RETIROS ESPIRITUALES BUENOS DE AUTORES

RETIROS ESPIRITUALES BUENOS DE AUTORES (27)

Jueves, 05 Mayo 2022 10:47

Jesucrito encuentro personal canta

Escrito por

Cantalamessa: Jesucristo, el santo de Dios: capítulos 5 y 6

Capítulo 5


EL SUBLIME CONOCIMIENTO DE CRISTO

(Raniero Cantalamesa, JESUCRISTO, EL SANTO DE DIOS)

 

         EL OBJETIVO de estas reflexiones sobre la persona de Jesucristo —he dicho al inicio— es preparar el terreno para una nueva ola de evangelización con ocasión de cumplirse el segundo milenio de la venida de Cristo a la tierra. Pero ¿cuál es el objetivo primario de toda evangelización y de toda catequesis? ¿Acaso el de enseñar a los hombres un número determinado de verdades eternas, o el de transmitir a la generación que viene los valores cristianos? No. Es llevar a los hombres al encuentro personal con Jesucristo, único salvador, haciéndolos “discípulos” suyos. El gran mandato de Cristo a los apóstoles suena así: “Id y haced discípulos a todos los pueblos” (Mt 28,19).

 

         1. El encuentro personal con Cristo.

 

Juan, al comienzo de su evangelio, nos dice cómo se hace uno discípulo de Cristo, contándonos su experiencia, es decir, cómo llega a ser él mismo un día discípulo de Jesús. Vale la pena releer este pasaje, que es uno de los primeros y más llamativos ejemplos de lo que hoy llamamos contar el testimonio de la propia experiencia:
“Al día siguiente, Juan estaba todavía allí con sus discípulos; vio a Jesús, que pasaba, y dijo: ‘Este es el cordero de Dios’. Los discípulos lo oyeron y se fueron con Jesús. Jesús se volvió y, al verlos, les dijo: ‘Qué buscáis?’ Ellos le dijeron: ‘Rabí (que significa maestro), ¿dónde vives?’ El les dijo: ‘Venid y lo veréis’. Fueron, vieron dónde vivía y permanecieron con él aquel día. Eran como las cuatro de la tarde” (Jn 1,35-39).

No encontramos nada de abstracto ni de escolástico en este modo de hacerse discípulo de Jesús. Es un encuentro de personas; es el inicio de una relación, de una amistad y familiaridad destinadas a durar una vida; más aún, una eternidad. Jesús se vuelve y, dándose cuenta de que lo seguían, se detiene y pregunta: “Qué buscáis?” Le responden: “Rabí, ¿dónde vives?” Y así, casi sin darse cuenta, lo han proclamado su maestro y han decidido que serán sus discípulos. Jesús no les da libros para estudiar o preceptos para retenerlos en la memoria, sino que les dice simplemente: “Venid y lo veréis”. Los invita a estar con él. Fueron y se quedaron con él.
He aquí cómo de un encuentro personal nacen enseguida otros encuentros personales, y quien ha conocido a Jesús lo da a conocer a otros. He aquí, en definitiva, cómo se transmite la buena noticia. Uno de los dos nuevos discípulos era el que escribe, Juan; el otro era Andrés. Andrés fue a decirle a su hermano Simón: “Hemos encontrado al mesías’ (que significa el Cristo). Y se lo presentó a Jesús. Jesús le miró y le dijo: ‘Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas’ (que significa piedra)” (Jn 1,4 1-42). Así llegó a la fe el jefe mismo de los apóstoles: por testimonio de otro. Al día siguiente Jesús le dice a Felipe: ¡Sígueme! Felipe encuentra a Natanael y le dice:
“He encontrado a aquel de quien Moisés escribió”, y responde a sus objeciones repitiendo las palabras de Jesús: “Ven y verás” (cf Jn 1,46). Si el cristianismo no es primariamente —como se ha dicho en muchas ocasiones, y con razón— una doctrina, sino una persona, Jesucristo, de ahí se sigue que el anmuncio de esta persona y la relación con ella es lo más importante, el inicio de toda verdadera evangelización y la condición misma de su posibilidad. Invertir este orden y poner las doctrinas y las obligaciones del evangelio por delante del descubrimiento de Jesús sería como poner los vagones de un tren delante de la locomotora que debe arrastrarlos. La persona de Jesús es lo que abre camino en el corazón a la aceptación de todo lo demás. Quien ha conocido una vez a Jesús vivo no necesita otro impulso; es él mismo quien arde en deseos de conocer su pensamiento, su voluntad, su palabra. No se acepta a

Jesús por la autoridad de la Iglesia, sino al contrario, por la autoridad de Jesús se acepta y se ama a la Iglesia. Lo primero que debe hacer, por tanto, la Iglesia no es presentarse a sí misma a los hombres, sino presentar a Jesucristo.
A este respecto existe un problema pastoral serio. Se denuncia desde muchos sitios y con preocupación el éxodo de numerosos fieles católicos hacia otras confesiones cristianas, en general protestantes. Si se intenta observar un poco desde cerca el fenómeno, se advierte que, en general, estos fieles son atraídos por una predicación más sencilla e inmediata, apoyada toda ella en la aceptación de Jesús como Señor y salvador de la propia vida. Por lo común no se trata de las mayores Iglesias protestantes, sino de pequeñas Iglesias de reciente creación, y a veces incluso de grupos o sectas, que se nutren de una “segunda conversión”. La fascinación que provoca este tipo de predicación en las personas es notable; y no se puede decir que sea siempre una fascinación superficial y efímera, porque cambia con frecuencia la vida de las personas.

         Las Iglesias con una fuerte tradición dogmática y teológica y con un gran aparato legislativo se encuentran a veces en desventaja por su misma riqueza y complejidad de doctrina, frente a una sociedad que ha perdido en gran parte su fe cristiana y que necesita por ello volver a empezar desde el principio, es decir, volviendo a descubrir a Jesucristo. Es como si faltase aún el instrumento adecuado para esta nueva situación que se vive en diversos países cristianos. Estamos más preparados, por nuestro pasado, para hacer pastores que para hacer pescadores de hombres; es decir, más preparados para apacentar a las personas que han permanecido fieles a la Iglesia que para conducir a ella a nuevas personas o para “repescar” a las que se han alejado. Esto nos hace ver la necesidad urgente que tenemos de una evangelización que, aun siendo católica, es decir, abierta a toda la plenitud de la verdad y de la vida cristiana, sea también sencilla y esencial, lo que se logra haciendo de Jesucristo el punto inicial y focal de todo, aquel del que siempre se parte y al que siempre se vuelve.

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No encontramos nada de abstracto ni de escolástico en este modo de hacerse discípulo de Jesús. Es un encuentro de personas; es el inicio de una relación, de una amistad y familiaridad destinadas a durar una vida; más aún, una eternidad. Jesús se vuelve y, dándose cuenta de que lo seguían, se detiene y pregunta: “Qué buscáis?” Le responden: “Rabí, ¿dónde vives?” Y así, casi sin darse cuenta, lo han proclamado su maestro y han decidido que serán sus discípulos. Jesús no les da libros para estudiar o preceptos para retenerlos en la memoria, sino que les dice simplemente: “Venid y lo veréis”. Los invita a estar con él. Fueron y se quedaron con él.
He aquí cómo de un encuentro personal nacen enseguida otros encuentros personales, y quien ha conocido a Jesús lo da a conocer a otros. He aquí, en definitiva, cómo se transmite la buena noticia. Uno de los dos nuevos discípulos era el que escribe, Juan; el otro era Andrés. Andrés fue a decirle a su hermano Simón: “Hemos encontrado al mesías’ (que significa el Cristo). Y se lo presentó a Jesús. Jesús le miró y le dijo: ‘Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas’ (que significa piedra)” (Jn 1,41-42). Así llegó a la fe el jefe mismo de los apóstoles: por testimonio de otro. Al día siguiente Jesús le dice a Felipe: ¡Sígueme! Felipe encuentra a Natanael y le dice:
“He encontrado a aquel de quien Moisés escribió”, y responde a sus objeciones repitiendo las palabras de Jesús: “Ven y verás” (cf Jn 1,46).

Si el cristianismo no es primariamente —como se ha dicho en muchas ocasiones, y con razón— una doctrina, sino una persona, Jesucristo, de ahí se sigue que el anmuncio de esta persona y la relación con ella es lo más importante, el inicio de toda verdadera evangelización y la condición misma de su posibilidad. Invertir este orden y poner las doctrinas y las obligaciones del evangelio por delante del descubrimiento de Jesús sería como poner los vagones de un tren delante de la locomotora que debe arrastrarlos. La persona de Jesús es lo que abre camino en el corazón a la aceptación de todo lo demás. Quien ha conocido una vez a Jesús vivo no necesita otro impulso; es él mismo quien arde en deseos de conocer su pensamiento, su voluntad, su palabra.

 

No se acepta a Jesús por la autoridad de la Iglesia, sino al contrario, por la autoridad de Jesús se acepta y se ama a la Iglesia. Lo primero que debe hacer, por tanto, la Iglesia no es presentarse a sí misma a los hombres, sino presentar a Jesucristo.
A este respecto existe un problema pastoral serio. Se denuncia desde muchos sitios y con preocupación el éxodo de numerosos fieles católicos hacia otras confesiones cristianas, en general protestantes. Si se intenta observar un poco desde cerca el fenómeno, se advierte que, en general, estos fieles son atraídos por una predicación más sencilla e inmediata, apoyada toda ella en la aceptación de Jesús como Señor y salvador de la propia vida. Por lo común no se trata de las mayores Iglesias protestantes, sino de pequeñas Iglesias de reciente creación, y a veces incluso de grupos o sectas, que se nutren de una “segunda conversión”. La fascinación que provoca este tipo de predicación en las personas es notable; y no se puede decir que sea siempre una fascinación superficial y efímera, porque cambia con frecuencia la vida de las personas.


Las Iglesias con una fuerte tradición dogmática y teológica y con un gran aparato legislativo se encuentran a veces en desventaja por su misma riqueza y complejidad de doctrina, frente a una sociedad que ha perdido en gran parte su fe cristiana y que necesita por ello volver a empezar desde el principio, es decir, volviendo a descubrir a Jesucristo. Es como si faltase aún el instrumento adecuado para esta nueva situación que se vive en diversos países cristianos. Estamos más preparados, por nuestro pasado, para hacer pastores que para hacer pescadores de hombres; es decir, más preparados para apacentar a las personas que han permanecido fieles a la Iglesia que para conducir a ella a nuevas personas o para “repescar” a las que se han alejado. Esto nos hace ver la necesidad urgente que tenemos de una evangelización que, aun siendo católica, es decir, abierta a toda la plenitud de la verdad y de la vida cristiana, sea también sencilla y esencial, lo que se logra haciendo de Jesucristo el punto inicial y focal de todo, aquel del que siempre se parte y al que siempre se vuelve.

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Esta insistencia en la importancia de un encuentro personal con Jesucristo no es un síntoma de subjetivismo o de sentimentalismo, sino la traducción al plano espiritual y pastoral de un dogma central de nuestra fe: que Jesucristo es “una persona”. En esta meditación quisiera mostrar cómo el dogma que proclama a Cristo “una persona” no es sólo un enunciado metafísico que ya no interese a nadie, o a lo sumo a algún teólogo, sino al contrario, es el fundamento mismo del anuncio cristiano y el secreto de su fuerza. En efecto, el único modo de conocer a una persona viva es entrar en relación viva con ella.


La Iglesia, en los concilios, ha recogido lo esencial de su fe en Jesucristo en tres afirmaciones: Jesucristo es verdadero hombre; Jesucristo es verdadero Dios; Jesucristo es una sola persona. Se trata de una especie de triángulo dogmático, en el que la humanidad y la divinidad representarían los dos lados y la unidad de persona el vértice. Esto es cierto incluso históricamente. Primero, en la lucha contra la herejía gnóstica, se salvaguardó la humanidad de Cristo. Después, en el siglo iv, en la lucha contra el arrianismo, se salvaguardó su divinidad. Y, por fin, en las controversias cristológicas del siglo y, la unidad de su persona.

 
Después de haber reflexionado en los capítulos anteriores sobre Jesús “verdadero hombre” y sobre Jesús “verdadero Dios”, queremos reflexionar ahora sobre Jesús “persona”. “Enseñamos —dice el concilio de Calcedonia— que Cristo debe ser reconocido como una persona o hipóstasis, no separado ni dividido en dos personas, sino único e idéntico Hijo unigénito, Verbo y Señor nuestro Jesucristo” 1
Es sabida la importancia central de esta verdad, que habla de una unión hipostática o personal entre el hombre y Dios en Cristo. Es el “nudo” que mantiene unidas Trinidad y cristología. Cristo es una persona, y esta persona no es otra que la persona del Verbo, la segunda persona de la Trinidad que, encarnándose en María, empezó a existir también como hombre en el tiempo. Divinidad y humanidad, más que como dos naturalezas, apa1 DENZINGER-SCHÓNMETZER, fl. 302.

recen a esta luz como dos etapas o dos modos de existir de una misma persona: primero fuera del tiempo, después en el tiempo; primero sin carne, luego en la carne. La intuición hace depender, de la manera más directa que se pueda pensar, nuestra salvación de la iniciativa gratuita de Dios; la que refleja mejor, en su misma raíz, la naturaleza profunda de la religión cristiana, que es ser la religión de la gracia, del don, más que de la conquista y de las obras; del descenso de Dios, más que del ascenso a Dios. “Nadie ha subido al cielo —dice Jesús en el evangelio de Juan— sino el que bajó del cielo, el hijo del hombre” (Jn 3,13); y esto quiere decir que no se puede subir hasta Dios si no desciende Dios antes en medio de nosotros; que ninguna cristología que parta radicalmente “desde abajo” (de Jesús “persona humana”) podrá nunca conseguir después “subir al cielo”, es decir, elevarse hasta alcanzar la fe en la divinidad y en la preexistencia de Cristo, como ha demostrado de nuevo la experiencia reciente.
2. “A fin de conocerle a él...”


Pero no es esto lo que me urge sacar a la luz. También este dogma de la única persona de Cristo es una “estructura abierta”, es decir, capaz de hablarnos hoy, de responder a las nuevas necesidades de la fe, que no son las mismas del siglo y. Hoy nadie niega que Cristo sea “una persona”. Hay, como hemos visto, quienes niegan que sea una persona “divina’, prefiriendo decir que es una persona “humana”. Pero la unidad de la persona de Cristo no es contestada por nadie. No es, pues, por esta vertiente tradicional por donde hay que buscar la actualidad del dogma.
En el plano de la vida vivida, lo más importante hoy en el dogma de Cristo “una persona” no es tanto el adjetivo “una” como el sustantivo “persona”. Descubrir y proclamar que Jesucristo no es una idea, un problema histórico, ni tampoco sólo un personaje, sino una persona, y una persona viva. Esto, en efecto, es lo que nos falta hoy, lo que necesitamos urgentemente, para no dejar

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que el cristianismo se reduzca a ideología o simplemente a teología.
También esta verdad forma parte de ese castillo encantado que es la terminología dogmática de la Iglesia antigua, en el cual duermen, en un sueño profundo, ¡os príncipes y las princesas más hermosas, y que basta despertar para que se pongan en pie en toda su gloria. Según el programa que nos hemos trazado —de revitalizar el dogma volviendo a partir de su base bíblica— nos dirigimos ahora a la palabra de Dios. Y como de lo que se trata es de hacer posible a los hombres de hoy un encuentro personal con Cristo resucitado, parto precisamente de la página del Nuevo Testamento que nos habla del más célebre “encuentro personal” con el resucitado que jamás haya acontecido en la tierra: el del apóstol Pablo. “Saulo, Saulo... ¿Quién eres, Señor? ¡Soy Jesús!” Así sucedió este encuentro, del que tanta bendición brotó para la Iglesia naciente (cf He 9,4-5).


Pero escuchemos cómo describe él mismo este encuentro que dividió en dos partes su vida: “Pero todo lo que tuve entonces por ventaja, lo juzgo ahora daño por Cristo; más aún, todo lo tengo por pérdida ante el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien he sacrificado todas las cosas, y las tengo por basura con tal de ganar a Cristo y encontrarme con él; no en posesión de mi justicia, la que viene de la ley, sino de la que se obtiene por la fe en Cristo, la justicia de Dios, que se funda en la fe. Y esto a fin de conocerle a él...” (Flp 3,7-10).


Volveré a evocar aquí de nuevo el momento en que este texto se convirtió para mí en “realidad actuante”, porque la palabra de Dios no se conoce verdaderamente en su naturaleza más profunda sino por los frutos, es decir, por lo que ella ha producido una vez en tu vida o en la vida de otros. Estudiando la cristología había hecho diversas indagaciones sobre el origen del concepto de “persona” en teología, sobre sus definiciones y diversas interpretaciones. Tuve conocimiento de las interminables discusiones en torno a la única persona o hipóstasis de Cristo en el período bizantino, de los estudios modernos sobre la dimensión psicológica de la persona con el consiguiente problema del “yo” de Cristo... En cierto sentido, lo sabía todo sobre la persona de Cristo. Pero, en un determinado momento, hice un descubrimiento desconcertante: sí, lo conocía todo de la persona de Jesús, pero no conocía a Jesús en persona. Conocía la noción de persona más que la persona misma.
Fueron precisamente esas palabras de Pablo las que me ayudaron a comprender la diferencia. Fue sobre todo la frase: “a fin de conocerle a él...”; y, en particular, fue ese pronombre “él” el que me impresionó. Me parecía contener sobre Jesús más cosas que tratados enteros de cristología. “El” quiere decir Jesucristo, mi Señor “en carne y hueso”. Me di cuenta de que yo conocía libros sobre Jesús, doctrinas, herejías sobre Jesús, conceptos sobre Jesús, pero no lo conocía a él, persona concreta, viva. Al menos no lo conocía cuando me acercaba a él a través del estudio de la historia y de la teología. Había tenido hasta entonces un conocimiento impersonal de la persona de Cristo. Una contradicción, una paradoja, pero... ¡qué frecuente!


¿Por qué “impersonal”? Porque este conocimiento nos deja neutrales ante la persona de Cristo, mientras que el conocimiento que tenía Pablo le hacía considerar todo lo demás como pérdida, como basura, y le ponía en el corazón un anhelo irresistible de alcanzar a Cristo, de desprenderse de todo, incluso del cuerpo, para estar con él. La persona es una realidad única. A diferencia de cualquier otra cosa creada, a la persona se la puede conocer sólo “personalmente”, es decir, estableciendo una relación directa con ella, de manera que deje de ser un “eso” y se haga un “él”, o mejor un “tú”.
Desde este punto de vista, el conocimiento de la persona de Cristo difiere incluso del conocimiento de su humanidad y su divinidad, es decir, de las naturalezas de Cristo. Estas, siendo objetos y partes del todo, se pueden objetivar y estudiar. Pero la persona, no. La persona es un sujeto viviente y es un todo. No puede ser por ello captado plenamente sino conservándolo como tal, es decir, entero, y entrando en relación con él. Reflexionando sobre el concepto de persona en Dios, san Agustín, con toda la teología latina en pos de él, llegó a la conclusión de que persona significa “relación”. El pensamiento moderno, incluso el profano, ha confirmado esta intuición. “La verdadera personalidad consiste en recuperarse a sí mismo introduciéndose en el otro” (Hegel). La persona es persona en el acto en el que se abre a un “tú” y en este encuentro adquiere conciencia de si. Ser persona es “ser- en-relación”. Esto vale de modo eminente para las personas divinas de la Trinidad, que son “puras relaciones”, aunque subsistentes; pero, de manera distinta, vale también para toda persona, ya sea la nuestra o la de Cristo. La persona no se conoce, por tanto, en su realidad, sino entrando en “relación” con ella. No se puede conocer por eso a Jesús como persona sino entrando en una relación personal, de tú a tú, con él. En otras palabras, reconociéndolo como propio Señor.

Entrar en una relación personal con Jesús no es como entrar en relación con cualquier otra persona. Para que sea una relacion verdadera ha de llevarnos a reconocer y aceptar a Jesús por lo que es, es decir, Señor. El apóstol, en el texto recordado, habla de un conocimiento de Cristo “superior”, “eminente” e incluso “sublime” (hyperechon), distinto a todos los otros; distinto, ciertamente, de conocer a Jesús “según la carne”, o como diríamos hoy, según la historia, de modo externo y “científico”. Y dice también en qué consiste este conocimiento superior; consiste en reconocer a Cristo como propio Señor: “... ante el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor”. El sublime conocimiento de Cristo, su conocimiento “personal”, consiste, por tanto, en esto: que yo reconozca a Jesús como mi Señor, que es tanto como decir: como mi centro, mi sentido, mi razón de ser, mi supremo bien, el objeto de mi vida, mi alegría, mi gloria, mi ley, mi jefe, mi salvador, aquel a quien pertenezco.
En esto se ve que es posible leer libros y libros —e incluso escribirlos— sobre Jesucristo y, sin embargo, no conocer en realidad a Jesucristo. El conocimiento de Jesús es un conocimiento totalmente especial. Se parece al conocimiento que uno tiene de su madre. ¿Quién conoce de verdad a su madre? ¿El que ha leído muchos libros bellos sobre la maternidad o ha estudiado la idea de madre a través de las distintas culturas y religiones? Cierto que no. Conoce a su madre el hijo que un día, habien d

salido ya de la infancia, aprende que ha sido formado en su seno y que ha venido al mundo a través de sus dolores de parto; toma conciencia del vínculo único en el mundo que existe entre ella y él. Se trata en muchos casos de una revelacion y de una especie de iniciación” en el misterio de la vida.
Así ocurre con Jesús. Conoce a Jesús por lo que él es verdaderamente —es decir, de modo intrínseco, no extrínseco— quien un día, por revelación, no ya de la carne y de la sangre como en el caso de la madre, sino del Padre celeste, descubre que ha nacido de él, de su muerte, y que existe espiritualmente para él. Lo conoce quien, leyendo una vez en Isaías el famoso cántico del siervo sufriente, percibe toda la fuerza misteriosa de esa relación “nosotros-él”, sobre la que se ordena todo el cántico:
“Élha sido traspasado por nuestros pecados; el castigo, precio de nuestra paz, se ha abatido sobre él; a causa de sus llagas hemos sido nosotros curados...
El Señor ha hecho recaer sobre él la perversidad de todos nosotros “(Is 53,5-6).
3. La fe termina en las cosas Revitalizar el dogma que habla de Jesús “una persona” significa pasar de la consideración de la esencia de la persona a la de su existencia; es decir, caer en la cuenta de que Jesús resucitado es una persona existente, que está delante de mí; que me llama por mi nombre, como llamó a Saulo. Es necesario que hagamos realidad también en el ámbito de la fe el programa, propuesto por el filósofo Husserl y por toda la fenomenología, de “ir a las cosas”; de ir más allá de los conceptos, de las palabras, de los enunciados de fe, para alcanzar las realidades de fe tal como son. En este caso, la realidad de fe que es Cristo Jesús resucitado y viviente. “La fe no termina en los enunciados, sino en las cosas”, decía santo Tomás 2 No pode2 SANTO TOMÁS DE AQuINo, S.Th., II-II, 1-2, ad 2.

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mos contentarnos con creer en la fórmula “una persona”; debemos llegar a la persona misma y, en cierto sentido, tocarla.
Existe un conocimiento que es experiencia, es decir, un gustar y tocar. De él habla san Pablo cuando dice: “A fin de conocerle a él...” Aquí “conocer” es clarísimo que significa, según el lenguaje bíblico, “poseer”; no conocer a través de conceptos, sino de manera directa e inmediata. Hablando del resucitado dice san Agustín: “Si uno cuando está en la tierra no puede tocarlo, ¿quién entre los mortales podrá tocarlo sentado en el cielo? Ahora bien, ese tocar (cf Jn 20,17) representa la fe. Toca a Cristo quien cree en Cristo”3. Ocurre en el conocimiento de fe que a veces en un momento nuestro espíritu es “deslumbrado por el esplendor de la verdad como por una lámpara” y se establece entonces “una especie de contacto espiritual” (“quidam spiritalis contactus”) con la realidad creída 4.
No se trata de algo lejano a ti; no está ni en el cielo ni más allá del mar, sino en tu mismo corazón; y quizá sólo necesitas saber reconocerlo. ¿Ha habido un momento en tu vida en el que Cristo se haya perfilado ante tu mirada interior en toda su majestad, dulzura y belleza; en el que te hayas sentido también tú “conquistado por Cristo” (Flp 3,12), como el apóstol? ¿Algún momento, siquiera breve, en el que el misterio de Jesús y de su cuerpo místico te haya fascinado hasta tal punto que hubieras deseado incluso “liberarte de ti mismo para estar con Cristo” y conocerlo de verdad tal como es? ¿Algún momento —quizá en tus años juveniles— en el que se te haya manifestado claramente por un instante la “verdad” de Cristo hasta el punto de que habrías podido resistir por ella al mundo entero? ¿La verdad de las profecías, la verdad de los evangelios, la verdad de todo lo que se refiere a Cristo? Pues ése era el sublime conocimiento de Cristo, obrado en ti por el Espíritu Santo.
La fe termina así verdaderamente en la “cosa”. Oriente y Occidente están concordes en testimoniar este tipo
SAN AGUSTÍN, Sermo243, 1-2 (PL 38, 1144).
SAN AGUSTÍN, Sermo 52, 6-16 (PL 38, 360).

de conocimiento que alcanza la realidad última. “Nuestro conocimiento de las cosas —dice Cabasilas— es doble: el que se puede adquirir escuchando y el que se aprende por experiencia directa. En el primer modo no tocamos la cosa, sino que la vemos en las palabras como en una imagen, y ni siquiera en una imagen exacta de su forma. No podemos encontrar entre las cosas existentes una que sea totalmente igual a otra, y que, usada como modelo, baste para conocer a la primera. Conocer por experiencia, en cambio, quiere decir alcanzar la cosa misma; en este caso la forma se imprime en el alma y suscita el deseo, como una huella proporcionada a su belleza. Pero cuando estamos privados de la idea propia del objeto y recibimos de él una imagen débil y oscura, sacada de sus relaciones con los otros objetos, nuestro deseo se mide en relación a esta imagen y, por tanto, no lo amamos en cuanto es digno de amor, ni sentimos hacia él los sentimientos que podría suscitar, porque no hemos gustado su forma. Pues así como las diversas formas de las distintas esencias, imprimiéndose en el alma la configuran de modo diverso, así ocurre también con el amor. Cuan-
do el amor del salvador no deja entrever en nosotros nada extraordinario y por encima de la naturaleza, es signo manifiesto de que hemos encontrado sólo voces que hablan de él; pero ¿cómo se puede conocer bien por
¡ este medio a aquel a quien nada se le asemeja, que no tiene nada en común con los otros, al que nada se le puede comparar y que con nada puede compararse? ¿Cómo captar su belleza y amarlo de un modo digno de su belleza? Aquellos a los que se les dio un ardor tal que son sacados de su propia naturaleza e inducidos a desear y a realizar obras mayores de las que los hombres pueden concebir, fueron heridos directamente por el esposo; fue él quien deslumbró sus ojos con un rayo de su belleza: el tamaño de la herida es indicio de la flecha, el ardor revela al que nos ha herido” 5.
Cuando el amor del salvador no deja entrever en nosotros nada extraordinario, es signo de que hemos encontrado sólo voces que hablan de él; no a él Si el anuncio
N. CABASILAS, La vida en Cristo II, 8 (PG 150, 552ss).

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que hacemos de Cristo no zarandea a nadie; si es repetitivo y carente de entusiasmo, es señal de que hasta ahora hemos oído sólo voces que hablan de él. No lo hemos oído a éL
Pero ¿cómo devolver a nuestra fe agostada por las fórmulas ese realismo que fue la fuente de su fuerza en los padres y en los santos? Las fórmulas, los conceptos, las palabras han adquirido tanta importancia que a menudo han llegado a transformarse en un gran “aislante” que recubre las realidades e impide que lleguen a afectarnos. Como en la eucaristía, los signos visibles —el pan y el vino— se vacían de sí mismos, se ponen a un lado, por así decirlo, y se reducen a puros signos para dejar sitio a la realidad del cuerpo y de la sangre de Cristo que deben transmitir, así, al hablar de Dios, las palabras deben ser humildes signos, preocupados de transmitir las realidades y las verdades vivas que encierran, y después echarse a un lado. Sólo así las palabras de Cristo podrán revelarse como lo que son, es decir, “Espíritu y vida” (cf Jn 6,63).
Debemos pasar —decía— de la atención a la esencia de la persona a la atención a la existencia de la persona de Cristo. Así describe un filósofo reciente lo que provoca en nosotros el descubrimiento repentino de la existencia de las cosas: “Hace un rato estaba yo en el jardín público. La raíz del castaño se hundía en la tierra exactamente debajo de mi banco. Yo ya no recordaba qué era una raíz. Las palabras se habían desvanecido, y con ellas la significación de las cosas, sus modos de empleo, las débiles marcas que los hombres han trazado en su superficie. Estaba sentado, un poco encorvado, cabizbajo, solo frente a aquella masa negra y nudosa, enteramente bruta y que me daba miedo. Y entonces tuve esa iluminación. Me cortó el aliento. Jamás había presentido antes de estos últimos días lo que quería decir ‘existir’. Yo era como los demás, como los que paseaban a la orilla del mar con sus trajes de primavera. Decía como ellos: ‘el mar es verde’, ‘aquel punto blanco, allá arriba, es una gaviota’; pero no sentía que aquello existía, que la gaviota era una ‘gaviota-existente’; de ordinario la existencia se oculta. Está ahí, alrededor de nosotros, en nosotros, ella es nos-
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otros, no es posible decir dos palabras sin hablar de ella y, finalmente, queda intacta. Cuando creía pensar en ella, evidentemente no pensaba en nada, tenía la cabeza vacía, o sólo una palabra en la cabeza, la palabra ‘ser’... Mas he aquí que, de pronto, estaba allí, tan claro como el día: la existencia, de improviso, se había desvelado”6
Para conocer a Cristo en persona, a él, “en carne y hueso”, es necesario pasar por una experiencia similar. Es necesario caer en la cuenta de que él existe. Esto, en efecto, no sólo es posible ante una raíz de castaño, es decir, ante algo que se ve y que se toca, sino que para la fe también lo es ante las cosas que no se ven y ante el mismo Dios. Así fue como el creyente B. Pascal descubrió una noche al Dios vivo de Abrahán y conservó su recuerdo con breves y encendidas frases exclamativas:
“Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos ni de los doctos. No se le encuentra sino por los enseñados en el evangelio. Certeza, certeza, sentimiento, alegría, paz... Olvido del mundo y de todo fuera de Dios” “. Aquella noche Dios se hizo para él “realidad efectiva”. Una persona “que respira”, como dice P. Claudel.
4. El nombre y el corazón de Jesús
¿Cómo se puede tener una experiencia de ese tipo? Después de haber intentado durante mucho tiempo y por todos los medios alcanzar el ser de las cosas y arrebatarles, por así decirlo, su misterio, una corriente de la filosofía existencial ha tenido que darse por vencida y reconocer (acercándose así, sin saberlo, al concepto cristiano de gracia) que el único modo de que esto pueda ocurrir es que el ser mismo se revele y venga por su propia iniciativa al encuentro del hombre. Y el lugar donde esto puede ocurrir es el lenguaje, que es una especie
de“casa del ser”. Ahora bien, esto es realmente cierto si 6 J.-P. SARTRE, La náusea, Alianza-Losada, Madrid 1984, 163ss.
B. PASCAL, Meniorial, en Pensamientos, Apéndice.

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por “ser” entendemos el ser (Dios o Cristo resucitado) y por “lenguaje”entendemos la palabra o el kerigma. Cristo resucitado en persona se nos revela y podemos encontrarlo personalmente en su palabra. Ella es verdaderamente su “casa”, y el Espíritu Santo abre la puerta a quien llama a ella.
En el Apocalipsis sale al encuentro de la Iglesia diciendo: “Yo soy el primero y el último y el viviente. Estaba muerto pero ahora vivo” (Ap 1,17-18). También ahora, después que ha muerto y resucitado, resuena el “Yo Soy” de Cristo. Cuando Dios se presentó a Moisés con estas palabras, su significado parecía ser: “Yo estoy aquí”, es decir, existo para vosotros; no soy uno de tantos dioses o ídolos de los pueblos que tienen boca y no hablan, que tienen ojos y no ven. ¡Yo existo de verdad! No soy un Dios de razón, un Dios sólo pensado. Lo mismo dice ahora Jesucristo.
¡Si pudiéramos por una vez caer en la cuenta de esto, tener esta experiencia como la tuvo Pablo: “Quién eres, Señor? Soy Jesús!”... Nuestra fe cambiaría entonces; se haría contagiosa. Nos quitaríamos las sandalias de los pies, como hizo aquel día Moisés, y diríamos con Job: “Sólo te conocía de oídas; pero ahora, en cambio, te han visto mis ojos” (Job 42,5). ¡También nosotros tendríamos la respiración entrecortada!
Todo esto es posible. No es exaltación mística; se basa en un dato objetivo, que es la promesa de Cristo: “Dentro de poco —decía Jesús a sus discípulos en la última cena— el mundo ya no me verá; vosotros, en cambio, me veréis, porque yo vivo y vosotros viviréis” (Jn 14,10). Después de su resurrección y ascensión al cielo —porque es a este tiempo al que se refiere Jesús— los discípulos verán a Jesús con una visión nueva, espiritual e interior, a través de la fe, pero tan real que Jesús puede decir simplemente: “Vosotros me veréis”. Y la explicación de todo esto es que él “vive”.
Hay un medio muy sencillo que puede ayudar en este esfuerzo por entrar en contacto con Jesús, y es invocar su nombre: “Jesús!” Sabemos que el nombre es para la Biblia la representación más directa de la persona y, en cierto modo, la persona misma. Es una especie de puerta,


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que permite la entrada en el misterio de la persona. No pertenece a la misma categoría de los otros títulos, de los conceptos y de los enunciados —como el mismo título “persona”—, sino que es algo más, algo distinto. Estos son comunes a otros, pero el nombre es único. Creer en el nombre de Jesús, orar y sufrir por su nombre significa en el Nuevo Testamento creer en la persona de Jesús, orar y sufrir unidos a él; ser bautizados “en el nombre de Jesús” significa ser bautizados en él, incorporados a él.


De Jesús ascendido al cielo no han quedado reliquias o vestigios en la tierra; ha quedado, sin embargo, su nombre; y son innumerables las almas que en todos los siglos, en Oriente como en Occidente, han conocido por experiencia el poder encerrado en este nombre. Israel no poseyó imágenes o representaciones de Dios; pero conoció, en cambio, el nombre como trámite santo para entrar en contacto con él. Ha conocido “la majestad del nombre del Señor su Dios” (Miq 5,3). Ahora la misma majestad es compartida también por el Hijo glorificado.
La Iglesia canta, siguiendo a san Bernardo, la dulzura, la suavidad y la fuerza del nombre de Jesús (“lesu dulcis memoria...”). San Bernardino de Siena renovó su devoción y promovió su fiesta, despertando con este nombre la fe adormecida de ciudades y poblaciones enteras. La espiritualidad ortodoxa ha hecho del nombre de Jesús el vehículo privilegiado para llevar a Dios en el corazón y para llegar a la pureza de corazón. Todos los que aprenden, con sencillez, a pronunciar el nombre de Jesús tienen, tarde o temprano, experiencia de algo que va más allá de toda explicación. Empiezan a valorar este nombre como un tesoro y a preferirlo a cualquier otro título de Cristo que designe su naturaleza o su función. No tienen ni siquiera necesidad de decir “Jesús de Nazaret”, como lo llaman normalmente los historiadores y los estudiosos, porque les basta con decir “Jesús”. Decir “Jesús” es “llamarlo”, establecer un contacto personal con él, como sucede cuando, en medio de la multitud, se llama a una persona por su nombre, y ésta se da la vuelta buscando a quien la ha llamado.


¡Cuántas cosas se llegan a expresar con el simple nombre de Jesús! Según la necesidad y la gracia particular
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del momento y el tono con que se pronuncia, se proclama con él que Jesús es el Señor, es decir, se “afirma” a Jesús contra todo poder del mal y toda angustia; con él se proclama la alegría, se gime, se implora, se llama a la puerta, se dan gracias al Padre, se adora, se intercede...
Otro medio para cultivar este conocimiento “personal” de Jesús, junto con la devoción a su nombre, es la devoción a su corazón. En el Antiguo Testamento, especialmente en los Salmos, cuando más fuerte es la inspiración y más ardiente el deseo del orante de unirse a Dios, se recurre siempre a un símbolo: el rostro. “De ti mi corazón me ha dicho: ‘Busca tu rostro’; es tu rostro, Señor, lo que busco; no me ocultes tu rostro” (Sal 27,8-9); “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿cuándo podré ir a ver el rostro del Se?ior?” (Sal 42,3). El “rostro” indica aquí la presencia viva de Yavé; no sólo su “aspecto”, sino también, en sentido activo, su “mirada”, que se cruza con la de la criatura y la conforta, la ilumina, la alivia. Indica la persona misma de Dios; y tan es así, que el término “persona” deriva precisamente de este significado bíblico de cara, de rostro (prosopon).
Ante Jesús tenemos otra cosa mucho más real a la que “asimos” para entrar en contacto con su persona viva: ¡tenemos su corazón! El rostro era sólo un símbolo metafórico, porque se sabía bien que Dios no tenía un rostro humano; pero el corazón es para nosotros, después de la encarnación, un símbolo real —es decir, es símbolo y realidad al mismo tiempo—, porque sabemos que Cristo tiene un corazón humano; que existe dentro de la Trinidad un corazón humano que palpita. En efecto, si Cristo ha resucitado de la muerte, también su corazón ha resucitado de la muerte; vive, como el resto de su cuerpo, en una dimensión distinta a la de antes —espiritual, no carnal—; pero vive. Si el cordero vive en el cielo “degollado, pero en pie” (cf Ap 5,6), también su corazón comparte este estado; es un corazón traspasado, pero vivo; eternamente traspasado, porque vive para siempre.
Quizá era ésta la certeza que faltaba (o que no estaba suficientemente expresada) en el culto tradicional al sagrado corazón, y que puede contribuir a renovar y revitalizar este culto. El sagrado corazón no es sólo el cora-

zón que palpitaba en el pecho de Cristo cuando estaba en la tierra, que fue traspasado en la cruz y cuya presencia sólo pueden perpetuar entre nosotros la fe y la devoción o, a lo sumo, la eucaristía. No vive sólo en la devoción, sino también en la realidad; no está sólo en el pasado, sino también en el presente. La devoción al sagrado corazón no está ligada exclusivamente a una espiritualidad que privilegia al Jesús terreno y al crucificado, como ha sido durante muchos siglos la latina, sino que está igualmente abierta al misterio de la resurrección y del señorío de Cristo. Cada vez que pensamos en este corazón, que lo sentimos, por así decirlo, palpitar en nosotros, en el centro del cuerpo místico, entramos en contacto con la persona viva de Jesús.
La devoción al sagrado corazón no ha agotado, por tanto, su razón de ser con la dsaparición del jansenismo, sino que sigue siendo al presente el mejor antídoto contra la abstracción, el intelectualismo y ese formalismo que tan árida hace la teología y la fe. Un corazón que palpita es lo que más claramente distingue una realidad viva de su concepto, porque el concepto puede abarcarlo todo de una persona, menos su corazón palpitante.

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Capítulo 6
“EME AMAS?”
El amor a Jesús SANTO TOMÁS distingue dos grandes tipos de amor:
el amor de concupiscencia y el amor de amistad, lo que corresponde en parte a la distinción más común entre eros y agape, entre amor de búsqueda y amor de donación. El amor de concupiscencia —dice— es cuando alguien ama algo (aliquis amat aliquid), es decir, cuando una persona ama una cosa, entendiendo por “cosa” no sólo un bien material o espiritual, sino también una persona si ésta no es amada como tal, sino instrumentalizada y reducida a una cosa. El amor de amistad es cuando alguien ama a alguien (aliquis amat aliquem), es decir, cuando una persona ama a otra persona’.
La relación fundamental que nos vincula a Jesús en cuanto persona es, por tanto, el amor. La pregunta que nos hemos planteado sobre la divinidad de Cristo era:
“Crees?”; la pregunta que debemos hacernos ahora sobre la persona de Cristo es: “EMe amas?” Existe un examen de cristología que todos los creyentes, no sólo los teólogos, deben pasar; y este examen contiene dos preguntas obligatorias para todos. El examinador aquí es Cristo mismo. Del resultado de este examen depende no el acceder o no al sacerdocio o al ministerio de la predicación, ni siquiera acceder o no a una licenciatura en teología, sino el acceso o no a la vida eterna. Y estas dos preguntas son precisamente: “Crees?” y “eme amas?”:
¿Crees en la divinidad de Cristo? ¿Amas a la persona de Cristo?
San Pablo pronunció estas terribles palabras: “Si al¡ SANTO TOMÁS, S.Th., ¡-fi, 27-1.
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guno no ama al Señor, sea anatema” (iCor 16,22); y el Señor del que se habla es el Señor Jesucristo. A lo largo de los siglos se han pronunciado, a propósito de Cristo, muchos anatemas: contra quien negaba su humanidad, contra quien negaba su divinidad, contra quien dividía sus dos naturalezas, contra quien las confundía...; pero quizá se ha pasado por alto el hecho de que el primer anatema de la cristología, pronunciado por un apóstol en persona, es contra aquellos que no aman a Jesucristo.
En esta sexta etapa de nuestro camino de acercamiento a Cristo por la vía dogmática de la Iglesia, queremos afrontar precisamente, con la ayuda del Espíritu, algunas preguntas relativas al amor de Cristo: ¿Por qué amar a Jesucristo? ¿Qué significa amar a Jesucristo? ¿Es posible amar a Jesucristo? ¿Amamos nosotros a Jesucristo?
1. ¿Por qué amar a Jesucristo?
El primer motivo para amar a Jesucristo, el más sencillo, es que él mismo nos lo pide. En la última aparición del resucitado, recordada en el evangelio de Juan, en un determinado momento Jesús se dirige a Simón Pedro y le pregunta tres veces seguidas: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” (Jn 21,16). Dos veces aparece en las palabras de Jesús el verbo agapao, que indica normalmente la forma más elevada del amor, la del agape o la de la caridad, y una vez el verbo phileo, que indica el amor de amistad, el querer o tener afecto por alguien. “Al final de la vida —se ha dicho—, seremos examinados sobre el amor” 2; y así vemos que ocurrió también a los apóstoles:
al final de su vida con Jesús, al final del evangelio, fueron examinados sobre el amor. Sobre nada más.
Como todas las grandes palabras de Cristo en el evangelio, tampoco esta “ame amas?” va dirigida a quien la escuchó la primera vez, en este caso a Pedro, sino a todos aquellos que leen el evangelio. De otro modo el evangelio no sería el libro que es, el libro que contiene palabras que
2 SAN JUAN DE LA CRUZ, Sentencias, 57.

“no pasan” (Mt 24,35). Por lo demás, ¿cómo puede uno que conoce quién es Jesucristo escuchar esa pregunta de sus labios y no sentirse personalmente interpelado, no captar que ese “tú” de “eme amas?” va dirigido precisamente a él?
Esta pregunta nos coloca de pronto en una situación única, nos aísla de todos, nos individua, nos hace personas. A la pregunta “eme amas?” no se puede responder por medio de otra persona o de una institución. No basta formar parte de un cuerpo, la Iglesia, que ama a Jesús. Esto se advierte en el mismo relato evangélico, sin querer con ello forzar el texto. Hasta ese momento, la escena se presenta muy concurrida y animada: junto a Simón Pedro estaban Tomás, Natanael, los dos hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Juntos habían pescado, comido, habían reconocido al Señor. Pero ahora, de pronto, ante esta pregunta de Jesús, todo y todos desaparecen como en la nada, salen de la escena evangélica. Se crea un espacio íntimo en el que se encuentran solos, uno frente a otro, Jesús y Pedro. El apóstol queda cara a cara, aislado de todos, ante aquella pregunta inesperada: “EMe amas?” Una pregunta a la que ningún otro puede responder por él, y a la que él no puede responder —como
ha hecho tantas otras veces— en nombre de todos los demás, sino que debe responder sólo por sí mismo. Y, en efecto, se nota cómo Pedro se ve obligado, por la premura de las tres preguntas, a entrar en sí mismo, pasando de las primeras dos respuestas, inmediatas pero superficiales, a la última, en la que se ve aflorar en él todo el saber de su pasado e incluso su gran humildad: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” (Jn 21,17).
Se debe, por tanto, amar a Jesús porque él mismo nos lo pide. Pero, además, por otro motivo: porque él nos ha amado primero. Era lo que inflamaba, por encima de cualquier otra cosa, al apóstol Pablo: “Me amó —decía— y se entregó a sí mismo por mí!” (Gál 2,20). “El amor de Cristo —decía también— nos apremia, pensando que si uno murió por todos, todos murieron con él” (2Cor 5,14). El hecho de que Jesús nos haya amado primero y hasta el punto de dar su vida por nosotros “nos apremia”, o
—como se puede traducir también— “nos empuja por

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todas partes”, “nos urge dentro”. Se trata de esa ley bien conocida por la que el amor “a ningún amado amar perdona” 3, es decir, no permite a quien es amado no amar a su vez. “Cómo no amar a quien nos ha amado tanto?”, canta un himno de la Iglesia . El amor no se paga más que con amor. Ningún otro precio le es adecuado.
Se debe amar, además, a Jesús sobre todo porque él es digno de amor, amable en sí mismo. Reúne en sí toda belleza, toda perfección y santidad. Nuestro corazón necesita “algo majestuoso” que amar; nada puede por eso satisfacerlo plenamente fuera de él. Si el Padre celeste encuentra en él, como está escrito, “toda complacencia”, si el Hijo es el objeto de todo su amor (cf Mt 3,17; 17,5), ¿cómo no lo ha de ser del nuestro? Si coima y satisface plenamente la capacidad infinita de amar de Dios Padre, ¿cómo no va a colmar la nuestra?
Se debe, además, amar a Jesús porque quien lo ama es amado por el Padre: “Al que me ama —ha dicho— lo amará mi Padre”, y: “El Padre mismo os ama, ya que vosotros me habéis amado” (Jn 14,2 1.23; 16,27).
Se debe amar a Jesús porque sólo quien lo ama lo conoce: “Al que me ama —ha dicho— me manifestaré” (cf Jn 14,21). Si es cierta la máxima de que “no se puede amar lo que no se conoce” (nihil volitum quin praecognitum), es igualmente cierta, especialmente cuando se trata de las cosas divinas, su contraria, es decir, que no se conoce sino lo que se ama. San Agustín lo expresa diciendo que “no se entra en la verdad sino por la caridad” 5. Esta intuición ha sido recogida y revalorizada también por algunas corrientes del pensamiento moderno, como la fenomenología y el existencialismo6. Pero cuando se trata de Cristo y de Dios, es sobre todo la experiencia constante de los santos y de todos los creyentes la que lo confirma. Sin un amor verdadero, inspirado por el Espíritu Santo, el Jesús que se llega a conocer con los más brillantes y agudos análisis cristológicos no es el verdadero Jesús, sino otra cosa. El verdadero Jesús no lo reveDANTE ALIGHIERI, Infierno V, 103.
‘ Adeste fideles: “Sic nos amantem quis non redamaret?”


5 SAN AGUSTÍN, C. Faust., 32,18 (PL 42, 507).
6 Cf M. HEIDEGGER, Elsery eltiempol, 5,29; ed. citada, l5lss.

 

lan “la carne y la sangre”, es decir, la inteligencia y la investigación humanas, sino “el Padre que está en los cielos” (cf Mt 16,17), y el Padre no se lo revela a los curiosos, sino a los amantes; no se lo revela a los sabios y a los inteligentes, sino a los pequeños (cf Mt 25,11).
Se debe, en fin, amar a Jesús porque sólo amándolo se puede guardar su palabra y poner en práctica sus mandamientos. “Si me amáis —ha dicho él mismo—, guardaréis mis mandamientos”, y: “El que no me ama no guarda mi doctrina” (Jn 14,15.24). Esto quiere decir que no se puede ser cristiano en serio, o sea, que no se pueden seguir en la práctica los dictámenes y las exigencias radicales del evangelio, sin un verdadero amor a Jesucristo. Y aunque, por hipótesis, alguno consiguiera hacerlo, sería igualmente inútil; sin el amor, no le serviría para nada. Si uno diese incluso su cuerpo para ser quemado, pero no tuviese caridad, para nada le serviría (cf iCor 13,3). Sin amor falta la fuerza para actuar y para obedecer. Por el contrario, quien ama vuela; nada le parece imposible o demasiado difícil.
2. ¿Qué significa amar a Jesucristo?


La pregunta “qué significa amar a Jesucristo?” puede tener un sentido muy práctico: saber lo que supone amar a Jesucristo, en qué consiste el amor a él. En este caso, la
respuesta es muy sencilla y nos la da Jesús mismo en el evangelio. No consiste en decir “Señor! ¡Señor!”, sino en hacer la voluntad del Padre y en guardar su palabra (cf Mt 7,21). Cuando se trata de una criatura —el esposo, los hijos, los padres, el amigo—, “querer” significa buscar el bien del amado, desearle y procurarle cosas buenas... Pero ¿qué “bien” podemos desearle a Jesús resucitado que no tenga ya? Querer, en el caso de Cristo, significa algo diferente. El “bien” de Jesús —más aún, su “alimento”— es la voluntad del Padre. Por eso amar o querer a Jesús significa esencialmente hacer con él la voluntad del Padre. Hacerla cada vez más plenamente, cada vez con más alegría. “Quien cumple la voluntad de Dios —dice Jesús—, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”

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(Mc 3,35). Todas las cualidades más bellas del amor se compendian para él en ese acto que es hacer la voluntad del Padre.


Podríamos decir que el amor de Jesús no consiste tanto en palabras o buenos sentimientos como en hechos; hacer como ha hecho él, que no nos ha amado sólo con palabras, sino con hechos. Y ¡con qué hechos! Se “anonadó por nosotros y, de rico que era, se hizo pobre”. Un día la beata Angela de Foligno oyó que Cristo le decía:
“No te he amado de broma!”; y por poco no muere de dolor al oír estas palabras, viendo que su amor hacia él no había sido hasta entonces sino eso, una broma .
Pero yo quisiera tomar la pregunta “,qué significa amar a Jesucristo?” en un sentido menos evidente y poco usual. Existen dos grandes mandamientos acerca del amor. El primero es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”; el segundo es: “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37-39). ¿Dónde se coloca el amor, del que estamos hablando, a la persona de Cristo? ¿A cuál de los dos mandamientos pertenece, al primero o al segundo? Más aún:
¿Cristo es el objeto supremo y último del amor humano, o sólo el penúltimo? ¿Es sólo un camino hacia el amor a Dios, o también su término?
Son preguntas de extrema importancia para la fe cristiana y para la misma vida de oración de las almas; y hay que decir que reina sobre ellas una notable incertidumbre y ambigüedad, al menos a nivel práctico. Existen tratados sobre el amor a Dios (De diligendo Deo) en los que se habla largo y tendido del amor a Dios, sin precisar, sin embargo, de qué modo se inserta en él el amor a Cristo:


si se trata de lo mismo o si, por el contrario, el amor a Dios, sin más añadidos, representa un estadio superior, un objeto más alto del amor. Todos están convencidos naturalmente de que el problema del amor del hombre a Dios no se plantea, después de Cristo, del mismo modo que se planteaba antes de él o como se plantea fuera del cristianismo. La encarnación del Verbo, en lo referente
Ii libro della B. Angela da Foligno, Quaracchi, Grottaferrata 1985, 612.

al amor a Dios, no ha traído al mundo sólo un motivo más para amar a Dios, o sólo un ejemplo más, el más alto, de este amor. Ha traído una novedad mucho más grande: ha revelado un rostro nuevo de Dios y, por tanto, un modo nuevo de amarlo, una nueva “forma” de amor a Dios. Pero no siempre se extraen de ello todas las consecuencias, o al menos no siempre son lo suficientemente explicitadas.
Es cierto que desde el tiempo de la regla de san Benito se repite esta máxima: “No anteponer absolutamente nada al amor a Cristo”8 La Imitación de Cristo tiene un capítulo estupendo titulado “Amar a Jesucristo por encima de todo” 9, y san Alfonso María de Ligorio escribió un librito muy popular, titulado Práctica del amor a Jesucristo. Pero en todos estos casos el cotejo, por así decir, es de Cristo para abajo, es decir, entre él y todas las demás criaturas. El sentido es que no se puede anteponer nada al amor de Cristo en el ámbito humano, ni siquiera a uno mismo. En cambio, queda abierto el problema de si hay que anteponer, acaso, algo en el ámbito divino al amor a Cristo.
Se trata de un problema real, que se plantea a causa de algunos precedentes históricos. Orígenes, en efecto, influenciado por la visión platónica del mundo —toda ella penetrada por la tendencia a superar lo que se refiera a este mundo visible—, estableció un principio que ha tenido un gran peso en el desarrollo de la espiritualidad cristiana. Insinúa un término ulterior al del amor a Cristo en cuanto verbo encarnado; presenta un estadio más perfecto del amor, que es aquel en el que se contempla y se ama al Verbo exclusivamente en su forma divina, como era antes de hacerse carne, superando por tanto su forma humana. En otras palabras, se ama propiamente al verbo de Dios, no a Jesucristo. La encarnación era necesaria, según él, para atraer a las almas, como es necesario que se difunda un perfume y se derrame al exterior, fuera del vaso, para poder ser respirado. Pero una vez atraídas por el perfume divino, las almas corren
8 Regla de san Benito, c. IV; cf ya SAN CIPRIANO, De oraL domin., c. 15.
Imitación de Cristo fi, 7.

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para llegar a alcanzar no un simple perfume divino, sino su misma esencia 10
Esta idea de algo que está por encima del amor a Cristo vuelve a despuntar a veces en el transcurso de los siglos bajo la forma de una “mística de la esencia divina”. En ella se pone como vértice absoluto del amor divino la contemplación y la unión con la esencia misma simplicísima de Dios, sin forma y sin nombre, que se hace presente en lo profundo del alma, en la ausencia total de toda imagen sensible, incluso la de Cristo y su pasión. El maestro Eckhart habla de un sumergirse del alma “en el abismo indeterminado de la divinidad”, dando la impresión de considerar el “fondo del alma” más que la persona de Cristo como el lugar y el medio para encontrar a Dios sin intermediarios. “La potencia del alma —escribe— alcanza a Dios en su ser esencial, despojado de todo” 11


Santa Teresa de Avila sintió la necesidad de reaccionar ante esta tendencia presente también en su tiempo en algunos ambientes espirituales, y lo hizo con aquella página famosa en la que afirma con gran vigor que no hay un estadio en la vida espiritual, por muy elevado que sea, en el que se pueda o, peor aún, se deba prescindir de la humanidad de Cristo para fijarse directamente en la esencia divina 12 La santa explica cómo un poco de instrucción y de contemplación la habían alejado durante algún tiempo de la humanidad del salvador, y cómo, en cambio, el progreso en la instrucción y en la contemplación la habían vuelto a conducir a ella definitivamente.
Es significativo el hecho de que en la historia de la espiritualidad cristiana la tendencia que ha propugnado una unión directa con la esencia divina haya sido mirada siempre sospechosamente (como en el caso de la mística
10 ORÍGENES, Comentario al Cantar de los cantares, 1,3-4 (PG 13,93); In Johann 1, 28 (PG 14, 73s); C. Celsum IV, 16 (SCh 136, 220) y sobre todo Comm. in Rom. VII, 7 (PG 14, 1122), donde Orígenes dice que los que están en los inicios de la vida espiritual deben conf ormarse “a la forma de siervo”, es decir, a Cristo hombre, mientras que los perfectos deben esforzarse por conformarse “a la forma de Dios”, es decir, al “Logos puro”.
II ECKHART, Deutsche Predigten und Traktate, edición de J. QUINT, München 1955, 221.261.
12 SANTA TERESA DE AVILA, Vida, 22,lss.


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especulativa renana del siglo xv, y más tarde con los “iluminados”); y sobre todo el hecho de que ésta no haya producido ningún santo reconocido por la Iglesia, aunque haya dejado obras de altísimo valor especulativo y religioso.
El problema que he tocado hasta aquí vuelve a ser de nuevo actual en nuestros días, en un contexto distinto, a causa de la difusión entre los cristianos de técnicas de oración y de formas de espiritualidad de origen oriental. Desde el punto de vista de la fe cristiana no son prácticas malas en sí mismas; forman parte en cierto modo de esa vasta “preparación evangélica”, de la que formaban parte también, según algunos padres, determinadas intuiciones religiosas de los griegos. San Justino mártir decía que todo lo que ha sido dicho o inventado de verdadero y de bueno por cualquiera pertenece a los cristianos, desde el momento en que éstos adoran al Verbo total, del que todas estas “semillas de verdad” no eran más que manifestaciones parciales y provisionales 13 La Iglesia primitiva siguió de hecho este principio, por ejemplo, en su actitud para con las religiones y los cultos mistéricos de su tiempo, que eran también, en general, de origen asiático. Aun rechazando todo el contenido mitológico e idolátrico implicado en tales cultos, no dudó en apropiar- se del lenguaje, e incluso de algunos ritos y símbolos de los cultos mistéricos, en la presentación de los misterios cristianos. Aunque no se debe exagerar el influjo de los cultos mistéricos en la Iglesia cristiana, no se lo puede tampoco negar del todo.
Justamente por esto, un reciente documento del magisterio, dedicado al problema de estas formas de espiritualidad oriental, afirma que “no se deben prejuzgar despectivamente estas indicaciones como no cristianas” 14 Sin embargo, el mismo documento del magisterio tiene razón al poner en guardia a los creyentes contra el peligro de introducir, junto a las técnicas de oración y de


13 Cf SAN JUSTINO, llApología, 10.13.

14 CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta a los obispos de la
Iglesia católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, V, 16, en “L’Osservatore Romano” del 15 de diciembre de 1989.

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meditación, contenidos extraños a la fe cristiana. El punto más delicado es precisamente el que se refiere al puesto de Jesucristo, hombre-Dios. En la lógica interna del hinduismo y del budismo, en los que se inspiran por lo general estas técnicas de meditación, es necesario superar todo lo que es particular, sensible e histórico para sumergirse en el todo o nada divino. Pueden llegar, por tanto, a arrinconar tácitamente la meditación sobre Jesús, cuando para nosotros, cristianos, Jesús es la única posibilidad ofrecida a los hombres para alcanzar la eternidad y el absoluto. Por tanto, no sólo no es necesario dejar a un lado a Cristo para ir a Dios, sino que no se puede ir a Dios si no es “por medio de él” (cf Jn 14,6). El es “el camino y la verdad”; es decir, no es sólo el medio para llegar, sino también el punto de llegada.
Estas formas de espiritualidad son positivas, por tanto, en la medida en que conducen hacia Cristo; pero cambian totalmente de signo y se hacen negativas en el momento en que, en vez de “antes”, son colocadas “después” de Cristo o “más allá” de Cristo. En ese caso entrarían en el intento de “ir más allá” de la fe, que ya el evangelista san Juan censuraba a los antiguos gnósticos (cf 2Jn 9). Son una recaída de la fe en la confianza en las obras. Son un contentarse de nuevo con los “elementos del mundo”, ignorando que en Cristo habita “la plenitud de la divinidad”. Es repetir el error que el apóstol reprochaba a los colosenses (cf Col 2,8-9).
Sin embargo, quizá en todo este asunto del recurso de los cristianos a formas de espiritualidad oriental no basta sólo con hacer una crítica y debamos también hacer una autocrítica. En otras palabras, debemos preguntarnos por qué sucede esto; por qué tantos que van a la búsqueda de una experiencia personal y viva de Dios se ven obligados a buscarla fuera de nuestras estructuras y comunidades. Si asistimos a la búsqueda del Espíritu sin Cristo, quizá sea porque se ha presentado un Cristo y un cristianismo sin el Espíritu.
Pero veamos cómo el dogma de la única persona de Cristo puede dar una respuesta adecuada a todos estos problemas planteados en el pasado por la mística de la esencia divina, y hoy por la difusión de las formas de

espiritualidad oriental. Veamos, en otras palabras, cómo se puede dar una justificación teológica a la afirmación según la cual nada absolutamente se debe anteponer al amor a Cristo, ni en el ámbito humano ni en el divino. En efecto, ¿en quién tiene su término el amor? ¿Quién es su objeto? Hemos visto más arriba que el amor de concupiscencia o eros puede tener como término también las cosas, mientras que el amor de amistad o agape, del que se trata en nuestro caso, no puede tener su término más que en la persona en cuanto persona. Pero ¿quién es la persona de Cristo? Es cierto que, en la línea de las cristologías que hablan de Cristo como de una “persona humana”, todo es distinto. En ella no sólo es posible, sino que es además un deber trascender, al final, también a Cristo, si no se quiere permanecer en el ámbito de las cosas creadas. Si, por el contrario, consideramos con la fe de la Iglesia que Cristo es “una persona divina”, la persona del Hijo de Dios, entonces el amor a Cristo es el amor mismo a Dios. Sin diferencia cualitativa. Es más; ésa es la forma que el amor a Dios ha asumido para el hombre después de la encarnación. El que ha dicho:
“Quien me odia a mí, odia también ami Padre” (Jn 15,23), puede decir también, con el mismo derecho: “Quien me ama a mí, ama también a mi Padre”. En Cristo alcanzamos directamente a Dios, sin intermediarios. He dicho más arriba que amar a Jesús, quererlo, significa esencialmente hacer la voluntad del Padre; pero vemos que esto, más que crear diferencia e inferioridad en relación al Padre, crea igualdad. El Hijo es igual al Padre precisamente por su dependencia absoluta del Padre.
Si el significado perenne de la definición de Nicea es que en todas las épocas y culturas Cristo debe ser proclamado “Dios”, no en un sentido derivado o secundario, sino en el sentido más pleno que la palabra Dios tiene en esa cultura, es cierto entonces también que Cristo no debe ser amado con un amor secundario o derivado, sino con el mismo derecho que Dios. En otras palabras, que en ninguna cultura se puede concebir un ideal más alto que el de amar a Jesucristo.
Es verdad, sin embargo, que Jesús es también “hombre”, y en cuanto tal es nuestro “prójimo”, nuestro “her 130

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mano”, como él mismo se llama (cf Mt 28,10); más aún, el “primogénito entre muchos hermanos” (Rom 8,29). Por eso debe ser amado también con el otro amor. No sólo es la cumbre del primer mandamiento, sino también del segundo. Es la síntesis de los dos mandamientos mayores, que en él se hacen, en cierto sentido, un único mandamiento. El es, como decía san León Magno, “todo por la parte de Dios, y todo por la nuestra”. El mismo, por lo demás, se ha identificado con nuestro prójimo, diciendo que lo que se haga al más pequeño de los hermanos se le hace a él mismo (cf Mt 25,35ss).
Ha habido algunos grandes pensadores y teólogos que, sin plantearse el problema con estos mismos términos, han captado y expresado, sin embargo, perfectamente esta exigencia central de la fe cristiana. Uno de ellos es san Buenaventura. Este no hace ninguna distinción entre Cristo y Dios en lo que se refiere al gran mandamiento del amor. Unas veces su objeto es “Dios”, otras veces es “nuestro Señor Jesucristo”. “Con todo el corazón y con toda el alma —escribe comentando este mandamiento— se debe amar al Señor Dios Jesucristo” 15 El amor a Cristo es para él la forma definitiva y conveniente que ha asumido para nosotros el amor a Dios: “Para esto me he hecho hombre visible —hace decir al verbo de Dios—, para que, habiendo sido visto, pudiera ser amado por ti, yo que no era amado por ti mientras, en mi divinidad, no había sido visto aún ni podía serlo. Por tanto, da el premio debido a mi encarnación y pasión, tú por quien me he encarnado y he padecido. Yo me he dado a ti, date tú a mí” 16


Más explícita y decidida aún es la posición que adopta Cabasilas, que representa un rico filón del pensamiento oriental. Si cito tan a menudo a este autor del medievo bizantino tan poco conocido es porque considero que su libro La vida en Cristo representa una de las obras maestras absolutas de la literatura teológico-espiritual del cristianismo. Toda ella está basada en esta intuición de fondo sencilla y grandiosa: el hombre, creado en Cristo y para

15 SAN BUENAVENTURA, De perf. vitae ad soror., 7.
16 SAN BUENAVENTURA, Vitis mystica, 24.

 

Cristo, no encuentra su realización y su descanso más que en el amor a Cristo. “El ojo —escribe— ha sido creado para la luz, el oído para los sonidos, y cada cosa para aquello hacia lo que está ordenada. Pero el deseo del alma va dirigido únicamente a Cristo. En él está el lugar de su reposo, porque sólo él es el bien, la verdad y todo lo que inspira amor. El hombre tiende a Cristo con su naturaleza, con su voluntad, con sus pensamientos, no sólo por la divinidad de Cristo que es el fin de todas las cosas, sino también por su humanidad: en Cristo encuentra reposo el amor del hombre, Cristo es la delicia de sus pensamientos” 17 La célebre afirmación que hace san Agustín dirigiéndose a Dios: “Nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” 18, es aplicada por Cabasilas claramente, y quizá también intencionadamente, a Cristo. El es “el lugar de nuestro reposo”, aquello a lo que tienden las aspiraciones más íntimas del corazón humano. No como a un objeto distinto del indicado con el término “Dios”, sino como al mismo objeto en la forma que éste ha querido asumir para nosotros y que había proyectado desde la eternidad.
No queremos con esto, en absoluto, ignorar o anular la gran variedad que existe en la manera de acercarse a Dios de las almas, dependiendo ya sea de la diversidad de los dones otorgados a cada uno, ya sea de las dif eren- cias en la psicología y la estructura mental de las personas. Hay quien tiene su amor y su oración más orientados al Padre, quien los tiene más orientados a Jesucristo, quien al Espíritu Santo y quien a la Trinidad en su conjunto, por lo que ama, ora y alaba constantemente “al Padre por medio del Hijo en el Espíritu Santo”. Hay, en fin, quien orienta su amor y su oración simplemente a “Dios”, entendiendo por la palabra “Dios” el Dios-Trinidad de la Biblia, como Angela de Foligno cuando gritaba:
“jQuiero a Dios!” Todos ellos son caminos buenos, ampliamente experimentados por los santos, que se alternan con frecuencia en la vida y en la experiencia de una misma

persona. Por la mutua compenetración de las per17 N. CABASILAS, La vida en Cristo II, 9; VI, 10 (PG 150, 561.681).
18 SAN AGUSTÍN, Confesiones 1, 1; IX, 9.

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sonas divinas entre sí, amando a una se ama a todas, porque cada una está en todas las demás y todas las demás en cada una, por su unidad de naturaleza y voluntad. Lo que he querido decir simplemente es que quien ama a Jesucristo no se mueve por eso en un nivel infenor, en un estadio imperfecto, sino en el mismo nivel que el que ama al Padre.
3. ¿Cómo cultivar el amor a Jesús?
He intentado responder así a la pregunta “qué significa amar a Jesucristo?”, pero soy bien consciente de que lo que he dicho es nada en comparación con lo que se podía decir y que sólo los santos podrían decir. Un himno de la liturgia que se recita con frecuencia en las fiestas de Jesús canta: “Ninguna lengua puede decir, ninguna palabra puede expresar, sólo quien lo ha probado puede creer
lo que es amar a Jesús” 19 Lo nuestro no puede ser sino recoger las migajas que se caen de la mesa de los amos (cf Mt 15,27), es decir, atesorar la experiencia de los grandes amantes de Jesús. Es a ellos, que han tenido la experiencia, a quienes se debe recurrir para aprender el arte de amar a Jesucristo. Por ejemplo, a Pablo, que deseaba liberarse del cuerpo “para estar con Cristo” (cf Flp 1,23), o a san Ignacio de Antioquía, que de camino al martirio escribía: “Es bello morir al mundo por el Señor y resucitar con él... Sólo quiero encontrarme con Jesucristo... Busco a aquel que ha muerto por mí, quiero a aquel que ha resucitado por mí!” 20
Pero ¿se puede amar a Jesús ahora que el Verbo de la vida no se puede ya ver, ni tocar, ni contemplar con nuestros ojos de carne? San León Magno decía que “todo
19 Himno Jesu dulcis memoria.
20 SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, A los romanos, 2,1; 5,1; 6,1.
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lo que había de visible en nuestro Señor Jesucristo ha pasado, con su ascensión, a los sacramentos de la Iglei21. A través de los sacramentos, por tanto, y especialmente a través de la eucaristía, se alimenta el amor a Cristo, porque en ellos se realiza la inefable unión con él. Unión más fuerte que la del sarmiento y la vid, que la del esposo y la esposa y que cualquier otro tipo de unión. Se puede “amar” a Jesucristo por el motivo que hemos ilustrado en el capítulo anterior: porque él es una persona viva y “existente”. Es decir, no es sólo un personaje de la historia o una noción de la filosofía, sino un “tú”, un “amigo” al que se puede amar por ello con un amor de amistad.
Hay infinitas maneras de cultivar esta amistad con Jesús; y cada uno tiene la suya preferida, su don, su camino. Puede ser su palabra, en la que se tiene experiencia de él vivo y en diálogo con nosotros; puede ser la oración. Es necesaria, sin embargo, en todo caso, la unción del Espíritu, porque sólo el Espíritu Santo sabe quién es Jesús y sabe inspirar el amor a él.


Quisiera subrayar un medio que ha sido siempre muy querido por la tradición, especialmente la de la Iglesia ortodoxa: la memoria de Jesis. El mismo se ha como confiado a la memoria de los discípulos cuando dijo:
“Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19). La memoria es la puerta del corazón. “Puesto que el dolor lleno de gracia —escribe también Cabasilas— nace del amor a Cristo, y el amor de los pensamientos que tienen por objeto a Cristo y su amor a los hombres, es muy conveniente conservar tales pensamientos en la memoria, darles vueltas en el alma y no dar nunca descanso a esta ocupación... Pensar en Cristo es la ocupación propia de las almas bautizadas”22 Ya san Pablo ponía en relación el amor a Cristo con su memoria: “El amor de Cristo nos apremia —decía— al pensar que uno ha muerto por todos” (2Cor 5,14). Cuando reflexionamos o sopesamos en la mente (krinantes) este hecho, es decir, que él ha muerto por nosotros, por todos, nos sentimos como impulsa21 S.n LEÓN MAGNO, Discurso 2 sobre la ascensión, 2 (PL 54, 398).
22 CABASILAS, o.c., VI, 4 (PG 150, 653.660).

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dos a amar a Jesús. Pensar en él o recordarlo “enciende” el amor.
En este sentido, podemos decir que para amar a Jesucristo es necesario recuperar y cultivar un cierto sentido de la interioridad y de la contemplación. El apóstol establece esta fórmula: en la medida en que “reforzamos nuestro hombre interior”, Cristo habita por la fe en nuestro corazón; así pues, enraizados y fundados en la caridad llegamos a comprender la anchura, la largura, la altura y la profundidad del “amor de Cristo que sobrepasa todo conocimiento” (cf Ef 3,14-19). Es necesario comenzar, por tanto, reforzando el hombre interior; lo que para un creyente significa creer más, esperar más, orar más, dejarse guiar más por el Espíritu. “Cristo en nosotros, esperanza de la gloria” (cf Col 1,27): ésta es la definición misma de la interioridad cristiana.

La mayor fortuna o gracia que puede tener un joven —especialmente si es llamado al sacerdocio o a cualquier otra forma de anuncio del evangelio— es hacer de él el gran ideal de su vida, el “héroe” del que está enamorado y al que quiere dar a conocer a todos. Enamorarse de Cristo para después enamorar de él a todos los demás en medio del pueblo de Dios. No hay vocación más bella que ésta. Marcar a Jesús como un sello en nuestro propio corazón. En el Cantar de los cantares es más bien la esposa, es decir, el alma —en la interpretación tradicional— la que dice al esposo: “Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo” (Cant 8,6). Pero el esposo, Cristo, ha cumplido por su cuenta esta petición; nos ha puesto de verdad como sello en su corazón y en sus manos. ¡Un sello indeleble de sangre! Pero la invitación es mutua. También la esposa debe marcar a Cristo como sello en su corazón. Ahora bien, por eso Jesús le dice a la Iglesia y al alma: “Ponme como sello sobre tu corazón!”; un sello que no está para impedir que ame a otras personas o cosas —la mujer, el marido, los hijos, los amigos, las almas y todas las cosas bellas—, sino para impedir que se amen sin él, fuera de él o en lugar de él.


Si la Iglesia es en su realidad más profunda la “esposa” de Cristo (cf Ef 5,25ss; Ap 19,7), ¿qué se espera ante todo de una esposa sino que ame a su marido? ¿Hay algo

más importante que pueda hacer? ¿Hay algo que tenga valor si falta esto? Ciertamente el amor a Cristo es “la actividad propia de las almas bautizadas”, la vocación propia de la Iglesia.


Si un joven que se siente llamado al seguimiento radical de Cristo me pidiese un consejo: ¿Qué debo hacer para perseverar en la vocación y ser un día un anunciador entusiasta y eficaz de Cristo?, creo que respondería sin dudar: enamórate de Jesús, trata de establecer con él una relación de amistad íntima y humilde; ve después sereno al encuentro de tu futuro. El mundo intentará seducirte por todos los medios; pero no lo conseguirá, porque “el que está en vosotros es más grande que el que está en el mundo” (cf lJn 4,4).

Después que Pedro respondió: “Señor, tú sabes que te amo”, Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. No se puede, en efecto, apacentar a las ovejas de Cristo ni se les puede anunciar a Jesucristo si no se ama a Jesucristo. Es necesario, como recordaba al principio, hacerse, en cierto modo, poetas para cantar al “héroe”; y sólo el amor puede hacernos verdaderamente tales. Quiera el cielo que al final de la vida y de nuestro “humilde servicio en la casa del héroe” podamos repetir también nosotros a modo de testamento las palabras del poeta: “Por valles y colinas has llevado esta pequeña flauta de caña y con ella has tocado
melodías eternamente nuevas” 23 La melodía eternamente nueva que debemos llevar por valles y colinas hasta los confines de la tierra es para nosotros el nombre dulcísimo de Jesús. 23 TAGORE, Gitanjali, 1.

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Jueves, 05 Mayo 2022 10:47

jesucristo por qué amar

Escrito por

 

 

 

 

 

JESUCRISTO: ¿POR QUÉ AMAR  A JESUCRISTO?

(Es copiado, pero ya no recuerdo bien la fuente; me parece que es de Cantalamessa, algún libros suyo sobre Jesucristo)

 

            Santo Tomás distingue dos grandes tipos de amor: el amor de concupiscencia y el amor de amistad; lo que corresponde, en parte, a la distinción más común entre el amor «eros» y «apagé», entre amor de búsqueda y amor de donación.

            El amor de concupiscencia, dice S. Tomás, es cuando alguien ama algo (aliquis amat aliquid), esto es, cuando se ama alguna cosa, entendiendo por «cosa» no solo un bien material o espiritual, sino también una persona, cuando ésta es reducida a cosa e instrumentalizada como objeto de posesión y disfrute.

            El amor de amistad es cuando alguien ama a alguien (Aliquis amat aliquem), es decir, cuando una persona ama a otra persona (S. Th. I-II, 27,1).

            La relación fundamental que nos vincula a Jesús en cuanto persona es, por tanto, el amor. La pregunta primera que debemos hacernos sobre la persona de Jesús, sobre su divinidad, es ésta ¿Crees? La pregunta segunda que debemos hacernos nos la dirige Él personalmente: ¿Me amas?

            Existe un examen de Cristología que todos los creyentes, no sólo los teólogos, deben pasar; y este examen contiene dos preguntas obligatorias para todos: El examinador aquí es Cristo mismo. Del resultado de este examen depende no el acceder al sacerdocio o una Licenciatura en teología, sino el acceso o no a la vida  eterna. Y estas dos preguntas son precisamente: ¿Crees? ¿Me amas? ¿Crees en la divinidad de Cristo? ¿Amas a la persona de Cristo?

            San Pablo pronunció estas terribles palabras: “Si alguien no ama al Señor, sea anatema, sea condenado” (1Cor 16, 22) y el Señor del que habla es el Señor Jesucristo.

A lo largo de los siglos se han pronunciado, a propósito de Cristo, muchos anatemas: Contra quien negaba su humanidad, contra quien negaba su divinidad, contra quien dividía sus dos naturalezas, contra quien las confundía...pero quizá se ha pasado por alto el hecho de que el primer anatema de Cristología, pronunciado por un apóstol en persona, es contra  aquellos que no aman a Jesucristo.

Esta tarde queremos preguntarnos y responder, con la ayuda del Espíritu Santo, que siempre viene en nuestra ayuda, si le invocamos como lo hacemos ahora en silencio y personalmente, mientras meditamos y nos preguntamos dentro de nosotros: ¿Por qué amar a Jesucristo? ¿Es posible amar a Jesucristo? ¿Amamos nosotros a Jesucristo?

 

 

I.  ¿POR QUÉ AMAR A JESUCRISTO?

 

1.1 Porque Él es Dios y vino en nuestra búsqueda para abrirnos a todos las puertas de la amistad eterna con nuestro Dios Trino y Uno.

 

 

1.2 El segundo motivo para amar a Jesucristo y el más sencillo, es que Él mismo nos lo pide.En la última aparición del resucitado, recordada y descrita en el evangelio de san Juan, en un determinado momento, Jesús redirige a Simón Pedro y le pregunta tres veces seguidas: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” (Jn 21. 16).

Dos veces aparece en las palabras de Jesús el verbo agapao, que indica normalmente la forma  más elevada del amor, la del agape o la de caridad, y en una el verbo phileo, que indica el amor de amistad, el querer o tener afecto por alguien.

            «Al final de la vida, dice san Juan de la Cruz, seremos examinados de amor» (Sentencia 57); y así vemos que ocurrió también a los Apóstoles: al final de su  vida con Jesús, al final del evangelio, fueron examinados de amor. Y sólo de amor; no fueron examinados de conocimientos bíblicos, de sacrificios, de liturgia, de sagrada Biblia.

            Como todas las grandes palabras de Cristo en el evangelio tampoco ésta “¿me amas?” va dirigida tan sólo al que la escuchó la primera vez, en este caso a Pedro, sino a todos aquellos que leen el evangelio. De lo contrario, el evangelio no sería el libro que es, el libro que contiene las palabras “que no pasarán” (Mt 24, 35), las palabras  de Salvación dirigidas a todos los hombres de todas las épocas.

            Por eso, quien conoce a Jesucristo y escucha estas palabras de Cristo dirigidas a Pedro, sabe que van dirigidas a todos los creyentes , que nos sentimos interpelados por ellas lo  mismo que Pedro ¿Me amas?

Y a esta pregunta hay que responder personal e individualmente, porque de pronto nos aísla de todos, nos pone en una situación única y se dirige a cada uno. No se puede responder por medio de otras personas o de una institución. No basta formar parte de un cuerpo, la Iglesia, que ama a Jesús. Esto se advierte en el mismo relato evangélico, sin querer con ello forzar el texto.

Fijaos bien, queridos hermanos, que hasta ese momento la escena se presenta muy animada y concurrida: junto a Simón Pedro estaban Tomás, Natanael, los dos hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Juntos habían pescado, comido, habían reconocido al Señor. Pero ahora, de pronto, ante esta pregunta de Jesús, todos desaparecen de la escena, se quedan sólo los dos: Cristo y Pedro.

Desaparece todo: la charla, el pescado; la barca queda fuera de escena. Se crea un espacio íntimo en el que se encuentran solos, uno frente a otro, Jesús y Pedro. El apóstol queda cara a cara, aislado de todos, ante aquella pregunta inesperada: ¿Me amas?

Es una pregunta a la que ningún otro puede responder por él y a la que él no puede responde en nombre de todos como hizo en otras ocasiones del evangelio, sino que debe hacerlo en nombre personal y propio, responder de sí mismo y por sí mismo.

Y, en efecto, se nota como Pedro se ve obligado, por la premura de las tres preguntas, a entrar en sí mismo, pasando de las dos primeras respuestas, inmediatas, pero rutinarias y superficiales, a la última, en la que se ve aflorar en él todos el saber de su pasado peronal, e incuso su gran humildad: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” (Jn 21, 17)

Por tanto, la primera razón que yo pondría para responder a la primera pregunta que nos hacemos, de por qué debemos amar a Jesús, es: Porque Él mismo nos lo pide.

Ahora bien, quizás antes de responder debemos pensar quién nos lo pide. Me lo pide Jesús que lo tiene todo, porque es Dios, que no tiene necesidad de mi, qué le puedo yo dar que Él no tenga, es Dios. Entonces por qué me lo pide: porque lo tiene todo, menos mi fe y confianza en Él, menos mi amor, si yo no se lo doy. Luego me lo pide por amor, para amarme más, para poder entregarse más a mí, me lo pide, porque quiere vivir en amistad conmigo y empezar ya una amistad eterna, que no acabará nunca.

 

1.3. Una tercera razón o motivo para amar a Jesús sería: Porque “Él nos amó primero”.

En esto ponía san Juan la esencia de Dios: “Dios es amor... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y entregó a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”.

Esto era lo que inflamaba, por encima de cualquier otra cosa, al apóstol Pablo: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20). “El amor de Cristo, decía también, nos apremia –charitas Dei urget nos--, pensando que si uno murió por todos, todos murieron con Él (2Cor 5,14).

El hecho de que Jesús nos haya amado primero y hasta el punto de dar su vida por nosotros “nos apremia-urget nos”, o como se puede traducir también, “nos empuja por todas parte”, “nos urge dentro”.

Se trata de esa ley bien conocida por ser innata, por la que el amor «a ningún amado amar perdona» (Dante ), es decir, no permite no corresponder con amor a quien es amado.

¿Cómo no amar a quien nos amó primero y tanto? «Sic nos amantem, quis non redamaret» (Adeste fideles) cantamos en la Navidad. El amor no se paga más que con amor. Otra moneda, otro precio no es el adecuado. ¿Por qué hemos de ser tan duros con Jesús? Si Él nos amó primero y totalmente, cómo no corresponderle?

¡Qué misterio tan inabarcable, tan profundo, tan inexplicable, el misterio del Dios de los católicos, del único Dios, pero digo de los católicos, porque a nosotros, por su Hijo, nos ha sido revelado en mayor plenitud que a los judíos o mahometanos, porque todas las religiones tiene rastro de Dios.

Nuestro Dios nos pide amor en libertad, desde la libertad, no por obligación. Esto es lo grande. Se rebaja a pedir el amor de su criatura pero no la obliga. Y esa criatura responde: «Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo; te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman», como nos enseñó el ángel en Fátima, en nombre de la Virgen.

 

 

1.4. Debemos amar a Cristo porque el cristianismo esencialmente es una Persona, Jesucristo, antes que verdades y mensaje y celebraciones.

 

            La religión cristiana esencial y primariamente es una persona, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, antes que conocimientos y cosas sobre Él. Cristiano quiere decir que cree y acepta y ama a Jesucristo. El cristianismo es tener una relación y amistad personal con Él, tratar de amar como Cristo, pensar y amar como Él. Y en toda relación la amistad debe ser mutua. La amistad existe no cuando uno ama, sino cuando los dos aman y se aman. Entonces, si partimos de la base que ya hemos establecido, de que Él nos ama y nos ama primero, es lógico que nosotros respondamos con amor, si queremos ser cristianos, es decir, amigos de Jesús.

            Por otra parte, un cristianismo sin amistad con Cristo, es el mayor absurdo que pueda darse. Porque a nadie se le obliga a ser cristiano. Es libre. La libertad viene de la voluntad de optar y comprometerse por Cristo, todo lo cual nos está hablando de amor y correspondencia de amistad..

Sólo quien ama a Cristo puede ser cristiano auténtico y coherente. Si tú quieres serlo, has de amarlo. Lo absurdo del cristianismo es que muchos se consideran cristianos, sin conocer y amar personalmente a Cristo. Es un cristianismo sin Cristo. Un cristianismo de verdades y sacramentos, pero sin personas divinas, sin Cristo, sin relación y amistad personal con Él, no es cristianismo, no es religión que nos religa y une a Él personalmente, es un absurdo, es puro subjetivismo humano, inventad por el hombre.

 

 

1. 5 Debemos amar a Cristo porque merece ser amado, es digno de nuestro amor, nos ha ganado con su amor,es amable por sí mismo y por sus obras, por lo que ha hecho por nosotros. Reúne en sí toda la belleza y hermosura de la creación, del hombre, del amor, de la vida, de la santidad, de toda belleza y perfección.

Nuestro corazón necesita algo grande para amar. Cristo es lo más grande y bello y maravilloso y fiel y grandioso y amable que existe y puede existir; nadie ni nada fuera de él puede amarnos y llenarnos de sentido de la vida y felicidad como Él. Atrae todo el amor del Padre: “Este es mi hijo muy amado, en el que me complazco”. Es el “esplendor de la gloria del Padre”, reflejo de su ser infinito. Si el Padre eterno e infinito se complace en Él, y Jesucristo colma y satisface plenamente la capacidad infinita de amar del Padre Dios ¿cómo no colmará la nuestra?

Por eso, a quien ama a Jesucristo, a su Hijo, el Padre le ama con amor de Espíritu Santo, esto es, con el mismo amor con que Dios se ama, que es el Amor persona divina, el mismo Amor con que Dios le ama: “Si alguno me ama, mi Padre le amará, y vendremos a Él y haremos morada en él”; “Al que me ama, mi Padre le amará”; “El Padre mismo os ama, ya que vosotros me habéis amado”. (Jn 14. 21.23; 16, 27).

(Poner aquí lo de la primera comunión)

 

1.6 Debemos amar a Jesucristo para conocerlo y gozarnos con su amor en plenitud.A Cristo no se le conoce hasta que no se le ama. El amor es el que no hace penetrar en  su misterio. Le conocemos en la medida en que le amamos. Y esto tiene que ver mucho con la oración que es conocimiento de amor y por amor. Las verdades no se comprenden hasta que no se viven. Mediante el amor, por contacto y conocimiento por afecto y encuentro y contacto de unión, que nos une a la persona amada y nos hace descubrir su intimidad, podemos conocer en plenitud, más que por el conocimiento frío y abstracto del entendimiento. Las madres conocen a los hijos por amor, incluso en sus males y enfermedades de cuerpo y alma. Los místicos conocen más y mejor que los teólogos.         Pentecostés. Cristo se había manifestado a los apóstoles por la palabra y los milagros y su vida, pero siguieron con miedo y las puertas cerradas y no le predicaron y eso que le habían visto morir por amor extremo al Padre y a los hombres, como ampliamente le había dicho en la Última Cena. Sin embargo, cuando en Pentecostés conocen a Cristo hecho fuego de Amor de Espíritu Santo, entonces ya no pueden callarlo y lo predican abierta y plenamente y llegan a conocerlo de verdad.

La oración afectiva es  como el fuego que nos alumbra y nos da calor a la vez; da conocimiento de amor; es como dice san Juan de la Cruz el madero encendido, que alumbra y da calor y amor;  amor que nos pone en contacto con la persona amada. San Agustín: no se entra en la verdad, sino por la caridad.

La experiencia constante de todos los santos y los creyentes nos confirman esta verdad. Sin amor verdadero, sin amistad con Cristo, sin amor de Espíritu Santo, no llegamos a conocer plenamente a Cristo. El Jesús que se llega a conocer con los mas brillantes y agudos análisis cristológicos, no es el Cristo completo, la “verdad completa” de Cristo. Esto les pasó a los Apóstoles, y eso que habían visto todos sus milagros y escuchado todas sus predicaciones.

Al verdadero y fascinante y seductor y “más bello entre los hombres” no lo “revelan ni la carne ni la sangre”, esto es, la inteligencia y los sentidos y la investigación de los hombres, sino “El Padre que está en los cielo... Él nos lo ha dado a conocer” (Mt 16,17), y el Padre no se lo revela a los curiosos , sino a los que le buscan sinceramente. El Padre no se lo revela “a los sabios y entendidos de este mundo, sino a los sencillos” (Mt 25, 11).

 

 

 

1.8 Debemos amar a Jesucristo porque Él es el único Salvador de los hombres.

 

 

1.9 Debemos amar a Jesucristo porque queremos vivir, amar y ser felices con Él eternamente. Sólo amándolo a Él, podemos vivir su vida, su evangelio, su palabra y poner en práctica sus mandamientos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” “El que no me ama, no guarda mi doctrina” (Jn 14, 15. 24).

            Esto quiere decir que no se puede ser cristiano enserio, no se pueden cumplir sus exigencias radicales y evangélicas sin un verdadero amor a Jesucristo, que con su amor hecho gracia y fuerza divina, nos ayudará a cumplir con sus mandamientos con perfección. Sin amor a Cristo falta la fuerza  para actuar y obedecer. Por el contrario, quien ama, vuela en el cumplimientos de su voluntad por amor; nada le parece imposible al que ama.

 

 

 

4. Debemos amar a Cristo porque Él se quedó para eso en el Sagrario en amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres.

 

 

II QUÉ SIGNIFICA AMAR A JESUCRISTO

 

Esta pregunta ¿qué significa amar a Jesucristo? Puede tener un sentido muy práctico: saber lo que supone amar a Jesucristo, en qué consiste el amor a Cristo.

En este caso, la respuesta es muy sencilla y nos ha da el mismo Jesús en el evangelio. No consiste en decir “Señor, Señor sino en hacer la voluntad del Padre y en  guardar su palabra” (Mt 7, 21). Cuando se trata de personas «querer» significa buscar el bien del amado, dearle y procurarle cosas buenas.

Pero ¿qué bien podemos darle a Jesús resucitado, Dios infinito, que Él no tenga? Querer en el caso de Cristo significa algo diferente. El «bien de Jesús» más aún su “alimento” es la voluntad de su Padre. Por eso, amar o querer a Jesús significa esencialmente hacer con El la voluntad del Padre. Hacerla cada día más plenamente, cada vez con más alegría: “Quien cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo, dice Jesús, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Y en otro pasaje evangélico más amplio nos dice: “Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día”.

Para Jesucristo todas las cualidades más bellas del amor se compendian en este acto que es hacer la voluntad del Padre, cumplir sus mandamientos. Podríamos decir que el amor de Jesús no consiste tanto en palabras o buenos sentimientos como en hechos; hacer como la hecho Él, que no nos ha amado sólo por propia iniciativa sino porque ese es el proyecto del Padre, para eso nos ha soñado y creado el Padre por amor cuando nuestros padre más nos quisieron, y para eso existimos; y todo esto, no sólo de palabras o sueños, sino con obras, con hechos. Y ¡qué hechos, Dios mío! “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él”.

¿Qué significa amar a Jesucristo? Para nosotros, amar a Jesucristo, Hijo de Dios, significa también no sólo amarle como hombre, sino como Dios, sin diferencia cualitativa. Es más, esta es la forma que el amor a Dios ha asumido después de la Encarnación. El amor a Cristo es el amor a Dios mismo. Por eso Jesús ha dicho: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” . Como se ve es amor al Dios Trinitario: “Quien me odia a mí, odia también a mi Padre”. En Cristo alcanzamos directamente a Dios, sin intermediarios.

He dicho más arriba que amar a Jesús, quererlo, significa esencialmente hacer la voluntad del Padre; pero vemos que esto, más que crear diferencia e inferioridad en relación al Padre, crea igualdad. El Hijo es igual al Padre precisamente por su dependencia absoluta del >Padre. Cristo es Dios como el Padre. No debe ser amado en un sentido secundario o derivado, sino con el mismo derecho que Dios Padre. En una palabra, el ideal más alto para  un cristiano es el de amar a Jesucristo.

Pero Jesús también es hombre. Es nuestro prójimo: “primogénito entre muchos hermanos” (Rom 8, 29). Por eso, debe ser amado también con el otro amor. No sólo es la cumbre del primer mandamiento, sino también del segundo.

«¡Para esto me he hecho hombre visible! –hace decir san Buenaventura al Verbo de Dios-, para que, habiendo sido visto, pudiera ser amado por ti, yo que no era amado por ti, mientras estaba en mi divinidad. Por tanto, da el premio debido a mi encarnación y pasión, tú por quien me he encarnado y he padecido. Yo me he dado a ti, date tú también a mí» (Vitis mystica, 24).

Por eso, lo que yo he pretendido decir es que quien ama a Jesucristo no se mueve por eso en un nivel inferior o en un estadio imperfecto, sino en el mismo nivel que el que ama al Padre. Cosa que santa Teresa sintió la necesidad de expresar, reaccionando contra la tendencia presente en su tiempo y en determinados ambientes espirituales, donde amar la humanidad de Jesucristo se consideraba más imperfecto que amar su divinidad. Según la santa no hay estado espiritual, por muy elevado que sea, en el que se pueda o se deba prescindir de la humanidad de Cristo para fijarse directamente en la divinidad o en la esencia divina. La santa explica cómo una mala interpretación de la contemplación la había alejado durante algún tiempo de la humanidad del Salvador y cómo, en cambio, el progreso en la contemplación la había vuelto a conducir a ella definitivamente (Vida, 22,1ss).

 

 

III ¿CÓMO CULTIVAR EL AMOR » JESUCRISTO?

 

Soy consciente de que todo lo que he dicho respondiendo a la pregunta, qué significa amar a Jesucristo, es nada en comparación con lo que se podría haber dicho y que sólo los santos pueden decir en plenitud sobre este tema. Un himno de la Liturgia que se recita con frecuencia en las fiestas de Jesús, dice: «Ninguna lengua puede decir, ninguna palabra puede expresar, sólo quien lo ha probado puede creer, lo que es amar a Jesús» (Himno Iesu dulcis memoria).

Lo nuestro no es sino recoger las migajas que caen de la palabra y escritos del evangelio y de los santos, que son lo que  atesoran gran experiencia de amor a Jesús. Es a ellos, que han tenido la experiencia de Cristo, de Dios, a quienes se debe recurrir para aprender el arte de amar a Jesús. Por ejemplo, a Pablo: “para mi la vida es Cristo... no quiero saber más que mi Cristo, y éste crucificado... vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí...”, “deseo liberarse del cuerpo para estar con Cristo” (Fil 1,23); o san Ignacio de Antioquia, que de camino hacia el martirio, escribía: «Es bello morir al mundo por el Señor y resucitar cn él... Sólo quiero encontrarme con Jesucristo... busco a aquel que ha muerto por mí, quiero a aquel que ha resucitado por mí» (los Romanos 2,1; 5,1; 6,1).

Pero se puede amar a Jesucristo ahora que el Verbo de la Vida no está visible para nosotros, no le podemos ver, tocar ni contemplar con nuestros ojos de carne?

San León Magno decía que «todo lo que había de visible en nuestro Señor Jesucristo ha pasado, con su Ascensión, a los sacramentos de la Iglesia» (Discurso 2 sobre la Ascensión). A través de la Eucaristía, que es memorial, no puro recuerdo, sino misterio que hace presente a Cristo total, desde que nace hasta que sube a la derecha del Padre; en la Eucaristía no encontramos con el mismo Cristo de Palestina, pero ya glorificado y se alimenta el amor a Cristo porque en ella, por la sagrada comunión, se realiza inefablemente la unión con Él. Él es una persona viva, viva y existente, no difunta.

Hay infinitos modos y caminos para amar a Jesús. Cada uno de nosotros tiene el suyo. Puede ser su Palabra leída, meditada, interiorizada. Puede ser el diálogo con el amigo, entre dos personas que se aman. Puede ser sobre todo la Liturgia, la Eucaristía, el oficio de Lectura.. En todo caso siempre es necesaria la Unción del Espíritu Santo, porque sólo el Espíritu Santo sabe quién es Jesús y sabe inspirar el amor a Él-

Yo voy a habar de uno que considero esencial. La oración personal, sobre todo eucarística, que según santa Teresa «oración mental... no es otra cosa sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». (Ver mis temas).

La mayor fortuna o gracia que puede tener un joven especialmente si es llamado al sacerdocio o a cualquier forma de seguimiento, es hacer de Él es gran ideal de su vida, el héroe del que está enamorado y al que quiere dar a conocer a todos. Enamorarse de Cristo para después enamorar de Él a todos los demás. No hay vocación más bella que esta. Marca a Jesús como un sello en nuestro propio corazón. Un sello indeleble de sangre.

 

 

 

 

4. ¡Eternidad!, ¡eternidad!

Hemos llegado, por fin, al momento de recoger el fruto de todo el camino hecho: la eternidad. Aquí nos detendremos. Nos ceñiremos en torno a esta palabra hasta hacerla revivir. Le daremos calor, por así decirlo, con nuestro aliento hasta que vuelva a la vida. Porque eternidad es una palabra muerta; la hemos dejado morir como se deja morir a un niño o a una niña abandonada que nadie amamanta ya. Como sobre una carabela en ruta hacia el nuevo mundo, cuando ya se había perdido toda esperanza de llegar a alguna meta, resonó de pronto, una mañana, el grito del vigía: “Tierra!, ¡tierra!”, así es necesario que resuene en la Iglesia el grito: “Eternidad! ¡eternidad!”


¿Qué ha sucedido con esta palabra, que en otro tiempo era el motor secreto o la vela que empujaba a la Iglesia peregrina en el tiempo, el polo de atracción de los pensamientos de los creyentes, la “masa” que levantaba hacia arriba los corazones, como eleva las aguas en la marca alta? La lámpara se ha puesto silenciosamente bajo el celemín, la bandera ha sido replegada como en un ejército en retirada “EJ más allá se ha convertido en una broma, en una exigencia tan incierta que no sólo ya nadie la respeta, sino que ni siquiera se formula; hasta el punto de que se bromea incluso pensando que había un tiempo en que esta idea transformaba la existencia.


Este fenómeno tiene un nombre muy concreto. Definido en relación al tiempo, se llama secular ismo o temporalismo definido en relación al espacio, se llama inrnanentjsmo Este es hoy el punto en el que la fe, después de haber acogido una cultura determinada, debe demostrar que sabe también contestarla desde dentro de ella misma, impulsándola a superar sus cerrazones arbitrarias y sus incoherencias.
Secularismo significa olvidar o poner entre paréntesis el destino eterno del hombre, aferrándose exclusivamen te al saeculum es decir, al tiempo presente y a este mun

24 S. IKIERKEGAARD, Postilla conclusiva 4, en Obras oc., 458.
94

do. Está considerado como la herejía más difundida y más insidiosa de la era moderna; y, desgraciadamente, todos estamos, unos de una manera y otros de otra, amenazados por ella. A menudo también nosotros, que en teoría luchamos contra el secularismo, somos sus cómplices o sus víctimas. Estamos “mundanizados”; hemos perdido el sentido, el gusto y la familiaridad con lo eterno. Sobre la palabra “eternidad”, o “más allá” (que es su equivalente en términos espaciales), ha caído en primer lugar la sospecha marxista, según la cual ésta aliena del compromiso histórico de transformar el mundo y mejorar las condiciones de la vida presente, y es, por ello, una especie de coartada o de evasión. Poco a poco, con la sospecha, han caído sobre ella el olvido y el silencio. El materialismo y el consumismo han hecho el resto en la sociedad opulenta, consiguiendo incluso que parezca extraño o casi inconveniente que se hable aún de eternidad entre personas cultas y a la altura de los tiempos. ¿Quién se atreve a hablar aún de los “novísimos”, es decir, de las cosas últimas —muerte, juicio, infierno, paraíso—, que son, respectivamente, el inicio y las formas de la eternidad? ¿Cuándo oímos la última predicación sobre la vida eterna? Y, sin embargo, se puede decir que Jesús, en el evangelio, no habla de otra cosa que de ella.

¿Cuál es la consecuencia práctica de este eclipse de la idea de eternidad? San Pablo refiere el propósito de los que no creen en la resurrección de la muerte: “Comamos y bebamos, que mañana moriremos” (iCor 15,32). El deseo natural de vivir “siempre”, deformado, se convierte en el deseo o frenesí de vivir “bien”, es decir, placenteramente. La calidad se resuelve en la cantidad. Viene a faltar una de las motivaciones más eficaces de la vida moral.
Quizá este debilitamiento de la idea de eternidad no actúa en los creyentes del mismo modo; no lleva a una conclusión tan grosera como la referida por el apóstol; pero actúa también en ellos, sobre todo disminuyendo la capacidad de afrontar con coraje el sufrimiento. Pensemos en un hombre con una balanza en la mano: una de esas balanzas que se manejan con una sola mano y tienen en un lado el plato sobre el que se colocan las cosas que se van a pesar y en el otro una barra graduada que determina el peso o la medida. Si se apoya en el suelo o se pierde la medida, todo lo que se ponga en el plato hará elevarse la barra y hará inclinarse hacia la tierra la balanza. Todo lleva ventaja, todo vence fácilmente, incluso un montoncillo de plumas.

Pues así somos nosotros, a eso nos hemos reducido. Hemos perdido el peso, la medida de todo, que es la eternidad, y así las cosas y los sufrimientos terrenos arrojan fácilmente nuestra alma por tierra. Todo nos parece demasiado pesado, excesivo. Jesús decía: “Si tu mano o tu pie son para ti ocasión de pecado, córtatelos y tíralos lejos de ti. Más te vale entrar en la vida manco o cojo que con las dos manos o los dos pies ser arrojado al fuego eterno. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, sácatelo y tíralo lejos de ti. Es mejor entrar con un solo ojo en la vida que con dos ojos ser arrojado al fuego” (cf Mt 18,8- 9). Aquí se ve cómo actúa la medida de la eternidad cuando está presente y operante; a lo que es capaz de llegar. Pero nosotros, habiendo perdido de vista la eternidad, encontramos ya excesivo que se nos pida cerrar los ojos ante un espectáculo poco conveniente.
Al contrario, mientras estás en la tierra, abrumado por la tribulación, coloca con la fe, en la otra parte de la balanza, el peso desmesurado que es el pensamiento de la eternidad, y verás cómo el peso de la tribulación se hace más ligero y soportable. Digámonos a nosotros mismos: ¿Qué es esto comparado con la eternidad? Mil años son “un día” (IPe 3,8), son “como el ayer que ya pasó, como un turno de la vigilia de la noche” (Sal 90,4). ¿Pero qué digo “un día”? Son un momento, menos que un soplo.
A propósito de pesos y de medidas, recordemos lo que dice san Pablo, que también en punto de sufrimiento le había tocado en suerte una medida insólitamente abundante: “El peso momentáneo y ligero de nuestras penalidades produce, sobre toda medida, un peso eterno de gloria para los que no miramos las cosas que se ven, sino
25 S. KIERKEGAARD, II van gelo del/e sofferene, 6, en Obras, o.c.,
879ss.

las que no se ven; pues las visibles son temporales, las invisibles eternas” (2Cor 4,17-18). El peso de la tribulación es “ligero” precisamente porque es “momentáneo”, el de la gloria está “sobre toda medida” precisamente porque es “eterno”. Por eso el mismo apóstol puede decir: “Estimo que los padecimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que ha de manifestarse en nosotros” (Rom 8,18).

San Francisco de Asís, en el célebre “capítulo de las esteras”, hizo a sus hermanos un memorable discurso sobre este tema: “Hijos míos, grandes cosas hemos prometido; pero mucho mayores nos las tiene Dios prometidas sí observamos las que le prometimos y esperamos con certeza las que él nos promete. El deleite del mundo es breve, pero la pena que le sigue después es perpetua; pequeño es el sufrimiento de esta vida, pero la gloria de la otra es infinita”   Nuestro amigo filósofo Kierkegaard expresaba con un lenguaje más refinado este mismo concepto del Pobrecillo. “Se sufre —decía— una sola vez, pero el triunfo es eterno. ¿Qué quiere decir esto? ¿Que se triunfa también una sola vez? Así es. Sin embargo, hay una dif eren- cia infinita: la única vez del sufrimiento es un instante, pero la única vez del triunfo es la eternidad; de esa vez que se sufre, una vez que pasa, no queda nada; y lo mismo, pero en otro sentido, de la única vez que se triunfa, porque no pasa nunca; la única vez del sufrimiento es un paso, una transición; la única vez del triunfo es un triunfo que dura eternamente”

27
Me viene a la mente una imagen. Una masa de gente heterogénea y ocupada: hay quien trabaja, quien ríe, quien llora, quien va, quien viene y quien está aparte y sin consuelo. Llega jadeando, desde lejos, un anciano y dice al oído del primero que encuentra una palabra; después, siempre corriendo, se la dice a otro. Quien la ha escuchado corre a repetírsela a otro, y éste a otro. Y he
26 Florecillas, c. XVIII, en SAN FRANCISCO DE Asís, Escritos y biografías, Ed. Católica, Madrid 1971, 112.
27 S. KIERKEGAARD, Las obras del amor II, 1, Guadarrama, Madrid
1965.

aquí que se produce un cambio inesperado: el que estaba por el suelo desconsolado se levanta y va corriendo .i decírselo a los de su casa, el que corría se detiene y vuelve sobre sus pasos; algunos que reñían, mostrandu amenazadoramente su puño cerrado el uno bajo la barbilla del otro, se echan los brazos al cuello llorando. ¿Cuál ha sido la palabra que ha provocado este cambio? ¡La palabra “eternidad”!

La humanidad entera es esta muchedumbre. Y la palabra que debe difundirse en medio de ella, como una antorcha ardiente, como la señal luminosa que ios centinelas se transmitían en otro tiempo de una torre a otra, es precisamente la palabra “ieternidad!, ¡eternidad!”. La Iglesia debe ser ese anciano mensajero. Debe hacer resonar esta palabra en los oídos de la gente y proclamarla desde los tejados de la ciudad. ¡Ay si también ella perdiese la “medida”!; sería como si la sal perdiese el sabor. ¿Quién preservará entonces la vida de la corrupción y de la vanidad? ¿Quién tendrá el coraje de repetir aún a los hombres de hoy aquel verso lleno de sabiduría cristiana:
“Todo, excepto lo eterno, en el mundo es vano”? Todo, excepto lo eterno y lo que de alguna manera conduce a ello.

Filósofos, poetas, todos pueden hablar de eternidad y de infinito; pero sólo la Iglesia —como depositaria del misterio del hombre— puede hacer de esta palabra algo más que un vago sentimiento de “nostalgia de lo totalmente otro”. Existe, en efecto, este peligro. Que “se introduzca la eternidad en el tiempo, doblegándola por medio de la fantasía”. “Así interpretada produce un efecto mágico. No se sabe si es un sueño o una realidad, y se tiene la impresión de que ella misma se ha puesto a jugar dentro del instante, clavándole sus ojos de una manera melancólica y soñadora”28. El evangelio impide que se vacíe así la eternidad, llamando inmediatamente la atención sobre lo que ha de hacerse: “Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (Le 18,18). La eternidad se convierte en la gran “tarea” de la vida, aquello por lo que afanarse noche y día.


28 S. KIERKEGAARD, El concepto de la angustia, 4, oc., 272.

Nostalgia de eternidad

Decía que la eternidad no es para los creyentes sólo nostalgia de lo totalmente otro”. Y, sin embargo, también es eso. No es que yo crea en la preexistencia de s almas y, por tanto, que hemos caído en el tiempo, espués de haber vivido primero en la eternidad y gustao de ella, como pensaban Platón y Orígenes. Hablo de ostalgia en el sentido de que hemos sido creados para la ternidad, en el corazón la anhelamos; por eso está inquieto e insatisfecho hasta que reposa en ella. Lo que Agustín decía de la felicidad, lo podemos decir también de la eternidad: “Dónde he conocido la eternidad para recordarla y desearla?” 29
¿A qué se reduce el hombre si se le quita la eternidad del corazón y de la mente? Queda desnaturalizado, en el sentido fuerte del término, si es verdad, como dice la misma filosofía, que el hombre es “un ser finito, capaz de infinito”. Si se niega lo eterno en el hombre, hay que exclamar al momento, como hizo Macbeth después de haber matado al rey: “... desde este instante no hay nada serio en el destino humano: todo es juguete; gloria y renombre han muerto. ¡El vino de la gloria se ha esparcido!” 3° Pero creo que se puede hablar también de nostalgia de eternidad en un sentido más sencillo y concreto. ¿Quién es el hombre o la mujer que repasando sus años juveniles no recuerda un momento, una circunstancia en la que ha tenido como un barrunto de la eternidad, se ha como asomado a su umbral, la ha vislumbrado, aunque quizá no sepa decir nada de aquel momento? Recuerdo un momento así en mi vida. Era yo un niño. Era verano y, acalorado, me tendí sobre la hierba con la cara hacia arriba. Mi mirada era atraída por el azul del cielo, atravesado acá y allá por alguna ligera nubecila blanquísima. Pensaba: “Qué hay sobre esa bóveda azul? ¿Y más arriba aún? ¿Y más arriba todavía?” Y así, en oleadas sucesivas, mi mente se elevaba hacia el infinito y se per29 Cf SAN AGUSTÍN, Confesiones X, 21.
3 W. SHAKESPEARE, Macbeth, act. II, esc. 3, citado por S. KIERKEGAARD, El concepto de la angustia, 4, oc., 262.

día, como quien mirando fijamente al sol queda deslumbrado y no ve ya nada. El infinito del espacio reclamaba el del tiempo. “Qué significa —me decía— eternidad? ¡Siempre más! ¡Siempre más! Mil años, y no es más que el principio”. De nuevo mi mente se perdía; pero era una sensación agradable que me hacía crecer. Comprendía lo que escribe Leopardi en El infinito: “Me es dulce naufragar en este mar”. Intuía lo que el poeta quería decir cuando hablaba de “interminables espacios y sobrehumanos silencios” que se asoman a la mente. Tanto, que me atrevería a decir a los jóvenes: “Paraos, tumbaos boca arriba sobre la hierba, si es necesario, y mirad una vez el cielo con calma. No busquéis el estremecimiento del infinito en otra parte, en la droga, donde sólo hay engaño y muerte. Existe otro modo bien distinto de salir del ‘límite’ y sentir la emoción genuina de la eternidad. Buscad el infinito en lo alto, no en lo bajo; por encima de vosotros, no por debajo de vosotros”.
Sé muy bien lo que nos impide hablar así la mayoría de las veces, cuál es la duda que quita a los creyentes la “franqueza”. El peso de la eternidad —decimos para nosotros— será todo lo desmesurado que se quiera y mayor que el de la tribulación, pero nosotros cargamos con nuestras cruces en el tiempo, no en la eternidad; nuestras fuerzas son las del tiempo, no las de la eternidad; caminamos en la fe, no en la visión, como dice el apóstol (2Cor 5,7). En el fondo, lo único que podemos oponer al atractivo de las cosas visibles es la esperanza de las cosas invisibles; lo único que podemos oponer al gozo inmediato de las cosas de aquí abajo es la promesa de la felicidad eterna. “Queremos ser felices en esta carne. ¡Es tan dulce esta vida!”, decía ya la gente en tiempos de san Agustín.

Pero es precisamente éste el error que nosotros los creyentes debemos desvanecer. No es en absoluto verdad que la eternidad aquí abajo sea sólo una promesa y una esperanza. ¡Es también una presencia y una experiencia! Es el momento de recordar lo que hemos aprendido del dogma cristológico. En Cristo “la vida eterna que estaba junto al Padre se ha hecho visible”. Nosotros
—dice Juan— la hemos oído, la hemos visto con nuestros ojos, la hemos contemplado y tocado (cf lJn 1,1-3). Con

Cristo, verbo encarnado, la eternidad ha hecho irrupción en el tiempo, y nosotros tenemos experiencia de ello cada vez que creemos, porque quien cree “tiene ya la vida eterna” (cf lJn 5,13). Cada vez que en la eucaristía recibimos el cuerpo de Cristo; cada vez que escuchamos de Jesús las “palabras de vida eterna” (cf Jn 6,68). Es una experiencia provisional, imperfecta, pero verdadera y suficiente para darnos la certeza de que la eternidad existe de verdad, de que el tiempo no lo es todo.
La presencia, a manera de primicias, de la eternidad en la Iglesia y en cada uno de nosotros tiene un nombre propio: se llama Espíritu Santo. Es definido como “garantía de nuestra herencia”(Ef 1,14; 2Cor 5,5), y nos ha sido dada para que, habiendo recibido las primicias, anhelemos la plenitud. “Cristo —escribe san Agustín— nos ha dado el anticipo del Espíritu Santo con el cual él, que de ningún modo podría engañarnos, ha querido darnos seguridad del cumplimiento de su promesa, aunque sin el anticipo la habría ciertamente mantenido. ¿Qué es lo que ha prometido? Ha prometido la vida eterna, de la que es anticipo el Espíritu que nos ha dado. La vida eterna es posesión de quien ya ha llegado a la morada; su anticipo es el consuelo de quien está aún de viaje. Es más exacto decir anticipo que prenda: los dos términos pueden parecer similares, pero hay entre ellos una diferencia no despreciable de significado. Tanto con el anticipo como con la prenda se quiere garantizar que se mantendrá lo que se ha prometido; pero mientras la prenda es devuelta cuando se alcanza aquello por lo que se la había recibido, el anticipo, en cambio, no es restituido, sino que se le añade lo que falta hasta completar lo que se debe” 31 Por el Espíritu Santo gemimos interiormente, esperando entrar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios (cf Rom 8,20-23). El, que es “un Espíritu eterno” (Heb 9,14), es capaz de encender en nosotros la verdadera nostalgia de la eternidad y hacer de nuevo de la palabra eternidad una palabra viva y palpitante, que suscita alegría y no miedo.
El Espíritu atrae hacia lo alto. El es la Ruah Jahv, el aliento de Dios. Se ha inventado recientemente un método para sacar a flote naves y objetos hundidos en el fondo del mar. Consiste en introducir aire en ellos mediante cámaras de aire especiales, de manera que los restos se desprenden del fondo y van subiendo poco a poco al ser más ligeros que el agua. Nosotros, los hombres de hoy, somos como esos cuerpos caídos en el fondo del mar. Estamos “hundidos” en la temporalidad y en la mundanidad. Estamos “secularizados”. El Espíritu Santo ha sido infundido en la Iglesia con un objetivo similar al descrito: para elevarnos del fondo, hacia arriba, cada vez más arriba, hasta hacernos volver a contemplar el cielo infinito y exclamar llenos de gozosa esperanza: “Eternidad!, ¡eternidad!”

