Lunes, 11 Abril 2022 09:19

LA VIDA ES HERMOSA

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          I. LA VIDA ES HERMOSA

 

          1. Abrir los ojos

          2. Deseos de verdad y de bien

          3. Ojos y corazón de niño

 

1. Abrir los ojos

     Es la invitación del Señor: "Observad los pájaros..., observad las flores" (Mt 6,26-28). Bastaría con abrir la ventana al clarear un nuevo día, para contagiarse de la belleza de la creación y de la bondad del Creador: "En tu luz podemos ver la luz" (Sal 35, 10). A veces, uno de los panoramas más bellos de la tierra es el que nos circunda; pero son sólo nuestros huéspedes quienes se enteran y nos lo hacen descubrir. Canto de pájaros, aroma y color de las flores, correr del agua, sonrisas de niños..., los puede haber en todas partes, si el hombre no lo impide.

     Es verdad que los pájaros picotean "nuestros" frutos y nuestras plantas. Al fin y al cabo, nosotros llegamos al mundo después de ellos, y tal vez les hemos desplazado de su propio ambiente. Un poco de agua, de trabajo y de calor humano, hacen brotar flores en cualquier desierto, aunque haya piedras e insectos y no dejen de brotar hierbas y espinas que no nos gustan.

     "La vida es hermosa, porque Dios es bueno". Así decía una abuelita cargada de años, de arrugas y de achaques, sentada en silla de ruedas y contemplando el panorama. Era su habitual acción de gracias a Dios por un nuevo día, y a las personas que, con caridad, le habían arrimado a la ventana para "distraerla" un poco.

     Luz y oscuridad, calor y frío, agua y tierra seca, aire puro y brisa vespertina, vida y hermanos, acontecimientos y días que transcurren veloces... "Todo es gracia" (Santa Teresa de Lisieux y Bernanos), todo es don de Dios, todo nos habla de él. Todo es "hermano sol", "hermana luna...hermana agua... hermana tierra" (San Francisco de Asís).

     Todo nos habla del "Amado". Si algo viene de su mano, es que también y principalmente procede de su corazón. Lo importante es el amor con que nos da las cosas y permite los acontecimientos. "Dios lo dio, Dios lo quitó. ¡Sea bendito el nombre del Señor" (Job 1,21); "si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal?" (Job 2,10).

     Abrir los ojos significa dejar hablar al corazón iluminado por la razón. Solamente si abrimos los ojos del amor, sin hacer cálculos de utilidad y eficacia inmediata, sabremos auscultar los latidos del corazón de Dios. Este mirar contemplativo nos hace descubrir a quien nos acompaña siempre dejando huellas de su amor: "Mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura, y yéndolos mirando, vestidos los dejó de hermosura" (San Juan de la Cruz).

     Hay que aprender a leer la creación: "¡Señor, Dios nuestro,

qué admirable es tu nombre en toda la tierra! Ensalzaste tu majestad sobre los cielos. De la boca de los niños de pecho

has sacado una alabanza... Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad; le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies"... (Sal 8). A pesar de las sombras de la noche, nosotros podemos participar de la mirada de Dios: "Vio Dios que todo era muy bueno" (Gen 1,31)).

     Jesús nos dijo que nuestro Padre Dios "hace salir su sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45). Las cosas siguen siendo de Dios Amor, como regalo de todos los días, recién salido de sus manos y de su corazón. El amor que Dios pone en sus cosas nunca se gasta ni se convierte en rutina. El secreto para descubrir ese amor consiste en el modo con que se estrenan o se usan las cosas.

     Para llegar a ver la "gloria" o realidad divina y humana de Cristo, como Verbo encarnado, hay que aprender a ver la "gloria" o epifanía del amor de Dios en las cosas, en los acontecimientos y en los hermanos. Cuando el discípulo amado dice que "hemos visto su gloria" (Jn 1,14), formula esta afirmación después de recordarnos que todo ha sido creado por Cristo y para él (Jn 1,3). Efectivamente, "Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura; en él fueron creadas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra... todo lo ha creado Dios en él y para él; Cristo existe antes que todas las cosas y todas tiene en él su consistencia" (Col 1,15-17).

