ido construyendo en los últimos tiempos dos sistemas opuestos, que atropellan por igual a personas y colectividades. "La sociedad de consumo... al negar su existencia autónoma y su valor a la moral y al derecho, así como a la cultura y a la religión, coincide con el marxismo en el reducir totalmente al hombre a la esfera de lo económico y a la satisfacción de las necesidades materiales" (CA 19; cfr. DM 11; SRS 41).

      Sólo Cristo, con su persona y su mensaje ofrece la "respuesta existencialmente adecuada al deseo de bien, de verdad y de vida que hay en el corazón del hombre" (CA 24). Su vida es la pauta de todo ser humano: "pasó haciendo el bien" (Act 10,38). "Es necesario iluminar, desde la concepción cristiana, el con­cepto de alienación, descubriendo en él la inversión entre los medios y los fines: el hombre, cuando no reconoce el valor y la grandeza de la persona en sí mismo y en el otro, se priva de hecho de la posibilidad de gozar de la propia humanidad y de establecer una relación de solidaridad y comunión con los demás hombres, para lo cual fue creado por Dios" (CA 41). Por esto, la Iglesia, al anunciar y testimoniar este mensaje cristiano, se presenta como "experta en humanidad" (PP 13), y "esto la mueve a extender necesariamente su misión religiosa a los diversos campos en que los hombres y mujeres desarrollan sus actividades, en busca de la felicidad, aunque siempre relativa, que es posible en este mundo, de acuerdo con su dignidad de personas" (SRS 41).

      El gran error en la búsqueda de la verdad y del bien consiste en hacer de esa búsqueda una posesión cerrada de un individuo o de un grupo. La verdad y el bien se resisten siempre al egoísmo, al quiste y a la secta. "La paz y la prosperidad son bienes que pertenecen a todo el género humano, de manera que no es posible gozar de ellos correcta y duraderamente, si son obtenidos y mantenidos en perjui­cio de otros pueblos y naciones, violando sus derechos o excluyéndo­los de las fuentes del bienestar" (CA 27; cfr. SRS 39 y 46).

      Es doloroso buscar la verdad y el bien, porque no siempre se encuentran con claridad y seguridad. Es doloroso poseerlos, porque hay que vivirlos a contracorriente. Es también difícil anunciarlos, porque no siempre se aceptan. Es siempre doloroso servir a la verdad y al bien, debido a nuestra debilidad y a la de los demás. A Cristo le condujo al Calvario el hecho de haber dado "testimonio de la verdad" (Jn 18,37). Ha habido y habrá siempre muchas vidas anónimas que han seguido el mismo camino. De la inmensa mayoría nadie sabe nada; pero sus vidas están escritas en el corazón de Dios Amor.

      Son muchas las lamparitas que se están consumiendo en hogares, escuelas, canteras, hospitales, misiones, servicios... A veces les azota dolorosamente el viento de la duda, de la incomprensión, de la contradicción, del aparente fracaso e incluso del escrúpulo y de la culpabilidad por los propios defectos. Pero es siempre hermoso "gastarse" para comunicar a otros la luz, la fuerza y el calor recibidos de Dios amor para compartirlos y para construir una familia de hermanos. Por esa fatiga del trabajo y del quehacer cotidiano, como expresión del amor, el hombre "se realiza a sí mismo... se hace más hombre" (LE 9).

 

2. Hermanos y acontecimientos: ¿silencio de Dios?

      Cada hermano que se cruza con nosotros en nuestro camino es una gracia. Cada acontecimiento de nuestra historia personal y comunitaria es una huella de Dios que viene a nuestro encuentro. En todo hermano y en todo acontecimiento, Dios nos da a su Hijo y se nos da a sí mismo: "Este es mi Hijo muy amado, escuchadle" (Mt 17,5). Pero esta realidad de gracia es "nube" oscura y "luminosa" a la vez. El gozo del encuentro va siempre acompañado de dolor y separación. El sufrimiento aflora a nivel personal, comunitario e histórico.

      Las cosas, los acontecimientos y los hermanos no son, en sí mismos, causa del dolor. Todo ello esconde un misterio más hondo que se nos quiere manifestar y comunicar. "El cristianismo proclama el esencial bien de la existencia y el bien de lo que existe; profesa la bondad del Creador y proclama el bien de las criaturas. El hombre sufre a causa del mal, que es una cierta falta, limitación y distorsión del bien. Se podría decir que el hombre sufre a causa de un bien del que él no participa, del cual es en cierto modo excluido o del que él mismo se ha privado" (SD 7)

      Todo hermano se realiza a sí mismo dándose. Para ello necesita un ambiente sereno de donación mutua: convivencia, familia, trabajo, sociedad. "El hombre... no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega de sí mismo a los demás" (GS 24). Pero este ideal tropieza con continuas limitaciones que se convierten en aristas dolorosas para todos. No siempre se consigue la propia donación ni siempre se encuentra la correspondencia necesaria en los demás.

      Lo que nosotros llamamos defectos de los demás (que pueden ser una "paja" en comparación de la "viga" de nuestros defectos), ordinariamente no son más que dones o cualidades atrofiadas o desenfocadas, que todavía podrían reorientarse si encontraran "paciencia", comprensión y amor. En los momentos de atropello y de frialdad glacial, todavía cabe el dicho de San Juan de la Cruz: "A donde no hay amor, pon amor y sacarás amor". Porque, en cualquier circunstancia, siempre se trata del "hermano por quien Cristo ha muerto" (Rom 14,15).

      Incluso cuando todo marcha bien, los hermanos pueden ser fuente de dolor. Entonces el sufrimiento es más agudo, como cuando tiene lugar la desaparición de un ser querido. Este sufrimiento más personal ayuda a vislumbrar el drama desconocido de tantas familias, que se ocultan en el trasfondo de todo accidente y de toda "desgracia".

      Las estadísticas que transmiten los medios de comunicación sobre guerras, atropellos, hambre, nuevas enfermedades..., no son meras cifras, porque cada persona y cada familia es irrepetible. Un joven que muere por efecto de la droga, de suicidio o de accidente de fin se semana, es una historia de dolor indecible, por lo menos en el corazón de una madre.

      El dolor puede ser más fuerte cuando se trata de la muerte de un "inocente". Si Cristo asumió como propia la muerte de los inocentes (mártires) de Belén, ¿no podrá hacer lo mismo con los millones de inocentes que no llegan a la aurora de la vida, que mueren de hambre o de enfermedad en los primeros años de su existir? Todos estos ejemplos de dolor existen en el "tercer mundo" y también en el "primero".

      Acostumbramos a contabilizar el dolor a partir de unas manifestaciones más llamativas: enfermedad, injusticia, muerte... Pero resulta imposible detectar el dolor más hondo de tantos niños hijos de familias rotas, y el sufrimiento de tantos jóvenes que no encuentran en la sociedad (y en la escuela) una razón válida para vivir, además de no encontrar una seguridad en el trabajo y en la convivencia humana. Ese dolor se procura ocultar tras el ruido, la prisa y la fuga, o también tras las ganancias y el bienestar de unos pocos; pero sigue martilleando en innumerables corazones.

      Hay un dolor de tipo muy personal e inalienable. Es como el ocultamiento de Dios en la vida de Job. Hay también un dolor de tipo más comunitario y colectivo, como en los acontecimientos históricos que atropellan pueblos enteros. Todo dolor puede llegar a momentos límites, que parecen silencio y ausencia de Dios. Si los dones de Dios desaparecen, ¿será porque el mismo Dios retira su amor? Es muy difícil dar el salto a la fe, que es gracia y don, para descubrir que Dios retira sus dones para darse él. ¿Cómo poder dar este "paso" hacia el corazón de Dios Amor?

      El sufrimiento sólo puede ser vencido por el amor. La cruz de la propia donación vence y transforma el sufrimiento. Descubriendo a Dios Amor en todo, también cuando nos retira sus dones, será posible dar el paso a la oblación: "Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; vos me lo distes, a vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta" (San Ignacio de Loyola, Contemplación para alcanzar amor).

      Esta actitud oblativa no significa huir del dolor, sino afrontarlo, como se debe afrontar cualquier realidad humana, para transformarla en donación. Este salto o "paso" cualificado sólo es posible en unión con Cristo, como inspirándose y apoyándose en su entrega al Padre: "en tus manos, Padre" (Lc 23,46). En esta oblación de Jesús se han inspirado todas las almas grandes: "Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre"... (Carlos de Foucauld). Otras alma grande añadía: "me entrego a tu amor, a tu bondad, a tu generosidad; has de mí lo que tú quieras, pero dame almas, muchas almas, infinitas almas. Dame almas de niños, de pecadores; dame todas las almas de los infieles... y yo te doy mi vida, mi corazón, mi ser todo entero. ¡Haz de mi lo que quieras!, mas déjame vivir y morir en tu amante Corazón, para que ahí se caldee el mío y pueda a mi vez calentar las almas que se acerquen a mí. Que todos te conozcan y te amen, es la única recompensa que quiero.  Que todos amen a tu Padre, al divino Consolador; que las almas todas conozcan la Trinidad Beatísima, por medio de tu Madre Inmaculada, Santa María de Guadalupe" (M. María Inés-Teresa Arias).

      No resulta fácil esta actitud de confianza activa y constructiva en manos de Dios Amor y de su "providencia", cuando las cosas humanamente no andan bien: "ya conoce vuestro Padre las necesidades que tenéis antes de que se las pidáis "(Mt 6,8); "hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados" (Mt 10,30). Se necesita mucha fe y mucha confianza para saber decir con convicción: "La Providencia lo puede todo" (San José Benito Cottolengo).

      La actitud más constructiva ante el dolor es la de afrontarlo con amor. Esa disponibilidad es sólo posible con la confianza incondicional en el Señor: dispuestos a convertirse en un vaso nuevo en manos del "alfarero" divino (Jer 18,6). Es la actitud filial, "como la del niño en manos de su madre" (Sal 130,2). Con esta confianza, se puede afrontar la vida con serenidad.

      Los acontecimientos, gozosos y dolorosos, se convierten en "signos de los tiempos", manifestativos de una voluntad de Dios que nos confía la historia para que la transformemos desde dentro, corriendo el mismo riesgo que han corrido todos los hermanos que nos precedieron. El problema verdadero consiste en discernir por dónde nos guía el corazón de Dios. Se trata de "escrutar a fondo los signos de nuestra época e interpretarlos a la luz del evangelio" (GS 4; cfr. GS 11,44).

      Anualmente, el último domingo de agosto, una multitud inmensa de familias con sus niños y enfermos, se congrega en el santuario de Nuestra Señora de Lanka (Colombo, Sri Lanka). Es el día anual del enfermo. A veces pasan de doscientas mil personas. Cada uno busca la ternura materna de Dios, manifestada a través de María y aplicada a la propia realidad. El año 1992, un joven enfermo de cáncer, humanamente incurable, al terminar la jornada dijo a su madre: "Mamá, ya estoy contento, porque sé que Dios me ama tal como soy".

      La acción amorosa va más allá de la enfermedad y de la muerte. Cristo resucitó a Lázaro, pero no resucitó a Juan Bautista. El martirio de Juan era más importante y necesario que la curación de un enfermo o la resurrección de un muerto, que después volvería a morir.

      Parece que Dios calla y está ausente, pero cuando uno está abierto al amor, le descubre siempre presente: "El Señor no está lejos... ama y le descubrirás cercano, que habita en ti" (San Agustín, Sermón 21).

 

3. El "misterio de la iniquidad"

      A nosotros nos parece más fácil comprender a Cristo como hermano que como "Redentor". Es el Hijo de Dios hecho hombre por amor: "de tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). Le podemos descubrir cercano a todo hombre que sufre, para sanar y también para perdonar. Cristo ha venido para destruir la raíz del dolor y de la muerte. Esa raíz es el pecado. Y ha venido como "Redentor", "para dar su vida en rescate por todos" (Mc 10,45; Mt 20,28).

      La fuente principal del sufrimiento es el pecado, es decir, la actitud negativa del hombre: encerrarse en sí mismo. De ahí provienen todos los males personales y comunitarios. Esa realidad negativa, como "misterio de iniquidad" (2Tes 2,7) anida en todo corazón humano, salvo en la Madre de Jesús, la Inmaculada (sin pecado original ni personal). Pero también ella, como Jesús, tuvo que sufrir las consecuencias del pecado de los otros.

      A Cristo no se le podría comprender como Verbo encarnado, hecho nuestro hermano, si no se le reconociera como Redentor. El "no tuvo ningún pecado" (1Pe 2,22), ni desorden alguno, pero asumió esponsalmente la realidad humana pecadora para transformarla desde la raíz: "cargó con nuestros pecados" (2Pe 2,24).

      Todo ser humano ha quedado envuelto en esta realidad pecaminosa de un corazón que, tendiendo siempre hacia la verdad y el bien, no obstante con frecuencia, se encierra en sí mismo por la soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza... Todos nos vemos tiznados de ese alquitrán. "Todos fallamos en muchas cosas" (Sant 3,2). "Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso, y su palabra no está en nosotros" (1Jn 1,10).

      Esta realidad de pecado, en nosotros y en los demás, es el origen de todos los atropellos. El sufrimiento principal no proviene de gente "mala", sino de hermanos que pueden ser mejores que nosotros y que se dejan llevar por algún brote de egoísmo. Muchos rechazos provienen de malentendidos y ofuscaciones debidas a "pequeños" defectos (crítica, difamación...). Nosotros mismos, con toda nuestra carga de buena intención, somos frecuentemente para los demás una fuente de sufrimiento.

      La historia humana es a veces triste debido a los atropellos de personas y de pueblos. Por más que cambiara el futuro de la humanidad, nadie podrá olvidar los horrores de tantas guerras y genocidios que han tenido lugar en todos los períodos históricos y en todas las "culturas". Se ha atropellado siempre al hermano más débil con la excusa de inutilidad, impotencia, incultura, imperfección racial... A veces es la venganza solapada que, bajo capa de castigar una injusticia del pasado, da origen a una cadena interminable de hechos violentos. "En la medida en que el hombre es pecador, amenaza y amenazará el peligro de guerra hasta el retorno de Cristo" (GS 78).

      El origen de todos estos males es un corazón dividido. "El hombre, creado para la libertad, lleva dentro de sí la herida del pecado original que lo empuja continuamente hacia el mal y hace que necesite la redención. Esta doctrina no sólo es parte integrante de la revelación cristiana, sino que tiene también un gran valor hermenéutico en cuanto ayuda a comprender la realidad humana" (CA 25). El mismo ser humano "siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad" (GS 10). El atropello actual de tantos pueblos subdesarrollados nace de un concepto egoísta del propio bienestar personal o colectivo, que abandona a los otros cuando ya han sido estrujados.

      En los inicios de la humanidad hay un hecho que es el origen de todo mal: el pecado "original" de nuestros primeros padres. La palabra de Dios ("revelación") nos atestigua este hecho. Los efectos de tal pecado continúan en el corazón de todo ser humano: "El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprue­ba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador. Al negarse con fre­cuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordena­ción tanto por lo que toca a su propia persona como a las relacio­nes con los demás y con el resto de la creación. Es esto lo que explica la división íntima del hombre. Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía, el hombre se nota incapaz de domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas" (GS 13; cfr. RP 15-18).

      Este "misterio de iniquidad" o de pecado se encuentra, de algún modo, en toda persona e institución. Aunque nos encontremos entre personas santas e instituciones que son medios y servicios de santidad y de amor, nunca podrá evitarse totalmente el sufrimiento. Me decía un fiel colaborador al despedirme para un viaje: "si a su regreso encuentra todos los problemas solucionados, es que ya habrá llegado al cielo"...

      En toda comunidad humana hay grandes cualidades y grandes defectos. Es siempre una historia de gracia mezclada con una historia de pecado y de egoísmo. Frecuentemente "todos buscan su propio interés, no el de Jesucristo" (Fil 2,21). El origen de tantos dramas es siempre la poca correspondencia a un don de Dios o la utilización de este don para el propio provecho. Esta actitud egoísta y unilateral, que se procura justificar hasta con palabras de la Escritura, produce el atropello de los hermanos.

      En el roce de puntos de vista contrastantes, la verdadera solución no proviene de la defensa a ultranza del propio parecer, por honesto que sea, sino de la atención al problema de los demás. Cuando se intenta, por encima de todo, solucionar y comprender el dolor de los otros, entonces se encuentra la verdadera solución para todos.

      Lo más importante es siempre hacer de la vida una donación. Los dones de Dios, en esta tierra, son pasajeros e incompletos, precisamente para que todo ser humano se realice amando, dándose. La pobreza de Belén y de la cruz, siendo, al mismo tiempo, el mayor atropello de la historia, se convierte en la epifanía de Dios Amor. Su Hijo, para redimirnos, "se anonadó" (Fil 2,7), y así pudo mostrar la característica más importante del amor de Dios: no tiene nada, para darse él mismo del todo.

      El Bto. Andrés Carlos Ferrari, cardenal arzobispo de Milán, mostró siempre un gran amor a la Iglesia y al Papa. Alguien le acusó de "modernista" y, como consecuencia, el Papa San Pío X no le quiso recibir. Ahora ambos son "santos" en el cielo... Todo fue providencial, para acrisolar la caridad de uno y de otro.

      Los santos se hicieron y se hacen a fuerza de yunque y martillo. Lo importante es descubrir la mano amorosa que los fragua, asiéndolos fuertemente para que no se hundan en su propia debilidad.

                                     * * *

                                RECAPITULACION

 

- La búsqueda de la verdad y del bien es un camino laborioso. No siempre se ven las cosas con perfecta claridad, ni se busca el bien con plena decisión, ni se poseen los bienes con seguridad absoluta. Oscuridad, debilidad y contingencia se entrecruzan con la luz, la decisión generosa y el deseo de llegar a los bienes definitivos.

 

- Esta oscuridad y debilidad humana en la búsqueda de la verdad y el bien, origina el dolor de la duda, del desaliento y de la inseguridad. La parte de verdad y de bien que ya se posee, tampoco llena el corazón humano creado para el infinito. No son los deseos los que originan el dolor, sino las limitaciones y el egoísmo en la búsqueda y en la posesión de la verdad y del bien. "Todos buscan su propio interés, no el de Jesucristo" (Fil 2,21).

 

 

- La posesión egoísta de la verdad y del bien produce rupturas y violencias entre individuos y comunidades. El servicio desinteresado de la verdad y la voluntad de compartir los bienes, originan frecuentemente una reacción de desprecio y de atropello hacia quien ha tenido el valor de servir así. Jesús fue crucificado por dar "testimonio de la verdad" (Jn 18,37).

 

- El gozo de la convivencia con los hermanos se transforma con frecuencia en el dolor de la separación. Los seres más queridos también se van hacia el más allá. Y las personas más admiradas y poderosas no siempre comprenden y comparten.

 

- Los acontecimientos son un tejido maravilloso de la historia humana. Lo más hermoso permanece desconocido. En la vida de cada persona y de cada pueblo, y en toda época histórica, hay acontecimientos de dolor que no tienen explicación humana convincente. Los atropellos dejan entrever su misterio sólo a través del mensaje evangélico. "Quien me sigue no anda en tinieblas" (Jn 8,12).

 

- El origen del dolor es el pecado del hombre. Todos llevamos dentro este misterio. "Todos fallamos en muchas cosas" (Sant 3,2). Existe el pecado original, del inicio de la historia humana, y el pecado personal que amenaza en todo corazón humano que ha llegado al uso de razón. Esos pecados han dado origen al desorden del universo, al odio entre hermanos y al atropello de innumerables inocentes.

 

- Querer "posesionarse" de las personas y de las cosas, "utilizándolas" según el propio antojo, es el origen de todo sufrimiento, en nosotros y en los demás. Es el "misterio de la iniquidad" (2Tes 2,7), que se va superando sólo con la aceptación del "misterio de la piedad" (1Tim 3,16) o misericordia de Dios manifestada en Cristo Redentor, que "cargó con nuestros pecados" (2Pe 2,24), porque "el Hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos" (Mc 10,45).

 

- La victoria sobre el sufrimiento sólo puede obtenerse a partir del amor a la verdad del misterio de todo hombre: "la verdad os hará libres" (Jn 8,32). Si el mundo salió de las manos y del corazón de Dios, como algo "muy bueno" (Gen 1,31), sólo podrá recuperarse volviendo a los planes salvíficos de Dios en Cristo, para reencontrar el primer rostro del hombre. El dolor se vence trascendiéndolo. Mientras queden en el corazón humano deseos de infinito y de trascendencia, el dolor tiene solución. La cruz de Cristo ha abierto un camino de Pascua.

Lunes, 11 Abril 2022 09:19

LA VIDA ES HERMOSA

Escrito por

 

 

 

 

          I. LA VIDA ES HERMOSA

 

          1. Abrir los ojos

          2. Deseos de verdad y de bien

          3. Ojos y corazón de niño

 

1. Abrir los ojos

     Es la invitación del Señor: "Observad los pájaros..., observad las flores" (Mt 6,26-28). Bastaría con abrir la ventana al clarear un nuevo día, para contagiarse de la belleza de la creación y de la bondad del Creador: "En tu luz podemos ver la luz" (Sal 35, 10). A veces, uno de los panoramas más bellos de la tierra es el que nos circunda; pero son sólo nuestros huéspedes quienes se enteran y nos lo hacen descubrir. Canto de pájaros, aroma y color de las flores, correr del agua, sonrisas de niños..., los puede haber en todas partes, si el hombre no lo impide.

     Es verdad que los pájaros picotean "nuestros" frutos y nuestras plantas. Al fin y al cabo, nosotros llegamos al mundo después de ellos, y tal vez les hemos desplazado de su propio ambiente. Un poco de agua, de trabajo y de calor humano, hacen brotar flores en cualquier desierto, aunque haya piedras e insectos y no dejen de brotar hierbas y espinas que no nos gustan.

     "La vida es hermosa, porque Dios es bueno". Así decía una abuelita cargada de años, de arrugas y de achaques, sentada en silla de ruedas y contemplando el panorama. Era su habitual acción de gracias a Dios por un nuevo día, y a las personas que, con caridad, le habían arrimado a la ventana para "distraerla" un poco.

     Luz y oscuridad, calor y frío, agua y tierra seca, aire puro y brisa vespertina, vida y hermanos, acontecimientos y días que transcurren veloces... "Todo es gracia" (Santa Teresa de Lisieux y Bernanos), todo es don de Dios, todo nos habla de él. Todo es "hermano sol", "hermana luna...hermana agua... hermana tierra" (San Francisco de Asís).

     Todo nos habla del "Amado". Si algo viene de su mano, es que también y principalmente procede de su corazón. Lo importante es el amor con que nos da las cosas y permite los acontecimientos. "Dios lo dio, Dios lo quitó. ¡Sea bendito el nombre del Señor" (Job 1,21); "si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal?" (Job 2,10).

     Abrir los ojos significa dejar hablar al corazón iluminado por la razón. Solamente si abrimos los ojos del amor, sin hacer cálculos de utilidad y eficacia inmediata, sabremos auscultar los latidos del corazón de Dios. Este mirar contemplativo nos hace descubrir a quien nos acompaña siempre dejando huellas de su amor: "Mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura, y yéndolos mirando, vestidos los dejó de hermosura" (San Juan de la Cruz).

     Hay que aprender a leer la creación: "¡Señor, Dios nuestro,

qué admirable es tu nombre en toda la tierra! Ensalzaste tu majestad sobre los cielos. De la boca de los niños de pecho

has sacado una alabanza... Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad; le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies"... (Sal 8). A pesar de las sombras de la noche, nosotros podemos participar de la mirada de Dios: "Vio Dios que todo era muy bueno" (Gen 1,31)).

     Jesús nos dijo que nuestro Padre Dios "hace salir su sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45). Las cosas siguen siendo de Dios Amor, como regalo de todos los días, recién salido de sus manos y de su corazón. El amor que Dios pone en sus cosas nunca se gasta ni se convierte en rutina. El secreto para descubrir ese amor consiste en el modo con que se estrenan o se usan las cosas.

     Para llegar a ver la "gloria" o realidad divina y humana de Cristo, como Verbo encarnado, hay que aprender a ver la "gloria" o epifanía del amor de Dios en las cosas, en los acontecimientos y en los hermanos. Cuando el discípulo amado dice que "hemos visto su gloria" (Jn 1,14), formula esta afirmación después de recordarnos que todo ha sido creado por Cristo y para él (Jn 1,3). Efectivamente, "Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura; en él fueron creadas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra... todo lo ha creado Dios en él y para él; Cristo existe antes que todas las cosas y todas tiene en él su consistencia" (Col 1,15-17).

     La lectura o análisis de la realidad humana sólo es posible a la luz del amor de quien han creado el universo y dirige la historia respetando la libertad del hombre. Otro tipo de "relectura" no pasaría de ser una caricatura o una quimera, capaz de producir tempestades y atropellos, y, por ello mismo, abocada al fracaso. Esos "vientos del desierto", que brotan de corazones divididos, son los que han producido y seguirán produciendo los grandes desastres de la historia.

     En el areópago de Atenas rechazaron a Pablo porque, al presentar a Cristo resucitado, afirmaba que todas las cosas son buenas, incluso el ser humano en su corporeidad, puesto que en Dios "vivimos, nos movemos y somos" (Act 17,28). La verdadera hermosura de las cosas sólo se capta por un proceso de "conversión", como lavándose los ojos, para ver y adherirse a Cristo, "luz del mundo" (Jn 8,12), el Hijo de Dios hecho hombre que ha muerto y resucitado, centro de la creación y de la historia. Jesús nos ayuda a abrir y purificar los ojos, mezclando su "saliva" con nuestro barro (Jn 9,6), su mirada con la nuestra, su "agua viva" con nuestra agua. Entonces nuestra agua se hace hermana de "la luz".

     Hay que aprender a ver las cosas y a visitar las ciudades en los días en que no hay prisas ni angustias. Entonces todo parece más bello; pero no es distinto de cuando nos encontramos en nuestro caminar cotidiano.

     La cultura de un pueblo y de sus habitantes es una actitud relacional hacia las cosas, las personas y el más allá. Esta postura se expresa en el lenguaje, costumbres, arte, música... Las expresiones más bellas de una cultura se encuentran allí donde es más auténtica la convivencia con los hermanos y la relación de confianza y unión con el Creador. Entonces las personas se sienten amadas y capacitadas para un amor de retorno.

     Cuando a un pueblo se le quiere quitar su relación con Dios, entonces la existencia humana parece un absurdo, se deshumaniza, hasta el punto de perder el sentido de admiración por las cosas y anular el respecto a la vida de los inocentes y de los más débiles. La convivencia humana se apaga cuando, por ansias de ganancia y de dominio, se estimulan las reacciones de egoísmo personal y colectivo. Ya no se escucha al hermano que sufre ni se descubre la hermosura de la creación. Las ansias desenfrenadas de tener, poseer y disfrutar, atrofian los sentidos y el corazón. El "cosmos" no revela su hermosura y su bondad a los que abusan de él. Nos falta el "asombro por el ser y por la belleza que permita leer en las cosas visibles el mensaje de Dios invisible que las ha creado" (CA 37).

     Quien no sabe apreciar y saborear los dones de Dios, no se sentirá amado ni capacitado para amar en el momento del sufrimiento. Las flores, como todos los demás dones pasajeros, se marchitan. El amor que Dios puso en esos dones, no pasa nunca. El dolor en el momento de perder un don de Dios, se puede convertir en el encuentro con el mismo Dios. El nos da sus dones para que aprendamos a recibirle a él. La cruz es el camino para pasar del don, al Dador de todo bien. En esta aparente "ausencia" de Dios, se descubre una presencia misteriosa, más honda y amorosa.

     En un país martirizado por violencias y atropellos, todavía se podía observar en las conversaciones la alegría de un servicio prestado con sudor a los hermanos. Era de noche. Se oyeron unas explosiones y desapareció la luz. Alguien comentó: "¡qué bella es la naturaleza de noche, sin luz artificial". La vida es siempre hermosa porque Dios nos ama tal como somos, para manifestarnos cada vez más quién es él. Hay que abrir los ojos de la fe, que es don de Dios y que la ofrece a todos por medio de su Hijo Jesús, el crucificado.

 

2. Deseos de verdad y de bien

     A pesar de los claro-oscuros y de los nubarrones y tormentas, la historia humana también es hermosa. No siempre es la historia que se narra en los libros, sino la de tantas vidas anónimas de tantos buscadores y agentes de la verdad, del bien y de la belleza.

     En cada epidemia y en toda degradación cultural, se encuentran personas que dan la vida por los hermanos. En todo atropello y en cada guerra hay hermanos que lo arriesgan todo por los que sufren. En toda biblioteca y laboratorio hay huellas de personas que han buscado sinceramente la verdad y el bien. Cada ser humano es una historia de amor. Siempre ha habido errores y males, y los seguirán habiendo. Pero han sido siempre más los destellos de la verdad y la búsqueda apasionada de un bien definitivo, trascendente y perdurable.

     Es hermosa la verdad que aparece en las criaturas. Todas ellas, por ser pasajeras o contingentes, dejan entrever una verdad infinita de un Creador que es infinitamente bueno. A esa Verdad con mayúscula, nunca se llega del todo en esta vida. Las ciencias y las artes, cada una a su modo, buscan esa verdad hermosa que da sentido a nuestra vida pasajera. Si el hombre dejara de buscar, la vida ya no tendría sentido. La búsqueda es ya un encuentro, aunque todavía no definitivo.

     La verdad es hermosa y se va mostrando como bien, en cuanto modela nuestras vidas como donación. No hay nadie que no busque la verdad y el bien; pero muchas veces se interpone el error y el mal, por nuestra debilidad y malicia. El "corazón" y la conciencia nunca acaban de apagarse del todo. "Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta encontrarte a ti" (San Agustín).

     Hacen sufrir el error y el mal, pero siempre se puede entrever un destello de la verdad y del bien. Aquel joven que guardaba los mantos de quienes apedreaban al diácono San Esteban (Act 7,58), vivía en la convicción de que sus gestos y sus compromisos para destruir a los cristianos, eran algo legítimo y bueno. Pero en él también estaba Cristo esperando, dejando sus huellas, como "cansado del camino" y sediento de su corazón (Jn 4,6ss). Se necesitó el sufrimiento y la muerte de Esteban para que Saulo encontrara la Verdad en Cristo.

     Hay momentos históricos en que se intenta mutilar la verdad y el bien. A veces parece como si se desterraran las verdades y principios permanentes, así como los compromisos de donación y de moralidad para toda la vida. Se quisiera algo fluctuante, útil, funcional, eficaz, inmediato... Pero el corazón no se satisface con verdades a medias, ni con bienes parciales. Si la conciencia no está bien formada y la conducta no corresponde a sus indicaciones, el corazón humano no encuentra la paz.

     El hombre verdaderamente científico, a pesar de las apariencias, busca siempre la verdad entera, aunque centre la atención en un solo aspecto. Por esto nunca se opondrá a otras perspectivas y búsquedas "parciales". El día en que en nombre de la "ciencia" y de la "cultura", se quisiera eliminar la trascendencia y a "quien" la personaliza, la vida no tendría sentido. La verdadera causa de mucho delitos y crímenes hay que buscarla en la siembra de ideologías sin fundamento ético. A veces las víctimas son castigadas; pero los fautores de esas ideas acampan por sus anchas en cátedras, senados y medios de difusión.

     La búsqueda de la verdad y del bien produce dolor y gozo a la vez. Es el misterio de la vida, que todos han experimentado desde la niñez, tanto el campesino que espera y prepara la cosecha, como el investigador de conceptos o de seres concretos. Siempre queda un destello de verdad y de bien, que dan sentido a la existencia. Es fuente de gozo el encontrar sentido al caminar.

     Es siempre hermoso descubrir en los ojos de un niño, en el rostro de un joven y en las manos y gestos de un adulto, unas ansias de infinito, que no se pueden saciar con ninguna alienación: drogas, ideologías baratas, frases atrayentes, ganancias fáciles, éxitos inmediatos, bienestar procedente de atropellos... En la vida de cada ser humano hay unas huellas de verdad infinita y de bien verdadero, "una aspiración más profunda y más universal" (GS 9).

     Nuestra época histórica es también hermosa, con esa hermosura de una verdad y de un bien que se quieren auténticos. "Nuestro tiempo es dramático y, al mismo tiempo, fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de ir detrás de la prosperidad material y de sumergirse cada vez más en el materialismo consumístico, por otro lado, manifiestan la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración... se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización" (RMi 38).

     Sólo en Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6), se podrá descifrar el misterio del hombre. "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona" (GS 22).

     La búsqueda de la verdad y del bien es una actitud "contemplativa", que quiere "ver" (theorein, theoria) a "Alguien" escondido detrás del velo que separa y une lo contingente y lo transcendente. Si Dios no pasa de la cabeza al corazón, el hombre se sentirá desorientado y no logrará superar la debilidad, el error y el mal. "Hasta ahora (decía una joven universitaria) yo tenía a Cristo en mi cabeza; ahora me siento feliz porque lo comienzo a tener en mi corazón".

     El gozo de San Agustín por haber encontrado a Cristo verdad y vida, fue fruto de una búsqueda dolorosa: "¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre esas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo... Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera" (Confesiones).

     En un curso de renovación para formadores (Argentina), los participantes comentaron la calidad de la leche servida en el desayuno, precisamente un día en que faltó porque las vacas estaban "mañosas"... Entonces tomaron conciencia de la hermosura de los pastos y del servicio escondido de tantos trabajadores y servidores, que hacían posible el sabroso desayuno del despuntar del día. La verdad y el bien se encuentran a cada paso, en momentos de gozo y de dolor, como la "sabiduría" esperando a la puerta de nuestra casa (Sab 9,1; 8,16).

 

3. Ojos y corazón de niño

     La inocencia de los niños se abre a la vida y al amor, que ellos buscan esperanzados con su mirada, sus manos, su boca y todo su ser. Para ellos "todo es bueno" y verdadero, como para Dios al inicio de la creación (Gen 1,31). Las limitaciones de la vida les van desengañando, pero queda siempre en el corazón una convicción honda de que esas aspiraciones no eran pura ficción.

     Se necesitan ojos y corazón de niño para ver la verdad y encontrar el bien, más allá de la oscuridad y de las espinas. La afirmación de Jesús sigue siendo válida: "si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos" (Mt 18,3).

     Jesús habló de "renacer de nuevo por el agua y el Espíritu" a una vida que viene de Dios (Jn 3,5). Al inicio de la creación, todo brotó del corazón de Dios, de su palabra y de "su Espíritu que se cernía sobre las aguas" (Gen 1,2). De parte de Dios, las cosas no han cambiado. Ha sido más bien el hombre quien ha cegado su vista y manchado sus manos y su corazón, contagiando de este mal egoísta a toda la creación. Hasta los pájaros huyen del hombre y casi todos los animales desconfían de él. Ahora las cosas ocultan, con frecuencia, su belleza. La verdad y el bien, como reflejo de Dios suma Verdad y sumo Bien, no siempre se reflejan en el corazón y en la vida humana. Pero Dios no ha retirado ni su presencia ni su amor.

     Los "santos" son los verdaderos niños, y "de ellos es el Reino de los cielos" (Mt 19,14), porque "los limpios de corazón verán a Dios" (Mt 5,8). La "infancia espiritual", de que hablan los santos, es una actitud recia ante el dolor y la cruz, a modo de actitud filial de confianza y audacia. Sólo esos santos han podido descubrir vivencialmente que "todo es gracia", epifanía y cercanía de Dios. Ellos han podido decir de verdad lo que nosotros también decimos muchas veces: "creaste todas las cosas con sabiduría y amor" (Prefacio del 4º canon).

     Los santos fueron recuperando las cualidades de la niñez sin contagiarse de sus defectos ni caer en los enredos y sofismas de los mayores. Esa actitud filial sólo es posible por un proceso de imitación y de configuración con Cristo. En el diálogo con Dios y en el camino hacia él (camino de perfección), la vida se va simplificando y se expresa en un "Padre nuestro" pronunciado y vivido con Cristo y en el Espíritu Santo.

     La transparencia y serenidad de los santos es fruto de un proceso de filiación divina a imitación de Cristo. Es el gozo de ver en todo el amor del Padre. Pero esa actitud filial no es una conquista, sino un don del Espíritu Santo. "En aquel momento, Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y se las has dado a conocer a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien" (Lc 10,21).

     Algunos han hablado de volver a la justicia original y cualidades del paraíso terrenal perdido. Propiamente se trata de volver, con creces, a la actitud filial que unificaba el corazón para ver en todo una presencia amistosa de Dios (Gen 3,8). La debilidad natural y las inclinaciones desordenadas seguirán siendo una realidad hasta el día de la muerte, salvo privilegio especial como en el caso de la Virgen Inmaculada. Pero lo más importante es la configuración y sintonía con los sentimientos y amores filiales de Cristo. Entonces se recupera el verdadero "yo", que fue creado a imagen de Dios y que ahora puede participar en la filiación divina de Cristo (Ef 1,5).

     Sólo esos "niños" grandes, que son los santos, ven el camino que hay que seguir para salir de los enredos que hemos fabricado los "mayores" y que nos convierten en fuente de sufrimiento. San Nicolás de Flüe (1417-1487), siguiendo una llamada de Dios, dejó familia, posesiones y empleo político, contra toda lógica humana, en un país (Suiza) dividido por la guerra. Al cabo de unos años, en los que él unificó su corazón, pudo dar, a sus amigos los políticos, la solución para terminar la tragedia y las divisiones del país: la paz y la unidad se inspiran siempre y sólo en Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Inesperadamente se siguió la paz y la unificación del país. Desde entonces, la Constitución suiza comienza inspirándose en la comunión de la Trinidad. Nicolás de Flüe llegó a esa eficacia evangélica partiendo de un proceso de purificación y unificación: "Señor, vacíame de mí, lléname de ti y haz de mi un don para ti". Sólo ese don trascendente y unificador es verdadera donación a los hermanos.

     Para descubrir el lado bueno de las cosas y los destellos de verdad y de bondad que todavía quedan en cada ser humano, hay que saber mirar a Cristo crucificado: "mirarán al que traspasaron" (Jn 19,37). En su mirada amorosa, cada ser creado recobra su identidad. Pero hay que compartir la misma vida de Cristo para saber mirar y amar como él. Su cruz indica las pistas para descubrir en todo una epifanía de Dios Amor.

     Para un corazón de "niño", la vida sigue siendo hermosa, porque todavía queda espacio para lo mejor: "la entrega sincera de sí mismo a los demás", como expresión de "la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y la caridad" (GS 24).

     "Alguien", que nos ama desde siempre, ha dejado sus huellas invisibles en nuestro caminar humano. Sólo un corazón unificado por el amor las sabrá descubrir. El obispo de Cantón (D. Tang) estuvo veintitrés años en la cárcel; algunos años sin ver a nadie, y los demás sin poder leer nada, mientras, al mismo tiempo, se le procuraba "lavar el cerebro" de toda idea trascendente. Un día vio caer una hojita seca y se les acabaron las dudas: si la hojita se cae es que no tiene vida por sí misma; pero, sobre todo, porque una hojita recién caída del árbol no deja de ser una historia de amor de Dios por cada ser humano. Sólo el sufrimiento pasado por amor y compartido con Cristo, puede hacernos abrir los ojos a la verdad integral.

     Cuando los dones de Dios se van consumiendo, es que es el mismo Dios que se nos quiere dar en persona. Esa pedagogía paterna de Dios es dolorosa, porque se trata de crecer en nuestra actitud filial. Crecer es siempre dejar algo en lo que nos habíamos instalado.

                             * * *

                         RECAPITULACION

 

- Los cristianos llamamos "cruz" al sufrimiento transformado en donación. Las dificultades se transforman amando al estilo de Dios Amor, que "hace salir su sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45).

 

- El punto de partida para "comprender" y vivir la "cruz es tomar conciencia de que Dios es bueno y que todas las cosa que él creó son buenas y hermosas (cfr. Gen 1,31).

 

- Abrir los ojos y el corazón al amor es un proceso doloroso, que hemos de emprender nosotros colaborando con la acción curativa de Dios sobre nuestra debilidad y nuestras llagas. La "conversión" como proceso de "adhesión plena y sincera a Cristo y a su evangelio mediante la fe" (RMi 46), es camino de renuncia, para llegar al gozo de sentirse amado y capacitado para amar.

 

- Los salmos, leídos y recitados en unión con Cristo, reflejan actitudes humanas ante todas las realidades gozosa y dolorosas de la vida. Siempre apuntan a la serenidad de la esperanza, porque todo es historia de salvación.

 

- La búsqueda de la verdad y del bien es siempre dolorosa y gozosa. Es la búsqueda que da sentido a la existencia humana. Hay que aprender a gozar honestamente de los dones de Dios, para que, cuando falten, le descubramos a él que se nos da.

 

- La solidaridad con el gozo y el dolor de los hermanos es el modo como todo creyente y toda comunidad eclesial expresa su sintonía con el amor de Cristo. "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia" (GS 1).

 

- En todo conflicto histórico de sufrimiento hay innumerables vidas anónimas de hermanos que se consuman en la donación. No hay ningún gozo humano superior a esa felicidad de vivir,sufrir y morir amando  Dios y a todos los hermanos sin distinción. Esa realidad escondida no aparecerá nunca en nuestras publicaciones, porque es "una vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3).

 

- La curación de nuestra ceguera es dolorosa. "Penetré en mi interior, siendo tú mi guía... fortaleciste la debilidad de mirada" (San Agustín, Confesiones). Entonces se experimenta que la vida merece vivirse.

 

- La hermosura y bondad de las cosas produce nuestro gozo cuando dejan entrever una trascendencia definitiva. El dolor nace del "paso" de la contingencia a la trascendencia. El mismo Dios amor, que nos da sus dones para descubrirle a él, nos retira esos dones para dársenos él. Nuestro ser no está preparado para esta donación definitiva. Sufrimos por ese "paso", que no entendemos. Sólo la fe, la esperanza y la caridad (pensar, sentir y amar como Cristo) transforman el dolor en "paso" o camino "pascual". "Nosotros, los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, suspirando porque Dios nos haga sus hijos y libere nuestro cuerpo. Porque ya estamos salvados, aunque sólo en esperanza" (Rom 8,23-24).

 

- Los deseos no son propiamente la fuente del dolor, sino los bienes pasajeros que quieren acaparar nuestros deseos. Buscamos siempre la verdad y el bien a través de sus huellas pasajeras. El corazón está desorientado cuando se centra en esos bienes, olvidando a quien los ha creado por amor. Orientar el corazón con sus deseos equivale a una negación de todo lo desordenado, para abrirse a la verdadera felicidad. Esta "orientación", por parte nuestra y por parte de la Providencia divina, es dolorosa. "Niega tus deseos y encontrarás lo que desea tu corazón" (San Juan de la Cruz, Avisos).

 

- Cruz es la "subida" al monte de Dios, por medio de la "noche oscura", pasando de la "nada" al "Todo"; "bástele Cristo crucificado" (San Juan de la Cruz). Es "ordenar la vida según el amor" (Santo Tomás), para poder construir la historia amando. La vida es hermosa porque siempre se puede hacer lo mejor: amar.

                        EL CORAZON SACERDOTAL DE CRISTO

                    EN LA VISION DE LA CRUZ DEL APOSTOLADO

 

                                                                          Juan Esquerda Bifet

 

(Sumario)

 

Introducción

 

1. El misterio sacerdotal de Cristo desde sus "sentimientos"

 

2. Los amores más profundos del Corazón Sacerdotal de Cristo. Dimensión trinitaria

 

3. Los "sacerdotes" en el Corazón Sacerdotal de Cristo

 

4. Identidad sacerdotal: Sentirse realizado en el Corazón Sacerdotal de Cristo

 

5. En el "hoy" del Corazón Sacerdotal de Cristo, hacia las nuevas singladuras de la espiritualidad sacerdotal

 

A modo de conclusión

 

                                               * * *

 

Introducción

 

        La invitación evangélica, de "mirar al que traspasaron" (Jn 19,37; cfr. Zac 12,10), es el momento culminante de una línea que cruza todo el evangelio de Juan. Se trata de "ver la gloria" de Jesús (Jn 1,14; 2,11) o, como dirá Juan en su primera carta, "ver" en toda su realidad al "Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss).

 

        En su costado abierto (como término análogo de su corazón), el discípulo amado (que había reclinado su cabeza sobre su pecho: Jn 13,23-25) quiere resumir el símbolo de su amor sacrificial, al que hay que mirar con fe (Jn 19,34-37), para descubrir allí la fuente del "agua viva" (Jn 7,37-39). "Sangre" indica una vida donada en sacrificio; "agua" es el símbolo de la vida nueva en el Espíritu (cfr. Jn 3,5; 7,39). Jesús resucitado, al aparecer a sus discípulos, comunicó el Espíritu Santo mostrando sus manos y su costado abierto (cfr. Jn 20,20-22.27). "Del costado de Cristo, muerto en cruz, nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC 5).

 

        Mi reflexión sobre el Corazón Sacerdotal de Cristo quiere ser una "lectura" del acontecimiento salvífico del costado abierto del Señor, a partir de su amor sacerdotal oblativo manifestado en la última cena: "Yo me inmolo por ellos" (Jn 17,19).

 

        Se ha escrito mucho sobre el Corazón de Cristo y también sobre este mismo Corazón en su dimensión sacerdotal. Iré recogiendo en las notas los mejores estudios actuales sobre el tema, aprovechando sus aportaciones teológicas.[1]

 

        Mi estudio se basa principalmente en una lectura detallada del libro de Concepción Cabrera de Armida, A mis sacerdotes. De ahí el título completo de mi aportación: "El Corazón Sacerdotal de Cristo, en la visión de la Cruz del Apostolado".[2]

 

        Puedo ya anticipar, como resumen de mi estudio, que este Corazón inmolado corresponde a la realidad de Cristo, el "Sacerdote misericordioso y fiel" de la carta a los Hebreos (cfr. Heb 2,17). Es el "Corazón manso y humilde", según las mismas palabras del Señor (Mt 11,29). Precisamente por ello, es Corazón Sacerdotal que puede exigir a "los suyos" (Jn 13,1) una donación de totalidad.

 

        Por el hecho de manifestarse con una donación amorosa de "dar la vida" (Jn 15,13), puede exigir a sus "amigos" un amor total de retorno: "Permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Su inmolación es una mirada amorosa y suplicante al Padre: "Santifícalos en la verdad" (Jn 17,17).

 

        Como es sabido, el libro A mis sacerdotes recoge las inspiraciones, a modo de "confidencias" o comunicaciones, del Corazón de Jesús a Concepción Cabrera de Armida, desde el 23 de septiembre de 1927 hasta el 28 de enero de 1931. Las principales "confidencias" sobre el sacerdocio las recibió Conchita a partir de los Ejercicios Espirituales (Morelia), dirigidos por Mons. Luis M. Martínez y que tuvieron como tema: "El interior del Corazón de Jesús". El arzobispo de México le había indicado también el objetivo concreto de estos Ejercicios: "Entrega total a la divina voluntad, dispuesta a todo".[3]

 

        Las "confidencias" del Corazón Sacerdotal de Cristo han de interpretarse a la luz de su amor, que examina continuamente a "los suyos" sobre la entrega sacerdotal. Tienen, pues, un valor permanente. Pero su interpretación concreta está condicionada por los defectos y virtudes de los apóstoles de una época (1927-1931) y de una geografía concreta (México), aunque con perspectiva de universalismo eclesial, más allá del tiempo y del espacio circunstanciales. La naturaleza humana es básicamente la misma, con sus luces y sombras, en todas las culturas, latitudes y épocas históricas. El objetivo amoroso de la Encarnación del Verbo es siempre universalista: "Pedí a mi Padre bajar a la tierra para unificar el amor de las creaturas con el Suyo" (C.C. 60,55).

 

        El sacerdocio de Cristo y el sacerdocio ministerial, participado por el sacramento del Orden, aparecen en las "confidencias" no por medio de una sistematización de conceptos, sino desde los amores del Corazón Sacerdotal de Cristo. Precisamente por esta perspectiva del "Corazón", siempre en relación con la Cruz, el sacerdocio de Cristo y el nuestro se inserta, en el amor de Cristo a las almas, es decir, a la Iglesia esposa y a la humanidad entera.

 

        En este sentido, las "confidencias" van dirigidas, en realidad a todo creyente sensible respecto a los amores de Cristo Sacerdote, aunque la publicación pueda haber sido reservada a los sacerdote ministros. El sacerdocio es un don del amor del Corazón Sacerdotal de Cristo a toda su Iglesia. Las "almas sacerdotales" lo comprenderán mejor.

 

        En mi reflexión y estudio, me voy a ceñir a las exigencias sacerdotales que derivan de estas "confidencias", pero derivando a un "hoy" sacerdotal. Me refiero a la novedad evangélica que brota permanentemente del Corazón Sacerdotal de Cristo, como actualización de su oración sacerdotal y de su oblación en la Cruz.[4]

 

 

1. El misterio sacerdotal de Cristo desde sus "sentimientos"

 

        En el evangelio, Jesús habla de su Corazón para resumir sus actitudes internas manifestadas en su actuación externa: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). Los sentimientos de Cristo se van expresando de diversas maneras: compasión (Mt 15,32), admiración (Mt 8,10), gozo y agradecimiento (Lc 10,21), queja por incredulidad (Mt 15,8-9), tristeza (Mt 26,37-39), amistad (Jn 15,13-16), invitación a creer (Jn 20, 27-29).

 

        En las "confidencias", el misterio sacerdotal de Cristo aparece en todos sus elementos esenciales: es Dios y hombre, el Verbo Encarnado y, por ello mismo, Salvador, Redentor, Mediador. Su ser, de Dios hecho hombre, se expresa en su obrar, especialmente por su victimación. Es Sacerdote y Víctima.

 

        Estas realidades sacerdotales van aflorando desde las vivencias del Corazón de Cristo. Parece como si se recordaran momentos evangélicos en los que Cristo muestra su "compasión" (Mt 15,32) y también su "gozo" (Lc 10,21). Quien lee las "confidencias", reconoce sus propios defectos (al menos en su raíz) y se siente invitado a entrar en el Corazón de Cristo o a meter su mano en él como Santo Tomás (cfr. Jn 20,27).

 

        La realidad del Corazón Sacerdotal de Cristo se expresa como victimación perfecta, en cuanto que es el Corazón de Dios hecho hombre. Cristo tiene "Corazón de hombre", pero con un amor "divinizado por el Verbo eternamente". De esta realidad, Jesús tiene conciencia "desde el primer instante de la Encarnación", precisamente para poder asumir el "papel de víctima".[5]

 

        Es Corazón divino: "Ha llegado el tiempo de hacer brillar la Divinidad de mi Corazón". Pero es el Corazón del "Verbo hecho carne". Por esto se invita a un "conocimiento interno" de este Corazón:

 

        "Ha llegado el tiempo de hacer brillar la Divinidad de mi Corazón; de hacer amar más y más al Verbo hecho carne... Ha llegado el tiempo de desarrollar en toda su plenitud el conocimiento interno de mi Corazón... No es conocido en todas su fibras mi Corazón... Mis sacerdotes transformados en Mí, conocerán en toda su extensión, las intimidades dolorosas y tiernas de mi Corazón divino para darlas a gustar a las almas" (A mis sacerdotes, cap. LXX).

 

        Por tratarse del Corazón del Verbo encarnado, es un "volcán de fuego divino", que encierra "abismos de ternura" (ibídem, LXI). Es el "Corazón de Dios-hombre", que entrega sus "amores", es decir, "las almas" a los sacerdotes para que cuiden de ellas (ibídem, LXXX).

 

        Por ser Corazón humano, puede sentir "penas íntimas, delicadas e internas" (ibídem, XIV). En él "caben todas las ingratitudes", pero también "todos los afectos para agradecerlos" (ibídem, LXXIII).

 

        Ese Corazón Sacerdotal, divino y humano, sorprende por su "misericordia infinita" (ibídem, CIX). A ese Corazón, abierto en la Cruz, hay que mirar para dejarse cautivar por él:

 

        "¿Qué, no dejé romper mi Corazón sólo para manifestar mi amor y para que cupieran ahí los hombres y se salvaran con mi ternura?" (A mis sacerdotes, cap. CX).[6]

 

        Así es el Corazón de Cristo Sacerdote, lleno de amor divino y humano, expresado en ternura que exige totalidad:

 

        "Es preciso enseñar más intensamente, a amar mi Corazón en todas sus propiedades; su amor humano, pero derivado del amor divino; a enseñar a las almas lo más íntimo de mi Corazón de amor, sus dolores... divinizados y salvadores. En mi Corazón, sólo su forma y sus latidos es lo que tiene de hombre, aunque divinizado; pero sus dolores redentores son divinos; su vergüenza ante el Padre celestial al querer cubrir la humanidad culpable es divina" (A mis sacerdotes, cap. LXX).

 

        "En mi Corazón, cupo el amor divino con el amor humano, el amor de un Dios con todo el purísimo amor del hombre!" (ibídem, cap. CXII). "Yo en el sacerdote soy el que me inmolo" (ibídem, LXXI).

 

        María es siempre el trasfondo materno de este Corazón Sacerdotal: "Desde aquel instante (Encarnación), la Madre Virgen no ha cesado de ofrecerme a Él (al Padre) como Víctima venida del cielo para salvar el mundo...Me alimentó para ser Víctima y consumó la inmolación de su alma al entregarme para ser crucificado... Siempre María me ofreció al Padre, siempre desempeñó cierto papel sacerdotal, al inmolar su Corazón inocente y puro en mi unión" (A mis sacerdotes, cap. XCVI).

 

 

2. Los amores más profundos del Corazón sacerdotal de Cristo. Dimensión trinitaria

 

        El cruce de "miradas" entre el Padre y el Hijo deriva hacia la expresión personal en el Espíritu Santo, cerrando el círculo de la Trinidad en la máxima unidad de Dios Amor.

 

        De esta vida trinitaria deriva el amor a la humanidad entera y al hombre concreto en toda su integridad ("las almas"). Ese amor se concreta especialmente en la Iglesia entera como esposa y partícipe del sacerdocio de Cristo. Y de modo todavía más particular, ese amor se manifiesta hacia quienes, como sacerdotes ministros, son, en el tiempo, la prolongación personal de Cristo Sacerdote. Todo proviene de la unidad amorosa de la Trinidad y todo camina hacia la participación en ella por el proceso de santidad.