 

 

 

JESUCRISTO

 

(Para iniciar una charla sobre Jesucristo. Está copiado de Mons. Egea. Pero ya no recuerdo el libro)

 

No es fácil hablar de Jesucristo. Porque Jesucristo rompe todos nuestros esquemas mentales, no es una persona que se estudia, sino Alguien en quien está la plenitud de la divinidad y con quien se van trabando lazos de amistad a medida que uno seva compenetrando con Él.

Lo que yo pueda decirte sobre Jesucristo va a reflejar muy pobremente lo que yo siente por Él. Jesús es alguien con quien vivo y por quien vivo. Es como el horizonte de mi vida. Se me de memoria mi itinerario de encuentro con Él. Primera Comunión, monaguillo, comunión diaria, Sagrario, Seminario, oración.

A pesar de todo, hablamos poco de Él. Hablamos más de las verdades sobre Él y predicadas por Él, pero poco de su persona, poco de las personas divinas. Estoy hablando de la misma Iglesia y en sus predicaciones y en nuestras conversaciones privadas o comunitarias. Cómo le vamos conociendo y amando, que vericuetos tiene este caminar hacia el encuentro con Él, qué dificultades. Hablamos más de los derechos de los pobres, de los abandonados, de las obras de misericordia, del amor humano, matrimonial... y está bien. Pero el fundamento de todo es la persona de Cristo. Y el cristianismo es Cristo, su persona que se encarna, predica y nos salva. Sin Cristo no hay cristianismo. Y Cristo es una persona que vive, que no está difunta. Y para cumplir lo que Él nos manda, hay que amarle a Él primero porque es la razón de todo lo que vivimos y hacemos. Sin llegar a una amistad personal con Él es imposible comprender las razones de la moral y vida cristiana. Y más en estos tiempos tan difíciles para el cristianismo, para la fe y mora cristiana. Porque hoy no basta un amor ordinario a Cristo, hoy hace falta un amor extraordinario a su persona y verdad. Sin amistad personal con Él no se puede ser y vivir el cristianismo, la vida y el amor y el matrimonio según Cristo.  Porque a Cristo sólo se le comprende en la medida en que se le ama; sin amor a Cristo no se comprende el cristianismo. Sin amistad con Cristo, el cristiano se desfonda, pierde fuerza, firmeza en su vivir, porque las fuerzas sólo pueden venir de nuestra amistad personal con Él.

He sido testigo muchas veces de cómo cuando los hombres y mujeres se encuentran con Él y lo toman en serio vibran de manera especial. Mucha gente del mundo es crítica con la Iglesia, pero la figura de Cristo ha arrastrado y llenado de admiración a muchos durante siglos hasta dejarlo todo por seguirle, porque les atrae y cautiva; ven en Él el ideal de sus vidas y acuden a Él como realidad viviente y liberadora.

En esta charla no voy a tratar de probarte y convencerte de nada; ni menos voy a intentar comerte el coco, según se dice vulgarmente. Sencillamente, sólo voy a tratar de hablarte y expresarte mi fe y confianza y vivencia de Cristo, tal como yo la veo y trato de vivirla en amistad permanente con Él

Desde luego yo veo en primer lugar a Jesús como mi gran amigo, al mismo tiempo que amigo de todos los hombres. Te ruego que no veas en esta charla más que a un amigo –Gonzalo- que te habla del mejor amigo que tiene y ha encontrado –Jesús-, y te habla por si quieres tú también hacerte amigo de Jesús o si ya eres amigo, potenciar esa amistad.

Podrías imaginarte la siguiente escena: un buen día suena el teléfono y te dicen: es para ti: ¿Quién llama? Jesús. Qué Jesús. El de Nazaret. Te desconciertas un poco y sigues preguntando: Qué quieres? Charlar un rato contigo. Desearía que me conocieses un poco más, pero personalmente. Quería decirte quien soy, contarte el sentido y la razón de mi vida, por qué vine al mundo y me hice hombre como tú, cómo vine en tu búsqueda para abrirte las puertas de la amistad eterna con el Padre, por qué prediqué y anduve polvoriento y sudoroso por los caminos de Palestina... porque veo que tú andas buscando sin encontrar sentido a tu vida, y en el fondo me estás buscando sin encontrarme porque me buscas por caminos equivocados, y por eso no acabas de encontrarme. Y por eso te llamo, para que no pierdas el tiempo y nos encontremos ya para siempre. Mañana, a las .... nos vemos (hora de la charla). Y esa hora, y esa tarde es hoy, ahora, en estos momentos.

Sería maravilloso que al final de esta charla, en la que yo pretendo darte a conocer un poco a Jesús, tú le dijeses: Jesús, aquí tienes otro amigo, dispuesto a llegar a donde sea.

 

 

 

 

 

OTRA INTRODUCCIÓN SOBRE JESUCRISTO

(Copiada)

 

Su vida pública duró menos de tres años. No tuvo ningún cargo en la vida social o política. Casí no tenía dinero, ninguna propiedad y poquísimoas pertenencias. No escribió ningún libro. Jamás empleó las fuerza. Fue odiado por las autoridades. Su doctrina es y fue de enorme trascendencia. Fue deternido, condenado, torturado y ejecutado.

Y sin embargo... está vivo en lso creyentes y en os no creyentes. Porque su figura y su codtrina sintetiza todo lo que cualquer persona anhela en los más profundo de su ser.

Su muerte ha sido la más famosa de la historia. Ninguna ha  causado tanta conmoción y tantas luchas durante los últimos viente siglos. Su resurrección fue el acontecimiento más importante de todos ls siglso.

Hoy, dos mil años después, cerca de dos mil millones de hombrs y mujeres hacen profesion de seguirle.

No es fácil adoptar una actitud neutral ante Él. Ningún ser humano ha sido tan amado y tan odiado adorado y despreciado, aclamado y contestado.

Dos hechos parecen evidentes en el muindo de hoy. Primero: Existe un interés creciente por la persona de Jesús. Segudno: pese a que la Biblia sigue siendo el libro mas vendido del mundo, la ignoracióa respecto a la persona y el mensaje de Jesús sigue siendo grande.

Existe mucha confusi´n sobre el alcance de su afirmaciones, sobre el contenido de su doctrina, la razón de su merute, las pruebas des u resurrección, la esperanza de su vuelta.

Sin embargo, si los datos que poseemos de Jesús son verdaderos, y no hay ninguna razón seria paradudarlo, resulta absolutamente evidente que Jesús es la realidad más frandisa del universo. Ha transformado el mundo y al hombre. Personalmente todo cambió en mi vida desde que le encontré por la oración. Jamás pude imaginar que sería tan feliz y tan verdad su persona y amor. En su amistad he ido creciendo, como sacerdote y amigo, como amigo sacerdote. Para mí es lo mas grande y hermoso que he conocido, que tengo, que me ilumina, me llena, que vivie en mí y conmigo en unidad de amor y vida.

Por eso para mí no hay ni puede haber mejor noticia que daros a conocer  su persona y el camino por donde lo encontré. La oración, la oración, la oración personal, permanente, que me llevó a la conversión permanente, a vaciarme de todo lo mío para que Él me habitara y me llenara totalmente. Y por eso es la mejor noticia que puedo daros y comunicaros, el mayor gozo. Y por eso, esta tarde quiero hablaros de Él.

 

 

 

JESUCRISTO, HOMBRE EXTRAORDINARIO

(Me comprometí con Cristo de José Gea

 

 

Jueves, 05 Mayo 2022 10:46

humildad en santa Teresa

Escrito por

Humildad en santa Teresa: pedagogía de la oración

 

Justamente por este desasimiento interior, que es olvido de nosotros mismos, conecta Teresa con la humildad. El olvido de sí se vive en el abandono voluntario, gozoso en las manos de Dios. Orientación o actitud que está exigida por la esencia de la oración-amistad: afirmación del Amigo como aquel para quien vivimos y en cuyas manos nos ponemos.

Reiteradamente vuelve Teresa sobre la importancia de la humildad en la vida y en la práctica de la oración. Basten algunos textos: «Como este edificio va todo fundado en humildad, mientras más llegados a Dios, más adelante ha de ir esta virtud, y si no, va todo perdido». «Lo que yo he entendido es que todo este cimiento de la oración va fundado en humildad, y que mientras más se abaja un alma en la oración, más la sube Dios». «Todo el bien de la oración fundada sobre la humildad» 51 «Todo este edificio —como he dicho— es su cimiento humildad» 52

Pero la Maestra de oración no se contenta con ponderar la
importante relación que media entre oración y humildad. Le interesa mucho más definir bien la humildad. «Siempre humildad delante..., mas es menester entendamos cómo ha de ser esta humildad, porque creo el demonio hace mucho daño para no ir adelante gente que tiene oración, con hacerles entender mal la humildad»

49V 12,4. 50V 22,11. 51V 10,5. 52 7M 4,9. 53V 13,14. «Porque en otra parte dije mucho del daño que nos hace, hijas, no entender bien esto de la humildad y propio conocimiento, no os digo más aquí, aunque es lo que más importa» (IM 2,13). «Cumple mucho tratéis de entender cómo ejercitaros en la humildad. Y éste es un punto de ella y muy necesario para todas las personas que se ejercitan en la oración» (C 17,1).

        Si los capítulos sobre el «desasimiento de todo lo criado» son una confesión de la opción por Dios, las páginas consagradas a la humildad tienden más explícitamente a manifestar el dinamismo y operatividad de esa opción. Humilde es el hombre que daja a Dios protagonizar vida. Es el que le da la iniciativa y la elección del camino para la realización concreta de la amistad. «El verdadero humilde ha de ir contento por el camino que le llevare Dios». No imponer ni exigir. Ni siquiera «aconsejar» a Dios por dónde nos tiene que llevar. «Su Majestad sabe mejor lo que nos conviene; no hay para qué le aconsejar lo que ha de dar».

El Dios de nuestra oración cristiana no es un Dios pasivo, meramente receptivo y oyente de las palabras y deseos del hombre. Es el protagonista por excelencia. El guía y El escoge. El hombre debe reconocerlo y aceptarlo. «Guíe su Majestad por donde quisiere». «No está esto en vuestro escoger». Importa solamente atenerse a las exigencias del amor, dejando en manos de Dios la propia suerte, «descuidarse de sí y de todo».

Humilde es, pues, quien acepta el protagonismo de Dios. Protagonismo que se niega cuando el orante «se preocupa» o «hace mucho caso de sí» auscultándose en su oración y «exigiendo» a Dios el cambio de situación cuando ésta le resulta dolorosa. «Oh humildad, humildad! No sé qué tentación me tengo en este caso que no puedo acabar de creer a quien tanto caso hace de estas sequedades, sino que es un poco de falta de ella» . Profundizando en esta línea, aproximará la humildad a la pobreza de espíritu. Y define ésta como «no buscar consuelo ni gusto en la oración —, sino consolación en los trabajos por amor de El, que siempre vivió en ellos» 60 Sobre la humildad hace recaer todo el peso de su razonamiento desaprobando la conducta de quienes desean alcanzar la contemplación infusa: «Humildad, humildad; por ésta se deja vencer el Señor a cuanto de El queremos» Humildad es amar

54 C 17, tít.; cf. ib., 6
55 2M 1,8
56 V 11,13.
57 C 17,7.
58 Ib., 5
9 3M. 1,6 Más adelante vuelve a decirnos que tenemos que sacar «de las sequedades humildad, y no inquietud» (ib., 9).
60 V 22,11.
61 4M 2,10.


servir al Amigo sin interés y no pensar que «por nuestros servicios miserables se ha de alcanzar cosa tan grande» 62.

La aceptación del protagonismo de Dios no sólo, ni principalmente, se refiere al acto de la oración o al camino oracional que puede llevar el hombre, contemplación infusa o difícil oración ascética. Se trata de aceptar este protagonismo en la vida, en su desarrollo concreto, tanto a nivel personal como a escala de humanidad. No hay que desmoronarse cuando la vida golpea y desbarata los propios planes, cuando no llega el fruto que se espera y por donde y como se espera. Dios tiene sus caminos, sus ritmos. Y no se le ha ido el mundo de las manos. Ni el propio, ni el del entorno, la historia. No hay que traerle a nuestro «concierto», sino que «el concierto de nuestra vida sea lo que su Majestad ordenare de ella» 63. El abandono de la empresa es siempre en este caso claudicación. El hombre humilde no abandona la lucha porque le parezca masticar el fracaso y gustar la inutilidad y sin sentido de continuar en la brecha. Insobornable al desaliento por lo mismo que cimentado en el Dios agente de salvación y gracia.

Pero esta aceptación es activa y dinámica, no resignación fatalista y cobarde ante lo que nos desborda. La aceptación del protagonismo de Dios no justifica ningún absentismo; compromete vivamente al hombre en la acción.

Para Teresa, reconocer el protagonismo de Dios es poner fundamento último y motivación inextinguible al coprotagonismo humano. La humildad genera osadía, intrepidez y animosidad en la empresa de transformar todo según los designios de Dios.

Gustaba fundamentar Teresa su tesis en Dios mismo. «Su Majestad es amigo de ánimas animosas». El «animarse a grandes cosas» es propio de quien se apoya y se ampara en la fuerza de Dios. La fe en el Dios que conduce salvíficamente la historia de los hombres se hace desde la acción perseverante y esperanzada. Más de una vez la Santa se refirió a «las almas cobardes —con amparo de humildad—», que quedan atrapadas por la mediocridad. Basta recordar el fabuloso capítulo segundo de las primeras Moradas, donde nos habla del propio conocimiento «ratero y cobarde» que agarrota al hombre, «le arrincona y aprieta», y le impide, por eso, volar. Simplemente vivir. Y dice que «todo esto les parece humildad».

62 Ib.
63 3M 2,6. El texto es más revelador enmarcado en estas «moradas» de las «almas concertadas».
6 V 13,2.
65 Ib.
1M 2,11.

 

Del lado contrario, nos certifica que «no ha visto [ninguna] de estas [ánimas animosas] que quede baja en este camino» 67. Por ello exhorta encarecidamente: «No entendamos cosa en que se sirve más el Señor, que no presumamos salir con ella... Esta presunción querría yo en esta casa, que hace siempre crecer la humildad: tener una santa osadía, que Dios ayuda a los fuertes... ».

La fortaleza en el empeño es patrimonio del humilde, porque sólo el humilde reconoce y disfruta la acción salvífica de Dios en su hoy y en el hoy de la historia.

Y esto le lleva inevitablemente, como actitud permanente, a un discernimiento serio de lo que es la voluntad de Dios y de su respuesta. «Entender bien la humildad» es saber la verdad. Es cuestión previa o, si se quiere, intrínseca a la aceptación del protagonismo de Dios. De este modo se evita ideologizar el dato primero de nuestra fe: que él conduce y guía a su pueblo por caminos de salvación. Y, a la vez, se evita deformar en su raíz la actitud del hombre con abdicaciones evasionistas y absentismos paralizantes. Sólo a los comprometidos, a quienes no se quedan en el camino, se les asegura el triunfo. «Tengo por cierto que todos los que no se quedaren en el camino, no les faltará esta agua viva» 69 La amistad con Dios es de los es forzados. De los que realizan la verdad.

 

 

<<DETERMINADA DETERMINACIÓN>>


Estamos ante una de las expresiones más típicamente teresianas  y ma íntimamente vinculadas a su pedagogía de la oración. El lector menos atento advierte con facilidad que la palabra salta con frecuencia a las páginas de las obras de la Doctora Mística.

Empiezo por hacer una obligada aclaración: la «determina. da determinación» no es otro presupuesto junto a esas «cosas necesarias» sobre las que Teresa hace recaer lo más importante de su pedagogía oracional. Se trata más bien de una actitud que define al orante en su totalidad y que engloba, penetrándolas, esas mismas <cosas necesarias>. Es como si dijera que no basta darse, sino que hay que hacerlo con valentía, decididamente, con firmeza, comprometiendo a fondo toda la persona en la opción hecha de «seguir por el camino de la oración» «al que tanto nos amé». Sin esta decisión firme y convencida toda pedagogía teresiana pierde fuerza y unidad. Se le priva de la raíz que la alimenta y que fructifica en orantes. Por eso está más que justificado el que se la destaque y atraiga la atención del lector sobre ella.

67 V 13,2.
C 16,8.
C 19,15.

 

Absolutamente necesaria la «determinada determinación», porque nadie se encuentra hecha, entre las manos, la oración. Antes, por el contrario, el hombre experimenta enormes y persistentes resistencias en su camino. Resistencias que llegan desde fuera, del ambiente que respiramos, de la «teología» que se nos sirve El ambiente no se lo puede crear el hombre según sus gustos e ideas. Ni siempre se oyen las palabras que se quiere. Por eso, nadie puede esperar a tener una situación externa, que juzga propicia y adecuada, para vivir. Ni puede entregar su vida al sueño y a la utopía de orar cuando todo le convida a ello.

70 En el tiempo de la Santa se trataba de la oposición de ciertos teólogos. Con ellos polemiza Teresa con viveza y cierta ironía en Camino (cf. particularmente los capítulos 20-21). No se entienden y confunden a todos «Ni sabdis cuál es oración mental, ni cómo se ha de rezar la vocal, ni qué es contemplación; porque si lo supieseis, no condenaríais por un cabo lo que alabáis por otro» (C 22,2). Exhorta: «Ningún caso hagáis de los miedos que os pusieren, ni de los peligros que os pintaren» (C 21,5), «dejaos de estos miedos» (ib., 10) porque «son falsos profetas» (CE 73,1), «opinión del vulgo» (C 21,10).
71 V 11,1.
72 V 11,4.

 

Pero junto a estas dificultades externas, señala la Maestra otras más serias y persistentes en el interior del hombre mismo. «Somos tan caros y tan tardíos del darnos del todo» 71 Las resistencias más fuertes para llegar a ser orante vienen al hombre de su propio corazón; resistencias que Teresa tipifica como fuerzas egoístas que retienen al hombre encerrado en sí mismo, prisionero del «yo», sin salir de sí hacia el Amigo, en donación pronta y plena. Desinteresada y gratuita. De ahí le vienen los cansancios, las indolencias, los caracoleos engañosos que disimulan una postura que hace estrictamente imposible la amistad, el encuentro con Dios en la oración.

La determinación con que Teresa insiste que hay que iniciar el camino de la oración y mantenerse en él va dirigida contra estos dos frentes: contra los miedos y recelos que nos levantan desde fuera, y contra  las resistencias al amor que emergen desde dentro.

Y es su primera palabra en Vida alertando al discípulo sobre la disposición de fondo con que debe afrontar la empresa: «determinarse a procurar con todas sus fuerzas este bien».

En Camino vuelve también insistentemente sobre lo mismo acuñando unas frases vigorosas, vibrantes y marciales: «Ahora... cómo han de empezar, digo que importa mucho y el todo una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella [«beber el agua de la vida» = contemplación].

Determinación definida con precisión como radical, irreversible perseverante y totalitaria 76. Cabría sintetizar con palabras de la santa: «Cuando no nos damos a u Majestad con la determinación que él se da a nosotros...». Nuestra determinación, por ser respuesta a la donación de Dios a nosotros, debe estar definida por los mismos rasgos. Si no se «encuentran las condiciones», no se da la oración-amistad por mucho que se conserven las formas.

Pero si importante es recoger esta llamada teresiana a la (firmeza y decisión con que hay que iniciar el camino de la oración, lo es mucho más tratar de captar el significado y contenido. ¿Qué quiere decir con la «determinada determinación»?

Significa fundamentalmente la decisión de atenerse a las reglas de la amistad; querer vivir teologalmente. Es decir, atento profunda y perseverantemente al Amigo, sin hacerse a sí mismo las más mínimas concesiones de autocomplacencia o de desconsuelo según el cariz que tome la praxis de la oración. Determinarse a vivir el amor desinteresadamente, con limpieza, gratuitamente. Amor que, por lo mismo que es total presencia al Amigo, prohibe toda auscultación egoísta. Tajante Teresa al gritar
al principiante: «No se acuerde que hay regalos en esto que comienza, porque es muy baja manera de comenzar» «Su intento no ha de ser contentarse a sí, sino a El» No duda en afirmar la importancia, de cara al posterior desarrollo de la amistad, de unos comienzos así definidos: «Es gran negocio comenzar las almas oración, comenzándose a desasir de todo género de contentos». 

73 21.2. Poco antes había dicho ya: «Tratemos un poco de cómo se ha de principiar esta jornada, porque es lo que más importa; digo que importa el todo para el todo. No digo que quien no tuviere la determinación que aquí diré, lo deje de comenzar, porque el Señor le irá perfeccionando. (C 20,3; cf. 23, tít. y. 1; V 13,3). «Con ir siempre con esta determinación de antes morir que dejar de llegar al fin del camino...» (C 20,2).
74 C 20,2; 21,1-2; V 11,2.
7 2M 1,6.
76 5M 1,4; C 32,1.
77 C 16,5.
78 2M 1,7.
79 V 11,11.
80 V 15,11.


         Positivamente se trata de poner «los ojos en el Esposo» 81. Nos debe interesar El y no cuanto creamos poder bautizar, en el mejor de los casos, como dones suyos: el gusto, la ternura, la devoción en el ejercicio de la oración. Aunque se refiera directamente a personas más avanzadas en la vida espiritual, ilumina bien esto cuando escribe que «hay almas muy enamoradas que querrían viese el Señor que no le sirven por sueldo; y así.., jamás se les acuerda que han de recibir gloria por cosa, para esforzarse más por eso a servir, sino de contentar al amor» 82.

Gratuidad absoluta. No es menos explícita al exhortar a los principiantes a esta limpieza de la donación de sí sin la cual la empresa de la oración está llamada al fracaso. ¿Cuál debe ser el comportamiento del orante en el ejercicio de la oración cuando <(hay sequedad y disgusto y desabor?» Respuesta limpia: «Alegrarse y consolarse...; pues sabe le contenta [a Dios] en aquello [en querer orar] alábele mucho, que hace de El confianza, pues ve [Dios] que sin pagarle nada tiene tan gran cuidado de lo que le encomendó» 84. Escribe a una religiosa: «Préciese de ayudar a llevar a Dios la cruz y no haga presa en los regalos, que es de soldados civiles querer luego el jornal. Sirva de balde como hacen los soldados al Rey» 85.

La resistencia íntima que padece el hombre para abrirse a
un amor gratuito es real y es fuerte. Por eso, toda vigilancia será poca y toda decisión correrá el riesgo de quedarse corta. Por ello la constante y reiterativa afirmación de la Maestra: quien se determina a vivir la oración con este amor gratuito «tiene andado gran parte del camino» 86. Y, del lado opuesto, la situación de tantos que «nunca acaban de acabar» 87 porque están atenazados por el egoísmo, porque no «se abrazan a la cruz desde el principio» 88.

«Determinarse es convertirse no a unas virtudes, sino a la Persona de El» Un sí a Dios. Justamente en el comentario a las palabras del Padre nuestro, «hágase tu voluntad», Teresa titula el capítulo sintetizando: «Lo mucho que

 

81 C 2,1.
6M 9,22. Habla de personas que ella conoce, que van por el camino del amor como han de ir, por sólo seri’ir a su Cristo crucificado»- (4M 2,9).
83 y 11,11.
84 lb.
85 Cta a Leonor de la Misericordia, me.5.82; 422,7. El orante, había escrito ya en Vida, tiene que ser como los «buenos caballeros que sin sueldo quieren servir a su Rey» (15,11).
y 11,14.
87 Ib., 15. -
88 Ib.
89 P. Tomás ALVAREZ, Teresa de Jesús, enséñanos a orar, o. c., p. 76.

 

hace quien dice estas palabras con toda determinación» Y en el texto nos
encontramos con esta afirmación: «Sin dar nuestra voluntad del todo al Señor para que haga en todo lo que nos toca conforme a ella... » Todo está en que «nos demos por suyos», en que realmente él nos posea, con absoluta libertad de iniciativa: «Todo el punto está en que se le demos [el corazón], por suyo con toda determinación y le desembaracemos para que pueda poner y quitar como en cosa propia».

Línea tenaz y marcadamente perseguida por Teresa. «Toda la pretensión» del que comienza debe concentrarse en esto. No debilitarse en la dispersión. Hacerse fuerte en lo «único». «Toda la pretensión de quien comienza oración... ha de ser trabajar y determinarse y disponerse con cuantas diligencias pueda hacer su voluntad conformar con la de Dios93. Consigna que vuelve a recordar en las 3M denunciando la postura de las «almas concertadas» que buscan los «gustos y regalos» de la oración, que Dios se pliegue a sus deseos. «Y creedme que no está el negocio... sino en procurar ejercitar las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo y que el concierto de nuestra vida sea lo que su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra voluntad, sino la suya».

Esta «determinada determinación» de vivir polarizados en la Persona del Amigo, rendidos a su voluntad y deseo, en aceptación viva y existencial del modo concreto que revista el desarrollo de la oración, la define más y la matiza con la evocación de Cristo, «el capitán que se puso en lo primero en el padecer» 9°, «desierto.., de toda consolación» 9°, a quien se ha de «ayudar a llevar la cruz», expresión máxima de presencia a El y de olvido de sí. Confesión de amor auténtico. Amor compasivo, de comunión dolorosa. «Juntos andemos, Señor, por donde fuereis tengo de ir, por donde pasáreis, tengo de pasar» 97.

El Dios con quien tratamos es un Dios crucificado. «Defenderle», identificándose con El, es exigencia primera de amistad. De este modo la «determinada determinación» teresiana significa la voluntad decidida de «ayudar a Cristo a llevar la cruz», «abrazarse con la cruz que el Esposo llevó sobre sí». «Esta es nuestra empresa» en el camino de la oración-amistad.

 

9° C 32. tít.
91 Ib., 9.
9° C 28,12.
2M 1,8.
9° 3M 2,6.
93 V 22,6.
96 Ib., 10.
C 26,6.

 

Hay que saborear desde esta perspectiva tantos textos que llaman la atención del orante sobre Cristo crucificado. Ya vimos algunos. Recordarlos nuevamente no es ocioso. «Ayúdele a llevar la cruz.., y no quiera acá su reino...; y así se determine —aunque para toda la vida le dure esta sequedad— no dejar a Cristo caer con la cruz» . «Tomad, hijas, de aquella cruz.., porque El no vaya con tanto trabajo». Determinaos «a sólo ayudar a llevar la cruz de Cristo» 100. Con enérgica insistencia de Madre dice a sus hijas: «Abrazaos con la cruz que vuestro Esposo llevó sobre sí y entended que ésta ha de ser vuestra empresa» 101.

Explícitamente define este «abrazarse con la cruz» como liberación de todo gusto y consolación. «No nos mostrar a procurar consolaciones de espíritu; venga lo que viniere, abrazado con la cruz, es gran cosa. Desierto quedó este Señor de toda consolación» 102 Acompañarle en solidaridad amorosa es la determinación que quiere Teresa inculcar al orante: «La que más pudiere padecer que padezca más por El y será la mejor librada. Lo demás como cosa accesoria» 103 Y esto, porque la mejor oración, como la mejor amistad, es «lo que más agradare a Dios», y no «unos gustos para nuestro gusto no más» 104.

El cerco teresiano sobre su discípulo para que se convenza de que esta determinación es lo que cuenta y, por tanto, la reiterada llamada a que concentre en ella todas sus energías, alcanza su climax cuando le dice con pasmosa seguridad que Dios «esta determinación es lo que quiere» 105 Dios no atiende a otra cosa. Es lo que el hombre debe aportar a la oración para que fragüe en amistad verdadera. Lo demás, aunque se presente como quejas y deseos de amor, no será sino egoismo solapado que condena al fracaso la relación amistosa. «Estotro afligimiento que nos damos, no será de más de inquietar el alma; y si había de estar inhábil para aprovechar una hora, que lo estará cuatro» 106.

98V 11,11.
99 C 26,7.
100 y 15,11.
101 2M 1,7.
102 V 22,10.
103 2M 1,7.
104 Cta. al P. Gracián, 23-V’76; 133,8.
105V 11,16.
106 Ib.

 

La determinación no es sólo un arranque decidido por el que el hombre inicia el camino de la oración. La determinación, se alarga en perseverancia, en actitud permanente. Sólo son constructivas las decisiones sostenidas, perseverantes. Conocía muy bien por experiencia cómo las mejores determinaciones n& resistían el paso del tiempo y el acoso de la pereza e inconstancia nativas acrecidas por la presión de las «ocasiones». Pudo, por eso decir: «Somos francos de presto y después tan escasos» 107.

A esta debilidad hay que hacer frente también con determinación: no volver atrás, no dejar lo que se ha comenzado, perseverar. Así aconseja: «una gran determinación de que antes perderá la vida.., que tornar a la pieza primera 108; «a los que han comenzado, que no baste [nada) para hacerlos tornar atrás» 109 que «no deje lo comenzado» 110, «Por males que haga quien la ha comenzado, no la deje» Fidelidad inquebrantable al ejercicio de oración por dolorosa y difícil que resulte. «Este poquito de tiempo que nos determinamos a darle.., con toda determinación de nunca jamás se le tornar a tomar por trabajos que por ello nos vengan, ni por contradicciones ni por sequedades» 112.

Aquí también subyace un hondo convencimiento y una definida actitud teologal: sabe el hombre que contenta a Dios con esa fidelidad seca y dura que deja un sabor de inutilidad, pero que fragua en fuerte amistad, Y con esta actitud teologal se vencen todas las rebeliones naturales y se superan todos los cansancios. Vivir para el Otro sin prestar oídos a las voces de la naturaleza que quieren hacerle desistir de una. empresa que le cuesta y en la que, en largos períodos, no experimenta «beneficio» alguno.

 

107 C 32,8.
108 2M 1,6.
109 Ib., 9.
110 Ib., 6.
111 V 8,5.
112 C 23,2.

 

 

Jueves, 05 Mayo 2022 10:42

folleto Encuentro con Cristo MB

Escrito por

Juan Esquerda Bifet

 

 

 

 

ENCUENTRO CON CRISTO

 

 

Páginas para meditar el Evangelio

 

 

 

 

 

 

PARROQUIA DE SAN PEDRO

PLASENCIA

CONTENIDO

 

 

 

 

 

 

 

Presentación

Del encuentro con Cristo a la misión

Cómo puedes usar estas páginas

Método para meditar

Cuando medites el evangelio

 

I.      Oremos

II      Jesús, amigo

III    La voz del Buen Pastor

IV     Encuentro con Jesús

V      La voz del Maestro

VI     Las preguntas de Jesús

VII    El apóstol de Jesús

 

Índices

Índice de materias

Índice litúrgico

Índice de textos evangélicos

 

 

PRESENTACIÓN

 

 

 

Hubo unos náufragos que a duras penas pudieron llegar a una isla desconocida. Sin ningún recurso a mano, hubieron de luchar a cuerpo limpio contra los salvajes, las fieras, el hambre...

 

En los momentos más difíciles, les llegaban socorros inesperados: armas, alimentos... Hasta descubrieron unas huellas humanas... Alguienles socorría. Pero ¿quién podía ser?

 

Algunos de aquellos náufragos se preocuparon de buscar al bienhechor que tan milagrosamente les salvaba; otros se quedaron tan tranquilos disfrutando de los beneficios. Hasta algunos... se permitieron dudar del bienhechor e insultar a quienes los buscaban...

 

Esto ocurre en tu vida. Lo que aquí te presento no es un libro o socorro inesperado, sino a la misma personaque se cruza constantemente en tu vida cotidiana. No pongo algo en tus manos, sino a alguien, cuyas huellas están en cada palabra del evangelio: Jesucristo;él mismo en persona se esconde tras sus propias huellas.

 

Jesucristo, aunque te viera perdido o extraviado, nunca pudo apartar de su pensamiento y de su corazón tu figura, tus preocupaciones, tu vida y circunstancias. Tú eras, y eres, para él, alguien. “Antes de la creación del mundo”, trazó Dios el plano de tu vivir y el mapa de tu ruta, en Cristo. Jesucristo sigue asistiéndote en cada momento de tu existir...

 

Pero... Cristo para ti todavía no es alguien, no es una realidad viviente. Disfrutas de sus beneficios, pero... ¡tienes tantas cosas que hacer! Y una de tantas cosas... Perdona, pero para Jesucristo tú no eras, ni eres, una de tantas cosas.

 

Cuando hayas aprendido a saborear el evangelio, encontrando en él a Cristo, te habrás encontrado a ti mismo en Cristo. ¡Habías estado junto a él, lo habías buscado todos los segundos de tu vida, sin saberlo! Y dirás con san Agustín: “¡Oh hermosura siempre nueva y siempre antigua, cuán tarde te conocí!”. Y oirás con santa Teresa: “Alma, buscarte has en mí, y a mí buscarme has en ti”.

 

¿Para quién es este librito?

Dijo Jesús: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños” (Mt 11,25). Para ti es este manojo de palabras de Cristo... si tienes alma de niño, evangélica, joven en la esperanza y en la generosidad.

 

¿Para qué son estas páginas?

Para que en medio de ese mundo sin equilibrio, que desconoce el optimismo y la esperanza, sepas vivir con Cristoy ver todas las cosas centradas en aquel que es fundamento de nuestra esperanza. Entonces descubrirás que el mundo es muy hermoso. Entonces irradiarás a Cristo en tu ambiente, allí donde Cristo te llama.

¿Sabes que tienes una vocación?

Cristo te llama a desempeñar una gran tarea en su cuerpo místico que es la Iglesia... ¿No sabes cuál es? Porque no te has preocupado de convivircon Cristo. ¡Qué soso debe ser, qué aburrido y sin sentido el vivir como quien no sabe la razón de su existencia, ni se interesa por Cristo, ese gran desconocido que tenemos a nuestro lado cuidándonos en nuestro destierro y en nuestra marcha hacia el cielo!

 

Si ya sabes cuál es tu vocación, entonces recuerda que no puedes cumplir lo que ella te pide, si no estás empapado de evangelio. Y, si fuese llamado a ser “otro Cristo”, has de ser, como decía aquel santo obispo “un evangelio viviente con pies de cura”.

 

Cuando me digas que ya no necesitas este librito, porque ya sabes encontrar a Cristo que palpita en cada palabra del evangelio, que habla y obra por la santa Iglesia, que se ha quedado en la eucaristía, que vive en el prójimo, que mora en tu corazón... entonces diré como aquel anciano en años y joven en la esperanza: “Ahora, Señor, según tu promesa,  puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu salvador a quien has presentado ante todos los pueblos”.. (Lc 2, 29-31). Porque entonces sabrás “manifestar a todos la caridad con que Cristo amó al mundo”. (Vaticano II. Const. Lumen gentium n. 41)

 

 

 

 

DEL ENCUENTRO CON CRISTO A LA MISIÓN

 

 

El Evangelio es siempre nuevo y nunca cambia. Cuando lo leemos, escuchamos o meditamos, entonces acontece, se actualiza en nuestro “contexto” de aquí y ahora. En él nos espera “alguien” que “vive” y que nos lleva en su corazón, como parte de su misma biografía, y que nos ama hasta darse a sí mismo como “consorte”.

 

Es Cristo, Dios hecho nuestro hermano, que murió y resucitó, quien deja escuchar los latidos de su corazón en cada gesto y en cada palabra de su Evangelio. No existe otro libro igual. La vida y la historia humana recuperan su sentido en Cristo, único “Salvador del mundo” (Jn 6,42), que no anula nada de lo que Dios ya ha sembrado en culturas y corazones. Quien le ha encontrado tal como es, ya no hace rebajas a su realidad salvífica, divina y humana. La verdadera ciencia de Cristo consiste en amarle: “Si alguno me ama, yo me manifestaré a él” (Jn 14,21).

 

Cuando uno se ha dejado encontrar por Cristo, se siente invitado por él a compartir su misma vida y misión. Ya no se puede prescindir de él, siempre se encuentra tiempo para él (la persona amada), nadie ni nada le puede suplir, ya nada se puede anteponer a su amor. Entonces se mira a los demás con la misma mirada de Jesús.

 

Desde su Encarnación, el Verbo de Dios hecho hombre, Cristo nuestro amigo y “consorte”, está unido a cada ser humano: “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (Gaudium et Spes 22). Y en el corazón de cada ser humano espera al “apóstol” para que este lo anuncie con la alegría de quien lo ha encontrado previamente: “Precisamente porque es               «enviado», el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. «No tengas miedo... porque yo estoy contigo» (Hech 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre” (Redemptoris Missio 88).

 

Decía Juan Pablo II que la fe es “un conocimiento de Cristo vivido personalmente” (Veritatis Splendor 88). El cristianismo (con sus “dogmas” y su “moral”) no se entiende ni se acepta sin enamorarse de Cristo. La fe es una “adhesión personal” (Catecismo Iglesia Católica 150), que lleva consecuentemente al testimonio y a la aceptación de sus contenidos. Por esto, quien ha encontrado a Cristo se siente vocacionado y urgido por el Espíritu Santo a “transmitir a los demás su experiencia de Jesús” (Redemptoris Missio 24). Sin esta fe viva, no se entendería nada de la santidad y de la misión.

 

La propia identidad cristiana, en todas y cada una de sus vocaciones, consiste en la alegría de haber encontrado a Cristo. Por esto, Benedicto XVI, en su primera encíclica decía: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus Caritas est 1). Del encuentro, se pasa necesariamente a la misión: “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él” (Benedicto XVI, Homilía en el inicio de su Pontificado, 20 abril 2005).

 

Una nueva época y una sociedad “icónica” piden signos: “El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismo conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible” (Pablo VI, Evangelii nuntiandi 76).

 

El “Año de la Fe”  tiene que traducirse en “la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo… nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo” (Benedicto XVI , Porta Fidei, 2 y 15). La “Nueva Evangelización” reclama “discípulos misioneros” con el “nuevo fervor de una “itinerancia” peculiar: hacerse disponibles para “amar y hacer amar al Amor” (Santa Teresa de Lisieux).

 

En estas “meditaciones” sobre el Evangelio, no he intentado dar una metodología especial y menos una ideología, sino una ayuda o motivación para que cada uno aprenda personalmente a dejarse sorprender por Cristo, como María, su Madre y nuestra, que lo recibió en su corazón y en su seno para transmitirlo al mundo. Y entonces ya no se puede prescindir del encuentro diario con él, presente en su Palabra, en su Eucaristía, en la comunidad eclesial, en la historia humana. La garantía de haberle encontrado “de corazón a corazón”,  es el deseo de hacerle conocer y amar: “El corazón se fue tras él” (Beata María Inés Teresa).

 

 

 

CÓMO PUEDES USAR ESTAS PÁGINAS

 

1. A manera de sugerencias o buenos pensamientos

 

Durante el día, en cualquier oportunidad, escogida al azar o por cálculo. Los primeros cristianos no disponían de nuestros medios de apuntes y notas, pero su amor a Cristo les sugirió la idea de apuntar los dichos de Jesús en las vasijas de arcilla...

 

Eso, sí, por favor, no leas solo como quien lee un buen pensamiento, sino como quien escucha o habla a un amigo presente.

 

2. En un rato de intimidad ante el sagrario

 

Sin prisas, confidencialmente, después de saludar al Señor, de exponerle tus cosas, puedes utilizar una de las presentes páginas para un coloquio sabroso o para meditar un rato a los pies del Maestro, como Magdalena, o como san Juan sobre el pecho de Jesús. No digas nunca que eres amigo de Cristo, si no sabes pasar un rato, sin prisas, junto a él. “La visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor allí presente” (Pablo VI, Mysterium fidei).

 

 

3. Como meditación

 

Acaso no sepas distinguir bien entre meditación y visita. No importa. Fácilmente convertirás cada visita en fervorosa meditación, si a las peticiones y súplicas añades las reflexiones y afectos propios de la meditación. Así aprenderás paulatinamente a intimidar con Cristo en la meditación, en la comunión, en las visitas a Jesús sacramentado, etcétera.

 

 

MÉTODO PARA MEDITAR

 

Aquí te presento una de las maneras sencillas de hacer meditación:

 

1. Recuerda que Jesús está presente (eucaristía, presencia de Dios en todas partes, presencia de la Santísima Trinidad en el alma del justo...) Puedes hacer actos de fe, adoración, petición...

 

2. Puedes pedir una gracia particular: mayor conocimiento de Jesucristo, para que le ames sin reservas; que sepas sentir sus penas o alegrías, intenciones e intereses, como si se tratara de ti; una virtud concreta que te falte, etcétera.

 

3. Lee una de estas páginas con su contexto, a poder ser en el mismo evangelio. Imagínate la escena: personas, palabras, obras, como si estuvieras presente. Reflexiona sobre alguna lección que puedes aprender. Procura mover tu afecto hacia la persona de Jesús y sus enseñanzas. Mi corta explicación te puede ayudar un poco. Con tal de que te pares en cada punto, para pensar con tu cabeza y amar con el corazón. No tengas prisa...

 

4. Durante todo el rato, y por lo menos al final, puedes entablar un coloquio con el Señor, con la Santísima Virgen, con los santos, etcétera.

 

5. Es muy importante sacar algún propósito sobre algo que hay que enmendar. Pero pide la gracia para que lo sepas cumplir, de otro modo, te encontrarás con muchos chascos. Si has cometido alguna falta durante la meditación, pide perdón de ella. Si el Señor te ha dado alguna luz, da gracias, pues ya sabes que no mereces nada.

Ya irás aprendiendo. Cuando ya sepas hablar con el Señor sin prisas, hazlo como te salga del corazón, aunque solo sepas pensar: “Él me mira y yo le miro”.

 

Puedes terminar tu meditación, si te gusta así, recitando una o varias veces estas oraciones.

 

Oración de san Ignacio: “Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; tu me lo diste, a ti, Señor, lo torno; todo es tuyo, dispón a toda tu voluntad, dame tu amor y gracia, que esta me basta”.

 

Oración de san Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia: “Señora nuestra, medianera nuestra, reconcílianos con tu Hijo bendito, alcánzanos de él gracia para que, salidos de este destierro, nos lleve donde gocemos de su santísima gloria”.

 

CUANDO MEDITES EL EVANGELIO

 

Es muy fácil meditar el evangelio. Tan fácil, como si te encontraras personalmente con el Señor por los caminos de Palestina. Pero es conveniente que no olvides lo siguiente:

 

- Jesús no es un personaje que “pasó”, sino una persona viva que está íntimamente presente, transformándote en él por medio de una vida nueva que se llama la vida de la gracia.

 

- Todo lo que Jesucristo dijo e hizo en tiempos de su vida mortal, lo hizo e hizo pensando en ti, amándote, diciéndolo y haciéndolo por ti.

 

- Ahora, al leer el evangelio, que es palabra de Dios, Cristo te dice aquellas palabras para ti personalmente, esperando tu “sí”.

 

- Cada palabra del evangelio esconde los latidos ardientes del corazón de Cristo, que piensa en ti y te ama sinceramente.

 

- ¿Es posible aburrirte teniendo en las manos un libro (¡el Evangelio!) que contiene palabras que ahora te dice Cristo?

 

- El evangelio no se te puede caer de las manos...; Sería la peor de las desgracias... Cuando uno ha experimentado su lectura y ha encontrado a Cristo, ningún libro le gusta, si no está teñido de evangelio. Porque solo el evangelio tiene palabras calientes, vivas.

- En el ejercicio del apostolado es siempre un buen medio reflexionar sobre un texto del evangelio. No tomar jamás el evangelio como tal, con militantes de Acción católica, chicos o chicas, es subalimentar las almas y retardar la venida del reino de Cristo (mons. Renard).

 

- El mundo del futuro está en las manos de los jóvenes que hayan recibido el impacto del evangelio.

 

- La formación de los futuros sacerdotes, según el concilio Vaticano II, se ha de basar en el evangelio, puesto que encierra el pensar, el querer, el amor, la persona de Cristo Nuestro Señor.

 

 

 

 

I. OREMOS

 

“Que vuestra vida esté escondida con Cristo en Dios”, nos dice san Pablo, el apóstol. Con Cristo, en unión con él, y transformándose en él. ¿Cómo?

 

Empecemos dialogando con Jesucristo. Insensiblemente nos veremos metidos en su ambiente, en nuestro centro de gravedad.

 

Dialogar con Cristo significa, en lenguaje cristiano, orar. Orar es respirar el oxígeno necesario para nuestra vida espiritual. Orar es necesario, pero quizá... ¿difícil? ¿abstracto?...

 

“Toma y lee”, oyó san Agustín de Tagaste. Leyó en los libros santos y... se encontró con Cristo. Abre el libro santo del evangelio y aprende a orar como oraba Jesucristo, aprende a dialogar con él como dialogaban con él en el evangelio su madre, sus íntimos, los enfermos, los pecadores, todos, y hasta como tú hubieras hecho de encontrarte allí.

 

No es menester haber estado en Palestina para dialogar con él. Jesucristo es de “ayer, de hoy y de siempre”. Está presente en el sagrario, ante el cual acostumbras a pasar los mejores momentos del día.

 

Ya sabes, pues, ¿qué es orar? Santa Teresa te diría que es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama”.

 

Tu madre te enseñó a hablar cuando niño. Para hablar con Jesús, él mismo te dio a tu madre, para que te enseñase a hablar con Dios, andar por el camino espiritual, comer a Cristo eucarístico, escuchar sus palabras...

 

Pruébalo. Ya veras cómo si oras como se oraba en el evangelio, sabrás decir como Jesucristo y con él: Padre nuestro... Es necesario “aplicarse, de manera constante, a la oración” (Vaticano II).

 

1. ENSÉÑANOS A ORAR

 

 

Estaba Jesús orando.

Cuando terminó,

uno de sus discípulos le dijo:

-“Señor, enséñanos a orar”.

Él les dijo:

- “Cuando oréis, decid: Padre nuestro...”

(Lc 11,1-2)

 

 

 

1. Sin apetito, no aprovecha ningún alimento. Y es difícil hablar de oración a quien no tiene ganas de orar. Primero se han de despertar estas ganas. Los apóstoles, al fin, cayeron en la cuenta de que necesitaban orar, y pidieron al Señor les enseñara. Si tienes ganas de aprender a hablar con Cristo, será fácil el aprendizaje. Se han de pedir estas ganas. Quien pide, alcanza. Si supieras decir lo que dijeron los apóstoles...

 

 

 

2 Es fácil hablar con un amigo, con los propios padres. Se habla sin reparos con la persona que sabemos que nos ama. Por esto la oración que nos enseñó Jesús comienza con las palabras: “Padre nuestro...”. Cada palabra del padrenuestro nos enseña la postura filial que hemos de tener al hablar con Dios. Esmérate en rezar el padrenuestro, fijándote en el sentido de cada palabra...

 

2. ¿DÓNDE MORAS?

 

 

 Jesús se volvió y, al ver que lo seguían,

 Les pregunta:

-“Qué buscáis”

Ellos le dijeron:

-“Maestro, ¿dónde vives?”

Les dijo: “Venid y veréis”.

                        (Jn 1,38-39)

 

 

 

1. Para aprender a orar, se necesita tomar la decisión de seguir a Cristo y tratar con él. Es el primer paso lo que cuesta más. Después, el mismo Jesús (que ya te dio la gracia de querer orar) ayuda dándonos la mano. En la oración de intimidad con Cristo no nos buscamos a nosotros mismos, sino que vamos a agradar al Señor. Quien busca su propia satisfacción, no aprende el trato íntimo con Jesús. ¿Por qué no he aprendido a tratar íntimamente con Cristo...?

 

 

 

2. No se puede ir con prisas, ni con el corazón en otra parte. El trato con Jesús es suficiente para atraer todo nuestro corazón y el mejor rato del día. Dando al Señor lo que nos sobra, y de mala gana, no se aprende a orar. ¿Explicarte qué es orar? Es mejor probarlo por propia experiencia. Esta experiencia, si es de verdad, no se olvida nunca. ¿Qué has de mejorar en tu oración?

 

3. ¡QUÉ BIEN ESTAMOS AQUÍ!

 

 

Jesús se transfiguró ante ellos... Pedro dijo:

-“¡Qué bien estamos aquí!...”

Salió de la nube una voz:

-“Este es mi Hijo, el amado,

 en quien me complazco. Escuchadlo”.

                        (Mt 17,1-5)

 

 

 

1. Quien sigue a Cristo por el camino del sacrificio y humildad, le encuentra de veras. Jesús se transfigura, se da a conocer tal como es. Sin esfuerzo no es posible encontrar a Cristo. Y, cuando uno le encuentra, cae en la cuenta de que vale la pena haberle seguido. No se olvidan estos encuentros con el Señor. Mi oración es fría, porque hay algo que se interpone entre mi corazón y el de Cristo...

 

 

 

2. Cristo, que se queda en la eucaristía y vive siempre junto a mí, es el Hijo de Dios. Su presencia exige atención y diálogo. Ha venido a nosotros para hablarnos. Se le ha de escuchar en el silencio de otras cosas que no son él. Escucharle significa hacer caso de lo que él dice, y ponerlo por obra. Entonces el Padre se complace en nosotros como se complace en Jesús. ¿Escucho el silencio interior en los momentos de oración...?

 

 

4. SEÑOR, ¿AQUIÉN VAMOS A ACUDIR?

Muchos discípulos suyos

se echaron atrás y no volvieron con él.
Jesús dijo a los Doce.

- "También vosotros queréis marcharos?".
Simón Pedro le contestó:

- "Señor, a quién vamos a acudir?
Tu tienes pa
labras de vida eterna;
nosotros creemos ... ".

(In 6,66-69)

1. Cuando cuesta seguir a Cristo, muchos, que
se llaman sus discípulos, le vuelven la espalda.
jesus nos conoce a cada uno y siente nuestra des-
erei6n como el padre del hijo pr6digo y como el
buen pastor. Ante la conducta general de hacer lo
más fácil, de dejarse ir, de hacer lo que hacen
todos, Jesús me pregunta si yo también quiero de-
sertar. El espíritu de sacrificio es condici6n para
dialogar con Cristo. ¿Me sacrifico al menos esfor-
zándome por rezar mejor. . .?

2. Jesús hubiera sentido honda pena, si los
ap6stoles también se hubieran ido. San Pedro, que
estaba enamorado de Cristo, habla con palabras
salidas del coraz6n. Para él Jesúslo es todo. "Jesús
mío y todas las cosas". Quien ama, reza. San Pedro
supo escuchar las palabras de Jesús, que penetran
y transforman el coraz6n por ser divinas, y que si-
guen resonando en el mundo de hoy. ¿Son mis
disposiciones como las de san Pedro .. .?

 

 

5. ¿ERES TU EL QUE HA DE VENIR?

- ''?Eres tú el que ha de venir

o tenemos que esperar a otro?".
Jesúsle respondió:

- " ... los pobres son evangelizados.
i Y bienaventurado

l que no se escandalice de mi!".
(Mt 11,3-6)

1. Nadie puede llenar nuestro coraz6n, sino Je-
sucristo. Nadie ni nada. Porque el Señor ha hecho
nuestro coraz6n a su medida. Desear algo al mar-
gen de Cristo es como desear la chatarra o querer
llenarse de viento. A lo mas, es quedarse con ba-
ratijas. Quien tiene otros deseos al margen de
Cristo, no encuentra a Cristo en la oraei6n. Si lim-
piaras tu coraz6n de inclinaciones malsanas, sa-
brías orar mejor. ..

2. Pobre es el que sufre necesidad, sea cual sea.

EI que sufre está más cerca de Cristo. Pero con
mas propiedad, pobre es el que no tiene más ri-
queza que el mismo Dios. Es decir, el que sabe
aventurarlo todo por Dios. Entonces es fácil "ver"
a Dios, porque se tiene el coraz6n limpio. Es fácil
orar. Como lo es cuando uno sabe pasar por en-
cima del qué dirán y dar la cara por Cristo. En-
tonces se encuentra a Cristo en la oraci6n, porque
se tiene mas fe en él que en otros. ¿Son así mis
disposiciones ... ?

 

 

6. ¡SEÑOR, QUE VEA!

 

 

Un mendigo ciego:

-“¡Hijo de David, ten compasión de mí!”

Muchos le increpaban para que callase,

pero él gritaba  más... Jesús dijo:

- “¿Qué quieres que te haga?”

-“¡Señor, que vea!...”

 

                        (Mc 10,46.48-51)

 

 

 

1.  Para orar se ha de reconocer la propia necesidad y miseria. ¡Tenemos mucha! Es el primer paso para orar. Y luego saber superar las dificultades. Orar es dialogar de tú a tú. Si no prescindimos de qué dirán o harán los demás, nunca sabremos orar no en privado ni en común. Cuando uno no tiene ganas, cuando salen dificultades, es entonces cuando se debe esforzar para vencerlas. ¿Me dejo vencer por las dificultades...?

 

 

 

2. El Señor habla al corazón. Tenemos un amigo que sabe lo que nos pasa, lo puede y quiere solucionar. Así es fácil orar. Entonces el conocer la propia necesidad no lleva al desánimo, sino a la oración humilde y sincera. ¡Que vea, Señor, cuánto me amas, para que vea lo que debo hacer, que te vea en el prójimo, que te vea en el superior, que te vea en mí...!

 

7. AUMÉNTANOS LA FE

 

Los apóstoles dijeron a Jesús:

-“Auméntanos la fe”.

Dijo el Señor:

- “Si tuvieras fe como un granito de mostaza,

diríais a esa morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar,

y  os obedecería”.

 

                        (Lc 17,5-6)

 

1 Los apóstoles se dieron cuenta de que tenían una fe muy floja. Ya se lo había dicho el Señor. Por eso le piden que se la acreciente. Quien siente necesidad de algo, pide. Ora quien ve su propia necesidad, aunque sea para decir como el hijo pródigo: “He pecado”. Nos falta fe en el Señor que vive escondido en el prójimo, en la autoridad, en los acontecimientos, en nosotros mismos, en la eucaristía. Fe y confianza en su bondad. Pidamos esa fe con una súplica que salga del corazón...

 

2. Todo nos lo puede y quiere dar el Señor. Pero no puede fomentar nuestra pereza. Dios no suple el trabajo de reflexión y de esfuerzo que hemos de realizar. Pero, poniendo de nuestra parte lo que debemos, él pone lo demás, aunque parezca un imposible. A Dios rogando y con el mazo dando. Hemos de trabajar examinando qué es lo que necesitamos poniendo esfuerzo, pidiendo gracia, reparando conductas anteriores, etc. Entonces, solo entonces, el Señor hace milagros. ¿En qué debería esforzarme más...?

 

8. SI QUIERES, PUEDES LIMPIARME

 

 

Se acercó un leproso a Jesús,

se arrodilló y le dijo:

-“Señor, si quieres, puedes limpiarme...”

-“Quiero, queda limpio”.

(Mt 8,2-3)

 

 

 

1. El leproso se conoce a sí mismo, se da cuenta de la presencia de Jesús, demuestra su humildad, reverencia y confianza. Como el publicano que supo decir: “Perdóname, Señor, que soy un pecador”. Son disposiciones indispensables para orar bien. Aprovecho la visita del Señor. Era la primera y hubiera sido, tal vez, la última. Lo poco o mucho que había oído acerca de Jesús, le sirvió para orar bien. ¿Tengo estas disposiciones en la oración...?

 

 

 

2. La confianza abre la caja de caudales de los tesoros de Dios que se esconden en el corazón de Cristo. El Señor puede y quiere sanarnos. Pero necesita que nos pongamos a tiro por la confianza. El leproso consiguió el milagro fiándose de la bondad de Cristo. Nuestra lepra puede ser el pecado o las imperfecciones. El mismo Señor nos enseñó a orar: “He pecado” (hijo pródigo), “Perdóname, Señor” (publicano). ¿Es confiada mi oración...?

 

 

9. ¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!

 

 

Dijo Jesús a Tomás:

-“No seas incrédulo, sino creyente”.

Contestó Tomás:

-“¡Señor mío y Dios mío!”

Jesús le dijo:

-“Bienaventurados los crean sin haber visto”.

(Jn 20,27-29)

 

 

1. Orar es conversar con el Señor, escuchándole y hablándole. Ahora nos dice el Señor las mismas palabras del evangelio. El corazón de Jesús se queja de nuestra fe menguada. Quisiera ver en nosotros más fe en la eucaristía, en que somos templo suyo, en su presencia como Dios en todas partes, en los acontecimientos, en su presencia en el prójimo, en su voluntad manifestada por el superior, etc... Quisiera ver mi fe traducida en obras. ¿Qué tengo que mejorar en mi vida de fe...?

 

 

 

2. El acto de fe no puede ser una frase rutinaria. Es un latido del corazón, además de un “sí” de nuestro entendimiento. Creer con toda el alma es adherirse a Cristo para siempre. Esto es una aventura en medio de un mundo sin fe. Pero Jesús, que es Dios hecho hombre por nosotros, puede exigir la generosidad que él ha demostrado primero. El corazón cristiano que cree sin ver, halla la verdadera paz. ¡Creo, Señor...!

 

10. EL QUE TU AMAS ESTAENFERMO

Habíacaído enfermo un tal zaro, de Betania.
Las h
ermanas (Marta y María) le mandaron
R
ecado a Jesúsdiciendo: - "Señor, el que tu amas esenfermo ... "Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro.

(Jn 11, 1.3.5)

 

1. Reconocerse enfermo es el primer paso para
rezar biennecesitamos luz para el entendimiento y para conocer a Cristo, necesitamos fuerza en la voluntad para seguirle, necesitamos tener intimidad con él. Quien sabe o quiere saber orar, convierte todo lo que le sucede en oración, en dialogo con su padre, con su amigo. De todo envía recado al Señor¿Me reconozco necesitado y expongo al
Señor todo lo que me pasa ... ?

2. El Señor lo sabe todo y nos ama de veras, en serio. La oración mejor es la de exponer humilde y confiadamente sin exigencias de ninguna c1ase. Con la convicción de que Jesúsnos ama, es rnás fácil orar. Y nos ama a cada uno con predilección especial, no lo dudemos. Mil motivos tenia Magdalena para dudar, y no dudó. Eso sí, el Señor prueba nuestra oración. A Lázaro le escuchó, pero le dejo morir para darle algo mejor. ¿Es confiada mi oración?.

 

 

 

 

 

 

 

 

11. SI, PADRE

Tola palabra Jesús  y dijo:
- "Te doy gracias, Padre, ... porque has escondido estas cosas a los sabios ... y se las has revelado a los pequeños.

Si, Padre, así te ha parecido bien".

(Mt 11,25-26)

1. Los que se creen sabios no entienden las
cosas de Dios. El Evangelio es muy aburrido para
los "autosuficientes", para los que ya lo saben
todo, los que no necesitan consejos y tienen a
menos las normas concretas. Únicamente con dis-
posiciones filiales se aprende a orar: entusiasmarse
por el Padre, conocerle, confiar en él, hacer su vo-
luntad. Le entusiasmaba a Cristo ver estas disposi-
ciones en las almas. ¿Las tengo yo ... ?

2. Saber decir siempre que "sí" a Dios es con-
vertir todo el día en oración. Decir "sí" a nuestro
Padre Dios en todo lo que nos pasa, cuando se
muestra su voluntad, aunque cueste cumplirla.
"Amén" significa "sí". En la santa misa lo decimos
muchas veces, para significar que nos unimos a
los sentimientos de Cristo inmolado en aras de la
voluntad del Padre. No vale decir mentiras. Y no
hay mentira mayor que decir que SI a Dios solo
con los labios y no con la vida. ~Es mi vida un "SI" a Dios .. .?

 

 

 

12. NO SOY DIGNO

-“Señor, tengo un criado en cama paralítico...”

Él le dijo:

- “Voy yo a curarlo”.

Pero el centurión le replicó:

-“Señor, no soy digno”.       

Jesús se quedó admirado y dijo:

-“En Israel no  he encontrado en nadie tanta fe”.

(Mt 8,6-10)

 

1. Exponer con confianza todos nuestros problemas al Señor es una oración fácil y excelente. Pero los problemas del prójimo también son nuestros, puesto que  todos somos la gran familia de Dios. Al Señor le satisface nuestra oración cuando es humilde. No merecemos nada, no somos dignos de presentarnos ante el Señor, puesto que hemos pecado; pero podemos acercarnos al Señor como el hijo pródigo ante su padre. ¿Oro por los problemas de los otros y soy humilde en la oración...?

 

2. De acuerdo que hay muchas personas que no frecuentan tanto la iglesia y, no obstante, tienen más fe y caridad. La tendrían más de frecuentar más. Hasta puede haber paganos que están más cerca de Dios que muchos cristianos que no cumplen. Los sacramentos, los actos piadosos, aprovechan más a los que abren el corazón a Dios. Con el cántaro tapado no se recoge agua. Un cristiano que cumple bien, tiene más fe y caridad que un pagano que no conoce a Cristo; pero las cosas cambian cuando el corazón está cerrado al amor. En mi oración ¿estoy dispuesto a todo lo que Dios me pide?...

 

13. DAME  ESA AGUA

 

Jesús contestó (a la samaritana):

-“El que beba del agua que yo le daré

nunca más tendrá sed:

el agua que yo le daré

se convertirá dentro de él

en un surtidor de agua

que salta hasta la vida eterna”.

La mujer le dice:

-“Señor, dame  esa agua”.

(Jn 4,13-15)

 

 

1. Lo que dijo el Señor en el evangelio, me lo dice a mí ahora. Jesús es el único que puede saciar las aspiraciones de mi corazón. Hemos sido hechos a la medida de Cristo y nadie puede suplirlo a él. Se desean otras cosas cuando no se tiene verdaderamente al Señor. Las cosas tienen su valor, pero no pueden nunca llegar a valer tanto como Cristo. ¿Deseo otras cosas más que al mismo Cristo...?

 

 

 

2. Las gotitas que salpican de la fuente no pueden saciar la sed. Son gotitas de agua pero no bastan. Todas las cosas son buenas, pero no son Dios. El agua que da Cristo es la vida divina, la gracia. Si ya la tenemos, hay todavía muchos dones de gracia que necesitamos: conocer mejor a Cristo, amarle más, aprender a orar... Todo esto lo he de pedir como quien tiene sed abrasadora...

 

14. ¿TÚ VIENES A MÍ?

 

Se presenta Jesús a Juan

para que lo bautice.

Juan intentaba disuadirlo diciéndole:

-“Soy yo el que necesito que tú me bautices,

¿y tú acudes a mí?”.

 

                (Mt 3,13-14)

 

 

 

1. Jesucristo es humilde. Dios se hizo hombre por nosotros, nació y vivió en un ambiente pobre y humilde, nunca buscó su propia gloria, y murió en un patíbulo como un malhechor. Pero lo más humillante es que cargó con nuestros pecados como si fueran suyos propios. Él es nuestro responsable. Por eso fue a recibir el bautismo de penitencia en nombre nuestro. Por eso continúa haciendo presente su muerte redentora en la santa misa. ¡Si supiera reflexionar sobre esta humillación de Cristo en la misa...!

 

 

 

2. “¿Tú vienes a mí?”. Yo te crucifiqué, yo sigo en mi tibieza o en mis pecados. Yo he hecho poco caso de tus beneficios continuos, no soy capaz de entender tu amor cuando vienes en la comunión. Yo me olvido de tu presencia en mí y de que estoy unido a ti como miembro de un mismo cuerpo... Y tú, ¿sigues viniendo a mí?...

 

 

15. DANOS SIEMPRE DE ESTE PAN

 

 

 Jesús les dice:

- “Es mi Padre  el que os da

el verdadero pan del cielo.

El pan de Dios es el que baja del cielo

 y da la vida al mundo”.

Entonces le dijeron:

-“Señor, danos siempre de  este pan”.

 

                        (Jn 6,32-34)

 

 

 

1. Jesucristo es el redentor que ha venido al mundo para morir por nuestra salvación. Su cuerpo es la víctima del sacrificio. Muriendo Jesucristo da la vida al mundo. Nosotros participamos de esta vida divina, sobre todo cuando comulgamos. Cristo es, pues, “el pan de Dios”. Escuchar a Cristo y comulgarle es vivir de él, en él y para él. He de revisar mi vida eucarística.

 

 

 

2. Hablar con Cristo es exponerle nuestros deseos. Quien tiene un tesoro piensa siempre en él y desea estar cerca de él. “Donde está vuestro tesoro allí está vuestro corazón”. Desea a Cristo quien le ama. Desea estar con Cristo quien le valora por encima de todo. Otros deseos atrofian el deseo ardiente de unirse a Cristo. Mis deseos más hondos ¿están lejos del Señor?...

 

16. TU SABES QUE TE QUIERO

Dice Jesús a Simón Pedro.

- “¿Me amas más que estos?".

- "Si, Señor, tú sabes que te quiero".

- "Apacienta mis corderos".

 

(Jn 21,15)

 

 

1.Es un examen de amor. Porque Jesucristo
examina a los suyos así. Cristianismo es amor.
Amar es darse, pero darse como le gusta a Cristo.
Amar es darse sin calcular. Amar es darse a una
persona. El amor no tiene paréntesis ni compases
de espera. Quien ama va más allá de lo mandado
y hace lo más agradable al amado. ¿Qué califica-
ci6n merezco en esta asignatura ... ?

2. Pedro respondi6 con generosidad y humil-
dado Estaba dispuesto a todo por Cristo. Orar es
amar. Solo se deja de orar cuando se deja de amar.
A los que ama n de veras, Cristo les encarga una
misi6n: la de hacerle amar. Apostolado es hacer
amar a Cristo. El ap6stol se fragua en el dialogo
con Cristo. ~Tengo deseos de hacer amar a
Cristo ... ?

 

 

 

17. ¿QUÉ TENEMOS QUE HACER?

Jesúsles contesto:

- "Trabajad por el alimento que perdura
Hasta la vida eterna".

Ellos le preguntaron.

- ¿Qtenemos que hacer para realizar las
obras de Dios?".

 ... Que creáis en el que él ha enviado". (Jn 6, 27-29)

1. Jesucristo es el alimento de nuestra alma. Por
eso se queda en la Eucaristía. Comulgando a Cristo se adquiere y aumenta la vida divina que él nos mereei6 muriendo y resucitando. Quien comulga a Cristo tiene la vida eterna. Ninguna ocasi6n mejor para dialogar con Cristo que en la comunión.
¿Cómo es mi oracióna Cristo cuando comulgo?

2. Jesucristo es luz, camino, verdad y vida. Todo lo que hemos de hacer en nuestra vida se reduce a seguir a Cristo imitándole. Orar es encontrarse personalmente con él para emprender juntos la tarea del vivir. Dialogando con Cristo es fácilpreguntarle qué es lo que espera de nosotros, concretamente en el día de hoy. No vale irse por las ramas. ¿Qué espera Jesús de mí en el día de hoy .. .?

 

 

18. ¡MAESTRO!

Jesús le dice:
- "¡María!".

Ella se vuelve y le dice:
- "¡Maestro!".

Jesús le dice:

- " ... ve a mis hermanos y diles:

Subo al Padre mío y Padre vuestro .. , ".

 

(In 20,16-17)

1. María Magdalena busco a Cristo por encima
de todas las dificultades. Nadie, ni los ángeles,
llenó su corazón más que Cristo. Una sola palabra
de Jesús convirtió su inmensa pena en alegría des-
bordante. Para orar no se necesitan muchas pala-
bras. Se ha de dejar hablar al corazón. Orar y
llamarse mutuamente por su nombre es un trato
personal de amigos. ¿Me esfuerzo por aprender a
orar. .. ?

2. Quien encuentra a Cristo en la oración,
queda comprometido para hacer partícipes a otros
de esta dicha. Quien no siente este deseo, no ha
orado bien. Somos la familia de Dios, sobre todo
en la oración litúrgica. Si falta un hermano en la
mesa, hemos de sentir su ausencia precisamente
por estar nosotros más cerca del Padre. Orar es
estar conscientemente cerca de Dios. ¿Me preo-
cupo en la oración de las necesidades de los
otros ... ?

 

 

19. NO TENGO A NADIE

Estaba allí un hombre que llevaba treinta y ocho

años enfermo    .

Jesús, al verlo,           le dice:

- ¿Quieres quedar sano?".

- "Señor;no tengo a nadie

que me meta en la piscina ... ".

(Jn5,5-7)

1. La mirada de Jesucristo penetra lo más íntimo
del corazón, No hace daño. Lo descubre todo,

,

pero prefiere que seamos nosotros quienes le des-
cubramos las intimidades. El deseo de curarnos lo
tiene él más que nosotros, pero no nos quiere
curar hasta que nosotros lo deseemos y se lo ex-
pongamos. Esta es la razón de ser de la oración. El
que ora se da cuenta de su necesidad y pide au-
xilio. ¡Si dejara que el Señor mirara con su mirada
de misericordia todos los recovecos del alma ... !

2. Nadie nos puede solucionar nuestros proble-
mas más hondos. A veces hemos hecho todo de
nuestra parte, pero no se ha seguido el éxito. Es
entonces la hora de reconocer que sólo Cristo
puede solucionar nuestros problemas. Y es enton-
ces cuando descubrimos que el Señor es "alguien"
que se preocupa de nosotros y con quien se han
de tener relaciones personales. ¿Siento verdadera
necesidad de Jesucristo ... ?

 

 

20. SEÑOR, AYUDAME

Una mujer cananea ........... se postró ante él diciendo:

- "Señor; ayúdame"            .

. .. también los perritos se comen las migajas
que caen de la mesa de los amos".

Jesús le respondió:

- "Mujer, qué grande es tu fe. que se cumpla lo
que deseas".

(Mt 15,25.27-28)

1. La oración ha de ser humilde. Primeramente
reconocer nuestra miseria. Quien se ahoga pide
socorro. Sin esta humildad, la oraci6n seria un
cumplimiento. Y reconocer también que, por
nuestros pecados, no merecemos las gracias. Pero creer, sobre todo, en la bondad del Señor.Es entonces cuando brota espontánea la oraci6n desde lo más hondo de nuestro interior. Oraci6n humilde, no rutinaria, porque se sabe lo que se necesita. ¿Eshumilde mi oraci6n ... ?

2. El Señor escucha siempre. Su bondad está
dispuesta a dárnoslo todo aun antes de que se lo
pidamos. Pero no nos puede dar lo que resbalaría
en nuestro interior y se perdería. Por eso espera
que se esponje nuestro coraz6n para recibir el
agua de la gracia. Y nos ayuda para ello. Solo es-
pera nuestro ademán más insignificante para dar
nos con creces lo que necesitamos. ¿Puede el
Señor alabar mis disposiciones personales para
orar...?

 

 

21. HAGASE TU VOLUNTAD

"Cuando oréis, no uséis muchas palabras,
co
mo los gentiles, que se imaginan que
por hablar mucho les haráncaso ...

Vuestro Padre sabe lo que os hace falta ... Vosotros
o
rad así:

Padre ... hágase tu voluntad ... n.

(Mt 6,7-10)

1. Orar es hablar con el coraz6n, "pensar en
Dios amándole". No es la cantidad de palabras lo
que mira Dios, sino el coraz6n, los sentimientos
sinceros. Solo cuando dejamos de amar, dejamos
de orar. Dedicar un rato exc1usivamente para Dios
que sabemos que nos ama, eso es orar. Si hace-
mos esto, es fácil que luego todo el día sea una
oraci6n prolongada. Cuando oro, ¿d6nde está el
peso de mi amor. .. ?

2. Dios, nuestro Padre, sabe lo que necesita-
mos. Más que nosotros. Y lo quiere remediar. Más que nosotros también. Convencidos de esto es fácil presentarse ante Dios (que está siempre presente) para hablar con él como un hijo con su
padre. Pero hay un enemigo de nuestra oraci6n:
nuestro capricho. Renunciar a nuestra voluntad es el precio que nos pide Dios para saber orar. ¿Son muchas las ocasiones en que hago mi voluntad prescindiendo de la de Dios .. ?

 

 

22. QUÉDATE CON NOSOTROS

Él (Jesús) simuló que iba a seguir caminando.
Ellos lo apremiaron, diciendo:

- "Quédate con nosotros, porque ... el día va de
caída".

Y entró para quedarse con ellos.
(Lc 24,28-29)

1. Jesúses muy delicado. No quiere molestar.

Quiere comunicarse con nosotros, pero espera que
se lo pidamos. Cuando uno ha experimentado el
trato con Jesucristo, necesita encontrarse frecuen-
temente con él. Jesúsquiere que perseveremos en
la oraci6n, aunque no sintamos nada. Con tal que
le guste a él, ¿qué importa lo demás? ¿Me esfuerzo
por encontrar el mejor rato para tratar con Jesucristo

y prescindo de otros pensamientos en la ora-ción?

2. Muchas veces las tinieblas amenazan con
oscurecer nuestro interior. Jesús es la luz. El Señorsólo espera que deseemos su presencia. Él desea,
más que nosotros, la intimidad de amigos. Cuando
Jesús se queda, el coraz6n late con más alegría, se
ven las cosas de otra manera. ¿Deseo sinceramente
que Jesússe quede conmigo para siempre .. .?

 

 

 

23. ACUÉRDATE DE MÍ

 

 

Uno de los malhechores le insultaba…

Pero el otro decía:

-“Jesús, acuérdate de mí

cuando llegues a tu reino”.

Jesús le dijo:

-“Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

 

                        (Lc 23,39-43)

 

 

 

1. En cualquier momento puede realizarse el encuentro definitivo con Cristo. Para el buen ladrón fue en la hora de su muerte. Para su compañero no lo fue nunca, a pesar de morir junto al redentor. El encontrar o no a Cristo depende de saber o no hablar con él. Porque el encuentro amistoso se realiza en el diálogo. ¡Qué importancia tiene la oración! Pero una oración que salga del fondo del alma… ¿Es así la mía?

 

 

 

1. Jesús es el salvador. Salva a los grandes pecadores, a condición de que estos pidan perdón. El hijo pródigo y el publicano (dos parábolas inventadas por el corazón de Jesús) saben orar: “He pecado”..., “Perdóname, Señor”... A esta oración sigue siempre el perdón de Jesús y la promesa de salvación. ¿Sé reconocerme pecador en la oración...?

 

24.  TEN COMPASIÓN DE NOSOTROS

 

 

Vinieron a su encuentro diez leprosos

y a gritos le decían:

 -“Jesús, Maestro, ten compasión  de nosotros”.

Al verlos les dijo:

-“Id a presentaros a los sacerdotes”.

 

                        (Lc 17,12-14)

 

1. Ni la lepra se resiste a la voz de Cristo. No hay nada que impida el encuentro con Cristo, si no es el quererse encerrar en sí mismo. Los leprosos reconocen su mal y se presentan al Señor pidiendo curación. Todos los milagros que hizo Cristo tienen significado de salvación: Jesús nos salva de nuestros pecados y miserias por grandes que sean. El orar con humildad (reconociendo lo que somos) y con confianza (reconociendo la bondad de Cristo) es la clave para encontrar al Señor. ¿Cuánta humildad y confianza hay en mí...?

 

 

 

2. Las  respuestas de Jesús no son como nos gustan a nosotros, sino como nos convienen. Jesús quiere que no le encontremos sino en los otros: el superior que manda o aconseja, el prójimo que necesita de nosotros, el equipo de amigos... No se encuentra Cristo al margen de quienes representan o son la Iglesia. Este es también el caso de la confesión y de la dirección espiritual. ¿Necesito consultar algo o llevar mejor la dirección espiritual...?

25. TE SEGUIRÉ

 

Jesús dio orden de cruzar a la otra orilla.

Se le acercó  un escriba y le dijo:

 “Maestro, te seguiré adonde  vayas”.

Jesús le respondió:

“Las zorras tienen madrigueras...,

pero el Hijo del hombre

no tiene donde reclinar la cabeza”.

 

                                (Mt 8,18-20)

 

1. Cuando uno encuentra un ideal grande, siente deseo de seguirle. Ningún ideal mayor que el de seguir a Cristo. Él llena todas las aspiraciones de nuestro corazón e inteligencia. En nuestra oración debemos manifestar a Cristo el deseo ardiente de seguirle por encima de cualquier dificultad. Jesús se da en la medida de nuestros deseos. ¿Tengo deseos sinceros de tratar personalmente con el Señor? ¿Cómo podría conseguirlos y aumentarlos...?

 

 

2.  No hemos de engañarnos. Jesucristo pone unas exigencias para seguirle. Él va adelante, pasando por lo más difícil. Seguirle no cuesta tanto cuando ponemos la mirada en él y los pies en sus pisadas. Cualquier dificultad agranda el corazón de las personas generosas como el viento enciende más la antorcha, y apaga la cerilla. ¿Sé pasar valientemente por las dificultades con la mirada puesta en Cristo...?

 

26. LO HEMOS DEJADO TODO

 

Dijo Pedro a Jesús:

- "Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo
y te hemos seguido, ¿qué nos va a tocar?".
Jesús les dijo.

- " ... cien veces más ... y la vida eterna ".
(Mt 19,27.29)

 

 

1. ¡Quién pudiera decir lo mismo que san
Pedro! Haber aventurado todo por Cristo es el
mejor ideal. Aunque sea dejar unas barcas como
san Pedro. Lo interesante es embarcar el corazón
en el seguimiento de Cristo. Con estas disposicio-
nes siempre la oración es el rato más vital del día.
Pero en cuanto a premio, no busquemos otro que
el mismo Cristo. No hay mejor premio que seguir
amándole. ¿mo ando en generosidad .. .?

 

 

2. No estábien pedir otro premio a Cristo fuera
de seguir amándole. Pero el Señor da infinitamente más de lo que dejamos. Un granito de trigo lo convierte en un granito de oro, como dice la fábula india. Porque lo que dejamos es "estiércol", según dice san Pablo. No hay mejor premio que ser amados de Dios como hijos suyos y hermanos en Cristo. Esta es la vida eterna. Vale la pena. ¿Son así mis pensamientos?

 

 

 

 

 

 

27. PODEMOS

Jesús dijo (a Santiago y Juan):

- ¿Sois capaces de beber el cáliz
que yo he de beber?
".

- "Podemos ".

(Mt 20,22)

 

1. El coraz6n humano está hecho para conte-
ner deseos muy grandes. Estos deseos se deben
exponer al Señor en la oración. A veces pueden
ser deseos no del todo rectos. En la oración se purifican como el oro en el crisol. Juan y Santiago
deseaban algo grande. Jesús les señaló el mejor
ideal: sufrir por él para resucitar con él. Expongo
en la oraci6ón mis deseos más íntimos ... ?

 

2. El hombre se mide por su fuerza de voluntad.

Por eso dicen: "querer es poder". Ser hombre de
decisiones grandes, si se tienen también ideas
grandes, es ser hombre de verdad. Las dificultades no cuentan para los héroes. Lo que parece imposible, es posible y aún fácil para los que quieren. En mi vida de oración, ¿tomo decisiones grandes y pido la gracia del Señor para cumplirlas .. .?

 

 

 

28. POR TU PALABRA

Simón (Pedro) y dijo.

- "Maestro, hemos estado bregando toda la noche
y no hemos recogido nada,

pero, por tu palabra, echaré las redes".
Hicieron una redada grande de peces
.

(Lc 5,5-6)

 

1. Sin Jesús, siempre es de noche en el cora-
zón. Pedro, el gran pescador, no había pescado nada, a pesar de un trabajo ímprobo. Así me salen a mi las cosas. Cuando todo parece ir bien y confío en mis fuerzas, es cuando estoy mas cerca del fracaso. Puede haber apariencias de éxito, pero ya lo dijo el Señor: "Quien no recoge conmigo, desparrama". ¿Acostumbro a pedir ayuda al Señor en mis empresas .. .?

2. ¡Qué diferencia cuando uno obra con Cristo! Con él, mayoría aplastante. Confiar en Cristo, y poner de nuestra parte lo que debemos, es un éxito seguro, aunque a veces haya momentos de cruz y Getsemaní. En los callejones sin salida, es cuando podemos confiar en el Señor y obtener los mayores éxitos. En los momentos difíciles, ¿adopto posturas de desánimo o de desconfianza .. .?

 

 

 

 

29. MÁNDAME IR A TI

 

 

-“¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”.

Pedro le contestó:

- “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua”.

Él le dijo:

- “Ven”.

Pedro se echó a andar sobre el agua

acercándose a Jesús.

 

                                (Mt 14,24-29)

 

 

 

1.  La sola presencia de Jesucristo habla al corazón. Es cuestión de saberle escuchar. No se trata de “oír” palabras en la imaginación, sino de saber que él nos ama. Hay mucha gente sencilla que sabe pasar ratos sin prisa ante el sagrario con solo pensar: “Él me mira y yo le miro”. Esto es confianza en su amor. ¿Sé pasarme el mejor rato del día en la presencia del Señor...?

 

 

 

2. No hay dificultades insuperables para quien sabe orar. Orar es amar, y el amor todo lo encuentra hacedero. La mirada en Cristo, porque si nos fiamos de nosotros mismos, entonces viene el hundimiento. El Señor llama a estar con él. Orar es decidirse a estar sin prisas junto al Señor. ¿Qué dificultades encuentro en la oración y cuál puede ser el remedio...?

30. NO TIENEN VINO

 

 

Estaba allí (en las bodas de Caná)

la madre de Jesús.

Jesús estaba invitado también a la boda.

Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice:

-“No tienen vino”.

 

                        (Jn 2,1-3)

 

1. Cuando se ama a María se ama más intensamente a Cristo. Invitando a ella no puede faltar el Señor. Amar a Cristo tal como es significa amarle en ambiente mariano. No es cuestión de niños (a no ser que hablemos de los “niños” del evangelio), sino que es el ambiente de que se ha rodeado Cristo. María enseña a hablar con él. Pero hay que dejarse enseñar y ponerse a tiro. ¿Cómo es mi oración a María...?

 

 

 

2. María es modelo de oración. Ella se fija en las necesidades del prójimo. Quien ama al prójimo encuentra fácilmente la intimidad con Cristo. Y la oración de María es confiada y humilde. Expone el problema y se fía de Jesús. Él nos ama más que nosotros mismos. Sabe lo que tenemos y quiere solucionar todo. María, con su oración, anticipa la hora del Señor, cooperando a nuestra salvación. ¿Se parece mi oración a la de mi madre...?

 

 

II. JESÚS, AMIGO

 

 

Es fácil dialogar con un amigo. Y Cristo es el amigo. Lo ha dicho repetidas veces: “Vosotros sois mis amigos”. Lo ha dicho y lo ha demostrado con hechos.

 

“Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”, dijo, y lo puso por obra. A tu amigo no le es indiferente nada tuyo. Te conoce, te comprende. Tus problemas son los suyos, pues por tu pecado y para tu salvación se dejó clavar en un madero.

 

La amistad para contigo la selló para siempre. Es una alianza eterna, mientras tú no la rompas. Este pacto de amistad se renueva en la santa misa. Jesús será hombre por toda la eternidad. Y ¿para qué se hizo hombre, sino para ser tu hermano y amigo?

 

La amistad hace iguales a los amigos. Si tú eres amigo de Cristo, es decir, si lo amas, llevas en tu alma el rostro de Cristo, la gracia santificante que te hace participar de la vida de Cristo.

 

Tu corazón necesita fuego, no tiene bastante con paños calientes, Escoge entre el fuego de la intimidad con Cristo y el fuego de... una vil pasión.

 

Ya sé que eres, así lo dices, amigo de Cristo. Pero la verdadera amistad busca el conocimiento del amigo, su presencia, sus intereses... ¿Eres joven y amas a medias...?

 

Sin ideal, tu vida no tiene sentido. Búscame un ideal más hermoso que la amistad con Jesús... No lo encontrarás, por la sencilla razón de que Dios te ha hecho para Jesús, y nunca serás feliz hasta encontrar a Jesús.

 

Pruébalo. Algún día dirás a Cristo: “¿Cómo he podido vivir sin ti? Pero..., ¿he vivido alguna ves sin ti?” (Zolli). Y te convencerás de que “estar sin Jesús es grave infierno; estar con Jesús es dulce paraíso” (Kempis, Imitación de Cristo 2,8).

 

 

31. JESÚS, AMIGO

 

 

-“Vosotros sois mis amigos

si hacéis lo que yo  os mando...

A vosotros os llamo amigos,

porque todo lo que he oído a mi Padre

os lo he dado a conocer”.

 

                        (Jn 15,14-15)

 

 

 

1. Jesús es nuestro amigo. Lo ha dicho y lo ha demostrado. Un amigo de verdad manifiesta lo que tiene en el corazón. Jesús nos ha revelado lo más íntimo que tiene: su amor y conocimiento del Padre. Y ha sellado con su sangre estas confidencias. Más no puede amar, puesto que lo ha dado todo. ¿Conozco de veras por qué Jesús es mi amigo...?

 

 

 

2. Seremos amigos de Cristo si cumplimos su voluntad. Para que se dé la amistad, es necesario el amor por ambas partes. Jesús lo dio todo. Yo debo dar lo mejor: mi voluntad. La voluntad de Cristo es que siga su doctrina y sus mandamientos. En cada momento de mi vida he de hacer, como Jesús, la voluntad del Padre. Solo así seré su amigo. ¿En qué puedo cumplir mejor lo que quiere Jesús...?

 

 

 

32. AMIGO FIEL

 

 

Todos murmuraban diciendo:

-“Ha  entrado a hospedarse

en casa de un pecador..”.

-“El Hijo del hombre ha venido a buscar

y a salvar lo que estaba perdido”.

 

                                (Lc 19,7.10)

 

 

 

1. El amigo fiel defiende, aunque los demás murmuren. Era un pecador aquel hombre llamado Zaqueo, al menos en la opinión de los demás. Pero Jesús le brindó su amistad y dejó de ser pecador. Jesús, amigo fiel, le defendió. Aunque nadie te amara, Jesús sería siempre tu mejor amigo. No traiciona nunca. Aunque seas un pecador. ¿Cómo podrías aumentar tu confianza en Jesucristo...?

 

 

 

2. Jesús significa salvador. Su nombre indica la misión que tiene que cumplir. Ha venido para salvar lo que estaba perdido. No ha venido el Señor para rodearse solo de inocentes. Sino que a los pecadores nos hace santos como él y nos admite en su amistad. Zaqueo y la Magdalena son solo una muestra. ¿Qué defectos míos debo presentar a Jesucristo para que los cure...?

 

 

33. AMIGO DELICADO

 

 

Jesús se turbó  en su espíritu y dio testimonio diciendo:

-…“Uno de vosotros me va a entregar”.

Uno de ellos, alque Jesús amaba (Juan),

estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús.

 

                                (Jn 13,21.23)

 

 

 

1. Jesús es muy delicado. No quiere delatar a Judas el traidor. A última hora todavía le llamará amigo. Es tan delicado que se limita a exponer su pena por el que se pierde. Jesús no quiere molestar. Habla delicadamente para que sólo le entiendan los que le aman de verdad. ¿Tiene motivos el Señor para quejarse de mí...?

 

 

 

2. Juan el evangelista era amigo predilecto de Jesús. Porque era puro y generoso. Llega hasta tener la confianza de reclinar su cabeza en el pecho de Jesús. Oyó los latidos ardientes de su corazón. Pero Jesús amigo siente predilección por cada uno, por ti en concreto. Solo exige delicadeza y generosidad. ¿En qué no soy generoso y delicado...?

 

 

 

 

34. AMIGO PODEROSO

 

 

Toda la gente trataba de tocarlo,

porque salía de él una fuerza

que los curaba  a todos

 

                        (Lc 6,19)

 

 

 

1. Jesús lo puede todo. Curaba a todos y de cualquier enfermedad. Así es mi amigo. Para él no hay nada imposible. Ni la curación de mi frialdad o de mi orgullo. Ha venido para curar a los enfermos y salvar a los pecadores. ¡Si supiera exponer mis miserias al baño del sol de la mirada de Cristo...!

 

 

 

2. Para curar, hemos de “tocar” a Cristo. Acercarse a él y tocarle significa: hablarle íntimamente y querer amarle de veras, confiar en él y pedirle perdón. No todos los que “rezan” y “comulgan” tocan a Jesús. Hay algo en mí que me impide “tocar” a Jesús...

 

 

 

 

35. AMIGO HUMILDE

 

 

Los amó hasta el extremo...

Se pone a lavarles  los pies

 de los discípulos y a secárselos

con la toalla que se había ceñido.

 

                        (Jn 13,1.5)

 

 

 

1. Jesús es humilde y quiere que lo seamos nosotros. La humildad nos hace ver lo que somos, ni más ni menos. Quien conoce sus propias faltas nunca desprecia a los demás. Ni ambiciona puestos y cargos de honor. Porque lo que importa no es lucir, sino servir amando. Pero como es muy difícil de entender y de practicar, Jesús, que es Dios, da ejemplo hasta lavar los pies a los discípulos. ¡Qué me falta para ser humilde...!

 

 

 

2. Todo lo que hace Jesús es para demostrarnos que nos ama. Ama hasta buscar a la oveja perdida, hasta lavar los pies de Judas. Bajó del cielo a la tierra, se ha quedado en la eucaristía. Así es de humilde nuestro amigo. Nos ama hasta el colmo. Por amor al Señor debo pensar en las ocasiones en que he de ser humilde...

 

 

 

 

36. ME COMPRENDE

 

 

El Señor, volviéndose, le echó

una mirada a Pedro, y Pedro se acordó

de la palabra que el Señor le había dicho.

Y, saliendo afuera,  lloró amargamente.

 

                                (Lc 22,61-62)

 

 

 

1. La mirada de Jesús penetra los corazones. Comprende todo lo que nos pasa, y lo quiere solucionar. San Pedro cayó muy hondo. Pero hasta ahí le siguió la mirada del amigo. Jesús miró a muchos, también a Judas, pero no todos se dejan mirar ni adivinan el amor de la mirada del Señor. ¡Si me dejara mirar por el Señor...!

 

 

 

2. No hemos de ser cabecitas de chorlito que no reflexionan nunca. Hay algo en nosotros que nos separa de Cristo. Él nos mira continuamente, esperando que nosotros nos demos cuenta. San Pedro arrancó de su corazón el orgullo. Lloró de veras su pecado. Y ya no volvió a negar al Señor. Solo pensar que había traicionado al amigo, le hacía humilde. En mí hay algo que Cristo mira que yo lo quite...

 

 

 

37. ME PERDONA

 

 

Cuando todavía estaba lejos (el hijo pródigo),

su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas;

y, echando a correr, se le echó al cuello

y lo cubrió de besos...

 

                (Lc 15,20)

 

 

 

1. La parábola del hijo pródigo es fruto del corazón de Jesús. Así ama Jesús al amigo extraviado. Sabe perdonar. Más, Jesús amigo mira y siente compasión aun antes de nuestro arrepentimiento. ¡Qué pormenores tan delicados los de la parábola! ¡El Padre salía todos los días a esperar! Son los grandes deseos del corazón del amigo para que volvamos a él. No puedes hacer esperar más a Cristo. Por lo menos, agradece las veces que te ha perdonado...

 

 

 

2. El padre del hijo pródigo manifiesta su alegría: corre presuroso al encuentro, le abraza con efusión, le cubre de besos ardientes. Como todo esto lo inventó Jesús, significa que lo hace él con nosotros cuando tenemos algún pecado. Estas finezas merecen confianza y amor de entrega total. ¡Si supiera recordar las veces que Cristo me ha recibido así...! Yo también he de perdonar...

 

 

38. ME CONOCE

 

 

“Mis ovejas escuchan  mi voz,

y yo las conozco,

y ellas me siguen,

y yo les doy la vida eterna”.

 

                        (Jn 10,27-28)

 

 

 

1. Mi amigo piensa siempre en mí. No puede olvidarme. Me conoce y me ama. Sabe lo que me pasa, lo que pienso y quiero. Y, por eso, me envía siempre las gracias que necesito. Me conoce por mi nombre y me ama con una predilección especial. Siempre vela sobre mí para que no me falte nada. ¿Tengo plena confianza en él...?

 

 

 

2. ¡Le gusta tanto al Señor que yo le conozca y siga su voz! Le he de conocer a fondo hasta ilusionarme por él, sobre todo y sobre todos. Si pensara más en él... Cuando me hablan de Cristo he de escuchar con delirio. Y he de seguir el camino de Cristo, que es el amor a él y al prójimo. Así llegaré a poseer la vida divina en mí. Así llegaré a vivir eternamente con mi amigo. ¿Qué podría hacer para seguir e imitar a Cristo mejor...?

 

 

 

39. ME INVITA

 

 

“El que tenga  sed,

que venga a mí y beba.

El que cree en mí...

de sus entrañas manarán

ríos de agua viva”.

 

                        (Jn 7,37-38)

 

 

 

1. Quien atraviesa un desierto corre peligro de ver “espejismos”. Es decir el tormento de la sed le hace ver lo que no hay. Solo Cristo calma la sed a los que caminamos por este desierto. Beber en otra parte sería beber agua envenenada o, a lo más lamer las gotitas que salpican de la fuente. Solo Jesús puede llenar mi corazón. ¿Me dejo engañar por vanidades...?

 

 

 

2. Jesús compara la vida divina, que él infunde en nosotros, a una fuente de agua que sacia la sed. Quien cree en Jesús, piensa como él y se transforma en él amándole e imitándole. Creer en Jesús es encontrar a Jesús como amigo. Él me invita, me llama a ser su amigo. ¿Sigo siempre su invitación amándole e imitándole...?

 

 

 

40. ME ESCUCHA

 

 

“Si pedís algo  al Padre en mi nombre

os lo dará  en mi nombre.

Hasta ahora no habéis pedido nada...

Pedid y recibiréis...”

 

                        (Jn 16,24)

 

 

 

1. Todo lo que pidamos nos lo concederá el Señor. Pero hemos de confiar en él. Como a veces nuestra confianza es floja, el Señor nos dará lo que mejor nos vaya. Hemos de pedir con las disposiciones filiales de un niño que habla con su padre. ¿Qué he de mejorar en mi oración...?

 

 

 

2. Jesús se queja de nuestra oración. No sabemos pedir. Pedimos poco. Cuando todo va bien pensamos que ya no necesitamos de Dios. Y luego vienen los chascos. Por eso, cuando algo nos sale bien, ni siquiera se nos ocurre dar gracias. Jesús quiere que pidamos todo lo que necesitamos. ¿Cumplo de veras el deseo y el mandato de Jesús...?

 

 

 

 

41. ME CONSUELA

 

 

“No temas, pequeño rebaño,

porque vuestro Padre

ha tenido a bien daros el reino”.

 

                        (Lc 12,32)

 

 

 

1. Jesucristo no quiere que nos traguemos solos nuestras penas. Con él por amigo, desaparecen las penas. Repite muchas veces “no temáis”. Muchas veces sentiremos miedo ante los fracasos, en las dudas, etc. Pero hemos de esforzarnos por alejar este miedo y confiar en el amigo. Él todo lo puede solucionar. ¡Y quiere solucionarlo! ¿Me dejo llevar de temores y dudas...?

 

 

 

2. Jesús nos dice que el Padre nos ama y nos quiere salvar. Dios no nos ha hecho para condenarnos, sino para salvarnos y ser felices. Lo que pasa es que nosotros nos empeñamos en salir con la nuestra y dejamos de hacer la voluntad del Señor. Uno está triste solo cuando no hace lo que Dios quiere. Tengo siempre motivo para ser feliz: Dios me ama. ¿Estoy siempre alegre y alegro la vida a los demás...?

 

 

 

 

 

42. ME BUSCA

 

 

“¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas

y pierde una de ellas,

no deja las noventa y nueve

en el desierto

y va tras la descarriada

hasta que la encuentra?”.

 

                        (Lc 15,4)

 

 

 

1. Por una sola oveja el Buen Pastor sale en su busca preocupándose más de ella que de las demás. Cristo está ilusionado por cada uno de nosotros. ¡Lo que supone a Cristo perder una  oveja! Es una tragedia para su corazón cuando me alejo de él. Por esto me busca como si le faltara alguien muy íntimo. ¿Creo en este amor del amigo...?

 

 

 

2. No descansa Cristo hasta encontrarme. Me envía buenos pensamientos, algún libro, el ejemplo del prójimo, el consejo del sacerdote. A san Agustín lo buscó muchos años hasta que una lectura le hizo abrir los ojos y el corazón al amor de Cristo. ¿Doy largas a las inspiraciones del Señor...?

 

 

 

 

43. ME ESPERA

 

 

(Marta) fue a llamar a su

 hermana María, diciéndole en voz baja:

-“El Maestro está ahí

y te llama”.

Apenas lo oyó, se levantó

y salió adonde estaba él.

 

                        (Jn 11,28-29)

 

 

 

1. Jesucristo está presente, aunque no le veas. Vive en ti y tú en él, como viven de la misma savia el sarmiento y la vid. Pero su presencia es caliente, palpitante, al ritmo de un corazón que arde: te mira, te ama, sintoniza con tus problemas, te llama... Respóndele, dile algo..., sin prisas...

 

 

 

2. María Magdalena, la gran pecadora arrepentida, lo dejó todo enseguida para atender a Jesús. Es cuestión de generosidad y delicadeza. Jesús, que te perdonó tanto, se lo merece todo. Vale la pena que dejes aquello que te estorba para hablar con él, para encontrarle. ¡El encuentro con Cristo! Pruébalo y verás. ¿Hay algo que te impide encontrarte con él?  ¿Por qué no lo dejas? Ábrele tu corazón contándole tus cosas...

 

 

44. ME ACOMPAÑA

 

 

Las olas rompían contra la barca...

Él (Jesús) estaba en popa, dormido...

Lo despertaron... Les dijo:

- “¿Aún no tenéis fe?”.

 

                        (Mc 4,37-38.40)

 

 

 

1. Tempestad equivale a tentación, pena, problema... Y Cristo está siempre junto a mí, más preocupado por mis problemas que yo mismo. Pero “duerme”..., quiere probar mi confianza. Siendo Dios, se hizo hombre y experimentó cansancio y sueño para poder hablar el lenguaje del dolor... Cristo está siempre junto a mí... ahora también... y me ama como hermano y amigo...

 

 

 

2. Los apóstoles perdieron los estribos. No supieron confiar. No conocían las reglas de la amistad de Cristo. Y el Señor se queja, porque no han tenido equilibrio en la confianza, en el amor, en la fe. Otras veces hiciste tú lo mismo. Pide perdón y promete más valentía, confianza, más explayarte con el Señor aguardando su palabra de amigo que disipará la tempestad....

 

 

 

45. ME SANTIFICA

 

 

“Yo he venido para que tengan vida

y la tengan abundante...

Y doy mi vida por las ovejas”.

 

                        (Jn 10,10-15)

 

 

 

1. Todo lo que hizo y dijo Jesucristo, lo hizo y dijo pensando en ti, amándote. Vino del cielo para salvarte, para solucionar tus problemas. Vivió rodeado de las mismas dificultades que encuentras en tu vida. Lo dio todo, se dio a sí mismo. Y espera de ti una respuesta generosa. ¿Quieres hacer en tu vida algo grande por él? Hoy, precisamente hoy, sin esperar a mañana...

 

 

 

2. Vivió por mí y murió por mí. Los tragos más amargos se los reservó para sí. Él pasa delante para pisar las espinas más punzantes y dejarme a mí lo más fácil. Se trata de saber poner mi pie donde él lo puso; entonces notaré el amor de sus pisadas y el aliento para mis pequeñas cruces. Voy a trazar ahora el plan de este día para seguir Cristo en cada momento...

 

 

 

46. ME ANIMA

 

 

Viendo (Jesús) la fe que tenían,

dijo  al paralítico:

-“¡Ánimo, hijo!;

tus pecados te son perdonados”.

 

                        (Mt 9,2)

 

 

 

1. No todos saben descubrir a Cristo y encontrarse con él. Se necesitan los ojos de la fe: “Creo, Señor, aumenta mi fe”. Con la fe se descubre a Cristo en la eucaristía, en el propio corazón, en el prójimo, en todas partes. Y entonces el corazón arde. Porque se tiene siempre a Cristo consigo. Y con él todo cambia de color. Procura descubrirle escondido ahora, aquí, contigo... ¡Cree!, pero amando y confiando...

 

 

 

2. Y Cristo ha adivinado mi pensar antes de que yo abriera los labios. Su mirada penetrante se ha posado sobre mis llagas para sanarlas. ¡Son llagas profundas abiertas por mi egoísmo! El egoísmo, el pecado desanima, perturba, amarga. Y yo quisiera vivir en equilibrio, en paz... sin dejar mi egoísmo. Pero Cristo ve en lo más hondo... Déjate mirar por esa mirada de amigo que perdona y no hace daño...

 

 

 

47. CONFÍA EN MÍ

 

 

“Sentaos aquí, mientras voy allá a orar...

Mi alma está triste hasta la muerte”.

Volvió a los discípulos

y los encuentra dormidos.

 

                        (Mt 26,36.38-39)

 

 

 

1. Cristo necesita compañía. Se hizo nuestro hermano y amigo con un corazón muy ancho. Tan ancho como para que cupiéramos todos a gusto. Pero al Señor le engañó su corazón. Quiso sentir como nosotros, sentir necesidad de compañía en sus penas; pero se quedó solo, o casi. Su pena era muy honda porque se presentó ante el Padre como responsable de mis desvíos. ¡Qué vergüenza! ¿Qué malos pasos de mi vida le entristecerían más...?

 

 

 

2. Jesucristo visita con frecuencia a sus amigos. Las más de las veces se encuentra con la puerta cerrada y el inquilino fuera, para no comprometerse...  ¡Vaya amigos los que solo van a las fiestas! Y mientras Judas no duerme, los suyos se escabullen irresponsablemente. El Señor, ahora, prueba contigo... ¿Cerrado, generoso, escurridizo? ¿Ni un momento con él...?

 

 

 

48. ME PREPARA EL PREMIO

 

 

“Me voy a prepararos un lugar...;

Volveré y os llevaré conmigo,

para que donde  estoy yo

estéis también vosotros”.

 

                        (Jn 14,2-4)

 

 

 

1. Dos amigos desean vivir siempre juntos y hacerse mutuamente felices. Jesús es mi amigo. Desapareció visiblemente, pero se queda escondido. Y se fue para prepararnos la casa donde hemos de vivir para siempre felices. Cuando esté todo preparado, me llamará. Puede ser en cualquier momento, sin aviso. ¡Qué sorpresa tan agradable cuando nos abracemos para siempre! ¿Estoy preparado o tengo todavía “cuentas pendientes” y tareas por terminar...?

 

 

 

2. Jesucristo no es egoísta. Lo ha dado todo. Es el Hijo de Dios y me ha nombrado coheredero. Su herencia, su premio, es mi premio y herencia. ¡Así ama él! De mis piltrafas ha hecho documentos de heredero. Con tal que le ame de verdad y deje mis caprichos y egoísmos. ¿Tengo algo que me estorba para esta amistad con él?...

 

 

 

 

49. SENSIBLE ANTE LA INGRATITUD

 

 

“¡Cuántas veces intenté reunir a tus hijos,

como la gallina reúne a los polluelos

bajo sus alas, y no habéis querido!”

 

                                (Mt 23,37)

 

 

 

1. El amor del corazón de Cristo busca las mejores palabras y comparaciones para comunicarse. “Como la gallina reúne a sus polluelos”... Jesús nunca ha dejado de amarme, ni aún en mis malos pasos. Su amor me ha defendido, ayudado, cobijado. Ahora y aquí, penetra en mi corazón para transformarme en él... ¿Hay algo o alguien que impide en mí esta acción de Cristo?...

 

 

 

2. Debe ser terrible un no al amor de Cristo. Es un “no” al único amigo, al hermano, a quien me ama más que mi madre. Un “no” de este tipo debe salir de un corazón gastado o hecho trizas; no puede salir de un joven por edad o por corazón. Porque sería un “no” a la persona más íntima y más cercana. ¿Hay en mí alguna postura, alguna inclinación, que me pueda conducir a ese abismo negro?...

 

 

 

 

50. AL ENCONTRARME

 

 

Un samaritano llegó adonde estaba él (herido),

y, al verlo, se compadeció,

y, acercándose, le vendó las heridas,

echándoles aceite y vino...,

lo llevó a una posada y cuidó.

 

                                (Lc 10,33-34)

 

 

 

1. Muchas veces has quedado malherido y nadie ha comprendido tu problema. Jesucristo lo sabe todo y, lo que es más importante, se interesa por tus problemas más que tú mismo. El corazón de Cristo no resiste ante tu dolor; no tiene más remedio que compadecerse, latir con violencia como si se tratara de su mismo problema. Déjale revisar todas y cada una de tus llagas...

 

 

 

2. La compasión de Jesús se traduce siempre en obras. Te cura con el vino y aceite de su sacrificio y de su palabra. La palabra de Cristo, por ejemplo, la que se dice ahora, es una llamada a un encuentro personal con él. La fusión de corazones, el compromiso, el darse palabra de amistad en serio, tiene lugar en la eucaristía. ¿Cómo escucho la palabra de Cristo y cómo son mis encuentros con él?...

 

 

51. ESPERA RESPUESTA

 

 

“Quien no carga con su cruz

y viene en pos de mí,

no puede ser discípulo mío”.

 

                        (Lc 14,27)

 

 

 

1. El Señor abre su corazón de par en par a cuantos le siguen. Pero espera nuestra correspondencia. Muchos quisieron seguirle por novedad, porque estaba de moda. El Señor pone condiciones: ser sacrificado en el cumplimiento del propio deber y en saber aguantarse a sí mismo y a los demás, es decir llevar su cruz. Imitar a Cristo y saber tratar con él, es decir, seguirle. ¿Voy por este camino trazado por el Señor?...

 

 

 

2. Y si cumplo las condiciones que puso el Señor, luego él me comunicará sus confidencias, podré experimentar su amistad, mi vida será un encuentro continuo y personal con él, me preocuparé de sus intereses y él se cuidará de los míos. ¿Qué he de dejar para conseguir estas ganancias?

 

 

 

52. DISFRUTA CONMIGO

 

 

Yendo ellos de camino, entró Jesús en una aldea...

Marta le recibió en su casa...

María, sentada a los pies del Señor,

escuchaba su palabra.

 

(Lc 10,38-39)

 

 

 

1. Jesús va de paso. No quiere molestar. Llama suavemente y, si no se le abre, pasa de largo. No le reciben en muchos corazones. Viene cansado, como el Buen Pastor que busca la oveja perdida, y no se le recibe. Me busca, ya me ha encontrado, pero espera que yo le abra las puertas del amor. Si no, pasará de largo... tal vez para no volver... ¿No ha sido así muchas veces en mí?

 

 

 

2. María Magdalena fue una gran pecadora. Pero abrió el corazón a la confianza y al amor. Y después siempre fue agradecida y generosa. Los mejores ratos de su vida se los pasó junto al Señor, mirando, callando, escuchando, amando... Escogió la mejor parte. ¡Es tan difícil estar junto a Jesús y hablarle con la mirada, con el silencio, con el amor, con la expresión afectuosa!...

 

 

 

 

53. SE ME DA

 

 

Y tomando el pan, después de

pronunciar la acción de gracias, dijo:

-“Esto es mi cuerpo,

que se entrega por vosotros”.

 

                        (Lc 22,19)

 

 

 

1. Jesús quiso quedarse entre nosotros para ser nuestro alimento. Cuando comulgamos, nos transformamos en él, vivimos en él, de él y para él. Cuando comulgamos nos comunica la redención a cada uno de nosotros. Porque el Señor tiene un amor de predilección para ti que no tiene para los demás, y viceversa. Jesús puso toda su ilusión en la institución de la eucaristía. ¿Puede estar satisfecho de cómo le correspondo?...

 

 

 

2. El cuerpo de Jesús fue entregado por nosotros. Y su sangre, derramada para nuestra redención. Jesús está en la eucaristía inmolado, como sacrificio por nuestros pecados. Y dio la vida por nosotros. Y ahora, para comunicarnos la vida divina, se da como sacrificio y alimento en la santa misa y comunión. Él lo da todo, pues se da a sí mismo. En mí hay algo que me reservo y no quiero darle...

 

 

54. NO ABANDONA

 

 

Subió a un monte a solas

para orar...

La barca estaba sacudida por las olas...

Se les acercó Jesús andando sobre el mar.

 

                                (Mt 14,23-25)

 

 

 

1. Jesús busca el silencio, la soledad, para hablar con el Padre. Si no me escondo con él, no le puedo encontrar. Me quiere comunicar sus intimidades con la condición de que sepa esconderme con él, dejando las tonterías que de él me apartarían. Si le encuentro en la oración, seré fuerte para vencer las tentaciones y pruebas. Mi oración, ¿es un almacenar de fuerzas para la tempestad?...

 

 

 

2. Jesús sabe lo que me pasa. Y se preocupa de mis problemas más que yo mismo. Porque me ama como a sí mismo. Son muchas las tentaciones y luchas. A veces solapadas. Pero él está a mi lado, aunque parezca imposible. Solo, que he de adivinarlo y descubrirlo. ¿Por qué no le cuento mis penas, problemas, luchas, tempestades?....

 

 

 

 

55. SE CUIDA DE MÍ

 

 

Curó a todos los enfermos.

Él tomó nuestras dolencias

y cargó con nuestras enfermedades.

 

                (Mt 8,16-17)

 

 

 

1. El Señor cura a todos y de cualquier enfermedad. Es amigo de los que sufren. Lo puede todo y ama infinitamente. Basta que se acerque uno con confianza para decirle: “Si quieres puedes curarme”. Dejarse mirar por Jesús es tomar un “baño de sol” eficaz. Puedes reparar tus llagas bajo la mirada de Jesús, que quiere curarte...

 

 

 

2. Jesús siente tus penas como propias. Es el amigo y el hermano que ha venido para responsabilizarse de tus líos: penas, pecados, debilidades... Ama hasta identificarse con el enfermo y enfermar con él. Un amor así reclama amor de retorno: preocuparse de sus intereses, de sus problemas en el cuerpo místico. ¿Sabes cuáles son los problemas de Jesús? Si te preocupas por ellos sanearás el ambiente de tu corazón...

 

 

 

 

56. SU MANDAMIENTO

 

 

“Este es mi mandamiento:

que os améis unos a otros

como yo os he amado...

Esto os mando: que os améis unos a otros”.

 

                        (Jn 15,12.17)

 

 

 

1. Toda mi tarea espiritual consiste en hacer lo que quiere Jesús de mí. Y toda la voluntad de Jesús se resume en una sola palabra: amar. Solo así se cumple la voluntad de Dios. Amar es darse, descubrir a Jesucristo en el otro, procurar que no falte nada a nadie, ver lo que los demás necesitan, saber qué puedo hacer yo por Cristo que vive en el prójimo ¡Todo un programa de vida! ¡Y de examen!...

 

 

 

2. ¡Amar a los demás como Cristo los ama! Él dio la vida y se dio a sí mismo. Pero él vive en mí y conmigo y, desde mí, ama al prójimo. Puedo, pues, amar como él. Amar como él es no dejarse llevar por egoísmo, por resentimientos, por “derechos” aparentes que atropellan los derechos de los demás. El que ama así, ama como Cristo, identificado con él. En esto se conoce si uno tiene vida espiritual fuerte, si uno es cristiano de verdad. ¿Mis sentimientos son los de Cristo?...

 

57. MORA EN MÍ

 

 

El que me ama

guardará mi palabra,

y mi Padre lo amará,

y tendremos a él

y  haremos morada en él”.

 

                        (Jn 14,23)

 

 

 

1. Los amigos ansían estar juntos para expansionarse. Jesús vive en mí si estoy en gracia. El Señor pone una condición: “Si alguno me ama”. Amarle es hacer lo que él quiere y enseña. Al amarle nos transformamos en él, y el Padre se complace en nosotros como se complace en él: tenemos la misma voz y fisonomía de Cristo. Pero en mí hay rasgos desfigurados que debo corregir...