     La lectura o análisis de la realidad humana sólo es posible a la luz del amor de quien han creado el universo y dirige la historia respetando la libertad del hombre. Otro tipo de "relectura" no pasaría de ser una caricatura o una quimera, capaz de producir tempestades y atropellos, y, por ello mismo, abocada al fracaso. Esos "vientos del desierto", que brotan de corazones divididos, son los que han producido y seguirán produciendo los grandes desastres de la historia.

     En el areópago de Atenas rechazaron a Pablo porque, al presentar a Cristo resucitado, afirmaba que todas las cosas son buenas, incluso el ser humano en su corporeidad, puesto que en Dios "vivimos, nos movemos y somos" (Act 17,28). La verdadera hermosura de las cosas sólo se capta por un proceso de "conversión", como lavándose los ojos, para ver y adherirse a Cristo, "luz del mundo" (Jn 8,12), el Hijo de Dios hecho hombre que ha muerto y resucitado, centro de la creación y de la historia. Jesús nos ayuda a abrir y purificar los ojos, mezclando su "saliva" con nuestro barro (Jn 9,6), su mirada con la nuestra, su "agua viva" con nuestra agua. Entonces nuestra agua se hace hermana de "la luz".

     Hay que aprender a ver las cosas y a visitar las ciudades en los días en que no hay prisas ni angustias. Entonces todo parece más bello; pero no es distinto de cuando nos encontramos en nuestro caminar cotidiano.

     La cultura de un pueblo y de sus habitantes es una actitud relacional hacia las cosas, las personas y el más allá. Esta postura se expresa en el lenguaje, costumbres, arte, música... Las expresiones más bellas de una cultura se encuentran allí donde es más auténtica la convivencia con los hermanos y la relación de confianza y unión con el Creador. Entonces las personas se sienten amadas y capacitadas para un amor de retorno.

     Cuando a un pueblo se le quiere quitar su relación con Dios, entonces la existencia humana parece un absurdo, se deshumaniza, hasta el punto de perder el sentido de admiración por las cosas y anular el respecto a la vida de los inocentes y de los más débiles. La convivencia humana se apaga cuando, por ansias de ganancia y de dominio, se estimulan las reacciones de egoísmo personal y colectivo. Ya no se escucha al hermano que sufre ni se descubre la hermosura de la creación. Las ansias desenfrenadas de tener, poseer y disfrutar, atrofian los sentidos y el corazón. El "cosmos" no revela su hermosura y su bondad a los que abusan de él. Nos falta el "asombro por el ser y por la belleza que permita leer en las cosas visibles el mensaje de Dios invisible que las ha creado" (CA 37).

     Quien no sabe apreciar y saborear los dones de Dios, no se sentirá amado ni capacitado para amar en el momento del sufrimiento. Las flores, como todos los demás dones pasajeros, se marchitan. El amor que Dios puso en esos dones, no pasa nunca. El dolor en el momento de perder un don de Dios, se puede convertir en el encuentro con el mismo Dios. El nos da sus dones para que aprendamos a recibirle a él. La cruz es el camino para pasar del don, al Dador de todo bien. En esta aparente "ausencia" de Dios, se descubre una presencia misteriosa, más honda y amorosa.

     En un país martirizado por violencias y atropellos, todavía se podía observar en las conversaciones la alegría de un servicio prestado con sudor a los hermanos. Era de noche. Se oyeron unas explosiones y desapareció la luz. Alguien comentó: "¡qué bella es la naturaleza de noche, sin luz artificial". La vida es siempre hermosa porque Dios nos ama tal como somos, para manifestarnos cada vez más quién es él. Hay que abrir los ojos de la fe, que es don de Dios y que la ofrece a todos por medio de su Hijo Jesús, el crucificado.