 

        De este cruce de miradas se desprende el sentido sacrificial de "dar la vida" (cfr. Mc 10,45; Jn 10,15; 15,13; 17,19) como clave para entender el Corazón abierto en la Cruz.[7]

 

        En las "confidencias", el lector se siente sumergido en la oración sacerdotal de Cristo durante la última cena. Es oración dirigida al Padre, en el amor o "gloria" del Espíritu Santo, para el bien de "los suyos". Parece como si el gozo más profundo de Cristo se resumiera en esta expresión: "Los has amado como me has amado a mí" (Jn 17,23).

 

        En la oración sacerdotal, Jesucristo habla de su amor al Padre en el Espíritu Santo, de su amor a la Iglesia y a todas las almas, de su amor de predilección a sus sacerdotes, para llevar a toda la humanidad a la participación del misterio trinitario: "Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21).

 

        Los amores del Corazón Sacerdotal de Cristo, por expresarse en el cruce de miradas entre el Padre y el Hijo (con la consecuente expresión "personal" del Espíritu Santo) y por asumir responsablemente la suerte de la humanidad entera, se convierten en un martirio victimal: "Éstos son dos martirios de mi ternura, mi Padre y el hombre" (A mis sacerdotes, cap. II).

 

        Este amor del Corazón Sacerdotal de Cristo, que busca glorificar al Padre y salvar las almas, es fuente de su dolor: "Mis anhelos de sufrir que no se han agotado, por la fiebre que aún consume mi Corazón de amor de glorificar al Padre y de darle almas.... El amor y el dolor que no pueden separarse, porque ambos forman la sustancia de mi Corazón" (ibídem, LXII).

 

        La inmolación sacerdotal de Cristo en la Cruz consiste principalmente en este amor de su Corazón, que alcanza los frutos de la redención: "Le muestro (al Padre) en favor de los sacerdotes y de mi Iglesia, mi Corazón herido, le hago sentir lo que Yo siento en favor de mis ministros culpables... Le presento al Sacerdote eterno, del cual participa mi Iglesia santa. Esta fibra lo conmueve, lo desarma" (ibídem, CXIII).

 

        Esta realidad íntima del Corazón Sacerdotal de Cristo se hace vivencia en el mismo sacerdote:

 

        "Yo soy el sacerdote quien mira a mi Padre" (A mis sacerdotes, cap. II).

 

        "Siempre he llevado en mi Corazón esa fibra santa y fecunda de mi Padre, mis sacerdotes... y en esa mirada eterna (del Padre), que yo vi y sentí, germinaron los sacerdotes en el Sacerdote eterno... ese nacer y vivir injertados en Mí, por el germen divino y santo de su vocación" (ibídem, LXXVII).

 

        "Sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo" (ibídem, CVI).

 

        "Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (ibídem, LIV).

 

 

3. Los sacerdotes en el Corazón sacerdotal de Cristo

 

        El título de las "confidencias" (A mis sacerdotes) recuerda la expresión evangélica "los suyos", que señala el inicio de la pasión (cfr. Jn 13,1), así como otras palabras de la oración sacerdotal: "Los que tú me has dado... el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Jn 17,6.26). En su ser y vivencia, el sacerdote es signo personal o "gloria" de Cristo (Jn 17,10).

 

        Es el mismo amor de Cristo el que se expresa así: "Mis sacerdotes"... Se puede auscultar en esta afirmación el eco de otras expresiones evangélicas llenas de cariño y ternura: "Mis hermanos" (Jn 20,17), "mi Iglesia" (Mt 16,18), "mi viña" (Mt 20,4), "mi Madre" (Lc 8,21)...

 

        El sacerdote ministro aparece en su ser (ungido por el Espíritu Santo), en su obrar (para prolongar la misma misión de Cristo) y en su vivencia, traducida en imitación, unión, transformación y relación amistosa con Cristo. Los sacerdotes son "otros Yo mismo", "otra Eucaristía ambulante" , "Eucaristía viviente" (A mis sacerdotes, cap. CXII). De su transformación en Cristo y de su vida de unidad (con el propio Obispo y con los demás sacerdotes) dependerá el cumplimiento de los grandes planes de Dios Amor sobre toda la humanidad ("las almas").[8]

 

        Del Corazón Sacerdotal de Cristo van emanando expresiones de cariño en torno a la afirmación "son otros Yo":

 

        "Mi Corazón completará su reinado a medida que tenga sacerdotes como él" (ibídem, cap. XXXIII). "Los sacerdotes son fibras de mi Corazón, su esencia, sus mismos latidos" (ibídem). "Engendrados por el Padre, nacieron en mi Corazón por amor, es decir, por el Espíritu Santo" (ibídem, cap. XXXIV). "Para espiritualizar al mundo, necesito almas interiores de sacerdotes, poseídas del Divino Espíritu... corazones como mi Corazón, sacerdotes como el sumo y eterno Sacerdote... que se transformen en Mí" (ibídem, cap. LXXI). "¡Quiero volverlos a mis brazos y estrecharlos contra mi Corazón y comunicarles fuego, vida!" (ibídem, cap. LXXIX). "Si los sacerdotes son otros Yo, tienen que llevar en sí mismos los mismos sentimientos que Yo" (ibídem, cap. LXXXIII.

 

        Los sentimientos del Corazón Sacerdotal de Cristo crucificado piden a quienes "nacieron en mi Corazón por amor" (A mis sacerdotes, cap. XXXIV), que sean "corazones con mi Corazón" (ibídem, cap. LXXI). El ser sacerdotal convierte a los ordenados en "fibra santa" de su Corazón. Del ser se pasa al obrar y a la vivencia, que tiene siempre dimensión mariana y eclesial:

 

        A) El ser y el obrar del sacerdote:

 

        "Engendrado por el Padre y nacido por el Espíritu Santo en mi Corazón; porque los sacerdotes son fibras de mi Corazón, su esencia, sus mismos latidos" (A mis sacerdotes, cap. XXXIII).

 

        "Creé a mis sacerdotes, y engendrados por el Padre, nacieron en mi Corazón por amor, es decir, por el Espíritu Santo... y cuando el Verbo se hizo hombre, en su Corazón nació la Iglesia" (ibídem, cap. XXXIV).

 

        "¿Nos figuramos esos otros Yo en el mundo... que atraen y abrasan en el amor a las almas y las hacen arder por medio de mi Corazón, de la Cruz, del Espíritu Santo, para gloria de mi Padre?... otros Yo, convertidos en Mí" ibídem, cap. LII).

 

        "En el sacerdote me veo a Mí mismo... veo a mi Iglesia amada y a miles de almas... Y éste es un tormento para mi Corazón  filial capaz de darme la muerte... Por la Ordenación sacerdotal, adquieren un sello divino... En la ordenación se les da la fecundidad... Yo me formo en el corazón del sacerdote por el Espíritu Santo con la fecundación del Padre, y por esto vivo en ellos y ellos debieran vivir en Mí" (ibídem, cap. CXVI).

 

        "Él (el sacerdote) es Jesús, queda en su alma la estela de la encarnación... al ofrecer la hostia al Padre, transformado en Jesús, también es hostia, también es víctima (ibídem, cap. LIV).

 

        B ) La vivencia del sacerdote:

 

        "Hay que pedir para que los sacerdotes sean víctimas con la Víctima divina" (A mis sacerdotes, cap. III).

 

        "Me representan y que Yo vine al mundo a servir y no a ser servido... y lastiman mi Corazón" (ibídem, cap. XIV).

 

        "Mis sacerdotes, es decir, el grupo escogido de mi Iglesia que debe tener la fisonomía y el corazón mismo de su Rey crucificado por amor"... (ibídem, cap. XXXII).

 

        "Según los deseos de mi Padre y los ardientes anhelos de mi Corazón... necesitan ser otros Yo" (ibídem, cap. XLII).

 

        "Para espiritualizar al mundo, necesito almas interiores de sacerdotes, poseídas del Divino Espíritu... corazones como mi Corazón, sacerdotes como el sumo y eterno Sacerdote... que se transformen en Mí... el Sacerdote soy Yo... Yo en el sacerdote soy el que me inmolo... en favor del mundo" (ibídem, cap. LXXI).

 

        "Si los sacerdotes son otros Yo, tienen que llevar en sí mismos los mismos sentimientos que Yo" (ibídem, LXXXIII).

 

        "Deben mis sacerdotes asemejarse a mi Corazón en su manera íntima de sentir, sobre todo, respecto a mi Padre celestial, una sola cosa Conmigo y con el Espíritu Santo" (ibídem, cap. XC).

 

        "Confianza les pide mi Corazón todo indulgente y bondad... son mi imagen en la tierra, y trato de que sean otros Yo mismo, de transformarse en Mí... ¿Comprenden los anhelos de mi Corazón... que anhela la santificación de mis sacerdotes?" (ibídem, cap. XCIV).

 

        "Así quiero a todos mis sacerdotes Hostias, en el copón de mi Corazón" (ibídem, cap. CII).

 

        C) Con María y como Ella:

 

        "Formar a Jesús en el corazón de los sacerdotes... éste es el papel de María" (A mis sacerdotes, cap. XCVII).

 

        "Así María ensanche más su Corazón y su ternura de Madre en cuanto ve más perfecta mi imagen en el sacerdote" (ibídem, cap. XLVIII).

 

        "Ella cuida la semilla santa que el Espíritu Santo pone en el corazón del sacerdote... formando los rasgos de Jesús... encarnación mística... puede hacer... el reflejo de esa misma Encarnación místicamente... A los Apóstoles y a mi naciente Iglesia, María les reveló los secretos de mi Corazón" (ibídem, cap. XCVIII).

 

        En resumen, el lugar que los sacerdotes ocupan en el Corazón Sacerdotal de Cristo es de identificación, imitación, sintonía y transformación. Las afirmaciones del Señor son muy expresivas: "Son mi mismo Corazón" (ibídem, cap. CXIII), "otros Yo mismo" (ibídem, cap. CXII). Por esto:

 

        "Es un martirio para mi Corazón de amor el ver cortado un sarmiento a su Vid que soy Yo" (A mis sacerdotes, cap. CXLV).

 

        "El Sacerdocio, que es como otra Eucaristía ambulante... mis sacerdotes... no sólo deben ser copones que me contengan, sino otros Yo mismo, mi mismo Cuerpo, mi misma Sangre, en su transformación en Mí" (ibídem, cap. CXII).

 

        "Los sacerdotes... son mi mismo Cuerpo, mi misma Sangre, mi mismo Corazón, son mis esperanzas en la Iglesia" (ibídem, cap. CXIII).

 

        "El Verbo se hizo carne, como para formar en la tierra esa legión santa de los sacerdotes, ideal del Padre, engendrados en su mente; fruto del Espíritu Santo en su fruto Jesús, Yo, primer Sacerdote, formados y crecidos y envueltos en mi Corazón de Hombre Dios" (ibídem, cap. CXX).

 

 

4. Identidad sacerdotal: Sentirse realizado en el Corazón sacerdotal de Cristo

 

        Ser consciente y feliz con lo que uno es y hace, constituye su identidad. Al leer las "confidencias", el sacerdote se siente amado por el Corazón Sacerdotal de Cristo, profundamente relacionado con él, interpelado para mejorar y fecundo, especialmente a través de las cruces de la vida y del ministerio sacerdotal.

 

        Estas "confidencias" sólo pueden captarse desde los amores de Cristo, "de corazón a corazón" (A mis sacerdotes, cap. XCIII; cfr. Jn 13,23). Las expresiones de ternura de parte del Corazón de Cristo Sacerdote llegan a un lirismo de antología. Sólo a partir de esa ternura misericordiosa se pueden comprender las correcciones concretas, los exámenes y las descripciones detalladas de defectos y pecados en el ejercicio del ministerio y en la vida sacerdotal, de quienes son calificados como "mis sacerdotes", "los míos, los que debieran ser otros Yo y que no lo son" (ibídem, cap. XXII).

 

        Ese amor de Cristo es oblativo, de Sacerdote y Víctima: "por ellos yo me inmolo" (Jn 17,19). Habla, pues, el Corazón de Cristo, manifestando una vez más su amor "hasta el extremo" (Jn 13,1), en donación plena y permanente, presente en la Eucaristía por ministerio de sus sacerdotes. Y, por esto, también manifiesta su dolor, porque "los suyos" no siempre le aman con un amor de retorno. Es, pues, una declaración de amor que pide a gritos una respuesta generosa: "Como mi Padre me amó, así os he amado yo; permaneced en mi amor" (Jn 15,9).

 

        No queda faceta ministerial que no tenga su examen de amor de predilección, que denuncia los defectos sin paliativos y que anima a las personas sin humillarlas, como saben hacer los enamorados. Se denuncia con franqueza todo lo que lastima la finura, la delicadeza y la ternura del Corazón de Cristo Sacerdote (A mis sacerdotes, cap. XXXI). Por esto, todo el libro es "una lección de amor" (ibídem, cap. X), impartida por un Corazón "conmovido" (ibídem, cap. CVII). No existe el tono de tragedia, sino sólo el de esperanza. Jesús, también ahora, sigue hablando con el Corazón en la mano.

 

        Estos textos son como "llamas" o "gritos" del Corazón de Cristo, que no puede admitir componendas en "los suyos". La palabra "quiero" se repite con insistencia. "Tengo sed de amor sacerdotal... sed de corazones sacerdotales todos míos" (A mis sacerdotes, cap. LXXII); "necesito sacerdotes con el fuego del Espíritu Santo" (ibídem, cap. LI), "una legión de sacerdotes santos, transformados en Mí mismo, que cubran la faz de la tierra que la evangelicen con palabras y obras" (ibídem, cap. CVII).

 

        En las "confidencias" aparecen los contenidos bíblicos del corazón humano. Sólo Dios conoce el corazón (1Sam 16,7; Sal 44,22). Y es el mismo Dios quien lo escruta, prueba, purifica y renueva (Sal 7,10; 51,12; Ez 36,26), para escribir en él su ley (Jer 31,33) y exigir un amor de totalidad (Deut 4,29). El corazón está sano cuando sabe escuchar la Palabra de Dios (Os 2,16; cfr. Lc 2,19.51).

 

        Dios quiere trasformar el corazón de piedra en "un corazón nuevo" (Ez 18,36; 36,26), para que todos se vuelvan a él "con todo el corazón" (Jl 2,12). En este corazón unificado por el amor, "habita Cristo por la fe" Ef 3,17) y el Espíritu Santo comunicado por el Padre (Rom 5,5). Entonces la comunidad eclesial puede llegar a ser "un solo corazón y una sola alma" (Act 4,32; cfr. Ez 11,19).

 

        El sacerdote que lee estas "confidencias" del Corazón Sacerdotal de Cristo, se siente, pues: A) amado, B) relacionado y acompañado, C) interpelado, D) fecundo espiritual y apostólicamente.[9]

 

        A) Saberse profundamente amado por Cristo:

 

        "Mi primer amor, después de mi Padre, es María; y después mis sacerdotes, mi Iglesia, y en ella las almas" (A mis sacerdotes, cap. VIII).

 

        "Mi Iglesia es de amor, porque Yo soy amor...¡Es terrible para la ternura de mi Corazón perder un alma de sacerdote para siempre!... ¡Quiero encontrar un corazón donde desahogar la amargura infinita del mío!" (ibídem, cap. LXVIII).

 

        "Éste es mi Corazón, vibrante de ternura y de dolor por mis sacerdotes" (cap. 117). "Los llevo desde la eternidad en los abismos ternísimos de mi Corazón... Nacidos en mi Corazón" (ibídem, cap. CXX). "Éste  es mi Corazón, vibrante de ternura y de dolor por mis sacerdotes" (ibídem, cap. CXVII)."Pedazos de mi Corazón" (ibídem, cap. CXIX).

 

        "Y en ese costado abierto por la lanza tuvieron su cuna los sacerdotes de la Iglesia... Mi vida fue su anuncio; el Calvario, su cuna con María... Y así se engendraron mis sacerdotes y nacidos en mi Corazón, ¿cómo no amarlos con pasión divina? ¿Cómo no los ha de ver el Padre con la ternura misma que me ve a Mí?... si nacieron de mi Corazón" (ibídem, cap. XXXIV).

 

        "Nacieron a impulsos de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la cruz" (ibídem, cap. XXXV).

 

        "Es preciso amar a los sacerdotes como los amo Yo... con mi Corazón todo caridad y ternura, como quien dio la Sangre y la vida... A los sacerdotes indignos los amo más... ¿No quieren acompañarme, no quieren consolarme? Mi mayor consuelo es darme sacerdotes santos, transformados en Mí... Siempre mi Corazón se inclina a la misericordia, al perdón... Son míos por doble donación de mi Padre y del Espíritu Santo, que me ungieron con el Sacerdocio eterno, y todos dependen de Mí y todos son uno en Mí, su Cabeza, su Corazón..." (ibídem, cap. CXVI).

 

        "Éste es mi Corazón para el sacerdote; su principio amoroso en el seno del Padre, un mar doloroso desde el seno de María" (ibídem, cap. CXX).

 

        B) Sentirse relacionado con Cristo y acompañado por él:

 

        "La falta de amor es lo que más contrista mi Corazón" (A mis sacerdotes, cap. X). "Quiero su perfección y santificación" (ibídem, cap. XXXI).

 

        "Muchos medios les he dado para activar esa transformación que vengo persiguiendo, ya con mis quejas... y muchas veces con amor que pide, con amor que perdona, con amor que suplica, con amor que ofrece, con amor que no mide" (ibídem, cap. LXXVI).

 

        "El remedio para un sacerdote, tentado en su vocación, es orar, descubrirse a su Obispo, y buscar refugio en mi Corazón y en María" (ibídem, cap. XXII).

 

        "¡Quiero volverlos a mis brazos y estrecharlos contra mi Corazón y comunicarles fuego, vida! Todo esto quiero en estas confidencias secretas y de mi Corazón todo ternura y caridad... en donde esté un solo sacerdote, estaré Yo obrando, atrayendo, purificando y santificando" (ibídem, cap LXXIX).

 

        "En estas confidencias íntimas, de corazón a Corazón, les voy a confiar un secreto que dejé traslucir: la debilidad, le llamaremos así, del Corazón de un Dios Salvador, de Jesús Redentor... Es el amor que me vence... que me hace abajarme y olvidar... besar, y estrechar contra mi Corazón ardiente a las almas pecadoras, a las almas ingratas" (ibídem, cap. CXIII).

 

        "Nada hay tan íntimo en mi Corazón como los sacerdotes... ¡Si ellos son como las entrañas de mi alma, si los llevo desde la eternidad en los abismos ternísimos de mi Corazón!... Nacidos en mi Corazón" (ibídem, cap. CXX).

 

        "María fue siempre el espejo donde se reflejaba mi Corazón con todas sus torturas... mis sacerdotes, porque desde la Encarnación los he llevado en sus vocaciones sacerdotales, ahí dentro, muy dentro y he alimentado y comprado esas vocaciones con los dolores íntimos de mi Corazón... que eso me costó la Iglesia el precio sin precio de los íntimos y crueles martirios de mi Corazón" (ibídem, cap CXXXIX).

 

        C) Sentirse interpelado para entregarse del todo:

 

        "Es un bien que les hago a mis sacerdotes, al señalarles lo que me hiere... lo que lastima la finura y delicadeza y ternura de mi Corazón. Quiero conmoverlos; quiero su perfección y santificación" (A mis sacerdotes, cap. XXXI).

 

        "Por eso me duelen en lo más íntimo sus desconfianzas, sus alejamientos... si los amo con la ternura de todas las madres!" (ibídem, cap. XCIV).

 

        "Que sientan lo que Yo siento, que quieran lo que o quiero, que amen como Yo amo... Que las almas pidan sin cesar... porque Yo sea glorificado en mis sacerdotes transformados en Mí... esas almas predilectas de mi Corazón" (ibídem, cap. CVI).

 

        "Y Yo debiera ser su vida misma... son los sacerdotes para Mí, mis manos, mis obreros, mi mismo Corazón... En el sacerdote me veo a Mí mismo... veo a mi Iglesia amada y a miles de almas... Y éste es un tormento para mi Corazón  filial capaz de darme la muerte"(ibídem, cap. CXVI).

 

        "Las almas me costaron el precio de mi Sangre... y las almas de más sacerdotes se compran con la Sangre de mi Corazón, es decir, con sus espinas y dolores íntimos que son el precio sin precio de mis sacerdotes amados" (ibídem, cap. CXX).

 

        "Me duelen esos miembros de mi Cuerpo sacerdotal, esas como sangrías a mi Iglesia amada... Porque para Mí mis sacerdotes son como la médula, la sustancia de mi Corazón" (ibídem, cap. CXXI).

 

        D) Ser fecundo espiritual y apostólicamente:

 

        "Y cuánto ama mi Corazón a las almas de mis sacerdotes y cómo ansío reflejar en ellas mis misterios!" (A mis sacerdotes, cap. LIV).

 

        "Los dolores y sufrimientos de un sacerdote transformado en Mí son penas y sufrimientos redentores... Este es un punto muy serio y muy capital; ésta es una fibra dolorosa de mi Corazón que hoy descubro, el desperdicio de los sufrimientos sacerdotales" (ibídem, cap. LXXVV).

 

        "Hemos llegado al punto culminante... asemejarse al Hijo es asemejarse al Padre... es reflejar al Padre, identificarse con el Padre, es ¡ser padre!... Cuántos sacerdotes han pasado por alto estas delicadezas de mi Corazón" (ibídem, cap. LXXXVIII).

 

        "En la ordenación se les da la fecundidad" (ibídem, cap. CXVI).

 

5. En el "hoy" del Corazón Sacerdotal de Cristo, hacia las nuevas singladuras de la espiritualidad sacerdotal

 

        La Iglesia ha ido viviendo y experimentado, en el decurso de dos milenios, que "el amor de Cristo excede todo conocimiento" (Ef 3,19). Los Padres presentaban ese amor con el símbolo de su corazón. Desde la Edad Media, se fue generalizando la devoción al Corazón herido de Jesús, como término de un camino espiritual: por sus pies (purificación) y sus manos (iluminación), para entrar en su Corazón (unión). Desde las revelaciones privadas a Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), se hizo más popular esta devoción.

 

        El magisterio pontificio (e.g. enc. Haurietis Aquas, de Pío XII, 1956) ha ido presentado a la comunidad eclesial algunos aspectos de esta devoción: naturaleza, objetivos, medios. Se ha hecho hincapié en el amor de Cristo simbolizado por su Corazón (en lenguaje bíblico), se ha descrito su amor (en armonía y unidad: divino, humano, espiritual y sensible), se ha invitado a la respuesta de amor, confianza, reparación. El Corazón de Cristo es "la síntesis de todo el misterio de nuestra redención", porque "a nuestro divino Redentor le clavó en la cruz la fuerza de su amor" (Pío XII, Haurietis Aquas).

 

        En el campo apostólico, se ha instado a vivir el amor de Cristo al estilo de San Pablo: "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (1Cor 5,14-15). Ordinariamente se ha unido ese anhelo apostólico al tema de la "sed" de Cristo (cfr. Jn 19,28).

 

        Hoy la Iglesia, al señalar las líneas básicas de la espiritualidad sacerdotal, acentúa el aspecto relacional con Cristo y de sintonía con los sentimientos de su Corazón. La "ascesis propia del pastor de almas" (PO 13) y la caridad pastoral encuentran su fuente en los amores del Corazón Sacerdotal de Cristo.[10]

 

        Si, como hemos dicho más arriba, Cristo sigue hablando con el Corazón en la mano, es para invitar a entrar en él. Esta invitación de las "confidencias" nos conduce a comprender mejor la afirmación de la exhortación Pastores dabo vobis: "La espiritualidad del Corazón del Señor supone llevar una vida que corresponda al amor y al afecto de Cristo Sacerdote y buen Pastor: a su amor al Padre en el Espíritu Santo, a su amor a los hombres hasta inmolarse entregando su vida" (PDV n. 49). "El corazón de Dios se ha revelado plenamente a nosotros en el Corazón de Cristo Buen Pastor. Y el Corazón de Cristo sigue hoy teniendo compasión de las muchedumbres y dándoles el pan de la verdad, del amor y de la vida, y desea palpitar en otros corazones, los de los sacerdotes" (PDV n. 82).

 

        A mis sacerdotesva presentando estas mismas realidades de gracia, con la terminología de su época y con una fuerte dimensión trinitaria, cristológica, pneumatológica y eclesiológica: los amores del Corazón de Cristo Sacerdote afloran en cada página de las "confidencias":

 

        "Estas Confidencias han tenido por objeto unir a todos los sacerdotes en la unidad de la Trinidad, pero transformados en Mí" (ibídem, cap. LXIV). "Para esto he tocado el corazón del sacerdote en todas sus fibras principales en estas confidencias amorosas... y abierto ante sus ojos horizontes de perfección" (ibídem, cap LXV). "Estas confidencias... si han sido y son un desahogo de mi Corazón amargado, llevan siempre el fin de llegar al fondo de las almas sacerdotales" (ibídem, cap. XCV). "Y Yo prometo que estas Confidencias del Corazón de un Dios hombre conmoverán y darán copioso fruto a mi Iglesia y una grande gloria a la Trinidad" (ibídem, cap. LX).

 

        Si se leen estas "confidencias" con sencillez, sin prisas y con el corazón abierto a la gracia, nadie se siente cohibido, sino más bien invitado a avanzar con alas desplegadas por el camino de la santidad, y a profundizar muchos temas básicos de espiritualidad cristiana y sacerdotal: la vida trinitaria en sí misma y participada, la Encarnación del Verbo en su aspecto sacerdotal desde el seno de María, la acción renovadora del Espíritu Santo, la espiritualidad de la Cruz, el Corazón de Cristo Sacerdote en sus vivencias más hondas, la cercanía materna de la Santísima Virgen, el misterio pascual presente en la Eucaristía (sacrificio, presencia y comunión), la Iglesia esposa y madre, el sacerdocio ministerial y el sacerdocio de los fieles en su relación mutua, el celo misionero sin fronteras, etc.[11]

 

        Cada uno se siente invitado a encontrar, a la luz de la fe, un sitio privilegiado y reservado en el Corazón de Cristo, como una "fibra" del mismo o como parte de su misma biografía. "El Hijo de Dios, con su Encarnación, se ha unido en cierto modo con todo ser humano" (Gaudium et Spes n.22). Desde la Encarnación, "el tiempo llega a ser una dimensión de Dios" (Tertio Millennio Adveniente 10). En esta perspectiva podrán entenderse las "confidencias" cuando hablan de la "Encarnación mística" o participada y vivida por el camino de la perfección.

 

        Las nuevas singladuras de la espiritualidad sacerdotal pasan por el Corazón Sacerdotal de Cristo. A la luz de este Corazón, en la visión de la Cruz del Apostolado (según Concepción Cabrera de Armida), la espiritualidad sacerdotal se hace eminentemente: A) Eucarística, B) mariana, C eclesial, D) misionera, E) de comunión fraterna, F) de entrega sincera a la santidad.

 

        A) Centralidad de la Eucaristía en la espiritualidad sacerdotal:

 

        "Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante... perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra... eucaristías vivientes... No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así" (A mis sacerdotes, cap. CXII).

 

        "Los sacerdotes me deben pues vocación, María, Sangre, plegarias, vida, Esposa, transformación, y ese más que representarme en la tierra, el que sean otros Yo mismo en las Misas... ser otros Yo en todo instante y ocasión, que es lo que vengo buscando" (ibídem, cap. LXXXVIII).

 

        B) Dimensión mariana de la espiritualidad sacerdotal:

 

        "Mi primer amor, después de mi Padre, es María; y después mis sacerdotes, mi Iglesia, y en ella las almas" (A mis sacerdotes, cap. VIII).

 

        "María quiere sacerdotes vírgenes... Tienen los sacerdotes un sitio especial en el Corazón de María y los latidos más amorosos y maternales de ella, después de consagrarlos a Mí, son para los sacerdotes. Ellos son la parte predilecta y consentida de su alma en el mundo" (ibídem, cap. XLVII).

 

        "Me alimentó para ser Víctima y consumó la inmolación de su alma al entregarme para ser crucificado... Siempre María me ofreció al Padre, siempre desempeñó cierto papel sacerdotal, al inmolar su Corazón inocente y puro en mi unión... su íntima presencia con él (con el sacerdote) en el altar... en su Corazón, eco fidelísimo del Mío y elemento necesario para el fundamento de mi Iglesia a la vez que para el sostén espiritual de mis Apóstoles y primeros discípulos" (ibídem, cap. XCVI).

 

        "Si María es Esposa del Espíritu Santo, también es para engendrar de El, las vocaciones sacerdotales que sirven en la Iglesia... mi Madre que toda era para Mí... cuyo Corazón palpitaba al unísono del Mío... Pero fue preciso para mi tierno Corazón el crucificarla" (ibídem, cap. XCVII) [12]

 

 

        C) Dimensión eclesial de la espiritualidad sacerdotal:

 

        "Quiero sacerdotes celestiales, tales como los necesita mi Iglesia y ha concebido mi Corazón" (A mis sacerdotes, cap. XV).

 

        "Se falta a la fidelidad a la Iglesia... los sacerdotes que tales monstruosidades cometen con mi Iglesia no saben lo que hacen, no han penetrado en mi Corazón" (ibídem, cap. LXXXIV).

 

        "Desde la eternidad estaba destinada para mis sacerdotes esa Esposa, la Iglesia, brotada de mi Corazón en la Cruz" (ibídem, cap. LXXXVIII).

 

        D) Dimensión misionera de la espiritualidad sacerdotal:

 

        "Mi Iglesia es Madre, y sus sacerdotes deben tener para con los pobres entrañas maternales... ¡cuántas veces se estremece mi Corazón de pena ante las injusticias con que humillan mis sacerdotes a esas amadas almas!... Yo quiero llamar la atención sobre este punto que lastima la caridad de mi Corazón... quiero que los míos me imiten y tengan un mismo corazón con todas las almas y vean en ellas sólo a Mí, porque reflejan la Trinidad cuya imagen llevan" (ibídem, cap. XXVII).

 

        "La Iglesia que es madre... y en su corazón, como en el Mío, caben todas las almas... Mi Corazón es infinitamente bueno; sabe olvidar, perdonar y ¡amar!... si todos mis sacerdotes... se transformaran en Mí, me amaran a Mí y en Mí a las almas, sólo en Mí, serían felices" (ibídem, cap. LXXXI).

 

        E) Espiritualidad de comunión fraterna:

 

        "Una petición amorosísima de mi Corazón: el hacerlos UNO con el UNO... Quiero... unificándolos con todo lo que soy y tengo mío para consumarlos desde la tierra en la unidad de la Trinidad" (ibídem, cap. LXXI).

 

        "Quiero que todos los sacerdotes vengan a Mí... que realicen ese grito secular de mi Corazón, la consumación de todos en uno, en mi Padre y en el Espíritu Santo, en la unidad perfecta de la Trinidad!" (ibídem, cap. LXXXII).

 

        "Allí (en los Seminarios) tengo Yo mis ojos y también mi Corazón" (ibídem, cap. XXVIII).

 

        "Ése debe ser el oficio de los Obispos, ofrecerse en Mí al Padre en favor de los sacerdotes... No basta que se lamenten, sino que se inmolen" (ibídem, cap. CXVI).

 

        "Que tengan un solo corazón, el mío" (ibídem, cap. LVII).

 

        "Yo aseguro que si los sacerdotes todos a una, en la unidad de la Trinidad, emprenden este gran impulso santificador y divino... será éste un consuelo para la Santa Sede y un grande obsequio para mi Corazón... El Corazón de María, nido purísimo del Espíritu Santo, nos conducirá a El" (ibídem, cap. LXXX).

 

        F) Entrega incondicional a la santidad:

 

        "Quiero obsequiar a mi Padre, delicia de mi Corazón, con sacerdotes modelos" (A mis sacerdotes, cap. XXXV).

 

        "¿Cómo no ha de sentir mi Corazón vivos anhelos de caridad infinita hacia mis sacerdotes para tomarlos puros, santos y transformados en Mí, para ofrecerlos así a mi Padre?" (ibídem, cap. LXXII).

 

        "El Concilio futuro tendrá y dará frutos de vida eterna (esto es del año 1928)... ¡Cómo mi Corazón palpita y ansía esta época de transformación en Mí y de triunfo para mi Iglesia!... como si fueran Conmigo... un mismo corazón... han lastimado años y más años la delicadeza y ternura de mi Corazón de amor. Hasta lo más hondo, hasta lo más íntimo, quiero hacer la luz en el corazón de mis sacerdotes" (ibídem, cap. LXXXV).

 

A modo de conclusión

 

        El Corazón Sacerdotal de Cristo, descrito en las "confidencias" del Señor a la Sierva de Dios Concepción Cabrera de Armida, es siempre de "misericordia y amor". Es "el Corazón más amante y más doloroso... fuente de todo bien y de toda luz, gracia y misericordia" (Ap. C. 43 a). A su luz, todo dolor se transforma en donación. "Feliz el que se interne en el Corazón de la Cruz, rompiendo su corteza, porque ése penetra en el Corazón de un Dios-hombre" (C.C. 6,139).

 

        La caridad del Corazón Sacerdotal del Buen Pastor, del "Verbo hecho carne, sacrificado por amor" (C.C. 33, 272), se prolonga en sus sacerdotes. Entonces el "dolor sufrido por amor, fecunda" (C.C. 55, 178). El dolor, convertido en donación, es "la Cruz divinizada por el Hijo" y convertida en "escalón para subir al amor de caridad" (C.C. 6, 123).

 

        La espiritualidad sacerdotal es sintonía con el Corazón Sacerdotal de Cristo, quien se entrega a sí mismo, haciendo que el sacerdote ministro entre en la dinámica de su mirada al Padre en el amor del Espíritu Santo. Cuando el sacerdote se identifica con esta mirada de Cristo, "de corazón a Corazón" (A mis sacerdotes, cap. CXIII), se hace fecundo en la salvación de las almas.

 

        Quien aprende a "apoyar la cabeza sobre el pecho de Jesús" (Jn 13,23), sabe también identificarse con la mirada de Jesús al Padre (cfr. Jn 17,1). Entonces se prolonga la oración sacerdotal de Cristo en quien está llamado a ser su "gloria" o expresión en el tiempo (cfr. Jn 17,10).

 

        Estas "confidencias" tienden a transformar dos corazones (el de Cristo y el del sacerdote) en un solo: "Que tengan un solo corazón, el mío" (A mis sacerdotes, cap. LVII) "Yo soy el sacerdote quien mira a mi Padre" (ibídem, cap. II). "Los sacerdotes son fibras de mis Corazón, su esencia, sus mismos latidos" (ibídem, cap. XXXIII). "Necesito corazones como mi Corazón" (ibídem, cap. LXXI). Así quiere el Señor a sus sacerdotes: "Formados y crecidos y envueltos en mi Corazón de Hombre Dios" (ibídem, cap. CXX).[13]



    [1]Tengo en cuenta especialmente dos volúmenes en colaboración: AA.VV., El ministerio y el corazón de Cristo, "Teología del Sacerdocio" 16 (1983); AA.VV., El corazón sacerdotal de Jesucristo, "Teología del Sacerdocio" 18 (1984).

    [2]A mis sacerdotes, Edición privada, estrictamente reservada a los sacerdotes, México, Edit. "La Cruz" (usamos la sexta edición, de 1992). Ver también los volúmenes 49-56 de la "Cuenta de conciencia".

    [3]Cfr. J.M. PADILLA, Concepción Cabrera de Armida (México 1986) vol. III, pp. 403-405. Gran parte de estas confidencias sobre el sacerdocio se publicaron (en edición privada) en Morelia (1928-1931), con el permiso del arzobispo de Michoacán, Mons. Leopoldo Ruiz. De hecho, esta publicación (con el título de "A mis sacerdotes") viene a ser un amplio resumen sistemático de la "Cuenta de conciencia" de Conchita durante esos mismos años.

    [4]Las encíclicas sacerdotales anteriores al concilio Vaticano II, los decretos sacerdotales del mismo concilio (especialmente "Presbyterorum Ordinis" y "Optatam totius") y las exhortación postsinodal "Pastores dabo vobis" de Juan Pablo II, han abierto nuevas singladuras a la espiritualidad sacerdotal, en el sentido de urgir a una vida "evangélica", al estilo de los doce Apóstoles ("apostolica vivendi forma"). El "Directorio para el ministerio y la vida de los sacerdotes" detalla algo más. ¿Cómo afrontar estas exigencias a partir del Corazón Sacerdotal de Cristo muerto en Cruz?

    [5]Vida 5,361-373; C.C. 23,246-259; cfr. C.C. 51,30.

    [6]Ver síntesis bíblica y teológica en: M.A. BARRIOLA, C. POZO, L.M. MENDIZABAL, Corazón de Cristo, Escritura, Teología, Magisterio, Bogotá 1989; I. DE LA POTTERIE, Il mistero del Cuore trafitto, Bologna, EDB 1988.

    [7]La interioridad o sentimientos sacerdotales del Corazón de Cristo: M. GONZALEZ MARTIN, El Corazón de Cristo, Pastor, "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 299-317; A. VANHOYE, Le coeur sacerdotal du Christ dans les écrits du Nouveau Testament, "Teología del Sacerdocio" 18 (1984) 47-67.

    [8]Estas expresiones corresponden también a los estudios actuales: J.A. ABAD IBAÑEZ, El Corazón de Cristo y el ministerio del perdón "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 117-152; G. FERRARO, Il cuore di Cristo e il ministero liturgico del sacerdozio ministeriale "Teología del Sacerdocio" 18 (1984) 69-123; J.A. GOENAGA, El Corazón de Cristo y el ministerio eucarístico ministerial, ibídem, 125-175; J.L. GUTIERREZ GARCIA, El sacerdocio y la familia a la luz del Corazón de Cristo "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 233-247; N. LOPEZ MARTINEZ, El Corazón de Cristo y el ministerio de la reconcilicación "Teología del Sacerdocio" 18 (1984) 177-201; A. SARMIENTO, El Corazón de Cristo y el carácter misionero del sacerdocio ministerial, ibídem, 203-246; J.A. SAYES, El Corazón de Cristo y el sacrificio eucarístico "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 69-97.

    [9]Cfr. L.M. MENDIZABAL, El ministerio del Corazón de Cristo, centro de la vida y del ministerio sacerdotal, en: AA.VV., El ministerio y el corazón de Cristo, "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 177-200.

    [10]AA.VV., Il cuore di Cristo e la formazione sacerdotale oggi (Roma, Centro Volontari Sofferenza, 1990). Ver afirmaciones parecidas en en la exhortación postsinodal Vita Consecrata nn. 18, 23, 40, 65-66, 109.

    [11]Son temas que también aparecen en algunos estudios sobre el Corazón de Cristo: A. BANDERA, Papel de María en la formación del Corazón sacerdotal de Cristo "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 201-231; J. ESQUERDA, Corazón abierto (Barcelona, Balmes, 1984); J. GALOT, Il Cuore di Cristo (Roma 1986); B. RAMAZZOTTI, Spiritualità del Cuore di Gesù (Verona 1995); A. VIVO, El sacerdote, formador de la comunidad según el Corazón de Cristo "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 153-176.

    [12]El "Corazón" de María indica toda su interioridad en relación con Cristo su Hijo. En su Corazón encontraron acogida las palabras del Señor: las palabras del ángel (Lc 1,29), el mensaje de Belén (Lc 2,19), la profecía de Simeón (Lc 2,33), las palabras de Jesús niño (Lc 2,51)... Todo lo "contemplaba en su corazón" (Lc 2,19.51). La actitud de "contemplar" tiene el sentido de "confrontar" lo que está oyendo o viendo, con otros datos de la Palabra de Dios, para comprender mejor su significado salvífico. Es la actitud sapiencial de los pobres de Yavé. De esta contemplación en el corazón, derivaban todas las actitudes, palabras y acciones de María. Así se asoció a Cristo Redentor (cfr. LG 65) como modelo de vida sacerdotal (cfr. PO 18).

    [13]La espiritualidad sacerdotal "específica" en el Presbiterio diocesano (y, analógicamente, la espiritualidad sacerdotal de cualquier sacerdote religioso) puede ser reforzada y motivada por las líneas de espiritualidad que derivan del Corazón Sacerdote de Cristo, según las "confidencias" contenidas en el libro A mis sacerdotes (o en la Cuenta de Conciencia). Estas líneas peculiares de las "confidencias" puede ser un medio determinante para vivir lo que es principal y específico del sacerdote diocesano: ser signo del Buen Pastor, en la "fraternidad sacramental" y "familia sacerdotal" del Presbiterio (cfr. PO 8; PDV 74), al servicio de la Iglesia particular y universal, en dependencia espiritual y pastoral del carisma episcopal que preside la diócesis en comunión con el Sucesor de Pedro. Respetando estas realidades sacerdotales de gracia, el plan de vida de un grupo o fraternidad sacerdotal, que se inspire en la doctrina de Concepción Cabrera de Armida, se encuadrará fácilmente en el "plan de vida" general del propio Presbiterio (cfr. PDV 79), siempre para vivir mejor la espiritualidad específica del sacerdote diocesano.

EL SACERDOCIO DE CRISTO Y EL SACERDOCIO MINISTERIAL EN LA VIVENCIA Y MENSAJE DE CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA

 

                                             Juan Esquerda Bifet

 

Presentación

 

 

     Concepción Cabrera de Armida ("Conchita") es un alma centrad en el misterio de la Encarnación del Verbo y, a partir de él, en el misterio de la Trinidad, del Espíritu Santo, de la Eucaristía, de María, de la Iglesia y del sacerdocio.

 

     Su "Vida" y su "Cuenta de conciencia" reflejan una experiencia de fe sobre la persona de Jesús y, especialmente, sobre su interioridad o su Corazón.[1]

 

     En cada una de las páginas autobiográficas aparecen los amores del Corazón de Jesucristo. Conchita vivía de estos amores con la actitud de quien agradece un don inestimable de lo alto, para su propio bien espiritual y para el bien de innumerables almas.[2]

 

     Las inspiraciones y "confidencias" recibidas se centraron durante algunos años (de septiembre de 1927, a enero de 1931) en el tema sacerdotal, subrayando la interioridad o los amores de Cristo Sacerdote y la urgencia de santificación sacerdotal.[3]

 

     Es interesante recordar que las principales "confidencias" sobre el sacerdocio las recibió Conchita a partir de los Ejercicios Espirituales (Morelia), dirigidos por Mons. Luis M. Martínez y que tuvieron como tema: "El interior del Corazón de Jesús". El arzobispo de México le había indicado también el objetivo concreto de estos Ejercicios: "Entrega total a la divina voluntad, dispuesta a todo".[4]

 

     Gran parte de estas confidencias sobre el sacerdocio se publicaron (edición privada) en Morelia (1928-1931), con el permiso del arzobispo de Michoacán, Mons. Leopoldo Ruiz. De hecho, esta publicación (con el título de "A mis sacerdotes") viene a ser un amplio resumen sistemático de la "Cuenta de conciencia" de Conchita durante esos mismos años.[5]

 

     Trataré de presentar el tema sacerdotal en dos momentos: Cristo Sacerdote, los sacerdotes ministros. En el primer momento, veremos el sacerdocio a partir de la interioridad o amores del Corazón de Jesucristo y también de la vivencia de Conchita; el segundo momento viene a ser el mensaje de Conchita sobre el sacerdote ministro.

 

     Nos encontramos ante el carisma específico de Conchita y, por ello, lo presentamos como vivencia suya y como mensaje recibido del Señor en bien de toda la Iglesia.[6]

 

 

 

1ª ponencia:   LA VIVENCIA PERSONAL DE CONCHITA EN TORNO AL SACERDOCIO DE CRISTO

 

1.   Vivencia en torno al misterio de la Encarnación

 

     El misterio de la  Encarnación no aparece en términos abstractos ni en una ordenada sistematización de conceptos teológicos, sino concretamente en la realidad del sacerdocio de Cristo: El Verbo, engendrado eternamente por el Padre en el amor del Espíritu santo, se hace hombre (Mediador y Víctima) en el seno de María por obra del Espíritu Santo. Jesucristo es Sacerdote por esta realidad de Mediador y Víctima: Hijo de dios, hombre, Salvador. Estamos dentro de la perspectiva neotestamentaria y patrística más auténtica: es Salvador porque es perfecto Dios y perfecto hombre.

 

     Esta mediación salvífica de Jesús se realiza principalmente por el sacrificio de la cruz. Jesús es Sacerdote y Víctima, desde el día de la Encarnación. Esta realidad sacrificial se hace presente en la eucaristía por medio del ministerio de los sacerdotes ordenados.

 

     Los escritos de Conchita no son exposiciones teóricas, sino fogonazos del Corazón de Cristo y vivencias personales y comprometidas de la misma Conchita. Todo es a la luz de los amores del Corazón del Señor. El sacerdocio de Cristo aparece como amor profundo al Padre, en el Espíritu Santo, y amor de plena donación a toda la humanidad ("las almas"), hasta dar la vida en sacrificio (como Sacerdote y Víctima).

 

     Este amor de Cristo Sacerdote tiene dimensión mariana y eclesial. De este amor brota el deseo íntimo y la exigencia de que los sacerdotes ministros vivan en sintonía con los amores de Cristo. El Señor quiere, por medio de Conchita, contagiar a muchas personas de estos sus amores sacerdotales. Veámoslo ya a partir de los mismos escritos de Conchita.

 

     La realidad humana y divina de Jesús se resuelve en inmolación o donación sacrificial (ya desde la Encarnación) para la salvación del mundo. Jesús se describe a sí mismo con estas vivencias sacerdotales:

 

     "Yo comprendí desde el primer instante de la Encarnación mi papel de Víctima, y lo abracé, y acepté gozoso; especialmente, ¿por qué? Primero por honrar al Verbo, y después, por saciar mi amor por el hombre; nació esto en mi corazón comunicado por el Verbo; por esto es inmenso, y he aquí el secreto de la grandeza de mi amor, humano, sí, pero divinizado por el Verbo eternamente... Y mi Corazón de hombre, amaba a los hombres y comprendía sus debilidades y miserias, sus crímenes y pecados, y un nuevo martirio me oprimía, de rubor y vergüenza, porque si Yo no estaba manchado, mi familia, mi sangre misma, en los hombres, mis hermanos, lo estaba" (Vida 5, 361-373; CC. 23, 246-259; cfr. CC. 51, 30).

 

     Desde el primer momento de la Encarnación, la Virgen María sintoniza con las mismas vivencias sacerdotales de Cristo. Esta será la pauta para Conchita y para muchas almas sacerdotales:

 

     "Desde aquel instante (Encarnación), la Madre Virgen... no ha cesado de ofrecerme a El (al Padre) como Víctima que venía del cielo a salvar el mundo... Siempre María me ofreció al Padre"... (A mis sacerdotes, 96)

 

     A la luz de los amores de Cristo, se comprende mejor el objetivo de la Encarnación:

 

     "Uno de los fines principales que persiguió el Verbo al hacerse hombre fue el de formar, en El y con El, al sacerdote, haciéndole semejante a El... Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante... perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra... eucaristías vivientes"... (A mis sacerdotes, 112).

 

     El amor de Cristo a los sacerdotes (cfr. 2, F) se desprende del objetivo de la Encarnación, que es la salvación de las almas (cfr. A mis sacerdotes, 134). El sacerdocio ministerial (dentro del misterio de la Iglesia Esposa) aparece entonces en toda su luz: "El (el Padre), con su mirada amorosa de infinita ternura, puso en Mí, su Verbo, su inteligencia o entendimiento, su potencia,su amor; y en aquella mirada eterna que yo comprendí y sentí, germinaron los Sacerdotes en el Sacerdote"... (CC. 51, 32; cfr. A mis sacerdotes, 147).

 

     La vivencia de Conchita (cuyas características analizaremos más abajo, en el n. 3) no son más que una prolongación o contagio de estos sentimientos de Cristo Sacerdote. La "Encarnación mística", de la que le habla el Señor, viene a concretarse en esta sintonía comprometida y sacrificial con estos amores sacerdotales de Cristo.

 

 

2.   Los amores o interioridad de Cristo

 

     El sacerdocio de Cristo, en los escritos de Conchita, se presenta desde la interioridad, vivencia y amor del mismo Cristo. Su amor al Padre y a los hombres llega hasta dar la vida en inmolación total. Estos amores engloban a María, a la Iglesia y a los sacerdotes ministros.

 

A) Su amor al Padre en el Espíritu

 

     La interioridad de Jesús, en los escritos de Conchita, es la misma que trasluce en los textos evangélicos: amor entrañable al Padre en el Espíritu Santo y amor a los hombres ("las almas") hasta dar la vida en sacrificio.

 

     "El Padre era su vida y en El se recreaba el Verbo hecho carne; era su pensamiento constante, y en servirlo y en complacerlo encontraba Jesús todas sus delicias... Jesús, bajo el impulso del Espíritu Santo, ordenaba todo al Padre en su vida mortal; por eso la consumación de los misterios de Jesús fue su Ascensión al Padre. El se ofreció por el Espíritu Santo en medio de inmensos dolores a su Padre celestial...

     Muchas almas no amarán al Padre, pero Jesús amará por ellas...

     Y ese amor de Jesús al Padre es un amor sacerdotal, esto es, un amor que glorifica, un amor que se inmola, un amor que redime y salva; un amor que tuvo su coronamiento en el Calvario y que se perpetúa en las Misas y en las almas...

     A ejemplo de Jesús, amaremos al Padre por todas las almas que no lo aman... Debemos sufrir siempre, porque debemos amar siempre. Debemos sufrir por todos, porque debemos amar por todos" (Como es Jesús, Su amor al Padre).

 

     A partir del amor al Padre, se comprenden armónicamente todos los amores de Cristo:

 

     "Pues mi primer amor, después de mi Padre, es María, y después mis Sacerdotes, mi Iglesia, y en ella las almas. Esos son mis amores, y en estos inmensos amores, están también mis dolores" (CC. 49,92).[7]

 

     El amor al Padre va siempre unido al amor del Espíritu Santo:

"El Espíritu Santo era la vida de Jesús, y no se movía sino bajo su moción divina" (Cómo es Jesús, Su amor al Espíritu Santo; cfr. Vida 6, 258; CC 25, 175-178). La generación eterna del Verbo se ha realizado en este amor:

 

     "Cuando el Padre engendró al Hijo en la eternidad sin principio, engendró con El, en cierto sentido, a los Sacerdotes. De allá procede la generación espiritual, y en cierta manera divina, del Sacerdote, en la del Sacerdote eterno, en el entendimiento, y en e Corazón del Padre que es su voluntad, que es el Espíritu Santo... Del concurso del Espíritu Santo en el Padre (aunque procede de él en aquel arrebato de inefable amor al producir al Verbo, en todo igual a El) fueron concebidos eternamente la Iglesia y sus futuros Sacerdotes" (CC. 49,348).

 

     La vida trinitaria es vida de amor, que se difunde en el mundo por medio de los sacerdotes. La interioridad de Jesús refleja este amor:

 

     "Y en aquel espejo del Verbo, iluminado, diré, por ... el Espíritu Santo, sonreía el Padre al contemplar a sus Sacerdotes santos, como nacidos, como transformados en lo que El más ama, en lo único que ama, en el Verbo, en donde todas las cosas ama" (CC. 49,339).[8]

 

     Este amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo, debe reflejarse en los sacerdotes: "Sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo" (A mis sacerdotes, 106).

 

 

B) Su amor a toda la humanidad ("las almas")

 

     La expresión más usada sobre el amor de Cristo Sacerdote a la humanidad, es "amor a las almas" (o en su equivalente "amor al hombre"). El contexto es siempre de amor al Padre según sus designios salvíficos. En este sentido se puede hablar de sus "dos amores":

 

     "¡Su Padre y las almas! fueron la preocupación constante de Jesús, su pasión dominante, por decirlo así, sus amores sublimes. Como olvidado siempre de Sí mismo, cumplía primero que nada con la voluntad santísima de su Padre amado y corría también tras la oveja descarriada hasta ponerla sobre sus hombros divinos para devolverla a su Padre" (Cómo es Jesús, Sus dos Amores).

 

     Es un solo amor expresado en dos vertientes: "Lo obligaron dos amores, en un mismo amor: el amor a Él mismo, como Dios, que es infinito, para reparar la ofensa hecha a la Divinidad, y el amor al hombre, que es inmenso, que es también infinito, en cuanto llevan en sí las almas el destello de la Trinidad, una parte del Ser divino, la inmortalidad" (Vida 5, 255-257; CC. 23, 136).

 

     Este amor de Cristo a las almas (a la humanidad entera) tiene su principio en la vida trinitaria: "Por eso valen tanto las almas, por venir de la Trinidad para volver a ella y glorificarla eternamente" (A mis sacerdotes, 34).

 

     La donación de Cristo al Padre para la salvación de las almas, tiene que reflejarse en el sacerdote: "Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (A mis sacerdotes, 54; cfr. 2ª ponencia, n.7).

 

     La dinámica de este amor es siempre circular, de la Trinidad, a la Trinidad: "El Padre...  eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50,88).

 

 

C) Su amor hasta dar la vida en inmolación

 

     El amor sacerdotal de Cristo es de totalidad. Es una donación incondicional al Padre, en el Espíritu Santo, por medio de una plena inmolación de sí mismo ("holocausto"). Las palabras "víctima", "inmolación", "cruz", equivalen a un amor de plenitud:

 

     "El amor que no crucifica no es amor... ¿Cómo amé Yo?, con amor universal de caridad, como sabe amar el Verbo, todo caridad. Con amor de sacrificio, inmolándome... perdonando, olvidando y alcanzándoles gracias con mi dolor. Con una purísima intención divina... Con un fin sublime de caridad para con el hombre y para con la Divinidad, procurándole gloria. Mi amor expiatorio es incomprensible a toda inteligencia humana" (Vida 5, 239-249; CC. 23, 119-129).

 

     El tema del Corazón de Jesús tiene este mismo significado de oblación amorosa: "Mi Corazón y mi cruz son inseparables" (Vida 2,322; CC. 1, 146). El Verbo hecho hombre es ya la víctima de la cruz desde el seno de María: "Yo, el Verbo, víctima siempre en favor del mundo" (A mis sacerdotes, 4). La victimación de Cristo es "el precio" de las almas: "Las almas me costaron el precio de mi Sangre y sólo con ese precio se las puede redimir, porque es la moneda con que se compran las gracias" (A mis sacerdotes, 120).