 

 

 

2. Es algo maravilloso lo que ha hecho Cristo en nosotros. Nos ha transformado en sagrarios vivientes. Ha hecho de nuestro ser su casa solariega, donde Dios se complace, su lugar de preferencia. El Padre, el Hijo, el Espíritu Santo moran en nosotros. ¿Hay en mí algo que desdice de la casa de Dios?...

 

 

 

 

58. NO TIENE SECRETOS PARA MÍ

 

 

“El que me ama

será amado por mi Padre,

y yo también lo amaré

y me manifestaré a él”.

 

                        (Jn 14,21)

 

 

 

1. Jesucristo ama en serio. Espera, pues, de sus amigos amor serio, perseverante, sincero, por encima de cualquier sacrificio. La amistad con Cristo no admite amores de barro. Quien ama sinceramente a Cristo, se atrae la benevolencia del Padre. Dios amor se da a quien ama a Cristo. ¿Es mi amor perseverante y serio?....

 

 

 

2. Jesús no tiene secretos para sus amigos. No ha manifestado las intimidades de Dios. Te quiere descubrir las intimidades de su corazón. Se quiere expansionar contigo. Pero es necesario que estés dispuesto a recibir estas confidencias de Cristo. Su ilusión, sus problemas, sus intereses, sus puntos de mira, ¿son los tuyos?...

 

 

 

 

 

59. AMISTAD ETERNA

 

 

“Yo soy la resurrección y la vida:

el que cree en mí,

aunque haya  muerto, vivirá...;

no morirá para siempre”.

 

                        (Jn 11,25-26)

 

 

 

1. Todos los amigos pueden fallar. Y ninguna amistad dura para siempre, salvo la amistad con Jesucristo. Él, al dar la vida por mí y resucitar, es dueño de la vida y de la muerte. El amigo ha entablado amistad conmigo para siempre. No solo de palabra. Ningún amigo puede amarme así. Todas las amistades humanas que no se fundamenten en Cristo, pasarán para no volver. ¿Aprecio la amistad de Cristo por encima de otros amores?...

 

 

 

2. Los amigos se comunican mutuamente sus bienes. Los amigos o son iguales o terminan siéndolo. Jesús ha comunicado la inmortalidad a sus amigos. Nuestra amistad con él pasará triunfante los linderos de la muerte temporal. Nuestro amor, si es sincero, no puede perecer. Todo lo que entrelacemos en la amistad con Cristo participará de la vida eterna. ¿Me siento feliz, optimista, con un amigo como Cristo...?

 

 

60. NUESTRA MADRE

 

 

Dijo al discípulo (a quien amaba):

-“Ahí tienes a tu madre”.

Y desde aquella hora,

el discípulo la recibió como algo propio.

 

                (Jn 19,27)

 

 

 

1. Jesús no tiene secretos para sus amigos. Ni se reserva nada para sí. Tiene una madre que es llena de gracia por ser madre de Dios. Se la preparó él desde la eternidad. Es el único “pintor” que ha podido pintar a su madre tan hermosa como ha querido. En ella ha colocado su sabiduría, su poder y su bondad. Y, como buen amigo, te la ha dado por madre. ¡Oye!, ¿le has dado gracias por ello?...

 

 

 

2. Quiere el Señor que sepas mirar, hablar, amar a la madre (suya y tuya) como él lo hace. Es la ley de la amistad. Eres amigo predilecto de Cristo porque te dio a su madre por tuya. Pero... amor obliga. No te la dio para que la pusieras en un museo, sino para sellar la amistad contigo, para que la trataras como él. Deja a tu madre que te mire, que  ponga sus manos en tus enredos y problemas...

 

 

 

III.  LA VOZ DEL BUEN PASTOR

 

 

¡Escucha! Dios te habla. Es el amigo, el Buen Pastor. “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.

 

Dios te ha dicho que te ama. Todas las cosas, si supieras escuchar, te hablan a gritos del amor de Dios.

 

Jesucristo es el Verbo, la palabra amorosa del Padre. Y “del tal manera amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito”. Nunca podrás llegar a comprender perfectamente el rico contenido de esta frase, que un día salió de los labios de Cristo dialogando con Nicodemo.

 

¡Vale la pena gastar toda una vida, toda la juventud, estudiando esta palabra amorosa de Dios!

 

¿Sabes por qué no quedas prendado de la voz del Buen Pastor, tu amigo? Porque no sabes escucharle en silencio. ¡Por favor! Haz callar a tus afectos desordenados. Este silencio es el “niéguese a sí mismo” condición indispensable para seguir a Cristo. “Tanto adelantarás cuanto más violencia (¡silencio!) te hicieres” (Kempis).

 

No eres feliz porque escuchas otras cosas que no son Cristo. ¡No sabes ver en el prójimo a Cristo, ni escuchar aquello de “lo que hiciereis a uno de mis discípulos a mi me lo hacéis”.

 

“Cuando Jesús no habla dentro, vil es la consolación; mas si Jesús habla una sola palabra, gran consolación se siente” (Kempis 2, 8).

 

“Mis ovejas oyen mi voz”. ¿Y tú? No sabes discernir el silbo del Buen Pastor. ¿Sabes dónde está el secreto? Escucha: “El que a vosotros oye, a mí me oye”. A vosotros, a los que representan a Cristo. La santa madre Iglesia te habla con frecuencia de obediencia, docilidad, humildad... Ahí tienes el concilio Vaticano II.

 

 

 

61. YO SOY EL BUEN PASTOR

 

 

“El buen pastor

da su vida por las ovejas;

el asalariado ve venir al lobo,

abandona  las ovejas y huye.

Yo soy el Buen Pastor...”

 

                        (Jn 10,11-12.14)

 

 

 

1. La figura del Buen Pastor dice todo lo que Jesús ha hecho por nosotros: dar la vida: “Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos”. Pero quien da la vida por amor, lo da todo: me conoce, me comprende, se cuida de mí, me busca, me cura... ¿Podría repasar las finezas del Buen Pastor para conmigo?...

 

 

 

2. Nadie me ama como Cristo. Ni yo mismo. Porque yo no me amo cuando sigo mis caprichos; entonces me pongo en manos del asalariado y del lobo. Solo Cristo no abandona. Solo él puede decir: “Yo soy el Buen Pastor”. ¡Qué raro! Ya sé que esto es así, pero hay momentos de mi vida en que no sigo al Buen Pastor, sino al asalariado...

 

 

 

 

62.  VEN, SÍGUEME

 

 

 Jesús contestó (al joven):

“Si quieres ser perfecto,

anda, vende tus bienes,

da el dinero a los pobres

-así tendrás un tesoro en el cielo-

y luego ven y sígueme”.

 

                        (Mt 19,21)

 

 

 

1. Era un joven con una mina de oro sin explorar. Y Cristo le propuso algo maravilloso: estrenar él su corazón antes que otros amores, tal vez buenos. La proposición vale la pena: dejar la chatarra para poseer a Cristo. Pero el corazón tiene razones que desconoce la razón... Aquel muchacho no supo escuchar al Señor que le proponía algo grande y, por tanto, costoso. ¿Se repite en mí la historia?...

 

 

 

2. “Sígueme”. Es la voz de Cristo. El silbo del Buen Pastor. Me llama para seguirle dejando lo que no le gusta a él. ¡Tengo una llamada de Jesús que debo seguir! Me llamó a ser “cristiano”, es decir suyo. Me llama todos lo momentos a transformarme en él. Me llama para cumplir una misión en la Iglesia. ¿Conozco y sigo la llamada de Cristo?...

 

 

63. LÉVANTATE

 

 

Y acercándose Jesús

al ataúd (del hijo de la viuda de Naín),

 lo tocó y dijo:

-“Muchacho, a ti te lo digo,

levántate”.

 

                        (Lc 7,14)

 

 

 

1. Era un joven muerto que llevaban a enterrar. Humanamente no había nada que hacer. Pero el corazón de Cristo siente compasión por la madre que llora. El amor de Cristo hace latir el corazón helado del joven muerto. Cuando Jesús está presente, todo es posible, hasta resucitar y calentar el corazón frío. Es solo cuestión de dejar acercarse al Señor y que nos toque. Presenta al Señor tus frialdades para que las vivifique...

 

 

 

2. La voz de Cristo es imperiosa: “Muchacho, levántate”. Cristo pensaba en ti. Ahora precisamente te dice lo mismo. Se ha de tener el oído fino para escuchar a Jesús: Levántate de esa vida sin sentido, levántate de ese desánimo tonto, de ese olvido o frialdad en el trato con él, de ese torbellino de egoísmo, de esas faltas de caridad, de humildad, de piedad...

 

 

64. SI CONOCIERAS EL DON DE DIOS

 

 

Jesús dijo (a la samaritana):

-“Si conocieras el don de Dios

y quién es el que te dice:

dame de beber,

le pedirías tú,

y él te daría agua viva”.

 

                        (Jn 4,10)

 

 

 

1. Dios te ha hecho para algo muy grande. Al corazón humano no le sacian las gotitas que salpican de la fuente. Tu corazón ha sido hecho para saciarse de Dios. Ahora se explica el por qué sientes que te falta algo (yo diría “alguien”). Suscita en ti deseos de hacer algo grande por Dios, pero quita también las aficiones que no gustan a Dios...

 

 

 

2. Solo Cristo puede saciar el corazón. Él es el don de Dios. Pero Cristo viviente en ti por la gracia. Entonces, solo entonces, tienes en ti una fuente de agua que no se acaba. Es obra del Espíritu Santo, su acción es muy delicada y no puede entorpecerse con el alquitrán de tu egoísmo. Cuanto más alquitrán saques de ti, más te saciará Cristo viviente en ti...

 

 

65. YO SOY EL PAN DE VIDA

 

 

Yo soy el pan de vida.

El que viene a mí

no tendrá hambre,

y el que cree en mí

no tendrá sed jamás”.

 

                        (Jn 6,35)

 

 

 

1. Cristo es nuestro alimento. Al encontrarle, al creer en él, al comulgarle, nos transforma en él, imprime en nosotros su fisonomía. Quien ha experimentado el encuentro con él, no necesita nada más, no tiene hambre y sed de migajas y salpicaduras. Cristo ¿sacia de veras tus pensamientos, tus quehaceres, tus afectos?...

 

 

 

2. Ir a Cristo y creer en él es una condición. No basta con cumplir una especie de etiqueta. En cuestión de amistad, solo cuenta el contacto afectuoso, el encuentro, la fusión de intereses. Lo demás es rozar y pasar de largo. Tu vida ¿es un encuentro continuo y vital con Cristo?...

 

 

 

 

66. QUEDA LIMPIO

 

 

Extendiendo  Jesús la mano

(sobre el leproso)

lo tocó diciendo:

“Quiero, queda limpio”.

Y enseguida la lepra se le quitó.

 

                        (Lc 5,13)

 

 

 

1. Era un leproso con sus llagas purulentas. Producía náuseas a todos menos a Jesús. El Buen Pastor no siente asco ante tu miseria. Ha venido a curarte. Solo exige una condición: dejarte mirar y tocar por él. Es fácil, pero es cuestión de decidirse de una vez para decirle: Señor, soy leproso..., orgulloso, tibio, iracundo, poco generoso, egoísta...

 

 

 

2. La voz de Cristo es suave ungüento que cura. Cristo quiere ahora curarte a ti de cualquier enfermedad. No le obligamos nosotros a compasión, sino que él mismo conoce nuestra enfermedad y quiere curarla con más ganas que las nuestras. Escuchar a Cristo, saber que ahora te ama, es curar radicalmente. ¡Escucha en silencio las mismas palabras del evangelio!...

 

 

 

 

67. NO LLORES

 

 

Al verla el Señor

(a la viuda de Naín),

se compadeció de ella y dijo:

- “No llores”.

 

                        (Lc 7,13)

 

 

 

1. Jesús ve nuestros problemas y los siente como propios. Lo sabe todo, hasta nuestros extravíos. Lo ve todo como una madre. Su mirada es la del Buen Pastor. Por eso se alegra con nuestra alegría y siente nuestros pesares. Y esto, antes de que se los contemos. Más aún cuando nos empeñamos en olvidarle. Pero le gusta que nos acerquemos y nos dejemos mirar por él...

 

 

 

2. Jesús puede calmar nuestro dolor. Con una palabra le basta. Pero quiere que participemos algo de lo que a él le costó encontrarnos. Hemos de sufrir, pero nuestro dolor se convertirá en gozo verdadero. Una palabrita le basta al Señor para calmar nuestro interior. Con tal que le escuchemos... porque el Señor, ahora, nos dice las mismas palabras del evangelio...

 

 

 

 

68. YO HE VENCIDO AL MUNDO

 

 

“En el mundo tendréis luchas;

pero tened valor:

yo he vencido al mundo”.

 

                        (Jn 16,33)

 

 

 

1. Todos tenemos que sufrir algo. Ya los propios defectos nos hacen sufrir. Nos hace sufrir el prójimo, la enfermedad, los disgustos, las humillaciones, las molestias, etc. Sufrimos porque vamos de viaje hacia la casa paterna. Y fuera de casa hay muchas molestias. Jesucristo ha sufrido más que nadie y está junto a nosotros, sobre todo cuando sufrimos. Las penas repartidas con Jesucristo se dividen por dos y desaparecen...

 

 

 

2. Cristo ha vencido al dolor. Es una victoria difícil. No se vence huyendo, sino enfrentándose. Vence al dolor quien sabe ver en él a Cristo crucificado. Solamente dejándose clavar en la cruz se llega a la resurrección. En el fondo del corazón queda una felicidad indecible cuando uno se ha decidido a pasar por el dolor con paciencia y amor. ¿Lo has probado? ¿Se te presentarán hoy ocasiones para ello?...

 

 

 

69. NO PEQUES MÁS

 

 

Jesús dijo (a la pecadora):

-“¿Ninguno te ha condenado?”

-“Ninguno, Señor”.

-“Tampoco yo te condeno.

Anda, y en adelante no peques más”.

 

                        (Jn 8,10-11)

 

 

1. Era una pecadora metida en lo más hondo de la miseria espiritual. El Buen Pastor siente compasión y la defiende contra los lobos vestidos con piel de oveja. Jesús no puede condenar a quien se acerca a él reconociéndose pecador. No hay imposibles para Jesús. Él perdona y ayuda a alcanzar el perdón y el remedio. Es cuestión de acercarse con humildad (reconociéndose pecador) y confianza (creyendo en su bondad)...

 

 

 

2. Quien ha recibido el perdón de Jesús, si se da cuenta de veras de esta bondad, no quiere pecar más. La oveja perdida, cargada sobre los hombros del Buen Pastor, no muerde a quien le ha hecho tanto bien. Porque entonces uno ha descubierto que el pecado no es solamente una obra mala, sino una bofetada al propio padre. ¿Tengo esta decisión de no pecar más, precisamente porque amo de verdad a Jesucristo?...

 

70. TU FE TE HA SALVADO

 

 

Jesús le dijo (a la hemorroísa):

-“Hija, tu fe te ha salvado.

Vete en paz

y queda curada de tu enfermedad”.

 

                (Mc 5,34)

 

 

 

1. Fe significa unirse a Cristo para aceptar su doctrina, para confiar en él, para entregarse a él. Quien no crea así a Jesús está destinado a ahogarse en cualquier problema. La fe en Cristo cura las tinieblas del pensamiento y sana las llagas del corazón. Estoy enfermo cuando no es Jesús para mí una persona viva. De ahí me vienen todas las dudas y tristezas. ¿Por qué no le digo al Señor, de veras, que creo en él y me uno para siempre a él?...

 

 

 

2. Oír la voz de Jesús es lo mismo que ver el rayo de sol después de la tempestad. Si escuchara en silencio, Jesús me diría: No tienes por qué temer, yo estoy contigo, sé lo que te pasa, te comprendo; ¿por qué no confías más en mí? Haz la prueba..., escucha a Jesús...

 

 

 

 

 

71 YO SOY REY

 

 

Jesús le contestó (a Pilato):

-“Tú lo dices: soy rey.

Yo para esto he nacido y para esto vine al mundo:

para dar testimonio de la verdad.

Todo el que es de la verdad

escucha mi voz”.

 

                        (Jn 18,37)

 

 

 

1. Jesús es rey. No solo porque es Dios y Señor. Jesús es rey porque, con su amor, te ha salvado y, por tanto, puede reclamar tu corazón. Ha resucitado para que resucitáramos con él. Podría obligarte a servirle sin más. Pero prefiere amarte para que le ames libremente. Cristo lo da todo y exige todo. No debes reservarte una parte del amor, ni menos dejarle a él solo un rincón. ¿Hay en ti algo que no es de Cristo rey?...

 

 

 

2. Todos se creen (todos nos creemos) algo importante. Pero solo Jesús es la verdad. Fuera de él, hay mentira y falsedad. Vale la pena seguir a Cristo, que es rey de verdad. Pero quien se deja engañar de la mentira, del pecado y de la mala inclinación,  no sabrá escuchar y seguir a Cristo. Pilato no quiso comprometerse. ¿Qué debo apartar de mí para poder oír la voz de Cristo rey?...

 

72. YO SOY, NO TENGÁIS MIEDO

 

 

Ellos se asustaron.

Pero Jesús  habló enseguida con ellos:

-“Ánimo, yo soy, no tengáis miedo”.

Entró en la barca con ellos

y amainó  el viento.

 

                        (Mc 6,50-51))

 

 

 

1. Sería el colmo confundir a Jesús con un fantasma. A veces hay hasta quien tiene miedo de presentarse ante Jesús. Y desde luego son muchos los que se aburren junto a Jesucristo. ¡Qué cosa más rara! No funciona bien la vista..., ni el corazón. Con un amigo se pasan las horas sin sentirlas. Y ¡qué bien se está junto al Buen Pastor!...

 

 

 

2. ¡Es él! Ahora me mira y está unido a mí. No puede dejar de amarme. No tengo derecho a aburrirme ni a estar triste. ¿Tener miedo? ¿De quién o de qué? Con Jesús, hasta el fin de la tierra. Todos los momentos del día puedo ser inmensamente feliz si pienso que Cristo me ama y me dice: “Yo soy”. ¿En qué ocasiones podría acordarme de esto?...

 

 

 

 

73. CONOZCO A MIS OVEJAS

 

 

“Conozco a mis ovejas

y las mías me conocen a mí...

Yo doy mi vida por las ovejas”.

 

                        (Jn 10,14-15)

 

 

 

1. Jesús me conoce al dedillo. Pero me conoce como conocen los padres: amando. Él me ha dado algunas gracias extraordinarias que me asemejan a él. Tengo algún rasgo de su fisonomía sin merecerlo y a pesar de mis pecados. Jesús me conoce y sabe lo bueno que él ha puesto en mí. Por eso me mira siempre con predilección y me llama por mi nombre. ¡Hasta dar la vida por mí! ¿Sé apreciar todo esto como un tesoro?

 

 

 

2. Si soy de Cristo, he de conocer a Cristo. Pero ha de ser un conocimiento amoroso, como él me conoce y ama. Es una amistad entre los dos. Muchos conocen la vida y “milagros” de los deportistas y artistas, y no saben apenas nada de Cristo. ¡Es el colmo! Porque él dio la vida por nosotros. ¿Qué me falta para conocer a Cristo y en qué debo amarle más?...

 

 

 

 

74. VENID Y VERÉIS

 

 

“Maestro, ¿dónde vives?”.

Jesús les dijo (a Juan y a Andrés):

“Venid y veréis”.

Entonces fueron, vieron dónde vivía,

y se quedaron con él aquel día.

 

                        (Jn 1,38-39)

 

 

 

1. Encontrar a Cristo para siempre es la mejor felicidad. San Juan el evangelista se acordó de la hora exacta de su primer encuentro con Jesús. No se le puede encontrar si uno tiene prisa. Con el corazón en otra parte, nunca se encuentra a Cristo. Se ha de ir con la disposición de estar con él sin prisas. ¿Son así mis visitas y mi diálogo con él?...

 

 

 

2. No se puede explicar lo que es el encuentro con Jesús. Se ha de probar: “Venid y veréis”. Experimentar con el corazón lo que es amar a Cristo. Nunca se puede olvidar este encuentro. Porque ya no es la cabeza, sino el corazón, lo que hemos comprometido. Juan y Andrés encontraron así a Cristo y no pudieron olvidarlo jamás. Solo traiciona a Cristo quien nunca lo ha encontrado con el corazón. Jesús invita al encuentro. ¿Sigo su invitación?...

 

 

75. NO OS DEJARÉ HUERFANOS

 

 

“No os dejaré huérfanos,

volveré a vosotros.

El mundo  no me verá,

pero vosotros me veréis y viviréis,

porque yo sigo viviendo”.

 

                        (Jn 14,18-19)

 

 

 

1. Cristo es delicado de sentimientos. Siempre está con nosotros, vive en nosotros. Nunca abandona. Pero nosotros tenemos la triste posibilidad de abandonarlo. Su presencia es paternal, de hermano, de amigo, de Buen Pastor que cura y alimenta con los mejores pastos. He de descubrir esta presencia amorosa de Cristo y recordarla frecuentemente. Solo así seré feliz. ¿Cómo podría recordar la presencia de Cristo?...

 

 

 

2. Todo esto no se entiende con la cabeza. Cristo lo dijo y basta. Los que viven de la fe no entienden este lenguaje, como yo no entiendo el chino. El que tiene fe, sabe que esto es verdad. Cristo vive en nosotros y nosotros en él. Es cuestión de aprender a vivir esta verdad. A pesar de lo que piense el vecino. Mi fe en la presencia de Cristo, ¿es fuerte?, ¿cómo puedo aumentarla?...

 

 

76. MI PAZ OS DOY

 

 

“La paz os dejo, mi paz os doy;

no os la doy yo  como la da el mundo.

Que no se turbe vuestro corazón

ni se acobarde”.

 

                        (Jn 14,27)

 

 

 

1. Jesús nos ha dejado por herencia la paz, la alegría profunda y verdadera. La alegría de Jesús no es pasajera. Una sonrisa, una carcajada, una fiesta con música, diversiones y petardos, pueden ocultar una tristeza mortal. Solo quien tiene a Cristo por amigo vive siempre feliz. Ningún pensamiento es tan agradable al corazón como el pensar que Cristo nos ama y está presente. ¿Vivo siempre feliz? ¿Podría comunicar a otros esta felicidad? ¿Cómo?...

 

 

 

2 Nunca hay motivo para estar triste. Hay que echar las penas por la ventana. Desahogándose con Jesús se pasa todo. Aunque te parezca raro, mira de hacer la vida agradable a los demás y serás feliz. ¿Sabes por qué? Porque lo que haces a los otros lo haces a Cristo. Echa, pues, fuera, siempre, sin compases de espera, todas las tristezas que corroen el corazón. Díselo al Señor...

 

 

77. PERMANECED EN MI AMOR

 

 

“Como el Padre me ha  amado,

así os he amado yo;

permaneced en mi amor...”

 

                        (Jn 15,9)

 

 

 

1. ¿Cuánto nos ama Cristo? Si él no nos lo hubiera dicho, no lo creeríamos; nos ama con el mismo amor con que el Padre le ama a él. No puede decir más. Esto es más que dar la vida. Sabiendo que Cristo me ama así, no necesito nada más. He de convencerme cada vez más de que Cristo me ama hasta el colmo. Esto me hará feliz. Pensaré con frecuencia en los beneficios que Cristo me ha hecho...

 

 

 

2. Jesús quiere que le amemos como él nos ama. La amistad es un amor mutuo entre dos o más. No te puedes tomar el lujo de saber que Cristo te ama y, entre tanto, no comprometerte a nada. Si amas de veras, tendrás que sacrificarte por él, imitarle, amar a los demás, dejar tus malas inclinaciones.

 

 

 

 

 

 

78. DEJAD QUE LOS NIÑOS VENGAN A MÍ

 

 

Jesús hizo que se los acercaran (los niños), diciendo:

-“Dejad que los niños vengan a mí,

y no se lo impidáis,

porque de los que son como ellos es el reino de Dios”.

 

                        (Lc 18,16)

 

 

 

1. Jesucristo tiene predilección por los niños. El niño no tiene segundas intenciones. El niño gusta oír cosas acerca de Dios nuestro Padre. Nada ni nadie le parece más grande ni más bondadoso que Dios. Y cree que todos son buenos. Dice lo que siente. Nada hay más hermoso que hablar a un niño sobre Dios y formar en su alma la fisonomía de Cristo. ¿Podría hacer yo algo con mis palabras, mi ejemplo, mi oración, para cumplir el deseo de Jesús?...

 

 

2. “De los que son como niños es el reino de los cielos”. Se trata de tener las cualidades del niño sin tener sus defectos. A esto se llama “infancia espiritual”. Si quiero ser “niño” no he de complicar mi oración, ni mis intenciones. He de pensar bien, ser sincero, tener hambre de Dios, ser limpio de corazón para ver, en todo y en todos, el rostro de mi Padre Dios. He de conquistar esta “infancia espiritual”...

 

 

79. VENID A MÍ TODOS

 

 

“Venid a mí todos

los que estáis cansados y agobiados,

y yo os aliviaré”.

 

                        (Mt 11,28)

 

 

 

1. Siempre hay alguna pena que sufrir. El Hijo de Dios sufrió más que nadie para poderse compadecer más que nadie. En el corazón de Cristo cabemos todos. Él piensa en cada uno de nosotros más que una madre en su hijo único. El Buen Pastor llama a todos, busca a todos, da la vida por todos. ¿Por qué me empeño yo en ser una excepción?...

 

 

 

2. Cuanto mayores sean mis problemas, más quiere el Señor solucionarlos. Quiere y puede. Pero he de abrir el corazón para expansionarme con él. Y a veces para consultar con sus representantes. Si yo me empeño en cerrarme, y no dialogo con él, ni consulto, la palabra de Cristo caerá en el vacío como el silbo del Buen Pastor buscando de noche a la oveja perdida. El Buen Pastor me ha llamado y espera mi respuesta....

 

 

 

80. TENGO OTRAS OVEJAS

 

 

“... que no son de este redil;

también a esas las tengo que traer,

y escucharán mi voz,

y habrá un solo rebaño y un solo Pastor”.

 

                        (Jn 10,16)

 

 

 

1. Muchas son las ovejas que no conocen al Buen Pastor. Y le pertenecen, aunque estén fuera del aprisco. Llevan las aspiraciones del Buen Pastor. Su ansia es encontrarlas y traerlas al buen camino. Es un deseo ardiente del corazón de Cristo. Cualquier humano, aun el más pobre y alejado, es centro de las preocupaciones de Dios amor. ¿Miro así a los demás? ¿Hago algo para que todos los hombres nos amemos como hijos del Buen Pastor?...

 

 

 

2. No hay paz en el mundo porque no hay paz en los corazones. Quien escucha y sigue la voz de Cristo, ama la caridad dentro y fuera de sí. El mundo será un día el aprisco pacífico del Buen Pastor, como un inmenso hogar. Este venturoso futuro sólo puede construirse sembrando amor. De él formarán parte los hijos de Dios amor revestidos de inmortalidad. ¿Soy en cada momento semilla de amor?...

 

 

81. TENGO SED

 

 

Sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido,

dijo: “Tengo sed”.

Y sujetando  una esponja empapada en vinagre

a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca.

 

                        (Jn 19,28-29)

 

 

 

1. Cristo tiene sed. Ama en serio, con un corazón muy ancho, y apenas recibe el amor de retorno. Cumplimos con él unas “reglas de urbanidad” frías, pero no le damos el trato personal de la amistad. Cristo crucificado, Cristo hostia de la misa, rodeado de muchedumbres con prisa, sigue teniendo sed. ¿Qué es lo que en mí causa sed devoradora a Cristo?...

 

 

 

2. A veces, en lugar de calmar la sed de Cristo, le amargan más su agonía. Son estos “no” a la voluntad de Dios, para poder salir con la nuestra. Es el no saber descubrir a Cristo en el prójimo que convive con nosotros (con sus defectos), en el prójimo necesitado. Cristo esperaría de sus amigos mayor amor para reparar estos desaires. ¿Cómo es mi trato con Cristo en la oración y en la caridad?...

 

 

 

 

82. MI ALMA ESTÁ TRISTE

 

 

Empezó a sentir tristeza y angustia.

Entonces les dijo:

-“Mi alma está triste...;

quedaos aquí y velad conmigo”.

 

                        (Mt 26,37-38)

 

 

 

1. Es un gran misterio de condescendencia divina. Dios hombre quiso sufrir más que nadie. Hasta sudar sangre. Cristo sufrió los más agudos tormentos y las más aplastantes humillaciones en su humanidad más sensible que la nuestra. Tuvo que pagar por nuestros “inocentes” desvíos. Era nuestro hermano mayor, responsable y protagonista de nuestra historia. Así ama él. Esto requiere reflexión y respuesta...

 

 

 

2. Cristo sintió necesidad de compañía y consuelo. Lo buscó entre sus amigos. Entonces me veía a mí, y pensaba que yo escucharía sus palabras. Los apóstoles se durmieron, mientras Judas trabajaba para entregarlo. Cristo sufre en su cuerpo místico: enfermos, Iglesia perseguida, los que sufren hambre, los que carecen de cultura, los que no saben que Cristo murió por ellos...

 

 

 

 

83. HE VENIDO A PRENDER FUEGO

 

 

“He venido a prender

fuego a la tierra,

¡Y cuánto deseo que

ya esté ardiendo!”

 

                        (Lc 12,49)

 

 

 

1. El fuego de Jesucristo es el amor a Dios y al prójimo. El hombre, cuando se ama a sí mismo hasta olvidarse de Dios, se destruye en un suicidio. Cuando ama a Dios hasta el desprecio de su egoísmo, construye la ciudad de Dios hecha de piedras vivas en el amor. Todos construimos. Todo depende del amor y del egoísmo. ¿Conozco en qué construyo y en qué derribo?...

 

 

 

2. Dios se hizo hombre para sembrar amor. Es la ilusión de Cristo. Ser cristiano significa amar. Y amar es darse como quiere Dios y como necesita el prójimo. No como me gusta a mí o a los demás. Dos amigos viven de los mismos ideales. ¿Soy amigo de Cristo?...

 

 

 

 

84. SIENTO COMPASIÓN

 

 

Jesús llamó  a sus discípulos y dijo:

-“Siento compasión de la gente,

porque... no tienen qué comer.

Y no quiero despedirlos en  ayunas,

no sea que desfallezcan en el camino”.

 

(Mt 15,32)

 

 

 

1. Es una confidencia de Jesús a sus discípulos. Todos los pesares encuentran eco en su corazón. Su compasión es la de una madre. Les falta de comer para el cuerpo y para el alma. La comida que el Señor les da milagrosamente prefigura la eucaristía. Cristo se da a sí mismo para la vida de todos. Ahora, en un mundo hambriento de paz, me repite la misma confidencia...

 

 

 

2. El camino por recorrer es largo y rodeado de dificultades. Hemos de llegar a Dios convirtiendo cada paso de nuestra vida en amor. Y esto, en un mundo esponjado en el odio y la indiferencia. Pero el Buen Pastor se convierte en nuestro alimento. Él mismo es el camino, la verdad y la vida. ¿Tengo como compañero de viaje a Cristo?...

 

 

 

85. YO OS HE ELEGIDO

 

 

“No sois vosotros los que me habéis elegido,

soy  yo quien  os he  elegido

y os he destinado para que vayáis

y deis fruto, y vuestro fruto permanezca”.

 

                                (Jn 15,16)

 

 

 

1. No hacemos ningún favor a Cristo siguiendo su llamada. El favor nos lo hace él. Es él quien llama a la fe, a servir a la Iglesia, a ser su “otro yo”. Es llamada de predilección. Él ama primero y nos da el poderle amar. La iniciativa parte de él. Esto supone mayor amor, sobre todo teniendo en cuenta nuestra miseria. ¿Sé apreciar la llamada de Cristo, por encima de todo?...

 

 

 

2. Quien ha encontrado a Cristo se convierte en apóstol de este encuentro con él. Todo cristiano ha de dejar transparentar a Cristo en su vida. Tener cada vez más la fisonomía espiritual de Cristo. Pero especialmente a los que tienen la misión de realizar en los demás la fisonomía de Jesús. ¡Llamada envidiable! ¿Dejo transparentar a Cristo en mis palabras y en mis obras?...

 

 

 

 

86. TAMBIÉN OS ENVÍO YO

 

 

“Como el Padre me ha enviado,

así también os envío yo...

Recibid el Espíritu Santo”.

 

                        (Jn 20,21-22)

 

 

 

1. La obra de Jesús la continúan sus sacerdotes. Es el mismo encargo que Jesús recibió del Padre. Se trata de desempeñar el mismo papel de Jesús. Jesús llama solamente a algunos para esta misión. Es una predilección singular. Se necesita ser generoso para responder a u llamada. Vale la pena ser fiel, De mi fidelidad depende la salvación de muchos hombres. ¿Soy fiel y generoso con mi vocación?...

 

 

 

2. El Espíritu Santo traza en nuestras almas la fisonomía de Jesús. Es acción de Dios amor. Sin esta ayuda sería imposible la fidelidad y generosidad a la vocación. El bautismo, la confirmación y el orden son sacramentos por los que el Espíritu Santo nos hace hijos de Dios, testigos de Cristo, “otros Cristo”. ¿Soy delicado a las inspiraciones del Espíritu Santo?...

 

 

 

 

 

87. ANUNCIA EL REINO DE DIOS

 

 

A otro le dijo:

- “Sígueme... Deja que los muertos

entierren a sus muertos;

tú vete a anunciar el reino de Dios”.

 

                        (Lc 9,59-60)

 

 

 

1. La voz del Buen Pastor invita y urge a seguirle. Por ello he de estar dispuesto a dejarlo todo. Las cosas de la tierra, cuando estorban para seguir a Cristo, no son más que chatarra. Mirando a Cristo es fácil dejar las otras cosas. Sin mirarle y amarle, es imposible. Quien tiene billetes de mil, no hace problema de la calderilla. ¿Hay algo que me impide seguir al Buen Pastor?...

 

 

 

2. Quien sigue al Señor queda comprometido a conquistar a otros. Nuestras palabras y obras han de reflejar el encuentro con Cristo. Somos sal, luz, olor de Cristo. Es un encargo del Buen Pastor que supone mucha confianza al fiarse de nosotros. Todos los segundos de mi vida pueden ser fructíferos para extender el reino. ¿Me preocupo de los deseos de Jesús?...

 

 

 

 

88. ESTOY CON VOSOTROS

 

 

“Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos...

Y sabed que yo estaré con vosotros todos los días

hasta el final de los tiempos”.

 

                        (Mt 28,19-20)

 

 

 

1. Todos los hombres han de encontrar a Cristo. Pero todavía no le conocen. Nosotros tenemos el encargo de anunciar a Cristo a todas las gentes. Cada uno, según sus posibilidades. Pero podemos más de lo que parece. Oración, pequeños sacrificios, cumplimiento del deber, entrega personal (¿por qué no?)... ¿Qué hago en mi vida para la salvación de los no cristianos?...

 

 

 

2. Jesús está presente siempre entre nosotros. Principalmente en la eucaristía. Pero también cuando nos reunimos en su nombre. Y, además, vive en nosotros y nosotros en él. Su presencia vivifica a la Iglesia, que es su cuerpo místico. Con él no hay que temer, aunque haya tempestad. Con él se puede ir hasta el fin del mundo. ¿Recuerdo frecuentemente la presencia de Jesús?...

 

 

 

89. VENID A DESCANSAR

 

 

“Venid vosotros a solas

a un lugar solitario

a descansar un poco”.

 

                        (Mc 6,31)

 

 

 

1. Jesús es muy comprensivo. Llegan los apóstoles cansados, y les invita al reposo en la soledad con él. Cristo quiere comunicar sus confidencias a lo suyos. Pero lo hace a solas, de tú a tú. No le gusta el ruido. Quiere silencio de egoísmos para poder hablar con claridad. ¿Busco estar sin prisas, a solas, junto al Señor?...

 

 

 

2. En nuestro caminar hacia Dios necesitamos reposo. Hay luchas, tentaciones, desánimos, fracasos, dudas, entusiasmos pasajeros, derrotas y victorias. El reposo consiste en expansionarse con Cristo contándole todo como de amigo a amigo. Él lo espera y disfruta conmigo cuando voy. ¿Tengo ahora algo que contarle?...

 

 

 

 

 

90. AHÍ TIENES A TU MADRE

 

 

Jesús, al ver a su  madre

y junto a ella al discípulo  que amaba,

dijo a la madre:

- “Mujer,  ahí tienes a tu hijo”.

Luego, dijo al discípulo:

-“Ahí tienes a tu madre”.

 

                        (Jn 19,26-27)

 

 

 

1. Jesús ama a su madre con delirio. Siendo Dios, pudo hacerse a su madre tan hermosa como quiso. En ella volcó los tesoros de su bondad, sabiduría y poder. Y nos la dio por madre. A tanto llega el amor de Cristo. Se dio a sí mismo, nos dio a su madre por nuestra, nos lo dio todo. Pensaba que así nos enteraríamos de cuánto nos ama. ¡Si yo pensara cuánto amor supone este don del corazón de Cristo!...

 

 

 

2. Ella recibió el encargo. Y nos ama como a Jesús. Por nosotros lo entregó a la muerte. Se unió al amor que Cristo nos tiene. Ve en nosotros la fisonomía de Jesús, pero la quisiera ver sin borrones. Cristo y María esperan que yo los ame como ellos a mí. Si es mi madre, yo he de ser su hijo amante. ¿Conozco, amo, imito a María mi Madre?...

 

 

IV.  ENCUENTRO CON JESÚS

 

 

 

A cada paso te encuentras con Cristo Te cruzas con él a todas horas. Si te extrañas de mi afirmación es que... has pasado de largo sin conocer que era él. Tu vida no tiene otro sentido que encontrar a Cristo. Es una aventura en que estás empeñado y comprendido. ¡La única aventura que te interesa y que merece vivirse!

 

Muchos han tropezado con el “tesoro escondido”, con la “perla preciosa”, y han pasado de largo. La razón es muy sencilla; no supieron ver, como aquellos indios que tiraron el oro para quedarse con los sacos.

 

Juan, el evangelista, se encontró con Jesús. Pasaron los años. Y cuando nos contó por escrito aquella escena inolvidable para él, se acordó hasta de la hora exacta en que comenzó a encontrar a Cristo, aunque que no supo expresar lo que sintió. El “venid y veréis” nos parece una invitación a probar “qué sea amar a Jesús”, pues no se puede decir, sino solo experimentar (San Bernardo).

 

Y, además, te encuentras con Cristo en la eucaristía. Cristo se coloca en nuestra limitación. No le espanta nuestra miseria. Ya cuando estás reunido en asamblea cristiana en torno al altar, fíjate en las palabras del representante de Cristo: “El Señor esté con vosotros”.

 

Volvamos de nuevo al plano de obediencia, solo allí encontraremos a Cristo: “Están en peligroso error aquellos que piensan poder abrazar a Cristo cabeza de la Iglesia, sin adherirse fielmente a su vicario en la tierra”. (Pío XII, Mystici corporis Christi).

 

“Encontraron al niño con María”. ¡Sin la madre no encontrarás al hijo! Conocerás si lo has encontrado cuando sepas decir: “Cuando yo veo a una imagen con un niño en los brazos, pienso que he visto todas las cosas”. (San Juan de Ávila).

 

 

 

91. LOS PASTORES

 

 

Los pastores se decían unos a otros:

“Vayamos, pues, a Belén

y veamos los que ha sucedido

y que el Señor nos ha comunicado”.

Fueron corriendo

y encontraron a María y a José,

y al niño acostado en el pesebre...

 

                        (Lc 2,15-16)

 

 

1. Los pastores eran gente humilde, pobre y sacrificada. A ellos se les aparecieron los ángeles para anunciarles la gran noticia del nacimiento de Jesucristo. Para encontrar a Cristo se necesita limpiar el corazón de orgullo, ambición y comodidad. El Señor sale a nuestro encuentro, pero espera nuestra colaboración y nos ayuda para decidirnos. ¿Hay algo en mí que pueda impedir el encuentro con Cristo?...

 

 

2. Los pastores no hacen esperar a Dios. Están acostumbrados a acudir en ayuda del prójimo necesitado. Están tan deseosos de encontrar al niño Jesús, que no se detienen en nada más. Son generosos. Dicen siempre que sí a Dios y al prójimo. Por esto encuentran pronto, los primeros, al salvador. Y lo encuentran, como es natural, con María, nuestra madre. ¿Qué debo hacer para encontrar más pronto y para siempre a Jesucristo?...

 

92. LOS  MAGOS

 

 

Al ver la estrella

Se llenaron de inmensa alegría.

Entraron en la casa, vieron al niño

con María, su madre,

y cayendo de rodillas lo adoraron;

le ofrecieron regalos...

 

                                (Mt 2,10-11)

 

1. Fíjate en el gozo que sintieron los magos cunado vieron la estrella que les llevaría a Belén. Nuestros deseos son la mejor señal de que encontraremos a Cristo. No les interesó a los magos todo lo demás, porque preferían encontrar a Cristo por encima de todos los demás bienes. Cuando el corazón no desea a Cristo por encima de todo, es como si se tuviera una brújula estropeada. ¿Tengo deseos que me estorban para encontrar a Cristo?...

 

 

 

2. Y encuentran, como siempre, a Jesús en manos de María. Así nos luce el pelo cuando no tenemos verdadero amor a nuestra madre. Y cuando le encuentran, saben ser humildes y generosos. Le adoran y ofrecen lo mejor. El respeto a la casa de Dios y la caridad con Dios que vive en el prójimo, son la señal de haber encontrado a Cristo de veras. Examínate sobre estas virtudes...

 

 

93. SAN JUAN EVANGELISTA

 

 

Estaba Juan (Bautista),

 con dos de sus discípulos y,

fijándose en Jesús que pasaba, dice:

“Este es el Cordero de Dios”.

Los dos discípulos (Juan y Andrés)

oyeron sus palabras y siguieron a Jesús...

Y se quedaron con Jesús...

 

                        (Jn 1,35-37.39)

 

 

1, ¡Qué encuentro tan íntimo el de san Juan con el Señor! Fue un encuentro que le llenó toda la vida. Se fio del consejo del bautista, lo puso en práctica y no se arrepintió jamás. Si supieras ser dócil y generoso con los consejos que lees o te dan, te iría mejor. Las espigas vacías, como las cabezas, son las que más se yerguen para lucir su figura. ¿Qué consejos recuerdas que no has cumplido todavía?...

 

 

2. Quien encuentra de veras a Cristo, tiene ganas de pasarse con él un rato sin prisas. Y todos los días. Es una necesidad del corazón. Se encuentra tiempo cuando se ama. El trato con Cristo lo ha de probar cada uno. Es algo que no se olvida jamás. Es cuestión de entregarse. Es preciso revisar a fondo el porqué de tanta frialdad en mi trato con Jesucristo...

 

 

94. SAN PEDRO

 

 

Al ver esto (la pesca milagrosa)

Simón Pedro se echó  a los pies de Jesús diciendo:

-“Señor, apártate de mí,

que soy un hombre pecador...”

Y Jesús dijo a Simón:

- “No temas, desde a hora serás pescador de hombres”.

                        (Lc 5,8.10)

 

1. El Señor quiere que seamos humildes. No puede haber encuentro con Cristo sin la virtud de la humildad. Ser humilde significa reconocer lo que somos: tenemos cosas malas y buenas. Las malas son nuestros pecados y defectos. Las buenas son regalos de Dios, y también fruto de nuestro esfuerzo colaborando con la gracia del Señor. Pero la verdadera humildad nos acerca más a Jesús. San Pedro dijo “apártate de mí”, porque no era del todo humilde: el humilde sabe confiar. Debo revisar cómo es mi humildad...

 

 

 

2. El encuentro con Jesús trae consigo consecuencias para toda la vida. San Pedro fue llamado a ser apóstol. Jesús tiene predilección especial con quien se le hace encontradizo. A todos encomienda algo muy grande. Es la “vocación” particular de cada uno... ¿Conozco y sigo generosamente mi vocación...?

 

95. LA SAMARITANA

 

 

Jesús, cansado del camino, estaba allí

 sentado junto al pozo. Llega una mujer de Samaría

 a sacar agua, y Jesús le dice:

-“Dame de beber...”

La mujer le dice:

- “Sé que el va a venir el Mesías...”

Jesús le dice:

-“Soy yo, el que habla contigo”.

 

                        (Jn 4,6-7.25-26)

 

1 Jesús, el Buen  Pastor, busca ardientemente el encuentro con todos. Hasta con los mayores pecadores. Las fatigas del Buen Pastor se ven premiadas con el consuelo de salvar a la oveja perdida. En este caso es una gran pecadora. Y Jesús se humilla hasta pedirle de beber. Parece mentira, pero es verdad. Jesús necesita mi amor. Se hace necesitado para que me dé cuenta de que soy yo quien necesita de él. ¿Doy largas a mi encuentro con Jesús?...

 

 

2. En el diálogo se entienden los hombres. Si alguien empieza hablando con Cristo, ya ha comenzado a encontrarle. Así le pasó a la samaritana. Y luego, el Señor se le manifestó como Mesías. Cuando Cristo abre el corazón y cuenta sus intimidades, uno ya no puede olvidar este encuentro. ¿Sé hablar con Cristo?...

 

96. NICODEMO

Nicodemo, jefe judío, fue a ver a Jesúsde noche y le dijo.

- "Rabí, sabemos que has venido

de parte de Dios, como maestro ... "
Jesús le contest6:

- "El que no nazca de nuevo
no
puede ver el reino de Dios ".

(Jn 3,1-3)

1. Nicodemo, entre una multitud de sanedritas
que se quedaron en la cobardía, creyó en Jesús.
Pero la fe y el encuentro con el Señor se demues-
tra n en el dialogo, en la oración. Había ido de
noche, por miedo. Pero aquella conversación con
Jesucristo no la pudo olvidar jamás. Cuando Cristo
murió en la cruz, por fin Nicodemo se entregó de
veras. ¿Soy cobarde en seguir al Señoor? ..

2. Las palabras de Jesússe quedaron grabadas
en el corazón de Nicodemo. Al principio no las
entendía. Los superficiales no entienden ni al
principio ni después. Jesúshabla de una vida
nueva que él nos ha traído: la vida de la gracia que
se manifiesta en las virtudes de fe, esperanza, ca-
ridad. ¡Tener la fisonomía de Cristo y pensar y que-
rer como él! ¿Pienso con calma las palabras de
Jesús? ¿Son mi mejor recuerdo? ..

 

 

97. LA PECADORA

Una mujer, una pecadora ... llorando,

se puso a regarle los pies con las grimas ... r

los cubría de besos y se los ungía con el perfume.
(Jesús) le dijo.

- "Han quedado perdonados tus pecados".
(Lc 7,37-38.48)

1. Nada estorba al encuentro con Cristo cuando
uno reconoce su propio pecado. La gran pecadora
encontró a Cristo para siempre. Su arrepentimiento
fue sincero. Su entrega no era pasajera. Por eso
perseveró en la conversión. Magdalena recibía a
Cristo en su casa, estuvo al pie de la cruz y vio a
Cristo resucitado. Es cuestión de generosidad y de-
cisión, puesto que la ayuda del Señor no falta. ¿En-
cuentro diferencia entre mi arrepentimiento y el
de Magdalena? ..

2. La palabra de Jesúscrea una vida nueva.

Pero sólo cuando el corazón escucha y responde
con un "si" generoso. Cada vez que me confieso,
Cristo me dice las mismas palabras, con el mismo
amor, con la misma fuerza. La diferencia no está
en Jesús, sino en mi. ¿Qué impide en mi el en-
cuentro definitivo con Cristo? ..

 

 

 

 

 

98. EL JOVEN RICO

 

 Jesús le contestó:

-“Si quieres ser perfecto, anda,

vende tus bienes... Y ven y sígueme”.

Al oír esto, el joven se fue triste,

porque era muy rico.

 

                        (Mt 19,21-22)

 

 

 

1. Fue una llamada que Jesús hizo con toda la ilusión. Le propuso al joven una amistad muy íntima. El Señor exigió dejar la chatarra de unos bienes caducos. Jesucristo sigue llamando a un camino de más intimidad con él y de más generosidad. Es una señal de predilección, aunque exige dejar otras cosas. ¿Soy consciente de las invitaciones que me dirige el Señor?...

 

 

 

2. Pero el muchacho dio marcha atrás. No le interesaba. Su corazón estaba en otra parte. Y el corazón tiene razones que desconoce la razón. Tenía otras ilusiones que no eran más que espejismos. Y se fue triste. Se daba cuenta de que escogía lo peor, pero no se atrevía a romper con tantas cosas. No encontró a Jesús. ¿Qué hay en mí que puede frustrar mi encuentro con Jesucristo?...

 

 

 

 

99. EL PARALÍTICO

 

 

Subieron a la azotea, lo descolgaron con la camilla

y le pusieron en medio, delante de Jesús.

Él, viendo la fe de ellos, dijo:

-“Hombre, tus pecados están perdonados”.

 

                                (Lc 5, 19-20)

 

 

 

1. Es el encuentro de la enfermedad con el salvador. Nuestras miserias y enfermedades son resultado del pecado original. Por eso un día desaparecerán y nuestro cuerpo será glorioso como el de Cristo. El paralítico, sin poder moverse, pudo encontrarse con Cristo. El encuentro con el Señor no tiene más obstáculo que el propio egoísmo que cierra la puerta. Aquellos hombres, llevados por la caridad y por la fe, idearon lo que parecía imposible. ¿Qué tendencias pueden impedir mi encuentro con Cristo?...

 

 

 

2. La voz del salvador soluciona todos los problemas de raíz. Primero, lo primero: quitar el alquitrán del pecado. Muchos prejuicios y críticas se desvanecen cuando se limpia el corazón. Jesús perdona siempre que ve ganas de recibir el perdón. No teme ser criticado a causa de esta predilección para con los más necesitados. No hay nadie más necesitado que quien no sabe amar a Dios y al prójimo. ¿Acudo al Señor para recibir el perdón?...

 

100. LA VIUDA DE NAÍN

 

 

Sacaban a enterrar a un muerto,

hijo único de su madre, que era viuda...

Al verla el Señor, se compadeció...

-“No llores”...

-“Muchacho, a ti te lo digo,  levántate...”

Y se lo entregó a su madre.

 

                        (Lc 7,12-15)

 

 

1. Aquella mujer no conocía a Jesús. Pero su aspecto desolador produjo compasión en el corazón de Cristo. Todas las miserias humanas encuentran solución en el corazón del Señor, que es sensible a todos nuestros problemas. Es el misterio de Cristo. Todo lo que es Cristo Jesús se puede resumir en preocuparse por la gloria del Padre y por nuestra salvación. ¿Tengo confianza en el amor de Jesucristo?...

 

 

2. Después de consolar a la madre, el Señor resucita al joven. Cristo sigue diciendo aún hoy: “Muchacho,  a ti te lo digo, levántate”. Porque hay muchos jóvenes sin ideal que dejan la juventud hecha jirones en las zarzas del camino. Hay jóvenes cuya juventud no la estrena el amor, sino el egoísmo camuflado de amor. En mí hay muchas energías que necesitan resucitar. He de oír la voz del Señor...

 

101. LA HEMORROÍSA

 

 

(Una mujer enferma), acercándose a Jesús,

entre la gente,  le tocó el manto, pensando:

“Con solo  tocarle el manto curaré”.

Inmediatamente sintió que su cuerpo estaba curado.

                               

(Mc 5,27-29)

 

1. Solo se encuentra a Cristo cuando se va a él con el corazón en la mano. Muchos tocaban físicamente al Señor, pero solo la mujer enferma se le acercó con confianza. La confianza es la clave de la caja de caudales que es el corazón de Cristo. Todos los remedios son útiles para curar nuestros males del espíritu. El encuentro personal con Cristo lo soluciona todo. ¿Cómo es mi confianza en el Señor?...

 

 

 

2. Muchos escuchan la palabra de Cristo y le reciben en la comunión. Muchos se topan con Cristo en los sacramentos. Pero no lo encuentran. Como la muchedumbre que estrujaba a Cristo y luego se escandalizó de él. Faltan disposiciones personales por convicción. Solamente con el corazón dispuesto para amar seriamente se puede descubrir de veras la persona de Cristo y su palabra y su acción salvadora que está oculta en la Iglesia, especialmente en la liturgia. ¿Cómo es mi postura personal en las celebraciones litúrgicas?...

 

 

102. LA MUJER CANANEA

 

 

Se acercó (una cananea) y se postró

 ante él diciendo:

-“Señor, ayúdame”.

-“No está bien  tomar el pan de los hijos”...

-“También los perritos

Se comen de las migajas”...

-“Mujer, qué  grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”. (Mt 15,25-28)

 

1. El Señor prueba nuestra fe. Le gustan al Señor los corazones valerosos y constantes. Se han de saber pasar los tragos amargos sin desalentarse. Cristo se esconde tras la prueba y el sacrificio. Cuando el Señor quiere conceder una gracia especial, da primero “escalera” para alcanzarla: la prueba del sacrificio. Únicamente de los que se esfuerzan es el reino de los cielos. El Señor no quiere cobardes ni comodones ni tacaños ¿Soporto las pruebas con valentía...?

 

2. La mujer cananea, con ser pagana, alcanzó el milagro. Perseveró en la oración sin desanimarse. Creyó en el poder y en la bondad de Cristo. Cristo estaba dispuesto a concederle el milagro desde el principio, pero veía que el corazón de la mujer debía disponerse más. Quien busca a Cristo le encuentra para su bien. Quien busca otros amores malsanos, a veces también los encuentra, pero para su mal. ¿Persevero buscando el encuentro definitivo con Cristo?...

 

103. LOS NAZARETANOS

 

 

Fue a Nazaret, donde se había criado...

“El Espíritu del Señor me ha ungido.

Me ha enviado a evangelizar a los pobres”.

...Lo echaron  fuera... con intención de despeñarlo...

Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

                        (Lc 4,16.18.29-30)

 

 

1. Fue un caso insólito y fatal. Jesucristo convivió treinta años con los habitantes de Nazaret. Y en el momento de darse a conocer, no le aceptaron. Solo encuentran a Cristo los “pobres”, es decir los que sufren con amor y están dispuestos a aventurarlo todo por Dios. No les interesaba a los nazaretanos un mesías así. Lo querían a la medida de su egoísmo. Y lo rechazaron dándoselas de listos. ¿Tengo relaciones cordiales con Cristo que vive siempre conmigo?...

 

 

 

2. El Señor se fue para no volver. Nunca pudieron los nazaretanos darse cuenta del significado de esta partida. No encontraron a Cristo ya nunca más. ¡Tan cerca como habían estado de él! El Señor lo sintió como cuando lloró sobre Jerusalén. Ellos se quedaron tan tranquilos de “conciencia”. Es la mayor desgracia que le pude ocurrir a uno: apañárselas sin Jesucristo. ¿Tiene motivos el Señor para alejarse de mí?...

 

 

104. EL FUNCIONARIO REAL

 

 

-“Si no veis signos y prodigios, no creéis...”

-“Señor, baja antes de que muera mi niño”.

-“Anda, tu hijo vive...”

Y creyó él con toda su familia.

 

                        (Jn 4,48-50.53)

 

 

1. Jesús no hace distinción de personas. También reprende a los poderosos, pero para sanarles. El hombre supo aceptar la reprensión y confió en el Señor. Quien ora de corazón encuentra a Cristo. Se trata de exponer los propios problemas confiadamente y limpiar el corazón de orgullo. Entonces se encuentra a Cristo con facilidad y para siempre. ¿Tengo orgullo o desconfianza que puedan impedir mi encuentro con Cristo?...

 

 

 

2. La voz de Jesús infunde serenidad y paz. Su palabra, que continúa actual en la iglesia, sana los corazones. Su palabra penetra porque es palabra de amor. Pero no hay salud verdadera hasta que respondamos que “sí” a la palabra de Dios. Cristo mismo es la palabra de Dios. Creer es aceptar esta palabra, encontrarse con Cristo, adherirse a su persona para siempre. ¿Es mi fe la adhesión o encuentro personal con Cristo...?

 

 

105. SAN MATEO

 

 

Jesús vio a un hombre sentado al mostrador

 de los impuestos, y le dijo:

- “Sígueme”.

Él, levantándose, le siguió.

 

                                (Mt 9,9)

 

 

1. Todas las clases sociales pueden encontrar a Cristo. Leví, el cobrador de contribuciones, se convirtió en el apóstol san Mateo. Es la transformación que se realizó al escuchar y responder a Cristo. El encuentro con Cristo es fruto de escuchar su voz y decir que “sí” a su amor. Cristo llama a todos al encuentro con él. No hay excepciones. Y a cada uno le llama para una misión concreta. ¿Escucho las llamadas del Señor?

 

 

 

2. San Mateo encontró a Cristo. El encuentro con el Señor se demuestra en las obras. San Mateo lo dejó todo y quiso hacer partícipes a sus amigos de la dicha de encontrar a Cristo. Desprendimiento y caridad significan valorar a Cristo y al prójimo (que tiene o ha de tener la fisonomía de Cristo) por encima de los bienes de la tierra. ¿Se demuestra mi encuentro con Cristo en el desprendimiento y en el amor?...

 

 

106. MULTITUD DE ENFERMOS

 

 

Le llevaban los enfermos en camillas.

Y le rogaban que les dejase tocar

al menos  la orla de su manto;

y los que la tocaba se curaban.

 

                        (Mc 6,55-56)

 

 

1. No hay enfermedad corporal o espiritual que impida encontrar a Cristo. Sólo el orgullo de no querer curar o no querer reconocer el propio mal. Encuentra a Cristo quien siente necesidad de él. Siente necesidad de Cristo quien reconoce sus propias miserias, cree en el amor de Cristo y quiere mejorar sinceramente. No se cura ni encuentra a Cristo el que solo quiere salir del paso o quitarse un remordimiento para volver a las andadas. ¿Tengo estas disposiciones?...

 

 

 

2. Tocar a Cristo para curar es tener con él una relación personal. No vale usar “discos rayados” para hablar con él. Los signos donde se ocultó Cristo (los sacramentos, etc.) no son artículos de farmacia o “cosas” que se usan y se olvidan luego. Cristo vale mucho más. Él ha venido para entablar relaciones personales y no para servir de adorno. ¿Recibo los sacramentos como un encuentro personal con Cristo?...

 

107 LOS LEPROSOS

 

 

Vinieron al encuentro diez leprosos...

-“Jesús, maestro, ten piedad de nosotros...”

-“Id a presentaros a los sacerdotes”.

Mientras iban camino quedaron limpios.

 

                        (Lc 17,12-14)

 

 

1. Ni la lepra del pecado impide el encuentro con Cristo. Con una condición: que uno se reconozca a sí mismo como pecador. Es la misma disposición interna del publicano de la parábola. Ahora son diez leprosos que salen todos juntos al encuentro del Señor. Es más fácil encontrar al Señor en la oración común cuando todos nos sentimos hermanos enfermos que vamos de camino. ¿Tengo el aprecio debido por la oración común litúrgica?...

 

 

2. ¡Qué bueno es el Señor! Se ha quedado entre nosotros en sus representantes. Los sacerdotes de la Iglesia continúan visiblemente la misión de Cristo. No fiarse de la Iglesia y de sus ministros es abocarse al fracaso. A pesar de los defectos de los ministros del Señor, Jesús se vale de ellos para que le podamos encontrar a él. Solo se encuentra a Cristo buscándole donde se ha escondido. ¿Cuál es mi postura ante Cristo, que actúa por sus representantes?...

 

 

108. LOS NIÑOS

 

 

Acercaban a Jesús niños

para que los tocara,

pero los discípulos les regañaban.

Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:

“Dejad que los niños se acerquen a mí...;

de los que son como ellos es el reino de Dios...”

Y tomándolo los bendecía...

 

                        (Mc 10,13-14.16)

 

1. Hasta los niños encuentran a Cristo. Según la expresión del Señor solo ellos le pueden encontrar. Es decir, encuentra a Cristo quien tiene disposiciones filiales para con Dios. La disposición de ver en todo la mano del Padre, de confiar en el Padre en los momentos más difíciles, de buscar y desear solo amar al Padre y que el Padre sea amado, todo esto no tiene valor a los ojos de los que no tienen fe. Es la “infancia espiritual”. ¿Tengo estas disposiciones filiales respecto de Dios...?

 

2. Las intimidades del corazón de Jesús son para los que tienen alma de niño. Vale la pena quedar en ridículo ante el mundo por la sencillez evangélica. Total, lo único que interesa es que Cristo imprima en nosotros su fisonomía. Lo demás no vale nada si no sirve para esto. Vale más la amistad de Cristo que una lista larga de nombres que se llaman amigos, pero que no lo son de veras. ¿Aprecio la amistad con Cristo por encima de todo?...

 

109. MARTA Y MARÍA

 

 

María, sentada a los pies del Señor,

escuchaba su palabra.

Marta andaba muy  afanada con los muchos servicios.

Le dijo el Señor:

-“María ha escogido la parte mejor”.

 

                        (Lc 10,39-40.42)

 

1. Encontrarse con Cristo es escuchar su palabra y estar dispuesto para responder “sí”. La pecadora, ya perdonada, estuvo siempre en disposición de recibir a Cristo y escucharle. Una señal clave de haber encontrado al Señor es saber pasar ratos sin prisa junto a él o pensando en él. Tener el corazón en Cristo, hacer silencio en el interior, saberse amado por él, pensar en sus enseñanzas con calma... ¿Es así mi trato con él?...

 

 

2. A primera vista hace más quien bracea más. Pero las cosas de Dios son diferentes. Cuando es el momento de gastar tiempo tratando con Cristo, no es más provechosa la acción exterior. Ya llegará el momento de la acción y entonces será acción fecunda. Pero, mientras tanto, hay que saber entregarse a la oración. Oración y acción se exigen mutuamente. Tienen un enemigo común: el hacerlas por egoísmo. ¿Paso ratos sin prisa con el Señor?...

 

 

110. ZAQUEO

 

 

Trataba de ver quién era Jesús...

Se subió a un sicomoro para verlo...

-“Zaqueo, date prisa y baja,

Porque es necesario que hoy me quede en tu casa”.

 

                        (Lc 19,3-5)

 

 

1. Era un cobrador de contribuciones bastante rico. Tal vez un poco frío en los negocios del alma. Pero deseó sinceramente encontrar al Señor. Y lo logró. Tuvo que esforzarse y salir de la comodidad cotidiana. Hasta tuvo que dejar al margen apariencias sociales. ¡Tantas cosas se dejan por otros motivos rastreros! Abrir la puerta, esforzarse, ir con el cántaro a la fuente, moverse, hacer algo fuera de lo ordinario... ¿Por qué no probarlo? El encuentro con Cristo es algo personal...

 

 

 

2. La voz de Cristo no se hace esperar cuando ve buenas disposiciones. Aun estas son fruto de una voz interior de Cristo que se llama gracia actual, a la que hay que cooperar. Jesús da más de lo que esperaba el publicano. Este solo quería ver a Jesús, pero el Señor se quiere hospedar en su casa. Un rato con el Señor, sin prisas, arregla mejor las cuestiones. Las prisas edifican castillos de arena. ¿Hospedo al Señor y le muestro lo más íntimo?

 

111. LOS GENTILES

 

 

Acercándose a Felipe (unos griegos) le rogaban:

-“Señor, queremos ver a Jesús...”

Andrés y Felipe fueron

a decírselo a Jesús.

 

                        (Jn 12,21-22)

 

 

 

1. El deseo de encontrar a Cristo está en el fondo de todo corazón. A veces, es verdad, como un rescoldo. Cualquier sufrimiento, problema, lectura, predicación, puede avivar este deseo. Es un deseo puesto por Dios. Hasta los paganos lo tienen. Porque nuestro corazón ha sido hecho a la medida de Cristo y solo él puede llenarlo. Manifestar en la oración a Cristo el deseo de encontrarle es un paso definitivo para ello. ¿Tengo deseos sinceros de encontrar a Cristo y los manifiesto en oración?...

 

 

2. El mandamiento especial de Cristo es el de amar a los hombres como él les ha amado. En la línea de este amor está el depender de los demás. Necesitamos de los otros, de su oración, de su ejemplo, de sus consejos. Somos iglesia, la familia de Dios, el cuerpo místico de Cristo. Al descubrir estas verdades somos más humildes y caritativos. ¿Soy humilde y caritativo con el prójimo?...

 

 

 

112. EL CIEGO DE NACIMIENTO

 

 

Al pasar, vio Jesús a un hombre ciego...

-“Ve a lavarte a la piscina de Siloé...”

Él fue, se lavó y volvió con vista.

 

                        (Jn 9,1.7)

 

 

 

1. El ciego no se lo sospechaba. Pasó Jesús y fue el mismo Señor quien tomó la iniciativa. Jesús pasa y se hace encontradizo con todos, sin excepción. A veces, en el momento que menos podíamos imaginar. Se ha de aprovechar la ocasión. Porque el Señor a veces pasa para no volver. Puede ser un pensamiento bueno, el ejemplo de un compañero. ¿Soy fiel a las gracias de Dios?...

 

 

 

2. El Señor pone a veces condiciones desconcertantes. Al ciego lo envió a la piscina de Siloé. No necesitaba enviarlo allí para sanarlo. Aquello era un símbolo. Cristo permanece escondido en la Iglesia, especialmente en los sacramentos. En el sacramento de la penitencia encontramos a Cristo Buen Pastor que nos cura de nuestros pecados. En los sacramentos encontramos a Cristo. ¿Cómo me acerco a los sacramentos?...

 

 

113. JUDAS

 

 

A apareció Judas, uno de los doce, acompañado

de un tropel de gente, con espadas y palos…

El traidor se cercó a Jesús, le dijo:

-“Salve, Maestro”.

 Y lo besó. Pero Jesús le contestó:

- “Amigo, ¿a qué vienes?”... 

 

                        (Mt 26,47.49)

 

 

1. Fue un encuentro desastroso. El corazón de Judas no estaba bien dispuesto. Y lo que hubiera podido ser un encuentro de hijo pródigo, fue su perdición. A pesar de ser uno de los doce apóstoles. La más negra traición la fraguó uno que convivió tres años con el Señor. Pero su corazón había quedado impermeable. Y todavía se atrevió a usar de la señal de amor (el beso) como señal de traición. ¿Hay en mí algo que pueda llevarme a este fracaso?...

 

 

2. Las palabras de Jesús a Judas son sermón de misericordia. Tal vez mejor que las parábolas del hijo pródigo y de la oveja perdida. Jesús le llama amigo y le hace un examen de conciencia. Jesús es delicado y respeta a las personas a pesar de sus defectos. Jesús tiene confianza en la conversión cuando todo parece perdido. Pero Judas se cerró para su perdición. También a mí me ha tratado el Señor con tanta delicadeza...

 

114. CAIFÁS

 

 

-“¿Eres tú el Mesías?”

Jesús contestó:

- “Yo soy...”

Y todos lo declararon reo de muerte.

 

                        (Mc 14,61-62.64)

 

 

 

1. No basta con leer y escuchar materialmente. No basta con saber mucho acerca de Cristo. El encuentro con el Señor es un compromiso de toda la persona, sobre todo el corazón. Saber mucho y amar poco conduce al orgullo y, a la corta o a la larga, a la incredulidad. Caifás oyó de los mismos labios de Jesús que él era el Mesías, el Cristo. No por eso fue más dichoso que nosotros ¿Amo al menos tanto cuanto conozco de Jesús?...

 

 

2. Cuando Cristo habló fue condenado por blasfemo. Y eso que era la verdad. Nosotros, ¿no hacemos tal cosa? Al fin y al cabo cuanto se hace al prójimo se hace a Jesús. No es posible encontrar a Jesús rechazando al prójimo, aunque a veces parezca que tengamos la razón. En apariencia se puede tener razón, pero estar faltos de fe y de amor. ¿Cómo es mi trato con el prójimo?...

 

 

 

115. PILATO

 

 

Jesús le contestó:

-“Tú lo dices: soy rey...

Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.

Pilato le dijo:

- “¿Y qué es la verdad?”

 

                        (Jn 18,37-38)

 

 

 

1. Otro que no encontró a Cristo. Se quedó en el “casi” o en el “querría”, como tantos otros. Pilato no era de la verdad, por eso no oyó la voz de Cristo, rey de los corazones. No es de la verdad quien se deja llevar de las tinieblas de inclinaciones desordenadas. El egoísmo ciega. Y hay muchas clases de egoísmo. A un paso de Cristo se puede todavía perderlo para no encontrarlo jamás. ¿Pienso, hablo, deseo, obro con verdad?...

 

 

2. Excusas tenemos todos. Y para todo. Pilato se quedó tan “tranquilo” de conciencia. Tenía “muy buena intención”. Pero no es buena la intención cuando se sigue el atropello del prójimo. Al final, con toda la “buena intención”, Pilato se lavaría las manos. No hizo nada... Por eso no encontró al Señor, porque no hizo el bien que debía hacer. ¿Omito el obrar en favor del prójimo?...

 

 

116. HERODES

 

 

Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento...

Le hacía bastantes preguntas,

pero él no contestó nada.

Herodes lo trató con desprecio...

 

                        (Lc 23,8-9.11)

 

 

1. La lista de los que no encuentran a Cristo continúa. Y eso que estuvieron a un paso de él. Herodes deseaba ver a Jesús, se alegró de su presencia, quería soltarlo... Pero no basta cuando se sigue atropellando el derecho de otros. El encuentro de Herodes con Cristo era de pura charlatanería, de palabras vacías y estériles. Quería congraciarse con Cristo para quedar en sus vicios. Así no se encuentra al Señor. ¿Niego algo al Señor engañándome a mí mismo con un diluvio de actos “buenos”?...

 

 

2. Jesús calló ante un impuro empedernido. ¿Para qué hablar a quien escuchó con gusto a Juan Bautista para luego no hacer nada de provecho? Al Bautista le mandó matar, a pesar de escucharlo con gusto. Una bailarina acabó con el predicador. Quien no escucha a los representantes de Cristo, diciendo que quiere escuchar solo a  Cristo, no hace más que escucharse a sí mismo. ¿Cómo escucho la palabra de Dios, especialmente en la predicación?...

 

 

117. LAS PIADOSAS MUJERES

 

 

Jesús se volvió a ellas y les dijo:

-“Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí,

llorad  por vosotras y por vuestros hijos,

porque si esto  hacen con el leño verde,

¿qué harán con el seco?”

 

                        (Lc 23,28.31)

 

 

1 A Cristo se le encuentra muchas veces en el camino de la cruz. Cuando uno sufre se entera por experiencia propia del sufrimiento de Cristo. El que sufre está más cerca de encontrar a Cristo. Pero el sufrimiento mejor tiene lugar cuando se sufre por Jesucristo, cuando uno soporta los sufrimientos de Cristo y de su cuerpo místico como propios. Sufrir es amar. Sobre todo cuando uno sufre porque ama a Dios y al prójimo. ¿Sé sufrir por amor y condolerme de los sufrimientos de Cristo y de su cuerpo místico?...

 

 

2. Cristo sufrió por mí, por mis pecados. Él era inocente, pero cargó mis culpas como su fueran propias. Si él sufrió por mis pecados, bien puedo yo, y debo, llorar por ellos. El verdadero sabio y santo es el que sabe retractarse o, mejor, convertirse continuamente. Como el “tentetieso” que se empeña, a pesar de sus caídas, en mantenerse en pie. ¿Me arrepiento de mis faltas y pecados y los corrijo?...

 

118. MARÍA MAGDALENA

 

 

Estaba fuera María,

junto al sepulcro, llorando...

Ve a Jesús, de pie, pero no sabía  que era Jesús...

 Jesús le dice:

-“¡María!”

Ella se vuelve y le dice:

-“Rabboni”, que significa “Maestro”.

 

                        (Jn 20,11.14.16)

 

1. Otro encuentro de la Magdalena con Cristo. Esta vez nos descubre a un alma muy delicada. Estuvo junto a la cruz de Cristo sufriendo con él. Y ahora le busca en el sepulcro, pero, de momento, no le encuentra. Sin la presencia de Cristo, no le satisface nada, ni la presencia de los ángeles. No sabe vivir lejos de Cristo. Llora porque le parece que está lejos del Señor. Nadie ni nada le llena el corazón. ¿Tengo grandes deseos de encontrarme íntimamente con Cristo?...

 

 

2. Jesús ama más que nadie. No se deja vencer en el amor. Él desea el encuentro más que nosotros. Es él quien sale al encuentro, pero veladamente. Se le ha de buscar “a oscuras”. Una sola palabra de quien le ha encontrado, basta para expresar todos los sentimientos. El amor es corto en palabras y largo en hechos y en silencio fecundo. ¿Qué he de aprender de este encuentro de la Magdalena?...

 

119. LOS  DE  EMAÚS

 

 

Tomó el pan (Jesús), pronunció la bendición,

Lo partió y se lo iba dando…

Y lo reconocieron.

Pero él  desapareció de su vista.

Y se dijeron el uno al otro:

-“¿No ardía nuestro corazón

mientras nos hablaba por el camino?...

 

                        (Lc 24, 30-32)

 

 

1. Los de Emaús encontraron a Cristo en el partir del pan. Eran unos prófugos. Pero les quedaba un rescoldo. La conversación con Cristo y entre sí, encendió la caridad. Jesús se dio a conocer en el partir del pan que es símbolo de la eucaristía. En la caridad con el prójimo, en la oración y en la celebración de la eucaristía, es donde se encuentra a Cristo...

 

 

 

2. Jesucristo habla al corazón. Junto a Cristo uno se encuentra feliz. Porque solo él llena nuestros deseos. Estar con Cristo es la mejor manera de encontrarle. Pero no se puede tener prisas. El trato con Jesús reclama nuestra atención. El Señor se hace invitar, simula que pasa, pero nada desea más que estar con nosotros. ¿Estoy acostumbrado al trato íntimo con Jesús?...

 

120. SANTO TOMÁS

 

 

Los otros discípulos le decían:

-“Hemos visto al Señor”.

Pero él (Tomás) les contestó:

-“Si no veo..., no lo creo”.

Llegó Jesús... Dijo a Tomás:

-“No seas incrédulo...”

Contestó Tomás:

-“¡Señor mío y Dios mío!”

 

                        (Jn 20,24-28)

 

 

1. Fue un encuentro desconcertante. Quien se negó a creer, acabó creyendo más que nadie. Ordinariamente los que ponen más resistencia a entregarse, son luego más generosos. Parece como si vieran que el entregarse no lo harán a medias...; por eso se resisten. Como tú... porque no quieres las cosas a medias tintas. ¿Eres generoso de veras?...

 

 

2. El encuentro con Cristo no se puede explicar. Se ha de experimentar personalmente. Es como cuando uno encuentra una amistad para siempre. Pero hemos de imitar a los que ya son amigos del Señor. Sus palabras nos pueden orientar en la búsqueda. No fiarse del hermano, desagrada a Cristo. Y luego, unirse a Cristo para siempre. Sin traicionar jamás. ¿Cuándo he estado más cerca de Cristo en mi vida?...

 

V. LA VOZ DEL MAESTRO

 

 

Si ves un ciego sientes compasión. ¿Qué debe ser vivir en las tinieblas? Pero este ciego puede poseer una luz divina que no poseen muchos con los ojos sanos. “El que me sigue, no anda en tinieblas”. Jesús es la única “luz del mundo”. Y sigues a Cristo cuando piensas como Cristo, cuando tu vida se alimenta de la fe.

 

Jesús es “la verdad”. Pero una verdad que trae susconsecuencias: “el cuádruple deber de pensar, de honrar, de decir y de practicar la verdad” (Beato Juan XXIII). Si escuchas la voz del Maestro, mirarás al mundo con la pupila de Jesús (fe), pesarás las cosas con el peso de Jesús (esperanza), tu querer será el querer de Jesús (caridad).

 

“La verdad os hará libres”. ¡Libre! Sí, de tus pasiones desordenadas, del pecado. Libre de la impersonalidad, del desequilibrio. Libre con la “libertad de los hijos de Dios”, que saben llamar a Dios “Padre” con los labios de Jesús, porque antes los han purificado con el “niégate a ti mismo”.

 

“Andando en la verdad, crezcamos en la caridad”. Es que la verdad nos dio el precepto del amor al prójimo, como Cristo nos amó.

 

¡Qué consolador es encontrarse de nuevo con la Madre! “Haced lo que él os diga”. ¿No consiste en esto la verdadera devoción a María según el concilio Vaticano II?

 

¿Sabes qué es lo peor que podrían decir de ti? Que se te cae el evangelio de las manos. Sí, lo leíste muchas veces, pero como la piedra que permanece tan impermeable en el fondo del océano.

 

¿Quieres ser un evangelio viviente? Lee el libro santo “a los pies del Señor, escuchando sus palabras”. De seguro que te vendrán ganas hasta de imitar los “consejos evangélicos”, es decir los caminos no obligatorios que el Señor trazó para los que desean más perfección. También los seglares pueden ir por ellos, según enseña el Vaticano II.

 

 

 

 

121. YO SOY EL CAMINO

 

 

“Yo soy el camino

y la verdad y la vida.

Nadie va al Padre, sino por mí”.

 

                        (Jn 14,6)

 

 

1. Las palabras de Cristo son “salvarles” en un naufragio, el faro en una noche de tormenta. Nadie ha dicho lo que él dijo y sigue diciendo. Porque en boca de otros sería una insensatez. Él es el camino: la ruta que Dios nos ha trazado; por ella andamos seguros. Es la verdad: en medio de tanta mentira ambulante y apariencia pasajera. Es la vida: de él procede todo y a él se orienta todo, como la brújula señala al norte. Es el centro de los corazones y el centro de gravedad de esta era atómica, como de todas las épocas. ¿Me siento firme en mi fe?...

 

 

 

2. Hay muchas personas que viven lejos de Dios. Otras que viven al margen de Dios. Y otras que convierten el trato con Dios en “cumplimiento” fuera del cual ya es posible hacer lo que uno quiere. Así no se ama a Dios. Dios es nuestro Padre. Solamente si queremos vivir en familia, en el hogar de Dios, encontramos a nuestro Padre. Cristo nos traza el camino: él mismo y su mandamiento de amarnos como él nos ama. ¿Camino de veras hacia Dios?...

 

122. APRENDED DE MÍ

 

 

“Tomad mi yugo sobre vosotros

y aprended de mí,

que soy manso y humilde de corazón,

y encontraréis descanso para vuestras almas”.

 

                        (Mt 11,29)

 

 

1. Cristo es el modelo que debemos seguir. Nos da ejemplo de toda virtud. Corregirse de los defectos es una carga demasiado pesada cuando uno se las arregla solo. Pero con Cristo como modelo y amigo, todo se hace llevadero, porque su carga es ligera. Dios se hizo hombre y vivió como nosotros para que nosotros pudiéramos salvarnos imitando su manera de vivir. Nuestra vida tiene sentido solo cuando seguimos a Cristo. ¿Qué debo imitar principalmente del Señor?...

 

 

2. De todas las virtudes es Cristo el maestro. Pero hay dos a las que da importancia singular: la mansedumbre y la humildad. Es decir, hemos de saber aprovechar los contratiempos venidos del hermano o de la providencia, para convertirlo todo en amor. Y hemos de sentir necesidad de Dios sometiéndonos a su voluntad humildemente. Dios pone a nuestro paso los medios para construir nuestro destino. Solo así se ama a Dios y se tiene paz en el corazón. ¿Soy manso y humilde?...

 

123. YO SOY LA LUZ

 

 

“Yo soy la luz del mundo;

el que me sigue no camina en tinieblas,

sino que tendrá la luz de la vida”.

 

                        (Jn 8,12)

 

 

 

1. Jesús es la luz. Estamos en las tinieblas cuando no pensamos como él. Él dio la luz a muchos ciegos para significar que cura nuestra ceguera espiritual. Es fácil dejarse engañar por pensamientos que no son los de Cristo. Porque es más fácil y halagador pensar lo que nos gusta. Hay muchos que piensan con la cabeza ajena, y muchos que divinizan su propio pensar. No piensan como Cristo. Si leyera con frecuencia la sagrada Escritura y recordara las explicaciones de los libros, de mis superiores, de la Iglesia, pensaría como Jesús...

 

 

2. Muchas veces las tiniebla comienzan en el corazón. No entiende quien no quiere entender. Y no se quiere entender cuando hay de por medio otros deseos. No se puede entender ni la obediencia, ni el sacrificio, ni la humildad... por la sencilla razón de que no se ama desinteresadamente a Dios y al prójimo. Primero he de limpiar el corazón de tantos caprichos y egoísmos... Solo entonces conoceré a Cristo...

 

124. SED PERFECTOS COMO VUESTRO PADRE

 

 

“Amad a vuestros enemigos...

Sed perfectos

como vuestro Padre celestial es perfecto”.

 

                        (Mt 5,44.48)

 

 

1. Los hay que nunca logran olvidar totalmente las ofensas recibidas. Y los hay que ni se dan por enterados de que se les ofende. Los primeros no saben el a-b-c- del evangelio. Porque Jesús no solo dice que perdonemos a los que nos ofenden, sino que también los amemos. ¡Y amarlos como los ama él! ¡Esto es imposible si primero no se ama a él! Esto es imposible si primero no se ama de veras a Cristo que dio su vida por nosotros, pecadores. ¿Tengo este amor para con todos?...

 

 

 

2. La santidad consiste en acercarse a Dios, en pertenecerle consciente y deliberadamente. Esto supone imitarle. Jesús nos dice que debemos imitar a Dios que ama a todos, a buenos y a malos. Y la medida de esta santidad es la “sin medida” del amor de Dios. No se puede poner coto a Dios. Ni vale decir que no estamos obligados. El amor va más allá de la obligación. Además, estamos “obligados” a amar con todo el corazón. ¿Quién pone tasa al amor verdadero?... ¿Pongo coto en mí a la santificación?...

 

125. VELAD Y ORAD

 

 

Volvió a los discípulos y los encontró dormidos.

Dijo a Pedro:

-“No habéis podido velar una hora conmigo?

Velad y orad

para  no caer en la tentación”.

 

                        (Mt 26,40-41)

 

 

1. Es enseñanza del Señor para todos los tiempos: vigilancia y oración. Estar alerta, esforzarse, estar a la escucha de Dios; porque las malas inclinaciones hacen más ruido y arrastran más. Orar, pedir a Dios fuerza para nuestra flaqueza, es ponerse con el cántaro abierto bajo la fuente. Muchos pensarán de otro modo, como Pedro antes de las negaciones, pero el Señor piensa así. ¿Oro de veras y me esfuerzo en la vida espiritual?...

 

 

2. El Señor no tiene compañía en los momentos de sacrificio. Todos quieren acompañarle hasta el partir del pan, pero no más allá. Las valentonadas de Pedro no le impidieron dormir. Y eso, mientras los enemigos trabajaban. El mal nace solo. El bien necesita lucha para nacer y crecer. Después del sueño vino la tentación y la caída. Así sucede siempre. Un período de comodidad es la calma precursora de una tempestad fatal. Nuestra propia experiencia nos lo dice. ¿Será así mi futuro?...

 

126. MI CASA ES CASA DE ORACIÓN

 

 

“¿No está escrito:

Mi casa será casa de oración?...

Vosotros en cambio la habéis convertido

en cueva de bandidos”.

 

                        (Mc 11,17)

 

 

 

1. En la casa y en las cosas de Dios se entra con reverencia. Porque Dios es nuestro amo y señor. No puede aprender a amar a Dios quien no lo reverencia. Sin esta reverencia no se sabe cuánto nos ama Dios. Los cristianos nos reunimos en asamblea para orar a nuestro Padre Dios. Es una reunión familiar en la que tiene entrada solamente el amor. ¿Es así mi oración litúrgica?...

 

 

 

2. Convertir el templo en mercado no le gusta al Señor. Nuestros templos no tienen nada de mercado, al menos en lo que se ve. Pero los ángeles deben ver “ferias y fiestas” en nuestro interior. Al fin y al cabo, también las distracciones voluntarias nos roban el trato con Dios. Y sin este amor a Dios, ya nos podemos despedir de amar al prójimo. Mi oración, ¿es atenta exterior e interiormente?...

 

 

 

127 ORA A TU PADRE EN SECRETO

 

 

“Tú, cuando ores, entra en tu cuarto...

Y ora a tu Padre, que está en lo secreto;

y tu Padre, que ve en lo secreto,

te lo recompensará”.

                        (Mt 6,6)

 

 

1. No son necesarias muchas palabras para orar bien. El Señor mira nuestros pensamientos y deseos. En cualquier sitio se puede orar, porque siempre podemos pensar en Dios, exponerle nuestro deseo. “También entre los pucheros anda Dios”, decía santa Teresa. Cuando uno ama, ora. Sobre todo, cuando uno ama pensando en el amado. Quien se comporta así desea (y encuentra) ratos especiales dedicados solo a pensar en Dios amándole. Los necesita. ¿Rezo más con el corazón que con los labios?...

 

 

2. Para rezar no es necesario que se enteren los demás. Dios, nuestro Padre, ve lo más hondo del alma. Nuestros deseos los ve Dios. Los problemas que nos hacen sufrir y que a veces nos hacen aparecer como desgraciados ante los hombres, pueden convertirse en oración. Vale mucho esta oración de los que sufren. Hay muchas personas totalmente desconocidas para los hombres, pero que son las predilectas del Padre. ¿Sé convertir mis sufrimientos y problemas en oración?...

 

 

128. PEDID Y SE OS DARÁ

 

 

...” porque todo el que pide, recibe...

¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez,

le dará una serpiente?...

Si vosotros, pues, que sois malos,

 sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos,

¿cuánto más el Padre del cielo?”...

 

                        (Lc 11,10-11.13)

 

1. Jesús insiste sobre la adoración. Nuestro Padre Dios nos escucha siempre. Puede ser que no nos dé lo que pedimos, pero nos dará algo mejor. Es una promesa del Señor: “Pedid y recibiréis”. Jesús no miente, es la misma verdad. A los discípulos manifestó la queja de que no pedían nada. Pero pedir no es exigir, ni empeñarse en convencer a Dios de la conveniencia de un don, ni mover a Dios. Pedir a Dios es exponer sencillamente, sabiendo que nos escucha y nos ama. ¿Pido con humildad y perseverancia...?

 

2. La comparación con nuestro padre de la tierra es muy aleccionadora. Dios está dispuesto a hacer mucho más. Y puede. Imaginémonos qué haría nuestro padre de la tierra si supiera y pudiera tanto como Dios. Pues así nos ama Dios y así escucha nuestra oración. Claro que el padre no le da la brasa que el hijo quiere tocar... Y Dios nos ama como a su Hijo predilecto que murió en la cruz... ¿Pido con confianza...?

 

129. SIN MÍ NO PODÉIS HACER NADA

 

 

“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos;

el que permanece en mí y yo en él,

ese da fruto abundante;

porque sin mí no podéis hacer nada”.

 

                        (Jn 15,5)

 

 

1. Nuestras obras no son agradables a Dios si no estamos unidos a Cristo. Cuando estamos unidos a él, el Padre se complace en nosotros como se complace en Jesús. Estar unido a Cristo es pensar y querer como él. Solo entonces se tiene la vida divina. Jesús compara esta vida divina con la savia que circula por la vid (Cristo) y los sarmientos (nosotros). Entonces todo lo que hacemos es agradable a Dios porque es Cristo quien está unido a nosotros. ¿Puedo decir que estoy unido a Cristo, puesto que pienso y quiero como él...?

 

 

2. Unidos a Cristo, avanzamos continuamente en adquirir cada vez más su fisonomía. Unidos a Cristo, ayudamos, sin sentirlo, a que otros encuentren a Cristo. Si no avanzamos en la vida espiritual es por falta de unión con Cristo. Sin él no podemos dar un paso. El corazón y las pasiones se salen de quicio cuando Cristo no ayuda. De ahí la necesidad del contacto personal con Cristo. Por la manera como oro, ¿se ve que siento necesidad de Cristo?...

 

130. ORAD ASÍ

 

“Vosotros orad así:

 Padre nuestro que estás en el cielo,

santificado sea tu nombre...”

 

                        (Mt 6,9)

 

1. Jesús nos ha enseñado las actitudes filiales que hemos de tener en nuestro interior cuando oramos. El Padrenuestro siempre es nuevo en los labios de uno que ama a Dios. Cada palabra tiene un contenido infinito, puesto que esconde todo el amor que Dio nos tiene y el que le debemos tener nosotros. La primera palabra “Padre”, lo dice todo. La decimos con la voz de Cristo y sintonizando con sus sentimientos. Cada día la podemos decir con voz más parecida a la de Cristo. Entonces la vida tiene sentido y no hay días grises. Cuando rezo, ¿tengo la impresión de que hablo con mi Padre Dios?...

 

 

2. “Padre nuestro”... De Cristo, de los demás hombres, de todo a la vez. Aun cuando rezo solo, rezo siempre en reunión familiar con todos los hermanos. “Que estás en el cielo”... Es el Padre, que ha infundido en nosotros la vida divina, que está en todas partes, en nuestro interior como en su casa solariega, en el cielo donde se nos dará a conocer plenamente. “Santificado sea tu nombre”... ¡Que todos los hombres reconozcamos a Dios amor y sepamos tratarle personalmente...! Y así puedo ir descubriendo las riquezas de la oración dominical...

 

 

131. REZAD POR LOS QUE OS PERSIGUEN

 

 

“Rezad por los que os persiguen,

para que seáis hijos de vuestro Padre celestial,

que hace salir su sol

sobre malos y buenos”.

 

                        (Mt 5,44-45)

 

1. El mejor bien que podemos hacer a otro es orar a Dios por él. Esto es verdaderamente amor. Y este amor quiere el Señor que lo demostremos a todos los hombres, y concretamente a los que nos han hecho algún daño. El amor es la ley fundamental del cristianismo. Quien no ama como el Señor quiere que nos amemos, no tiene de cristiano más que el nombre. Rezar por otro es el mejor remedio para que desaparezcan las envidias, rencores, venganzas, y vengan luego toda suerte de ayudas. ¿Tengo costumbre de rezar por los demás...?

 

2. Hemos de copiar la bondad de nuestro Padre Dios. Dios tiene una predilección especial para con cada uno de los hombres, sin excepción. Únicamente se excluyen de este amor de Dios los que ya están condenados en el infierno. Y este amor universal de Dios es el que hemos de imitar. A veces, por desgracia, confundimos el pecado con el pecador. Y a veces vemos la paja en el ojo ajeno sin parar mientes en la viga del propio. ¿Excluyo prácticamente a alguno del amor que debo a todos...?

 

132. CREED EN MÍ

 

 

“No se turbe vuestro corazón,

creed en Dios

y creed también en mí”.

 

                (Jn 14,1)

 

 

 

1. Nunca tenemos derecho a desanimarnos. Cristo nos ha dejado en herencia la alegría y el optimismo. Y esto es tocar con los pies en el suelo, es decir, en la tierra de que ha tomado posesión Cristo. Ni el desánimo, ni la desconfianza, ni el pesimismo, ni la tristeza, deben anidar en nuestro corazón. Así lo quiere el Señor. La tristeza nunca viene de Dios. Porque Dios es amor, y el amor no produce turbación. ¿Me dejo llevar de desconfianza y turbaciones...?

 

 

 

2. Nuestro apoyo está en Cristo que es Dios. Él es nuestra esperanza, nuestro guía, nuestro hermano. Con él nunca tendremos qué temer. No hay horas grises con Cristo por amigo. Hay momentos en que todo falla. Pero nunca falla el amigo. Nunca estamos solos. Ni tenemos nunca derecho a aburrirnos. “Sé de quién me he fiado”, decía san Pablo, refiriéndose a Cristo. ¿Tengo confianza en el corazón de Cristo...?

 

133. PERMANECED EN MÍ

 

 

“Yo soy la verdadera vid,

y mi Padre es el viñador.

A todo sarmiento que  no da fruto en mí ,

lo arranca...

Permaneced en mí, y yo en vosotros”.

 

                        (Jn 15,1-2.4)

 

 

1. Desde el día del bautismo estamos injertados en Cristo, somos sarmientos suyos. De él tomamos la savia que es la vida divina y se llama gracia santificante. Todo ser vital tiene tendencia a desarrollarse. Crecer en Cristo es vocación cristiana. Todos los días nos han de sorprender con una fisonomía de Cristo cada vez más radiante. Las diferentes virtudes son los rasgos de la fisonomía de Cristo. Si no crecemos en Cristo es señal de que el sarmiento está desgajado de la vid y destinado al fuego. ¿Demuestro todos los días este crecer en Cristo por medio de las virtudes...?

 

 

2. Ningún amigo ha podido decir lo que dijo Cristo: “Permaneced en mí y yo en vosotros”. Es la ilusión irrealizable de todo amigo. Pero Cristo lo ha dicho y lo ha realizado. Al creer en él y comulgarle, vivimos en él y de él. Él vive en nosotros. Esto requiere de nuestra parte un esfuerzo vital para no vivir en nuestro egoísmo canceroso. ¿Cómo recordaré con frecuencia esta unión con Cristo...?

134. ÁNIMO, NO TENGÁIS MIEDO

 

 

Viéndolos fatigados de remar,

Porque tenían viento contrario,

Fue hacia  ellos... y les dijo:

-“Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”.

 

                        (Mc 6,48.50)

 

 

 

1. La barquichuela estaba para irse a pique. No servía de nada el bracear de los apóstoles. Faltaba Jesús. Cuando no está él, se esfuerza uno en vano. Pero a veces está y no le sentimos cerca. Entonces no cabe el desánimo. Problemas los habrá siempre, mientras pertenezcamos a la Iglesia en marcha. Pero hemos de asegurar que está el Señor con nosotros. Él no marcha si nosotros no le despedimos. ¿No “arreglo” mis problemas por mi cuenta sin contar con él...?

 

 

 

2. La voz de Cristo presente disipa todas las dudas. A veces el Señor tarda en dejar sentir su voz. Es cuestión de fe, de saber adivinar su presencia y su palabra. Difícilmente somos conscientes de su presencia cuando el corazón está en otra parte. La palabra de Cristo necesita silencio de palabras hueras. En el ruido, en la vanidad, en la autosuficiencia, no se escucha la voz del Señor. ¿Qué estorbo hay en mí para escuchar la voz del Señor...?

 

135. AMAOS MUTUAMENTE

 

 

“Os doy un mandamiento nuevo:

que os améis unos a otros

como yo os he amado.

En esto conocerán todos que sois discípulos míos”.

 

                (Jn 13,34-35)

 

 

1. El mandamiento del amor es el testamento de Cristo. Y es un mandamiento nuevo porque exige de nosotros una postura nueva: mirar al prójimo con la pupila de Cristo. Es imposible amar al prójimo como Cristo le ama, sin tener a Cristo en el corazón. Hasta llegar a amar al prójimo como a sí mismo, me queda un rato... Más, hasta llegar a amarle como Cristo le ama: dispuesto a dar la vida por él, sin exceptuar a nadie. Todas mis reacciones, ¿nacen del amor al prójimo?...

 

 

 

2. Es la piedra de toque del cristianismo. Con la piedra de toque se conocen las monedas verdaderas y las falsas. El que ama al prójimo como Cristo, es cristiano. Y el que no, es como  fachada de una casa ruinosa. El que ama así, da a conocer en sus obras que Cristo ha resucitado. Porque no se puede amar así sin transformarse en Cristo. Este es el verdadero apostolado. ¿Se conoce en mi amor al prójimo que soy cristiano...?

 

136. PERDONAD

 

 

“Sed misericordiosos

como vuestro Padre...

No juzguéis y no seréis juzgados,

Perdonad, y seréis perdonados”.

 

                        (Lc 6,36-37)

 

 

1. El Padre es la ilusión de Jesucristo. Toda su predilección y todo su obrar se resume en decirnos, de palabra y con el ejemplo, que el Padre nos ama como le ama a él. Y que nosotros hemos de estar dispuestos a arriesgarlo todo por Dios. No entrarán en el reino de los cielos más que los niños, es decir, los que imitan a nuestro Padre Dios. Dios ama a todos y perdona a todos. ¿En qué cosas necesito cambiar mi conducta?...

 

 

2. Ni pensar mal, ni hablar mal, ni obrar mal en contra de nadie. Perdonar cristianamente significa no sentirse ofendido y olvidar el agravio. Perdonar es pensar que un día nos sentaremos a la misma mesa del Padre y que seremos felices comunicándonos mutuamente la felicidad. Dios nos perdona si perdonamos. Dios nos juzgará estrictamente con la misma medida con que nosotros midamos al prójimo. Procuremos, pues, curarnos en salud y perdonar misericordiosamente. ¿Guardo rencor, recuerdo las ofensas o, más bien, las perdono...?

137. HACED BIEN

 

 

“Haced el bien

 y prestad sin esperar nada;

 será grande vuestra recompensa

 y seréis hijos del Altísimo...”

 

                        (Lc 6,35)

 

 

 

1. Hacer el bien siempre, sin restricciones. Es la definición que se dio de Cristo: “El que pasó haciendo el bien”. Y es la definición del cristiano: el que ama siempre y en cualquier circunstancia. Convertir todo lo que nos pasa (pruebas, contratiempos...) en amor a Dios y al prójimo es una maravillosa alquimia, posible solamente al que está unido a Cristo. Todo es “leña” de beneficios de nuestro Padre Dios, es providencial, no hay casualidades. ¿Miro siempre de hacer el bien a todos y en todo?...

 

 

 

2. Obrar para que nos aprecien es perder lo mejor. El que ama de veras no espera recompensa. Amemos sin que nadie se dé cuenta. Seamos la gotita de aceite en un engranaje, de la que nadie se acuerda. Amar así es amar por Dios, porque vemos a Dios en el prójimo. Todo lo que hacemos al prójimo lo hacemos al Señor. Solo amando seremos hijos de Dios. ¿Obro para que me aprecien o gratifiquen...?

 

138. DAD Y SE OS DARÁ

 

 

 

“Dad y se os dará:

os verterán una medida generosa,

colmada, remecida, rebosante,

pues con la medida que midiereis

se os medirá a vosotros”.

 

                        (Lc 6,38)

 

1. Dar es darse. Dios se nos da para que aprendamos a darnos. Darnos no es perder nada, sino almacenar para la vida eterna. Quien guarda para sí solo, encuentra sus tesoros apolillados o robados. Pero no damos según el capricho de los otros, sino según quiere Dios. Ni damos según nos gusta a nosotros, sino como place a Dios. Entonces vemos que darse es amar, negarse a sí mismo, morir en el surco para convertirse en espiga. ¿Me doy y doy de lo que tengo y puedo?...

 

 

2. Dios nos tratará como nosotros tratemos a los demás. Conviene, pues, prevenirse. Seamos misericordiosos y dadivosos para que el Señor lo sea con nosotros en el día del juicio. Parece extraña esta regla, pero es la que corresponde a nuestra fe: todo hombre está llamado a participar de Cristo y es centro de las predilecciones del Padre. Si Dios me tratara hoy como yo traté a los demás, ¿qué pasaría?...

139. NO HAGÁIS FRENTE AL QUE OS AGRAVIA

 

 

“No hagáis frente al que os agravia.

Al contrario,  si alguno te abofetea

en la mejilla derecha,

preséntale también la otra...

A quien te pide, dale...”

 

                        (Mt 5,39.42)

 

 

1. La doctrina de Cristo parece desconcertante. ¿Cómo es posible, y aun racional, dejarse pegar sin resistencia? Pero el punto de mira de Cristo es diferente. El prójimo que ofende es hijo de Dios, y esto es más importante que el que nos abofetee a nosotros. Por amor a Dios, que nos ama hasta ser crucificado, bien se pueden aguantar unas “cosillas” que molestan. La madre no se queja del hijo enfermo que no la deja dormir. Es cuestión de amor. ¿Aguanto con amor las molestias?...

 

 

2. Decir siempre que “sí” es la postura más cristiana. Aun cuando exteriormente tengamos que decir que  “no”, han de ver los demás nuestro “sí” de amor. Estar disponible para los demás, dejar que a uno lo usen para todo es colocarse en el primer puesto: servir a todos. ¿Por qué no adiestrarnos en todo para estar siempre disponibles para todo? ¿Prefiero servir a ser servido, a ejemplo de Cristo en la última cena?...

 

140. RECONCÍLIATE PRIMERO

 

 

“Si cuando vas a presentar

 tu ofrenda sobre el altar,

te acuerdas allí mismo de que tu hermano

tiene quejas contra ti,

deja allí tu ofrenda ante el altar

y vete primero a reconciliarte

con tu hermano”.

 

                        (Mt 5,23-24 s.)

 

1. No le gustan al Señor nuestras ofrendas cuando hemos roto con el prójimo. Por más que lo demos todo, si no nos damos a nosotros mismos, no damos lo que el Señor espera. Muchos actos de piedad, muchas ofrendas para el templo, si no estuvieran acompañadas por la caridad, serían meras excusas para escabullirse. Nunca gusta al Padre que vayamos a estar con él “solos”, es decir encerrados en el egoísmo. ¿Tengo alguna falta de caridad que he de reparar?...

 

 

2. Reconciliarse cuesta. A veces será necesario pedir perdón. Frecuentemente bastará solo demostrar más delicadeza con quienes hemos faltado. Siempre hemos de adoptar una postura interna de perdón. Pero el texto habla del prójimo que tiene algo contra nosotros, es decir, que somos nosotros culpables. Entonces hemos de ser nosotros los que salgamos al encuentro, al menos con las obras. ¿Con quiénes debo ser más atento y caritativo?...

141. NADIE PUEDE SERVIR A DOS SEÑORES

 

 

“Nadie puede servir a dos señores.

Porque despreciará  a uno y amará al otro...

No podéis servir a Dios y al dinero”.

 

                        (Mt 6,24)

 

 

 

1. A medias no se puede amar a Cristo, que lo dio todo y se dio a sí mismo. Poco tenemos; no está bien dar a Dios solo la mitad de este poco. Esto no es juego limpio. Dios no nos ama a medias ni en broma. “Dánoslo todo, porque es chico nuestro todo por el gran todo que es Dios” (san Juan de Ávila). Quien tiene dos caras se llama hipócrita. Amemos a Dios sin mentira en las obras. Mis obras ¿dicen lo contrario de lo que digo de palabras?...

 

 

 

2. Tener el corazón instalado en los bienes de la tierra y decir que se ama a Dios es lo mismo que encender una vela a san Miguel y otra al diablo. Porque al amar la comodidad, al pasarlo bien, etc., se corre el riesgo de saltarse los problemas del prójimo, que son los de Dios. Todos lo dicen: el mundo está carcomido por el egoísmo. Pero pocos lo dicen en primera persona del singular. Y así no arreglamos nada. ¿En qué ocasiones obro por egoísmo?...

 

142. QUE SE NIEGUE A SÍ MISMO

 

 

“El que quiera venir en pos de mí,

que se niegue a sí mismo,

que cargue con su cruz y me siga”.

 

(Mt 16,24)

 

 

1.  Dicen que la palabra “negarse a sí mismo” es “negativa”. Asusta. Pero es la condición indispensable que puso el Señor para seguirle. El Señor no lo dijo porque sí. No significa más que echar el lastre por la borda o dejar de zambullirse en el barro de las malas inclinaciones. Y eso no es negativo, sino prepararse para navegar o limpiar el orín de la brújula para que señale el norte. Esto es una tarea que nunca termina en esta vida. ¿Tengo costumbre de vencerme a mí mismo?...

 

 

 

2. Después de la cruz viene la resurrección. Y después del “negarse”, el encontrarse con Cristo. Seguirle ya es empezar a encontrarle. Los estoicos llegaban a equilibrar las pasiones, pero no sabían nada del encuentro con Cristo. El encuentro con Cristo es como cuando uno se encuentra con una mina de oro; cada vez se encuentra más. Tanto más se encuentra a Cristo, cuanto más  se vence uno a sí mismo. Este es el precio que nos exige el Señor. Bien poca cosa. ¿Sigo a Cristo imitándole?...

 

143. ENTRAD POR LA PUERTA ESTRECHA

 

 

“Entrad por la puerta estrecha.

Porque ancha es la puerta

y espacioso el camino

que lleva a la perdición,

y muchos  entran por ellos”.

 

                        (Mt 7,13)

 

 

1. La puerta estrecha es la vida de esfuerzo, como el atleta que se prepara para las competiciones deportivas. A todo el mundo le parece lo más normal cuidar la propia salud, aunque sea con sacrificio. Pero es de preocuparse de hacer la voluntad de Dios, amándole a él y al prójimo, solo nos parece bien en teoría y en plan de exigirlo a los demás. Son pocos los que van por este camino estrecho que sube al Padre. ¿Me sacrifico cumpliendo la voluntad de Dios?...

 

 

2. La mayoría somos del montón. “¿A dónde va Vicente?”... Pensamos con la cabeza de los demás. Nos dejamos llevar por lo que hacen todos. A eso se le llama con diversos calificativos. Nuestro Señor le llamó camino ancho por donde van todos. Es mas fácil, porque es camino ancho, agradable (dejarse ir), inclinado hacia “abajo”. Claro que al llegar “abajo” ya no es tan agradable... ¿En qué cosas sigo yo la ley del mínimo esfuerzo?...

 

144. NO QUERÁIS  ATESORAR

 

 

“No atesoréis tesoros en la tierra,

donde la polilla y la carcoma los roen...

Haceos  tesoros en el cielo...

Donde estará tu tesoro, allí está tu corazón”.

 

                        (Mt 6,19-21)

 

 

 

1. Como se derrite la nieve con el calor, así se van los bienes caducos de esta tierra. Tardarán más o menos, pero no hay excepción. Aquello por lo que hemos trabajado tanto se desvanecerá como el humo, como la sombra. Solo quedará el amor que hayamos puesto en el trabajo, en la convivencia familiar, en el trato con los otros. No vale la pena afanarse tanto por almacenar humo. ¿Pongo mis afectos en los bienes de la tierra?...

 

 

 

2. Nuestro corazón ha sido creado para albergar a Dios. Pero al instalarlo en los bienes caducos se va con ellos como la espuma del oleaje. Es lástima. He nacido para cosas más importantes que para corromperme. Cuando un bien terreno nos aparta de tratar a los demás como a hermanos y de cumplir la voluntad de Dios, entonces no amamos al Señor. ¿Dónde tengo habitualmente el peso de mi amor?...

 

 

145. VOSOTROS SOIS LA SAL DE LA TIERRA

 

“Vosotros sois la sal de la tierra...

Vosotros sois la luz del mundo.

Brille así vuestra luz

ante los hombres,

para que vean vuestras buenas obras

y den gloria a vuestro Padre...”

 

                        (Mt 5,13-14.16)

 

1. Sal y luz son todos los cristianos. Sobre todo quienes están más cerca del Señor para ser sus testigos. La sal impide la corrupción y da sabor. Hay mucha corrupción, egoísmo brutal, porque los cristianos no hemos sido sal por la caridad. Dios nos ha regalado la fe en Cristo para que la trasmitiéramos a los demás; no para pensar solo en nuestra salvación. Seamos “sabor” de Cristo para los que no han tenido todavía la dicha de gustarlo. Mis palabras y obras ¿son sal de Cristo para los que tratan conmigo?...

 

2. Somos luz porque Cristo nos ha iluminado. Pero lo somos para comunicar la luz a los demás hermanos que han de formar la gran familia de Dios. Somos linterna de Cristo. Pero se puede empañar nuestro cristal y no dejar pasar la luz o cambiarle el color. Dejar pasar la luz de Cristo, con todo su colorido grandioso, esta es nuestra misión. Y acercarnos entonces a los que no saben de Cristo, pero que le amarían más que nosotros si le conociesen. ¿Doy testimonio de Cristo con mi vida de caridad?...

146. BIENAVENTURADOS LOS POBRES EN EL ESPÍRITU

 

...”los mansos..., los que lloran...,

los que tienen hambre y sed de justicia...,

los misericordiosos...,

los limpios de corazón...,

los que trabajan por la paz...,

los perseguidos…

Porque de ellos es el reino de los cielos”.

 

                        (Mt 5, 3-10)

 

1. Las bienaventuranzas nos hablan de la postura interior más cristiana, más semejante a la de Cristo. Estar dispuesto a arriesgarlo todo por Dios, saber decir “solo Dios basta” en cualquier circunstancia en que nos encontremos. Es bienaventurado aquel que sabe instalar su corazón en Dios y, por tanto, piensa que nada pierde cuando le arrebatan los bienes de la tierra, si es la voluntad del Señor. Es bienaventurado porque anticipa en su corazón aquello que será nuestra felicidad en el cielo: Dios. ¿Imito estas disposiciones internas de Cristo?...

 

 

2. El reino de los cielos es el tesoro por el que se vende todo para adquirirlo. Es el mismo Cristo en persona, con todos los dones de gracia que nos transforman en él. Al Señor le costó su vida el redimirnos. Algo nos ha de costar a nosotros la salvación. Repasemos las bienaventuranzas para ponernos en regla...

 

 

147. NO ESTÉIS  AGOBIADOS

 

 

“No estéis agobiados por vuestra vida

Pensando qué vais a comer...

Mirad los pájaros del cielo...

Vuestro Padre celestial los alimenta...

¿No valéis vosotros más”

 

                        (Mt 6,25-26)

 

1. No se trata de mera poesía. Lo dijo el Hijo de Dios. Dios tiene cuidado de todo, hasta de los pajaritos del cielo. Y cuida también de nosotros, que somos sus hijos. A nuestro Padre no se le escapa ningún detalle. ¡No faltaría más! Quien nos ha dado a su Hijo, nos lo ha dado todo con él. ¡Estaría bonito que nuestro Padre Dios se viera imposibilitado para demostrarnos su amor cuando alguien nos fastidiara! ¿Veo en todo la mano de mi Padre Dios?...

 

 

2. Hay providencia. El Señor quiere que pongamos de nuestra parte lo que debemos. Es una tarea comprometedora. Porque Dios providente pone en nuestras manos los utensilios de trabajo. No le hagamos pagar a él el fruto de nuestra pereza. Y no digamos que confiamos en él cuando dejamos de hacer lo que debemos. Pero quitemos toda zozobra y pensemos que la cruz es providencial para resucitar. ¿Alejo las inquietudes tontas y me dispongo a la tarea encomendada?...

 

148. BUSCAD SOBRE TODO EL REINO DE DIOS

 

 

“Buscad sobre todo

el reino de Dios y su justicia;

y todo esto se os dará por añadidura.

Por tanto, no os agobiéis por el mañana”.

 

                        (Mt 6,33-34)

 

 

1. El hombre sediento que llega a la fuente, lo primero que encuentra son las gotitas de agua que salpican sobre las piedras. Son las añadiduras del evangelio. Pero es mejor ir directamente a la fuente, que es Cristo. Con él lo tenemos todo. Lo demás, sin él, es chatarra. Quien se contenta con las gotitas no llega a la fuente. Nuestro principal deseo ha de ser transformarnos en Cristo cada día más. Esto es lo que espera el Señor de nosotros. ¿Qué cosas, aunque sean buenas, me apartan del Señor, debido a mi flaqueza?...

 

 

2. La inquietud y zozobra no nacen de Dios. Dudas, problemas, tentaciones, victorias y derrotas, las tenemos todos. Lo interesante es no perder el norte a donde vamos. Quien confía en el Padre no teme. El niño que en los brazos de su padre visita el parque de las fieras no tiene miedo. Si nos cuidamos de agradar al Padre en todo, él se cuidará de todo lo nuestro. En los momentos difíciles ¿tengo confianza en Dios?...

 

149. REMA  MAR  ADENTRO

 

 

Cuando acabó de hablar,

dijo a Simón:

- “Rema mar adentro,

y echad vuestras redes para la pesca...”

Hicieron una redada tan grande de peces

que las redes comenzaban a reventarse.

 

                        (Lc 5,4.6)

 

1. Con sus propios medios san Pedro no pescó nada. Y es entonces cuando la voz de Cristo ordena probar de nuevo. Dices que ya te lo has propuesto e intentado otras veces; pero no en el nombre del Señor. Has de poner de tu parte lo que debes. Solo entonces obrará el Señor. Pero has de poner también algo indispensable: el convencimiento de que sin el Señor no se alcanza el verdadero éxito. ¿Qué propósitos necesito renovar?...

 

 

2. Sería falso triunfalismo si aguardara el éxito, sin pasar por el surco, como el granito de trigo. No hay espiga triunfante sin pasar por la cruz. Pero el triunfo de Cristo es seguro. Continuamente se está operando la resurrección de su cuerpo místico, porque continuamente se renueva el sacrificio de la cruz en sus seguidores. Creer en Cristo triunfante es convencerse de que, a pesar de todos los pesares, Cristo triunfará. En tu interior y en todo el mundo. ¿Soy siempre optimista?...

 

150. HACED LO QUE ÉL OS DIGA

 

 

La madre de Jesús le dice:

-“No tienen vino”.

Jesús le dice:

-“...todavía no ha llegado mi hora”.