 

2. Deseos de verdad y de bien

     A pesar de los claro-oscuros y de los nubarrones y tormentas, la historia humana también es hermosa. No siempre es la historia que se narra en los libros, sino la de tantas vidas anónimas de tantos buscadores y agentes de la verdad, del bien y de la belleza.

     En cada epidemia y en toda degradación cultural, se encuentran personas que dan la vida por los hermanos. En todo atropello y en cada guerra hay hermanos que lo arriesgan todo por los que sufren. En toda biblioteca y laboratorio hay huellas de personas que han buscado sinceramente la verdad y el bien. Cada ser humano es una historia de amor. Siempre ha habido errores y males, y los seguirán habiendo. Pero han sido siempre más los destellos de la verdad y la búsqueda apasionada de un bien definitivo, trascendente y perdurable.

     Es hermosa la verdad que aparece en las criaturas. Todas ellas, por ser pasajeras o contingentes, dejan entrever una verdad infinita de un Creador que es infinitamente bueno. A esa Verdad con mayúscula, nunca se llega del todo en esta vida. Las ciencias y las artes, cada una a su modo, buscan esa verdad hermosa que da sentido a nuestra vida pasajera. Si el hombre dejara de buscar, la vida ya no tendría sentido. La búsqueda es ya un encuentro, aunque todavía no definitivo.

     La verdad es hermosa y se va mostrando como bien, en cuanto modela nuestras vidas como donación. No hay nadie que no busque la verdad y el bien; pero muchas veces se interpone el error y el mal, por nuestra debilidad y malicia. El "corazón" y la conciencia nunca acaban de apagarse del todo. "Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta encontrarte a ti" (San Agustín).

     Hacen sufrir el error y el mal, pero siempre se puede entrever un destello de la verdad y del bien. Aquel joven que guardaba los mantos de quienes apedreaban al diácono San Esteban (Act 7,58), vivía en la convicción de que sus gestos y sus compromisos para destruir a los cristianos, eran algo legítimo y bueno. Pero en él también estaba Cristo esperando, dejando sus huellas, como "cansado del camino" y sediento de su corazón (Jn 4,6ss). Se necesitó el sufrimiento y la muerte de Esteban para que Saulo encontrara la Verdad en Cristo.

     Hay momentos históricos en que se intenta mutilar la verdad y el bien. A veces parece como si se desterraran las verdades y principios permanentes, así como los compromisos de donación y de moralidad para toda la vida. Se quisiera algo fluctuante, útil, funcional, eficaz, inmediato... Pero el corazón no se satisface con verdades a medias, ni con bienes parciales. Si la conciencia no está bien formada y la conducta no corresponde a sus indicaciones, el corazón humano no encuentra la paz.

     El hombre verdaderamente científico, a pesar de las apariencias, busca siempre la verdad entera, aunque centre la atención en un solo aspecto. Por esto nunca se opondrá a otras perspectivas y búsquedas "parciales". El día en que en nombre de la "ciencia" y de la "cultura", se quisiera eliminar la trascendencia y a "quien" la personaliza, la vida no tendría sentido. La verdadera causa de mucho delitos y crímenes hay que buscarla en la siembra de ideologías sin fundamento ético. A veces las víctimas son castigadas; pero los fautores de esas ideas acampan por sus anchas en cátedras, senados y medios de difusión.

     La búsqueda de la verdad y del bien produce dolor y gozo a la vez. Es el misterio de la vida, que todos han experimentado desde la niñez, tanto el campesino que espera y prepara la cosecha, como el investigador de conceptos o de seres concretos. Siempre queda un destello de verdad y de bien, que dan sentido a la existencia. Es fuente de gozo el encontrar sentido al caminar.