 

     Dolor y amor se identifican en la vida de Cristo Sacerdote: "El Padre, por el Espíritu Santo, fecundó a María, y en ella Dios se hizo hombre, el Verbo se hizo carne, para el dolor. Esa fue mi vida: inmolación constante en la cual glorificaba a mi Padre y adoraba su fecundidad en Mí, dolorosa en favor del mundo. Por eso el dolor santifica, el dolor salva, por la virtud de la fecundidad divina en Mí... En el mundo de las almas el amor es dolor, y el dolor es amor" (A mis sacerdotes, 133).

 

     Toda la vida de Cristo es una inmolación, por el hecho de ser Sacerdote y Víctima:

 

     "Sacerdote quiere decir que se ofrece y ofrece, que se inmola e inmola" (CC. 50, 141). "Pasé por todo, con tal de que el hombre tuviera un Jesús-hostia, sacrificado por su amor" (CC. 49, 216).

 

D) Su amor a María

 

     El amor de Cristo al Padre y a los hombres se concreta en amor a María, como Madre suya, de la Iglesia, de las almas y, de modo especial, Madre de los sacerdotes:

 

     "En Ella deposité mis confidencias más íntimas y, absorta en mis desahogos filiales, seguía una a una las palpitaciones de mi Corazón, mártir de amor por los hombres, de mis dolores internos, de mi celo por la gloria de mi Padre, de mis ansias de morir para dar la vida y con ella la eterna dicha de los hombres" (Como es Jesús, Su amor a María).

 

     Precisamente Conchita es invitada a imitar a María en el modo de vivir su relación con Cristo Víctima:

 

     "Yo me gozo en el amor también de María... Imita a mi Padre, en sacrificarme a Él por amor. Imita a María, en ofrecerme por amor al Padre, con una única voluntad, con la de Él, y déjame hacer de tu corazón mi descanso, del descanso de Jesús" (Vida 6, 258-259 = CC 25, 178-179; cfr. Vida 6, 71-73 y CC. 24, 40-42).

 

     María forma parte de las vivencias sacerdotales de Cristo: "Acabó la Encarnación real y siguió la encarnación mística en su Corazón, para ofrecerme siempre al Padre y atraer las gracias sobre la Iglesia, es decir, en favor de los sacerdotes, y por ellos, en favor de las almas" (A mis sacerdotes, 96).

 

     Por eso María es el don de Cristo a sus sacerdotes:

 

     "¿Cómo no pensar en dejarles a mis sacerdotes  - después de dejarme a Mí mismo en ellos - a los que más amaba, a lo que ellos debían más amar, al Corazón más tierno y delicado y puro y santo en la tierra, a María, para que fuera su consuelo, su sostén, su calor, su Madre, el canal mismo por donde les vendrían todas las gracias?... vería en ellos no a otros, no a hombres solos, sino a Mí en ellos" (A mis sacerdotes, 98).

 

     El amor de Cristo a María tiene sentido eclesial y sacerdotal. Es ella quien, siendo Madre de la Iglesia, ayuda a cada sacerdote a ser otro Jesús. Su maternidad es siempre activa hacia cada alma y, de modo especial, hacia cada sacerdote. El amor de Cristo a su Iglesia, a las almas y a los sacerdotes se expresa en su amor a María:

 

     "Y por eso mi Iglesia tiene calor; porque es Madre y porque tiene por Madre a María. Por eso tiene Mediadora y en Ella un alma pura que suplique, alegre y consuele y endulce los sacrificios y los calvarios de los sacerdotes... Después de Mí, María debe ser todo para el sacerdote. Ella es la que prepara a las almas sacerdotales para recibir la gracia sin precio de la transformación, que continuamente se opera en el altar... Y así, formando los rasgos de Jesús, uno a uno, en el corazón de los sacerdotes que presten a ello, le ayuda al Espíritu Santo con sus cuidados maternales a la perfecta transformación en Mí... María es mártir del sacerdote, la Madre del dolor... Por eso María tiene en la Iglesia tan importante papel, el papel de Madre, porque comunica a cada sacerdote el germen eterno del Padre que está en el Verbo, y que por el Espíritu Santo se hace fecundo en cada alma sacerdotal, para formar en ella a Jesús Hostia, a Jesús Víctima, a Jesús Salvador, a Jesús Sacerdote. No es María una Madre inactiva, no es sólo como una imagen a quien se debe honrar; es una Madre, Madre activa y sin descanso... prestando continuamente sus servicios a las almas, pero muy especialmente a las almas de los sacerdotes" (A mis sacerdotes, 98).

 

 

 

E) Su amor a la Iglesia

 

     La expresión "mi Iglesia" se repite frecuentemente en las confidencias del Señor a Conchita, siempre con un tono de ternura y cariño, así como de invitación a vivir en esa misma vivencia. El Señor no deja de manifestar la exigencia de un amor de retorno por parte de todos los que componen su Iglesia amada: "Mi Iglesia es lo que más amo y lo que más me ha hecho sufrir" (Vida 3, 22-23; CC. 10, 195-196).

 

     El amor de Cristo a la Iglesia tiene su punto de partida en el amor del Padre: "Todo lo divino que encierra la Iglesia se debe a la santa fecundidad del Padre, fecundidad asombrosa que él ama y que, comunicándola a los sacerdotes, no quiere verla inactiva y olvidada" (A mis sacerdotes, 130).

 

     Un dato que sobresale en este amor a la Iglesia es su título de esposa de Cristo. Las confidencias parecen una glosa del texto paulino de Efesios 5, 25-27:

 

     "Yo vine al mundo para salvarlo por el divino medio de la Iglesia, Esposa muy amada del Cordero" (CC. 49, 307). "Yo, a tu modo de hablar, puse mis cinco sentidos en formar esa Iglesia amada... En mi Iglesia tengo mi asiento en la tierra; en la Iglesia tiene sus delicias un Dios humanado... Nada existe para Mí en la tierra más bello, que mi Iglesia" (CC. 49, 308-310).

 

     Este amor de Cristo a su Iglesia, el Señor lo quiere ver reflejado en sus sacerdotes (cfr. 2ª ponencia, n.10). Conchita será la portadora de este mensaje, como "víctima por la Iglesia" (Vida 3, 22-23; CC. 10, 195-196; cfr. el n. 3 de esta misma ponencia).

 

 

F) Su amor especial a los sacerdotes

 

     Del amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo, y del amor a las almas, a María y a la Iglesia, nace el amor especial para con los sacerdotes. "Yo amo a los ministros de mi Iglesia, como a las niñas de mis ojos, y por lo mismo, más me duelen las ofensas hechas por ellos a lo que más amo y ellos debieran amar" (Vida 9, 359; CC. 35, 102-108):

 

     "El Padre se los dedicó eternamente al Espíritu Santo; porque yo, el Hijo, los conquisté por mis infinitos méritos; porque el mismo Espíritu Santo, cuando encarnó al Divino Verbo en María, se gozó también en divinizar la vocación sacerdotal con el contacto del Verbo, el Sacerdote eterno, y puso en esa vocación una fibra de la fecundación del Padre y un reflejo de la pureza de su Inmaculada Esposa, imagen de la Iglesia... Nunca está sólo el sacerdote, sino que la Trinidad misma lo acompaña a todas partes de una manera especial" (A mis sacerdotes, 65).

     "Mis sacerdotes en la tierra, después de María, son la obra perfecta del Padre, por ser reflejo de su Hijo único... El padre sólo ve un Sacerdote en la multitud de sacerdotes; sólo me ve a Mí en los sacerdotes simplificados en Mí (ibídem, 72).

     "El Espíritu Santo tuvo parte activa en la creación del mundo. Al Espíritu Santo, que personifica al Amor, le fue dada la fecundidad realizada en María... Con el soplo del Espíritu Santo, fundé a mi Iglesia en mis sacerdotes amados; por eso la Iglesia también es fruto de amor, fecundación de amor en sus sacerdotes" (ibídem, 134).

 

     Los sacerdotes son como una página de la biografía de Jesús. Este amor ha comenzado en la eternidad, cuando el Padre engendró al Verbo. Desde el día de la Encarnación, ocupan un lugar en el Corazón de Cristo sacerdote:

 

     "Desde que encarné en María; desde que me puse a la disposición amorosa de mi Padre, diciéndole: Aquí estoy; no me puse a su disposición solo, sino con todos los sacerdotes en Mí, creados por mi Padre, por obra del Espíritu Santo, en María... viendo a todos los sacerdotes en Mí, con ellos nací en Belén, trabajé en Nazaret, convertí en Galilea, sufrí en Jerusalén, morí en el Calvario y resucité... Siempre he llevado en mi Corazón esa fibra santa y fecunda de mi Padre,  mis sacerdotes... En mí están los sacerdotes místicamente transformados desde que mi Padre ideó mi Iglesia, que fue eternamente. El posó en mí su mirada de infinita ternura; y en esa mirada eterna, que Yo vi y sentí, germinaron los sacerdotes en el Sacerdote eterno, y desde entonces los amo en Mí mismo, como Dios; y al venir Conmigo, como he explicado en la Encarnación, los amé y los amo como Dios hombre" (A mis sacerdotes, 77; CC. 51. 30).

     "El (el Padre), con su mirada amorosa de infinita ternura, puso en Mí, su Verbo, su inteligencia o entendimiento, su potencia, su amor; y en aquella mirada eterna que yo comprendí y sentí, germinaron los Sacerdotes en el Sacerdote... Mira, hija: Yo no puedo estar separado de lo que es Mío" (CC. 51, 32).

 

     A partir de este amor de Cristo a sus sacerdotes, se comprenden las descripciones sobre su razón de ser, su "transformación", su exigencia de santidad y de apostolado (cfr. 2ª ponencia). "Los dolores íntimos de mi Corazón... son el origen y la cuna del sacerdocio, y serán siempre la fuente de las vocaciones... Nada hay tan íntimo en mi Corazón como los sacerdotes" (A mis sacerdotes, 120).

 

 

3.   La vida de Conchita como trasunto de estos amores de Cristo

 

     Hasta aquí hemos expuesto el sacerdocio de Cristo a partir de sus amores o de su interioridad y de su Corazón, tal como aparece en las comunicaciones que Conchita recibió del Señor. En realidad, se trata también de las mismas vivencias de Conchita en sintonía con el Verbo Encarnado. Pero ella no está centrada en sí misma ni en sus propias experiencias y sentimientos, sino en los amores de Cristo Sacerdote.

 

     La gran preocupación de Conchita es la de dar a conocer los amores de Cristo Sacerdote, para hacerle amar especialmente de los sacerdotes y de otras "almas sacerdotales". Ella queda contagiada del amor de Cristo al Padre:

 

     "Jesús no es conocido, por eso no es amado... ¡Oh Padre Santo! Jesús Te amó sacrificándose ansioso de darte gloria, y mi alma necesita, Padre mío, dártela también. ¡Oh María!... Que estas meditaciones de "Cómo es Jesús", escritas al calor de tu Corazón de Madre, sirvan para darlo a conocer en su amor y en su dolor" (Cómo es Jesús, Retrato de Jesús).

 

     Conchita vive inmersa en el misterio de la Encarnación del Verbo, participando en él según la gracia especial recibida del Señor y calificada por él como "encarnación mística". Vive este misterio desde los amores de Cristo: "Al obrarse la encarnación mística en tu corazón, el Espíritu Santo, por la fecundidad del Padre, puso en tu alma el Verbo, y con El, hija, también a sus sacerdotes" (CC. 50, 175-176).

 

     Todos los amores de Cristo encuentran eco en el corazón y en la vida de Conchita. Su vida se hace, desde las primeras comunicaciones del Señor, vida nueva en el Espíritu Santo, como reflejo del Padre y del Hijo (Vida 6, 237), lazo de unión entre el Padre y el Hijo (Vida  3, 337; 6, 224-258), fuente de amor (Vida 7, 352), foco de verdadera caridad (Vida 5, 106). La propiedad del Espíritu Santo es darse, comunicarse (Vida 9, 346). El Espíritu Santo necesita almas que se le consagren, almas crucificadas, para descender a ellas (Vida 1, 271-273). El hace fecunda la Obra de la Cruz (Vida 6, 230. Es él quien guía e impregna toda la vida de Jesús (Vida 4, 135; 7, 185). Se vive de él por medio de María (Vida 9, 332). Ahí se inspira la vida de Conchita, guiada por el Espíritu Santo, para vivir de los amores de Cristo y para contagiar a otras almas sacerdotales.

 

     Su amor a las almas nace de la sintonía con el mismo amor universalista de Cristo. Conchita no está centrada en sí misma, sino en el bien de los demás, a imitación del amor de Cristo. Esta apertura se hace donación total y crucificada:

 

     "Naciste para otros... Yo me encargaré de ti" (Vida 2,139; CC. 10, 218).

     "Tú estás destinada a la santificación de las almas, muy especialmente, a la de los sacerdotes" (Vida 4, 257; CC.18, 220-223).

     "Date a las almas como Yo me di" (Vida 5, 86; CC. 22, 203-206).

     "Si quieres salvar almas, transfórmate en la cruz" (Vida 4, 143; CC. 4, 197-199).[9]

 

     Este amor a las almas se convierte en donación inmolada, en víctima, también a imitación de Jesús y en unión con él:

 

     "Ofrécete como víctima en unión Mía" (Vida 3, 8; CC. 6, 157-158).

     "Te he escogido como víctima especial" (Vida 6, 125; CC. 24, 193-196).

     "En mi unión debes ser víctima, porque éste es el grado más perfecto del amor" (Vida 6, 241-242; CC. 25, 161-161).[10]

 

     Su amor a María se expresa en identificación con ella: "Porque eres madre (le dice Jesús) con un reflejo de María, místicamente mía y de mis sacerdotes" (CC. 50, 175-176). Por esto, en el corazón de Conchita deberá reflejarse la ternura materna que Cristo encontró en María: "Pues esa ternura materna, derivada de la de María, vengo a buscar en tu corazón de Madre, y en el corazón de los tuyos" (CC. 49, 95). De ahí derivará la necesidad de imitar a María en su fidelidad generosa a su inmolación con Cristo, como así lo pide Conchita: "Madre mía, Virgen santa, dame tu Corazón y tus latidos para saber amar a Jesús" (CC. 49, 218). La escuela de este amor e imitación es el mismo Jesús:

 

     "Imítala... es la mejor Maestro de la vida espiritual" (Vida 4,7; CC. 6, 188-193).

     "Imita a María en ofrecerme por amor al Padre" (Vida 6, 259; CC. 25, 259).

     (María le dijo) "Éste es el mayor favor que te ha hecho mi Hijo" (Vida 3, 200; CC. 4, 167-170).[11]

 

     Su amor a la Iglesia forma parte de su vocación y carisma específico. Es amor que se traduce por fidelidad. Se trata de sintonizar con el mismo amor de Cristo (cfr. n. 2, E). La vida de Conchita será una continua inmolación por el bien de la Iglesia:

 

     "Sacrifícate por la Iglesia... Yo quiero que sean víctima por la Iglesia" (Vida 3, 22-23; CC. 10, 195-196).

     "Ya no te perteneces, eres de la Iglesia y el verbo te utiliza en su favor" (Vida 9, 305; CC. 35, 27-29).

     "Yo quiero que hagas con voluntad el ser toda tú para siempre de la Iglesia" (Vida 9, 316; CC. 35, 57-61).

     "La doctrina que te he dado es de la Iglesia" (Vida 4, 258; CC. 18, 220-223).[12]

 

     Su amor a los sacerdotes es una consecuencia de los demás amores. El amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo, así como su amor a las almas, a la Iglesia y a María, se concreta en un mensaje de amor a los sacerdotes. No se ocultan sus defectos, pero, sobre todo, se indican los grandes ideales. La vida de Conchita está consagrada a la santificación de los sacerdotes, como consecuencia de compartir las vivencias y amores de Cristo Sacerdote. Este fue el encargo que recibió del Señor:

 

     "Tú estás destinada a la santificación de las almas, muy especialmente a la de los sacerdotes" (Vida 4,257-258; CC. 18, 220-223)

     Te he pedido muchas veces que te sacrifiques por ellos, que los recibas como tuyos, por el reflejo de María en ti" (CC 50, 156). "Porque eres madre con un reflejo de María, místicamente Mía y de mis sacerdotes" (CC. 50, 175-176).

     "Por éstos caí... y tú por éstos tienes mucho que sufrir... pero lloverán gracias" (Vida 4, 152). [13]

 

     Es interesante observar en estas vivencias de Conchita dos notas características: su amor fiel y apasionado por Cristo Sacerdote (el Verbo Encarnado) y la repugnancia natural a publicar las confidencias del Señor sobre los sacerdotes. Se nota, en el diálogo con el Señor, ciertos reparos que ella misma manifiesta, como si le costara creer en los defectos sacerdotales.[14]

 

     Hay un hecho en la vida de Conchita que, a mi entender, es un signo claro de su fidelidad y de su verdadera inmolación en aras de los amores de Cristo. Me refiero a la "noche oscura" de sus últimos días y a la actitud de "abandono" total en unión con el "abandono" de Cristo en la cruz. Es una nota de autenticidad, como consecuencia madura de todas las confidencias recibidas.[15]

 

 

 

 

2ª ponencia:   EL MENSAJE QUE CONCHITA TRAE A LA IGLESIA CON SU VIDA Y SU PALABRA EN TORNO A LOS SACERDOTES

 

     La vida de Conchita es toda ella sacerdotal. Como hemos visto en la primera ponencia, ella vive de los amores de Cristo Sacerdote o de su Corazón. Es el mismo Señor quien le contagia del amor a los sacerdotes, explicándole, al mismo tiempo, la razón de ser del sacerdote ministro, su proceso de transformación en Cristo y sus exigencias de santidad.

 

     Su "destino" es, pues, convertirse en víctima por la santificación de los sacerdotes (cfr. Vida 4, 257-258; CC. 18, 220.223). Es una especia de maternidad espiritual, a imitación de la maternidad de María (CC. 50, 175-176). Por esto siente deseos de que todos los sacerdotes ardan en celo apostólico (Vida 5, 200), quiere cargar como propios sus pecados (Vida 4, 146), siguiendo las indicaciones de Jesús (Vida 4, 152). Conchita ofrece su vida para que haya sacerdotes santos (Vida 4, 151.161) y su más ardiente deseo es el de dar a Cristo muchos sacerdotes santos para consolarlo (Vida 4, 153).[16]

 

     En este contexto vivencial y comprometido, Conchita nos transmite el mensaje recibido del Señor para anunciarlo a toda la Iglesia. Al sacerdote lo ve siempre en relación con Cristo, como transformado en él para ejercer santamente los ministerios y salvar muchas almas. Es un sacerdocio participado ontológicamente del de Cristo, profundamente relacionado con él, para amarle y seguirle, imitarle y ser su transparencia en la Iglesia y en el mundo.[17]

 

1.   Identidad sacerdotal: ser, obrar y vivencia

 

     La realidad sacerdotal se presenta, en los escritos de Conchita, en sentido dinámico: "Pudiera en cierto modo definirse así el sacerdote: El glorificador del Padre por el sacrificio de Jesús bajo el impulso del Espíritu Santo" (Cómo es Jesús, Sus sacerdotes). El ser del sacerdote es participación en el ser de Jesús y en su misterio de Encarnación:

 

     "Cuando el Padre engendró al Hijo en la eternidad sin principio, engendró con El, en cierto sentido, a los Sacerdotes. De allá procede la generación espiritual, y en cierta manera divina, del Sacerdote, en la del Sacerdote eterno, en el entendimiento, y en e Corazón del Padre que es su voluntad, que es el Espíritu Santo... Del concurso del Espíritu Santo en el Padre (aunque procede de él en aquel arrebato de inefable amor al producir al Verbo, en todo igual a El) fueron concebidos eternamente la Iglesia y sus futuros Sacerdotes" (CC. 49, 348).

     "Al engendrarme el Padre en el seno purísimo de María, por obra del Espíritu Santo, engendró Conmigo en Ella el germen de los Sacerdotes, en el Sacerdote eterno; le comunicó una fibra divina de la fecundación de los Sacerdotes futuros, engendrados en el seno del Padre, de toda la eternidad" (CC. 50, 170-173).

     "Cada sacerdote, eternamente concebido por el Padre, tiene una especie de eterna generación unida al Verbo" (A mis sacerdotes, 33).

 

     El poder hacer presente a Cristo en la Eucaristía es una consecuencia del hecho de participar en el misterio de la Encarnación:

 

     "Por la encarnación mística, la cual todo Sacerdote debe tener muy honda, muy íntima, muy familiar aunque respetuosa, puesto que en el altar la opera diariamente en el sacrificio de la Misa. Ahí místicamente encarna el Verbo en cada hostia consagrada que transforma por la transubstanciación de las especies en Jesús. Pero como entonces, él es Jesús, queda la estela en su alma, la de esa encarnación que el Sacerdote debiera guardar en su corazón... Encarna el Sacerdote a Jesús en la hostia, mas como él se vuelve Jesús, se vuelve hostia, y al ofrecer la hostia al Padre, transformado en Jesús, también es hostia, también es víctima" (CC. 50, 190).

     "En razón del sacerdocio conferido y afirmado por el Espíritu Santo, reciben el poder de concebir en cierto sentido al Verbo hecho carne en la Misa, en donde se renueva mi Encarnación, Pasión y muerte" (CC. 50, 235).

     "En el altar efectúa el sacerdote un facsímil de la Encarnación del Verbo" (Vida 5, 334; CC. 23, 217-227).

 

     El ser y el obrar sacerdotal exige una vivencia consecuente. La participación en el misterio de la Encarnación debe pasar a ser vivencial por una vida coherente de santidad: "El reflejo de este misterio de la Encarnación, lo recibe diariamente en la Misa el Sacerdote en su alma... Pero el alma del Sacerdote que abraza y cultiva con su correspondencia a la gracia este don de Dios, es el más dispuesto a recibir y a ensanchar la gracia sin precio de la encarnación mística en el alma, que es gracia sacerdotal en todas sus partes" (CC. 50, 192-193). Así se da una explicación del carácter sacerdotal: "Ante las miradas de mi Padre existe en ellos el carácter imborrable, el sello santo que los consagró Míos" (CC. 49, 74).[18]

 

     Este tema es como el punto de partida para comprender la doctrina sacerdotal que Conchita recibe del Señor. Ella misma lo manifiesta con cierto estupor y miedo, como queriendo escapar de esas confidencias: "Y me fui, de miedo a que me fuera a hablar de la encarnación mística... aquellas inmensidades divinas me aplastan. El me perdone" (CC. 50, 221). Jesús mismo le aclara las dudas:

     "Señor: Pero si todos los Obispos y Sacerdotes tiene, por el hecho de ser Sacerdotes, la encarnación mística, entonces por qué me has dicho que es una gracia escogida y especial para ciertos Sacerdotes? Mira, hija: el germen de esta gracia insigne la tienen todos... al recibir en su ordenación el Soplo fecundo del Espíritu Santo... Pero este germen, se desarrollará más y más por las gracias especiales y gratuitas del Espíritu Santo" (CC. 50, 238-239).

     En el altar, hija, se producen las dos cosas: que el Sacerdote encarna  al Verbo hecho hombre; es decir, que reproduce, en cierto sentido, el misterio de la Encarnación, que atrae al Verbo hacia la tierra para hacerse hombre; y con el Dios-Hombre, se opera o produce el misterio de la transubstanciación. Mas, como el reflejo de Dios es Dios mismo, el Verbo hecho carne, en el reflejo que produce en el alma del Sacerdote, pasa a su corazón, obrando en cierto grado, la encarnación mística en él" (CC. 50, 298-299).[19]

 

 

2.   Transformación en Cristo

 

     Es una consecuencia del hecho de participar ontológicamente en el sacerdocio de Cristo. La transformación del propio ser debe hacerse moral y vivencial, consciente y responsable, con todas las consecuencias de santificación personal. La "encarnación mística", aplicada al sacerdote, tiene dos aspectos: 1º) La gracia sacerdotal recibida en la ordenación como "soplo fecundo del Espíritu Santo"; 2º) el desarrollo de esta gracia ("germen") a través de una fidelidad consecuente (cfr. CC. 50, 238-239).[20]

 

     Muchas veces, en las confidencias de Jesús a Conchita, el Señor se identifica con el sacerdote como su "otro yo": "El sacerdote que cumpla con su misión, será otro Yo" (Vida 6, 345-346; CC. 25, 259-265). "Identificado Conmigo es otro Yo! es decir, es entonces Yo mismo al consagrar, en ese misterio de amor que se efectúa en la transubstanciación" (CC. 49, 181).

 

     Esta transformación moral o espiritual se realiza bajo la acción y los dones del Espíritu Santo:

 

     "Y si los Sacerdotes deben ser otros Jesús, los Obispos con más deber, y con más razón deben estar transformados e identificados Conmigo, pero con una transformación tan íntima, tan real y tan profunda, que desaparecen en Mí, viviendo y obrando y amando Yo en ellos, con el Espíritu Santo" (CC. 49 122).

     "Porque no es el Sacerdote el que vive, sino Yo en él, con todas mis virtudes, carismas y dones, y aún, esplendores eternos de la Trinidad, comunicados" (CC. 50, 204).

 

     De esta transformación espiritual dependerá el fruto del trabajo apostólico:

 

     "Sólo un Sacerdote, transformado en Mí, puede transformar a las almas; y a la medida de su transformación en Mí, será la que reciban las almas" (CC. 50, 182).

     "Yo en ellos quiero obrar, hablar, vivir y hacerme sensible a las almas... transformar el mundo por la transformación perfecta de los sacerdotes en el gran Sacerdote, en el único Sacerdote de donde todos proceden" (A mis sacerdotes 51).

     "Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (A mis sacerdotes 55).

     "Si mis sacerdotes son otros Yo, podrán también tomar la valiosa moneda de la comunión de los santos... y así me ayudarán poderosamente a salvar a las almas" (A mis sacerdotes 109).

 

     Es transformación que abarca todos los momentos de la vida, como testimonio de autenticidad, a modo de signo o transparencia de Jesús:

 

     "Deben no sólo parecer Jesús, sino ser Jesús, solos o acompañados, en la calle y en el Templo, en su ministerio o fuera de él" (CC. 49, 185).

     "Sólo un Pastor Yo, puede crear en su Iglesia hijos Yo, porque sólo el transformado, tiene virtud para transformar" (CC. 50, 244).

 

     Las confidencias sobre los sacerdotes tienen como objetivo principal ayudarles a vivir el misterio trinitario como transformación de vida. La unidad del corazón, como reflejo de la Trinidad, será el fundamento de la unidad entre todos los sacerdotes: "Estas Confidencias han tenido por objeto, unir a todos los Sacerdotes en la unidad de la Trinidad, pero transformados en Mí; llevan el fin de hacer de todos ellos un solo Jesús; Yo en ellos; no muchos Jesús, sino uno solo" (CC. 50, 292).[21]

 

     La eucaristía es siempre el momento culminante de esta transformación: "Soy yo en él quien mira al Padre, quien le da gracias anticipadas, por el misterio que se va a obrar en el altar... siquiera entonces, esos momentos siquiera, que fueran ellos, Yo" (CC. 49, 32). "Al consagrar, somos uno; él desaparece en Mí, y quedo Yo en él, como dos en uno" (CC. 49, 59). "Lo absorbo en mi Divinidad, y sin que lo sienta, lo transformo en Mí... no tan sólo para ofrecerme a mi Padre, en el sacrificio del altar, sino también para darme a las almas" (CC. 49, 60). "Baja el Verbo al altar transformando al Sacerdote en Mí mismo; por eso lo mira el Padre, le sonríe el Padre, lo envuelve el Padre con su Sombra" (CC. 50, 62).

 

     El amor del Padre a los sacerdotes es la fuente de la transformación:

 

     "Ya se recreaba desde aquella eternidad el Padre al ver a su Hijo amadísimo en los sacerdotes, y por eso mismo los amaba" (A mis sacerdotes 34).

 

     Entonces Cristo comunica sus amores a sus sacerdotes:

 

     "Por eso amo tanto la gracia de la encarnación mística... quiero desarrollar esa gracia en el corazón de los sacerdotes, para asegurar su fidelidad, su heroísmo y sentir en ellos algo de las fibras fecundas del amor de mi Padre, cuya Paternidad han recibido de El. Quiero con esa gracia infundirles - transformarles en Mí - mi amor a mi Padre, el amor de mi Padre a Mí" (A mis sacerdotes, 98). "Sentirán los pecados ajenos con la delicadeza con que Yo los siento... transformación en mí... porque ese dolor de las ofensas que recibo y que sentirán como propias, tiene una especial virtud para alcanzar las gracias del cielo... Concluye el buscarse a sí mismos... No le importan entonces al alma sus penas, sino las mías... Otros Yo, todos en Mí, que sientan lo que Yo siento, que quieran lo que Yo quiero, que amen lo que Yo amo... Sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo" (A mis sacerdotes 106).

 

3.   Prolongar la acción de Cristo

 

     La acción del sacerdote se presenta siempre como identificación y prolongación de la acción de Cristo Sacerdote, especialmente en la celebración eucarística (cfr. n. 6). Es allí donde aparece más clara la identidad sacerdotal (n. 1) y la necesidad de transformación en Cristo (n. 2). Toda la acción sacerdotal tiende a la salvación de las almas (cfr. n. 7), como trasunto de la acción redentora de Cristo: "Otros Yo, que continuaran la misión que me trajo a la tierra, y que fue llevar a mi Padre lo que de El salió; almas que lo glorificaran eternamente" (CC. 50, 200).

    

     La predicación debe estar centrada en Cristo: "Que me prediquen a mí, el Verbo hecho carne, crucificado" (CC 49, 224; cfr. 1Cor 1,23; 2,2). "La misión de los Sacerdotes es sembrar mi doctrina; mover a arrepentimiento, ilustrar los espíritus, convertir las almas, hacer reaccionar los corazones y no echar el anzuelo para sacar alabanzas... Debe buscar no brillar, sino convertir; y sólo el que es santo, santifica. Para este ministerio (de la predicación), necesita el sacerdote ser hombre de oración; porque para dar a las almas, es preciso recibir de lo alto; y no se recibe, si no se ora, si no se es mortificado" (CC. 49, 221).

 

     El servicio de los sacramentos requiere santidad de vida. El sacerdote es ministro del perdón en nombre de Jesús (Vida 9, 363-364). "Todos mis Sacramentos purifican, porque llevan algo divino; llevan mi Sangre... Los Sacerdotes que apliquen estos sacramentos, deben estar sin mancha, porque... ponen mi sello divino en los corazones; lavan con mi Sangre" (CC. 49, 171).

 

     Esta acción pastoral debe ser trasunto del modo de actual del Señor, especialmente en su cercanía a los pobres": "Yo vine a salvar a todos sin distinción: a pobres y a ricos, u mi caridad prefirió a los menesterosos, a los desvalidos, a los pobres, y Yo mismo fui pobre para atraerlos a Mí sin que se avergonzaran. Y si los sacerdotes tienen que ser Yo, la misma caridad, abnegación y humildad tienen que tener, y el mismo sentir que Yo... Yo amo mucho a los pobres; y falta en mi Viña, en mi Iglesia, quien los ame como Yo... Todas son almas; todas me costaron la Sangre y la Vida" (A mis sacerdotes, 27).

 

4.   Amistad con Cristo

 

     El amor profundo de Cristo a sus sacerdotes es un llamado a la unión con él, traducida en amistad, en transformación y sintonía con sus amores (cfr. 1ª ponencia, 2, F). Cuando se señalan defectos de los sacerdotes, siempre destaca la misericordia y el ofrecimiento de un amor incondicional, personal y único. Muchas veces este tema se expresa con la terminología del "Corazón" de Jesucristo: "Los sacerdotes son fibras de mi Corazón, su esencia, sus mismos latidos" (A mis sacerdotes 33). "En ese costado abierto por la lanza tuvieron su cuna los sacerdotes de la Iglesia" (ibídem 34). "Nada hay tan íntimo a mi Corazón como los sacerdotes" (ibídem 120).

 

     La expresión "mis sacerdotes" tiene un tono cariñoso y se repite con frecuencia: "Mis sacerdotes... esos pedazos de mi mismo Corazón" (CC. 49, 151; cfr. A mis sacerdotes 72 y 98). Los sacerdotes son invitados a volver constantemente al amor de Cristo.

 

     La vida sacerdotal recobra su sentido a partir de la declaración de amor por parte de Cristo (cfr. Jn 15, 9). El amor que Cristo ofrece tiene sus raíces en el amor eterno de Dios: "El amor forma a los Sacerdotes, que si fueron engendrados desde la eternidad en el entendimiento del Padre, nacieron, hija, a impulso de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la Cruz, y consumados en su principio y en su fin por el amor" (CC. 49, 384).

 

     Jesús continúa ofreciendo a sus sacerdotes un amor de amistad profunda. La respuesta debe ser de confianza e intimidad: "Es preciso a toda costa, que los Sacerdotes se acerquen a Mí en la intimidad de sus corazones. Díles que no teman, que... en Mí tienen un hermano... una madre, un Padre, un Dios-hombre, que los ama con las entrañas más tiernas... que quiere estrecharlos contra un Corazón que se dejó romper par que en él cupieran todos los Sacerdotes, para transformarlos en Mí, su Jesús, todo misericordia y bondad" (CC. 50, 315).

 

5.   Seguimiento e imitación de Cristo

 

     La transformación en Jesús equivale a vivir en sintonía con su amor. Este amor es exigente, pero hace posible la entrega: "¿Cómo se opera esta transformación prácticamente? AMANDO: que del amor se deriva la generosidad, la abnegación, el olvido propio, el sacrificio, el ardoroso celo por mi gloria, la fe, la esperanza, y el tener una sola voluntad con la de mi Padre, por una entrega absoluta y total a todas sus disposiciones... Que estudien, hija, a mi Corazón incomprensible, en donde caben todas las ingratitudes, todas las lágrimas y dolores ajenos" (CC. 50, 339).

 

     La existencia sacerdotal consiste en compartir la vida con Cristo, asumiendo todas sus exigencias: "No me ofrezco en las Misas Yo solo, sino que Conmigo ofrezco a todos los Sacerdotes del mundo, porque todos están en Mí, único Sacerdote, en razón de mi Unidad. Desde que me encarné en María,desde que me puse a la disposición amorosa de mi padre diciéndole: "Aquí estoy", no me puso a su disposición solo para cualquier sacrificio, sino con todos los Sacerdotes en Mí" (CC. 51, 30). El seguimiento de Cristo comporta inmolar a Cristo dejándose inmolar por él y con él (cfr. Vida 5, 221).

 

     Este seguimiento evangélico del sacerdote equivale a unificar la propia voluntad con la suya: "una entrega total y absoluta de la voluntad de los sacerdotes con la Mía" (CC. 50, 295). El seguimiento generoso y desprendido sólo se explica a partir del amor: "Su vocación debe ser todo amor..., amor de generosidad para los sacrificios..., amor de unión.. y de estrechamiento conmigo" (CC. 51, 5-7). Imitar a Cristo equivale a vivir en obediencia continua a la voluntad del Padre (cfr. CC. 50, 200) y en pobreza (cfr. CC. 49, 281).

 

     Nota característica del seguimiento evangélico sacerdotal es la imitación de Cristo en su amor esponsal, es decir, en la castidad o celibato. En las confidencias a Conchita esta virtud aparece como desposorio y fecundidad paterna:

 

     "Es tan cándida mi Iglesia, que sólo la doy por Esposa a los que juran ser puros... Esta es una de las razones principales por la que los sacerdotes no deben ser casados, porque deben ser el reflejo del Padre virgen y cuya Paternidad representan. Su fecundidad en las almas debe ser la misma del Padre con la que engendró a su Verbo, con la santa y virgen fecundidad del Espíritu Santo, que produjo en María al Verbo hecho hombre... Los sacerdotes son el lazo de unión que une a los cristianos con Cristo; y son padres porque representan al Padre, par producir en las almas la extensión del Verbo, la transformación en Mí" (A mis sacerdotes 147).

 

     La castidad sacerdotal es, pues, fecundidad apostólica, a imitación de la fecundidad del Padre, para "formar a Jesús en las almas" (A mis sacerdotes 130). "Tienen los Sacerdotes el deber de reflejar al Padre virgen, para poder cumplir con su purísima y sagrada misión, de engendrar, a su vez, almas santas" CC. 50, 33). Es también participación en los "desposorios" de Cristo con su Iglesia (A mis sacerdotes 84).

 

     La virginidad o castidad evangélica, que debe adornar la vida del sacerdote, se transforma en fecundidad a imitación de María Virgen y como prolongación de la fecundidad del Padre al engendrar al Verbo en el amor del Espíritu Santo: "María recibió directamente del Padre, por el Espíritu Santo, esta sublime y santísima fecundidad, nada menos que dándole a su verbo, a la segunda Persona de la Santísima Trinidad, para hacerlo hombre en su purísimo seno... Por eso la virginidad encanta al Padre, porque en ella se retrata; y no hay en la tierra fecundidad más grande que l de las almas vírgenes, que reflejan en sí mismas al Padre, y que copian... Ahora bien, si el Padre comunica a los sacerdotes su fecundidad divina, deben ser luz, deben ser luz, porque han recibido, en el germen divino de la fecundidad del Padre, su ser de luz, de virginidad, de limpidez, de pureza que los hará verdaderos padres que tienen que engendrar en la Iglesia almas de luz, de claridad, de pureza... Por eso, si los sacerdotes son padres, deben ser puros... deben ser el reflejo del Hijo hecho hombre, puro con la fecundidad del Padre al engendrarlo, y puro al hacerse hombre tomando la vida virgen en María Virgen" (A mis sacerdotes 132). La celebración eucarística hace al sacerdote semejante a María Virgen (cfr. CC. 50, 152).

 

     El seguimiento e imitación de Cristo tiene dimensión trinitaria y conlleva frutos de fecundidad apostólica: "Al Padre, debe el Sacerdote imitarlo, siendo padre, en su purísima fecundidad y caridad con las almas... Debe imitar al Hijo que soy Yo, el Verbo hecho hombre, transformándose en Mí, que es más que imitarme, siendo otro Yo en la tierra, sólo para glorificar al Padre en cada acto de su vida, y darle almas para el cielo. Y debe imitar al Espíritu Santo, siendo amor, transfundiendo amor, enamorando a las almas del Amor" (CC. 49, 377).

 

     Esta vida evangélica hace del sacerdote una "hostia viviente":

 

     "El Sacerdote debe ser una hostia viviente que me contenga; o más bien, una hostia Yo, transformado en Mí. Y todos los Sacerdotes del mundo, formando un solo Jesús" (CC. 50, 202).

     "Pide, hija, porque los Sacerdotes sean Sacerdotes; víctimas con la Víctima, Yo, y con las mismas cualidades de la Víctima" (CC. 49, 62).

 

6.   Una vida centrada en la Eucaristía

 

     La identificación del sacerdote con Cristo se realiza de modo especial en la celebración eucarística. Pero esta celebración debe hacerse consciente y coherente. La "mirada" de gratitud y de amor de Cristo al Padre es la pauta de la vivencia eucarística del sacerdote: "Soy yo en él quien mira al Padre, quien le da gracias anticipadas, por el misterio que se va a obrar en el altar... siquiera entonces, esos momentos siquiera, que fueran ellos, Yo" (CC. 19, 32).[22]

 

     La celebración eucarística es fuente de vida espiritual y apostólica, como momento culminante de identificación con Cristo. "En la Santa Misa... reciben destellos de mi mismo Ser, que los purifica y fortifica" (Vida 7,53; CC. 25, 358-364).

 

     El sacerdote, por el ministerio eucarístico, se hace instrumento de la Trinidad para realizar la transubstanciación y para que Cristo se prolongue en las almas. Todo ello es obra del Espíritu Santo. "Es la Persona del Amor, la que inspiró al Verbo hecho carne el estupendo milagro eucarístico, para perpetuar de esta manera, con la fecundidad del Padre, la encarnación en las almas... La Trinidad misma, por decirlo así, se pone a las órdenes del sacerdote para realizar la transubstanciación eucarística" (A mis sacerdotes 140).

 

     El misterio de la Encarnación se prolonga de algún modo por el ministerio eucarístico del sacerdote. Este es como "otra eucaristía ambulante" o "eucaristía viviente". Pero esto exige una vida de coherencia con la eucaristía que se ha celebrado y una vida de unión progresiva con Cristo. El sacerdote se hace entonces "todo para todos" (1Cor 9,22):

 

     "Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante... perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra... eucaristías vivientes... No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así; ahí comienza la perfecta unión con el Sacerdote eterno, que tiene que ir creciendo día por día, hora por hora - por el amor y por el dolor - hasta la consumada transformación en Mí... Que refleje a la Eucaristía en su alma, que se asemeje a Jesús en esa universal caridad, todo para todos y dándose totalmente entero en el ejercicio santo de su apostolado en favor de las almas" (A mis sacerdotes 112).

 

     En la eucaristía aparece la relación del sacerdote con María. Es relación de semejanza, por el hecho de hacer presente a Cristo por obra el Espíritu Santo: "María me engendró en su virginal seno por medio del Espíritu Santo con la fecundación del Padre; y el Sacerdote en la Misa reproduce este misterio sublime que se perpetuará en los altares hasta el fin de los siglos. María Virgen, quiere sacerdotes vírgenes" (CC. 50, 152). Es también relación filial, por la identificación con Cristo a modo de "encarnación mística":

 

     "En razón del sacerdocio conferido y afirmado por el Espíritu Santo, reciben el poder de concebir en cierto sentido al Verbo hecho carne en la Misa, en donde se renueva mi Encarnación, Pasión y muerte" (CC. 50, 235).

     "Al transformarse los Sacerdotes en Mí, en la Misa, pasan a ser más íntimamente, más completamente... hijos de María Inmaculada, al ser Yo mismo en ellos... Y María entonces tiene para ellos, toda la ternura que tuvo y que tiene para Conmigo, porque ve, en cada Sacerdote, otro Yo, y los mira complacida, y los envuelve en su calor, y los estrecha en su seno, y lo acaricia y los ama, porque me ve en ellos a Mí" (CC. 49,90).[23]

 

     A partir de la eucaristía, el sacerdote encuentra continuamente a Cristo presente en toda su vida ministerial: "Vivo (dice el Señor en las confidencias) en constante roce con ellos, no tan sólo en la Eucaristía, en unión más que íntima en los deberes de mi ministerio" (CC. 50, 269).

 

7.   Al servicio de las almas

 

     Como hemos ido viendo en los apartados anteriores, el amor de Cristo a su Padre, a María, a la Iglesia y a los sacerdotes, se traduce en amor ardiente a la humanidad entera (a "las almas"). La crucifixión de Cristo fue querida por el Padre por amor a las almas (cfr. Vida 8, 7).

 

     El objetivo del ministerio sacerdotal es el de "formar a Jesús en las almas, rasgo a rasgo, en transformarlas en Mí" (A mis sacerdotes 130). Ahí radica la paternidad sacerdotal: "Son padres porque representan al Padre, para producir en las almas la extensión del Verbo, la transformación en Mí" (ibídem, 147).

 

     El cuidado de las almas supone guiarlas por el camino de la perfección, como "vuelo de espíritu": "No quiero almas paralizadas por el temor, sino confiadas por el amor. Ese vuelo de espíritu quiero que mis Sacerdotes infiltren en las almas... mi yugo es suave" (CC. 50, 328). Para ello se requiere que el mismo sacerdote se transforme en Cristo: "A medida de su transformación en Mí, será la mies que recojan, y no serán estériles, sino fecundos, en gracia y en virtudes, dándole almas a mi Padre Celestial" (CC. 50, 396).

 

     La figura del sembrador se aplica a la acción sacerdotal en bien de las almas, con su aspectos de paciencia y acompañamiento. Esta acción pastoral consiste en dar la propia vida para transmitir una vida nueva en el Espíritu:

 

     "El Sacerdote es sembrador, y su misión es arrojar la semilla en las almas, preparadas con su trabajo y oración; regar esas almas, cultivarlas y presentarlas a mi Padre como maduros frutos que a El toca cosechar. Por eso los Sacerdotes, que tienen la misión en la Iglesia de dar vida a las almas, y de formarlas para el cielo, de infundirles lo divino..., más que nadie deben vivir unidos al Espíritu Santo" (CC. 50, 160-161).

 

     El equilibrio entre acción y contemplación se encuentra en una entrega verdadera y completa al bien de las almas: "Debe ser todo para las almas, sí; pero primero todo para Mí, dando la primacía al trato Conmigo, salvo circunstancias de mayor gloria de Dios" (CC. 49, 183). "Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (A mis sacerdotes 54).

 

     El cuidado de las almas consiste en una actitud de respeto y fidelidad al agente principal que es el Espíritu Santo: "Y tocando este punto, hija, del Espíritu Santo, te diré que lo contristan mis Sacerdotes muy frecuentemente en muchas cosas. En adelantarse en su acción en las almas, abrogándose derechos que no tienen; en querer ser más que El, en cierto sentido, no esperando que obre en los corazones; atropellando su acción... disponiendo de los corazones" (CC. 49, 196).

 

     El celo apostólico lleva a un sentido de totalidad: todas las almas, "muchas almas", como el celo de Buen Pastor que no desmaya hasta encontrar a todas las ovejas: "Un Sacerdote a quien anime el ardor amoroso del Espíritu Santo, no debe conformarse con un puñado de almas, que lo rodean, sino lanzarse con santo pero discreto celo a salvar muchas almas" (CC. 49, 245).

 

     El no buscarse a sí mismo en el secreto de la acción pastoral, como la del Bautista: "Que no aparezcan ellos, sino Yo en ellos, encantando a mi Padre y atrayendo las almas hacia El para glorificarlo" (CC. 50, 287). La fecundidad apostólica es fruto de la virginidad: "Tienen los Sacerdotes el deber de reflejar al Padre virgen, para poder cumplir con su purísima y sagrada misión, de engendrar, a su vez, almas santas" (CC. 50, 33). "Yo al mirar eternamente a un Sacerdote, vi en él a un escuadrón de almas, por él engendradas por la fecundación del Padre, por él redimidas en unión de mis méritos" (CC 49, 338).

 

     El servicio a las almas es una prolongación y comunicación de la vida trinitaria: "Al Padre, debe el Sacerdote imitarlo, siendo padre, en su purísima fecundidad y caridad con las almas... Debe imitar al Hijo que soy Yo, el Verbo hecho hombre, transformándose en Mí, que es más que imitarme, siendo otro Yo en la tierra, sólo para glorificar al Padre en cada acto de su vida, y darle almas para el cielo. Y debe imitar al Espíritu Santo, siendo amor, transfundiendo amor, enamorando a las almas del Amor" (CC. 49, 377). Ello dependerá de la propia sintonía y participación en la vida trinitaria: "Quiero a todos mis Obispos y Sacerdotes absorbidos en la unidad de la Trinidad, para que sean fecundos en las almas, para que engendren en la Iglesia virgen, almas para el cielo" (CC. 50, 4).

 

8.   El amor de María al sacerdote y de éste a María

 

     El aspecto mariano de la espiritualidad sacerdotal es también una característica clara del mensaje que Conchita trae a la Iglesia en torno a los sacerdotes. La doctrina sobre la "encarnación mística" fundamenta el amor de maría al sacerdote y de éste a María. Por una parte, los sacerdotes fueron "engendrados en el seno del Padre, (desde)de toda la eternidad", cuando el Padre engendró al Verbo en el amor del Espíritu Santo (CC. 50, 170-173; cfr. CC. 49, 339). Por otra parte, los sacerdotes fueron también engendrados en el seno de María por su unión con el Verbo, hecho hombre, Cristo Sacerdote: "al engendrarme el Padre en el seno purísimo de María, por obra del Espíritu Santo, engendró Conmigo en Ella el germen de los Sacerdotes, en el Sacerdote eterno" (CC. 50, 170-173).

 

     El amor materno de María a los sacerdotes procede de esta unión e identificación con Cristo como "otros Jesús":

 

     "Por eso María es más Madre de los Sacerdotes, por estar Conmigo, en su seno inmaculado aquella fibra sacerdotal unida a mi naturaleza humana divinizada. Y por eso María tiene mucho de sacerdote, y por eso María busca por justicia a su Jesús, en cada Sacerdote, concebido Conmigo en su virginal seno, al encarnarse el Verbo en sus entrañas purísimas" (CC. 50, 170-173).

     "Tienen los Sacerdotes un sitio especial en el Corazón de María, y los latidos más amorosos y maternales en Ella, después de consagarlos a Mí, son para los Sacerdotes. Ellos son la parte predilecta y consentida de su alma, en el mundo" (CC. 50, 153).

     "María es feliz cuando comunica a su Verbo hecho carne; y si, conjuntamente concibió en su casto seno, al concebir a Jesús, en El, el germen sacerdotal, los Sacerdotes son para Ella, otros Jesús, y más que nadie, quiere transformarlos en Jesús, místicamente en sus almas" (CC. 50, 195).

     "Como el Padre ama en mí, su Verbo humanado a todas las cosas..., así María; en Mí, su Jesús divinizado y divino, ama a todos sus hijos, especialmente a los Sacerdotes; y más ama a los que se asimilan a su Hijo divino; a los que llevan los rasgos de su fisonomía más marcados, a la medida de su transformación en Mí" (CC. 50, 149).

 

     El amor del sacerdote a María consistirá en vivir la transformación en Cristo con su ayuda y ejemplo: "María anhela verme a Mí en cada Sacerdote (como debiera ser) y no tan sólo en el acto sublime de la Misa, sino siempre, siempre; y si los Sacerdotes la aman, deben darle gusto reproduciendo ellos a los que más ama esa Madre incomparable: a Mí en todos los actos de mi vida y de su vida" (CC. 50, 170). De este modo sabrán imitar el amor de Jesús a su Madre y se fieles al encargo de Jesús de recibirla como Madre: "Los sacerdotes deben amar a María con el mismo amor, con la misma ternura, respeto, obediencia y fidelidad, gratitud y pureza con que Yo la amé... A María deben recurrir los sacerdotes, y rogarle y suplicarle que los modele, rasgo por rasgo, conforme a su Hijo Jesús... Al dejar Yo el mundo... le dejé a María, que me representaba en sus virtudes, en sus ternuras, en su Corazón, eco fiel del Mío... En María se apoyaba la naciente Iglesia... la protección de una Madre y que Ella fuera el conducto por donde pasar toda la gracia del Divino Espíritu para las almas... al pie de la Cruz. Ahí pronunció María el segundo 'fíat' y aceptó como hijos a la humanidad entera; pero, sobre todo, a los sacerdotes en San Juan" (A mis sacerdotes 96).

 

     Se recalca el paralelismo entre le Encarnación del Verbo en el seno virginal de María y el ministerio eucarístico del sacerdote: "María me engendró en su virginal seno por medio del Espíritu Santo con la fecundación del Padre; y el Sacerdote en la Misa reproduce este misterio sublime que se perpetuará en los altares hasta el fin de los siglos. María Virgen, quiere sacerdotes vírgenes" (CC. 50, 152).

 

     La consecuencia de esta semejanza y relación con María será, por parte de los sacerdotes, un sentido de maternidad y una exigencia de transformación en Cristo: "Cómo los Sacerdotes deben pagar a María su ser de hijos, que los engendró a la vez que a Mí me engendró... Si aman a su Madre María, no pueden obsequiarla con mayor presente, que con su transformación en Mí" (CC. 50, 175). "Cada Obispo, cada Sacerdote, goza en cierto grado y sentido, de la maternidad de María, de la Paternidad del Padre, del asombroso prodigio, obrado por el amor, solo por el amor, del Espíritu Santo.

Así es que, todo Sacerdote reproduce a Cristo, lleva el reflejo de María más marcado que nadie" (CC. 50, 236).

 

     María se hace íntimamente presente y activa como Madre amorosa en la vida del sacerdote:

 

     "María debe ser la luz que los conduzca al Padre, a Mí, y al Espíritu Santo; María la que los lleva a las almas, María su vida y la atmósfera que respiran; María su consuelo, su descanso, su aliento, su Madre, en la que depositan, después de Mí, sus dificultades, sus penas y sus lágrimas" (CC. 49, 155-156).

     "Al transformarse los Sacerdotes en Mí, en la Misa, pasan a ser más íntimamente, más completamente... hijos de María Inmaculada, al ser Yo mismo en ellos... Y María entonces tiene para ellos, toda la ternura que tuvo y que tiene para Conmigo, porque ve, en cada Sacerdote, otro Yo, y los mira complacida, y los envuelve en su calor, y los estrecha en su seno, y lo acaricia y los ama, porque me ve en ellos a Mí" (CC. 49, 90).

 

     Es interesante atraer la atención sobre una faceta importante de esta dimensión mariana del sacerdocio. Se trata de la asociación de María al sacrificio de Cristo (cfr. LG 58):

 

     "María me ofreció al eterno Padre para ser crucificado y éste era su mayor tormento" (Vida 6, 206; CC. 24, 124-129).

     "Éste fue el papel de María, crucificarme" (Vida 6, 218; CC. 25, 138-141).

     "María fue altar y víctima en mi unión y siempre me sacrificó" (Vida 6, 255; CC. 25, 175).

 

9.   Marcado con la cruz

    

     La transformación en Cristo comporta correr su suerte de crucificado. Aunque la cruz parezca que está ola, de hecho está siempre con Jesús (Vida 1, 218; 2, 76; 3, 70). Se trata propiamente de la actitud inmolativa o victimal de Jesús, que ya comenzó en la Encarnación (vida 4, 210; 6, 106; cfr. Heb 10, 5-7). Es el fuego que vino a traer el Señor a la tierra (Vida 3, 177-178.345). La cruz se identifica con el amor (Vida 6, 240). Jesús quiere compartir su cruz con los sacerdotes y almas consagradas (Vida 1, 260; 4, 120). No se entiende el tema de la cruz, si no es a partir del Corazón o de los amores de Cristo: "Mi Corazón y mi cruz son inseparables" (Vida 2, 322; CC. 1, 446). Los sacerdotes "tuvieron su cuna" en el costado de Cristo muerto en cruz (A mis sacerdotes 34).

 

     El valor espiritual y apostólico de una vida sacerdotal dependerá de los quilates de su crucifixión con Cristo (cfr. Gal 2,19). "Todo puede fracasar, menos un sacerdote crucificado por mi amor en sus deberes..., en su intimidad Conmigo (olvidado de sí mismo), en su esfuerzo para glorificar, en sí mismo y en las almas, a esa Trinidad inefable de donde vino y a donde va" (A mis sacerdotes 34).