Su madre dijo a los sirvientes:

“Haced lo que él os diga”.

 

                        (Jn 2,3-5)

 

1. Cuando está presente la madre no falta nada. Y si falta algo es que no está ella. Ella lo ve todo, es muy detallista, y lo quiere solucionar todo. El Señor quiere acercarse a nosotros con ella porque por su medio manifiesta su amor tierno hacia nosotros. La intercesión de María es condición querida por Cristo, de quien recibe todo su valor. Nos olvidamos de esto y perdemos el encuentro con Cristo. ¿Acudo con frecuencia a María medianera y madre de la Iglesia?...

 

 

2. De María copiamos su fidelidad a Dios. Ella es modelo y tipo de la Iglesia. Quien se acerca a ella se contagia de esta disposición fundamental. Para escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica necesitamos el ejemplo y la ayuda de María. Entonces se conoce y se encuentra mejor a Cristo, y con más garantía de éxito. Así lo quiere el Señor, que nació de ella y la asoció a su obra de salvación. ¿Imito a María en el cumplimiento de la voluntad de Dios?...

VI. LAS PREGUNTAS DE JESÚS

 

 

Hay algo que te separa de Cristo. Será algo insignificante tal vez, pero que impide el que trates a Jesús como al amigo. ¿Por qué no tratas a Jesús como a una persona íntima con quien se tienen relaciones personales?

 

El amigo, el buen pastor, el maestro, sabe con exactitud dónde está tu llaga. Solo puede curarte si tú te das cuenta de tu mal, si te conoces a ti mismo.

 

Por esto Jesús pregunta... con delicadeza suma...; la pregunta de Jesús penetra hasta lo más íntimo. No molesta, no hace daño, solo cura y alienta.

 

El pecado, la falta de generosidad a la gracia son un no a Cristo, por lo menos una resistencia a transformarte más en él, a la acción del Espíritu Santo.

 

¿Quieres conocer a Cristo? Reza la oración de san Agustín: “Que me conozca a mí, para que te conozca a ti”. No esquives la pregunta de Cristo. No seas un monumento a la mentira, una fachada sin contenido. Conociendo tu verdad llegarás a la verdad. “El Hijo del hombre vino para salvar lo que estaba perdido”

 

La santidad cristiana se apoya en el conocimiento de dos abismos: el abismo de tu nada y el del amor de Cristo. “Sin mí no podéis hacer nada”. Se convierte entonces en “todo lo puedo en aquel que me conforta”.

 

Ya me conozco. Soy una calamidad. No hay nada que hacer. ¿Qué? El “ya me conozco” cristiano significa “ya conozco al que se ha enamorado de mi nada”.

 

Claro que todo esto trae sus consecuencias. ¡Sí! Es que las preguntas de Jesús suponen un corazón generoso que sabe decir sin cálculo tacaño: “Señor, ¿qué quieres que haga?” Jesús prefiere que seas tú el que, respondiendo a la pregunta suya, te ofrezcas sin reserva y sin cuentagotas.

 

 

 

151. ¿CREES TÚ EN EL HIJO DEL HOMBRE?

 

...Contestó (el ciego):

-“¿Y quién es, Señor, para que crea en él?”

-“Lo estás viendo: el que te está hablando”.

-“Creo, Señor”

Y se postró ante él.

 

                        (Jn 9,35-37)

 

 

1. El ciego había sido curado por Cristo. Lleno de gratitud, está dispuesto a todo. Pero los hombres le han despreciado. Jesús le sale al encuentro y le ofrece algo más que la salud: la fe. La fe es una adhesión personal a Cristo, un encuentro personal con él. Se trata de aceptar su doctrina, sus consecuencias y su persona. Creer no es saber (los demonios saben mucho de religión). Cristo sigue preguntando sobre nuestra fe. Y pregunta con segunda intención, sobre todo a los que nos sabemos el catecismo de memoria. ¿Soy consecuente, en mi vida, con lo que sé acerca de Cristo?...

 

 

2.El ciego, al enterarse de que Cristo era el mesías, se entregó del todo y sin hacer esperar. Es cuestión de lanzarse a esta gran aventura: creer en Cristo. Quien calcula, no se entrega jamás. Ante el corazón de Cristo no valen las matemáticas ni los compases de espera. Se trata de tomar una decisión para siempre: seguir a Cristo sin volver la cabeza atrás. Digan lo que digan los demás. ¿Estoy decidido a seguir a Cristo?...

152. ¿QUIÉN DICEN QUE SOY YO?

 

Jesús estaba orando solo,

Lo acompañaban sus discípulos

y les preguntó:

-“¿Quién dice la gente que soy yo?”

                        (Lc 9,18)

 

1. Se dicen muchas tonterías porque son pocos los que piensan con la propia cabeza, y son muchos los que piensan con las ideas del vecino. Si recuerdas el evangelio, sobre Jesús se dijeron los juicios más disparatados. También ahora sucede lo mismo. Para unos Cristo es un conjunto de ideas aprendidas en la clase o en la catequesis; para otros es un seguro de vida; para aquel es un paréntesis en la semana; para el otro es una cosa de la que se puede uno olvidar o que se puede dejar según el propio caletre... ¿Y para ti? ¿Es alguien que llena el corazón, con quien se conversa amigablemente y a quien no se traiciona jamás?...

 

 

2. Pero convendría que supieras qué piensan los hombres acerca de Cristo. Tus compañeros, tus vecinos, familiares..., ¿tienen un concepto claro y un afecto ardiente hacia Cristo? Conocer esto te ayudará a conocer cosas buenas y a ser apóstol de Jesús. Son muchos los que no conocen a Cristo ni lo aman. Son muchos los que, si lo conocieran como tú, lo amarían mucho más que tú. Hacer conocer a Cristo y hacerle amar, con las palabras, con las obras, con el ejemplo de caridad, es tu tarea cotidiana. ¿Qué podrías hacer hoy?...

153. ¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?

 

 

-“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”

Simón Pedro tomó la palabra y dijo:

-“Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”.

 

                        (Mt 16, 15-16)

 

 

1. Los apóstoles habían tratado a Cristo íntimamente. Jesús les escogió con predilección para estar con él y ser testigos de sus palabras y obras. Otras personas podrán tener excusa, pero los apóstoles no la tienen; deben conocer a Cristo a fondo. Por eso Pedro responde a la pregunta del Señor con un acto de fe ejemplar. Y el Señor se lo premia escogiéndole para ser el primer papa. No todos tendrán la misma fe de Pedro. Judas fue también apóstol. Se puede vivir rodeado de atenciones de Cristo y quedarse tan seco como un fósil en el fondo del mar. Cada día ¿conozco y amo más a Cristo?...

 

 

2. El Señor me rodeó de delicadezas. La fe cristiana, que millones de hombres no poseen, la tengo desde la infancia. Y he tenido padres cristianos, educadores entregados, libros buenos, gracias si cuento. ¡Cuántos hombres no han recibido tanto! Al Señor no se le conoce ni se le ama como es debido. Pero yo no tengo excusa. ¿Qué pienso del amor que Cristo me tiene y cómo le correspondo?...

 

154. ¿NO ME  CONOCES?

 

 

“Hace tanto  que estoy con vosotros,

¿y no me  conoces, Felipe?

Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”.

 

                        (Jn 14,9)

 

1. Se quejó el Señor, y con razón. No se comprende tanto despiste. Los apóstoles, en la última cena, todavía estaban muy lejos del conocimiento y del amor que se deben a Cristo. Cristo les mimó, les adoctrinó sin cansancio durante tres años, les dio ejemplo de toda virtud. Pero ellos estaban desfasados. Como quienes se enteran de todo, menos de cuánto les ama el Señor. Y el corazón de Cristo sigue quejándose de estas inquietudes. ¿Soy motivo de pena para el corazón de Jesús?...

 

 

 

2. Jesús ha venido a hablarnos del Padre. Nos ha dicho que el Padre nos ama como le ama a él. Nos ha explicado que nosotros vivimos de él como el sarmiento de la vid. Cristo mismo es la imagen del Padre, su expresión, su palabra personal, es decir, el Hijo de Dios hecho hombre por nosotros para morir y resucitar por nosotros. Conocer a Cristo y amarlo es conocer y amar a Dios. Cristo es Dios que se acerca a nosotros con amor de padre, hermano y amigo. Si pensara esto, seguro que comulgaría y visitaría mejor al Señor...

 

155. ¿DÓNDE  ESTÁ VUESTRA FE?

 

 

Mientras iban navegando, se quedó dormido.

E irrumpió sobre el lago una torbellino...

-“Maestro, Maestro, ¡que perecemos!”...

Y les dijo:

-“¿Dónde está vuestra fe?”

                        (Lc 8,23-25)

 

1. El Señor nos prueba como la madre que se esconde tras la cortina esperando la reacción de su hijo. Para los apóstoles debió ser una prueba muy dura ver a Jesús dormido en medio de la borrasca. Y explotaron. La oración que hicieron es muy hermosa, pero la actitud interna de desesperación no era buena. Ahora el Señor prueba de otra manera: permite dudas, problemas materiales y espirituales, opiniones confusas de otras personas, reacciones de amor propio en los que nos rodean y aun dentro de nosotros mismos... ¿Acudo al Señor con confianza en mis tempestades?...

 

 

2. El Señor se quejó y continúa quejándose de nuestra falta de fe y de confianza. Nos dejamos llevar del desaliento, quedamos influenciados por la propaganda de ideas no muy cristianas, nos olvidamos de la presencia de Cristo entre nosotros, no recordamos con frecuencia la palabra de Dios que se nos explica en la liturgia, etc. Y todo es por no estar instalados valientemente en la voluntad de Dios. ¿Cómo podría aumentar mi fe y confianza en el Señor?

156. ¿TODAVIA NO ENTENDÉIS?

 

-“¿Tenéis el corazón embotado?

¿Tenéis ojos y no veis?...

¿No recordáis  cuando repartí

 cinco panes entre cinco mil?”

 

                        (Mc 8,17-19)

 

 

1. Las quejas del corazón de Cristo se repiten. Y todo es porque damos más importancia a nuestro capricho que a su voluntad. Quien tiene el corazón sucio no ve con claridad. Del corazón, en la intención, proceden el bien y el mal. Las cosas son del color del cristal con que se miran. Por eso algunos se entusiasman con lo que a otros les deja tan frescos. Todos oyen hablar de Jesús, pero no todos reaccionan igual. Es problema de corazón. ¿Qué he de limpiar dentro de mí para creer y confiar más en Cristo?...

 

 

2. Hemos de reconocer los beneficios del Señor. Nuestra vida es un retablo de las misericordias divinas. Somos muy olvidadizos, pero solo para lo que nos conviene. Porque, claro, el recordar los beneficios del Señor compromete demasiado. Por eso es más fácil olvidar. Y lo peor es que nos excusamos diciendo que no nos acordamos. Así nos luce el pelo. ¿Pienso con frecuencia en el amor que Dios me ha demostrado? Al menos podría pensarlo ahora...

 

 

 

157. ¿POR QUÉ NO ME CREÉIS?

 

 

...“El que es de Dios

escucha las palabras de Dios;

por eso vosotros no escucháis,

porque no sois de Dios”.

 

                (Jn 8,46-47)

 

 

 

1. Dios nos habla continuamente. Todo lo que nos sucede es providencia de Dios Padre. Pero, sobre todo, Dios nos habla continuamente por Jesucristo. La Sagrada Escritura, que se lee y explica en la iglesia, no nos habla sino de escuchar a Dios, y responderle es toda nuestra tarea. Dios nos da a Cristo para poder responder a Dios. Solo entonces Dios oye en nosotros la voz de Cristo. ¿Escucho con amor y reverencia la voz de Dios?...

 

 

2. Creer en Cristo significa escuchar y responder a Dios que nos habla en Cristo. Ser íntimo de Cristo significa escucharle y poner en práctica sus palabras. Con ruido en el corazón no se puede escuchar a Dios. El ruido es el egoísmo con sus ramas y ramitas de los vicios capitales. Quien se deja llevar de estas malas inclinaciones no es de Dios, no escucha su voz. ¿Pongo en práctica las enseñanzas de Cristo?...

 

 

 

 

158. ¿A QUIÉN BUSCÁIS?

 

 

Se adelantó Jesús  y les dijo:

-“¿A quién buscáis?”

-“A Jesús, el Nazareno”.

-“Yo soy”.

 

                        (Jn 18,4-5)

 

 

1. Buscaban a Cristo, pero no para amarle sino para traicionarle y matarle. No se puede buscar a Cristo con el corazón en otro sitio. Comuniones, visitas, celebración de la santa misa... ¿Solo por cumplimiento o rutina? Entonces siempre se acaba mal. Puede uno engañarse pensando que ya cumple una serie de actos de piedad. Si no existe vida de más caridad es señal de que tampoco se ha encontrado al Señor en la “piedad”. A lo más será un sentimiento egoísta que no es verdadera devoción. En mi vida de caridad, ¿se demuestra que busco y encuentro a Cristo de verdad?...

 

 

2. Es el Señor. Dios, que es amor y se ha hecho hombre por amor. Y se rebajó hasta someterse hasta la muerte de cruz. Pero ha triunfado y vive resucitado entre nosotros. No lo vemos, pero sigue hablando, amando, curando, perdonando, salvando. En la eucaristía, en nuestro corazón, en el prójimo, en el superior, continúa diciendo: “Yo soy”. ¿Sé descubrir al Señor y amarle donde está y en quienes le representan?...

159. ¿POR QUÉ TEMÉIS?

 

 

“¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?”

Se puso en pie,

increpó a los vientos y al mar,

y vino una gran calma”.

 

                        (Mt 8,26)

 

 

1. Hay temores y tristezas que carcomen el corazón. Con Cristo por amigo no es decente dejarse llevar por esos parásitos. No tenemos derecho. Lo exige el amor. La tristeza no nace de Dios. El verdadero temor de Dios lleva al aborrecimiento del pecado y a ser delicados con Dios sin querer ofenderle en lo más mínimo. Hay que tener higiene también en el corazón y en la memoria. El Señor está con nosotros, nos ayuda y nos perdona. Con esto basta para dejar la zozobra. ¿Qué temores malsanos he de quitar de mí?...

 

 

2. El Señor, con su ademán y con su voz, alejó la tormenta. No le cuesta nada repetir la operación. Pero quiere probar nuestra confianza. En el callejón sin salida, en los momentos difíciles, en la hora de la confianza. Poner lo que debemos como si todo dependiera de nosotros, y confiar en Dios como si todo dependiera de él. He ahí el secreto. Parece un absurdo, pero es así. Solo después viene la calma. ¿En qué ocasiones debo confiar más en el Señor?...

 

160. ¿A QUÉ  VIENES?

 

 

Se acercó (Judas) a Jesús y le dijo:

- “¡Salve, Maestro!”.

Y le besó. Pero Jesús le contestó:

-“Amigo, ¿a qué vienes?”.

 

                        (Mt 26,49-50)

 

 

 

1. Fue la traición más negra de la historia. Un amigo íntimo de Cristo, que convivió con él durante tres años, que fue testigo de su bondad, que fue escogido con predilección para ser sacerdote... Y al final  vende al Maestro con un beso traidor. Parece una ficción de novela. Pero es una historia que se va repitiendo. Es posible ser Judas cuando uno niega continuamente lo que el Señor pide. ¿Hay algo en mí capaz de convertirme en Judas?...

 

 

 

2. La pregunta del Señor continúa repitiéndose. A los despistados, a los tacaños, a los cobardes, a los que se hacen el sordo, a los que dan largas al asunto... y que, no obstante, continúan topándose con el Señor por cumplimiento... el Señor pregunta de nuevo: “Amigo ¿a qué vienes?”... Todavía el Señor nos llama amigos. Todavía estamos a tiempo de recoger la invitación a amarlo sinceramente. En mi trato con el Señor, ¿actúo por cumplimiento?...

 

161. ¿POR QUÉ LLORAS?

 

 

 Le preguntan (los ángeles a Magdalena):

-“¿Por qué lloras?”

-“Porque se  han llevado a mi Señor

y no sé dónde lo han puesto”.

 

                        (Jn 20,13)

 

 

1. La Magdalena se entregó de veras. Había sido la gran pecadora, pero fue luego generosa hasta el extremo. No supo nada más que amar a Jesús. Su gozo era encontrar a Cristo. Su pena, estar lejos de él. Los demás gozos y penas eran superficiales, de ninguna monta. Y como Cristo no se deja vencer en generosidad, no tuvo más remedio que aparecérsele resucitado. No pudo resistir a las lágrimas. ¿Busco al Señor aunque me cueste lágrimas y esfuerzo?...

 

 

2. Los ángeles no llenaron el corazón de la Magdalena. No se contentaba con los dones de Cristo, le quería a él en persona. ¡Qué palabras tan hermosas! “Se han llevado a mi Señor”: siente la lejanía de Cristo como el pez coleteando fuera del agua. “Y no sé dónde lo han puesto”: es el sufrimiento de quien no sabe qué hacer para encontrar a Cristo de veras. Pero tú sí que lo sabes. No tienes excusa. ¿Deseas ardientemente el encuentro con Cristo?...

 

 

162. ¿POR QUÉ HAS DUDADO?

 

 

Al sentir (Pedro) la fuerza del viento,

Le entró miedo,  comenzó a hundirse...

Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:

-“¡Hombre de poca fe!,

¿por qué has dudado?”.

 

        (Mt 14,30-31)

 

1. Pedro se sintió valiente. Quizá hasta superior a los discípulos que quedaban en la barca. Y entonces precisamente comenzó a hundirse. Dios nos quiere dar su fortaleza con la condición de que reconozcamos que es suya la gloria. No es nuestra debilidad la que nos aparta de Dios, sino nuestro orgullo y vanidad. Fijarse de sí es comenzar a hundirse. El demonio aguarda a tentarnos cuando nos ve confiados en nosotros. Entonces su victoria es segura. ¿Me fío de mis propias fuerzas?...

 

 

2. El Señor reprendió a Pedro porque dudó. Quien se fía de sí, en los momentos difíciles habla de imposibilidad. Quien no se fía de sí, en lo que parece imposible confía en Dios. Y triunfa siempre. Dices: Ya lo he intentado muchas veces y no lo he conseguido. Prueba de nuevo, confiando en Dios, y hallarás fruto abundante. El optimismo que se apoya en Cristo todo lo consigue y todo lo ve posible, precisamente porque no se fía de sí... ¿Confío en el Señor en los momentos más difíciles?...

 

163. ¿POR QUÉ NO CONOCÉIS MI LENGUAJE?

 

 

...“Porque no podéis escuchar mi palabra...

Porque os digo la verdad,

no me creéis”.

 

                        (Jn 8,43.45)

 

 

 

1. Jesucristo sigue hablando. Unos lo escuchan y otros se hacen el sordo. Para unos su palabra satisface el corazón, para otros es una palabra aburrida. No hay peor sordo que el que no quiere oír a Dios. La palabra de Cristo rebosa en el corazón duro o envuelto en inclinaciones desordenadas. La soberbia y el vicio no dejan oír la voz del Buen Pastor. Su voz es dulce como la de la madre, pero solo para quienes la quieren oír. ¿Pongo estorbos a la voz de Jesucristo?...

 

 

 

2. La verdad es agradable a quien busca la verdad. Pero es muy dura para el que huye de la luz. Quien se conoce a sí mismo sin desalentarse es un hombre equilibrado que vive siempre en paz. Ser lo que somos procurando ser lo que debemos ser, he ahí lo que se llama autenticidad. Jesús es la verdad porque dice, ama y obra la verdad. Honradez, sinceridad, reflexión, humildad, respeto a los demás..., son facetas de la verdad. ¿Digo, amo y obro la verdad?...

 

164. ¿DÓNDE LO HABÉIS ENTERRADO?

 

 

-“Señor, ven a  verlo”.

Jesús se echó a llorar... Y gritó con voz potente:

-“Lázaro, sal fuera”.

El muerto salió…

 

                        (Jn 11,34-35.43-44)

 

 

 

1. Jesús amaba a Lázaro. Pero le dejó morir. Fue una prueba para el amigo y una pena para el mismo Jesús. Jesús llega a llorar la muerte del amigo a pesar de saber que resucitará. Su corazón es muy sensible a nuestros problemas. Los siente más él que nosotros. Le interesa saber de nuestros labios lo que ya sabe con su ciencia infinita. Es buen amigo, no es fingido. Ama en serio. ¿Estoy convencido de que Jesús me ama sinceramente?...

 

 

 

2. Y luego se siguió el milagro. Bastó una palabra de Jesús. El muerto llevaba ya cuatro días de podredumbre. No importa. El amor de Cristo puede lo imposible. Con una condición: que nos pongamos a tiro. Presentarle nuestras miserias, confiar en él, he ahí la clave de la caja de caudales que es su corazón. ¿Le cuento al Señor todo lo que me sucede?...

 

 

165. ¿OS FALTÓ ALGO?

 

 

-“Cuando os envié sin bolsa,

sin alforja, sin sandalias, ¿os faltó algo?”

Dijeron:

- “Nada”.

                        (Lc 22,35)

 

 

 

1. Es curioso. Quien sabe dejarlo todo por Cristo no encuentra a faltar nada. “Niega tus deseos y hallarás lo que desea tu corazón”. El corazón instalado en Cristo, y todo lo demás se considera vanidad. “He considerado todo como basura, dice san Pablo, para poder adquirir a Cristo”. No falta nada a quien sabe decir “solo Dios basta”. Cristo llena todas las aspiraciones de nuestra vida. ¿Me conformo con solo Jesucristo?...

 

 

 

2. Quien empieza a hambrear cosas de la tierra no se sacia jamás. Porque nuestro corazón ha sido creado para albergar a Dios. La única manera de poseer de verdad las cosas de la tierra es poseer al Señor de ellas. Entonces todas las cosas son medios que nos llevan a Dios. Pero quien se instala en las cosas alejándose de Dios, no encuentra a Dios, ni a sí mismo, ni a las creaturas de Dios, sino que se encuentra oprimido en sus propias inclinaciones. ¿Hay algo que me aleje de Dios?...

 

166. ¿QUÉ ESTRÉPITO ES ESTE?

 

 

Encuentra el alboroto de los que lloraban

y se lamentaban a gritos,

y después de entrar les dijo:

-“¿Qué estrépito y qué lloros son estos?

La niña no está muerta; está dormida”.

Se reían de él.

 

                        (Mc 5,38-40)

 

 

1. Al Señor le molesta el “ruido”. Hay mucho “cumplimiento” en nuestras prácticas de piedad. “Los verdaderos adoradores adoran al Padre en espíritu y en verdad”. Las manifestaciones de fuera son buenas, siempre que sean la expresión de los sentimientos internos. Nuestras oraciones son a veces “discos rayados”. El Señor ya se los sabe de memoria y quiere oír voces que salgan del corazón. ¿Corresponde mi piedad interna a la externa?...

 

 

2. Ni la vanidad ante el éxito ni la angustia en el fracaso le gustan al Señor. Sencillez evangélica es la actitud más cristiana. Ni bombos ni lamentaciones, sino manos a la tarea. En los éxitos: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que debíamos”. En los fracasos: “El Señor lo dio, el Señor lo quitó; bendito sea su santo nombre”. Claro que esto ya no se estila hoy... ¿Sé guardar la humildad en los éxitos, y la confianza en los fracasos?...

 

167. ¿QUIÉN ME HA TOCADO?

 

 

Dijo Pedro:

-“Maestro, la gente te está apretujando y estrujando”.

Pero Jesús dijo:

- “Alguien me ha tocado,

pues he sentido

que una fuerza ha salido de mí”.

 

                        (Lc 8,45-46)

 

1. Apretujar a Jesús, dejándose llevar de lo que hacen los demás, es muy fácil. Pero no aprovecha nada. El Señor busca la relación personal de tú a tú, aun cuando estamos reunidos familiarmente en la asamblea litúrgica. De otra suerte, todo sería oropel y ruido de oleaje. La fe, la esperanza y la caridad son un encuentro personal. Cada uno ha de conocer el riesgo de lanzarse a esta aventura. ¿Tengo piedad personal o actúo con el pensamiento y el corazón en otra parte?...

 

2. Del trato personal con Cristo se sigue todo bien. Uno actúa como persona, con su pensamiento, su querer, su afectividad. No somos “cosas” ni borregos, somos personas. Y el Señor ha venido a salvar a las personas. Oración, sacramentos, santa misa, etc., como piedad personal, significa ponerse en contacto con Cristo y sanar. Una sola misa, bien participada, nos aprovecharía mucho más. ¿Qué debo mejorar en mi vida de piedad?...

 

168. ¿ME QUIERES?

 

Por tercera vez le pregunta:

-“Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”

-...”Señor, tú conoces todo,

tú sabes que te quiero”.

 

                        (Jn 21,17)

 

 

 

1. El examen lo hizo el Señor a Pedro, que le había negado tres veces. Jesús no quiere nuestros dones, sino nuestro amor. A Pedro le examinó de amor. Amar es darse sin reserva. Hay personas que no han amado nunca. Amar a Cristo es preocuparse por sus intereses y sus intenciones, y hacer su voluntad. Amar no es buscar los dones del amado. Aunque del amor a Cristo se siguen todos los dones. En mi amor hay mucho de egoísmo que he de desarraigar...

 

 

2. Pedro amaba sinceramente. Sobre todo, después de la caída. Pero ya no se fía de sí. Ama más ahora, después de caer, que antes, cuando lo dejó todo por Jesús. Es que no hay verdadero amor sin humildad. Ama únicamente quien descubre en sí mismo el retablo de las misericordias de Dios. Entonces desea uno amar y hacer amar a Cristo. Recordando las misericordias del Señor, amaré con más sinceridad y humildad...

 

 

 

169. ¿POR QUÉ ME PEGAS?

 

 

Uno de los guardias

que estaba allí

le dio una bofetada a Jesús.

-“¿Por qué me pegas?”...

 

                        (Jn 18, 22)

 

 

1. Una bofetada en el rostro del Hijo de Dios. Parece mentira. No fue más que uno de tantos episodios de la pasión. Y la pasión continúa. Se ha perdido el sentido del pecado. No nos damos cuenta de que un pecado no es solo una cosa mala, sino una ofensa personal al mejor de los padres y de los amigos. Se peca sin ver las consecuencias. Una bofetón a la propia madre es mucho menos que un bofetón al amor. ¿Colaboro con mis pecados a los sufrimientos de Cristo?...

 

 

2. El Señor no hundió en los infiernos a aquel pobre desgraciado. Porque si así lo hubiera hecho, yo tampoco leería estas líneas. El Señor le hace reflexionar ¿Por qué? No vale hacerse el sordo ni olvidar tontamente. Ni vale ocultar la cabeza en la arena... ¿Por qué sigo ofendiendo al Señor, olvidando sus beneficios, haciéndole esperar, cerrándole la puerta?...

 

 

 

170. ¿SOIS CAPACES DE BEBER EL CALIZ?

¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?"
Contestaron: "Podemos ".

(Mc 10,38-39)

1. Juan y Santiago deseaban los primeros puestos.En parte, para estar más cerca de Cristo. En parte, por ambición, Jesús les purifica lo malo para que se queden con lo bueno. En nuestras obras y deseos hay mucho amor propio. El Señor nos envía sufrimientos para acrisolar el oro de nuestro amor. El leño húmedo crepita en la hoguera: sentimos la humillación, la cruz, porque necesitamos purificarnos. ¿Entiendo el valor del sacrificio? ...

2. ¡Qué valentía la de Juan y Santiago! El Señor les pregunta si son capaces de seguirle hasta la cruz. No lo dudan ni un momento. Y no fueron solo palabras. Su vida posterior demostró la firmeza de sus propósitos. Los corazones grandes no están hechos para hambrear honores. Y el tuyo es muy grande: solo cabe Dios en él. Te falta decisión, saber decir siempre "si" a Dios. ¿Te acorbardas ante las dificultades? ..

 

 

171. ¿DARASTU VIDA POR MI?

Pedro replicó: - 'Señor, por qué no puedo seguirte ahora?
Yo daré mi vida por ti
".

"¿Darás tu vida por mí?". (Jn,13,37-38)

1. Hay deseos que parecen de verdad, pero no
son más que bravatas, nubes sin agua. Pedro ne-
garía al Señor pocas horas después de hacer gala
de heroísmo. Quien promete heroísmos olvidando
los detalles de la vida ordinaria, promete lo que no hará jamás, Los heroísmos son fruto de una vida callada. Ser una gotita de aceite en el engranaje  no resulta muy agradable, pero es muy eficaz. ¿Valoro los pormenores de la vida ordinaria? ..

2. Dar la vida por Cristo ha de ser nuestro deseo. Santa Teresita deseaba ser mártir de cuerpo y de espíritu. Es patrona de las misiones por el martirio de una vida ordinaria. Cuesta más dar la vida gota a gota, sin que nadie se dé cuenta. No da la vida por las ovejas el pastor que no da antes de
su bolsillo. Asistir a misa significa inmolarse con
Cristo. Pero Cristo no quiere promesas hueras, sino realidades de Nazaret y de calvario. Sólo así se resucita con Cristo. ¿En qué forma debo inmolarme con Cristo? ..

 

172. ¿COMPRENDÉIS LO QUE HE HECHO?

 

“¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?...

Os he dado ejemplo

para que lo que yo he hecho con vosotros,

vosotros también lo hagáis”.

 

                        (Jn 13,12.15)

 

 

 

1. Difícil entender cuando ciega el amor propio. El Señor ha hablado muy fuerte con su ejemplo: lavó los pies de sus apóstoles. Esto no se entiende. Es la ley del amor. Amar al prójimo hasta ver en él el rostro de Cristo, parece poesía, pero es realidad. Lo malo es descubrir esta verdad en el prójimo antipático o pesado con quien toca convivir. El amor es la ley fundamental de la Iglesia. Seguramente tendré que corregir bastantes actitudes...

 

 

2. El Señor nos da ejemplo. A él le costó más, porque es el Hijo de Dios. Su humildad llega hasta hacerse hombre, vivir ocultamente, morir como malhechor. Tanto no nos pide el Señor ordinariamente, pero sí más de lo que hacemos. A veces parece heroísmo el humillarse, pero nuestra humillación es bien poca cosa si la comparamos con la del Señor. ¿Sé humillarme como el Señor?...

 

 

 

 

173. ¿QUIERES QUEDAR SANO?

 

Jesús, al verlo (al paralítico) echado,

y sabiendo que ya  llevaba  mucho tiempo,

le dice:

-“¿Quieres quedar sano?”.

 

                        (Jn 5, 6)

 

 

 

1. Jesucristo lo sabe todo. Ve todo lo que nos sucede. Su mirada es la de una madre. Ve nuestras miserias corporales y las quiere remediar, pero quiere que primero aprendamos el valor de las cosas caducas y que estamos de paso hacia la casa paterna. Ni a sí mismo ni a su madre ahorró trabajos y cruces. Nosotros lo ciframos todo en un período muy corto de tiempo. Él nos ama más: piensa en la felicidad que tendremos en los siglos de eternidad. ¿Sufro con amor y optimismo las penas de esta tierra?...

 

 

2. Quiere el Señor que le pidamos por nuestros asuntos corporales. Pero prefiere que nos ocupemos más de los espirituales. Cualquier dolencia del cuerpo nos pone en vilo y buscamos el remedio. Cuando hay algo que impide nuestra transformación en Cristo ¡qué poco nos preocupamos! ¡Cuántos cadáveres ambulantes y cuánta lepra invisible! ¿Quiero de veras curar de mis vicios y defectos?...

 

 

174. ¿DÓNDE ESTÁN LOS OTROS NUEVE?

 

 

Uno  de ellos (diez leprosos) se volvió...

-“¿No han quedado limpios los diez?

Los nueve,¿ dónde están?

¿No ha habido quien volviera

a dar gloria a Dios más que este extranjero?

 

                                (Lc 17,15.17-18)

 

1. Así somos de agradecidos. Mucho llorar cuando sufrimos y nadie se acuerda de Dios en la prosperidad. Todos confían en el Señor cuando hay una calamidad, pero pocos le dan gracias por sus dones constantes. Y menos mal si no se emplean estos dones para pecar. Lo raro es que el Señor no nos castigue. Aunque a veces lo que llamamos castigo no es más que el bisturí en manos del médico, que, en este caso, es nuestro padre. ¿Soy agradecido de veras?...

 

 

2. El corazón de Jesús se queja. Tres palabritas denigran a una persona: tacaño, cobarde, ingrato. La última es la peor. Todos la llevamos a la espalda. Al menos, los que nos contamos entre los otros nueve leprosos curados. Así como la salud no se siente, cuando uno va bien no se acuerda de agradecérselo al Señor. Si piensas en tu lepra pasada no tendrás más remedio que ser santo. Solo no son santos los olvidadizos. Cada beneficio recibido del Señor es una llamada a la santidad...

 

175. ¿QUÉ QUIERES QUE HAGA POR TI?

 

Jesús se paró

y mandó que se lo trajeran (al ciego).

Cuando estuvo cerca, le preguntó:

“¿Qué quieres que haga por ti?”...

 

                        (Lc 18,40-41)

 

 

 

1. Cuando pasa el Señor es una oportunidad que urge aprovechar. A veces pasa para no volver. Este paso del Señor puede ser un buen pensamiento, un consejo, escuchar la palabra de Dios, recibir un sacramento... Vivir entonces con el pensamiento y el corazón en otro sitio, es perder la ocasión de sanar. El ciego de Jericó gritó, no hizo caso del qué dirán y se acercó al Señor para escucharle. ¿Aprovecho el paso del Señor?...

 

2.  Nuestro deseo dirigido al Señor es una oración. El mismo Señor nos insta para que le expongamos nuestros problemas. Ya los sabe, pero los quiere escuchar de nuestros labios. Cuando abrimos el corazón al Señor, quitamos la losa del orgullo y de la autosuficiencia. El Señor lo puede todo y quiere sanarnos; pero exige de nosotros esta apertura con él y con sus ministros. En la oración, ¿expongo mis deseos al Señor?...

 

 

 

 

176. ¿NO OS HE ESCOGIDO YO?

 

 

-“Nosotros  creemos

y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.

Respondió Jesús:

-“¿Acaso no os he escogido yo a vosotros, los Doce?

Y uno de vosotros es un diablo”.

 

                        (Jn 6,69-70)

 

 

1. Los apóstoles hicieron un acto de fe muy hermoso. Se unieron a Cristo para seguirle, a pesar de las dificultades y de la opinión de la masa vulgar. Cristo llama a cada uno y espera una respuesta personal de cada uno. Esperar a responder con generosidad cuando los demás lo hagan, es condenarse a no encontrar a Cristo jamás. Una decisión tomada en los mejores años de la vida es la base del éxito. ¿Soy hombre o mujer de decisiones firmes?...

 

 

2. Recibiste la llamada de Cristo a la fe y al amor. Fue una predilección. Millones de personas todavía no la han recibido, se hacen el sordo o responden a medias. Judas fue llamado nada menos que para ser apóstol de Cristo, pero acabó diablo. Todo es cuestión de saber escuchar atentamente y responder con generosidad. La generosidad forja a los grandes hombres. El “mayor testimonio de amor”, enseña el concilio Vaticano II, es la respuesta a la vocación sacerdotal. ¿Soy generoso a las llamadas del Señor?...

177. ¿TAMBIÉN VOSOTROS QUERÉIS MARCHAROS?

 

Muchos  discípulos suyos se echaron atrás

y no volvieron a ir con él.

Entonces Jesús dijo a los Doce:

-“¿También vosotros queréis marcharos?”.

 

                        (Jn 6,66-67)

 

 

 

1. ¡Qué fuerza tiene la propaganda! Muchos discípulos se apartaron de Cristo para siempre. Se dejaron llevar del ambiente. Solo se deja llevar el que no tiene carácter. Y lo peor es que una aventura de valientes. Los valientes son pocos, pero tú lo puedes ser. No hagas depender el seguir a Cristo de nada ni de nadie. Tu entrega a Cristo ¿depende de los demás?...

 

 

 

2. Jesucristo no necesita de nadie. Pero su corazón siente la separación de quienes fueron sus amigos. Cuando hizo la pregunta a los apóstoles, habría momentos de zozobra para todos. Jesús es muy sensible al amor y a la traición. Su pregunta es como cuando se sacude un árbol para limpiarlo de las hojas secas. Eres hoja seca cuando sigues al Señor a medias y no te das cuenta de las ofensas que le haces. ¿Eres, en la práctica, de los que siguen a Cristo a medias?...

 

178. ¿TENÉIS PESCADO?

 

 

 Jesús les dice:

- “Muchachos, ¿tenéis pescado?”

Le contestaron: “No”.

-“Echad la red a la derecha... y encontraréis”.

 

                        (Jn 21,5-6)

 

 

 

1. Habían pasado la noche trabajando y no pescaron nada. No tenían nada que ofrecer a Cristo. Mucho moverse y poco fruto. Muchas palabras y pocas obras. Cuando el Señor no ayuda, no hay nada que hacer. Lo curioso es que el Señor siempre ayuda, pero preferimos trabajar por nuestra cuenta fiándonos de nosotros mismos. Así sale ello... Y entonces nos quedamos con las manos vacías. ¿Son muchos los días en que termino la jornada con las manos vacías?...

 

 

 

2. El Señor nos despierta de nuestro engaño. Solo fiándonos de él, conseguiremos fruto y el cumplimiento de los propósitos. Cuando el Señor ayuda, se recoge en un momento lo que fue imposible durante años. Hay que aprender estas matemáticas de Dios. Muchos, con menos cualidades, te pasan delante porque son más humildes. También la humildad es una cualidad. ¡Si tu oración fuera más humilde y confiada!...

 

179. ¿NO HABÉIS PODIDO VELAR?

 

 

Los encontró dormidos...

Y  dijo a Pedro:

-“¿No habéis podido velar una hora conmigo?”.

 

                        (Mt 26,40)

 

1. Pío XII hablaba del “cansancio de los buenos”. Mientras los enemigos de Dios trabajan, no es raro encontrar dormidos a quienes llaman amigos de Cristo. Muchas bravatas, muchos pensamientos y deseos vacíos, pero nada más. Y todo, por no tomarse la molestia de orar bien. Cuando uno se fía de sí, encuentra pronto el fruto de su tontería. ¿Trabajo para extender el reino, al menos con tanto tesón como los negociantes terrenales o los enemigos de la Iglesia?...

 

 

 

2. ¡Ni una hora! Pedro prometió dar la vida por Cristo, y no fue capaz de dominar el sueño. El Señor busca compañía. En Getsemaní sufrió agonía, pero ahora en los miembros de su cuerpo místico sigue sufriendo. ¿Quién acompaña al Señor? Mientras haya hombres que sufren, es Cristo que se transparenta en su rostro, que sufre en ellos. ¡Que todos los días hagamos algo en beneficio de los demás! Al menos, un acto de amabilidad. ¡Está el Señor tan solo en el sagrario y en el prójimo!...

 

180. ¿QUIÉN ES MI MADRE?

 

 

“¿Quién es mi madre?...

Estos son mi madre y mis hermanos.

El que haga la voluntad de mi Padre...

ese es mi hermano y  mi hermana y mi madre”.

 

                        (Mt 12,48-50)

 

 

1. Cristo ama a su madre y quiere que nosotros la amemos también. Pero hemos de entender el porqué de la grandeza de María: fue siempre fiel a la palabra de Dios, como insiste el concilio Vaticano II. Por esta fidelidad pudo corresponder a la gracia de la maternidad divina, pudo estar asociada a la obra de la salvación, pudo ser nuestra madre. Cristo nos señala la verdadera devoción a María. Algunos, entonces como ahora, solo se fijan en cosas accidentales. ¿Cómo es mi devoción a María?...

 

 

2. Podemos tener intimidad con Cristo y serle tan familiares como su Madre. Podemos transformarnos en Cristo y vivir en él, de él y para él. Podemos presentarnos ante el Padre con las facciones de Cristo. Pero se necesita una condición: imitarle en cumplir la voluntad del Padre. No hacer el propio capricho, sino la voluntad de Dios. María fue quien imitó mejor a Cristo. Ella es el molde donde nacemos a la vida en Cristo. Por eso es nuestra madre. ¿Hago siempre y en todo la voluntad de Dios?...

 

VII.  EL APÓSTOL DE JESÚS

 

 

 

 

 

El cristiano tiene vocación de santo y de apóstol. “La vocación cristiana es también vocación al apostolado” (Vaticano II, Apostolicam actuositatem). Dices que amas a Cristo con toda tu alma. Luego debes sentir los problemas de Cristo como propios.

 

¿Un termómetro para conocer tu unión con Cristo? Muy sencillo. Apunta en tu diario espiritual qué es lo que sientes ante estas palabras: “El amor no es amado”.

 

Eres un miembro vivo del cuerpo místico de Cristo en la medida en que sientes y te preocupas de los otros miembros. ¡Sentir el chasquido del sarmiento que se desgaja de la vid!

 

Cristo necesita de ti.Es un “misterio verdaderamente tremendo” (Pío XII). Puede “completar”, como san Pablo, lo que falta a la pasión de Cristo; puedes ayudar a que su sangre redentora llegue a todos.

 

¿No sirves?No servirías si no fueras un instrumento dócil, si no ofrecieras toda tu nada, si no tuvieras intimidad con Cristo. Solo entonces serías un trasto inútil, a lo más un objeto de adorno.

 

La llamada de Cristo es urgente, personal. La bandera de Cristo ondea con los colores de: sacrificio, pobreza, humildad, es decir amor.

 

¿Quieres consagrar totalmente tu vida a expandir el reino de Cristo? Pues tal vez el Señor te llama para ser su “doble”, para ser su “otro yo”, su “vaso de elección”. Es “la mayor prueba de amor que se puede dar a Cristo” (Vaticano II).

 

La Virgen Santísima es maestra de apóstoles. Pero si un día llegas a prestar a Cristo tus labios, tus manos, todo tu ser ya sacerdotal, virginal, de apóstol, entonces podrás mirar a la madre con los ojos de Jesús y ayudarla a buscar a sus hijos con los brazos crucificados de Jesús.

 

 

 

181. EL MÁS HERMOSO IDEAL

 

 

Dijo Jesús a Simón:

- “No temas; desde ahora serás

pescador de hombres”.

...Dejándolo todo,  lo siguieron.

 

                        (Lc 5,10-11)

 

 

1. Un pescador como Pedro no podía esperar para su vida otro ideal que el de recoger unos peces para ganarse la vida. Pero, inesperadamente, el Señor le llamó para el más hermoso de los ideales: ser apóstol de Cristo. Su vida ya tendría sentido. Se trataría de contagiar a los demás el amor de Cristo. Amor que se ha de poseer para poderlo comunicar. Amar a Cristo y hacerle amar. ¿He descubierto mi ideal de apóstol?...

 

 

2. La respuesta de Pedro, de Santiago, fue inmediata y decidida: lo dejaron todo. Es decir descubrieron que no había nada mejor que seguir a Cristo. Como el millonario no hace caso de la calderilla, pusieron su mirada en Cristo y la apartaron de las cosas caducas. El más hermoso ideal, el de ser apóstol de Cristo, cuesta sacrificio porque vale la pena. No tener más ilusión que gastarse por Cristo, darlo a conocer, hacerlo amar. Y esto, en cualquier modo de vida, aun en una vida monótona. Entonces no hay días monótonos. ¿Estoy dispuesto a dejarlo todo para ser apóstol de Cristo?...

182. EJEMPLO DE JESÚS

 

 

Jesús se marchó a un lugar solitario

y allí se puso a  orar...

Simón y sus compañeros fueron en su busca y le dijeron:

-“Todo el mundo te busca”.

...Recorrió toda Galilea, predicando.

                        (Mc 1,35-39)

 

 

1. El apóstol es como una pila que, para dar luz, ha de cargarse. El apóstol se carga de Cristo en la oración y en el trato con él. Cristo está en el prójimo, pero no se le descubre allí sin haber dialogado con él en la oración. Para dar a Jesucristo hemos de transformarnos en él. El apóstol es un pincel del que se vale Dios para dibujar en las almas a Cristo. El pincel se hace dócil en manos del artista. El apóstol se hace dócil en la oración. Mirando mi vida de oración, ¿soy y seré apóstol de veras?...

 

 

2. A Cristo lo buscan ansiosamente. Después de haber dialogado con el Padre, se da a sus hermanos los hombres. En la oración, el apóstol se hace fuerte para la acción. El apostolado es duro cuando se quiere ser de veras apóstol dándose del todo. Pero hemos de darnos como Dios quiere y el prójimo necesita. Y esto supone matar mucho egoísmo en la oración. El darse del apóstol solo es posible cuando uno se va transformando en Cristo. ¿Me doy de veras a los demás amándolos como Cristo?...

183. JESÚS LLAMA

 

 

Llamó a los que quiso y se fueron con él.

E instituyó  doce

para que estuvieran con él

y para enviarlos a predicar...

 

                        (Mc 3,13-14)

 

 

1. Cristo llama para el apostolado. Cada bautizado tiene una misión apostólica que cumplir. La llamada de Cristo es una predilección. A unos los llama para que gasten su vida, como san Francisco Javier. A otros, para que sean como santa Teresa: misioneros desde su vida ordinaria. De nuestra fidelidad a su llamada depende la salvación de muchas almas. No podemos perder tiempo. El tiempo es almas, hombres y mujeres que salvar. ¿Soy fiel y generoso a la llamada del Señor?...

 

 

2. Dos son los aspectos del apostolado; estar con Cristo y dar a Cristo. Lo primero para ver, escuchar, experimentar a Cristo. Solo entonces se puede dar lo segundo: ser testigo de Cristo. No puede ser testigo quien no ha visto y oído. ¿Quieres ser apóstol de Cristo y no lo conoces y amas a fondo? Esto es imposible... Si ahora no exhalas olor de Cristo, tampoco después...

 

 

 

 

184. ES UNA GRACIA MUY GRANDE

"Soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto,

y vuestro fruto dure".

(Jn 15,16)

 

 

 

1. El apóstol es un elegido, un predilecto. Cri-
sto mismo elige a quienes han de ser sus testigos.
Es la mejor de las gracias. Deseemos, pues, que
Cristo estrene nuestro corazón para poder decir:
"cantando voy la alegría de ser tu testigo, Señor".
Ser enviado de Cristo a cualquier ambiente para
cristianizarlo, ¡nada más hermoso ni más exigente!
Esto atrapa a toda la persona y para toda la vida.
Vale la pena. ¿Estoy ilusionado, soy feliz, por ser apóstol de Cristo desde mi puesto? ..

 

2. El éxito es seguro. Pero no siempre se le ve. Se ha de tener fe en Getsemaní y en el Calvario. Quien siembra evangelio, produce fruto, aunque sean otros los que lo recojan. La tarea del apóstol es sembrar, con la única preocupación de sembrar buena semilla. Quien quiere recoger prematuramente, recoge espigas vacías. No hay redención sin cruz, ni apostolado sin sufrimiento. Pero el fruto es seguro, sobre todo cuando no se palpa. ¿Comprendo el valor del sufrimiento y de la cruz en orden al apostolado? ...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

185. EXAMEN DEL APOSTOL

Dijo Jesúsa Simón Pedro.

- "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?".

"Si, Señor, sabes que te quiero ... "
"Apacienta mis corderos".

(Jn 21,15)

1. Solo puede ser apóstol quien sabe amar. A
Pedro le examinaron de amor. Para ser testigo de
Cristo se necesita identificarse con él en el pensar,
en el querer y en el obrar. Mal hablará de Cristo
quien no esté identificado con él. Todos han de
amar a Cristo, pero el apóstol ha de sacar sobre-
saliente en esta asignatura. Mal aguantarála bús-
queda de la oveja perdida quien no tenga el celo
del buen pastor. ¿Qué calificación merezco en esta
asignatura del amor? ..

2. San Pedro contestó decididamente y, esta
vez, con humildad. No se fiaba de sí, pero al
menos quería amar con generosidad. Sólo enton-
ces el buen pastar se fió de él y le encomendó el
cuidado de las ovejas. Cristo dio la vida por sus
ovejas. Por ellas bajo del cielo y vivió desvelán-
dose en cuidados y sacrificios. Nada tiene de más
valor que ellas, parque es el encargo del Padre. Y

este encargo te lo deja en tus manos, pero te

exige que ames como él... ¿Lohaces así?

 

 

 

 

186. RESPUESTA DEL COBARDE

 

 

Jesús se lo quedó mirando,

le amó y le dijo:

-…“Anda, vende lo que  tienes...,

y luego ven y  sígueme”.

...Él frunció el ceño y se marchó triste,

porque era muy rico.

 

                        (Mc 10,21-22)

 

1. Era un muchacho de grandes cualidades. Quería salvarse y, para ello, cumplía los mandamientos. Viendo Jesús aquel corazón como una mina de oro sin explotar, le propuso algo mejor: dejarlo todo para seguirle y ser un apóstol. La propuesta era óptima. La mirada de predilección de Cristo se posó sobre él. Pero ¡qué fracaso!, dijo que “no” a Cristo, como tantos otros, como...

 

 

2. El muchacho se fue con la tristeza en el corazón. Veía que escogía lo peor, pero no se atrevía a ser libre. Su corazón estaba aprisionado en redes pequeñas que en este momento se convirtieron en cadenas. Su mirada cambió de serena en nublada. En un instante se jugó su porvenir irrevocablemente. Y todo, por naderías. Ya no sería águila, sino renacuajo. El corazón de Jesús lo sintió, pero él siempre respeta la libertad aun cuando estamos empeñados en caminar hacia la esclavitud. ¿Hay algo en mí que un día me impedirá decir “sí” a Cristo?...

 

187. RESPUESTA DEL VALIENTE

 

 

Muchos  discípulos se echaron atrás

 y no volvieron a ir con él.

Entonces Jesús les dijo a los Doce:

-“¿También  vosotros queréis marcharos?”.

 Simón Pedro le contestó:

-“Señor, ¿a quién vamos a acudir?”.

 

                        (Jn 6,66-68)

 

 

1. Fue un momento muy crítico. En las primeras dificultades muchos discípulos se negaron a seguirle. Eran cristianos de temporada; Jesús había propuesto sus planes de quedarse en la eucaristía como banquete. Pero estas finezas no son para los pintores de brocha gorda. Y quedaron solo doce, incluyendo a Judas que se quedó por cobardía y fines bastardos. El oro se prueba en el crisol, y el discípulo de Cristo, en el sacrificio y en la vida de fe. ¿Sigo a Cristo solo cuando no me cuesta nada?...

 

 

2. Cristo no quiere seguidores a medias. Él ama con todo el corazón. Por eso pregunta para que respondan con sinceridad. Pedro respondió magníficamente en nombre de todos. Estaba tan enamorado de Cristo, que sin él ya no podía vivir. En esto se conoce el verdadero amor: en que nada ni nadie satisface y llena tanto como Cristo. Este es el entrenamiento necesario para ser apóstol. ¿Vivo muchos días al margen o a espaldas de Cristo?...

 

188. MI RESPUESTA

 

 

Vio a un publicano llamado Leví,  y le dijo:

- “Sígueme”.

Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.

Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa,

y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos...

 

                        (Lc 5,27-29)

 

1. Cristo escogió a los apóstoles de entre pobres pescadores y pecadores. Llama a los que quiere, como te ha llamado a ti. El “sígueme” del Señor resuena continuamente en el fondo de los corazones como resonó en el del Pablo, Agustín. Algunos ni lo oyen; hay otras interferencias y parásitos. Otros no lo quieren oír. Pero siguen siendo muchos los valientes. ¿Escuchas con fidelidad y generosidad las llamadas al apostolado?...

 

2. La respuesta de san  Mateo (Leví) fue generosa. Lo dejó todo por Cristo y le siguió sin más. Su alegría era tan desbordante que convidó al Señor a un gran banquete. Quien ha encontrado a Cristo de verdad, siente la necesidad de darlo a conocer. Por eso san Mateo convidó a sus amigos de antes, aunque murmurasen los fariseos. Ser apóstol del Señor es una consecuencia de amarlo. Es la mejor manera de agradecerle su llamada y su perdón. ¿Tengo ilusión de dar a conocer y amar a Jesucristo?...

189. APÓSTOL POR GRATITUD

 

 

-“Vete a casa con los  tuyos

y anúnciales lo que  el Señor

ha hecho contigo

y que ha tenido misericordia de ti”.

El (endemoniado curado) se marchó

Y empezó a proclamar lo que Jesús había hecho.

 

                        (Mc 5,19-20)

 

 

1. Aquel pobre endemoniado quedó totalmente libre. Pero el Señor le dio el encargo de dar testimonio de las maravillas de Dios. Cristo acostumbraba a obrar de este modo. A veces elige para apóstoles a quienes se vieron enfangados en el mal, para que sean humildes y generosos. El verdadero apóstol nunca se considera mejor que los demás. Los beneficios que el Señor me ha concedido ¿me mueven a ser apóstol?...

 

 

2. El hombre curado se convirtió en apóstol. Narró lo que había visto y oído. El apóstol es testigo de Cristo. Aquel hombre se sintió ligado a Cristo para siempre. Hablaba de lo que sentía en el corazón. Hacer apostolado no es un juego. Apostolado es dar a conocer y amar a Cristo. ¿Sé hablar de Cristo y de sus intereses?...

 

 

 

 

190. ¿CÓMO ES EL APÓSTOL?

 

“¿Una caña sacudida por el viento?... (No).

¿Un hombre vestido con ropas finas?.. .(No).

¿Un profeta? Sí..., mi mensajero”...

 

                        (Lc 7,24-27)

 

 

1. Cristo describió cómo es el apóstol. Se refería a san Juan Bautista, su precursor. El apóstol de Cristo no se deja llevar por el viento del qué dirán, resiste a la moda de las ideas confusas, le basta con los criterios de Cristo. El apóstol no es comodón, no se espanta ante la dificultad, sabe cortar sus caprichos, sabe crucificarse con Cristo... ¿Soy así?...

 

 

2. El apóstol sabe dar razón de Cristo. Hay quienes se saben la vida y milagros de los ídolos del deporte. Y ¿no te sabes todos los detalles de la vida de Jesús? Para ser mensajero de Cristo se necesita aprender bien la gran noticia que se va a comunicar. Y al anunciar a Cristo, han de ver los demás el amor que cautiva al mismo apóstol. ¡Ser buen olor de Cristo, ser luz de Cristo! ¿Qué te falta para ser apóstol de Cristo?...

 

 

 

 

191. ¿CÓMO SE HACE EL APÓSTOL?

 

 

“Cuando venga el Paráclito… el Espíritu de la verdad...,

él dará testimonio de mí;

y también  vosotros daréis testimonio,

porque desde el principio estáis conmigo”.

 

                        (Jn 15, 26-27)

 

 

1. Ser apóstol de Cristo es una obra de arte que solo puede realizar el Espíritu Santo. El verdadero apóstol debe empaparse de Cristo, conocerle a fondo, amarle sin cortapisas, no perder ocasión de hacerle amar, gastar todos los minutos de la vida para extender su reino. No existe mejor ideal que este. Por esto el apóstol vive feliz, con el “gozo de pascua”, sobre todo en las dificultades. ¿Me dejo cincelar por el Espíritu Santo?...

 

 

2. El apóstol ha convivido íntimamente con Cristo. No bastan unos años de rutina. Es toda una vida la que se compromete por él. El mejor apóstol es aquel cuyo primer amor lo ha estrenado Cristo. Una infancia y una juventud gastada en amar a Cristo, es el camino más seguro para hacerle amar. ¿Pierdo los mejores años de mi formación? ¿Cómo podría emplearlos mejor?...

 

 

 

192. TAREA DEL APOSTÓL

 

 

“Esta alegría mía está cumplida.

Él tiene que crecer

y yo tengo que menguar”.

 

                        (Jn 3, 29-30)

 

 

1. Juan Bautista fue apóstol de Cristo preparando su venida. Su único gozo fue anunciar a Cristo y gastarse por él. Tuvo muchos sinsabores, incomprensiones, persecuciones... y, al fin, derramó su sangre por él. Pero todo esto no le amedrentó, sino que le hizo más apóstol. ¡Vale la pena gastar toda la vida por este ideal! ¿Me gozo en los sacrificios que me hacen más apóstol de Cristo?

 

 

2. El apóstol no es comediante. No le interesa aparentar y lucir. Su gozo es que conozcan a Cristo y que le amen, que nazca y que crezca Cristo en los corazones. El apóstol sabe desaparecer y esconderse al afecto de los hombres, porque podría ser un estorbo para el encuentro con Cristo. No estorba quien es humilde y no se busca a sí mismo. ¿Estoy preparado para esta humildad?...

 

 

 

 

193. LUZ Y SAL

 

 

“Vosotros sois la sal de la tierra.

Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?...

Vosotros sois la luz del mundo...”

 

                        (Mt 5,13-14)

 

 

1. El apóstol es sal que da buen sabor de Cristo y preserva de la corrupción. Muchos hombres y mujeres no saben nada de Cristo. Y tienen derecho a saber y a amar. Todo depende de que el apóstol sea sal de la tierra. Si en lugar de saber a Cristo, sabe a egoísmo, comodidad, dejadez, pereza, entonces, ¿quién dará a conocer a Cristo? No puede humedecerse mi entrega a Cristo con mi egoísmo. ¿En qué soy sal sosa?...

 

 

2. El apóstol es luz. Es Cristo la luz que resplandece a través de sus testigos. La luz no se esconde ni debe apagarse cuando hace falta. Muchos hombres van a la deriva, porque no han visto la luz de Cristo. Y no la han visto porque los “cristóforos”, los cristianos, la dejan apagar. ¿Cómo puedes ser luz de Cristo si tus obras señalan tinieblas de caprichos?...

 

 

 

194. A LAS ORDENES DE JESUS

 

 

"El que entra por la puerta,
ése es pastor de las ovejas ...

y las ovejas atienden a su voz.
Yo soy
la puerta".

(Jn 10,2.9)

 

 

 

1. El apóstol imita a Cristo buen pastor. Tiene la
voz del buen pastor, quien ama siempre y a todas
las ovejas, sin excepción; quien imita a Jesucristo en
todo, quien es comprensivo, quien es sacrificado,
quien da la vida gota a gota, quien se olvida de sí
mismo, quien busca a la oveja perdida, quien se
hace pobre con los pobres y enfermo con los en-
fermos ...  ¿Voy por este camino o por el opuesto? ..

 

 

2. Jesús es la puerta del aprisco. Quien imita a
Cristo, entra al aprisco por la puerta. Pero quien es
pura apariencia y fachada de Cristo, no es más que
un salteador. El apóstol es como Jesús y sabría decir
sin ruborizarse: "Aprended de mi que soy manso y
humilde de coraz6n". El ap6stol sabe sintonizar con
Cristo y escuchar los latidos de su corazón. Sus preocupaciones son las de Cristo en todos los momentos del día ... 

 

 

 

 

 

195. UNION CON JESUS

"Permaneced en mi, y yo en vosotros.

Como el sarmiento no puede dar fruto por si,

si no permanece en la vid, atampoco vosotros, si no permaneis en mí".

(Jn 15,4)

 

 

1. Jesucristo ordena lo que ya es un privilegio
cumplir: permanecer en él. Es decir tener unión e
intimidad con él. ÉI vive en nosotros y nosotros en él. Tenemos con él relaciónn vital más que como el hijo con su madre. Así se hace el ap6stol. No hay otro camino para ser "otro Cristo". Imitar a Cristo es fácil cuando se le ama hondamente. ¿Tengo intimidad con Cristo? ..

 

 

2. De la uni6n con Cristo depende todo el fruto
del apostolado. De otra suerte, todo sería ruido de nueces vacías. Es una locura esperar que un sarmiento seco produzca fruto. Pero es todavía más locura pretender ser ap6stol al margen de Cristo.
Porque apostolado es dar a Cristo. Y nadie da lo
que no tiene. Cada día debes enamorarte más de
Cristo si quieres ser su apóstol.

 

 

 

 

196. CONSEJOS DE JESÚS

 

 

“Os envío como ovejas entre lobos;

por eso, sed sagaces como serpientes

y sencillos como palomas”.

 

                        (Mt 10,16)

 

1. Dificultades no faltan. Las ha de haber para poderse crucificar con Cristo. No hay fruto de apostolado sin sacrificio. A veces las dificultades provienen de los mismos hombres con quienes se convive o a quienes se quiere hacer bien. Saber aguantar al prójimo antipático, o algo más, es el mejor camino para aprender a dar la vida por las ovejas. Las “almas” que se quieren salvar no son ideas, sino personas concretas con sus defectos. ¿Me preparo para el apostolado amando al prójimo con quien me toca convivir?...

 

 

 

2. Prudencia y sencillez, dos cualidades necesarias al apóstol. Prudencia significa equilibrio, reflexión, no precipitarse en el juzgar y en el obrar. Ya se entiende que no es prudente quedarse quieto, sino moverse con equilibrio. Y sencillez equivale a mirar a los demás con los ojos de Jesús. La sencillez hace confiar en Dios y tener optimismo cuando parece imposible, y descubre en los demás lo bueno que dicen y que tienen. ¿Noto que falta esa prudencia y sencillez en mí?...

 

197. INTERESES DE JESÚS

 

 

“Tengo otras ovejas...

También a esas las tengo que traer,

Y escucharán mi voz,

y habrá un solo rebaño y un solo pastor”.

 

                        (Jn 10,16)

 

 

 

1. El apóstol escucha los latidos ardientes del corazón de Jesús. Pospone sus preocupaciones a las preocupaciones e intereses de Jesús. Cristo tiene sed. Por eso lanzó un suspiro anhelante: “Tengo otras ovejas” ...Son demasiados hombres y mujeres los que todavía no le siguen. Muchos, porque todavía no han oído hablar de él. Otros, porque necesitan una mano compañera. ¿Me llegan al alma estos deseos de Jesús?...

 

 

 

2. “Es preciso”. Es una necesidad para el corazón de Cristo. El Buen Pastor quiere encontrar a todas las ovejas perdidas. Porque resulta que son muchas, demasiadas. El corazón de Cristo se estremece de gozo pensando en el día en que todos los hombres oirán su voz. Para esto necesita muchos apóstoles que le ayuden de balde y con todo lo suyo. El Señor espera mi respuesta decidida...

 

 

198.  EN LOS FRACASOS

 

 

Aquella noche no pescaron nada...

Jesús les dice:

-“Echad la red a la derecha”…

La echaron y no podían sacarla,

por la multitud de peces.

 

                        (Jn 21,3.5-6)

 

 

 

1. Hay momentos de zozobra para los apóstoles. A veces, que no se consigue fruto. A veces, el Señor exige que seamos como el trigo en el curso. Pero a veces se da el verdadero fracaso: cuando hemos confiado en nuestras propias fuerzas. Sin Jesús, todo es ruido de hojas secas. Y menos mal si se aprende la lección después del fracaso. ¿Planeo sin contar con Jesús...?

 

2. ¡Cómo cambia el panorama! Al actuar en nombre de Jesús, es decir en unión con él, se consigue lo imposible. En un santiamén, el Señor concede a los humildes aquello que los soberbios no consiguen ni a fuerza de años. Es cuestión de saber confiar en el Señor, actuar como él, y esperar el fruto, aunque no lo veamos hasta el cielo. ¿Soy optimista en el apostolado...?

 

 

 

 

 

199. EN LOS TRIUNFOS

 

Los apóstoles volvieron

a reunirse con Jesús,

y le contaron

todo lo que habían hecho y enseñado,

y les dijo: “Venid... a descansar”.

 

                        (Mc 6,30-31)

 

1. Regresaron los apóstoles de su campaña apostólica y le contaron todo al Señor. El que trabaja por Cristo siente ganas de expansionarse con él. No es acción apostólica la que impide al apóstol su intimidad con Cristo. Como no sería verdadera intimidad con Cristo la que no empujara a extender el reino. En la expansión con Cristo se forjan los apóstoles. ¿Tengo todos los días un rato de expansión con Cristo...?

 

 

2. La expansión con Cristo no es solo una necesidad nuestra. Es también una invitación del Señor que quiere comunicarnos lo que hemos de hablar. No es tiempo perdido el dedicado a la oración. Cristo, antes de predicar, pasó treinta años en Nazaret. Y, luego, cuarenta días en el desierto y muchas noches en oración. La oración es también acción apostólica, sobre todo cuando se buscan los intereses de Cristo. En ella nos llenamos de Cristo y alcanzamos las gracias necesarias para la acción externa. (Vaticano II) Mi oración, ¿es la que corresponde a un apóstol?...

 

200. VICTORIA SEGURA

 

 

“El reino de Dios es semejante

a un grano de mostaza

que un hombre siembra en su huerto;

 creció, se hizo un árbol...”

 

                        (Lc 13,18-19)

 

 

1. El apóstol está empeñado en una obra de éxito seguro. El secreto del éxito está en reconocer la pequeñez de nuestra colaboración. Cristo murió para salvarnos. Podemos ayudarle en la medida en que muramos a nuestro amor propio. Sembrar con éxito seguro es saber morir en cada momento haciendo la voluntad del Padre. Por lo menos, saber sembrar este granito de mostaza hoy, ahora.

 

 

 

2. Parece mentira que un árbol sea el desarrollo de una semilla insignificante. Pero esta semilla es vida en Cristo. A los ojos del mundo tiene poco valor, pero sí lo tiene, y mucho, a los ojos del Padre. El tonto y el veleta no pueden ser apóstoles. Tampoco el orgulloso. Ser apóstol es tener en sí la vida desbordante de Cristo. Podrá ponerse dique a esa corriente de agua viva, pero tarde o temprano el agua servirá para producir fluido eléctrico o para fertilizar los campos. ¿Me preparo para ser apóstol...?

 

201. PEDIR VOCACIONES DE APÓSTOL

 

 

“La mies es abundante

y los obreros pocos;

rogad, pues, al dueño de la mies

que envíe obreros a su mies”.

 

                        (Lc 10,2)

 

 

1. El Señor ha puesto los frutos de su redención en manos de sus apóstoles. ¿Cómo es posible que haya todavía tantos millones de hombres que no conocen a Cristo? El Señor sigue llamando al apostolado. Pero faltan corazones jóvenes que respondan valientemente. Son pocos los jóvenes cristianos que oyen la voz de Cristo que grita desde el fondo de tantas almas vacías de Dios. ¿Soy fiel y generoso a la llamada de Cristo...?

 

 

 

2. Si son pocos los apóstoles de Cristo, ¿hemos de montar un gran tinglado de propaganda? Sería bueno, pero es mejor orar. La vocación y la fidelidad a la misma es una gracia que depende de Dios. El ser fiel a la vocación apostólica sigue siendo un milagro de la gracia que solo se da cuando hay oración. ¿Oro con frecuencia por mi vocación y por que haya vocaciones apostólicas...?

 

 

 

202. DAR LA CARA POR JESÚS

 

 

Volvieron (los fariseos) a preguntarle al ciego:

-“Y tú ¿qué dices del que

 te ha abierto los ojos?”.

Él contestó:

-“Que es un profeta...”

Y lo expulsaron.

 

                        (Jn 9,16-17.34)

 

 

1. Ser apóstol de Cristo resulta comprometido. No es oficio de cobardes. A veces tendremos que dar la cara por él. Es preferible quedar mal con los otros amigos que con el amigo. El ciego supo decir la verdad y dar a conocer a Cristo. La prudencia siempre es virtud, pero no es prudencia todo lo que lo parece. Por lo menos no podemos callar, con nuestras obras, que somos de Cristo. ¿Soy valiente en mis palabras y ejemplo...?

 

 

2. Y luego vienen las consecuencias. Al ciego curado le echaron del templo. Hasta le tuvieron por malo. Y todo, por no conformarse a las palabras y a la conducta de los enemigos de Cristo. El apóstol ha de estar dispuesto a dar la vida, y ha de estarlo a dar otras cosas más pequeñas y ordinarias. No es posible poner condiciones. El apóstol ha de estar dispuesto a todo por Cristo. ¿Estoy dispuesto a cualquier sacrificio para poder ser apóstol...?

 

203. APÓSTOL CON EL EJMPLO

 

 

“Brille así vuestra luz

ante los hombres,

para que vean vuestras buenas obras

y den gloria a vuestro Padre...”

 

                        (Mt 5,16)

 

 

1. No digas que no sabes ser apóstol de Cristo. ¿Qué debes hacer? Muy sencillo. Primero es cuestión de amarle ardientemente; luego, descubrir que no es amado; y luego... ¡pruébalo y verás! Porque, por lo menos, te darás cuenta de que ya con el ejemplo podrías hacer mucho. Si otros ven en tu conducta lo que Cristo predicó, se sentirán arrastrados hacia el Señor. Pero debes corregir todavía mucho de tu conducta hasta llegar ahí...

 

 

2. ¡Cuidado! No se trata de lucirse y decir a los cuatro vientos que tú amas a Cristo. Di solamente que le quieres amar. Y con esto ya se te notará en las obras. Y no pienses que te alabarán a ti. No. Sino que tu ejemplo se quedará impreso en su memoria y, cualquier día, les servirá para amar más a Dios. El que ama a Cristo, lo manifiesta a su alrededor. ¿Qué podrías mejorar en tu conducta...?

 

 

 

204. APÓSTOL DE LOS POBRES

 

 

“Sal aprisa a las plazas

y calles de la ciudad,

y tráete a los pobres, a los lisiados,

 a los ciegos y a los cojos”.

 

                        (Lc 14,21)

 

 

1. Quienes están más preparados para recibir a Cristo son los pobres, los enfermos, los “desgraciados”. Por eso el verdadero apóstol, aunque quiere que todos encuentren a Cristo, preferentemente se dirige a los predilectos de Cristo, a los que mejor trasparentan su rostro. Los pobres, los niños, los desechados por todos, estos fueron y son los que están más dispuestos a amar a Cristo. Pero teniendo en cuenta que los ricos en dinero son a veces los más necesitados. ¿Dónde quisiera ser apóstol de Cristo...?

 

 

 

2. Cristo sigue deseando que vengan todos a él: “Tráete a los pobres…”. ¡Cómo desea el Señor a los enfermos, que se parecen a él! ¡Y a los niños, que de ellos es el reino de los cielos! ¡Y a los pobres y pecadores, a quienes espera y llama! Pero Cristo ahora necesita de mis labios y de mis obras para predicar. ¿Presto a Cristo mis palabras y mi vida para que salve a  hombres y mujeres...?

 

205. APÓSTOL DE LOS NIÑOS

 

 

“El que acoge a un niño como este

en mi nombre

me acoge a mí”.

 

                        (Mt 18,5)

 

 

1. Jesús siente predilección por los niños. Es decir, por los que adoptan una postura filial ante Dios. El buen hijo confía, ama, goza junto al padre. Los niños están siempre bien dispuestos para oír cosas sobre Jesús. Y lo que oyen se les graba, al menos si se les ha explicado con amor. Pero los niños intuyen si el que habla está convencido o no. Y pensar que hay tantos niños que no saben hablar a Jesús...

 

 

 

2. Lo que se hace a un niño se le hace a Cristo. Lo mejor que se puede dar a un niño es ayudarle a vivir en gracia, a hablar con Jesús, a imitarle. No es tiempo perdido nunca, aunque las apariencias digan lo contrario. Los mejores apóstoles de la historia han gastado mucho tiempo en la educación cristiana de los niños. Pero ahora hay muchos niños que no saben ni sabrán nunca el catecismo. Faltan apóstoles que se ofrezcan...

 

 

 

 

206. LEMAS DEL APÓSTOL

 

 

 “¡Tengo sed!”.

                        (Jn 19,28)

“He venido a prender fuego a la tierra,

¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!”.

                        (Lc 12,49)

 

 

 

1. Las palabras de Cristo, Buen Pastor, están grabadas a fuego en el corazón del apóstol. “Tengo sed”. Esta sed de Cristo espolea a los mayores sacrificios. No preguntes al apóstol  por qué no desmaya en la lucha. La sed de Cristo, hoy, es suficiente para poner en vela a los que le aman. Cristo tiene sed de tantos hombres y mujeres que se pierden, que no aman a Dios. Tiene sed de apóstoles que ofrezcan sus vidas por la labor. Tiene sed de ti...

 

 

 

2. El corazón de Cristo arde de amor al Padre y a los hombres sus hermanos. El mundo es un glaciar. Los hombres no aman a Dios ni se aman entre sí. Parece que solo se aman a sí mismos, pero ni aún eso, pues ese amor al margen de Dios es un suicidio. Por esto, Cristo quiere contagiar amor a los hombres. Pero necesita antorchas. Las cerillas que se apagan al primer soplo, no sirven. ¿Arde tu corazón con ese fuego del corazón de Cristo...?

 

 

207. JESÚS RUEGA POR MÍ

 

 

“Te ruego por ellos...

Santifícalos en la verdad...

Por ellos yo me santifico...”

 

                        (Jn 17,9.17.19)

 

 

 

1. La tarea del apóstol es difícil. Lo que cuesta más es la conquista de la propia vida interior para transparentar a Cristo. Pero Cristo ha orado por mí, para que tenga éxito en esta santificación propia. La oración de Jesús es eficaz, ha sido escuchada. No me falta, pues, la gracia. Solo resta mi cooperación. ¿Me esfuerzo en la tarea de mi propia santificación...?

 

2. Cristo pidió y pide que sus apóstoles sean santos. Santo significa pensar y querer como Cristo. Pero eso es una lucha continua contra las inclinaciones que nos llevan al mal. Jesús se ofreció como víctima por nosotros para que nosotros supiéramos ser víctimas como él. Morir con él para resucitar con él. Mis palabras, pensamientos, deseos y obras, han de traducir a Cristo...

 

 

 

 

 

208. JESÚS RUEGA POR MI APOSTOLADO

 

“Ruego también por los que crean

en mí por la palabra de ellos,

para que todos sean uno,

como tú, Padre, en mí y yo en ti”.

 

                        (Jn 17,20-21)

 

1. A veces el apostolado resulta difícil. Sobre todo cuando no se ve el fruto inmediato. Pero el apóstol no se desanima ni impacienta. Siembra evangelio, palabra de Cristo. Y lo siembra a todas horas y en cualquier circunstancia. Sabe que su tarea apremiante es sembrar. El agua y el crecimiento de la semilla lo dará Dios. Cristo garantiza, con su oración, el éxito de la empresa. ¿Sigo siendo optimista en los fracasos aparentes...?

 

 

2. El mejor fruto del apostolado es que la vida divina se prolongue en las almas. Es la vida de Dios Trino. Pero esta vida no se ve. Es cuestión de fe, de fiarnos de la palabra de Jesús. Dios se da a sí mismo en las almas de quienes lo aman. El apóstol de Cristo construye sagrarios y catedrales para Dios. Los hombres y las mujeres son cristianos, es decir de Cristo, en grado pleno, únicamente cuando están unidos a Dios y al prójimo en el amor de Cristo. Si esto se consiguiera, el mundo sería la gran familia de Dios y un paraíso anticipado. Pero para esta tarea se necesitan apóstoles que quieran morir cada día por Cristo...

 

209. JESÚS ESTÁ PRESENTE

 

 

“Id..., haced discípulos...

Sabed que yo estoy con vosotros todos los días

Hasta el final de los tiempos”.

 

                        (Mt 28,19-20)

 

 

1. El apóstol ha sentido en su interior la llamada de Cristo: “Id, enseñad”. Es un fuego abrasador que le consume y le espolea a convertir la vida rutinaria en fecundidad de Nazaret. El apóstol no teme ir a los confines del universo, ni teme un largo aprendizaje en el duro bregar de la vida cotidiana y de convivencia con los demás.

 

 

 

2. El apóstol no va solo. No es más que labios de Cristo, brazos de Cristo, pies de Cristo. Es Cristo quien salva, habla, ora, sana. Cristo invisiblemente, el apóstol visiblemente. Es fácil pasar por cualquier dificultad cuando Cristo está presente. Solo así se explica la vida de Javier, de Teresa, de Charles de Foucauld... ¿Cómo puedo descubrir esta presencia de Cristo en mi vida...?

210. MAESTRA DE APÓSTOLES

 

Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño...María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y se volvieron los pastoresDando gloria y alabanza a Dios.

                (Lc 2,16.19-20)

 

1. La madre de Cristo sigue siendo madre del cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. Cristo nace de ella. Ahora, en las almas, también. Ser apóstol, dar a Cristo sin un amor filial a María, es inventar un cristianismo al margen de Cristo. A Cristo se le encuentra, hoy como ayer, en el ambiente maternal mariano. Los apóstoles se forman en este ambiente. No encontrarás ninguna excepción. Si conocieras, amaras e imitaras más a María, reina de los apóstoles, tendrías más celo de las almas... El apóstol ha de tener “afecto materno” como María (Vaticano II). ¿Amo así a los hombres...?

 

2. El apóstol es muy dado a la vida interior. Como María. Precisamente porque ha de gastar su vida dando y transparentando a Cristo. Solo quien experimenta el encuentro personal con Cristo, se siente impelido a gastarse por él. De otra suerte, dice que quiere gastarse por Cristo, pero todo son palabras vacías. La norma es la de siempre: morir en Cristo para resucitar en él, tú y los demás. Si Cristo vive en tus pensamientos, deseos, palabras y obras, los demás encontrarán siempre a Cristo cuando se encuentren contigo...

 

Jueves, 05 Mayo 2022 10:41

EUCARISTÍA, pastoral Orense

Escrito por

LA EUCARISTÍA

FUENTE DE VIDA ECLESIAL

 

 

Edita

Obispado de Ourense

Ilustración portada:

Xan Rodríguez López

Depósito Legal

OU-26-2006

 

 

LA EUCARISTÍA

FUENTE DE VIDA ECLESIAL

Carta Pastoral

del Obispo de Ourense

Luis Quinteiro Fiuza

 

 

ÍNDICE

Introducción ............................................................................................................................................................................. 9

Capítulo I. El misterio de la Eucaristía ........................................................................................................... 11

1. La Eucaristía, un don de Dios ................................................................................................ 11

2. La Sagrada Eucaristía es un misterio de fe ............................................................ 12

3. Un misterio de luz .............................................................................................................................. 14

4. La presencia real del Señor en la Eucaristía ......................................................... 17

5. La reserva eucarística y adoración del Santísimo

Sacramento ............................................................................................................................................. 21

6. La Eucaristía, sacramento del único sacrificio

de Cristo ........................ 25

7. La Eucaristía es un verdadero banquete ................................................................. 30

Capítulo II. La Eucaristía y la Iglesia ................................................................................................................. 37

1. Antecedentes de la asamblea eucarística

en la historia de la salvación .................................................................................................. 37

2. Eucaristía e Iglesia, una relación constitutiva .................................................... 41

3. María, mujer “eucarística” ........................................................................................................... 55

Capítulo III. La Eucaristía y la misión de la Iglesia ............................................................................ 61

1. La Iglesia, misterio de comunión ...................................................................................... 61

2. La Iglesia, misterio de comunión y de misión ................................................... 66

3. El Espíritu Santo, protagonista de la misión ........................................................ 69

4. La Eucaristía, un eficaz descendimiento

del Espíritu Santo ............................................................................................................................... 74 5. La Eucaristía, fuente y cumbre de la misión

de la Iglesia .............................................................................................................................................. 76

Capítulo IV. Los Cristianos, Testigos del Amor en el Mundo ............................................... 84

1. Rasgos esenciales de la espiritualidad de comunión ............................... 85

2. Variedad de vocaciones .............................................................................................................. 86

3. Eucaristía y movimiento ecuménico ............................................................................ 93

4. Diálogo interreligioso y misión .......................................................................................... 95

5. Apostar por la caridad .................................................................................................................. 97

6. Eucaristía y acogida a los más pobres ........................................................................ 99

Conclusión ............................................................................................................................................................................. 105

 

 

 

LA EUCARISTÍA, FUENTE DE VIDA ECLESIAL

·

Introducción

1. En la Carta Apostólica “Novo millennio ineunte” de ca­rácterprogramático, Juan Pablo II, describe una perspectiva de compromiso pastoral basado en la contemplación del rostro de Cristo: “Los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre cons­cientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo ‘hablar’ de Cris­to, sino en cierto modo hacérselo ‘ver’. ¿Y no es quizás cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?. Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro” . Desde la contemplación del rostro de Cristo se puede avanzar por la senda de la santidad mediante el arte de la oración. Este compromiso pastoral “se centra, en definitiva, en Cristo mis­mo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfecciona­miento en la Jerusalén celeste” .

En este marco pastoral ha de situarse la contemplación del rostro eucarístico de Cristo. En este sentido, nuestra Diócesis vivió con gozo el Año de la Eucaristía, durante el cual hemos

Juan Pablo II, Carta Apostólica, Novo millennio ineunte, (NMI), (2001), n.16.

NMI. n.29.

 

 

LA EUCARISTÍA, FUENTE DE VIDA ECLESIAL

10 ·

compartido celebraciones y acontecimientos singulares, entre los que cabe destacar la realización en nuestra Catedral de la exposición «Camino de Paz. Mane Nobiscum Domine». Una oportunidad que, sin interrumpir el propio camino pastoral, nos ha permitido acentuar “la dimensión eucarística propia de toda la vida cristiana” . No hay que olvidar que “la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifesta­ción de su inmenso amor” . En efecto, la Eucaristía es fuente, centro y cumbre tanto de la vida del cristiano como de la vida de la Iglesia y, en consecuencia, de su pastoral . La experien­cia gozosa y profunda del Año de la Eucaristía representa para nosotros un programa pastoral para vivir la fe cristiana en este momento histórico. Por este motivo, después de haber recibido con inmenso gozo, con toda la Iglesia, la primera Encíclica del Santo Padre Benedicto XVI, «Deus Caritas est», deseo entre­garos esta Carta Pastoral sobre la Eucaristía, fuente de vida eclesial. En ella quiero mostrar las dimensiones fundamentales del misterio eucarístico cuya celebración es tan decisiva para la vida cristiana y para el ejercicio de la Caridad.

Juan Pablo II, Carta Apostólica, Mane nobiscum Domine, (MND), (2004), n.5.

Juan Pablo II, Carta Encíclica, Ecclesia de Eucharistía, (EE), (2003), n.1.

Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución, Lumen Gentium, (LG), n.11.

 

· 11 L A EUCARISTÍA, FUENTE DE VIDA ECLESIAL

I

El misterio dela Eucaristía

2. El misterio de la Eucaristía, tan extraordinariamente rico, incluye diversas dimensiones íntimamente unidas entre sí. Al ha­blar de la institución de la Eucaristía y de su relación con el miste­rio pascual, afirma el Concilio Vaticano II: “Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacra­mento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera” . El texto conciliar recoge los aspectos fundamentales del misterio eu­carístico. Se puede afirmar que la Eucaristía es la actualización y recapitulación sacramental de todo el misterio cristiano. Es el le­gado recapitulador de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo; es glorificación de Dios y salvación para el ser humano; vivencia personal a la vez que eclesial; don al mismo tiempo que tarea. La Iglesia ha contemplado siempre en la Eucaristía el misterio central de su fe. Es evidente que este misterio no puede ser entendido a partir de uno solo de sus aspectos. De modo conciso deseo subra­yar algunas dimensiones del único misterio eucarístico.

1) La Eucaristía, un don de Dios

3. El sacramento de la Eucaristía es la manifestación del amor fontal del Padre que envía a su Hijo y al Espíritu Santo para nues­tra salvación. En la celebración de la Santa Misa actualizamos la historia de la salvación donde actúan la Trinidad Santa. La institu­ción de la Eucaristía nos conduce al Cenáculo donde se encuentra

Concilio Vaticano II, Constitución, Sacrosanctum Concilium, (SC), n.47.

 

L A E U C A R I S T Í A , F U E N T E D E V I D A E C L E S I A L 12 ·

el Señor con sus discípulos. En efecto, “para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partíci­pes de su Pascua, (el Señor) instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a su apóstoles celebrarlo hasta su retorno, constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo testamento” . No se trata de un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino del “don por excelencia”. Con palabras que rezuman una intensa emoción Juan Pablo II, se preguntaba: “¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Euca­ristía nos muestra un amor que llega ‘hasta el extremo’ (Jn.13,1), un amor que no conoce medida” . El Concilio Vaticano II describe de esta forma la inmensa riqueza del don de la Eucaristía: “Y es que en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo” .

2) La Sagrada Eucaristía es un misterio de fe

4. El sacerdote después de la consagración exclama: “Este es el misterio de nuestra fe”. El pueblo fiel contesta con esta acla­mación: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesús!”. La Eucaristía es el misterio al que debemos acercarnos “con humilde reverencia, no buscando razones hu­manas que deben callar, sino adhiriéndonos firmemente a la Re­velación divina” 10. Este misterio supera totalmente la luz de la inteligencia humana, sólo puede ser acogido y contemplado con los ojos de la fe. Los Santos Padres y Doctores de la Iglesia han destacado esta dimensión de la Eucaristía. S. Juan Crisóstomo habla de esta realidad con términos claros y precisos: “Incliné­

Juan Pablo II, Catecismo de la Iglesia Católica de la Iglesia Católica, (CEC), n.1337.

�����������EE. n.11.

Concilio Vaticano II, Decreto, Presbiterorum Ordinis, (PO), n.5.

10 Pablo VI, Carta Encíclica, Mysterium fidei, (MF), en Ecclesia, 1261 (18-IX-1965) p.11.

 

· 13 L A EUCARISTÍA, FUENTE DE VIDA ECLESIAL

monos ante Dios, y no le contradigamos aun cuando lo que Él dice pueda parecer contrario a nuestra razón y a nuestra inteligencia, sino que su palabra prevalezca sobre nuestra razón e inteligencia. Observemos esta misma conducta respecto al misterio eucarístico, no considerando solamente lo que cae bajo los sentidos, sino aten­diendo a sus palabras, porque su palabra no puede engañar” 11. S. Cirilo de Jerusalén, exhorta a los fieles con estas palabras: “No veas en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa” 12. Los fieles cristianos, haciéndose eco de las palabras de Santo Tomás de Aquino, cantan frecuentemente: “En ti se engaña la vista, el tacto, el gusto; solamente se cree al oído con certeza. Creo lo que ha dicho el Hijo de Dios, pues no hay nada más verdadero que la Palabra de la verdad” 13. Cristo en la Eucaristía está realmente presente y vivo y actúa con su Espíritu 14.

A lo largo de la historia de la Iglesia, la teología ha realiza­do notables esfuerzos para mostrar el genuino sentido de esta verdad. La tarea teológica ha de conjugar el ejercicio crítico del pensamiento con la fe vivida de la Iglesia 15. Pablo VI, después de alabar los notables esfuerzos de los teólogos, advierte con toda claridad que “toda explicación teológica que intente bus­car alguna inteligencia de este misterio, debe mantener, para estar de acuerdo con la fe católica, que en la realidad misma, independiente de nuestro espíritu, el pan y el vino han dejado de existir después de la consagración, de suerte que el Cuerpo y la Sangre adorables de Cristo Jesús son los que están realmente delante de nosotros” 16.

11 S.Juan Crisóstomo, In Math.Homil, 82,4: (PG. 58,743).

12 S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis mistagógicas, IV,6: SCh. 126,138.

13 Secuencia de la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.

14 Juan Pablo II, Carta Encíclica, Fides et ratio ,(1998), n.13.

15 EE.n.15.

16 Pablo VI, El Credo del Pueblo de Dios , (Madrid, 1968), n.25.

 

L A E U C A R I S T Í A , F U E N T E D E V I D A E C L E S I A L 14 ·

3) Un misterio de Luz

5. Juan Pablo II presentó el año de la Eucaristía siguiendo el icono de los dos discípulos de Emaús 17. El camino emprendi­do por estos dos discípulos es también el camino del hombre de hoy. En efecto, “En el camino de nuestras dudas e inquietudes, y a veces de nuestras amargas desilusiones, el divino Caminante sigue haciéndose nuestro compañero para introducirnos, con la in­terpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios” 18. Durante su vida pública Jesús se presentó a sí mis­mo como la verdadera y única luz del mundo: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida”19. El signo de la curación del ciego de nacimiento adquiere en este punto una significación especial. Jesús declara entonces: “Mientras estoy en el mundo yo soy la luz del mundo” 20. De hecho Él vino al mundo para ser luz: “Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que cree en mí no siga en tinieblas” 21. Ante la persona de Jesús es necesario decidirse. La luz es incom­patible con la tiniebla. Así el drama que se establece ante Jesús es un enfrentamiento de la luz y de las tinieblas. La luz brilla en las tinieblas 22 y el mundo trata de sofocar la luz, porque sus obras son malas. Cuando Judas sale del Cenáculo, para entregar a Jesús, el evangelista nota intencionadamente: “Era de noche” 23 ; el mismo Jesús al ser arrestado declara: “Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas” 24.

En el relato de la aparición a los dos discípulos de Emaús en­contramos una clave para hablar de la Eucaristía como misterio de

17 Cfr. Lc. 24,13-35.

18 MND.n.2.

19 Jn. 8,12.

20 Jn. 9,5.

21 Jn.12,46.

22 Cfr.Jn.1,4.5.9.

23 Jn.13,30.

24 ����������Lc.22,53.

 

· 15 L A EUCARISTÍA, FUENTE DE VIDA ECLESIAL

luz. En efecto, “la Eucaristía es luz, ante todo, porque en cada Misa la liturgia de la Palabra de Dios precede a la liturgia eucarística, en la unidad de las dos ‘mesas’, la de la Palabra y la del Pan” 25. Este es el mismo ritmo que se nos presenta en la narración del encuentro del Resucitado con los discípulos. El Señor interviene para mostrar “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, cómo toda la Escritura lleva al misterio de su persona” 26. Las palabras del Resuci­tado hacen ‘arder’ los corazones de los discípulos, les rescatan de la tristeza de la oscuridad y desesperación y suscitan el deseo intenso de permanecer con Él: “Quédate con nosotros, Señor”27.

Al hablar de las diversas presencias de Cristo en la Iglesia, el Concilio Vaticano II enseña que “está presente en su palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritu­ra” 28. Sin perder de vista que “la liturgia de la palabra y la eucarística, están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de cul­to” 29, deseo subrayar la importancia de la mesa de la Palabra dentro de la celebración eucarística. Hay que reconocer que actualmente ‘los tesoros bíblicos’ son más asequibles para todos los fieles 30. La procla­mación de la Palabra de Dios en el contexto de la Asamblea litúrgica favorece ante todo el diálogo de Dios con su pueblo. La enseñanza conciliar es muy clara al respecto: “En los Libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual” 31. Más concretamente, cuando proclamamos la Palabra de Dios en la liturgia, Cristo en persona nos habla 32.

25 �����������MND. n.12.

26 Ibid.

27 Lc.24,29.

28 SC.n.7.

29 SC.n.56.

30 Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución, Gaudium et Spes, (GS), n.51.

31 Concilio Vaticano II, Constitución, Dei Verbum, (DV), n.21.

32 Cfr. SC.n.7.

 

L A E U C A R I S T Í A , F U E N T E D E V I D A E C L E S I A L 16 ·

6. Transcurridos cuarenta años desde la clausura del Concilio Vaticano II y al finalizar el año de la Eucaristía, sería oportuno re­visar personal y comunitariamente “de qué manera se proclama la Palabra de Dios, así como el crecimiento efectivo del conocimiento y del aprecio por la Sagrada Escritura en el Pueblo de Dios” 33. Juan Pablo II se mostraba muy realista a la hora de hacer dicha revisión. Se situaba en las circunstancias precisas que preceden y están pre­sentes en la celebración litúrgica. He aquí sus palabras: “En efecto, no basta que los fragmentos bíblicos se proclamen en una lengua conocida si la proclamación no se hace con el cuidado, preparación previa, escucha devota y silencio meditativo, tan necesarios para que la Palabra de Dios toque la vida y la ilumine” 34. Estas advertencias tan concretas suponen para nosotros un compromiso activo a re­flexionar previamente sobre la Palabra de Dios, a escucharla atenta­mente en la celebración y a practicarla en nuestra vida cotidiana.

En la mesa de la Palabra aprendemos diariamente a vivir como hi­jos de la luz. La Palabra de Dios ha de ser para un creyente como la lám­para que alumbra sus pasos. Dios es quien “nos llamó de las tinieblas a su admirable luz” 35. En otro tiempo éramos tinieblas, ahora somos luz en el Señor 36. El fruto apetecido de la luz es todo lo que es bueno, justo y verdadero. Es necesario caminar en la luz para estar en comunión con Dios que es del todo luz, sin mezcla alguna de tiniebla 37. El criterio básico para saber si caminamos en la luz es el amor fraterno: “Quien ama a su hermano permanece en la luz y nada le hará tropezar” 38. En consecuencia, “Dios, al comunicar su Palabra, espera nuestra respuesta; respuesta que Cristo dio ya por nosotros con su ‘Amén’ (cfr.IICor. 1,20-22) y que el Espíritu Santo hace resonar en nosotros de modo que lo que se ha escuchado impregne profundamente nuestra vida” 39.

33 Juan Pablo II, Carta Apostólica, Dies Domini, (DD), (1998), n.40.

34 MND.n.13.

35 IPe.2,9.

36 Cfr.Ef.5,8.

37 Cfr.IJn.1,5-ss.

38 Cfr. IJn.2,8-11.

39 DD.n.41.

 

· 17 L A EUCARISTÍA, FUENTE DE VIDA ECLESIAL

4) La presencia real del Señor resucitado en la Eucaristía

7. Todos los aspectos del misterio eucarístico “confluyen en lo que más pone a prueba nuestra fe: el misterio de la presencia real” 40. Creemos firmemente que bajo las especies eucarísticas está realmente presente el Señor. Esta es la fe de la Iglesia que hun­de sus raíces en la misma Verdad revelada.

a) En la fuente de la Sagrada Escritura

8. En los relatos de la institución de la Eucaristía se nos indica que Jesús se da a sí mismo bajo las apariencias de pan y de vino como el nuevo sacrificio pascual (carne y sangre) para la comida 41. También en el cuarto evangelio se afirma esta presencia real sacra­mental de Cristo en la Eucaristía 42. Por voluntad del Padre es el mismo Jesús quien da a comer su carne y a beber su sangre: “Mi Pa­dre es quien os da a vosotros el verdadero pan del cielo... El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” 43. De los datos bíblicos brota la convicción de que Cristo se hace realmente presente en la Eucaristía para dar a sus discípulos, en las especies de pan y de vino su propio cuerpo y sangre como alimento y bebida44. Desde esta perspectiva de presencia y donación los apóstoles Juan y Pablo saca­ron algunas consecuencias para la vida personal y comunitaria del creyente. San Juan insiste en la dimensión personal: “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. El Padre, que me ha enviado, posee la vida, y yo vivo por Él. Así también, el que me coma vivirá por mí” 45. San Pablo incide especialmente en la pers­

40 MND.n.16.

41 Cfr. Mt.26,26-29; Mc. 14,22-25; Lc.22,15-20; ICor.11,23-25.

42 Cfr. Ratzinger, J., La Eucaristía centro de la vida, (Valencia, 2003), p.84.

43 Jn. 6,32.35.

44 Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Clausura del Congreso Eucarístico Italiano (Bari) AAS, 97 (2005) 785-789; Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi, Ciudad del Vaticano, AAS, 97 (2005) 782-785

45 Jn. 6,56-57.

 

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pectiva comunitaria: “Pues si el pan es uno solo y todos participamos de ese único pan, todos formamos un solo cuerpo” 46.

b) El testimonio de los Padres de la Iglesia

9. Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, frente a las afirmaciones de carácter gnóstico, afirmaron la presencia real de Cristo en la Eucaristía con diversas expresiones. Son abundan­tes los testimonios al respecto. Ellos afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre del Señor. Frente al pensamiento gnós­tico de carácter dualista, S. Ireneo subraya, por una parte, la en­carnación y resurrección de Cristo y, por otra, la Eucaristía y la resurrección final: el pan y el vino, parte de este cosmos mate­rial, han sido asumidos para un sacramento salvador por el mismo Cristo y nos dan la garantía de la resurrección corporal. He aquí sus palabras: “En cambio, nuestras creencias están en armonía con la Eucaristía y a su vez la Eucaristía es confirmación de nuestras creencias. Porque ofrecemos lo que es de él, proclamando de una manera consecuente la comunidad y la unidad que se da entre la carne y el espíritu. Y así como el pan que procede de la tierra, al recibir la invocación de Dios, ya no es pan común, sino Eucaris­tía, compuesta de dos cosas, la terrena y la celestial, así también nuestros cuerpos cuando han recibido la Eucaristía, ya no son co­rruptibles, sino que tienen la esperanza de la resurrección” 47. Por su parte, S.Juan Crisóstomo sostiene: “No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su

46 ICor. 10,17.

47 S.Ireneo, Adversus haereses, IV,18,4-5: (PG. 7,1027); cfr. también: Ibid. V, 2,2-3: (PG. 7,1124).

 

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gracia provienen de Dios. ‘Esto es mi cuerpo’, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas” 48.

c) las afirmaciones del Magisterio de la Iglesia

10. El Magisterio de la Iglesia, ha expresado esta verdad de fe en diversas ocasiones. Recordaré algunas afirmaciones que considero fundamentales. El Concilio de Trento enseña el sentido verdadero e íntegro del misterio eucarístico. Los Padres conciliares de Trento sostienen que en sacramento de la Eucaristía están “ contenidos ver­dadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” 49. El Concilio tridentino habla, pues, de presencia real, verdadera y sustancial de Cristo, verdadero Dios y verdadero hom­bre, bajo la apariencia sensible del sacramento. Además, apoyándose en las palabras de Cristo, el Concilio de Trento enseña que la Iglesia siempre tuvo la persuasión de “que por la consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustan­cia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. Esta conversión fue llamada oportuna y propiamente, por la Iglesia católica, transustanciación” 50.

Sobre la presencia real, el Concilio Vaticano II afirma que la Eucaristía es memorial de del sacrificio de la cruz: “Cristo instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz, y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección” 51.

11. Pablo VI se hace eco de las diferentes presencias que Cris­to tiene en la Iglesia 52 y, en el contexto de éstas resalta la peculia­

48 S. Juan Crisóstomo, De proditione Iudae homilía, 1, 6: (PG. 49,380); Cfr. Solano, ����J., Textos eucarístico primitivos, Madrid, 1978; Cfr. Sánchez-Caro, J.M., Eucaristía e Historia de la Salvación, Madrid, 1983.

49 Concilio de Trento, Decreto sobre la Santísima Eucaristía, canon 1: (DS. 1651).

50 Ibid. cap.IV: (DS.1642).

51 SC. n.47; cfr. también: SC.nn. 6,10; LG. n.28; PO. n.13.

52 Cfr. SC. n.7.

 

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ridad de la presencia eucarística: “Esta presencia se llama ‘real’ no por exclusión, como si las demás no fueran ‘reales’, sino por anto­nomasia, ya que es sustancial, ya que por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro” 53. Siguiendo la tradición viva de la Iglesia, afirma que sólo en virtud del cambio sustancial del pan y del vino se puede afirmar que los elementos eucarísticos son el cuerpo y la sangre de Cristo 54. Una vez reali­zada esta conversión sustancial, se puede decir que las especies de pan y de vino adquieren un nuevo significado, porque contienen una nueva realidad. Así lo declaraba Pablo VI con estos términos tan precisos: “Realizada la transustanciación, las especies de pan y vino adquieren, sin duda, un nuevo significado y un nuevo fin, puesto que ya no son el pan ordinario y la ordinaria bebida, sino el signo de una cosa sagrada, signo de un alimento espiritual; pero en tanto adquieren un nuevo significado y un nuevo fin en cuento contienen ‘una realidad’ que con razón denominamos ontológi­ca. Porque bajo dichas especies ya no existe lo que había antes, sino una cosa completamente diversa; y esto no únicamente por el juicio de la Iglesia, sino por la realidad objetiva, puesto que, con­vertida la sustancia o naturaleza del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, no queda ya nada del pan y del vino, sino las solas especies” 55. Pablo VI recalcaba que esta presencia tiene lugar en la realidad objetiva, más allá de la fe de los creyentes.

La conexión entre la presencia real y la transustanciación aparece muy resaltada en el “Credo del Pueblo de Dios”. Pablo VI después de afirmar la presencia verdadera, real y sustancial del Señor en la Eucaristía 56, sostenía: “En este sacramento, Cris­to no puede hacerse presente de otra manera que por la conver­sión de toda la sustancia de pan en su cuerpo y la conversión de toda la sustancia de vino en su sangre, permaneciendo solamen­

53 MF, lc.p.16.

54 Cfr. Ibid. lc. pp.16-17

55 Ibid. lc. p.18.

56 Cfr. Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, lc. n. 24.

 

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te íntegras las propiedades del pan y del vino que percibimos por nuestros sentidos. La cual conversión misteriosa es llamada por la santa Iglesia, conveniente y propiamente, transustanciación” 57. El Papa deseaba mostrar que el cambio tiene lugar “en la misma naturaleza de las cosas, independientemente del conocimiento del creyente” 58. Posteriormente, el Catecismo de la Iglesia Católica y Juan Pablo II hablaron de la presencia real del Señor en la Euca­ristía en los mismos términos, citando expresamente la doctrina del Concilio de Trento y de Pablo VI 59. En la Eucaristía actua­lizamos el misterio pascual de Cristo. En efecto, como nos dice el Santo Padre, “después de la consagración, la Asamblea de los fieles, consciente de estar ante la presencia real de Cristo crucifi­cado y resucitado, hace esta aclamación: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!. Con los ojos de la fe la comunidad reconoce a Jesús vivo con los signos de su pasión y, junto con Tomás, llena de maravilla, puede repetir: Señor mío y Dios mío (Jn.20,28)” 60

5) La reserva eucarística y adoración del Santísimo Sacramento

12. Como una consecuencia lógica de la fe en la peculiar presencia real de Cristo en la Eucaristía, la Iglesia ha legitimado la práctica de la reserva eucarística. En efecto, “la presencia eu­carística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas” 61. La Iglesia primitiva solicitaba a los fieles a conservar con suma diligencia la Eucaristía que llevaban a los enfermos. Así nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: “El sagrario (taber­

57 Ibid. n.25.

58 Ibid.

59 Cfr. CEC. nn.1373-1377; EE. n.15; MND. n.16.

60 Benedicto XVI, Mensaje en el Angelus (11-9-2005): en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.28.

61 �������������CEC.n.1377.

 

L A E U C A R I S T Í A , F U E N T E D E V I D A E C L E S I A L 22 ·

náculo) estaba primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa” 62. Pablo VI con palabras sencillas pero muy sentidas nos recordaba que “la Eucaristía es conservada en los templos y oratorios como el centro espiritual de la comunidad re­ligiosa y parroquial, más aún, de la Iglesia universal y de toda la humanidad, puesto que bajo el velo de las sagradas especies con­tiene a Cristo, Cabeza visible de la Iglesia, Redentor del mundo, centro de todos los corazones, ‘por quien son todas las cosas y nosotros por Él’ (ICor.8,6)” 63. Esta presencia sacramental es una manifestación elocuente del amor hasta el extremo del Hijo de Dios por nosotros: “Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por nuestra salvación, quiso que tu­viéramos el memorial del amor con que nos había amado ‘hasta el fin’ (Jn.13,1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presen­cia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros, y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor” 64.

13. La Iglesia manifiesta su fe en la presencia real del Señor en la Eucaristía no solamente durante la Santa Misa, sino también fuera de su celebración. Cristo en el tabernáculo es para nosotros una llamada continua al encuentro personal con Él. Supone una invitación a reproducir en nosotros sus mismos sentimientos 65. ¿Cómo olvidar a Cristo presente en el sagrario? Si Cristo ha que­rido regalarnos esta presencia tan singular, ¿no será que a través de ella quiere entablar con nosotros un diálogo muy personal? Si somos sinceros hemos de reconocer que debemos mucho al trato íntimo con Cristo presente en el sagrario. Deseo recordar varios testimonios muy esclarecedores al respecto.

62 ��������������Ibid. n.1379.

63 MF. lc. p.19

64 CEC. n.1380.

65 Cfr. Flp. 2,5.

 

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Pablo VI nos advertía: “Durante el día, los fieles no omitan el hacer la visita al Santísimo Sacramento, que debe estar reservado en su sitio dignísimo, con el máximo honor en las Iglesias, confor­me a las leyes litúrgicas, puesto que la visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo nuestro Señor allí presente” 66. Seguidamente destacaba el carácter dinámico de esta presencia que transforma nuestra existencia cotidiana: “Pues día y noche (Cristo) está en medio de nosotros, habita con nosotros, lleno de gracia y de verdad (cfr.Jn.1,14); ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los dé­biles, invita a su imitación a todos los que se acercan a Él, a fin de que con su ejemplo aprendan a ser mansos y humildes de corazón y a buscar no las propias cosas, sino las de Dios” 67. La visita al Santísimo se desarrolla en un clima de diálogo de amor con quien sabemos que nos amó hasta la muerte, y muerte de Cruz. Es una conversación que nos ayuda eficazmente a caminar por la senda de la santidad: “Cualquiera, pues, que se dirige al augusto sacra­mento eucarístico con particular devoción y se esfuerza en amar, a su vez, con prontitud y generosidad a Cristo, que nos ama infini­tamente, experimenta y comprende a fondo, no sin grande gozo y aprovechamiento de espíritu, cuán preciosa sea la vida escondida con Cristo en Dios (cfr.Col.3.3) y cuánto valga entablar conversa­ciones con Cristo; no hay cosa más suave que ésta, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad” 68.

Años más tarde, Pablo VI calificaba la adoración del Santí­simo Sacramento como de verdadera obligación: “Estamos obli­gados, por obligación ciertamente suavísima, a honrar y adorar la hostia santa que nuestros ojos ven, al mismo Verbo encarnado que éstos no pueden ver y que, sin embargo, se ha hecho presente delante de nosotros sin haber dejado los cielos” 69.

66 �������������MF. lc. p.19

67 Ibid.

68 Ibid.

69 Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, lc.n.26

 

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14. Juan Pablo II nos apremiaba también al culto de adora­ción que se da a la Eucaristía fuera de la Santa Misa. Lo conside­raba de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. La adoración debe mantenerse permanentemente como algo necesario para la vida de las comunidades cristianas: “La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca vuestra ado­ración” 70. Es necesario crecer en el ‘arte de la oración’ que se va descubriendo en el trato personal e íntimo con Cristo presente en el sagrario: “Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cfr.Jn.13,25), palpar el amor infini­to de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el ‘arte de la oración’ (cfr.NMI. n.32) ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conver­sación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento?” 71. Él nos hablaba del diálogo espiritual con Jesús Sacramentado desde su propia ex­periencia: ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!” 72. Con motivo de la XX Jornada Mundial de la Juventud, el Santo Padre Benedicto XVI nos hablaba así de la adoración: “La palabra latina adoración es ‘ad-oratio’, contacto boca a boca, beso, abrazo y, por tanto, en resumen, amor. La sumisión se hace unión, porque aquel al cual nos sometemos es Amor... Volvamos de nuevo a la Última Cena” 73. Precisamente el Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía, “reconociendo los múltiples frutos de la adoración eucarística en la vida del pueblo de Dios”, pide que “sea mante­

70 Juan Pablo II, Carta a los Obispos sobre el misterio y el culto a la Eucaristía, (1980), n.3.

71 EE. n.25.

72 Ibid.

73 Benedicto XVI, Homilía en Marienfield en la Eucaristía de clausura de la XX Jornada Mundial de la Juventud (21-VIII-2005): en ‘Ecclesia’, 3.272-73 (27-VIII y 3-IX-2005), p.41.

 

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nida y promovida, según las tradiciones, tanto de la Iglesia latina como de las Iglesias orientales” 74.

15. Estos testimonios consideran a la Eucaristía como un te­soro inestimable que nos ofrece la posibilidad de acercarnos al ma­nantial de la gracia. En consecuencia, “Una comunidad cristiana que quiera ser más capaz de contemplar el rostro de Cristo, en el espíritu que he sugerido en las Cartas Apostólicas Novo millennio ineunte y Rosarium Virginis Mariae, ha de desarrollar también este aspecto del culto eucarístico, en el que se prolongan y multipli­can los frutos de la comunión del cuerpo y sangre del Señor” 75.

Conviene fomentar, tanto en la celebración de la Santa Misa como en el culto fuera de ella, la conciencia viva de la presencia real de Cristo, tratando de testimoniarla con el tono de la voz, con los gestos, con el modo de comportarse 76. No hay que olvidar que la adoración eucarística nace del sentimiento profundo de acción de gracias y de reconocimiento porque Cristo, Dios y hombre, está realmente presente entre nosotros. La presencia personal de Cristo en la Eucaristía justifica por sí misma nuestra gratitud y nuestra adoración. Se adora porque se cree firmemente que Cristo está en­tre nosotros de una forma singular en el sagrario. No hay nada que engrandezca, tanto a la persona humana como arrodillarse ante el Santísimo. Este es realmente el misterio de nuestra fe.

6) La Eucaristía, sacramento del único sacrificio de Cristo

16. Entre las denominaciones del misterio eucarístico se nombra el de ‘Santo Sacrificio’ porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también Santo Sacrificio de la Misa, ‘sacrificio de alabanza’ (Hch.13,15), sacrifico espiritual, sacrifico puro y santo, puesto que completa y

74 Proposiciones del Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía, n.6: en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.33.

75 ������Ibid.

76 Cfr. MND. n.18.

 

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supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza” 77. El Catecismo de la Iglesia Católica recoge los diversos calificativos que la Sagra­da Escritura da al Sacrificio de la Misa.

a) En la Eucaristía se actualiza el mismo sacrificio de Cristo

17. La Eucaristía es verdadero sacrificio por ser memorial de la Pascua de Cristo. El carácter sacrificial de la Eucaristía nos lo recuerdan las mismas palabras de la institución: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros” y “Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros (Lc.22, 19-20)”. Así pues, “en la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz y la sangre misma que ‘derramó por muchos... para la remisión de los pecados’ (Mt.26,28)” 78.

En la Santa Misa se hace presente el sacrificio de la cruz, por­que es su memorial y gracias a él los hombres pueden acoger su fruto 79. El Catecismo de la Iglesia Católica, para explicitar esta verdad eucarística, nos remite a un texto básico del Concilio de Trento donde se describe con cierto detalle el carácter sacrificial de la Eucaristía: “Cristo, nuestro Dios y Señor (…) se ofreció a Dios Padre (…) una vez por todas, muriendo como intercesor so­bre el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres) una redención eterna. Sin embargo, como su muerte no podía poner fin a su sacerdocio (Heb.7,24.27), en la última Cena, ‘la noche en que fue entregado’ (ICor.11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza huma­na) (…) donde sería representado el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz, cuya memoria se perpetuaría hasta el fin de los siglos y cuya virtud saludable se aplicaría a la re­dención de los pecados que cometemos cada día” 80. De esta forma,

77 ��������������CEC. n. 1330.

78 Ibid. n. 1365.

79 Cfr. n. 1366.

80 Concilio de Trento, Doctrina del Santo Sacrificio de la Misa, c.2: (DS. 1740).

 

· 27 L A EUCARISTÍA, FUENTE DE VIDA ECLESIAL

mediante la Eucaristía llega a los hombres de hoy la gracia de la reconciliación obtenida por Cristo de una vez para siempre 81. Así el sacrificio de Cristo y el de la Eucaristía son un único sacrificio, porque “Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el mi­nisterio de los sacerdotes que se ofreció a sí misma entonces en la cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer” 82.

b) La Eucaristía, sacrificio de la Iglesia

18. La Eucaristía es también sacrificio de la Iglesia, porque sus miembros se ofrecen a sí mismos junto con la Víctima divina 83. En la Eucaristía el sacrificio de Cristo y lo ofrecemos en Él y con Él, lo presentamos ante el Padre y participamos en su misma ac­titud de sacrificio pascual y de auto-ofrenda. El sacrificio pascual se prolonga en la historia en el Cuerpo de Cristo. Es el sacrificio también de la comunidad unida a Cristo. Con ello la Iglesia no pretende hacer una obra suya, meritoria. No se intenta hacer un nuevo sacrificio al lado del de Cristo. Al contrario, la Iglesia es y vive por el Espíritu del sacrificio de Cristo, acogiéndolo en la fe, desarrollando toda su virtualidad, asociándose activamente a él. La Iglesia es consciente de que sólo lo puede hacer “en memoria de él” y lo que ella hace tiene eficacia sólo “por él, con él y en él”. Los creyentes aceptan profundamente el acontecimiento de la Cruz de Cristo y se dejan penetrar por su fuerza salvadora. La Iglesia es, vive y celebra el memorial del sacrificio pascual con su Señor y Esposo. Esto acontece sacramentalmente en el gesto eucarístico, pero también se realiza en su vida entera. Al sacri­ficio ritual le corresponde el sacrificio vivencial, espiritual, de la ofrenda de toda la vida84. En este sentido se trata de vivir a fondo

81 Cfr. EE. n.12.

82 Concilio de Trento, Doctrina del Santo Sacrificio de la Misa, c.2: (DS. 1743).

83 Cfr. LG.n.11; PO.n. 5; CEC. n. 1368.

84 Cfr. Arostegui, ����M., Lugar que ocupa la oración en el culto según San Ireneo de Lyon, en: Teología y Catequesis 95 (2005) 175-197.