     Es siempre hermoso descubrir en los ojos de un niño, en el rostro de un joven y en las manos y gestos de un adulto, unas ansias de infinito, que no se pueden saciar con ninguna alienación: drogas, ideologías baratas, frases atrayentes, ganancias fáciles, éxitos inmediatos, bienestar procedente de atropellos... En la vida de cada ser humano hay unas huellas de verdad infinita y de bien verdadero, "una aspiración más profunda y más universal" (GS 9).

     Nuestra época histórica es también hermosa, con esa hermosura de una verdad y de un bien que se quieren auténticos. "Nuestro tiempo es dramático y, al mismo tiempo, fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de ir detrás de la prosperidad material y de sumergirse cada vez más en el materialismo consumístico, por otro lado, manifiestan la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración... se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización" (RMi 38).

     Sólo en Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6), se podrá descifrar el misterio del hombre. "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona" (GS 22).

     La búsqueda de la verdad y del bien es una actitud "contemplativa", que quiere "ver" (theorein, theoria) a "Alguien" escondido detrás del velo que separa y une lo contingente y lo transcendente. Si Dios no pasa de la cabeza al corazón, el hombre se sentirá desorientado y no logrará superar la debilidad, el error y el mal. "Hasta ahora (decía una joven universitaria) yo tenía a Cristo en mi cabeza; ahora me siento feliz porque lo comienzo a tener en mi corazón".

     El gozo de San Agustín por haber encontrado a Cristo verdad y vida, fue fruto de una búsqueda dolorosa: "¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre esas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo... Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera" (Confesiones).

     En un curso de renovación para formadores (Argentina), los participantes comentaron la calidad de la leche servida en el desayuno, precisamente un día en que faltó porque las vacas estaban "mañosas"... Entonces tomaron conciencia de la hermosura de los pastos y del servicio escondido de tantos trabajadores y servidores, que hacían posible el sabroso desayuno del despuntar del día. La verdad y el bien se encuentran a cada paso, en momentos de gozo y de dolor, como la "sabiduría" esperando a la puerta de nuestra casa (Sab 9,1; 8,16).

 

3. Ojos y corazón de niño

     La inocencia de los niños se abre a la vida y al amor, que ellos buscan esperanzados con su mirada, sus manos, su boca y todo su ser. Para ellos "todo es bueno" y verdadero, como para Dios al inicio de la creación (Gen 1,31). Las limitaciones de la vida les van desengañando, pero queda siempre en el corazón una convicción honda de que esas aspiraciones no eran pura ficción.

     Se necesitan ojos y corazón de niño para ver la verdad y encontrar el bien, más allá de la oscuridad y de las espinas. La afirmación de Jesús sigue siendo válida: "si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos" (Mt 18,3).

     Jesús habló de "renacer de nuevo por el agua y el Espíritu" a una vida que viene de Dios (Jn 3,5). Al inicio de la creación, todo brotó del corazón de Dios, de su palabra y de "su Espíritu que se cernía sobre las aguas" (Gen 1,2). De parte de Dios, las cosas no han cambiado. Ha sido más bien el hombre quien ha cegado su vista y manchado sus manos y su corazón, contagiando de este mal egoísta a toda la creación. Hasta los pájaros huyen del hombre y casi todos los animales desconfían de él. Ahora las cosas ocultan, con frecuencia, su belleza. La verdad y el bien, como reflejo de Dios suma Verdad y sumo Bien, no siempre se reflejan en el corazón y en la vida humana. Pero Dios no ha retirado ni su presencia ni su amor.

     Los "santos" son los verdaderos niños, y "de ellos es el Reino de los cielos" (Mt 19,14), porque "los limpios de corazón verán a Dios" (Mt 5,8). La "infancia espiritual", de que hablan los santos, es una actitud recia ante el dolor y la cruz, a modo de actitud filial de confianza y audacia. Sólo esos santos han podido descubrir vivencialmente que "todo es gracia", epifanía y cercanía de Dios. Ellos han podido decir de verdad lo que nosotros también decimos muchas veces: "creaste todas las cosas con sabiduría y amor" (Prefacio del 4º canon).