 

     El sentido del dolor solamente se manifiesta compartiendo realmente la cruz de Cristo (cfr. Salvifici Doloris 19-24). El mensaje cristiano de la cruz necesita sacerdotes testigos de la cruz: "Si el Sacerdote tiene el deber de enamorar a las almas de Jesús Crucificado, debe primero él crucificarse, porque sólo crucificándose puede apreciar el valor del sacrificio y sus dulces consecuencias" (CC. 50, 144). La predicación tiene esta orientación hacia la cruz (cfr. 1Cor 2,2): "Que se predique a Mí, el Verbo hecho carne, crucificado" (CC. 49, 224).

 

     La formación sacerdotal, ya desde el Seminario y Noviciado, debe estar marcada por la cruz, sin ocultar los sacrificios de la vida ministerial: "Hay que hacerles ver claramente los calvarios a los que van a subir por mi amor" (CC. 49, 226). "Y cómo anhelo, hija, Sacerdotes según el ideal de mi Padre... Sacerdotes puros, dulces, santos y crucificados. Obispos yo; seminaristas iniciados a ser Jesús. Todos enamorados como Yo del Padre y de las almas; todos crucificados por el Padre y por las almas" (CC. 49, 272).

 

     Sólo el apostolado sellado con la cruz no fracasa, a pesar de las apariencias: "Pueden fracasar muchos apostolados, menos del de la Cruz que fue el Mío" (CC. 49, 335).

 

     La "cruz" significa el amor de donación total, de Cristo y de sus sacerdotes. Por esto toda la formación sacerdotal está orientada por el amor y por la cruz. El sacerdote ha nacido del amor del Corazón de Cristo, muerto en cruz. "El amor forma a los Sacerdotes, que si fueron engendrados desde la eternidad en el entendimiento del Padre, nacieron, hija, a impulso de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la Cruz, y consumados en su principio y en su fin por el amor" (CC. 49, 364).

 

     Al sacerdote se le puede definir por su relación con la cruz. Esta sería su identidad: "Mis sacerdotes..., es decir, el grupo de mi Iglesia que debe tener la fisonomía y el corazón mismo de su Rey crucificado por amor" (CC. 49, 336). Entonces el sacerdote prolonga y complementa los sufrimientos de Cristo (cfr. Col 1,24): "Los dolores y los sufrimientos de un Sacerdote transformado en Mí, son dolores y sufrimientos salvadores, porque están unidos con los míos" (CC. 51, 13). Esta es la definición del sacerdote: "Sacerdote quiere decir que se ofrece y ofrece, que se inmola e inmola" (CC. 50, 141). Así es "víctima con la Víctima" (CC. 49, 62).[24]

 

     Si el sacerdote vive crucificado, deja de lado sus intereses personales, ambiciones y envidias: "Si todos forman una sola cruz, si son astillas de esa cruz, ¿qué más les da estar arriba o abajo, si todos son mi cruz?" (CC. 50, 85).

 

10.  Amor a la Iglesia

 

     El amor entrañable de Cristo a su Iglesia (cfr. 1ª ponencia, 2,E) debe ser también vivencia profunda del sacerdote. Es un amor esponsal, de dar la vida por ella (cfr. Ef 5,25-27) y, por tanto, de servirla sin servirse de ella para los propios intereses personalistas. "Al darles mi Padre por el Espíritu Santo, a esa Esposa pura, santa e inmaculada, a la vez que fecunda en su virginidad, sólo les pidió, para merecerla, el precio mismo que Yo di por Ella: el poner todo mi amor y toda mi voluntad en la voluntad siempre amorosa de mi Padre... Un sacerdote que posponga los intereses de la Iglesia por los del mundo, no ha comprendido su vocación" (A mis sacerdotes 84).

 

     La unión del sacerdote con Cristo, el Verbo Encarnado, hace partícipe de su desposorio con la Iglesia (Vida 6, 344 y 346). La Iglesia, juntamente con sus sacerdote, "fueron concebidos eternamente", cuando el Padre engendró al Verbo en el amor del Espíritu Santo (cfr. CC. 49, 348). Por esto, los "amores" de Cristo son el Padre, María, los sacerdotes, la Iglesia, las almas (cfr. CC. 49, 92). La Iglesia es la "Esposa muy amada del Cordero" (CC. 49, 307).

 

     La unidad entre los sacerdotes edifica la unidad de la Iglesia: "formando un solo Yo en la Iglesia..., formando un solo Cuerpo Místico" (CC. 50, 102). Esta unidad es reflejo de la unidad trinitaria (cfr. Jn 17, 21-23). "Así, Yo en ellos y ellos en Mí, glorificaremos al Padre en una sola alabanza; y con las almas, formaríamos esta unidad perfecta en la Iglesia, y que debe honrar a la Trinidad" (CC. 50, 253; cfr. 50, 4).

 

     La misión del sacerdote en la Iglesia es la de "dar la vida a las almas..., de infundirles lo divino" (CC. 49, 161). Precisamente por esto, los sacerdotes "más que nadie deben vivir unidos al Espíritu Santo" (ibídem). La unión sacerdotal hace entrar a la humanidad en la unidad de Dios Amor: "El Padre, constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo, y obrando el misterio de la Trinidad... y eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50, 88; cfr. encíclica Sollicitudo rei socialis 40).

 

     La realidad materna de la Iglesia urge a los sacerdotes a tener "entrañas de madre" para con todos y, de modo especial, "para con los pobres" (CC. 49, 281). El Verbo ha venido al mundo para salvarlo por medio de la Iglesia (cfr. CC. 49, 307).

 

11.  Santidad y medios de santificación

 

     El deseo más ardiente del Corazón de Cristo y el más frecuentemente manifestado en las confidencias, es el de que sus sacerdotes sean santos: "Mi corazón desea con ardor sacerdotes" (Vida 4, 115), santos en cuerpo y alma (Vida 5, 336 y 342); "mis sacerdotes... esos pedazos de mi Corazón, que los quiero santos por el Espíritu Santo y María" (CC. 49, 151; cfr. CC. 49, 272); "¡Oh hija! ¡Cuánto ansío el perfecto reinado del Espíritu Santo en el corazón de los míos" (CC. 50, 212). Y éste es también el deseo del Espíritu Santo para poder actuar expeditamente en el mundo y en la Iglesia: "Necesito sacerdotes santos" (Vida 1, 271-272; CC. 6,110).

 

     La santidad sacerdotal es una exigencia del amor y se debe expresar en una transformación en Cristo para unirse a la Trinidad y para entregarse al celo de las almas: "Ya verán si es mucho lo que a los sacerdotes les pido en la tierra. Apenas un deber de gratitud y de amor. Celo ardiente por las almas... y la unificación  con la Trinidad por su perfecta transformación en Mí" (A mis sacerdotes 140). "Y en aquel espejo del Verbo, iluminado, diré, por ... el Espíritu Santo, sonreía el Padre al contemplar a sus Sacerdotes santos, como nacidos, como transformados en lo que El más ama, en lo único que ama, en el Verbo, en donde todas las cosas ama" (CC. 49, 349).

 

     Medios imprescindibles de santidad sacerdotal son la fidelidad al Espíritu Santo y la devoción mariana: "Para esto los poderosos e inefables medios son el Espíritu Santo y María" (A mis sacerdotes 140). "Solo el Espíritu Santo hace santos a los sacerdotes... Sólo El es capaz, con su soplo de impulsar a las almas sacerdotes a los heroico, a lo sublime de su vocación" (CC. 50, 210).

 

     La transformación del sacerdote con Cristo acontece principalmente en la eucaristía celebrada con amor[25] y en una acción apostólica que nazca del amor:

 

     "Este es el gran secreto de las transformaciones en Mí; amar, ser amor para con Dios y para con las almas por Dios" (A mis sacerdotes 146).

     "No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así; ahí comienza la perfecta unión con el Sacerdote eterno, que tiene que ir creciendo día por día, hora por hora - por el amor y por el dolor - hasta la consumada transformación en Mí... Que refleje a la Eucaristía en su alma, que se asemeje a Jesús en esa universal caridad, todo para todos y dándose totalmente entero en el ejercicio santo de su apostolado en favor de las almas" (A mis sacerdotes 112).

 

     La vida de oración es imprescindible y debe armonizarse con una entrega generosa a la acción apostólica: "Debe ser todo para las almas, sí; pero primero todo para Mí, dando la primacía al trato Conmigo, salvo circunstancias de mayor gloria de Dios" (CC. 49, 183).

 

     La santidad sacerdotal es necesaria para que en la Iglesia se realice una gran renovación, a modo de "nuevo Pentecostés": "Pide esta reacción, este nuevo Pentecostés, que mis Iglesia necesita sacerdotes santos por el Espíritu Santo" (CC. 49, 250). Los males de la humanidad son debidos, en gran parte, a la falta de santidad sacerdotal:

 

     "Mira que el mundo se hunde porque faltan Sacerdotes santos que lo detengan; mira que las almas se pierden por falta de Sacerdotes transformados en Mí" (CC. 50, 256).

     "El mundo se desmorona... y sólo el Sacerdote santo, el Sacerdote Yo, el sacerdote Salvador, el Sacerdote divinizado y transformado en Mí, puede salvarlo" (CC. 51, 26).

 

     El fruto de esta santidad será la santificación y perfección de las almas para glorificar al Padre: "Quiero Sacerdotes que me vean a Mí, y no se busquen a sí mismos... Quiero reinar, hija, por mis Sacerdotes santos; quiero millones de almas que me amen, pero atraídas por sus corazones puros, sin más interés que el de consolarme glorificando al Padre y al Espíritu Santo. La gloria del Padre es mi mayor consuelo" (CC. 49, 273).

 

     Encontramos una descripción detallada de la santidad sacerdotal: "El sacerdote que corresponde a su vocación debe ser todo amor, y todo pureza... el amor divino por medio del Espíritu Santo, y la pureza, por medio de María... Amor de celo, con las almas todas; amor de generosidad para los sacrificios; amor de humildad para con Dios y para con las almas; amor de unión, caridad universal, y olvido propio, y de estrechamiento Conmigo. Amor al Padre, hasta llegar a amarlo con el mismo amor con que El se ama, con el Espíritu Santo" (CC. 51, 5-7).

 

     Es santidad a modo de vida nueva en el Espíritu Santo: "He tocado el corazón del Sacerdote en todas sus fibras principales, en estas amorosas Confidencias... abriendo ante sus ojos, un horizonte de perfección... Un cristal debe ser el alma del Sacerdote, que refleja al Espíritu Santo en todos sus actos; pero sobre todo, debe amarle con el mismo Espíritu Santo" (CC. 50, 306-312). Debe llegar hasta las últimas etapas de la mística: "¡Qué deber tienen los Sacerdotes de recorrer las etapas de la escala mística que los transforma en Mí!" (CC. 49, 165).

 

     El proceso de santidad sacerdotal tiene un etapa decisiva: los Seminarios. Se necesitan "seminaristas iniciados a ser Jesús" (CC. 49, 272). Conchita aboga por una atención privilegiada respecto a Seminarios y Noviciados: "Una vigilancia mayor en los seminarios, en los cuerpos y en los espíritus, educando Sacerdotes dignos, ilustrados, humildes, compasivos, y llenos de amor al Espíritu Santo y a María" (CC. 49, 268).

 

12.  Oración y sacrificio por la santificación de los sacerdotes

 

     Desde las primeras confidencias, el Señor pidió a Conchita su oración e inmolación por la santificación de los sacerdotes. Estamos en un aspecto clave de su carisma. Su propio proceso de santificación influirá en la santificación de los ministros sagrados (Vida 9, 356-359 y 366; 10, 30).

 

     El llamado de Jesús es claro y concreto: "Porque salvar almas de Sacerdotes, es el mayor obsequio que se le puede hacer a mi Iglesia, y, por tanto, al Padre, al Espíritu Santo, y a mi Corazón todo caridad" (CC. 49, 127). El Señor busca "almas sacerdotales" que comprendan y vivan esta vocación.

 

     El llamado se dirige de modo particular a Conchita y a las Obras de la Cruz: "Mi sed de descanso en mis Obras de la Cruz, en tu corazón maternal" (CC. 49, 82). Cristo espera de estas almas el mismo calor materno que encontró en María: "Pues esa ternura, derivada de la de María, vengo a buscar en tu corazón de Madre, y en el corazón de los tuyos" (CC. 49, 95).

 

     La vida de Conchita es una respuesta generosa al llamado del Señor para sacrificarse por los sacerdotes: "Pues eso quiero, Jesús del alma... ¡Consolarte! y aquí estoy, yo nada valgo, pero utiliza esa nada, rómpela y sacrifícala, de la manera que fuere de tu agrado, si para algo sirve, en favor de esas amadas almas sacerdotales que tanto quieres y que tanta gloria te han de dar" (CC. 50, 335).

 

     Muchas "almas sacerdotales" se han ofrecido al Señor como víctimas para la santificación de los sacerdotes: "Muchas víctimas en la tierra tienen su origen en mi amor a los sacerdotes, porque las hago Yo víctimas y me valgo de ellas para salvarlos" (A mis sacerdotes 95). Estas almas víctimas deben vivir en sintonía con Cristo: "Las almas de mis sacerdotes se compran con la Sangre de mi Corazón, es decir, con sus espinas y sus dolores íntimos, que son el precio de mis sacerdotes amados" (A mis sacerdotes 120).

 

     Estas almas sacerdotales, que oran y se sacrifican por la santificación de los sacerdotes, participan, de modo especial, en los amores sacerdotales de Cristo y colaboran eficazmente en el ministerio sacerdotal. Gracias a ellas, han surgido muchas vocaciones y han perseverado en su camino de generosidad y entrega (cfr. A mis sacerdotes 54 y 115).

 

     A estas almas se refería Juan Pablo II en la homilía de la ordenación sacerdotal celebrada en Durango: "En esta ordenación de sacerdotes, en la que estamos participando, vislumbro la emoción de todos los presentes. Confluyendo sobre cada uno de estos queridos candidatos al presbiterado, adivino -cual insondables torrentes de gracia- las oraciones y los trabajos de tantos padres y madres, de tantos educadores, de tantas personas consagradas, de tantos enfermos, de tanta gente sencilla, de tantos bienhechores".[26]

 

 

A MIS SACERDOTES(frases que no leí en "Confidencias")

 

II   Estos son dos martirios de mi ternura, mi Padre y el hombre, Dios y su justicia.  Amor

 

IV   Yo, el Verbo, víctima siempre en favor del mundo.

 

XXVIIYo vine a salvar a todos sin distinción: a pobres y a ricos, u mi caridad prefirió a los menesterosos, a los desvalidos, a los pobres, y Yo mismo fui pobre para atraerlos a Mí sin que se avergonzaran. Y si los sacerdotes tienen que ser Yo, la misma caridad, abnegación y humildad tienen que tener, y el mismo sentir que Yo... Yo amo mucho a los pobres; y falta en mi Viña, en mi Iglesia, quien los ame como Yo... Todas son almas; todas me costaron la Sangre y la Vida.   Pobres

 

XXXIII    Cada sacerdote, eternamente concebido por el Padre, tiene una especie de eterna generación unida al Verbo.  Transformación

 

Id   Los sacerdotes son fibras de mi Corazón, su esencia,sus mismos latidos.  Corazón

 

XXXIVYa se recreaba desde aquella eternidad el Padre al ver a su Hijo amadísimo en los sacerdotes, y por eso mismo los amaba.  Amor (cf.Jn 17)

 

Id   Por eso valen tanto las almas, por venir de la Trinidad para volver a Ella y glorificarla eternamente.  Almas

 

Id   En ese costado abierto por la lanza tuvieron su cuna los sacerdotes de la Iglesia, siglos antes anunciada, pero cuyo principio fue mi sacrificio de la Cruz, en lo alto del Calvario, a la sombra de María.  Corazón  Iglesia  María

 

Id   Todo puede fracasar, menos un sacerdote crucificado por mi amor en sus deberes..., en su intimidad Conmigo (olvidado de sí mismo), en su esfuerzo para glorificar, en sí mismo y en las almas, a esa Trinidad inefable de donde vino y a donde va.  Cruz  Trinidad

 

XXXVEl medio práctico para lograrlo es unificar todas las voluntades íntima y sinceramente en mi voluntad, en donde reside la unidad.

 

LI   Yo en ellos quiero obrar, hablar, vivir y hacerme sensible a las almas... transformar el mundo por la transformación perfecta de los sacerdotes en el gran Sacerdote, en el único Sacerdote de donde todos proceden.  Cristo Sacerdote

 

LIV  Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo.  Víctima

 

LV   La identificación de ellos en Mí debe ser perfecta. Y ¿cómo? Por medio de su transformación en Mí, por parecido interior con mi Madre de quien son hijos, más que todos los hijos... María

 

Id   ...la transformación en Mí... Aquí está también el secreto de la atracción del sacerdotes respecto a las almas.

 

LXV  El Padre se los dedicó eternamente al Espíritu Santo; porque yo, el Hijo, los conquisté por mis infinitos méritos; porque el mismo Espíritu Santo, cuando encarnó al Divino Verbo en María, se gozó también en divinizar la vocación sacerdotal con el contacto del Verbo, el Sacerdote eterno, y puso en esa vocación una fibra de la fecundación del Padre y un reflejo de la pureza de su Inmaculada Esposa, imagen de la Iglesia.  Cristo Sacerdote  Espíritu Santo

 

Id   Nunca está sólo el sacerdote, sino que la Trinidad misma lo acompaña a todas partes de una manera especial.  Trinidad

 

LXXIIMis sacerdotes en la tierra, después de María, son la obra perfecta del Padre, por ser reflejo de su Hijo único... El padre sólo ve un Sacerdote en la multitud de sacerdotes; sólo me ve a Mí en los sacerdotes simplificados en Mí.  Transformación

 

LXXVII    Desde que encarné en María; desde que me puse a la disposición amorosa de mi Padre, diciéndole: Aquí estoy; no me puse a su disposición solo, sino con todos los sacerdotes en Mí, creados por mi Padre, por obra del Espíritu Santo, en María... viendo a todos los sacerdotes en Mí, con ellos nací en Belén, trabajé en Nazaret, convertí en Galilea, sufrí en Jerusalén, morí en el Calvario y resucité... Siempre he llevado en mi Corazón esa fibra santa y fecunda de mi Padre , mis sacerdotes... En mí están los sacerdotes místicamente transformados desde que mi Padre ideó mi Iglesia, que fue eternamente. El posó en mí su mirada de infinita ternura; y en esa mirada eterna, que Yo vi y sentí, germinaron los sacerdotes en el Sacerdote eterno, y desde entonces los amo en Mí mismo, como Dios; y al venir Conmigo, como he explicado en la Encarnación, los amé y los amo como Dios hombre.  Amor  Cristo Sacerdote  Transformación   Encarnación mística

 

LXXXIV    Al participar a mis amados sacerdotes los desposorios de mi Iglesia - teniendo en cuenta su transformación en Mí -; al darles mi Padre por el Espíritu Santo, a esa Esposa pura, santa e inmaculada, a la vez que fecunda en su virginidad, sólo les pidió, para merecerla, el precio mismo que Yo di por Ella: el poner todo mi amor y toda mi voluntad en la voluntad siempre amorosa de mi Padre... Un sacerdote que posponga los intereses de la Iglesia por los del mundo, no ha comprendido su vocación.

 

LXXXVII   Para darme mi Padre a la Iglesia como Esposa, primero me crucificó. En la Cruz fueron mis desposorios con Ella... Ahí fueron también los desposorios de los sacerdotes con la Iglesia... Desde la eternidad estaba destinada para mis sacerdotes esa Esposa, la Iglesia, brotada de mi Corazón en la Cruz.

 

XCV  Muchas víctimas en la tierra tienen su origen en mi amor a los sacerdotes, porque las hago Yo víctimas y me valgo de ellas para salvarlos.  Víctima

 

XCVIDesde aquel instante (Encarnación), la Madre Virgen... no ha cesado de ofrecerme a El (al Padre) como Víctima que venía del cielo a salvar el mundo... Siempre María me ofreció al Padre... Acabó la Encarnación real y siguió la encarnación mística en su Corazón, para ofrecerme siempre al Padre y atraer las gracias sobre la Iglesia, es decir, en favor de los sacerdotes, y por ellos, en favor de las almas.

 

XCVILos sacerdotes deben amar a María con el mismo amor, con la misma ternura, respeto, obediencia y fidelidad, gratitud y pureza con que Yo la amé... A María deben recurrir los sacerdotes, y rogarle y suplicarle que los modele, rasgo por rasgo, conforme a su Hijo Jesús... Al dejar Yo el mundo... le dejé a María, que me representaba en sus virtudes, en sus ternuras, en su Corazón, eco fiel del Mío... En María se apoyaba la naciente Iglesia... la protección de una Madre y que Ella fuera el conducto por donde pasar toda la gracia del Divino Espíritu para las almas... al pie de la Cruz. Ahí pronunció María el segundo 'fíat' y aceptó como hijos a la humanidad entera; pero, sobre todo, a los sacerdotes en San Juan.

 

XCVIII    ¿Cómo no pensar en dejarles a mis sacerdotes  - después de dejarme a Mí mismo en ellos - a los que más amaba, a lo que ellos debían más amar, al Corazón más tierno y delicado y puro y santo en la tierra, a María, para que fuera su consuelo, su sostén, su calor, su Madre, el canal mismo por donde les vendrían todas las gracias?... vería en ellos no a otros, no a hombres solos, sino a Mí en ellos.

 

Id   Y por eso mi Iglesia tiene calor; porque es Madre y porque tiene por Madre a María. Por eso tiene Mediadora y en Ella un alma pura que suplique, alegre y consuele y endulce los sacrificios y los calvarios de los sacerdotes... Después de Mí, María debe ser todo para el sacerdote. Ella es la que prepara a las almas sacerdotales para recibir la gracia sin precio de la transformación, que continuamente se opera en el altar... Y así, formando los rasgos de Jesús, uno a uno, en el corazón de los sacerdotes que presten a ello, le ayuda al Espíritu Santo con sus cuidados maternales a la perfecta transformación en Mí... María es mártir del sacerdote, la Madre del dolor... Por eso María tiene en la Iglesia tan importante papel, el papel de Madre, porque comunica a cada sacerdote el germen eterno del Padre que está en el Verbo, y que por el Espíritu Santo se hace fecundo en cada alma sacerdotal, para formar en ella a Jesús Hostia, a Jesús Víctima, a Jesús Salvador, a Jesús Sacerdote. No es María una Madre inactiva, no es sólo como una imagen a quien se debe honrar; es una Madre, Madre activa y sin descanso... prestando continuamente sus servicios a las almas, pero muy especialmente a las almas de los sacerdotes.  Encarnación Mística  Cristo Sacerdote

 

Id   Por eso amo tanto la gracia de la encarnación mística... quiero desarrollar esa gracia en el corazón de los sacerdotes, para asegurar su fidelidad, su heroísmo y sentir en ellos algo de las fibras fecundas del amor de mi Padre, cuya Paternidad han recibido de El. Quiero con esa gracia infundirles - transformarles en Mí - mi amor a mi Padre, el amor de mi Padre a Mí.  Amores de Cristo

 

CVI  Sentirán los pecados ajenos con la delicadeza con que Yo los siento... transformación en mí... porque ese dolor de las ofensas que recibo y que sentirán como propias, tiene una especial virtud para alcanzar las gracias del cielo... Concluye el buscarse a sí mismos... No le importan entonces al almas sus penas, sino las mías... Otros Yo, todos en Mí, que sientan lo que Yo siento, que quieran lo que Yo quiero, que amen lo que Yo amo... Sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo.  Amores de Cristo

 

CIX  A todo se resisten los corazones menos al amor, porque llevan en ellos una fibra de amor que responderá siempre, más o menos tarde, al Amor de un Dios: que todo lo que puede ese Dios lo ha hecho para salvarlos... Si mis sacerdotes son otros Yo, podrán también tomar la valiosa moneda de la comunión de los santos... y así me ayudarán poderosamente a salvar a las almas.

 

CXIIUno de los fines principales que persiguió el Verbo al hacerse hombre fue el de formar, en El y con El, al sacerdote, haciéndole semejante a El... Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante... perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra... eucaristías vivientes... No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así; ahí comienza la perfecta unión con el Sacerdote eterno, que tiene que ir creciendo día por día, hora por hora - por el amor y por el dolor - hasta la consumada transformación en Mí... Que refleje a la Eucaristía en su alma, que se asemeje a Jesús en esa universal caridad, todo para todos y dándose totalmente entero en el ejercicio santo de su apostolado en favor de las almas.

 

CXV  El Espíritu Santo busca.. almas sacerdotales que se dilate y lo llamen, lo invoquen, lo reciben, lo comunican, lo den; porque El es el Don de Dios... el único capaz de renovar almas y mundos... El es la acción divina del sacerdote... quien todo deben... Sólo el Espíritu Santo hace un Jesús de cada alma y la simplifica en la unidad.

 

CXX  Las almas me costaron el precio de mi Sangre y sólo con ese precio se las puede redimir, porque es la moneda con que se compran las gracias; y las almas de mis sacerdotes se compran con la Sangre de mi Corazón, es decir, con sus espinas y sus dolores íntimos, que so el precio de mis sacerdotes amados.

 

Id   ... los dolores íntimos de mi Corazón... son el origen y la cuna del sacerdocio, y serán siempre la fuente de las vocaciones... Nada hay tan íntimo en mi Corazón como los sacerdotes...

 

Id   Allá eternamente sonrió el Padre en su mente divina al contemplar, extasiado en Sí mismo y en sus perfecciones infinitas, un rasgo de El mismo en la tierra, unos seres predilectos que lo prolongarían creados expresamente para su gloria.

 

Id   Por eso muy principalmente, el Verbo se hizo carne, como para formar en la tierra esa legión santa de los sacerdotes, ideal del Padre, engendrados en su mente, frutos del Espíritu Santo en su fruto Jesús, primer Sacerdote, formados y crecidos y envueltos en mi Corazón de Hombre-Dios.

     Ahí está su cuna, repito: engendrados en la mente del Padre, formados en Mí en el seno de María - con la fibra sacerdotal del Padre en sus vocaciones - por el Espíritu Santo.

 

CXXXLa fecundidad del Padre nunca está ociosa; y como la fecundidad del sacerdote procede del Padre, debe producir frutos para el cielo. Y ¿en qué consiste esta santa fecundidad? En formar a Jesús en las almas, rasgo por rasgo, en transformarlas en Mí... Todo lo divino que encierra la Iglesia se debe a la santa fecundidad del Padre, fecundidad asombrosa que El ama y que, comunicándola a los sacerdotes, no quiere verla inactiva y olvidada... Por eso mismo es tan indispensable la transformación de los sacerdotes en Mí, y en cierto modo en la Trinidad, para ser padres, por la fecundidad del Padre.

 

CXXXII    María recibió directamente del Padre, por el Espíritu Santo, esta sublime y santísima fecundidad, nada menos que dándole a su verbo, a la segunda Persona de la Santísima Trinidad, para hacerlo hombre en su purísimo seno... Por eso la virginidad encanta al Padre, porque en ella se retrata; y no hay en la tierra fecundidad más grande que l de las almas vírgenes, que reflejan en sí mismas al Padre, y que copian... Ahora bien, si el Padre comunica a los sacerdotes su fecundidad divina, deben ser luz, deben ser luz, porque han recibido, en el germen divino de la fecundidad del Padre, su ser de luz, de virginidad, de limpidez, de pureza que los hará verdaderos padres que tienen que engendrar en la Iglesia almas de luz, de claridad, de pureza... Por eso, si los sacerdotes son padres, deben ser puros... deben ser el reflejo del Hijo hecho hombre, puro con la fecundidad del Padre al engendrarlo, y puro al hacerse hombre tomando la vida virgen en María Virgen.

 

CXXXIII   El Padre, por el Espíritu Santo, fecundó a María, y en ella Dios se hizo hombre, el Verbo se hizo carne, para el dolor. Esa fue mi vida: inmolación constante en la cual glorificaba a mi Padre y adoraba su fecundidad en Mí, dolorosa en favor del mundo. Por eso el dolor santifica, el dolor salva, por la virtud de la fecundidad divina en Mí... En el mundo de las almas el amor es dolor, y el dolor es amor... Si los sacerdotes son Yo, si se transforman en Mí, deben también emplear esa fecundidad en bien de las almas, deben amar el dolor y sacrificarse de todas maneras siempre por la gloria del Padre en las almas.

 

CXXXIV    El Espíritu Santo tuvo parte activa en la creación del mundo. Al Espíritu Santo, que personifica al Amor, le fue dada la fecundidad realizada en María... Con el soplo del Espíritu Santo, fundé a mi Iglesia en mis sacerdotes amados; por eso la Iglesia también es fruto de amor, fecundación de amor en sus sacerdotes.

 

Id   Por eso el Verbo se hizo carne, con el fin principal de la extensión o prolongación de El mismo en sus sacerdotes, y por medio de sus sacerdotes, en las almas... El Padre sólo busca a su Verbo en sus sacerdotes, en las almas y en todas las cosas creadas; no conoce sino a su Verbo en ellas.

 

CXL  Es la Persona del Amor, la que inspiró al Verbo hecho carne el estupendo milagro eucarístico, para perpetuar de esta manera, con la fecundidad del Padre, la encarnación en las almas... La Trinidad misma, por decirlo así, se pone a las órdenes del sacerdote para realizar la transubstanciación eucarística.  Eucaristía

 

Id   Ya verán si es mucho lo que a los sacerdotes les pido en la tierra. Apenas un deber de gratitud y de amor. Celo ardiente por las almas... y la unificación     con la Trinidad por su perfecta transformación en Mí. Para esto los poderosos e inefables medios son el Espíritu Santo y María.

 

CXLVIEste es el gran secreto de las transformaciones en Mí; amar, ser amor para con Dios y para con las almas por Dios.

 

CXLVII    Es tan cándida mi Iglesia, que sólo la doy por Esposa a los que juran ser puros... Esta es una de las razones principales por la que los sacerdotes no deben ser casados, porque deben ser el reflejo del Padre virgen y cuya Paternidad representan. Su fecundidad en las almas debe ser la misma del Padre con la que engendró a su Verbo, con la santa y virgen fecundidad del Espíritu Santo, que produjo en María al Verbo hecho hombre... Los sacerdotes son el lazo de unión que une a los cristianos con Cristo; y son padres porque representan al Padre, par producir en las almas la extensión del Verbo, la transformación en Mí...  Castidad  Virginidad

 

 

Tomo XLIX

 

15   Quiero amor en almas sacerdotales.

 

21   Quiero hacer de cada pecho un nido para el Espíritu Santo.

 

28   Los Sacerdotes levantan su mirada a mi Padre... Ese momento de la mirada a mi Padre es el más doloroso para Mí.

 

30   Que esas miradas sean puras, sean castas, amorosas...

 

32   Soy yo en él quien mira al Padre, quien le da gracias anticipadas, por el misterio que se va a obrar en el altar... siquiera entonces, esos momentos siquiera, que fueran ellos, Yo.  Transformación

 

35   (... yo... sólo sufría con El... Sus dolorosas confidencias hacían eco en lo más hondo de mi alma)

 

52-53Por qué no te has quejado antes..., por qué no me dijiste antes esta pena, esto que rompía tu Corazón? "Porque necesitaba un grado más del color de madre en tu corazón"

 

59   Al consagrar, somos uno; él desaparece en Mí, y quedo Yo en él, como dos en uno.  Transformación

 

60   Lo absorbo en mi Divinidad, y sin que lo sienta, lo transformo en Mí... no tan sólo para ofrecerme a mi Padre, en el sacrificio del altar, sino también para darme a las almas.  Transformación

 

62   Pide, hija, porque los Sacerdotes sean Sacerdotes; víctimas con la Víctima, Yo, y con las mismas cualidades de la Víctima.

 

74   Ante las miradas de mi Padre existe en ellos el carácter imborrable, el sello santo que los consagró Míos.

 

82   Mi sed de descanso en mis Obras de la Cruz, en tu corazón maternal.

 

90   Al transformarse los Sacerdotes en Mí, en la Misa, pasan a ser más íntimamente, más completamente... hijos de María Inmaculada, al ser Yo mismo en ellos... Y María entonces tiene para ellos, toda la ternura que tuvo y que tiene para Conmigo, porque ve, en cada Sacerdote, otro Yo, y los mira complacida, y los envuelve en su calor, y los estrecha en su seno, y lo acaricia y los ama, porque me ve en ellos a Mí.

 

92   Pues mi primer amor, después de mi Padre, es María, y después mis Sacerdotes, mi Iglesia, y en ella las almas. Esos son mis amores, y en estos inmensos amores, están también mis dolores.

 

95   Pues esa ternura maternal, derivada de la de María, vengo a buscar en tu corazón de Madre, y en el corazón de los tuyos.

 

112  Un Sacerdote, ya no se pertenece, es otro Yo, y tiene que ser todo para todos, pero santificándose primero, que nadie da lo que no tiene.

 

117  (Hoy no habló Jesús; sólo lo amé mucho, sólo sentía también su amor hacia mí)

 

122  Y si los Sacerdotes deben ser otros Jesús, los Obispos con más deber, y con más razón deben estar transformados e identificados Conmigo, pero con una transformación tan íntima, tan real y tan profunda, que desaparecen en Mí, viviendo y obrando y amando Yo en ellos, con el Espíritu Santo.  Transformación

 

127  ... porque salvar almas de Sacerdotes, es el mayor obsequio que se le puede hacer a mi Iglesia, y, por tanto, al Padre, al Espíritu Santo, y a mi Corazón todo caridad.

 

151  Mis Sacerdotes... esos pedazos de mi mismo Corazón, que los quiero santos por el Espíritu Santo y por María.

 

155-156   María debe ser la luz que los conduzca al Padre, a Mí, y al Espíritu Santo; María la que los lleva a las almas, María su vida y la atmósfera que respiran; María su consuelo, su descanso, su aliento, su Madre, en la que depositan, después de Mí, sus dificultades, sus penas y sus lágrimas.

 

161  ...identificado Conmigo es otro Yo! es decir, es entonces Yo mismo al consagrar, en ese misterio de amor que se efectúa en la transubstanciación.  Eucaristía  Transformación

 

165  ¡Qué deber tienen los Sacerdotes de recorrer las etapas de la escala mística que los transforma en Mí!  Transformación

 

171  Todos mis Sacramentos purifican, porque llevan algo divino; llevan mi Sangre... Los Sacerdotes que apliquen estos sacramentos, deben estar sin mancha, porque... ponen mi sello divino en los corazones; lavan con mi Sangre...

 

180  Más que padres, deben ser madres con entrañas de tales, para atraer, para compartir las penas, para compadecer, perdonar y alentar.  Paternidad

 

183  Debe ser todo para las almas, sí; pero primero todo para Mí, dando la primacía al trato Conmigo, salvo circunstancias de mayor gloria de Dios.  Oración

 

185  Deben no sólo parecer Jesús, sino ser Jesús, solos o acompañados, en la calle y en el Templo, en su ministerio o fuera de él.  Transformación

 

196  Y tocando este punto, hija, del Espíritu Santo, te diré que lo contristan mis Sacerdotes muy frecuentemente en muchas cosas. En adelantarse en su acción en las almas, abrogándose derechos que no tienen; en querer ser más que El, en cierto sentido, no esperando que obre en los corazones; atropellando su acción... disponiendo de los corazones...

 

216  Pasé por todo, con tal de que el hombre tuviera un Jesús-hostia, sacrificado por su amor.  Víctima

 

218  (Madre mía, Virgen santa, dame tu Corazón y sus latidos para saber amar a Jesús)

 

221  La misión de los Sacerdotes es sembrar mi doctrina; mover a arrepentimiento, ilustrar los espíritus, convertir las almas, hacer reaccionar los corazones y no echar el anzuelo para sacar alabanzas... Debe buscar no brillar, sino convertir; y sólo el que es santo, santifica. Para este ministerio (de la predicación), necesita el sacerdote ser hombre de oración; porque para dar a las almas, es preciso recibir de lo alto; y no se recibe, si no se ora, si no se es mortificado.

 

223  Que no haya sermón, hija, en el que dejen de nombrar a María... Que enamoren a los corazones del que es Amor, y tan poco conocido y tan menos predicado, del Espíritu Santo.

 

224  Que me prediquen a Mí, el Verbo hecho carne, crucificado.  Predicación  Cruz

 

245  Un Sacerdote a quien anime el ardor amoroso del Espíritu Santo, no debe conformarse con un puñado de almas, que lo rodean, sino lanzarse con santo pero discreto celo a salvar muchas almas...

 

249  Así quiero Sacerdotes, hija, poseídos del Espíritu Santo, y olvidados de sí mismos, todos para Dios, todos para las almas.

 

250  Pide esta reacción, este nuevo Pentecostés, que mi Iglesia necesita sacerdotes santos por el Espíritu Santo.

 

266  (Seminarios y noviciados) Hay que hacerles ver claramente los calvarios a los que van a subir por mi amor...  Cruz

 

268  Una vigilancia mayor en los seminarios, en los cuerpos y en los espíritus, educando Sacerdotes dignos, ilustrados, humildes, compasivos, y llenos de amor al Espíritu Santo y a María.

 

272  Y cómo anhelo, hija, Sacerdotes según el ideal de mi Padre... Sacerdotes puros, dulces, santos y crucificados. Obispos yo; seminaristas iniciados a ser Jesús. Todos enamorados como Yo del Padre y de las almas; todos crucificados por el Padre y por las almas.  Cruz

 

273  Quiero Sacerdotes que me vean a Mí, y no se busquen a sí mismos... Quiero reinar, hija, por mis Sacerdotes santos; quiero millones de almas que me amen, pero atraídas por sus corazones puros, sin más interés que el de consolarme glorificando al Padre y al Espíritu Santo. La gloria del Padre es mi mayor consuelo.

 

281  Mi Iglesia es madre, y sus Sacerdotes deben tener para con los pobres, entrañas maternales.

 

307  Yo vine al mundo para salvarle por el divino medio de mi Iglesia, Esposa muy amada del Cordero...

 

308-310   Yo, a tu modo de hablar, puse mis cinco sentidos en formar esa Iglesia amada... En mi Iglesia tengo mi asiento en la tierra; en la Iglesia tiene sus delicias un Dios humanado... Nada existe para Mí en la tierra más bello, que mi Iglesia.

 

335  Pueden fracasar muchos apostolados, menos el de la Cruz que fue el Mío.

 

336  Mis Sacerdotes... es decir, el grupo de mi Iglesia que debe tener la fisonomía y el corazón mismo de su Rey crucificado por amor.  Transformación

 

338  Yo al mirar eternamente a un Sacerdote, vi en él a un escuadrón de almas, por él engendradas por la fecundación del Padre, por él redimidas en unión de mis méritos...

 

339  Cada Sacerdote, eternamente concebido por el Padre, tiene una especie de eterna generación unida al Verbo... tiene algo de infinito procedente del Padre, y su fecundidad comunicada que le dé almas.

 

348  Cuando el Padre engendró al Hijo en la eternidad sin principio, engendró con El, en cierto sentido, a los Sacerdotes. De allá procede la generación espiritual, y en cierta manera divina, del Sacerdote, en la del Sacerdote eterno, en el entendimiento, y en e Corazón del Padre que es su voluntad, que es el Espíritu Santo... Del concurso del Espíritu Santo en el Padre (aunque procede de él en aquel arrebato de inefable amor al producir al Verbo, en todo igual a El) fueron concebidos eternamente la Iglesia y sus futuros Sacerdotes.  Trinidad

 

349  Y en aquel espejo del Verbo, iluminado, diré, por ... el Espíritu Santo, sonreía el Padre al contemplar a sus Sacerdotes santos, como nacidos, como transformados en lo que El más ama, en lo único que ama, en el Verbo, en donde todas las cosas ama.

 

364  El amor forma a los Sacerdotes, que si fueron engendrados desde la eternidad en el entendimiento del Padre, nacieron, hija, a impulso de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la Cruz, y consumados en su principio y en su fin por el amor.

 

377  Al Padre, debe el Sacerdote imitarlo, siendo padre, en su purísima fecundidad y caridad con las almas... Debe imitar al Hijo que soy Yo, el Verbo hecho hombre, transformándose en Mí, que es más que imitarme, siendo otro Yo en la tierra, sólo para glorificar al Padre en cada acto de su vida, y darle almas para el cielo. Y debe imitar al Espíritu Santo, siendo amor, tranfundiendo amor, enamorando a las almas del Amor.  Trinidad  Paternidad

 

 

Tomo L

 

4    Quiero a todos mis Obispos y Sacerdotes absorbidos en la unidad de la Trinidad, para que sean fecundos en las almas, para que engendren en la Iglesia virgen, almas para el cielo.

 

33   Tienen los Sacerdotes el deber de reflejar al Padre virgen, para poder cumplir con su purísima y sagrada misión, de engendrar, a su vez, almas santas.  Fecundidad  Paternidad

 

56   Quiero, hija, que mis Sacerdotes tengan en cuenta esta Sobra fecunda del Padre que los envuelve desde la eternidad, para comunicarles el germen santo de la fecundidad santa y virginal de la Trinidad.  Espíritu Santo

 

57   Esa Sombra es Dios que los ama con toda la ternura del Espíritu Santo, y que los mira siempre.

 

60   Las encarnaciones místicas, vienen también de esta Sombra divina, tan poco meditada y agradecida; de la mirada fecunda del Padre que al posarse de esa especial manera sacerdotal en el alma, le comunica a su Verbo, lo único que El puede comunicar, por ser con El, una sola Divinidad. Como en María, se vale, diré, del Espíritu Santo; pero la Sombra que proyecta el Espíritu Santo en el alma, es la Sombra del Padre.

 

62   Baja el Verbo al altar transformando al Sacerdote en Mí mismo; por eso lo mira el Padre, le sonríe el Padre, lo envuelve el Padre con su Sombra.  Transformación

 

85   Si todos forman una sola cruz, si son astillas de esa cruz, ¿qué más les da estar arriba o abajo, si todos son mi cruz? (contra envidia)

 

88   El Padre, constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo, y obrando el misterio de la Trinidad... y eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad.

 

(95 y 99: confesarse y tener director espiritual santo)

 

102  Necesito otros Yo en la tierra, formando un solo Yo en mi Iglesia por su unidad de miras, de intenciones y de ideales, formando un solo Cuerpo místico Conmigo, un solo querer con la voluntad de mi Padre; una sola; una sola alma con el Espíritu Santo; una unidad en la Trinidad, por deber, por justicia, por amor.  Unidad

 

126  Y el fin de la Iglesia en su parte íntrinseca, es formar en la tierra un solo Jesús Salvador de las almas; un solo Sacerdote en el Sacerdote eterno, por su unión, parecido e identificación con El.  Unidad

 

141  Sacerdote quiere decir que se ofrece y ofrece, que se inmola e inmola.  Víctima

 

144  Si el Sacerdote tiene el deber de enamorar a las almas de Jesús Crucificado, debe primero él crucificarse, porque sólo crucificándose puede apreciar el valor del sacrificio y sus dulces consecuencias.  Cruz

 

149  Como elPadre ama en mí, su Verbo humanado a todas las cosas..., así María; en Mí, su Jesús divinizado y divino, ama a todos sus hijos, especialmente a los Sacerdotes; y más ama a los que se asimilan a su Hijo divino; a los que llevan los rasgos de su fisonomía más marcados, a la medida de su transformación en Mí.

 

152  María me engendró en su virginal seno por medio del Espíritu Santo con la fecundación del Padre; y el Sacerdote en la Misa reproduce este misterio sublime que se perpetuará en los altares hasta el fin de los siglos. María Virgen, quiere sacerdotes vírgenes...  Eucaristía

 

153  Tienen los Sacerdotes un sitio especial en el Corazón de María, y los latidos más amorosos y maternales en Ella, después de consagarlos a Mí, son para los Sacerdotes. Ellos son la parte predilecta y consentida de su alma, en el mundo.

 

156  (Te he pedido muchas veces que te sacrifiques por ellos, que los recibas como tuyos, por el reflejo de María en tí).

 

160  El Sacerdote es sembrador, y su misión es arrojar la semilla en las almas, preparadas con su trabajo y oración; regar esas almas, cultivarlas y presentarlas a mi Padre como maduros frutos que a El toca cosechar.

 

161  Por eso los Sacerdotes, que tienen la misión en la Iglesia de dar vida a las almas, y de formarlas para el cielo, de infundirles lo divino..., más que nadie deben vivir unidos al Espíritu Santo.

 

162  Sólo un Sacerdote, transformado en Mí, puede transformar a las almas; y a la medida de su transformación en Mí, será la que reciban las almas.

 

170-173   María anhela verme a Mí en cada Sacerdote (como debiera ser) y no tan sólo en el acto sublime de la Misa, sino siempre, siempre; y si los Sacerdotes la aman, deben darle gusto reproduciendo ellos a los que más ama esa Madre incomparable: a Mí en todos los actos de mi vida y de su vida.

     Mira: Te voy a decir un secreto; y es que, al engendrarme el Padre en el seno purísimo de María, por obra del Espíritu Santo, engendró Conmigo en Ella el germen de los Sacerdotes, en el Sacerdote eterno; le comunicó una fibra divina de la fecundación de los Sacerdotes futuros, angendrados en el seno del Padre, de toda la eternidad.

     Por eso María es más Madre de los Sacerdotes, por estar Conmigo, en su seno inmaculado aquella fibra sacerdotal unida a mi naturaleza humana divinizada. Y po reso María tiene mucho de sacerdote, y por eso María busca por justicia a su Jesús, en cada Sacerdote, concebido Conmigo en su virginal seno, al encarnarse el Verbo en sus entrañas purísimas...

     Oye, y si los hijos deben parecerse a las madres, y gozar de sus prerrogativas, no adivinas, hija, que los Sacerdotes deben ser también Marías, también madres, y llevar en sus almas la encarnación mística del Verbo en su Madre, y por esto el más estricto deber de parecerse a Mí, o más bien, de transformase en Mí.

 

175-176   Cómo los Sacerdotes deben pagar a María su ser de hijos, qu elos engendró a la vez que a Mí me engendró... Si aman a su Madre María, no pueden obsequiarla con mayor presente, que con su transformación en Mí... Porque eres madre con un reflejo de María, místicamente Mía y de mis Sacerdotes,... al obrarse la encarnación mística en tu corazón, el Espíritu Santo, por la fecundidad del Padre, puso en tu alma al Verbo, y con El, hija, también a sus Sacerdotes.

 

181  Si los Sacerdotes fueran otros Yo, quedaría resuelto el problema de tantas cosas qeu afligen a mi Iglesia.

 

188  A las almas Sacerdotales son a las que más amo en la tierra, por el reflejo que en sí llevan de la fecundación de mi Padre; en El las amo, y por El las salvo. Ellas llevan en sí el germen comunicado del cielo para reproducirme a Mí en las almas.  Fecundidad

 

190  Por la encarnación mística, la cual todo Sacerdote debe tener muy honda, muy íntima, muy familiar aunque respetuosa, puesto que en el altar la opera diariamente en el sacrificio de la Misa.

     Ahí místicamente encarna el Verbo en cada hostia consagrada que transforma por la transubstanciación de las especies en Jesús. Pero como entonces, él es Jesús, queda la estela en su alma, la de esa encarnación que el Sacerdote debiera guardar en su corazón... Encarna el Sacerdote a Jesús en la hostia, mas como él se vuelve Jesus, se vuelve hostia, y al ofrecer la hostia al Padre, transformado en Jesús, también es hostia, también es víctima...  Eucaristía  Transformación

 

192-193   El reflejo de este misterio de la Encarnación, lo recibe diariamente en la Misa el Sacerdote en su alma... Pero el alma del Sacerdote que abraza y cultiva con su correspondencia a la gracia este don de Dios, es el más dispuesto a recibir y a ensanchar la gracia sin precio de la encarnación mística en el alma, que es gracia sacerdotal en todas sus partes.

 

195  María es feliz cuando comunica a su Verbo hecho carne; y si, conjuntamente concibió en su casto seno, al concebir a Jesús, en El, el germen sacerdotal, los Sacerdotes son para Ella, otros Jesús, y más que nadie, quiere transformarlos en Jesús, místicamente en sus almas.  Transformación

 

200  ... otros Yo, que continuaran la misión que me trajo a la tierra, y que fue llevar a mi Padre lo que de El salió; almas que lo glorificaran eternamente.

     Los Sacerdotes, por su origen divino, en el seno de mi Padre, y por su fraternidad divina Conmigo en el seno de María, son mis consentidos en la tierra en la tierra, y aún en el cielo.

 

202  El Sacerdote debe ser una hostia viviente que me contenga; o más bien, una hostia Yo, transformado en Mí. Y todos los Sacerdotes del mundo, formando un solo Jesús.  Víctima  Transformación

 

203  Conmigo, se transforma en la Trinidad, es decir, en la fecundación consumada del Padre, en los sentimientos del Hijo, en la caridad incendiable del Espíritu Santo.

 

204  ... porque no es el Sacerdote el que vive, sino Yo en él, con todas mis virtudes, carismas y dones, y aún, esplendores eternos de la Trinidad, comunicados.  Transformación

 

210  Sólo el Espíritu Santo hace santos a los Sacerdotes;... Sólo El es capaz, con su Soplo, de impulsar a las almas sacerdotales a lo heroico, a lo sublime de su vocación.

 

212  ¡Oh hija! ¡Cuánto ansío el perfecto reinado del Espíritu Santo en el corazón de los míos!

 

221  (Y me fuí, de miedo a que me fuera a hablar de la encarnación mística... aquellas inmensidades divinas me aplastan. El me perdone.

 

226  ... Si los Sacerdotes se transformaran en Mí... brillaría el Sol de mi Iglesia.

 

235  ... en razón deñ sacerdocio conferido y afirmado por el Espíritu Santo, reciben el poder de concebir en cierto sentido al Verbo hecho carne en la Misa, en donde se renueva mi Encarnación, Pasión y muerte.  Eucaristía

 

236  Cada Obispo, cada Sacerdote, goza en cierto grado y sentido, de la maternidad de María, de la Paternidad del Padre, del asombroso prodigio, obrado por el amor, solo por el amor, del Espíritu Santo.

     Así es que, todo Sacerdote reproduce a Cristo, lleva el reflejo de María más marcado que nadie.  Fecundidad

 

238  (Señor: Pero si todos los Obispos y Sacerdotes tiene, por el hecho de ser Sacerdotes, la encarnación mística, entonces por qué me has dicho que es una gracia escogida y especial para ciertos Sacerdotes?)

     Mira, hija: elgermen de esta gracia insigne la tienen todos... al recibir en su ordenación el Soplo fecundo del Espíritu Santo...

239  Pero este germen, se desarrollarámás y más por las gracias especiales y gratuitas del Espíritu Santo.

 

242  (El Papa y los Obispos) Nadie más padre que ellos, pero también más madres que ellos. Esa maternidad espiritual, derivada de la Paternidad divina, debe hacerlos dulces, tiernos, amorosos para con sus hijos los Sacerdotes.

 

244  Sólo un Pastor Yo, puede crear en su Iglesia hijos Yo, porque sólo el transformado, tiene virtud para transformar.  Transformación

 

253  Así, Yo en ellos y ellos en Mí, glorificaremos al Pade en una sola alabanza; y con las almas, formaríamos esta unidad perfecta en la Iglesia, y que debe honrar a la Trinidad.

 

256  Mira que el mundo se hunde porque faltan Sacerdotes santos que lo detengan; mira que las almas se pierden por falta de Sacerdotes transformados en Mí.

 

269  Vivo en constante roce con ellos, no tan solo en la Eucaristía, en unión más que íntima en los deberes de su ministerio.

 

287  ...que no aparezcan ellos, sino Yo en ellos, encantando a mi Padre y atrayendo las almas hacia El para glorificarlo.

 

292  Estas Confidencias han tenido por objeto, unir a todos los Sacerdotes en la unidad de la Trinidad, pero transformados en Mí; llevan el fin de hacer de todos ellos un solo Jesús; Yo en ellos; no muchos Jesús, sino uno solo.  Transformación

 

293  Volveré a la tierra más visiblemente, más sensiblemente en mis Sacerdotes que se presten a esta reacción espiritual, y el mundo recibirá el impulso divino, y mi Iglesia dará más frutos de vida eterna glorificando con esto a la Trinidad.

 

295  Con la cruz y con María, con mi Corazón y con el Espíritu Santo, ¿qué temer? ¡Valor y confianza! y una entrega total y absoluta de la voluntad de los Sacerdotes con la Mía.

 

298-9En el altar, hija, se producen las dos cosas: que el Sacerdote encarna  al Verbo hecho hombre,; es decir, que reproduce, en cierto sentido, el misterio de la Encarnación, que atrae al Verbo hacia la tierra para hacerse hombre; y con el Dios-Hombre, se opera o produce el misterio de la transubstanciación. Mas, como el reflejo de Dios es Dios mismo, el Verbo hecho carne, en el reflejo que produce en el alma del Sacerdote, pasa a su corazón, obrando en cierto grado, la encarnación mística en él.  Eucaristía

 

 

(todavía no pasé a fichas)

 

L.299s    Todos los misterios se reflejan en el corazón del Sacerdote, y aún, se producen en él, a la hora de la Misa!... Participa del misterio de la Encarnación, de muchos modos... y de otros misterios adherentes a Mí.

 

L.305Nunca está solo el Sacerdote, sino que la Trinidad misma lo acompaña a todas partes de una manera especial.

 

L.306s    He tocado el corazón del Sacerdote en todas sus fibras principales, en estas amorosas Confidencias... abriendo ante sus ojos, un horizonte de perfección.

 

L.312Un cristial debe ser el alma del Sacerdote, que refleja al Espíritu Santo en todos sus actos; pero sobre todo, debe amarle con el mismo Espíritu Santo.

 

L.315s    (contra la desconfianza) Es preciso a toda costa, que los Sacerdotes se acerquen a Mí en la intimidad de sus corazones. Díles que no teman, que... en Mí tienen un hermano... una madre, un Padre, un Dios-hombre, que los ama con las entrañas más tiernas... que quiere estrecharlos contra un Corazón que se dejó romper par que en él cupieran todos los Sacerdotes, para transformarlos en Mí, su Jesús, todo misericordia y bondad.

 

L.328No quiero almas paralizadas por el temor, sino confiadas por el amor. Ese vuelo de espíritu quiero que mis Sacerdotes infiltren en las almas... mi yugo es suave...