 

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las exigencias eucarísticas del sacerdocio común de todos los bau­tizados. La vida de Cristo fue una entrega ofrecida al Padre por todos los hombres. Toda su vida fue una verdadera “diakonía” que culmina con su pasión y muerte en la Cruz.

Toda la Iglesia se une a la ofrenda y a la intercesión de Cris­to. La Iglesia que peregrina en este mundo, pastores y fieles, par­ticipa en la celebración del sacrificio eucarístico de Cristo: “En­cargado del ministerio de Pedro en la Iglesia, el Papa es asociado a toda celebración de la Eucaristía en la que es nombrado como signo y servidor de la unidad de la Iglesia universal. El Obispo del lugar es siempre responsable de la Eucaristía, incluso cuando es presidida por un presbítero; el nombre del Obispo se pronuncia en ella para significar su presidencia de la Iglesia particular en medio del presbiterio y con la asistencia de los diáconos. La co­munidad intercede también por todos los ministros que, por ella y con ella, ofrecen el Sacrificio Eucarístico” 85. La Iglesia celebra el santo Sacrificio de la Misa como comunidad jerárquica. Cada miembro participa activamente desde su misión concreta en la comunidad cristiana.

19. Los miembros que gozan de la gloria del cielo se unen también a la ofrenda de Cristo. En la celebración eucarística es­tamos en comunión “con la santísima Virgen María y haciendo memoria de ella, así como de todos los santos y santas. En la Euca­ristía, la Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo” 86. Juan Pablo II nos invitaba a todos a entrar en la escuela de María, Mujer ‘eucarística” 87. Tam­bién se ofrece el sacrifico eucarístico “por los fieles difuntos que han muerto en Cristo y todavía no están plenamente purificados, para que puedan entrar en la luz y la paz de Cristo” 88. Considero muy oportuno recordar aquella recomendación tan llena de fe de

85 CEC. n. 1369.

86 Ibid. n.1370.

87 Cfr. EE. nn. 53-58.

88 CEC. n.1371.

 

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santa Mónica dirigida a san Agustín y a su hermano poco antes de fallecer: “Enterrad este cuerpo dondequiera, y no tengáis más cuidado de él; lo que únicamente pido y os encomiendo muy de ve­ras es que os acordéis de mí en el altar del Señor, dondequiera que os halléis” 89. Es muy consoladora la verdad de la comunión de los santos que no se rompe ni siquiera con la muerte: “La unión de los viadores con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe, antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se robustece con la comunicación de bienes espiri­tuales” 90. En la Eucaristía actualizamos sacramentalmente la co­munión entre todos los miembros del Cuerpo de Cristo.

En la celebración litúrgica alcanza su verdadera expresión el carácter sacrificial de la Eucaristía sobre todo en las anáforas. En ellas se une la anamnesis con la acción de gracias como sacrificio vivo y santo, a la vez que se afirma que la ofrenda de la Iglesia está unida a la víctima inmolada que nos reconcilia, y transforma nuestra vida en ofrenda permanente: “Así pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo (…), te ofre­cemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo. Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víc­tima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad (…). Que Él nos transforme en ofrenda permanente” 91. En la santa Misa se ofrece el único sacrificio agradable por el que Cristo nos ha redimido, pero un sacrificio que el mismo Dios “ha preparado a su Iglesia”, para una salvación actual que se extiende a todos los hombres y también a los difuntos 92. En las diversas anáforas se destacan la dimensiones cristológica (“Dirige tu mirada, Pa­dre santo, sobre esta ofrenda: es Jesucristo que se ofrece con su cuerpo y con sus sangre y, por este sacrificio nos abre el camino

89 S.Agustín, Confesiones, 9, 11,27: (PL. 32,773).

90 LG.n.49.

91 Plegaria Eucarística (PE), III.

92 PE. IV.

 

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hacia ti”) 93 pneumatológica sin la cual no hay Eucaristía (“san­tifica estos dones con la efusión de tu Espíritu”)94 y eclesiológica del sacrificio eucarístico (“Acéptanos también a nosotros, Padre santo, juntamente con la ofrenda de tu Hijo” )95.

7) La Eucaristía es un verdadero banquete

20. El misterio de la Eucaristía es, a la vez e inseparablemente sacrificio y “banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y en la Sangre del Señor” 96. Más todavía, “la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se entregó por nosotros” 97.

En la última Cena Jesús tomó el pan dio gracias, lo partió y lo dio a comer a sus discípulos; y tomó el vino dio gracias después de comer, y lo dio a beber a sus discípulos. Jesús se man­tiene en le marco de la cena pascual judía. Lo que cambia es el contenido y el sentido del rito, expresándolo por las palabras que acompañan: “Esto es mi cuerpo... ésta es mi sangre”. Jesús renueva el contenido y sentido, que en adelante ya no remitirán a la antigua Pascua, sino a la nueva. Así nos lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: “Al celebrar la última Cena con sus após­toles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la Pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la Pascua judía y anticipa la Pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino” 98.

93 PE. V/a.

94 PE, II.

95 PE para la Reconciliación II.

96 �������������CEC. n.1382.

97 Ibid.

98 Ibid. n. 1340

 

· 31 L A EUCARISTÍA, FUENTE DE VIDA ECLESIAL

a) La invitación apremiante de Cristo y de la Iglesia a parti­cipar adecuadamente en este banquete

21. El mismo Señor nos invita con fuerza a recibirle en la Eucaristía: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la car­ne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” 99. Él es el pan de vida que ha bajado del cielo para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Para acoger a esta apremiante invitación del Señor es necesario prepararnos adecuadamente. El mismo Apóstol llamaba la atención sobre este deber: “Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa” 100.

Con la fuerza de su elocuencia y con toda claridad, S. Juan Crisóstomo exhortaba con estos términos a sus fieles: “También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto encarecidamente a no sen­tarse a esta sagrada Mesa con una conciencia manchada y corrom­pida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse comunión, por más que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor castigo” 101. En este mismo sentido el Catecismo de la Iglesia Católica establece: “Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar” 102.

Juan Pablo II se hacía eco de todas estas advertencias y reiteraba la vigencia de la norma del Concilio de Trento que sostiene que para recibir dignamente la Eucaristía, “debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal” 103. Desde esta perspectiva se comprende la estrecha vinculación existente entre el sacramento de la Eucaristía y la Penitencia. Así pues, “La Eucaris­tía, al hacer presente el Sacrificio redentor de la Cruz, perpetuándo­

99 ���������Jn.6,53.

100 ICor. 11,28.

101 S. Juan Crisóstomo, In Isaiam, 6,3: (PG. 54,480).

102 CEC. n. 1385.

103 EE. n.36.

 

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lo sacramentalmente, significa que de ella se deriva una exigencia continua de conversión, de respuesta personal a la exhortación que san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto: ‘En nombre de Cristo os suplicamos: ¡Reconciliaos con Dios!’ (IICor.5,20)” 104. Al tratarse de una valoración de conciencia, el juicio sobre el estado de gracia corresponde al propio interesado. En casos de un comportamiento externo grave, la Iglesia en su cuidado pastoral no debe, por el buen orden comunitario y por respeto al Sacramento, mostrarse indife­rente. A esta situación de manifiesta indisposición moral alude la norma del Código de Derecho Canónico que no permite la admi­sión a la comunión eucarística a las persona que “obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave” 105.

b) Los frutos del banquete eucarístico

22. Los frutos de la Eucaristía son decisivos para la vida de los creyentes. Ante todo la comunión nos une muy estrechamente a Cristo. El mismo Cristo lo había anunciado: “Quien come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en mí y yo en él” 106. La comu­nión sacramental fundamenta nuestra vida en Cristo: “Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” 107. La Eucaristía une a los fieles con Cristo en la mayor unión de intimidad y de amor. El pan eucarístico incorpora a los hombres a Cristo y hace así de ellos un único cuerpo espiritual. S. Agustín describe esta unión íntima de forma magistral con estas palabras: “Yo soy el pan de los fuertes, ¡cómeme! Pero no serás tú el que me transformes a mí, sino que seré yo quien te transformaré a ti en mí” 108. En las comidas habi­tuales el hombre es el más fuerte y asimila los alimentos. Pero en

104 EE. n. 37.

105 CIC. c. 915.

106 Jn. 6,56.

107 Jn. 6,57.

108 S. Agustín, Confesiones, 7,10,16: (PL. 32,742).

 

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nuestra relación con Cristo sucede a la inversa: el más fuerte es Él, Él es el protagonista. Al comulgar somos despojados de nosotros mismos y asimilados a Él. Somos hechos uno con Él.

Al llegar a la aldea de Emaús, adonde iban, el Caminante hizo ademán de seguir adelante. Los dos discípulos le rogaron que se quedase con ellos. El Caminante accedió “y entró para quedar­se con ellos” 109. En el sacramento de la Eucaristía, el Resucitado encontró el modo de quedarse no sólo “con” ellos, sino también “en” ellos. La alegoría de la vid y los sarmientos evoca esta íntima unión entre Cristo y los cristianos 110. En dicha alegoría se repite varias veces el verbo “permanecer”. Juan Pablo II, aplicando estas palabras a la Eucaristía, comentaba así esta permanencia: “Esta relación de íntima y recíproca ‘permanencia’ nos permite en cierto modo el cielo en la tierra. ¿No es quizás éste el mayor anhelo del hombre? ¿no es esto lo que Dios se ha propuesto realizando en la historia su designio de salvación? El ha puesto en el corazón del hombre el ‘hambre’ de su Palabra (cfr.Am.8,11), un hambre que sólo se satisfará en la plena unión con Él. Se nos da la comunión eucarística para ‘saciarnos’ de Dios en esta tierra, a la espera de la plena satisfacción en el cielo” 111.

23. La comunión nos separa del pecado. El pan de vida que recibimos en la Eucaristía es el Cuerpo entregado por nosotros y la Sangre derramada por muchos para remisión de los pecados. La Eucaristía nos une a Cristo, purificándonos de los pecados come­tidos y preservándonos de futuros pecados 112. En la vida normal el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas. De modo análogo, la Eucaristía robustece la caridad que, en el trato cotidiano, puede debilitarse. La caridad vivificada por la co­munión “borra los pecados veniales” 113. Cristo, nuestro alimento,

109 Lc.24, 28-29.

110 Cfr. Jn.15,1-17.

111 MND. n. 19.

112 Cfr. CEC. n. 1393.

113 Concilio de Trento, Decreto sobre la Eucaristía, c.2: (DS.1638).

 

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reaviva en nosotros el verdadero amor, nos capacita para romper los lazos desordenados que nos atan a las criaturas y nos arraiga más en su amor. En efecto, “cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal 114.

24. La unión con Cristo conlleva la unidad del Cuerpo mís­tico. Los dos discípulos de Emaús, cuando descubren y recono­cen el rostro del Resucitado al partir el pan, “en aquel mismo instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once y a todos los demás” 115. El en­cuentro con el Resucitado impide la dispersión y los vuelve al lu­gar de la unidad. En la misma alegoría de la vid y los sarmientos, el Señor nos presenta el mandamiento nuevo: “Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros como yo os he amado. No existe mayor amor que dar la vida por los amigos” 116. No es posible es­tar unidos a la Vid verdadera, sino estamos en comunión con los demás miembros del Cuerpo de Cristo. Mediante el sacramen­to de la Eucaristía se va edificando la Iglesia como misterio de comunión. No me detengo en el análisis de este fruto concreto de la Eucaristía; lo haré en el capítulo siguiente, al tratar de la relación entre Eucaristía e Iglesia.

25. En la Carta de convocación del año de la Eucaristía Juan Pablo II mencionaba con fuerza el carácter de compromiso con los más pobres que brota de la celebración de este sacramento. La viva tradición de la Iglesia recuerda desde siempre esta dimensión del misterio de la Eucaristía. De modo muy claro y preciso nos lo hace saber el Catecismo de la Iglesia Católica: “La Eucaristía entraña un compromiso a favor de los pobres: para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cfr.

114 ��������������CEC. n. 1395.

115 Lc. 24,33.

116 Jn. 15,12-13.

 

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Mt.25,40)” 117. Como dice Juan Pablo II, “se trata de su impulso para un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna” 118. En el último capítulo de esta Carta abor­daré esta temática, al hablar de la espiritualidad de comunión.

26. La Eucaristía es prenda de la gloria futura. “Si la Eucaris­tía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados ‘de gracia y bendición’, la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial” 119. En nuestra eco­nomía sacramental tenemos un medio de salvación proporcionado a nuestra esperanza de resurrección. El mismo Señor nos garan­tizó que la Eucaristía es fuente auténtica de resurrección: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” 120. En este sentido la Eucaristía es “medicina de inmortalidad, alimento contra la muerte, alimento de eterna vida en Jesucristo” 121. En un mundo de múltiples contradicciones como el nuestro debe brillar con intensidad la esperanza cristia­na 122. Ahora bien, Cristo fundamenta nuestra esperanza con su resurrección y con su promesa de su venida gloriosa a la tierra 123. Sin embargo, no puede haber mejor garantía de la segunda venida de Cristo que su venida continua en la Eucaristía 124. Este sacra­mento anima desde dentro la esperanza que colma las aspiraciones del corazón del hombre. Al hacerse presente por el Espíritu Santo el cuerpo y la sangre de Cristo, anticipan ya la transformación gloriosa que esperamos: “El Señor dejó a los suyos prenda de tal esperanza y alimento para el camino en aquel sacramento de la fe

117 ��������������CEC. n. 1397.

118 MND. n.28.

119 CEC.n. 1402.

120 Jn. 6,55.

121 S.Ignacio de Antioquía, Ad Eph”, 20,2: (PG. 5,611); cfr. también, S.Ireneo, Adv.haer., 5,2,2-3: (PG. 7,1124).

122 Cfr. EE.n.20. Cfr. Conferencia Episcopal Española, Una Iglesia esperanzada: “¡Mar adentro! (Lc 5, 4)”, (2002).

123 Cfr. Juan Pablo II, Exhortación apostólica, Ecclesia in Europa (EinE.) (2003). En este documento se indica una y otra vez que la resurrección de Cristo es el único fundamento de la esperanza humana.

124 Cfr. CEC. n. 1405.

 

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en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se convierten en el cuerpo y la sangre gloriosos con la cena de la comunión fraterna y la degustación del banquete celestial” 125. Ce­lebramos la Eucaristía, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.

27. Como se puede deducir de todo lo dicho, el misterio eu­carístico encierra en sí mismo una pluralidad de aspectos que en esta ocasión os he querido señalar brevemente. Recojo un texto de la Instrucción “Eucharisticum mysterium” que nos ofrece una admirable síntesis de los aspectos centrales de la Eucaristía: “Por eso la Misa o Cena del Señor es a la vez e inseparablemente: sacri­ficio en el que se perpetúa el sacrificio de la cruz; memorial de la muerte y resurrección del Señor, que dijo: ‘Haced esto en memoria mía’ (Lc.22,19); banquete sagrado, en el que, por la comunión del cuerpo y de la sangre del Señor, el pueblo de Dios participa en los bienes del sacrificio pascual, renueva la nueva alianza entre Dios y los hombres sellada de una vez para siempre con la sangre de Cristo, y prefigura y anticipa en la fe y en la esperanza el banquete escatológico en el reino del Padre, anunciando la muerte del Señor hasta que venga” 126.

125 ���������������������������GS. n.38. Cfr. San Ireneo Adv.haer., V, 2-3 (PG, 7. 1125-1128).

126 Pablo VI, Instrucción, Eucharisticum mysterium, (EM) (1967), n.3.

 

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II

La Eucaristíay la Iglesia

28. Existe un vínculo estrechísimo entre el misterio de la Eu­caristía y la Iglesia. Como nos recordaba Juan Pablo II: “si la Eu­caristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía, se deduce que hay una relación sumamente estrecha entre una y otra. Tan verdad es esto, que nos permite aplicar al Misterio eucarístico lo que decimos de la Iglesia cuando, en el Símbolo niceno-constan­tinopolitano, la confesamos una, santa, católica y Apostólica” 127. San Agustín formuló en toda su profundidad en el fragor del cis­ma donatista la íntima relación entre Eucaristía e Iglesia. Llama a la Eucaristía “signo de unidad” y “vínculo de caridad” 128. Am­bas afirmaciones aparecen permanentemente en la memoria de la Iglesia. Nuestro Salvador en la última Cena instituye la Eucaristía que es a la vez sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual 129. Dentro de esta amplia temática me fijaré inicialmente en algunos aspectos.

1) Antecedentes de la Asamblea eucarística en la historia de la salvación

29. La vida y la historia de una comunidad en marcha se con­vierte, tanto en el pueblo de Israel como en el cristianismo, en símbolo primordial de la presencia de la divinidad como manifes­tación del misterio. En efecto, “fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente” 130.

127 EE. n.26

128 S.Agustín, In Ioan., 26,6,13: (PL. 35,1608).

129 Cfr. SC.n. 47.

130 LG.n.9.

 

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a) La realidad de la Asamblea en el Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento nos remite a las Asambleas que tu­vieron lugar en las diversas etapas de la historia de la salvación. El mismo pueblo de Israel se entiende como una verdadera Asamblea, como pueblo convocado y congregado por Dios. Este pueblo li­berado de la esclavitud de Egipto, celebra la Alianza en el Sinaí 131. El acontecimiento de la Pascua y de la consiguiente Alianza hace de Israel el pueblo de Dios, la congregación de los elegidos, una Asamblea adornada con estas connotaciones: Convocada por ini­ciativa de Dios, a través de Moisés 132. Presencia de Dios en medio del pueblo reunido, expresada por la teofanía. Dios se comunica con el pueblo en Asamblea y le expresa su voluntad en las tablas de la Ley 133. Respuesta de la Asamblea, como aceptación del compro­miso y profesión de fe: “Nosotros haremos todo cuanto ha dicho Yahvé” 134. Rito sacrificial de la alianza 135.

Las reuniones cultuales posteriores serán conmemoración del acontecimiento pascual. La Asamblea anual de la Pascua es una reunión familiar y religiosa cuyos ritos, puestos en relación con la liberación de la esclavitud de Egipto, son como el memorial, la expresión de la salvación concedida por Yahvé a su pueblo 136. En esta celebración, además del rito, es importante el diálogo, recor­dando las maravillas del Dios liberador. En los libros del Antiguo Testamento se describe la relación de Dios con el pueblo escogido con categorías que, de alguna forma, expresan la comunión. Se utilizan términos como palabra, alianza, fidelidad, misericordia, justicia, amor. Para concretar tal relación, Dios “eligió al pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él una alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a Sí mismo y los designios de su vo­

131 Cfr. Ex.19,24.

132 Cfr.Ex. 19,7.

133 Cfr.Ex. 19,17-18; Dt. 9,10; Ex.20,1-ss.

134 Ex. 19,8; 24,3.7; cfr. Dt. 27, 15-26.

135 Cfr. Ex. 24,8.

136 Cfr. Ex.13, 14-16.

 

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luntad a través de la historia de este pueblo, y santificándolo para Sí” 137. La Asamblea pascual constituye al pueblo de Israel como tal pueblo.

En la historia de la salvación esta Asamblea no será defi­nitiva 138. Los profetas de modo progresivo anuncian una futura Asamblea, una reunión escatológica que será más perfecta y que reunirá en sí todos los pueblos. Del resto fiel de Israel Dios convo­cará un nuevo pueblo y establecerá con él una nueva Alianza: “Así dice el Señor Yahvé: He aquí que voy a recoger a los hijos de Israel de entre las naciones a las que marcharon. Voy a congregarlos de todas partes para conducirlos a su suelo (…) Concluiré con ellos una alianza eterna. Los estableceré, los multiplicaré y pondré mi santuario en medio de ellos para siempre. Mi morada estará junto a ellos, seré su Dios y ellos serán mi pueblo” 139. Las palabras del profeta nos indican ya los rasgos esenciales de esta Asamblea defi­nitiva: Dios convoca a esta nueva Asamblea al pueblo disperso de Israel y a todos los pueblos. Será la Asamblea definitiva. Con este pueblo se realizará un nuevo pacto o Alianza. En ella se ofrecerá un culto espiritual. Dios estará presente y habitará en su nuevo pueblo para siempre.

b) La Asamblea en el Nuevo Testamento

30. Toda la actuación de Dios en la antigua Alianza “sucedió como preparación y figura de la Alianza nueva y perfecta que ha­bía de pactarse en Cristo y de la revelación completa que había de hacerse por el Verbo de Dios hecho carne” 140. El Nuevo Testamen­to nos presenta a Jesús como el que ha venido a dar cumplimiento a las promesas. Su misión es reunir a todos los hombres en el reino del Padre. En la vida pública comienza reuniendo a sus discípulos,

137 LG. n. 9.

138 Cfr. Jr.23,3; 29,14.

139 Ez. 37,21.23-24.26-27.

140 LG. n. 9.

 

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a los “Doce”, a la gente que escucha sus palabras y contempla sus signos y milagros. En su predicación anuncia el Reino. Más toda­vía, Él es en persona el Reino.

El signo definitivo de que Cristo es el convocador y funda­mento de la nueva Asamblea será su misterio pascual. Cristo es el Salvador que ha constituido un nuevo Pueblo, lo adquirió con su sangre 141. Concretamente, la última Cena es la Asamblea culmi­nante de Cristo con los discípulos y la Asamblea cultual referente de la comunidad cristiana. Juan Pablo II describía la analogía en­tre la alianza del Sinaí y la nueva Alianza sellada con la sangre de Cristo con estas palabras: “Análogamente a la alianza del Sinaí, sellada con el sacrificio y la aspersión con la sangre, los gestos y las palabras de Jesús en la Última Cena fundaron la nueva comuni­dad mesiánica, el pueblo de la nueva Alianza” 142.

San Pablo resalta especialmente la relación que existe entre el cuerpo eclesial y el cuerpo eucarístico de Cristo. Ante las divi­siones y discriminaciones incipientes, el Apóstol corrige la actua­ción de la comunidad no sólo porque no se atiende al bien de toda la comunidad y a las exigencias de la verdadera fraternidad, sino también porque una actitud insolidaria con los más pobres está en evidente contradicción con la participación eucarística del cuerpo y la sangre de Cristo 143. Existe, por tanto, una estrecha relación entre la Cena del Señor, que el Apóstol transmite siendo fiel a la tradición recibida, y la comunidad de hermanos que se reúne en Asamblea eucarística para celebrar y conmemorar esta Cena y la participación en la misma Eucaristía expresando la unidad en la fe en el mismo Señor.

La primitiva comunidad cristiana tiene conciencia de ser el nuevo Pueblo de Dios. Si la venida del Espíritu en el Jordán inau­gura la vida pública de Cristo, el acontecimiento de Pentecostés

141 Cfr. IPe.1,9-10.

142 EE. n.21.

143 Cfr. ICor. 10,16-17; 11, 23-29.

 

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representa el inicio de la vida pública de la Iglesia. La comunidad que brota de Pentecostés se caracteriza por ser: Asamblea univer­sal donde tienen cabida todos los pueblos y razas sin distinción. Asamblea escatológica, ya que en ella se cumplen las promesas 144. Asamblea que vive intensa y conscientemente la presencia del Es­píritu que es enviado sobre ella de modo extraordinario. Asamblea que acoge en su seno y proclama a todas las gentes el Evangelio. Asamblea que celebra los signos de salvación. Esta Asamblea ten­drá como día propio para la reunión el domingo, el día del Señor. Ninguna Asamblea será signo tan real y eficaz de la presencia del Señor y de la realización de la misma Iglesia como la Asamblea del domingo, cuando se reúne para celebrar la Eucaristía.

2) Eucaristía e Iglesia, una relación constitutiva

31. La Asamblea eucarística y la Iglesia forman, desde los co­mienzos mismos, una unidad. Así pues, “la Iglesia es comunidad eucarística” 145. No hubo un tiempo inicial de la Iglesia en el que todavía no existiera la Eucaristía. Desde sus orígenes la Iglesia se entendió a sí misma como Asamblea eucarística. Juan Pablo II señalaba que “hay un influjo causal de la Eucaristía en los oríge­nes mismos de la Iglesia. Los evangelistas precisan que fueron los Doce, los Apóstoles, quienes se reunieron con Jesús en la Última Cena (cfr. Mt.26,20; Mc.14,17; Lc.22,14). Es un detalle de notable importancia, porque los Apóstoles ‘fueron la semilla del nuevo Is­rael, a la vez que el origen de la jerarquía sagrada’... Los Apóstoles, aceptando la invitación de Jesús en el Cenáculo: ‘Tomad, comed... Bebed de ella todos...’ (Mt.26,26.27), entraron por vez primera en comunión sacramental con Él. Desde aquel momento, y hasta el final de los siglos, la Iglesia se edifica a través de la comunión sa­cramental con el Hijo de Dios inmolado por nosotros: ‘Haced esto

144 Cfr. Hech. 2,16-21; Jn.14-17.

145 Ratzinger, J., Lc. p.128.

 

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en recuerdo mío... Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío” (ICor.11,24-25; cfr. Lc.22,19)” 146.

Por el bautismo somos incorporados al Cuerpo único de Cris­to 147. El Apóstol afirma algo parecido sobre la participación en el único cáliz eucarístico y en el único pan eucarístico 148. De esta forma, “la incorporación a Cristo, que tiene lugar por el Bautismo, se renueva y se consolida continuamente con la participación en el Sacrificio eucarístico, sobre todo cuando ésta es plena mediante la comunión sacramental. Podemos decir que no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros…” 149. La Iglesia está allí donde quiera que los cristianos se acercan para celebrar la Cena del Señor en torno a la mesa del Señor. Comunidad eucarística y comunidad eclesial forman una unidad y no pueden ser separadas.

La Iglesiacelebra y vive los misterios de nuestra fe. En una obra clásica del P. Henri de Lubac, cuyas aportaciones han ayuda­do a profundizar en la relación vital entre Eucaristía e Iglesia, se puede leer: “Es la Iglesia la que hace la Eucaristía; pero es también la Eucaristía la que hace la Iglesia. En el primer caso, es la Iglesia en cuanto la hemos considerado en su sentido activo, en el ejercicio de su poder de santificación; en el segundo, se trata de la Iglesia en su sentido pasivo, de la Iglesia de los santificados. Y en virtud de esta misteriosa interacción, es el Cuerpo único, en fin de cuentas, el que se construye, en las condiciones de la vida presente, hasta el día de su definitiva perfección” 150. Más adelante, el P. Henri de Lubac afirma de modo sintético: “Es en la Eucaristía donde la esencia misteriosa de la Iglesia encuentra su expresión más plena y, correlativamente, es en la Iglesia, en su unidad católica, don­de florece en frutos efectivos la misma Eucaristía” 151. La relación

146 EE. n. 21.

147 Cfr. Rom. 6,3-5; ICor.12,12-ss; Gál. 3,27-ss.

148 Cfr. ICor. 10,16-ss.

149 EE. n.22.

150 de Lubac, H., Meditación sobre la Iglesia, (Madrid, 1980) p.112.

151 Ibid. 132.

 

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entre Eucaristía e Iglesia es tan profunda y tan íntima que ni la Eucaristía podría existir sin la Iglesia, ni puede haber Iglesia sin Eucaristía. Cristo es, en la Eucaristía, el corazón de la Iglesia. Es decir, Eucaristía e Iglesia conforman el único Cuerpo de Cristo.

2.1. La Iglesia hace la Eucaristía

32. Jesucristo es el único sumo Sacerdote de la nueva Alian­za. Él es el gran celebrante de la Eucaristía. A través del Espíritu Santo se hace presente de múltiples maneras en la celebración de la Eucaristía: en su Palabra y bajo las especies del pan y del vino, en la persona del sacerdote y en la propia comunidad que celebra 152. La Eucaristía tiene, por tanto, su origen en Cristo y es un don de Dios. Sin embargo, desde un punto visible y externo, la Eucaristía es el sacramento central de la Iglesia, en el que se manifiesta de modo especial la verdadera naturaleza, la estructura ministerial y la acción sacerdotal de todo el pueblo de Dios. Es la Iglesia entera la que está de algún modo presente, como pueblo sacerdotal, ejer­ciendo su universal sacerdocio. Así se reconoce en el Misal de Pa­blo VI, cuando se dice: “La celebración de la Misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios jerárquicamente ordenado, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, tanto universal como local y para cada uno de los fieles” 153.

a) Toda la Iglesia, como Pueblo sacerdotal, participa en la celebración de la Eucaristía

33. El Concilio Vaticano II recordó de nuevo la doctrina del sacerdocio común 154, invitando a todos los fieles presentes en la celebración de la Eucaristía a participar en ella de forma conscien­

152 Cfr. SC.n. 7.

153 Ordenación General del Misal Romano (OGMR), cap.I, n.1.

154 Cfr. LG.nn.10-12.

 

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te, piadosa y activa 155. Promover y facilitar esta participación de todos en la celebración eucarística es uno de mis grandes deseos como Obispo de la querida diócesis de Ourense. Participación activa no puede ser entendida de un modo meramente exterior y activista. Al hablar del ejercicio del sacerdocio común en los sacramentos, el Concilio describe la participación en la Eucaristía con estos términos: “Participando (los fieles) del sacrificio euca­rístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella. Y así, sea por la oblación o sea por la sagrada comunión, todos tienen en la celebración litúrgica una parte propia, no confusamente, sino cada uno de modo distinto. Más aún, confortados con el Cuerpo de Cristo en la sagrada liturgia eucarística, muestran de un modo concreto la unidad del pueblo de Dios, significada con propiedad y maravillosamente realizada por este augustísimo sacramento” 156.

La participación en la santa Misa conlleva interrumpir la ac­tividad y la rutina cotidianas para alabar la bondad de Dios, de la que vivimos y de la que tenemos experiencia día tras día y para darle gracias a Dios por habernos dado a Jesucristo como Camino, Verdad y Vida 157. En la celebración eucarística tenemos también la oportunidad de descubrir lo que es esencial para nuestra vida, so­bre aquello que nos sustenta y sostiene. En la Eucaristía tomamos conciencia de la fuente de la que nos alimentamos y del fin para el que vivimos. Está claro que no nos alimentamos de nosotros mis­mos, ni vivimos por nosotros mismos ni para nosotros mismos. La celebración de la Eucaristía no debería ser un acto ceremonioso y triste, sino una fiesta alegre y viva. Todos los que en ella participan –niños, jóvenes, adultos y ancianos– deberían hacerlo con todas las dimensiones de la persona. El gozo en el Señor es nuestra fuer­za 158. El Apóstol nos insiste: “Estad siempre alegres en el Señor; os

155 Cfr. SC.nn.11.14.48.50.

156 LG.n.11.

157 Cfr. Jn.14,6.

158 Cfr. Neh. 8,10.

 

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lo repito, estad alegres. Que todo el mundo os conozca por vuestra bondad. El Señor está cerca. Que nada os angustie; al contrario, en cualquier situación presentad vuestros deseos a Dios orando, supli­cando y dando gracias” 159. La Eucaristía ha de ser una verdadera celebración festiva llena del gozo más auténtico.

34. Por otro lado, en la celebración de la Eucaristía ha de man­tenerse el respeto ante el Dios santo y ante la presencia de nuestro Señor en el sacramento. Debe ser también un espacio para el silen­cio, la meditación, la adoración y el encuentro personal con Dios. En este sentido, la liturgia nunca es un medio para un fin, sino un fin en sí misma. Contribuye a la glorificación de Dios y, por eso mismo, a la salvación del ser humano. Es necesario redescubrir la riqueza de la Eucaristía y elucidar su sentido. La verdadera forma­ción litúrgica, que llegue al fondo no sólo del entendimiento, sino del corazón, es imprescindible para una participación más prove­chosa en el don de la Eucaristía. Son múltiples los ministerios que los fieles laicos pueden y deben asumir en la celebración eucarísti­ca. Todos ellos desempeñan un auténtico ministerio litúrgico que merecen nuestra gratitud y reconocimiento 160. Desde esta pers­pectiva, la Eucaristía es expresión de una Asamblea participativa. Todo el pueblo de Dios es sujeto participativo de la acción litúrgi­ca de la Iglesia. De ahí que “las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es ‘sacramento de unidad’, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por eso, pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiestan y lo implican; pero cada uno de los miembros de este cuerpo recibe un influjo diverso según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual” 161. Se trata, como ya dije, de una participación que actualiza el sacerdocio universal y que expresa la unidad en la diversidad de oficios y ministerios.

159 Fil.4,4-6.

160 Cfr. SC. n.29.

161 Ibid. n. 26.

 

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b) La Eucaristía y el ministerio ordenado

35. La acción eucarística de la Iglesia se expresa y ejerce de modo diferenciado, haciendo en ella cada uno todo y sólo aquello que le pertenece 162. No se debe caer, por tanto, ni en una confusión de funciones y ministerios, ni en una absorción de los mismos. Jesús no sólo llamó al pueblo en general. A los Doce los llamó y envió de un modo especial, confiándoles también la celebración de la Cena: “Haced esto en memoria mía” 163. La Eucaristía mani­fiesta la participación y comunión de todo el Pueblo de Dios en su estructura jerárquica. Esta ordenación jerárquica se manifies­ta sobre todo en la Eucaristía presidida por el Obispo, rodeado del presbiterio y con la actuación adecuada de todos los servicios y ministerios 164. En la Eucaristía dominical, donde se reúne la Asamblea en un determinado lugar, se representa a la Iglesia ente­ra en comunión con el Obispo y con las otras Iglesias 165.

Juan Pablo II describe con cierta amplitud el tema de la apos­tolicidad de la Iglesia y de la Eucaristía 166. Me detendré en aquellos aspectos que muestran cómo la Eucaristía es esencialmente Apos­tólica. Los Apóstoles están en íntima relación con la Eucaristía, porque Jesús les confió este Sacramento y ellos y sus sucesores lo trasmitieron hasta nosotros. “La Iglesia celebra la Eucaristía a lo largo de los siglos precisamente en continuidad con la acción de los Apóstoles, obedientes al mandato del Señor” 167. En un segundo sentido la Eucaristía es Apostólica, pues se celebra en conformi­dad con la fe de los Apóstoles. Durante la bimilenaria historia del Pueblo de la nueva Alianza, el Magisterio de la Iglesia ha ido precisando con sumo cuidado la doctrina sobre la Eucaristía. De este modo se ha salvaguardado la fe Apostólica en este Misterio

162 �����������������Cfr. Ibid. n.28.

163 Lc.22,19; ICor.11,24ss.

164 Cfr. SC. nn. 41.29.

165 Cfr. Ibid. 42.

166 Cfr. EE., cap. III.

167 EE. n.27.

 

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tan excelso. “Esta fe permanece inalterada y es esencial para la Iglesia que perdure así” 168. En tercer lugar, la sucesión Apostólica conlleva necesariamente el sacramento del Orden. Esta sucesión es esencial para que haya Iglesia en sentido propio y pleno. Más todavía, la sucesión de los Apóstoles en la misión pastoral afecta esencialmente a la celebración eucarística. “En efecto, como enseña el Concilio Vaticano II, los fieles ‘participan en la celebración de la Eucaristía en virtud de su sacerdocio real’, pero es el sacerdocio ordenado quien ‘realiza como representante de Cristo el sacrificio eucarístico y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo” 169.

36. Ni el ministerio sacerdotal ni la Eucaristía pueden ser derivados ‘desde abajo’, a partir de la comunidad. Ambos supe­ran radicalmente la potestad de la Asamblea. Para la celebración eucarística es irrenunciable el ministerio del sacerdote ordenado. La Eucaristía, que se funda en la previa acción salvífica de Dios, es signo pleno de la permanente donación y condescendencia del Padre por Cristo en el Espíritu Santo. Este advenimiento de la salvación ‘desde fuera’ y ‘desde arriba’, cobra expresión simbóli­co-sacramental en el envío del sacerdote a la comunidad. Es cier­to que el sacerdote, en cuanto destinatario de la salvación, forma parte de la comunidad cristiana. Como cualquier otro cristiano depende a diario y siempre de nuevo del perdón y la misericordia de Dios, de su ayuda y de su gracia. Sin embargo, en el ejercicio de su ministerio sacerdotal se halla frente a la comunidad como representante de Aquel que es Cabeza de la Iglesia y verdadero Celebrante primordial. En este sentido, el sacerdote ordenado “realiza como representante de Cristo el Sacrificio eucarístico” 170. El sacerdote actúa, entonces, “in persona Christi Capitis”. La pa­labra autorizada de Juan Pablo II nos ofrecía el significado preciso de esta expresión: “in persona Christi quiere decir más que ‘en

168 ����������EE. n.27.

169 Ibid. n. 28.

170 LG.n.10

 

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nombre’ o también, ‘en vez’ de Cristo. In ‘persona’: es decir, en la identificación específica, sacramental con el ‘sumo y eterno Sacer­dote’, que es el autor y el sujeto principal de su propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie” 171.

El ministerio del sacerdote ordenado “es insustituible en cualquier caso para unir válidamente la consagración eucarísti­ca al sacrificio de la Cruz y a la Última Cena” 172. El ministe­rio sacerdotal es constitutivo para la celebración eucarística. La Asamblea que es convocada para celebrar la Eucaristía necesita absolutamente un sacerdote ordenado que la presida. La función de presidir la Eucaristía no consiste sólo en realizar determinados ritos o en pronunciar ciertos textos, sino en actuar permanente­mente “en la persona de Cristo”, a quien representa, y “en nombre de la Iglesia”, elevando al Padre la plegaria y la ofrenda del Pueblo santo, siendo instrumento dócil en las manos del Señor para la santificación de la comunidad eclesial.

37. Si la Eucaristía es centro y cumbre de la vida de la Iglesia, lo es también del ministerio sacerdotal. La praxis de la celebración diaria de la Eucaristía tiene una importancia decisiva para la vida espiritual de los presbíteros 173. La Eucaristía “es la principal y cen­tral razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectiva­mente en el momento de la institución de la Eucaristía y a la vez que ella” 174. Son múltiples y variadas las actividades pastorales del presbítero. Hoy día existe en su vida un serio peligro de disper­sión. La caridad pastoral debe ser el vínculo que dé unidad a toda la vida del presbítero 175. Esta caridad pastoral que tiene su fuente específica en el sacramento del Orden, halla su expresión plena y su alimento supremo en la Eucaristía. “El alma sacerdotal ha de reproducir en sí misma lo que se hace en el ara sacrificial” 176. En

171 EE. n.29.

172 Ibid.

173 Cfr. PO. n.18.

174 Juan Pablo II, Carta Apostólica, Dominicae Cenae, (DC) (1980) n.2.

175 Cfr. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Pastores Dabo Vobis, (PDV) (1992), n.23.

176 ����������PO. n.14.

 

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consecuencia, “la caridad pastoral del sacerdote no sólo fluye de la Eucaristía, sino que encuentra su más alta realización en su cele­bración, así como también recibe de ella la gracia y la responsabi­lidad de impregnar de manera ‘sacrificial’ toda su existencia” 177. En la celebración cotidiana de la Eucaristía el sacerdote encuentra la fuerza necesaria para afrontar, sin caer en la dispersión, los di­versos quehaceres pastorales. “Cada jornada será así verdadera­mente eucarística” 178. En este sentido, “el presbítero tiene que ser ante todo adorador y contemplativo de la Eucaristía a partir del mismo momento en que la celebra” 179.

c) La prioridad de una pastoral vocacional para el ministerio ordenado

38. De la importancia capital de la Eucaristía en la vida de la Iglesia y de la necesidad absoluta del ministerio ordenado para cele­brar el sacrificio eucarístico deriva la imperiosa necesidad de la pas­toral de las vocaciones sacerdotales. La pastoral vocacional sobre todo para el ministerio sacerdotal es para mí una gran prioridad. En varias ocasiones me pronuncié sobre ello desde mi llegada a la diócesis de Ourense. Una vez más deseo urgir a los jóvenes, padres, educadores y, especialmente, a los sacerdotes en este cometido vo­cacional. Dios “se sirve a menudo del ejemplo de la caridad pastoral ferviente de un sacerdote para sembrar y desarrollar en el corazón del joven el germen de la llamada al sacerdocio” 180. Yo mismo escri­bí al respecto: “Cuando un joven encuentra a un sacerdote que sien­do un verdadero hombre ha encontrado en Cristo Jesús el desarrollo más auténtico de su inteligencia y la plenitud de su vida afectiva, la pregunta vocacional queda definitivamente planteada” 181.

177 ����������PDV.n.23.

178 EE.n.31.

179 Benedicto XVI, Mensaje del Angelus, (18-9-2005): en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.28.

180 Ibid.

181 Quinteiro Fiuza, Luis, Un Seminario para la Nueva Evangelización, (Ourense, 2003) n.9.

 

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La oración ocupa un lugar de gran importancia en la pasto­ral vocacional, “porque la plegaria por las vocaciones encuentra en ella (la Eucaristía) la máxima unión con la oración de Cristo sumo y eterno Sacerdote” 182. Además quienes rezan hacen suya la exhortación de Jesús y oran para que el Señor mande trabajadores a su mies 183. La misma diligencia y esmero de los sacerdotes en el ministerio eucarístico, unido a la promoción de la participación consciente, activa y fructuosa de los fieles en la Eucaristía es un testimonio y un incentivo para la respuesta generosa de los jóve­nes a la llamada de Dios.

Soy consciente del gran esfuerzo que los sacerdotes y los co­laboradores laicos están llevando a cabo para celebrar con digni­dad la Eucaristía. Todos los que tienen alguna responsabilidad en lo referente a la correcta celebración de la liturgia, y en especial de la Eucaristía, merecen mi más sincero agradecimiento. Hemos de profundizar más y más en la comprensión de la liturgia e inten­tar que ésta sea fecunda en nuestra vida. De este modo podremos contagiar a otras personas el gozo de celebrar la Eucaristía.

39. No podemos, sin embargo, cerrar los ojos ante algunas circunstancias especialmente dolorosas. La participación en la Eu­caristía, por lo que al número se refiere, está descendiendo en los últimos años. Además, la comprensión que buena parte de quienes acuden a las celebraciones tiene de los textos y símbolos litúrgicos es cada día más deficiente. Se va desconociendo paulatinamente que la Eucaristía es, ante todo, un acontecimiento sagrado en el que se actualiza “la obra de nuestra salvación” 184. Anumerosos jóvenes, sobre todo, les va resultando un tanto extraño el lenguaje y las formas de la liturgia. Comienza a notarse ya la escasez de sacerdotes y ya no es posible celebrar cada Domingo la Eucaris­tía en cada comunidad parroquial, siendo así que “la parroquia es

182 EE. n.31.

183 Cfr. Mt.9,38.

184 SC.n.2.

 

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una comunidad de bautizados que expresan y confirman su iden­tidad principalmente por la celebración del Sacrificio eucarístico. Pero esto requiere la presencia de un presbítero, el único a quien compete ofrecer la Eucaristía in persona Christi” 185. Todas estas circunstancias me preocupan hondamente, ya que son realidades que afectan esencialmente a la vida diocesana. Urge una compren­sión más profunda de la Eucaristía, para avanzar en la vivencia de la fe cristiana.

2.2 La Eucaristía hace la Iglesia

40. La relación entre el misterio de la Eucaristía y la Iglesia implica también el efecto de la Eucaristía en la Iglesia. La influen­cia de la Eucaristía es tal que puede decirse que la Iglesia es ob­jeto de la Eucaristía o, con otras palabras, “la Eucaristía hace la Iglesia”. De esta forma la Iglesia es objeto principal de la Eucaris­tía que ella ‘hace’; es beneficiaria primera del acontecimiento que celebra. Mediante la Eucaristía “la Iglesia vive y crece continua­mente” 186. La significación de la Eucaristía para la vida de cada Iglesia particular es tal que “no se construye ninguna comunidad cristiana si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísi­ma Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, empezar toda la formación en el espíritu de comunidad” 187.

a) En la Eucaristía la Iglesia toma conciencia de su identidad y de su misión

41. Mientras peregrina en la tierra, la Iglesia está llamada a mantener y promover tanto la comunión con el Dios trinitario como la comunión entre los hombres 188. La Eucaristía hace y sig­

185 ���������EE.n.32.

186 LG.n.26.

187 PO. n.6.

188 Cfr. LG.n.1.

 

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nifica a la Iglesia como comunión. No es casualidad que el térmi­no “comunión” sea uno de los nombres específicos del Santísimo Sacramento. Se llama “comunión, porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su San­gre para formar un solo cuerpo” 189. En la Eucaristía la Iglesia toma conciencia de su identidad y de su misión. Se puede afirmar que la Eucaristía es el lugar más privilegiado de expresión, realización e identificación de la Iglesia, el momento decisivo de su crecimiento en verdadero Cuerpo de Cristo, al servicio de toda la humanidad. El misterio entero de la Iglesia, en su ser, su aparecer y sus signos más auténticos, se manifiesta de modo especial en la Eucaristía 190. Como nos indica el Santo Padre, “la Eucaristía podría conside­rarse también como una ‘lente’ mediante la cual comprobar conti­nuamente el rostro y el camino de la Iglesia, que Cristo fundó para que todo hombre pudiera conocer el amor de Dios y hallar en él plenitud de vida” 191.

Por ser la persona de Cristo, la Eucaristía puede considerarse como fundamento y base de la Iglesia. Como enseña el Concilio de Trento, los otros sacramentos poseen la fuerza de santificar; en la Eucaristía, en cambio, está presente el mismo autor de la santificación. Más todavía, enseña el Concilio Vaticano II : “En la sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra pascua y pan vivo, que, por su carne vivificada y vivificante por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas, junta­mente con él” 192. En la Eucaristía se actualiza el misterio pascual de Cristo. La Iglesia celebra en la Eucaristía el sacrificio mismo de Cristo, que es origen y fuente de la comunidad cristiana. Cristo es el redentor de la Iglesia, que se entregó por ella para acogerla

189 ������������CEC.n.1331.

190 Cfr. LG.n.3; CEC nn.1325-1329.

191 Benedicto XVI, Mensaje del Angelus, (2-10-2005), en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.30.

192 PO.n.5. Cfr. Concilio de Trento, Decreto sobre la Eucaristía, c.3: (DS.1639).

 

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como Esposa santa e inmaculada 193. Este amor hasta el extremo del Esposo a su Esposa se perpetúa hasta el final de los tiempos en la celebración eucarística. Compenetrándose plenamente con el misterio pascual, la Iglesia realiza en la Eucaristía la plenitud de su ser.

b) En la Eucaristía se va generando el misterio de la Iglesia

42. La Eucaristía es generadora de Iglesia que brota y nace cada día del misterio eucarístico como fuente inagotable de co­munión. Es en la Eucaristía donde una multitud de seres humanos llegan a ser el Cuerpo de Cristo, al participar de su persona –de su Cuerpo y Sangre– e incorporarse a ella. La Eucaristía es “la su­prema manifestación sacramental de la comunión en la Iglesia” 194. La Eucaristía a la vez que actualiza la obra de nuestra redención, representa y realiza la unidad de la Iglesia: “La unidad de los fie­les, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representado y se realiza por el sacramento del pan eucarístico (cfr.ICor.10,17). Todos los hombres están llamados a esta unión en Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos” 195.

La unión con Cristo conlleva la unión con los hermanos. Los dos discípulos de Emaús, cuando descubren el rostro del Re­sucitado al partir el pan, vuelven a Jerusalén junto a los demás: “En aquel mismo instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once y a todos los de­más” 196. En la misma alegoría de la vid y los sarmientos, el Señor nos recuerda el mandamiento nuevo: “Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros como yo os he amado” 197. No es posible

193 Cfr. Ef.5,21-33.

194 EE. n.38.

195 LG. n.3.

196 ����������Lc.24,33.

197 Jn. 15, 12-13.

 

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permanecer unidos a la Vid verdadera, sino estamos en comunión con los demás miembros del Cuerpo de Cristo.

En el misterio eucarístico tenemos la oportunidad de partici­par del único Pan de vida: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre... el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna... permanece en mí y yo en él” 198. La participación en el único Pan y en la única Sangre nos hace un solo Cuerpo: “El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no nos hace entrar en comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos hace entrar en comunión con la sangre de Cris­to? Pues si el pan es uno solo y todos participamos de ese único pan, todos formamos un solo cuerpo” 199. En el sacramento de la Euca­ristía se va edificando la Iglesia como misterio de comunión. San Agustín comenta admirablemente el texto del Apóstol: “Si voso­tros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis ‘amén (es decir, ‘sí’, ‘es verdad’) a lo que reci­bís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir ‘el Cuerpo de Cristo’, y respondes ‘amén’. Por lo tanto, sé tú verdadero miem­bro de Cristo para que tu ‘amén’ sea también verdadero” 200.

43. La reflexión cristiana que arranca sobre todo del mensa­je paulino, ha utilizado constantemente la conocida comparación del pan formado por muchos granos de trigo, molidos, converti­dos en harina, amasados por el agua del bautismo y cocidos por el fuego del Espíritu, para mostrar las raíces de la unidad de la Iglesia y para exhortar a los cristianos a la convivencia concorde y pacífica. La Constitución “Lumen Gentium” sintetiza la doctrina paulina en los siguientes términos: “En la fracción del pan euca­rístico compartimos realmente el cuerpo del Señor, que nos eleva a la comunión con Él y entre nosotros. Porque el pan es uno, aunque

198 ����������������Jn. 6,51.54.56.

199 I Cor. 10,16-17.

200 S. Agustín, Sermón, 272: (PL. 38,1246).

 

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muchos, somos un solo cuerpo todos los que participamos de un mismo pan (ICor.10,17). Así todos somos miembros de su cuerpo (cfr.ICor.12,27) y cada uno miembro del otro (Rom.12,5)” 201.

Es evidente, nos indicaba Juan Pablo II que “la Eucaristía crea comunión y educa a la comunión” 202. Las divisiones que pue­dan existir entre los fieles cristianos contradicen abiertamente las exigencias radicales de la Eucaristía. En la celebración eucarística el día del Señor ha de convertirse también en el día de la Igle­sia: “Precisamente a través de la participación eucarística, el día del Señor se convierte también en el día de la Iglesia, que pue­de desempeñar así de manera eficaz su papel de sacramento de unidad” 203. En cada Eucaristía nos sentimos urgidos a reprodu­cir entre nosotros aquel mismo ideal de comunión que animaba a los primeros cristianos. Aquella Iglesia, congregada en torno a los Apóstoles y convocada por la Palabra de Dios para la fracción del pan, vive en profundidad la comunión entre todos sus miem­bros 204. El Santo Padre nos habla de la Eucaristía como fuente de comunión con Cristo y entre nosotros con estas palabras: “En la Eucaristía, el Señor se nos da con su cuerpo, con su alma y su divi­nidad, y nosotros nos convertimos en una sola cosa con él y entre nosotros” 205.

3) María, mujer “eucarística”

44. Hemos visto como la Iglesia hace la Eucaristía, pero tam­bién como la Eucaristía hace la Iglesia. Allí donde está la Euca­ristía, allí está la Iglesia. Ahora bien, enseñaba Juan Pablo II, “si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y mo­

201 LG. n.7.

202 EE. n.40.

203 Ibid. n. 41.

204 Cfr. Hech. 2,42-47; 4,32-35.

205 Benedicto XVI, Mensaje del Angelus, (25-9-2005), en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.29.

 

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delo de la Iglesia” 206. Al ser la Virgen el miembro humano más excelso de la Iglesia, es obvio que se puede hablar de ella como mujer “eucarística”. En la Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae”, Juan Pablo II, al hablar de la Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, incluyó entre los misterios de luz la “institución de la Eucaristía”. María puede guiarnos en la contemplación del rostro eucarístico de Cristo, porque tiene una relación muy estrecha con él: “A primera vista, el Evangelio no ha­bla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto a los Apóstoles, ‘concordes en la oración’ (cfr.Hech.1,14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, ‘asiduos en la fracción del pan’ (Hech.2,42)” 207.

a) María, mujer eucarística en todas las dimensiones de su vida

45. La relación de María con la Eucaristía se puede mostrar indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer eu­carística en toda su vida. La Eucaristía es misterio de fe que supera totalmente la luz de nuestro entendimiento. Es necesaria la luz de la fe. María puede ser apoyo y guía en toda actitud creyente 208. En efecto, “María es la ‘Virgen oyente’, que acoge con fe la palabra de Dios: fe, que para ella fue premisa y camino hacia la Maternidad divina” 209. Ante la propuesta del Arcángel, la Virgen responde: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” 210. La Iglesia desde el día de la institución de la Eucaristía no dejó

206 EE. n. 53.

207 Ibid. �����Ibid.

208 Cfr. Ibid. n.54.

209 Pablo VI, Exhortación Apostólica, Marialis Cultus, (MC) (1974), n.17.

210 Lc.1,38.

 

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de cumplir el mandato del Señor: “Haced esto en memoria mía”. Estas palabras nos recuerdan aquellas de la Virgen que nos invitan a obedecer a su Hijo sin titubeos: “Haced lo que Él os diga” 211. Juan Pablo II comentaba la relación entre ambas expresiones con estas palabras: “Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: ‘no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así pan de vida” 212.

A lo largo de su vida, la Virgen vivió una permanente ac­titud eucarística, incluso antes de la institución de este sacra­mento. En primer lugar “por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios” 213. Con timidez humilde, pero con fe confiada, la Virgen pronuncia su “Sí”. La Virgen nos muestra en su “Sí” un corazón generosa­mente obediente. La morada de un pecho casto se hace de repen­te templo de Dios. En la “comunión” de María gestante, Jesús vive en Ella día y noche durante nueve meses. Así pues, “María concibió en la encarnación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y de su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor” 214. La Virgen “no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hom­bres con fe y obediencia libres” 215. Hemos de seguir las huellas de la fe de María: una fe generosa que se abre a la Palabra de Dios y que acoge la voluntad de Dios. Cada uno de nosotros debe estar pronto a responder así, como Ella, en la fe y en la obediencia,

211 Jn. 2,5.

212 EE. n. 54.

213 Ibid. n. 55.

214 Ibid.

215 LG. n. 56.

 

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para cooperar, cada uno en la propia esfera de responsabilidad, a la edificación del Reino de Dios. En este sentido existe una notable analogía entre el “fiat” pronunciado por María en las palabras del ángel y el “amén” que cada fiel pronuncia cuando recibe el Cuerpo del Señor 216.

46. Después de su “fiat”, María sintió que el Verbo se hizo carne en su seno. Llena de Dios se pone en camino para visitar y ayudar a su parienta, Isabel. De esta forma se convierte en el Arca de la nueva Alianza. Es la primera Custodia que preside la primera procesión del Corpus Christi. Juan Pablo II nos ofrecía un comentario de tinte eucarístico del encuentro de María con Isabel: “Cuando en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en ‘tabernáculo’ –el primer ‘ta­bernáculo’ de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como ‘irradiando’ su luz a través de los ojos y la voz de María” 217. Más tarde, María al contemplar embelesada el rostro de su Hijo recién nacido, se convierte en modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística.

María durante toda su vida hace suya la dimensión sacrifi­cial de la Eucaristía. En la presentación del niño Jesús en el tem­plo, Simeón y Ana representan a todas las gentes expectantes que salen al encuentro del Salvador. Jesús es reconocido como “luz de las naciones” y “gloria de Israel”, pero también como “signo de contradicción” 218. Precisamente la espada de dolor predicha a María, su Madre, profetiza otra oblación perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación a todos los pueblos 219. El anciano Simeón se dirige a María con estas palabras: “Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción... a fin de que queden al descubierto

216 Cfr. EE. n. 55.

217 Ibid. �����Ibid.

218 Cfr. Lc. 2,22-38.

219 Cfr. CEC. n. 529.

 

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las intenciones de muchos corazones. Y a ti misma una espada te atravesará el alma” 220. En estos términos se describe la con­creta dimensión histórica en la cual el Hijo de Dios cumplirá su misión, es decir, en la incomprensión y en el dolor. María ha de vivir en el sufrimiento su obediencia de fe al lado del Salvador que sufre 221.

La profecía de Simeón se va cumpliendo y “María vive una especie de ‘Eucaristía anticipada’ se podría decir, una ‘co­munión espiritual’ de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración euca­rística, presidida por los Apóstoles, como ‘memorial’ de la pa­sión” 222. Las palabras de la institución de la Eucaristía “Esto es mi cuerpo que es entregado por vosotros” tienen un eco especial en el corazón de María, pues “aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno!” 223. En la Eucaristía Jesús se nos da como “Pan de vida” en la comunión. Este momento de la celebración eucarística tuvo en la vida de la Virgen una inten­sidad especial y única: “Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz” 224. En la Eucaristía actualizamos el misterio pascual de Cristo. En el trance fundamental de su vida histórica Jesús pone en eviden­cia un nuevo vínculo entre Madre e Hijo. La maternidad espi­ritual emerge de la definitiva maduración del misterio pascual de Cristo. María es entregada al hombre (Juan) como madre de todos los hombres.

220 Lc. 2, 34-35.

221 Juan Pablo II, Carta Encíclica, Redemptoris Mater, (RMa.) (1987), n.16.

222 EE. n. 56.

223 Ibid. �����Ibid.

224 Ibid. Ibid.

 

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b) La Eucaristía es toda ella un ‘Magnificat’

47. Este sacramento se llama “Eucaristía porque es acción de gracias a Dios” 225. En el cántico del “Magnificat” María da gracias por las maravillas que Dios ha realizado en ella y en toda la huma­nidad. En este cántico vertió, como en una ánfora, los secretos de su corazón y las más íntimas efusiones de su alma. El “Magnifi­cat” refleja el interior de María. “La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias... María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de salva­ción... María canta el ‘cielo nuevo’ y la ‘tierra nueva’ que se antici­pan en la Eucaristía ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un Magnificat!” 226. En el proceso de nuestra configuración con Cristo hemos de aprender de su Madre, dejándonos acompañar por Ella. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María Eucaristía. “Por eso, el recuerdo de María en la celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente” 227.

225 CEC. n.1328.

226 EE. n. 58.

227 Ibid. n. 57.

 

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III

La Eucaristíay la misión dela Iglesia

48. Basta con leer los Evangelios para percibir que Jesús no se conformó con ser, con sus palabras y con sus obras, el signo vivo del Reino que anunciaba. Es un dato incontestable que re­unió en torno a sí a un grupo de discípulos, para que atestiguaran públicamente su llamada universal a la salvación y el Reino de amor que venía a instaurar. Todavía hoy, cuarenta años después del Concilio Vaticano II, resuenan con fuerza aquellas palabras de Pablo VI: “La Iglesia se sitúa entre Cristo y la humanidad, pero no prendada de sí misma..., no como constituyéndose en su propio fin, sino muy al contrario, constantemente preocupada por ser toda de Cristo, en Cristo y para Cristo; por ser toda de los hombres, entre los hombres, para los hombres, humilde y gloriosa intermediaria, trayendo, conservando y difundiendo desde Cristo a la humani­dad la verdad y la gracia de la vida sobrenatural” 228. La Iglesia existe para la misión. La Iglesia se siente enviada por el Dios Uno y Trino. En la Eucaristía ofrece al Padre el sacrifico de Cristo, gracias a la invocación del Espíritu. Antes de mostrar la relación entre la Eucaristía y la misión de la Iglesia, quiero recordar algu­nas dimensiones básicas de la Iglesia como misterio de comunión y de misión.

1) La Iglesia, misterio de comunión

49. La Iglesia se halla inserta en el designio de Dios Padre de comunicarse a los hombres por Jesucristo en el Espíritu Santo. La reflexión eclesiológica no puede disociar la fuente trinitaria de la Iglesia de su manifestación en la vida de los hombres 229. La Iglesia

228 Pablo VI, Discurso pronunciado en la apertura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, (14-IX-1964), n.11.

229 Cfr. LG. nn.2-4.

 

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es como “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” 230.

a) La Iglesia es fruto del amor gratuito de Dios

La Iglesiano existe como tal más que en el ‘Abba’ incesante que dirige al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. Nacida del amor del Padre, la comunidad eclesial se siente fruto de su amor gratuito. El Padre “estableció convocar a quienes en creen en Cris­to en la santa Iglesia, que ya fue prefigurada desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza, constituida en los tiempos defini­tivos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se consumará gloriosamente al final de los tiempos” 231.

Desde la raíz de la iniciativa del Padre, al Hijo pertenece po­ner en ejecución el plan de salvación de su Padre. Éste es el motivo de su “misión”. En efecto, “el misterio de la santa Iglesia se mani­fiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios prometido desde siglos en la Escritura: ‘Porque el tiempo está cumplido, y se acercó el reino de Dios’ (Mc.1,15; Cfr. Mt.4,17)” 232. Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inaugura el Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo “presente ya en misterio” 233. Ahora bien, la Iglesia no es sólo memoria y fidelidad a los orígenes. Se edifica gracias a la acción del Señor resucitado.

50. El Espíritu Santo influye permanentemente en la marcha de la Iglesia por la historia desde una triple perspectiva. La tercera Persona divina santifica a la Iglesia. Así nos lo enseña el Concilio: “Consumada, pues, la obra que el Padre confió al Hijo en la tierra,

230 LG. n.4.

231 LG. n.2.

232 LG. n.5.

233 LG. n.3.

 

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fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que in­deficientemente santificara a la Iglesia” 234. El mismo Espíritu que es fuente de comunión en la relación trinitaria, es también fuente de comunión en la relación eclesial: “el mismo en la Cabeza y en los miembros” 235. Él es, también la novedad creadora de la histo­ria, en la espera activa del Reino escatológico. En síntesis, se puede afirmar que el Padre origina la Iglesia mediante la misión conjunta del Hijo que la instituye y del Espíritu que la constituye. De modo muy conciso sostiene Tertuliano: “Donde los tres, es decir, el Pa­dre y el Hijo y el Espíritu Santo, allí está la Iglesia que es el cuerpo de los tres 236. En este sentido “La Iglesia es una misteriosa exten­sión de la Trinidad en el tiempo, que no solamente nos prepara a la vida unitiva, sino que nos hace ya partícipes de ella. Proviene de la Trinidad y está llena de la Trinidad” 237.

b) La Iglesia se reconoce como misterio de comunión

51. El concepto de comunión vertebra la eclesiología del Con­cilio Vaticano II. Esta noción impregnó durante el primer milenio la conciencia de la Iglesia. En el Sínodo extraordinario de 1985 se reconoce que “la eclesiología de comunión es una idea central y fundamental en los documentos del Concilio” 238. En su primer artículo la Carta “Communionis notio” afirma: “El concepto de comunión (koinonia), ya puesto de relieve en los textos del Conci­lio Vaticano II, es muy adecuado para expresar el núcleo profun­do del misterio de la Iglesia, y ciertamente, puede ser una clave de lectura para una renovada eclesiología católica” 239. La teología está prestando una gran atención a esta aportación conciliar. El Secretario especial de la primera Asamblea extraordinaria del Sí­

234 Cfr. LG. n.4.

235 �����������Ibid. n.7.

236 Tertuliano, De bapt., VI, en (CCL 1, 282).

237 de Lubac, H., Paradosso e mistero della Chiesa, (Milano, 1979) 25.

238 Relación Final II, c.1.

239 Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, (CN) (1992), n.1.

 

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nodo de Obispos de 1969, escribía: “La innovación del Vaticano II de mayor trascendencia para la eclesiología y para la vida de la Iglesia ha sido el haber centrado la teología del misterio de la Igle­sia sobre la noción de comunión” 240. Hace años sostenía también, con toda claridad, el teólogo alemán, Walter Kasper que “Una de las ideas fundamentales de la eclesiología del Concilio, la idea fundamental más bien, es la de ‘comunión’... Los textos conciliares y su eclesiología de comunión en modo alguno están superados. Podría incluso decirse que su recepción no ha hecho más que co­menzar” 241.

c) Dimensiones básicas del misterio de la Iglesia como comu­nión

52. El Dios cristiano no es soledad, es comunión. El modelo acabado de comunión lo encuentra la Iglesia en el misterio de la Santísima Trinidad 242. El pueblo de Dios está incardinado en el movimiento de autocomunicación y automanifestación de Dios Padre por Jesucristo en el Espíritu Santo 243. El misterio trinita­rio de Dios se refleja en tres imágenes eclesiológicas básicas: Pue­blo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu. Estas tres imágenes son prioritarias, porque expresan el misterio más fun­damental y más vital de la Iglesia. En el pueblo de Dios que vive como Cuerpo de Cristo todos son sujetos de comunión: “Esta co­munión comporta una solidaridad espiritual entre los miembros de la Iglesia, en cuanto miembros de un mismo Cuerpo, y tiende a su efectiva unión en la oración, inspirada en todos por un mismo Espíritu, el Espíritu Santo que llena y une toda la Iglesia” 244. Es connatural al ser cristiano actuar corresponsablemente ‘pro sua

240 Antón Gómez, A., Primado y colegialidad, (Madrid, 1970) 34.

241 Kasper, W., La Iglesia como comunión, en ‘Communio’ 1 (1991) 51-52.

242 ��������������������������Cfr. LG. nn.2-4; UR. n.2.

243 Cfr. Ef. 1,3-ss; Col. 2,24-ss.

244 CN. n. 6.

 

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parte’ en la comunión y misión de la Iglesia. Ésta es comunión en ‘igualdad diferenciada’.

La comunión eclesial tiene una auténtica base sacramen­tal 245. Más concretamente, la comunión eclesial y la Eucaristía son realidades inseparables: “La participación del cuerpo y san­gre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos” 246. En consecuencia, “la expresión paulina: la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, significa que la Eucaristía, en la que el Señor nos entrega su Cuerpo y nos transforma en un solo Cuerpo, es el lugar donde permanentemente la Iglesia se expresa en su forma más esencial: presente en todas partes y, sin embargo, sólo una, así como uno es Cristo” 247. La celebración de la Eucaristía es, en cuanto mesa del Señor compartida, hogar de fraternidad cristiana, fermento de la solidaridad con todos los hombres y fundamento y exigencia que clama por la efectiva comunicación.

La Iglesiacatólica, una y única se constituye en y a base de las Iglesias particulares y subsiste en ellas 248. La Iglesia no se frag­menta en sucursales ni resulta de la organización internacional con entidades administrativas en determinados lugares. La Iglesia no es suma de partes, sino comunión de totalidades. La universa­lidad de la Iglesia se realiza localmente. La Iglesia es el Cuerpo de las Iglesias 249.

53. La comunión eclesial es un regalo de la familia divina. La realidad de la Iglesia-Comunión forma parte integrante del designio divino de salvación. Es el Espíritu vivificador quien realiza la admirable unión dentro de la Iglesia 250. Con estas pa­labras precisas se describe esta acción del Espíritu: “Aquel Espí­ritu que desde la eternidad abraza la única e indivisa Trinidad, aquel Espíritu que ‘en la plenitud de los tiempos’ (Gál.4,4) unió

245 ���������������Cfr. LG. n.11.

246 S. León Magno, Sermo, 63,7: (PL.54,357C).

247 CN. n. 5.

248 Cfr. LG. n.23.

249 Cfr. CN. nn. 7-10.

250 Cfr. UR. n.2.

 

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indisolublemente la carne humana al Hijo de Dios, aquel mismo e idéntico Espíritu es, a lo largo de todas las generaciones cristia­nas, el inagotable manantial del que brota sin cesar la comunión en la Iglesia y de la Iglesia” 251. La comunión es fruto también de la Palabra y de los Sacramentos, especialmente de la Eucaristía. No es, por tanto, fundamentalmente el resultado de esfuerzos humanos. Ahora bien, esta comunión tiene un carácter dinámi­co. Está exigiendo una expansión y una profundización personal y comunitaria. La comunión iniciada como don de Dios recla­ma la colaboración de cada creyente y de cada comunidad. La comunión se va configurando como comunión ‘orgánica’. Está caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de las vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios y carismas 252.

2) La Iglesia, misterio de comunión y de misión

54. Hemos visto como la eclesiología de comunión representa el corazón de la doctrina conciliar sobre la Iglesia. Ahora bien, la Iglesia, misterio de comunión, ha nacido para la misión. Comu­nión y misión son dos dimensiones inseparables del único misterio de la Iglesia. Por su naturaleza, la Iglesia durante su peregrinación en la tierra es misionera, ya que ella misma deriva su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo según el designio de Dios Padre 253. La misión, pues, encierra un significado trinita­rio y teologal. Nace de la caridad del Padre 254, actualiza en cada momento de la historia la misión de Jesús, el Hijo de Dios 255 y se hace posible por el Espíritu Santo 256.

251 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Christifideles laici, (ChL) (1988), n.19.

252 ������������������Cfr. Ibid. n. 20.

253 Cfr. AG. n.2.

254 Cfr. Juan Pablo II, Carta Encíclica, Redemptoris missio, (RM), (1990) n.5

255 Cfr. LG. n.13; AG. n.5; RM. Nn.20.24.

256 Cfr. RM. Nn.21-30.

 

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a) La Iglesia existe para la misión

55. La misión abarca también a la entera existencia de la Igle­sia. En este sentido, la misión significa mucho más que una tarea de la Iglesia. Es la expresión misma de su ser. La Iglesia existe para la misión. Pablo VI declaraba con palabras lapidarias que la evan­gelización representa la vocación propia de la Iglesia: “Evangeli­zar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección” 257. Los que se sienten discípulos de Jesús, hijos de Dios y hermanos entre sí, son constituidos por la fuerza del Espíritu Santo en comunidad evangelizadora 258. La Iglesia surge de la persona y de la misión evangelizadora de Jesús y es enviada por el Señor Resucitado a evangelizar hasta su segunda venida. La comunidad Apostólica continúa la presencia y la acción salvadora de Jesús de Nazaret muerto y resucitado. En el libro de los Hechos de los Apóstoles se pone de manifiesto el dinamismo misionero de las primeras co­munidades cristianas.

El envío de Cristo ‘hasta los confines del mundo’ sigue sien­do tan actual como en la era Apostólica. Juan Pablo II asumía muy en primera persona aquel grito del Apóstol: “¿Ay de mí si no predicara el Evangelio!” 259.El testimonio apostólico se apoya en cuatro aspectos que no se han difuminado con el paso del tiem­po. Una certeza: la de Cristo resucitado que sigue estando vivo, “exaltado por la diestra de Dios” 260; un envío: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes” 261; una seguridad: “Sabed que yo es­

257 �����������������������������������Pablo VI, Exhortación Apostólica, Evangelii Nuntiandi, (EN), (1975), n.14.

258 Cfr. IPe. 2,9.

259 ICor. 9,16; cfr. RM. n.1.

260 Hech. 2,33.

261 Mt. 28,19.

 

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toy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” 262 ; y una fuerza interior: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo” 263.

b) El centro del mensaje es la salvación en Jesucristo

56. La única misión de la Iglesia y su carácter progresivo la describe el Apóstol con estas palabras: “Capacita así a los cre­yentes para la tarea del ministerio y para construir el Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta que seamos hombres perfec­tos, hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo” 264. En la oración sacerdotal Jesús manifiesta el contenido esencial de la evangelización: “Padre, ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo” 265. La evangeli­zación explicita el amor gratuito y universal de Dios comunicado en la persona de Jesucristo por la acción del Espíritu Santo. Lo nuclear del mensaje evangelizador es la salvación en Jesucristo. En consecuencia, “No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios” 266. Él nos hace presente la cercanía de Dios, su misericordia entrañable, nos da la filiación divina y nos promete la vida que no tiene fin. El mensaje cristiano afecta a todo el hombre y a todos los hombres. La tarea evangeli­zadora “es única e idéntica en todas partes y en toda situación, si bien no se ejerce del mismo modo según las circunstancias 267. Los inmensos horizontes geográficos de la misión no deben ocultar los nuevos espacios humanos que marcan las mentalidades y las op­ciones de nuestros contemporáneos: “Existen otros muchos areó­pagos del mundo moderno (además del de la comunicación) hacia

262 �����������Mt. 28,20.

263 Hech. 1,8.

264 Ef. 4,12-13.

265 Jn.17,3.

266 EN. n.22.

267 Concilio Vaticano II, Decreto Ad Gentes, (AG), n. 6.

 

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los cuales debe orientarse la actividad misionera de la Iglesia. Por ejemplo, el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo los del niño; la salvaguardia de la creación... Hay que recordar, además, el vastísimo areópago de la cultura, de la investigación científica, de las relaciones internacionales…” 268. La misión de la Iglesia es única, pero se realiza en tareas diversas. Esto da a la evangelización una gran riqueza de formas y de cauces.

57. El anuncio del Evangelio incumbe a todo cristiano cons­ciente de su vocación de bautizado. La Iglesia entera es la que ha recibido de Cristo el mandato de ir por todo el mundo y anunciar el Evangelio. A todo el pueblo de Dios incumbe este mandato 269. Por tanto, “no se da, por ende, miembro alguno que no tenga parte en la misión de Cristo” 270. Por consiguiente, “no hay lugar para el ocio: tanto es el trabajo que a todos espera en la viña del Señor” 271. Evangelizar es un acto ‘eclesial’ que ha de realizarse en comunión con la Iglesia y en nombre de ella 272. Ahora bien, la Iglesia univer­sal se hace presente en cada una de las Iglesias particulares con to­dos sus elementos constitutivos. La Iglesia universal se manifiesta como ‘Cuerpo de Iglesias’ 273.

3) El Espíritu Santo, protagonista de la misión

58. Sin el Espíritu Santo ni se realiza ni se produce su efecto en nosotros la salvación que Cristo nos ha traído 274. El don del Es­píritu Santo es el don constante; es expresión de la perennidad de la acción salvadora de Dios cumplida de una vez para siempre en

268 ����������RM. n.37.

269 Cfr. AG. n. 23.

270 PO. n.2.

271 ChL. n.3.

272 Cfr. AG. n.35; EN. n.60.

273 Cfr. LG. n.23.

274 Cfr. LG. n.4; GS. n.22; RM. Nn. 28.29.56; cfr. También, Juan Pablo II, Carta Encíclica, Dominum et vivificantem, (DetV) (1986) nn. 23-53.

 

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Cristo, pero que el Espíritu Santo constantemente universaliza, actualiza e interioriza 275.

a) El Espíritu Santo, principio vital de la Iglesia

La Iglesiaes de algún modo el lugar ‘natural’ del Espíritu, como lo fue la humanidad de Jesús en el tiempo de su vida mor­tal. San Ireneo formula así esta realidad: “Donde está la Iglesia allá está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios allí está la Iglesia y toda gracia, pues el Espíritu es la verdad” 276. Más tarde, San Juan Crisóstomo sostiene con toda claridad que “si el Espíritu Santo no estuviera presente no existiría la Iglesia; si existe la Iglesia, esto es un signo abierto de la presencia del Espíritu” 277. El Espíritu santifica constantemente a la Iglesia, mora en ella, la introduce en la plenitud de la verdad, la unifica y la dirige, la enriquece con di­versos dones jerárquicos y carismáticos y la lleva a la perfección 278. Constituye como el principio vital de la Iglesia, su alma 279.

En el Cenáculo, la víspera de su pasión, Jesús promete a sus discípulos el envío del Espíritu Santo 280. Dios cumple siempre sus promesas. El día de Pentecostés fue enviado el Espíritu Santo so­bre los Apóstoles y sobre la primera comunidad de los discípulos del Señor que en el Cenáculo “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu”, en compañía de María, la madre de Jesús 281. En el relato de este acontecimiento se recogen tres elementos externos: el ruido del viento, las lenguas de fuego y el carisma del lenguaje. Todos ellos indican no sólo la presencia del Espíritu Santo, sino también su particular venida sobre los presentes, su donarse que

275 Cfr. Rom. 5,5; Gál. 4,6; cfr. también, Ladaria, L., El Dios vivo y verdadero, (Salamanca, 1998) 324-ss.

276 S. Ireneo, Adv. Haer.” II, 24,1: (PG. 7,870).

277 ���������������������S. Juan Crisóstomo, Hom. Pent., I,4: (PG. 53,97).

278 Cfr. LG. n.4.

279 Cfr. LG.n.7.

280 Cfr. Jn. 14, 16.26; 15,26.

281 Cfr. Hech. 1,14.

 

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provoca en ellos una verdadera transformación 282. Pentecostés su­puso una efusión de vida divina. Junto con la Pascua, Pentecostés constituye el coronamiento de la economía salvífica de la Trinidad divina en las historia humana. En el evento de Pentecostés se reve­la al mundo la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios. La relación entre el Espíritu Santo y la Iglesia no es de tipo externo, sino de carácter profundo y vital: “A la Iglesia, de hecho, le ha sido confiado el Don de Dios, como soplo a la criatura formada, a fin de que todos los miembros, participando en él, sean vivificados; y en ella ha sido depositada la comunión con Cristo, es decir, el Espíritu Santo, prenda de incorruptibilidad, confirmación de nuestra fe y escalera de nuestra subida a Dios” 283.

El decreto conciliar “Ad gentes” destaca la relación de la ter­cera Persona divina con la misión de la Iglesia. El decreto recuerda que “el Señor Jesús, antes de dar voluntariamente su vida para salvar el mundo, de tal manera organizó el ministerio apostólico y prometió enviar el Espíritu Santo, que ambos están asociados en la realización de la obra de la salvación en todas partes y para siempre” 284. La misión de la Iglesia no es sólo fruto de la obedien­cia al ‘mandato de Cristo’, sino que se hace presente en todos los pueblos y naciones impulsada “por la caridad y gracia del Espíritu Santo” 285. Además, la presencia y acción del Espíritu es impres­cindible para que la palabra de la predicación sea acogida por las personas en sus corazones 286.

b) El Espíritu Santo, agente principal de la evangelización

59. Pablo VI en la exhortación Apostólica “Evangelii nun­tiandi” (1975) dedica todo el número 75 para mostrar la relación

282 ������������������Cfr. Hech. 2,1-4.

283 S. Ireneo, Adv. Haer., III, 4,1: (PG. 7,855).

284 AG. n.4.

285 Ibid. n.5.

286 Cfr. Hech. 16,14; AG. nn. 13.15.

 

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entre la tercera Persona divina y la evangelización. Comienza sen­tando este principio básico: “No habrá nunca evangelización po­sible sin la acción del Espíritu Santo” 287. Acontinuación describe a grandes trazos la presencia activa del Espíritu en la vida pública de Jesús de Nazaret. El mismo Espíritu, después de Pentecostés influye tan decisivamente en la vida de los Apóstoles que si Él no sería posible la gran obra de la evangelización. Más todavía, “el Espíritu que hace hablar a Pedro, a Pablo y a los Doce, inspirando las palabras que ellos deben pronunciar, desciende también ‘so­bre los que escuchan la Palabra” 288. Por ello, “gracias al apoyo del Espíritu Santo, la Iglesia crece” 289. El anima desde dentro toda la actividad Apostólica de la Iglesia. Él actúa en cada evangelizador.

Es necesario recordar que las habilidades personales, los me­dios técnicos y los recursos humanos no suplen la acción del Es­píritu Santo que es quien alza los corazones a la gracia, mantiene la comunión eclesial y alienta la vida evangélica. El evangelizador que es dócil a la acción del Espíritu Santo vive con ilusión, alegría y esperanza. Pablo VI, después de resaltar la bondad de las técni­cas de la evangelización, señala con toda claridad que “ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue ab­solutamente nada sin Él. Sin Él, la dialéctica más convincente es impotente sobre el espíritu de los hombres. Sin Él, los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas o psicológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor” 290. Sin temor alguno puede “decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la evange­lización” 291.

60. Todo lo dicho muestra que, cuando la Encíclica “Re­demptoris missio” (1990) de Juan Pablo II trata del Espíritu como

287 EN. n.75.

288 Ibid.

289 Ibid.

290 Ibid.

291 ������Ibid.

 

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protagonista de la misión, está siguiendo las huellas de la viva Tra­dición de la Iglesia. Mientras que la “Evangelii nuntiandi” habla del Espíritu como “agente principal”, la Encíclica “Dominum et vivificante” (1986) lo presenta como “protagonista transcendente de esta obra salvífica” 292, de aquí pasó este título al capítulo terce­ro de la “Redemptoris missio”. Juan Pablo II no duda en afirmar que “el Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda misión eclesial” 293.

Mediante la acción del Espíritu, el Evangelio va tomando cuerpo en las conciencias y en los corazones de las personas y se va difundiendo en la historia. En toda actividad eclesial está presente el Espíritu que da la vida. Después de Pascua, “los Após­toles viven una profunda experiencia que los transforma: Pente­costés” 294. El Espíritu les capacita para ser testigos de Jesús con toda libertad. Tras el primer anuncio de Pedro y las conversiones consiguientes, se forma la primera comunidad 295. Es el Espíritu el que hace misionera a toda la Iglesia. Las primeras comunidades eran dinámicamente abiertas y misioneras. En ellas se cumple este principio tan saludable: “Aun antes de ser acción, la misión es tes­timonio e irradiación” 296.

El Espíritu está presente y operante en todo tiempo y lugar. Es verdad que el Espíritu se manifiesta de manera especial en la Iglesia, sin embargo su presencia y acción no quedan circunscri­tas de modo exclusivo al ámbito eclesial. El Concilio Vaticano II recalcó esta realidad. Enseña que el Espíritu actúa en el corazón del hombre, mediante las “semillas de la Palabra”, “incluso en las iniciativas religiosas, en los esfuerzos de la actividad humana en­caminados a la verdad, al bien y a Dios” 297. El Espíritu actúa real­mente en la sociedad, la historia, en las culturas y en las religiones.

292 ��������������D et V. n.42.

293 RM. n. 21.

294 Ibid. n.24.

295 Cfr. Hech.2,42-47; 4, 32-35.

296 RM. n. 26.

297 RM. n.28; cfr. también: GS. nn. 10.11.22. 26.38.41.92-93; AG. nn. 3.11.15.

 

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Él que “sopla donde quiere” 298 nos invita a considerar su acción presente en todo tiempo y lugar. Como Iglesia particular, nuestra Diócesis ha de prestar atención a la presencia y a la voz del Espí­ritu. Ha de afrontar las tareas evangelizadoras, confiando plena­mente en el Espíritu “¡Él es el protagonista de la misión!” 299.

4) La Eucaristía, un eficaz descendimiento del Espíritu Santo

61. Hay que reconocer que en la liturgia es toda la Santísima Trinidad la que actúa: El Hijo encarnado es el centro viviente, el Padre es el origen primero y el fin último y el Espíritu Santo es el que hace presente a Cristo en el hoy de la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia Católica de la Iglesia Católica destaca el papel activo del Espíritu como pedagogo, preparador, memoria, animador y actualizador del misterio de Cristo en la celebración litúrgica 300.

a) La presencia activa del Espíritu Santo en la Liturgia

La Liturgiaes llamada ‘el sacramento del Espíritu’, porque, como en el día de Pentecostés, llena de sí mismo las acciones li­túrgicas. Más todavía, “la gracia del Espíritu Santo tiende a sus­citar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la voluntad del Padre” 301. Por la presencia del Espíritu en la liturgia los mis­terios de la vida de Cristo llegan a ser para el creyente actuales y eficaces. El Espíritu Santo operante en el tiempo de la Iglesia es el que hace a Cristo nuevamente vivo en medio de los suyos. La Palabra de Dios, proclamada y escuchada en la liturgia, posee una particular vitalidad y una eficacia real. En síntesis se puede decir que “la finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda

298 Jn.3,8.

299 RM. n.30.

300 Cfr. CEC. nn. 1091-1109.

301 Ibid. n. 1098.

 

· 75 L A EUCARISTÍA, FUENTE DE VIDA ECLESIAL

acción litúrgica es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo” 302.

Los Padres de la Iglesia pusieron de manifiesto la presen­cia activa del Espíritu Santo en la vida sacramental de la Iglesia. “Nuestros misterios, sostiene San Juan Crisóstomo, no son accio­nes teatrales: aquí todo está regulado por el Espíritu” 303. San Ci­rilo de Jerusalén enseña que el Espíritu “transforma siempre lo que toca” 304. “Sólo en la Iglesia, afirma San Isidoro de Sevilla, se celebran fructuosamente los sacramentos; de hecho, es el Espíritu Santo el que habita en ella y opera secretamente el efecto” 305.

b) El Espíritu Santo y la Eucaristía

62. Bien sabemos que en la Eucaristía “se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pas­cua” 306. Dada la riqueza de la Eucaristía, es evidente que la acción del Espíritu en ella es muy destacada. De algún modo se puede afirmar que la presencia del Espíritu en la Eucaristía hace que la celebración de este sacramento sea un Pentecostés, un eficaz des­cendimiento del Espíritu. Juan Pablo II nos recordaba cómo la Iglesia pide la presencia del Espíritu en la celebración eucarística: “La Iglesia pide este don divino (el Espíritu Santo), raíz de todos los otros dones, en la epíclesis eucarística. Se lee, por ejemplo, en la ‘Divina Liturgia’ de San Juan Crisóstomo: ‘Te invocamos, te rogamos y te suplicamos: manda tu Santo Espíritu sobre nosotros y sobre estos dones…para que sean purificación del alma, remi­sión de los pecados y comunicación del Espíritu Santo para cuantos participan de ellos’. Y, en el Misal Romano, el celebrante implora que: ‘Fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos

302 CEC. n. 1108.

303 S. Juan Crisóstomo, In Espist. I ad Corint.”, 41,4: (PG. 61,345).

304 S. Cirilo de Jerusalén, Catecheses, V, 7: ( PG. 33,516).

305 S. Isidoro de Sevilla, Etimologías, VI, 19, 40-41.

306 ����������PO, n. 5.

 

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de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu’. Así, con el don de su cuerpo y su sangre, Cristo acrecienta en nosotros el don de su Espíritu, infundido ya en el Bautismo e impreso como ‘sello’ en el sacramento de la Confirmación” 307.

El mismo Espíritu que obró la encarnación del Hijo de Dios es el que realiza ahora el misterio eucarístico. El sacerdote, im­poniendo las manos sobre el pan y el vino, pronuncia la epíclesis anteconsecratoria: “Te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos preparado para ti, de manera que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo” 308. En la epíclesis de después de la consagración se invoca la acción del Espíritu sobre la comu­nidad que va a participar en la comunión. Se pide a Dios que, por medio de su Espíritu, conceda a la comunidad, que está celebran­do el memorial de la pascua de Cristo y que va a participar de su donación sacramental, los frutos del sacramento: el amor, la vida, la unidad. Como en Pentecostés el Espíritu llenó de vitalidad a la Iglesia naciente, ahora, al celebrar la Eucaristía, la comunidad desea ser transformada en el Cuerpo de Cristo: “Danos tu Espíritu de amor a los que participamos en esta comida, para que vivamos cada día más unidos en la Iglesia” 309.

5) La Eucaristía, fuente y cumbre de la misión de la Iglesia

63. La Eucaristía es generadora de Iglesia, que brota y nace cada día del misterio eucarístico. Es en la Eucaristía donde una multitud de personas se hace Cuerpo de Cristo 310. En virtud de esta misteriosa interacción es el Cuerpo único el que se va cons­truyendo en las condiciones de la vida presente, hasta alcanzar la perfección definitiva al final de los tiempos. No existe auténtica celebración y adoración de la Eucaristía que no conduzca a la mi­

307 �����������EE. n. 17.

308 PE. III.

309 PE. para niños II.

310 Cfr. LG. n.11.

 

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sión. De hecho, “la Eucaristía es fuente de misión” 311. Asu vez, la misión presupone otro rasgo eucarístico esencial, la unión de los corazones. Toda la tarea evangelizadora de la Iglesia nace y tiende a la Eucaristía: “Así, la Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y, en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo” 312. El Santo Padre Benedicto XVI nos recuerda el perfil evangelizador de la Eucaristía. He aquí sus palabras: “La Eucaristía hace presente constantemente a Cristo resucitado, que se sigue entregando por nosotros, llamándonos a participar en la mesa de su Cuerpo y su Sangre. De la comunión plena con él brota cada uno de los elementos de la vida de la Iglesia, en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el compromiso del anuncio y de testimonio del Evangelio y el ardor de la caridad hacia todos, especialmente hacia los pobres y los pequeños” 313.

a) Fundamento eucarístico de la misión

64. De la Iglesia como comunión a la misión de la Iglesia, gracias al misterio de la Eucaristía, porque “la liturgia en la que se realiza el misterio de la salvación se termina con el envío de los fieles (‘missio’) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana” 314. Mediante la participación activa en la Eucaris­tía, nos alimentamos de la savia de la Vid verdadera que es Cristo. Unidos especialmente a la Vid, los sarmientos son llamados a dar fruto 315. Durante el encuentro del Señor resucitado con los discí­pulos de Emaús, el Señor les explica el acontecimiento de su muer­te y resurrección y, ‘al partir el pan’ le reconocen. Entonces se

311 Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía, Proposición, n.42: en ‘Ecclesia’, 3.284 (19-XI-2005) p.35.

312 EE. n. 22.

313 Benedicto XVI, en su primer mensaje (20-IV-2005), n. 4, en: Boletín Oficial del Obispado de Ourense (2005) p. 390.

314 CEC. n.1332.

315 Cfr. Jn. 15,5.

 

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sienten impulsados a volver a Jerusalén para anunciar a los Once la noticia: “Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: ‘¡Es verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!’. Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían reconocido en el partir el pan” 316. Esto pone de manifiesto, al menos en parte, que a la Eucaristía se le llame también, con razón, la “Misa”. Juan Pablo II hablaba de la “Misa a la misión” 317. El discípulo de Cristo se siente deudor para con los hermanos de todo lo que ha recibido en la celebración de la Eucaristía. Todo aquél que, en la Santa Misa, ha reconocido la presencia del Señor, se siente urgido a transmitir a los demás el Evangelio. El creyente escucha dentro de sí el mandato del Señor: “Id y anunciad a mis hermanos” 318.

65. Terminada la celebración eucarística, el fiel cristiano vuel­ve a su ambiente habitual con el compromiso de hacer de toda su vida un don, un sacrificio espiritual agradable a Dios 319. La Asam­blea se dispersa para cumplir una misión o tarea y no precisamente por cuenta propia o en solitario, sino por encargo de Cristo en solidaridad eclesial y con la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La misma oración después de la comunión insiste normalmente en la responsabilidad y en el compromiso que brota de la Santa Misa. Es imposible que la Eucaristía alimente la fe y no lleve a comunicarla; convierta el corazón y no mueva a predicar la conversión; realice la unidad y no impulse a superar las divisiones de la vida.

Al recordar con palabras solemnes la institución de la Eucaris­tía, San Pablo nos advierte: “Siempre que coméis de este pan y bebéis de esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga” 320. En

316 Lc. 24,23-25.

317 DD. n.45.

318 Mt. 28.10.

319 Cfr. Rom. 12,1.

320 ICor. 11,26.

 

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estos términos el Apóstol refiere la dinámica misionera de la Eucaris­tía. Después de la consagración el sacerdote proclama ante los fieles: “Este es el Sacramento de nuestra fe”. El pueblo fiel responde: “Anun­ciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”. La comunidad creyente es convocada para celebrar y proclamar ante el mundo la Pascua del Señor. En su vida pública Jesús asoció pronto a los Doce y a los setenta y dos a su misión 321. Resucitado de entre los muertos, los envió para que hicieran discípulos de todas las gentes 322. Antes de su Ascensión a la derecha del Padre, les comunicó: “Voso­tros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra” 323. Con el Cuerpo y la Sangre del Resucita­do, los que participan en el banquete eucarístico, reciben el Espíritu Santo que los capacita para el testimonio público.

La Asambleaeucarística es misionera, ya que actualiza el di­namismo profundo de la comunión. Esta comunión hace posible que el mundo crea y reconozca a Jesús como enviado del Padre. Así lo expresa Jesús en el Cenáculo en la oración al Padre, im­petrando para sus discípulos el don de la unidad: “Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo po­drá creer que tú me has enviado…” 324. Desde esta perspectiva, la comunión es fuente y meta de la misión.

Por otra parte, la celebración eucarística es proclamación pú­blica de la muerte y resurrección del Señor hasta su venida glorio­sa. Los fieles cristianos reunidos en Asamblea anuncian su fe, es­peranza y determinación de vivir en el amor. Dios se reveló como amor y la comunidad eucarística da a conocer esta buena nue­va: “Dios es amor…El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo

321 Cfr. Mt. 10,1-25; Lc. 9,1-6; 10, 1-24.

322 Cfr. Mt.28, 16-20; Mc. 16,14-20.

323 Hech. 1,8.

324 Jn. 17,21-23.

 

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para librarnos de nuestros pecados” 325. Los cristianos, reunidos en torno al altar del sacrificio donde se consuma el amor hasta el ex­tremo, celebran e invitan a todos al banquete del amor, a comulgar con el cuerpo y la sangre del Primogénito de la nueva creación.

66. La Eucaristía es prenda de la gloria futura. Imprime a la Iglesia una tensión escatológica. El pan y el vino eucarísticos están transidos del poder de la resurrección que empieza a obrar ya en nosotros: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día…el que coma de este pan vivirá para siempre” 326. Asu vez, la Eucaristía es alimento del Pueblo peregrino327. Es fuente de esperanza activa y comprome­tida con la historia concreta. El Concilio Vaticano II, tras indicar que la actividad humana encuentra su perfección en el misterio pascual y que es preciso entregarse al servicio temporal de los hombres, concluye: “El Señor dejó a los suyos una prenda de esta esperanza y un alimento para el camino en aquel sacramento de la fe, en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se convierten en su cuerpo y sangre gloriosos en la cena de la comunión fraterna y la pregustación del banquete celestial” 328. La comunidad cristiana se reúne para celebrar la Eucaristía y así poder recorrer la historia con Cristo en su paso hacia el Padre. La Eucaristía es fuente de reconciliación y nos da fuerza para ir en busca de los ausentes.

b) La Eucaristía, fuente de renovación de la misión

67. De la Eucaristía nace el deber de cada cristiano de coope­rar al crecimiento del Cuerpo de Cristo, para llevarlo cuanto antes a la plenitud 329. En efecto, “mediante la Eucaristía la Iglesia vive

325 IJn. 4,8.10.

326 Jn. 6, 54-58.

327 Cfr. Conferencia Episcopal Española, La Eucaristía, alimento del Pueblo Peregrino, (1999).

328 ����������GS. n.38.

329 Cfr. AG. n. 36.

 

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y crece continuamente” 330. De la fuente eucarística debe brotar un renovado compromiso por la misión eclesial. La Eucaristía es un verdadero lugar de renovación en la misión de la Iglesia por varias razones.

La Eucaristíainfluye positivamente en los fieles que participan en ella. El sujeto de la celebración de la Eucaristía es la persona ini­ciada en la vida de Cristo y de la Iglesia a través de los sacramentos. El Concilio Vaticano II nos describe cómo cada fiel va ejercitando el sacerdocio común en la vivencia de los sacramentos 331. El bau­tismo incorpora los fieles a la Iglesia y “quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia” 332. El sacerdocio común no es, pues, solamente espiritual, sino comunitario y público. La con­firmación fortalece el lazo de unión con la Iglesia; el confirmando recibe de un modo especial el don del Espíritu Santo para dar tes­timonio de Cristo en el mundo y el confirmado se convierte en un cristiano adulto capaz de defender y de proteger la fe. Quien, desde esta realidad de confirmado en la fe, participa en la Eucaristía no puede menos de renovar la misión que ya ha recibido al ser iniciado y que expresa y celebra permanentemente en la cena del Señor. La Eucaristía es la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana 333. Esta vida brota del altar y a él vuelve como a su punto más alto. La Euca­ristía es centro y culmen de la evangelización, porque es centro del Evangelio, de la Iglesia, de la vida cristiana y de la misión. En este sentido, la Santa Misa se constituye como el espacio de revisión y renovación de la misión, en momento oportuno para una auténtica toma de conciencia sobre el derecho y el deber de participar en las tareas de edificación de la Iglesia en el mundo 334.

330 ����������LG. n.26.

331 Cfr. LG. n.11.

332 Ibid.

333 Cfr. Ibid.

334 Cfr. SC. n.10; AG. n.36; AA. nn. 3-7; PO. n.5.

 

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68. La Eucaristía es también causa de renovación de la mi­sión, porque en ella se celebra el misterio del cual arranca y en el que se funda la misión de la misma Iglesia. En efecto, el nuevo Pueblo de Dios y los sacramentos nacen del Misterio Pascual: muerte y resurrección, ascensión y envío del Espíritu. En este momento es cuando el Señor Jesús transmite el Espíritu y la mi­sión, el poder de perdonar y bautizar, la encomienda de predicar el Evangelio y de ser sus testigos “hasta los confines de la tie­rra” 335. La actualización del Misterio Pascual en la Eucaristía conlleva el compromiso por la misión que arranca de la Pascua. “La Eucaristía, en efecto, es el centro propulsor de toda la ac­ción evangelizadora de la Iglesia, un poco como el corazón en el cuerpo humano. Las comunidades cristianas, sin la celebración eucarística, en la que se alimentan en la doble mesa de la Palabra y del Cuerpo de Cristo, perderían su naturaleza auténtica: sólo al ser ‘eucarísticas’ pueden transmitir al propio Cristo a los hom­bres, y no sólo ideas o valores, todo lo nobles e importantes que se quiera. La Eucaristía ha forjado insignes apóstoles misioneros, en todo estado de vida: obispos, sacerdotes, religiosos, laicos; santos de vida activa y contemplativa” 336 Desde esta perspectiva, la Eu­caristía representa la llamada, el memorial de la misión pascual de Cristo en su visibilidad histórica. La comunidad que celebra conscientemente la Eucaristía, se sitúa de cara a las exigencias e implicaciones de la Alianza nueva y definitiva.

La Eucaristíarejuvenece incesantemente a la Iglesia. Por este motivo es causa de renovación de la misión de todo el Pueblo de Dios. La Eucaristía exige la evangelización y es a la vez evangeli­zadora. La Asamblea eucarística es epifanía de la Iglesia, ya que es “el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, universal y local, y para todos los fieles individualmente” 337. La Eucaristía,

335 Mc. 16,15-16; Mt. 28,18-19; Jn. 20,22-23; Hech. 1,8.

336 Benedicto XVI, Mensaje del Angelus, (2-10-2005), en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.30.

337 �����������OGMR. n.1.

 

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como todo sacramento, se estructura sobre una articulación de palabra y signo, anuncio y gesto, verbo y acción. En la Eucaristía culminan la evangelización, la catequesis, el ministerio sacerdo­tal y la caridad. Pero, al mismo tiempo, de la Eucaristía dimanan la nueva fuerza y el nuevo compromiso de la comunidad entera y de cada fiel concreto para seguir realizando con empeño y au­dacia la misión recibida y celebrada 338. Se trata, por tanto, de una evangelización que encierra tres momentos integrantes: implica una preparación antecedente del presbítero, los servicios y mi­nisterios, la comunidad entera, incluye, además, una verdadera mistagogía eucarística en el desarrollo y realización elocuente de las palabras y signos y, por último, un compromiso consecuente para la vida ordinaria. La realización del triple ministerio pro­fético, sacerdotal y real dentro de la Eucaristía es para la Iglesia como memorial permanente de los objetivos de su misión: sus­citar la fe por la Palabra, compartir la vida por la caridad, dar gracias y animar la esperanza por el culto.

Estoy firmemente persuadido de que, si nuestra diócesis de Ourense celebra y vive el misterio eucarístico en sus dimensio­nes fundamentales, responderá adecuadamente a la llamada ur­gente que supone la Nueva Evangelización 339.

338 ����������������Cfr. SC. n. 10.

339 Precisamente el cap.V de los Lineamenta del último Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía llevaba por título: Mistagogía eucarística para la Nueva Evangelización.

 

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IV

Los Cristianos, Testigos del Amor en elMundo

69. Juan Pablo II señalaba que “el Obispo es el primero que, en su camino espiritual, tiene el cometido de ser promo­tor y animador de una espiritualidad de comunión, esforzán­dose incansablemente para que ésta sea uno de los principios educativos de fondo en todos los ámbitos en que se modela al hombre y al cristiano” 340. Todo el ministerio episcopal debe estar animado por la espiritualidad de comunión. Como su­cesor de los apóstoles tengo el deber de promover y animar las diversas tareas diocesanas con una auténtica espiritualidad de comunión. En este sentido, las instituciones eclesiales han de actuar impregnadas por la comunión. Soy consciente de que “la comunión se manifiesta siempre en la misión, que es su fruto y consecuencia lógica” 341. En el capítulo precedente he mostrado cómo la comunión es la forma de existencia, de vida y de misión de la Iglesia. El ser cristiano está radicalmente modelado por la fraternidad y la comunión. El Concilio Va­ticano II “insiste en la comunión, convirtiéndola en su idea inspiradora y en el eje central de todos sus documentos” 342. La comunión encarna y manifiesta la entraña misma del misterio de la Iglesia. La fidelidad al designio divino y el anhelo de responder a la profunda esperanza del mundo nos impelen en este comienzo de milenio a llevar a cabo un gran desafío: “ha­cer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión” 343. Antes de exponer algunas consecuencias concretas que derivan de la espiritualidad de comunión, intentaré mostrar sus rasgos esenciales.

340 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Pastores Gregis, (PGr) (2003), n. 22.

341 Ibid.

342 Juan Pablo II, Discurso a la Curia romana, (20-XII-1990), en ‘Ecclesia’ 2511 (19-1-1991) 18.

343 NMI. n.43.

 

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1) Rasgos esenciales de la espiritualidad de comunión

70. La espiritualidad de comunión está enraizada en el mis­terio de la Santísima Trinidad. De esta forma “la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” 344. La Iglesia procede del misterio trini­tario. El designio salvífico universal del Padre, la misión del Hijo y la obra santificadora del Espíritu fundan la Iglesia como miste­rio de comunión 345.

La espiritualidad de comunión significa también “capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico” 346. Existe fraternidad porque Jesús, el Hijo, nos hace partícipes de la fi­liación divina y de la comunión con el Padre. La condición filial del Primogénito se va ensanchando en una multitud de hermanos suyos e hijos del Padre. Dios nos llama a “reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera el primogénito entre muchos hermanos” 347. Jesucristo es la piedra angular sobre la que se levanta el templo de Dios en el Es­píritu 348. Él es también la Cabeza del cuerpo de la Iglesia 349. La puerta de entrada a la fraternidad eclesial es el bautismo, por el cual somos hijos de Dios. Un nuevo nacimiento nos introduce en el seno de una nueva familia. El cristiano es en realidad ‘co-cristiano’. Invocamos a nuestro Dios como ‘nuestro Padre’. La oración cristiana por excelen­cia expresa y ahonda la relación con Dios como Padre y la relación fraternal con sus hijos. En el seno de la Iglesia no tienen sentido las barreras que impiden la existencia fraterna: “Los que os habéis bauti­zado en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” 350. San Pedro exhortaba a los primeros cristianos con

344 LG. n.4.

345 Cfr. LG. nn.2-4.

346 NMI. n. 43.

347 Rom. 8,29.

348 Cfr. IPe. 2,4-8.

349 Cfr. ICor. 12,12-13.16.

350 �����������������������������Gál. 3,27-28; cfr. Col.3,11.

 

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estas palabras: “Amad a los hermanos” 351. La comunión, pues, “es saber ‘dar espacio’ al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cfr.Gál.6,2) y rechazando las tentaciones egoístas” 352.

La Iglesiaes en Cristo un cuerpo de hermanos que se alimen­ta y crece participando en el mismo Cuerpo eucarístico del Señor. El sacramento de la Eucaristía es fuente y expresión permanente de la fraternidad cristiana. Al recibir la Eucaristía, el cristiano no comulga solamente con Cristo; por Cristo recibe también a sus hermanos cristianos.

La espiritualidad de comunión es como un principio educa­tivo donde día a día se va formando la persona humana y el cris­tiano. Se extiende, por tanto, a todas las personas y actividades eclesiales. Esta espiritualidad ha de estar presente en los distintos espacios eclesiales. El entramado de la vida de cada Iglesia debe ser informado por la comunión 353. Además, nos advertía Juan Pablo II que “no nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se con­vertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento” 354.

El capítulo cuarto de la exhortación Apostólica “Novo Mi­llennio Ineunte” lleva por título: “Testigos del amor”. Siguiendo de cerca su contenido, deseo exponer sintéticamente los aspectos bási­cos que configuran la espiritualidad de comunión. Cada uno de es­tos aspectos se relaciona estrechamente con el misterio eucarístico.

2) Variedad de vocaciones

71. La Iglesia es una comunión orgánica, análoga a la de un cuerpo vivo y operante. En consecuencia, “está caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad y de la complementarie­

351 �����������IPe. 2,17.

352 NMI. n.43.

353 Cfr. Ibid. nn.43.45.

354 Ibid. n.43.

 

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dad de las vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios, de los carismas y de las responsabilidades” 355. Desde esta perspectiva cada fiel cristiano se encuentra en relación con todo el Cuerpo místico de Cristo y le brinda su propia colaboración. La comuni­dad cristiana ha de acoger todos los dones del Espíritu. En efecto, “la unidad de la Iglesia no es uniformidad, sino integración orgá­nica de las legítimas diversidades” 356.

Es el único e idéntico Espíritu el principio dinámico de la variedad y de la unidad en la Iglesia y de la Iglesia. Los diversos ministerios y carismas son para la edificación de la Iglesia y para el cumplimiento de su misión salvadora en el mundo. “Servir al Evangelio de la esperanza mediante una caridad que evangeliza es un compromiso y una responsabilidad de todos” 357. Para llevar a cabo la nueva evangelización es imprescindible seguir despertan­do el sentido de la corresponsabilidad de todos los bautizados.

El momento actual nos está urgiendo un generoso esfuerzo en la promoción de las vocaciones al sacerdocio y a la vida de es­pecial consagración. “No se puede pasar por alto la preocupante escasez de seminaristas y de aspirantes a la vida religiosa, sobre todo en Europa occidental” 358. Es necesario pedir insistentemente al Dueño de la mies que mande operarios a su mies 359. La pasto­ral vocacional adquiere entre nosotros una dimensión dramática “debido al contexto social cambiante y al enfriamiento religioso causado por el consumismo y el secularismo” 360. Como dije en la Carta “Un Seminario para la Nueva Evangelización”: “En este trabajo pastoral, marcado por esta urgencia eclesial, hemos de trabajar con ilusión, unidos todos como la familia del Señor” 361. Si existe una respuesta positiva por parte de todos, será posible

355 �����������ChL. n.20.

356 NMI. n.46.

357 EinE. n. 33.

358 Ibid. n. 39.

359 Cfr. Mt. 9,38.

360 NMI. n.46.

361 Quinteiro Fiuza, Luis; lc. n.3.

 

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llevar a cabo una pastoral amplia y capilar que se haga presente en las familias, en las parroquias y en los centros educativos. Es imprescindible llevar el anuncio vocacional al terreno de la pas­toral ordinaria.

a) El ministerio ordenado

72. Entre los diversos ministerios que existen en la comu­nidad eclesial, hay uno que posee una característica especial: el ministerio ordenado. Los ministros ordenados reciben de Cristo Resucitado el carisma del Espíritu Santo, mediante el sacramento del Orden. De esta forma reciben la autoridad y el poder sagrado para servir a la Iglesia, personificando a Cristo Cabeza y para congregarla en el Espíritu Santo por medio del anuncio del Evangelio y de la celebración de los sacramentos 362. En el ejercicio de su ministerio están “llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado” 363. Considero que “el ejercicio del sagrado ministerio encuentra hoy muchas dificultades, bien debidas a la cultura imperante, bien debido por la disminución numérica de los presbíteros, con el aumento de la carga pastoral y de cansancio que esto puede comportar. Por eso son más dig­nos aún de estima, gratitud y cercanía los sacerdotes que viven con admirable dedicación y fidelidad el ministerio que se les ha confiado” 364. Los ministros ordenados son ante todo una gracia para la Iglesia entera. El sacerdocio ministerial está esencial­mente finalizado al sacerdocio común de todos los bautizados y a éste ordenado 365.

362 ������������ChL. n. 22.

363 PDV. n.15.

364 EinE. n. 36.

365 Cfr. LG. n. 10.

 

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b) La vida consagrada

73. La vida consagrada no es fruto de la voluntad humana. Al contrario, “enraizada profundamente en los ejemplos y ense­ñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu” 366. Alo largo de la historia nunca han faltado hombres y mujeres que, dóciles a la llamada divina, eligieron li­bremente un camino de especial seguimiento de Cristo, para de­dicarse a él con corazón ‘indiviso’ 367. La vida consagrada es, pues, “una planta de muchas ramas, que hunde sus raíces en el Evangelio y produce copiosos frutos en toda estación de la Iglesia” 368. El bau­tismo es la tierra fértil de donde brotan ulteriores compromisos y consagraciones. Como se ha dicho más arriba, es el Espíritu el que establece la igual dignidad básica, pero también la pluriformidad de vocaciones, carismas y consagraciones 369.

La consagración, como signo de las realidades definitivas, se convierte en profecía y en testimonio sobre todo por los desafíos lanzados por la vida consagrada al hedonismo, al materialismo y a la libertad exacerbada 370. La práctica de la pobreza, castidad y obediencia va configurando a la persona consagrada con el Se­ñor Jesús. Hay que reconocer que una Iglesia particular sin per­sonas de vida consagrada, se encontraría fuertemente debilitada. Toda familia de vida consagrada recibe sentido en cuanto edifica el Cuerpo de Cristo en la unidad de sus diversas funciones y ac­tividades. La Iglesia particular constituye el espacio histórico en el que una vocación se expresa en la realidad y en el que se efectúa su comportamiento apostólico. La solicitud para con las personas de vida consagrada forma parte esencial de mi ministerio episco­pal. En efecto, “el Obispo ha de estimar y promover la vocación y

366 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Vita Consecrata, (VC) (1996) n.1.

367 Cfr. ICor. 7,34.

368 VC. n. 5.

369 Cfr. Ibid. n.31.

370 Cfr. Ibid. nn. 84-92.

 

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misión específicas de la vida consagrada, que pertenece estable y firmemente a la vida y a la santidad de la Iglesia” 371.

c) La vocación específica de los fieles cristianos laicos

74. La riqueza de la vida nueva recibida en el Bautismo in­cluye, además del ministerio ordenado y de la vida consagrada, la vocación propia de los laicos. “Éstos, en virtud de su condición bautismal y de su específica vocación, participan en el oficio sa­cerdotal, profético y real de Jesucristo, cada uno en su propia me­dida” 372. La aportación de los laicos a la misión eclesial es irre­nunciable. Los pastores deben, por tanto, reconocer y promover los ministerios, oficios y funciones de los fieles laicos, que tienen su base sacramental en el Bautismo y en la Confirmación, y para muchos de ellos, en el Matrimonio.

Además, por medio de los fieles laicos, el Pueblo de Dios se hace presente en los más variados sectores del mundo. Es verdad que toda la Iglesia tiene una auténtica dimensión secular, inheren­te a su naturaleza y a su misión, que hunde sus raíces en el mis­terio del Verbo Encarnado. La Iglesia vive en el mundo, aunque no es del mundo 373. Es enviada a continuar la obra salvadora de Cristo, la cual “al mismo tiempo que mira de suyo a la salvación de los hombres, abarca también la restauración de todo el orden temporal” 374. Ahora bien, “el carácter secular es propio y peculiar de los laicos”. A ellos “corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios” 375. Los fieles laicos son llamados por Dios para contribuir desde dentro, a modo de fermento, a la santi­ficación del complejo y dilatado mundo de la realidad social, de la

371 PGr. n.50.

372 ChL. n.23.

373 ����������������Cfr. Jn. 17,16.

374 Concilio Vaticano II, Decreto, Apostolicam Actuositatem (AA), n.5.

375 LG. n.31.

 

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política, de la familia, de la cultura, de la educación y del trabajo. A los fieles laicos compete de modo especial la animación cristia­na de las realidades temporales 376.

Es de gran importancia para la comunión la tarea de promo­ver y favorecer el fenómeno asociativo laical que en la vida actual de la Iglesia se está caracterizando por una particular variedad y vivacidad 377. La razón profunda que justifica y exige la asociación de los fieles laicos es de orden teológico. Así lo reconoce el Con­cilio Vaticano II, cuando contempla el apostolado asociado como un “signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo” 378. La libertad de asociación de los fieles laicos en la Iglesia es un verdadero y propio derecho. Se trata de una libertad reconocida y garantizada por la autoridad eclesiástica y que debe ejercerse siempre en la comunión de la Iglesia 379.

75. Un campo de ejercicio del sacerdocio común es el matri­monio y la familia. La unión sacramental del esposo y la esposa participa en la alianza de Dios con la humanidad a través de la sangre de Cristo. En la visión cristiana del matrimonio, la relación entre un hombre y una mujer (unidad e indisolubilidad) responde al plan original de Dios. Cristo eleva el matrimonio a la dignidad de sacramento y así es signo del amor esponsal de Cristo a su Igle­sia 380. La pastoral familiar adquiere hoy día una urgencia especial, ya que “se está constatando una crisis generalizada y radical de esta institución fundamental” 381. Tratándose de una realidad tan básica, la Iglesia no puede ceder a las presiones de una cultura que contradice abiertamente la visión cristiana del matrimonio.