     Los santos fueron recuperando las cualidades de la niñez sin contagiarse de sus defectos ni caer en los enredos y sofismas de los mayores. Esa actitud filial sólo es posible por un proceso de imitación y de configuración con Cristo. En el diálogo con Dios y en el camino hacia él (camino de perfección), la vida se va simplificando y se expresa en un "Padre nuestro" pronunciado y vivido con Cristo y en el Espíritu Santo.

     La transparencia y serenidad de los santos es fruto de un proceso de filiación divina a imitación de Cristo. Es el gozo de ver en todo el amor del Padre. Pero esa actitud filial no es una conquista, sino un don del Espíritu Santo. "En aquel momento, Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y se las has dado a conocer a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien" (Lc 10,21).

     Algunos han hablado de volver a la justicia original y cualidades del paraíso terrenal perdido. Propiamente se trata de volver, con creces, a la actitud filial que unificaba el corazón para ver en todo una presencia amistosa de Dios (Gen 3,8). La debilidad natural y las inclinaciones desordenadas seguirán siendo una realidad hasta el día de la muerte, salvo privilegio especial como en el caso de la Virgen Inmaculada. Pero lo más importante es la configuración y sintonía con los sentimientos y amores filiales de Cristo. Entonces se recupera el verdadero "yo", que fue creado a imagen de Dios y que ahora puede participar en la filiación divina de Cristo (Ef 1,5).

     Sólo esos "niños" grandes, que son los santos, ven el camino que hay que seguir para salir de los enredos que hemos fabricado los "mayores" y que nos convierten en fuente de sufrimiento. San Nicolás de Flüe (1417-1487), siguiendo una llamada de Dios, dejó familia, posesiones y empleo político, contra toda lógica humana, en un país (Suiza) dividido por la guerra. Al cabo de unos años, en los que él unificó su corazón, pudo dar, a sus amigos los políticos, la solución para terminar la tragedia y las divisiones del país: la paz y la unidad se inspiran siempre y sólo en Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Inesperadamente se siguió la paz y la unificación del país. Desde entonces, la Constitución suiza comienza inspirándose en la comunión de la Trinidad. Nicolás de Flüe llegó a esa eficacia evangélica partiendo de un proceso de purificación y unificación: "Señor, vacíame de mí, lléname de ti y haz de mi un don para ti". Sólo ese don trascendente y unificador es verdadera donación a los hermanos.

     Para descubrir el lado bueno de las cosas y los destellos de verdad y de bondad que todavía quedan en cada ser humano, hay que saber mirar a Cristo crucificado: "mirarán al que traspasaron" (Jn 19,37). En su mirada amorosa, cada ser creado recobra su identidad. Pero hay que compartir la misma vida de Cristo para saber mirar y amar como él. Su cruz indica las pistas para descubrir en todo una epifanía de Dios Amor.

     Para un corazón de "niño", la vida sigue siendo hermosa, porque todavía queda espacio para lo mejor: "la entrega sincera de sí mismo a los demás", como expresión de "la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y la caridad" (GS 24).

     "Alguien", que nos ama desde siempre, ha dejado sus huellas invisibles en nuestro caminar humano. Sólo un corazón unificado por el amor las sabrá descubrir. El obispo de Cantón (D. Tang) estuvo veintitrés años en la cárcel; algunos años sin ver a nadie, y los demás sin poder leer nada, mientras, al mismo tiempo, se le procuraba "lavar el cerebro" de toda idea trascendente. Un día vio caer una hojita seca y se les acabaron las dudas: si la hojita se cae es que no tiene vida por sí misma; pero, sobre todo, porque una hojita recién caída del árbol no deja de ser una historia de amor de Dios por cada ser humano. Sólo el sufrimiento pasado por amor y compartido con Cristo, puede hacernos abrir los ojos a la verdad integral.