 

L.335(Pues eso quiero, Jesús del alma,,, ¡Consolarte! y aquí estoy, yo nada valgo, pero utiliza esa nada, rómpela y sacrifícala, de la manera que fuere de tu agrado, si para algo sirve, en favor de esas amadas almas sacerdotales que tanto quieres y que tana gloria te han de dar.)

 

L.396A medida de su transformación en Mí, será la mies que recojan, y no serán estériles, sino fecundos, en gracia y en virtudes, dándole almas a mi Padre Celestial.

 

L.399¿Cómo se opera esta transformación prácticamente? AMANDO: que del amor se deriva la generosidad, la abnegación, el olvido propio, el sacrificio, el ardoroso celo por mi gloria, la fe, la esperanza, y el tener una sola voluntad con la de mi Padre, por una entrega absoluta y total a todas sus disposiciones... Ques estudien, hija, a mi Corazón incomprensible, en donde caben todas las ingratitudes, todas ls lágrimas y dolores ajenos...

 

LI.5El sacerdote que corresponde a su vocación debe ser todo amor, y todo pureza... el amor divino por medio del Espíritu Santo, y la pureza, por medio de María...

 

LI 6-7    Amor de celo, con las almas todas; amor de genrosidad para los sacrificios; amor de humildad para con Dios y para con las almas; amor de unión, caridad universal, y olvido propio, y de estrechamiento Conmigo.

     Amor al Padre, hasta llegar a amarlo con el mismo amor con que El se ama, con el Espíritu Santo.

 

LI 13Los dolores y los sufrimientos de un Sacerdote transformado en Mí, son dolores y sufrimientos salvadores, porque están unidos con los míos.

 

LI 26... el mundo se desmorona... y sólo el Sacerdote santo, el Sacerdote Yo, el sacerdote Salvador, el Sacerdote divinizado y transformado en Mí, puede salvarlo.

 

LI 30No me ofrezco en las Misas Yo solo, sino que Conmigo ofrezco a todos los Sacerdotes del mundo, porque todos están en Mí, único Sacerdote, en razón de mi Unidad.

 

     Desde que me encarné en María,desde que me puse a la disposición amorosa de mi padre diciéndole: "Aquí estoy", no me puso a su disposición solo para cualquier sacrificio, sino con todos los Sacerdotes en Mí...  Cristo Sacerdote

 

LI 32El (el Padre), con su mirada amorosa de infinita ternura, puso en Mí, su Verbo, su inteligencia o entendimiento, su potencia, su amor; y en aquella mirada eterna que yo comprendí y sentí, germinaron los Sacerdotes en el Sacerdote... Mira, hija: Yo no puedo estar separado de lo que es Mío.  Cristo Sacerdote

 

 

COMO ES JESUS

 

RETRATO DE JESUS

     Jesús no es conocido, por eso no es amado...  Amor

     ¡Oh Padre Santo! Jesús Te amó sacrificándose ansioso de darte gloria, y mi alma necesita, Padre mío, dártela también.

     ¡Oh María!... Que estas meditaciones de "Cómo es Jesús", escritas al calor de tu Corazón de Madre, sirvan para darlo a conocer en su amor y en su dolor.

 

SU AMOR AL PADRE

(cita muchos pasajes evangélicos)

     El Padre era su vida y en El se recreaba el Verbo hecho carne; era su pensamiento constante, y en servirlo y en complacerlo encontraba Jesús todas sus delicias... Jesús, bajo el impulso del Espíritu Santo, ordenaba todo al Padre en su vida mortal; por eso la consumación de los misterios de Jesús fue su Ascensión al Padre. El se ofreció por el Espíritu Santo en medio de inmensos dolores a su Padre celestial...

     Muchas almas no amarán al Padre, pero Jesús amará por ellas...

     Y ese amor de Jesús al Padre es un amor sacerdotal, esto es, un amor que glorifica, un amor que se inmola, un amor que redime y salva; un amor que tuvo su coronamiento en el Calvario y que se perpetúa en las Misas y en las almas...

     A ejemplo de Jesús, amaremos al Padre por todas las almas que no lo aman... Debemos sufrir siempre, porque debemos amar siempre. Debemos sufrir por todos, porque debemos amar por todos.

 

SU AMOR AL ESPIRITU SANTO

     El Espíritu Santo era la vida de Jesús, y no se movía sino bajo su moción divina.

 

SUS DOS AMORES

     ¡Su Padre y las almas! fueron la preocupación constante de Jesús, su pasión dominante, por decirlo así, sus amores sublimes. Como olvidado siempre de Sí mismo, cumplía primero que nada con la voluntad sant+isima de su Padre amado y corría también tras la oveja descarriada hasta ponerla sobre sus hombros divinos para devolverla a su Padre.

 

SUS SACERDOTES

     Pudiera en cierto modo definirse así el sacerdote: El glorificador del Padre por el sacrificio de Jesús bajo el impulso del Espíritu Santo.

 

SU AMOR A MARIA

     (Como si hablara Jesús) En Ella deposité mis confidencias más íntimas y, absorta en mis desahogos filiales, seguía una a una las palpitaciones de mi Corazón, mártir de amor por los hombres, de mis dolores internos, de mi celo por la gloria de mi Padre, de mis ansias de morir para dar la vida y con ella la eterna dicha de los hombres.

 

 

BIBLIOGRFIA

 

-    Confidencias a los sacerdotes. Cuenta de conciencia de Concepción Cabrera de Armida, 23 de septiembre de 1927 al 28 de enero de 1931 ("manuscrito").

 

-    A mis sacerdotes. Edición privada, estrictamente reservada a los sacerdotes, México, Edit. "La Cruz".

 

-    CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA, Cómo es Jesús, Meditaciones, México, Edit. "La Cruz".

 

-    M.M. PHILIPON, Diario espiritual de una madre de familia, Concepción Cabrera de Armida, Bilbao, Declée de Brouwer 1987 (sexta edición)

     pág. 128: (últimos días de su vida). Su oración se refugiaba en la oración de Cristo en Gethsemaní. Comulgaba con los sentimientos del Crucificado, abandonado por su Padre. Para ella, su Jesús tan amado había desaparecido totalmente: "Es como si nunca nos hubiéramos conocido", repetía a sus íntimos.

     pág. 126: se fue identificando cada vez más a los sufrimientos íntimos del Corazón de Jesús y a su abandono en la Cruz.

 

-    CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA, Cartas al Padre Félix de Jesús Rougier y a Misioneros del Espíritu Santo, México, Edic. Cimiento 1989.

     (carta n. 2 al P. Félix, 1903?): "Ser santo, es ser apóstol, como Jesús lo fue, de cinco maneras: Por su silencio, por sus ejemplos, por sus palabras, derramando su sangre, dando la vida por los hombres." (pp. 15-18 del libro)

 

-    SACRA CONGREGATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, Mexicana, Beatificationis et Canonizationis servae Dei Mariae a Conceptione Cabrera Vid. Armida.

     Iudicium prioris theologi censoris: "Ep. Martínez qui legit "confidencias", notat quam magnum bonum sit hoc scriptum pro animis et vult ut edantur tales quales quia dictis Christi nihil addi nihil subtrahi potest" (p.336)

     (ibidem cita a Mons. Martínez: "Las confidencias están haciendo mucho bien... Las Confidencias de Jesús deben quedar tales cuales El las ha comunicado. Y si Vd. muere de vergüenza, ya tendremos cuidado en enterrarla") (!!!)

 

-    CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA, Vida, t. I-X, México, Religiosas de la Cruz, 1990.

 



    [1]CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA, Vida, t. I-X, México, Religiosas de la Cruz 1990. De la "Cuenta de conciencia" (65 volúmenes) citaremos principalmente los volúmenes 49-56, que se refieren de modo especial a los sacerdotes. Ver otros datos en: SACRA CONGRETATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, Mexicana, Beatificationis et Canonizationis servae Dei Mariae a Conceptione Cabrera Vid. Armida. Ver otras publicaciones en notas posteriores.

    [2]Los biógrafos hacen notar esta vivencia de la interioridad de Cristo: M.M. PHILIPON, Diario espiritual de una madre familia, Concepción Cabrera de Armida, Bilbao, Desclée 1987 (Texto original: Journal d'une mère de famille, Desclée de Brouwer 1974.

    [3]Los volúmenes 49-56 de la "Cuenta de conciencia" se refieren principalmente a nuestro tema: Confidencias a los sacerdotes, Cuenta de conciencia de Concepción Cabrera de Armida, 23 de septiembre de 1927 al 28 de enero de 1931 (manuscrito).

    [4]J.M. PADILLA, Concepción Cabrera de Armida, México 1986, vol. III, pp. 403-405.

    [5]A mis sacerdotes, Edición privada, estrictamente reservada a los sacerdotes, México, Edit. "La Cruz" (usamos la cuarta edición, de 1979).

    [6]Además de la "Vida", de la "Cuenta de conciencia" y de "A mis sacerdotes" (obras citadas en notas anteriores), usamos y citamos también: Cómo es Jesús, Meditaciones (Obras de Concepción C. de Armida, 2), Edit. "La Cruz" (usamos la cuarta edición). Hay que tener en cuenta también sus cartas a sacerdotes: Cartas al Padre Félix de Jesús Rougier y a Misioneros del Espíritu Santo, México, Edit. Cimiento 1989.

    [7]El amor al Padre es el punto de referencia o la fuente de todos los amores de Cristo. Hay que destacar el aspecto de la"mirada" entre el Padre y el Hijo, que debe hacerse vivencial en el sacerdote (cfr. CC. 49,28.32.74.338.349; 50,62).

    [8]El tema del Espíritu Santo aparece frecuentemente en relación con Cristo Sacerdote (el Verbo hecho homre), con María, la Iglesia, el sacerdote ministro. El es la fuente de la santidad sacerdotal (cfr. 2ª ponencia, n.11). "El Padre, constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo, y obrando el misterio de la Trinidad... y eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50,88; cfr. CC. 49,348).

 

    [9]Este tema es una característica clara de la vivencia de Conchita, como una especie de maternidad espiritual: "Tú me darás muchas almas" (Vida 1, 235); "tú salvarás muchas almas" (Vida 2, 73); "miles de almas pasarán por tus manos para ofrecérmelas" (Vida 3, 77); "muchas almas se aprovecharán de los favores que te he hecho" (Vida 4, 287); "ama tú a las almas como yo las amo" (Vida 7, 291). La "encarnación mística" tiene también este sentido de salvar muchas almas (Vida 8, 12.186). Las Obras de la Cruz tienen como objetivo la salvación de las almas (Vida 7, 282).

    [10]Siempre es relación a la victimación de Jesús: "Haz lo que Yo. Yo fui feliz llenando mi papel de Víctima" (Vida 6, 230, 246); "debes vivir de mi vida de Víctima" (Vida 8, 218).

    [11]Su madre la dedicó a María (Vida 8, 178); desde niña la invoca (Vida 1, 11-12; 8, 75); su madre le enseñó a amarla (Vida 1, 34.56); a María le debe su pureza (Vida 1, 34) y pone en sus manos el voto de pureza (Vida 1, 156). Toda la vida está llena de detalles marianos continuos. De la Virgen aprende a escuchar a Jesús: "Escucha a mi Hijo y no te resistas" (Vida 1, 372-373. 327).

    [12]Tenía ardiente celo por darla a conocer (Vida 3, 267); dedicaba los martes a pedir especialmente por ella (Vida 8, 16); nuestro Señor le pide que la ame y la haga amar (Vida 6, 362); sentía anhelos de dar la sangre por ella (Vida 3, 26). Es la orientación que le dió el Señor: "Si te arrimas a la Iglesia no te perderás" (Vida 4, 220); "tú irás siempre con mi Iglesia" (Vida 7, 92).

    [13]Su gran ilusión era conseguir, con sus oraciones y sacrrificios, sacerdotes santos (Vida 5, 200; 4, 146.151-161). En carta al P. Rougier dice: "Ser santo, es ser apóstol, como Jesús lo fue, de cinco maneras: Por su silencio, por sus ejemplos, por sus palabras, derramando su sangre, dando la vida por los hombres". Cartas al Padre Félix de Jesús Rougier y a Misioneros del Espíritu Santo, México, Edit. Cimiento 1989, carta n. 2, pp. 15-18.

    [14]Cfr. Vida 4, 151 y CC, 50, 221. Escribía Mons. Martínez: "Las confidencias están haciendo mucho bien... deben quedar tales cuales El las ha comunicado. Y si Vd. muere de vergüenza, ya tendremos cuidado en enterrarla". Tomado de: SACRA CONGREGATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, Mexicana, Beatificationis et Canonizationis servae Dei Mariae a Conceptione Cabrera Vid. Armida, p.336.

    [15]"Se fue identificando cada vez más a los sufrimientos íntimos del Corazón de Jesús y a su abandono en la Cruz... Su oración se refugiaba en la oración de Cristo en Gethsemaní. Comulgaba con los sentimientos del Crucificado, abandonado por su Padre. Para ella, su Jesús tan amado había desaparecido totalmente:'Es como si nunca nos hubiéramos conocido nunca', repetía a sus íntimos"; cfr. M.M. PHILIPON, Diario espiritual de una madre de familia..., o.c., pp.126.128. Ella misma lo refleja en su Cuenta de conciencia: CC. 65, 125 (20 de julio de 1936, pocos meses antes de su muerte). En los últimos momentos, Mons. Martínez le pide se una al abandono de Jesús en la Cruz, indicándole que, aunque no lo sienta, Jesús está unido a su corazón; ella dio una señal de asentimiento moviendo los ojos; cfr. M.O. RIBERO, Cruz de Jesús (3 de marzo 1937-1977), p.13-14.

    [16]Ver la primera ponencia, n. 3 (La vida de Conchita como trasunto de estos amores de Cristo).

    [17]Sería interesante hacer un paralelo entre la doctrina sacerdotal del concilio Vaticano II y el mensaje de Conchita. Baste recordar el esquema del decreto conciliar sobre el ministerio y la vida de los presbíteros: ser (PO 1-3), obrar (PO 4-6), vivencia (PO 7ss), santidad (PO 10-14), virtudes (PO 15-17), medios (PO 18ss).

    [18]La explicación del teólogo M.J. Scheeben (1835-1888) sobre el carácter sacerdotal, parte también del misterio de la Encarnación. Es una explicación que ayudaría a comprender la "encarnación mística" de las confidencias de Conchita: "El misterio del carácter sacramental empalma de un modo especial con el misterio de la Encarnación y de la prolongación de la misma en el misterio de la Iglesia"... "El sacerdocio ha de dar nuevamente a luz a Crito en el seno de la Iglesia, en la eucaristía y en el corazón de los fieles mediante la virtud del Espíritu Santo que opera en la Iglesia, y de esta manera formar orgánicamente el cuerpo místico, así como María, por virtud del Espíritu Santo, dio a luz al Verbo en su propia humanidad y le dio su cuerpo verdadero" (M.J. SCHEEBEN, Los Misterios del cristianismo, Barcelona, Herder 1953, VII).

    [19]Ver otros textos sobre la "encarnación mística" del sacerdote: CC. 50, 170-173. 190-193.

    [20]La palabra "germen" o "fibra" (que aparece en los escritos de Conchita) puede interpretarse a la luz de los textos bíblicos sobre nuestra participación en la vida divina: 1Pe 1, 4.23.

    [21]"Necesito otros Yo en la tierra, formando un solo Yo en mi Iglesia por su unidad de miras, de intenciones y de ideales, formando un solo Cuerpo místico Conmigo, un solo querer con la voluntad de mi Padre; una sola alma con el Espíritu Santo; una unidad en la Trinidad, por deber, por justicia, por amor" (CC. 50, 102). Es frecuente encontrar textos parecidos con matices diversos. La unidad entre los sacerdotes es una de las preocupaciones de las confidencias: "Y el fin de la Iglesia en su parte íntrinseca, es formar en la tierra un solo Jesús Salvador de las almas; un solo Sacerdote en el Sacerdote eterno, por su unión, parecido e identificación con El" (CC. 50, 126). "Así, Yo en ellos y ellos en Mí, glorificaremos al Pade en una sola alabanza; y con las almas, formaríamos esta unidad perfecta en la Iglesia, y que debe honrar a la Trinidad" (CC. 50, 253). "Estas Confidencias han tenido por objeto, unir a todos los Sacerdotes en la unidad de la Trinidad, pero transformados en Mí; llevan el fin de hacer de todos ellos un solo Jesús; Yo en ellos; no muchos Jesús, sino uno solo" (CC. 50, 292). "Quiero a todos mis Obispos y Sacerdotes absorbidos en la unidad de la Trinidad, para que sean fecundos en las almas, para que engendren en la Iglesia virgen, almas para el cielo" (CC. 50, 4). "El Padre, constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo, y obrando el misterio de la Trinidad... y eternamente está compalciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote conciste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50, 88).

    [22]Son muy sugestivos los textos en los que se habla de esta "mirada" de Cristo al Padre, que deben imitar los sacerdotes. "Los Sacerdotes levantan su mirada a mi Padre... Ese momento de la mirada a mi Padre es el más doloroso para Mí" (CC. 49, 28).

    [23]Ver otros textos parecidos: CC. 50, 170-173, 190-193. 298-299.

    [24]Ver otros textos sobre el tema "víctima": CC. 50, 202; 49, 62 y 216.

    [25]Ver más arriba, el n. 6 (una vida centrada en la Eucaristía) y n. 3 (prolongar la acción de Cristo).

    [26]Juan Pablo II, Segunda visita pastoral a México, 1990, pp. 91-97.

EL SACERDOCIO DE CRISTO Y EL SACERDOCIO MINISTERIAL EN LA VIVENCIA Y MENSAJE DE CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA

 

                                             Juan Esquerda Bifet

 

Presentación

 

 

     Concepción Cabrera de Armida ("Conchita") es un alma centrad en el misterio de la Encarnación del Verbo y, a partir de él, en el misterio de la Trinidad, del Espíritu Santo, de la Eucaristía, de María, de la Iglesia y del sacerdocio.

 

     Su "Vida" y su "Cuenta de conciencia" reflejan una experiencia de fe sobre la persona de Jesús y, especialmente, sobre su interioridad o su Corazón.[1]

 

     En cada una de las páginas autobiográficas aparecen los amores del Corazón de Jesucristo. Conchita vivía de estos amores con la actitud de quien agradece un don inestimable de lo alto, para su propio bien espiritual y para el bien de innumerables almas.[2]

 

     Las inspiraciones y "confidencias" recibidas se centraron durante algunos años (de septiembre de 1927, a enero de 1931) en el tema sacerdotal, subrayando la interioridad o los amores de Cristo Sacerdote y la urgencia de santificación sacerdotal.[3]

 

     Es interesante recordar que las principales "confidencias" sobre el sacerdocio las recibió Conchita a partir de los Ejercicios Espirituales (Morelia), dirigidos por Mons. Luis M. Martínez y que tuvieron como tema: "El interior del Corazón de Jesús". El arzobispo de México le había indicado también el objetivo concreto de estos Ejercicios: "Entrega total a la divina voluntad, dispuesta a todo".[4]

 

     Gran parte de estas confidencias sobre el sacerdocio se publicaron (edición privada) en Morelia (1928-1931), con el permiso del arzobispo de Michoacán, Mons. Leopoldo Ruiz. De hecho, esta publicación (con el título de "A mis sacerdotes") viene a ser un amplio resumen sistemático de la "Cuenta de conciencia" de Conchita durante esos mismos años.[5]

 

     Trataré de presentar el tema sacerdotal en dos momentos: Cristo Sacerdote, los sacerdotes ministros. En el primer momento, veremos el sacerdocio a partir de la interioridad o amores del Corazón de Jesucristo y también de la vivencia de Conchita; el segundo momento viene a ser el mensaje de Conchita sobre el sacerdote ministro.

 

     Nos encontramos ante el carisma específico de Conchita y, por ello, lo presentamos como vivencia suya y como mensaje recibido del Señor en bien de toda la Iglesia.[6]

 

 

 

1ª ponencia:   LA VIVENCIA PERSONAL DE CONCHITA EN TORNO AL SACERDOCIO DE CRISTO

 

1.   Vivencia en torno al misterio de la Encarnación

 

     El misterio de la  Encarnación no aparece en términos abstractos ni en una ordenada sistematización de conceptos teológicos, sino concretamente en la realidad del sacerdocio de Cristo: El Verbo, engendrado eternamente por el Padre en el amor del Espíritu santo, se hace hombre (Mediador y Víctima) en el seno de María por obra del Espíritu Santo. Jesucristo es Sacerdote por esta realidad de Mediador y Víctima: Hijo de dios, hombre, Salvador. Estamos dentro de la perspectiva neotestamentaria y patrística más auténtica: es Salvador porque es perfecto Dios y perfecto hombre.

 

     Esta mediación salvífica de Jesús se realiza principalmente por el sacrificio de la cruz. Jesús es Sacerdote y Víctima, desde el día de la Encarnación. Esta realidad sacrificial se hace presente en la eucaristía por medio del ministerio de los sacerdotes ordenados.

 

     Los escritos de Conchita no son exposiciones teóricas, sino fogonazos del Corazón de Cristo y vivencias personales y comprometidas de la misma Conchita. Todo es a la luz de los amores del Corazón del Señor. El sacerdocio de Cristo aparece como amor profundo al Padre, en el Espíritu Santo, y amor de plena donación a toda la humanidad ("las almas"), hasta dar la vida en sacrificio (como Sacerdote y Víctima).

 

     Este amor de Cristo Sacerdote tiene dimensión mariana y eclesial. De este amor brota el deseo íntimo y la exigencia de que los sacerdotes ministros vivan en sintonía con los amores de Cristo. El Señor quiere, por medio de Conchita, contagiar a muchas personas de estos sus amores sacerdotales. Veámoslo ya a partir de los mismos escritos de Conchita.

 

     La realidad humana y divina de Jesús se resuelve en inmolación o donación sacrificial (ya desde la Encarnación) para la salvación del mundo. Jesús se describe a sí mismo con estas vivencias sacerdotales:

 

     "Yo comprendí desde el primer instante de la Encarnación mi papel de Víctima, y lo abracé, y acepté gozoso; especialmente, ¿por qué? Primero por honrar al Verbo, y después, por saciar mi amor por el hombre; nació esto en mi corazón comunicado por el Verbo; por esto es inmenso, y he aquí el secreto de la grandeza de mi amor, humano, sí, pero divinizado por el Verbo eternamente... Y mi Corazón de hombre, amaba a los hombres y comprendía sus debilidades y miserias, sus crímenes y pecados, y un nuevo martirio me oprimía, de rubor y vergüenza, porque si Yo no estaba manchado, mi familia, mi sangre misma, en los hombres, mis hermanos, lo estaba" (Vida 5, 361-373; CC. 23, 246-259; cfr. CC. 51, 30).

 

     Desde el primer momento de la Encarnación, la Virgen María sintoniza con las mismas vivencias sacerdotales de Cristo. Esta será la pauta para Conchita y para muchas almas sacerdotales:

 

     "Desde aquel instante (Encarnación), la Madre Virgen... no ha cesado de ofrecerme a El (al Padre) como Víctima que venía del cielo a salvar el mundo... Siempre María me ofreció al Padre"... (A mis sacerdotes, 96)

 

     A la luz de los amores de Cristo, se comprende mejor el objetivo de la Encarnación:

 

     "Uno de los fines principales que persiguió el Verbo al hacerse hombre fue el de formar, en El y con El, al sacerdote, haciéndole semejante a El... Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante... perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra... eucaristías vivientes"... (A mis sacerdotes, 112).

 

     El amor de Cristo a los sacerdotes (cfr. 2, F) se desprende del objetivo de la Encarnación, que es la salvación de las almas (cfr. A mis sacerdotes, 134). El sacerdocio ministerial (dentro del misterio de la Iglesia Esposa) aparece entonces en toda su luz: "El (el Padre), con su mirada amorosa de infinita ternura, puso en Mí, su Verbo, su inteligencia o entendimiento, su potencia,su amor; y en aquella mirada eterna que yo comprendí y sentí, germinaron los Sacerdotes en el Sacerdote"... (CC. 51, 32; cfr. A mis sacerdotes, 147).

 

     La vivencia de Conchita (cuyas características analizaremos más abajo, en el n. 3) no son más que una prolongación o contagio de estos sentimientos de Cristo Sacerdote. La "Encarnación mística", de la que le habla el Señor, viene a concretarse en esta sintonía comprometida y sacrificial con estos amores sacerdotales de Cristo.

 

 

2.   Los amores o interioridad de Cristo

 

     El sacerdocio de Cristo, en los escritos de Conchita, se presenta desde la interioridad, vivencia y amor del mismo Cristo. Su amor al Padre y a los hombres llega hasta dar la vida en inmolación total. Estos amores engloban a María, a la Iglesia y a los sacerdotes ministros.

 

A) Su amor al Padre en el Espíritu

 

     La interioridad de Jesús, en los escritos de Conchita, es la misma que trasluce en los textos evangélicos: amor entrañable al Padre en el Espíritu Santo y amor a los hombres ("las almas") hasta dar la vida en sacrificio.

 

     "El Padre era su vida y en El se recreaba el Verbo hecho carne; era su pensamiento constante, y en servirlo y en complacerlo encontraba Jesús todas sus delicias... Jesús, bajo el impulso del Espíritu Santo, ordenaba todo al Padre en su vida mortal; por eso la consumación de los misterios de Jesús fue su Ascensión al Padre. El se ofreció por el Espíritu Santo en medio de inmensos dolores a su Padre celestial...

     Muchas almas no amarán al Padre, pero Jesús amará por ellas...

     Y ese amor de Jesús al Padre es un amor sacerdotal, esto es, un amor que glorifica, un amor que se inmola, un amor que redime y salva; un amor que tuvo su coronamiento en el Calvario y que se perpetúa en las Misas y en las almas...

     A ejemplo de Jesús, amaremos al Padre por todas las almas que no lo aman... Debemos sufrir siempre, porque debemos amar siempre. Debemos sufrir por todos, porque debemos amar por todos" (Como es Jesús, Su amor al Padre).

 

     A partir del amor al Padre, se comprenden armónicamente todos los amores de Cristo:

 

     "Pues mi primer amor, después de mi Padre, es María, y después mis Sacerdotes, mi Iglesia, y en ella las almas. Esos son mis amores, y en estos inmensos amores, están también mis dolores" (CC. 49,92).[7]

 

     El amor al Padre va siempre unido al amor del Espíritu Santo:

"El Espíritu Santo era la vida de Jesús, y no se movía sino bajo su moción divina" (Cómo es Jesús, Su amor al Espíritu Santo; cfr. Vida 6, 258; CC 25, 175-178). La generación eterna del Verbo se ha realizado en este amor:

 

     "Cuando el Padre engendró al Hijo en la eternidad sin principio, engendró con El, en cierto sentido, a los Sacerdotes. De allá procede la generación espiritual, y en cierta manera divina, del Sacerdote, en la del Sacerdote eterno, en el entendimiento, y en e Corazón del Padre que es su voluntad, que es el Espíritu Santo... Del concurso del Espíritu Santo en el Padre (aunque procede de él en aquel arrebato de inefable amor al producir al Verbo, en todo igual a El) fueron concebidos eternamente la Iglesia y sus futuros Sacerdotes" (CC. 49,348).

 

     La vida trinitaria es vida de amor, que se difunde en el mundo por medio de los sacerdotes. La interioridad de Jesús refleja este amor:

 

     "Y en aquel espejo del Verbo, iluminado, diré, por ... el Espíritu Santo, sonreía el Padre al contemplar a sus Sacerdotes santos, como nacidos, como transformados en lo que El más ama, en lo único que ama, en el Verbo, en donde todas las cosas ama" (CC. 49,339).[8]

 

     Este amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo, debe reflejarse en los sacerdotes: "Sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo" (A mis sacerdotes, 106).

 

 

B) Su amor a toda la humanidad ("las almas")

 

     La expresión más usada sobre el amor de Cristo Sacerdote a la humanidad, es "amor a las almas" (o en su equivalente "amor al hombre"). El contexto es siempre de amor al Padre según sus designios salvíficos. En este sentido se puede hablar de sus "dos amores":

 

     "¡Su Padre y las almas! fueron la preocupación constante de Jesús, su pasión dominante, por decirlo así, sus amores sublimes. Como olvidado siempre de Sí mismo, cumplía primero que nada con la voluntad santísima de su Padre amado y corría también tras la oveja descarriada hasta ponerla sobre sus hombros divinos para devolverla a su Padre" (Cómo es Jesús, Sus dos Amores).

 

     Es un solo amor expresado en dos vertientes: "Lo obligaron dos amores, en un mismo amor: el amor a Él mismo, como Dios, que es infinito, para reparar la ofensa hecha a la Divinidad, y el amor al hombre, que es inmenso, que es también infinito, en cuanto llevan en sí las almas el destello de la Trinidad, una parte del Ser divino, la inmortalidad" (Vida 5, 255-257; CC. 23, 136).

 

     Este amor de Cristo a las almas (a la humanidad entera) tiene su principio en la vida trinitaria: "Por eso valen tanto las almas, por venir de la Trinidad para volver a ella y glorificarla eternamente" (A mis sacerdotes, 34).

 

     La donación de Cristo al Padre para la salvación de las almas, tiene que reflejarse en el sacerdote: "Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (A mis sacerdotes, 54; cfr. 2ª ponencia, n.7).

 

     La dinámica de este amor es siempre circular, de la Trinidad, a la Trinidad: "El Padre...  eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50,88).

 

 

C) Su amor hasta dar la vida en inmolación

 

     El amor sacerdotal de Cristo es de totalidad. Es una donación incondicional al Padre, en el Espíritu Santo, por medio de una plena inmolación de sí mismo ("holocausto"). Las palabras "víctima", "inmolación", "cruz", equivalen a un amor de plenitud:

 

     "El amor que no crucifica no es amor... ¿Cómo amé Yo?, con amor universal de caridad, como sabe amar el Verbo, todo caridad. Con amor de sacrificio, inmolándome... perdonando, olvidando y alcanzándoles gracias con mi dolor. Con una purísima intención divina... Con un fin sublime de caridad para con el hombre y para con la Divinidad, procurándole gloria. Mi amor expiatorio es incomprensible a toda inteligencia humana" (Vida 5, 239-249; CC. 23, 119-129).

 

     El tema del Corazón de Jesús tiene este mismo significado de oblación amorosa: "Mi Corazón y mi cruz son inseparables" (Vida 2,322; CC. 1, 146). El Verbo hecho hombre es ya la víctima de la cruz desde el seno de María: "Yo, el Verbo, víctima siempre en favor del mundo" (A mis sacerdotes, 4). La victimación de Cristo es "el precio" de las almas: "Las almas me costaron el precio de mi Sangre y sólo con ese precio se las puede redimir, porque es la moneda con que se compran las gracias" (A mis sacerdotes, 120).

 

     Dolor y amor se identifican en la vida de Cristo Sacerdote: "El Padre, por el Espíritu Santo, fecundó a María, y en ella Dios se hizo hombre, el Verbo se hizo carne, para el dolor. Esa fue mi vida: inmolación constante en la cual glorificaba a mi Padre y adoraba su fecundidad en Mí, dolorosa en favor del mundo. Por eso el dolor santifica, el dolor salva, por la virtud de la fecundidad divina en Mí... En el mundo de las almas el amor es dolor, y el dolor es amor" (A mis sacerdotes, 133).

 

     Toda la vida de Cristo es una inmolación, por el hecho de ser Sacerdote y Víctima:

 

     "Sacerdote quiere decir que se ofrece y ofrece, que se inmola e inmola" (CC. 50, 141). "Pasé por todo, con tal de que el hombre tuviera un Jesús-hostia, sacrificado por su amor" (CC. 49, 216).

 

D) Su amor a María

 

     El amor de Cristo al Padre y a los hombres se concreta en amor a María, como Madre suya, de la Iglesia, de las almas y, de modo especial, Madre de los sacerdotes:

 

     "En Ella deposité mis confidencias más íntimas y, absorta en mis desahogos filiales, seguía una a una las palpitaciones de mi Corazón, mártir de amor por los hombres, de mis dolores internos, de mi celo por la gloria de mi Padre, de mis ansias de morir para dar la vida y con ella la eterna dicha de los hombres" (Como es Jesús, Su amor a María).

 

     Precisamente Conchita es invitada a imitar a María en el modo de vivir su relación con Cristo Víctima:

 

     "Yo me gozo en el amor también de María... Imita a mi Padre, en sacrificarme a Él por amor. Imita a María, en ofrecerme por amor al Padre, con una única voluntad, con la de Él, y déjame hacer de tu corazón mi descanso, del descanso de Jesús" (Vida 6, 258-259 = CC 25, 178-179; cfr. Vida 6, 71-73 y CC. 24, 40-42).

 

     María forma parte de las vivencias sacerdotales de Cristo: "Acabó la Encarnación real y siguió la encarnación mística en su Corazón, para ofrecerme siempre al Padre y atraer las gracias sobre la Iglesia, es decir, en favor de los sacerdotes, y por ellos, en favor de las almas" (A mis sacerdotes, 96).

 

     Por eso María es el don de Cristo a sus sacerdotes:

 

     "¿Cómo no pensar en dejarles a mis sacerdotes  - después de dejarme a Mí mismo en ellos - a los que más amaba, a lo que ellos debían más amar, al Corazón más tierno y delicado y puro y santo en la tierra, a María, para que fuera su consuelo, su sostén, su calor, su Madre, el canal mismo por donde les vendrían todas las gracias?... vería en ellos no a otros, no a hombres solos, sino a Mí en ellos" (A mis sacerdotes, 98).

 

     El amor de Cristo a María tiene sentido eclesial y sacerdotal. Es ella quien, siendo Madre de la Iglesia, ayuda a cada sacerdote a ser otro Jesús. Su maternidad es siempre activa hacia cada alma y, de modo especial, hacia cada sacerdote. El amor de Cristo a su Iglesia, a las almas y a los sacerdotes se expresa en su amor a María:

 

     "Y por eso mi Iglesia tiene calor; porque es Madre y porque tiene por Madre a María. Por eso tiene Mediadora y en Ella un alma pura que suplique, alegre y consuele y endulce los sacrificios y los calvarios de los sacerdotes... Después de Mí, María debe ser todo para el sacerdote. Ella es la que prepara a las almas sacerdotales para recibir la gracia sin precio de la transformación, que continuamente se opera en el altar... Y así, formando los rasgos de Jesús, uno a uno, en el corazón de los sacerdotes que presten a ello, le ayuda al Espíritu Santo con sus cuidados maternales a la perfecta transformación en Mí... María es mártir del sacerdote, la Madre del dolor... Por eso María tiene en la Iglesia tan importante papel, el papel de Madre, porque comunica a cada sacerdote el germen eterno del Padre que está en el Verbo, y que por el Espíritu Santo se hace fecundo en cada alma sacerdotal, para formar en ella a Jesús Hostia, a Jesús Víctima, a Jesús Salvador, a Jesús Sacerdote. No es María una Madre inactiva, no es sólo como una imagen a quien se debe honrar; es una Madre, Madre activa y sin descanso... prestando continuamente sus servicios a las almas, pero muy especialmente a las almas de los sacerdotes" (A mis sacerdotes, 98).

 

 

 

E) Su amor a la Iglesia

 

     La expresión "mi Iglesia" se repite frecuentemente en las confidencias del Señor a Conchita, siempre con un tono de ternura y cariño, así como de invitación a vivir en esa misma vivencia. El Señor no deja de manifestar la exigencia de un amor de retorno por parte de todos los que componen su Iglesia amada: "Mi Iglesia es lo que más amo y lo que más me ha hecho sufrir" (Vida 3, 22-23; CC. 10, 195-196).

 

     El amor de Cristo a la Iglesia tiene su punto de partida en el amor del Padre: "Todo lo divino que encierra la Iglesia se debe a la santa fecundidad del Padre, fecundidad asombrosa que él ama y que, comunicándola a los sacerdotes, no quiere verla inactiva y olvidada" (A mis sacerdotes, 130).

 

     Un dato que sobresale en este amor a la Iglesia es su título de esposa de Cristo. Las confidencias parecen una glosa del texto paulino de Efesios 5, 25-27:

 

     "Yo vine al mundo para salvarlo por el divino medio de la Iglesia, Esposa muy amada del Cordero" (CC. 49, 307). "Yo, a tu modo de hablar, puse mis cinco sentidos en formar esa Iglesia amada... En mi Iglesia tengo mi asiento en la tierra; en la Iglesia tiene sus delicias un Dios humanado... Nada existe para Mí en la tierra más bello, que mi Iglesia" (CC. 49, 308-310).

 

     Este amor de Cristo a su Iglesia, el Señor lo quiere ver reflejado en sus sacerdotes (cfr. 2ª ponencia, n.10). Conchita será la portadora de este mensaje, como "víctima por la Iglesia" (Vida 3, 22-23; CC. 10, 195-196; cfr. el n. 3 de esta misma ponencia).

 

 

F) Su amor especial a los sacerdotes

 

     Del amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo, y del amor a las almas, a María y a la Iglesia, nace el amor especial para con los sacerdotes. "Yo amo a los ministros de mi Iglesia, como a las niñas de mis ojos, y por lo mismo, más me duelen las ofensas hechas por ellos a lo que más amo y ellos debieran amar" (Vida 9, 359; CC. 35, 102-108):

 

     "El Padre se los dedicó eternamente al Espíritu Santo; porque yo, el Hijo, los conquisté por mis infinitos méritos; porque el mismo Espíritu Santo, cuando encarnó al Divino Verbo en María, se gozó también en divinizar la vocación sacerdotal con el contacto del Verbo, el Sacerdote eterno, y puso en esa vocación una fibra de la fecundación del Padre y un reflejo de la pureza de su Inmaculada Esposa, imagen de la Iglesia... Nunca está sólo el sacerdote, sino que la Trinidad misma lo acompaña a todas partes de una manera especial" (A mis sacerdotes, 65).

     "Mis sacerdotes en la tierra, después de María, son la obra perfecta del Padre, por ser reflejo de su Hijo único... El padre sólo ve un Sacerdote en la multitud de sacerdotes; sólo me ve a Mí en los sacerdotes simplificados en Mí (ibídem, 72).

     "El Espíritu Santo tuvo parte activa en la creación del mundo. Al Espíritu Santo, que personifica al Amor, le fue dada la fecundidad realizada en María... Con el soplo del Espíritu Santo, fundé a mi Iglesia en mis sacerdotes amados; por eso la Iglesia también es fruto de amor, fecundación de amor en sus sacerdotes" (ibídem, 134).

 

     Los sacerdotes son como una página de la biografía de Jesús. Este amor ha comenzado en la eternidad, cuando el Padre engendró al Verbo. Desde el día de la Encarnación, ocupan un lugar en el Corazón de Cristo sacerdote:

 

     "Desde que encarné en María; desde que me puse a la disposición amorosa de mi Padre, diciéndole: Aquí estoy; no me puse a su disposición solo, sino con todos los sacerdotes en Mí, creados por mi Padre, por obra del Espíritu Santo, en María... viendo a todos los sacerdotes en Mí, con ellos nací en Belén, trabajé en Nazaret, convertí en Galilea, sufrí en Jerusalén, morí en el Calvario y resucité... Siempre he llevado en mi Corazón esa fibra santa y fecunda de mi Padre,  mis sacerdotes... En mí están los sacerdotes místicamente transformados desde que mi Padre ideó mi Iglesia, que fue eternamente. El posó en mí su mirada de infinita ternura; y en esa mirada eterna, que Yo vi y sentí, germinaron los sacerdotes en el Sacerdote eterno, y desde entonces los amo en Mí mismo, como Dios; y al venir Conmigo, como he explicado en la Encarnación, los amé y los amo como Dios hombre" (A mis sacerdotes, 77; CC. 51. 30).

     "El (el Padre), con su mirada amorosa de infinita ternura, puso en Mí, su Verbo, su inteligencia o entendimiento, su potencia, su amor; y en aquella mirada eterna que yo comprendí y sentí, germinaron los Sacerdotes en el Sacerdote... Mira, hija: Yo no puedo estar separado de lo que es Mío" (CC. 51, 32).

 

     A partir de este amor de Cristo a sus sacerdotes, se comprenden las descripciones sobre su razón de ser, su "transformación", su exigencia de santidad y de apostolado (cfr. 2ª ponencia). "Los dolores íntimos de mi Corazón... son el origen y la cuna del sacerdocio, y serán siempre la fuente de las vocaciones... Nada hay tan íntimo en mi Corazón como los sacerdotes" (A mis sacerdotes, 120).

 

 

3.   La vida de Conchita como trasunto de estos amores de Cristo

 

     Hasta aquí hemos expuesto el sacerdocio de Cristo a partir de sus amores o de su interioridad y de su Corazón, tal como aparece en las comunicaciones que Conchita recibió del Señor. En realidad, se trata también de las mismas vivencias de Conchita en sintonía con el Verbo Encarnado. Pero ella no está centrada en sí misma ni en sus propias experiencias y sentimientos, sino en los amores de Cristo Sacerdote.

 

     La gran preocupación de Conchita es la de dar a conocer los amores de Cristo Sacerdote, para hacerle amar especialmente de los sacerdotes y de otras "almas sacerdotales". Ella queda contagiada del amor de Cristo al Padre:

 

     "Jesús no es conocido, por eso no es amado... ¡Oh Padre Santo! Jesús Te amó sacrificándose ansioso de darte gloria, y mi alma necesita, Padre mío, dártela también. ¡Oh María!... Que estas meditaciones de "Cómo es Jesús", escritas al calor de tu Corazón de Madre, sirvan para darlo a conocer en su amor y en su dolor" (Cómo es Jesús, Retrato de Jesús).

 

     Conchita vive inmersa en el misterio de la Encarnación del Verbo, participando en él según la gracia especial recibida del Señor y calificada por él como "encarnación mística". Vive este misterio desde los amores de Cristo: "Al obrarse la encarnación mística en tu corazón, el Espíritu Santo, por la fecundidad del Padre, puso en tu alma el Verbo, y con El, hija, también a sus sacerdotes" (CC. 50, 175-176).

 

     Todos los amores de Cristo encuentran eco en el corazón y en la vida de Conchita. Su vida se hace, desde las primeras comunicaciones del Señor, vida nueva en el Espíritu Santo, como reflejo del Padre y del Hijo (Vida 6, 237), lazo de unión entre el Padre y el Hijo (Vida  3, 337; 6, 224-258), fuente de amor (Vida 7, 352), foco de verdadera caridad (Vida 5, 106). La propiedad del Espíritu Santo es darse, comunicarse (Vida 9, 346). El Espíritu Santo necesita almas que se le consagren, almas crucificadas, para descender a ellas (Vida 1, 271-273). El hace fecunda la Obra de la Cruz (Vida 6, 230. Es él quien guía e impregna toda la vida de Jesús (Vida 4, 135; 7, 185). Se vive de él por medio de María (Vida 9, 332). Ahí se inspira la vida de Conchita, guiada por el Espíritu Santo, para vivir de los amores de Cristo y para contagiar a otras almas sacerdotales.

 

     Su amor a las almas nace de la sintonía con el mismo amor universalista de Cristo. Conchita no está centrada en sí misma, sino en el bien de los demás, a imitación del amor de Cristo. Esta apertura se hace donación total y crucificada:

 

     "Naciste para otros... Yo me encargaré de ti" (Vida 2,139; CC. 10, 218).

     "Tú estás destinada a la santificación de las almas, muy especialmente, a la de los sacerdotes" (Vida 4, 257; CC.18, 220-223).

     "Date a las almas como Yo me di" (Vida 5, 86; CC. 22, 203-206).

     "Si quieres salvar almas, transfórmate en la cruz" (Vida 4, 143; CC. 4, 197-199).[9]

 

     Este amor a las almas se convierte en donación inmolada, en víctima, también a imitación de Jesús y en unión con él:

 

     "Ofrécete como víctima en unión Mía" (Vida 3, 8; CC. 6, 157-158).

     "Te he escogido como víctima especial" (Vida 6, 125; CC. 24, 193-196).

     "En mi unión debes ser víctima, porque éste es el grado más perfecto del amor" (Vida 6, 241-242; CC. 25, 161-161).[10]

 

     Su amor a María se expresa en identificación con ella: "Porque eres madre (le dice Jesús) con un reflejo de María, místicamente mía y de mis sacerdotes" (CC. 50, 175-176). Por esto, en el corazón de Conchita deberá reflejarse la ternura materna que Cristo encontró en María: "Pues esa ternura materna, derivada de la de María, vengo a buscar en tu corazón de Madre, y en el corazón de los tuyos" (CC. 49, 95). De ahí derivará la necesidad de imitar a María en su fidelidad generosa a su inmolación con Cristo, como así lo pide Conchita: "Madre mía, Virgen santa, dame tu Corazón y tus latidos para saber amar a Jesús" (CC. 49, 218). La escuela de este amor e imitación es el mismo Jesús:

 

     "Imítala... es la mejor Maestro de la vida espiritual" (Vida 4,7; CC. 6, 188-193).

     "Imita a María en ofrecerme por amor al Padre" (Vida 6, 259; CC. 25, 259).

     (María le dijo) "Éste es el mayor favor que te ha hecho mi Hijo" (Vida 3, 200; CC. 4, 167-170).[11]

 

     Su amor a la Iglesia forma parte de su vocación y carisma específico. Es amor que se traduce por fidelidad. Se trata de sintonizar con el mismo amor de Cristo (cfr. n. 2, E). La vida de Conchita será una continua inmolación por el bien de la Iglesia:

 

     "Sacrifícate por la Iglesia... Yo quiero que sean víctima por la Iglesia" (Vida 3, 22-23; CC. 10, 195-196).

     "Ya no te perteneces, eres de la Iglesia y el verbo te utiliza en su favor" (Vida 9, 305; CC. 35, 27-29).

     "Yo quiero que hagas con voluntad el ser toda tú para siempre de la Iglesia" (Vida 9, 316; CC. 35, 57-61).

     "La doctrina que te he dado es de la Iglesia" (Vida 4, 258; CC. 18, 220-223).[12]

 

     Su amor a los sacerdotes es una consecuencia de los demás amores. El amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo, así como su amor a las almas, a la Iglesia y a María, se concreta en un mensaje de amor a los sacerdotes. No se ocultan sus defectos, pero, sobre todo, se indican los grandes ideales. La vida de Conchita está consagrada a la santificación de los sacerdotes, como consecuencia de compartir las vivencias y amores de Cristo Sacerdote. Este fue el encargo que recibió del Señor:

 

     "Tú estás destinada a la santificación de las almas, muy especialmente a la de los sacerdotes" (Vida 4,257-258; CC. 18, 220-223)

     Te he pedido muchas veces que te sacrifiques por ellos, que los recibas como tuyos, por el reflejo de María en ti" (CC 50, 156). "Porque eres madre con un reflejo de María, místicamente Mía y de mis sacerdotes" (CC. 50, 175-176).

     "Por éstos caí... y tú por éstos tienes mucho que sufrir... pero lloverán gracias" (Vida 4, 152). [13]

 

     Es interesante observar en estas vivencias de Conchita dos notas características: su amor fiel y apasionado por Cristo Sacerdote (el Verbo Encarnado) y la repugnancia natural a publicar las confidencias del Señor sobre los sacerdotes. Se nota, en el diálogo con el Señor, ciertos reparos que ella misma manifiesta, como si le costara creer en los defectos sacerdotales.[14]

 

     Hay un hecho en la vida de Conchita que, a mi entender, es un signo claro de su fidelidad y de su verdadera inmolación en aras de los amores de Cristo. Me refiero a la "noche oscura" de sus últimos días y a la actitud de "abandono" total en unión con el "abandono" de Cristo en la cruz. Es una nota de autenticidad, como consecuencia madura de todas las confidencias recibidas.[15]

 

 

 

 

2ª ponencia:   EL MENSAJE QUE CONCHITA TRAE A LA IGLESIA CON SU VIDA Y SU PALABRA EN TORNO A LOS SACERDOTES

 

     La vida de Conchita es toda ella sacerdotal. Como hemos visto en la primera ponencia, ella vive de los amores de Cristo Sacerdote o de su Corazón. Es el mismo Señor quien le contagia del amor a los sacerdotes, explicándole, al mismo tiempo, la razón de ser del sacerdote ministro, su proceso de transformación en Cristo y sus exigencias de santidad.

 

     Su "destino" es, pues, convertirse en víctima por la santificación de los sacerdotes (cfr. Vida 4, 257-258; CC. 18, 220.223). Es una especia de maternidad espiritual, a imitación de la maternidad de María (CC. 50, 175-176). Por esto siente deseos de que todos los sacerdotes ardan en celo apostólico (Vida 5, 200), quiere cargar como propios sus pecados (Vida 4, 146), siguiendo las indicaciones de Jesús (Vida 4, 152). Conchita ofrece su vida para que haya sacerdotes santos (Vida 4, 151.161) y su más ardiente deseo es el de dar a Cristo muchos sacerdotes santos para consolarlo (Vida 4, 153).[16]

 

     En este contexto vivencial y comprometido, Conchita nos transmite el mensaje recibido del Señor para anunciarlo a toda la Iglesia. Al sacerdote lo ve siempre en relación con Cristo, como transformado en él para ejercer santamente los ministerios y salvar muchas almas. Es un sacerdocio participado ontológicamente del de Cristo, profundamente relacionado con él, para amarle y seguirle, imitarle y ser su transparencia en la Iglesia y en el mundo.[17]

 

1.   Identidad sacerdotal: ser, obrar y vivencia

 

     La realidad sacerdotal se presenta, en los escritos de Conchita, en sentido dinámico: "Pudiera en cierto modo definirse así el sacerdote: El glorificador del Padre por el sacrificio de Jesús bajo el impulso del Espíritu Santo" (Cómo es Jesús, Sus sacerdotes). El ser del sacerdote es participación en el ser de Jesús y en su misterio de Encarnación:

 

     "Cuando el Padre engendró al Hijo en la eternidad sin principio, engendró con El, en cierto sentido, a los Sacerdotes. De allá procede la generación espiritual, y en cierta manera divina, del Sacerdote, en la del Sacerdote eterno, en el entendimiento, y en e Corazón del Padre que es su voluntad, que es el Espíritu Santo... Del concurso del Espíritu Santo en el Padre (aunque procede de él en aquel arrebato de inefable amor al producir al Verbo, en todo igual a El) fueron concebidos eternamente la Iglesia y sus futuros Sacerdotes" (CC. 49, 348).

     "Al engendrarme el Padre en el seno purísimo de María, por obra del Espíritu Santo, engendró Conmigo en Ella el germen de los Sacerdotes, en el Sacerdote eterno; le comunicó una fibra divina de la fecundación de los Sacerdotes futuros, engendrados en el seno del Padre, de toda la eternidad" (CC. 50, 170-173).

     "Cada sacerdote, eternamente concebido por el Padre, tiene una especie de eterna generación unida al Verbo" (A mis sacerdotes, 33).

 

     El poder hacer presente a Cristo en la Eucaristía es una consecuencia del hecho de participar en el misterio de la Encarnación:

 

     "Por la encarnación mística, la cual todo Sacerdote debe tener muy honda, muy íntima, muy familiar aunque respetuosa, puesto que en el altar la opera diariamente en el sacrificio de la Misa. Ahí místicamente encarna el Verbo en cada hostia consagrada que transforma por la transubstanciación de las especies en Jesús. Pero como entonces, él es Jesús, queda la estela en su alma, la de esa encarnación que el Sacerdote debiera guardar en su corazón... Encarna el Sacerdote a Jesús en la hostia, mas como él se vuelve Jesús, se vuelve hostia, y al ofrecer la hostia al Padre, transformado en Jesús, también es hostia, también es víctima" (CC. 50, 190).

     "En razón del sacerdocio conferido y afirmado por el Espíritu Santo, reciben el poder de concebir en cierto sentido al Verbo hecho carne en la Misa, en donde se renueva mi Encarnación, Pasión y muerte" (CC. 50, 235).

     "En el altar efectúa el sacerdote un facsímil de la Encarnación del Verbo" (Vida 5, 334; CC. 23, 217-227).

 

     El ser y el obrar sacerdotal exige una vivencia consecuente. La participación en el misterio de la Encarnación debe pasar a ser vivencial por una vida coherente de santidad: "El reflejo de este misterio de la Encarnación, lo recibe diariamente en la Misa el Sacerdote en su alma... Pero el alma del Sacerdote que abraza y cultiva con su correspondencia a la gracia este don de Dios, es el más dispuesto a recibir y a ensanchar la gracia sin precio de la encarnación mística en el alma, que es gracia sacerdotal en todas sus partes" (CC. 50, 192-193). Así se da una explicación del carácter sacerdotal: "Ante las miradas de mi Padre existe en ellos el carácter imborrable, el sello santo que los consagró Míos" (CC. 49, 74).[18]

 

     Este tema es como el punto de partida para comprender la doctrina sacerdotal que Conchita recibe del Señor. Ella misma lo manifiesta con cierto estupor y miedo, como queriendo escapar de esas confidencias: "Y me fui, de miedo a que me fuera a hablar de la encarnación mística... aquellas inmensidades divinas me aplastan. El me perdone" (CC. 50, 221). Jesús mismo le aclara las dudas:

     "Señor: Pero si todos los Obispos y Sacerdotes tiene, por el hecho de ser Sacerdotes, la encarnación mística, entonces por qué me has dicho que es una gracia escogida y especial para ciertos Sacerdotes? Mira, hija: el germen de esta gracia insigne la tienen todos... al recibir en su ordenación el Soplo fecundo del Espíritu Santo... Pero este germen, se desarrollará más y más por las gracias especiales y gratuitas del Espíritu Santo" (CC. 50, 238-239).