Nunca se ponderará demasiado la trascendencia de la familia tanto para la sociedad como para la Iglesia. La familia cristiana es, además, célula de la Iglesia, una Iglesia en pequeño. El hogar, co­

376 �����������������Cfr. ChL. n. 15.

377 Cfr. Ibid. n.29; cfr. También, NMI. n.46.

378 AA. n.18.

379 Cfr. AA. nn. 19.15; LG. n. 37; Código de Derecho Canónico, (CIC), c.215.

380 Cfr. NMI. n.47.; Cfr. Benedicto XVI, Carta Encíclica, Deus Caritas est (DCe) (2006) n. 11.

381 Ibid.

 

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munidad de vida y amor, es el ámbito en que la vida se transmite, los hijos son esperados y no temidos y son acogidos como regalo de Dios. En la familia, escuela del más rico humanismo, se fragua la persona y el cristiano, ya que no basta el engendramiento sin los desvelos, la compañía, el amor, la educación, la siembra de las virtudes y los valores humanos y cristianos.

Los padres de familia han recibido el encargo inestimable de ser los primeros transmisores de la fe cristiana a los hijos. Desde el seno de un hogar cristiano, los hijos acuden a la parroquia que es familia y fermento de una vida nueva en Cristo. Conviene tener presente, además, “que es en la familia donde nacen las vocacio­nes al sacerdocio y de donde parten aquellos que, en nombre de Jesucristo, están llamados a servir desde su ministerio sacerdotal a toda la comunidad eclesial” 382. En la pastoral vocacional tiene una responsabilidad muy especial la familia cristiana que, en virtud del sacramento del matrimonio, participa en la misión educativa de la Iglesia 383.

76. En la Iglesia, misterio de comunión, es también comu­nión en las vocaciones y servicios diferentes y complementarios. El sujeto de la celebración eucarística es la Iglesia. Toda la co­munidad reunida es sujeto activo de la ofrenda a Dios; los fieles, que han acudido a la celebración, se unen al ministro ordenado y concurren con él en la oblación de la Eucaristía 384. El sacerdocio común y el sacerdocio ministerial están recíprocamente referidos por diversos motivos: porque participan del único sacerdocio de Cristo, porque ambas modalidades pertenecen al mismo Pueblo sacerdotal y porque están al servicio de la misión que la Iglesia ha recibido de su Señor. Las necesarias distinciones no deben oscure­cer la unidad fundamental de la Iglesia y de todos sus miembros. Por el contrario, no se puede obnubilar la específica participación

382 ��������������������������������Quinteiro Fiuza, Luis; lc. n.5.

383 Cfr. PDV. n. 41.

384 Cfr. LG. n. 10.

 

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de ministros y comunidad nivelando todo y confundiendo todo en una vaga generalización. Esta participación real de la comuni­dad cristiana en el santo Sacrificio de la Misa tiene su expresión celebrativa y debe tener su repercusión espiritual. En consecuen­cia, los cristianos, ministros y comunidad entera, han de tener los mismos sentimientos de Cristo y reproducir en su interior las mismas actitudes que tenía cuando ofrecía el sacrificio de sí mis­mo al Padre por la salvación de todos. La Eucaristía es vínculo de comunión entre todas las vocaciones de la Iglesia.

3) Eucaristía y movimiento ecuménico

77. Al ser la Eucaristía signo eficaz de la comunión eclesial no se puede pasar por alto las implicaciones ecuménicas de este sacramento 385. La Eucaristía contiene el fundamento mismo del ser y de la unidad de la Iglesia: el Cuerpo de Cristo ofrecido en sa­crificio y dado a los fieles como Pan de vida. La verdad del Cuerpo eucarístico del Señor produce, a la vez que significa, la unidad de todos los comensales del banquete eucarístico. Lo que une a los fieles en la celebración eucarística es la realidad objetiva del Cuerpo del Señor. Con otras palabras, la unidad que Cristo ha querido para su Iglesia sólo se edifica sobre la base de la presencia real sustancial del Señor resucitado en la Eucaristía. De ahí que S. Agustín ante la grandeza del misterio eucarístico exclamase: “¡Oh sacramento de piedad, oh vínculo de unidad, oh vínculo de caridad!” 386.

El hecho de la división dentro de la familia cristiana no permi­te a todos los discípulos de Cristo reunirse en torno a la mesa del Señor y participar en la única Cena del Señor. Esto supone una pro­funda herida en el cuerpo del Señor. Los bautizados no podemos resignarnos a vivir esta circunstancia como si fuera algo normal.

385 Cfr. EE. n.43.

386 S. Agustín, In Io.Evang. Tractatus, 26, 13: (PL 35, 1613); cfr. SC. n.47.

 

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Al contrario, “la aspiración a la meta de la unidad nos impulsa a dirigir la mirada a la Eucaristía, que es el supremo Sacramento de la unidad del Pueblo de Dios 387. Al celebrar el Sacrificio eucarístico, la Iglesia eleva su plegaria al Padre, impetrando la presencia del Espí­ritu Santo, admirable constructor de la unidad eclesial 388.

78. En el diálogo ecuménico, al referirnos a la íntima relación entre Eucaristía y unidad de la Iglesia, hay que distinguir entre las Iglesias orientales, que han conservado la Eucaristía de una forma completamente válida 389y las Comunidades eclesiales que no han conservado la realidad originaria y plena del misterio eu­carístico 390. La declaración “Dominus Iesus” interpreta de forma autorizada la doctrina conciliar con estas palabras: “Las Iglesias que no están en perfecta comunión con la Iglesia católica pero se mantienen unidas a ella por medio de vínculos estrechísimos como la sucesión Apostólica y la Eucaristía válidamente celebrada son verdaderas iglesias particulares… Por el contrario, las Comuni­dades eclesiales que no han conservado el Episcopado válido y la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico, no son Iglesia en sentido estricto…” 391.

Para comprender esta situación muy plural cuando se des­ciende a lo concreto, son muy orientadores estos principios: “No es lícito considerar la comunicación en las funciones sagradas como un medio que pueda usarse indiscriminadamente para restablecer la unidad de los cristianos. Esta comunicación depende principal­mente de dos principios: de la significación obligatoria de la uni­dad de la Iglesia y de la participación en los medios de la gracia. La significación de la unidad prohíbe la mayoría de las veces esta comunicación. La necesidad de procurar la gracia la recomienda a veces. La autoridad episcopal local determine prudentemente el

387 EE. n. 43.

388 Cfr. UR. n.2.

389 Cfr. Ibid. n.15.

390 Cfr. Ibid. n. 22.

391 Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración, Dominus Iesus, (DI) (2000) n.17

 

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modo concreto de actuar, atendiendo a todas las circunstancias de tiempo, lugar y personas, a no ser que la Conferencia episcopal, según las normas de sus propios estatutos, o la Santa Sede deter­minen otra cosa” 392. El decreto “Unitatis redintegratio” declara la posibilidad de que la ‘comunicación en la cosas sagradas’, si se usa discriminadamente o prudentemente, sea medio que coadyu­ve a lograr la unidad de los cristianos. Después establece los dos principios que deben dar el criterio de ese ‘uso discriminado’. Las disposiciones concretas para la aplicación de estos principios se hallan expuestas en el Directorio ecuménico 393.

4) Diálogo interreligioso y misión

79. El diálogo interreligioso es también un elemento esencial de la espiritualidad de comunión. Como cristianos reconocemos con gozo que un nuevo milenio y un nuevo siglo se abren a la luz de Cristo. Pero no todos los hombres conocen y son conscientes de esta luz. A nosotros que tenemos la inmensa dicha de creer en Jesucristo, hemos de transmitir la luz de Cristo a todas las gen­tes 394. Diálogo interreligioso y misión son realidades que guardan entre sí una estrechísima relación. En efecto, el diálogo interreli­gioso “entendido como método y medio para un conocimiento y enriquecimiento recíproco, no está en contraposición con la misión ‘ad gentes’, es más, tiene vínculos especiales con ella y es una de sus expresiones” 395.

Existe una creciente interdependencia entre los distintos lu­gares de la tierra. Las migraciones están también de actualidad. Es obvio que la tecnología y la industria modernas hacen posi­

392 UR. n.8.

393 Cfr. Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el ecumenismo, (1993) nn.122-136. En estos números se aborda el tema de la ‘communicatio in sacris’, especialmente la Eucaristía. A esta normativa se alude también en la Encíclica, EE, nn. 44-46.

394 ������������������Cfr. Ibid. n. 54.

395 RM. n.55.

 

L A E U C A R I S T Í A , F U E N T E D E V I D A E C L E S I A L 96 ·

bles numerosos intercambios entre países muy variados. Ciertos hábitos culturales de países lejanos y desconocidos, gracias a los medios de comunicación, se nos hacen más familiares y los in­terpretamos con más detalle. Estos factores de interdependencia y comunicación entre diversos pueblos y culturas favorecen una conciencia más clara y concreta del pluralismo religioso existente en el mundo 396.

80. Dentro de esta nueva configuración de la sociedad, el diá­logo interreligioso adquiere una importancia y urgencia especia­les. Este contexto está exigiendo el establecimiento y el desarrollo de relaciones que permitan una convivencia más fluida y fecun­da entre las personas y las distintas tradiciones religiosas. Sobre todo, a partir de las afirmaciones del Concilio Vaticano II, se han ido perfilando las dimensiones del diálogo que debe existir entre la Iglesia católica y las demás religiones no cristianas 397. Hay que reconocer que la práctica del diálogo interreligioso suscita dificul­tades en la mentalidad de muchas personas. Conviene, por tanto, conocer, ante todo, la orientación doctrinal y pastoral que el Ma­gisterio de la Iglesia nos ha ido ofreciendo.

Una auténtica actitud dialogal ha de conjugar el binomio: fi­delidad y apertura. Por un lado se trata de la exposición sincera y clara de la propia fe sin miedo, eliminando toda ambigüedad; por otro, se intenta comprender en profundidad la postura del inter­locutor. Cada tradición religiosa profesa su ‘credo específico’. Éste no es negociable en el diálogo interreligioso. Es decir, el diálo­go “no puede basarse en la indiferencia religiosa, y nosotros como cristianos tenemos el deber de desarrollarlo ofreciendo el pleno testimonio de la esperanza que está en nosotros (cfr.IPe.3,15)” 398. La integridad de la propia fe prohíbe cualquier compromiso de

396 Cfr. Comisión Teológica Internacional, El Cristianismo y las Religiones, (1996), (Madrid, 1998) 557-558.

397 Cfr. LG. n.16; GS.n.22; Concilio Vaticano II, Declaración Nostra aetate, (NA).

398 NMI.n. 56; cfr. DI; Cfr. EinE. n. 55.

 

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reducción. El falso irenismo daña la pureza de la fe y oscurece su genuino y definitivo sentido. No es aceptable tampoco el sin­cretismo que, en la búsqueda de un terreno común, pasa por alto la oposición y las contradicciones entre los credos de tradiciones religiosas diferentes, mediante alguna reducción de su contenido.

5) Apostar por la caridad

81. La contemplación del rostro de Cristo orienta nuestra existencia hacia el mandamiento nuevo que Él nos dio: “Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” 399. Ser testigos del amor es el gran testimonio que nos está pidiendo el mundo a los discípulos de Cristo 400. El libro del Apocalipsis recoge las palabras que el Espíritu dice a las Iglesias. Se trata, ante todo, de un juicio sobre la vida. Se refiere a los he­chos, al comportamiento: “Conozco tu conducta: tu caridad, tu fe, tu espíritu de servicio, tu paciencia” 401. Es un llamada a servir al evangelio de la esperanza. La Iglesia no sólo debe anunciar y ce­lebrar la salvación que viene del Señor, sino que debe vivirla en la existencia concreta de las personas. Al margen del amor la persona humana permanece un enigma para sí misma. El amor es la expe­riencia originaria de la que brota la esperanza 402. La buena noti­cia que la Iglesia debe transmitir a todos los hombres consiste en que Dios nos ha amado primero y que Jesús concretiza este amor, amándonos hasta el extremo, como nos acaba de recordar el Papa Benedicto XVI en su primera Encíclica «Deus caritas est» 403.

En el seno de las familias y de las comunidades cristianas ha de vivirse con intensidad el Evangelio de la caridad. «Las or­ganizaciones caritativas de la Iglesia, sin embargo, son un opus

399 Jn. 13,34.

400 Cfr. NMI. n. 42.

401 Ap.2,1-3.

402 ����������������EinE. nn.83.84.

403 Cfr. IJn.4,10.19; Jn. 13,1. Cfr. DCe (2005) n. 1

 

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proprium suyo, un cometido que le es congenial, en el que ella no coopera colateralmente, sino que actúa como sujeto directamente responsable, haciendo algo que corresponde a su naturaleza. La Iglesia nunca puede sentirse dispensada del ejercicio de la caridad como actividad organizada de los creyentes y, por otro lado, nunca habrá situaciones en las que no haga falta la caridad de cada cris­tiano individualmente, porque el hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre necesidad de amor»404.

Es decir, “nuestras comunidades eclesiales están llamadas a ser verdaderas escuelas prácticas de comunión” 405. La opción por la caridad nos proyecta “hacia la práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano” 406. El cristiano que siente dentro de sí el amor de Dios, descubre el rostro de Cristo en los demás: “He tenido hambre y me habéis dado de comer, he tenido sed y me habéis dado de beber; fui forastero y me habéis hospedado; desnu­do y me habéis vestido, enfermo y me habéis visitado, encarcelado y habéis venido a verme” 407. Esta página sobre el juicio definitivo nos ilumina el misterio de Cristo. Acoger y servir a los pobres significa acoger y servir al mismo Cristo.

82. El amor preferencial por los más pobres ha de manifestar­se en una caridad activa y concreta. «Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar. Se universaliza el concepto de prójimo, pero permaneciendo concreto. Aunque se ex­tienda a todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora»408. En el ambiente en que nos movemos son múltiples las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana. Juan Pablo II describe con claridad y va­lentía el rostro de las pobrezas de siempre y también de las nuevas.

404 ������������DCe. n. 29.

405 EinE. n. 85.

406 NMI. n. 49.

407 Mt. 25,35-36.

408 DCe. n. 15.

 

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Al hablar de las nuevas, dice “que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sinsentido, a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social” 409. El momento histórico que estamos vi­viendo nos señala con toda urgencia, como nos dice el Santo Padre Bendicto XVI que: «en un mundo en el cual a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio y la violencia, éste es un mensaje de gran actualidad y con un significado muy concreto. Por eso, en mi primera Encíclica deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás»410. Constato con gozo que en los planes diocesanos de pastoral, se insiste en la urgencia de implantar ‘ca­ritas’ donde todavía no exista y de fortalecerla en las comunidades parroquiales donde ya esté funcionando. La calidad cristiana de una comunidad se refleja en la vivencia en todos sus aspectos de la dimensión caritativa. Para construir la civilización del amor, es necesario acudir a la doctrina social de la Iglesia. Así nos lo recuerda el Santo Padre en su Encíclica: «En la difícil situación en la que nos encontramos hoy, a causa también de la globalización de la economía, la doctrina social de la Iglesia se ha convertido en una indicación fundamental, que propone orientaciones válidas mucho más allá de sus confines: estas orientaciones —ante el avan­ce del progreso— se han de afrontar en diálogo con todos los que se preocupan seriamente por el hombre y su mundo»411.

6) Eucaristía y acogida a los más pobres:

83. Benedicto XVI señala: «Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución de la Eucaristía durante la Última

409 Cfr. Ibid. n.50; cfr. también, EinE. nn. 86-89.

410 �����������DCe. n. 1.

411 DCe. n. 27.

 

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Cena. Ya en aquella hora, Él anticipa su muerte y resurrección, dándose a sí mismo a sus discípulos en el pan y en el vino, su cuerpo y su sangre como nuevo maná (cf. Jn 6, 31-33). (...) La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús»412. La viva tradición de la Iglesia recuerda siempre esta dimensión de este sacramento. Nos lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, al afirmar: “La Eu­caristía entraña un compromiso a favor de los pobres: para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por noso­tros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cfr.Mt.25,40)” 413.

a) En la fuente de la Sagrada Escritura

84. Desde su dimensión social y caritativa, en la Eucaristía se recogen y actualizan los gestos básicos del comportamiento de Cristo. Hay que reconocer que el amor ha sido siempre el alma de su vida. No es casual que en el Evangelio según San Juan no se mencione el relato de la institución de la Eucaristía. En cambio se recoge el gesto del lavatorio de los pies. Conviene profundizar en este gesto donde “Jesús se hace maestro de comunión y servicio” 414. La Eucaristía ha de ser un banquete de caridad y de amor sin dis­criminación social al que todos somos invitados 415. El apóstol S. Pablo sostiene que no es lícita la celebración eucarística en la que no esté presente el espíritu de comunión y de caridad más concre­ta 416; este mismo testimonio se reivindica para la comunidad de Jerusalén 417. Desde los primeros momentos de la vida de la Igle­sia, en las reuniones de la comunidad se realizan colectas para los pobres 418. No se puede compartir el pan eucarístico sin compartir

412 ������������DCe. n. 13.

413 CEC. n. 1397.

414 Cfr. Jn. 13,1-20; EE. n.20.

415 Cfr. Lc. 14,15-ss.

416 Cfr. ICor. 11,17.22.27.34.

417 Cfr. Hech. 2,42-ss; St.2,1-ss.

418 Cfr. Hech. 11,29; Gál. 2,9-ss; ICor. 16,1-4; IICor.8-9.

 

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el pan cotidiano. Mas todavía, el servicio de caridad y comunión que se presta en las colectas es designado por el Apóstol con el nombre de liturgia, la cual, a su vez, mueve de nuevo a dar gracias a Dios 419.

b) Testimonio de los Padres de la Iglesia

85. Los Padres de la Iglesia ofrecen un testimonio constan­te del aspecto caritativo-social de la Eucaristía. S. Justino, que nos ha transmitido la primera narración de la Eucaristía, destaca la di­mensión social de la misma con estos términos: “Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, da lo que bien le parece, y lo recogido se entrega al presidente y él socorre con ello a los huérfanos y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él se constituye en provisor de cuantos se hallan en necesidad” 420. S. Juan Crisóstomo relaciona con vigor y elocuen­cia algunas afirmaciones de Jesús: “¿Deseas honrar el Cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: ‘Esto es mi cuerpo’, y con su palabra llevó a realidad lo que decía; afirmó también: ‘Tuve hambre y no me disteis de comer’, y más adelante: ‘Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo dejasteis de hacer’. El templo no necesita vestidos y lienzos, sino pureza de alma; los pobres, en cambio, necesitan que con sumo cuidado nos preocupemos de ellos” 421.

La Eucaristíaposee, por su propia naturaleza, una dimensión caritativo-social. Es el sacramento de la caridad de los cristianos. Con razón la Iglesia ha unido la fiesta del Corpus Christi y Cári­

419 ���������������������������������Cfr. Rom. 15,27; IICor. 9,12-ss.

420 S. Justino, Apología, I, 67: (PG. 6,429). Cfr. DCe. nn. 22-23.

421 S. Juan Crisóstomo, In Math. Homil., 50,3: (PG. 58,508).

 

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tas, urgiendo que de la misma celebración eucarística nazca la exi­gencia del amor fraterno. El servicio caritativo-social de la Iglesia está radicado en la Eucaristía.

c) Las afirmaciones de la misma Liturgia:

86. Los mismos textos litúrgicos destacan el aspecto carita­tivo-social de la Eucaristía. Deseo fijarme, ante todo, en algunas afirmaciones de las plegarias eucarísticas. En ellas aparece Cristo como el verdadero servidor que se entrega del todo por nuestra salvación. De una forma especial son los necesitados, los pobres, enfermos y oprimidos por cualquier causa quienes son objeto del amor del Padre manifestado en Cristo: “Porque Él, en su vida te­rrena, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre y en su espíritu y cura las heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza” 422. La razón del servicio en Dios no es otra que el amor del todo gratuito. Jesús es el modelo perfecto de caridad: “Te damos gracias, Padre fiel y lleno de ternura, por­que tanto amaste al mundo, que le has entregado a tu Hijo, para que fuera nuestro Señor y nuestro hermano. Él manifiesta su amor para con los pobres y los enfermos, para con los pequeños y pecado­res. Él nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento humano; su vida y su palabra son para nosotros la prueba de tu amor; como un padre siente ternura por sus hijos, así tu sientes ternura por tus fieles” 423.

Una de las finalidades principales de este servicio es la recu­peración de la amistad y la comunión con Dios mismo median­te el sacrificio de la nueva alianza y también la recuperación y el fortalecimiento de la reconciliación de la humanidad, a menudo

422 Prefacio común, VIII.

423 Prefacio de la PE. V/c.

 

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amenazada por la división, la enemistad y hasta la misma guerra. En la ‘Plegaria sobre la reconciliación II’ se dice al respecto: “Pues, en una humanidad dividida por las enemistades y las discordias, tú diriges las voluntades para que se dispongan a la reconciliación. Tu Espíritu mueve los corazones para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los pueblos busquen la unión. Con tu acción eficaz consigues que las luchas se apaci­güen y crezca el deseo de la paz, que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza” 424. La Iglesia ha de ser servidora de la reconciliación realizada por Dios y actualizada en la Eucaristía. Los fieles no sólo deben compartir los bienes con los más necesita­dos, sino también han de promover en todo momento la justicia, la paz y la reconciliación: “Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado, ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y oprimido. Que tu Iglesia sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando” 425.

Esta tarea caritativo-social, que se expresa y promueve por la Eucaristía, incumbe a todos los fieles cristianos. Este servicio compromete a toda la comunidad eclesial, representada por la Asamblea reunida: “Tú lo llamas (al hombre, al cristiano) a co­operar con el trabajo cotidiano en el proyecto de la creación, y le das tu Espíritu para que sea artífice de justicia y de paz, en Cris­to, el hombre nuevo” 426. Todos hemos de seguir a Cristo en su amor a los ‘pobres y enfermos, a los pequeños y pecadores’, sin ‘permanecer indiferentes ante el sufrimiento humano’ 427. He aquí, en síntesis, algunos textos litúrgicos que expresan la dimensión caritativo-social de la Eucaristía. Lo que se expresa en la ‘gran

424 Prefacio de la PE. sobre la reconciliación II.

425 PE. V/b; cfr. también PE sobre la reconciliación II.

426 Prefacio III sobre la Cuaresma.

427 PE.V/b.

 

L A E U C A R I S T Í A , F U E N T E D E V I D A E C L E S I A L 104 ·

oración’ de la Iglesia tiene un carácter fundamental y central: uni­dad y caridad, justicia y paz, salvación y reconciliación, ayuda y solicitud por los más pobres.

87. El horizonte de nuestro momento histórico se halla os­curecido por múltiples y variadas cuestiones. También en nuestro mundo ha de brillar la esperanza cristiana: “Por eso el Señor ha querido quedarse con nosotros en la Eucaristía, grabando en esta presencia sacrificial y convival la promesa de una humanidad re­novada por su amor” 428. En efecto, “nuestro Dios ha manifesta­do en la Eucaristía la forma suprema del amor, trastocando todos los criterios de dominio, que rigen con demasiada frecuencia las relaciones humanas, y afirmando de modo radical el criterio del servicio: ‘Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y servidor de todos’ (Mc.9,35)” 429. La Eucaristía es el momento más intenso de la vida de la Iglesia. Cada celebración eucarística ha de ser el signo más claro de la reconciliación en un mundo tan dividido y manifestación concreta del amor de Dios hacia los más necesitados.

428 EE. n.20.

429 MND. n. 28.

 

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Conclusión

88. La hora de Jesús es la hora en que vence el amor. Ha de ser también nuestra hora. Lo será de verdad cuando la Eucaristía sea el centro de nuestra vida. Desde esta profunda convicción, el San­to Padre, Benedicto XVI, les decía con toda claridad a los jóvenes: “No os dejéis disuadir de participar en la Eucaristía dominical y ayudad también a los demás a descubrirla. Ciertamente, para que de esa emane la alegría que necesitamos, debemos aprender a comprenderla cada vez más profundamente, debemos aprender a amarla. Comprometámonos a ello, ¡vale la pena!” 430.

La extraordinaria riqueza del misterio eucarístico nos alienta para seguir avanzando por la senda de la Nueva Evangelización. Os invito a contemplar, celebrar y vivir las dimensiones fundamentales del sacramento de la Eucaristía. En este misterio se halla la fuen­te inagotable de toda renovación cristiana. En nuestra Diócesis, de honda tradición mariana, es necesario volver nuestra mirada hacia la Virgen María, mujer “eucarística” en todos los aspectos de su vida. Que nuestro patrono, San Martín de Tours, nos ayude con su protección para vivir la Eucaristía como manantial perenne de ca­ridad 431. En la perspectiva del undécimo centenario del nacimiento de San Rosendo, para cuya celebración ya nos estamos preparando, es oportuno fijar nuestra mirada en el rostro eucarístico de Cristo, y en Aquella que canto con la “Salve”, oración que llegó al corazón y a los labios de tantos católicos.

Os bendice y reza con vosotros

Luis Quinteiro Fiuza

Obispo de Ourense.

Ourense, 1 de marzo de 2006

Miércoles de Ceniza.

430 Benedicto XVI, Homilía en Marienfield en la Eucaristía de clausura de la XX Jornada Mundial de la Juventud (21-VIII-2005): en ‘Ecclesia’, 3.272-73 (27-VIII y 3-IX-2005), p. 41.

431 El Papa cita expresamente a nuestro patrono, San Martín de Tours, como modelo de caridad, cfr. DCe. n.40.

 

 

Este libro se acabó de imprimir

en os talleres de RODI Artes Gráficas

en el mes de marzo de 2006

 

Jueves, 05 Mayo 2022 10:40

signos del buen pastor-2

Escrito por

 II- Cristo sacerdote y Buen Pastor prolongado en su Iglesia

Presentación

La Iglesia es la comunidad de hermanos convocada (ecclesia) por la presencia y la palabra de Cristo resucitado. Cada creyente, como respuesta a esta llamada, decide compartir toda su vida con Cristo. El Señor se prolonga en «los suyos» (Jn 13,1) como en su «complemento» (Ef 1,23), para insertarse en la realidad sociológica e histórica.

En todo momento histórico, la Iglesia revisa, renueva y profundiza su relación con Cristo como punto de referencia y razón de ser de su existir. Los datos sociológicos e históricos irán variando continuamente. Cristo resucitado es y será siempre el mismo, «el que es, el que era, el que viene» (Ap 1,8; Hb 13,8), que comunica a su Iglesia luces y gracias nuevas para responder a nuevas situaciones.

Cristo, con todo lo que es y tiene, se comunica a la Iglesia: «de su plenitud recibimos todos, gracia sobre gracia» (Jn 1,16). Es Hijo de Dios y Mediador. En la Iglesia todos somos hijos de Dios por participación (Jn 1,12) y todo es «mediación», como participación en el ser, en el obrar y en las vivencias de Cristo (Col 1,19-29).

El Señor ha vivido y sigue viviendo su realidad de hermano que comparte la vida, de Mediador y protagonista que asume nuestra existencia como parte de la suya, para insertarla en el paso (pascua) hacia el Padre en el amor del Espíritu Santo. Su vida se hace inmolación, entrega total de Buen Pastor. Es Sacerdote y Víctima, es decir, el Mediador y esposo (consorte) que ofrece su vida en sacrificio para salvar a los hermanos.

Esta realidad de Cristo se prolonga en toda la Iglesia, según dones, vocaciones, ministerios y carismas diferentes. La espiritualidad sacerdotal de toda la Iglesia se traduce en «solidaridad» de comunión con toda la humanidad (cf. GS 1). En el sacerdote ministro, esta espiritualidad tendrá matices especiales por reflejar una participación especial en la realidad sacerdotal de Cristo (cf. capítulos III y siguientes). No podría comprenderse la espiritualidad sacerdotal ministerial si se presentara al margen de la Iglesia Pueblo sacerdotal.

1- El Buen Pastor

Más que las palabras y la terminología, cuenta la realidad. Desde el momento de la encarnación, Jesús (el Verbo hecho hombre) es, actúa y vive como protagonista y consorte de toda la historia humana. Las diversas analogías empleadas por él para indicar su propia realidad (esposo, hermanos, amigo...) se pueden resumir en la de Buen Pastor. Su ser, su obrar y su vivencia corresponden a la realidad profunda.

- Es el Buen Pastor: «Yo soy el Buen Pastor» (Jn 10,11). El «yo soy», tan repetido en el evangelio de Juan, indica su ser más profundo de Hijo de Dios hecho hombre, «ungido» y «enviado» por el Padre (Jn 10,36) y por el Espíritu Santo (Lc 4,18).

- Obra como Buen Pastor: llama, guía, conduce a buenos pastos, defiende (Jn 10,3ss), es decir, anuncia la Buena Nueva, se acerca a cada ser humano para caminar con él y para salvarlo integralmente.

- Vive hondamente el estilo de vida de Buen Pastor, que «conoce amando» y que «da la vida por las ovejas» (Jn 10,11ss), como donación sacrificial según la misión y mandato recibido del Padre (Jn 10,17-18 y 36) 1.

1 En el evangelio de san Juan aparece esta línea de "Buen Pastor". Ver: L. BOUYER; El cuarto evangelio, Introducción al evangelio de san Juan, Barcelona, Estela, 1967; R. E. BROWN, El evangelio según san Juan, Madrid, Cristiandad, 1979; Idem, La comunidad del discípulo amado. Estudio de la eclesiología joánica, Salamanca, Sígueme, 1983; V. M. CAPDEVILA y MONTANER, Liberación y divinización del hombre. La teología de la gracia en el evangelio y en las cartas de san Juan, Salamanca, Secret. Trinitario, 1984; J. ESQUERDA, Hemos visto su gloria, Madrid, Paulinas, 1986; A. FEUILLET, El prólogo del cuarto evangelio, Madrid, Paulinas, 1971; Idem, La mystère de l'amour divin dans la théologie johanique, París, Gabalda, 1972; M. J. LAGRANGE, Evangile selon saint Jean, París, 1984; P. M. DE LA CROIX, Testimonio espiritual del evangelio de san Juan, Madrid, Rialp, 1966; I. DE LA POTTERIE, La verdad de Jesús. Estudios de teología joanea, Madrid, BAC, 1979; J. LUZARRAGA, Oración y misión en el evangelio de Juan, Bilbao, Mensajero, 1978; D. MOLLAT, Iniciación espiritual a San Juan, Salamanca, Sígueme, 1965; Idem, Etudes johaniques, París, Seuil, 1979; A. ORBE, Oración sacerdotal, Madrid, BAC, 1979; S. A. PANIMOLIE, Lettura pastorale del vangelio di Giovanni, Bologna, Dehoniane, 1978; R. SCHNACKENBURG, El evangelio según san Juan, Madrid, Studium, 1972; S. VERGES, Dios es amor. El amor de Dios revelado en Cristo según Juan, Salamanca, Sec. Trinitario, 1982; A. WIKENHAUSER, El evangelio según san Juan, Barcelona, Herder, 1978.

Las actitudes internas de Cristo Buen Pastor arrancan de su ser y se expresan en su obrar comprometido. Su interioridad (espíritu o espiritualidad) es un camino o vida de donación total: «caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio» (Ef 5,2). El amor afectivo y efectivo de Cristo tiene una triple dimensión: amor al Padre en el Espíritu Santo, amor a los hermanos, dándose a sí mismo en sacrificio.

El amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo equivale a sintonía con su voluntad, para glorificarle y llevar a término sus designios de salvación. Este amor llena toda la existencia de Jesús desde la Encarnación: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad» (Hb 10,5-7; cf. Sal 39,7-9).

Su vida es un «sí» a los designios del Padre (Lc 20,21) para cumplir su misión salvífica universal (Jn 10,28; 17,4; 19,30; Lc 23,46). Esa es su «comida» o actitud constante (Jn 4,34; Mt 3,15; Lc 2,49), como garantía de la autenticidad de su misión (Jn 5,30; 8,29).

Toda su vida es una «pascua» o paso hacia «la hora» querida por el Padre, de humillación, muerte y resurrección (Jn 2,4; 13,1; 14,31; Flp 2,5-10). Este «paso» pascual continúa en la Iglesia hasta la restauración final de todas las cosas en Cristo (Ef 1,10; 1 Co 11,26). De este modo Jesús se manifiesta también por medio de la Iglesia, como «el esplendor de la gloria» del Padre e «imagen de su substancia» (Hb 1,3), en armonía y unidad en él (cf. Jn 10,30; 14,9).

El amor a los hombres tiene en Cristo sentido «esponsal», como de hermano (Col 1,13) y de quien asume o carga, como «consorte» (Lc 22,20), la realidad humana es su faceta de miseria y de pecado (Mt 8,17; 1 P 2,24; Is 53,4) y en su dinamismo hacia una victoria final (1 Co 15,24-28) 2.

2 La doctrina del documento de Puebla sobre Cristo Sacerdote y Mediador tiene esta dimensión pastoral a partir de la encarnación del Verbo (Puebla 188-197). La cercanía de Jesús al hombre concreto, hasta asumir como protagonista toda la existencia e historia humana y llega hasta la muerte y resurrección, para comunicar una vida nueva y anunciar una victoria total de Cristo sobre el pecado y la muerte. La realidad latinoamericana queda iluminada con el misterio pascual de Cristo y compromete a asociarse con él. Pastores dabo vobis describe la figura del Buen Pastor, resumiendo estos contenidos bíblicos, en los nn. 21-23, en vistas a poder realizar y transparentar la configuración del sacerdote ministro con Cristo.

La encarnación en el seno de María es el momento inicial de esta sintonía comprometida de Cristo con toda la humanidad y con cada ser humano en particular. El paso pascual de Jesús se concreta en sensibilidad responsable: «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38). Es sintonía de compasión (Mt 15,32; Lc 6,19), búsqueda (Lc 8,1; 15,4), cercanía a los que sufren y a los más pobres (Lc 4,18; 7,22; Mt 11,28), deseo de encuentro (Jn 10,16; 19,28) y de unión para siempre (Jn 14,2-3). El amor de Buen Pastor abarca a toda persona humana en su integridad, porque él es «el pan de vida... para la vida del mundo» (Jn 6,48-51).

Este amor al Padre y a los hermanos se hace donación sacrificial y total. Es el modo de amar propio de Dios hecho hombre. No posee nada (Lc 9,59) ni busca sus propios intereses (Jn 13,14-16), para poder darse él mismo totalmente (Jn 10,11-18; 15,13) como rescate o redención (liberación) de todos (Mt 20,28). Para poder comunicarnos la «vida eterna» (Jn 10,10.28) se inmola por nosotros «en manos» o según la voluntad del Padre (Lc 23,46; Mt 26,28).

Su «pascua» hacia el Padre se realiza por medio de esta donación sacrificial (Ef 5,25; Hch 20,28) que es pacto de amor o Alianza sellada con su sangre (Lc 22,20; Hb 9,11-14), como máxima manifestación del amor de Dios a todos los hombres (Jn 3,16; 12,32). Jesús realiza la redención por medio de esta entrega de caridad pastoral inmolativa: «por esto el Padre me ama, porque doy mi vida para tomarla de nuevo... tal es el mandato que he recibido del Padre» (Jn 10,17-18).

Toda la comunidad eclesial, representada por María «la mujer», queda asociada a «la hora» (Jn 2,4; 19,25-27) y a la «suerte» de Cristo (Mc 10,38). Los apóstoles serán servidores o ministros especiales de este anuncio y celebración (Lc 20,19; 1 Co 11,24).

Esta realidad de Cristo Buen Pastor continúa siendo actual, no sólo por unos hechos y un mensaje que son siempre válidos, sino principalmente por la presencia de Cristo resucitado en la Iglesia y en el mundo. Cristo fue y sigue siendo responsable de los intereses del Padre y de los problemas de los hombres como protagonista y consorte de su historia. Jesús es el Hijo de Dios hecho nuestro hermano, cabeza de su cuer po místico, Mediador de todos los hombres, Buen Pastor, Sacerdote y Víctima, «fuente de todo sacerdocio» (santo Tomás, III, q. 22, a. 4). En Cristo se revela el misterio de Dios Amor, del hombre y del mundo amado por él. De este modo, «Cristo manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (GS 22).

Cristo es el camino y se hace protagonista del camino humano con su caridad de Buen Pastor:

- no se pertenece porque su vida se realiza en plena libertad según los planes salvíficos del Padre (obediencia),

- se da a sí mismo, sin apoyarse en ninguna seguridad humana, aunque usando de los dones de Dios para servir (pobreza),

- ama esponsalmente, como consorte de la vida de cada persona, haciendo que todo ser humano se realice sintiéndose amado y capacitado para amar en plenitud (virginidad) 3.

3 Ver PDV 21-22, 29, 49, 57, 82. El tema de la caridad pastoral se desarrollará en el capítulo quinto. La doctrina paulina ofrece esta perspectiva apostólica y sacerdotal, Doctrina y espiritualidad sacerdotal según san Pablo: AA. VV., Paul de Tarse, Apôtre de notre temps, Roma, Abbaye S. Paul, 1979, M. BAUZA, "Ut resuscites gratiam Dei", (2Tim 1,6), en El sacerdocio de Cristo, Madrid, Cons. Sup. Investigaciones Científicas, 1969, 55-66; A. CICOGNANI, El sacerdote en las epístolas de san Pablo, Madrid, FAX, 1959; A. COUSINEAU, Le sens de " presbyteros" dans les Pastorales, "Science et Esprit" 28 (1976) 147-162; J. DUPONT, Le discours de Milet, Testament pastoral de saint Paul (Act 20,18-26), París, Cerf, 1962; P. GRELOT, Las epístolas de Pablo: La misión apostólica, en El ministerio y los ministerios, Madrid, Cristiandad, 1975, 40-60; M. GUERRA; Episcopos y Presbyteros, Burgos, Facultad de Teología, 1962; J. P. MEIER, Presbyteros in the pastoral Epistles, "Catholic Biblical Quarterly" 35, 1973, 323-345; J. SÁNCHEZ BOSCH, Le charisme des pasteurs dans le corps paulinien, en Paul de Tarse..., I o. c., 363-397; C. SPICQ, Espiritualidad sacerdotal según san Pablo, Bilbao, Desclée, 1954. Ver autores que estudian la teología de san Pablo: Benetti, Bonsirven, Bover, Cerfaux, Kuss, Lyonnet, Prat, etc. Cfr. más biliografía en J. ESQUERDA, Pablo hoy, un nuevo rostro de apóstol, Madrid, Paulinas, 1984.

2- Cristo Mediador, Sacerdote y Víctima

La realidad de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, nuestro Redentor, apenas puede expresarse con palabras. La terminología humana es siempre limitada ante el misterio de Dios Amor. Las palabras son signos convencionales. Cuando decimos que Cristo es Sacerdote y Víctima queremos indicar que es responsable de los intereses del Padre y protagonista de la historia humana, hasta hacer de su propia vida una oblación total:

- ante el Padre, en el amor del Espíritu

- Mediador: dando la vida en sacrificio

- por los hombres

El ser y la existencia de Cristo pertenecen totalmente a los designios salvíficos de Dios sobre el hombre. Es el «ungido y enviado» (Lc 4,18; Jn 10,36) para la redención o rescate de todos los hombres (Mc 10,45; Mt 20,28):

- Ungido o consagrado, en cuanto que su naturaleza humana está unida en unidad de persona (hipostáticamente) con el Verbo Hijo de Dios (Jn 1,14), desde el momento de la concepción en el seno de María, por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18.21; Lc 1,35).

- Enviado para llevar a término la misión o encargo del Padre, bajo la acción del Espíritu Santo (Lc 4,1.14.18; Hch 10,38), por el anuncio del evangelio (Mc 1,14-15), la cercanía a los pobres (Lc 7,22; Mt 4,23; 11,5) y la donación de sí mismo (Jn 10,11; 6,35.48).

- Ofrecido o inmolado en sacrificio, con todo su ser, cuerpo y sangre (Lc 22,19-20), como servicio de donación total por la redención de todos (Jn 10,17; 17,19; Mc 10,45), hasta morir amando para conseguir la glorificación de Dios y nuestra salvación (Lc 24,26.46; Jn 12,28).

Jesús es, pues, «el único Mediador entre Dios y los hombres» (1 Tm 2,5), porque sólo él es Dios y hombre, con capacidad de hacer de su vida una donación total en bien de toda la humanidad y de todo el universo. «En su sacrificio asumió las miserias y sacrificios de todos los hombres y de todos los tiempos» (Sínodo Episcopal de 1971: El sacerdocio ministerial, principios doctrinales, 1). Sólo él puede hacer partícipe de esta realidad a toda su Iglesia y especialmente a María figura de la misma Iglesia.

Aplicar a Cristo el título de sacerdote (Sacra dans, el que ofrece dones sagrados) y de pontífice (puente, mediador) es legítimo, con tal que se salve la trascendencia del misterio de Cristo, más allá de todo sacerdocio y culto pagano e incluso veterotestamentario. El sacerdote es el hombre que, en nombre de la comunidad, ofrece a Dios un acto de culto, expresado ordinariamente por preces y sacrificios, para reconocer a Dios como primer principio de todas las cosas. En el Antiguo Testamento se da un salto cualificado, puesto que los actos cultuales renovaban una Alianza o pacto de amor de Dios, como anuncio de una nueva y definitiva Alianza que tendría lugar en la venida del Mesías (Cristo).

La carta a los Hebreos llama a Jesús Sacerdote (hiereus), con una novedad que va más allá del Antiguo Testamento, porque se trata del Hijo de Dios hecho hombre (Hb 4,15-16; 5,1-6). Por esto se llama del orden de Melquisedec, es decir, más allá del sacerdocio levítico 4.

4 La carta a los Hebreos es siempre el punto de referencia obligado para el tema de Cristo Sacerdote. En ella se inspira santo Tomás (III q. 22 y 26, q. 46-59), el concilio de Trento (ses. 22, c. 1), las encíclicas sobre el sacerdocio y la encíclica Mediator Dei. Ver: G. MORA, La carta a los Hebreos como escrito pastoral, Barcelona, Fac. de Teología, 1974; R. RABANOS, Sacerdote a semejanza de Melquisedec, Salamanca 1961; C. SPICQ, L'Epître aux Hébreux, París, Gabalda, 1971; A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo según el Nuevo Testamento, Salamanca, Sígueme, 1984.

Es el único sacerdote por ser el único Mediador (Hb 9,15; 1 Tm 2,4-6), con su muerte sacrificial puede cumplir los designios salvíficos de Dios sobre los hombres: «Cristo, constituido Sacerdote de los bienes futuros y penetrando en un tabernáculo mejor y más perfecto... por su propia sangre entró una vez para siempre en el santuario, realizada la redención eterna» (Hb 9,11-12; cf. conc. Trento, ses. 22, cap. 1). La mediación de Cristo es eficaz porque se basa en su realidad divina y humana:

Aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia, y al ser consumado, vino a ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna, declarado por Dios Pontífice según el orden de Melquisedec (Hb 5,8-10).

La realidad sacerdotal de Cristo es única e irrepetible. Es la mediación de Dios hecho hombre, que se ejerce por el profetismo (anuncio de la palabra), por la realeza o pastoreo (Cristo Rey y Buen Pastor) y por el sacrificio de una oblación o donación total de sí, hasta la muerte de cruz (Flp 2,5-11; Ef 5,1-2). Jesús ha dado la vida «en rescate (redención) por todos» (Mt 20,28).

La terminología sacerdotal usada por Cristo (unción, inmolación, redención...) tiene carácter de misión o encargo recibido del Padre. Los escritores del Nuevo Testamento (no sólo la carta a los Hebreos) también usaron términos sacerdotales, puesto que Jesús es el Salvador «que se entregó a sí mismo como redención de todos» (1 Tm 2,3-6; cf. Ef 5,2.25-27), y que, con su sangre derramada en sacrificio, nos redimió y nos reconcilió con Dios (Rm 5,1-11; 1 P 1,18-19; 1 Jn 1,7; Hb 9,11-12; Hch 20,28).

El sacrificio sacerdotal de Cristo consiste en una caridad pastoral permanente, que se traduce en una obediencia al Padre, desde el momento de la encarnación (Hb 10,5-7) hasta la muerte en cruz y la glorificación (Flp 2,5-11). Su «humillación (Kenosis) de la encarnación y de la muerte se convierte en glorificación suya y de toda la humanidad en él.

La caridad del Buen Pastor es, pues, sacrificial, indicando una donación total de sí, para cumplir la misión recibida del Padre, que atrapa toda su existencia, que continúa en el cielo como intercesión eficaz (Rm 8,34; Hb 7,25) y que se prolonga en la Iglesia (cf. SC 7). Su sacrificio sacerdotal consiste en que «siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza» (2 Co 8,9). Toda esta realidad sacerdotal de Cristo tiene lugar afrontando las circunstancias ordinarias de todos los días (Nazaret, Belén, vida pública, pasión, muerte...), en una historia humana parecida a la nuestra, puesto que el ser humano se realiza haciendo de la vida una donación.

El sacrificio de Cristo se realiza desde la encarnación y tiene su punto culminante en el misterio pascual de su muerte y resurrección. Así lleva a plenitud el sacerdocio y el sacrificio de todas las religiones naturales y particularmente del Antiguo Testamento. Cristo es Sacerdote, templo, altar y víctima como:

- Sacrificio de Pascua (Ex 12,1-30); es «nuestra Pascua» (1 Co 5,7), como «cordero pascual» que se inmola para hacer «pasar» el pueblo hacia la salvación en una nueva tierra prometida (Jn 1,29; 13,1).

- Sacrificio de Alianza (Ex 24,4-8), como «pacto» de amor, sellado ahora con la sangre del Hijo de Dios (Lc 22,20), para hacer de toda la humanidad un pueblo de su propiedad esponsal (Hch 20,28; Ef 1,7; 1 P 2,9; Ap 5,9).

- Sacrificio de propiciación o de perdón y expiación (Lv 16,1-6), puesto que su muerte y resurrección son sacrificio que libera, rescata y salva de los pecados (Mt 20,28; 26,28; Rm 3,23-25; 4,25; Hb 9,22; 1 P 1.2; 1Jn 2,2) 5.

5 El sacrificio de Jesús (dar la vida en rescate de todos) salva los valores de cada época histórica, de cada pueblo y de cada cultura; pero los lleva a la plenitud insospechada del misterio de la encarnación, de la redención y de la restauración final. El Antiguo Testamento es una preparación inmediata a estos planes salvíficos y universales de Dios en Cristo; por esto, la meditación de la palabra de Dios lleva siempre hacia la armonía de toda la revelación. Los sacrificios antiguos son sombra o reparación de la gran luz en Cristo (Col, 2,17).

En Cristo encontramos la epifanía, cercanía, presencia y palabra personal de Dios Amor (Ga 4,4; Jn 14,9). En él, Dios nos ha dado todo (Rm 8,32). Al mismo tiempo, por Cristo y en el Espíritu Santo que él nos envía, nosotros podemos responder a Dios con un «amén» o «sí» de donación total (2 Co 1,20; Hb 13,15).

Su humanidad, unida a la persona del Verbo fue instrumento de nuestra salvación. Por esto, en Cristo se realizó plenamente nuestra reconciliación y se nos dio la plenitud del culto divino (SC 5; cf. Puebla 188-197).

El hombre encuentra en Cristo su propia realidad de sentirse amado y capacitado para amar libremente (cf. 3,16-17; 1 Jn 4,19). El «misterio» de Cristo Mediador, Sacerdote y Víctima, abarca también el misterio del hombre como instrumento y colaborador libre, para «instaurar todas las cosas en Cristo» (Ef 1,10). Es misterio de un «amor que supera toda ciencia» (Ef 3,19), porque empieza en Dios y abarca toda la humanidad, todo el cosmos y toda la historia, hasta que sea una realidad en «el cielo nuevo y la tierra nueva» (Ap 21,1) donde «reinará la justicia» (2 P 3,13).

Esta realidad sacerdotal de Jesús no puede encerrarse en una terminología humana. Se trata del misterio de Verbo encarnado, que asume como protagonista y consorte la historia de toda la comunidad humana y de cada ser humano en particular. Cristo se manifiesta así:

- con su ser sacerdotal de ungido y enviado, como Hijo de Dios hecho hombre (Hb 5,1-5),

- con su actuar o función sacerdotal, como responsable de los intereses de Dios y de los hombres, hasta dar la vida en sacrificio por ellos (Hb 9,11-15).

- con su estilo o vivencia sacerdotal de caridad pastoral que, conjuntamente con su ser y actuar, le hace sacerdote perfecto, santo, eficaz y eterno (Hb 7,1-28).

El sacerdocio de Cristo hay que enfocarlo, desde el amor de Dios que quiere salvar al hombre por el hombre, y desde el amor de Cristo Buen Pastor. Los sentimientos o interioridad de Cristo (Flp 2,5ss) arrancan de su ser de Hijo de Dios hecho nuestro hermano y están en sintonía con su obrar. «El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» (GS 22). La caridad pastoral de Cristo es el punto de referencia de toda la espiritualidad sacerdotal (ver capítulo V):

Formar a los futuros sacerdotes en la espiritualidad del Corazón del Señor supone llevar una vida que corresponda al amor y al afecto de Cristo, Sacerdote y Buen Pastor: a su amor al Padre en el Espíritu Santo, a su amor a los hombres hasta inmolarse entregando su vida (PDV 49).

A la luz del sacerdocio de Cristo la historia humana recobra su sentido.

El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones (GS 45).

Participar en el sacerdocio de Cristo comporta, hacerse con él y como él responsable y solidario del caminar histórico del hombre.

La autoridad de Jesucristo Cabeza coincide, pues, con su servicio, con su don, con su entrega total, humilde y amorosa a la Iglesia. Y esto en obediencia perfecta al Padre: él es el único y verdadero Siervo doliente del Señor, Sacerdote y Víctima a la vez (PDV 21) 6.

6 El tema de Cristo sacerdote ilumina todos los temas de teología, pastoral y espiritualidad sacerdotal, como "fuente de todo sacerdocio" (santo Tomás, Suma Teológica, III, q. 22, a. 4). Hay que destacar los siguientes temas: el siervo de Yavé que ofrece su vida en rescate o liberación de toda la humanidad (Ez 4,4-8; Is 63,7; Ga 1,5; 1 P 1,18s); la humanidad vivificante de Cristo como "sacramento" fontal (es sacerdote en cuanto Verbo hecho hombre); la interioridad o amores de Cristo (que hemos descrito en el texto como amor al Padre y a los hombres hasta dar la vida en sacrificio). Ver: AA. VV., El corazón sacerdotal de Jesucristo, en "Teología del Sacerdocio", Burgos, Fac. de Teología, 18 (1984); M. GONZALEZ MARTÍN, El corazón de Cristo Pastor, en El ministerio y el Corazón de Cristo, centro de la vida y ministerio sacerdotal, ibídem, 177-200.

3- Jesús prolongado en su Iglesia,

Pueblo sacerdotal

La comunidad de los seguidores de Cristo se llama Iglesia (ecclesia) porque es una asamblea fraterna convocada por la presencia y la palabra de Jesús resucitado. Ello quiere decir que en esta comunidad se prolonga Jesús Buen Pastor, Mediador, Sacerdote y Víctima.

La Iglesia, como comunidad de creyentes, es un conjunto de signos de la presencia, de la palabra y de la acción salvífica de Jesús. Cada uno es llamado para una misión que es servicio o ministerio a los hermanos. Los signos de Jesús en su Iglesia se llaman vocaciones, ministerios (servicios), carismas (gracias especiales para servir).

Jesús prolonga en la Iglesia su persona y su sacrificio redentor, además de su palabra y acción salvífica y pastoral.

Cristo está presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa... Está presente en su palabra... Está presente cuando la Iglesia suplica y canta salmos (SC 7).

La Iglesia es una comunidad o Pueblo sacerdotal, como templo de Dios, donde se hace presente y se ofrece el sacrificio de Cristo piedra angular y fundamento (1 Co 3,10-16; 2 Co 6,16-18; Ef 2,14-22; cf. LG cap. II). Cristo prolonga su realidad sacerdotal (su ser, su obrar y su vivencia) en la comunidad eclesial: Vosotros, como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por Jesucristo (1 P 2,5; cf. Ex 19,3-6; Lv 26,12; Ap 1,5-6; 5,10) 7.

7 El tema de Iglesia será tratado en el capítulo VI. El documento de Puebla (220-282) subraya la verdad sobre la Iglesia como Pueblo de Dios, signo y servicio de comunión; de este modo aparece la realidad eclesial como prolongación y expresión de Jesús presente en ella, acentuando la dimensión cristológica, pneumatológica, evangelizadora, espiritual, escatológica, sociológica y antropológica. María es figura y tipo de esta realidad eclesial (Puebla 28ss). Sobre la Iglesia "sacramento", ver la nota siguiente.

En la comunidad eclesial Cristo prolonga su presencia (Mt 28,20), su palabra (Mc 16,15), su sacrificio redentor (Lc 22,19-20; 1 Co 11,23-26) y su acción salvífica y pastoral (Mt 28,19; Jn 20,23). La Iglesia, como signo transparente y portador de Jesús y como Pueblo sacerdotal:

- anuncia el misterio pascual de su muerte y resurrección,

- lo celebra haciéndolo presente,

- lo vive en comunión de hermanos,

- lo transmite y comunica a todos los hombres

(Hch 2,32-37; 2,42-47; 4,32-34).

 

En este sentido, toda la comunidad participa y vive del sacerdocio de Cristo como profetismo, culto, realeza (pastoreo, apostolado). La Iglesia, gracias a la palabra, al sacrificio y a la acción salvífica y pastoral de Cristo, se construye como comunión, que refleja la comunión de Dios amor, y construye en la humanidad entera una comunión o familia de hermanos que son hijos de Dios (cf. Puebla 211-219; 270-281).

El sacerdocio de Cristo, prolongado en la Iglesia, hace a ésta «solidaria del género humano y de la historia» (GS 1). Cristo Sacerdote, por medio de su Iglesia, llega «al hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad» (GS 3). «El Hijo de Dios asume lo humano y lo creado, restablece la comunión entre el Padre y los hombres» (Puebla 188; cf. LG 1).

La realidad de la Iglesia, por ser prolongación de Cristo (cf. Ef 1,23), es realidad sacerdotal y evangelizadora. La Iglesia es consorte o esposa de Cristo (Ef 5,25-27), participando de su ser sacerdotal que es de consagración y de misión.

El culto que la Iglesia tributa a Dios es una oblación en el Espíritu, por Cristo, al Padre (cf. Ef 2,18), el «sacrificio de alabanza» (Heb 13,15-16), que se centra en la eucaristía, pero que debe abarcar toda la humanidad y toda la creación renovadas por Cristo (Mt 5,13-14.23-24; Mc 9,49-50). Es una «vida escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3), que se inserta en las realidades humanas para restaurarlas en Cristo (Ef 1,10). La Iglesia se hace luz y sal en Jesús, para convertir cada corazón humano y todo el cosmos en una oblación sacrificial a Dios por el mandato del amor.

Toda la acción de la Iglesia es sacerdotal, en cuanto que en ella se prolonga la acción sacerdotal de Cristo Buen Pastor; pero, de modo especial, esto tiene lugar en la celebración litúrgica:

La sagrada liturgia es el culto público que nuestro Redentor, como Cabeza de la Iglesia, rinde al Padre, y es el culto que la sociedad de los fieles rinde a su Cabeza y, por medio de ella, al Padre eterno; es, para decirlo en pocas palabras, el culto integral del Cuerpo místico de Jesucristo, esto es, de la cabeza y de sus miembros (Pío XII, Mediador Dei: AAS 39, 1947, 528-529).

«Realmente, es esta obra tan grande, por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por El tributa culto al Padre eterno. Con razón, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y cada uno a su manera realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro» (SC 7) 8.

8 El tema de Iglesia sacramento o misterio (como signo claro y portador de la presencia y acción de Cristo resucitado) se ha de estudiar en relación a la Iglesia comunión y misión: J. ALFARO, Cristo, sacramento de Dios Padre; la Iglesia, sacramento de Cristo glorificado, "Gregorianum" 48 (1967) 5-27; C. BONNIVENTO, Sacramento di unità, la dimensione missionaria fondamento della nuova ecclesiologia, Bologna, EMI, 1976; Y. CONGAR, Un pueble missianique, l'Èglise sacrement du salut, París, Cerf, 1975; P. CHARLES, L'Eglise sacrement du monde, Louvain 1960; J. ESQUERDA, La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia, "Estudios Marianos" 26 (1965) 233-274; CL. GARCIA EXTREMEÑO, La actividad misionera de una Iglesia Sacramento y desde una Iglesia - Comunión, "Estudios de Misionología" 2 (Burgos 1977) 217-252; R. LATOURELLE, Cristo y la Iglesia, signos de salvación, Salamanca, Sígueme, 1971; A. NAVARRO, La Iglesia como sacramento primordial, "Estudios Eclesiásticos" 41 (1966) 139-159; H. RHANER, La Iglesia y los sacramentos, Barcelona, Herder, 1964; C. SCANZILLO, La Chiesa sacramento di comunione, Roma, Ist, Scienze Religiose, 1987; O. SEMMELROTH, La Iglesia como sacramento original, San Sebastián, Dinor, 1965; P. SMULDERS, La Iglesia como sacramento de salvación, en la Iglesia del Vaticano II, Barcelona, Flors, 1966, I p. 377-400.

La Iglesia pueblo sacerdotal, celebra con actitud de escucha y de respuesta:

- la Palabra que actualiza la historia de salvación como mensaje y como acontecimiento (SC 33,35, 52),

- el único sacrificio redentor de Cristo hecho presente en la eucaristía (SC 47ss),

- la acción salvífica de Cristo a través de los signos sacramentales (SC 59ss),

- la oración sacerdotal de Cristo (SC 83ss),

- la acción pastoral de Cristo, que tiende a hacer de la humanidad una oblación a Dios por la práctica del mandato del amor (SC 2).

Por esto, la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor (SC 10).

En la Iglesia existe una triple consagración sacerdotal, que hace participar del sacerdocio de Cristo en grado y modo diverso:

- El sacramento del bautismo, que incorpora a Cristo Sacerdote para poder actuar en el culto cristiano participando en su ser, obrar y vivencia sacerdotal.

- El sacramento de la confirmación, que hace de la vida un testimonio audaz (martirio), especialmente en los momentos de dificultad (fortaleza), de perfección y de apostolado.

- El sacramento del orden, que da la capacidad de obrar en nombre y en persona de Cristo Cabeza, formando parte del sacerdocio ministerial (jerárquico) o ministerio apostólico.

- El carácter que comunica en cada uno de estos tres sacramentos (en grado y modo diverso) es sello o unción permanente del Espíritu Santo (Ef 1,13-14; 4,30; 2 Co 1,21-22). Es una cualidad espiritual, indeleble, a modo de signo configurativo (o de semejanza) con Cristo Sacerdote y de participación ontológica en su sacerdocio, que consagra a la persona y la potencia para el culto cristiano 9.

9 Sobre el carácter (del bautismo, confirmación y orden), los autores señalan algunos aspectos fundamentales y complementarios entre sí: signo distintivo y configurativo, potencia cultual, consagración o dedicación, participación del sacerdocio de Cristo, capacidad para la misión en la comunión de Iglesia, etc. En el concilio Tridentino; ses. 23, c. 4; en santo Tomás: Suma Teológica, III, q. 27, a. 5, ad 2; q. 63, a. 1-6, etc. Ver: J. ESPEJA, Estructuras del sacerdocio según los caracteres sacramentales, en El sacerdocio de Cristo, Madrid, 1969, 273-294; J. ESQUERDA, Síntesis histórica de la teología sobre el carácter, líneas evolutivas e incidencias en la espiritualidad sacerdotal, en «Teología del sacerdocio» 6 (1974) 211-226; J. GALOT, Le caractère sacerdotal, en «Teología del sacerdocio» 3 (1971) 113-132; J. GALOT, La nature du caractère sacramentel, París, Louvain, Desclée, 1958; J. LARRABE, Sentido salvífico y eclesial del carácter sacerdotal, "Estudios Eclesiásticos" 46 (1971) 5-33. Ver el tema en los tratados sobre los sacramentos (bautismo, confirmación, orden).

Como en todo sacramento, también en el bautismo, confirmación y orden se recibe una gracia especial. En este caso es para poder ejercer digna y santamente el sacerdocio participado de Cristo. Es un don de Dios que se puede perder (si falta la caridad) y que matiza las virtudes cristianas, specialis vigor (dice santo Tomás en la línea de la caridad pastoral de Cristo Sacerdote y Víctima.

El pueblo sacerdotal es diferenciado, no por la dignidad de la persona, ni por una menor exigencia de perfección, que consiste para todos en la caridad sin descuento, sino por recibir una llamada o vocación diferente, para ejercer diferentes servicios o ministerios en la Iglesia (cf. Puebla 220-281).

Todo cristiano está llamado a ejercer ministerios proféticos, cultuales y sociales (o de organización y caridad) en cuanto que los fieles, incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde (LG 31).

Las líneas básicas y algunas concretizaciones de estos ministerios han sido trazadas por Cristo; pero la Iglesia puede ir concretando más, permitiendo o estableciendo nuevos ministerios, de tipo más institucional, carismático o espontáneo según los casos 10.

10 Sobre los ministerios en general y especialmente sobre los nuevos ministerios: AA. VV., I ministeri ecclesiali oggi, Roma, Borla, 1977; AA. VV., Los ministerios en la Iglesia, Salamanca, Sígueme, 1985; A. ABATE, I ministeri nella missione e nel governo della Chiesa, Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1978; R. BLÁZQUEZ, La teología de una praxis ministerial alternativa; Salmanticenses 31 (1984) 113-135; J. DELORME, El ministerio y los ministerios según el Nuevo Testamento, Madrid, Cristiandad, 1975; J. ESPEJA, Los ministerios en el pueblo de Dios: Ciencia Tomista 114 (1987) 568-594; J. LECUYER, Ministères en Dictionnaire de Spiritualité, 10, 1255-1267; R. LOPEZ, Los nuevos ministerios según el Concilio Vaticano II «Revista Teológica Límense» 18 (1984) 393-423; T. P. O`MEARA, Theology of ministry, New York Ramsey, Paulist Press, 1983; F. A. PASTOR, Ministerios laicales y comunidades de base. La renovación pastoral de la Iglesia en América Latina, "Gregorianum" 68 (1987) 267-305; A. PEELMAN, Les nouveax ministères, "Kerygma" 13 (1979) n. 33; O. SANTAGADA, Naturaleza teológica de los nuevos ministerios, "Teología" 21 (1984) 117-140; P. TENA, Los ministerios confiados a los laicos, "Teología del Sacerdocio" 20 (1987) 421-450.

La vocación al laicado, a la vida consagrada y al sacerdocio ministerial matiza de modo diferente la participación en el ser, en el obrar y en el estilo de vida de Cristo Sacerdote, especialmente cuando se trata de la vocación sacerdotal ministerial, que está en la línea del sacramento del orden.

 

4- El sacerdocio común de todo creyente

Todo bautizado está llamado a participar responsable y activamente en la vida de la Iglesia, en el anuncio del evangelio, testimonio, oración, celebración litúrgica, apostolado, servicio comunitario, etc. Cada uno realiza un servicio peculiar según su propia vocación y estado de vida (laical, de vida consagrada, sacerdotal), a nivel de profetismo, culto y realeza o acción pastoral directa. Todos forman el Pueblo sacerdotal 11.

11 Sobre la Iglesia Pueblo sacerdotal, cf. Lumen Gentium c. 2; Ex 19,3-6; 1 Co 3,10-16; 2 Co 6,16-18; Ef 2,14-22; 1 P 2,4-10; Ap 1,5-6; 5,9-10; 20,6, etc. Enc. Mediator Dei, AAS 39 (1947) 552ss. Además de los estudios indicados en la orientación bibliográfica, ver: A. BANDERA, El sacerdocio de la Iglesia, Villalba, Ope, 1968; R. A. BRUGNS, Pueblo sacerdotal, Santander, Sal Terrae, 1968; J. COLSON, Sacerdotes y pueblo sacerdotal, Bilbao, Mensajero, 1970; J. ESPEJA, La Iglesia encuentro con Cristo Sacerdote, Salamanca, San Esteban, 1962; CH. JOURNET, Teología de la Iglesia, Bilbao, Desclée, 1960, cap. VIII; F. RAMOS, El sacerdocio de los creyentes (1 P 2,4-10), en «Teología del sacerdocio» 2 (1970) 11-47; J. RATZINGER, El nuevo Pueblo de Dios, Barcelona, Herder, 1972; E. DE SCHMEDT, El sacerdocio de los fieles, Pamplona, 1964, A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo según el Nuevo Testamento, Salamanca, Sígueme, 1984.

Las vocaciones y los ministerios (servicios) son complementarios, para formar la única oblación de Cristo prolongado en su cuerpo que es la Iglesia, y que debe ser la oblación de toda la humanidad y de todo el cosmos.

El sacerdocio común de los fieles o de todo creyente es el que corresponde básicamente a toda vocación y estado de vida, por haber recibido el bautismo y confirmación. Cada creyente, según su propia vocación, realizará básicamente este sacerdocio en relación a la eucaristía y al mandato del amor, pero con matices diferentes:

- de presidencia en la comunidad

(sacerdote ministerial),

- de signo fuerte o estimulante de la caridad

(vida consagrada),

- de inserción en el mundo (laicado).

El acento en la vocación específica de cada uno no puede hacer olvidar lo que es fundamental y común a todos: el sacerdocio de todos los fieles.

No sólo fue ungida la Cabeza, sino también su cuerpo, es decir, nosotros mismos... De aquí se deriva que nosotros somos Cuerpo de Cristo, porque todos somos ungidos y todos estamos en él, siendo Cristo y de Cristo, porque en alguna manera el Cristo total es cabeza y cuerpo - san Agustín, Enarrationes in Ps 26.

Los bautizados son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz (LG 10; cf. 1 P 2,4-10).

La diferencia entre las diversas participaciones en el sacerdocio de Cristo indica mutua relación de servicio y de caridad, sin diferencia de privilegios y ventajas humanas.

El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, auque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo. El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de que goza, forma y dirige el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo de Dios. Los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio real, concurren a la ofrenda de la eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante (LG 10).

Todo creyente participa ontológicamente del sacerdocio de Cristo y está llamado a actuar en las celebraciones litúrgicas y en toda la vida de la Iglesia, a fin de convertir la propia existencia y de la humanidad entera en una prolongación de la oblación de Cristo al Padre en el amor del Espíritu Santo.

Con el lavado del bautismo, los fieles se convierten, a título común, en miembros del Cuerpo místico de Cristo Sacerdote, y, por medio del carácter que se imprime en sus almas, son delegados al culto divino participando así, de acuerdo con su estado en el sacerdocio de Cristo (Pío XII, Mediador Dei, AAS 39, 1947, 55ss).

Podemos distinguir en esta participación del sacerdocio de Cristo tres aspectos: el ser, el obrar y el estilo de vida. Del ser deriva el obrar y la exigencia de una vida santa:

- En cuanto al ser: es una participación real en el sacerdocio de Cristo (en su unción y misión), por medio del carácter del bautismo y de la confirmación, a modo de consagración, configuración con Cristo, capacitación para el culto y para la vida cristiana.

- En cuanto al obrar: es capacidad para participar en el anuncio (profetismo), celebración (liturgia) y comunicación del misterio pascual (realeza), el sacrificio de Cristo y ofreciéndose a sí mismos, y comprometiéndose en el apostolado de la Iglesia como inicio y extensión del Reino de Cristo.

- En cuanto al estilo de vida: con una vida santa y comprometida en el servicio de los hermanos, a la luz de las bienaventuranzas, transformando la vida en una oblación agradable (salada) a Dios por el amor (cf. Mt 5,13 en relación a Mt 5,44-48).

La vida cristiana, por su ser, su actuar y su vivencia, es, eminentemente sacerdotal: «Os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios; éste es vuestro culto espiritual» (Rm 12,1). Por esto la vida cristiana está centrada en la eucaristía, que supone el anuncio y el compromiso de caridad:

Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella. Y así, sea por la oblación, sea por la sagrada comunión, todos tienen en la celebración litúrgica una parte propia, no confusamente, sino cada uno de modo distinto (LG 11).

De este modo, «la condición sagrada y orgánicamente estructurada de la comunidad sacerdotal se actualiza por los sacramentos y las virtudes» (ibídem).

Esta línea sacerdotal armoniza los dos niveles de la vida cristiana: el personal y el comunitario. Es la persona, no masificada, la que participa en la realidad de Cristo para ejercer una misión insustituible; pero esta persona es miembro de una comunidad que es comunión (Koinonía) de hermanos a modo de cuerpo, pueblo, templo de piedras vivas, familia. La realidad irrepetible de cada uno (vocación, carismas) se concretiza en la construcción armónica de la comunidad en el amor (ágape) como reflejo de Dios Amor (cf. 1 Co 12-13, en relación a Jn 3-4).

Entre todos, y con la finalidad generosa y personal a la propia vocación (en cuanto distinta y complementaria), realizamos la única oblación de Cristo, en su único cuerpo místico y Pueblo de Dios, que debe abarcar toda la humanidad y toda la creación.

Con esta perspectiva sacerdotal y eclesial hay que enfocar la afirmación de que todo cristiano está llamado a ser santo y apóstol, como partícipe y responsable del camino de la Iglesia con toda la humanidad hacia la restauración final en Cristo. Todo cristiano, según su propia vocación, participa de los ministerios eclesiales y forma parte de los signos de la Iglesia «sacramento universal de salvación» (LG 48; AG 1), signo transparente y portador de Cristo ante el Padre y para todos los pueblos. Cada uno se realiza en su propia vocación y carisma, en la medida en que aprecie y valore los demás, colaborando con ellos.

Aunque todos son miembros del Pueblo de Dios (laicos), dedicados al servicio de Dios (consagrados) y partícipes del único sacerdocio en Cristo (sacerdotes), acostumbrados a calificar con estos títulos a los cristianos que tienen una vocación peculiar de:

- Laicado: «A los laicos corresponde, por su propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios» (LG 31). Son, pues, fermento de espíritu evangélico en las estructuras humanas, desde dentro, en comunión con la Iglesia para ejercer una misión propia (cf. LG 36; AA 2-4; GS 43) 12.

12 Ver LG 30-38; AA; GS 38, 43; AG 2, 6, 13, 21, 41; EN 70-75; CFL 7-8, 64; RMi 71.74; CEC 897-913; CIC 224-231; Santo Domingo 94-103; Puebla 777-849. Exhortación Apostólica Postsinodal Christifideles Laici, de Juan Pablo II (30 diciembre, 1988). Puebla 777-849. Algunos trabajos en colaboración: Vocación y misión del laicado en la Iglesia y en el mundo, en «Teología del sacerdocio» 20 (1987); Los laicos y la vida cristiana, Barcelona, Herder, 1965; Dizionario di Spiritualità dei laici, Milano, OR, 1981; Laicus testis fidei in schola. De munere laicorum in vocationibus fovendis, "Seminarium" 23 (1983) n. 12. Otros estudios: A. ANTÓN, Fundamentos cristológicos y eclesiológicos de una teología y definición del laicado, en «Teología del sacerdocio», 20 (1987) 97-162; J. I. ARRIETA, Formación y espiritualidad de los laicos, "Ius Canonicum" 27 (1987) 79-97; A. BONET, Apostolado laical, los principios del apostolado seglar, Madrid, 1959; Y. M. CONGAR, Jalones para una teología del laicado, Barcelona, Estela, 1963; CONGREGACIÓN EDUCACIÓN CATOLICA, El laicado católico testigo de la fe en la escuela, Roma, 1982; M. D. CHENU, Los cristianos y la acción temporal, Barcelona, Estela, 1968; J. ESQUERDA, Dimensión misionera de la vocación laical, "Seminarium" 23 (1983) 206-214; L. EVELY, La espiritualidad de los laicos, Salamanca, Sígueme, 1980; J. HERVADA, Tres estudios sobre el uso del término laico, Pamplona, Eunsa, 1975; M. TH. HUBER, ¿Laicos y santos? A la luz del Vaticano II, Burgos, Aldecoa, 1968; A. HUERGA, La espiritualidad seglar, Barcelona, Herder, 1964; T. I. JIMÉNEZ URRESTI, La acción católica, exigencia permanente, Madrid, 1973; La missione del laicato, Documenti ufficiali della Assemblea generale ordinaria del Sinodo dei Vescovi, Roma, Logos, 1987; R. BERZOSA MARTINEZ, Teología y espiritualidad laical, Madrid, CCS, 1995; T. MORALES, Hora de los laicos, Madrid, BAC, 1985; S. PIE, Aportaciones del Sínodo 1987 a la teología del laicado, "Revista Española de Teología" 48 (1988) 321, 370; F. A. PASTOR, Ministerios laicales y comunidades de base. La renovación pastoral de la Iglesia en América Latina, "Gregorianum" 68 (1987) 267-305. (Pont. Consilium pro Laicis) Apostolado de los laicos y responsabilidad pastoral de los obispos (Roma, 1982).

- Vida consagrada: es signo fuerte de las bienaventuranzas y del mandato del amor, a modo de «señal y estímulo de la caridad» (LG 42), por medio de la práctica permanente de los consejos evangélicos (cf. LG 43-44; PC 1). Las personas llamadas a esta vocación «son un medio privilegiado de evangelización» porque «encarnan la Iglesia deseosa de entregarse al radicalismo de las bienaventuranzas» (EN 69) 13.

13 Puebla 721-776. Documentos oficiales de la Iglesia en: La vida religiosa, Documentos conciliares y posconciliares, Madrid, Instituto de Vida Religiosa, 1987. Ver especialmente: Perfectae caritatis (Vaticano II), Evangelica Testificatio (Pablo VI), Redemptionis donum (Juan Pablo II), Mutuae Relationes (Congregación de obispos y Congregación de Institutos de vida consagrada. Potissimun Institutioni (idem)); Vita consecrata (Juan Pablo II). Estudios en colaboración: Yo os elegí. Comentarios y textos de la Exhortación Apostólica Vita consecrata de Juan Pablo II, Valencia, EDICEP, 1997; Los religiosos y la evangelización del mundo contemporáneo, Madrid, 1975; La vida religiosa, II Codice del Vaticano II, Bologna, EDB, 1983. Otros estudios: S. Mª ALONSO, La utopía de la vida religiosa, Madrid, Inst. Teol. Vida Religiosa, 1982; J. ALVAREZ, Historia de la vida religiosa, Madrid, Inst. Teol. Vida religiosa, 1987; M. AZEVEDO, Los religiosos: vocación y misión, Madrid, Soc. Educación Atenas, 1985; A. BANDERA, Teología de la vida religiosa, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1985; F. CIARDI, Expertos en comunión. Exigencia y realidad de la vida religiosa, Madrid, San Pablo, 2000; A. DORADO, Religioso y cristiano hoy, Madrid, Perpetuo socorro, 1983; J. LUCAS HERNÁNDEZ, La vida sacerdotal y religiosa, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1986; T. MATURA, El radicalismo evangélico, Madrid, Inst. Teol. Vida religiosa, 1980: Idem, La vida religiosa en la encrucijada, Barcelona, Herder, 1980; A. MORTA, Los consejos evangélicos, Madrid, 1968; A. RENARD, Las religiosas en la hora de la esperanza, Barcelona, Herder, 1982; B. SECONDIN, Seguimiento y profecía, Madrid, Paulinas, 1986; J. M. TILLARD, En el mundo y sin ser del mundo, Santander, Sal Terrae, 1983.

- Sacerdocio ministerial: es signo personal de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, a modo de «instrumento vivo» (PO 12), para obrar «en su nombre» (PO 2) y servir en la comunidad eclesial, como principio de unidad de todas sus vocaciones, ministerios y carismas (PO 6.9).

El sacerdocio común de todo creyente es sacerdocio «espiritual» y «real» (1 P 2,4-9; Jn 4,23; Rm 12,1), porque se celebra en el Espíritu de Cristo (en quien ya se cumplen las promesas mesiánicas) y es participación y colaboración en el reino de Cristo.

Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra y juntamente con las obras (LG 11).

La familia, como la Iglesia doméstica (LG 11), es un lugar privilegiado de este culto cristiano. En ella se aprende la donación personal como encuentro con Cristo en el signo de cada hermano.

Los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del matrimonio, por el que significan y participan el misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la Iglesia (cf. Ef 5,32), se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la procreación y educación de la prole, y por eso poseen su propio don, dentro del Pueblo de Dios, en su estado y forma de vida (LG 11). «La Iglesia encuentra en la familia, nacida del sacramento, su cuna» (FC 15) 14.

14 Puebla 568-616, Ver Exhortación Apostólica Familiaris consortio, de Juan Pablo II (22 noviembre 1981). Estudios en colaboración: La familia, posibilidad humana y cristiana, Madrid, Acción católica, 1977; La familia. Doctrina de la Iglesia católica acerca de la familia, el matrimonio y la educación, Madrid, 1975. Otros estudios: F. ADNES, El matrimonio, Barcelona, Herder, 1979; B. FORCANO, La familia en la sociedad de hoy, problemas y perspectivas, Valencia, CEP, 1975; F. MUSGROVE, Familia, educación y sociedad, Estella, Verbo Divino, 1975; E. SCHILLEBEECKX, El matrimonio, realidad terrena y misterio de salvación, Salamanca, Sígueme, 1968; A. LOPEZ TRUJILLO, Familia, vida y nueva evangelización, Estella, EDV, 2000; A. VILLAREJO, El matrimonio y la familia en la "Familiaris consortio", Madrid, San Pablo, 1984. Documento de la Conferencia Episcopal Española: Matrimonio y familia hoy, Madrid, PPC, 1979. Ver también Documento de la Conferencia Episcopal Española: La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad, Madrid, San Pablo, 2001.

La oblación cristiana que transforma la vida en donación tiene lugar por medio del trabajo como servicio a los hermanos. Precisamente porque «el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene» (GS 35), «el hombre como sujeto del trabajo es una persona independientemente del trabajo que realiza» (LE 12); por esto, «el primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo como sujeto» (LE 6). El valor del trabajo consiste, en la donación personal a imagen de Dios Creador y de Cristo Redentor (cf. GS, 1ª parte, III) 15.

15 J. ALFARO, Hacia una teología del progreso humano, Barcelona, Herder, 1969; L. ARMAND, El trabajo y el hombre, Madrid 1964; F. BERRIOS MEDEL, Teología del trabajo hoy. El desafío de un diálogo con la modernidad, Pont. Univ. Católica, Santiago, 1994; M. D. CHENU, Hacia una teología del trabajo, Barcelona, Estela, 1965; O. FERNÁNDEZ, Realización personal en el trabajo, Pamplona, Eunsa, 1978; A. NICOLAS, Teología del progreso, Salamanca, Sígueme, 1971; G. THILS, Teología de las realidades terrenas, Bilbao, 1956.

El sacerdocio ministerial comunicado por el sacramento del orden (que será el tema principal de los capítulos sucesivos) es un servicio especial para hacer que toda la comunidad eclesial, con todos sus componentes y sectores, ejerza su sacerdocio común y se haga oblación en Cristo para bien de toda la humanidad. El mismo sacerdote ministro pone en práctica su realidad sacerdotal bautismal a través de este servicio vivido con fidelidad generosa.

Guía Pastoral

Reflexión bíblica

- Sintonía con los amores del Buen Pastor: al Padre (Lc 20,21; Jn 17,4), a los hombres (Mt 8,17; Hch 10,38); dando la vida en sacrificio (Jn 10,11-18; Lc 23,46).

- La realidad sacerdotal de Cristo Mediador: ungido o consagrado (Jn 10,36), enviado para evangelizar a los pobres (Lc 4,18; 7,22), ofrecido en sacrificio (Lc 22,19-20; Mc 10,45), presente en la Iglesia (Mt 28,20).

- El sacrificio total de la caridad pastoral: cordero pascual (Jn 1,29), para establecer una nueva alianza o pacto de amor (Mt 26,28) y salvar al pueblo de sus pecados (M 20,28).

Estudio personal y revisión de vida en grupo

- Cristo Sacerdote, «único Mediador» (1 Tm 2,5): por su ser de Hijo de Dios hecho hombre, por su obrar o función sacerdotal (anuncio, cercanía, sacrificio de inmolación), por su estilo de vida (PO 2; SC 5; Puebla 188-197: PDV 21-23: Dir cap. I).

- Cristo Mediador, centro de la creación y de la historia (GS 22,32,39,45).

- El sacerdocio de Cristo prolongado en la Iglesia, Pueblo sacerdotal (SC 6-7,10; LG 9; Puebla 220-281), especialmente en el anuncio de la Palabra (SC 33,35,52), en la celebración del sacrificio redentor (SC 47ss), en la acción salvífica y pastoral (SC 2,7), en la cercanía solidaria a los hombres (GS 1,40ss).

- Relación armónica entre las diversas participaciones del sacerdocio de Cristo (LG 10-11; PO 2) y las diversas vocaciones (LG 31,42; PC 1; PO 2; GS 43).

- Servicio de unidad por parte del sacerdocio ministro (PO 9).

El sacerdocio, en virtud de su participación sacramental con Cristo, Cabeza de la Iglesia, es, por la Palabra y la Eucaristía, servicio de la Unidad de la Comunidad (Puebla 661).

Orientación Bibliográfica

Ver algunos temas concretos en las notas de este capítulo: sacerdocio en san Pablo (nota 3), san Juan (nota 1), carta a los Hebreos (nota 4), Corazón sacerdotal de Cristo (nota 6), Iglesia sacramento (nota 8), Iglesia Pueblo de Dios (nota 11), ministerios y nuevos ministerios (nota 10), carácter sacerdotal (nota 9), laicado (nota 12), vida consagrada (nota 13), familia (nota 14), trabajo (nota 15).

AA.VV. El corazón sacerdotal de Jesucristo, en «Teología del Sacerdocio» 18 (1984).

____, El sacerdocio de Cristo y los diversos grados de participación en la Iglesia, XVI Semana Española de Teología, Madrid, 1969.

____, Vocación y misión del laico en la Iglesia y en el mundo, en «Teología del Sacerdocio» 20 (1987).

____, Sacerdozio comune e sacerdozio ministeriale, unità e specificità, «Lateranum» 47 (1981) n. 1.

ALFARO, J. Las funciones salvíficas de Cristo como revelador, Señor y Sacerdote, en Mysterium Salutis, Madrid, Cristiandad, 1971, II/I, c. 7.

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COLSON, J. Sacerdotes y pueblo sacerdotal, Bilbao, Mensajero, 1970.

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ESQUERDA, J. Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, 1991.

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____, El sacerdocio de Cristo y nuestro sacerdocio, en La llamada en la Biblia, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1983, 121-233.

Ver bibliografía sobre la Iglesia en el capítulo VI.

 

Jueves, 05 Mayo 2022 10:39

Esquerda, Encuentro con CristoMB

Escrito por
        Juan Esquerda Bifet
 
 
 
 
 
 
 
 
EL CAMINO DEL ENCUENTRO CON  CRISTO
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
A todos mis hermanos en la búsqueda del Señor y,
de modo especial, a quienes, habiendo leído
ENCUENTRO CON CRISTO, me han preguntado sobre EL
CAMINO DEL ENCUENTRO con él en el tercer milenio del
cristianismo.
 
Contenido
 
Introducción: Las etapas de un camino.
 
I. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SU MIRADA
 
II. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS PIES
 
III. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS MANOS
 
IV.  EL EVANGELIO ESCRITO EN SU CORAZON
 
V. SUS HUELLAS EN MI VIDA
 
Líneas conclusivas: El camino hacia el corazón
 
Documentos y siglas
 
Indice de materias
 
Citas evangélicas comentadas
 
Indice general
 
INTRODUCCION
 
Las etapas de un camino
 
El evangelio sigue aconteciendo. Jesús sigue mostrando el evangelio escrito imborrablemente en la carne viva y gloriosa de su cuerpo resucitado: "mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo; palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo" (Lc 14,39.43). Según el discípulo amado, "les mostró las manos y el costado" (Jn 20,20).
 
Aquellos pies siguen buscando, esperando, acompañando. Aquellas manos siguen bendiciendo, acariciando, perdonando, enseñando. Aquel corazón siguen abierto invitando a aceptar su amistad. El camino del encuentro se caracteriza por unas etapas concretas y entusiasmantes:
 
- me espera en mi propia realidad, amándome tal como soy,
- me invita a seguirle para compartir su misma vida,
- me cuenta sus amores y vivencias,
- me llama a prolongar su caminar, su enseñanza y su amor, para hacerle conocer y amar.
 
El camino del encuentro es una experiencia irrepetible e irremplazable, porque sucede en el tiempo presente y nadie nos puede suplir. Jesús invita a todos, respetando la libertad de cada uno, porque no quiere autómatas, sino amigos: "venid a mí todos" (Mt 11,28-29)); "venid y veréis" (Jn 1,39).
 
Hay que llegar a una experiencia fuerte de Jesús. Es él mismo quien invita y quien la hace posible: "acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado" (Jn 20,27). Después de experimentar este encuentro vivencial por la fe, "con tan buen amigo presente, todo se puede sufrir... es amigo verdadero" (Santa Teresa).
 
El camino para llegar a esta experiencia de su amistad y de su "corazón", nos lo ha trazado el mismo Jesús, como un regalo, una "gracia" de su amor:
 
- tener todos los días un encuentro con él, escuchando su palabra y participando en la eucaristía: "yo soy el pan de vida" (Jn 6,35ss),
- reconocer en su mirada una declaración de amor: "le miró con amor" (Mc 10,21),
- dejarse encontrar por sus pies, que siguen buscando a la oveja perdida: "va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra" (Lc 15,4),
- dejarse curar y perdonar por sus manos: "quiero, queda limpio" (Mt 8,3),
- aceptar la invitación de sintonizar con su corazón: "aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mt 11,29).
Ante Cristo crucificado, con sus manos y pies clavados y con su corazón abierto, nadie es capaz de resistir su desafío amistoso. Saulo, el perseguidor, lo encontró definitivamente cuando menos lo esperaba: "no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20).
 
Ahora Cristo vive resucitado, con sus llagas gloriosas impresas en su cuerpo, invitándome a habitar en ellas, para hacerme experimentar su amistad. "Cristiano" es quien ha tenido "un conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88).
 
De la humanidad de Cristo decía Santa Teresa: "por esta puerta hemos de entrar". Si por sus llagas hemos sido salvados, en ellas podremos experimentar su amistad: "llevó nuestros pecados en su cuerpo... con cuyas heridas habéis sido curados" (1Pe 2,24).
Los gestos y las palabras de Jesús expresan toda su interioridad. El discípulo amado hablaba de ver y tocar: "lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida... os lo anunciamos" (1Jn 1,1-3). En Cristo, Dios nos la dicho todo: "en él, el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia" (TMA 5).
 
El evangelista Juan cuenta su experiencia de fe, que es siempre don de Dios; entró en el sepulcro vacío y sólo vio el sudario plegado y las vendas por el suelo: "vio y creyó" (Jn 20,8). A esta experiencia profunda y sencilla, estamos llamados todos. Basta con emprender el camino:
 
- sabiéndose amado e invitado por él,
- queriéndole amar sin rebajas, con todo el corazón,
- expresando este amor en las cosas pequeñas de cada día,
- reconociendo, al atardecer de cada día, las propias limitaciones y defectos, para recibir confiadamente su perdón y su paz,
- empezando de nuevo todos los días, para amarle más que antes.
 
El camino no lo hacemos solos, puesto que él mismo se hace nuestro "camino" (Jn 14,6). Y son muchos los hermanos que comparten con nosotros este mismo camino. La historia está llena de amigos de Cristo, casi siempre anónimos, que se decidieron a emprender "una vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Son las personas que más bien han hecho a la humanidad entera. Cuando lo necesitemos de verdad, Jesús se nos hará cercano por medio de estas personas que no hacen ruido.
 
Los "santos", que eran del mismo barro que el nuestro, se hicieron santos por el camino de las llagas de Jesús, hasta entrar plenamente en su corazón. No hay que olvidar que el camino se dirige a la unión y amistad, es decir, al corazón. Jesús no necesita teóricos ni diletantes. Sólo quiere "sedientos" y "pobres" que se decidan a ser sus amigos, para que puedan contagiar a otros "su experiencia de Jesús" (RMi 24). Porque el encuentro con él, lleva siempre a la misión: "hemos encontrado a Jesús, el hijo de José, el de Nazaret" (Jn 1,45). Esta experiencia puede parecer ridícula a quien busca la felicidad fuera de Jesús, pero es la única experiencia que puede llenar el corazón y convencer a los buscadores sinceros de la verdad.
 
Este camino es una experiencia de fe, sin privilegios y sin cosas extraordinarias. Nos basta el mismo Cristo, sin aditamentos. Porque son "bienaventurados los que, sin ver, creen" (Jn 20,29). El Señor se deja encontrar por "un movimiento del corazón", como decía San Bernardo. Basta con seguir su mirada amorosa, los pasos de sus pies y los gestos de sus manos, para entrar en su corazón.
 
Jesús deja sus huellas en nuestro camino, para invitarnos a sintonizar con su modo de pensar, sentir y amar. "Pon los ojos sólo en él... y lo hallarás todo en él" (San Juan de la Cruz). Así de sencilla es la oración cristiana cuando se deja que Jesús ore en nosotros: "si no sabes meditar cosas sublimes y celestes, descansa en la pasión de Cristo, deleitándote en contemplar sus preciosas llagas" (Tomás de Kempis).
 
En los sacramentos y, de modo especial, en la eucaristía, se encuentra "el cuerpo de Cristo, siempre vivo y vivificante" (CEC 1116). Esta humanidad vivificante de Cristo se formó, bajo la acción y unción del Espíritu Santo, en el seno de María. Ella, "la creyente" (Lc 1,45), sigue indicando el camino del encuentro: "haced lo que él os diga" (Jn 2,5).
 
El camino hacia el corazón de Cristo recorre las etapas de la humildad, que es la verdad, y de la confianza, para vivir sólo de él y para él, en donación total:
 
- dejarse conquistar por su mirada de amigo,
- adivinar la cercanía de sus pies de Buen Pastor,
- aceptar la caricia de sus manos de médico y de guía,
- hacerse disponible para vivir en sintonía con los amores de su corazón abierto.
 
En este caminar tendremos una gran sorpresa: sus huellas van desapareciendo, como si nos dejara solos en el camino... Es que se identifica con nosotros y sus huellas son ya las nuestras... El mejor regalo de esta experiencia es el de participar de su misma suerte: "en tus manos, Padre" (Lc 23,46). María, como Madre en el camino de la fe, nos hará descubrir que Jesús está más cerca que nunca...
 
I
 
EL EVANGELIO REFLEJADO EN SU MIRADA
 
 
Presentación
 
Las miradas de Jesús transparentaban toda su interioridad. Eran un reflejo de su evangelio y de su misma vida. Con su mirar, conocía y conoce lo que había "en el corazón" de los demás (cfr. Jn 2,25), sin humillarles, porque son miradas de hermano, amigo y esposo. Con su mirada, llamaba y declaraba su amor.
 
Aquellas miradas traspasan el tiempo y la historia. Jesús nos conocía y amaba tal como somos. Ahora, sus miradas de resucitado penetran nuestra vida sin herirla. El quiere imprimir en nuestra mirada un reflejo de la suya.
 
Si leemos o recordamos los pasajes evangélicos, todavía hoy podemos descubrir la mirada de Jesús en nuestras circunstancias. Entonces lo sentiremos cercano, porque ahora nos acompaña y sigue mirándonos con el mismo amor. Las miradas de Jesús en el evangelio acontecen hoy, pero de modo nuevo, para cada uno. Son siempre nuevas, como el amor.
 
Estar con él, como "con quien sabemos que nos ama" (como diría Santa Teresa), es posible hoy, en el aquí y el ahora de nuestra vida. Basta con dejarse mirar por él y devolverle nuestra mirada con el reflejo de la suya. La oración es un cruce de miradas, de corazón a corazón.
 
La grandeza y autenticidad de María, la llena de gracia, Madre de Dios y nuestra, consiste en dejarse mirar por Dios, devolviéndole una mirada de corazón unificado: "Dios ha mirado la nada de su sierva" (Lc 1,48).
 
1. Mirada que invita a seguirle
 
Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí   que quiere decir, "Maestro"   ¿dónde vives?». Les respondió: «Venid y lo veréis».... Jesús, fijando su mirada en Simón, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas»   que quiere decir Piedra... Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño».
      (Jn 1,38-47)
 
1. La mirada de Jesús no es para curiosear ni para utilizarnos, sino que es una invitación a compartir su misma vida. Escruta nuestro corazón porque nos ama. Quiere orientar nuestras intenciones y motivaciones hacia la donación. Si buscáramos sólo sus cosas, en lugar de él mismo, entonces no le encontraríamos de verdad. Su mirada corrige, pero también endereza, ilumina y fortalece. Confiados en esa mirada de amigo, ya es posible seguirle y aprender a estar con él. Invitados por su mirada, ya le podemos mirar con "una sencilla mirada del corazón" (Santa Teresa de Lisieux).
 
2. Su mirada es especial para cada persona: Juan, Andrés, Pedro, Felipe, Natanael... Para Jesús no existen cosas, sino personas irrepetibles, con una historia particular y diversa. Jesús mira a cada uno, tal como es, para ayudarle a ser él mismo trascendiéndose. Quiere a cada uno con sus particularidades y con su propio modo de ser, porque sólo a partir de ahí es posible realizarse amando. Su mirada no nos quita los obstáculos, sino que nos ayuda a verlos y a superarlos mirándole a él, amándole y amando como él. Que nos aprecien o no los demás, ya no importa tanto; nuestra vida y nuestro quehacer tiene sentido cuando se vive de su mirada y se aprende a mirar como él.
 
 
 
2. Mirada a un joven
 
Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los  pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme».
         (Mc 10,21; cfr. Mt 19,21; Lc 18,22)
 
1. La vocación, por parte de Jesús, es una declaración de amor. Su llamada sólo se puede comprender y seguir a partir de su enamoramiento. Por esto, el amor exige echar por la borda todo lo que no suene a donación. El programa es exigente, pero también comprensible para quien entiende de amistad. La "totalidad" es el lenguaje del amor. Jesús invita a dejar la chatarra, que sería un gran estorbo en el camino del seguimiento. El secreto está en enterarse de su mirada de amor.
 
2. El joven rico, como tantos otros, no captó la mirada de Jesús. Tenía el corazón prisionero de espejismos, que se disfrazan de verdad. Y se marchó triste, porque algo había captado, pero no se decidió a cortar las amarras o los hilos que impiden volar. Jesús sigue mirando con amor a cada uno sin excepción. Hay muchos distraídos o con ojos legañosos. Urge aprender a "mirarle de una vez", como diría San Francisco de Sales. "Si pones los ojos en él, hallarás todo en él" (San Juan de la Cruz).
 
 
 
3. Mirada a Leví
 
Después de esto, salió y vio a un publicano llamado Leví, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El, dejándolo todo, se levantó y le siguió.     (Lc 5,27-28; cfr. Mt 9,9; Mc 2,14)
 
1. Jesús dirigió su mirada también a un publicano, enredado en sus cuentas. Lo importante es que aquella mirada de compasión cambió la vida de Leví en un apóstol, Mateo. La mirada era una invitación a seguirle dejándolo todo por él. Nadie se hubiera imaginado aquel cambio. Y hasta muchos lo criticaron. Pero Jesús defendió a su nuevo amigo, porque él siempre mira a todos con el mismo amor y misericordia. Si él "vino para llamar a los pecadores" (Mt 9,13), ¿quién le podría impedir sembrar miradas de compasión y llamadas de renovación?
 
2. La mirada de Jesús no es sólo llamada, sino también luz y fuerza para poder seguirle. El gozo de seguir al Señor es señal de que su mirada ha penetrado hasta el fondo del corazón. Desde este momento, si todavía queda en él algún bien, es para celebrar el encuentro y alegrar la vida a los demás, haciéndoles partícipes de la mirada misericordiosa de Jesús. El Señor se compara a un médico que tiene buen ojo clínico (Lc 5,31); sabe diagnosticar y sanar, sin humillar ni utilizar. Mateo aprendió a leer y a escribir el evangelio, gracias a la misericordia de Jesús insertada en su propia vida.
 
 
 
4. Mirada a Zaqueo
 
Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». Se apresuró a bajar y le recibió con alegría.
       (Lc 19,2-6)
 
1. Aquella mirada y aquella invitación, ni el mismo Zaqueo se la había imaginado nunca. Al fin y al cabo, Jesús iba de paso, aparentemente para cosas más importantes. Zaqueo se encaramó en la higuera, sin importarle el ridículo, porque "buscaba ver a Jesús" (Lc 19,3). A Jesús le gustan estos deseos espontáneos, que son ya un inicio del encuentro. Por esto sucedió lo inesperado: se cruzaron las miradas, porque uno buscaba al otro. Jesús, como siempre, había tenido la iniciativa y había hecho posible el encuentro. Siempre es posible cruzarse con su mirada.
 
2. La mirada surtió su efecto, porque el corazón de Zaqueo se abrió sin ocultar nada. Empezó la amistad que transfomaría radicalmente la vida de aquel publicano. El paso más difícil ya estaba dado: recibir a Jesús, ofreciéndole la propia casa como suya. Lo demás sería una consecuencia imparable: compartir los dones recibidos con los hermanos y aprender a reparar el pasado con un presente de donación. Y así se demostró, una vez más, que Jesús "ha venido para buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10). Todo empezó con el deseo sincero de "ver a Jesús" y de dejarse mirar por él.
 
 
5. Mirada a los que le rodean
 
Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: "¿Quién me ha tocado?"». Pero él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante él y le  contó toda la verdad. (Mc 5,30-33; cfr. Mt 9,22; Lc 8,47)
 
1. Tanto si nos damos cuenta, como si lo olvidamos, Jesús nos acompaña continuamente con su presencia y su mirada cariñosa. Algunos aceptan su compañía para hacer de la vida una relación amistosa con él. "Tocarle", como la mujer enferma, significa aceptar con gozo su presencia y su mirada. Propiamente somos nosotros los "tocados" por él, que nos sana y salva. La "hemorroisa" logró tocar la orla de su manto y quedó curada. La mirada de Jesús en su corazón la había atraído de modo irresistible. Pero Jesús sigue mirando, también a los distraídos, para hacerles despertar de su letargo. Con la luz de su mirada, encontramos la verdadera luz (cfr. Sal 35).
 
2. La mirada de Jesús traspasa el espacio y el tiempo. Va siempre más allá de la superficie. Entra en el corazón sin violentarlo. Examina nuestras intenciones, motivaciones, actitudes, porque quiere sanarlas. Bastaría con dejarse mirar por él, tocarle con la fe y la esperanza, para quedar iluminados y sanados. A veces, descubriremos que su mirada se refleja en la pupila de algún hermano que necesita de nosotros. Podemos ser también mirada de Jesús. Esa mirada de Jesús siembra la paz y la serenidad, unificando el corazón y haciéndolo salir de su círculo cerrado para darse.
 
 
6. Mirada de compasión
 
Se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, salieron tras él viniendo a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos.
         (Mt 14,13-14; cfr. Mt 9,36; Mc 6,34)
1. Para Jesús no hay "masas", sino personas concretas e irrepetibles, cada una con su historia peculiar como historia de amor de un Dios que a nadie olvida. Cada persona, con su nombre peculiar, atrae la mirada de Jesús. Su corazón tiene predilecciones infinitas, una para cada uno y de modo irrepetible. El leproso, el ciego, el paralítico, Zaqueo el publicado, Nicodemo el fariseo..., todos eran una fibra de su corazón. La mirada de compasión manifiesta el vibrar de cada una de sus fibras o latidos. En aquellos rostros hambrientos y sedientos, Jesús veía a toda la humanidad. Hoy mira con la misma compasión y amor.
2. Su mirada de compasión, entonces y ahora, es sintonía de preocupaciones, angustias y esperanzas. "Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón" (GS 1). Esta sintonía la vivió Jesús con la misma intensidad durante los nueve meses en el seno de maría, que durante los treinta años de Nazaret y los aproximadamente tres años de caminar por Palestina. Para él, ahora resucitado, el tiempo ya no pasa, pero lo vive como hermano, protagonista y consorte, en cada período de la historia humana, haciendo suya la biografía de cada caminante. Se compadece porque nos pertenece y le pertenecemos, como parte de su mismo ser y de su misma historia salvífica.
 
 
7. Mirada que examina de amor
 
Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!»... «todo es posible para Dios».
      (Mc 10,23-27; cfr. Lc 18,24-27)
 
1. Jesús mira a sus amigos de modo especial. El joven rico no supo leer el amor en los ojos de Jesús y, por esto, se perdió en los harapos tristes de su riqueza. Jesús entonces quiso mirar a los suyos como para examinarles de amor. También ellos podían caer en la trampa de ambiciones camufladas. El corazón humano es siempre un misterio. Por esto, la mirada de Jesús apunta al corazón. Y su efecto no se hizo esperar en la respuesta de Pedro, que ha suscitado en cada época vocaciones generosas: "lo hemos dejado todo y te hemos seguido" (Mc 10,28). La mirada de Jesús, aceptada con el corazón abierto, hace posible esta respuesta incondicional de quien se quiere abrir totalmente al amor.
 
2. Seguir a Cristo, dejándolo todo por él, es sólo posible cuando nos dejamos conquistar por su mirada. La fuerza no radica en nosotros, sino en él. Hay que aprender a mirar, con él, el fondo de nuestra nada, de nuestras debilidades y de nuestras miserias. Este es el único camino para acertar. La fuerza de nuestro caminar está en el reflejo de su mirada sobre nuestra realidad caduca. Es verdad que, como dice Jesús, "sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Pero precisamente por ello, podemos decir como San Pablo: "todo lo puedo en aquel que me da la fuerza" (Fil 4,13).
 
 
8. Llanto por el amigo muerto
 
Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?» Le responden: «Señor, ven y lo verás». Jesús se echó a llorar.
 (Jn 11,33-35)
 
1. Jesús era sensible a todo y a todos. A Lázaro, su amigo, le  probó dejándole morir aparentemente lejos de él. Pero para Jesús no hay distancias y, por esto, le acompañó siempre, en toda situación. Así ama Jesús a todos y a cada uno, con tal que no se cierren a su amor. Llegó a Betania cuando ya habían enterrado a Lázaro. Y ahí quiso unirse al dolor de sus amigos. Lloró conmovido, con llanto sincero, porque toda nuestra vida le pertenece como suya. "Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos, somos suyos" (Rom 14,8).
 
2. Bien sabía Jesús que había de resucitar a Lázaro y, no obstante, lloró. Algunos lo atribuyeron a un simple sentimiento de nostalgia y a una falta de atención, por no haber llegado antes. Pero Jesús es perfecto hombre, siendo perfecto Dios. Su amor se expresa con todo su ser. Sus ojos necesitaban llorar como los nuestros, porque se trataba de un amigo íntimo, que había afrontado la muerte con el dolor de pensar que estaba lejos de Jesús. Cuando sentimos la ausencia de Jesús, es que él está más cerca. Este nuestro sentimiento lo suscita su mirada y su presencia de amigo. Si no nos da los dones visibles, es porque se nos quiere dar él.
 
 
9. Llanto ante Jerusalén
 
Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos».
     (Lc 19,41-42; cfr. 13,34)
 
1. El llanto de Jesús ante Jerusalén es muy distinto del llanto ante el sepulcro de Lázaro. Pero las lágrimas procedían del mismo amor. Lo que le dolía a Jesús era ver la ingratitud de quienes no habían aceptado el amor de Dios, quien había enviado a su Hijo al mundo para salvarlo. Jesús dio la vida por Jerusalén y por todos los pueblos. El camino para esa salvación universal pasa por su llanto y su dolor. Jesús no rechazó a nadie, sino que transformó el rechazo de los demás en oblación propia. Su rostro y su mirada contagiaban la serenidad, la paz y el perdón.
 
2. La visita de Jesús puede resultar incómoda cuando se espera un "salvador" según el propio gusto y preferencia. Desde niño, Jesús se conmovió a la vista de Jerusalén, como los demás peregrinos, especialmente en las peregrinaciones pascuales, al aproximarse a la ciudad santa. La ciudad y el templo eran signo de la "presencia" de Dios en medio de su pueblo elegido. Ahora esta presencia era el mismo Jesús, el Emmanuel, Dios con nosotros. A Jesús le hizo llorar el "no" de los hombres a tanto a amor de Dios. "El Amor no es amado", diría San Francisco de Asís. Quien no sintoniza con los amores de Cristo, pierde la conciencia de que el pecado es un "no" a Dios Amor.
 
 
10. Mirada de tristeza
 
Mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano». El la extendió y quedó restablecida su mano.     (Mc 3,15; cfr. Lc 6,10)
1. Amar es un riesgo. Es el mismo riesgo que asumió Jesús, quien amó hasta dar la vida, dándose él mismo según los designios del Padre. De este modo, asumió nuestra vida como propia y corrió nuestra misma suerte. Y aunque muchos interpretaron mal su amor, porque "no creyeron en él" (Jn 12,37), Jesús siguió mirando con el miso amor y con una gran pena en su corazón: "vino a los suyos y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11). Le llamaron samaritano, endemoniado, amigo de publicanos y de pecadores... El les siguió amando mucho más.
 
2. Los sábados, día de fiesta, tenía Jesús la costumbre de visitar a los enfermos (cfr. Mc 6,5). Por esto no tenía reparo en curarlos, si ello convenía para su bien. A los puritanos les parecía una ofensa a Dios, por el hecho de quebrantar la ley del descanso. Pero Jesús había venido para "pasar haciendo el bien" (Act 10,38). Esta actitud bondadosa no necesita descanso. La dureza del corazón, que se cierra al amor, entristeció a Jesús. El seguirá su camino mirando a todos con amor para salvarlos a todos. Su amor será crucificado, para expresarse mejor en el dolor de la donación.
 
11. Mirada de gratitud
 
Ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. (Mt 14,19; cfr. Mc 6,41; Lc 9,16; Jn 6,11; 17,1)
1. Quien sabe mirar amando a los hermanos, porque sabe también mirar amando al corazón de Dios, de donde viene el amor. Jesús dio de comer milagrosamente a la muchedumbre, pero primero dio gracias al Padre, para hacerse luego pan partido para todos. Es la mirada "eucarística" de Jesús, es decir, de acción de gracias, porque todo viene de Dios para volver a Dios por un camino de caridad. Todo es gracia. Su mirada amorosa al Padre en el Espíritu, se convierte en amor de donación y en "torrentes de agua viva" para toda la humanidad (Jn 7,38). La oración de Jesús es siempre una "mirada" al Padre (Jn 17,1).
 
2. Jesús daba siempre gracias al Padre por todo: "se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito»" (Lc 10,21). Esta oración constituía su "gozo en el Espíritu", gozo desinteresado y de donación verdadera. Nosotros solemos dar gracias (si nos acordamos) por los dones pasajeros. Jesús daba gracias por todo, pero especialmente por el don de conocer al Padre y de amarle en el Espíritu. Los dones de esta tierra son dones pasajeros, como una rosa que se marchita. Jesús nos enseña a levantar los ojos al Padre: el amor que Dios pone en sus dones no se marchita nunca. La mirada de acción de gracias de Jesús al Padre, se hace nuestra propia mirada por la eucaristía de todos los días: "sí, Padre".
 
12. Mirada de perdón
 
El Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le dijo: «Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces». Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.
      (Lc 22,61-62; cfr. Mc 14,72)
 
1. Aquella mirada fue, para Pedro, una sorpresa inesperada. Es que Jesús no falta nunca a la cita cuando se trata de perdonar y curar. La negación había sido anunciada y también la conversión (Lc 22,32). La experiencia de la mirada amorosa de Jesús, en aquella noche de pasión, dejó en Pedro una experiencia imborrable: "comenzó a llorar" (Mc 14,72). En el inicio de su seguimiento, Pedro había ya experimentado una mirada de amor (Jn 1,42); pero ahora era de mayor misericordia. Esta experiencia será una garantía para aprender a mirar a los demás del mismo modo. En los ojos y en el rostro de Pedro quedó impreso el modo de mirar del Buen Pastor (cfr. 1Pe 5,1-5).
 
2. El perdón de Jesús es único. Sólo él sabe perdonar así, sin humillar ni utilizar, sin hacer pesar el fardo de los propios pecados. Mira hasta el fondo del corazón, para recordar otras miradas y otros dones. Y al hacer despertar el amor y la confianza, las faltas presentes quedan anuladas. Es perdón de gratuidad, porque él es así: nos ama porque es bueno, no porque nosotros somos buenos. Pero exige reconocer la propia falta ante esa mirada amorosa que perdona y restaura plenamente. La vergüenza de haberle amado poco, recupera el tono del "primer amor" (Apoc 2,4).
 
13. Rostro ultrajado
 
Entonces se pusieron a escupirle en la cara y a abofetearle; y otros a golpearle, diciendo: «adivínanos, Cristo. ¿Quién es el que te ha pegado?»
 (Mt 26,67-68; cfr. Mt 27,30; Mc 14,65; Lc 22,64; Jn 19,3)
 
1. En el rostro de Jesús se complace el Padre como en su reflejo personal. Este mismo rostro es el que fue golpeado, ultrajado y cubierto de salivazos. Jesús seguía mirando con el mismo amor de antes. La noche en el calabozo (Mt 26,67-68) y la coronación de espinas (Mt 27,27-31) fueron testigos del rostro misericordioso y compasivo de Jesús. Las burlas y los salivazos no lograron apagar el brillo de su mirada. Entonces no hubo testigos, pero hoy es posible conectar con aquella misma mirada que traspasa la historia y llega al fondo del corazón.
 
2. Esbirros y soldados no fueron más que instrumentos providenciales para una nueva "transfiguración" de Jesús. No hay nadie que, si es auténtico, se resista al silencio impresionante del Señor. Siendo la Palabra personal del Padre, habla por medio de sus gestos y de su silencio de enamorado. A los santos, como Santa Teresa, que se sentían grandes pecadores, les atraían esos momentos oscuros y solitarios de la pasión, donde sólo se puede penetrar, "a solas", con el corazón en la mano. Esa amistad sincera se estila poco, pero todavía se da.
 
14. Mirada a su Madre y nuestra
 
Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
       (Jn 19,26-27)
 
1. Fue la mirada más tierna de Jesús: a su Madre y a su discípulo amado. Nosotros estábamos allí bien representados. Desde niño, Jesús aprendió a mirar como María y José. Su mirada reflejaba la de su Madre. Es la mirada de misericordia que Jesús mismo describió en el rostro del padre del hijo pródigo, unida a una emoción de ternura materna (cfr. Lc 15,20). En María, Jesús depositó su mirada para que ella viera en nosotros un Jesús viviente por hacer. Todas las miradas de Jesús las podemos encontrar de nuevo en las pupilas de María, porque ella es "la memoria" de la Iglesia (cfr. Lc 2,19.51).
 
2. La mirada de Jesús a Juan, el discípulo amado, refleja un amor eterno: "como mi Padre me amó, así os he amado yo" (Jn 15,9). Es como un resumen de su vida: "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, les amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Juan se sintió interpelado por la mirada amorosa de Jesús y buscó compartirla con María su Madre en la fe: "la recibió en su casa", es decir, en comunión de vida. La mirada de Jesús conduce a María: "he aquí a tu Madre". La mirada de María lleva a Jesús: "haced lo que él os diga" (Jn 2,5). En esas miradas que se cruzan, encontramos la eterna mirada del Padre en el amor del Espíritu Santo. Son siempre miradas nuevas por descubrir y vivir.
 
 
3. Rostro glorioso
Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso 
brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos  
como la luz. (Mt 17,2; cfr. Mc 9,2; Lc 9,29)
 
1. Lo extraño, humanamente hablando, es que el rostro de Jesús no apareciera glorioso también en Belén, en Nazaret y en el Calvario. Su mirada comunica honduras de un amor eterno; pero prefiere mirarnos con un rostro como el nuestro, curtido por el sol de los días ordinarios. Ahí, en este rostro, se reflejan el Padre y el Espíritu, pero también una humanidad doliente y una familia de hermanos que ocupan su corazón. En sus ojos y en su rostro se descubre un amor que no tiene fronteras. Cuando resucite, su rostro será más glorioso, para siempre, pero sin perder el eco de tantos rostros de hermanos suyos de todos los tiempos.
 