     Cuando los dones de Dios se van consumiendo, es que es el mismo Dios que se nos quiere dar en persona. Esa pedagogía paterna de Dios es dolorosa, porque se trata de crecer en nuestra actitud filial. Crecer es siempre dejar algo en lo que nos habíamos instalado.

                             * * *

                         RECAPITULACION

 

- Los cristianos llamamos "cruz" al sufrimiento transformado en donación. Las dificultades se transforman amando al estilo de Dios Amor, que "hace salir su sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45).

 

- El punto de partida para "comprender" y vivir la "cruz es tomar conciencia de que Dios es bueno y que todas las cosa que él creó son buenas y hermosas (cfr. Gen 1,31).

 

- Abrir los ojos y el corazón al amor es un proceso doloroso, que hemos de emprender nosotros colaborando con la acción curativa de Dios sobre nuestra debilidad y nuestras llagas. La "conversión" como proceso de "adhesión plena y sincera a Cristo y a su evangelio mediante la fe" (RMi 46), es camino de renuncia, para llegar al gozo de sentirse amado y capacitado para amar.

 

- Los salmos, leídos y recitados en unión con Cristo, reflejan actitudes humanas ante todas las realidades gozosa y dolorosas de la vida. Siempre apuntan a la serenidad de la esperanza, porque todo es historia de salvación.

 

- La búsqueda de la verdad y del bien es siempre dolorosa y gozosa. Es la búsqueda que da sentido a la existencia humana. Hay que aprender a gozar honestamente de los dones de Dios, para que, cuando falten, le descubramos a él que se nos da.

 

- La solidaridad con el gozo y el dolor de los hermanos es el modo como todo creyente y toda comunidad eclesial expresa su sintonía con el amor de Cristo. "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia" (GS 1).

 

- En todo conflicto histórico de sufrimiento hay innumerables vidas anónimas de hermanos que se consuman en la donación. No hay ningún gozo humano superior a esa felicidad de vivir,sufrir y morir amando  Dios y a todos los hermanos sin distinción. Esa realidad escondida no aparecerá nunca en nuestras publicaciones, porque es "una vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3).

 

- La curación de nuestra ceguera es dolorosa. "Penetré en mi interior, siendo tú mi guía... fortaleciste la debilidad de mirada" (San Agustín, Confesiones). Entonces se experimenta que la vida merece vivirse.

 

- La hermosura y bondad de las cosas produce nuestro gozo cuando dejan entrever una trascendencia definitiva. El dolor nace del "paso" de la contingencia a la trascendencia. El mismo Dios amor, que nos da sus dones para descubrirle a él, nos retira esos dones para dársenos él. Nuestro ser no está preparado para esta donación definitiva. Sufrimos por ese "paso", que no entendemos. Sólo la fe, la esperanza y la caridad (pensar, sentir y amar como Cristo) transforman el dolor en "paso" o camino "pascual". "Nosotros, los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, suspirando porque Dios nos haga sus hijos y libere nuestro cuerpo. Porque ya estamos salvados, aunque sólo en esperanza" (Rom 8,23-24).

 

- Los deseos no son propiamente la fuente del dolor, sino los bienes pasajeros que quieren acaparar nuestros deseos. Buscamos siempre la verdad y el bien a través de sus huellas pasajeras. El corazón está desorientado cuando se centra en esos bienes, olvidando a quien los ha creado por amor. Orientar el corazón con sus deseos equivale a una negación de todo lo desordenado, para abrirse a la verdadera felicidad. Esta "orientación", por parte nuestra y por parte de la Providencia divina, es dolorosa. "Niega tus deseos y encontrarás lo que desea tu corazón" (San Juan de la Cruz, Avisos).

 

- Cruz es la "subida" al monte de Dios, por medio de la "noche oscura", pasando de la "nada" al "Todo"; "bástele Cristo crucificado" (San Juan de la Cruz). Es "ordenar la vida según el amor" (Santo Tomás), para poder construir la historia amando. La vida es hermosa porque siempre se puede hacer lo mejor: amar.

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