     En el altar, hija, se producen las dos cosas: que el Sacerdote encarna  al Verbo hecho hombre; es decir, que reproduce, en cierto sentido, el misterio de la Encarnación, que atrae al Verbo hacia la tierra para hacerse hombre; y con el Dios-Hombre, se opera o produce el misterio de la transubstanciación. Mas, como el reflejo de Dios es Dios mismo, el Verbo hecho carne, en el reflejo que produce en el alma del Sacerdote, pasa a su corazón, obrando en cierto grado, la encarnación mística en él" (CC. 50, 298-299).[19]

 

 

2.   Transformación en Cristo

 

     Es una consecuencia del hecho de participar ontológicamente en el sacerdocio de Cristo. La transformación del propio ser debe hacerse moral y vivencial, consciente y responsable, con todas las consecuencias de santificación personal. La "encarnación mística", aplicada al sacerdote, tiene dos aspectos: 1º) La gracia sacerdotal recibida en la ordenación como "soplo fecundo del Espíritu Santo"; 2º) el desarrollo de esta gracia ("germen") a través de una fidelidad consecuente (cfr. CC. 50, 238-239).[20]

 

     Muchas veces, en las confidencias de Jesús a Conchita, el Señor se identifica con el sacerdote como su "otro yo": "El sacerdote que cumpla con su misión, será otro Yo" (Vida 6, 345-346; CC. 25, 259-265). "Identificado Conmigo es otro Yo! es decir, es entonces Yo mismo al consagrar, en ese misterio de amor que se efectúa en la transubstanciación" (CC. 49, 181).

 

     Esta transformación moral o espiritual se realiza bajo la acción y los dones del Espíritu Santo:

 

     "Y si los Sacerdotes deben ser otros Jesús, los Obispos con más deber, y con más razón deben estar transformados e identificados Conmigo, pero con una transformación tan íntima, tan real y tan profunda, que desaparecen en Mí, viviendo y obrando y amando Yo en ellos, con el Espíritu Santo" (CC. 49 122).

     "Porque no es el Sacerdote el que vive, sino Yo en él, con todas mis virtudes, carismas y dones, y aún, esplendores eternos de la Trinidad, comunicados" (CC. 50, 204).

 

     De esta transformación espiritual dependerá el fruto del trabajo apostólico:

 

     "Sólo un Sacerdote, transformado en Mí, puede transformar a las almas; y a la medida de su transformación en Mí, será la que reciban las almas" (CC. 50, 182).

     "Yo en ellos quiero obrar, hablar, vivir y hacerme sensible a las almas... transformar el mundo por la transformación perfecta de los sacerdotes en el gran Sacerdote, en el único Sacerdote de donde todos proceden" (A mis sacerdotes 51).

     "Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (A mis sacerdotes 55).

     "Si mis sacerdotes son otros Yo, podrán también tomar la valiosa moneda de la comunión de los santos... y así me ayudarán poderosamente a salvar a las almas" (A mis sacerdotes 109).

 

     Es transformación que abarca todos los momentos de la vida, como testimonio de autenticidad, a modo de signo o transparencia de Jesús:

 

     "Deben no sólo parecer Jesús, sino ser Jesús, solos o acompañados, en la calle y en el Templo, en su ministerio o fuera de él" (CC. 49, 185).

     "Sólo un Pastor Yo, puede crear en su Iglesia hijos Yo, porque sólo el transformado, tiene virtud para transformar" (CC. 50, 244).

 

     Las confidencias sobre los sacerdotes tienen como objetivo principal ayudarles a vivir el misterio trinitario como transformación de vida. La unidad del corazón, como reflejo de la Trinidad, será el fundamento de la unidad entre todos los sacerdotes: "Estas Confidencias han tenido por objeto, unir a todos los Sacerdotes en la unidad de la Trinidad, pero transformados en Mí; llevan el fin de hacer de todos ellos un solo Jesús; Yo en ellos; no muchos Jesús, sino uno solo" (CC. 50, 292).[21]

 

     La eucaristía es siempre el momento culminante de esta transformación: "Soy yo en él quien mira al Padre, quien le da gracias anticipadas, por el misterio que se va a obrar en el altar... siquiera entonces, esos momentos siquiera, que fueran ellos, Yo" (CC. 49, 32). "Al consagrar, somos uno; él desaparece en Mí, y quedo Yo en él, como dos en uno" (CC. 49, 59). "Lo absorbo en mi Divinidad, y sin que lo sienta, lo transformo en Mí... no tan sólo para ofrecerme a mi Padre, en el sacrificio del altar, sino también para darme a las almas" (CC. 49, 60). "Baja el Verbo al altar transformando al Sacerdote en Mí mismo; por eso lo mira el Padre, le sonríe el Padre, lo envuelve el Padre con su Sombra" (CC. 50, 62).

 

     El amor del Padre a los sacerdotes es la fuente de la transformación:

 

     "Ya se recreaba desde aquella eternidad el Padre al ver a su Hijo amadísimo en los sacerdotes, y por eso mismo los amaba" (A mis sacerdotes 34).

 

     Entonces Cristo comunica sus amores a sus sacerdotes:

 

     "Por eso amo tanto la gracia de la encarnación mística... quiero desarrollar esa gracia en el corazón de los sacerdotes, para asegurar su fidelidad, su heroísmo y sentir en ellos algo de las fibras fecundas del amor de mi Padre, cuya Paternidad han recibido de El. Quiero con esa gracia infundirles - transformarles en Mí - mi amor a mi Padre, el amor de mi Padre a Mí" (A mis sacerdotes, 98). "Sentirán los pecados ajenos con la delicadeza con que Yo los siento... transformación en mí... porque ese dolor de las ofensas que recibo y que sentirán como propias, tiene una especial virtud para alcanzar las gracias del cielo... Concluye el buscarse a sí mismos... No le importan entonces al alma sus penas, sino las mías... Otros Yo, todos en Mí, que sientan lo que Yo siento, que quieran lo que Yo quiero, que amen lo que Yo amo... Sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo" (A mis sacerdotes 106).

 

3.   Prolongar la acción de Cristo

 

     La acción del sacerdote se presenta siempre como identificación y prolongación de la acción de Cristo Sacerdote, especialmente en la celebración eucarística (cfr. n. 6). Es allí donde aparece más clara la identidad sacerdotal (n. 1) y la necesidad de transformación en Cristo (n. 2). Toda la acción sacerdotal tiende a la salvación de las almas (cfr. n. 7), como trasunto de la acción redentora de Cristo: "Otros Yo, que continuaran la misión que me trajo a la tierra, y que fue llevar a mi Padre lo que de El salió; almas que lo glorificaran eternamente" (CC. 50, 200).

    

     La predicación debe estar centrada en Cristo: "Que me prediquen a mí, el Verbo hecho carne, crucificado" (CC 49, 224; cfr. 1Cor 1,23; 2,2). "La misión de los Sacerdotes es sembrar mi doctrina; mover a arrepentimiento, ilustrar los espíritus, convertir las almas, hacer reaccionar los corazones y no echar el anzuelo para sacar alabanzas... Debe buscar no brillar, sino convertir; y sólo el que es santo, santifica. Para este ministerio (de la predicación), necesita el sacerdote ser hombre de oración; porque para dar a las almas, es preciso recibir de lo alto; y no se recibe, si no se ora, si no se es mortificado" (CC. 49, 221).

 

     El servicio de los sacramentos requiere santidad de vida. El sacerdote es ministro del perdón en nombre de Jesús (Vida 9, 363-364). "Todos mis Sacramentos purifican, porque llevan algo divino; llevan mi Sangre... Los Sacerdotes que apliquen estos sacramentos, deben estar sin mancha, porque... ponen mi sello divino en los corazones; lavan con mi Sangre" (CC. 49, 171).

 

     Esta acción pastoral debe ser trasunto del modo de actual del Señor, especialmente en su cercanía a los pobres": "Yo vine a salvar a todos sin distinción: a pobres y a ricos, u mi caridad prefirió a los menesterosos, a los desvalidos, a los pobres, y Yo mismo fui pobre para atraerlos a Mí sin que se avergonzaran. Y si los sacerdotes tienen que ser Yo, la misma caridad, abnegación y humildad tienen que tener, y el mismo sentir que Yo... Yo amo mucho a los pobres; y falta en mi Viña, en mi Iglesia, quien los ame como Yo... Todas son almas; todas me costaron la Sangre y la Vida" (A mis sacerdotes, 27).

 

4.   Amistad con Cristo

 

     El amor profundo de Cristo a sus sacerdotes es un llamado a la unión con él, traducida en amistad, en transformación y sintonía con sus amores (cfr. 1ª ponencia, 2, F). Cuando se señalan defectos de los sacerdotes, siempre destaca la misericordia y el ofrecimiento de un amor incondicional, personal y único. Muchas veces este tema se expresa con la terminología del "Corazón" de Jesucristo: "Los sacerdotes son fibras de mi Corazón, su esencia, sus mismos latidos" (A mis sacerdotes 33). "En ese costado abierto por la lanza tuvieron su cuna los sacerdotes de la Iglesia" (ibídem 34). "Nada hay tan íntimo a mi Corazón como los sacerdotes" (ibídem 120).

 

     La expresión "mis sacerdotes" tiene un tono cariñoso y se repite con frecuencia: "Mis sacerdotes... esos pedazos de mi mismo Corazón" (CC. 49, 151; cfr. A mis sacerdotes 72 y 98). Los sacerdotes son invitados a volver constantemente al amor de Cristo.

 

     La vida sacerdotal recobra su sentido a partir de la declaración de amor por parte de Cristo (cfr. Jn 15, 9). El amor que Cristo ofrece tiene sus raíces en el amor eterno de Dios: "El amor forma a los Sacerdotes, que si fueron engendrados desde la eternidad en el entendimiento del Padre, nacieron, hija, a impulso de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la Cruz, y consumados en su principio y en su fin por el amor" (CC. 49, 384).

 

     Jesús continúa ofreciendo a sus sacerdotes un amor de amistad profunda. La respuesta debe ser de confianza e intimidad: "Es preciso a toda costa, que los Sacerdotes se acerquen a Mí en la intimidad de sus corazones. Díles que no teman, que... en Mí tienen un hermano... una madre, un Padre, un Dios-hombre, que los ama con las entrañas más tiernas... que quiere estrecharlos contra un Corazón que se dejó romper par que en él cupieran todos los Sacerdotes, para transformarlos en Mí, su Jesús, todo misericordia y bondad" (CC. 50, 315).

 

5.   Seguimiento e imitación de Cristo

 

     La transformación en Jesús equivale a vivir en sintonía con su amor. Este amor es exigente, pero hace posible la entrega: "¿Cómo se opera esta transformación prácticamente? AMANDO: que del amor se deriva la generosidad, la abnegación, el olvido propio, el sacrificio, el ardoroso celo por mi gloria, la fe, la esperanza, y el tener una sola voluntad con la de mi Padre, por una entrega absoluta y total a todas sus disposiciones... Que estudien, hija, a mi Corazón incomprensible, en donde caben todas las ingratitudes, todas las lágrimas y dolores ajenos" (CC. 50, 339).

 

     La existencia sacerdotal consiste en compartir la vida con Cristo, asumiendo todas sus exigencias: "No me ofrezco en las Misas Yo solo, sino que Conmigo ofrezco a todos los Sacerdotes del mundo, porque todos están en Mí, único Sacerdote, en razón de mi Unidad. Desde que me encarné en María,desde que me puse a la disposición amorosa de mi padre diciéndole: "Aquí estoy", no me puso a su disposición solo para cualquier sacrificio, sino con todos los Sacerdotes en Mí" (CC. 51, 30). El seguimiento de Cristo comporta inmolar a Cristo dejándose inmolar por él y con él (cfr. Vida 5, 221).

 

     Este seguimiento evangélico del sacerdote equivale a unificar la propia voluntad con la suya: "una entrega total y absoluta de la voluntad de los sacerdotes con la Mía" (CC. 50, 295). El seguimiento generoso y desprendido sólo se explica a partir del amor: "Su vocación debe ser todo amor..., amor de generosidad para los sacrificios..., amor de unión.. y de estrechamiento conmigo" (CC. 51, 5-7). Imitar a Cristo equivale a vivir en obediencia continua a la voluntad del Padre (cfr. CC. 50, 200) y en pobreza (cfr. CC. 49, 281).

 

     Nota característica del seguimiento evangélico sacerdotal es la imitación de Cristo en su amor esponsal, es decir, en la castidad o celibato. En las confidencias a Conchita esta virtud aparece como desposorio y fecundidad paterna:

 

     "Es tan cándida mi Iglesia, que sólo la doy por Esposa a los que juran ser puros... Esta es una de las razones principales por la que los sacerdotes no deben ser casados, porque deben ser el reflejo del Padre virgen y cuya Paternidad representan. Su fecundidad en las almas debe ser la misma del Padre con la que engendró a su Verbo, con la santa y virgen fecundidad del Espíritu Santo, que produjo en María al Verbo hecho hombre... Los sacerdotes son el lazo de unión que une a los cristianos con Cristo; y son padres porque representan al Padre, par producir en las almas la extensión del Verbo, la transformación en Mí" (A mis sacerdotes 147).

 

     La castidad sacerdotal es, pues, fecundidad apostólica, a imitación de la fecundidad del Padre, para "formar a Jesús en las almas" (A mis sacerdotes 130). "Tienen los Sacerdotes el deber de reflejar al Padre virgen, para poder cumplir con su purísima y sagrada misión, de engendrar, a su vez, almas santas" CC. 50, 33). Es también participación en los "desposorios" de Cristo con su Iglesia (A mis sacerdotes 84).

 

     La virginidad o castidad evangélica, que debe adornar la vida del sacerdote, se transforma en fecundidad a imitación de María Virgen y como prolongación de la fecundidad del Padre al engendrar al Verbo en el amor del Espíritu Santo: "María recibió directamente del Padre, por el Espíritu Santo, esta sublime y santísima fecundidad, nada menos que dándole a su verbo, a la segunda Persona de la Santísima Trinidad, para hacerlo hombre en su purísimo seno... Por eso la virginidad encanta al Padre, porque en ella se retrata; y no hay en la tierra fecundidad más grande que l de las almas vírgenes, que reflejan en sí mismas al Padre, y que copian... Ahora bien, si el Padre comunica a los sacerdotes su fecundidad divina, deben ser luz, deben ser luz, porque han recibido, en el germen divino de la fecundidad del Padre, su ser de luz, de virginidad, de limpidez, de pureza que los hará verdaderos padres que tienen que engendrar en la Iglesia almas de luz, de claridad, de pureza... Por eso, si los sacerdotes son padres, deben ser puros... deben ser el reflejo del Hijo hecho hombre, puro con la fecundidad del Padre al engendrarlo, y puro al hacerse hombre tomando la vida virgen en María Virgen" (A mis sacerdotes 132). La celebración eucarística hace al sacerdote semejante a María Virgen (cfr. CC. 50, 152).

 

     El seguimiento e imitación de Cristo tiene dimensión trinitaria y conlleva frutos de fecundidad apostólica: "Al Padre, debe el Sacerdote imitarlo, siendo padre, en su purísima fecundidad y caridad con las almas... Debe imitar al Hijo que soy Yo, el Verbo hecho hombre, transformándose en Mí, que es más que imitarme, siendo otro Yo en la tierra, sólo para glorificar al Padre en cada acto de su vida, y darle almas para el cielo. Y debe imitar al Espíritu Santo, siendo amor, transfundiendo amor, enamorando a las almas del Amor" (CC. 49, 377).

 

     Esta vida evangélica hace del sacerdote una "hostia viviente":

 

     "El Sacerdote debe ser una hostia viviente que me contenga; o más bien, una hostia Yo, transformado en Mí. Y todos los Sacerdotes del mundo, formando un solo Jesús" (CC. 50, 202).

     "Pide, hija, porque los Sacerdotes sean Sacerdotes; víctimas con la Víctima, Yo, y con las mismas cualidades de la Víctima" (CC. 49, 62).

 

6.   Una vida centrada en la Eucaristía

 

     La identificación del sacerdote con Cristo se realiza de modo especial en la celebración eucarística. Pero esta celebración debe hacerse consciente y coherente. La "mirada" de gratitud y de amor de Cristo al Padre es la pauta de la vivencia eucarística del sacerdote: "Soy yo en él quien mira al Padre, quien le da gracias anticipadas, por el misterio que se va a obrar en el altar... siquiera entonces, esos momentos siquiera, que fueran ellos, Yo" (CC. 19, 32).[22]

 

     La celebración eucarística es fuente de vida espiritual y apostólica, como momento culminante de identificación con Cristo. "En la Santa Misa... reciben destellos de mi mismo Ser, que los purifica y fortifica" (Vida 7,53; CC. 25, 358-364).

 

     El sacerdote, por el ministerio eucarístico, se hace instrumento de la Trinidad para realizar la transubstanciación y para que Cristo se prolongue en las almas. Todo ello es obra del Espíritu Santo. "Es la Persona del Amor, la que inspiró al Verbo hecho carne el estupendo milagro eucarístico, para perpetuar de esta manera, con la fecundidad del Padre, la encarnación en las almas... La Trinidad misma, por decirlo así, se pone a las órdenes del sacerdote para realizar la transubstanciación eucarística" (A mis sacerdotes 140).

 

     El misterio de la Encarnación se prolonga de algún modo por el ministerio eucarístico del sacerdote. Este es como "otra eucaristía ambulante" o "eucaristía viviente". Pero esto exige una vida de coherencia con la eucaristía que se ha celebrado y una vida de unión progresiva con Cristo. El sacerdote se hace entonces "todo para todos" (1Cor 9,22):

 

     "Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante... perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra... eucaristías vivientes... No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así; ahí comienza la perfecta unión con el Sacerdote eterno, que tiene que ir creciendo día por día, hora por hora - por el amor y por el dolor - hasta la consumada transformación en Mí... Que refleje a la Eucaristía en su alma, que se asemeje a Jesús en esa universal caridad, todo para todos y dándose totalmente entero en el ejercicio santo de su apostolado en favor de las almas" (A mis sacerdotes 112).

 

     En la eucaristía aparece la relación del sacerdote con María. Es relación de semejanza, por el hecho de hacer presente a Cristo por obra el Espíritu Santo: "María me engendró en su virginal seno por medio del Espíritu Santo con la fecundación del Padre; y el Sacerdote en la Misa reproduce este misterio sublime que se perpetuará en los altares hasta el fin de los siglos. María Virgen, quiere sacerdotes vírgenes" (CC. 50, 152). Es también relación filial, por la identificación con Cristo a modo de "encarnación mística":

 

     "En razón del sacerdocio conferido y afirmado por el Espíritu Santo, reciben el poder de concebir en cierto sentido al Verbo hecho carne en la Misa, en donde se renueva mi Encarnación, Pasión y muerte" (CC. 50, 235).

     "Al transformarse los Sacerdotes en Mí, en la Misa, pasan a ser más íntimamente, más completamente... hijos de María Inmaculada, al ser Yo mismo en ellos... Y María entonces tiene para ellos, toda la ternura que tuvo y que tiene para Conmigo, porque ve, en cada Sacerdote, otro Yo, y los mira complacida, y los envuelve en su calor, y los estrecha en su seno, y lo acaricia y los ama, porque me ve en ellos a Mí" (CC. 49,90).[23]

 

     A partir de la eucaristía, el sacerdote encuentra continuamente a Cristo presente en toda su vida ministerial: "Vivo (dice el Señor en las confidencias) en constante roce con ellos, no tan sólo en la Eucaristía, en unión más que íntima en los deberes de mi ministerio" (CC. 50, 269).

 

7.   Al servicio de las almas

 

     Como hemos ido viendo en los apartados anteriores, el amor de Cristo a su Padre, a María, a la Iglesia y a los sacerdotes, se traduce en amor ardiente a la humanidad entera (a "las almas"). La crucifixión de Cristo fue querida por el Padre por amor a las almas (cfr. Vida 8, 7).

 

     El objetivo del ministerio sacerdotal es el de "formar a Jesús en las almas, rasgo a rasgo, en transformarlas en Mí" (A mis sacerdotes 130). Ahí radica la paternidad sacerdotal: "Son padres porque representan al Padre, para producir en las almas la extensión del Verbo, la transformación en Mí" (ibídem, 147).

 

     El cuidado de las almas supone guiarlas por el camino de la perfección, como "vuelo de espíritu": "No quiero almas paralizadas por el temor, sino confiadas por el amor. Ese vuelo de espíritu quiero que mis Sacerdotes infiltren en las almas... mi yugo es suave" (CC. 50, 328). Para ello se requiere que el mismo sacerdote se transforme en Cristo: "A medida de su transformación en Mí, será la mies que recojan, y no serán estériles, sino fecundos, en gracia y en virtudes, dándole almas a mi Padre Celestial" (CC. 50, 396).

 

     La figura del sembrador se aplica a la acción sacerdotal en bien de las almas, con su aspectos de paciencia y acompañamiento. Esta acción pastoral consiste en dar la propia vida para transmitir una vida nueva en el Espíritu:

 

     "El Sacerdote es sembrador, y su misión es arrojar la semilla en las almas, preparadas con su trabajo y oración; regar esas almas, cultivarlas y presentarlas a mi Padre como maduros frutos que a El toca cosechar. Por eso los Sacerdotes, que tienen la misión en la Iglesia de dar vida a las almas, y de formarlas para el cielo, de infundirles lo divino..., más que nadie deben vivir unidos al Espíritu Santo" (CC. 50, 160-161).

 

     El equilibrio entre acción y contemplación se encuentra en una entrega verdadera y completa al bien de las almas: "Debe ser todo para las almas, sí; pero primero todo para Mí, dando la primacía al trato Conmigo, salvo circunstancias de mayor gloria de Dios" (CC. 49, 183). "Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (A mis sacerdotes 54).

 

     El cuidado de las almas consiste en una actitud de respeto y fidelidad al agente principal que es el Espíritu Santo: "Y tocando este punto, hija, del Espíritu Santo, te diré que lo contristan mis Sacerdotes muy frecuentemente en muchas cosas. En adelantarse en su acción en las almas, abrogándose derechos que no tienen; en querer ser más que El, en cierto sentido, no esperando que obre en los corazones; atropellando su acción... disponiendo de los corazones" (CC. 49, 196).

 

     El celo apostólico lleva a un sentido de totalidad: todas las almas, "muchas almas", como el celo de Buen Pastor que no desmaya hasta encontrar a todas las ovejas: "Un Sacerdote a quien anime el ardor amoroso del Espíritu Santo, no debe conformarse con un puñado de almas, que lo rodean, sino lanzarse con santo pero discreto celo a salvar muchas almas" (CC. 49, 245).

 

     El no buscarse a sí mismo en el secreto de la acción pastoral, como la del Bautista: "Que no aparezcan ellos, sino Yo en ellos, encantando a mi Padre y atrayendo las almas hacia El para glorificarlo" (CC. 50, 287). La fecundidad apostólica es fruto de la virginidad: "Tienen los Sacerdotes el deber de reflejar al Padre virgen, para poder cumplir con su purísima y sagrada misión, de engendrar, a su vez, almas santas" (CC. 50, 33). "Yo al mirar eternamente a un Sacerdote, vi en él a un escuadrón de almas, por él engendradas por la fecundación del Padre, por él redimidas en unión de mis méritos" (CC 49, 338).

 

     El servicio a las almas es una prolongación y comunicación de la vida trinitaria: "Al Padre, debe el Sacerdote imitarlo, siendo padre, en su purísima fecundidad y caridad con las almas... Debe imitar al Hijo que soy Yo, el Verbo hecho hombre, transformándose en Mí, que es más que imitarme, siendo otro Yo en la tierra, sólo para glorificar al Padre en cada acto de su vida, y darle almas para el cielo. Y debe imitar al Espíritu Santo, siendo amor, transfundiendo amor, enamorando a las almas del Amor" (CC. 49, 377). Ello dependerá de la propia sintonía y participación en la vida trinitaria: "Quiero a todos mis Obispos y Sacerdotes absorbidos en la unidad de la Trinidad, para que sean fecundos en las almas, para que engendren en la Iglesia virgen, almas para el cielo" (CC. 50, 4).

 

8.   El amor de María al sacerdote y de éste a María

 

     El aspecto mariano de la espiritualidad sacerdotal es también una característica clara del mensaje que Conchita trae a la Iglesia en torno a los sacerdotes. La doctrina sobre la "encarnación mística" fundamenta el amor de maría al sacerdote y de éste a María. Por una parte, los sacerdotes fueron "engendrados en el seno del Padre, (desde)de toda la eternidad", cuando el Padre engendró al Verbo en el amor del Espíritu Santo (CC. 50, 170-173; cfr. CC. 49, 339). Por otra parte, los sacerdotes fueron también engendrados en el seno de María por su unión con el Verbo, hecho hombre, Cristo Sacerdote: "al engendrarme el Padre en el seno purísimo de María, por obra del Espíritu Santo, engendró Conmigo en Ella el germen de los Sacerdotes, en el Sacerdote eterno" (CC. 50, 170-173).

 

     El amor materno de María a los sacerdotes procede de esta unión e identificación con Cristo como "otros Jesús":

 

     "Por eso María es más Madre de los Sacerdotes, por estar Conmigo, en su seno inmaculado aquella fibra sacerdotal unida a mi naturaleza humana divinizada. Y por eso María tiene mucho de sacerdote, y por eso María busca por justicia a su Jesús, en cada Sacerdote, concebido Conmigo en su virginal seno, al encarnarse el Verbo en sus entrañas purísimas" (CC. 50, 170-173).

     "Tienen los Sacerdotes un sitio especial en el Corazón de María, y los latidos más amorosos y maternales en Ella, después de consagarlos a Mí, son para los Sacerdotes. Ellos son la parte predilecta y consentida de su alma, en el mundo" (CC. 50, 153).

     "María es feliz cuando comunica a su Verbo hecho carne; y si, conjuntamente concibió en su casto seno, al concebir a Jesús, en El, el germen sacerdotal, los Sacerdotes son para Ella, otros Jesús, y más que nadie, quiere transformarlos en Jesús, místicamente en sus almas" (CC. 50, 195).

     "Como el Padre ama en mí, su Verbo humanado a todas las cosas..., así María; en Mí, su Jesús divinizado y divino, ama a todos sus hijos, especialmente a los Sacerdotes; y más ama a los que se asimilan a su Hijo divino; a los que llevan los rasgos de su fisonomía más marcados, a la medida de su transformación en Mí" (CC. 50, 149).

 

     El amor del sacerdote a María consistirá en vivir la transformación en Cristo con su ayuda y ejemplo: "María anhela verme a Mí en cada Sacerdote (como debiera ser) y no tan sólo en el acto sublime de la Misa, sino siempre, siempre; y si los Sacerdotes la aman, deben darle gusto reproduciendo ellos a los que más ama esa Madre incomparable: a Mí en todos los actos de mi vida y de su vida" (CC. 50, 170). De este modo sabrán imitar el amor de Jesús a su Madre y se fieles al encargo de Jesús de recibirla como Madre: "Los sacerdotes deben amar a María con el mismo amor, con la misma ternura, respeto, obediencia y fidelidad, gratitud y pureza con que Yo la amé... A María deben recurrir los sacerdotes, y rogarle y suplicarle que los modele, rasgo por rasgo, conforme a su Hijo Jesús... Al dejar Yo el mundo... le dejé a María, que me representaba en sus virtudes, en sus ternuras, en su Corazón, eco fiel del Mío... En María se apoyaba la naciente Iglesia... la protección de una Madre y que Ella fuera el conducto por donde pasar toda la gracia del Divino Espíritu para las almas... al pie de la Cruz. Ahí pronunció María el segundo 'fíat' y aceptó como hijos a la humanidad entera; pero, sobre todo, a los sacerdotes en San Juan" (A mis sacerdotes 96).

 

     Se recalca el paralelismo entre le Encarnación del Verbo en el seno virginal de María y el ministerio eucarístico del sacerdote: "María me engendró en su virginal seno por medio del Espíritu Santo con la fecundación del Padre; y el Sacerdote en la Misa reproduce este misterio sublime que se perpetuará en los altares hasta el fin de los siglos. María Virgen, quiere sacerdotes vírgenes" (CC. 50, 152).

 

     La consecuencia de esta semejanza y relación con María será, por parte de los sacerdotes, un sentido de maternidad y una exigencia de transformación en Cristo: "Cómo los Sacerdotes deben pagar a María su ser de hijos, que los engendró a la vez que a Mí me engendró... Si aman a su Madre María, no pueden obsequiarla con mayor presente, que con su transformación en Mí" (CC. 50, 175). "Cada Obispo, cada Sacerdote, goza en cierto grado y sentido, de la maternidad de María, de la Paternidad del Padre, del asombroso prodigio, obrado por el amor, solo por el amor, del Espíritu Santo.

Así es que, todo Sacerdote reproduce a Cristo, lleva el reflejo de María más marcado que nadie" (CC. 50, 236).

 

     María se hace íntimamente presente y activa como Madre amorosa en la vida del sacerdote:

 

     "María debe ser la luz que los conduzca al Padre, a Mí, y al Espíritu Santo; María la que los lleva a las almas, María su vida y la atmósfera que respiran; María su consuelo, su descanso, su aliento, su Madre, en la que depositan, después de Mí, sus dificultades, sus penas y sus lágrimas" (CC. 49, 155-156).

     "Al transformarse los Sacerdotes en Mí, en la Misa, pasan a ser más íntimamente, más completamente... hijos de María Inmaculada, al ser Yo mismo en ellos... Y María entonces tiene para ellos, toda la ternura que tuvo y que tiene para Conmigo, porque ve, en cada Sacerdote, otro Yo, y los mira complacida, y los envuelve en su calor, y los estrecha en su seno, y lo acaricia y los ama, porque me ve en ellos a Mí" (CC. 49, 90).

 

     Es interesante atraer la atención sobre una faceta importante de esta dimensión mariana del sacerdocio. Se trata de la asociación de María al sacrificio de Cristo (cfr. LG 58):

 

     "María me ofreció al eterno Padre para ser crucificado y éste era su mayor tormento" (Vida 6, 206; CC. 24, 124-129).

     "Éste fue el papel de María, crucificarme" (Vida 6, 218; CC. 25, 138-141).

     "María fue altar y víctima en mi unión y siempre me sacrificó" (Vida 6, 255; CC. 25, 175).

 

9.   Marcado con la cruz

    

     La transformación en Cristo comporta correr su suerte de crucificado. Aunque la cruz parezca que está ola, de hecho está siempre con Jesús (Vida 1, 218; 2, 76; 3, 70). Se trata propiamente de la actitud inmolativa o victimal de Jesús, que ya comenzó en la Encarnación (vida 4, 210; 6, 106; cfr. Heb 10, 5-7). Es el fuego que vino a traer el Señor a la tierra (Vida 3, 177-178.345). La cruz se identifica con el amor (Vida 6, 240). Jesús quiere compartir su cruz con los sacerdotes y almas consagradas (Vida 1, 260; 4, 120). No se entiende el tema de la cruz, si no es a partir del Corazón o de los amores de Cristo: "Mi Corazón y mi cruz son inseparables" (Vida 2, 322; CC. 1, 446). Los sacerdotes "tuvieron su cuna" en el costado de Cristo muerto en cruz (A mis sacerdotes 34).

 

     El valor espiritual y apostólico de una vida sacerdotal dependerá de los quilates de su crucifixión con Cristo (cfr. Gal 2,19). "Todo puede fracasar, menos un sacerdote crucificado por mi amor en sus deberes..., en su intimidad Conmigo (olvidado de sí mismo), en su esfuerzo para glorificar, en sí mismo y en las almas, a esa Trinidad inefable de donde vino y a donde va" (A mis sacerdotes 34).

 

     El sentido del dolor solamente se manifiesta compartiendo realmente la cruz de Cristo (cfr. Salvifici Doloris 19-24). El mensaje cristiano de la cruz necesita sacerdotes testigos de la cruz: "Si el Sacerdote tiene el deber de enamorar a las almas de Jesús Crucificado, debe primero él crucificarse, porque sólo crucificándose puede apreciar el valor del sacrificio y sus dulces consecuencias" (CC. 50, 144). La predicación tiene esta orientación hacia la cruz (cfr. 1Cor 2,2): "Que se predique a Mí, el Verbo hecho carne, crucificado" (CC. 49, 224).

 

     La formación sacerdotal, ya desde el Seminario y Noviciado, debe estar marcada por la cruz, sin ocultar los sacrificios de la vida ministerial: "Hay que hacerles ver claramente los calvarios a los que van a subir por mi amor" (CC. 49, 226). "Y cómo anhelo, hija, Sacerdotes según el ideal de mi Padre... Sacerdotes puros, dulces, santos y crucificados. Obispos yo; seminaristas iniciados a ser Jesús. Todos enamorados como Yo del Padre y de las almas; todos crucificados por el Padre y por las almas" (CC. 49, 272).

 

     Sólo el apostolado sellado con la cruz no fracasa, a pesar de las apariencias: "Pueden fracasar muchos apostolados, menos del de la Cruz que fue el Mío" (CC. 49, 335).

 

     La "cruz" significa el amor de donación total, de Cristo y de sus sacerdotes. Por esto toda la formación sacerdotal está orientada por el amor y por la cruz. El sacerdote ha nacido del amor del Corazón de Cristo, muerto en cruz. "El amor forma a los Sacerdotes, que si fueron engendrados desde la eternidad en el entendimiento del Padre, nacieron, hija, a impulso de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la Cruz, y consumados en su principio y en su fin por el amor" (CC. 49, 364).

 

     Al sacerdote se le puede definir por su relación con la cruz. Esta sería su identidad: "Mis sacerdotes..., es decir, el grupo de mi Iglesia que debe tener la fisonomía y el corazón mismo de su Rey crucificado por amor" (CC. 49, 336). Entonces el sacerdote prolonga y complementa los sufrimientos de Cristo (cfr. Col 1,24): "Los dolores y los sufrimientos de un Sacerdote transformado en Mí, son dolores y sufrimientos salvadores, porque están unidos con los míos" (CC. 51, 13). Esta es la definición del sacerdote: "Sacerdote quiere decir que se ofrece y ofrece, que se inmola e inmola" (CC. 50, 141). Así es "víctima con la Víctima" (CC. 49, 62).[24]

 

     Si el sacerdote vive crucificado, deja de lado sus intereses personales, ambiciones y envidias: "Si todos forman una sola cruz, si son astillas de esa cruz, ¿qué más les da estar arriba o abajo, si todos son mi cruz?" (CC. 50, 85).

 

10.  Amor a la Iglesia

 

     El amor entrañable de Cristo a su Iglesia (cfr. 1ª ponencia, 2,E) debe ser también vivencia profunda del sacerdote. Es un amor esponsal, de dar la vida por ella (cfr. Ef 5,25-27) y, por tanto, de servirla sin servirse de ella para los propios intereses personalistas. "Al darles mi Padre por el Espíritu Santo, a esa Esposa pura, santa e inmaculada, a la vez que fecunda en su virginidad, sólo les pidió, para merecerla, el precio mismo que Yo di por Ella: el poner todo mi amor y toda mi voluntad en la voluntad siempre amorosa de mi Padre... Un sacerdote que posponga los intereses de la Iglesia por los del mundo, no ha comprendido su vocación" (A mis sacerdotes 84).

 

     La unión del sacerdote con Cristo, el Verbo Encarnado, hace partícipe de su desposorio con la Iglesia (Vida 6, 344 y 346). La Iglesia, juntamente con sus sacerdote, "fueron concebidos eternamente", cuando el Padre engendró al Verbo en el amor del Espíritu Santo (cfr. CC. 49, 348). Por esto, los "amores" de Cristo son el Padre, María, los sacerdotes, la Iglesia, las almas (cfr. CC. 49, 92). La Iglesia es la "Esposa muy amada del Cordero" (CC. 49, 307).

 

     La unidad entre los sacerdotes edifica la unidad de la Iglesia: "formando un solo Yo en la Iglesia..., formando un solo Cuerpo Místico" (CC. 50, 102). Esta unidad es reflejo de la unidad trinitaria (cfr. Jn 17, 21-23). "Así, Yo en ellos y ellos en Mí, glorificaremos al Padre en una sola alabanza; y con las almas, formaríamos esta unidad perfecta en la Iglesia, y que debe honrar a la Trinidad" (CC. 50, 253; cfr. 50, 4).

 

     La misión del sacerdote en la Iglesia es la de "dar la vida a las almas..., de infundirles lo divino" (CC. 49, 161). Precisamente por esto, los sacerdotes "más que nadie deben vivir unidos al Espíritu Santo" (ibídem). La unión sacerdotal hace entrar a la humanidad en la unidad de Dios Amor: "El Padre, constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo, y obrando el misterio de la Trinidad... y eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50, 88; cfr. encíclica Sollicitudo rei socialis 40).

 

     La realidad materna de la Iglesia urge a los sacerdotes a tener "entrañas de madre" para con todos y, de modo especial, "para con los pobres" (CC. 49, 281). El Verbo ha venido al mundo para salvarlo por medio de la Iglesia (cfr. CC. 49, 307).

 

11.  Santidad y medios de santificación

 

     El deseo más ardiente del Corazón de Cristo y el más frecuentemente manifestado en las confidencias, es el de que sus sacerdotes sean santos: "Mi corazón desea con ardor sacerdotes" (Vida 4, 115), santos en cuerpo y alma (Vida 5, 336 y 342); "mis sacerdotes... esos pedazos de mi Corazón, que los quiero santos por el Espíritu Santo y María" (CC. 49, 151; cfr. CC. 49, 272); "¡Oh hija! ¡Cuánto ansío el perfecto reinado del Espíritu Santo en el corazón de los míos" (CC. 50, 212). Y éste es también el deseo del Espíritu Santo para poder actuar expeditamente en el mundo y en la Iglesia: "Necesito sacerdotes santos" (Vida 1, 271-272; CC. 6,110).

 

     La santidad sacerdotal es una exigencia del amor y se debe expresar en una transformación en Cristo para unirse a la Trinidad y para entregarse al celo de las almas: "Ya verán si es mucho lo que a los sacerdotes les pido en la tierra. Apenas un deber de gratitud y de amor. Celo ardiente por las almas... y la unificación  con la Trinidad por su perfecta transformación en Mí" (A mis sacerdotes 140). "Y en aquel espejo del Verbo, iluminado, diré, por ... el Espíritu Santo, sonreía el Padre al contemplar a sus Sacerdotes santos, como nacidos, como transformados en lo que El más ama, en lo único que ama, en el Verbo, en donde todas las cosas ama" (CC. 49, 349).

 

     Medios imprescindibles de santidad sacerdotal son la fidelidad al Espíritu Santo y la devoción mariana: "Para esto los poderosos e inefables medios son el Espíritu Santo y María" (A mis sacerdotes 140). "Solo el Espíritu Santo hace santos a los sacerdotes... Sólo El es capaz, con su soplo de impulsar a las almas sacerdotes a los heroico, a lo sublime de su vocación" (CC. 50, 210).

 

     La transformación del sacerdote con Cristo acontece principalmente en la eucaristía celebrada con amor[25] y en una acción apostólica que nazca del amor:

 

     "Este es el gran secreto de las transformaciones en Mí; amar, ser amor para con Dios y para con las almas por Dios" (A mis sacerdotes 146).

     "No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así; ahí comienza la perfecta unión con el Sacerdote eterno, que tiene que ir creciendo día por día, hora por hora - por el amor y por el dolor - hasta la consumada transformación en Mí... Que refleje a la Eucaristía en su alma, que se asemeje a Jesús en esa universal caridad, todo para todos y dándose totalmente entero en el ejercicio santo de su apostolado en favor de las almas" (A mis sacerdotes 112).

 

     La vida de oración es imprescindible y debe armonizarse con una entrega generosa a la acción apostólica: "Debe ser todo para las almas, sí; pero primero todo para Mí, dando la primacía al trato Conmigo, salvo circunstancias de mayor gloria de Dios" (CC. 49, 183).

 

     La santidad sacerdotal es necesaria para que en la Iglesia se realice una gran renovación, a modo de "nuevo Pentecostés": "Pide esta reacción, este nuevo Pentecostés, que mis Iglesia necesita sacerdotes santos por el Espíritu Santo" (CC. 49, 250). Los males de la humanidad son debidos, en gran parte, a la falta de santidad sacerdotal:

 

     "Mira que el mundo se hunde porque faltan Sacerdotes santos que lo detengan; mira que las almas se pierden por falta de Sacerdotes transformados en Mí" (CC. 50, 256).

     "El mundo se desmorona... y sólo el Sacerdote santo, el Sacerdote Yo, el sacerdote Salvador, el Sacerdote divinizado y transformado en Mí, puede salvarlo" (CC. 51, 26).

 

     El fruto de esta santidad será la santificación y perfección de las almas para glorificar al Padre: "Quiero Sacerdotes que me vean a Mí, y no se busquen a sí mismos... Quiero reinar, hija, por mis Sacerdotes santos; quiero millones de almas que me amen, pero atraídas por sus corazones puros, sin más interés que el de consolarme glorificando al Padre y al Espíritu Santo. La gloria del Padre es mi mayor consuelo" (CC. 49, 273).

 

     Encontramos una descripción detallada de la santidad sacerdotal: "El sacerdote que corresponde a su vocación debe ser todo amor, y todo pureza... el amor divino por medio del Espíritu Santo, y la pureza, por medio de María... Amor de celo, con las almas todas; amor de generosidad para los sacrificios; amor de humildad para con Dios y para con las almas; amor de unión, caridad universal, y olvido propio, y de estrechamiento Conmigo. Amor al Padre, hasta llegar a amarlo con el mismo amor con que El se ama, con el Espíritu Santo" (CC. 51, 5-7).

 

     Es santidad a modo de vida nueva en el Espíritu Santo: "He tocado el corazón del Sacerdote en todas sus fibras principales, en estas amorosas Confidencias... abriendo ante sus ojos, un horizonte de perfección... Un cristal debe ser el alma del Sacerdote, que refleja al Espíritu Santo en todos sus actos; pero sobre todo, debe amarle con el mismo Espíritu Santo" (CC. 50, 306-312). Debe llegar hasta las últimas etapas de la mística: "¡Qué deber tienen los Sacerdotes de recorrer las etapas de la escala mística que los transforma en Mí!" (CC. 49, 165).

 

     El proceso de santidad sacerdotal tiene un etapa decisiva: los Seminarios. Se necesitan "seminaristas iniciados a ser Jesús" (CC. 49, 272). Conchita aboga por una atención privilegiada respecto a Seminarios y Noviciados: "Una vigilancia mayor en los seminarios, en los cuerpos y en los espíritus, educando Sacerdotes dignos, ilustrados, humildes, compasivos, y llenos de amor al Espíritu Santo y a María" (CC. 49, 268).

 

12.  Oración y sacrificio por la santificación de los sacerdotes

 

     Desde las primeras confidencias, el Señor pidió a Conchita su oración e inmolación por la santificación de los sacerdotes. Estamos en un aspecto clave de su carisma. Su propio proceso de santificación influirá en la santificación de los ministros sagrados (Vida 9, 356-359 y 366; 10, 30).

 

     El llamado de Jesús es claro y concreto: "Porque salvar almas de Sacerdotes, es el mayor obsequio que se le puede hacer a mi Iglesia, y, por tanto, al Padre, al Espíritu Santo, y a mi Corazón todo caridad" (CC. 49, 127). El Señor busca "almas sacerdotales" que comprendan y vivan esta vocación.

 

     El llamado se dirige de modo particular a Conchita y a las Obras de la Cruz: "Mi sed de descanso en mis Obras de la Cruz, en tu corazón maternal" (CC. 49, 82). Cristo espera de estas almas el mismo calor materno que encontró en María: "Pues esa ternura, derivada de la de María, vengo a buscar en tu corazón de Madre, y en el corazón de los tuyos" (CC. 49, 95).

 

     La vida de Conchita es una respuesta generosa al llamado del Señor para sacrificarse por los sacerdotes: "Pues eso quiero, Jesús del alma... ¡Consolarte! y aquí estoy, yo nada valgo, pero utiliza esa nada, rómpela y sacrifícala, de la manera que fuere de tu agrado, si para algo sirve, en favor de esas amadas almas sacerdotales que tanto quieres y que tanta gloria te han de dar" (CC. 50, 335).

 

     Muchas "almas sacerdotales" se han ofrecido al Señor como víctimas para la santificación de los sacerdotes: "Muchas víctimas en la tierra tienen su origen en mi amor a los sacerdotes, porque las hago Yo víctimas y me valgo de ellas para salvarlos" (A mis sacerdotes 95). Estas almas víctimas deben vivir en sintonía con Cristo: "Las almas de mis sacerdotes se compran con la Sangre de mi Corazón, es decir, con sus espinas y sus dolores íntimos, que son el precio de mis sacerdotes amados" (A mis sacerdotes 120).

 

     Estas almas sacerdotales, que oran y se sacrifican por la santificación de los sacerdotes, participan, de modo especial, en los amores sacerdotales de Cristo y colaboran eficazmente en el ministerio sacerdotal. Gracias a ellas, han surgido muchas vocaciones y han perseverado en su camino de generosidad y entrega (cfr. A mis sacerdotes 54 y 115).

 

     A estas almas se refería Juan Pablo II en la homilía de la ordenación sacerdotal celebrada en Durango: "En esta ordenación de sacerdotes, en la que estamos participando, vislumbro la emoción de todos los presentes. Confluyendo sobre cada uno de estos queridos candidatos al presbiterado, adivino -cual insondables torrentes de gracia- las oraciones y los trabajos de tantos padres y madres, de tantos educadores, de tantas personas consagradas, de tantos enfermos, de tanta gente sencilla, de tantos bienhechores".[26]

 

 

A MIS SACERDOTES(frases que no leí en "Confidencias")

 

II   Estos son dos martirios de mi ternura, mi Padre y el hombre, Dios y su justicia.  Amor

 

IV   Yo, el Verbo, víctima siempre en favor del mundo.

 

XXVIIYo vine a salvar a todos sin distinción: a pobres y a ricos, u mi caridad prefirió a los menesterosos, a los desvalidos, a los pobres, y Yo mismo fui pobre para atraerlos a Mí sin que se avergonzaran. Y si los sacerdotes tienen que ser Yo, la misma caridad, abnegación y humildad tienen que tener, y el mismo sentir que Yo... Yo amo mucho a los pobres; y falta en mi Viña, en mi Iglesia, quien los ame como Yo... Todas son almas; todas me costaron la Sangre y la Vida.   Pobres

 

XXXIII    Cada sacerdote, eternamente concebido por el Padre, tiene una especie de eterna generación unida al Verbo.  Transformación

 

Id   Los sacerdotes son fibras de mi Corazón, su esencia,sus mismos latidos.  Corazón

 

XXXIVYa se recreaba desde aquella eternidad el Padre al ver a su Hijo amadísimo en los sacerdotes, y por eso mismo los amaba.  Amor (cf.Jn 17)

 

Id   Por eso valen tanto las almas, por venir de la Trinidad para volver a Ella y glorificarla eternamente.  Almas

 

Id   En ese costado abierto por la lanza tuvieron su cuna los sacerdotes de la Iglesia, siglos antes anunciada, pero cuyo principio fue mi sacrificio de la Cruz, en lo alto del Calvario, a la sombra de María.  Corazón  Iglesia  María

 

Id   Todo puede fracasar, menos un sacerdote crucificado por mi amor en sus deberes..., en su intimidad Conmigo (olvidado de sí mismo), en su esfuerzo para glorificar, en sí mismo y en las almas, a esa Trinidad inefable de donde vino y a donde va.  Cruz  Trinidad

 

XXXVEl medio práctico para lograrlo es unificar todas las voluntades íntima y sinceramente en mi voluntad, en donde reside la unidad.

 

LI   Yo en ellos quiero obrar, hablar, vivir y hacerme sensible a las almas... transformar el mundo por la transformación perfecta de los sacerdotes en el gran Sacerdote, en el único Sacerdote de donde todos proceden.  Cristo Sacerdote

 

LIV  Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo.  Víctima

 

LV   La identificación de ellos en Mí debe ser perfecta. Y ¿cómo? Por medio de su transformación en Mí, por parecido interior con mi Madre de quien son hijos, más que todos los hijos... María

 

Id   ...la transformación en Mí... Aquí está también el secreto de la atracción del sacerdotes respecto a las almas.

 

LXV  El Padre se los dedicó eternamente al Espíritu Santo; porque yo, el Hijo, los conquisté por mis infinitos méritos; porque el mismo Espíritu Santo, cuando encarnó al Divino Verbo en María, se gozó también en divinizar la vocación sacerdotal con el contacto del Verbo, el Sacerdote eterno, y puso en esa vocación una fibra de la fecundación del Padre y un reflejo de la pureza de su Inmaculada Esposa, imagen de la Iglesia.  Cristo Sacerdote  Espíritu Santo

 

Id   Nunca está sólo el sacerdote, sino que la Trinidad misma lo acompaña a todas partes de una manera especial.  Trinidad

 

LXXIIMis sacerdotes en la tierra, después de María, son la obra perfecta del Padre, por ser reflejo de su Hijo único... El padre sólo ve un Sacerdote en la multitud de sacerdotes; sólo me ve a Mí en los sacerdotes simplificados en Mí.  Transformación

 

LXXVII    Desde que encarné en María; desde que me puse a la disposición amorosa de mi Padre, diciéndole: Aquí estoy; no me puse a su disposición solo, sino con todos los sacerdotes en Mí, creados por mi Padre, por obra del Espíritu Santo, en María... viendo a todos los sacerdotes en Mí, con ellos nací en Belén, trabajé en Nazaret, convertí en Galilea, sufrí en Jerusalén, morí en el Calvario y resucité... Siempre he llevado en mi Corazón esa fibra santa y fecunda de mi Padre , mis sacerdotes... En mí están los sacerdotes místicamente transformados desde que mi Padre ideó mi Iglesia, que fue eternamente. El posó en mí su mirada de infinita ternura; y en esa mirada eterna, que Yo vi y sentí, germinaron los sacerdotes en el Sacerdote eterno, y desde entonces los amo en Mí mismo, como Dios; y al venir Conmigo, como he explicado en la Encarnación, los amé y los amo como Dios hombre.  Amor  Cristo Sacerdote  Transformación   Encarnación mística

 

LXXXIV    Al participar a mis amados sacerdotes los desposorios de mi Iglesia - teniendo en cuenta su transformación en Mí -; al darles mi Padre por el Espíritu Santo, a esa Esposa pura, santa e inmaculada, a la vez que fecunda en su virginidad, sólo les pidió, para merecerla, el precio mismo que Yo di por Ella: el poner todo mi amor y toda mi voluntad en la voluntad siempre amorosa de mi Padre... Un sacerdote que posponga los intereses de la Iglesia por los del mundo, no ha comprendido su vocación.

 

LXXXVII   Para darme mi Padre a la Iglesia como Esposa, primero me crucificó. En la Cruz fueron mis desposorios con Ella... Ahí fueron también los desposorios de los sacerdotes con la Iglesia... Desde la eternidad estaba destinada para mis sacerdotes esa Esposa, la Iglesia, brotada de mi Corazón en la Cruz.

 

XCV  Muchas víctimas en la tierra tienen su origen en mi amor a los sacerdotes, porque las hago Yo víctimas y me valgo de ellas para salvarlos.  Víctima

 

XCVIDesde aquel instante (Encarnación), la Madre Virgen... no ha cesado de ofrecerme a El (al Padre) como Víctima que venía del cielo a salvar el mundo... Siempre María me ofreció al Padre... Acabó la Encarnación real y siguió la encarnación mística en su Corazón, para ofrecerme siempre al Padre y atraer las gracias sobre la Iglesia, es decir, en favor de los sacerdotes, y por ellos, en favor de las almas.

 

XCVILos sacerdotes deben amar a María con el mismo amor, con la misma ternura, respeto, obediencia y fidelidad, gratitud y pureza con que Yo la amé... A María deben recurrir los sacerdotes, y rogarle y suplicarle que los modele, rasgo por rasgo, conforme a su Hijo Jesús... Al dejar Yo el mundo... le dejé a María, que me representaba en sus virtudes, en sus ternuras, en su Corazón, eco fiel del Mío... En María se apoyaba la naciente Iglesia... la protección de una Madre y que Ella fuera el conducto por donde pasar toda la gracia del Divino Espíritu para las almas... al pie de la Cruz. Ahí pronunció María el segundo 'fíat' y aceptó como hijos a la humanidad entera; pero, sobre todo, a los sacerdotes en San Juan.

 

XCVIII    ¿Cómo no pensar en dejarles a mis sacerdotes  - después de dejarme a Mí mismo en ellos - a los que más amaba, a lo que ellos debían más amar, al Corazón más tierno y delicado y puro y santo en la tierra, a María, para que fuera su consuelo, su sostén, su calor, su Madre, el canal mismo por donde les vendrían todas las gracias?... vería en ellos no a otros, no a hombres solos, sino a Mí en ellos.

 

Id   Y por eso mi Iglesia tiene calor; porque es Madre y porque tiene por Madre a María. Por eso tiene Mediadora y en Ella un alma pura que suplique, alegre y consuele y endulce los sacrificios y los calvarios de los sacerdotes... Después de Mí, María debe ser todo para el sacerdote. Ella es la que prepara a las almas sacerdotales para recibir la gracia sin precio de la transformación, que continuamente se opera en el altar... Y así, formando los rasgos de Jesús, uno a uno, en el corazón de los sacerdotes que presten a ello, le ayuda al Espíritu Santo con sus cuidados maternales a la perfecta transformación en Mí... María es mártir del sacerdote, la Madre del dolor... Por eso María tiene en la Iglesia tan importante papel, el papel de Madre, porque comunica a cada sacerdote el germen eterno del Padre que está en el Verbo, y que por el Espíritu Santo se hace fecundo en cada alma sacerdotal, para formar en ella a Jesús Hostia, a Jesús Víctima, a Jesús Salvador, a Jesús Sacerdote. No es María una Madre inactiva, no es sólo como una imagen a quien se debe honrar; es una Madre, Madre activa y sin descanso... prestando continuamente sus servicios a las almas, pero muy especialmente a las almas de los sacerdotes.  Encarnación Mística  Cristo Sacerdote

 

Id   Por eso amo tanto la gracia de la encarnación mística... quiero desarrollar esa gracia en el corazón de los sacerdotes, para asegurar su fidelidad, su heroísmo y sentir en ellos algo de las fibras fecundas del amor de mi Padre, cuya Paternidad han recibido de El. Quiero con esa gracia infundirles - transformarles en Mí - mi amor a mi Padre, el amor de mi Padre a Mí.  Amores de Cristo

 

CVI  Sentirán los pecados ajenos con la delicadeza con que Yo los siento... transformación en mí... porque ese dolor de las ofensas que recibo y que sentirán como propias, tiene una especial virtud para alcanzar las gracias del cielo... Concluye el buscarse a sí mismos... No le importan entonces al almas sus penas, sino las mías... Otros Yo, todos en Mí, que sientan lo que Yo siento, que quieran lo que Yo quiero, que amen lo que Yo amo... Sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo.  Amores de Cristo

 

CIX  A todo se resisten los corazones menos al amor, porque llevan en ellos una fibra de amor que responderá siempre, más o menos tarde, al Amor de un Dios: que todo lo que puede ese Dios lo ha hecho para salvarlos... Si mis sacerdotes son otros Yo, podrán también tomar la valiosa moneda de la comunión de los santos... y así me ayudarán poderosamente a salvar a las almas.