2. Al aparecer resucitado, Jesús manifestó, con su rostro glorioso, la comunicación de una vida nueva, para que nosotros fuéramos expresión suya: "Jesús sopló sobre ellos... y dijo: «recibid el Espíritu Santo»" (Jn 20,22). Así había hecho Dios al crear el primer hombre: con su beso le infundió su mismo Espíritu y su misma fisonomía (cfr. Gen 2,7). Jesús, con su mirada gloriosa de Hijo de Dios, nos comunica el "agua viva", la "vida nueva", el "nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu" (Jn 3,5). Somos hijos en el Hijo, somos su prolongación en el tiempo, para que todos los hermanos descubran, en nuestro rostro, las huellas de la mirada de Jesús. Esta es la misión que nos encarga para nuestra tiempo y para nuestras circunstancias.
 
Síntesis para compartir
 
* La mirada de Jesús se dirige a todos y a cada uno:
- a sus amigos y discípulos,
- a los alejados y pecadores,
- a los enfermos y a los que sufren,
- a su Madre y al discípulo amado.
 
* Las características de su mirada son:
- una llamada amorosa,
- un examen sobre el fondo del corazón,
- una exigencia de respuesta,
- una sintonía de compasión,
- una oferta de perdón,
- una propuesta de amistad y donación mutua.
 
* Su mirada es actual, en el aquí y ahora de nuestra vida: - en la eucaristía y en su evangelio,
- en los signos sacramentales,
- en nuestro Nazaret, Tabor y Calvario,
- en el hermano necesitado,
- comunicándonos su Espíritu,
- haciéndonos reflejo de su mirada para mirar como él.
* ¿Cuál es mi experiencia personal de esta mirada? ¿Qué puedo compartir con los demás? ¿Qué huellas de esta mirada descubro en la vida de los hermanos? ¿Cómo ser trasunto de su mirada hacia todos los hermanos?
 
 
 
 
 
 
 
 
 
II
EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS PIES
 
Presentación
 
A todos nos gustaría tener la experiencia de haber oído los pasos de Jesús caminando junto a nosotros y dejando sus huellas en nuestro caminar. No obstante, el pasar del tiempo, ello es hoy todavía posible, aunque de modo más sencillo y profundo, es decir, por la fe, que es un don suyo y que deja la convicción inquebrantable de que él nos acompaña. El secreto para tener esta experiencia consiste en descubrir a Jesús esperándonos y amándonos en nuestra misma realidad, tal como es.
Se puede decir que las huellas de los pies de Jesús resucitado llegan a toda la historia y a la vida de cada persona en particular, porque "esa virtud (o fuerza) alcanza, por su presencia, a todos los tiempos y lugares" (Santo Tomás). Aquel caminar suyo de hace veinte siglos, sucede hoy de una manera real, tan nueva como profunda.
Podemos descubrir en nuestra vida los pies del Buen Pastor, que buscan, esperan, acompañan... Podemos lavar sus pies cansados del camino, porque no se quedaron clavados en la cruz ni yertos en el sepulcro, sino que han quedado gloriosos entre nosotros, como todo su cuerpo, con las llagas de la pasión.
No es atrevimiento nuestro desear este encuentro de su caminar con el nuestro, sino que él mismo nos ha despertado el deseo con su invitación formal, personal y comunitaria: "él les dijo: «mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo; palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies" (Lc 24,39-40). "Luego dice a Tomás: «acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «porque me has visto has creído; dichosos los que no han visto y han creído»" (Jn 20,27)
16. Pies de niño.
 
María dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento... El ángel dijo a los pastores: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
      (Lc 2,7-12; cfr. Mt 2,11)
 
1. Envueltos en pañales, los pies de Jesús eran los de un niño indefenso, pobre y débil, como "niño de la calle". Así lo pudieron encontrar los pastores y los magos, la gente sencilla y de buena voluntad. Es él quien se hace encontradizo, haciéndose pequeño y cercano. No tiene nada, para indicar que se da él mismo. Los pastores se acercaron tal como eran. Los pies de un niño acostado en un pesebre no espantan a nadie. El amor le ha hecho pobre, para encontrarse con los pobres. Es pan partido sólo para los que se hacen conscientes de su propia pobreza y tienen hambre de él.
 
2. María lavó, besó y fajó aquellos pies de miniatura, que han sido objeto del arte de todos los tiempos. El creador se asentó en nuestro suelo, para "habitar entre nosotros" (Jn 1,14). Sus pies son como los nuestros: buscan, acompañan, se cansan... Pero antes aprendieron a andar, con zozobras, tropiezos y caídas. María y José enseñaron a Jesús a caminar hacia la Pascua (Lc 2,41). Creció aprendiendo a caminar hacia la casa de su Padre, que también es el nuestro. Aquellos pies corretearon por Nazaret, sembrando paz y serenidad; construyeron el calor de un hogar, contagiando seguridad y esperanza. Caminaron y siguen caminando por nosotros y con nosotros.
 
 
 
17. Hacia el desierto
 
Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y fue conducido por el Espíritu hacia el desierto.
        (Lc 4,1; cfr. Mt 4,1)
 
1. Jesús acababa de "bautizarse" con el bautismo de "penitencia", en nombre nuestro. Su camino evangelizador empezó así, cargando con nuestra historia y con nuestros pecados, como parte de su misma historia. El camino que se le ofrecía era largo y lleno de sorpresas. Por esto prefirió caminar primero hacia el desierto, guiado por el Espíritu de amor, para hablar al Padre acerca de nosotros, antes de hablarnos a nosotros acerca del Padre. Jesús entró en el desierto pensando en nosotros y amándonos. Su caminar sería silencioso, como dejando sus huellas impresas en nuestro desierto. Es urgente descubrirlas antes de que se las lleve el viento.
 
2. Cuarenta días estuvo Jesús en aquel desierto. Sus pies, entre piedras y arena, eran portadores de sus afanes por redimir la humanidad. La prisa del amor se traducía en entrega de oración filial y de donación sacrificial. La capacidad de insertarse en el diálogo con el Padre, se traducirá en capacidad de cercanía a nuestros problemas. Son los mismos pies de Belén, de Nazaret, del desierto y de la cruz. El caminar de Jesús tiene la lógica del amor. Nos busca y nos espera así. Son pura capacidad de encuentro con quienes le dejan entrar.
 
18. De camino para predicar
 
Iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena
Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas
mujeres... que les servían con sus bienes.   (Lc 8,1-3)
1. Son muchas las veces que el evangelio describe a Jesús de camino para ir sembrando la semilla de su mensaje (Lc 8,1; 4,43-44; Mt 4,23; Mc 1,14). Su vida se puede resumir así: "Jesús hizo y enseñó desde un principio" (Act 1,1); "pasó haciendo el bien" (Act 10,38). Se acercaba a todos. Llegaba a los pueblos más lejanos, olvidados y marginados. Sus pies se movían para anunciar en todas partes la paz, la "buena nueva". Pasaba "curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo" (Mt 4,23). No se trataba de moverse por moverse, sino de dedicar toda su existencia para acercarse, convivir y salvar a todos.
 
2. El caminar de Jesús por Palestina tenía siempre como meta la Pascua. Por esto se dirigía finalmente hacia Jerusalén, para dar su vida en sacrificio. Por donde pasaba, dejaba destellos de luz y de verdad, porque él es "la luz del mundo" (Jn 8,12). Se identificó con nuestros caminos, porque él mismo es "el camino" (Jn 14,6). Se prestaba al encuentro cuando se le buscaba de verdad. Pero su corazón le empujaba siempre a "otras ciudades" y a "otras ovejas", también a aquellas que ya no sabían buscar la verdad y el bien. Quien es "pan para la vida del mundo" (Jn 6,51), tiene que recorrer todos los caminos del mundo, para llegar a todos los corazones. Su camino todavía continúa hoy.
 
19. De paso
 
Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios». Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.
       (Jn 1,35-37; cfr. Mt 4,18)
 
1. Da la sensación de que Jesús no quiere molestar. Da a entender su presencia, pero sólo lo suficiente para que el quiera le encuentre y le siga. Quiere personas libres. Pasa ante a unos eventuales discípulos (Jn 1,36), junto al despacho de un cobrador de contribuciones (Mc 2,14), cerca de la casa de Zaqueo (Lc 19,1), junto a unos ciegos de Jericó (Mt 20,30)... En el fondo, es él quien tiene la iniciativa; por esto se deja entender por algún signo o por algún testigo y amigo. Y cuando las personas han dado un primer paso, tal vez indeciso y tembloroso, él estrecha la mano para que se haga realidad el encuentro. Al fin y al cabo, él es el más interesado; por esto pasa muy cerca...
 
2. El paso de Jesús es siempre sorpresa. A él le gusta ser así porque no espera nuestros méritos y derechos, sino que los trasciende. Pasa para hacer el bien, aunque éste no se merezca. No es indiferente a nuestras preocupaciones. Busca y espera una actitud de apertura, de autenticidad y de coherencia. Su paso es ya un examen, como preguntando si de verdad le buscamos a él o a sus dones. Sus pies, como los nuestros, nos indican que es posible seguirle poniendo nuestros pies en sus pisadas. Las huellas del paso de Jesús todavía no se han borrado.
 
 
20. Esperando
 
Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber».
      (Jn 4,6-7)
1. Jesús, cansado de un largo camino, se sentó sobre el brocal del pozo, esperando a la mujer samaritana. Su preocupación no estaba en el cansancio, sino más bien en aquella oveja perdida que tenía que encontrar a toda costa. No se imaginaba aquella pobre mujer la bondad y humildad de Jesús, el Mesías, cansando y sediento. Unos pies cansados y polvorientos de tanto buscar, no espantan a nadie. La voz y la mirada de Jesús, pidiendo humildemente de beber, llegan al corazón. Es que su sed y su cansancio son los nuestros, de tanto buscar sin encontrar.
 
2. Si Jesús no se escandalizó de los repetidos divorcios o separaciones de aquella mujer, es que vio alguna puerta abierta para el perdón. El fardo de unos pecados pesa mucho, pero se aligera dejándolo todo a sus pies cansados de Buen Pastor. Para eso ha venido él. Otros discutirán sobre lugares y tiempos para expresar su religiosidad. Jesús salva ayudando a dejar de lado las tonterías, para orar "en espíritu y en verdad" (Jn 6,23). Si llegamos a reconocer nuestra pobreza y a tener sed de verdad y de amor, las cuentas quedas saldadas sin déficit. Para eso viene Jesús a nuestros pozo de Sicar.
 
 
21. Llorar a sus pies
 
Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume... Jesús dijo: «te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor».
       (Lc 7,37-47) Lucas 7:47
 
1. Nosotros clasificamos y encasillamos a los demás para sentirnos dispensados del amor y del respeto a la persona. A los pies de Jesús, el Buen Pastor, pueden llegar todos sin distinción y sin sentirse clasificados en un escalafón artificial: la samaritana, la Magdalena, María de Betania, los aquejados de cualquier dolencia y miseria... Si sus pies habían entrado en la casa de un fariseo, como habían entrado también en la casa de un publicano, bien podían recibir las lágrimas de arrepentimiento de una pecadora pública. Al fin y al cabo, son los pies del Buen Pastor, que no se cansan de caminar por la historia, hasta que encuentra al hermano o hermana que se perdió. Cada uno, aunque sea un estropajo, es parte de su misma historia; ese estropajo le pertenece.
 
2. Jesús es sensible a nuestros detalles. La pecadora lloró a sus pies, los secó con sus cabellos, los besó y los ungió con ungüento perfumado. El amor vive de detalles: recuerdos, saludos, servicios, entrega. Para saber si uno "ama mucho" a Cristo, basta con saber si tiene tiempo o si toma el tiempo par estar con él. Los pecados desaparecen aceptando la mirada amorosa de Jesús. Sus pies siguen esperando, en cualquier parte donde nos encontremos, pero especialmente en los signos pobres de su palabra evangélica y en su eucaristía. Los sagrarios hablan de amistades y de olvidos. Jesús perdona y ama a todos. Todos le podemos amar mucho, porque a todos nos ha perdonado y nos sigue perdonando mucho.
 
 
22. Buscando la oveja perdida
 
¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido».      (Lc 15,4-6; cfr. Mt 18,12; Jn 10,3-4)
 
1. Desde la encarnación en el seno de María, Jesús está unido a cada ser humano para hacerlo hijo de Dios por participación en su misma filiación divina. Por esto, los pies de Jesús siguen buscando incesantemente. Una sola persona, para él, es irrepetible, como una parte de su corazón. Lo criticaron porque iba a buscar a los pecadores (Lc 15,1). Pero él "ha venido para busca y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10). Donde Jesús no puede entrar, a pesar de su ardiente deseo, es en un corazón que se cree santo y sano. Pero él sigue buscando a la oveja perdida, "hasta que la encuentra". Esta búsqueda, como su "agonía", seguirá mientras dure la historia humana.
 
2. La parábola de la oveja perdida la elaboró y contó el mismo Jesús, para indicarnos el amor a "los más pequeños" (Mt 18,12-14). Como analogía, se sirvió de la figura del Buen Pastor, que conoce amando, guía a buenos pastos, defiende y da la vida (Jn 10,3ss). Lo importante es que él se describe a sí mismo así. Cada detalle es una pincelada de su fisonomía, un latido de su corazón por cada una de "sus" ovejas: "tengo otras ovejas y conviene que yo las traiga a mí" (Jn 10,16). Todas sus palabras son recién salidas de su corazón. Busca siempre y espera, oteando el horizonte, se acerca con sus pies ya cansados a la oveja perdida, la toma cariñosamente con sus manos, la coloca sobre sus espaldas junto a su corazón. Y la fiesta que organiza, ya ha empezado, pero sólo será plena y definitiva en el más allá.
 
23. Los pies del buen samaritano
 
Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto... Un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le  llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: «Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva».
      (Lc 10,30-35)
 
1. Jesús se describió a sí mismo, como yendo "de camino", movido a "compasión" por todos. Las prisas no cuentan cuando se ama de verdad. El amor sabe encontrar y tomar su tiempo. Y tampoco cuentan los gastos que hay que hacer. No se da lo que sobra, sino que se comparte todo lo que uno tiene. La descripción de la parábola es detallada, porque es el modo peculiar de amar que tiene Jesús: venda las heridas y paga el hospedaje. Aquellas vendas y aquel ungüento son sus dones: los dones del Espíritu Santo, comunicados por medio de los sacramentos. El hospedaje es su mismo corazón presente en la eucaristía. El hace ademán de irse; pero es siempre el "voy y vuelvo" (Jn 14,28). Nos deja caminar solos, pero se queda a nuestro lado invisible, esperando otra ocasión de hacernos el bien.
 
2. Se describe a sí mismo para programarnos nuestra vida. Nosotros somos, ante él, como el hombre a quien despojaron y malhirieron los bandoleros. Pero con él somos también nosotros el buen samaritano, porque él se prolonga en nosotros: "haz tú lo mismo" (Lc 10,37). El haber experimentado la misericordia de Jesús, que va de camino, es una invitación a hacer con otros lo que Cristo ha hecho con nosotros: "como yo he tenido compasión de ti" (Mt 18,33); "amaos como yo os he amado" (Jn 13,34). Al sintonizar con las necesidades de los demás, descubriremos la cercanía del mismo Jesús, que sigue caminando junto a nosotros.
 
24. Sentarse junto a sus pies
 
Yendo de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».
      (Lc 10, 38-42)
 
1. Jesús pasaba con frecuencia por la casa de sus amigos de Betania: Lázaro, Marta y María. Era casi siempre yendo o viniendo de Jerusalén para celebrar la Pascua. Era muy buena la hospitalidad de esa familia, porque cada uno le recibía a su modo, para servirle compartiendo todo según las propias cualidades. Ninguno era más ni menos que el otro. María prefería estar sentada a los pies de Jesús para aprender a vivir su mensaje en un proceso de conversión y apertura al amor. De ahí sería fácil pasar al servicio y amor de los hermanos. Era un estar con humildad, tal vez apenada por su poco amor del pasado, sedienta de verdad, sedienta de Jesús. Esos pies del Maestro bueno reservan un lugar para cada uno.
 
2. Los pies de Jesús estaban también espiritualmente en la cocina, "entre los pucheros", como diría Santa Teresa. Pero la envidia cegó el corazón de Marta. Más tarde ya habrá cambiado, cuando la vemos sirviendo a Jesús sin envidias solapadas (Jn 12,2). Marta misma había sido una ayuda para su hermana María, cuando la muerte de Lázaro: "el Maestro está aquí y te llama" (Jn 11,28). María aprendió a escuchar a Jesús, postrada a sus pies, también en los momentos de dolor y de ausencia sensible: "cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto»" (Jn 11,32). Hay que aprender, como la Virgen Santísima, a "meditar en el corazón" las palabras de Jesús, también cuando parecen un misterio insondable (Lc 2,19.51).
 
25. Pies ungidos
 
Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume... «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque tendréis siempre pobres con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis».
       (Jn 12,2-3.7; cfr. Lc 7,38)
 
1. Aquellos pies ya los habían ungido la mujer pecadora (Lc 7,38). Ahora quien los unge es María de Betania, la que había aprendido a escuchar a Jesús también sentada a sus pies (Lc 10,39). La unción que describe el discípulo amado fue un derroche de "nardo precioso". El amor es así, y sólo parece excesivo a quien no entiende de amor. María quiso agradecer las visitas de Jesús y su perdón, ofreciéndole lo mejor, es decir, aquello que había ocupado hasta entonces su corazón. Con el ungüento, ofreció su corazón indiviso, ya libre para poder amar del todo y para siempre.
 
2. Jesús es siempre muy agradecido. Sus pies cansados necesitaban este alivio. Hubiera sido lo mismo lavárselos con agua de la fuente; pero ese ungüento tenía mucho significado, porque, sin saberlo, era el símbolo de un corazón que quería compartir la soledad de su sepulcro. El amor sincero intuye, es humildemente profético, marca una pauta para todos los  seguidores de Jesús. Cada uno encuentra los detalles apropiados para obsequiar al Señor que viene de camino. Sólo entonces se le sabe encontrar en los hermanos más pobres.
 
26. Los enfermos a sus pies
 
Y se le acercó mucha gente trayendo consigo cojos, lisiados, ciegos, mudos y otros muchos; los pusieron a sus pies, y él los curó.
         (Mt 15,30; cfr. Mc 3,10)
 
1. Los pies de Jesús sabían mucho de caminos, de muchedumbres hambrientas, de hogares necesitados y de personas sumergidas en el dolor. Su caminar era al unísono con el latir de su corazón: "tengo compasión" (Mt 15,32). Eran muchos los que querían acercarse y tocarle. Llevados por la confianza que inspiraban su mirada y sus palabras, le pusieron los enfermos a sus pies. Y Jesús les curó a todos. Era él quien, desde siempre, vivía en sintonía con su dolor. Más allá de la curación física, les comunicó la paz y el perdón (cfr. Mt 9,2). En realidad, cada persona que sufre es biografía de Jesús, es él mismo: "estuve enfermo y me vinisteis a ver" (Mt 25,36).
 
2. Nos dice el evangelio que "curó a todos" (Mt 4,24). Pero allí no estaban todos los que Jesús ya tenía en su corazón. La curación más profunda que comunica Jesús es la de asumir el dolor amando, siguiendo la voluntad del Padre, sintiéndose acompañado por Jesús y queriendo compartir y "completar" su misma pasión (cfr. Col 1,24). Esa curación trasciende la historia y prepara todo el ser para participar en la muerte y resurrección de Jesús. La paz que deja en el corazón vale más que la salud corporal. Y esa "curación" es la que construye la paz en la humanidad entera. Pero esa lógica evangélica sólo se aprende a los pies de Jesús; sólo él la puede enseñar, de corazón a corazón.
 
27. Buscando un fruto que no existe
 
Al día siguiente, saliendo ellos de Betania, sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella; acercándose a ella, no encontró  más que hojas; es que no era tiempo de higos. Entonces le dijo: «¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!» Y sus discípulos oían esto.
      (Mc 11,12-14; cfr. Lc 13,6-9)
 
1. El caminar de Jesús indica siempre cercanía a nuestra realidad concreta. Nos ama y nos examina de amor. Siembra buena semilla y espera el fruto de nuestra entrega. Su enseñanza es también por medio de signos y símbolos, como hablándonos por medio de los acontecimientos cotidianos. En su camino hacia Jerusalén, tenía hambre y se acercó a una higuera para pedir su fruto, no encontrando más que hojas de adorno. Y con un gesto suyo, secó a la higuera. El amor es exigente y sólo quien ama de verdad, puede hablar así. Si uno se cerrara definitivamente al amor de Cristo que pasa, transformaría su corazón en un absurdo, tal vez para siempre. Ese absurdo se lo va construyendo el mismo hombre, no Jesús (Mt 25,41).
 
2. Mientras queda un segundo de vida, ese momento le pertenece a Cristo. Siempre es posible abrirse a su venida. Basta con reconocer la propia pobreza, como el publicano y el hijo pródigo. La misericordia de Jesús no se resiste a la oración: "el que amas está enfermo" (Jn 11,3); "si quieres, puedes curarme" (Lc 5,12). Jesús contó la parábola de la higuera estéril (Lc 13,6-9); ante el riesgo y amenaza de cortarla, él mismo (el viñador) se ofrece a cuidarla mejor, para que dé fruto a su tiempo. Se ha convertido en nuestro consorte, responsable y protagonista.
 
 
28. Se fue
 
Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.
        (Lc 4,28-30; cfr. Jn 6,15; 10,39; 11,54; 12,36)
 
1. Aquellos pies que, durante casi treinta años, anduvieron amigablemente por las calles de Nazaret, se alejaron un día para no volver más. Sería un desgajarse de algo muy querido, lleno de recuerdos compartidos con María y José. Jesús seguirá amando a los nazaretanos como antes, hasta dar la vida por ellos. Otras veces hizo Jesús un gesto semejante: cuando se marchó para que no le confundieran con el leader de un partido (Jn 6,15), cuando se refugió en Efrem porque habían decidido su muerte (Jn 11,54) y en otras ocasiones parecidas (Jn 10,39; 12,36). Se va de la vista, pero se queda invisiblemente con quienes siguen siendo parte de su misma biografía.
 
2. Parece inconcebible que tenga que marcharse, como si su caminar fuera un ensayo constante, llamando a la puerta del corazón. Si su caminar hacia nosotros es porque nos ama hasta dar la vida, ¿cómo es posible el rechazo de un amor tan grande? Las huellas de su caminar han quedado impresas en el nuestro. El rechazo sólo es posible cuando el corazón se ha cerrado en su propio interés egoísta: "amaron más la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (Jn 12,43). Se fue de su Nazaret, de su Cafarnaún, de su Jerusalén, en busca de corazones capaces de amar.
 
 
 
 
29. Peregrino y sin hogar
 
«Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme... En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis».  (Mt 25,35-40)
 
1. Jesús siempre encontró algún rincón pobre en que cobijarse. En Belén fue una gruta de pastores. En los días anteriores a la pasión fue la casa de sus amigos de Betania o el huerto de Getsemaní. Son siempre muchos los que le quieren de verdad y le ofrecen compartir todo lo que tienen, aunque sea lo poco de que disponen. A él le interesaba la amistad, no la casa material. En un viaje por Samaría no le quisieron hospedar (Lc 9,53). Pero él sabía comprender y esperar a otra ocasión; al fin y al cabo, ningún corazón puede ser feliz si no está él.
 
2. Lo que más le duele a Jesús es cuando cerramos la puerta a un hermano suyo y nuestro. Porque él se identifica con todo el que sufre y pasa necesidad: "a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). Le hospedamos o le cerramos la puerta cuando hacemos así con un hermano. Jesús pasa de camino, hambriento, sediento, peregrino, enfermo, en cualquier hermano que necesita de nosotros. Porque el hermano que pasa necesidad, ya sólo es hermano en Cristo, por encima de raza, lengua y nación. El mundo sería una familia si supiéramos ver a Jesús en todos. El encuentro definitivo con él se ensaya en la escucha, la amabilidad, la cooperación y la hospitalidad. Sus huellas se identifican con las de todo ser humano que pasa a nuestro lado.
 
 
30. De camino hacia la Pascua
 
Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que le  seguían tenían miedo. Tomó otra vez a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le  condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará».
      (Mc 10,32-34; cfr. Lc 9,51; 18,31; Mt 20,7).
 
1. Jesús orientó toda su vida hacia "su hora", es decir, hacia su muerte y resurrección. Era su "Pascua" o "paso hacia el Padre, con cada uno de nosotros, para salvarnos a todos. En este camino le acompañaban sus discípulos, algo rezagados, casi sin comprender nada. Jesús caminaba con la prisa de un enamorado que va a bodas. Ese paso apresurado sólo lo comprenden los que entiende de amor. No va a prisa para hacer algo ni para escapar, sino para ser donación. Por esto, sabe detenerse, sin prisas, para escuchar a un corazón que se siente pobre y necesitado. Quien camina aprisa hacia la donación, encuentra tiempo para todo y para todos.
 
2. Los pies de Jesús son pies de amigo, que acompañan y alegran nuestro caminar. Sabe buscar y esperar, pero, sobre todo, sabe compartir. A sus amigos les pidió seguirle dejándolo todo por él (Mt 4,19ss). Es que para caminar a su paso, es necesario liberarse de fardos inútiles. Su caminar de Pascua es como de quien va a bodas. Los "amigos del esposo" (Mt 9,15) tienen que aprender a caminar como él. Seguirle "de lejos" no lleva a buenos resultados (Mt 26,58). Es mejor decidirse a compartir su misma suerte: "vayamos y muramos con él" (Jn 11,16).
 
31. Pies crucificados
 
El, cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio.
       (Jn 19,17-18)
 
1. La cruz la llevó él mismo. Sus pies no se detuvieron ante dolor. El camino sería arduo, como un resumen más de toda su vida. Fueron las últimas pisadas de su vida terrena, con el peso de todas nuestras vidas en la suya. Amó así, "hasta el extremo" (Jn 13,1). Alguien, el Cireneo, le ayudó con el madero o con el palo transversal de la cruz; pero el camino cuesta arriba lo tenía que pisar él, para abrir nuevos caminos. Eran pisadas ensangrentadas, polvorientas, temblorosas; pero decididas a llegar al momento culminante de su donación final. Esas huellas y pisadas han quedado grabadas en la historia, imborrables para siempre.
 
2. Sus pies, que habían camino por amor, quedaron clavados en el madero. Fue sólo por unas horas. Después, ya resucitado, quedaron definitivamente libres, para seguir caminando a nuestro lado. En ellos han quedado las llagas abiertas y gloriosas para siempre. Es la señal imborrable de un amor que no pasa. Aquellos pies los vieron y abrazaron su Madre, Juan, la Magdalena, las piadosas mujeres, José de Arimatea, Nicodemo... Pero nos esperan a todos. Crucifijos los han en todos los rincones de la tierra; allí esperan sus pies clavados y libres. Hay audiencia para todos, sin horarios y sin prisas. En sus pies ha quedado escrito todo el evangelio.
 
 
32. Pies gloriosos
 
«Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies.     (Lc 24,39-40)
 
1. Los pies gloriosos de Jesús los pidieron ver los apóstoles. Y los abrazaron la Magdalena y las piadosas mujeres (Jn 20,16; Mt 28,9). Son los mismos de Belén, de Nazaret, de los caminos polvorientos de Palestina y del Calvario. Pero ahora ya pueden acompañar simultáneamente a todos los caminantes de la tierra. Son pies que siguen caminando, abriendo caminos y sembrando esperanza. No hay nadie en el mundo que no tenga en su vida las huellas de Jesús resucitado. El problema consiste en enterarse y aceptar su compañía.
2. Cuando parece que se oye el ruido de sus pasos y se siente su cercanía, se acaban las tristezas anteriores. Pero esos favores no son mayor gracia que la vida de fe. Es verdad que Jesús deja sentir su presencia en momentos especiales. Siempre hay momentos en que podemos decir como Juan: "es el Señor" (Jn 21,7). Unos momentos antes, parecía ausente. Y unos momentos después, habrá que caminar de nuevo en fe oscura. El deja la convicción honda de que nos habla más al corazón y de que está más cercano, cuando nos parece que se fue. Si sus pies gloriosos siguen llagados, es que en ellos se está escribiendo nuestra propia vida al unísono con la suya. Jesús se hará presente de nuevo, en el momento en que volvamos a quedar desorientados y solos en el caminar de la vida. La sorpresa de esta experiencia es iniciativa suya.
 
 
33. En nuestro camino de Emaús
 
Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos.
       (Lc 24,13-15)
 
1. El Señor se acercó visiblemente, pero no descubrieron que era él. Estaba ya con ellos de modo invisible, porque si hablaban de él y tenían vivo su recuerdo, es que estaba él "en medio de ellos" (Mt 18,20). Ellos se fueron del Cenáculo, tal vez como escapando de una pesadilla: "algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado,... fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no  le vieron" (Lc 24,22-24). Lo importante es que Jesús quería hacer sentir su presencia. Para ello era necesario que se lavaran los ojos echando fuera del corazón todos los estorbos. Las palabras de Jesús eran como el aceite del buen samaritano. Aunque hizo ademán de pasar adelante, se quedó porque le invitaron a quedarse.
 
2. Lo reconocieron al partir el pan; pero enseguida desapareció. En su nueva "ausencia" descubrieron que él está presente por un movimiento del corazón: "¿no estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino  y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24,32). Al Señor se le reencuentra cuando nos hacemos pan partido para los hermanos. Esta actitud de donación a los demás, deja una huella permanente de paz en el corazón. Es señal de su presencia. Los dos de Emaús se volvieron al Cenáculo. A Jesús sólo se le encuentra esperándonos en nuestra propia realidad. Cuando se huye de la realidad, es difícil encontrarle. Su misericordia deja siempre huellas que son otras tantas llamadas para encontrarle de nuevo, aquí y ahora.
 
 
 
 
 
 
 
 
Síntesis para compartir
 
* Los pies de Jesús crucificado y resucitado, presente en nuestra vida:
- van de paso,- esperan pacientemente,
- buscan con perseverancia,
- acompañan amigablemente.
* Aprender a estar sentados a sus pies:
- escuchando, - llorando, - deseando,
- ofreciéndole lo mejor de nuestra vida,
- sin prisas en el corazón.
* Pies llagados y glorificados:
- nos pertenecen, 
- cargaron con el polvo de nuestro caminar,
- quedaron llagados para siempre,
- comparten con nosotros el camino de Pascua,
- son pies de resucitado que contagian la paz.
* ¿En qué momentos de mi vida he sentido más cerca las pisadas de Jesús? ¿Podría compartir esta experiencia con otros y aceptar la suya con fe sencilla? ¿Cómo descubrir las huellas de Jesús en el camino de los hermanos que no le conocen?
 
III
 
EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS MANOS
 
 
Presentación.
 
Las manos que Jesús mostró el día de su resurrección son expresión de todo el evangelio. En ellas quedaron grabadas para siempre las huellas de los clavos, pero también todos los gestos con que manifestaba su amor. Son manos que sanaron y, también hoy, continúan sanando, como siguen bendiciendo, acariciando, alentando, enseñando.
 
Sus gestos eran sintonía de sus pies que buscaban, esperaban, acompañaban, porque el cuerpo entero de Jesús es armonía y sintonía con nosotros. En esos gestos se intuyen los latidos de su corazón. Ahí no hay magia, sino amor eterno y sintonía con nuestra historia. Si son capaces de calmar tempestades y de resucitar muertos, es porque todo su ser se hace "pan de vida" (Jn 6,48).
 
Al partir el pan con sus manos (Mt 14,19), también ahora en su eucaristía, quiere indicar que se nos da él personalmente todo entero. Porque su "cuerpo" es él, en su expresión externa, así como su "sangre" es él mismo en su vida profunda donada por nosotros. De sus manos, crucificadas y gloriosas, y de su corazón, brota el agua viva de su Espíritu. Ellas son portadoras de su palabra de "espíritu y vida" (Jn 6,64). Si pongo mis manos vacías en las suyas, los hermanos verán sus manos en las mías. El creador quiere poner sus manos en las nuestras para una nueva creación.
 
34. Manos de trabajador
 
¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus parientes Santiago, José, Simón y Judas?
       (Mt 13,55; cfr. Mc 6,3; Jn 1,45)
 
1. Jesús creció en Nazaret, ayudando en los trabajos a San José. Le llamaban así: "el carpintero" (Mc 6,3) o también "el hijo del carpintero" (Mt 13,55). Para identificarlo bastaba con decir: "el hijo de José, de Nazaret" (Jn 1,45; 6,42; Lc 4,2). Ello era equivalente a decir que "su madre era María" (Mt 13,55). En el seno de la familia de Nazaret, Jesús "creció en edad, sabiduría y gracia, ante Dios y ante los hombres" (Lc 2,52; cfr. 2,40). En los gestos de sus manos podía adivinarse el trabajo y la convivencia de treinta años. Hoy sigue juntando sus manos con las nuestras.
 
2. A partir de las parábolas y analogías de Jesús, podemos descubrir que vivió, desde dentro, el trabajo de quien construye casas, puertas, yugos, y de quien siembra, siega, cuida viñedos y guarda ganados. Sus enseñanzas se presentaban siempre acompañadas de mil detalles de la vida de un trabajador. En sus manos se podían ver las señales del "faber" o del jornalero que se alquilaba para cualquier servicio. "Hizo y enseñó" (Act 1,1). Para él, no existían trabajos humillantes, porque lo que dignifica el trabajo es el amor de donación. Así demostró que "el primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo como sujeto" (LE 6). Nuestras manos, puestas en las suyas, colaboran en la nueva creación. Los premios humanos sirven de poco. No existe otro premio mejor que el de su amor.
 
 
35. Manos que sanan
 
En esto, un leproso se acercó y se postró ante él, diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme». El extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra.
        (Mt 8,2-3; cfr. Mt 1,41; Lc 4,40; 5,13)
 
1. Son las mismas manos que acarició y lavó María; las mismas que ayudaron en el trabajo duro de San José. Frecuentemente Jesús imponía las manos (Lc 4,40) o también ungía a los enfermos (Mc 6,13). Con ellas sanó a multitudes de ciegos, leprosos, paralíticos, sordomudos... Son las manos del Buen Pastor, que cargó sobre sus hombros a la oveja perdida (Lc 15,5). Son las mismas manos divinas que modelaron cariñosamente nuestro barro quebradizo, porque Dios es especialista en barro (Eccli 33,13; Rom 9,21). Y si la vasija se quiebra, él la sabe rehacer. Siempre deja entender que él puede hacer maravillas por medio de un instrumento débil y enfermizo.
 
2. Las muchedumbres de enfermos (Lc 4,40), el leproso (Mt 8,3), la suegra de Pedro (Mt 8,15), los ciegos (Mc 8,22-25; Jn 9,6), el sordomudo (Mc 7,33), la mujer encorvada (Lc 13,13) y tantos otros, recordarían aquellas manos que sanaban, daban nueva vida, devolvían la vista y el habla. Tal vez el recuerdo se esfumó cuando las vieron clavadas en el madero o cuando llegó una nueva enfermedad incurable, y no supieron dejarse sanar el corazón. Porque las manos de Jesús siempre sanan, o el corazón y o el cuerpo. La mejor curación es la de hacernos disponibles para compartir su misma suerte de peregrino hacia el Padre.
 
 
36. Manos que devuelven a la vida
 
Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores». Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: «Joven, a ti te digo: Levántate». El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se lo dio a su madre.
          (Lc 7,12-15; cfr. Mc 5,41)
1. La fe cristiana se basa en la resurrección de Jesús. Nosotros, por la fe, ya le hemos encontrado resucitado y presente en nuestra vida. Nos ha dejado signos de esta presencia en momentos especiales. Todos recordamos alguna frase evangélica que nos cautivó, una llamada al corazón, un acontecimiento sencillo e inexplicable, una luz esperanzadora... Era él en persona, no una idea sobre él. Es que Jesús es capaz de reavivar lo que estaba adormecido o agonizando en nuestro corazón. Resucitó a la hija de Jairo, al hijo de la viuda de Naím y a Lázaro, para indicar que también es capaz de crear en nosotros "un corazón nuevo" (Ez 11,19).
 
2. Jesús, con su mano, tomó la mano de la niña difunta y le dirigió su palabra: "niña, levántate" (Mc 5,41). Y con la misma mano tocó el féretro del joven muerto, dirigiéndole un mandato apremiante: "joven, yo te lo digo, levántate" (Lc 7,14). El mismo, con sus manos y sus palabras, transmite el mensaje de "un nuevo nacimiento" (Jn 3,3). Cada una de sus palabras es un toque al corazón y una llamada por nuestro propio nombre, que sólo él conoce y sabe decir de verdad. Cuando uno se siente "tocado" por Jesús, ya no hace de él un simple recuerdo, sino "alguien" de quien no se puede prescindir: "mi vida en Cristo" (Fil 1,21).
 
37. Manos que fortalecen
 
Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!». Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». Subieron a la barca y amainó el viento.
      (Mt 14,29-32)
 
1. Pero se fió de sí mismo y, como consecuencia, comenzó a dudar de la presencia de Jesús. Todo se hunde bajo los pies cuando uno no piensa, siente y ama como Jesús. Pedro tenía experiencia de la pesca milagrosa y de la multiplicación de los panes. Ahí no habían valido las fuerzas y medios humanos, aunque Jesús quiso la colaboración y aportación de la propia realidad pobre. Pero el oleaje del mar y de la prueba hizo olvidar la lógica evangélica. Es la lógica que Jesús describiría para los suyos: "sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Entonces, sabremos decir como Pablo: "todo lo puedo en aquel que me da la fuerza" (Fil 4,13); "porque cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2Cor 12,10).
 
2. La bondad misericordiosa de Jesús no tiene límites. Sólo necesita que reconozcamos nuestra realidad limitada y que pongamos en él una ilimitada confianza. El Señor "extendió la mano" para salvar a Pedro. En la pasión, le miraría con amor para sacarle de otro atolladero peor (Lc 22,61). No hay que esperar a aprender esta lección a través de la experiencia del pecado, puesto que nos debería bastar la experiencia de la propia debilidad y el recuerdo de las faltas del pasado. De todos modos, lo que aparece con toda claridad es que Jesús nunca abandona a sus amigos.
 
38. Manos que calman la tempestad
 
Mientras ellos navegaban, se durmió. Se abatió sobre el lago una borrasca; se inundaba la barca y estaban en peligro. Entonces, acercándose, le despertaron, diciendo: «¡Maestro, Maestro, que perecemos!». El, habiéndose despertado, increpó al viento y al oleaje, que amainaron, y sobrevino la bonanza.
      (Lc 8,23-24)
1. Con su palabra y con sus gestos, Jesús redujo a silencio una fuerte tempestad que parecía iba a hundir la barca. Los apóstoles tenían sus razones humanas para temer, porque Jesús dormía de verdad. Los gestos de Jesús ofreciendo un mensaje o una solución, siempre esperan nuestra colaboración confiada en él. Salva él, pero quiere tomar nuestras manos en la suyas. Cuando nuestra lógica está de parte de la lógica humana, sin atender a su lógica evangélica, entonces nos hace experimentar nuestra impotencia. La historia se repite cada día, con circunstancias nuevas. Jesús, protagonista de la historia, caminando con nosotros, examina nuestra fe, esperanza y caridad.
 
2. La iniciativa de ir hacia adelante es suya. Si nos quedáramos atrás, las tempestades serían mayores o incluso podrían convertirse en una derrota definitiva. Pero es él quien da la orden de "pasar a la otra orilla" (Mc 4,35). Es como cuando ordenó "echar de nuevo las redes", después de un fracaso (cfr. Lc 5,4). Quedarse en los propios esquemas significaría aniquilarse. Avanzar confiados en nosotros, equivaldría a un fracaso seguro. La solución la señala el mismo evangelio: "en tu nombre echaré las redes" (Lc 5,5). Cuando Jesús propone el seguimiento evangélico, con una lista de exigencias, él mismo nos indica la viabilidad: "por mi nombre" (Mt 19,29), es decir, confiados y apoyados en él.
 
 
39. Manos que bendicen y acarician
 
Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él». Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.
        (Mc 10,13-16; cfr. Mt 19, 13-15; Lc 18,15)
 
1. Los débiles y los niños son siempre los predilectos del Señor. Era una escena singular aquella de ver a Jesús bendecir, acariciar y abrazar a los pequeños. Los mayores nos hemos fabricado enredos sofisticados y nos hemos construido autodefensas para sentirnos dispensados de la entrega. Jesús defendió a los niños, no por los defectos, sino por la inocencia, la transparencia y la receptividad. Era también un modo de agradecer a las madres los grandes sacrificios que hacían por la educación de sus hijos. Jesús buscaba corazones que quisieran estrenar o reestrenar la vida a modo de "infancia espiritual", sin condicionamientos ni cálculos rastreros.
 
2. En cierta ocasión, Jesús puso un niño en medio de los discípulos, para responder plásticamente a la pregunta sobre quién era el mayor en el reino de los cielos (Mt 18,1ss). Si Jesús abrazaba a los niños por su candor y debilidad, ahí estaba la respuesta que habían pedido. Por esto, el Señor acentuó la importancia de hacerse pequeño, es decir, la actitud humilde que se expresa con agradecimiento, admiración y servicio. Las mismas manos de Jesús que acariciaron y abrazaron a los niños, también supieron lavar los pies a los apóstoles, para poder decirles: "os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13,15). El amor es el único baremo para medir el valor de nuestras obras, grandes o pequeñas.
 
 
40. Manos que siembra y enseñan
 
Salió un sembrador a sembrar su simiente; y al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino, fue pisada, y las  aves del cielo se la comieron; otra cayó sobre piedra, y después de brotar, se secó, por no tener humedad; otra cayó en medio de abrojos, y creciendo con ella los abrojos, la ahogaron. Y otra cayó en tierra buena, y creciendo dio fruto centuplicado... La parábola quiere decir esto: La simiente es la Palabra de Dios.
       (Lc 8,5-11; cfr. Mt 13,4; Mc 4,3)
 
1. Las manos de Jesús sembraron con abundancia la buena semilla de su palabra y de su testimonio. El conocía por experiencia qué es arar, sembrar, esperar, segar y trillar. Y conocía también los campos baldíos y los de tierra fértil. Por esto, sabía vivir la sorpresa de la siembra a manos llenas, como quien regala lo mejor de sí mismo: su persona como Palabra de Dios. Esta semilla entró primero en el seno de María y fructificó a la perfección (Lc 8,21). Las "semillas del Verbo" ya se encuentran en todos los corazones y culturas, esperando germinar en la fe cristiana.
 
2. Para Jesús, enseñar era como sembrar: a la orilla del mar desde una barca (Lc 5,3), sentado sobre la ladera del monte (Mt 5,1) y pasando por las aldeas de Palestina (Mt 4,23). Sembraba la palabra sin descanso. El mismo era la Palabra personal del Padre: "éste es mi Hijo amado..., escuchadle" (Mt 17,5). Todo creyente en Cristo va adquiriendo una fisonomía y un corazón moldeado por esta palabra: "la palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente" (Col 3,16). Aquellas manos de Jesús siguen sembrando, sin medida, a la sorpresa de Dios.
 
41. Manos que lavan los pies de sus discípulos
 
Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.
      (Jn 13,5)
 
1. Debido a los caminos polvorientos, era costumbre lavar los pies a los amigos cuando llegaban de viaje. Por lo común, esa tarea se confiaba a los siervos. Con sus mismas manos y arrodillado, quiso Jesús lavó los pies a sus amigos y discípulos. El motivo fue una contienda originada entre los suyos, sobre "quién era el más importante" (Lc 22,24). Jesús quiso evidenciar el camino evangélico de servir humildemente como él había hecho siempre. Con este gesto humilde de amigo y servidor de todos, quiso derrumbar nuestros castillos de arena. El gesto es impresionante, porque las ambiciones del corazón suelen camuflarse de gloria de Dios y de autorealización de la persona.
 
2. Las manos de Jesús saben deshacer nuestros nudos y enredos, si le dejamos actuar libremente. No sólo lavaron los pies, sino que también los secaron amorosamente con la toalla que él mismo se había ceñido a la cintura. Son manos acostumbradas a todo, cuando se trata de servir. No tienen complejos, porque reflejan el amor de quien "está en medio para servir" (Lc 22,27). El espíritu de familia, creado por Jesús entre los suyos, no es muy frecuente, pero es el signo de su presencia (Mt 18,20). Cuando hay manos que sirven, es que está él. Otras categorías y clasificaciones no sirven gran cosa, porque son caducas. Los adornos y los títulos innecesarios se caen por su peso, para dejar paso sólo al amor.
 
42. Manos que parten el pan
 
Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío».
(Lc 22,19; cfr. Mt 14,19; 26,26; Mc 14,22; Jn 6,11)
 
1. Vivir es compartir. Las manos de Jesús partieron el pan en la multiplicación de los panes y de los peces ((Mt 14,19), en la institución de la Eucaristía (Lc 22,19) y en Emaús (Lc 24,30). Era su gesto habitual, por el que sus discípulos le podía reconocer (Jn 21,13; Lc 24,43). Quien comparte el pan, comparte la vida. Jesús se nos dio como "pan de vida", para que pudiéramos "vivir de su misma vida" (Jn 6,57). Pan partido es su vida gastada en acercarse, escuchar, sanar, perdonar, salvar. Todo lo suyo es nuestro. Pero este amor reclama nuestro compartir con él y con los hermanos.
 
2. Las manos se mueven al compás del corazón. El obrar o "hacer", si es auténtico, expresa el "ser" más profundo. Entonces es un hacer sencillo, de gestos humildes de fraternidad. Si el "ser" humano vale por lo que es, esta realidad tiene que expresarse en el "hacer" de compartir. No es el hacer de relumbrón ni de grandes cosas, sino el quehacer de todos los días, para compartir con los hermanos los dones recibidos y la misma vida. Porque "crece la caridad al ser comunicada" (Santa Teresa). Si la vida humana fuera sólo gestos de un compartir fraterno, habría comenzado ya el cielo en la tierra.
 
43. Manos atadas
 
Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y le llevaron primero a casa de Anás. (Jn 18,12-13; cfr. Lc 22,54)
 
1. Lo ataron fuertemente, según el consejo de Judas (Mt 26,48). Jesús había vivido siempre en la libertad, que consiste en la verdad de la donación. Atarle por fuera, era inútil, porque él no se pertenecía a sí mismo. Pero asumió esta realidad externa, como tantas otras, porque era un signo de la voluntad del Padre. Nadie le quitaba la vida, porque era él quien la daba por propia iniciativa (Jn 10,18). Siempre vivió "ocupado en las cosas del Padre" (Lc 2,49). Ya no importa saber si le ataron con cuerdas o con cadenas; simplemente, se dejó atar por amor.
 
2. El amor descubre que es lo mismo seguir la brisa y la luz, que ser arrastrado de mala manera por unos esbirros. Lo que le movía era sólo la libertad del amor. Con sus manos atadas o libres, siempre podía hacer lo mejor: darse. Con esas manos se presentó ante los tribunales del sanedrín y de Pilato. Así se pudieron mofar de él a mansalva, durante la noche en el calabozo o durante la coronación de espinas. Si estaban dispuestas a ser clavadas en la cruz, ya daba lo mismo estar atadas o libres al viento; siempre eran libres para servir. Pablo, "prisionero por Cristo" (Ef 3,1), experimentó que "la palabra de Dios no está encadenada" (2Tim 2,9).
 
44. Manos que cargan la cruz
 
Tomaron, pues, a Jesús, y él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota.(Jn 19,16-17)
1. En sus manos se fueron reflejando los diversos momentos del camino del Calvario: decisión, debilidad, impotencia, bendición, disponibilidad, desnudez... Pero el primer momento marcó la pauta: tomó él mismo el madero, con decisión inquebrantable. Son las mismas manos que trabajaron, sanaron, bendijeron, acariciaron, alentaron... Pero ahora tomaban la cruz que nadie quería cargar. Era nuestra cruz y la tomó como suya. La cargó sobre sus hombros como a la oveja perdida y reencontrada. En aquellas manos, que agarraban con decisión el madero, estaba escrito todo el evangelio, y, por tanto, nuestra biografía con la suya.
 
2. A la cruz la huyen todos, menos el que ama. La cruz de Jesús ya había servido para otros, que tal vez fueron al cadalso sin esperanza. Al final de la genealogía aportada por los evangelistas, como resumen de la historia humana, allí está Jesús, haciendo de esa historia su misma vida: "Jacob engendró a José, esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo" (Mt 1,16). Las manos de Jesús tenían de cargar con aquella historia de gracia y de pecado, que apuntaba hacia la Inmaculada y la llena de gracia, figura de la Iglesia, fruto de la pasión. Jesús sintió en sus manos la cercanía cariñosa de las manos de María y de tantas manos que, como ella y con ella, quieren aligerar su cruz.
 
 
45. Manos clavadas en la cruz
 
Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la  izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». Se repartieron sus vestidos, echando a suertes.
         (Lc 23,33-34; cfr. Mt 27,35; Mc 15,20; Jn 19,18)
 
1. Humanamente hablando, allí había acabado todo, como un enorme fracaso y absurdo. Pero el amor tiene otra lógica y sigue otros rumbos, porque "el amor nunca muere" (1Cor 13,8). Las manos quedaron hendidas y clavadas, más fecundas que nunca. Así como su cuerpo desnudo indica que se daba él mismo, así también sus manos fijas en el madero y traspasadas indican la máxima expresión del amor. Los poderes y las ambiciones de este mundo son capaces de crucificar a Cristo, pero nunca podrán impedir el amor que transforma la humanidad desde sus raíces.
 
2. Las manos de Jesús ya no necesitan ungir, porque ellas mismas son unción que traspasa el tiempo y el espacio. Ya no necesitan imponerse sobre la frente de los enfermos y pecadores, porque ellas mismas son perdón que se ofrece a cuantos las miran con fe, confianza y arrepentimiento. Los enfermos, los pecadores y los pequeños ya pueden, con una sola mirada, acercar esas manos a la propia frente, mejillas y corazón. María, su Madre y nuestra, "estuvo de pie" (Jn 19,25) ante esas manos clavadas, para poner ahí las suyas de "consorte" y "mujer", y compartir con él la misma "espada" (Lc 2,35). En ellas hay sitio y predilección para todos.
 
 
46. Manos gloriosas de resucitado
 
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.
     (Jn 20,19-20; cfr. Lc 24,39)
1. Así quedaron sus manos para siempre: con las cicatrices de la crucifixión y con las huellas de un evangelio vivo. Y Jesús las mostró así a sus amigos, invitándolos a "tocarlas" (Lc 24,39; Jn 20,27). Esas manos que comunicaron perdón y sanación, ahora ya pueden comunicar el Espíritu Santo (Jn 20,22). Con ellas y por nosotros, trabajaron y acompañaron sus palabras. No están gastadas ni maltrechas, sino maduras para llegar a todos con sus bienes de salvación. Por la fe, hay que aprender a mirarlas y besarlas, porque son parte de nuestra historia.
2. Son manos que siembran la paz y el perdón. Nos dan mucho más de lo que nosotros creemos experimentar. Jesús invita a poner nuestras manos en las suyas, para que las nuestras ya no queden vacías. Ya pueden entrar en nuestra vida, sin sentirnos humillados, porque fortalecen nuestra debilidad sin quitarnos la responsabilidad e iniciativa. Son manos que transforman las nuestras en prolongación suya. Por esas manos, nuestra vida se hace misión.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Síntesis para compartir
 
* Las manos de Jesús son un resumen vivo de su evangelio:
- sanan,- fortalecen y ayudan,
- comunican nueva vida,
- abrazan y acarician,
- enseñan e iluminan,
- comparten todo con nosotros.
 
* En ellas quedaron las huellas:
- del trabajo,- del sufrimiento,
- del servicio,- de los clavos,
- del resplandor de su resurrección.
 
* Esas manos nos acompañan:
- sembrando paz y perdón,
- invitándonos a contemplarlas,
- tomando nuestras manos en las suyas,
- llamándonos a prolongarlas.
 
* ¿Qué mensaje del evangelio encuentro más claro en las manos de Jesús? ¿Qué podría compartir con los demás? ¿Adivino las huellas de las manos de Jesús en la vida de los hermanos? ¿Qué necesitaría preguntar a los demás para comprender mejor el evangelio escrito en las manos de Jesús?
 
IV
 
EL EVANGELIO ESCRITO EN SU CORAZON
 
 
Presentación
 
Jesús mostró a los apóstoles y discípulos la llaga de su costado (Jn 20,20) e invitó a Tomás a poner su mano en ella. Ahí dentro, en su corazón, quedó escrito y escondido todo su evangelio. Es él mismo quien invita a entrar y a vivir en sintonía con sus vivencias: "permaneced en mí... permaneced en mi amor" (Jn 15,4.9). Nadie queda excluido.
 
Entrar en el corazón de Jesús equivale a quedarse en él en silencio, sin saber qué decir, admirando, sin prisas psicológicas. Ningún espacio de tiempo y de nuestras prisas vale tanto como un momento de vivir ahí dentro, relacionándose de corazón a corazón. Ahí es donde a Jesús se le descubre "lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14), porque ahí está "el trono de la gracia" (Heb 4,16), la fuente de vida y de santidad, fuente de vida nueva.
 
Así se llega a "conocer la caridad de Cristo que supera toda ciencia" (Ef 3,19). El y sus amigos se funden en una misma vida. "Un mismo sentimiento tienen los dos", diría San Juan de la Cruz. Entonces se aprende por experiencia la urgencia del amor: "la caridad de Cristo me apremia" (2Cor 5,14). Ya sólo se quiere "vivir para aquel que murió por todos" (2Cor 5,15). Quien entre de verdad una sola vez, ya no puede prescindir más de Jesús. Pero hay que seguir entrando cada día, porque el amor es siempre nuevo. Se entra más adentro cuando la fe es más oscura: nos basta él, su presencia, su amor. El es siempre sorprendente, más allá de nuestro pensar, sentir y poder.
 
 
 
47. Corazón manso y humilde
 
«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
      (Mt 11,28-30)
 
1. Así era el corazón del Señor: unificado, sin dispersión de fuerzas, orientado sólo hacia el amor. La mansedumbre de sus sentimientos se traducía en transformar las dificultades en donación, sin agresividad y sin desánimo. La humildad llegaba hasta el "anonadamiento" de sí mismo, para hacerse siervo de todos (Fil 2,7). En ese corazón cabemos todos; cada uno tiene reservado un lugar de privilegio, a condición de reconocer la propia pequeñez, limitación y miseria. Ese corazón sigue abierto, llamando e invitando a todos.
 
2. Desde el día de la encarnación, en el seno de María, el corazón de Jesús se resume en un "sí, Padre" (Mt 11,26). Es como una mirada que refleja toda su vida: mirada al Padre en el amor del Espíritu Santo, para preocuparse de sus planes salvíficos; mirada a todos sus hermanos, para identificarse con ellos asumiendo la historia como propia; mirada a sí mismo, para orientar todo su ser hacia la donación total. En ese corazón está escrita toda nuestra historia como parte de la suya. Gracias a él, entramos en los planes de Dios por la puerta ancha, como en casa propia.
 
48. Corazón compasivo
 
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino».
       (Mt 15,32)
 
1. Muchas otras veces manifestó Jesús su compasión por los que sufren: ante una muchedumbre (Mt 14,14), un leproso (Mc 1,41), unos ciegos (Mt 20,34), una viuda en el entierro de su hijo único (Lc 7,13), un endemoniado ya curado (Mc 5,19)... En su corazón encontraba acogida toda clase de miserias. Para él, la compasión consistía en sintonía de afecto, de escucha y de solidaridad efectiva. En cada uno de los enfermos, hambrientos o pecadores, veía a todos los demás de la historia humana. El había venido para compartir vivencialmente los problemas de todos y para darles solución definitiva.
 
2. El hecho de expresar en primera persona sus sentimientos de compasión, era como una escuela para sus discípulos. Estos estaban llamados a experimentar y anunciar la compasión y misericordia de Jesús. El Señor se describe a sí mismo al narrar la compasión del padre del hijo pródigo (Lc 15,20) y del buen samaritano (Lc 10,33). Es el amor tierno de una madre (la "misericordia" divina), que, sin dejar de querer lo mejor para su hijo, sabe comprender, esperar y acoger. No se trata sólo de sentimientos, sino de compromisos verdaderos, compartiendo la historia de cada uno.
 
 
49. Admiración
 
Dijo el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado  quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: "Vete", y va; y a otro:  "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace». Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande».      (Mt 8,8-10; cfr. Mt 15,28; Mc 6,6)
 
1. La actitud de admiración es un sentimiento de sorpresa y respeto, como intuyendo un misterio de belleza y de gracia. La fe de aquel pagano superaba la de muchos que decían esperar el Mesías. Jesús había invitado a sentir admiración por la naturaleza (Mt 6,28). Ahora invita a admirar e imitar la fe del centurión. En otra ocasión se había admirado por la fe de una mujer cananea (Mt 15,28). El corazón ve siempre más allá de la superficie. Cada ser humano esconde en sí mismo el misterio de Dios amor, más allá de las cualidades, porque "vale más por lo que es que por lo que tiene" y hace (GS 35).
 
2. La sorpresa y admiración puede ser dolorosa, como cuando Jesús constató la falta de fe de sus conciudadanos de Nazaret: "se admiraba de su incredulidad" (Mc 6,6). El corazón humano es siempre sorprendente, para bien o para mal. Jesús respeta la libertad, invitando a desarrollarla en la verdad de la donación. Sería para él un golpe muy duro la cerrazón de los nazaretanos. Pero él vivió siempre a la sorpresa de Dios. Las flores, los pájaros, el agua y los ojos de los niños, seguirán reflejando el amor del Padre. El corazón de Cristo espera encontrar esa misma sorpresa esperanzadora en cada uno de nosotros.
 
 
50. Queja
 
«Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres».
      (Mt 15,8-9; cfr. Is 29,13; Mc 7,6)
 
1. Las falsedades y dobleces no le gustan al Señor. Pero también se queja de la ingratitud de unos leprosos curados y olvidadizos (Lc 17,17). El habla siempre con el corazón en la mano, pero hay mucha fachada y oropel en la sociedad humana. A veces, la misma caridad es "fingida" (cfr. Rom 12,9). Jesús ha venido para romper ese hielo y falsedad de la convivencia humana. Se quejó y sigue quejándose de la "lejanía" de nuestro corazón (Mt 15,8s). La sintonía del nuestro con el suyo se expresa con la gratitud, humildad, servicio... El mejor modo de agradecer su amor es el de no dudar nunca de él.
 
2. Las quejas de Jesús son debidas a nuestra falta de relación personal con él. Al centrar nuestra atención en sus dones y no en él, nuestra actitud es utilitaria: o no agradecemos sus dones o nos desalentamos cuando faltan y también ambicionamos y envidiamos los de los hermanos. La relación personal con él, de corazón a corazón, ya no centra tanto la atención de los dones, sino en las misma persona de Jesús, amado por sí mismo. Entonces, el corazón no está lejos de él. Y cuando lleguen a faltar sus dones, nos bastará él. Esta actitud se expresa con la alegría inquebrantable de saberse amados por él y capacitados para amarle. Nuestra alegría es la suya. Uno se siente realizado de verdad, no cuando consigue sus preferencias o caprichos, sino cuando descubre que en todas la situaciones y circunstancias es acompañado y amado por Cristo.
 
 
51. Tristeza
 
Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú».
 
      (Mt 26,37-39; cfr. Mc 14,33-34; Lc 22,44)
 
1. La tristeza del corazón de Cristo en Getsemaní no era de desánimo, desconfianza o fracaso. Era como la "turbación" que sintió al referirse a la cruz (Jn 12,27). El dolor de su corazón se originaba en su amor al Padre y a toda la humanidad: ver que el Amor no es amado y que sus hermanos los hombres están inmersos en ese "no" a Dios que llamamos pecado. Aquella tristeza es indescriptible. Jesús la comparte sólo con quienes comienzan a entender que la pasión es "la copa" de bodas que el Padre le había preparado (Jn 18,11; cfr. Lc 22,20). Reparar y consolar al Señor equivale a compartir sus sentimientos.
 
2. El dolor profundo de aquella tristeza no le impedía la generosidad de su donación incondicional: "no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42). Es como el preludio del "abandono" de la cruz. El corazón de Cristo quiso experimentar esa lejanía aparente del Padre, que es señal de su amor más profundo. Le despojaron de todo consuelo sensible, menos de la certeza de que las manos cariñosas del Padre estaban más cerca que nunca. Esa es la cruz que Jesús quiere compartir con "los suyos" (Jn 13,1). No nos va a dar explicaciones sobre el dolor; nos basta con su compañía y cercanía que parece ausencia. Así son las reglas del amor verdadero.
 
52. Gozo
 
En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito».
       (Lc 10,21; cfr. Jn 15,11)
 
1. El corazón de Jesús se llenó de gozo en el Espíritu por el regreso de sus discípulos y por las actividades apostólicas que habían realizado. Gozaba con el éxito y con la compañía de sus amigos. Y principalmente gozaba porque el Padre había sido glorificado y amado de los pequeños y de los pobres. Es el gozo de quien ama de verdad porque busca el bien de la persona amada. Ese gozo no es el gozo pasajero de cuando se obtiene un éxito o se ha conseguido un bien. El gozo de la donación, amistad y servicio participa del gozo eterno de Dios Amor. Es el gozo de decir con Jesús: "Padre nuestro" (Mt 6,9). Es el gozo de los pobres, al estilo de Francisco de Asís.
 
2. Ese es el gozo que Jesús ha dejado en herencia a sus amigos: "os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado" (Jn 15,11). Es el gozo de transformar las dificultades en donación. El sufrimiento de una madre, gracias a su amor, se transforma en gozo de fecundidad (Jn 16,21). En los momentos de dolor, Cristo parece ausente; pero cuando se descubre su presencia, entonces nace en el corazón el gozo imperecedero de compartir su misma suerte: "vuestro gozo no os lo quitará nadie" (Jn 16,22). Es el gozo que Jesús ha pedido al Padre para todos los que le siguen: "que tengan mi gozo pleno en sí mismos" (Jn 17,13).
 
 
53. De corazón a corazón
 
Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando». El, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?».
       (Jn 13,23-25)
 
1. Podría ser un hecho casual: acercarse a Jesús para preguntarle algo. Pero apoyar su cabeza sobre el pecho de Jesús es, en el evangelio de Juan, un signo de algo muy hondo: a Jesús no se le puede comprender, si no es de corazón a corazón, desde sus amores. Así empezó la verdadera teología en la Iglesia primitiva: "nadie puede percibir el significado del evangelio (de Juan), si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido a María como Madre" (RMa 23, citando a Orígenes). La indicación sirve para todos los tiempos.
 
2. El evangelio de Juan narra una serie de "signos" por los que Cristo manifiesta su realidad e intimidad, "su gloria" (Jn 1,14). El declara su amor con el corazón en la mano: "como mi Padre me amó, así os he amado yo" (Jn 15,9). Y reclama la misma apertura de corazón: "permaneced en mi amor" (ibídem). La condición indispensable para conocerle de verdad es esa apertura de amor: "si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21); "si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23). A Jesús se le conoce en la medida en que se le ama. No es un conocer técnico, sino un conocer amando, que se traduce en la relación personal, en el seguimiento de compartir su misma vida y en la misión de ser signo o transparencia de cómo ama él. Es el "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88).
 
 
54. Declara su amistad
 
Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros.
         (Jn 15-13-16; cfr. 3,16)
 
1. La amistad de que habla Jesús es iniciativa suya y se expresa en la donación total de sí mismo: "dar la vida". Es el amor de quien da lo mejor a la persona amada, según los planes salvíficos de Dios. No utiliza a la persona mientras tenga unas cualidades, sino que la ama por sí misma. El corazón de Cristo ama con el mismo amor que existe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Su amor procede de su bondad, no de la nuestra. Ama lo pequeño, enfermo, extraviado, marginado, deleznable y quebradizo, para hacerlo entrar en su corazón y transformarlo en él. "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito" (Jn 3,16; cfr. 15,9).
 
2. En el corazón de Jesús resuenan los amores eternos de Dios por nosotros. El Padre nos ama en su Hijo, como "hijos en el Hijo" (Ef 1,5). Este amor mutuo, entre el Padre y el Hijo, se expresa de modo personal y divino en el Espíritu Santo. Y este "misterio" o intimidad divina es lo que Jesús nos comunica y nos da a conocer, capacitándonos para participar en él. Formamos parte de la familia de Dios; ya no somos siervos, sino hijos, amigos y herederos (cfr. (Rom 8,17). En esta intimidad del corazón de Cristo se entra por el servicio humilde y perseverante a los hermanos. Participamos de su misma vida si permanecemos en él, como el sarmiento en la vid (cfr. Jn 15,2ss).
 
 
55. Corazón abierto
 
Uno de los soldados le atravesó su costado con una lanza y al instante salió sangre y agua.
       (Jn 19,34; cfr. 7,37-39)
 
1. Fue un capricho de un soldado. Al margen de toda normativa, abrió, con su lanza, el costado de Jesús. Pero para la providencia divina, no existe la casualidad. En el evangelio de Juan, todos los acontecimientos, siendo reales, son también signo del misterio de Jesús. El "agua" es la vida nueva que ofreció a Nicodemo y a una mujer samaritana (cfr. Jn 3 y 4). Jesús mismo se comparó al nuevo templo, anunciado por los profetas, del que brotarían "torrentes de agua viva" (Jn 7,38; Ez 47,1ss). En el corazón abierto de Jesús, tienen un puesto reservado todos los que tienen sed de él. Para entrar en él, basta con reconocerse pequeño y pobre.
 
2. La "sangre" indica una vida donada. En el corazón de Cristo se puede leer todo el evangelio: "habiendo amado a los suyos, les amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Es la "sangre" que expresa y sella un pacto de amor eterno (la "alianza"). Por esta sangre hemos sido redimidos y vivificados. Es "la fuente de la caridad" (San Ignacio de Antioquía). "Cristo inunda los corazones de los pueblos, atormentados por la sed, con el torrente de su sangre" (San Ambrosio). En esta sangre, que brota de su corazón, está "la causa de la salvación de los hombres" (Santo Tomás). Jesús nos sigue ofreciendo esta "sangre" como vida donada.
 
 
56. Contemplarlo con ojos de fe
 
Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: «No se le quebrará hueso alguno». Y también otra Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».
       (Jn 19,36-37; cfr. Zac 12,10; Sal 21)
 
1. Todo el evangelio de Juan es una invitación a "contemplar", es decir, a mirar el misterio de Jesús, escondido y manifestado en los signos pobres de su humanidad. Se trata de "ver" a Jesús donde parece que no está, como en el sepulcro vacío (Jn 20,8). Al describir cómo el costado de Jesús quedó abierto en la cruz, el discípulo amado invita a "mirar" con la mirada de fe y de esperanza de los profetas (cfr. Zac 12,10). Humanamente hablando, no había más que un fracaso. Dios, que es Amor, se manifiesta y se da él mismo por medio de signos de pobreza absoluta.
 
2. Aquel corazón abierto, como signo de un "amor extremo" (Jn 13,1), sigue siendo desconocido, ultrajado, olvidado. Lo que más le duele al Señor es la desconfianza de los suyos: cuando se sienten solos, olvidan su cercanía; cuando se sienten frustrados, olvidan compartir su cruz; cuando ya no aspiran a la perfección, olvidan su donación total en su vida y en su muerte. El mejor modo de agradecer su amor consiste en no dudar nunca de él, especialmente al descubrir las propias faltas. Ese corazón abierto exige humildad, confianza, deseo de perfección y alegría de saberse amado y acompañado por él. Jesús aprieta más fuertemente contra su corazón a los más pequeños y a los más débiles.
 
 
57. Comunica el Espíritu
 
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo».
      (Jn 20,20-22)
 
1. Jesús resucitado, al mostrar sus manos y su costado abierto, comunicó el Espíritu Santo a los Apóstoles. Así quiso dar a entender que su cuerpo, inmolado por amor, era el precio que había pagado para tal regalo. El "agua" que brotó de su costado (Jn 19,34) era el símbolo de los dones del Espíritu Santo, de los sacramentos y de la Iglesia entera como esposa suya. "Del costado de Cristo dormido en la cruz, nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC 5). Así se comprende el amor entrañable de Cristo a su Iglesia, que es su esposa y su complemento (Ef 1,23; 5,25-27).
2. El Espíritu Santo con sus dones es el regalo del corazón de Cristo a su Iglesia y a toda la humanidad. En la última cena, Jesús prometió la presencia del Espíritu, su luz y su acción santificadora y evangelizadora (cfr. Jn 14-16). En la resurrección y ascensión, comunicó el Espíritu para poder prolongar su misma misión. El "bautizado" se configura con Cristo, se hace su imagen y su prolongación, por obra del Espíritu. Desde Pentecostés, Jesús sigue comunicando su Espíritu a cada comunidad eclesial y a cada creyente. Entonces es posible hacer de la vida un encuentro con Cristo para compartir su misma vida y misión.
 
 
58. Invita a entrar
 
Jesús dijo a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».
      (Jn 20,27-29; cfr. Mt 11,28)
 
1. La generosidad de Jesús sobrepasa las exigencias del apóstol Tomás. La invitación a meter su mano en el costado va más allá de la materialidad de un gesto físico. Jesús invita a conocerle vivencialmente, entrando en su corazón, en su intimidad. "Si una sola vez entrases en el interior de Jesús y gustases un poco de su ardiente amor, no te preocuparías ya de tus propias ventajas o desventajas" (Tomás de Kempis). Hay que pasar a los intereses y amores de Cristo, dejando los nuestros en un segundo lugar y encomendándolos a él. Vale la pena hacer el trueque.
 
2. La fe, como "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88), se adquiere a través de un camino "bautismal": pensar, sentir y amar como él. Se trata de hacer de la vida un encuentro personal con él, que se convierte en seguimiento permanente y en decisión de amarle del todo y hacerle amar de todos. El camino hacia el corazón pasa por la humildad y conocimiento propio, la confianza y la decisión de amarle de verdad. A la unión con él se llega por la lectura del evangelio en las huellas de sus pies y en los gestos de sus manos.
 
 
59. El corazón de su Madre y nuestra
 
María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón... conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.
 
(Lc 2,19.51)
 
1. El corazón o interioridad de María es fruto de la redención de Cristo. Pero también es verdad que el corazón del Señor se moldeó en el de su Madre y nuestra. Ella recibió en su seno al Verbo y le dio carne y sangre por obra del Espíritu Santo. Los sentimientos de Jesús son también reflejo de los de María. Al mismo tiempo, el corazón de María se fue modelando continuamente en la contemplación de la palabra de Dios. Su vida consistía en compartir la misma suerte o "espada" de Cristo (Lc 2,35). Jesús nos la entregó como Madre y molde para transformarnos en él.
 
2. Como Jesús vivió nueve meses en el seno de María y la asoció de modo permanente a su obra redentora, así quiere vivir en nuestra vida para hacerla complemento de la suya. Nosotros estamos llamados a "nacer de ella", porque Jesús "quiere formarse y, por decirlo así, encarnarse todos los días por medio de su querida Madre en todos sus miembros" (San Luis Mª Grignon de Montfort). María nos mira en Jesús y nos une a él, para hacernos un "Jesús viviente", según la expresión de San Juan Eudes. Ella es "nuestra guía en los caminos del conocimiento de Jesús" (San Pío X). Ya podemos decir al Señor: "que en mí, como en tu Madre, vivas solamente tú" (Juan Santiago Olier).
 
Síntesis para compartir
 
* El corazón de Jesús encierra y manifiesta sus sentimientos:
- sintonía con los que sufren,
- mansedumbre ante las dificultades,
- humildad para servir,
- admiración y gozo,
- queja y tristeza como examen de amor.
* Es un corazón que busca relación e intercambio:
- declara un amor de amistad,
- manifiesta sus sentimientos íntimos para compartirlos,
- invita a entrar y sintonizar con él,
- comunica la vida nueva del Espíritu Santo.
* Su corazón quedó abierto y glorioso para siempre:
- para poder ver en él el resumen del evangelio,
- para invitar a una fe de conocimiento vivencial,
- para vivir de sus mismos intereses,
- para comprometerse en el camino de la perfección,
- para saberlo mostrar a todos los hermanos.
* ¿Qué sentimientos de Jesús han calado más en los míos? ¿Podría resumir el evangelio a partir del costado abierto de Jesús? ¿Cómo compartir con otros el modo de pensar, sentir y amar como Cristo? ¿Sabría explicar la misión como "hacer amar al Amor"?
 
V
 
SUS HUELLAS EN MI VIDA
 
 
Presentación
 
Al contemplar la mirada, los pies, las manos y el corazón de Jesús, aprendemos que allí se resume todo el evangelio, mientras, al mismo tiempo, intuimos que lo podemos reflejar en nuestra propia vida. El evangelio acontece de nuevo. Jesús sigue dejando sus huellas en nuestra existencia y en la de los demás. Así podemos afirmar: "hemos visto su gloria" (Jn 1,14).
 
Haciendo de la propia vida un caminar evangélico, que es de humildad, confianza y entrega, nos hacemos transparencia de Jesús para los demás, como si fuéramos "su humanidad prolongada" en el tiempo (Isabel de la Trinidad). Los hermanos, en quienes están también las huellas del Señor, encuentran en nosotros una ayuda para descubrir esas huellas que él dejó en sus propias vidas.
 
Los hermanos esperan ver en nosotros el modo de mirar, caminar, hablar y amar de Jesús. No se trata de reemplazarle, sino de desaparecer para que aparezca él, a modo de cristal que deja pasar la luz sin darse a entender. Es como "revestirse de Cristo" (Rom 13,14) para ser fieles a su invitación: "haz tú lo mismo" (Lc 10,37). Al servir a los demás, les contagiamos de "la propia experiencia de Jesús" (RMi 24).
Vivir "de la misma vida" de Jesús (Jn 6,57) es una especie de identificación con él. "Ya no éramos dos", diría Santa Teresa. Según San Juan de la Cruz, "un mismo sentimiento tienen los dos". Es el ideal de San Pablo: "mi vida es Cristo" (Fil 1,21). Ya todo se hace "en el nombre del Señor Jesús" (Col 3,17). Entonces Jesús dice al Padre en el Espíritu Santo: "los has amado como a mí" (Jn 17,23).
60. En los hermanos
 
En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis."
      (Mt 25,40.45; cfr. 18,20)
 
1. Siempre es posible encontrar a Jesús, su mirada de compasión, las huellas de sus pies, los gestos de sus manos, los sentimientos de su corazón. Basta con abrir los ojos, escuchar sin prisa, disponerse a acercarse o a dar una mano a cualquier hermano que se cruce en nuestro camino. Porque allí está él, en el hermano menos valorado y atendido: "a mí me lo hicisteis". Cada hermano es una historia de su amor, cuyas huellas frecuentemente siguen ocultas también para el mismo interesado. Si "Cristo murió por todos" (2Cor 5,15) y resucitó por todos, significa que él se hace camino y compañero de camino en la historia de cada ser humano (cfr. Act 9,4).
 
2. No es fácil descubrir esas huellas. Hay que intuirlas en la propia soledad, cuando parece que no hay ni rastro de ellas. Entrar en esa soledad "divina", es un ensayo para descubrir a Cristo presente en la existencia de cada hermano, más allá de cargos, simpatías, cualidades y utilidades. En los más pequeños, limitados y alejados, que tal vez nos producen fastidio, allí está él tejiendo el bordado maravilloso de su mismo rostro y de su mismo mirar, caminar, hablar y amar. Todo ser humano necesita ver en los demás las huellas de Jesús, para poder descubrirlas en su propia vida.
 
 
61. En mi camino
 
Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino  y nos explicaba las Escrituras?»
       (Lc 24,32)
 
1. Las huellas de Jesús se encuentran, más o menos veladas, en el camino histórico de cada ser humano. Para los dos discípulos que iban a Emaús, esas huellas consistían en la inquietud que sentían en el corazón, cuando les hablaba aquel que creían ser un forastero. El hecho era que "ardía el corazón" y no sabían por qué. Y cuando Jesús hizo ademán de "pasar adelante" (Lc 24,28), sintieron un vacío inexplicable que sólo lo podía llenar él: "quédate con nosotros, porque se hace tarde" (Lc 24,28). El "partir el pan" (Lc 24,30), al modo de Jesús, fue la huella definitiva.
 
2. Sólo Jesús sabe hablar al corazón, en el silencio y en la soledad, cuando nada ni nadie puede llenarlo ni satisfacerlo. Sus palabras son "espíritu y vida" (Jn 6,63), porque tocan el corazón y le señalan su verdadero rumbo. Hay momentos de la vida en que esas palabras evangélicas son verdaderamente actuales, como aconteciendo de nuevo. No hay explicación humana posible; en el corazón queda una convicción profunda que nadie puede borrar: "es el Señor" (Jn 21,7). Si para Saulo su encuentro con Cristo tuvo lugar en el camino de Damasco (Act 9,1ss), para nosotros sucede en el aquí y ahora de todos los días.
 
 
62. En la tempestad
 
Subiendo a una barca, se dirigían al otro lado del mar, a Cafarnaúm. Había ya oscurecido, y Jesús todavía no había venido donde ellos; soplaba un fuerte viento y el mar comenzó a encresparse. Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, ven a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y tuvieron miedo. Pero él les dijo: «Soy yo. No temáis».
     (Jn 6,17-20; cfr. Mt 14,27; Mc 6,50)
 
1. La vida es así. Es verdad que a nosotros nos gusta más cuando todo marcha bien; pero con frecuencia hay imprevistos y contratiempos. Dios, que nos da generosamente sus dones con amor, nos educa a descubrir que él se quiere dar a sí mismo, especialmente cuando los dones parecen esfumarse y las flores se marchitan. La calma se convierte en tempestad, y entonces la vida parece silencio y ausencia de Dios. Si no buscamos sucedáneos o suplencias, el Señor deja oír su voz en el corazón: "soy yo". Y esa voz es de quien está siempre presente y cercano, también cuando nos parece ausente.
 
2. Hay que aprender a pasar de los signos visibles a la realidad invisible. Jesús había multiplicado los cinco panes para una multitud inmensa. Ahora, en la tempestad, educa a los discípulos a descubrirlo como "pan de vida" (Jn 6,35). Aprender a "pasar" del pan de los bienes materiales, al pan que es el mismo Jesús, es un proceso lento, es un camino de Pascua. Urge vivir de la realidad de Jesús, sin hacer de él un simple recuerdo, una reliquia o un paréntesis. Se trata de aprender a vivir de su presencia y de su misma vida (cfr. Jn 6,56-57), más allá de la sequedad y de los sentimientos.
 
 
63. En el sepulcro vacío
 
Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó.
       (Jn 20,3-8; cfr. 20,16)
 
1. Aquellas huellas no eran suficientes para satisfacer una lógica humana. Pero el "discípulo amado" supo ver más allá de la superficie. Porque aquellas huellas (el sudario y las vendas o sábana), las dejó una persona amada. Sólo el que ama conoce las verdaderas huellas del amado. María Magdalena necesitaría oír su nombre pronunciado precisamente por los labios de Jesús (cfr. Jn 20,16). Juan supo creer, recordando las palabras siempre vivas y jóvenes del Señor. El secreto para descubrir sus huellas nos lo da el mismo Jesús: "si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21).
 
2. La presencia de Jesús resucitado es una promesa suya: "estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos" (Mt 28,20). El modo de esta presencia lo ha escogido él. No sería más presencia ni mayor amor un signo fuerte o lo que llaman una gracia extraordinaria (visiones, locuciones...). El está de modo especial en los momentos de tempestad, de fracaso, de Nazaret, de Getsemaní, de Calvario y de sepulcro vacío. Así trata a sus amigos, probando o purificando su fe, confianza y amor. Ya se dejará sentir más claramente cuando y como él quiera. Hay que dejarle a él la iniciativa.
 
 
64. En los fracasos
 
Aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No». El les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor».
       (Jn 21,3-7; cfr. Lc 5,5)
 
1. No pescaron nada, a pesar de tantas horas de faenar con las redes. Pero habían conseguido lo mejor: trabajar conviviendo como hermanos. Y como el Señor había prometido su presencia cuando se reunieran "en su nombre" o por amor suyo, allí estaba él "en medio de ellos" (Mt 18,20). Sólo faltaba descubrirle a través de la bruma del lago. Se necesitaban entonces los ojos del discípulo amado: "es el Señor". ¿Le descubrió sólo por el milagro de una pesca abundante? El corazón del creyente en Cristo ve más allá de las razones humanas, de las estadísticas y de las cuentas administrativas, por buenas que sean.
 
2. La palabra fracaso no es exacta. Lo que sucede es siempre una nueva e imprevista posibilidad de amar y de hacer lo mejor. El fracaso en la vida de Jesús se llama cruz. Y él mismo se comparó a un "grano de trigo", que tiene que morir para "dar mucho fruto" (Jn 12,24). Los que viven de la fe en Cristo presente, no se sienten nunca solos ni frustrados. Si el Señor nos acompaña, el fracaso se llama cruz, y la cruz, si se lleva con amor, lleva siempre a la resurrección. Jesús sigue dejando sus huellas en este camino pascual, compartiéndolo con nosotros.
 
65. En sus palabras de vida
 
«El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida»... Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
(Jn 6,63-68)
1. Las palabras evangélicas de Jesús siguen siendo tan vivas y actuales como cuando brotaban de sus labios por primera vez. No son palabras que ya pasaron a la historia y que sólo se recuerdan, sino que acontecen cada vez que las leemos, escuchamos o meditamos. Siempre comunican luz, paz, fuerza y nueva vida. Hablan al corazón. En ellas habla y se acerca personalmente el mismo Jesús. Nuestras circunstancias de la vida quedan iluminadas y acompañadas. El sigue viviendo nuestra vida.
 
2. No todos captan la vitalidad de esas palabras evangélicas. Jesús se esconde y se comunica. Hay muchos obstáculos que nos impiden encontrar ese tesoro escondido. La autosuficiencia no entiende esa vida escondida de Cristo hoy. Las ansias de dominio intelectual son incapaces de penetrar el evangelio. Este no se deja manipular por intereses personalistas. Las prisas no podrán nunca descubrir a quien ama y se da sin prisas en el corazón. Pero los niños, los pobres y los que reconocen su propia limitación y pecado, ésos sí que pueden experimentar la presencia misericordiosa de Jesús.
 
66. En la eucaristía
 
Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo». Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados».     (Mt 26,26-28; cfr. Mc 14,22-25; Lc 22,19-20; 1Cor        11,23-26)
 
1. Todos los signos y todas las huellas de la presencia de Jesús resucitado son humanamente pobres, débiles y limitadas. Los signos eucarísticos son también así. Pero allí está él, dándose en sacrificio y comunicando su propia vida. Nos bastan sus "palabras de espíritu y vida" para creer en él (Jn 6,63). Se ha quedado por amor; por esto, su presencia se descubre y se vive comprometiendo nuestra presencia para "estar con quien sabemos que nos ama" (Santa Teresa). Su donación sacrificial se capta cuando nos hacemos donación como él. Recibimos su misma vida si entramos en sintonía con él.
 
2. La vida del creyente ya nunca es soledad vacía, sino que se hace "hostia viva" (Rom 12,1) por "el ofrecimiento de sí mismo en unión con Cristo" (Pío XII). La vida está jalonada de huellas del Señor, porque el pan y el vino que se transforman en él, significan nuestra historia de trabajo y de convivencia. Jesús nos los devuelve, transformados en su cuerpo y en su sangre, para que continuemos haciendo de la vida un encuentro con él. La eucaristía, como presencia, sacrificio y comunión, se prolonga en toda nuestra vida.
 
 
67. Presencia activa y permanente
 
«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
         (Mt 28,19-20; cfr. Mc 16,20)
 
1. Esta promesa de Jesús se cumple continuamente. Como resucitado, ya no está condicionado al tiempo ni al espacio. Todo ser humano es amado y acompañado por Jesús. Y él deja sentir su presencia por medio de huellas pobres, para no forzar nuestra libertad. Son las huellas de su palabra, sus sacramentos, su eucaristía, los hermanos, los acontecimientos, las luces y mociones comunicadas al corazón... Es verdad que cada uno de estos signos es diferente, porque su presencia tiene eficacia muy diversa según los casos. Pero lo importante es que siempre se trata de él, resucitado y presente.
 
2. Los apóstoles se fueron a predicar por todas partes; pero el Señor les acompañó siempre "cooperando con ellos" (Mc 16,20). Todo "apóstol" (enviado) es ya portador de una presencia de Jesús, porque precisamente por ser "enviado", "experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todos los momentos de su vida... y lo espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88). Como Pablo, refugiado en Corinto después de muchas tribulaciones, también todo creyente puede escuchar al Señor que le dice en el silencio del corazón: "no temas... porque yo estoy contigo" (Act 18,9-10).
 
 
68. En la esperanza
 
Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo».
      (Act 1,10-11; cfr. 1Cor 11.26)
 
1. La presencia de Jesús resucitado, ahora bajo signos de Iglesia peregrina, será un día visión y encuentro definitivo. Este es el fundamento de la esperanza cristiana: "vendrá". No se trata de calcular el tiempo, y menos de hacer predicciones y elaborar milenarismos tontos. Su venida actual es "ya" inicio de la venida definitiva, pero "todavía no" es la visión y posesión. Este "ya" da la confianza y la fuerza para vivir el "todavía no" en un deseo ardiente de unión plena. A Jesús sólo lo encuentra, ya desde ahora, quien, apoyado en la fe, vive de esta esperanza gozosa y dolorosa. Esta actitud de esperanza es ya amor verdadero.
 
2. Cuando celebramos la eucaristía, encontramos a Jesús en el signo más fuerte de su presencia entre nosotros. A partir de este encuentro eucarístico, lo iremos encontrando en todos los demás signos de su presencia. Pero esos signos, incluida la eucaristía, dejan entrever su presencia sólo cuando anhelamos el encuentro definitivo: "hasta que vuelva" (1Cor 11,26). Quien desea ese encuentro futuro, es que ya ha comenzado a encontrar al Señor en el presente de todos los días.
 
 
69. En medio nuestro
 
«Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».  (Mt 18,19-20; cfr. Jn 13,34-35; 17,23)
 
1. Las promesas de Jesús se realizan cuando se cumplen las condiciones que él mismo exigió. Para que él se haga presente de modo efectivo, hay que encontrarse con los hermanos con el mismo amor como si fuera un encuentro con Jesús. A él le encontramos cuando miramos, escuchamos, ayudamos al hermano, como haríamos con él mismo. Al fin y al cabo, cada hermano es una historia de la presencia y del amor de Jesús.
 
2. Para que Jesús esté "en medio", hay que eliminar muchos obstáculos, hasta amar "como él" (Jn 13,34-35). Todo aquello que no es donación al hermano, es un obstáculo para que Jesús esté en medio. Hay que aprender a amar a los demás, no por sus cosas y cualidades, sino por ellos mismos, por lo que son: una página de la biografía de Jesús. No hay que "utilizar" a los hermanos, sino gozarse de que se realicen según los planes de Dios Amor. Las alergias y las preferencias deben dejar paso al amor de gratuidad. Cuando amemos así, nos daremos cuenta que es él que ama en nosotros y en medio de nosotros. Sin su presencia aceptada y vivida, sería imposible amar como él.
 
 
70. Ve a mis hermanos
 
Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní»   que quiere decir: «Maestro». Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios».       (Jn 20,16-17)
 
1. Si lo que Magdalena deseaba era estar con Jesús reencontrado, ¿por qué la envía a los hermanos? De hecho, recibía el encargo de presentar en su vida las huellas de haber encontrado al resucitado. Se convertía así en "apóstol de los Apóstoles". Pero es que a Cristo se le encuentra principalmente sirviendo a los hermanos, sea en el servicio misionero directo, sea en el servicio humilde de todos los días. Los signos extraordinarios de la presencia de Jesús no son signos mejores, sino más bien debidos a nuestra debilidad. El Señor prefiere manifestarse en el signo del sepulcro vacío y en el signo de Nazaret o de la vida ordinaria.
 
2. No resulta cómodo este signo fraterno de la presencia de Jesús, pero es el más seguro (cfr. Mt 18,20; Jn 13,35). La debilidad del signo del hermano y lo quebradizo de nuestro propio signo, al encontrarse en el amor de Cristo y en su palabra viva, se convierte en signo eficaz de su presencia, a modo de signo sacramental. La misión es un encuentro entre hermanos, cuya historia, de modo diverso, es una historia diferenciada de la presencia de Cristo. Al creyente en Cristo le toca, en este encuentro histórico, ser su transparencia.
 
 
71. Ser su huella para los demás
 
«¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» El dijo: «El que practicó la misericordia con él». Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo».  (Lc 10,36-37; cfr. 22,32)
 
1. El haber encontrado a Jesús como buen samaritano, capacita al creyente para prolongar sus manos, pies y corazón: "haz tú lo mismo". La experiencia de su misericordia nos hace ser misericordiosos con los demás. Podemos "completar" a Cristo (cfr. Col 1,24), haciendo de buen samaritano con tantos hermanos que han quedado malheridos y olvidados en la cuneta de nuestro caminar. La visibilidad externa de Jesús ya terminó; pero queda siempre su presencia invisible. Nosotros podemos ser signo de esta presencia tan misteriosa como real.
 
2. Los que encontraron a Jesús se sintieron llamados a comunicar a otros la experiencia de ese encuentro inolvidable: "hemos encontrado a Jesús de Nazaret" (Jn 1,45). La experiencia es propiamente irrepetible, pero la autenticidad del encuentro produce una vida coherente que transparenta al Señor. El mismo Jesús invita a ser su huella para otros hermanos: "yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22,32). Es el mejor modo de agradecer su misericordia. Si son dones de Jesús, serán también nuestros en la medida en que los compartamos con los demás. Sin ese compartir, los dones desaparecen.
 
 
72. Testigos y fragancia de Cristo
 
Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra».
      (Act 1,8; cfr. Jn 17,10; 2Cor 2,15)
 
1. Encontrar a Cristo es siempre una sorpresa, porque es él quien tiene la iniciativa y quien escoge el cómo y el cuándo. Y una nueva sorpresa consiste en sentirse llamado para ser testigo de este encuentro. En un primer momento, uno se siente confuso; pero luego va descubriendo que el Señor sólo nos pide poner a su disposición todo lo que tenemos, por poco que sea. Con esta disponibilidad de servicio, todo lo demás lo hace él y el Espíritu Santo enviado por él. Para ser sus testigos, bastaría con dejar entender cómo nos ha tratado él en nuestra pequeñez y debilidades.
 
2. Jesús calificó a los suyos de "gloria" o expresión y signo personal (Jn 17,10). Pablo quería ser y quería dejar en todas partes el "olor de Cristo" (2Cor 2,15). No se trata de cosas extraordinarias, sino de autenticidad. Quien tiene una relación y amistad profunda con una persona, no puede disimularlo. Todos necesitamos intuir en los hermanos una historia de presencia y de amor de Cristo. Cada uno es diferente en sus expresiones psicológicas y culturales, que son secundarias; lo importante es que Jesús es el mismo, y su predilección es irrepetible para cada persona.
 
 
73. Transparencia de sus llagas
 
"Estoy crucificado con Cristo... En adelante, que nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús".
       (Gal 2,19; cfr. Gal 6,17; 2Cor 4,10)
 
1. "Entrar" en las llagas de Jesús, es una expresión que han usado frecuentemente los santos, sus amigos. Pablo tenía a gala el llevar impresas en su vida las huellas de la pasión del Señor. Los viajes apostólicos le depararon no pequeños sufrimientos: azotes, pedradas, enfermedades, debilidades, desgaste... (cfr. 2Cor 4,7ss; 11,23-29). Su gloria era la de estar "crucificado con Cristo". Una vida gastada por él no puede menos que dejar sus huellas en el modo de vivir. Pero esas huellas no se contabilizan ni acostumbran a valorarse en el mercado humano, ni incluso en nuestro ambiente "cristiano".
 
2. Una vida que transparente las llagas de Jesús se caracteriza por la sencillez y la alegría, como en Francisco de Asís. Quien vive escondido en las llagas del Señor, participa y transparenta su gozo de resucitado. Quien modela su propia vida en la mirada, los pies, las manos y el corazón de Cristo, va perdiendo toda la chatarra o "basura", como diría Pablo (Fil 3,7-8). Hay demasiados crucifijos de adorno en nuestra vida. Se necesitan cristianos que sean transparencia de las llagas dolorosas y gloriosas de Cristo. Estamos llamados a vaciarnos del falso "yo", para llenarnos de la vida del Señor y hacer de la nuestra una donación como la suya.
 
 
 
 
74. Prolongar sus pies
 
Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales  que la acompañaban.     (Mc 16,20; cfr. Mt 28,19; Lc 24,47)
 
1. Jesús necesita de nuestro caminar para acercarse visiblemente a otros hermanos. Y también necesita de nuestras manos y especialmente de nuestro corazón. Nuestras pisadas pueden ser una prolongación de las suyas cuando nos acercamos a un enfermo, a un pobre o a cualquier miembro de la comunidad humana. El limitó su vida mortal a una geografía concreta: la de Palestina y alrededores. Nos encarga ir, en su nombre, a todos los hermanos por quienes él ha dado la vida. Y se queda con nosotros, acompañándonos y esperándonos allí a donde vamos en su nombre.
 
2. Ya durante su vida mortal, Jesús envió a sus discípulos allí "a donde él había de ir" (Lc 10,1). Es que la historia humana es toda ella parte de su misma historia y objetivo de su misión salvífica. A nosotros nos toca prolongarle, ser su "complemento" (Col 1,24). Ni vamos solos ni trabajamos solos. El "coopera" con nosotros, porque la obra es suya. Ha querido necesitar de nuestros pies y de todo nuestro ser, que él ha asumido en el suyo esponsalmente. La misión de prolongarle es continuación de la misma misión que él recibió del Padre (cfr. Jn 20,21).
 
 
75. Pan partido como él
 
Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer». Dícenle ellos: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces». El dijo: «Traédmelos acá».
       (Mt 14,16-18; cfr. Jn 6,5)
 
1. Para hacerse eucaristía, "pan partido", Jesús necesita de nosotros, de nuestro pan, de nuestro vino y de nuestros gestos de caridad. Podría hacerlo todo él, pero quiere que nosotros ofrezcamos nuestro pequeño todo transformado en gestos de donación y de servicio. Somos pan partido, no cuando damos las sobras, sino cuando nos damos a nosotros mismos con él y como él. Su modo de dar es así: no tiene nada más que dar; por esto se da sí mismo. Es la característica de su amor que quiere que se refleje en nuestra actitud de reaccionar amando: "amad... sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,44.48).
 
2. Es fácil dar cosas, especialmente cuando sobran como los trastos viejos. Ser pan partido para los pobres equivale a una actitud de pobreza que se refleja en el desprendimiento de todo. Sólo se puede ir a los pobres con gestos de Jesús: con un corazón pobre porque sólo busca agradar al Padre, y con una vida pobre para sintonizar con los hermanos necesitados. Quien es pobre de verdad, no tiene ni la riqueza de pensar que es pobre. Por esto, no gasta su tiempo en hablar de su pobreza, sino en escuchar, acompañar, colaborar, callar con el silencio activo de donación. Y también sabe desprenderse de las propagandas. Esta pobreza evangélica no se cotiza en el mercado de la moda.
 
 
76. Misión: comunicar la experiencia de Jesús
 
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida... os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo.   (1Jn 1,1-3; cfr. Ef 3,8-9)
 
1. En los escritos del discípulo amado, la palabra "ver" ("contemplar") tiene una connotación de experiencia profunda en la oscuridad de la fe: "ver" a Jesús donde parece que no está. Esta "contemplación" arranca de un corazón enamorado, que descubre a Jesús escondido bajo signos pobres, aunque sean los de un sepulcro vacío (cfr. Jn 20,8). No es una conquista ni un carisma extraordinario, sino un don concedido por Jesús a los pequeños y a los que aman (cfr. Jn 14,21). La experiencia de este don en la propia pobreza, se convierte en el deseo profundo y comprometido de que todos le encuentren: "lo llevó a Jesús" (Jn 1,42).
2. No se trata de explicar con palabras la propia "experiencia", sino de invitar a un encuentro que es irrepetible para cada uno. Es el Señor el único que puede comunicar esta fe viva, como conocimiento vivencial, personal y relacional. "La venida del Espíritu Santo convierte a los Apóstoles en testigos o profetas, infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24). Si el apóstol no tuviera esta experiencia "contemplativa", no podría "anunciar a Cristo de modo creíble" (RMi 91). Saulo, el perseguidor, se convirtió, después del encuentro con Jesús, en su heraldo para todos los pueblos: "a mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a las gentes la inescrutable riqueza de Cristo" (Ef 3,8).
 
 
77. Ven y verás
 
Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret». Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?» Le dice Felipe: «Ven y lo verás».
      (Jn 1,45-46; cfr. 1,39.42)
 
1. Todos tenemos en el fondo del corazón un deje de escepticismo y de duda, además de otras grietas y debilidades. Después de haber experimentado mil veces la cercanía de Jesús en nuestra vida, todavía surgen nubarrones e indecisiones. Es que el encuentro con él se reestrena todos los días, con su presencia y ayuda. Su invitación sigue aconteciendo hoy: "venid y veréis" (Jn 1,39). Los encuentros del pasado se hacen actuales, como si acontecieran de nuevo en nuestra vida ordinaria, pero cada vez más sencillos y auténticos.
 
2. El "sígueme" de Jesús, cuando se ha aceptado vivencialmente, se hace contagioso. Entonces se quiere comunicar a todos la experiencia de su encuentro. Pero es Jesús mismo quien se manifiesta y se comunica: "lo llevó a Jesús" (Jn 1,42). De parte de quien quiere comunicar esta experiencia, debe haber un corazón sin intereses personalistas, como olvidando "el cántaro" de un agua que ya no sirve (cfr. Jn 4,28) y como desapareciendo para que aparezca sólo él (Jn 3,30). De parte de quien es invitado, debe haber una apertura "sin doblez" (Jn 1,47). Los recovecos del corazón transformarían la fe en chapucería o en un cristal opaco. El camino del encuentro es el mismo Jesús, aceptado tal como es, presente y resucitado, "el viviente" (Apoc 1,18), que sigue hablando de corazón a corazón.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Síntesis para compartir
 
 
* Las huellas de Jesús resucitado en la historia humana:
- en los gozos y esperanzas,
- en las angustias y en el dolor,
- en la compañía y en la soledad,
- en el éxito y en el fracaso.
 
* Las huellas de Jesús en la comunidad eclesial:
- en su palabra viva, - en su eucaristía,
- en los sacramentos,
- en la comunidad reunida en su nombre,
- en cada hermano con su vocación y sus carismas.
 
* Nuestra vida, transparencia de la suya:
- ser huella de Jesús para los demás,
- prolongar su mirar, hablar y caminar,
- prolongar su modo de servir y de amar,
- dejarle transparentarse en nuestra vida, tratando a los demás como hacía él.
 
* ¿Qué obstáculos me impiden descubrir las huellas de Jesús en mi vida y en la de los demás? ¿Tengo el suficiente "sentido" y amor de Iglesia, para descubrir la presencia activa de Jesús en la comunidad eclesial y en sus signos "pobres"? ¿Cómo compartir con los demás las huellas de Jesús y cómo ayudar a otros hermanos a que las descubran en su propia vida?
 
Líneas conclusivas: El camino hacia el corazón
 
El camino del encuentro con Cristo sigue la ruta del "corazón". El mismo Jesús se hace "camino", con su mirada, sus pisadas, sus manos y su costado abierto. Todos sus gestos siguen siendo fuente de santidad. Caminar con él es ya un encuentro. Lo importante es que este caminar se convierta en relación interpersonal y conocimiento vivido. Porque por medio de su humanidad "vivificante" (cfr. Ef 2,5), encontramos a Dios Amor.
 
El camino del corazón lo ha trazado el mismo Jesús por su modo de relacionarse con nosotros. Es un camino que equivale a:
 
- dejarse mirar y amar por él,
- dejarse encontrar y acompañar por sus pies de Buen Pastor y amigo,
- dejarse sanar y guiar por sus manos de Maestro bueno,
- dejarse conquistar por su costado abierto,
- abrirse definitivamente a su amor: saberse amado por él, quererle amar del todo y hacerle amar de todos.
 
Este camino comienza en la propia realidad, en el propio "Nazaret", donde Jesús espera y acompaña como "consorte", es decir, que comparte nuestra suerte. Esa realidad concreta queda entonces abierta a la "vida eterna" (Jn 17,3). Desde la encarnación, el tiempo presente comienza a ser inicio de un encuentro definitivo. "En realidad el tiempo se ha cumplido por el hecho mismo de que Dios, con la encarnación, se ha introducido en la historia del hombre. La eternidad ha entrado en el tiempo" (TMA 9).
 
En la medida en que uno tenga la audacia de perderse en Cristo, en esa misma medida se gana, recupera y trasciende (cfr. Mt 10,39). La opacidad del egoísmo, al ir desapareciendo, va dejando lugar a la transparencia del amor de Cristo. La vida es hermosa porque se hace huella y prolongación suya para servir a todos los hermanos como lo haría él.
 
Para vivir este camino, hay que "traerle siempre consigo", como diría Santa Teresa, porque "con tan buen amigo presente, todo se puede sufrir". Poco a poco, la vida se va unificando en el corazón del seguidor de Cristo, porque "un mismo sentimiento tiene los dos" (San Juan de la Cruz). Así era el modo de vivir de Pablo: "mi vida es Cristo" (Fil 1,21; cfr. Gal 2,20). Somos su humanidad prolongada en el tiempo, porque "Cristo es nuestra vida" (Col 3,3).
 
El camino hacia el corazón, sin descartar la oscuridad ni la debilidad, se hace sencillo:
 
- por el conocimiento de las propias debilidades sin espantarse,
- por la confianza inquebrantable en su amor,
- por la decisión renovada diariamente de amarle del todo y para siempre.
 
Cada uno debe encontrar unos medios sencillos que indiquen relación: el primer pensamiento al despertar, el trato con las personas como las trataba él, el trabajo hecho como prolongando el suyo de Nazaret... Los signos que él nos dejó para el encuentro, ya los conocemos bien; pero hay que convertirlos en realidad viviente y relacional: su palabra, su eucaristía, sus sacramentos, su comunidad eclesial, sus hermanos que son también los nuestros... Y la señal de haberle encontrado en esos signos, consiste en la necesidad de estar con él sin prisas en el corazón, especialmente aprovechando su presencia eucarística.
 
Hay que aprender a "comulgar" a Cristo en todo momento. Es la adhesión con fe viva a los misterios de Cristo, prolongados en el espacio y en el tiempo, especialmente durante la celebración y los tiempos litúrgicos. Se comulga a Cristo haciendo de la vida un "fiat" (un "sí") generoso y un "magnificat" (un agradecimiento) gozoso. Cuando llegue el momento oscuro de la cruz, María nos acompañará y nos ayudará a vivir el "stabat" (estar de pie) como una nueva maternidad en el Espíritu.
 
El primer interesado en el encuentro es el mismo Jesús, que para ello nos ha dejado sus signos. Es el quien, como Dios hecho hombre, tiene la iniciativa de salir al encuentro. "Si por una parte Dios en Cristo habla de sí a la humanidad, por otra, en el mismo Cristo, la humanidad entera y toda la creación hablan de sí a Dios, es más, se dan a Dios. Todo retorna de este modo a su principio. Jesucristo es la recapitulación de todo (cfr. Ef 1,10). Si Dios va en busca del hombre, creado a su imagen y semejanza, lo hace porque lo ama eternamente en el Verbo y en Cristo lo quiere elevar a la dignidad de hijo adoptivo... El Hijo de Dios se ha hecho hombre, asumiendo un cuerpo y un alma en el seno de la Virgen, precisamente por esto: para hacer de sí el perfecto sacrificio redentor" (TMA 6).
 
El cuerpo resucitado de Jesús sigue siendo el camino hacia la verdad y la vida, que están en él (cfr. Jn 14,6), porque "todo lo que se verifique en la carne de Cristo, nos es saludable en virtud de la divinidad a ella unida" (Santo Tomás). Por esto, cada acción de Jesús produce una gracia que nos asemeja a su realidad y nos transforma en él. El sigue presente, asumiendo nuestra historia como parte de la suya, como "primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,29).
 
A partir de esta experiencia de Jesús, que es un don suyo, ya sólo se quiere vivir siempre con él, por él, en él y para él, como si él se prolongase y proyectase en nosotros y en los demás hermanos. En la vida real y concreta, se busca la identificación con él, porque ya no se quiere saber nada más, sino en relación con él (cfr. 1Cor 2,2). Nos basta él, que vive en cada hermano y que es el centro de la creación y de la historia. Otro deseo bastardo, ya no interesa. Entonces la humanidad y la creación se van construyendo en la hermosura querida por Dios Amor, sin los utilitarismos que destruyen el ser humano y el universo.
 
Imitar a Cristo equivale a entregarse a él para que viva en nosotros. Se busca vivir de "sus sentimientos" (Fil 2,5). La vida se hace "paso" con él, porque "Cristo es nuestra Pascua" (1Cor 5,7). Así es "el pleno conocimiento de él" (Ef 1,17), que rehace la mentalidad cristiana desde sus raíces. Es lo que pedían los santos: "Jesús, que vives en María, ven y vive en tus siervos, por tu Espíritu, para gloria del Padre" (San Juan Eudes).
 
Un corazón auténtico no se resiste ante las llagas abiertas del Señor. El diálogo con él se hace charla familiar y mirada mutua en el silencio de la donación. Ya se puede caminar por la vida con la mirada fija en él. El costado abierto de Cristo es morada para todos. Sus heridas son biografía nuestra. Su amor y el nuestro son siempre amor nuevo, que se estrena continuamente.
 
Hay que decidirse a entrar en ese corazón abierto, invitados por su mirada y por los gestos salvíficos de sus pies y de sus manos llagadas y gloriosas. Desde ahí, ya es posible mirar, caminar, obrar y amar como él. Y encontraremos siempre hermanos que, con su consejo y experiencia, nos ayudarán en el mismo camino.
 
El impulso del camino lo sostiene él: mostrándonos sus pies, manos y costado abierto, nos comunica el Espíritu Santo para vaciarnos de nosotros mismos y de nuestro falso "yo", y llenarnos de él. La misión que Jesús recibió del Padre pasa a nosotros a través de su cuerpo llagado y glorioso. Esta misión de amor necesita la transparencia de nuestra crucifixión con él.
 
En el cuerpo crucificado y resucitado de Jesús han quedado impresas las huellas de las manos de todo ser humano, de toda cultura y de todo pueblo. A veces han sido manos que le han crucificado; pero el amor de su corazón ha transformado la crucifixión en resurrección, el pecado en justificación, el trabajo en nueva creación. Las guerras y los odios han quedado vencidos por el amor de un Dios crucificado.
 
Nuestra biografía y la de toda la historia humana se continúa escribiendo en su cuerpo de resucitado, que se nos hace camino y amigo, por sus pies, manos y costado abierto. En su corazón cabemos todos y ahí hemos de llegar todos, si no dejamos de caminar. Basta con dejarse mirar por él y hacer de la vida un "sí" como el de María (Lc 1,38).
 
Hay muchas personas que, como nosotros, necesitan encontrar las huellas de Jesús en su propia vida. Todos podemos ser, para los demás, esas huellas de luz y aliento. Bastaría con mirar, escuchar, acompañar ayudar como lo haría él. Porque efectivamente es él quien vive en nosotros. Por el saludo María, Jesús santificó a Juan Bautista cuando todavía estaba en el seno de su madre, santa Isabel (Lc 1,44). Hoy sigue salvando el mundo por medio de nuestro modo de mirar, acompañar, escuchar, hablar, ayudar, darse... María es "la Madre del amor hermoso, la estrella que guía con seguridad los pasos de la Iglesia al encuentro del Señor" (TMA 59).
 
Documentos y siglas
 
AG Ad Gentes (C. Vaticano II, sobre la actividad misionera).
CEC Catechismus Ecclesiae Catholicae (Catecismo "universal", 1992).
CFL Christifideles Laici (Exhortación apostólica de Juan Pablo II, sobre la vocación y misión de los laicos: 1988)
DV Dei Verbum (C. Vaticano II, sobre la revelación).
DM Dives in Misericordia (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la misericordia: 1980).
DEV Dominum et Vivificantem (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Espíritu Santo: 1986).
DV Dei Verbum (C. Vaticano II, sobre la revelación).
EN Evangelii Nuntiandi (Exhortación Apostólica de Pablo VI, sobre la evangelización: 1975).
GS Gaudium et Spes (C. Vaticano II, sobre la Iglesia en el mundo).
LE Laborem Excercens (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el trabajo: 1981)
LG Lumen Gentium (C. Vaticano II, sobre la Iglesia).
TMA Tertio Millennio Adveniente (Carta Apostólica de Juan Pablo II, sobre el Jubileio del año 2.000).
PDV Pastores Dabo Vobis (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II sobre la formación de los sacerdotes: 1992).
PO Presbyterorum Ordinis (C. Vaticano II, sobre los presbíteros).
RH Redemptor Hominis (Primera encíclica de Juan Pablo II: 1979).
RM Redemptoris Mater (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Año Mariano: 1987).
RMi Redemptoris Missio (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el mandato misionero: 1990).
SC Sacrosantum Concilium (C. Vaticano II, sobre la liturgia).
SD Salvifici Doloris (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre el sufrimiento: 1984).
VS Veritatis Splendor (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la doctrina moral de la Iglesia: 1993).
 
Indice de materias  
 
Admiración: n.49.
Agua viva: nn. 55, 57.
Alegría: n. 52.
Amor: nn. 7, 9, 23, 42, 45, 54, 56, 69 (ver: caridad).
Amistad: nn. 8, 30, 41, 54 (ver: fraternidad).
Anunciación (ver: María).
Apóstoles: nn. 67, 74, 76 (ver: misión).
Ascensión: n. 68.
Bautismo: nn. 17, 57-58.
Belén: nn. 16, 29.
Bienaventuranzas: n. 75.
Buen samaritano: n. 23 (ver: misericordia).
Calvario: nn. 14, 31, 44-45, 55.
Camino: nn. 18-19, 30, 61.
Caridad: nn. 7, 23, 42, 54, 60, 69, 75 (ver: amor).
Castidad: n. 45 (ver: virginidad).
Celo apostólico: nn. 18, 22.
Cenáculo: n. 33.
Ciegos: n. 35.
Compasión: nn. 6, 48 (ver: misericordia).
Confianza: nn. 26, 37-38 (ver: esperanza).
Contemplación: nn. 53, 56, 63, 65, 76.
Conversión: n. 12.
Corazón de Jesús: nn. 6, 47-59.
Corazón de María: n. 59.
Corona de espinas: n. 13.
Creación: n. 49.
Crucifixión: nn. 31, 45.
Cruz: nn. 31, 43-45, 51, 64.
Cultura: n. 40.
Curación: nn. 26, 35.
Desierto: n. 17.
Dificultades: nn. 62-63.
Dolor: nn. 9-10, 48, 51.
Emaús: nn. 33, 61.
Encarnación: n. 22 (ver: Verbo, María).
Enfermos: nn. 26, 35.
Enseñanza: nn. 34,40.
Escatología: n. 68.
Esperanza: nn. 38, 68.
Espíritu Santo: nn. 14, 46-47, 52, 57, 59.
Examen: nn. 5, 7, 27.
Experiencia de Dios: n. 76 (ver: contemplación).
Eucaristía: nn. 11, 33, 42, 66, 68, 75.
Familia: nn. 29,41.
Fe: nn. 32, 36, 46, 56, 58, 63, 76.
Fiesta (ver pascua, sábado).
Fortaleza: n. 37.
Fracasos: n. 64.
Fraternidad: nn. 42, 60, 69-70 (ver: amistad, caridad, familia).
Filiación adoptiva: n. 54.
Gozo: n. 52.
Gracia: n. 36 (ver: Espíritu Santo, filiación, inhabitación).
Gratitud: n. 11.
Higuera estéril: n. 27.
Historia: nn. 31-32, 44, 47.
Huellas de Cristo: nn. 60-77 (ver: pies).
Humildad: nn. 7, 39, 41, 47.
Iglesia: n. 57.
Infancia: n. 39.
Inhabitación: n. 53.
José: nn. 14, 16, 34.
Joven rico: n. 2.
Juan evangelista: n. 53.
Lágrimas: nn. 8-9, 21.
Lázaro: n. 8.
Leprosos: n. 35.
Leví: n. 3.
Libertad: n. 43.
Llagas: nn. 31, 45, 55, 73.
Llanto: nn. 8-9, 21.
Magdalena: nn. 21,32, 63, 70.
Mandato del amor: nn. 23, 69.
Manos de Jesús: nn. 34-46.
Mansedumbre: n. 47.
María Magdalena (ver: Magdalena).
María de Betania: nn. 24-25.
María Virgen: nn. 6, 14, 16, 34-35, 40, 44, 47, 59.
Marta: nn. 24-25.
Mateo: n. 3.
Maternidad: n. 48.
Miradas de Jesús: nn. 1-15.
Misericordia: nn. 3, 11, 23, 37 (ver: compasión).
Misión: nn. 46, 57, 67, 70-77.
Nazaret: nn. 17, 28, 70, 77.
Niños: n. 39.
Obediencia: n. 43.
Oración: 1, 11, 17, 20, 24, 52-53, 56, 63, 76 (ver: contemplación).
Oveja perdida: n. 22.
Pablo: nn. 61, 67, 72-73.
Padre nuestro: nn. 43, 52 (ver: oración).
Palabra de Dios: nn. 36, 40, 43, 61, 65.
Pan partido: nn. 42, 61, 75 (ver: eucaristía).
Pascua: n. 30 (ver: pasión, resurrección).
Pasión: nn. 13-14, 31, 43-45, 55.
Paso de Jesús: nn. 4, 19, 28.
Paz: n. 5.
Pecado: nn. 9, 12, 21, 37, 44, 51.
Pedro: nn. 12, 37.
Penitencia: n. 12.
Pentecostés: n. 57.
Pequeños: nn. 22, 39, 52.
Perdón: nn. 9, 12, 21, 45, 46.
Perfección: nn. 2, 56.
Pies de Jesús: nn. 16-33, 74.
Pisadas de Jesús (ver: pies).
Pobres: n. 75 (ver: pobreza).
Pobreza: nn. 2, 7, 20, 52, 75.
Predicación: n. 18.
Presencia de Jesús: nn. 5, 31, 33, 41, 60-77.
Providencia (ver: confianza, creación, historia).
Queja: n. 50.
Reconciliación (ver: perdón).
Reparación: n. 51 (ver: misericordia, perdón).
Resurrección: nn. 32, 36, 46, 64, 67-68, 77.
Rostro de Jesús: nn. 1-15.
Sábado: n. 10.
Sacrificio: nn. 17-18, 66.
Salvación: n. 55.
Samaritana: n. 20.
Sanación: nn. 26, 35.
Sangre de Jesús: n. 55.
Santidad: n. 2, 56 (ver: perfección).
Sed: n. 20.
Seguimiento evangélico: nn. 1-2, 7, 30, 77.
Sembrar: nn. 18, 40.
Semilla: n. 40.
Sepulcro vacío: n. 63.
Servicio: n. 41.
Silencio: n. 61.
Solidaridad: n. 42.
Sufrimiento: 9, 10, 48, 51.
Tabor: n. 15.
Tempestad: nn. 38, 62.
Testigos: n. 72.
Testimonio: nn. 72-73.
Tiempo: n. 21 (ver: historia).
Trabajo: nn. 34, 40.
Transfiguración: n. 15.
Trinidad: nn. 15, 54.
Tristeza: nn. 10, 51.
Unción: nn. 21, 25.
Verbo: nn. 13, 16, 40.
Vida apostólica: n. 7 (ver: Apóstoles).
Virginidad (ver: castidad, María Virgen).
Vocación: nn. 1-3, 7, 77.
Zaqueo: n. 4.
                       Indice general
 
Contenido
 
Introducción: Las etapas de un camino.
 
I. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SU MIRADA
 
Presentación.
1: Mirada que invita a seguirle. 2: Mirada a un joven. 3: Mirada a Leví. 4: Mirada a Zaqueo. Mirada a los que le rodean. 6: Mirada de compasión. 7: Mirada que examina de amor. 8: Llanto por el amigo muerto. 9: Llanto ante Jerusalén. 10: Mirada de tristeza. 11: Mirada de gratitud. 12: Mirada de perdón. 13: Rostro ultrajado. 14: Mirada a su Madre y nuestra. 15: Rostro glorioso.
Síntesis para compartir.
 
II. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS PIES
 
Presentación.
16: Pies de niño. 17: Hacia el desierto. 18: De camino para predicar. 19: De paso. 20: Esperando. 21: Llorar a sus pies. 22: Buscando la oveja perdida. 23: Los pies del buen samaritano. 24: Sentarse a sus pies. 25: Pies ungidos. 26: Consuelo para los enfermos. 27: Buscando un fruto que no existe. 28: Se fue. 29: Peregrino y sin hogar. 30: De camino hacia la Pascua. 31: Pies crucificados. 32: Gloriosos. 33: En nuestro camino de Emaús.
Síntesis para compartir.
 
III. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS MANOS
 
Presentación.
34: Manos de trabajador. 35: Manos que sanan. 36: Manos que devuelven a la vida. 37: Manos que fortalecen. 38: Manos que calman la tempestad. 39: Manos que bendicen y acarician. 40: Manos que siembran y enseñan. 41: Manos que lavan los pies. 42: Manos que parten el pan. 43: Manos atadas. 44: Manos que cargan con el madero. 45: Manos clavadas en la cruz. 46: Manos gloriosas de resucitado.
Síntesis para compartir.
 
IV.  EL EVANGELIO ESCRITO EN SU CORAZON
 
Presentación.
47: Corazón manso y humilde. 48: Compasivo. 49: Admiración. 50: Queja. 51: Tristeza. 52: Gozo. 53: De corazón a corazón. 54: Declara su amistad. 55: Corazón abierto. 56: Contemplarlo con la fe. 57: Comunica el Espíritu. 58: Invita a entrar. 59: El corazón de su Madre y nuestra.
Síntesis para compartir.
 
 
V. SUS HUELLAS EN MI VIDA
 
Presentación.
60: En los hermanos. 61: En mi camino. 62: En la tempestad. 63: En el sepulcro vacío. 64: En los fracasos. 65: En sus palabras de vida. 66: En la Eucaristía. 67: Presencia activa y permanente. 68: En la esperanza. 69: En medio nuestro. 70: Ve a mis hermanos. 71: Ser su huella. 72: Testigos. 73: Transparencia de sus llagas. 74: Prolongar sus pies. 75: Pan partido como él. 76: Misión: comunicar la experiencia de su encuentro. 77: Ven y verás.
Síntesis para compartir.
 
Líneas conclusivas: El camino hacia el corazón
 
Documentos y siglas
 
Indice de materias
 
Indice general
 
Jueves, 05 Mayo 2022 10:39

espiritualidad-eucaristica

Escrito por

Conferencia en Barcelona (Balmesiana) febrero 2005

 

                        "ESPIRITUALIDAD EUCARISTICA" (MND 10)

 

Presentación:

 

      Cada tema cristiano puede ser abordado desde diversos puntos de vista. Ordinariamente suelen distinguirse cuatro: cuáles son los contenidos doctrinales del tema, cómo se pueden celebrar, cómo se pueden enseñar o predicar, cómo hay que vivirlos. Podría decirse que se trata del dogma, de la liturgia, de la pastoral y de la moral (que incluye, de algún modo, la espiritualidad).

 

      Sobre los contenidos doctrinales de la Eucaristía, ordinariamente se analizan tres aspectos: la presencia, el sacrificio y la comunión sacramental. Habrían que ampliar el campo al significado pneumatológico, mariológico, mariológico, escatológico, misionero, etc.

 

      La "espiritualidad" significa la vivencia o el estilo de vida. Se quiere "vivir y caminar según el Espíritu" (Gal 5,25). Ahora bien, si la Eucaristía tiene unos contenidos doctrinales que hay que profundizar, para celebrarlos, predicarlos y vivirlos, sin duda alguna que se puede hablar de una "espiritualidad eucarística". Es la invitación que hacia Juan Pablo II en Mane nobiscum, Domine (MND 10).

NOTA: Es parecida la invitación sobre la "espiritualidad misionera" (RMi) y la "espiritualidad mariana" (RMa).

 

      El tema es, pues, relativamente nuevo en cuanto a la reflexión teológica. Más que presentar la razón de ser, he preferido analizar cuáles son los elementos constitutivos de esta "espiritualidad eucarística", presentándolos de modo descriptivo, indicando unas bases bíblicas y magisteriales.

NOTA: Intento seguir las pistas de la encíclica Ecclesia de Eucharistia (EdE) (2003), así como los de la exhortación apostólica Mane nobiscum, Domine (MND) (2004) y del documento de la Congregación para el Culto Divino Año de la Eucaristía, sugerencias y propuestas (2004). Este último documentos dedica algunos números a la "Espiritualidad eucarística": escucha de la Palabra, conversión, memoria, sacrificio, gratitud, presencia de Cristo, comunión y caridad, silencio, adoración, gozo, misión (nn.4, 20-31).

 

 

 

1. Espiritualidad relacional (Presencia) (Mt 26,27; cfr. 28,20)

 

- "Renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor" (EdE 25)

- "El rostro de Jesús... veladamente en el pan partido" (MND 1)

- "Almas enamoradas de El... escuchando su voz y sintiendo los latidos de su corazón" (MND 18).

- "El fruto de este año... Misa dominical... adoración" (MND 29)

- "Sacerdotes... haciendo oración frecuentemente ante el Sagrario...

- ... "consagrados y consagradas, llamados por vuestra propia consagración a una contemplación más prolongada, recordad que Jesús en el Sagrario espera teneros a su lado para rociar vuestros corazones con esa íntima experiencia de su amistad, la única que puede dar sentido y plenitud a vuestra vida" (MND 30)

 

      La presencia real del Señor en la Eucaristía pertenece a nuestra fe, que queremos profesar, celebrar, predicar y vivir. Es presencia real, de "transubstanciación", pero es también presencia de quien ha renovado la Alianza como declaración de amor y, consecuentemente, reclama una relación vivencial e incluso una presencia nuestra como respuesta.

 

      El encuentro del cristiano con Cristo resucitado tiene lugar principalmente en la celebración y adoración eucarística, que ordinariamente se relaciona con la lectura o meditación de la Palabra de Dios.

 

      La presencia permanente de Jesús en la Eucaristía reclama una actitud de "visita", de "cita" y de encuentro, concretada en "diálogo cotidiano" (PO 18). Es presencia que pide trato de amistad por parte de quien ha seguido a Cristo para "estar con él" (Mc 3,13). La presencia de Jesús es presencia de toda su persona, de todo su ser y, por tanto, presencia de su "sí" como donación personal que reclama presencia y amor de retorno.

 

      El Papa, en la encíclica "Ecclesia de Eucharistia", ofrece su propio testimonio: "¿Cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!" (EdE 25).

 

      La relación personal con Cristo, presente en la Eucaristía, se concreta en sintonía con su corazón, es decir, con sus amores e intereses salvíficos. Por esto también se puede hablar de sintonizar con Jesús adorador, reparador y salvador. Esta relación personal (que también es comunitaria) es un camino para entrar en el silencio activo de la adoración y acción de gracias, en sintonía con "el amor de Cristo que supera toda ciencia" (Ef 3,19). Así se aprende la amistad con El.

 

      Si es verdadera relación personal y de amistad, ha de concretarse en imitación y seguimiento. Con Cristo se aprende a adorar, alabar, agradecer, interceder, reparar. Bajo la acción del Espíritu Santo, comunicado por Jesús, se aprende a sintonizar con las "miradas" (o vivencias) de Cristo Redentor: glorificar al Padre y salvar a los hombres, haciendo de la vida una donación.

 

      Ya no se puede dudar de su amar, no se puede prescindir de su presencia, puesto que él es el centro de la creación y de la historia humana. En los momentos de soledad junto al sagrario se aprende el significado de la actitud permanente de Jesús resucitado ante el Padre: "vive siempre para interceder por nosotros" (Heb 7,25).

 

      En esta praxis de relación personal y comunitaria con Cristo Eucaristía, la Iglesia ha ido entrecruzando actos de culto y de devoción popular. Todo es consecuencia y prolongación del encuentro con Cristo en el sacrificio de la Misa, como celebración de toda la comunidad eclesial. Encontrar tiempo para estar con Cristo sin prisas psicológicas, es cuestión de amor y de una recta escala de valores.

 

      Su presencia es un don que reclama presencia de donación. Aunque seamos nosotros los que necesitamos esta relación, en realidad es él que sale al encuentro. Nuestra sed de él se despierta al descubrir que es él que tiene sed de nosotros. El prólogo de San Juan ("el Verbo habita entre nosotros": Jn 1,14) y la escena de la samaritana (Jn 4) son una buena lectura para comprender la promesa de la presencia de Cristo resucitado ("estaré con vosotros": Mt 28,20), que tiene lugar principalmente en la Eucaristía.

 

      *A Teresa de Ávila le atraía irresistiblemente el poder colocar un nuevo sagrario en algún rincón del mundo. Era el ansia misionera de hacer presente a Cristo bajo signos permanentes en cada comunidad humana. Cuando el apóstol tiene que renunciar otras amistades y compañías, entonces es cuando, especialmente gracias a la Eucaristía, "experimenta la presencia de Cristo que lo acompaña en todo momento de su vida" (RMi 88).

 

      El secreto de la perseverancia en seguir generosamente a Cristo, sólo se explica a partir de estos momentos de amistad, en los que se escucha, como si se estrenaran por primera vez, las palabras del Señor: "sígueme","id", "estaré con vosotros", "vosotros sois mis amigos".

 

 

2. Espiritualidad oblativa (sacrificio) (Lc 22,19-20; imitación)

 

- «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado» (1 Cor 11, 23), instituyó el Sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre... Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos" (EdE 11)

- "Un único sacrificio" (EdE 12)

- "El sacrificio de conformarnos a Cristo" (EdE 57)

 

      En la celebración eucarística se actualiza el sacrificio de Cristo. El continúa dándose a sí mismo en sentido oblativo. Sus actitudes internas de oblación son las mismas que tuvo desde la Encarnación hasta la Cruz. Participar en la Eucaristía significa hacerse oblación con él, como compromiso de cumplir el mandato del amor.

 

      El sacrificio de Cristo se hace contemporáneo al hombre de cada época histórica. Se actualiza, para que seamos donación como él. "Si hoy Cristo está en ti, Él resucita para ti cada día" (EdE 14, cita a S. Ambrosio). Por ser Iglesia, compartimos la oblación-donación de Cristo a los hermanos.Ofrecemos a Cristo y nos ofrecemos con él. Es el sacrificio de "Cristo total", es decir, de Cristo y de la Iglesia.

 

      La Eucaristía es, pues, el sacrificio de Cristo esposo, participado esponsalmente por la Iglesia, en cuanto que ella aporta los signos eucarísticos (materia, forma, ministerio sacerdotal, etc.). Toda la Iglesia se hace "complemento" del sacrificio de Cristo (Ef 1,23).

 

      Aunque sólo el sacerdote pronuncia la palabra de Cristo en su nombre, es toda la Iglesia la que ofrece a Cristo y se ofrece con él. Toda la Iglesia colabora responsablemente a que toda la humanidad se haga Cuerpo Místico de Cristo.

 

      La vida cristiana se hace oblación unida a la oblación de Cristo al Padre: "Por él, ofrezcamos continuamente al Padre un sacrificio de alabanza" (Heb 13,15). "Por él, decimos amén ("sí") para gloria de Dios" (2Cor 1,20). Este es el "sí" de toda la comunidad eclesial que se ensaya continuamente al terminar la oración eucarística de la Misa, antes del "Padre nuestro" y de la comunión.

 

      Todo el trabajo y convivencia humana se van convirtiendo en "pan!" y "vino", para transformarse en la oblación de Cristo. El "cuerpo" y la "sangre" del Señor son nuestra misma oblación, hecha oblación de Cristo al Padre en el amor del Espíritu, desde el día de la Encarnación hasta el día de nuestra glorificación con él en los cielos.

 

      El momento culminante de la cruz da sentido sacrificial a toda la existencia de Cristo y a todo el ser de la Iglesia corno esposa o consorte, "la mujer", cuya figura y personificación es María al pie de la cruz (Jn 19,25-17; Apoc 12,1ss; Gal 4,4-19).

 

      El sacrificio pascual del Señor se prolonga continuamente en la Iglesia. Ya podemos compartir la tribulación y el triunfo de Cristo "con las palmas en las manos" (Apoc 7,9). La Iglesia esposa se engalana con el traje de las bodas o del encuentro definitivo, que es la "túnica blanca" del bautismo, "blanqueada con la sangre del cordero" (Apoc 7,9-14).

 

      La Iglesia deja transparentar el misterio pascual de Cristo, en la medida en que haga de su propia existencia el anuncio del sermón de la montaña: transformar el sufrimiento en amor y donación. Así se hace "trigo molido por los molares de las fieras" (San Ignacio de Antioquía), para convertirse ella misma en "pan de vida" compartido con todos los hombres. De este modo, a través de la Eucaristía, como sacrificio de Cristo y de su Iglesia, "el hombre y el mundo son restituidos a Dios por medio de la novedad pascual de la Redención" (Dominicae Cenae 9).

 

      La gran victoria del sacrificio de Cristo es la de que nosotros ya podemos ofrecer a Dios aquello por lo que Cristo murió y resucitó: nosotros mismos transformados en él. Somos oblación agradable a Dios gracias a la oblación de Cristo hecha nuestra.

 

      Las "ofrendas espirituales" (1Pe 2,5) de la Iglesia son la expresión del sacerdocio común de todo el Pueblo de Dios como "Pueblo sacerdotal" (1Pe 2,5-9). Es el sacrificio de hacer de toda la vida un "camino de amor", como el de Cristo, que "nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros en oblación y sacrificio" (Ef 5,1-2). La vida cristiana es, pues, la "ascética" oblativa de "ordenar todo según el amor" (Sto. Tomás). Cristo nos ofrece con él (1Pe 3,18).

 

 

3. Espiritualidad de transformación (comunión) (Jn 6,57)

 

- "Comunión con Dios Padre, mediante la identificación con el Hijo Unigénito, por obra del Espíritu Santo" (EdE 34)

- "Vivir en él (en Cristo) la vida trinitaria" (EdE 60)

- "Iglesia... comunión" (EdE 61)

- "En la escuela de los santos" (EdE 62). Espiritualidad pneumatológica.

 

      La acción del Espíritu Santo nos transforma en Cristo, nos hace "santos", configurados con Cristo. La comunión sacramental tiene este efecto pneumatológico y santificador, haciéndonos participar de la misma vida de Cristo.

 

      "El que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él" (1Cor 6,17). La participación en la comunión eucarística tiene como objetivo nuestra transformación progresiva en Cristo. Participamos de su cuerpo y sangre para participar de su misma vida.

 

      Vamos viviendo cada vez más de su presencia y de su misma vida (Jn 6,56-57). De nuestra vida que pasa, va quedando sólo lo que se convierte en participación de la vida de Cristo. Nuestra vida terrena se hace vida eterna.

 

      Comulgar equivale a hacer pasar todo nuestro ser, toda la humanidad y toda la creación, hacia la realidad última que será restauración de todo en Cristo resucitado. Por esto la comunión sacramental de Cristo unifica nuestro interior y armoniza toda nuestra vida, en sintonía cada vez mayor con Dios, con los hermanos, con la historia y con el cosmos.

 

      Por la comunión sacramental, nos vamos "injertando" cada vez más en el misterio pascual de Cristo (cfr. Rom 6,5). La vida nueva que Cristo nos comunica es su misma vida: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos" (Jn 15,5). Entrar en comunión con Cristo es participar en su misma vida y en su inmolación por el fuego o amor del Espíritu Santo (Heb 9,14).

 

      Es un proceso lento que necesita prolongación del encuentro sacramental en momentos de diálogo íntimo, donde se fragua la amistad con él. En estos momentos de "visita" o de "cita", la palabra de Dios meditada en el corazón se convierte en "pan de vida". Es el mismo Jesús, Palabra y Eucaristía, el que se comunica con todo lo que él es. Vivir de Cristo y en Cristo equivale a traducir a vivencias y compromisos concretos, el mensaje evangélico de las bienaventuranzas, del mandato del amor y del "Padre nuestro".

 

      La comunión sacramental transforma las personas y las comunidades para hacerlas transparencia del evangelio ante los que todavía no creen en Jesús. De la celebración eucarística nacen las comunidades cristianas (familia, comunidad de base, grupos apostólicos y espirituales, parroquia, etc.), que tienen "un solo corazón y una sola alma" (Hech 4,32) y que saben afrontar con "audacia" ("parresía") la evangelización (Hech 4,31). Este proceso de vida en Cristo lo describe san Pablo como "no vivir para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2Cor 5,15). Equivale a dejar vivir a Cristo en nosotros: "No soy yo el que vivo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20).

 

      El signo de haber recibido con provecho la comunión sacramental es la sintonía con los hermanos redimidos por Cristo, especialmente con los que sufren, con los marginados y olvidados, con los más pobres y con los que todavía no le conocen ni le aman explícitamente. El crecimiento en la vida divina, recibida de Cristo, se expresa también en el celo apostólico de ansiar ardientemente y de colaborar eficazmente a que toda la humanidad participe en el sacrificio y banquete eucarístico de la Iglesia.

 

      La comunión eucarística construye la comunión eclesial. "La Eucaristía continúa siendo el centro vivo permanente en torno al cual se congrega toda la comunidad eclesial" (EAm 35). "La Eucaristía se manifiesta, pues, como culminación de todos los Sacramentos, en cuanto lleva a perfección la comunión con Dios Padre, mediante la identificación con el Hijo Unigénito, por obra del Espíritu Santo" (EdE 34). "La Eucaristía crea comunión y educa para la comunión" (ibídem 40).

 

      "Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de este único pan" (1Cor 10,17). Así, pues, los que comemos del mismo "pan de vida", recibimos "el mismo Espíritu" (1Cor 12,11).

 

      Es el Espíritu Santo el que ha hecho posible la formación del cuerpo y sangre de Cristo en el seno de María. Y es el mismo Espíritu el que ahora hace posible, en la comunidad eclesial, que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y sangre del Señor, inmolado en sacrificio y hecho comunión.

 

      Al participar del pan eucarístico o del "maná escondido" (Apoc 2,17), la Iglesia sigue la voz del Espíritu Santo, para convertirse toda ella en el pueblo amado, "reino de sacerdotes", redimido por la sangre de Cristo (Apoc 1,5-6). Y es siempre el mismo pan, Jesús, el que hace posible la construcción del nuevo "templo del Espíritu" (1Cor 6,19).

 

      Es toda la creación la que se simboliza por el pan y el vino, y que debe pasar a la realidad futura de "restauración de todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). Y es toda la comunidad humana, de "todas las gentes", la que debe pasar a ser Cuerpo Místico de Cristo. El Espíritu Santo ha sido enviado por Jesús para que todos los hombres se hagan hijos de Dios por obra del mismo Espíritu. Se puede considerar a la Eucaristía como el momento culminante en que se nos comunica el Espíritu Santo.

 

      En la celebración eucarística, cuando invocamos al Espíritu Santo ("epíclesis"), pedimos que se realice lo que significa la Eucaristía, es decir, el hombre nuevo y libre (cfr. 2Cor 3,17; Jn 3,5), que es responsable de la transformación de todo el cosmos en "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Apoc 21,1). El "agua viva" o vida en el Espíritu, que Cristo nos comunica ahora por la Eucaristía, será un día la realidad de adentrarse en la vida de Dios, es decir, en el "río de agua viva" que procede del Padre y del Hijo (Apoc 22,1).

 

      El "amén" de toda la comunidad eclesial al terminar la oración eucarística, antes del "Padre nuestro", es el "sí" a la nueva Alianza (o desposorio) sellada por la sangre de Jesús. En la primera Alianza, la nube sobre el Sinaí (cfr. Ex 24,18) y la nube sobre el tabernáculo (cfr. Ex 40,34-38) simbolizaba el Espíritu de Yavé. Entonces el pueblo respondió con un "sí": "Todo cuanto ha dicho Yavé lo cumpliremos" (Ex 24,3 y 7). En la nueva Alianza, que comienza con la Encarnación, la "sobra" o nube del Espíritu cubre a María Virgen, para hacerla morada de Dios (Lc 1,35). María, en nombre de toda la humanidad, responde con un "sí": "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38).

 

      El "sí" de la Iglesia a la invocación del Espíritu Santo y a la Alianza o desposorio con Cristo, es el "sí" de toda la humanidad. En realidad es la imitación del "sí" de María, que es Tipo o figura de la Iglesia en cuanto esposa de Cristo y asociada a la obra salvífica de redención universal.

 

 

4. Espiritualidad escatológica (esperanza) (1Cor 11,26)

 

- "El mundo retorna a El, redimido por Cristo" (EdE 8)

- "Recibimos la garantía de la resurrección corporal" (EdE 18)

- "Resquicio del cielo que se abre sobre la tierra" (EdE 19)

- "Semilla de viva esperanza" (EdE 20)

- "La prenda del fin al que todo hombre aspira" (EdE 59)

- "Transformar con él (Cristo) la historia" (EdE 60)

- "En ella (María) vemos el mundo renovado por el amor" (EdE 62)

- "La Eucaristía nos proyecta hacia el futuro de la última venida de Cristo... un dinamismo que abre al camino cristiano el paso a la esperanza" (MND 15).

 

      "En la Eucaristía recibimos la garantía de la resurrección corporal al final del mundo" (EdE 18). Nuestra esperanza se apoya en la Eucaristía, que "es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra" (EdE 19). Ella pone "una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas" (EdE 20).

 

      San Pablo, al describir la celebración eucarística afirma: "Anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva" (1Cor 11,26). La dinámica de la espera activa, "hasta" que vuelva el Señor, marca el tono de la vida cristiana. Es la esperanza que confía y tiende hacia el encuentro. Es la confianza de poder transformar el presente según los planes salvíficos de Dios Amor. Y es la tensión de un camino hacia la cena de las bodas (cfr. Apoc 3,20).

 

      La Iglesia entera y cada cristiano en particular, vive con Cristo la tensión pascual del "voy y vuelvo" (Jn 14,28). El lugar definitivo del encuentro se prepara ya desde ahora, haciendo de toda la creación y de toda la historia humana, que es trabajo y convivencia, el "pan" y el "vino" que se convertirán, por medio de la Eucaristía, en el Cuerpo Místico del Señor.

 

      La comunidad eclesial responde con un "sí", que es compromiso de anuncio y vivencia: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús". Es el "amén" final del Apocalipsis (Apoc 22,17-20). Este "amén" final de la historia salvífica se hace, ya aquí y desde ahora, compromiso de construir "los cielos nuevos y la tierra nueva" (Apoc 21,1).

 

      En la celebración eucarística aseguramos la posibilidad de mantener el ritmo de confianza y de tensión hacia el encuentro final, haciendo avanzar toda la creación y toda la historia hacia una "restauración de todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10).

 

      "La restauración prometida que esperamos, ya comenzó en Cristo, es impulsada por el Espíritu Santo y por él continúa en la Iglesia" (LG 48). La Iglesia vive su camino de peregrinación entre un "ya" y un "todavía no". Ya tiene, en la palabra y en la Eucaristía, las primicias de la plenitud futura, pero todavía no ha llegado a este encuentro final, que será visión de Dios y restauración en Cristo.

 

      El anuncio de que "vendrá como lo habéis visto subir al cielo" (Hech 1,12), se convierte en espera activa, responsable y misionera, gracias a la celebración eucarística "hasta que vuelva" (1Cor 11,26).

 

      La Palabra personal de Dios hecha nuestro hermano, se convierte en el "pan de vida" de la Eucaristía. De la Palabra, creída, contemplada, celebrada, anunciada y hecha vida propia, pasamos a la visión y al encuentro definitivo. Del "pan de vida", que transforma nuestra existencia en Cuerpo Místico, pasamos a la glorificación plena de todo nuestro ser. La humanidad entera y el cosmos están dramáticamente pendientes de nuestra apertura a la Palabra y de nuestra celebración responsable y comprometida de la Eucaristía. En la Eucaristía se nos da ya, como celebración y encuentro inicial, "la prenda de la gloria futura" (himno eucarístico). La Eucaristía es "fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte" (S.Ignacio de Antioquía, Ad Efes. 20).

 

      "La Eucaristía es gustar la eternidad en el tiempo... es por naturaleza portadora de la gracia en la historia humana. Abre al futuro de Dios; siendo comunión con Cristo, con su cuerpo y su sangre, es participación en la vida eterna de Dios" (EEu 75).

 

      Jesucristo, presente en la Eucaristía, nos comunica el Espíritu Santo para hacer realidad este plan de salvación y para presentar al Padre toda la creación restaurada, "para que sea Dios todo en todas las cosas" (1Cor 15,28). Jesús instituyó la Eucaristía en el marco histórico de la Pascua, manifestando su gran deseo de celebrarla (Lc 22,15) como "paso" definitivo hacia el Padre (Jn 13,1). Los signos eucarísticos son ahora invitación de Cristo esposo a su esposa la Iglesia, para que comparta con él este "paso" hacia el Padre.

 

      La Eucaristía contiene ya una realidad escatológica (el cuerpo y la sangre de Cristo resucitado), que ha asumido una realidad terrena (pan y vino) transformándola incluso con el cambio de substancia ("transubstanciación"). De modo semejante o analógico, la Eucaristía hace "pasar" todo nuestro ser y toda la creación hacia "el cielo nuevo y la tierra nueva" (Apoc 21,1). Este paso es progresivo y depende de nuestra fe, esperanza y caridad.

 

      En la Eucaristía se anticipa la fiesta futura (cfr. Apoc 3,20). La fiesta cristiana es siempre "pascua", es decir, "paso" hacia el encuentro definitivo con Cristo. Es un encuentro que se va preparando por un proceso de imitación, seguimiento, unión y configuración con él (cfr. Apoc 14,4). El "canto nuevo" de la Pascua definitiva se inaugura en la celebración eucarística (Apoc 14,3; 5,9).

 

      Los cristianos "viven según el domingo" (S.Ignacio de Antioquía, Ad Magn. 9,1). "Es preciso insistir en este sentido, dando un realce particular a la Eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana... Precisamente a través de la participación eucarística, el día del Señor se convierte también en el día de la Iglesia, que puede desempeñar así de manera eficaz su papel de sacramento de unidad" (MNi 35).

 

      En la Santísima Virgen, ya glorificada y asunta a los cielos en cuerpo y alma, "la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma toda entera, ansía y espera ser" (SC 103).

 

      Los santos, como hermanos que ya celebran la Pascua definitiva, son un estímulo para la Iglesia peregrina: "Al celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo" (SC 104).

 

      A partir de la muerte y resurrección de Cristo, todas las realidades terrenas han recibido un impulso nuevo hacia una restauración final o plenitud escatológica. Cristo resucitado, presente en la Eucaristía, es el garante de este camino hacia una Pascua "cósmica" y universal, cuando aparecerá claramente que "todas las cosas subsisten por él" (Col 1,17).

 

La Pascua final depende de la Pascua que tiene lugar en cada corazón humano y en cada comunidad donde se celebra la Eucaristía. En medio de la Iglesia, Jesús Eucaristía se hace camino de Pascua, enviando su Espíritu para que la misma Iglesia viva la tensión misionera de hacer que todo quede orientado hacia Cristo, el Señor resucitado. Es el deseo que se expresa en la celebración eucarística: "Ven, Señor" (Apoc 22,17 y 20).

 

      Todo sacrificio y la misma muerte queda "absorbida" por el misterio pascual de Cristo (1Cor 15,54). "Vivimos y morimos para él" (Rom 14,8). La Eucaristía es el sacramento que transforma nuestra vida y nuestra muerte en "Pascua", como participación en el misterio pascual de Cristo.

 

5. Espiritualidad mariana (Lc 1,31; Hech 1,14)

 

- "En la escuela de María" (EdE 7 y cap.VI)

- "Mujer eucarística con toda su vida" (EdE 53)

- "Amén" (fiat), "primer tabernáculo de la historia" (EdE 55)

- "Los sentimientos de María" (EdE 56), "presente" (EdE 57), "Magníficat" (EdE 58-59), "a la escucha de María" (EdE 62)

- "Desde la perspectiva mariana" (MND 9)

- "Presentando el modelo de María como mujer eucarística" (MND 10)

- "Tomando a María como modelo... Ave verum corpus matum de Maria Virgine" (MND 31)

 

      Jesús tomó carne y sangre en el seno de María Virgen por obra del Espíritu Santo, para ofrecerse al Padre en sacrificio ya desde la Encarnación (cfr. Heb 10,5-7). Desde el primer momento quiso asociar a su "sí" el "sí" o "fiat" de María como parte de su misma oración sacrificial (Lc 1,38). En "la hora" o momento supremo de la cruz y de la glorificación, la quiso también asociada a su sacrificio redentor como "la mujer" o Nueva Eva (Jn 2,4; 19,25-27). Toda esta realidad redentora es la que Cristo hace presente en la Eucaristía, como misterio pascual de muerte y resurrección, en el que quiso la cooperación activa de su Madre (LG 58 y 61).

 

      María es Tipo, figura o personificación de la Iglesia. Ahora el Señor toma de la Iglesia pan y vino para convertirlo, por obra del Espíritu, en su cuerpo y sangre. La Iglesia ha sentido siempre la necesidad de hacerse consciente de la presencia de María junto a la cruz y en la celebración eucarística. Así lo manifiesta en el recuerdo que hace de ella durante la oración eucarística o canon de la Misa.

 

      El hecho de vivir la presencia de María en el Cenáculo durante la preparación para Pentecostés (Hech 1,14), se convierte en paradigma o ejemplo de toda reunión eclesial y especialmente de la celebración eucarística. Es siempre la presencia humilde y callada de la esclava del Señor, que ayuda a centrar toda la atención en Cristo Redentor: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).

 

      La presencia de María en la realidad y en la conciencia eclesial es la consecuencia de las palabras de Jesús: "He aquí a tu Madre" (Jn 19,27). La comunidad eclesial aprende de ella la actitud de recibir con fidelidad generosa al Verbo o Palabra. El "sí" que ofrece la Iglesia tiene ahora forma de pan y vino, como indicando toda la vida humana (trabajo y convivencia), para que Cristo lo transforme todo en su carne y sangre. Así la Iglesia aprende a ser misionera y madre como María y con su ayuda, para comunicar a Cristo al mundo (cfr. Mc 3,33-35).

 

      El gesto de María junto a la cruz es el gesto que debe imitar la Iglesia en la celebración eucarística: "Así avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado; y finalmente fue dada por el mismo Cristo Jesús agonizante en la cruz como madre al discípulo" (LG 58).

 

      De la Santísima Virgen aprende la Iglesia esta actitud materna, tanto más joven o vital cuando más fecunda: "Esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna" (LG 62).

 

      De la celebración eucarística, que es eminentemente mariana y eclesial, nace el celo apostólico universal, como signo y estímulo del amor materno de la Iglesia (cfr. Gal 4,19; 2Cor 11, 28; EN 79). De este modo, la celebración eucarística es un nuevo cenáculo actualizado continuamente, donde la comunidad eclesial se reúne "con María la Madre de Jesús" (Hech 1,14) y donde el Espíritu Santo sigue "infundiendo en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo" (LG 4). "La piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía... en la pastoral de los Santuarios marianos María guía a los fieles a la Eucaristía" (RMa 44).

 

      En la escuela de María, "mujer eucarística", la Iglesia aprende a ofrecer y ofrecerse con Cristo unida a su oblación. "María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él... la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer « eucarística » con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio" (EdE 53).

 

      En la adoración eucarística, podemos imitar la actitud interna de María, que es "el primer «tabernáculo» de la historia... la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?" (EdE 55).

 

      En la celebración eucarística, nuestra oblación se une a la de María, quien "con toda su vida junto a Cristo, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía... «para presentarle al Señor» (Lc 2, 22)... Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de «Eucaristía anticipada» se podría decir, una «comunión espiritual» de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión... ¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: «Esto es mi cuerpo que es entregado por vosotros» (Lc 22, 19)?" (EdE 56).

 

      En el seno de María, Jesús fue pronunciando su "sí" mientras asumía de ella carne y sangre. La virginidad de María, además de fisiológica, es principalmente espiritual, es decir, de apertura y consagración total al Verbo o Palabra de Dios. Este "sí" de María es el de "la mujer" asociada a "la hora" del Redentor. Ahora, en la Eucaristía, juntamente con el pan y el vino, Jesús recibe el "sí" eclesial de asociación a la obra redentora.

 

      El Espíritu Santo ayudó a María a decir un "sí" de cooperación virginal y materna, como modelo del "sí" de la Iglesia. En la celebración eucarística , el mismo Espíritu ayuda a la Iglesia a decir su "sí" o "amén" (final de la oración eucarística) que es asociación a Cristo Redentor. "El consentimiento de María fue en nombre de toda la humanidad" (Sto. Tomás, Summa Theol., III, q.30, a.1).

 

      La Iglesia se expresa a sí misma cuando se une al "sí" de Cristo Redentor como María. "Respondéis «amén» a eso mismo que sois vosotros", dice san Agustín. La Iglesia se hace realidad de esposa asociada a Cristo, precisamente a partir de la Eucaristía. "Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Angel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor... María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia" (EdE 55)

 

      En el momento del "sí" ("fiat") de María, toda la creación y toda la historia estaban pendientes de este gesto generoso y transcendental, libre y responsable. Ahora toda la humanidad está pendiente del "sí" de la Iglesia al misterio pascual que se celebra en la Eucaristía. La fuerza evangelizadora del anuncio se basa en la fidelidad generosa de la Iglesia a la celebración de este misterio. Toda la fuerza de la Iglesia misionera se resume en este "amén".

 

      En este contexto mariano y eclesial, que desvela la fuerza espiritual y evangelizadora de la Iglesia, se puede comprender mejor cómo "la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia" (RH 20).

 

      "María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente" (EdE 57).

 

 

6. Espiritualidad eclesial (Iglesia comunión) (Hech 2,42; 4,32)

 

- "La Iglesia vive de la Eucaristía... «fuente y cima de toda la vida cristiana» (LG 11)... La Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, el mismo Cristo" (EdE 1)

- "Del misterio pascual nace la Iglesia" (EdE 3)

- "La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo... como el don por excelencia" (EdE 11)

- "La Eucaristía, construyendo la Iglesia, crea precisamente por ello comunidad entre los hombres" (EdE 24)

- "Centro y cumbre de la vida de la Iglesia" (EdE 31)

- "La Eucaristía crea comunión y educa para la comunión" (EdE 40)

- "La Iglesia expresa realmente lo que es... sacramento universal de salvación y comunión" (EdE 61)

- "La Eucaristía es fuente de unidad eclesial y, a la vez, su máxima expresión" (MND 21)

 

      La Eucaristía nos hace vivir la realidad eclesial de Cuerpo Místico y "comunión de los santos". "La Eucaristía es como la consumación de la vida espiritual y el fin de todos los sacramentos" (Sto. Tomás, Summa Theol., III, q.73, a.3).

 

      La Eucaristía como sacramento es signo eficaz de lo que ella misma contiene: Cristo "pan de vida". Los sacramentos y la palabra revelada tienen ya una eficacia especial de renovación, pero la comunicación de vida en Cristo encuentra su punto culminante en la comunión sacramental. En la comunión renovamos nuestro encuentro vivencial con Cristo como si fuera por primera vez.

 

      La presencia de Cristo en la Eucaristía se hace signo eficaz de comunicación de todo lo que es él. Es como la expresión externa de su decisión de transformarnos en él. Es él quien tiene la iniciativa de comunicarnos su vida y quien ha asumido la responsabilidad de reproducir en nosotros su rostro y su amor de Hijo de Dios y de hermano universal. Apoyados en él, comulgándole a él, ya es posible ir trazando en nosotros los rasgos de su fisonomía de Buen Pastor que da la vida por todos.

 

      En la tradición eclesial, se llama a la Eucaristía "sacramento de amor". Es el sacramento que expresa el amor de Cristo y que realiza nuestro amor a Cristo; pero es también el sacramento que fundamenta el amor a todos los hermanos. Es el "sacramento de fa piedad" (SC 47) que fundamenta nuestra relación filial con Dios en Cristo y nuestra relación fraterna con los demás hombres.

 

      La Eucaristía es el sacramento o "signo de unidad" (SC 47) y el "sacrificio de reconciliación" (plegaria eucarística). Tanto para participar en el momento sacrificial, como en la comunión sacramental (que es parte integrante del sacrificio), es necesaria la reconciliación previa con los hermanos (Mt 5,23-24). El signo de la paz, antes de la comunión, quiere expresar esta reconciliación, como tarea permanente de construir la paz empezando por el propio corazón y por la comunidad en que se vive.

 

      La misma comunidad se hace signo "sacramental" cuando vive en comunión como fruto de la celebración eucarística y de la comunión sacramental (PO 8). Esa comunidad es ya "un hecho evangelizador" (Puebla, 663). La Eucaristía, celebrada y participada en la comunidad eclesial (que tiene siempre una perspectiva universal), significa y realiza la caridad que abraza a todos los hombres.

 

      La santificación personal está en relación con la reconciliación comunitaria, en cuanto que supone vivencia de la "comunión" fraterna en todos los niveles del amor: colaboración, comunicación de bienes, vida comunitaria, escucha, comprensión, perdón, etc. Es la Eucaristía la que hace posible esta "comunión" eclesial en todos los niveles, puesto que es "el sacramento de la piedad, el signo de la unidad y el vínculo de la caridad". Por esto antes de comulgar sacramentalmente, hay que estar ya en "comunión" (reconciliación) con Dios y con los hermanos.

 

      La comunión eucarística va construyendo la unidad interior del corazón, en los criterios, escala de valores y actitudes hondas, por una vida de fe, esperanza y caridad. El hombre va recuperando su rostro primitivo que refleja a Dios Amor. Por la comunión se recupera o reconstruye la identidad del hombre, que había desparramado su propio ser en una dispersión o disgregación de fuerzas en contra de la unidad de la familia humana y del cosmos.

 

      De la unidad del corazón se pasa a la unidad de la humanidad y de la creación. La comunión no se reduce a un efecto individual, sino que opera en la persona como miembro de la comunidad eclesial y humana. La comunión eucarística opera una "conversión personal que es la vía necesaria para la concordia entre las personas" (Reconciliatio el paenitentia 4). Celebrando todos los signos de reconciliación y especialmente la Eucaristía y la penitencia, "la Iglesia comprende su misión de trabajar por la conversión de los corazones y por la reconciliación de los hombres con Dios y entre si, dos realidades íntimamente unidas" (ibídem 6).

 

      La persona que comulga se hace portadora de la vida nueva para todos los hermanos. Entonces la transformación que procede de Cristo por la fuerza del Espíritu Santo y que pasa a la comunidad eclesial y a cada creyente, se prolonga en toda la comunidad humana de toda la historia y en la creación entera.

 

      Por la celebración eucarística (Hech 2,42-47), la comunidad eclesial se hace "un solo corazón y una sola alma" (Hech 4,32). Los que comulgan deben tener "un mismo sentir" (1Pe 3,8). Entonces la comunidad se hace evangelizadora con la fuerza y la audacia del Espíritu (Hech 4,33).

 

 

7. Espiritualidad ministerial-sacerdotal (Lc 22,19; 1Cor 11,25)

 

- "El sacerdote pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo" (EdE 5)

- "In persona, es decir, en la identificación específica, sacramental con el sumo y eterno Sacerdote" (EdE 29)

- "Centro y cumbre de la vida sacerdotal... El sacerdote... encontrando en el sacrificio eucarístico, verdadero centro de su vida y de su ministerio, la energía espiritual necesaria... Cada jornada será así verdaderamente eucarística... puesto central en la pastoral de las vocaciones sacerdotales" (EdE 31)

- "Los sacerdotes... atención todavía mayor a la Misa dominical" (MND 23)

- "Vosotros, sacerdotes... dejaos interpelar por la gracia de este Año especial, celebrando... con la alegría y el fervor de la primera vez, y haciendo oración frecuentemente ante el sagrario" (MND 30)

- ... "futuros sacerdotes... experimentar la delicia, no solo de participar cada día en la santa Misa, sino también de dialogar reposadamente con Jesús Eucaristía" (MND 30)

 

      El servicio eucarístico queda iluminado por la Palabra de dios. El mismo Jesús es "pan de vida", en cuanto Verbo hecho hombre (la Palabra del Padre) y en cuanto comida eucarística bajo especies de pan y vino. "La totalidad de la evangeliza­ción, aparte la predicación del mensaje, consiste en implantar la Iglesia, la cual no existe sin este respiro de la vida sacramental culminante en la Eucaristía" (EN 28).

 

      El anuncio del evangelio incluye la invitación a participar en el sacrificio y banquete eucarístico, así como a prolongar en la vida la donación sacrificial del Señor.

 

      La acción evangelizadora de la Iglesia consiste en "predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección" (EN 14). En la Iglesia somos todos servidores del pan y de la palabra, para construir la comunidad en el amor; todos somos profetas, sacerdotes y reyes (LG 31).

 

      La Iglesia, al celebrar la Eucaristía, toma conciencia de ser "sacramento universal de salvación" (LG 48), es decir, "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1). La Iglesia realiza esta acción evangelizadora por medio del anuncio, de la presencialización y de la comunicación del misterio de Cristo. Anuncia la Palabra, es decir, el Verbo hecho hombre, que ha muerto y resucitado; esta realidad salvífica la hace presente en la Eucaristía y la comunica a todos los hombres.

 

      Los servicios o ministerios, como signos portadores de Cristo, hacen de la Iglesia el espacio de la fe, donde el hombre encuentra y acoge al mismo Cristo "Salvador del mundo" (Jn 4, 2; 1Jn 4,14).

 

      La promesa de "estaré con vosotros" está íntimamente relacionada con el encargo de celebrar la Eucaristía ("haced esto en conmemoración mía": Lc 22,20) y con el mandato misionero: "Id, enseñad a todas las gentes" (Mt 28,19-20). En realidad es una presencia múltiple de Cristo bajo diversos signos eclesiales (palabra, sacramentos, comunidad), entre los que sobresale la Eucaristía.

 

      Cuando se participa de la Eucaristía, como presencia, sacrificio y comunión, se siente en el corazón la misma fuerza del Espíritu enviado por Jesús, que insta a hacer de toda la humanidad el Cuerpo Místico del Señor y el único Pueblo de Dios.

 

      Todo creyente que recibe la palabra de Dios y participa en la Eucaristía, se convierte en instrumento vivo para la construcción de la humanidad como cuerpo de Cristo y templo del Espíritu. Todo cristiano es, pues, servidor del pan eucarístico y de la palabra evangélica, según las características de la propia vocación, y siempre con la dimensión universalista de la revelación y de la redención.

 

      El ministerio o servicio de presidencia y de pronunciar válidamente las palabras de la consagración "en persona" o "en nombre" de Cristo (para hacerle presente bajo signos eucarísticos), es un servicio exclusivo del sacerdote ordenado. "El sacerdote pronuncia estas palabras o, más bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo" (EdE 5). Las palabras de la consagración son pronunciadas, al mismo tiempo, por Jesús y por el ministro ordenado. Pero es toda la Iglesia la que queda comisionada para celebrar el misterio redentor y para colaborar responsablemente a que todos los hombres participen en él. La Iglesia entera, cada uno de modo distinto, según su propia vocación, realiza el servicio del anuncio de la palabra, que es invitación universal a participar en el sacrificio y banquete eucarístico.

 

      El servicio de los sacerdotes ministros está "en continuidad con la acción de los Apóstoles" (EdE 27) y "conlleva necesariamente el sacramento del Orden" (EdE 28). "El ministerio de los sacerdotes, en virtud del sacramento del Orden, en la economía de salvación querida por Cristo, manifiesta que la Eucaristía celebrada por ellos es un don que supera radicalmente la potestad de la asamblea y es insustituible en cualquier caso para unir válidamente la consagración eucarística al sacrificio de la Cruz y a la Última Cena" (EdE 29). Por esto, "si la Eucaristía es centro y cumbre de la vida de la Iglesia, también lo es del ministerio sacerdotal" (EdE 31).

 

      Las tensiones de la vida apostólica se superan en el encuentro con Cristo Eucaristía. Para todo apóstol, "cada jornada será así verdaderamente eucarística" EdE 31). La Eucaristía ha de tener "su puesto central en la pastoral de las vocaciones sacerdotales" (EdE 31). "El culmen de la oración cristiana es la Eucaristía, que a su vez es «la cumbre y la fuente» de los Sacramentos y de la Liturgia de las Horas" (PDV 48).

 

      El "amén" al final de la plegaria eucarística (canon de la Misa) es la expresión de esta participación en el ministerio de la palabra y de la Eucaristía. Es el "sí" de toda la Iglesia, que, a partir de la Eucaristía, se hace anuncio, testimonio y compromiso de vivir el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor.

 

 

8. Espiritualidad misionera (Mt 26,28: "por todos"; Jn 6,51)

 

- "La Iglesia se expresa como sacramento universal de salvación" (EdE 61)

- "Cristo... centro de la historia de la humanidad... gozo de todos los corazones" (MND 6; GS 45)

- (Emaús) "cuando se ha tenido la experiencia del Resucitado... no se puede guardar la alegría sólo para sí mismo... El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio... el deber de ser misioneros del acontecimiento actualizado en el rito. La despedida al finalizar la Misa es como una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad" (MND 24)

- "Misa... carácter de universalidad" (MND 27)

- ... "impulso para un compromiso activo de la edificación de la sociedad más equitativa y fraterna" (MND 28).

 

 

      En la celebración eucarística, "la Iglesia y se expresa realmente lo que es: una, santa, católica y apostólica; pueblo, templo y familia de Dios; cuerpo y esposa de Cristo, animada por el Espíritu Santo; sacramento universal de salvación y comunión jerárquicamente estructurada" (EdE 61).

 

      La naturaleza misionera de la Iglesia se concreta en ser "complemento" de Cristo (Ef 1,23), a modo de signo transparente y portador suyo para todos los pueblos. La "sacramentalidad" de la Iglesia expresa precisamente esta realidad, de modo especial en los siete sacramentos. La Eucaristía es la máxima expresión de la sacramentalidad de la Iglesia, en cuanto que es presencia y comunicación del sacrificio redentor de Cristo, del que proceden todos los signos salvíficos. La Iglesia es "sacramento universal de salvación" (AG 1).

 

      La misión de la Iglesia consiste en ser instrumento de la vida nueva o vida divina. Es maternidad ministerial, en cuanto que se realiza a través de ministerios o servicios que son signos salvíficos. El modelo y personificación de esta maternidad es María, Virgen y Madre: "La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y es igualmente virgen, que guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo, y a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera" (LG 64).

 

      La misionariedad es la acción apostólica que deriva del mandato o envío de Cristo. Es acción que se desenvuelve en anuncio, presencialización y comunicación del misterio pascual de muerte y resurrección que celebramos en la Eucaristía. La Iglesia es misionera y madre en relación con su naturaleza de "sacramento" o signo portador de Cristo, por el profetismo, la liturgia y la construcción de la comunidad.

 

      Ésta es la naturaleza materna de la Iglesia a imitación de María: "la Iglesia, en su labor apostólica, se fija con razón en aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles" (LG 65).

 

      La Iglesia "sacramento" (Ef 5,32) se realiza principalmente en la Eucaristía. En ella encuentra los constitutivos esenciales de su propio ser: Palabra de Dios, presencia de Cristo, venida del Espíritu Santo, comunidad, servidores o ministros, santificación, misión, signos salvíficos, etc. A través de la Eucaristía y por medio de la Iglesia, Cristo sale al encuentro del hombre de todos los tiempos, razas y culturas. La Iglesia, principalmente por la Eucaristía, se hace lugar de encuentro del hombre con Cristo resucitado.

 

      Al celebrar y hacer presente el Misterio Pascual en la Eucaristía, la Iglesia "recuerda" que ella tuvo origen en "la hora" en que Cristo murió, resucitó y comunicó el Espíritu. La Iglesia nace como misionera o enviada a anunciar, presencializar y comunicar la salvación de Cristo Redentor de todos los hombres.

 

      Toda la realidad de Iglesia se podría concretar en ser signo transparente y portador de Cristo, es decir, en su "sacramentalidad". En la liturgia y principalmente en la celebración eucarística, la Iglesia recuerda y celebra su propio origen, "pues del costado de Cristo dormido en la cruz, nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC 5).

 

      Por esto, en la Eucaristía se encuentra "todo el bien de la Iglesia" (PO 5), puesto que la Eucaristía "construye la Iglesia" y "la Iglesia vive de la Eucaristía" (RH 20).

 

      La fuerza y "audacia" de la evangelización (Hech 4,31ss) le viene a la Iglesia de ser comunidad con "un solo corazón y una sola alma" (Hech 4,32). La fuente de esta unidad, como signo eficaz de evangelización y como "hecho evangelizador" (Puebla 663) es el "partir el pan" en un contexto de meditación de la Palabra y de fraternidad o comunión eclesial (Hech 2,42).

 

      La Iglesia aprende de María a ser "Madre de los hombres" (LG 69). En la celebración eucarística encuentra la presencia de María como en el cenáculo (Hech 1, 14). "La Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor" (LG 68). Imitando a María, la Iglesia hará que todos los hombres y todos los cristianos "se reúnan en un solo Pueblo de Dios" (ibídem).

 

      El celo y compromiso apostólico se fraguan en estos momentos de sagrario, que parecen tiempo perdido. Allí se recupera el sentido esponsal de la vida, como desposorio y amistad con Cristo, que abraza a todos los hermanos y a todo el cosmos.

 

 

A MODO DE CONCLUSION:

 

      En su caminar histórico, y especialmente en el inicio de un tercer milenio, y como continuación de una historia milenaria de gracia, la Eucaristía es fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia. La espiritualidad eclesial es, por su misma naturaleza, espiritualidad eucarística.

 

      El itinerario ya está programado; se nos invita a recorrerlo: la presencia, la oblación y la comunicación de Cristo piden actitud relacional y oblativa, para realizar con él la misma misión de ser "pan partido" para toda la humanidad, bajo la acción del Espíritu Santo, de camino hacia "el cielo nuevo y la nueva tierra" (Ap 21,1), siguiendo la pauta de "la mujer vestida de sol" (Ap 12,1), transparencia y portadora de Jesús. "El programa... se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia" (EdE 60).

 

      El camino eclesial está polarizado por la Eucaristía como centro, fuente y cumbre de su vida y de su misión. El "misterio de la fe" se profundiza por un conocimiento vivido de Jesucristo, para saberse amado por él, amarle y hacerle amar. Es la fe en Cristo, Dios hecho hombre, único Salvador, que se concreta en la adoración al Padre "en espíritu y verdad" (Jn 4,24).

 

      El Catecismo de la Iglesia católica (CEC n.1327), citando a San Ireneo, dice: "La Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: «Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar»" (CEC n.1327).

 

      La renovación de la vida y de la misión de la Iglesia, en personas y comunidades, tiene siempre como pauta el evangelio hecho Eucaristía, "pan de vida... para la vida del mundo" (Jn 6,51). En la Eucaristía, celebrada, adorada y vivida, personal y comunitariamente, se encuentran las líneas de una renovación que es fidelidad más profunda, en armonía con toda la historia de gracia. El "nuevo vigor de la vida cristiana pasa por la Eucaristía" (EdE 60).

 

      La fe en la Eucaristía se profundiza celebrándola, contemplándola, viviéndola y comunicándola, sin buscarse a sí mismo. De este modo, la Eucaristía produce en nosotros la unión con Cristo, para descubrirle y servirle en la comunión eclesial, y especialmente en los hermanos más necesitados.

 

      La espiritualidad eucarística es actitud de fe en la Eucaristía ("lex credendi"), que se expresa en la actitud de oración y de caridad ("lex orandi", "lex agendi"). La vida y misión de la Iglesia se fraguan en la celebración y adoración eucarística. Entonces "el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5), se concreta en la "caridad de Cristo" que urge a la contemplación, a la santidad ya la misión: "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos... para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2Cor 5,14-15).

 

      La Eucaristía es la escuela de los santos y de los apóstoles de todos los tiempos. El programa pastoral del tercer milenio se resume en "caminar desde Cristo" (NMi 29). "Que Jesús resucitado, el cual nos acompaña en nuestro camino, dejándose reconocer como a los discípulos de Emaús «al partir el pan» (Lc 24,30), nos encuentre vigilantes y preparados para reconocer su rostro y correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio: «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20,25)" (NMi 59).

 

      El camino eucarístico es de oblación como verdad de la donación. "En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María... Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magnificat!" (EdE 58). María Inmaculada y Asunta a los cielos es "la gran señal", para la Iglesia peregrina (Apoc 12.1). "Mirándola a ella conocemos la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor" (EdE 62).

 

                               SELECCION BIBLIOGRAFICA

 

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Jueves, 05 Mayo 2022 10:38

Dios es amor, y fraterno cantal 1

Escrito por

P. Raniero Cantalamessa

 

Segunda Predicación de Cuaresma

 

Dios es amor

 

El primer y fundamental anuncio que la Iglesia está encargada de llevara al mundo y que el mundo espera de la Iglesia es el del amor de Dios. Pero para que los evangelizadores sean capaces de transmitir esta certeza, es necesario que ellos sean íntimamente permeados por ella, que ésta sea luz de sus vidas. A este fin quisiera servir, al menos mínimamente, la presente meditación.

La expresión “amor de Dios” tiene dos acepciones muy diversas entre sí: una en la que Dios es objeto y la otra en la que Dios es sujeto; una que indica nuestro amor por Dios y la otra que indica el amor de Dios por nosotros. El hombre, más inclinado por naturaleza a ser activo que pasivo, más a ser acreedor que a ser deudor, ha dado siempre la precedencia al primer significado, a lo que hacemos nosotros por Dios. También la predicación cristiana ha seguido este camino, hablando, en ciertas épocas, casi solo del “deber” de amar a Dios (De diligendo Deo).

Pero la revelación bíblica da la precedencia al segundo significado: al amor “de” Dios, no al amor “por” Dios. Aristóteles decía que Dios mueve el mundo “en cuanto es amado”, es decir, en cuanto que es objeto de amor y causa final de todas las criaturas [1]. Pero la Biblia dice exactamente lo contrario, es decir, que Dios crea y mueve el mundo en cuanto que ama al mundo. Lo más importante, a propósito del amor de Dios, no es por tanto que el hombre ama a Dios, sino que Dios ama al hombre y que le ama “primero”: “Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero” (1 Jn 4, 10). De esto depende todo lo demás, incluída nuestra propia posibilidad de amar a Dios: “Nosotros amamos porque Dios nos amó primero” (1 Jn 4, 19).

1. El amor de Dios en la eternidad

Juan es el hombre de los grandes saltos. Al reconstruir la historia terrena de Cristo, los demás se detenían en su nacimiento de María, él da el gran salto hacia atrás, del tiempo a la eternidad: “Al principio estaba la Palabra”. Lo mismo hace a propósito del amor. Todos los demás, incluido Pablo, hablan del amor de Dios manifestado en la historia y culminado en la muerte de Cristo; él se remonta a más allá de la historia. No nos presenta a un Dios que ama, sino a un Dios que es amor. “Al principio estaba el amor, y el amor estaba junto a Dios, y el amor era Dios”: así podemos descomponer su afirmación: “Dios es amor” (1Jn 4,10).

De ella Agustín escribió: “Aunque no hubiese, en toda esta Carta y en todas las páginas de la Escritura, otro elogio del amor fuera de esta única palabra, es decir, que Dios es amor, no deberíamos pedir más”[2]. Toda la Biblia no hace sino “narrar el amor de Dios” [3]. Esta es la noticia que sostiene y explica todas las demás. Se discute sin fin, y no sólo desde ahora, si Dios existe; pero yo creo que lo más importante no es saber si Dios existe, sino si es amor [4]. Si, por hipótesis, él existiese pero no fuese amor, habría que temer más que alegrarse de su existencia, como de hecho ha sucedido en diversos pueblos y civilizaciones. La fe cristiana nos reafirma precisamente en esto: ¡Dios existe y es amor!

El punto de partida de nuestro viaje es la Trinidad. ¿Por qué los cristianos creen en la Trinidad? La respuesta es: porque creen que Dios es amor. Allí donde Dios es concebido como Ley suprema o Poder supremo no hay, evidentemente, necesidad de una pluralidad de personas, y por esto no se entiende la Trinidad. El derecho y el poder pueden ser ejercidos por una sola persona, el amor no.

No hay amor que no sea amor a algo o a alguien, como – dice el filósofo Husserl – no hay conocimiento que no sea conocimiento de algo. ¿A quien ama Dios para ser definido amor? ¿A la humanidad? Pero los hombres existen sólo desde hace algunos millones de años; antes de entonces, ¿a quién amaba Dios para ser definido amor? No puede haber comenzado a ser amor en un cierto momento del tiempo, porque Dios no puede cambiar su esencia. ¿El cosmos? Pero el universo existe desde hace algunos miles de millones de años; antes, ¿a quién amaba Dios para poderse definir como amor? No podemos decir: se amaba a sí mismo, porque amarse a sí mismo no es amor, sino egoísmo o, como dicen los psicólogos, narcisismo.

He aquí la respuesta de la revelación cristiana que la Iglesia recogió de Cristo y que explicitó en su Credo. Dios es amor en sí mismo, antes del tiempo, porque desde siempre tiene en sí mismo un Hijo, el Verbo, que ama de un amor infinito que es el Espíritu Santo. En todo amor hay siempre tres realidades o sujetos: uno que ama, uno que es amado, y el amor que les une.

2. El amor de Dios en la creación

Cuando este amor fontal se extiende en el tiempo, tenemos la historia de la salvación. La primera etapa de ella es la creación. El amor es, por su naturaleza, “diffusivum sui”, es decir, “tiende a comunicarse”. Dado que “el actuar sigue al ser”, siendo amor, Dios crea por amor. “¿Por qué nos ha creado Dios?”: así sonaba la segunda pregunta del catecismo de hace tiempo, y la respuesta era: “Para conocerle, amarle y servirle en esta vida y gozarlo después en la otra en el paraíso”. Respuesta impecable, pero parcial. Esta responde a la pregunta sobre la causa final: “con qué objetivo, con que fin nos ha creado Dios”; no responde a la pregunta sobre la causa causante: “por qué nos creó, qué le empujó a crearnos”. A esta pregunta no se debe responder: “para que lo amásemos”, sino “porque nos amaba”.

Según la teología rabínica, hecha propia por el Santo Padre en su último libro sobre Jesús, “el cosmos fue creado no para que haya múltiples astros y muchas otras cosas, sino para que haya un espacio para la 'alianza', el 'sí' del amor entre Dios y el hombre que le responde” [5]. La creación existe de cara al diálogo de amor de Dios con sus criaturas.

¡Qué lejos está, en este punto, la visión cristiana del origen del universo de la del cientificismo ateo recordado en Adviento! Uno de los sufrimientos más profundos para un joven o una chica es descubrir un día que está en el mundo por casualidad, no querido, no esperado, incluso por un error de sus padres. Un cierto cientificismo ateo parece empeñado en infligir este tipo de sufrimiento a la humanidad entera. Nadie sabría convencernos del hecho de que nosotros hemos sido creados por amor, mejor de como lo hace santa Catalina de Siena en una fogosa oración suya a la Trinidad:

“¿Cómo creaste, por tanto, oh Padre eterno, a esta criatura tuya? […]. El fuego te obligó. Oh amor inefable, a pesar de que en tu luz veías todas las iniquidades que tu criatura debía cometer contra tu infinita bondad, tu hiciste como si no las vieras, sino que detuviste tus ojos en la belleza de tu criatura, de la que tu, como loco y ebrio de amor, te enamoraste y por amor la engendraste de ti, dándole el ser a tu imagen y semejanza. Tú, verdad eterna, me declaraste a mí tu verdad, es decir, que el amor te obligó a crearla”.

Esto no es solo agape, amor de misericordia, de donación y de descendimiento; es también eros y en estado puro; es atracción hacia el objeto del proprio amor, estima y fascinación por su belleza.

3. El amor de Dios en la revelación

La segunda etapa del amor de Dios es la revelación, la Escritura. Dios nos habla de su amor sobre todo en los profetas. Dice en Oseas: “Cuando Israel era niño, yo lo amé […] ¡Yo había enseñado a caminar a Efraím, lo tomaba por los brazos! […] Yo los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor; era para ellos como los que alzan a una criatura contra sus mejillas, me inclinaba hacia él y le daba de comer […] ¿Cómo voy a abandonarte, Efraím? […] Mi corazón se subleva contra mí y se enciende toda mi ternura” (Os 11, 1-4).

Encontramos este mismo lenguaje en Isaías: “¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas?” (Is 49, 15) y en Jeremías: “¿Es para mí Efraím un hijo querido o un niño mimado, para que cada vez que hablo de él, todavía lo recuerde vivamente? Por eso mis entrañas se estremecen por él, no puedo menos que compadecerme de él” (Jr 31, 20).

En estos oráculos, el amor de Dios se expresa al mismo tiempo como amor paterno y materno. El amor paterno está hecho de estímulo y de solicitud; el padre quiere hacer crecer al hijo y llevarle a la madurez plena. Por esto le corrige y difícilmente lo alaba en su presencia, por miedo a que crea que ha llegado y ya no progrese más. El amor materno en cambio está hecho de acogida y de ternura; es un amor “visceral”; parte de las profundas fibras del ser de la madre, allí donde se formó la criatura, y de allí afirma toda su persona haciéndola “temblar de compasión”.

En el ámbito humano, estos dos tipos de amor – viril y materno – están siempre repartidos, más o menos claramente. El filósofo Séneca decía: “¿No ves cómo es distinta la manera de querer de los padres y de las madres? Los padres despiertan pronto a sus hijos para que se pongan a estudiar, no les permiten quedarse ociosos y les hacen gotear de sudor y a veces también de lágrimas. Las madres en cambio los miman en su seno y se los quedan cerca y evitan contrariarles, hacerles llorar y hacerles cansarse”[6]. Pero mientras el Dios del filósofo pagano tiene hacia los hombres sólo “el ánimo de un padre que ama sin debilidad” (son palabras suyas), el Dios bíblico tiene también el ánimo de una madre que ama “con debilidad”.

El hombre conoce por experiendia otro tipo de amor, aquel del que se dice que es “fuerte como la muerte y que sus llamas son llamas de fuego” (cf Ct 8, 6), y también a este tipo de amor recurre Dios, en la Biblia, para darnos una idea de su apasionado amor por nosotros. Todas las fases y las vicisitudes del amor esponsal son evocadas y utilizadas con este fin: el encanto del amor en estado naciente del noviazgo (cf Jr 2, 2); la plenitus de la alegría del día de las bodas (cf Is 62, 5); el drama de la ruptura (cf Os 2, 4 ss) y finalmente el renacimiento, lleno de esperanza, del antiguo vínculo (cf Os 2, 16; Is 54, 8).

El amor esponsal es, fundamentalmente, un amor de deseo y de elección. ¡Si es verdad, por ello, que el hombre desea a Dios, es verdad, misteriosamente, también lo contrario, es decir, que Dios desea al hombre, quiere y estima su amor, se alegra por él “como se alegra el esposo por la esposa” (Is 62,5)!

Como observa el Santo Padre en la “Deus caritas est”, la metáfora nupcial que atraviesa casi toda la Biblia e inspira el lenguaje de la “alianza”, es la mejor muestra de que también el amor de Dios por nosotros es eros y agape, es dar y buscar al mismo tiempo. No se le puede reducir a sola misericordia, a un “hacer caridad” al hombre, en el sentido más restringido del término.

4. El amor de Dios en la encarnación

Llegamos así a la etapa culminante del amor de Dios, la encarnación: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único” (Jn 3,16). Frente a la encarnación se plantea la misma pregunta que nos planteamos para la encarnación. ¿Por qué Dios se hizo hombre? Cur Deus homo? Durante mucho tiempo la respuesta fue: para redimirnos del pecado. Duns Scoto profundizó esta respuesta, haciendo del amor el motivo fundamental de la encarnación, como de todas las demás obras ad extra de la Trinidad.

Dios, dice Scoto, en primer lugar, se ama a sí mismo; en segundo lugar, quiere que haya otros seres que lo aman (“secundo vult alios habere condiligentes”). Si decide la encarnación es para que haya otro ser que le ama con el amor más grande posible fuera de Él [7]. La encarnación habría tenido lugar por tanto aunque Adán no hubiese pecado. Cristo es el primer pensado y el primer querido, el “primogénito de la creación” (Col 1,15), no la solución a un problema creado a raíz del pecado de Adán.

Pero también la respuesta de Scoto es parcial y debe completarse en base a lo que dice la Escritura del amor de Dios. Dios quiso la encarnación del Hijo, no sólo para tener a alguien fuera de sí que le amase de modo digno de sí, sino también y sobre todo para tener a alguien fuera de sí a quien amar de manera digna de sí. Y este es el Hijo hecho hombre, en el que el Padre pone “toda su complacencia” y con él a todos nosotros hechos “hijos en el Hijo”.

Cristo es la prueba suprema del amor de Dios por el hombre no sólo en sentido objetivo, a la manera de una prenda de amor inanimada que se da a alguien; lo es en sentido también subjetivo. En otras palabras, no es solo la prueba del amor de Dios, sino que es el amor mismo de Dios que ha asumido una forma humana para poder amar y ser amado desde nuestra situación. En el principio existía el amor, y “el amor se hizo carne”: así parafraseaba un antiquísimo escrito cristiano las palabras del Prólogo de Juan [8].

San Pablo acuña una expresión adrede para esta nueva modalidad del amor de Dios, lo llama “el amor de Dios que está en Cristo Jesús” (Rom 8, 39). Si, como se decía la otra vez, todo nuestro amor por Dios debe ahora expresar concretamente en amor hacia Cristo, es porque todo el amor de Dios por nosotros, antes, se expresó y recogió en Cristo.

5. El amor de Dios infundido en los corazones

La historia del amor de Dios no termina con la Pascua de Cristo, sino que se prolonga en Pentecostés, que hace presente y operante “el amor de Dios en Cristo Jesús” hasta el fin del mundo. No estamos obligados, por ello, a vivir sólo del recuerdo del amor de Dios, como de algo pasado. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rom 5,5).

¿Pero qué es este amor que ha sido derramado en nuestro corazón en el bautismo? ¿Es un sentimiento de Dios por nosotros? ¿Una disposición benévola suya respecto a nosotros? ¿Una inclinació? ¿Es decir, algo intencional? Es mucho más; es algo real. Es, literalmente, el amor de Dios, es decir, el amor que circula en la Trinidad entre Padre e Hijo y que en la encarnación asumió una forma humana, y que ahora se nos participa bajo la forma de “inhabitación”. “Mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” (Jn 14, 23).

Nosotros nos hacemos “partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4), es decir, partícipes del amor divino. Nos encontramos por gracia, explica san Juan de la Cruz, dentro de la vorágine de amor que pasa desde siempre, en la Trinidad, entre el Padre y el Hijo [9]. Mejor aún: entre la vorágine de amor que pasa ahora, en el cielo, entre el Padre y su Hijo Jesucristo, resucitado de la muerte, del que somos sus miembros.

6. ¡Nosotros hemos creído en el amor de Dios!

Esta, Venerables padres, hermanos y hermanas, que he trazado pobremente aquí es la revelación objetiva del amor de Dios en la historia. Ahora vayamos a nosotros: ¿qué haremos, qué diremos tras haber escuchado cuánto nos ama Dios? Una primera respuesta es: ¡amar a Dios! ¿No es este, el primero y más grande mandamiento de la ley? Sí, pero viene después. Otra respuesta posible: ¡amarnos entre nosotros como Dios nos ha amado! ¿No dice el evangelista Juan que si Dios nos ha amado, “también nosotros debemos amarnos los unos a los otros” (1Jn 4, 11)? También esto viene después; antes hay otra cosa que hacer. ¡Creer en el amor de Dios! Tras haber dicho que “Dios es amor”, el evangelista Juan exclama: “Nosotros hemos creído en el amor que Dios tiene por nosotros” (1 Jn 4,16).

La fe, por tanto. Pero aquí se trata de una fe especial: la fe-estupor, la fe incrédula (una paradoja, lo sé, ¡pero cierta!), la fe que no sabe comprender lo que cree, aunque lo cree. ¿Cómo es posible que Dios, sumamente feliz en su tranquila eternidad, tuviese el deseo no sólo de crearnos, sino también de venir personalmente a sufrir entre nosotros? ¿Cómo es posible esto? Esta es la fe-estupor, la fe que nos hace felices.

El gran convertido y apologeta de la fe Clive Staples Lewis (el autor, dicho sea de paso, del ciclo narrativo de Narnia, llevado recientemente a la pantalla) escribió una novela singular titulada “Cartas del diablo a su sobrino”. Son cartas que un diablo anciano escribe a un diablillo joven e inexperto que está empeñado en la tierra en seducir a un joven londinense apenas vuelto a la práctica cristiana. El objetivo es instruirlo sobre los pasos a dar para tener éxito en el intento. Se trata de un moderno, finísimo tratado de moral y de ascética, que hay que leer al revés, es decir, haciendo exactamente lo contrario de lo que se sugiere.

En un momento el autor nos hace asistir a una especie de discusión que tiene lugar entre los demonios, Estos no pueden comprender que el Enemigo (así llaman a Dios) ame verdaderamente “a los gusanos humanos y desee su libertad”. Están seguros de que no puede ser. Debe haber por fuerza un engaño, un truco. Lo estamos investigando, dicen, desde el día en que “Nuestro Padre” (Así llaman a Lucifer), precisamente por este motivo, se alejó de él; aún no lo hemos descubierto, pero un día llegaremos [10]. El amor de Dios por sus criaturas es, para ellos, el misterio de los misterios. Y yo creo que, al menos en esto, los demonios tienen razón.

Parecería una fe fácil y agradable; en cambio, es quizás lo más difícil que hay también para nosotros, criaturas humanas. ¿Creemos nosotros verdaderamente que Dios nos ama? ¡No nos lo creemos verdaderamente, o al menos, no nos lo creemos bastante! Porque si nos lo creyésemos, en seguida la vida, nosotros mismos, las cosas, los acontecimientos, el mismo dolor, todo se transfiguraría ante nuestros ojos. Hoy mismo estaríamos con él en el paraíso, porque el paraíso no es sino esto: gozar en plenitud del amor de Dios.

El mundo ha hecho cada vez más difícil creer en el amor. Quien ha sido traicionado o herido una vez, tiene miedo de amar y de ser amado, porque sabe cuánto duele sentirse engañado. Así, se va engrosando cada vez más la multitud de los que no consiguen creer en el amor de Dios; es más, en ningún amor. El desencanto y el cinismo es la marca de nuestra cultura secularizada. En el plano personal está también la experiencia de nuestra pobreza y miseria que nos hace decir: “Sí, este amor de Dios es hermoso, pero no es para mí. Yo no soy digno...”.

Los hombres necesitan saber que Dios les ama, y nadie mejor que los discípulos de Cristo es capaz de llevarles esta buena noticia. Otros, en el mundo, comparten con los cristianos el temor de Dios, la preocupación por la justicia social y el respeto del hombre, por la paz y la tolerancia; pero nadie – digo nadie – entre los filósofos ni entre las religiones, dice al hombre que Dios le ama, lo ama primero, y lo ama con amor de misericordia y de deseo: con eros y agape.

San Pablo nos sugiere un método para aplicar a nuestra existencia concreta la luz del amor de Dios. Escribe: “¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó” (Rom 8, 35-37). Los peligros y los enemigos del amor de Dios que enumera son los que, de hecho, los que él experimentó en su vida: la angustia, la persecución, la espada... (cf 2 Cor 11, 23 ss). Él los repasa en su mente y constata que ninguno de ellos es tan fuerte que se mantenga comparado con el pensamiento del amor de Dios.

Se nos invita a hacer como él: a mirar nuestra vida, tal como ésta se presenta, a sacar a la luz los miedos que se esconden allí, el dolor, las amenazas,los complejos, ese defecto físico o moral, ese recuerdo penoso que nos humilla, y a exponerlo todo a la luz del pensamiento de que Dios me ama.

Desde su vida personal, el Apóstol extiende la mirada sobre el mundo que le rodea. “Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8, 37-39). Observa “su” mundo, con los poderes que lo hacían amenazador: la muerte con su misterio, la vida presente con sus seducciones, las potencias astrales o las infernales que infundían tanto terror al hombre antiguo.

Nosotros podemos hacer lo mismo: mirar el mundo que nos rodea y que nos da miedo. La “altura” y la “profundidad”, son para nosotros ahora lo infinitamente grande a lo alto y lo infinitamente pequeño abajo, el universo y el átomo. Todo está dispuesto a aplastarnos; el hombre es débil y está solo, en un universo mucho más grande que él y convertido, además, en aún más amenazador a raíz de los descubrimientos científicos que ha hecho y que no consigue dominar, como nos está demostrando dramáticamente el caso de los reactores atómicos de Fukushima.

Todo puede ser cuestionado, todas las seguridades pueden llegar a faltarnos, pero nunca esta: que Dios nos ama y que es más fuerte que todo. “Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra”.

 

[1] Aristóteles, Metafísica, XII, 7, 1072b.

[2] S. Agustín, Tratados sobre la Primera Carta de Juan, 7, 4.

[3] S. Agustín, De catechizandis rudibus, I, 8, 4: PL 40, 319.

[4] Cf. S. Kierkegaard, Disursos edificantes en diverso espíritu, 3: El Evangelio del sufrimiento, IV.

[5] Benedicto XVI, Gesù di Nazaret, II Parte, Libreria Editrice Vaticana, 2011, p. 93.

[6] Séneca, De Providentia, 2, 5 s.

[7] Duns Scoto, Opus Oxoniense, I,d.17, q.3, n.31; Rep., II, d.27, q. un., n.3

[8] Evangelium veritatis (de los Códigos de Nag-Hammadi).

[9] Cf. S. Juan de la Cruz, Cántico espiritual A, estrofa 38.

[10] C.S. Lewis, The Screwtape Letters, 1942, cap. XIX; trad. it. Le lettere di Berlicche, Milán, Mondadori, 1998

[Traducción del italiano por Inma Álvarez]

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Predicador del Papa: “La caridad, sin fingimiento”

P. Raniero Cantalamessa

Tercera Predicación de Cuaresma

 

QUE LA CARIDAD SEA SIN FINGIMIENTO

 

 

1. Amarás al, prójimo como a ti mismo

Se ha observado un hecho. El río Jordán, en su curso, forma dos mares: el mar de Galilea y el mar Muerto, pero mientras que el mar de Galilea es un mar bullente de vida, entre las aguas con más pesca de la tierra, el mar Muerto es precisamente un mar “muerto”, no hay traza de vida en él ni a su alrededor, sólo salinas. Y sin embargo se trata de la misma agua del Jordán. La explicación, al menos en parte, es esta: el mar de Galilea recibe las aguas del Jordán, pero no las retiene para sí, las hace volver a fluir de manera que puedan irrigar todo el valle del Jordán.

El mar Muerto recibe las aguas y las retiene para sí, no tiene desaguaderos, de él no sale una gota de agua. Es un símbolo. Para recibir amor de Dios, debemos darlo a los hermanos, y cuanto más lo damos, más lo recibimos. Sobre esto queremos reflexionar en esta meditación.

Tras haber reflexionado en las primeras dos meditaciones sobre el amor de Dios como don, ha llegado el momento de meditar también sobre el deber de amar, y en particular en el deber de amar al prójimo. El vínculo entre los dos amores se expresa de forma programática por la palabra de Dios: “Si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. ” (1 Jn 4,11).

“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” era un mandamiento antiguo, escrito en la ley de Moisés (Lv 19,18) y Jesús mismo lo cita como tal (Lc 10, 27). ¿Cómo entonces Jesús lo llama “su” mandamiento y el mandamiento “nuevo”? La respuesta es que con él han cambiado el objeto, el sujeto y el motivo del amor al prójimo.

Ha cambiado ante todo el objeto, es decir, el prójimo a quien amar. Este ya no es sólo el compatriota, o como mucho el huésped que vive con el pueblo, sino todo hombre, incluso el extranjero (¡el Samaritano!), incluso el enemigo. Es verdad que la segunda parte de la frase “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo” no se encuentra literalmente en el Antiguo Testamento, pero resume su orientación general, expresada en la ley del talión: “ojo por ojo, diente por diente” (Lv 24,20), sobre todo si se compara con lo que Jesús exige de los suyos:

“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, rogad por sus perseguidores; así seréis hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si amáis solamente a quienes os aman, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?” (Mt 5, 44-47).

Ha cambiado también el sujeto del amor al prójimo, es decir, el significado de la palabra prójimo. Este no es el otro; soy yo, no es el que está cercano, sino el que se hace cercano. Con la parábola del buen samaritano Jesús demuestra que no hay que esperar pasivamente a que el prójimo aparezca en mi camino, con muchas señales luminosas, con las sirenas desplegadas. El prójimo eres tu, es decir, el que tu puedes llegar a ser. El prójimo no existe de partida, sino que se tendrá un prójimo sólo el que se haga próximo a alguien.

Ha cambiado sobre todo el modelo o la medida del amor al prójimo. Hasta Jesús, el modelo era el amor de uno mismo: “como a ti mismo”. Se dijo que Dios no podía asegurar el amor al prójimo a un “perno” más seguro que este; no habría obtenido el mismo objetivo ni siquiera su hubiese dicho: “¡Amarás a tu prójimo como a tu Dios!”, porque sobre el amor a Dios – es decir, sobre qué es amar a Dios – el hombre todavía puede hacer trampa , pero sobre el amor a sí mismo no. El hombre sabe muy bien qué significa, en toda circunstancia, amarse a sí mismo; es un espejo que tiene siempre ante sí, no tiene escapatoria1.

Y sin embargo deja una escapatoria, y es por ello que Jesús lo sustituye por otro modelo y otra medida: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Jn 15,12). El hombre puede amarse a sí mismo de forma equivocada, es decir, desear el mal, no el bien, amar el vicio, no la virtud. Si un hombre semejante ama a los demás como a sí mismo, ¡pobrecita la persona que sea amada así! Sabemos en cambio a dónde nos lleva el amor de Jesús: a la verdad, al bien, al Padre. Quien le sigue “no camina en las tinieblas”. Él nos amó dando la vida por nosotros, cuando éramos pecadores, es decir, enemigos (Rm 5, 6 ss).

Se entiende de este modo qué quiere decir el evangelista Juan con su afirmación aparentemente contradictoria: “Queridos míos, no os doy un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, el que aprendisteis desde el principio: este mandamiento antiguo es la palabra que oísteis. Sin embargo, el mandamiento que os doy es nuevo” (1 Jn 2, 7-8). El mandamiento del amor al prójimo es “antiguo” en la letra, pero “nuevo” por la novedad misma del evangelio. Nuevo – explica el Papa en un capítulo de su nuevo libro sobre Jesús – porque no es ya solo “ley”, sino también, e incluso antes, “gracia”. Se funda en la comunión con Cristo, hecha posible por el don del Espíritu.2

Con Jesús se pasa de la ley del contrapeso, o entre dos actores: “Lo que el otro te hace, házselo tu a él”, a la ley del traspaso, o a tres actores: “Lo que Dios te ha hecho a ti, hazlo tu al otro”, o, partiendo de la dirección opuesta: “Lo que tu hayas hecho al otro, es lo que Dios hará contigo”. Son incontables las palabras de Jesús y de los apóstoles que repiten este concepto: “Como Dios os ha perdonado, perdonaos unos a otros”: “Si no perdonáis de corazón a vuestros enemigos, tampoco vuestro padre os perdonará”. Se corta la excusa de raíz: “Pero él no me ama, me ofende...”. Esto le compete a él, no a ti. A ti te tiene que importar sólo lo que haces al otro y cómo te comportas frente a lo que el otro te hace a ti.

Queda pendiente la pregunta principal: ¿por qué este singular cambio de rumbo del amor de Dios al prójimo? ¿No sería más lógico esperarse: “Como yo os he amado, amadme así a mi”?, en lugar de: “Como yo os he amado, amaos así unos a otros”? Aquí está la diferencia entre el amor puramente de eros y el amor de eros y agape unidos. El amor puramente erótico es de circuito cerrado: “Ámame, Alfredo, ámame como yo te amo”: así canta Violeta en la Traviata de Verdi: yo te amo, tu me amas. El amor de agape es de circuito abierto: viene de Dios y vuelve a él, pero pasando por el prójimo. Jesús inauguró él mismo este nuevo tipo de amor: “Como el Padre me ha amado, así también os he amado yo” (Jn 15, 9).

Santa Catalina de Siena dio, del motivo de ello, la explicación más sencilla y convincente. Ella hace decir a Dios:

“Yo os pido que me améis con el mismo amor con que yo os amo. Esto no me lo podéis hacer a mi, porque yo os amé sin ser amado. Todo el amor que tenéis por mí es un amor de deuda, no de gracia, porque estáis obligados a hacerlo, mientras que yo os amo con un amor de gracia, no de deuda. Por ello, vosotros no podéis darme el amor que yo requiero. Por esto os he puesto al lado a vuestro prójimo: para que hagáis a este lo que no podéis hacerme a mi, es decir, amarlo sin consideraciones de mérito y sin esperaron utilidad alguna. Y yo considero que me hacéis a mi lo que le hacéis a él”3.

2. Amaos de verdadero corazón

Tras estas reflexiones generales sobre el mandamiento del amor al prójimo, ha llegado el momento de hablar de la cualidad que debe revestir este amor. Éstas son fundamentalmente dos: debe ser un amor sincero y un amor de los hechos, un amor del corazón y un amor, por así decirlo, de las manos. Esta vez nos detendremos en la primera cualidad, y lo hacemos dejándonos guiar por el gran cantor de la caridad que es Pablo.

La segunda parte de la Carta a los Romanos es toda una sucesión de recomendaciones sobre el amor mutuo dentro de la comunidad cristiana: “Que vuestra caridad sea sin fingimiento[...]; amaos unos a otros con afecto fraterno, competid en estimaros mutuamente...” (Rm 12, 9 ss). “Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley” (Rm 13, 8).

Para captar el espíritu que unifica todas estas recomendaciones, la idea de fondo, o mejor, el “sentimiento” que Pablo tiene de la caridad, debe partirse de esa palabra inicial: “Que la caridad sea sin fingimiento”. Esta no es una de las muchas exhortaciones, sino la matriz de la que deriva todas las demás. Contiene el secreto de la caridad. Intentemos captar, con la ayuda del Espíritu, este secreto.

El término original usado por san Pablo y que se traduce como “sin fingimiento”, es anhypòkritos, es decir, sin hipocresía. Este término es una especie de “chivato”; es, de hecho, un término raro que encontramos empleado, en el Nuevo Testamento, casi exclusivamente para definir el amor cristiano. La expresión “amor sincero” (anhypòkritos) vuelve ahora en 2 Corintios 6, 6 y en 1 Pedro 1, 22. Este último texto permite captar, con toda certeza, el significado del término en cuestión, porque lo explica con una perífrasis; el amor sincero – dice – consiste en amarse intensamente “de verdadero corazón”.

San Pablo, por tanto, con esa sencilla afirmación: “que la caridad sea sin fingimiento”, lleva el discurso a la raíz misma de la caridad, al corazón. Lo que se exige del amor es que sea verdadero, auténtico, no fingido. Como el vino, para ser “sincero”, debe ser exprimido de la uva, así el amor del corazón. También en ello el Apóstol es el eco fiel del pensamiento de Jesús; él, de hecho, había indicado, repetidamente y con fuerza, al corazón, como el “lugar” en el que se decide el valor de lo que el hombre hace, lo que es puro, o impuro, en la vida de una persona (Mt 15, 19).

Podemos hablar de una intuición paulina, respecto de la caridad; ésta consiste en revelar, tras el universo visible y exterior de la caridad, hecho de obras y de palabras, otro universo totalmente interior, que es, respecto al primero, lo que el alma es para el cuerpo. Volvemos a encontrar esta intuición en el otro gran texto sobre la caridad que es 1 Corintios 13. Lo que san Pablo dice allí, bien mirado, se refiere totalmente a esta caridad interior, a las disposiciones y a los sentimientos de caridad: la caridad es paciente, es benigna, no es envidiosa, no se irrita, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera... No hay nada que se refiera, directamente de por sí, a hacer el bien, u obras de caridad, sino que todo se reconduce a la raíz del querer bien. La benevolencia viene antes que la beneficencia.

Es el Apóstol mismo el que explicita la diferencia entre las dos esferas de la caridad, diciendo que el mayor acto de caridad exterior – el distribuir a los pobres todos los bienes – no serviría de nada sin la caridad interior (cf. 1 Cor 13, 3). Sería lo opuesto de la caridad “sincera”. La caridad hipócrita, de hecho, es precisamente la que hace el bien, sin querer bien, que muestra exteriormente algo que no tiene una correspondencia en el corazón. En este caso, se tiene una falta de caridad, que puede, incluso, esconder egoísmo, búsqueda de sí, instrumentalización del hermano, o incluso simple remordimiento de conciencia.

Sería un error fatal contraponer entre sí caridad del corazón y caridad de los hechos, o refugiarse en la caridad interior, para encontrar en ella una especie de coartada a la falta de caridad de los hechos. Por lo demás, decir que, sin la caridad, “de nada me aprovecha” siquiera el dar todo a los pobres, no significa decir que esto no le sirve a nadie y que es inútil; significa más bien decir que no me aprovecha “a mí”, mientras que puede aprovechar al pobre que la recibe. No se trata, por tanto, de atenuar la importancia de las obras de caridad (lo veremos, decía, la próxima vez), sino de asegurarles un fundamento seguro contra el egoísmo y sus infinitas astucias. San Pablo quiere que los cristianos estén “arraigados y fundados en la caridad” (Ef 3, 17), es decir, que el amor sea la raíz y el fundamento de todo.

Amar sinceramente significa amar a esta profundidad, allí donde no se puede mentir, porque estás solo ante ti mismo, solo ante el espejo de tu conciencia, bajo la mirada de Dios. “Ama a su hermano – escribe Agustín – el que, ante Dios, allí donde él solo ve, afirma su corazón y se pregunta íntimamente si verdaderamente actúa así por amor al hermano; y ese ojo que penetra en el corazón, allí adonde el hombre no puede llegar, le da testimonio”4. Era amor sincero por ello el de Pablo por los judíos si podía decir: “ Digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo. Siento una gran tristeza y un dolor constante en mi corazón. Yo mismo desearía ser maldito, separado de Cristo, en favor de mis hermanos, los de mi propia raza” (Rom 9,1-3).

Para ser genuina, la caridad cristiana debe, por tanto, partir desde el interior, desde el corazón; las obras de misericordia de las “entrañas de misericordia” (Col 3, 12). Con todo, debemos precisar en seguida que aquí se trata de algo mucho más radical que la simple “interiorización”, es decir, de un poner el acento de la práctica exterior de la caridad a la práctica interior. Este es solo el primer paso. ¡La interiorización apunta a la divinización! El cristiano – decía san Pedro – es aquel que ama “de verdadero corazón”: ¿pero con qué corazón? ¡Con “el corazón nuevo y el Espíritu nuevo” recibido en el bautismo!

Cuando un cristiano ama así, es Dios el que ama a través de él; él se convierte en un canal del amor de Dios. Sucede como con el consuelo, que no es otra cosa sino una modalidad del amor: “Dios nos consuela en cada una de nuestras tribulaciones para que podamos también nosotros consolar a quienes se encuentran en todo tipo de aflicción con el consuelo con el que nosotros mismos somos consolados por Dios” (2 Cor 1, 4). Nosotros consolamos con el consuelo con el que somos consolados por Dios, amamos con el amor con el que somos amados por Dios. No con uno diverso. Esto explica el eco, aparentemente desproporcionado, que tiene a veces un sencillísimo acto de amor, a menudo escondido, la esperanza y la luz que crea alrededor.

3. La caridad edifica

Cuando se habla de la caridad en los escritos apostólicos, no se habla de ella nunca en abstracto, de modo genérico. El trasfondo es siempre la edificación de la comunidad cristiana. En otras palabras, el primer ámbito de ejercicio de la caridad debe ser la Iglesia, y más concretamente aún la comunidad en la que se vive, las personas con las que se mantienen relaciones cotidianas. Así debe suceder también hoy, en particular en el corazón de la Iglesia, entre aquellos que trabajan en estrecho contacto con el Sumo Pontífice.

Durante un cierto tiempo en la antigüedad se quiso designar con el término caridad, agape, no sólo la comida fraterna que los cristianos tomaban juntos, sino también a toda la Iglesia5. El mártir san Ignacio de Antioquía saluda a la Iglesia de Roma como la que “preside en la caridad (agape)”, es decir, en la “fraternidad cristiana”, el conjunto de todas las iglesias6. Esta frase no afirma sólo el hecho del primado, sino también su naturaleza, o el modo de ejercerlo: es decir, en la caridad.

La Iglesia tiene necesidad urgente de una llamarada de caridad que cure sus fracturas. En un discurso suyo, Pablo VI decía: “La Iglesia necesita sentir refluir por todas sus facultades humanas la ola del amor, de ese amor que se llama caridad, y que precisamente ha sido difundida en nuestros corazones precisamente por el Espíritu Santo que se nos ha dado” 7. Sólo el amor cura. Es el óleo del samaritano. Oleo también porque debe flotar por encima de todo, como hace precisamente el aceite respecto a los líquidos. “Que por encima de todo esté la caridad, que es el vínculo de la perfección” (Col 3, 14). Por encima de todo, super omnia! Por tanto también de la fe y de la esperanza, de la disciplina, de la autoridad, aunque, evidentemente, la propia disciplina y autoridad puede ser una expresión de la caridad. No hay unidad sin la caridad y, si la hubiese, sería sólo una unidad de poco valor para Dios.

Un ámbito importante sobre el que trabajar es el de los juicios recíprocos. Pablo escribía a los Romanos: “Entonces, ¿Con qué derecho juzgas a tu hermano? ¿Por qué lo desprecias? ... Dejemos entonces de juzgarnos mutuamente” (Rm 14, 10.13). Antes de él Jesús había dicho: “No juzguéis y no seréis juzgados [...] ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo?” (Mt 7, 1-3). Compara el pecado del prójimo (el pecado juzgado), cualquiera que sea, con una pajita, frente al pecado de quien juzga (el pecado de juzgar) que es una viga. La viga es el hecho mismo de juzgar, tan grave es eso a los ojos de Dios.

El discurso sobre los juicios es ciertamente delicado y complejo y no se puede dejar a medias, sin que aparezca en seguida poco realista. ¿Cómo se puede, de hecho, vivir del todo sin juzgar? El juicio está dentro de nosotros incluso en una mirada. No podemos observar, escuchar, vivir, sin dar valoraciones, es decir, sin juzgar. Un padre, un superior, un confesor, un juez, quien tenga una responsabilidad sobre los demás, debe juzgar. Es más, a veces, como es el caso de muchos aquí en la Curia, el juzgar es, precisamente, el tipo de servicio que uno está llamado a prestar a la sociedad o a la Iglesia.

De hecho, no es tanto el juicio el que se debe quitar de nuestro corazón, ¡sino más bien el veneno de nuestro juicio! Es decir, el hastío, la condena. En el relato de Lucas, el mandato de Jesús: “No juzguéis y no seréis juzgados” es seguido inmediatamente, como para explicitar el sentido de estas palabras, por el mandato: “No condenéis y no seréis condenados” (Lc 6, 37). De por sí, el juzgar es una acción neutral, el juicio puede terminar tanto en condena como en absolución y justificación. Son los prejuicios negativos los que son recogidos y prohibidos por la palabra de Dios, los que junto con el pecado condenan también al pecador, los que miran más al castigo que a la corrección del hermano.

Otro punto cualificador de la caridad sincera es la estima: “competid en estimaros mutuamente” (Rm 12, 10). Para estimar al hermano, es necesario no estimarse uno mismo demasiado; es necesario – dice el Apóstol – “no hacerse una idea demasiado alta de sí mismos” (Rm 12, 3). Quien tiene una idea demasiado alta de sí mismo es como un hombre que, de noche, tiene ante los ojos una fuente de luz intensa: no consigue ver otra cosa más allá de ella; no consigue ver las luces de los hermanos, sus virtudes y sus valores.

“Minimizar” debe ser nuestro verbo preferido, en las relaciones con los demás: minimizar nuestras virtudes y los defectos de los demás. ¡No minimizar nuestros defectos y las virtudes de los demás, como en cambio hacemos a menudo, que es la cosa diametralmente opuesta! Hay una fábula de Esopo al respecto; en la reelaboración que hace de ella La Fontaine suena así:

“Cuando viene a este valle

cada uno lleva encima

una doble alforja.

Dentro de la parte de delante

de buen grado todos

echamos los defectos ajenos,

y en la de atrás, los propios”8.

Deberíamos sencillamente dar la vuelta a las cosas: poner nuestros defectos en la parte de delante y los defectos ajenos en la de detrás. Santiago advierte: “No habléis mal unos de otros” (St 4,11). El chisme ha cambiado de nombre, se llama comentario [gossip, n.d.t.] y parece haberse convertido en algo inocente, en cambio es una de las cosas que más contaminan el vivir juntos. No basta con no hablar mal de los demás; es necesario además impedir que otros lo hagan en nuestra presencia, hacerles entender, quizás silenciosamente, que no se está de acuerdo. ¡Qué aire distinto se respira en un ambiente de trabajo y en una comunidad cuando se toma en serio la advertencia de Santiago! En muchos locales públicos una vez se ponía: “Aquí no se fuma”, o también, “Aquí no se blasfema”. No estaría mal sustituirlas, en algunos casos, con el escrito: “¡Aquí no se hacen chismes!”

Terminemos escuchando como dirigida a nosotros la exhortación del Apóstol a la comunidad de Filipos, tan querida por él: “Os ruego que hagais perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tened un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagáis nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad os lleve a estimar a los otros como superiores a vosotros mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás” (Fil 2, 2-5).

1 Cf. S. Kierkegaard, Gli atti dell’amore, Milán, Rusconi, 1983, p. 163.

2 Benedicto XVI, Gesù di Nazaret, II Parte, Libreria Editrice Vaticana 2011, pp. 76 s.

3 S. Catalina de Siena, Dialogo 64.

4 S. Agustín, Comentario a la primera carta de Juan, 6,2 (PL 35, 2020).

5 Lampe, A Patristic Greek Lexicon, Oxford 1961, p. 8

6 S. Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, saludo inicial.

7 Discurso en la audiencia general del 29 de noviembre de 1972 (Insegnamenti di Paolo VI, Tipografia Poliglotta Vaticana, X, pp. 1210s.).

8 J. de La Fontaine, Fábulas, I, 7

 

Jueves, 05 Mayo 2022 10:37

carta carmelitas León

Escrito por

J.M.+J.T.

 

CARMELITAS DESCALZAS 

Avda. de Asturias, 137

León

A los sacerdotes del Presbiterio de León

 

 “Permaneced en mí, y yo en vosotros… el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada… Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca”  (Jn 15, 4a.5b.15-16).

 

Jesús, muerto y resucitado, llene vuestros corazones de la paz y el gozo de su Espíritu, el gran don de la Pascua, muy querido señor  obispo, y muy queridos hermanos y amigos sacerdotes de nuestra diócesis.

Hoy es un día muy especial para vosotros, pues, recordando la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio, renováis las promesas sacerdotales, bajo la acción del Espíritu Santo, en la presencia del pastor de la Iglesia diocesana. Sin duda, todos recordaréis, con emoción y agradecimiento, aquel día de vuestra ordenación presbiteral, cuando os impusieron las manos sobre la cabeza y se os ungió con el óleo sagrado. El Espíritu Santo descendió sobre vosotros, como lo hizo sobre la Stma. Virgen en el momento de la encarnación, y fuisteis revestidos de Cristo para actuar  “in persona Christi”, como  dispensadores de su misterio de salvación para todos los hombres. Fuisteis ungidos por el Espíritu Santo para comunicar esa unción de alegría, de paz, de fortaleza y de consolación, a todos vuestros hermanos, especialmente  a los más pobres, débiles y necesitados.

En este día nos unimos a los sentimientos de vuestro corazón, de sobrecogimiento y gratitud ante el don recibido, y pedimos para que Él lleve a buen término la obra de amor comenzada en vosotros.

Como estamos en el “Año Teresiano”, nuestro obispo nos ha pedido que os dirijamos unas palabras de cercanía, ánimo y esperanza, y ha querido que sean unas palabras que broten del corazón de la comunidad.

Nosotras somos pobres y pequeñas, y nos sentimos muy limitadas, pero confiando en el Señor nos hemos puesto a reflexionar en clima orante, sobre lo que nuestra Santa Madre, Teresa de Jesús, diría hoy a los sacerdotes de nuestra Diócesis, y qué es lo que estas Carmelitas descalzas queremos deciros, pediros y daros en la víspera del día del AMOR, el Jueves Santo.

Primero deseamos deciros que os queremos mucho, que os estimamos, que estamos a vuestro lado en vuestras tareas pastorales, en vuestras alegrías y sufrimientos, en vuestros retos y soledades, en vuestros éxitos y “fracasos”. ¡Todo es gracia! Todo es camino de santidad personal y de santificación del pueblo de Dios a vosotros encomendado.

La Santa Madre tenía gran estima a los sacerdotes, y nos la ha “contagiado” a sus hijas. Ella puso como tarea principal de sus conventos la de orar por ellos, los “capitanes, los predicadores y teólogos”, para que estén muy aventajados en el camino del Señor. Ella nos decía: “Procuremos ser tales que valgan nuestras oraciones para ayudar a estos siervos de Dios, que con tanto trabajo se han fortalecido con letras y buena vida, y trabajado para ayudar ahora al Señor…porque han de ser los que esfuercen la gente flaca y pongan ánimo a los pequeños, ¡buenos quedarían los soldados sin capitanes!” (Camino de Perfección,  3, 2-6).

¿Qué quiere Santa Teresa para los sacerdotes? ¿Cómo los pinta en sus deseos?

  • Que sean letrados, bien formados, para estar cimentados en la verdad y poder dar luz a los demás: “Que el maestro espiritual tenga buen entendimiento, experiencia y letras… porque espíritu que no vaya comenzado en verdad yo más le querría sin oración; y es gran cosa letras, porque éstas nos enseñan a los que poco sabemos y nos dan luz y, llegados a verdades de la Sagrada Escritura, hacemos lo que debemos: de devociones a bobas nos libre Dios…Siempre fui muy amiga de ellos…  porque las letras humildes y virtuosas nunca nos engañarán… Espántame ver el trabajo con que han ganado lo que sin ninguno me aproveche a mí. ¡Y que haya personas que no quieran aprovecharse de esto!… Había de ser muy continua nuestra oración por éstos que nos dan luz. ¿Qué seríamos sin ellos entre tan grandes tempestades como ahora tiene la Iglesia?...  Plega al Señor los tenga de su mano y los ayude para que nos ayuden. Amén”  (Vida, 13, 16ss.).
  • Que sean espirituales, de una profunda experiencia de amor y de amistad con Cristo, el Dios humanado: “Holgaros con el Señor, en especial cuando comulgáis. En verle a vuestro lado, encontraréis todos los bienes… con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir: es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es Amigo verdadero. Y veo yo claro, y he visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo Su Majestad se  deleita… por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos. No queráis otro camino… Por aquí vais seguros… Por Él nos vienen todos los bienes. Él os lo enseñará todo; mirando su vida, es el mejor dechado. ¿Qué más queremos de un tan buen Amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo? ¡Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí!” (Vida, 22, 4.6.7).
  • Que sean hombres de grandes deseos, que ante la debilidad y las dificultades, confíen en el amor del Señor que los llamó: “Él os llama a voces a su intimidad, no os fuerza, y da de beber de su agua viva a los que le quieren seguir, para que ninguno vaya desconsolado ni muera de sed… No os quedéis en el camino, sino pelead como fuertes hasta morir en la demanda…con la determinación de antes morir que dejar de llegar al fin del camino”  (Camino de Perfección, 20).
  • Y…  este camino es la oración, el trato de amistad con Jesucristo. Os pide que seáis unos enamorados de la Eucaristía, que perdáis muchos ratos con Él, a solas, en silencio…De ahí va a venir la fecundidad de vuestra vida y de vuestro ministerio: “Pues que estáis muchas veces solos, procurad tener compañía, y creedme mientras pudiereis no estéis sin tan buen Amigo. Si os acostumbráis a traerle cabe vos, y El ve que lo hacéis con amor y procuráis contentarle, os ayudará en todos vuestros trabajos. ¿Pensáis que es poco un tal Amigo al lado? Aunque encontréis dificultades, ¡acostumbraos, acostumbraos! Si no lo conseguís en un año, será en más, ¿quién va detrás de vosotros? No os pido que penséis en El, ni que saquéis muchos conceptos y delicadas consideraciones con el entendimiento: no os pido más de que le miréis… Si estáis alegre, miradle resucitado; que sólo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. Mas ¡con qué claridad y con qué hermosura! ¡Con qué majestad, qué victorioso, qué alegre! Como quien tan bien salió de la batalla adonde ha ganado un tan gran reino, que todo le quiere para vos, y a sí con él. Pues ¿es mucho que a quien tanto os da volváis una vez los ojos a mirarle?… Si estáis con trabajos o triste, miradle camino del huerto: ¡qué aflicción tan grande llevaba en su alma, pues con ser el mismo sufrimiento la dice y se queja de ella! O miradle atado a la columna, lleno de dolores, todas sus carnes hechas pedazos por lo mucho que os ama; tanto padecer, perseguido de unos, escupido de otros, negado de sus amigos, desamparado de ellos, sin nadie que vuelva por El; helado de frío, puesto en tanta soledad, que el uno con el otro os podéis consolar. O miradle cargado con la cruz, que aun no le dejaban hartar de huelgo. Miraros ha El con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por consolar los vuestros, sólo porque os vayáis vos con El a consolar y volváis la cabeza a mirarle.” (Camino de Perfección, 26. 1-5).

 

  • Santa Teresa de Jesús desea que seáis santos, fieles a vuestra llamada y a vuestra misión: “Siento en mí el deseo de que tenga Dios personas que con todo desasimiento le sirvan, y que en nada de lo de acá se detengan, en especial letrados; que, como veo las grandes necesidades de la Iglesia, que éstas me afligen tanto, que me parece cosa de burla tener por otra cosa pena, y así no hago sino encomendarlos a Dios; porque veo yo que haría más provecho una persona del todo perfecta, con hervor verdadero de amor de Dios, que muchas con tibieza” (Relación 3,7).
  • Quiere que os améis unos a otros: amad al obispo, y amaos entre vosotros. Ayudaos en vuestras tareas y ministerios, dialogad a fondo, acogeos en vuestras necesidades:”Gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo, aunque no sea sino para ayudarse unos a otros con sus oraciones… Porque andan las cosas del servicio de Dios tan flacas, que es menester hacerse espaldas unos a otros para ir adelante. Y, si uno comienza a darse a Dios, hay tantos que murmuren, que es menester buscar compañía para defenderse hasta que estén fuertes en no les pesar de padecer…  y es un género de humildad no fiar de sí, sino creer que por aquellos con quien conversa le ayudará Dios, y crece la caridad con ser comunicada” (Vida, 7,20.22).

“Procurad juntaros alguna vez para desengañaros unos a otros y deciros en lo que podríais enmendaros para contentar más a Dios; que no hay quien tan bien se conozca así mismo como nos conocen los que nos miran, si es con amor y cuidado de aprovecharos” (Vida, 16,7).

  • Os pide espíritu de servicio y humildad. ¡Los fieles esperan que les deis a Jesús, el pan de su palabra, la paz y el gozo de su Espíritu!: “Hasta los predicadores van ordenando sus sermones para no descontentar. Buena intención tendrán y la obra lo será; pero ¡así se enmiendan pocos! ¿Por qué no son muchos los que por los sermones dejan los vicios públicos? ¿Sabéis qué me parece? Porque tienen mucho seso los que los predican. No están con el gran fuego de amor de Dios, como lo estaban los Apóstoles, y así calienta poco esta llama. Ellos tenían ya aborrecida la vida, y en poca estima la honra, que no se les daba más perderlo todo, que ganarlo todo; ¡Oh gran libertad, tan necesaria para andar este camino con alegría! (Vida, 16,7-8).
  • “Os torno a decir que está el todo o gran parte, en perder cuidado de nosotros mismos y nuestro regalo, que quien de verdad comienza a servir al Señor, lo menos que le puede ofrecer es la vida; pues le ha dado su voluntad, ¿qué teme? Si sois hombres de Dios y de oración, no habéis de volver las espaldas a desear morir por Él, e incluso a pasar martirio; ya sabéis que la vida de los que quieren ser allegados amigos de Dios es un verdadero martirio. Pero corta es la vida, y… todo lo que tiene fin no hay que hacer caso de ello. Animaos unos a otros, y ayudaos a despertaros en la virtud… Todo pasará, y la gloria será eterna” (Camino de Perfección, 12,2)

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Queridos amigos sacerdotes: Todo esto os dice la Santa Madre, Teresa de Jesús, salido de un corazón enamorado del Señor y ardientemente deseoso del bien de los hombres. Un corazón abierto, que se muestra en sus escritos, y al que podéis acudir leyendo sus obras. Allí encontraréis palabras de luz, de ánimo, de consuelo y fortaleza para el camino.

Nosotras, estas pequeñas carmelitas, nos unimos a su pensamiento y a sus deseos ardientes, pero, para deciros algo de lo que llevamos en nuestro propio corazón añadimos estas consignas:

  • De vez en cuando, reflexionad en el misterio de vuestra vocación; reconoced la dignidad de vuestro ministerio, la belleza de la llamada que el Señor os hizo, la grandeza de vuestra misión. Sois pobres y pequeños, pero Nuestro Padre Dios os dio gratuitamente este don: ser dispensadores de los misterios de la Redención, en favor del pueblo de Dios. Acoged este “regalo” con alegría y gratitud. Esto dará un “brillo” nuevo a vuestra vida personal y a vuestro ministerio sagrado.
  • El día de vuestra ordenación presbiteral fuisteis ungidos por el Espíritu Santo, y Él os colmó de sus dones y frutos, para ser pastores de vuestros hermanos, hasta entregar la vida por ellos, como lo hizo Cristo, el Buen Pastor. Por eso os pedimos que améis mucho al Espíritu Santo. Invocadlo con frecuencia, pedidle luz, fortaleza y consejo para todas vuestras tareas. Pedidle que venga sobre vuestra Parroquia y cada uno de los fieles, con su paz y su consuelo. Que Él sea el “protagonista”, el animador y “guía” de toda vuestra acción pastoral. Para ello os invitamos a celebrar, una vez al mes, la Misa votiva del Espíritu Santo, ¡veréis fruto abundante y no quedaréis defraudados en vuestra confianza!
  • Amad también a la Santísima Virgen. Sabemos que, como buenos leoneses, la amáis y confiáis en Ella, pero siempre se puede crecer en intimidad, delicadeza y confianza. María os llevará a Cristo y os ayudará en vuestro ministerio. Además, Ella, como Mujer Nueva, os hará descubrir y vivir esa dimensión “femenina” de vuestra vida: el cariño, la ternura, la delicadeza, el “cuidado” de todo y de todos, la finura de trato, la sensibilidad… Esto es algo que no puede faltar en vuestra vida. Si Ella está presente, todo cobra calidez de Madre, de Hermana, de Amiga. ¡Qué felices seréis, y qué felices haréis a los demás!
  • Sed “expertos en comunión”, como dice el papa Francisco, con el obispo, con los demás sacerdotes, con el pueblo de Dios: niños, jóvenes, esposos, ancianos, enfermos, los que sufren y están solos, los que no tienen la alegría de la Fe y les falta la esperanza en la vida futura… “Haceos presentes donde haya diferencias y tensiones, sed un signo creíble de la presencia del Espíritu, que infunde en los corazones la pasión de que todos seamos uno. Vivid la ‘mística del encuentro’: la capacidad de escuchar a las demás personas, la capacidad de buscar juntos el camino…”. Como dice San Pablo: “Por encima de todo el amor…”. Que podamos decir lo del salmo: “Ved qué dulzura y qué delicia convivir los hermanos unidos… porque allí manda el Señor la bendición, la vida para siempre” (Salmo 132).

 

Para terminar, os decimos de nuevo que os amamos entrañablemente, que estamos a vuestro lado, que os estamos muy agradecidas por vuestra vida y vuestro servicio, y que os necesitamos para hacer el camino unidos, como Iglesia diocesana, apoyándonos mutuamente con la comprensión, el respeto, el amor, y la oración.

Y… también nos gustaría oír de vosotros lo que esperáis de nuestra vocación contemplativa, para corregir, ahondar e intensificar aspectos necesarios. Sabéis que estamos en el convento de la Carretera de Asturias nº137. Nos gustaría conoceros a todos y poder saludaros; os invitamos a venir con vuestros grupos parroquiales, de catequesis o de apostolado, para compartir la alegría de la fe y orar juntos. Aquí, ante Jesús-Eucaristía, estamos por todos vosotros, desde el silencio y el ocultamiento, queriendo ser, desde nuestra pobreza, el amor en el corazón de la Iglesia universal y diocesana.

Señor obispo, amados sacerdotes: Que la Santísima Virgen del Camino nos guarde a todos en su corazón de Madre, con Cristo y para Cristo. En Ella os abrazamos a cada uno, con inmenso cariño y gratitud.

 

Carmelitas Descalzas de León

Miércoles Santo, 1-Abril-2015

 

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