 

CXIIUno de los fines principales que persiguió el Verbo al hacerse hombre fue el de formar, en El y con El, al sacerdote, haciéndole semejante a El... Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante... perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra... eucaristías vivientes... No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así; ahí comienza la perfecta unión con el Sacerdote eterno, que tiene que ir creciendo día por día, hora por hora - por el amor y por el dolor - hasta la consumada transformación en Mí... Que refleje a la Eucaristía en su alma, que se asemeje a Jesús en esa universal caridad, todo para todos y dándose totalmente entero en el ejercicio santo de su apostolado en favor de las almas.

 

CXV  El Espíritu Santo busca.. almas sacerdotales que se dilate y lo llamen, lo invoquen, lo reciben, lo comunican, lo den; porque El es el Don de Dios... el único capaz de renovar almas y mundos... El es la acción divina del sacerdote... quien todo deben... Sólo el Espíritu Santo hace un Jesús de cada alma y la simplifica en la unidad.

 

CXX  Las almas me costaron el precio de mi Sangre y sólo con ese precio se las puede redimir, porque es la moneda con que se compran las gracias; y las almas de mis sacerdotes se compran con la Sangre de mi Corazón, es decir, con sus espinas y sus dolores íntimos, que so el precio de mis sacerdotes amados.

 

Id   ... los dolores íntimos de mi Corazón... son el origen y la cuna del sacerdocio, y serán siempre la fuente de las vocaciones... Nada hay tan íntimo en mi Corazón como los sacerdotes...

 

Id   Allá eternamente sonrió el Padre en su mente divina al contemplar, extasiado en Sí mismo y en sus perfecciones infinitas, un rasgo de El mismo en la tierra, unos seres predilectos que lo prolongarían creados expresamente para su gloria.

 

Id   Por eso muy principalmente, el Verbo se hizo carne, como para formar en la tierra esa legión santa de los sacerdotes, ideal del Padre, engendrados en su mente, frutos del Espíritu Santo en su fruto Jesús, primer Sacerdote, formados y crecidos y envueltos en mi Corazón de Hombre-Dios.

     Ahí está su cuna, repito: engendrados en la mente del Padre, formados en Mí en el seno de María - con la fibra sacerdotal del Padre en sus vocaciones - por el Espíritu Santo.

 

CXXXLa fecundidad del Padre nunca está ociosa; y como la fecundidad del sacerdote procede del Padre, debe producir frutos para el cielo. Y ¿en qué consiste esta santa fecundidad? En formar a Jesús en las almas, rasgo por rasgo, en transformarlas en Mí... Todo lo divino que encierra la Iglesia se debe a la santa fecundidad del Padre, fecundidad asombrosa que El ama y que, comunicándola a los sacerdotes, no quiere verla inactiva y olvidada... Por eso mismo es tan indispensable la transformación de los sacerdotes en Mí, y en cierto modo en la Trinidad, para ser padres, por la fecundidad del Padre.

 

CXXXII    María recibió directamente del Padre, por el Espíritu Santo, esta sublime y santísima fecundidad, nada menos que dándole a su verbo, a la segunda Persona de la Santísima Trinidad, para hacerlo hombre en su purísimo seno... Por eso la virginidad encanta al Padre, porque en ella se retrata; y no hay en la tierra fecundidad más grande que l de las almas vírgenes, que reflejan en sí mismas al Padre, y que copian... Ahora bien, si el Padre comunica a los sacerdotes su fecundidad divina, deben ser luz, deben ser luz, porque han recibido, en el germen divino de la fecundidad del Padre, su ser de luz, de virginidad, de limpidez, de pureza que los hará verdaderos padres que tienen que engendrar en la Iglesia almas de luz, de claridad, de pureza... Por eso, si los sacerdotes son padres, deben ser puros... deben ser el reflejo del Hijo hecho hombre, puro con la fecundidad del Padre al engendrarlo, y puro al hacerse hombre tomando la vida virgen en María Virgen.

 

CXXXIII   El Padre, por el Espíritu Santo, fecundó a María, y en ella Dios se hizo hombre, el Verbo se hizo carne, para el dolor. Esa fue mi vida: inmolación constante en la cual glorificaba a mi Padre y adoraba su fecundidad en Mí, dolorosa en favor del mundo. Por eso el dolor santifica, el dolor salva, por la virtud de la fecundidad divina en Mí... En el mundo de las almas el amor es dolor, y el dolor es amor... Si los sacerdotes son Yo, si se transforman en Mí, deben también emplear esa fecundidad en bien de las almas, deben amar el dolor y sacrificarse de todas maneras siempre por la gloria del Padre en las almas.

 

CXXXIV    El Espíritu Santo tuvo parte activa en la creación del mundo. Al Espíritu Santo, que personifica al Amor, le fue dada la fecundidad realizada en María... Con el soplo del Espíritu Santo, fundé a mi Iglesia en mis sacerdotes amados; por eso la Iglesia también es fruto de amor, fecundación de amor en sus sacerdotes.

 

Id   Por eso el Verbo se hizo carne, con el fin principal de la extensión o prolongación de El mismo en sus sacerdotes, y por medio de sus sacerdotes, en las almas... El Padre sólo busca a su Verbo en sus sacerdotes, en las almas y en todas las cosas creadas; no conoce sino a su Verbo en ellas.

 

CXL  Es la Persona del Amor, la que inspiró al Verbo hecho carne el estupendo milagro eucarístico, para perpetuar de esta manera, con la fecundidad del Padre, la encarnación en las almas... La Trinidad misma, por decirlo así, se pone a las órdenes del sacerdote para realizar la transubstanciación eucarística.  Eucaristía

 

Id   Ya verán si es mucho lo que a los sacerdotes les pido en la tierra. Apenas un deber de gratitud y de amor. Celo ardiente por las almas... y la unificación     con la Trinidad por su perfecta transformación en Mí. Para esto los poderosos e inefables medios son el Espíritu Santo y María.

 

CXLVIEste es el gran secreto de las transformaciones en Mí; amar, ser amor para con Dios y para con las almas por Dios.

 

CXLVII    Es tan cándida mi Iglesia, que sólo la doy por Esposa a los que juran ser puros... Esta es una de las razones principales por la que los sacerdotes no deben ser casados, porque deben ser el reflejo del Padre virgen y cuya Paternidad representan. Su fecundidad en las almas debe ser la misma del Padre con la que engendró a su Verbo, con la santa y virgen fecundidad del Espíritu Santo, que produjo en María al Verbo hecho hombre... Los sacerdotes son el lazo de unión que une a los cristianos con Cristo; y son padres porque representan al Padre, par producir en las almas la extensión del Verbo, la transformación en Mí...  Castidad  Virginidad

 

 

Tomo XLIX

 

15   Quiero amor en almas sacerdotales.

 

21   Quiero hacer de cada pecho un nido para el Espíritu Santo.

 

28   Los Sacerdotes levantan su mirada a mi Padre... Ese momento de la mirada a mi Padre es el más doloroso para Mí.

 

30   Que esas miradas sean puras, sean castas, amorosas...

 

32   Soy yo en él quien mira al Padre, quien le da gracias anticipadas, por el misterio que se va a obrar en el altar... siquiera entonces, esos momentos siquiera, que fueran ellos, Yo.  Transformación

 

35   (... yo... sólo sufría con El... Sus dolorosas confidencias hacían eco en lo más hondo de mi alma)

 

52-53Por qué no te has quejado antes..., por qué no me dijiste antes esta pena, esto que rompía tu Corazón? "Porque necesitaba un grado más del color de madre en tu corazón"

 

59   Al consagrar, somos uno; él desaparece en Mí, y quedo Yo en él, como dos en uno.  Transformación

 

60   Lo absorbo en mi Divinidad, y sin que lo sienta, lo transformo en Mí... no tan sólo para ofrecerme a mi Padre, en el sacrificio del altar, sino también para darme a las almas.  Transformación

 

62   Pide, hija, porque los Sacerdotes sean Sacerdotes; víctimas con la Víctima, Yo, y con las mismas cualidades de la Víctima.

 

74   Ante las miradas de mi Padre existe en ellos el carácter imborrable, el sello santo que los consagró Míos.

 

82   Mi sed de descanso en mis Obras de la Cruz, en tu corazón maternal.

 

90   Al transformarse los Sacerdotes en Mí, en la Misa, pasan a ser más íntimamente, más completamente... hijos de María Inmaculada, al ser Yo mismo en ellos... Y María entonces tiene para ellos, toda la ternura que tuvo y que tiene para Conmigo, porque ve, en cada Sacerdote, otro Yo, y los mira complacida, y los envuelve en su calor, y los estrecha en su seno, y lo acaricia y los ama, porque me ve en ellos a Mí.

 

92   Pues mi primer amor, después de mi Padre, es María, y después mis Sacerdotes, mi Iglesia, y en ella las almas. Esos son mis amores, y en estos inmensos amores, están también mis dolores.

 

95   Pues esa ternura maternal, derivada de la de María, vengo a buscar en tu corazón de Madre, y en el corazón de los tuyos.

 

112  Un Sacerdote, ya no se pertenece, es otro Yo, y tiene que ser todo para todos, pero santificándose primero, que nadie da lo que no tiene.

 

117  (Hoy no habló Jesús; sólo lo amé mucho, sólo sentía también su amor hacia mí)

 

122  Y si los Sacerdotes deben ser otros Jesús, los Obispos con más deber, y con más razón deben estar transformados e identificados Conmigo, pero con una transformación tan íntima, tan real y tan profunda, que desaparecen en Mí, viviendo y obrando y amando Yo en ellos, con el Espíritu Santo.  Transformación

 

127  ... porque salvar almas de Sacerdotes, es el mayor obsequio que se le puede hacer a mi Iglesia, y, por tanto, al Padre, al Espíritu Santo, y a mi Corazón todo caridad.

 

151  Mis Sacerdotes... esos pedazos de mi mismo Corazón, que los quiero santos por el Espíritu Santo y por María.

 

155-156   María debe ser la luz que los conduzca al Padre, a Mí, y al Espíritu Santo; María la que los lleva a las almas, María su vida y la atmósfera que respiran; María su consuelo, su descanso, su aliento, su Madre, en la que depositan, después de Mí, sus dificultades, sus penas y sus lágrimas.

 

161  ...identificado Conmigo es otro Yo! es decir, es entonces Yo mismo al consagrar, en ese misterio de amor que se efectúa en la transubstanciación.  Eucaristía  Transformación

 

165  ¡Qué deber tienen los Sacerdotes de recorrer las etapas de la escala mística que los transforma en Mí!  Transformación

 

171  Todos mis Sacramentos purifican, porque llevan algo divino; llevan mi Sangre... Los Sacerdotes que apliquen estos sacramentos, deben estar sin mancha, porque... ponen mi sello divino en los corazones; lavan con mi Sangre...

 

180  Más que padres, deben ser madres con entrañas de tales, para atraer, para compartir las penas, para compadecer, perdonar y alentar.  Paternidad

 

183  Debe ser todo para las almas, sí; pero primero todo para Mí, dando la primacía al trato Conmigo, salvo circunstancias de mayor gloria de Dios.  Oración

 

185  Deben no sólo parecer Jesús, sino ser Jesús, solos o acompañados, en la calle y en el Templo, en su ministerio o fuera de él.  Transformación

 

196  Y tocando este punto, hija, del Espíritu Santo, te diré que lo contristan mis Sacerdotes muy frecuentemente en muchas cosas. En adelantarse en su acción en las almas, abrogándose derechos que no tienen; en querer ser más que El, en cierto sentido, no esperando que obre en los corazones; atropellando su acción... disponiendo de los corazones...

 

216  Pasé por todo, con tal de que el hombre tuviera un Jesús-hostia, sacrificado por su amor.  Víctima

 

218  (Madre mía, Virgen santa, dame tu Corazón y sus latidos para saber amar a Jesús)

 

221  La misión de los Sacerdotes es sembrar mi doctrina; mover a arrepentimiento, ilustrar los espíritus, convertir las almas, hacer reaccionar los corazones y no echar el anzuelo para sacar alabanzas... Debe buscar no brillar, sino convertir; y sólo el que es santo, santifica. Para este ministerio (de la predicación), necesita el sacerdote ser hombre de oración; porque para dar a las almas, es preciso recibir de lo alto; y no se recibe, si no se ora, si no se es mortificado.

 

223  Que no haya sermón, hija, en el que dejen de nombrar a María... Que enamoren a los corazones del que es Amor, y tan poco conocido y tan menos predicado, del Espíritu Santo.

 

224  Que me prediquen a Mí, el Verbo hecho carne, crucificado.  Predicación  Cruz

 

245  Un Sacerdote a quien anime el ardor amoroso del Espíritu Santo, no debe conformarse con un puñado de almas, que lo rodean, sino lanzarse con santo pero discreto celo a salvar muchas almas...

 

249  Así quiero Sacerdotes, hija, poseídos del Espíritu Santo, y olvidados de sí mismos, todos para Dios, todos para las almas.

 

250  Pide esta reacción, este nuevo Pentecostés, que mi Iglesia necesita sacerdotes santos por el Espíritu Santo.

 

266  (Seminarios y noviciados) Hay que hacerles ver claramente los calvarios a los que van a subir por mi amor...  Cruz

 

268  Una vigilancia mayor en los seminarios, en los cuerpos y en los espíritus, educando Sacerdotes dignos, ilustrados, humildes, compasivos, y llenos de amor al Espíritu Santo y a María.

 

272  Y cómo anhelo, hija, Sacerdotes según el ideal de mi Padre... Sacerdotes puros, dulces, santos y crucificados. Obispos yo; seminaristas iniciados a ser Jesús. Todos enamorados como Yo del Padre y de las almas; todos crucificados por el Padre y por las almas.  Cruz

 

273  Quiero Sacerdotes que me vean a Mí, y no se busquen a sí mismos... Quiero reinar, hija, por mis Sacerdotes santos; quiero millones de almas que me amen, pero atraídas por sus corazones puros, sin más interés que el de consolarme glorificando al Padre y al Espíritu Santo. La gloria del Padre es mi mayor consuelo.

 

281  Mi Iglesia es madre, y sus Sacerdotes deben tener para con los pobres, entrañas maternales.

 

307  Yo vine al mundo para salvarle por el divino medio de mi Iglesia, Esposa muy amada del Cordero...

 

308-310   Yo, a tu modo de hablar, puse mis cinco sentidos en formar esa Iglesia amada... En mi Iglesia tengo mi asiento en la tierra; en la Iglesia tiene sus delicias un Dios humanado... Nada existe para Mí en la tierra más bello, que mi Iglesia.

 

335  Pueden fracasar muchos apostolados, menos el de la Cruz que fue el Mío.

 

336  Mis Sacerdotes... es decir, el grupo de mi Iglesia que debe tener la fisonomía y el corazón mismo de su Rey crucificado por amor.  Transformación

 

338  Yo al mirar eternamente a un Sacerdote, vi en él a un escuadrón de almas, por él engendradas por la fecundación del Padre, por él redimidas en unión de mis méritos...

 

339  Cada Sacerdote, eternamente concebido por el Padre, tiene una especie de eterna generación unida al Verbo... tiene algo de infinito procedente del Padre, y su fecundidad comunicada que le dé almas.

 

348  Cuando el Padre engendró al Hijo en la eternidad sin principio, engendró con El, en cierto sentido, a los Sacerdotes. De allá procede la generación espiritual, y en cierta manera divina, del Sacerdote, en la del Sacerdote eterno, en el entendimiento, y en e Corazón del Padre que es su voluntad, que es el Espíritu Santo... Del concurso del Espíritu Santo en el Padre (aunque procede de él en aquel arrebato de inefable amor al producir al Verbo, en todo igual a El) fueron concebidos eternamente la Iglesia y sus futuros Sacerdotes.  Trinidad

 

349  Y en aquel espejo del Verbo, iluminado, diré, por ... el Espíritu Santo, sonreía el Padre al contemplar a sus Sacerdotes santos, como nacidos, como transformados en lo que El más ama, en lo único que ama, en el Verbo, en donde todas las cosas ama.

 

364  El amor forma a los Sacerdotes, que si fueron engendrados desde la eternidad en el entendimiento del Padre, nacieron, hija, a impulso de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la Cruz, y consumados en su principio y en su fin por el amor.

 

377  Al Padre, debe el Sacerdote imitarlo, siendo padre, en su purísima fecundidad y caridad con las almas... Debe imitar al Hijo que soy Yo, el Verbo hecho hombre, transformándose en Mí, que es más que imitarme, siendo otro Yo en la tierra, sólo para glorificar al Padre en cada acto de su vida, y darle almas para el cielo. Y debe imitar al Espíritu Santo, siendo amor, tranfundiendo amor, enamorando a las almas del Amor.  Trinidad  Paternidad

 

 

Tomo L

 

4    Quiero a todos mis Obispos y Sacerdotes absorbidos en la unidad de la Trinidad, para que sean fecundos en las almas, para que engendren en la Iglesia virgen, almas para el cielo.

 

33   Tienen los Sacerdotes el deber de reflejar al Padre virgen, para poder cumplir con su purísima y sagrada misión, de engendrar, a su vez, almas santas.  Fecundidad  Paternidad

 

56   Quiero, hija, que mis Sacerdotes tengan en cuenta esta Sobra fecunda del Padre que los envuelve desde la eternidad, para comunicarles el germen santo de la fecundidad santa y virginal de la Trinidad.  Espíritu Santo

 

57   Esa Sombra es Dios que los ama con toda la ternura del Espíritu Santo, y que los mira siempre.

 

60   Las encarnaciones místicas, vienen también de esta Sombra divina, tan poco meditada y agradecida; de la mirada fecunda del Padre que al posarse de esa especial manera sacerdotal en el alma, le comunica a su Verbo, lo único que El puede comunicar, por ser con El, una sola Divinidad. Como en María, se vale, diré, del Espíritu Santo; pero la Sombra que proyecta el Espíritu Santo en el alma, es la Sombra del Padre.

 

62   Baja el Verbo al altar transformando al Sacerdote en Mí mismo; por eso lo mira el Padre, le sonríe el Padre, lo envuelve el Padre con su Sombra.  Transformación

 

85   Si todos forman una sola cruz, si son astillas de esa cruz, ¿qué más les da estar arriba o abajo, si todos son mi cruz? (contra envidia)

 

88   El Padre, constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo, y obrando el misterio de la Trinidad... y eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad.

 

(95 y 99: confesarse y tener director espiritual santo)

 

102  Necesito otros Yo en la tierra, formando un solo Yo en mi Iglesia por su unidad de miras, de intenciones y de ideales, formando un solo Cuerpo místico Conmigo, un solo querer con la voluntad de mi Padre; una sola; una sola alma con el Espíritu Santo; una unidad en la Trinidad, por deber, por justicia, por amor.  Unidad

 

126  Y el fin de la Iglesia en su parte íntrinseca, es formar en la tierra un solo Jesús Salvador de las almas; un solo Sacerdote en el Sacerdote eterno, por su unión, parecido e identificación con El.  Unidad

 

141  Sacerdote quiere decir que se ofrece y ofrece, que se inmola e inmola.  Víctima

 

144  Si el Sacerdote tiene el deber de enamorar a las almas de Jesús Crucificado, debe primero él crucificarse, porque sólo crucificándose puede apreciar el valor del sacrificio y sus dulces consecuencias.  Cruz

 

149  Como elPadre ama en mí, su Verbo humanado a todas las cosas..., así María; en Mí, su Jesús divinizado y divino, ama a todos sus hijos, especialmente a los Sacerdotes; y más ama a los que se asimilan a su Hijo divino; a los que llevan los rasgos de su fisonomía más marcados, a la medida de su transformación en Mí.

 

152  María me engendró en su virginal seno por medio del Espíritu Santo con la fecundación del Padre; y el Sacerdote en la Misa reproduce este misterio sublime que se perpetuará en los altares hasta el fin de los siglos. María Virgen, quiere sacerdotes vírgenes...  Eucaristía

 

153  Tienen los Sacerdotes un sitio especial en el Corazón de María, y los latidos más amorosos y maternales en Ella, después de consagarlos a Mí, son para los Sacerdotes. Ellos son la parte predilecta y consentida de su alma, en el mundo.

 

156  (Te he pedido muchas veces que te sacrifiques por ellos, que los recibas como tuyos, por el reflejo de María en tí).

 

160  El Sacerdote es sembrador, y su misión es arrojar la semilla en las almas, preparadas con su trabajo y oración; regar esas almas, cultivarlas y presentarlas a mi Padre como maduros frutos que a El toca cosechar.

 

161  Por eso los Sacerdotes, que tienen la misión en la Iglesia de dar vida a las almas, y de formarlas para el cielo, de infundirles lo divino..., más que nadie deben vivir unidos al Espíritu Santo.

 

162  Sólo un Sacerdote, transformado en Mí, puede transformar a las almas; y a la medida de su transformación en Mí, será la que reciban las almas.

 

170-173   María anhela verme a Mí en cada Sacerdote (como debiera ser) y no tan sólo en el acto sublime de la Misa, sino siempre, siempre; y si los Sacerdotes la aman, deben darle gusto reproduciendo ellos a los que más ama esa Madre incomparable: a Mí en todos los actos de mi vida y de su vida.

     Mira: Te voy a decir un secreto; y es que, al engendrarme el Padre en el seno purísimo de María, por obra del Espíritu Santo, engendró Conmigo en Ella el germen de los Sacerdotes, en el Sacerdote eterno; le comunicó una fibra divina de la fecundación de los Sacerdotes futuros, angendrados en el seno del Padre, de toda la eternidad.

     Por eso María es más Madre de los Sacerdotes, por estar Conmigo, en su seno inmaculado aquella fibra sacerdotal unida a mi naturaleza humana divinizada. Y po reso María tiene mucho de sacerdote, y por eso María busca por justicia a su Jesús, en cada Sacerdote, concebido Conmigo en su virginal seno, al encarnarse el Verbo en sus entrañas purísimas...

     Oye, y si los hijos deben parecerse a las madres, y gozar de sus prerrogativas, no adivinas, hija, que los Sacerdotes deben ser también Marías, también madres, y llevar en sus almas la encarnación mística del Verbo en su Madre, y por esto el más estricto deber de parecerse a Mí, o más bien, de transformase en Mí.

 

175-176   Cómo los Sacerdotes deben pagar a María su ser de hijos, qu elos engendró a la vez que a Mí me engendró... Si aman a su Madre María, no pueden obsequiarla con mayor presente, que con su transformación en Mí... Porque eres madre con un reflejo de María, místicamente Mía y de mis Sacerdotes,... al obrarse la encarnación mística en tu corazón, el Espíritu Santo, por la fecundidad del Padre, puso en tu alma al Verbo, y con El, hija, también a sus Sacerdotes.

 

181  Si los Sacerdotes fueran otros Yo, quedaría resuelto el problema de tantas cosas qeu afligen a mi Iglesia.

 

188  A las almas Sacerdotales son a las que más amo en la tierra, por el reflejo que en sí llevan de la fecundación de mi Padre; en El las amo, y por El las salvo. Ellas llevan en sí el germen comunicado del cielo para reproducirme a Mí en las almas.  Fecundidad

 

190  Por la encarnación mística, la cual todo Sacerdote debe tener muy honda, muy íntima, muy familiar aunque respetuosa, puesto que en el altar la opera diariamente en el sacrificio de la Misa.

     Ahí místicamente encarna el Verbo en cada hostia consagrada que transforma por la transubstanciación de las especies en Jesús. Pero como entonces, él es Jesús, queda la estela en su alma, la de esa encarnación que el Sacerdote debiera guardar en su corazón... Encarna el Sacerdote a Jesús en la hostia, mas como él se vuelve Jesus, se vuelve hostia, y al ofrecer la hostia al Padre, transformado en Jesús, también es hostia, también es víctima...  Eucaristía  Transformación

 

192-193   El reflejo de este misterio de la Encarnación, lo recibe diariamente en la Misa el Sacerdote en su alma... Pero el alma del Sacerdote que abraza y cultiva con su correspondencia a la gracia este don de Dios, es el más dispuesto a recibir y a ensanchar la gracia sin precio de la encarnación mística en el alma, que es gracia sacerdotal en todas sus partes.

 

195  María es feliz cuando comunica a su Verbo hecho carne; y si, conjuntamente concibió en su casto seno, al concebir a Jesús, en El, el germen sacerdotal, los Sacerdotes son para Ella, otros Jesús, y más que nadie, quiere transformarlos en Jesús, místicamente en sus almas.  Transformación

 

200  ... otros Yo, que continuaran la misión que me trajo a la tierra, y que fue llevar a mi Padre lo que de El salió; almas que lo glorificaran eternamente.

     Los Sacerdotes, por su origen divino, en el seno de mi Padre, y por su fraternidad divina Conmigo en el seno de María, son mis consentidos en la tierra en la tierra, y aún en el cielo.

 

202  El Sacerdote debe ser una hostia viviente que me contenga; o más bien, una hostia Yo, transformado en Mí. Y todos los Sacerdotes del mundo, formando un solo Jesús.  Víctima  Transformación

 

203  Conmigo, se transforma en la Trinidad, es decir, en la fecundación consumada del Padre, en los sentimientos del Hijo, en la caridad incendiable del Espíritu Santo.

 

204  ... porque no es el Sacerdote el que vive, sino Yo en él, con todas mis virtudes, carismas y dones, y aún, esplendores eternos de la Trinidad, comunicados.  Transformación

 

210  Sólo el Espíritu Santo hace santos a los Sacerdotes;... Sólo El es capaz, con su Soplo, de impulsar a las almas sacerdotales a lo heroico, a lo sublime de su vocación.

 

212  ¡Oh hija! ¡Cuánto ansío el perfecto reinado del Espíritu Santo en el corazón de los míos!

 

221  (Y me fuí, de miedo a que me fuera a hablar de la encarnación mística... aquellas inmensidades divinas me aplastan. El me perdone.

 

226  ... Si los Sacerdotes se transformaran en Mí... brillaría el Sol de mi Iglesia.

 

235  ... en razón deñ sacerdocio conferido y afirmado por el Espíritu Santo, reciben el poder de concebir en cierto sentido al Verbo hecho carne en la Misa, en donde se renueva mi Encarnación, Pasión y muerte.  Eucaristía

 

236  Cada Obispo, cada Sacerdote, goza en cierto grado y sentido, de la maternidad de María, de la Paternidad del Padre, del asombroso prodigio, obrado por el amor, solo por el amor, del Espíritu Santo.

     Así es que, todo Sacerdote reproduce a Cristo, lleva el reflejo de María más marcado que nadie.  Fecundidad

 

238  (Señor: Pero si todos los Obispos y Sacerdotes tiene, por el hecho de ser Sacerdotes, la encarnación mística, entonces por qué me has dicho que es una gracia escogida y especial para ciertos Sacerdotes?)

     Mira, hija: elgermen de esta gracia insigne la tienen todos... al recibir en su ordenación el Soplo fecundo del Espíritu Santo...

239  Pero este germen, se desarrollarámás y más por las gracias especiales y gratuitas del Espíritu Santo.

 

242  (El Papa y los Obispos) Nadie más padre que ellos, pero también más madres que ellos. Esa maternidad espiritual, derivada de la Paternidad divina, debe hacerlos dulces, tiernos, amorosos para con sus hijos los Sacerdotes.

 

244  Sólo un Pastor Yo, puede crear en su Iglesia hijos Yo, porque sólo el transformado, tiene virtud para transformar.  Transformación

 

253  Así, Yo en ellos y ellos en Mí, glorificaremos al Pade en una sola alabanza; y con las almas, formaríamos esta unidad perfecta en la Iglesia, y que debe honrar a la Trinidad.

 

256  Mira que el mundo se hunde porque faltan Sacerdotes santos que lo detengan; mira que las almas se pierden por falta de Sacerdotes transformados en Mí.

 

269  Vivo en constante roce con ellos, no tan solo en la Eucaristía, en unión más que íntima en los deberes de su ministerio.

 

287  ...que no aparezcan ellos, sino Yo en ellos, encantando a mi Padre y atrayendo las almas hacia El para glorificarlo.

 

292  Estas Confidencias han tenido por objeto, unir a todos los Sacerdotes en la unidad de la Trinidad, pero transformados en Mí; llevan el fin de hacer de todos ellos un solo Jesús; Yo en ellos; no muchos Jesús, sino uno solo.  Transformación

 

293  Volveré a la tierra más visiblemente, más sensiblemente en mis Sacerdotes que se presten a esta reacción espiritual, y el mundo recibirá el impulso divino, y mi Iglesia dará más frutos de vida eterna glorificando con esto a la Trinidad.

 

295  Con la cruz y con María, con mi Corazón y con el Espíritu Santo, ¿qué temer? ¡Valor y confianza! y una entrega total y absoluta de la voluntad de los Sacerdotes con la Mía.

 

298-9En el altar, hija, se producen las dos cosas: que el Sacerdote encarna  al Verbo hecho hombre,; es decir, que reproduce, en cierto sentido, el misterio de la Encarnación, que atrae al Verbo hacia la tierra para hacerse hombre; y con el Dios-Hombre, se opera o produce el misterio de la transubstanciación. Mas, como el reflejo de Dios es Dios mismo, el Verbo hecho carne, en el reflejo que produce en el alma del Sacerdote, pasa a su corazón, obrando en cierto grado, la encarnación mística en él.  Eucaristía

 

 

(todavía no pasé a fichas)

 

L.299s    Todos los misterios se reflejan en el corazón del Sacerdote, y aún, se producen en él, a la hora de la Misa!... Participa del misterio de la Encarnación, de muchos modos... y de otros misterios adherentes a Mí.

 

L.305Nunca está solo el Sacerdote, sino que la Trinidad misma lo acompaña a todas partes de una manera especial.

 

L.306s    He tocado el corazón del Sacerdote en todas sus fibras principales, en estas amorosas Confidencias... abriendo ante sus ojos, un horizonte de perfección.

 

L.312Un cristial debe ser el alma del Sacerdote, que refleja al Espíritu Santo en todos sus actos; pero sobre todo, debe amarle con el mismo Espíritu Santo.

 

L.315s    (contra la desconfianza) Es preciso a toda costa, que los Sacerdotes se acerquen a Mí en la intimidad de sus corazones. Díles que no teman, que... en Mí tienen un hermano... una madre, un Padre, un Dios-hombre, que los ama con las entrañas más tiernas... que quiere estrecharlos contra un Corazón que se dejó romper par que en él cupieran todos los Sacerdotes, para transformarlos en Mí, su Jesús, todo misericordia y bondad.

 

L.328No quiero almas paralizadas por el temor, sino confiadas por el amor. Ese vuelo de espíritu quiero que mis Sacerdotes infiltren en las almas... mi yugo es suave...

 

L.335(Pues eso quiero, Jesús del alma,,, ¡Consolarte! y aquí estoy, yo nada valgo, pero utiliza esa nada, rómpela y sacrifícala, de la manera que fuere de tu agrado, si para algo sirve, en favor de esas amadas almas sacerdotales que tanto quieres y que tana gloria te han de dar.)

 

L.396A medida de su transformación en Mí, será la mies que recojan, y no serán estériles, sino fecundos, en gracia y en virtudes, dándole almas a mi Padre Celestial.

 

L.399¿Cómo se opera esta transformación prácticamente? AMANDO: que del amor se deriva la generosidad, la abnegación, el olvido propio, el sacrificio, el ardoroso celo por mi gloria, la fe, la esperanza, y el tener una sola voluntad con la de mi Padre, por una entrega absoluta y total a todas sus disposiciones... Ques estudien, hija, a mi Corazón incomprensible, en donde caben todas las ingratitudes, todas ls lágrimas y dolores ajenos...

 

LI.5El sacerdote que corresponde a su vocación debe ser todo amor, y todo pureza... el amor divino por medio del Espíritu Santo, y la pureza, por medio de María...

 

LI 6-7    Amor de celo, con las almas todas; amor de genrosidad para los sacrificios; amor de humildad para con Dios y para con las almas; amor de unión, caridad universal, y olvido propio, y de estrechamiento Conmigo.

     Amor al Padre, hasta llegar a amarlo con el mismo amor con que El se ama, con el Espíritu Santo.

 

LI 13Los dolores y los sufrimientos de un Sacerdote transformado en Mí, son dolores y sufrimientos salvadores, porque están unidos con los míos.

 

LI 26... el mundo se desmorona... y sólo el Sacerdote santo, el Sacerdote Yo, el sacerdote Salvador, el Sacerdote divinizado y transformado en Mí, puede salvarlo.

 

LI 30No me ofrezco en las Misas Yo solo, sino que Conmigo ofrezco a todos los Sacerdotes del mundo, porque todos están en Mí, único Sacerdote, en razón de mi Unidad.

 

     Desde que me encarné en María,desde que me puse a la disposición amorosa de mi padre diciéndole: "Aquí estoy", no me puso a su disposición solo para cualquier sacrificio, sino con todos los Sacerdotes en Mí...  Cristo Sacerdote

 

LI 32El (el Padre), con su mirada amorosa de infinita ternura, puso en Mí, su Verbo, su inteligencia o entendimiento, su potencia, su amor; y en aquella mirada eterna que yo comprendí y sentí, germinaron los Sacerdotes en el Sacerdote... Mira, hija: Yo no puedo estar separado de lo que es Mío.  Cristo Sacerdote

 

 

COMO ES JESUS

 

RETRATO DE JESUS

     Jesús no es conocido, por eso no es amado...  Amor

     ¡Oh Padre Santo! Jesús Te amó sacrificándose ansioso de darte gloria, y mi alma necesita, Padre mío, dártela también.

     ¡Oh María!... Que estas meditaciones de "Cómo es Jesús", escritas al calor de tu Corazón de Madre, sirvan para darlo a conocer en su amor y en su dolor.

 

SU AMOR AL PADRE

(cita muchos pasajes evangélicos)

     El Padre era su vida y en El se recreaba el Verbo hecho carne; era su pensamiento constante, y en servirlo y en complacerlo encontraba Jesús todas sus delicias... Jesús, bajo el impulso del Espíritu Santo, ordenaba todo al Padre en su vida mortal; por eso la consumación de los misterios de Jesús fue su Ascensión al Padre. El se ofreció por el Espíritu Santo en medio de inmensos dolores a su Padre celestial...

     Muchas almas no amarán al Padre, pero Jesús amará por ellas...

     Y ese amor de Jesús al Padre es un amor sacerdotal, esto es, un amor que glorifica, un amor que se inmola, un amor que redime y salva; un amor que tuvo su coronamiento en el Calvario y que se perpetúa en las Misas y en las almas...

     A ejemplo de Jesús, amaremos al Padre por todas las almas que no lo aman... Debemos sufrir siempre, porque debemos amar siempre. Debemos sufrir por todos, porque debemos amar por todos.

 

SU AMOR AL ESPIRITU SANTO

     El Espíritu Santo era la vida de Jesús, y no se movía sino bajo su moción divina.

 

SUS DOS AMORES

     ¡Su Padre y las almas! fueron la preocupación constante de Jesús, su pasión dominante, por decirlo así, sus amores sublimes. Como olvidado siempre de Sí mismo, cumplía primero que nada con la voluntad sant+isima de su Padre amado y corría también tras la oveja descarriada hasta ponerla sobre sus hombros divinos para devolverla a su Padre.

 

SUS SACERDOTES

     Pudiera en cierto modo definirse así el sacerdote: El glorificador del Padre por el sacrificio de Jesús bajo el impulso del Espíritu Santo.

 

SU AMOR A MARIA

     (Como si hablara Jesús) En Ella deposité mis confidencias más íntimas y, absorta en mis desahogos filiales, seguía una a una las palpitaciones de mi Corazón, mártir de amor por los hombres, de mis dolores internos, de mi celo por la gloria de mi Padre, de mis ansias de morir para dar la vida y con ella la eterna dicha de los hombres.

 

 

BIBLIOGRFIA

 

-    Confidencias a los sacerdotes. Cuenta de conciencia de Concepción Cabrera de Armida, 23 de septiembre de 1927 al 28 de enero de 1931 ("manuscrito").

 

-    A mis sacerdotes. Edición privada, estrictamente reservada a los sacerdotes, México, Edit. "La Cruz".

 

-    CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA, Cómo es Jesús, Meditaciones, México, Edit. "La Cruz".

 

-    M.M. PHILIPON, Diario espiritual de una madre de familia, Concepción Cabrera de Armida, Bilbao, Declée de Brouwer 1987 (sexta edición)

     pág. 128: (últimos días de su vida). Su oración se refugiaba en la oración de Cristo en Gethsemaní. Comulgaba con los sentimientos del Crucificado, abandonado por su Padre. Para ella, su Jesús tan amado había desaparecido totalmente: "Es como si nunca nos hubiéramos conocido", repetía a sus íntimos.

     pág. 126: se fue identificando cada vez más a los sufrimientos íntimos del Corazón de Jesús y a su abandono en la Cruz.

 

-    CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA, Cartas al Padre Félix de Jesús Rougier y a Misioneros del Espíritu Santo, México, Edic. Cimiento 1989.

     (carta n. 2 al P. Félix, 1903?): "Ser santo, es ser apóstol, como Jesús lo fue, de cinco maneras: Por su silencio, por sus ejemplos, por sus palabras, derramando su sangre, dando la vida por los hombres." (pp. 15-18 del libro)

 

-    SACRA CONGREGATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, Mexicana, Beatificationis et Canonizationis servae Dei Mariae a Conceptione Cabrera Vid. Armida.

     Iudicium prioris theologi censoris: "Ep. Martínez qui legit "confidencias", notat quam magnum bonum sit hoc scriptum pro animis et vult ut edantur tales quales quia dictis Christi nihil addi nihil subtrahi potest" (p.336)

     (ibidem cita a Mons. Martínez: "Las confidencias están haciendo mucho bien... Las Confidencias de Jesús deben quedar tales cuales El las ha comunicado. Y si Vd. muere de vergüenza, ya tendremos cuidado en enterrarla") (!!!)

 

-    CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA, Vida, t. I-X, México, Religiosas de la Cruz, 1990.

 



    [1]CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA, Vida, t. I-X, México, Religiosas de la Cruz 1990. De la "Cuenta de conciencia" (65 volúmenes) citaremos principalmente los volúmenes 49-56, que se refieren de modo especial a los sacerdotes. Ver otros datos en: SACRA CONGRETATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, Mexicana, Beatificationis et Canonizationis servae Dei Mariae a Conceptione Cabrera Vid. Armida. Ver otras publicaciones en notas posteriores.

    [2]Los biógrafos hacen notar esta vivencia de la interioridad de Cristo: M.M. PHILIPON, Diario espiritual de una madre familia, Concepción Cabrera de Armida, Bilbao, Desclée 1987 (Texto original: Journal d'une mère de famille, Desclée de Brouwer 1974.

    [3]Los volúmenes 49-56 de la "Cuenta de conciencia" se refieren principalmente a nuestro tema: Confidencias a los sacerdotes, Cuenta de conciencia de Concepción Cabrera de Armida, 23 de septiembre de 1927 al 28 de enero de 1931 (manuscrito).

    [4]J.M. PADILLA, Concepción Cabrera de Armida, México 1986, vol. III, pp. 403-405.

    [5]A mis sacerdotes, Edición privada, estrictamente reservada a los sacerdotes, México, Edit. "La Cruz" (usamos la cuarta edición, de 1979).

    [6]Además de la "Vida", de la "Cuenta de conciencia" y de "A mis sacerdotes" (obras citadas en notas anteriores), usamos y citamos también: Cómo es Jesús, Meditaciones (Obras de Concepción C. de Armida, 2), Edit. "La Cruz" (usamos la cuarta edición). Hay que tener en cuenta también sus cartas a sacerdotes: Cartas al Padre Félix de Jesús Rougier y a Misioneros del Espíritu Santo, México, Edit. Cimiento 1989.

    [7]El amor al Padre es el punto de referencia o la fuente de todos los amores de Cristo. Hay que destacar el aspecto de la"mirada" entre el Padre y el Hijo, que debe hacerse vivencial en el sacerdote (cfr. CC. 49,28.32.74.338.349; 50,62).

    [8]El tema del Espíritu Santo aparece frecuentemente en relación con Cristo Sacerdote (el Verbo hecho homre), con María, la Iglesia, el sacerdote ministro. El es la fuente de la santidad sacerdotal (cfr. 2ª ponencia, n.11). "El Padre, constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo, y obrando el misterio de la Trinidad... y eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50,88; cfr. CC. 49,348).

 

    [9]Este tema es una característica clara de la vivencia de Conchita, como una especie de maternidad espiritual: "Tú me darás muchas almas" (Vida 1, 235); "tú salvarás muchas almas" (Vida 2, 73); "miles de almas pasarán por tus manos para ofrecérmelas" (Vida 3, 77); "muchas almas se aprovecharán de los favores que te he hecho" (Vida 4, 287); "ama tú a las almas como yo las amo" (Vida 7, 291). La "encarnación mística" tiene también este sentido de salvar muchas almas (Vida 8, 12.186). Las Obras de la Cruz tienen como objetivo la salvación de las almas (Vida 7, 282).

    [10]Siempre es relación a la victimación de Jesús: "Haz lo que Yo. Yo fui feliz llenando mi papel de Víctima" (Vida 6, 230, 246); "debes vivir de mi vida de Víctima" (Vida 8, 218).

    [11]Su madre la dedicó a María (Vida 8, 178); desde niña la invoca (Vida 1, 11-12; 8, 75); su madre le enseñó a amarla (Vida 1, 34.56); a María le debe su pureza (Vida 1, 34) y pone en sus manos el voto de pureza (Vida 1, 156). Toda la vida está llena de detalles marianos continuos. De la Virgen aprende a escuchar a Jesús: "Escucha a mi Hijo y no te resistas" (Vida 1, 372-373. 327).

    [12]Tenía ardiente celo por darla a conocer (Vida 3, 267); dedicaba los martes a pedir especialmente por ella (Vida 8, 16); nuestro Señor le pide que la ame y la haga amar (Vida 6, 362); sentía anhelos de dar la sangre por ella (Vida 3, 26). Es la orientación que le dió el Señor: "Si te arrimas a la Iglesia no te perderás" (Vida 4, 220); "tú irás siempre con mi Iglesia" (Vida 7, 92).

    [13]Su gran ilusión era conseguir, con sus oraciones y sacrrificios, sacerdotes santos (Vida 5, 200; 4, 146.151-161). En carta al P. Rougier dice: "Ser santo, es ser apóstol, como Jesús lo fue, de cinco maneras: Por su silencio, por sus ejemplos, por sus palabras, derramando su sangre, dando la vida por los hombres". Cartas al Padre Félix de Jesús Rougier y a Misioneros del Espíritu Santo, México, Edit. Cimiento 1989, carta n. 2, pp. 15-18.

    [14]Cfr. Vida 4, 151 y CC, 50, 221. Escribía Mons. Martínez: "Las confidencias están haciendo mucho bien... deben quedar tales cuales El las ha comunicado. Y si Vd. muere de vergüenza, ya tendremos cuidado en enterrarla". Tomado de: SACRA CONGREGATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, Mexicana, Beatificationis et Canonizationis servae Dei Mariae a Conceptione Cabrera Vid. Armida, p.336.

    [15]"Se fue identificando cada vez más a los sufrimientos íntimos del Corazón de Jesús y a su abandono en la Cruz... Su oración se refugiaba en la oración de Cristo en Gethsemaní. Comulgaba con los sentimientos del Crucificado, abandonado por su Padre. Para ella, su Jesús tan amado había desaparecido totalmente:'Es como si nunca nos hubiéramos conocido nunca', repetía a sus íntimos"; cfr. M.M. PHILIPON, Diario espiritual de una madre de familia..., o.c., pp.126.128. Ella misma lo refleja en su Cuenta de conciencia: CC. 65, 125 (20 de julio de 1936, pocos meses antes de su muerte). En los últimos momentos, Mons. Martínez le pide se una al abandono de Jesús en la Cruz, indicándole que, aunque no lo sienta, Jesús está unido a su corazón; ella dio una señal de asentimiento moviendo los ojos; cfr. M.O. RIBERO, Cruz de Jesús (3 de marzo 1937-1977), p.13-14.

    [16]Ver la primera ponencia, n. 3 (La vida de Conchita como trasunto de estos amores de Cristo).

    [17]Sería interesante hacer un paralelo entre la doctrina sacerdotal del concilio Vaticano II y el mensaje de Conchita. Baste recordar el esquema del decreto conciliar sobre el ministerio y la vida de los presbíteros: ser (PO 1-3), obrar (PO 4-6), vivencia (PO 7ss), santidad (PO 10-14), virtudes (PO 15-17), medios (PO 18ss).

    [18]La explicación del teólogo M.J. Scheeben (1835-1888) sobre el carácter sacerdotal, parte también del misterio de la Encarnación. Es una explicación que ayudaría a comprender la "encarnación mística" de las confidencias de Conchita: "El misterio del carácter sacramental empalma de un modo especial con el misterio de la Encarnación y de la prolongación de la misma en el misterio de la Iglesia"... "El sacerdocio ha de dar nuevamente a luz a Crito en el seno de la Iglesia, en la eucaristía y en el corazón de los fieles mediante la virtud del Espíritu Santo que opera en la Iglesia, y de esta manera formar orgánicamente el cuerpo místico, así como María, por virtud del Espíritu Santo, dio a luz al Verbo en su propia humanidad y le dio su cuerpo verdadero" (M.J. SCHEEBEN, Los Misterios del cristianismo, Barcelona, Herder 1953, VII).

    [19]Ver otros textos sobre la "encarnación mística" del sacerdote: CC. 50, 170-173. 190-193.

    [20]La palabra "germen" o "fibra" (que aparece en los escritos de Conchita) puede interpretarse a la luz de los textos bíblicos sobre nuestra participación en la vida divina: 1Pe 1, 4.23.

    [21]"Necesito otros Yo en la tierra, formando un solo Yo en mi Iglesia por su unidad de miras, de intenciones y de ideales, formando un solo Cuerpo místico Conmigo, un solo querer con la voluntad de mi Padre; una sola alma con el Espíritu Santo; una unidad en la Trinidad, por deber, por justicia, por amor" (CC. 50, 102). Es frecuente encontrar textos parecidos con matices diversos. La unidad entre los sacerdotes es una de las preocupaciones de las confidencias: "Y el fin de la Iglesia en su parte íntrinseca, es formar en la tierra un solo Jesús Salvador de las almas; un solo Sacerdote en el Sacerdote eterno, por su unión, parecido e identificación con El" (CC. 50, 126). "Así, Yo en ellos y ellos en Mí, glorificaremos al Pade en una sola alabanza; y con las almas, formaríamos esta unidad perfecta en la Iglesia, y que debe honrar a la Trinidad" (CC. 50, 253). "Estas Confidencias han tenido por objeto, unir a todos los Sacerdotes en la unidad de la Trinidad, pero transformados en Mí; llevan el fin de hacer de todos ellos un solo Jesús; Yo en ellos; no muchos Jesús, sino uno solo" (CC. 50, 292). "Quiero a todos mis Obispos y Sacerdotes absorbidos en la unidad de la Trinidad, para que sean fecundos en las almas, para que engendren en la Iglesia virgen, almas para el cielo" (CC. 50, 4). "El Padre, constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo, y obrando el misterio de la Trinidad... y eternamente está compalciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote conciste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50, 88).

    [22]Son muy sugestivos los textos en los que se habla de esta "mirada" de Cristo al Padre, que deben imitar los sacerdotes. "Los Sacerdotes levantan su mirada a mi Padre... Ese momento de la mirada a mi Padre es el más doloroso para Mí" (CC. 49, 28).

    [23]Ver otros textos parecidos: CC. 50, 170-173, 190-193. 298-299.

    [24]Ver otros textos sobre el tema "víctima": CC. 50, 202; 49, 62 y 216.

    [25]Ver más arriba, el n. 6 (una vida centrada en la Eucaristía) y n. 3 (prolongar la acción de Cristo).

    [26]Juan Pablo II, Segunda visita pastoral a México, 1990, pp. 91-97.

          LA COMUNIONALITA' SACERDOTALE: TEOLOGIA DEL PRESBYTERIUM

 

                                                   (Prof. J. Esquerda Bifet)

 

 

I. LA COMUNIONALITA' SACERDOTALE CON IL PAPA E CON I VESCOVI

 

1. Il sacerdozio ministeriale nella comunione della Chiesa, universale e particolare.

 

2. La comunione col carisma del successore di Pietro e dei successori degli Apostoli.

 

3. La partecipazione del presbitero alla successione apostolica.

 

 

II. LA COMUNIONALITA' SACERDOTALE CON IL PROPIO VESCOVO

 

1. Collaboratore del Vescovo al servizio della Chiesa particolare e universale.

 

2. L'obbedienza e il rapporto spirituale e pastorale col carisma episcopale (CD 16; PO 7).

 

3. Comunione e diocesaneità.

 

 

III. LA COMUNIONALITA' SACERDOTALE NEL PRESBITERIUM, CON I RELIGIOSI E I LAICI

 

1. Il Presbyterium come "mysterium", "famiglia", "fraternità sacramentale" (PO 8; LG 28; PDV 74). Nella comunione col successore di Pietro e con il proprio Vescovo.

 

2. La costruzione del Presbyterium nella fraternità. Il Presbyterium luogo di santificazione e di amicizia sacerdotale (LG 28; PO 8; Dir. 27-29).

 

3. Il "progetto" di vita personale e comunitaria (PDV 79).

 

4. Comunione con i religiosi e laici

 

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Bibliografia: C. BERTOLA, La fraternità sacramentale dei presbiteri, Diss. Univ. Gregoriana 1994; E. CASTELLUCCI, Dimensione cristologica ed ecclesiologica del presbiterato, Diss. Univ. Gregoriana 1988; A. CATTANEO, Il Presbiterio dlle Chiesa particolare, Milano, Edit. Giuffré 1993; J. ESQUERDA BIFET, Spiritualità e missione dei presbiteri, Segni del Buon Pastore, PIEMME 1990, cap. VI-VII; A. FAVALE, Il ministero presbiterale. Aspetti dottrinali, pastorali, spirituali, Roma, LAS 1989, cap. VIII. Vedere: "Sacrum Ministerium" nn.1-2 (1995) (commenti a PDV).

 

I. LA COMUNIONALITA' SACERDOTALE CON IL PAPA E CON I VESCOVI

 

1. Il sacerdozio ministeriale nella comunione della Chiesa, universale e particolare.

 

      La Chiesa, a cui serve il sacerdote ministro, è mistero di comunione, cioè, "un popolo che deriva la sua unità dall'unità del Padre, del Figlio e dello Spirito Santo" (LG 4). E' quindi la Chiesa che riflette il mistero della Trinità: nello Spirito, per Cristo, al Padre (cfr. Ef 2, 18).

 

      Alcuni titoli biblici sulla Chiesa indicano questa sua natura di comunione: corpo, popolo, tempio, sacramento... La diversità di carismi, vocazioni e ministeri fa sempre riferimento a Cristo Capo della Chiesa e all'unico Spirito. E' dunque una diversità che, nella carità (agape), costruisce la comunione (coinonia). "Vi sono diversità di carismi, ma uno solo è lo Spirito; vi sono diversità di ministeri, ma uno solo è il Signore" (1Cor 12, 4-5). L'armonia della comunione ecclesiale suppone il servizio apostolico: "edificati sopra il fondamento degli apostoli e dei profeti, avendo como pietra angolare lo stesso Cristo Gesù" (Ef 2, 20).

 

      Per il fatto di essere "sacramento", la Chiesa  è "il segno e lo strumento dell'intima unione con Dio e dell'unità di tutto il genere umano" (LG 1). L'efficacia evangelizzatrice della Chiesa dipende dal suo grado di comunione: "Da questo tutti sapranno che siete miei discepoli, se avrete amore gli uni per gli altri" (Gv 13,35). L'unità tra gli apostoli diventa anche un segno efficace dell'evangelizzazione, in modo di far diventare credibile la persona e il messaggio di Gesù: "Come tu, Padre, in me e io in te, siano anch'essi in noi un cosa sola, perché il mondo creda che tu mi hai mandato" (Gv 17,21).

 

      La sintonia del sacerdote (e del cristiano) con Cristo si traduce spontaneamente in amore alla Chiesa: "Amò la Chiesa e consegnò se stesso in sacrificio per lei" (Ef 5,25). "La fedeltà a Cristo non può essere separata dalla fedeltà alla Chiesa" (PO 14).

 

      Vivere il mistero di Cristo prolungato nella Chiesa (Chiesa mistero) è il punto di partenza per costruire la comunità nell'amore (Chiesa comunione) e per garantire l'esercizio della missione (Chiesa missione).

 

      Il servizio ecclesiale del sacerdote ministro si rende concreto in una comunità o Chiesa particolare, presieduta da un Vescovo, successore degli Apostoli e in comunione col successore di Pietro e con la Collegialità Episcopale: "la diocesi è una porzione del popolo di dio che viene affidata al Vescovo per essere guidata con la cooperazione del suo Presbiterio"... (CD 11; can. 369).

 

      La spiritualità sacerdotale esige un rapporto stretto con la maternità della Chiesa. Questa si fa concreta soprattutto attraverso i ministeri esercitati dal sacerdote (cfr. PO 6; LG 64-65). Senso e amore di Chiesa è, dunque: guardarla con gli occhi della fede e con i sentimenti di Cristo; apprezzarla nelle sue persone e segni ecclesiali, carismi, vocazioni e ministeri; amarla con spirito di dedizione.

 

      La disponibilità missionaria universale del sacerdote è una conseguenza dal vivere nella comunione di Chiesa. Questa disponibilità scaturisce da:

 

      - la partecipazione allo stesso sacerdozio e missione di Cristo,

      - la natura missionaria della Chiesa particolare in cui serve o è incardinato,

      - la stretta collaborazione con il carisma episcopale e con la sua responsabilità missionaria (cfr. LG 28; PO 10; AG 20,36-37; EN 68; RMi 61-68; PDV 16-18, 31-32; Dir 14-15)

 

      "Il sacerdote... è ordinato non solo alla Chiesa particolare, ma anche alla Chiesa universale (cfr. PO, 10), in comunione con il vescovo, con Pietro e sotto Pietro. Mediante il sacerdozio del Vescovo, il sacerdozio di secondo ordine è incorporato nella struttura apostolica della Chiesa. Così il presbitero come gli apostoli funge da ambasciatore per Cristo (cfr. 2Cor 5,20). In questo si fonda l'indole missionaria di ogni sacerdote"(PDV 16)

 

      La formazione sacerdotale alla comunione farà attenzione speciale ad alcuni indirizzi basilari, per viverla personalmente e costruirla per mezzo del servizio ministeriale:

 

      1)    Il senso e amore di Chiesa si manifesta nel vivere affettivamente ed effettivamente il suo mistero di comunione: col successore di Pietro, con il proprio Vescovo, nel proprio Presbiterio, a servizio della comunità ecclesiale locale e universale.

 

      2)    La comunione della comunità si costruisce nell'armonia di vocazioni, carismi e ministeri. Il servizio sacerdotale è garanzia di equilibrio tra queste manifestazioni di grazia. Questo equilibrio non sarà possibile senza l'"unità di vita" (PO 14) nel proprio cuore, con i fratelli, con il cosmo e principalmente con Dio.

 

      3)    La generosità evangelica nella "sequela" di Cristo (PO 15-17) e la disponibilità missionaria (PO 10) non sarebbero possibili senza una qualche prassi di fraternità o vita "comunitaria".

 

      4)    La formazione per vivere la fraternità nel Presbiterio comincia nel Seminario suscitando lo spirito comunitario: lavoro di "équipe" nella preparazione delle celebrazioni liturgiche, nello studio (senza tralasciare lo studio personale), nell'apostolato, nella stessa vita interna nel Seminario. Il canone 245, par. 2 del nuovo Codice invita a questa preparazione: "Mediante la vita comune del Seminario e l'esercizio di un rapporto di amicizia e familiarità con gli altri, si dispongano alla fraterna unione con il Presbiterio diocesano, di cui faranno parte per il servizio della Chiesa".

 

 

2. La comunione col carisma del successore di Pietro e con i successori i degli Apostoli.

 

      I preti, vivendo in comunione sacramentale e pastorale con il proprio Vescovo, si inseriscono nella comunione del corpo episcopale, unito al Successore di Pietro, Pastore di tutta la Chiesa, di cui è "il perpetuo e visibile principio e fondamento" (LG 23).

 

      Servitori di Cristo Maestro, Sacerdote (santificatore) e Pastore, agiscono secondo la volontà di Cristo e della Chiesa, sotto la guida del Romano Pontefice e del Corpo Episcopale. "I presbiteri... dipendono dai vescovi nell'esercizio della loro potestà... Tutti i sacerdoti, sia diocesani che religiosi, sono associati al corpo episcopale e, secondo la loro vocazione e la loro grazia, servono al bene di tutta la Chiesa" (LG 28)

 

      I Vescovi partecipano al sacerdozio ministeriale in pienezza (LG 21). I presbiteri partecipano allo stesso sacerdozio "in grado subordinato", come "collaboratori" e "aiuto e strumento" (LG 28). Si attua la convergenza di doni diversi (o degli stessi doni in grado diverso) nella comunione gerarchica. "Tutti i presbiteri, assieme ai Vescovi, partecipano in tal modo dello stesso e unico sacerdozio di Cristo, che la stessa unità di consacrazione e missione esige la comunione gerarchica dei presbiteri con l'ordine dei Vescovi" (PO 7).

 

      La comunione col proprio Vescovo e nel proprio Presbiterio (oltre ad altre espressioni di fraternità forse più associativa o religiosa) ha lo scopo di servire la comunione nella comunità ecclesiale. In questo senso, i sacerdoti sono in modo particolare "artefici di unità" (EN 77). Infatti, essi in collaborazione con i Vescovi, come "visibile principio e fondamento dell'unità  nelle loro Chiese particolari" (LG 23), sempre in comunione col successore di Pietro, costruiscono la comunità ecclesiale nella comunione. "I presbiteri si trovano in mezzo ai laici per condurre tutti all'unità della carità... A loro spetta quindi di armonizzare le diverse mentalità in modo che nessuno, nella comunità dei fedeli, possa sentirsi estraneo. Essi sono i difensori del bene comune, che tutelano a nome del Vescovo" (PO 9). I ministri ordinati sono sempre, in stretta collaborazione col proprio Vescovo, come successore degli Apostoli, custodi dell'unità e di una eredità apostolica nella Chiesa particolare.

 

      La formazione sacerdotale, sin dall'inizio, deve avere questa impostazione: "Gli alunni siano penetrati del mistero della Chiesa, che questo sacro Concilio ha principalmente illustrato, in maniera che, uniti in umile e filiale amore al Vicario di Cristo e, diventati sacerdoti, aderendo al proprio Vescovo come fedeli collaboratori ed aiutando i propri confratelli, sappiano dare testimonianza di quell'unità con cui gli uomini vengono attirati a Cristo. Con animo aperto imparino a partecipare alla vita di tutta la Chiesa, secondo l'espressione di S. Agostino: 'Ognuno possiede lo Spirito Santo tanto quanto ama la Chiesa di Dio'... Con particolare sollecitudine vengano educati alla obbedienza sacerdotale" (OT 9).

 

 

3. La partecipazione del presbitero alla successione apostolica.

 

      I presbiteri hanno uno stretto legame con la missione degli Apostoli, in grado subordinato ai Vescovi (insegnare, santificare, governare). "Gli apostoli costituiti dal Signore assolveranno via via alla loro missione chiamando, in forme diverse ma alla fine convergenti, altri uomini, come Vescovi come presbiteri e come diaconi, per adempiere al mandato di Gesù risorto che li ha mandati a tutti gli uomini di tutti i tempi. Il Nuovo Testamento è unanime nel sottolineare che è lo stesso Spirito di Cristo a introdurre nel ministero questi uomini, scelti di mezzo ai fratelli. Attraverso il gesto dell'imposizione delle mani (cfr. At 6, 6; 1 Tim 4, 14; 5, 22; 2 Tim 1, 6), che trasmette il dono dello Spirito, essi sono chiamati e abilitati a continuare lo stesso ministero di riconciliare, di pascere il gregge di Dio e di insegnare (cfr. At 20, 28; 1 Pt 5, 2)" (PDV 15)

 

      La consapevolezza di questo rapporto riguardo alla successione apostolica (in grado subordinato), fondamenta le esigenze della "apostolica vivendi forma" in ogni Presbiterio. "Il ministero ordinato sorge dunque con la Chiesa ed ha nei Vescovi, e in riferimento e comunione con essi nei presbiteri, un particolare rapporto al ministero originario degli apostoli, al quale realmente «succede», anche se rispetto ad esso assume modalità diverse di esistenza" (PDV 16).

 

      Questa formazione alla "apostolica vivendi forma" dovrà cominciare sin dal Seminario: "Il seminario si presenta sì come un tempo e uno spazio; ma si presenta soprattutto come una comunità educativa in cammino: è la comunità promossa dal Vescovo per offrire a chi è chiamato dal Signore a servire come gli apostoli la possibilità di rivivere l'esperienza formativa che il Signore ha riservato ai Dodici. In realtà, una prolungata e intima consuetudine di vita con Gesù viene presentata nei Vangeli come necessaria premessa al ministero apostolico. Essa richiede ai Dodici di realizzare in modo particolarmente chiaro e specifico il distacco, in qualche misura proposto a tutti i discepoli, dall'ambiente di origine, dal lavoro consueto, dagli affetti anche più cari (cfr. Mc 1, 16-20; 10, 28; Lc 9, 23.57-62; 14, 25-27)... L'identità profonda del seminario è di essere, a suo modo, una continuazione nella Chiesa della comunità apostolica stretta intorno a Gesù, in ascolto della sua Parola, in cammino verso l'esperienza della Pasqua, in attesa del dono dello Spirito per la missione" (PDV 60).

 

II. LA COMUNIONALITA' SACERDOTALE CON IL PROPIO VESCOVO

 

1. Collaboratore del Vescovo al servizio della Chiesa particolare e universale.

 

      Il servizio ministeriale nella Chiesa particolare è svolto da: il Vescovo, i presbiteri, i diaconi. I Vescovi, "scelti dallo Spirito Santo, occupano il posto degli Apostoli come pastori d'anime" (CD 2) e "sono succeduti per istituzione divina, agli Apostoli come pastori della Chiesa" (LG 20). "I Vescovi, grazie al dono dello Spirito Santo che è concesso ai presbiteri nella sacra ordinazione, hanno in essi dei necessari collaboratori e consiglieri nel ministero e nella funzione di istruire, santificare e governare il popolo di Dio" (PO 7).

 

      Il rapporto col Vescovo, per mezzo dell'Ordinazione, è il primo rapporto comunionale che il presbitero contrae nella Chiesa. Questo rapporto col proprio Vescovo è una realtà di grazia, che scaturisce dal sacramento dell'Ordine. Si partecipa al sacerdozio di Cristo, mediante el sacramento conferito dal Vescovo; questa realtà sacerdotale si attua legittimamente con la missione del Vescovo. E' funzione subordinata di cooperazione.

 

      I presbiteri partecipano nello stesso sacerdozio di Cristo, anche se in grado minore e subordinato del Vescovo, come "collaboratori dell'ordine episcopale per realizzare la missione apostolica affidata da Cristo" (PO 2). Di per sé, sono "necessari collaboratori e consiglieri dei Vescovi nel ministero di insegnare, di santificare e di pascere il popolo di Dio" (PO 7). "Costituiscono, insieme al Vescovo, un unico Presbiterio" (LG 28). Sono la proiezione del Vescovo nella comunità (cfr. LG 28).

 

      Il servizio sacerdotale nella comunità è servizio di comunione. La comunione col proprio Vescovo si traduce in stretta collaborazione. Questa "comune partecipazione nel medesimo sacerdozio e ministro" comporta da parte dei Vescovi, "la grave responsabilità della santità dei loro sacerdoti; essi devono per tanto prendersi cura con la massima serietà della formazione permanente del proprio Presbiterio" (PO 7). Ma da parte dei presbiteri, la comunione esige essere "uniti al loro Vescovo con sincera carità e obbedienza... Nessun presbitero è quindi in condizione di realizzare a fondo la propria missione se agisce da solo e per proprio conto, senza unire le proprie forze a quelle degli altri presbiteri, sotto la guida di coloro che governano l a Chiesa" (ibidem). La massima espressione di questa comunione avviene nell'ordinazione e nella concelebrazione presieduta dal Vescovo (cfr. PO 7).

 

2. L'obbedienza e il rapporto spirituale e pastorale col carisma episcopale.

 

      L'obbedienza che deriva dalla carità pastorale ha le seguenti caratteristiche: "apostolica" ("comunione con il sommo Pontefice e con il Collegio episcopale, in particolare con il proprio Vescovo diocesano"), "comunitaria" ("profondamente inserita nell'unità del presbiterio"), "pastorale" (come "disponibilità" per la missione) (PDV 28; cfr. PO 15). Questa obbedienza sarà meglio compresa se si presenta nel contesto di accettare gioiosamente il "carisma" episcopale sia per il ministero che per la propria santificazione (cfr PO 7; CD 16). Si tratta di comunione di fede e di ministero.

 

      "Il ministero ordinato, in forza della sua stessa natura, può essere adempiuto solo in quanto il presbitero è unito con Cristo mediante l'inserimento sacramentale nell'ordine presbiterale e quindi in quanto è nella comunione gerarchica con il proprio Vescovo. Il ministero ordinato ha una radicale «forma comunitaria» e può essere assolto solo come «un'opera collettiva».Il ministero dei presbiteri è innanzi tutto comunione e collaborazione responsabile e necessaria al ministero del Vescovo, nella sollecitudine per la Chiesa universale e per le singole Chiese particolari, a servizio delle quali essi costituiscono con il Vescovo un unico presbiterio" (PDV 17)

 

      Il ministero e la vita dei presbiteri e diaconi richiede l'operato del carisma episcopale. Il Vescovo è capo della comunità sacerdotale, padre, fratello, amico, consigliere (LG 28; CD 28). E' lui che ha fatto da garante, dinanzi alla Chiesa, del fatto che i suoi sacerdoti e diaconi potranno vivere una vita evangelica e come famiglia sacerdotale nel Presbiterio e nella Chiesa particolare (cfr. CD 16; PO 7; Direttorio Pastorale dei Vescovi, parte 3ª, c.3).

 

      I Vescovi promuovono la santità dei presbiteri: "E' al vescovo, infatti, che incombe il primo luogo la grave responsabilità della santità dei loro sacerdoti; devono pertanto prendersi cura con la massima serietà della continua formazione del proprio presbiterio" (PO 7). "Trattino sempre con particolare carità i sacerdoti, perché essi assumono una parte dei loro ministeri... Dimostrino il più premuroso interessamento per le loro condizioni spirituali, intellettuali e materiali, affinché essi, con una vita santa e pia, possano esercitare il loro ministero fedelmente e fruttuosamente" (CD 16).

 

3. Comunione e diocesaneità.

 

      Le caratteristiche e specificità della santità e spiritualità sacerdotali si possono riassumere nelle seguenti: carità pastorale come configurazione a Cristo Capo, Pastore, Servo e Sposo, santificazione nell'esercizio del ministero, sequela evangelica concretizzata nei "consigli evangelici" come imitazione della "vita apostolica", appartenenza alla Chiesa particolare in unione col proprio Vescovo e con gli altri presbiteri del Presbiterio (questa appartenenza, confermata per mezzo dell'"incardinazione", è un fatto di grazia), disponibilità per la missione nella Chiesa particolare e universale. Si può essere "diocesano" secondo due modalità: come "incardinato" nella Chiesa particolare o come membro di una istituzione ecclesiale al servizio della Chiesa particolare (e.g. i religiosi e altri).

 

      Riguardo il sacerdote diocesano strettamente detto, questa realtà ha una speciale applicazione: "In questa prospettiva occorre considerare come valore spirituale del presbitero la sua appartenenza e la sua dedicazione alla Chiesa particolare... il rapporto con il Vescovo nell'unico presbiterio, la condivisione della sua sollecitudine ecclesiale, la dedicazione alla cura evangelica del Popolo di Dio nelle concrete condizioni storiche e ambientali della Chiesa particolare sono elementi dai quali non si può prescindere nel delineare la configurazione propria del sacerdote e della sua vita spirituale. In questo senso la incardinazione non si esaurisce in un vincolo puramente giuridico, ma comporta anche una serie di atteggiamenti e di scelte spirituali e pastorali, che contribuiscono a conferire una fisionomia specifica alla figura vocazionale del presbitero" (Dir. 31).

 

      Come custode di una eredità apostolica di grazia, il sacerdote farà attenzione alla realtà della Chiesa particolare: "Così pure esistono legittimamente in seno alla comunione della Chiesa, le Chiese particolari, con proprie tradizioni, rimanendo però integro il primato della cattedra di Pietro, la quale presiede alla comunione universale di carità (cfr S. Ignazio di A.)" (LG 13).

 

III. LA COMUNIONALITA' SACERDOTALE NEL PRESBITERIUM, CON I RELIGIOSI E I LAICI

 

1. Il Presbyterium come "mysterium", "famiglia", "fraternità sacramentale". Nella comunione col successore di Pietro e con il proprio Vescovo.

 

 

      Con il proprio Vescovo e con i diaconi, i sacerdoti fanno parte del Presbiterio come collegio ministeriale o segno collettivo di Cristo, che è "fraternità sacramentale" (PO 8), "una sola famiglia il cui padre è il Vescovo" (D 28). "I presbiteri... costituiscono con loro Vescovi un unico Presbiterio" (LG 28).

 

      Il mistero della Chiesa comunione si manifesta in modo particolare nella comunione o fraternità del Presbiterio: "Tutti i presbiteri, costituiti nell'ordine del presbiterato mediante l'ordinazione, sono uniti tra di loro da un'intima fraternità sacramentale; ma in modo speciale essi formano un unico Presbiterio nella diocesi al cui servizio sono ascritti sotto il proprio Vescovo" (PO 8).

 

      L'espressione "fraternità sacramentale" indica nel contesto conciliare due aspetti: 1) è un'esigenza del sacramento dell'Ordine; 2) è un segno efficace come parte integrante della "sacramentalità" della Chiesa "sacramento". Il primo aspetto appare più chiaramente nel capitolo terzo della "Lumen Gentium": "In virtù della comune ordinazione e missione tutti i sacerdoti sono fra loro legati da un'intima fraternità, che deve spontaneamente e volentieri manifestarsi nel mutuo aiuto, spirituale a materiale, pastorale e personale, nelle riunioni e nella comunione di vita, di lavoro e di carità" (LG 28). Il secondo aspetto (segno efficace) scaturisce da tutto il contesto conciliare in cui emerge la realtà di "Chiesa sacramento" come "vessillo innalzato di fronte alle nazioni" (SC 2; cfr LG 1).

 

      Il documento di "Puebla" (CELAM) dice che questa fraternità sacerdotale nel Presbiterio "è un fatto evangelizzatore" (Puebla 663). "Christus Dominus", nel parlare di questa fraternità sottolinea l'aspetto familiare: "essi costituiscono un solo Presbiterio ed una sola famiglia, di cui il Vescovo è come il padre" (D 28).

 

      Non sarebbe possibile la comunità del Presbiterio senza il riferimento esplicito al Vescovo, come principio di unità, e senza la presenza attiva e responsabile del suo stesso carisma episcopale. Il Vescovo é il fondamento visibile di unità nella Chiesa particolare e nel suo Presbiterio (LG 23; cfr. PO 7-8).

 

      La preoccupazione del Vescovo per i sacerdoti, che si esprime condividendo con loro tutta la sua esistenza, è indispensabile per la costruzione della comunità e famiglia sacerdotale del Presbiterio (cfr. CD 15-16; LG 28). Da parte dei sacerdoti si richiede l'accettazione affettiva ed effettiva di tale impegno del carisma episcopale (cfr. PO 7):

 

      "All'interno della comunione ecclesiale, il sacerdote è chiamato in particolare a crescere, nella sua formazione permanente, nel e con il proprio Presbiterio unito al Vescovo. Il Presbiterio nella sua verità piena è un mysterium: infatti è una realtà soprannaturale perché si radica nel sacramento dell'Ordine. Questo è la sua fonte, la sua origine. È il «luogo» della sua nascita e della sua crescita. Infatti, «i presbiteri mediante il sacramento dell'Ordine sono collegati con un vincolo personale e indissolubile con Cristo unico sacerdote. L'ordine viene conferito ad essi come singoli, ma sono inseriti nella comunione del presbiterio congiunto con il Vescovo (cfr. LG 28; PO 7 e 8)» (PDV 74).

 

2. La costruzione del Presbyterium nella fraternità. Il Presbyterium luogo di santificazione, missione e di amicizia sacerdotale (LG 28; PO 8; Dir. 27-29).

 

      L'unità comunitaria del Presbiterio è un'esigenza dei carismi (carattere e grazia sacramentali) ricevuti nell'ordinazione. Al tempo stesso è una concretizzazione della sacramentalità della Chiesa: "che siano uno... affinché il mondo creda che mi hai inviato" (Gv 17,21-23). Si tratta di un'unità come esigenza e "in virtù della comune ordinazione sacra e della comune missione" (LG 28). A partire di questa realtà ecclesiale-sacramentale "tutti i presbiteri sono fra loro legati da un'intima fraternità, che deve spontaneamente e volentieri manifestarsi nel mutuo aiuto, spirituale e materiale, pastorale e personale, nelle riunioni e nella comunione di vita, di lavoro e di carità" (LG 28).

 

      "La fisionomia del presbiterio è, dunque, quella di una vera famiglia, di una fraternità i cui legami non sono dalla carne e dal sangue, ma sono dalla grazia dell'Ordine: una grazia che assume ed eleva i rapporti umani, psicologici, affettivi, amicali e spirituali tra i sacerdoti; una grazia che si espande, penetra e si rivela e si concretizza nelle più varie forme di aiuto reciproco, non solo quelle spirituali ma anche quelle materiali. La fraternità presbiterale non esclude nessuno, ma può e deve avere le sue preferenze: sono quelle evangeliche, riservate a chi ha più grande bisogno di aiuto o di incoraggiamento" (PDV 74).

 

      Questo non sarà possibile senza un forte spirito comunitario da parte del sacerdote. "Quando Cristo istituì il sacerdozio ministeriale, gli diede una forma comunitaria... E' una delle esigenze della formazione sacerdotale che il Sinodo prenderà in considerazione... Essi devono agire da testimoni della carità di Cristo: e questa si esprime in particolare nelle buone relazioni che intrattengono tra di loro. Lo spirito di reciproco aiuto e di cooperazione deve animare il sacerdote nell'adempimento di tutti i suoi compiti ministeriali" (Giovanni Paolo, Alloc. domenicale durante la recita dell'Angelus, 25.2.90).

 

      Il concilio Vaticano II accenna spesso a questa vita "comunitaria": per vivere la responsabilità fraterna nel Presbiterio (PO 8), per la missione in altre Chiese più bisognose (PO 10), per vivere la povertà evangelica (PO 17), ecc.

 

      Nell'ambito della comunione ecclesiale, il Presbiterio della Chiesa particolare dovrà strutturarsi come famiglia e fraternità, dove il sacerdote deve trovare tutti i mezzi di santificazione e di evangelizzazione:  "E' all'interno del mistero della Chiesa, como mistero di comunione trinitaria in tensione missionaria, che si rivela ogni identità cristiana e, quindi, anche la specifica e personale identità del presbitero e del suo ministero" (Dir. 21). "Fraternità sacerdotale e appartenenza al Presbiterio sono elementi caratterizzanti il sacerdote" (Dir. 25; cfr. n. 27).

 

      Alla luce di queta unità si scopre la necessità di una vita fraterna e di un aiuto mutuo familiare, affinché si dia una vera pastorale d'insieme. Oltre le istituzioni di vita consacrata e gli istituti secolari e altri, esistono associazioni sacerdotali con le caratteristiche segnalate dal Magistero (PO 8; can. 278; PDV 31,81): approvazione da parte dell'autorità competente, ricerca della perfezione sacerdotale nell'esercizio del ministero, una certa organizzazione o piano di vita, un servizio aperto a tutti i sacerdoti. La diversità delle istituzioni sacerdotali (di tipo religioso o secolare) dipende da una serie di fattori: linee di spiritualità e azione pastorale, esperienze di vita comunitaria o associativa, impegni giuridici, modalità di dipendenza rispetto all'autorità del Vescov, etc.

 

      La comunione di Chiesa, a cui serve il sacerdote ministro, è espressione della comunione trinitaria di Dio Amore. La capacità missionaria della Chiesa corrisponde alla sua realtà di comunione. La formazione sacerdotale alla comunione è la base per poter servire in una comunità ecclesiale che è fermento di comunione per tutta l'umanità.

 

3. Il "progetto" di vita personale e comunitaria (PDV 79).

 

      Se "la fraternità sacerdotale e l'appartenenza al Presbiterio sono elementi caratterizzanti il sacerdote" (Dir. 25), allora la conseguenza logica è la seguente: "il Presbiterio é il luogo privilegiato nel quale il sacerdote dovrebbe trovare i mezzi specifici di santificazione e di evangelizzazione" (Dir. 27).

 

      A questo scopo è necessario tracciare un "progetto" di vita personale e comunitaria, con degli indirizzi e "itinerari di formazione permanente capaci di sostenere in modo realistico ed efficace il ministero e la vita spirituale dei sacerdoti" (PDV 3). "Fondamentale è la responsabilità del Vescovo, e con lui del Presbiterio... Questa responsabilità conduce il Vescovo, in comunione con il presbiterio, a delineare un progetto e a stabilire una programmazione capaci di configurare la formazione permanente non come qualcosa di episodico ma come una proposta sistematica di contenuti, che si snoda per tappe e si riveste di modalità precise" (PDV 79).

 

      Questo progetto di vita (personale e comunitaria) potrebbe presentare:

 

A) Ideario della vita sacerdotale: l'essere, l'agire e lo stile di vita nella comunione ecclesiale e nella "vita apostolica" (cfr. PO, PDV, Direttorio).

 

B) Obiettivi: secondo i quattro livelli di formazione permanente: umano (PDV 72, 43-44; Dir. 75), spirituale (PDV 72, 45-50; Dir. 76), intellettuale (PDV 72, 51-56; Dir. 77), pastorale (PDV 72, 57-59; Dir. 78).

 

C) Mezzi e programmazione (cfr. PO 18-21; PDV cap. V y VI; Dir. 39, 45-54, 68, 76, 81-86; CIC can. 246, 255, 276, 280, 533, 545, 548, 550).

 

4. Comunione con i religiosi e i laici

 

      La comunione sacerdotale nel Presbiterio ha come scopo l'esercizio dei ministeri nella Chiesa particolare. I sacerdoti sono al servizio della comunione eclesiale locale e universale. "In mezzo a tutti coloro che sono stati rigenerati con le acque del battesimo, i presbiteri sono fratelli membra dello stesso e unico corpo di Cristo, la cui edificazione è compito di tutti. Perciò i presbiteri nello svolgimento della propria funzione di presiedere la comunità devono agire in modo tale che, non mirando ai propri interessi ma solo al servizio di Gesù Cristo uniscano i loro sforzi a quelli dei fedeli laici, comportandosi in mezzo a loro come il Maestro il quale fra gli uomini « non venne ad essere servito, ma a servire e a dar la propria vita per la redenzione della moltitudine» (Mt 20,28)" (PO 9).

 

      La fraternità sacerdotale nel Presbiterio sarà garanzia di comunione tra tutte le vocacioni, ministeri, istituzioni e carismi. Riguardo a tutti i cristifedeli, "esercitando la funzione di Cristo capo e pastore per la parte di autorità che spetta loro, i presbiteri, in nome del vescovo, riuniscono la famiglia di Dio come fraternità viva e unita e la conducono al Padre per mezzo di Cristo nello Spirito Santo" (PO 6).

 

      E' parte del ministero sacerdotale curare la nascita e crescita delle diverse vocazioni cristiane: "Perciò spetta ai sacerdoti, nella loro qualità di educatori nella fede, di curare, per proprio conto o per mezzo di altri, che ciascuno dei fedeli sia condotto nello Spirito Santo a sviluppare la propria vocazione personale secondo il Vangelo" (PO 6).

 

      Nella loro realtà di imitatori qualificati della "vita apostolica", cioè della "sequela evangelica" radicale secondo il modello degli Apostoli ("Apostolica vivendi forma"), "ricordino inoltre i presbiteri che i religiosi tutti - sia uomini che donne - costituiscono una parte insignita di speciale dignità nella casa del Signore e meritano quindi particolare attenzione, affinché progrediscano sempre nella perfezione spirituale per il bene di tutta la Chiesa" (PO 6).

 

      Il servizio ai laici riguarda il riconoscimento della loro vocazione specifica di inserimento nelle strutture umane come fermento evangelico (cfr. LG 31). Oltre rispettare la loro dignità, dovranno anche riconoscere la loro autonomia e responsabilità nel contesto della comunione ecclesiale. I sacerdoti sono chiamati a guidare la loro vita spirituale nel cammino della perfezione. "I presbiteri si trovano in mezzo ai laici per condurre tutti all'unità della carità, «amandosi l'un l'altro con la carità fraterna, prevenendosi a vicenda nella deferenza» (Rm 12,10). A loro spetta quindi di armonizzare le diverse mentalità in modo che nessuno, nella comunità dei fedeli, possa sentirsi estraneo. Essi sono i difensori del bene comune, che tutelano in nome del vescovo, e sono allo stesso tempo strenui assertori della verità, evitando che i fedeli siano sconvolti da qualsiasi vento di dottrina" (PO 9).

Lunes, 11 Abril 2022 09:15

Compartir la suerte de Cristo

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  1. Compartir la suerte de Cristo

 

A partir de la encarnación y de la redención, la vida humana adquiere sentido esponsal. Cristo ha compartido nuestra existencia y nuestro caminar. Desde entonces, nuestra vida es parte de la suya. La mejor suerte que le puede tocar a un ser humano es la de compartir con Cristo su misterio de Belén, Nazaret y Calvario. No se trata de simples palabras, sino de realidades, porque verdaderamente se puede compartir su pobreza, su marginación, su trabajo de cada día, su vida oculta, su sacrificio, su cruz y su glorificación.

       A Pablo le tocó en suerte compartir esta vida de Cristo para anunciarla a todos los pueblos: "A mí, el menor de todos los creyentes, se me ha concedido este don de anunciar a las naciones la insondable riqueza de Cristo" (Ef 3,8). Hay muchas cruces de adorno, porque tal vez son pocos los cristianos que pueden decir como Pablo: "estoy crucificado con Cristo" (Gal 2,19); "jamás presumo de algo que no sea la cruz de Cristo... ya tengo bastante con llevar en mi cuerpo las llagas de Jesús" (Gal 6,17).

       Si se mira la cruz sólo como sufrimiento, no puede menos de espantarnos. Pero si se la considera como "alianza" o desposorio, entonces se descubre como una declaración de amor de Cristo Esposo que invita a compartir su misma suerte. La comunidad eclesial y todo creyente está invitado a reconocerse como esposa de Cristo que, por nacer de su costado, está llamada a compartir su misma vida. "Del costado de Cristo dormido en la cruz, nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC 5, citando a San Agustín).

       El título de "Esposo" aplicado a Cristo no es de adorno, ni una simple metáfora. Jesús se presenta con este calificativo (Mt 8,15; 25,6). Toda la acción pastoral de Pablo tendía a que la comunidad cristiana fuera fiel esposa de Cristo Esposo: "mis celos por vosotros son celos a lo divino, pues os he desposado con un solo marido, presentándoos a Cristo como una virgen casta" (2Cor 11,1-2).

       Esta línea esponsal cruza toda la Escritura, como antigua y nueva alianza (desposorio), sellada con sangre, como un pacto de amor definitivo. Cristo selló este desposorio con su propia sangre (Lc 22,20) y, por esto, invita a su esposa a beber su misma copa de bodas (Mt 26,27-28; Mc 10,38).

       Cuando no se quiere compartir la suerte de Cristo Esposo crucificado, nacen en el corazón ambiciones camufladas que impiden comprender el misterio pascual de Cristo y que intentan transformar a la Iglesia en un trampolín para escalar; fue también ésta la tentación de los primeros discípulos (Mc 9,31.41). La esterilidad espiritual y apostólica comienza a encubarse cuando no existe la cruz de Jesús.

       Toda vocación cristiana tiene sentido de desposorio: compartir la vida con Cristo. Por esto no admite rebajas en la entrega y en la misión. Cuando no se fomenta en los fieles este ideal cristiano de perfección, todos los demás deberes quedan cuestionados: compartir los bienes, vida familiar y matrimonial, evangelización, vida de oración... Los diversos modos de "vida apostólica" (sacerdotal, consagrada...) no tienen sentido si no es para compartir el mismo modo de vivir de Cristo, que fue humilde, obediente, casto, pobre...

       Sin la "mirada amorosa" de Cristo (Mc 10,21), que llama a un seguimiento esponsal, no se comprendería la doctrina evangélica sobre la cruz: "si alguno quiere seguirme, que renuncia a sí mismo, que tome su cruz y que me siga" (Mc 8,34); "el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí" (Mt 10,38).

       "Estar con él" es el secreto de toda oración cristiana, especialmente cuando se trata de la vida apostólica: "estuvieron con él" (Jn 1,39); "llamó a los que quiso para estar con él" (Mc 3,13-14); "habéis estado conmigo desde el principio" (Jn 15,27). Cuando se vive esta intimidad con Cristo, no se hacen tantas cábalas sobre el sufrimiento. Al discípulo le basta con "seguir" al Maestro que se declara esposo y amigo. Basta con mirarle, amarle y seguirle, siempre confiando en su presencia y su ayuda.

       Una joven apóstol, que sufrió persecución y cárcel, decía que aprendió a "comulgar" diciendo "fiat" a todos los sacrificios. En su corazón experimentaba la presencia consoladora de Cristo que nunca abandona. Después de fundar una institución apostólica y después de muchos años de trabajos, siguió la misma costumbre. En el momento de su muerte pronunció estas palabras: "de mí ya no queda nada... 'fiat', 'magnificat'" (Paquita Rovira Nebot).

       Los santos, precisamente por estar enamorados de Cristo, han usado expresiones que no tienen sentido fuera del contexto de desposorio. "Muerte mística" es una de estas expresiones (San Pablo de la Cruz). No hay ningún motivo sólido para abandonar esta terminología cristiana nacida del amor y que ha animado grandes obras de caridad. Hay que acostumbrarse a escuchar en el corazón lo que Cristo dice en realidad a los suyos: "si te envío la cruz es porque te amo".

       Un fervoroso hindú manifestó a un obispo indio su extrañeza de ver que los cristianos usamos mucho la cruz como signo externo, pero que no aparece en nuestras vidas como realidad del crucifixión con Cristo. En toda religión, especialmente en nuestros días, hay quienes buscan dos tendencias facilonas: hacer de la religión un adorno o una cosa útil. La religión, como relación personal con Dios, no es un "quita y pon", una conveniencia ocasional, una experiencia sentimental..., como tampoco es un poder político, económico, ideológico... Las sectas y los fundamentalismos actuales acostumbran a ir por estas desviaciones o por otros sucedáneos que no son auténtica religiosidad. A este fenómeno sólo se puede hacer frente y responder con un cristianismo que transparente a Cristo crucificado. Pero hay que reconocer que este estilo de vida está algo lejos de nuestras comunidades.

       No hay mucha diferencia entre una religión de adorno o de utilitarismo, y una actitud "secularizante" de buscar sólo la eficacia inmediata, el poseer, dominar, disfrutar. Las dos tendencias son caducas porque no pasan de ser una tempestad de verano. Sólo va a quedar para el futuro lo que nazca del amor. Acomodarse a estas tendencias ("religiosas" o secularizantes) sería construir un cristianismo sin cruz y, por tanto, sin el mandato del amor y sin las bienaventuranzas.

       Compartir la suerte de Cristo incluye cruz y resurrección. De momento, se experimenta y se palpa sólo el sufrimiento, pero en el corazón comienza a sentirse el gozo de la presencia y del amor de Cristo. La fe inquebrantable en la resurrección de Cristo y en la nuestra, es, a la vez, dolorosa y gozosa, oscura y luminosa: "si ahora padecemos con él, seremos también glorificados con él" (Rom 8,17).

       Hay que decidirse a seguir esponsalmente a Cristo. No se trata de contabilizar el sufrimiento ni de hacer de él una tragedia. Basta con olvidarse de sí mismo, para vivir "una vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). La cruz se vive con la sonrisa en los labios, sirviendo a todos, fijándose en las necesidades y pequeñas circunstancias de los demás. Cuando llegue el momento del desprecio, de la humillación y del dolor, es Cristo quien nos hará experimentar el gozo de su presencia. Este gozo es un don exclusivamente suyo, que sólo él puede comunicar: "los apóstoles se fueron contentos... porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús" (Act 5,41).

       La Iglesia, esposa de Cristo, encuentra en esta realidad de fe, viviéndola con María, la "asociada" a Cristo Redentor (LG 58). Por esto imita de la Virgen "la fe prometida al Esposo" (LG 64). "La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contem­plándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo" (LG 65). María y la Iglesia comparten la misma "espada" o sufrimiento de Cristo (Lc 2,34.35), para mostrar en la propia vida la eficacia salvífica de su palabra y del escándalo de la cruz.

       Esta asociación esponsal con Cristo crucificado es un don suyo, que él da con largueza a todos los que le quieren seguir. Por esto hay que aprender a empezar diariamente, como estrenando un "sí" que lleva hasta la donación en la cruz. La Iglesia se siente identificada con María en el Calvario. "Junto a la cruz estaba su madre... Jesús, al ver a su madre y junto a ella, al discípulo que tanto amaba, dijo a su madre: 'Mujer, ahí tienes a tu hijo'" (Jn 19,25-26). En los momentos de crucifixión, hay que aprender a vivir la presencia activa y materna de María, diciéndole como en la liturgia de la fiesta de la Virgen Dolorosa: "¡Oh Madre, fuente de amor! - hazme sentir tu dolor - para que llore contigo... Y porque a amarte me anime - en mi corazón imprime - las llagas que tuvo en sí... porque acompañar deseo - en la Cruz donde le veo - tu corazón compasivo"...

 

2. Tener los sentimientos de Cristo

 

       Ningún tema cristiano se entiende, si no es a partir de los amores de Cristo. La cruz, como "anonadamiento" de Cristo, asumido por amor, sólo se capta en sintonía con él: "tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús" (Fil 2,5). La santificación es seguimiento de Cristo para compartir su misma suerte (Mc 10,38). "No se puede comprender y vivir la misión, si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar" (RMi 88).

       Los sentimientos o amores de Cristo son de donación esponsal a toda la humanidad y a cada ser humano. La "Iglesia" es la comunidad de creyentes, "convocada" y hecha partícipe de la misma vida de Cristo. El amor de Cristo a su Iglesia es de donación sacrificial: "amó a su Iglesia y se entregó en sacrificio por ella" (Ef 5,2. Por esto el apóstol y todo cristiano "siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia como Cristo" (RMi 89).

       Las vivencias de Cristo son de sintonía con la voluntad del Padre y con el amor del Espíritu Santo, que le llevan al "desierto" (Lc 4,1), a "evangelizar a los pobres" (Lc 4,18) y al "gozo" de hacer de la vida una donación sacrificial por todos los hermanos (Lc 10,21ss; Mt 11,28). Estas son las reglas del discernimiento cristiano: "desierto", "pobres", "gozo". El sufrimiento personal de cada uno comienza a comprenderse y a hacerse "gozo" de Pascua, cuando se vive en esa misma dinámica de Cristo: entrar en los designios de Dios (oración) para poder servir y evangelizar a los hermanos (caridad).

       El "gozo pascual" nace en el corazón cuando, gracias a la presencia de Cristo, las dificultades se transforman en donación. Esa es la actitud de las bienaventuranzas, de reaccionar amando en toda circunstancia, sin lo cual no existe acción evangelizadora eficaz. "La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la 'Buena Nueva' ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza" (RMi 91).

       El sufrimiento personal se hace frustración y soledad absurda cuando no se vive en unión con Cristo. Uniéndose a él, la persona que sufre se convierte en "una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad" (SD 31), porque "sufrir significa hacerse particularmente receptivos, particularmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios, ofrecidas a la humanidad" (SD 23).

       Al experimentar la propia debilidad en el sufrimiento, hay que trascender esas limitaciones descubriendo a Cristo presente. En realidad es él quien se muestra cercano a nuestras llagas. en sus sentimientos de "compasión" por nosotros (Mt 15,32), comprendemos que la cruz es una declaración de amor, porque "nace del amor y se completa en el amor" (DM 7), como "toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre" (DM 8).

       Cristo nos contagia de su misma experiencia: el amor del Padre, tanto en el Tabor como en el Calvario. Nuestro amor a Cristo incluye el alegrarnos con él por ser el Hijo de Dios, amado por el Padre en el amor del Espíritu Santo. De esta vivencia, se pasa a descubrir nuestra existencia como prolongación de la suya. Ese "paso" es la "pascua": por la cruz, a la resurrección.

       A San Ignacio de Antioquía, camino del martirio, encontraba la fuerza para afrontar el sufrimiento al pensar que podría imitar los padecimientos y la muerte de Cristo. Humanamente es inexplicable la audacia de los santos ante la cruz, puesto que sentían, como nosotros, el rechazo y la debilidad de la naturaleza ante el sufrimiento y ante la muerte. No son las ideas y los conceptos los que transforman su vida, sino "alguien" que primero murió por ellos (2Cor 5,15).

       Los sacrificios que Cristo afrontó en su vida y, especialmente, la muerte en cruz, tuvieron su significado de reparación: "el Hijo del hombre ha venido para dar la vida en rescate por todos" (Mc 10,45; Mt 20,28). Será siempre difícil (si no imposible) explicar teológicamente el por qué de este misterio; pero todos los días, al celebrar la eucaristía, se repiten las palabras del Señor, en las que aparece el motivo principal de su inmolación: "para el perdón de los pecados" (Mt 26,28). El misterio de la encarnación y el de la redención seguirán siendo misterios basados en el "excesivo amor" de Dios (Ef 2,4). "El 'amor hasta el extremo' (Jn 13,1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.616).

       Quien está enamorado de Cristo no se preocupa tanto de las explicaciones teóricas, cuanto de vivir la realidad del misterio de Cristo. El amó así, dándose en reparación por nuestros pecados y para la salvación del mundo. Sufrir con Cristo y reparar los pecados con Cristo, para extender su Reino en todos los corazones, es un nota dominante de quien desea de verdad ser santo y apóstol. "El valor salvífico de todo sufrimiento, aceptado y ofrecido a Dios con amor, deriva del sacrificio de Cristo, que llama a los miembros de su Cuerpo Místico a unirse a sus padecimientos y completarlos en la propia carne (cfr Col 1,24)" (RMi 78).

       Tener los sentimientos de Cristo (Fil 2,5) incluye vivir de los amores de su Corazón. El deseo de compartir la cruz de Cristo nace del deseo de compartir sus amores. La sintonía con los "sentimientos" de Cristo comporta orientar hacia él toda la interioridad: convicciones, motivaciones, decisiones. Es un proceso permanente de purificación e iluminación, que unifica el corazón con Cristo crucificado: "los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y concupiscencias" (Gal 5,24).

       Precisamente por sintonizar con los sentimientos de Cristo, el amor a la cruz nos hace participar en el "abandono" doloroso y en el gozo indecible de su entrega total al Padre en el amor del Espíritu. Es la "locura" de la cruz, que no tiene explicación humana, sino que es comunicación o "noticia amorosa" por parte de Dios, más allá de las ideas y reflexiones. Sencillamente se sigue la invitación de Cristo: "permaneced en mi amor" (Jn 15,9).

       A la luz de las vivencias de Cristo, aparece el "carácter creador del sufrimiento" (SD 24). Sufrir con Cristo significa "hacerse particularmente receptivos" a los planes salvíficos de Dios en Cristo (SD 23). La vida humana, con sus "gozos y esperanzas, tristezas y angustias", se convierte en sintonía con los sentimientos de Cristo y, consecuentemente, en solidaridad afectiva y efectiva con todos los hermanos.

       Por el hecho de estar "injertados" en la muerte y en la resurrección de Cristo (Rom 6,5), el cristiano vive de los criterios, escala de valores y actitudes de Cristo, quien, desde su encarnación "se ha abierto y constantemente se abre a cada sufrimiento" (SD 24).

       En el corazón de Cristo encontramos solución también para nuestra cobardía y defecciones ante el misterio de la cruz. Nuestra cruz se hace más dolorosa cuando no hemos perseverado con fe, esperanza y amor. También entonces Cristo nos invita a experimentar sus sentimientos de compasión por nosotros y por todos. Su "carga" se nos hace "ligera" al escuchar y seguir su llamada: "venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11,28).

       La Iglesia vive con María estos sentimientos de Cristo: "Virgen de vírgenes santas, - llore yo con ansias tantas - que el llanto duce me sea... haz que su cruz me enamore; - y que en ella viva y more - de mi fe y amor indicio" (fiesta de la Virgen de los Dolores). La "nueva maternidad" de María y de la Iglesia pasan por la cruz, vivida conjuntamente como desposorio con Cristo. "El divino Redentor quiere penetrar en el ánimo de todo paciente a través del corazón de su Madre Santísima, primicia y vértice de todos los redimidos" (SD 26). Por esto, "cada sufrimiento, regenerado con la fuerza de esta cruz, se convierte, desde la debilidad del hombre, en fuerza de Dios" (ibídem).

 

3. Completar a Cristo

      

Compartir la misma vida de Cristo (Mc 10,38) y vivir en sintonía con sus sentimientos (Fil 2,5), es una realidad cristiana que transforma al creyente en "complemento" o prolongación de Cristo en el tiempo. La realidad eclesial de ser "pleroma" o complemento de Cristo (Ef 1,23) tiene lugar principalmente cuando se comparte su misma cruz (Col 1,24). "El quiere en efecto asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios (cfr Mc 10,39; Jn 21,18-19; Col 1,24). Eso lo realiza de forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cfr Lc 2,35)" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.618).

       El misterio de la encarnación tiene esta dimensión esponsal de hacernos consortes y complemento de Cristo. El Padre nos hace partícipes de la misma vida divina de su Hijo: "Dios envió a su Hijo nacido de mujer... para que recibiéramos la adopción de hijos" (Gal 4,4-5). Al mismo tiempo, nos transforma a nosotros en instrumentos de esta vida para "formar a Cristo" en los demás (Gal 4, 19). Este proceso de fecundidad eclesial pasa por el sufrimiento (Jn 16,20-22; Gal 4,19). María, "la mujer", es la figura de la Iglesia que, asociada a Cristo Redentor, se hace instrumento de filiación divina para todos (Gal 4,4-7.26; cfr Apoc 12,1).

       Poder completar a Cristo significaba, para Pablo, una vida hecho instrumento de gracia, precisamente por participar en la cruz de Cristo. Sus sufrimientos apostólicos eran fecundos (Gal 4,19) porque eran prolongación de los de Cristo: "ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y suplo en ni carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, por el bien de su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).

       La cruz es la "gloria" del apóstol (Gal 6,14), como "cooperador" de Cristo (1Cor 3,9). A partir de esta experiencia personal, el apóstol sabrá guiar a la Iglesia esposa por este camino de desposorio con Cristo crucificado: "alegraos porque compartís los padecimientos de Cristo, para que también en la manifestación de su gloria os regocijéis alborozados" (1Pe 4,13).

       Esta realidad de poder "completar" la pasión de Cristo se convierte en luz y en fuerza, especialmente en los momentos de sufrimiento por la Iglesia y también de parte de la Iglesia. Sólo la presencia amorosa de Cristo, profundamente sentida en la oscuridad de la fe, puede sostener la entrega en esos momentos de sufrimiento humanamente inexplicable. Siempre se encuentran personas e instituciones que, por ser fieles a la Iglesia, sufren, por una parte, la marginación causada por quienes no tienen "sentido" ni amor de Iglesia; pero, por otra parte, sufren también la incomprensión y la acusación de quienes dicen defender a la Iglesia. Así le pasó al Cardenal arzobispo de Milán, Andrés Carlos Ferrari, ahora ya beatificado por la Iglesia.

       Es sólo Cristo quien puede comunicar un amor entrañable a la Iglesia, precisamente cuando se sufre por ella y de ella: "muero de pasión por la Iglesia" (Santa Catalina de Siena); "al fin, muero hija de la Iglesia" (Santa Teresa de Avila); "vivo y viviré por la Iglesia, vivo y moriré por ella" (Bto. Francisco Palau). En la tumba del P. Kentenich se lee el mejor epitafio que le puede caer en suerte a un apóstol: "Amó a la Iglesia" (cfr. Ef 5,25).

       Por esta participación en los sufrimientos del Señor, los cristianos son "los brazos de la cruz" de Cristo prolongados en el tiempo (San Ignacio de Antioquía). Es él quien hizo suya nuestra cruz "cargándola" como propia (Jn 19,17). Decía un misionero en los últimos momentos de su vida: "Cristo no tuvo cáncer; en mí tiene cáncer". Un moribundo recién bautizado decía a Madre Teresa de Calcuta: "muero feliz porque así puedo completar la muerte de Jesús". Una misionera, en plena juventud y a las puertas de la muerte, comunicó dejó a su comunidad este testamento: "Jesús ha perferido mi vida a mis obras".

       Cristo continúa sufriendo en cada hermano necesitado. Los creyentes se convierten en su "humanidad complementaria" (Bta. Isabel de la Trinidad). Cuando se profundiza en esta fe, brotan del corazón expresiones parecidas a las de San Ignacio de Antioquía: "dejadme ser imitador de la pasión de mi Dios... mi amor está crucificado".

       San Pedro invitaba a todos los cristianos a convertirse en "piedras espirituales" del tempo donde se inmola Cristo (1Pe 2,5); de ahí nace el gozo de la esperanza: "habéis de alegraros en la medida en que participéis en los padecimientos de Cristo, para que en la revelación de su gloria exultéis de gozo" (1Pe 4,13). Sufrir amando como Cristo es señal de que "el Espíritu de Dios reposa sobre nosotros" (1Pe 4,14). La imitación de Cristo es auténtica cuando incluye el asumir con él el sufrimiento por amor. Ser, con Cristo, "Sacerdote y Víctima... Estas palabras han sido mi vida en la tierra y espero que serán mi gloria en el cielo" (José María Lahiguera).

       San Pablo ni siquiera intentó esbozar una "teología" sobre el por qué podemos "completar" a Cristo. El sabía que esta realidad cristiana forma parte del misterio de la sabiduría de Dios, que se manifiesta en el amor de Cristo (1Cor 1,22-24). Por esto se dedicó a vivir y a anunciar "el misterio (de Cristo) escondido por los siglos en Dios" (Ef 3,9) y "la caridad de Cristo que supera toda ciencia" (Ef 3,19). Lo importante es que Cristo viva en el corazón de todo creyente (Ef 3,17); es entonces cuando se vive en él (Gal 2,20) y se sabe sufrir por él (Col 1,24), para a llegar a triunfar con él (Rom 8,17).

       Por estar injertados en Cristo, nuestra existencia completa la suya, como una página adicional de su biografía. El asumió nuestro sufrimiento y nuestro gozo en el suyo. "Cristo, en cierto sentido, ha abierto el propio sufrimiento redentor a todo sufrimiento del hombre... Ha obrado la redención completamente y hasta el final; pero, al mismo tiempo, no la ha cerrado. En este sufrimiento redentor, a través del cual se ha obrado la redención del mundo, Cristo se ha abierto desde el comienzo y constantemente se abre, a cada sufrimiento humano. Sí, parece que forma parte de la esencia misma del sufrimiento redentor de Cristo el hecho de que haya de ser completado sin cesar" (SD 24).

       En la conciencia de los santos, manifestada en sus escritos autobiográficos, había una convicción honda de completar a Cristo con la propia vida. No se trataba sólo de los grandes sufrimientos, sino también de los detalles pequeños de todos los días: una sonrisa, un servicio, un actitud de escucha y de perdón, una actitud constante de servicio y colaboración para hacer agradable la vida a los demás... Hay incluso un olvido del propio sufrimiento, para no hacerlo pesar sobre los otros. Ofrecer un rostro sereno es también fruto de este sacrificio de donación.

       San Ignacio de Loyola, en su autobiografía, pedía ser "puesto" en Cristo. En los "Ejercicios", invita a compartir el "dolor con Cristo doloroso" y el "gozo" de Cristo resucitado. La vida se hace oblación total a Cristo para poder "pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza" por su amor. La vida ya tiene sentido porque se vive como respuesta al amor de Dios en Cristo: "dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta".

       Es frecuente encontrar en Iglesias de misión, algunos misioneros ancianos y enfermos que van terminando sus días como una lamparita del sagrario que está para consumirse. Han hecho obras maravillosas, a veces un tanto olvidadas (o criticadas) por quienes las disfrutan. Ahora ya sólo les queda la paz en el corazón y la serenidad en el rostro. Su cruz, amasada de gozo y de dolor, continúa suscitando, sin grandes propagandas, vocaciones y conversiones.

 

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RECAPITULACION

 

- La vida cristiana consiste en compartir la misma vida de Cristo muerto y resucitado. La "Alianza" de Dios con la humanidad tiene sentido esponsal. La nueva Alianza está sellada con la sangre de Cristo. El cristiano le ha tocado en suerte beber la misma copa de Cristo, es decir, compartir su misma vida.

 

- Las exigencias del seguimiento de Cristo están enmarcados en el símbolo de la cruz: "si alguno quiere seguirme, que renuncia a sí mismo, que tome su cruz y que me siga" (Mc 8,34). El sufrimiento de esta cruz sólo se comprende a partir de una declaración de amor, que es el punto de partida de la vocación cristiana. Sólo el amor entiende de donación sacrificial.

 

- Las obras apostólicas marcadas con la cruz no fracasan. El apóstol, como Pablo, quiere hacer de su vida una prolongación de la vida de Cristo crucificado: "estoy crucificado con Cristo" (Gal 2,19); "jamás presumo de algo que no sea la cruz de Cristo... ya tengo bastante con llevar en mi cuerpo las llagas de Jesús" (Gal 6,17).

 

- María es el Tipo o figura de la Iglesia en esa asociación esponsal con Cristo crucificado. Ella sigue siendo modelo y ayuda materna junto a la cruz. La nueva maternidad de María y de la Iglesia está sellada con la cruz (Jn 19,25-27).

 

- La fuerza para afrontar la cruz deriva de la sintonía con los sentimientos o amores de Cristo (Fil 2,5). En unión con él, se comprende todo su mensaje salvífico iluminado por la cruz y la resurrección. "Si ahora padecemos con él, seremos también glorificados con él" (Rom 8,17). Su pobreza, su obediencia, su sacrificio, su humillación y su muerte, con expresiones de sus actitudes internas de donación.

 

- Sintonizar con los amores de Cristo comporta unirse a sus sentimientos de alabanza, gratitud y reparación de los pecados del mundo. Una sociedad de consumo no entiende de sacrificios, de penitencia ni de reparación, porque tampoco entiende el amor de donación vivido por Cristo desde la encarnación hasta la cruz. "Cristo amó a su Iglesia y se entregó en sacrificio por ella" (Ef 5,2). "Sin cruz no tendrás llave para abrir las puertas del cielo... Dirige todas tus mortificaciones a humillar tu amor propio y hacerte dueño de ti mismo... Sufre por Dios... sufre en silencio, y nadie podrá quitarte el mérito" (Bto. Pedro Poveda).

 

- La fe cristiana en la encarnación del Verbo y en la redención, pone de manifiesto la dignidad del ser humano "injertado" en Cristo y redimido por él. Dios "salva al hombre por medio del hombre", decían los Santos Padres. Todo redimido por Cristo completa a Cristo en su vida, pasión, muerte y resurrección (Col 1,24; Ef 1,23). Por esto dice San Pedro: "habéis de alegraros en la medida en que participéis en los padecimientos de Cristo, para que en la revelación de su gloria exultéis de gozo" (1Pe 4,13).

 

- Los cristianos prolongamos la cruz de Cristo en el espacio y en el tiempo. El sufrimiento de Cristo y el nuestro forman una sola cruz: la del "Cristo total". "Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y suplo en ni carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, por el bien de su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).

 

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